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Año XVII / coleccionable nº 34 4,50 euros / US$ 7 / 10 pesos Director: Beltrán Gambier INTRAMUROS BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS www.grupointramuros.com ESPECIAL ALEMANIA María Cecilia BARBETTA I Volker BRAUN I Günter GRASS I Peter HAMM I Elke HEIDENREICH Reinhard JIRGL I Sibylle LEWITSCHAROFF I Andreas MAIER I Herta MÜLLER I KathrinSCHMIDT Ilija TROJANOW I Martin WALSER I Feridun ZAIMOGLU Primavera 2011 EDICIÓN INTERNACIONAL Der moderne Buchdruck. Foto: © Ian Press INTRAMUROS34TAPA.indd 1 5/4/11 11:50 AM

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Año XVII / coleccionable nº 344,50 euros / US$ 7 / 10 pesos

Director: Beltrán Gambier

INTRAMUROS BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS

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uros.com

ESPECIALALEMANIA

María Cecilia BARBETTA I Volker BRAUN I Günter GRASS I Peter HAMM I Elke HEIDENREICH

Reinhard JIRGL I Sibylle LEWITSCHAROFF I Andreas MAIER I Herta MÜLLER I KathrinSCHMIDT

Ilija TROJANOW I Martin WALSER I Feridun ZAIMOGLU

Primavera 2011 EDICIÓN INTERNACIONAL

Der moderne Buchdruck. Foto: © Ian Press

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Foto de Ricardo Labougle E d i t o R i a L

BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS

InTRAMUROS

“CONOCÍA EL DECIR Y EL CALLAR; SIN EMBARGO, DESCONOCÍA ESE JUEGO INTERMEDIO DEL SILENCIO HABLADO SIN CONTENIDO.”

HERTA MÜLLER, AQUÍ EN ALEMANIA

" ESTA REvISTA HA RECIBIDO UNA SUBvENCIóN DE LA DIRECCIóN GENERAL DEL LIBRO, ARCHIvOS Y BIBLIOTECAS pARA SU DIfUSIóN EN BIBLIOTECAS, CENTROS CULTURALES Y UNIvERSIDADES DE ESpAñA, pARA LA TOTALIDAD DE LOS NúMEROS EDITADOS EN EL AñO."

UnIvERSIdAd dE BARcElOnABoletín de la Unidad de Est. Biográficos

PaRLaMENto EURoPEoOficina en España

COMISIÓN EUROPEARepresentac ión en España

Director: Beltrán Gambier

Editores: María Sheila Cremaschi, Beltrán Gambier

Este número es una coproducción con el Goethe-Institut Madrid.

Coordinadora: Cecilia Dreymüller

Patronos: Juan E. Cambiaso, Elena Calparsoro, Juan Carlos

Cassagne, Luis felipe Castresana Sánchez, Clara María de

Amezúa, Marta fernández patrón Costas, Magdalena Mora,

Marta Moreno Hueyo, Marga Muñoz vargas de Macaya, María

Antonia Otero Monsegur, Lucy pujals de pescarmona

Colaboran en este número: María Cecilia Barbetta, volker Braun,

Günter Grass, peter Hamm, Elke Heidenreich, Reinhard Jirgl,

Sibylle Lewitscharoff, Andreas Maier, Herta Müller, Kathrin

Schmidt, Ilija Trojanow, Martin Walser, feridun Zaimoglu; y como

ganadores del concurso “Alemania en mi vida”, pablo H. Ramos

y Lucía Núñez García

Corrección: SC Estudio de Traducción [email protected]

Asistentes del director: Katia Banci, Chiara Cavallo, Jessica

Scortichini

Asistentes de producción: Chiara pasquinucci, Rita vastarelli

Créditos fotográficos, gráfica e ilustraciones: Katia Banci,

Jue Bauer, Aureliano Cattaneo, Thomas Dorn, Bettina flitner,

Liesa Johannssen, María G. Kioro, Leonie von Kleist, Mareike

Lauken / activestills.org, Adriana Mansilla, Matth van Mayrit /

www.matthvanmayrit.eu, Roger Melis, Luis Miró, Lucía Núñez

García, Britta Rating, Karin Rocholl, Susanne Schleyer, peter

Schwaar, Gerhard Steild, Cilli Üsnuen

Diseño y maquetación: pinkpepper / www.pinkpepper.com.ar

Agradecimientos: ActiveStills, Ludovic Assémat, Celia Ayllón

de Gambier Ballesteros, Katia Banci, Bartleby Editores, Thomas

Dorn, Carl Hanser verlag GmbH & Co. KG, Kiepenheuer & Witsch

(foto de perfil de feridun Zaimoglu), María G. Kioro, Adriana Man-

silla, Luis Miró, Lucía Núñez García, pablo H. Ramos, Ilija Trojanow

Oficina en Madrid:

c/ Ayala 7, 2º derecha

28001 Madrid

Tel. 915 779 506 fax 917 811 402

Grupo intramuros: www.grupointramuros.com/revista

Director/editor: [email protected]

[email protected]: [email protected]ón: Monterreina, Cabo de Gata,

Área Empresarial, Andalucía

Registro de la propiedad intelectual Nº 957 237

Depósito legal av 184-1997 i.s.s.n. 0329 3416intramuros es una marca registrada.

intramuros es una publicación de propiedad de Beltrán Gambier y María

Sheila Cremaschi.

Las notas firmadas no reflejan necesariamente la opinión editorial.

Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización.

AñO XVII / nº 34 / PRIMAVERA 2011

Alemania sigue dejando huella en la historia de Intramuros. primero fueron los escritores berlineses y luego un

número especial llamado Pensar Europa, recordar Alemania, en el que contamos con la presencia, entre otros, de

Jutta Limbach y Jürgen Habermas.

Me complace presentar en esta ocasión un número especial dedicado a Alemania, celebrando el hecho de que

este país sea el invitado de la feria del Libro de Madrid, en coincidencia con los actos del Espacio de Encuentro

Hispano-Alemán.

El impulso creativo de la directora del Goethe-Institut Madrid, Margareta Hauschild, y la excelente coordinación

de Cecilia Dreymüller nos han permitido concretar esta edición en la que la escritura en primera persona, desde

la prosa y la poesía, ha sido el hilo conductor de los textos. No es casual que Goethe fuera un cultor del género

autobiográfico; de allí su magnífico libro Poesía y verdad (De mi vida, editado por Alba Editorial, Barcelona, 1999).

La variedad de miradas se caracteriza por un sesgo introspectivo profundo. Se habla de la patria, del exilio, de la

identidad y la lengua, de la memoria colectiva; no se soslaya la consideración de los extremos políticos otrora

vigentes y se trata la necesidad de que exista una conciencia cívica. Esto último es clave en estos tiempos. Una

nación que no aliente la vocación cívica de sus ciudadanos no está trabajando por la grandeza de su pueblo.

Contar con textos de dos premios Nobel de Literatura es un honor para Intramuros. vaya nuestro agradecimiento a

todos los escritores que nos acompañan con su aporte para fortalecer el puente cultural entre España y Alemania.

Beltrán GambierdiRECtoR

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InTR

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4 E S p E C I A L A L E M A N I A

La feria del Libro de Madrid figura entre las más

antiguas de Europa, presentando, desde 1933, so-

bre todo literatura escrita en español o traducida a

esta lengua.

Desde 2009, cada año se recibe a un “país invita-

do”, con sus autores y representantes más desta-

cados del mercado editorial y de la crítica literaria

(el primero en ser invitado fue francia y, en 2010,

los países del norte de Europa), por lo que también

la lengua del país invitado está presente en la feria

del Libro.

El Goethe-Institut y la Embajada Alemana en Es-

paña quieren agradecerle especialmente a la

dirección de la feria del Libro que haya elegido a

Alemania como país invitado en 2011, coincidien-

do con el espacio de encuentro hispano-alemán,

que conlleva actividades culturales desarrolladas

a nivel nacional desde abril hasta junio.

Del 27/05 al 12/06 les invitamos a la feria del Li-

bro de Madrid bajo el lema ¡AleManía!, donde po-

drán descubrir o redescubrir la literatura alemana

a través de sus autores: una oportunidad única

para disfrutar de una literatura dinámica, compro-

metida y abierta muy de cerca, aunque lejos de los

estereotipos. Junto a las presentaciones de libros,

se le ofrecerán al público coloquios y mesas redon-

das entre expertos españoles y alemanes.

Mientras dure la feria del Libro, estaremos encan-

tados de atenderles en nuestra caseta espacio de encuentro hispano-alemán, en la que les informa-

remos de los mejores libros alemanes que pueden

encontrar en lengua española, de dónde están fir-

mando sus libros los escritores, etcétera.

El filósofo Rüdiger Safranski será el encargado de

inaugurar el programa de la feria del Libro el 27 de

mayo. En las siguientes dos semanas, podrán co-

nocer cada día a otro autor alemán. Además, el 11

de junio tendrá lugar un momento muy esperado,

que pondrá punto y final a la presentación de auto-

res: el acto con Hans Magnus Enzensberger.

El protagonismo de Alemania en la feria del Libro

nos ha brindado la ocasión perfecta para editar

este número de la revista Intramuros. por eso,

quisiera aprovechar esta oportunidad para agra-

decerle muy especialmente al director de la revis-

ta, Beltrán Gambier, el excelente trabajo en equi-

po sin el cual este número nunca habría salido a

la luz. Beltrán Gambier fue también el artífice del

concurso en español “Alemania en mi vida”, en el

que pudieron participar los alumnos de alemán del

curso de primavera del Goethe-Institut de Madrid,

creando así un puente especial entre la revista y

nuestros alumnos. Los dos mejores textos fueron

seleccionados por un jurado para aparecer publica-

dos en este número de Intramuros.

Me gustaría agradecerle de todo corazón a Cecilia

Dreymüller su gran compromiso como crítica litera-

ria a la hora de divulgar la literatura alemana en Es-

paña. Ella ha sido la coordinadora de este número

de Intramuros y ha estado en todo momento junto

al equipo del Goethe-Institut prestando su apoyo

y sus conocimientos. Gracias a esta colaboración,

hemos podido dar a conocer aun a más autores

alemanes en España, aparte de aquellos invitados

a la feria. De esta manera ofrecemos al público un

amplio abanico en cuanto a la literatura alemana,

tanto a través de la revista como del programa de

la feria. Esperamos que, de este modo, muchos de

ellos conquisten a nuevos seguidores en el país de

Don Quijote. Algunos de los textos de esta edición

se han traducido al español por primera vez.

por último, me gustaría expresarles a mis compañe-

ras del Goethe-Institut de Madrid, Anna Maria Balles-

ter, Rebeca Castellano, Jördis Lüdke, Anja Reder y

Susanne Teichmann, mi más sincero agradecimien-

to por sus magníficas contribuciones al proyecto.

Y a todos los lectores de Intramuros les deseo que

disfruten mucho descubriendo nuevas joyas de la

literatura alemana.

Foto de perfil: Liesa Johannssen

Alemania, país invitado a la Feria del LibroMargareta Hauschild, directora del Goethe-institut de Madrid

LES INvITAMOS A LA fERIA DEL LIBRO DE MADRID BAJO EL LEMA ¡ALEMANÍA! A DES-CUBRIR O A REDESCUBRIR LA LITERATURA ALEMANA A TRAvéS DE SUS AUTORES: UNA OpORTUNIDAD úNICA pARA DISfRUTAR DE UNA LITERATURA DINÁMICA, COMpROMETI-DA Y ABIERTA MUY DE CERCA, AUNQUE LE-JOS DE LOS ESTEREOTIpOS

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Si no se indica lo contrario, todos los eventos tendrán lugar en el pabellón Fun-

dación Círculo de Lectores. La entrada es libre. Habrá traducción simultánea

alemán-español.

Eventos por fecha:27/05, 19:00: Inauguración del programa cultural: Rüdiger Safranski, invitado

especial.

27/05, 21:30: fiesta de inauguración en la librería-vinoteca “Tipos Infames”

(por invitación).

28/05, 20:00: Intramuros, presentación del número especial sobre Alemania,

con Margareta Hauschild, Beltrán Gambier y Cecilia Dreymüller.

29/05, 18:00: Cristianos contra Hitler de José Manuel García pelegrín: presen-

tación a cargo de la editorial Libros Libres.

29/05, 20:00: Fatzer (Bertolt Brecht): lectura escénica presentada por Miguel

Sáenz. Organiza la editorial La uña RoTa.

30/05, 20:00: La ciudad, las luces: Ernesto Calabuig charla con Clemens Meyer.

31/05, 11:30: Mercado editorial en Alemania y España: mesa redonda.

31/05, 20:00: La obra de Eduard Keyserling: presentación a cargo de Nocturna

Ediciones.

01/06, 17:00: ¿Quién teme al crítico feroz? La literatura en los medios, con

Elke Heidenreich, peter Hamm e Ignacio Echevarría. Modera Cecilia Dreymüller

(este evento tendrá lugar en el Auditorio Fundación Mapfre, P° Recoletos 23).

02/06, 18.00: Mi vida con Vostell. Un artista de vanguardia: presentación a

cargo del Goethe-Institut y de La fábrica. Con Mercedes Guardado.

02/06, 20:00: Historia dividida, literaturas divididas: ¿está reunificada la lite-ratura alemana?: Cecilia Dreymüller charla con volker Braun.

03/06, 18:00: En las vertientes de la traducción: mesa redonda con Carlos

fortea, Rosa pilar Blanco y Juan Mayorga. Modera Belén Santana; organiza ACE

Traductores.

03/06, 20:00: Charla con Kathrin Schmidt.04/06, 13:00: Mindcracker vs. Berta Mir: Jordi Serra i fabra charla con Christos

Yiannopoulos.

04/06, 18:00: Libros de arte - el Arte en los Libros: presentación a cargo de la

Editorial TASCHEN.

04/06, 20:00: Buen Karma: charla con David Safier.

05/06. 13.00: Poetry Slam: presentación a cargo de Ediciones pigmalión.

05/06, 20:00: ¿Qué hace un detective en la peluquería?: Boris Izaguirre (por

confirmar) charla con Christian Schünemann.

07/06, 20:00: ¿Cuánta política aguanta la literatura hoy?: Cecilia Dreymüller

charla con Andreas Maier.

08/06, 17:00: Cruzando el puente: traductores y mediadores en la literatura:

con peter Schwaar, Susanne Lange, patricio pron y Christian Hansen. Modera

Miguel Sáenz (este evento tendrá lugar en el Auditorio Fundación Mapfre, P°

Recoletos 23).

09/06, 20:00: nuestra montaña mágica: miradas hispanoamericanas sobre la literatura alemana: con María Cecilia Barbetta, Andrés Neumann y Sergi Bellver.

10/06, 18:00: Cuando Kafka, Rilke y Grass hablan en español: mesa redonda

con Adan Kovacsis, Eustaquio Barjau y Miguel Sáenz. Modera Isabel García Adá-

nez; organiza ACE Traductores.

10/06, 20:00: Sombras sobre la ciudad: Juan Madrid charla con volker Kutscher.

11/06, 20:00: Clausura: vicente verdú charla con Hans Magnus Enzensberger.

12/06, 20:00: Fiesta final: Poetry Slam en la feria.

Pabellón Infantil - Tema: “El Viaje”ATENCIÓN: Los eventos en horario de mañana son sólo para colegios y con ins-

cripción previa. Para más información, consultar a [email protected]

Eventos por fecha30/05, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-

dora Birte Müller.

31/05, 18:00-18:30: ¿Qué es un lectómetro?: presentación para padres y

niñ@s.

01/06, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-

dora Birte Müller.

01/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.

02/06, 11: 30 y 12:30: Cómo recitar poesía sin parecer idiota: taller Poetry

Slam con Nacho Aldeguer y Jonathan Teuma.

03/06, 12:30: El diente, el calcetín y el perro astronauta: taller con la ilustra-

dora Birte Müller.

03/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.

04/06, 18:00 y 20:00: Cuentacuentos Walter Moers, en colaboración con la

editorial Maeva.

06/06, 11:00 y 12:30: Cuatro amigos y medio y el misterio del móvil: gymkhana

interactiva y encuentro con Joachim friedrich.

07/06, 11: 30 y 12:30: Cómo recitar poesía sin parecer idiota: taller Poetry

Slam con Nacho Aldeguer y Jonathan Teuma.

07/06, 18:00-18:30: ¿Qué es un lectómetro?: presentación para padres y

niñ@s.

08/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.

09/06, 18.00 Atrévete con la literatura infantil: mesa redonda. Organiza EUNIC

España.

10/06, 18:00 y 18:45: Todo lo que hay - cuentos al azar: Moka Seco.

11/06, 18:00 y 20:00: Cuentacuentos Walter Moers, en colaboración con la

editorial Maeva.

Además: Exposición permanente de libros infantiles alemanes actuales.

Talleres con Birte Müller en el pabellón fundación Mapfre.

Exposición El diente, el calcetín y el perro astronauta, en la biblioteca del

Goethe-Institut Madrid.

Programa de la Feria del Libro, Madrid 2011. 27/5 - 12/6

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preguntar a un alemán por su relación con Alemania

o por la idea que tiene de su país como patria es un

asunto harto peliagudo. Especialmente si se trata

de un alemán nacido después de 1940. pues en

los ciudadanos alemanes conscientes de su pasa-

do histórico, cualquier manifestación colectiva de

amor patrio suele suscitar cierta suspicacia, como

efecto secundario de la conciencia colectiva de cul-

pa. Los escritores no son una excepción a esta regla,

por mucho que Goethe afirmara que escribir histo-

rias era una manera de quitarse de encima el pasa-

do. De hecho, la literatura alemana contemporánea

es conocida justamente por lo contrario: por aden-

trarse en el pasado e interpelar al presente sobre el

legado a que nos obliga la historia.

Cogimos el toro por los cuernos y quisimos saber

qué responden los escritores alemanes a esta pre-

gunta. Tras titubeos y rechazos −incluida alguna

deserción− conseguimos reunir trece textos de

poesía, ensayo y, sobre todo, relato autobiográfico

escrito para este propósito. Y aun así quedaba la

duda: trece textos cortos sobre la relación del autor

con Alemania, ¿qué pueden decir de los autores?

¿Qué consiguen presentar de la literatura alemana

actual, una literatura productiva como pocas, que

ha merecido tres premios Nobel desde 1999? Cuan-

do la vitalidad de la literatura alemana se expresa

precisamente mediante su gran diversidad, apoya-

da en varias generaciones de escritores que no sólo

son representantes de diferentes épocas históricas

sino de dos sistemas políticos y de los más diversos

orígenes culturales.

El lector tendrá que ajustar sus expectativas al re-

ducido espacio, pero si lo hace, reconocerá tanto la

diversidad de la literatura alemana como su signo

distintivo más notable: la capacidad de reflejar pro-

cesos sociales y políticos y la voluntad de participar

en la discusión pública. De esta preocupación por

la res publica está impregnada, ante todo, la escri-

tura de los autores de la generación de posguerra,

Günter Grass, Christa Wolf, Martin Walser, volker

Braun y Hans Magnus Enzensberger −por parte de

la crítica, también peter Hamm−, que no solamente

sigue activa sino que ha protagonizado las grandes

polémicas públicas de las últimas dos décadas:

Christa Wolf y volker Braun, con su defensa de la

utopía socialista tras el derrumbe de la RDA; Martin

Walser, con su propuesta de enterrar el pasado nazi

de una vez y con sus ataques contra el crítico litera-

rio judío Marcel Reich-Ranicki; Günter Grass, con la

revelación de su silenciado pasado como miembro

de las SS.

También las polémicas, por muy farragosas que

resultaron en su momento, dan cuenta de la impli-

cación de los escritores alemanes en la sociedad, a

la vez que demuestran la consideración general de

la que goza la literatura en Alemania. precisamente

de esto habla el texto del poeta y dramaturgo volker

Braun que, tras cuarenta años de espera en la RDA

para sacar los manuscritos guardados en el cajón,

lamenta la paulatina pérdida de relevancia de la

literatura después de la caída del muro. De Günter

Grass se ha escogido un poema que remite a la épo-

ca en la que esto todavía no había sucedido: fue es-

crito en 1967 y forma parte de una serie de pregun-

tas a las que sometía Grass a su país en su poemario

Interrogado. Martin Walser, el novelista del Lago de

Constanza, concurre con unas reflexiones del año

1963 sobre su supuesta patria y el patriotismo

alemán que no son nada alentadoras, pero tan bien

aderezadas de humor cáustico que resulta difícil re-

sistirse a sus aplastantes verdades. El crítico peter

Hamm hace hincapié en su ensayo sobre la relación

de Goethe con Alemania y la compleja relación de los

alemanes con Goethe, en lo esencialmente ambiguo

e incluso contradictorio de los amores patrios. La

periodista Elke Heidenreich se remite al poema de

Heinrich Heine −“Cuando de noche pienso en Ale-

mania / no desciende a mis párpados el sueño”− en

su letra de una canción de 1976 para la actriz Senta

Berger, que cantaba contra el miedo en la oscuridad

de los años de gran represión policial tras los aten-

tados del grupo Baader-Meinhoff.

De la generación de escritores nacidos en los años

cincuenta, el novelista berlinés Reinhard Jirgl apor-

ta una escena hilarante de la época inmediatamen-

te después de la caída del muro, de su novela más

reciente, El silencio. Su particular sistema orto-

gráfico y de puntuación (tan difícil de pasar a otro

idioma) obliga a una lectura ralentizada que ayuda

a prepararse para el explosivo contenido irónico de

su prosa exuberante. Herta Müller ha aportado una

aguda reflexión sobre la terrible sensibilización lin-

güística a la que somete la experiencia del exilio al

perseguido y escapado de una dictadura, con la nota

grotesca añadida de que existen también exilios en

la propia lengua. Su propia expulsión de la patria y

de la lengua no termina con su viaje de Rumania a

Alemania, sino que se perpetua por la indiferencia o

impermeabilidad de los acomodados ciudadanos de

las democracias occidentales frente a la realidad de

los países del Este.

Sibylle Lewitscharoff, que en sus novelas describe

las excrecencias fatales de esta confrontación invo-

luntaria, indaga en su historia familiar como hija de

padre búlgaro y madre suaba, para trazar algunos

aspectos tragicómicos del malogrado aprendizaje

patriótico. Ilija Trojanow, búlgaro nacionalizado en

Alemania, que se siente en casa lo mismo en Kenia o

Sudáfrica que en la India, señala el efecto unificador

de la literatura y de la lengua alemanas. En cambio,

Kathrin Schmidt, criada al mismo tiempo que Tro-

janov en la RDA, advierte que el contacto con otras

culturas y lenguas en la RDA dificultaba tanto que,

a pesar de la curiosidad por lo otro de los jóvenes

de su generación, se convirtió en una angustiante

prueba. paralelamente a esta socialización germa-

no-oriental, en la parte occidental se volvía de la

conquista particular de la lejanía y se descubría el

atractivo de las estructuras de comunidad locales.

La Alemania de Andreas Maier, a su vez, es la de las

alternativas a los discursos ideológicos oficiales

y de las vías políticas institucionalizadas. Cecilia

Barbetta, la autora argentina que ha optado por su

lengua adoptiva como lengua literaria, se acerca a

Alemania con la fascinación de una amante que se

entrega plenamente al encanto del idioma y de la

cultura ajenos. Trece miradas sobre el mismo país,

trece puntos de vista, lúcidos, críticos, apasiona-

dos. Disfruten de ellos.

Foto de perfil: © peter Schwaar

Trece miradas de AlemaniaCecilia dreymüller, crítica literaria y traductora

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Nada más llegar a Alemania, a los primeros tres

días ya estaba invitada a una cena. El anfitrión

tenía, cuando entré en la cocina, carne de cordero

en el horno. por primera vez veía un horno ilumi-

nado y con cristal. No podía apartar los ojos, la luz

exponía la carne. Las burbujitas de calor reptaban

de un lado para otro, respiraban y estallaban. veía

esa carne brillante y marrón como una película pai-

sajística en un televisor de color: sol con bruma y

la roca bovina habitada por animales vidriosos. El

anfitrión abrió la puerta de cristal y dijo, mientras

daba la vuelta a los trozos de carne: “Canetti tam-

bién es de Rumania, ¿verdad?”. Yo dije: “Es de Bul-

garia”. él dijo: “Ah, vale, siempre confundo los dos

países, pero me sé las capitales: Bulgaria con Sofía,

Rumania con Budapest”. Yo dije: “Budapest es la de

Hungría, la de Rumania es Bucarest”. Su manera

de darle la vuelta a la carne con el tenedor se veía

en mi película como si un cangrejo de río reordena-

ra el paisaje. Y me daba la sensación de haberse

confundido sólo por haber confundido los trozos

de carne en la bandeja. Cerró la puerta de cristal

y dijo: “Espero que te guste. ¿Has comido cordero

alguna vez?”. “En Rumania se come mucho cordero

−le aseguré−. La epopeya nacional de los ruma-

nos, su Cantar de los Nibelungos, trata de ovejas y

pastores”. “Qué divertido”, dijo él. Le corregí: “No es

divertido, trata de engaño y de completo abandono

en medio del miedo, trata de dolor y de muerte”.

El alemán es mi lengua materna. Desde el princi-

pio lo entendí todo en Alemania. Todas las palabras

eran conocidas de cabo a rabo para mí. Sin embar-

go, los enunciados de muchas frases resultaban

ambiguos. No sabía qué pensar de las situaciones,

la intención con la que se pronunciaban se me es-

capaba. Seguía el rastro de comentarios desenfa-

dados como “qué divertido”. Los entendía como

frases definitivas. No entendía que querían ser

nada más que un suspiro secundario, que no sig-

nificaban nada, simplemente: “ah, vale” o “pues”.

Me los tomaba como frases completas, pensaba

“divertido” sigue siendo lo contrario de “triste”.

En cada palabra pronunciada tiene que haber un

enunciado, de lo contrario no se habría dicho. Co-

nocía el decir y el callar; sin embargo, desconocía

ese juego intermedio del silencio hablado sin con-

tenido.

En Alemania, a la gente le gusta decir (y eso se

hace hoy sin verificación alguna): “La lengua es la

patria”. Especialmente a los escritores les gusta

decirlo. Han adoptado ese dicho de los autores que

fueron expulsados por los nazis y condenados al

exilio. pero los autores del exilio que huyeron de la

muerte sintieron en su propia piel muy duramen-

te lo contrario; esto se puede leer en cada una de

sus frases. Los expulsados tuvieron que mantener

en alza el brillo de esta frase para no perderse a sí

mismos en medio de tanta pérdida. Dentro de su

propia cabeza, para no perderse camino de la fren-

te a la boca. para mis oídos esta frase significa:

“Todavía me tengo a mí mismo”. La lengua como

última posesión en el caso más extremo. Sin nece-

sidad no debería uno aventurarse a pronunciarla.

puesto que uno no se puede llevar la lengua. Se la

ha de llevar. Sólo si uno estuviera muerto, ya no la

Aquí en AlemaniaHerta Müller*

E S p E C I A L A L E M A N I A

CONOCÍA EL DECIR Y EL CALLAR; SIN EM-BARGO, DESCONOCÍA ESE JUEGO INTERME-DIO DEL SILENCIO HABLADO SIN CONTENIDO

Herta Müller. Foto: © Bettina flitner

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tendría, ¿pero eso qué tiene que ver con la patria?

Incluso, si uno transporta la misma lengua de aquí

para allá, no es la misma. Trastrabilla en la igualdad.

frases con palabras conocidas de cabo a rabo se

vuelven extrañas, porque no se puede descifrar su

relación con el asunto en cuestión. Me irrita la fra-

se “la lengua es la patria” cada vez que la escucho.

No se toma en serio el exilio como la aniquilación

de la existencia. Se ha tardado, pero finalmente en

Alemania se ha reconocido el Nacionalsocialismo

como el mayor desastre causado por culpa propia.

Sin embargo, cuando las conversaciones pasan de

las generalidades al detalle, existen huecos como

esta frase, donde el pesar normalizado se con-

vierte en irreflexión. “La lengua es la patria.” Si eso

fuera cierto, cualquier exilio sería aguantable como

una patria muy cercana e íntima. Naufragado en

la nada, uno tendría una segunda patria debajo de

su piel, hecha a medida y muy superior a cualquier

geografía o familiaridad. Uno podría, con la esquizo-

frenia de esta lengua metida en la cabeza, seguir

siendo alegremente “patriado”.

Como contrapartida de la frase “la lengua es la pa-

tria”, tomé nota de lo que dice Jorge Semprún, como

de pasada, en su último libro sobre su época como

ministro de cultura: “La patria no es la lengua. La

patria es lo que se habla”. Y en un país se habla de

lo que se hace con la cabeza, las manos y los pies.

Llegado al resbaladizo parqué de intrigas y rituales

de la alta política, el pensamiento del ministro de

cultura Semprún sigue retornando a Buchenwald,

al exilio y a la clandestinidad. él sabe que la patria

es la concordancia interior con lo que sucede en el

exterior. Y en la dictadura franquista, España no era

una patria. Como tampoco era una patria el ruso

para Sacharow durante su arresto domiciliario. En

“la patria es lo que se habla” se expresa la perse-

cución como un “no formar parte”, agudizado hasta

la amenaza de muerte, también sin exilio. La frase

demuestra que para tantos chinos, paquistaníes,

iraníes, serbios o cubanos, la lengua no constituye

una patria, como tampoco lo hace el país. La frase

de Semprún es precisa y no alberga sentimiento

alguno; sin embargo, en Alemania se prefiere la an-

tigua y sentimental con el consuelo incorporado.

Un consuelo sinuoso que basta mientras uno no lo

necesite, pues dispone de suficiente concordancia

en casa y no tiene idea del sufrimiento ajeno.

Dos veces compré flores en la misma tienda. La

dependienta, una mujer en su cincuentena, se se-

guía acordando de mí de una visita a otra. Así que,

como recompensa por haber vuelto, escogió para

mí los conejitos más hermosos del cubo, titubeó

un momento y preguntó: “¿Qué paisana es usted,

es francesa?”. puesto que no me gusta la palabra

“paisana”, yo también vacilé, y entre nosotras se

colgó un silencio antes de que yo respondiera: “No,

soy de Rumania”. Ella dijo: “Bueno, no pasa nada”, y

sonrió como si de repente tuviera dolor de muelas.

Sonó amable, como si dijera “eso le puede pasar a

cualquiera, sólo es una pequeña tara”. Y ya no le-

vantó la vista, mantuvo los ojos clavados en el ramo

envuelto. Estaba avergonzada, pues me había so-

breestimado. Ya al pedir conejitos con el nombre de

“boquitas de león”, pensé: en mi alemán traído de

allá, de Rumania, estas flores se llaman “boquitas

de rana”; en el idioma pueblerino de mi casa se de-

cía directamente “croares”, es decir, simplemente

el canturreo que emiten las ranas. La diferencia

entre leones y ranas no podía ser mayor; comparar

los dos animales es absurdo. Las “boquitas de león”

alemanas son boquitas de rana grotescamente so-

breestimadas. De la misma manera me sobreesti-

maron a mí unos minutos más tarde.

Cuántas veces he tenido que decir en Alemania de

dónde soy. En el kiosco, en la sastrería de arreglos,

en la zapatería, la panadería o la farmacia. Entro,

saludo, pido lo que quiero pedir, los dependientes

me atienden, dicen el precio y entonces, tras un

trago vacío de aliento: “¿De dónde es usted?”. En-

tre poner el dinero en la barra y guardar la vuelta

digo: “De Rumania”. Dado que hay que hablar un

poquito sobre el zapato o el vestido, sobre lo que se

puede hacer y lo que no, hasta aclarar los procedi-

mientos técnicos, pronuncio varias frases comple-

tas seguidas. Y me despiden con el comentario: “Ya

habla usted bastante bien el alemán”. No quiero de-

jarlo así y, sin embargo, no tengo nada que añadir.

El corazón me late en los oídos, quiero salir a la calle

cuanto antes y lo más disimuladamente posible, de

modo que me equivoco en la puerta y llamo la aten-

ción: en vez de empujar, tiro del picaporte o en vez

de tirar, empujo. Quiero desaparecer y ser invisible

y soy el hazmereír del día. pues en la puerta de la

sastrería o de la zapatería, además, cuelga una

campanita que pone en música mi estado interior.

El latido de mi corazón canta en todo el taller, antes

de conseguir finalmente salir. Es una campanita

señorial. A menudo hay otros clientes delante que

ladean un poco la cabeza y miran.

Inmediatamente después, al andar por la calle, me

imagino cómo sería si todos los clientes anteriores

y los que llegan después de mí tuvieran que decir

de dónde son. Repaso nombres de lugares y rimas:

“Buenos días, quiero jarabe para la tos y soy de

voss. Buenos días, quiero aspirina y soy de Tubin-

ga. Buenos días, quiero dos barras de pan y soy de

Aquisgrán. Buenos días, quiero cuchillas de afeitar

y soy de Neuenahr”. O al despedirse: “Hasta luego,

soy de Colonia y volveré otro día”. Me hago reír sa-

biendo que, en primer lugar, río demasiado tarde y,

en segundo lugar, me río de mí misma, ya que este

entramado de rimas no hace daño a nadie, y a mí no

me servirá de nada la próxima vez. Me hago un poco

de música contra la campanita en la puerta, pero no

me hago una piel más curtida. Y la necesitaría como

los zapatos necesitan suelas nuevas.

Cuántas frases empiezan desde hace años con las

palabras: “Aquí en Alemania...”. Quisiera ponerme a

la defensiva, pero al final mantengo la compostura

“LA LENGUA ES LA pATRIA.” SI ESO fUERA CIERTO, CUALQUIER ExILIO SERÍA AGUAN-TABLE COMO UNA pATRIA MUY CERCANA E ÍNTIMA. NAUfRAGADO EN LA NADA, UNO TENDRÍA UNA SEGUNDA pATRIA DEBAJO DE SU pIEL, HECHA A MEDIDA Y MUY SUpERIOR A CUALQUIER GEOGRAfÍA O fAMILIARIDAD. UNO pODRÍA, CON LA ESQUIZOfRENIA DE ESTA LENGUA METIDA EN LA CABEZA, SE-GUIR SIENDO ALEGREMENTE “pATRIADO”

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y digo: “pero si yo también estoy aquí en Alemania”.

Ante una mirada incrédula y de ojos muy abiertos,

me repiten entonces con aparente retractación:

“pero aquí en Alemania no se dice Bretsel sino

Breetsl. La primera “e” hay que alargarla y la segun-

da, tragársela, ¿me entiende? No tiene importan-

cia, pero ahora ya lo sabe”. A continuación una son-

risa que significa, según pienso: “No pasa nada”. Sin

embargo, acto seguido, viene en tono de pregunta

la frase: “¿Todo bien?”. Yo asiento con la cabeza

y supero todas las expectativas al decir “Laugen-

breetsl”. Y el dependiente dice: “Toll”, “genial”. Con-

tinúa sonriendo cuando el siguiente cliente pide un

“pan de soltero”. Yo ya estoy en la escalera mecá-

nica y la palabra “toll” me ronda por la cabeza. Yo

sólo conozco significados muy distintos de “toll”:

Tollwut (rabia), Tollkirsche (belladona), Tollhaus

(manicomio), Atoll (atolón), tollkühn (temerario).

También tolerancia y Ayatolá suenan a “toll”. Cada

una de estas palabras es casi tan larga como Lau-

genbreetsl. ¿Debería habérselas enumerado al

dependiente?, ¿o haberle cantado el anuncio de

pan en el metro?: “Ante el altar la novia permanecía

callada / un sabroso bocadillo de pan Pech masti-

caba”. Debería haberle dicho al dependiente cuánto

me gusta la palabra “pan Pech”. Que pan Pech para

mí expresa, de la manera más sucinta, todo lo que

las dictaduras hacen a la gente. En los interroga-

torios el agente secreto me decía a menudo que

no debía olvidar que comía pan rumano. En aquel

entonces no se me ocurría cómo llamar con una

única palabra el suplicio al que me sometía. Tuve

que esperar hasta el anuncio de pan en el metro

de Berlín para averiguar la palabra correcta para el

agotamiento de nervios. Estaba asombrada: la fra-

se “He comido mi pan Pech” es tan desconcertante-

mente clara como aquella de Semprún: “La patria es

lo que se habla”. La expresión es tan adecuada para

describir una dictadura que incluso se podría decir:

“puesto que Semprún comió su pan de brea, sabe

que la patria no es la lengua sino lo que se habla”.

De qué se habla cuando encuentro a mi vecina aba-

jo, junto a los buzones, y me cuenta, al subir juntas

la escalera, que por la noche no pega ojo porque su

hijo de tres años viene entre las dos y las tres de la

madrugada con un cordero de peluche a su cama

y quiere jugar: “Esto es el terror puro y duro”, afir-

ma, “el servicio secreto rumano no podría haberse

imaginado algo peor”. De profesión es historiadora.

¿Debo decirle que el servicio secreto rumano no

quería jugar conmigo a los peluches?

Traducción: Cecilia Dreymüller

*Herta Müller. nació en nitzkydorf, Rumania, en 1953.

Estudió Filología y trabajó como traductora y profesora de

alemán. En 1982 se publicó en Rumania una edición fuer-

temente censurada de su libro de relatos En tierras bajas,

considerado una profanación de la patria por la cruda ex-

posición de la vida en la diáspora alemana. Perseguida por

la Securitate, logró abandonar Rumania en 1987 y estable-

cerse en Berlín. Allí publicó en 1992 La piel del zorro, y en

1994, La bestia del corazón, sendos ajustes de cuentas con

la Rumania de ceaucescu. En su novela Hoy hubiera prefe-

rido no encontrarme a mí misma narra sus experiencias con

el servicio secreto rumano. Su novela Todo lo que tengo lo

llevo conmigo, de 2008, versa sobre la deportación de la mi-

noría germanoparlante de Rumania y su confinamiento en

un campo de trabajo soviético después de 1945. Sus ensayos

de El diablo está en el espejo y El rey se inclina y mata ex-

ploran la relación entre lenguaje y dictadura. Paralelamente

a su obra en prosa ha publicado tres volúmenes de poemas-

collage, también traducidos al español. En 2009 recibió el

Premio nobel de literatura.

EN LOS INTERROGATORIOS EL AGENTE SECRETO ME DECÍA A MENUDO QUE NO DEBÍA OLvIDAR QUE COMÍA pAN RUMANO. EN AQUEL ENTONCES NO SE ME OCURRÍA CóMO LLAMAR CON UNA úNICA pALABRA EL SUpLICIO AL QUE ME SOMETÍA

Herta Müller. Foto: © Bettina flitner

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Un punto de mira bajo y preguntas directas

pedirá siempre el horizonte:

cuando, testigo, dejé el estrado,

contra la pared, frente al tribunal,

en donde fronteras contradicen ríos,

a seis mil metros sobre el vaho, en casa,

el peluquero echó el aliento

al espejo y con el dedo escribió:

¿Nacido cuándo? vamos, dilo, ¿dónde?

Está al nordeste, al oeste de

y sigue alimentando a los fotógrafos.

Se llamó así y hoy se llama asá.

Allí vivieron hasta que, desde entonces, vivieron.

Lo deletreo: Wrzeszcz antes se llamó.

La casa quedó en pie, sólo el revoque.

El cementerio al que yo, no existe ya.

Donde entonces vallas, hoy puede entrar cualquiera.

Tan góticamente imagina las cosas Dios.

porque para mucho hay dinero hoy.

Conté gabletes, ninguno faltaba:

se recupera el medievo.

Sólo ese monumento de cola de caballo

se fue hacia el oeste huyendo.

Cada sintonía de radio pregunta;

porque cuando yo, entre conchas,

jugaba con la arena,

cuando encontré una tumba junto a Brentau,

cuando removí papeles en el Archivo

y en el hotel, a la pregunta en cinco idiomas:

¿nacido cuándo dónde y por qué?,

no supe qué decir y mi lápiz confesó:

fue en la época del marco-renta.

No lejos del Motlava, un afluente,

en donde forster bramó y Hirsch fajngold guardó

silencio, aquí, donde gasté mis primeras suelas

y, cuando pude hablar,

aprendí el tartamudeo: arena, empapada,

para hacer castillos, hasta que mi Grial de niño

se alzó góticamente y se derrumbó.

fue casi veinte años tras verdún;

y treinta años de plazo, hasta que mis hijos

me hicieron padre; olor de establo

tiene esa lengua, instinto de coleccionista,

cuando pinchaba historias, mariposas,

pescando palabras que temblaban

como gatos sobre madera flotante y,

al llegar a tierra,

parieron doce pequeños: grises y ciegos.

¿Nacido cuándo? ¿Y dónde? ¿por qué?

Eso lo he arrastrado de un lado a otro,

hundido en el Rin, enterrado junto a Hildesheim:

Castillo de arena mojadaGünter Grass*

E S p E C I A L A L E M A N I A

Günter Grass. Foto: © Gerhard Steidl

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pero buceadores lo encontraron y, en jaulas,

salieron a la luz los acarreos.

Hayuco, ámbar, polvo efervescente,

calcomanías y esta navaja,

una pieza de la pieza, cifras de tonelaje,

minuteros, botones, monedas,

una bolsita de viento para cada lugar.

Mi oficina de objetos perdidos me enseña el engaño:

olores, umbrales desgastados,

deudas prescritas, pilas

contentas sólo en las linternas

y nombres que son sólo nombres:

Elfriede Broschke, Siemoneit,

Guschnerus, Lusch y Heinz Stanowski;

también Chodowiecki y Schopenhauer

nacieron allí. ¿Cuándo? ¿por qué?

Sí, en Historia fui siempre bueno.

preguntadme sobre pestes y carestías.

Rezo de carrerilla tratados de paz,

maestres de órdenes, la miseria sueca,

y conozco a todos los Jaguelones

y todas las iglesias, desde la de San Juan

hasta la, ladrillo rojo, Trinidad.

¿Quién pregunta dónde aún? Mi acento

es malicioso hogareño báltico.

¿Cómo hace el Báltico? Blubb, pifff, pshsh...

En alemán, polaco: blubb, pifff, pshsh...

pero cuando, harto de fiestas populares,

en el encuentro de los refugiados,

alimentado en Hannover por autobuses especiales

y la Bundesbahn,

pregunté a los funcionarios,

se habían olvidado de cómo hace el Báltico

e hicieron rugir el Atlántico;

yo insistí: blubb, pifff, pshsh...

y entonces gritaron: ¡Muera!

Ha renunciado a derechos humanos y pensiones,

a indemnizaciones, su cuidad natal,

escuchad su acento:

eso no es el Báltico, es alta traición.

Interrogadlo bajo tormento, traed la Torre de los

Condenados, estiradlo, a la rueda, cegadlo,

quebradlo y quemadlo,

ponedle tornillos en la memoria.

Queremos saber dónde y cuándo.

No en el Dique de la paja ni en prado vecinal,

ni en el Barrio del pebre −¡ay, si sólo

hubiera nacido entre los graneros de Holm!−,

ocurrió junto a Striess, el riachuelo, el pasto

del Ejército,

y hoy la calle se llama Lelewela...sólo el número

quedó y quedó, a la izquierda de la puerta.

Arena, empapada, para hacer castillos: Grial...

Nacido en el castillo de arena, al oeste de.

Eso queda al nordeste y al sur de.

La luz cambia allí mucho más aprisa que en.

Las gaviotas no son gaviotas, sino.

Y también el río de la Leche, tributario del vístula,

fluía con miel bajo multitud de puentes.

Bautizado vacunado confirmado escolarizado.

Yo he jugado con fragmentos de bombas.

y me crié entre el Espíritu Santo

y el retrato de Hitler.

Me quedaron en los oídos sirenas de barcos,

frases truncadas, gritos contra el viento,

campanas intactas, algún fogonazo,

y algo de ese Báltico: blubb, pifff, pshsh...

publicado en el Libro Lírico Botín (Bartleby Editores)

Traducción: Miguel Sáenz

*Günter Grass. nació en 1927 en danzig (actual Gdansk).

vivió en su primera juventud los coletazos de la Segun-

da Guerra Mundial, tras la cual estudió Artes Plásticas en

düsseldorf y Berlín. desde 1956 ejerció simultáneamente

la literatura y la creación literaria, primero en París y luego

en Berlín. debutó como poeta con Las ventajas de las ga-

llinas de viento (1956) y más tarde escribió obras de teatro,

ensayos políticos y novelas. Su posición capital en las letras

alemanas se debe a la publicación de El tambor de hojala-

ta, en 1959. El gato y el ratón, de 1961, y Años de perro,

de 1963, le afianzaron como la voz más internacional de la

narrativa alemana de posguerra y de la conciencia políti-

ca de la Alemania socialista y antinazi. con El rodaballo

(1977), La ratesa (1986), Es cuento largo (1995) y A paso

de cangrejo (2005) presentó sendos cuadros críticos de la

sociedad alemana en los accidentados contextos históricos

del siglo XX. con su relato autobiográfico Pelando la ce-

bolla desató una fuerte polémica, al revelar que había sido

miembro voluntario de las SS. En 1999 recibió el Premio

nobel de literatura.

08-03-09. Foto: © Matth van Mayrit

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Bajo un cielo de acero Volker Braun*

La pregunta acerca de la labor de las artes en las

transformaciones bruscas, de la fuerza subversiva

del conocimiento estético, de su demanda de posi-

bilidad de existencia, no es una pregunta baladí en

una época indecisa en la que percibimos algo pesa-

do, algo inaguantable, pues se está consolidando

un orden antiguo.

para que la historia se mueva han de congregarse

los elementos socialmente separados. Justamente

esto ocurrió hace cuarenta años en parís y praga,

y hace veinte años en el Este. 1968 y 1989: esas

fueron grandes lecciones de historia que transcu-

rrió durante tanto tiempo de manera improductiva.

En 1968 fue abolido el reglamento universitario; en

1989 lo fueron las reglas del Estado.

Rubricamos nuestra lectura, que suscita los as-

pectos serios y graciosos de esta revuelta, con

un verso blanco de Thomas Brasch: Bajo un cielo

de acero. El 21 de octubre de 1989 una cantante

germano-francesa sorprendió en el canal France

Culture con el comentario: “Habrá que darse prisa

para cantar al Berlín dividido porque pronto estará

reunificado”. No era una época de cantar canciones,

ni sobre la división ni sobre la unidad. La relación

entre literatura y política era precaria, precisa-

mente porque la literatura tenía relevancia, pues

los libros nuevos se esperaban con ansiedad y se

temían. Desde el siglo de Horacio y Ovidio nunca la

literatura ocupó e indignó tanto a los poderosos y

animó tanto al hombre común. No es que se leye-

ran los libros impresos, bajo mano se sacaban los

libros suprimidos. Debates como confabulaciones,

y todos desembocaban en un único pensamiento:

de qué manera estamos presentes en la sociedad.

E S p E C I A L A L E M A N I A

pARA QUE LA HISTORIA SE MUEvA HAN DE CONGREGARSE LOS ELEMENTOS SOCIAL-MENTE SEpARADOS

No tocar. Alto voltaje. Foto: © María G. Kioro

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Se representaban de repente las piezas largamente

guardadas en el cajón, y actores de Dresde se salie-

ron de sus papeles con un manifiesto para dejar las

cosas claras. pero recordémoslo: ya en sus papeles

representaron su rol, el rol del arte, de atravesar las

fronteras. En la sala de espectadores se vivía una

realidad opuesta, donde la gente contenía el alien-

to; se ensayaba un pensamiento contrario en el

que se rompía con lo establecido.

La revolución no puede lograrse como dictadura.

Si no nos liberamos a nosotros mismos, no tendrá

consecuencias para nosotros.

fue una época de acción de las artes, de trabajar

hacia un cambio, que comenzó largo tiempo antes

como trabajo de serenamiento. Su prólogo solitario

fue el poema de Hermlin de 1947. Pasó la época de

los prodigios. Alcanzó su máxima repercusión en

aquel año lleno de prodigios: 1989. Actuar signifi-

caba penetrar en las contradicciones. No sólo mos-

trar unos síntomas sino toda la desgracia que des-

garra la sociedad. Tal vez hemos de reprocharnos

el no haber reconocido su parte buena, no haber

hablado a su favor. “Si ya no se trata de renovación

o limpieza,” (Christa Wolf en Accidente, 1986) “se

trata del completo derrumbamiento y no de alguna

promesa, ni mucho menos de una certeza para el

tiempo después...”. Y llegaron palabras de ánimo de

un lado insospechado: el cambio −vocablo de Gor-

batchov−; y en el x Congreso de Escritores, en no-

viembre de 1988, se citaba a Jakowlew: “Los tiem-

pos exigen someter cualquier decisión económica

o técnica a una especie de prueba humanitaria; hay

que aclarar, si usted quiere, su sentido humano y

su dirección”. Ese fue el nuevo pensamiento de

aquellos días y el impulso de la última literatura de

la RDA.

El cambio, 1988:

Este sorprendente viento del campo

En los pasillos. Escritorios

Estrellados. La sangre que vomitan

¿Y LA FAMA? Y EL HAMBRE

Los periódicos. Sobre los talones

Se da la vuelta la historia;

Por un momento

Decidida.

Y eso fue exactamente lo que experimentamos

entonces: que la historia estaba dando la vuelta

sobre los talones; y que sólo durante un momento

fue nuestro propio movimiento. La RDA desapareció

cuando empezó a ser interesante y nuestros lecto-

res y espectadores se convirtieron en otros tantos

oradores y actores. No puedo quitarme la idea de la

cabeza de que fue una sustancia humana, una de-

terminada moral de la multitud lo que colaboró en

producir el cambio pacífico. ¿No estuvo condiciona-

do por un potencial de conocimiento o expectativa?

¿Y no es su demanda hacia los resultados lo que la

hace estar en desacuerdo con ellos?

Si en 1968 en praga era Kafka lo que circulaba, en

el Berlín de 1989 fue Büchner: “La forma del Estado

ha de ser un vestido transparente que se ciñe es-

trechamente al cuerpo del pueblo”. Lemas tan tras-

lúcidos como este aparecieron en las calles. Aun-

que, donde sea que la literatura esté involucrada,

se trata siempre de historias incompletas. Al igual

que el proyecto de 1968, también el de 1989 es un

fragmento. La contraseña que se convirtió en per-

manente es “éramos el pueblo”. La sociedad solida-

ria no está a la vista. fuera lo que fuere el cambio,

no fue un cambio universal. Si bien Günter Grass re-

sumió todavía el año pasado: “Necesitamos un nue-

vo 68”, yo insinúo: “No. Hemos de pensar un nuevo

89; un cambio en el pie con el que pisa el género”.

El tipo de literatura que busca e investiga sigue

siendo incómodo en un Estado que había llegado

al final de las preguntas, cuando nos dio la res-

puesta definitiva. Desde entonces, aprendimos en

Alemania no tanto a actuar cómo ser objeto de ne-

gociaciones; no hemos hecho historia sino hemos

soportado historia. Ahora nos está centrifugando la

crisis que separa la nata de los ricos del suero del

salario mínimo. La policía de la empresa ha prepa-

rado preventivamente la expresión de la posdemo-

cracia. No obstante, continúa el movimiento y “la

autocomposición de las fuerzas sociales”, y des-

cubrimos dos Américas con el cambio. ¿Qué habría

pasado si hace veinte años Obama hubiera sido el

partenaire de Gorbatchov? El mundo se habría aho-

rrado guerras y terror, y también la prensa alemana

probélica. Con la asunción de Obama se abre por

un momento el cielo americano de acero. La “dul-

ce realidad de este momento” vuelve a ser el digno

instante de la poesía.

Que así sea. ¡Salud! por la no acometida, la no vivida

revuelta de hoy.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Roger Melis

*Volker Braun. nació en dresde en 1939. Tras el Arbitur,

trabajó como obrero industrial en la minería y en la construc-

ción y luego estudió Filosofía. A partir de 1960 fue miembro

del SEd y comenzó a publicar sus escritos. desde que en

1966 publicó su primer poemario en la editorial Suhrkamp,

Cosas provisionales, publica paralelamente en la RdA y la

RFA. Trabajó como dramaturgo en el Berliner Ensemble y

en el deutsches Theater. En 1988 recibió el premio nacional

de la RdA. Entre otros, ha firmado los poemarios Nosotros,

no ellos (1970), El lento crujir de la madrugada (1987), Tu-

mulus (1999), Jardín de recreo, Prusia (1996), y A las her-

mosas farsas (2005). Su prolija obra dramática, entre otras,

Los volquetes (1972), La historia inacabada (1975), Transit

Europa (1987), La gran paz (1990) −traducida al español− y

Bohemia junto al mar (1992), al igual que su poesía y prosa,

ponen el dedo en la llaga de las consecuencias morales de

la política. defensor empedernido de la utopía socialista, la

contrasta críticamente con la realidad, primero de la RdA y

después de la Alemania reunificada. Entre sus relatos y nove-

las se destacan Hinze y Kunze (1985), El veleta (1995) y La

zona no ocupada (2004). En 2000 recibió el premio Georg

Büchner. En 2009 la editorial Suhrkamp editó sus diarios de

trabajo Días laborales I.

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SI BIEN GÜNTER GRASS RESUMIó TODAvÍA EL AñO pASADO: “NECESITAMOS UN NUEvO 68”, YO INSINúO: “NO. HEMOS DE pENSAR UN NUEvO 89; UN CAMBIO EN EL pIE CON EL QUE pISA EL GéNERO”

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Mi abuelo todavía no sabía que era un alemán. En

el año 1870, en nuestros lares, llamaron a filas

todavía bajo la bandera bávara. Mi padre, alumno

de un instituto de bachillerato real y bávaro, pro-

bablemente tampoco se habría enterado del todo

bien de su "alemanidad" si no le hubiesen dado

unas sangrientas clases particulares entre 1914

y 1918. Cuando regresó a casa en 1919, estos te-

rribles años no podían haber tenido ningún senti-

do, así que lo mejor era seguir creyendo que había

sido a causa de Alemania. De modo que para mí

casi ya no se cuestionaba el asunto: yo desde le

principio había de ser alemán. (No quiero apelar

a las reservas bávaras, ya que son de naturaleza

más folclórico-heráldica que estatal.) Sin embargo,

a nuestros padres el sentimiento nacional produ-

cido en Berlín y Weimar no debió de parecerles lo

suficientemente insensible a la luz, de ahí su ocu-

rrencia mortífera: deberíamos convertirnos en ale-

manes de cabo a rabo. La biología tendría que dar

finalmente lo que la historia y la tradición, ni con

las falsificaciones más descaradas, habían podido

ofrecer, a saber: el hombre alemán. La que mon-

tamos como alemanes de cabo a rabo para por fin

tomar conciencia de nuestra particular forma de

ser es de sobra conocido. Desde entonces, lo que

uno más desea es renunciar de una vez por todas

a ser alemán. pero, como nadie es alemán por libre

elección, tampoco puede deponer su nacionalidad

como le da la gana y evadirse de este modo de la

sucia historia. Al menos para la mayoría esto re-

sulta imposible. Y aquellos que se podían permitir

hacerse ciudadanos de Liechtenstein, aparente-

mente no han sido empujados por su conciencia,

sino por su asesor fiscal al otro lado de la fronte-

ra. En cambio, nosotros, que debemos disfrutar

del desayuno en este país todavía unos cuantos

Siempre que quisimos ser una naciónMartin Walser*

E S p E C I A L A L E M A N I A

UN MOSAICO ALEMÁN I

DE MODO QUE pARA MÍ CASI NO SE CUESTIO-NABA EL ASUNTO: YO DESDE EL pRINCIpIO HABÍA DE SER ALEMÁN

Reflejos en Berlín. Foto: © Adriana Mansilla

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años más, echamos mano, cada uno a su manera,

del distanciamiento o de la ceguera, pues hemos

tenido que resignarnos a que somos más o menos

alemanes. Menos mal que nos señalaron a tiempo

un enemigo en el Este que nos dirige hacia una mo-

vilización "positiva" de nuestros sentimientos. Aun

así, tampoco hoy somos unos alemanes especial-

mente manifiestos.

Justo a tiempo antes de que pudiéramos conver-

tirnos en alemanes nacionales, se hicieron fuer-

tes las ideologías supranacionales, los sucesores

históricos de las naciones. Se equivocaba el suizo

Conrad ferdinand Meyer, que simpatizaba con no-

sotros, cuando nos vaticinaba una madurez tardía:

"cuando otros se marchiten, nosotros llegaremos

a ser un Estado". No llegamos a serlo. El pueblo

alemán siguió siendo una población, una reunión

de tribus que a duras penas soporta una lengua

común como corona. El efecto de las guerras mun-

diales y la influencia del ferrocarril han sido más

determinantes a largo plazo para la consolidación

conjunta de estas tribus que la fundación del Reich

por Bismarck. A él se debe, no obstante, que el fe-

rrocarril durante un tiempo haya podido llamarse

ferrocarril del Reich Alemán. Se demostró lo poco

que tenemos de nación cuando Alemania fue vacu-

nada con dos cultivos ideológicos distintos. ¡Cuán

rápidamente se distanciaron! Hoy Alemania ya

no existe. Y aquel que habla de reunificación en

libertad y paz se vería en un grave apuro si se le

pidiera explicar cómo quiere reunir en un Estado,

en libertad y pacíficamente, frankfurt del Meno

con frankfurt del Oder. Aunque ningún orador de

calibre renunciará a declararse defensor de la re-

unificación, las dos frankfurts siguen alejándose

irremisiblemente la una de la otra. Y no se ve dón-

de puede acabar esto. Al fin y al cabo, los oradores

de las dos Alemanias demuestran a diario a sus

doctores de vacunación que, con la ayuda de las

ideologías, se deja producir un grado de enemistad

que, en comparación con el odio de los chauvinis-

tas históricos, casi parece un signo de humanidad.

¿Habrá que constatar entonces que los alema-

nes vuelven a ser, de forma contemporalizada,

los mayores accionistas para la fundación de la

enemistad en el mundo? Sin duda radica una ló-

gica tenebrosa en el hecho de que la división de

Alemania es resultado de una guerra que nosotros

causamos porque nos comportamos como una na-

ción. para comportarnos como nación, por lo visto,

siempre necesitábamos algún similor para cegar a

los talentos políticos todavía existentes. El “Tercer

Reich”: ya el nombre no es otra cosa que una papa-

rrucha histórica. No se puede exigir que los efectos

sean menos absurdos que las causas. Alemania

fue dividida como una nación que se había dado

pote, sin haberlo sido en realidad jamás. De ahí

que el Berlín cruelmente dividido simboliza hoy un

destino nacional que −descontando los tiempos

de guerra− nunca fue una realidad. Y a Adenauer,

que es tan poco patriótico como un buen manual

de física, le cayó la sospecha de haber sido poco

amable con Berlín.

Al menos ahora estaremos probablemente para

siempre a salvo de dinastas mentecatos y semipi-

rados fanáticos del Reich que pretendan fundirnos

en una nación. por un precio terrible nos hemos li-

brado de la obligación de convertirnos en nación.

por aquí y por allá seríamos alemanes. Seríamos.

Nosotros en la República federal, por ejemplo. Un

Estado parcial, más adelante. ¿Qué aportamos

para ello? ¿Qué constituye lo alemán en nosotros

si no tenemos una cancillería del Reich que nos

lo proclame? La enorme distancia que mantiene

con nosotros cualquiera que viva en Zúrich o en

viena parece facilitar la tarea de discernir en una

persona lo que hace de ella un alemán. No hay

nada que añadir a estas calificaciones vulgares.

personalmente, prefiero la descripción, citar algu-

nas experiencias. Es posible que, de este modo, se

componga una imagen que, en cuanto a precisión,

se puede dejar ver al lado de las calificaciones del

montón.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Karin Rocholl

*Martin Walser. nació en Wasserburg, junto al lago de

constanza, en 1927. Su obra literaria arranca con Matrimo-

nios en Philppsburg, en 1957, y retrata con mirada crítica la

sociedad alemana de posguerra, con enfoque en la supervi-

vencia del individuo en el seno de un opulente mundo con-

sumista, especialmente en su trilogía Medio tiempo (1960),

El unicornio (1966) y La caída (1973). Es uno de los escri-

tores alemanes más premiados y también de los más prolí-

ficos: su obra abarca más de 30 libros de relatos y novelas,

entre las que se destacan Trabajo espiritual (1975), Oleaje

(1985), Dorle y Wolf (1987), La guerra de Fink (1996) y La

muerte de un crítico (2002). como tantos otros libros de

Walser, esta última novela, junto a su discurso de agradeci-

miento por el Premio de la Paz de los libreros Alemanes,

levantó una fuerte controversia. El consejo central de los

Judíos en Alemania le acusó de "incendiario intelectual",

y su novela se leyó como un ajuste de cuentas con el críti-

co literario judío Marcel Reich-Ranicki. En 2008 publicó

una novela sobre Goethe: Un hombre amante. como autor

de teatro se destacó especialmente en las décadas del 60 y

70. Ensayos como Hablar de Alemania le acreditan como

uno de los más importantes ensayistas políticos en lengua

alemana.

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SE DEMOSTRó LO pOCO QUE TENEMOS DE NACIóN CUANDO ALEMANIA fUE vACUNADA CON DOS CULTIvOS IDEOLóGICOS DISTIN-TOS. ¡CUÁN RÁpIDAMENTE SE DISTANCIA-RON! HOY ALEMANIA YA NO ExISTE

NO SE pUEDE ExIGIR QUE LOS EfECTOS SEAN MENOS ABSURDOS QUE LAS CAUSAS. ALEMANIA fUE DIvIDIDA COMO UNA NACIóN QUE SE HABÍA DADO pOTE, SIN HABERLO SIDO EN REALIDAD JAMÁS

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El otro día en Wendlandandreas Maier*

El otro día volví a viajar a Wendland1. Allí, todas las

personas llevan barba y saben hacer juegos ma-

labares. También el presidente de la iniciativa ciu-

dadana, Lüchow-Dannenberg, lleva barba y sabe

hacer juegos malabares. Yo iba a algo llamado

Lachparade, desfile de la risa, donde la gente se

congrega en un pajar y mira a otras personas con

barba hacer juegos malabares. por lo visto, estas

barbas tan singulares han surgido de la resistencia

contra la economía nuclear alemana. En el primer

tomo de Astérix (Astérix, el galo), en un momento

dado, preparan una pócima mágica que produce

un crecimiento de barba instantáneo. De repente,

a todo el ejército romano le crece la barba, igual que

a la resistencia en Wendland. En general, desde

siempre la resistencia en Wendland se ha definido

a través de los Astérix. Toda Alemania está ocupada

por la economía nuclear germano-federal... ¿Toda?

¡No! Una comarca poblada por irreductibles habi-

tantes de Wendland resiste, todavía y siempre, al

invasor. El último transporte de residuos nucleares

fue llamado, muy consecuentemente, “Castornix”2.

Los habitantes de Wendland resisten, todavía y

siempre, a la economía nuclear germano-federal,

mientras mi patria chica, la Wetterau, y más con-

cretamente mi ciudad natal, Bad Nauheim, ni si-

quiera resiste a la Expo de jardinería, por no hablar

de la vía de circunvalación. Creo que en toda la

comarca de Wendland hay tres semáforos, dos en

Dannenberg y uno en Lüchow. En la Wetterau pron-

to sólo habrá vías de circunvalación que llevarán a

las Expos de jardinería, en ciudades de las que no

ha quedado nada y que sólo se circunvalan. Me

gustaría invitar algún día a la comarca Wendland a

visitar la Wetterau para ofrecer allí un poco de resis-

tencia. por ejemplo, no tendría nada en contra de

una barricada de tractores en nuestra nueva vía de

circunvalación. Descargar un par de bloques de ce-

mento en la carretera y encadenarse a uno de ellos

para que nadie pudiera pasar. Sin embargo, la ley

de las carreteras de la Wetterau es más brutal que

la autoridad de la policía en Wendland durante el

desfile anual del castor. Los de la Wetterau simple-

mente atropellarían a la resistencia de Wendland

en sus vías de circunvalación. A lo mejor te puedes

plantar en el camino de un transporte de residuos

nucleares, ¿pero quién se planta en el camino de

uno de la Wetterau cuando se acerca a todo trapo,

a ciento treinta kilómetros por hora, por una vía de

circunvalación?

Mi patria chica está más muerta que una tumba, ha

abrazado la demencia del embellecimiento y de la

circunvalación como una ideología de redención,

para ser redimida finalmente de sí misma median-

te la aniquilación, tal como lo sueñan los héroes

amorosos de las óperas de Wagner. Hundirse en la

dulce nada. La nada de la Wetterau tiene forma de

carretera, el habitante de la Wetterau tiene forma

de coche y la redención empieza a 130 kilómetros

por hora.

En Wendland me encontré con una persona que no

sólo vivía “sin coche” −esto es, sin lugar a dudas, el

primer paso para todo lo demás− sino que incluso

vivía sin corriente eléctrica. Y, por cierto, no se le

veía nada raro. vino con su bici de carrera y llevaba

casco, debajo del cual asomaba una barba.

Durante medio año yo llevé barba en la Wetterau.

Todos me tomaron por un... aquí me falta la palabra

adecuada. por un sonado. por enmohecido. por en-

greído. Cada uno me tomaba por otra cosa, la ma-

yoría, por profundamente religioso y levitando en

el más allá. Yo me sentaba en el jardín detrás de

mi casa y hacía juegos malabares para mí mismo.

Más tarde me fui a Wendland para el Castornix y allí

pronuncié un discurso en el que sostuve la tesis de

que todos los Wendlanderos llevan barba y hacen

juegos malabares.

Así que el otro día volví a estar en Wendland, invi-

tado por el primer presidente de la iniciativa ciuda-

dana, Dannenberg-Lüchow, el jefe de la resistencia.

Lleva, ya lo mencioné, barba. Nada más presentar-

me en su granja, cogió disimuladamente tres pelo-

tas y empezó a hacer malabares. Lo hacía con toda

la tranquilidad del mundo, y únicamente cuando de

pronto hizo bailar las pelotas sólo con una mano en

vez de con las dos, me guiñó brevemente el ojo. Lo

que significaba: “no está nada mal, ¿verdad?”.

Entonces llegaron los caballos, dos frisios enor-

mes. A uno de ellos, una dama, le habían pintado

una x amarilla (como en el Castornix) en el trasero.

Este trasero se agitaba bastante. Y pensé cómo se-

ría el sexo aquí en Wendland y si ellos se pintarían

también en otras partes.

finalmente flotábamos a la deriva en una cister-

na de plástico cortada por la mitad sobre un lago

cubierto de cañas y observábamos las ranas ras-

gándose el vientre. Cuando llevas cuarenta y ocho

horas en Wendland, tienes la sensación de haber

pasado ya cinco años en esta comarca. Hasta los

pueblos de allí, todos redondos, tienen aspecto de

pueblo de Astérix. Alrededor están los romanos, en

uniformes verdes, por todas partes.

El antiguo ministro del interior Kanther una vez se

refirió a la gente de allá como a “gentuza asquero-

sa”. Los aludidos se lo tomaron a pecho y desde en-

tonces se llaman así entre ellos. Cuando en Lüchow,

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1Zona rural en Baja Sajonia, antiguamente fronteriza con la RDA, donde se encuentra el depósito de residuos nucleares al que el estado francés envía por tren sus desechos radioactivos. Desde la década de los 80, los habitantes de la zona han creado un movimiento de resistencia ciudadana muy activo contra los transportes, que cuenta con apoyo creciente en todo el país.2Juego de palabras que combina la negación coloquial alemana “nix” con la denominación oficial para los recipientes de residuos nucleares, “castor”, acrónimo de cask for storage and transport of radio-active material, es decir, recipiente de almacenaje y transporte de material radioactivo.

LOS HABITANTES DE WENDLAND RESISTEN, TODAvÍA Y SIEMpRE, A LA ECONOMÍA NU-CLEAR GERMANO-fEDERAL, MIENTRAS MI pATRIA CHICA, LA WETTERAU, Y MÁS CON-CRETAMENTE MI CIUDAD NATAL, BAD NAU-HEIM, NI SIQUIERA RESISTE A LA ExpO DE JARDINERÍA, pOR NO HABLAR DE LA vÍA DE CIRCUNvALACIóN

MI pATRIA CHICA ESTÁ MÁS MUERTA QUE UNA TUMBA, HA ABRAZADO LA DEMENCIA DEL EMBELLECIMIENTO Y DE LA CIRCUNvA-LACIóN COMO UNA IDEOLOGÍA DE REDEN-CIóN, pARA SER REDIMIDA fINALMENTE DE SÍ MISMA MEDIANTE LA ANIQUILACIóN, TAL COMO LO SUEñAN LOS HéROES AMOROSOS DE LAS ópERAS DE WAGNER

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o en Waddeweitz, o en Breselenz, o en cualquier

otra parte un grupo de Wendlanderos se encuentra

con otro, el primero exclama: “Allí está otra vez esa

gentuza asquerosa de la resistencia que todo el

santo día no da palo al agua, ni se lava y apesta”. Y

el segundo grupo responde: “Anda ya, si vosotros lo

que queréis es nuestra corriente eléctrica”.

La gentuza asquerosa de Wendland vuelve a estar

de gira este verano y busca un nuevo campamen-

to base, sí, exactamente, justo delante de nues-

tra casa. Barricadas de tractores inclusive. Quien

quiere puede aprender allí a hacer juegos malaba-

res. Un mes entero sin lavarse. Cuidado, ya vienen.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Jue Bauer

*Andreas Maier. nació en Bad nauheim, en las cercanías

de Frankfurt, en 1967, y estudió Filología clásica. Por su

primera novela, Martes del Bosque, un tratado ácido de la

rumorología provinciana, recibió el premio de la Fundación

Jürgen Ponto, el premio Ernst Willner del concurso Inge-

borg Bachmann y el premio de literatura “Aspekte”. En

2002 apareció su segunda novela, Klausen, una sátira sobre

las especulaciones inmobiliarias y la xenofobia en un idílico

pueblo del Tirol italiano. Su novela Kirilow, de 2005, cons-

tituye un complejo melodrama existencialista en torno a la

resistencia estudiantil contra el almacenaje de los residuos

nucleares del gobierno socialista. las tres primeras novelas

de Maier están traducidas al español. Sanssoucí, de 2009,

una malévola e hilarante intriga al estilo del Marqués de

Sade, que gira alrededor del tema de la verdad. Su novela

La habitación, de 2010, revisa las costumbres y modos de

vida provincianos. las columnas periodísticas, de las que

publicamos aquí una, se recopilaron en el tomo El tío J. Co-

nocimiento de la patria, de 2010.

Wendland, Alemania, 6 de noviembre de 2010. Manifestación contra el transporte de basura nuclear. Foto: © Mareike Lauken / activestills.org

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Soy alemana. En mi árbol genealógico pululan,

aparte de los ancestros de Turingia −en su mayo-

ría pastores protestantes, cantores o maestros de

escuela−, también “Losmänner”, “hombres de sor-

teo”, de la zona de prusia oriental. Eran pequeños

arrendadores a los que se les adjudicaba un terre-

no por sorteo. Este generalmente no bastaba para

alimentar a una familia, así que además trabajaban

de peones o de jornaleros. Entre ellos cuenta el li-

tuano Mikkelis Skleris; también había un polaco, un

ruso... Soy una mezcla, tal vez no muy variada, pero

me parece notar la mezcolanza, que se expresa en

un interés marcado por antepasados prusianos,

por biografías bálticas y la historia lituano-bielorru-

sa. Y si bien me crié en Turingia, fue esta otra cara

de la moneda de la vida que yo anhelaba. De ahí

que me ubico, cuando me preguntan por mi origen

en Alemania, siempre un poco más hacia el Este de

lo estrictamente necesario. Con una pierna estoy

plantada en el actual suelo alemán, pero la otra no

se decide y trata de pasar la frontera polaca hacia

el óblast Kaliningrado, tiembla un poco encima de

Masuria y Lituania y se queda suspendida en el

aire. No soy una alemana estable, me inclino hacia

el Este. Otros alemanes se inclinan hacia Turquía,

Italia o vietnam. Y puede ser que algunos se resis-

tan y prefieran no darse cuenta del temblor de su

pierna, ¿pero, lo consiguen? Cuando iba al colegio

−¡que conste: en la RDA!− teníamos en el tercer

curso un profesor de Biología que proyectó una au-

daz visión. “Un día”, profería a nuestros oídos abier-

tos de par en par, “todas las personas del mundo se

parecerán. Las diferencias raciales habrán desapa-

recido por completo, porque la gente se enamorará

por encima de las fronteras y tendrá hijos." A mí,

esta idea me parecía fabulosa y en casa proclama-

ba orgullosa querer tener hijos sólo con un negro.

Tras la primera risotada de mi madre seguían deba-

tes muy serios: que un niño de tez oscura siempre

sería un marginado, como el hijo de nuestra pro-

fesora de francés, que era madre soltera. Que un

niño de tez oscura simplemente no encajaba con

niños blancos, que tenía otra mentalidad, que era

más salvaje y no podía aprender los modales ale-

manes. Que los demás en la calle siempre estarían

cuchicheando a espaldas del niño. Estaba asom-

brada, ya que mis padres, como todos los demás,

solían venerar la aproximación de los pueblos, es

más, la amistad de los pueblos. Cuando dos años

más tarde unos argelinos debían hacer una for-

mación profesional en nuestra pequeña ciudad

germano-oriental, porque la dirección de nuestro

país prometía de su acercamiento al bloque orien-

tal la superación de su dependencia de francia, a

las chicas nos sometieron a unas charlas, separa-

das de los chicos, en las que nos ponían firmes a

todas. Debíamos aprender a no andar solas por la

tarde o la noche por la ciudad, sino siempre por lo

menos de tres en tres. Y no estaba directamente

prohibido bailar en el beat, como llamábamos a los

bailes, con los argelinos, pero no debíamos permi-

tir que nos acompañasen a casa. Que ellos tenían

otra relación con las mujeres y chicas que los hom-

bres alemanes, y a pesar de haber pasado las más

estrictas pruebas, no se podía garantizar que no

hubiera entre ellos violadores y navajeros. Aquello

incitaba mi curiosidad, yo bailaba, me morreaba y

me dejaba llevar a casa. ¿Y mi vecina Sabine? pa-

rió el primer hijo de argelinos a la edad de 15 años,

el segundo a los 17, el tercero a los 18 y el cuarto

a los 20. Al final se trasladó a Argelia, país que de

repente volvía a formar parte más del Oeste que

del Este. veinticinco años después, me la encontré

por casualidad. Estaba divorciada, sus hijos vivían

en Argelia y ella había vuelto a Turingia, cosa que

probablemente no habría hecho si hubiera seguido

siendo Alemania oriental. Despotricaba contra la

RDA que la había empujado a semejante infierno

matrimonial sólo para poder abandonar el país; por

suerte, ahora todo esto había terminado...

En aquel entonces, raras veces se perdían extran-

jeros en la parte oriental de Alemania. Es cierto,

estaban los rusos, que ni mucho menos eran

rusos todos ellos, aunque se llamasen así. pero

su vida transcurría esencialmente separada de

nuestra cotidianidad. Yo sólo puedo recordar tie-

sos encuentros entre alumnos y unidades de apa-

drinamiento del Ejército Rojo, o una compra en el

almacén ruso, donde había leche condensada azu-

carada, alfombras más bonitas que en las tiendas

propiedad del Estado y vajilla de hierro esmaltado

de colores que yo curiosamente adoraba. por lo

demás, se extendían a veces en las calles barreras

de tablas de clavos y se nos prohibía salir de casa.

Entonces sabíamos que otra vez uno de ellos había

desertado y que su fuga acabaría inevitablemente

con su muerte. Nunca veíamos a los soldados sin

uniforme; por tanto, nunca los veíamos como seres

humanos. Más tarde vinieron chilenos, vietnamitas

y cubanos. pero mientras los vietnamitas por lo ge-

neral mantenían una tímida distancia y no se sal-

taban la prohibición de contactos privados con los

alemanes, los refugiados políticos de Chile no eran

tan fáciles de disciplinar, y también los cubanos

mostraban ganas de disfrutar de la vida. La tenden-

cia iba más hacia la observación que hacia la profi-

laxis. En aquel entonces, cuando en la RDA la paz

entre los pueblos y la aproximación de los pueblos

adornaban con frases trilladas cualquier meeting,

la realidad te deparaba todo lo contrario. ¿Y hoy? Si

bien el racismo no tiene buena prensa en Alemania,

los extranjeros que buscan asilo político a menudo

viven lejos de los centros de las poblaciones, en

el llamado quinto pino, donde su contacto con los

lugareños es prácticamente nulo. Toda Europa −y

Alemania híbridaKathrin Schmidt*

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CON UNA pIERNA ESTOY pLANTADA EN EL ACTUAL SUELO ALEMÁN, pERO LA OTRA NO SE DECIDE Y TRATA DE pASAR LA fRONTERA pOLACA HACIA EL óBLAST KALININGRADO, TIEMBLA UN pOCO ENCIMA DE MASURIA Y LITUANIA Y SE QUEDA SUSpENDIDA EN EL AIRE

NUNCA vEÍAMOS A LOS SOLDADOS SIN UNI-fORME; pOR TANTO, NUNCA LOS vEÍAMOS COMO SERES HUMANOS

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también toda Alemania− envía dinero al Magreb,

para impedir el paso de los que vienen del sur de

África y pretenden cruzar el Mediterráneo. para que

nadie, en la medida de lo posible, se entere de esto,

en Alemania la gente se distrae con Thilo Sarrazin,

quien ha desencadenado un debate sobre el fun-

damento genético específico de cada pueblo para

el intelecto y sobre el rechazo de adaptación de los

alemanes de origen extranjero. Apenas nadie ha

leído realmente su libro Deutschland schafft sich

ab (Alemania se desmonta), aunque cientos de mi-

les lo han comprado. En los medios, a Sarrazin se le

quita la palabra de forma previsible con las tijeras

del antirracismo. A pesar de tener razón en muchas

cosas que dice, yo no sacaría las mismas conclu-

siones que saca él. pero no me gusta que se esté

en contra de hechos observables sólo porque se

oponen a un punto de vista prefabricado supues-

tamente antirracista. pues una se va olvidando

del cierre de fronteras sancionado por el Estado

mientras está discutiendo con Sarrazin. Alguien

que tiene, como yo, amigos de Bosnia o ha presen-

ciado una deportación por avión sabe de qué estoy

hablando.

Una diferencia fundamental entre los viejos y los

nuevos tiempos: hoy en Alemania uno puede levan-

tar la voz, inmiscuirse, estar en contra y, a veces,

conseguir algo con coraje social cuando el Estado

zarandea a un extranjero. No considero a Alemania

mi país. Es el país cuya lengua hablo por mayor o

menor casualidad. Nada más, pero, por suerte,

tampoco nada menos.

Traducción: Cecilia Dreymüller

*Kathrin Schmidt. nació en Gotha, Turingia, en 1958.

Estudió Psicología y ha trabajado como psicóloga infantil,

periodista y socióloga. conocida primero como poeta desde

que en 1993 ganó el premio leonce-und-lena de poesía,

irrumpió en 1998 en la narrativa alemana con su exuberante

novela feminista La expedición Gunnar-Lennefsen (Tus-

quets). Entre sus novelas se destacan Los gatos negros de

Seebach, que trata del acoso de los servicios secretos de la

RdA y de su penetración en la vida familiar de las personas,

y Los hijos de Koenig, que aborda el desarraigo que expe-

rimentaron muchos ciudadanos de la RdA tras la caída del

muro. En 2009 ganó el Premio del libro Alemán a la mejor

novela con su relato autobiográfico sobre la paulatina recu-

peración de la memoria tras un coma clínico, No morirás.

Sus títulos más recientes son el poemario Abejas ciegas y

el tomo de relatos Finito. Pasemos página. Es madre de 5

hijos y vive en Berlín.

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Kaiser Wilhelm Gedachtniskirche. Foto: © Matth van Mayrit

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Yo era una niña profundamente arraigada en Suabia.

Me parecía que la forma más natural de hablar era el

alemán. También para mi padre, que era búlgaro. él

había estudiado Medicina en Austria y hablaba con

un ligero acento vienés, pero en un alemán mucho

más complejo y ágil que la familia suaba a la que

se había integrado por matrimonio. Esto cambiaba

cuando le venían a visitar otros emigrantes búlga-

ros. De repente se convertía en un extraño, empeza-

ba a gesticular con las manos y adoptaba otra ento-

nación. Nuestro Teckel enseguida se ponía a gruñir

y se retiraba bajo el sofá, desde donde ladraba y gru-

ñía sin parar, y no había manera de tranquilizarle,

hasta que mi padre volvía a hablarle en su dialecto

suabo habitual.

Yo vivía en una simbiosis mimética con el animal,

me imaginaba que entendía todo lo que le pasaba

y que a su vez el animal me entendía a mí hasta el

más mínimo detalle. No es de extrañar que adopta-

ra sus gruñidos. Cuando mi padre hablaba búlgaro,

también yo empezaba a arrugar la frente y a gruñir.

Este reflejo lo conservo hasta el día de hoy. Nada

más escuchar a alguien en el metro hablar en un

idioma eslavo, ya se activa. Sólo debido a un capa-

razón de civilización arduamente adquirido no me

levanto de un salto ladrando y cambio de asiento.

Hasta consigo fingir una falsa amabilidad, sonrío in-

cluso y contesto con educación cuando alguien me

pide alguna información.

De los esfuerzos emprendidos por los miembros de

la minúscula asociación de emigrantes búlgaros

para arraigar después de la guerra en el entorno

suabo y en un idioma extranjero, yo no tenía ni idea

de niña. La mayoría de ellos se hallaba sin remedio

a merced del nuevo mundo; ni para visitas podían

viajar a su antigua patria. Un caso extremo de vene-

ración de la lengua alemana y su contenido espiri-

tual lo representaba un analfabeto. Este miembro

económicamente más pudiente de la asociación,

Confusiones lingüísticas alemanasSybille Lewitscharoff*

E S p E C I A L A L E M A N I A

ENTRE LA MULTITUD DE pARIENTES ARCHI-SUABOS DESpUNTABA UN pERSONAJE QUE HABLABA DE fORMA TAN SINGULAR QUE CASI SONABA COMO UN LENGUAJE SECRETO

Unter den Linden. Foto: © Matth van Mayrit

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propietario de un club de alterne, regentaba con

mano férrea el ambiente prostibulario de Stuttgart.

Apenas sabía leer y escribir; no obstante, había ins-

talado una biblioteca en su piso. Ocupaba casi todas

las paredes y constaba de tomos de madera que

imitaban una vetusta y venerable biblioteca surtida

de ediciones completas de la filosofía y literatura

alemanas del siglo xvIII y xIx. Especialmente coque-

ta resultaba la mirilla situada entre Kant y Schelling

por la cual se podía atisbar el dormitorio desde el

salón.

Yo vivía en Stuttgart en una isla lingüística de gran-

des autoridades. Esto me ha marcado. Entre la mul-

titud de parientes archisuabos despuntaba un per-

sonaje que hablaba de forma tan singular que casi

sonaba como un lenguaje secreto. Aunque se podía

entender cada palabra, el contexto permanecía os-

curo o, por el contrario, el contenido de sus parcas

palabras era de una precisión tan cortante que una

caía de cualquier contexto. La tía Luise hablaba el

lenguaje de la tiranía. Ella encabezaba el clan, era la

mayor de doce hermanos, de los cuales mi abuela

era la más joven. Seis años en la primaria habían

bastado para convertirla en la reina del mercado

negro de Stuttgart. Levantó un auténtico imperio,

compuesto de casas de pisos en la parte occiden-

tal de Stuttgart que iba comprando una tras otra. De

paso, llevaba una tienda de electrodomésticos. La

visita oficial de Haile Selassi coincidió con su época

de gloria. Cuando paró en Stuttgart, consiguió ven-

der a su delegación de empresarios un gran número

de calentadores eléctricos de biberones. Con miles

de biberones calentados volvieron los señores a su

país, caluroso como un horno.

Alrededor de la tía Luise circulaban incontables his-

torias. De haber sido una época del mito, ella habría

dado la talla para un gran personaje mitológico. Con

una cabeza como una india, la vista aguda hasta su

ancianidad, solía bajar en coche a toda hostia, toda-

vía a sus noventa años, por la calle Neue Weinsteige,

mareando a cualquiera que iba con ella. Como habla-

dora, la tía Luise era muy parca, nunca participaba

en los chismorreos, y menos con temas reservados

más bien a las mujeres. La tía Luise guardaba silen-

cio y paseaba sus ojos oscuros con mirada aguda a

su alrededor. A continuación solía hablar escueta-

mente. Cuando emitía un juicio, uno podía oír tem-

blar las cucharitas de café. Nunca se retractaba ni

añadía nada. Sus juicios se sostenían sin frases su-

bordinadas. Entre el vaivén del parloteo, sus frases

parecían hechas de molde. Un monólogo de frases

cortas con largas pausas entre medio. Alguien que

domina con semejante seguridad el monólogo bre-

ve desde luego no se deja impresionar con frases

como “yo soy el que soy”. La tía se las había arregla-

do sin dios y consideraba a su hermana menor una

deficiente mental a causa de su piedad. Muy en con-

tra de la creencia común, según la cual solo aque-

llos que llevan una vida devota tendrán una muerte

dulce, ella murió segura de sí misma.

pero ahora, adiós a Suabia. Dieciséis horas de vuelo

y se llega a Buenos Aires. Allí vivía yo en los años 76

y 77 con veintitrés años. Eran tiempos tenebrosos

en Argentina. La inflación avanzaba a galope; el apa-

rato militar bajo videla arrojaba a los miembros de la

oposición al mar.

Buenos Aires es una ciudad rara. Extendida a lo lar-

go y a lo ancho, como una tortilla de maíz, junto a la

desembocadura de un gran río, en ella se encuen-

tran todos los estilos arquitectónicos conocidos

desde mediados del siglo xIx en las distintas me-

trópolis europeas. En el centro predominan los bu-

levares al estilo parisino, en el resto de los barrios

está todo bastante revuelto. Una casa de la Selva

Negra con entramado de madera se halla al lado de

una villa romana; casas adosadas al estilo inglés se

ven junto a una torre art déco. Respecto del idioma,

me sentía a gusto entre los argentinos y pronto me

salía su español consonántico como de metralleta.

Los argentinos son artistas verbales natos. Nada

les gusta más que un extranjero que comete erro-

res. Lo asimilan enseguida, lo van pasando de uno a

otro y se lo pasan pipa. Nunca más he visto a gente

que le quita a una la inhibición de hablar de forma

tan alegre.

Lo que me resultaba cansador era la manera de con-

versar, que es opuesta a la de los alemanes. A los

alemanes nos gusta seguir con un mismo tema y

expandirlo en todas las direcciones. Los argentinos

consideran eso pedante. preguntan algo y antes de

que el interpelado tenga oportunidad de contestar,

ya están en otra parte. Cien temas distintos no son

nada raro en una conversación nocturna de sobre-

mesa. van saltando y saltando, toman aquí y allá un

bocado y lo dejan caer. Esto a mí me producía verda-

deros mareos. Y, sin embargo, a la postre he vivido

con gratitud la experiencia de tener que desarrollar

una manera más saltarina de conversar, ajena al

galimatías del inmigrante búlgaro y alejada de las

autoridades suabas.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Susanne Schleyer

*Sibylle Lewitscharoff. nació en Stuttgart en 1954, hija

de madre alemana y padre búlgaro. Estudió ciencias de la

Religión y trabajó como contable en una agencia de publi-

cidad. debutó como escritora con obras de teatro radiofó-

nico sobre las desgracias hilarantes del despiadado mundo

laboral. Su primera novela, Pong (1998), ganó el premio

Ingeborg Bachmann. En Montgomery (2003) presentó un

ejercicio de imaginación y lucidez narrativa, en el que un

productor de cine de Stuttgart reflexiona en Roma sobre

el amor, el mundo del cine y su no amada patria. En Con-

sumatus (2006), despliega con fuegos artificiales de ironía

el monólogo de un profesor borracho que hace desfilar los

muertos de su vida. cargada de humor cáustico, Apostolov

(2009, publicada en España por Adriana Hidalgo Editores)

relata el viaje de dos hermanas alemanas a Bulgaria, la pa-

tria de su padre. En 2010 expuso en el Museo de la literatu-

ra Moderna de Marbach una serie de proyectos de teatro de

papel sobre grandes escritores alemanes. En 2009 ganó por

Apostolov el premio de la feria del libro de leipzig.

E S p E C I A L A L E M A N I A

LOS ARGENTINOS SON ARTISTAS vERBA-LES NATOS. NADA LES GUSTA MÁS QUE UN ExTRANJERO QUE COMETE ERRORES. LO ASIMILAN ENSEGUIDA, LO vAN pASANDO DE UNO A OTRO Y SE LO pASAN pIpA. NUNCA MÁS HE vISTO A GENTE QUE LE QUITA A UNA LA INHIBICIóN DE HABLAR DE fORMA TAN ALEGRE

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A mí también me nacionalizaron. fue en los viejos

tiempos, antes del test de habilitación. Un funcio-

nario estaba hojeando los formularios que yo había

completado con sumo esmero. Me preguntaba por

mis datos personales, pero también por mis hob-

bies. Así fue como llegamos a hablar de mi amor por

la literatura. “Ah”, decía el funcionario, visiblemente

aliviado por haber dado con el definitivo test indica-

dor universal, “entonces usted seguramente me po-

drá decir algo sobre el gran escritor alemán Lenz”.

“Claro que sí”, le contesté, “¿pero a qué Lenz se

refiere? ¿A Hermann, a Siegfried o a Jakob Michael

Reinhold?”. “vale, vale”, me interrumpió el funciona-

rio impaciente, “ya veo que está al tanto”. Acto se-

guido, firmó mi solicitud y me dejó marchar.

Se podría decir que debo mi pasaporte alemán a un

cumplimiento excesivo de integración, y quién sabe

si me habrían invitado hace poco a un encuentro

con el señor ministro de exteriores, sin haberme

familiarizado con Lección de alemán, de Siegfried

Lenz, sin haberme ocupado con El encuentro, de

Hermann Lenz o incluso con El tutor, de J.M.R. Lenz.

En la conversación ministerial sobre cultura, lengua

y pluralidad había una serie de personas interesan-

tes e inteligentes con “fondo migratorio”. Debatie-

ron animadamente durante un buen rato y no se

pusieron de acuerdo.

Estaban aquellos que querían obligar a las niñas

musulmanas a asistir a las clases de natación, ya

que ese sería el camino para librarlas de las mortí-

feras garras reaccionarias de sus padres. Estaban

aquellos otros que abogaban por ofertas retóricas

para los “autoctonalizados” con el fin de aumentar

su identificación con este país. Estaban aquellos

que tomaban una postura decididamente antirreli-

giosa, y aquellos otros que exigían clases del Corán

en alemán en el colegio. Y finalmente estaban aque-

llos que casi se desesperaban ante la complejidad

de los retos. Lo único que teníamos en común era

que todos dominábamos la lengua alemana, que

pensábamos y sentíamos en ella. Todos nosotros,

tal como estábamos reunidos en un separado, éra-

mos patriotas lingüísticos.

Esta es la razón por la que uso la palabra “alemán”

sin cargo de conciencia. para mí significa, ante todo,

la lengua alemana que elegí como patria. ¿Quiere

decir eso que la lengua alemana es superior a otras

lenguas? ¿puede serlo? ¿Implicaría semejante

convicción una relación hostil hacia otras lenguas?

Cualquier profesional del tenis apuesta por su pro-

pia raqueta, y mi raqueta es la lengua alemana. Hay

todo tipo de razones para aprender el alemán: leer

a Büchner, Kafka o Celan en su idioma original; ave-

riguar en qué mal alemán vociferan los nazis en las

viejas películas de Hollywood; o entender los bucles

creativos del Kanaksprak, la jerga que hablan los jó-

venes turco-alemanes.

Doscientos cincuenta y seis millones de euros, el

presupuesto anual del Goethe-Institut, parece una

friolera cuando se trata de fomentar y difundir una

de las lenguas culturales más ricas de la historia de

la humanidad. Resulta absurdo en este contexto ha-

blar, como en acto reflejo, del miedo ante un nuevo

imperialismo cultural, dado que la oferta del Goethe-

Institut no compromete a nadie, la participación es

voluntaria y el alemán compite con otras lenguas

europeas más grandes. No obstante, parecería que

a la clase política que, por un lado, pide en voz tan

alta la asimilación de los extranjeros le faltase, por

otro lado, la confianza necesaria para llevar la len-

gua propia hacia el mundo.

por desgracia, la penosa desatención de la lengua

alemana se comprueba no sólo a nivel político. Se

observan también supuestos embellecimientos de

tipo cosmético. La operación se denomina “anglo-

nización”, y el producto final, “McAlemán”. por una

parte, están las tantísimas palabras −se estiman

entre 5.000 y 8.000− que en los últimos años se

han difundido como una epidemia: opening, ticket,

crew. por otra parte, se han introducido clandesti-

namente anglicismos secretos, en especial entre

los verbos: generieren (generar), initialisieren (ini-

cializar) e implementieren (implementar). Estamos

rodeados de expresiones idiomáticas importadas;

um eine lange Geschichte kurz zu machen (para

abreviar una larga historia), einen Unterschied ma-

chen (hacer una diferencia), Ich sehe Ihren Punkt

(veo su punto), ¿en la frente? Sí, hasta Liebe ma-

chen (hacer el amor) es una expresión no alemana,

ya que el teutón solía ejercer durante siglos −tan

aparatosa como ordenadamente− el comercio car-

nal.

Naturalmente, no todos los lunares de la propia

amada son hermosos, y no todas las piezas de bi-

sutería que se cuelgan constituyen un ejemplo de

fealdad. por eso, resultan a menudo ridículos los

intentos de germanizar cualquier importación lin-

güística. El intento más famoso de limpieza verbal

lo realizó en 1801 Joachim Heinrich Campe: para

“desmentido” propuso “mentira denunciada”. Y

nada menos que cuatro alternativas para “ironía”:

“ignorancia fingida”, “alabanza de la burla”, “broma

vapuleada” y “seriedad de bromista”.

Tanta “broma vapuleada” era insoportable y hoy

cualquier ciudadano conoce, al menos teóricamen-

te, la ironía. Aunque se la guarde, como todas las

demás adaptaciones tras siglos de nacionalización,

en guetos enciclopédicos. Y es que en Alemania

existe una extraña jaula idiomática llamada “dic-

cionario de extranjerismos”, un fenómeno prácti-

camente desconocido en inglés. Los guardianes de

las diferencias de origen anotan allí no sólo las pala-

bras extranjeras propiamente dichas sino también

los llamados préstamos léxicos, como si quisieran

señalar que lo que viene de afuera siempre será de

afuera. Al pomelo, por ejemplo, Pampelmuse en ale-

mán, que inmigró hace muchos siglos del tamil bal-

bolmas, pasando por el neerlandés pompelmoes,

se le sigue arrinconando, a pesar de sonar tan es-

tupendamente alemán como Apfelmus, la compota

de manzana.

Y allí nos topamos con un malentendido fundamen-

tal. Integración no debería significar adaptación

sino enriquecimiento. Si uno se pone a investigar

La nacionalización del pomeloilija trojanow*

E S p E C I A L A L E M A N I A

LO úNICO QUE TENÍAMOS EN COMúN ERA QUE TODOS DOMINÁBAMOS LA LENGUA ALEMANA, QUE pENSÁBAMOS Y SENTÍA-MOS EN ELLA. TODOS NOSOTROS, TAL COMO ESTÁBAMOS REUNIDOS EN UN SEpARADO, éRAMOS pATRIOTAS LINGÜÍSTICOS

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objetivamente las “tendencias de mestizaje” en la

Alemania actual, uno comprueba que no es la mez-

quita la que domina la silueta de la ciudad, sino la

popular multiculturalidad culinaria que se ha im-

puesto hasta tal punto que la taberna alemana

prácticamente ha desaparecido, dejando lugar para

la pizzería, los burger y los locales de gyros. Y con

respecto a la lengua, de ninguna manera la amena-

za de extranjerismos viene de Anatolia. Los bajás

con su fez a duras penas han conseguido colar el

“cadí” y el “café” en el idioma alemán, mientras los

yanquis y los ingleses lo atropellaron. ¿Quién inva-

de con extranjerismos a quién? ¿Y quién se defien-

de contra ello? Las fronteras entre los frentes no

están tan claramente trazadas como nos quieren

hacer creer algunos artículos de opinión.

Hace algún tiempo, en uno de estos chawls donde

vive hacinada la mayoría de los habitantes de Bom-

bay, me abrazó un extraño con una gran sonrisa ni

bien se enteró de dónde venía. “Hablo alemán”, dijo

el hombre, “lo he estudiado un poco”. “¿por qué?”,

le pregunté sorprendido. “porque amo la lengua, es

una lengua tan hermosa”, me explicó, dejándome

sin respuesta. Me sentí orgulloso. En aquel barrio

pobre de la India −lejos de los debates sobre he-

chos diferenciales, catálogos de medidas y tests de

nacionalización− no era problema para mí, el pa-

triota lingüístico, sentirme feliz con ese cumplido.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Thomas Dorn

*Ilija Trojanow. nació en Sofía, Bulgaria, en 1965. En 1971

huyó con su familia a Italia y a Alemania, donde obtuvieron

asilo político. Residió diez años en Kenia y luego estudió

derecho y Etnología en Múnich. Fundó la editorial Marino

para la promoción de la literatura africana. En la década del

noventa vivió en la India, donde estudió sus culturas y se

convirtió al Islam. Su viaje a la Meca lo recogió en Viaje

a las fuentes santas del islam. En 1996 publicó su primera

novela sobre un exiliado búlgaro en Italia y Alemania, El

mundo es ancho y la salvación acecha en todas partes (Tus-

quets). Su novela sobre el arabista y explorador Sir Francis

Richard Burton, El coleccionista de mundos (Tusquets), fue

un éxito internacional. Aparte de novelas ha publicado múl-

tiples libros de viajes y ensayos sobre África y temas del en-

cuentro de culturas, como Negativa a la lucha. Las culturas

no luchan entre ellas. Reside actualmente en Múnich.

E S p E C I A L A L E M A N I A

HAY TODO TIpO DE RAZONES pARA ApREN-DER EL ALEMÁN: LEER A BÜCHNER, KAfKA O CELAN EN SU IDIOMA ORIGINAL; AvERI-GUAR EN QUé MAL ALEMÁN vOCIfERAN LOS NAZIS EN LAS vIEJAS pELÍCULAS DE HO-LLYWOOD; O ENTENDER LOS BUCLES CREA-TIvOS DEL KANAKSpRAK, LA JERGA QUE HABLAN LOS JóvENES TURCO-ALEMANES

Sansibar. Trojanow toma notas para su último libro

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24 E S p E C I A L A L E M A N I A

¡Hostia-tú: en los últimos años papá estaba cada

vez peor. Mamá y yo ya pensábamos que lo iba a

mandar todo a paseo: la agencia & todo lo que ha-

bía levantado en los buenos años anteriores desde

que se independizó con la oficina de agrimensura.

papá se había llevado a todos los empleados, an-

tiguamente nuestros compañeros de trabajo, a su

empresa como colaboradores. Eso fue a principios

de los ochenta. éramos 7 en la empresa –los 7

enanitos con la gran mira, jaja, así nos llamábamos

entonces. ¡Hostia, aquello empezó requete=bien:

encargos & más de los que podíamos satisfacer.

fueron tiempos gloriosos, cuando los municipios

todavía tenían dinero, tanto que podrían haber

chapado en oro sus calles y aceras. Entonces,

a mediados de los ochenta, se acabó. Encargos

pingües ya no se daban. pues como también las

grandes empresas de construcción tenían ahora

sus propias oficinas de agrimensura, ya no necesi-

taban a peces=pequeños como nosotros. Sólo nos

quedaban los encargos insignificantes y, al final,

ni esos. Como si hubiésemos de ahogarnos. papá

me dijo entonces, muy apesadumbrado: “Ralf, no

podemos más. Ya no sé qué hacer: tendremos que

despedir a la gente”. primero 1, después 2, &cétera.

Al final sólo quedamos él & yo. Iba todo el día con-la-

cabeza-gacha, estaba cada vez más desmejorado,

las cartas del banco las tiraba sin abrir. “¡Si ya sé

qué ponen”. Silencio y melancolía. También mamá

estaba perdida. Lo cual le inspiró a papá la idea de

despedirse a sí mismo. ¡Hostia, aquello fue muy

feo. Es verdad: todos lo pasamos de-vez-en-cuando

mal. pero papá se convirtió en su propio riesgo. 1

noche (a veces se quedaba hasta muy tarde acu-

rrucado detrás de su escritorio en la oficina, con

un montón de papeles delante, facturas-sin-pagar,

cartas-sin-contestar, con la mirada fija en la oscuri-

dad) fui a verle, pues ¡esto tenía que acabar. pero el

que ¡tenía que acabar, eso también se le había ocu-

rrido a él esa noche. Es verdad: todos la cagamos

en algún momento, pero esto no es motivo... desde

luego. Aquella noche, pues, llegué justo-a-tiempo

a su oficina, enciendo la luz -: y ¡hostia: allí estaba

en el suelo. Enseguida le hice un torniquete en el

brazo, lo vendé, la hemorragia cesó. Estaba pálido

como un cirio de velatorio, su voz un mero susurro:

“por favor, hijo, ¡no al médico. por favor, no avises al

médico. Esta ¡vergüenza, Dios mío, esta ¡vergüen-

za”. Y con eso se desplomó. Me lo cargué en el hom-

bro, lo llevé al coche & hala, a casa. Mamá se puso a

chillar cuando nos vio. ¡Hostia, pensé, ahora tendré

otro problema más. pero mamá se recompuso en-

seguida, es una Mujer=valiente. Llevamos a papá

a-la-cama. Allí yació días-y-noches, con la mirada

fija en el techo, sin pronunciar palabra. Todo este

tiempo yo estuve solo en la oficina. Y 1icamente

para cubrir expediente, lo mismo podría haber esta-

do allí una araña, pues no quedaba nada para hacer,

excepto tranquilizar y quitarnos de encima a los

tíos del banco & de hacienda. Y claro: esto también

era cada día más-difícil-&-más-difícil. Mamá y yo

ya no sabíamos ¿qué hacer. Así ¡no podíamos se-

guir. Eso era lo 1ico que estaba claro. pero ¿cómo

tirar para adelante & sobre todo ¿con qué. Eso fue

en otoño de mil novecientos ochenta y nueve. En-

tonces, en noviembre, se cayó en Berlín EL MURO:

alambre=espino=franja-de-la-muerte, dispositivos

de disparo automático; de hoy-para-mañana todo,

como si nunca hubiese existido. ¡Hostia, ¡fue La

leche. Y de repente, como si hubiésemos chocado

con otro planeta, todo-el-Este estaba delante de

nosotros. ¡Cuánto trabajo no habría para nosotros:

¡hostia, sería ¡La leche. ¡Nos salvamos por los pe-

los. La mierda nos llegaba ya hasta el borde inferior

del labio superior. Ahora bien, ¡sí supimos cómo se-

guir. Y aunque tampoco ahora teníamos dinero, al

menos papá se había vuelto a animar. Y ¡las cartas.

Las cartas de la prima de mamá, Henriette, y de su

marido, Georg, de Berlín Oriental.

Lo que había estado oculto durante décadas detrás

del telón de acero, ahora surgía, ya que EL TELóN

había caído. Yo nunca antes había visto a los dos y

creo saber que mamá y papá tampoco los habían

echado de menos en todos-estos-años; nosotros

estábamos aquí / ellos del-otro-lado. Así eran las

cosas. pero ahora llegó en las cartas de los dos la

invitación & la oferta desde el Este, en el momento

justo, & se referían a ¡mí.

Un domingo por la mañana, en agosto de 1991, par-

timos a-primera-hora en nuestro viejo van, papá,

mamá y yo, en dirección a Berlín. papá había carga-

do el coche con todos sus utensilios de agrimensor

como si ya fuera al trabajo. La fuerza-de-la-costum-

bre. Solo cuando estábamos en ruta se dio cuenta

de que semejante presentación ¿tal vez resultaría

excesivamente aplastante. Aunque −tampoco qui-

so dar la vuelta− quizás se lo tomara como un buen

augurio para todo lo venidero.

Una fría luz azul se derramó en la madrugada en

la que nos pusimos en marcha. papá insistió en

conducir todo el trayecto hasta Berlín ¡él solo. Ni a

mamá ni a mí me permitió coger el volante. Se puso

realmente=pesado con esto. De modo que también

mamá, que en un principio se había sentado en el

asiento de atrás con la intención de dormir, perma-

neció despierta a causa de la excitación, como si

ya estuviéramos en la-tierra-desconocida. Nos leía

cada letrero de pueblo que los faros arrancaban por

unos segundos de la oscuridad y los pronunciaba

como un conjuro. “Ojalá le sirva de algo”, susurró 1

vez para sí misma. Yo hacía como si no hubiese oído

nada (entendía perfectamente a qué se refería).

En 1 pueblo detrás de la antigua frontera paramos

delante de 1 taberna. El aspecto era deprimente. La

vieja & torcida casa de entramado de madera esta-

ba tuneada a medias y al estilo=occidental, o lo que

Reconstrucción del OesteReinhard Jirgl*

ENTONCES, EN NOvIEMBRE, SE CAYó EN BER-LÍN EL MURO: ALAMBRE=ESpINO=fRANJA-DE-LA-MUERTE, DISpOSITIvOS DE DISpARO AUTOMÁTICO; DE HOY-pARA-MAñANA TODO, COMO SI NUNCA HUBIESE ExISTIDO

LO QUE HABÍA ESTADO OCULTO DURANTE DéCADAS DETRÁS DEL TELóN DE ACERO, AHORA SURGÍA, YA QUE EL TELóN HABÍA CAÍDO

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25E S p E C I A L A L E M A N I A

tomaban por tal (pintada la fachada a toda prisa en

colores chillones, mientras que debajo se escon-

dían los viejos muros cascados): el bar de Nobbi. De

modo que la casa parecía duplicada por su propia

apariencia espectral. Entramos.

“Allí-al-fondo, más o menos, hmm, allí-allí ¿? - ¡!

donde acaba el bosque, sí: tras el cortafuegos ese;

¡no, o sí, o ¿a ver: no, un poquito más hacia la de-

rresha ¡!: allí ¡! debe haber estao”, mascullaba tras

nuestra pregunta el tabernero, un tipo gordote con

mejillas sonrosadas, no muy mayor pero ya con

ademanes de viejo, parecidos a los de los últimos=

restantes habitantes del pueblo, de los cuales 2

estaban plantados alrededor de la mesa de la ter-

tulia. Difícil de interpretar el orgullo en la voz del ta-

bernero, como si él-en-persona hubiese levantado

la mano contra La frontera y hubiese decidido su

destrucción.

“pero ¿por dónde ¡exactamente pasaba La fronte-

ra”, insistía papá −el agrimensor lo quería saber−.

El tabernero hizo un esfuerzo, dirigió una mirada

interrogativa a sus dos clientes habituales (que

permanecieron con mirada vidriosa delante de

sus cervezas, levantando únicamente las manos

toscas ante la pregunta del dueño del bar). fue en-

tonces que nos dimos cuenta: habían ¡olvidado por

completo dónde estaba La frontera.

Extracto de la novela El silencio, Múnich, Hanser verlag, 2009

Traducción: Cecilia Dreymüller

*Reinhard Jirgl. nació en Berlín Este en 1953 y se crió

con su abuela en Salzwedel (Altmark). Tras una formación

profesional en Electromecánica, estudió Electrotécnica en

la Universidad Humboldt de Berlín, donde entró como téc-

nico de iluminación en el teatro volksbühne. Allí conoció a

Heiner Müller, quien le apoyó en su vocación literaria. En

1985, el manuscrito de su monumental y corrosiva Novela

Padre Madre es rechazado por la editorial estatal Aufbau

por "falta de visión histórica marxista". Sólo tras la caída del

muro, las novelas y relatos que Jirgl guardó en el cajón fue-

ron publicados y galardonados con una docena de premios.

Tanto su trilogía de la RdA, Genealogía del matar, como la

novela generacional, Los incompletos (2003), sobre el des-

tino de los sudetes expulsados de checoslovaquia, certifican

a Jirgl como un pertinaz y cáustico cronista del pasado y

presente de Alemania. En 2005 publica Renegado. Novela

de la época nerviosa, y en 2009 su gran saga familiar, El

silencio. ninguna de sus obras está traducida al español. En

2010 recibe el Premio Gerorg Büchner.

DIfÍCIL DE INTERpRETAR EL ORGULLO EN LA vOZ DEL TABERNERO, COMO SI éL-EN-pERSONA HUBIESE LEvANTADO LA MANO CONTRA LA fRONTERA Y HUBIESE DECIDI-DO SU DESTRUCCIóN

Rio Spree. Foto: © Matth van Mayrit

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Hace a la dulzura de la tragedia: la certeza de que

uno nunca podrá hacerse con aquella de la que está

enamorado. “A ti, dulce lengua de Alemania, / te he

elegido y buscado, solitario. / A través de vigilias y

gramáticas, / de la jungla de las declinaciones, / del

diccionario, que no acierta nunca / con el matiz pre-

ciso, fui acercándome.” Así lo ponía en verso Jorge

Luis Borges. Con relación a esta amada, natural-

mente, lo que está en juego es la proximidad, pero

también aquella distancia insuperable que separa

a cualquier hablante de otra lengua de la bella ex-

traña. A menudo muestra su lado inaccesible que

la vuelve más deseable; se entrega para evadirse al

próximo encuentro.

Uno es y permanece toda la vida un hablante de

lengua extranjera.

Los hablantes de lenguas extranjeras son los últi-

mos románticos.

En la mesilla de noche de los hablantes de lenguas

extranjeras a menudo descansa un ejemplar de El

placer del texto. Cuando se les molesta durante

su lectura nocturna, los hablantes de lenguas ex-

tranjeras se defienden con las siguientes palabras:

Nada, absolutamente nada llega a la suela de los

zapatos de la amada.

Aprendí alemán junto a la desembocadura del Río

de la plata. Mis padres, en cambio, no saben ale-

mán y, aparte del hecho de que su hija vive en Berlín

desde octubre de 1996, no poseen ningún vínculo

real con Alemania. No obstante, pensaban desde

siempre que los colegios alemanes eran mejores

que los colegios públicos argentinos, de ahí que mi

primer encuentro con la lengua alemana se produ-

jera a la edad de cinco años, ante el portón verde de

una guardería germano-argentina en Buenos Aires.

Mi madre me llevaba todas las mañanas, antes de

ir al trabajo. “Mami −me dirigí a ella en una ocasión,

con una voz que dejaba entrever cierta inquietud−

¿escuchaste a las dos señoras?” “¿Te refieres a las

que pasamos hace un momento?” “Mm −asentí y

añadí:− Están discutiendo...” “No, cariño −replicó

ella, acariciándome el pelo trenzado−, no están

discutiendo, hablan alemán”.

Mientras el ajetreo en la calle me parecía rudo, aje-

no y amenazante, en la guardería germano-argenti-

na me lo pasaba muy bien. Mi madre se despedía de

mí y una tía me daba la bienvenida. Bien mirado, la

tía no era una tía en el sentido literal de la palabra,

sino una cariñosa puericultora que nos enseñaba a

cantar. Esta era una experiencia especial con la que

volvía extasiada a casa, pues con ella quería impre-

sionar a mis padres. La hija −en esa época, la ale-

gría del hogar, bautizada con el nombre de la santa

patrona de la música− congregaba a la madre y al

padre y, en cuanto ellos daban su consentimiento,

se ponía a cantar, tras una breve frase introducto-

ria: “Hopp, hopp, hopp / Ferchen loif Galopp / iuba

Stok un iuba Staine / aba brich dia nich di Baine /

hopp, hopp, hopp / Ferchen loif Galopp...”.

Aquello era tremendamente divertido. Era fácil, te-

nía ritmo, la letra era eso, no había más, y se trata-

ba de un bucle infinito, que sobre todo a mí nunca

me cansaba y que ora acompañaba con guitarra,

ora lo aligeraba con la pandereta, ora con castañue-

las o el xilófono, según el humor, según lo primero

que encontraba en el baúl de los juguetes, todo por

amor al buen sonido. Siempre anunciaba el concier-

to diciendo: “¡Os canto una canción en alemán!” Mis

inocentes padres a veces repetían: “¡Nuestra hija

canta en alemán!”.

Tuvieron que pasar años hasta que pude descifrar

por completo la canción pegadiza de mi infancia. Se

hizo la luz en el colegio germano-argentino, recono-

cía los nombres (caballito, galope, patas, piedras),

los verbos, las conjunciones, las preposiciones...

Sin embargo, se perdió lo esencial y en Buenos Ai-

res no se iba a poder recuperar. Se perdió la ligereza

y la naturalidad en el trato con la lengua alemana,

se perdió lo vitalmente afirmativo de declaraciones

como “ahora cantaré algo en alemán” o “¡nuestra

hija sabe alemán!”. Se perdió toda la parte lúdica

que la lengua extranjera había representado hasta

entonces.

En vez de ello aprendí a recitar con los ojos cerrados

las tablas de declinación y a formular en la clase

−que conste: a paso de caracol− frases gramati-

calmente correctas. El paso de caracol era obligado

pues, mientras hablaba, uno tenía que ordenar en

la cabeza las estructuras (sujeto = nominativo, ob-

jeto directo = acusativo, objeto indirecto = dativo).

Esto no era un juego de niños, requería su tiempo.

Concentrados al máximo, estábamos sentados

como forrados de serrín en nuestros bancos, dan-

do una prueba de paciencia; también el profesor se

mostraba comprensivo. Y mientras uno se atenía a

las reglas, no había sorpresas desagradables. Eran

procesos dirigibles. Bien mirado, íbamos sobre se-

guro. Era casi como las matemáticas.

Esto lo conocía. Sabía manejarlo. En nuestra casa

había cantidad de estructuras lógicas y procesos

monocausales, mi madre era profesora de econó-

micas, mi padre, contable. En gran parte era pre-

visible: después del colegio la hija se decidió por

una carrera de “Alemán como lengua extranjera”.

Quería dominar a la perfección la lengua alemana.

Me obligaba a leer a Julio Cortázar, Jorge Luis Bor-

ges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, a todos

los grandes de la literatura argentina que amo y

aprecio en traducciones al alemán. ¡Qué empresa

más disparatada! Sin embargo, entonces estaba

convencida de que bastaría con hacer otro esfuer-

zo más y algún día hablaría alemán sin acento y lo

escribiría impecablemente. Tras la graduación, mi

profesor de literatura me aconsejó irme a Alemania

para hacer el doctorado. Yo no tenía ni idea en lo

que me iba a meter −tan lejos de casa−, pero de

una cosa me había dado cuenta: la perfección en

Buenos Aires no se podría alcanzar.

Como estudiante de doctorado en una universidad

alemana se aprende a hacer uso de términos espe-

cíficos y a pertrecharse bien de ellos. En el Instituto

de Germanística se trazaban claras líneas de de-

marcación entre textos y géneros mediante trucos

E S p E C I A L A L E M A N I A

Se hacen arreglos de mujeresMaría Cecilia Barbetta*

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retóricos y categorías de teoría literaria. Iba achi-

cando la lista de literatura secundaria, sin alcan-

zar jamás a apurarla del todo. El peso del adverbio

sinnstiftend (significativo) me producía considera-

bles dolores de espalda.

Un día, una amiga me trajo una edición Reclam de

las Cartas sobre la educación estética del hombre,

de friedrich Schiller. Leía que el arte es un hijo de la

libertad. Leía que a través de la belleza uno camina

hacia la libertad. Leía sobre el efecto liberador del

arte y de la literatura. Leía que el mundo estético

es el lugar donde el hombre se convierte explíci-

tamente en lo que implícitamente ha sido desde

siempre: un homo ludens. Leía que el juego libre

permite al individuo convertirse en algo completo,

en una totalidad en pequeño. Leía todo aquello y

lo anhelaba.

por primera vez, en verano de 2005, barajé la idea

de ponerme a escribir. Tras haberme ganado la vida

exitosamente con diversas actividades, me encon-

traba ante la perspectiva del paro. La situación se

me antojaba bastante amenazante y me presenté

para varios puestos de trabajo; no obstante, el co-

mienzo de mi historia estaba decidido: al ir en bici

por Berlín había tenido la sensación de tener en

Buenos Aires un doble, una mujer que cuenta sus

pasos al pasear. Mientras estaba en esto, no me

podía sacar de la cabeza el poema de Rilke sobre el

famoso Torso. “Has de cambiar tu vida”, dice, y yo,

sin embargo, volvía a hacer una y otra vez el mis-

mo trayecto, pasando por todos los sitios ya cono-

cidos, delante del taller de arreglos, delante de su

escaparate gris, hasta que un día me detuve y des-

cubrí el maniquí con un letrero debajo. “Änderung

von Damen” (arreglos de mujeres), decía, y en la

línea siguiente: “Kinder- und Herrenbekleidung”

(Arreglos de prendas de niños y hombres).

Como hablante de lenguas extranjeras en paro, una

es especialmente sensible. volví a leer, no seguía

ningún guión a la palabra “Damen”. Como lectora

de literatura fantástica latinoamericana, una in-

tuye a cada paso un gran misterio. ¿Qué pasaría,

pues, si seguía la pista indicada, abría la puerta de

la tienda y franqueaba el umbral? En alemán, la

falta de un signo −de un minúsculo guión que in-

dica que lo que se arreglan son mujeres y no sus

prendas− puede causar grandes cataclismos y po-

ner patas arriba proyectos de vida enteros, todo lo

que hubo antes. Las palabras son vitales, sensua-

les, plásticas, juguetonas, enérgicas, engañosas,

pérfidas, peligrosas. ¡Qué potencial, “lo fantástico

como lenguaje”, como lo llamó Jean-paul Sartre!

En las suaves aproximaciones y sutiles cambios

de sentido del lenguaje discierne Sartre verdades

que transmiten un sentido para la existencia hu-

mana. Estas verdades pierden su color y su vida en

cuanto son sacadas del agua. pero mientras siguen

flotando bajo el agua, prosigue Sartre, refulgen con

un extraño brillo. presumiblemente por eso, esta

manera distinta de enfrentarme a la literatura sería

la que me transmitiría la sensación de estar como

pez en el agua a la hora de escribir. La boca del pez

formaría un primer “oh”, seguido por un segundo y

un tercer signo. Oh...oh...oh.... Llegarían todos a la

superficie. Sin embargo, en aquella oportunidad,

me quedé como un pasmarote delante del taller de

arreglos, veía mi reflejo en el escaparte y no salía

de mi asombro.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Ilustración de Joseph Cornell

*María Cecilia Barbetta. nació en Buenos Aires, Argen-

tina, en 1972. Se formó en un colegio bilingüe (castellano-

alemán) y más tarde se graduó como profesora de alemán.

En octubre de 1996 viajó a Berlín gracias a una beca de

doctorado que le otorgó el dAAd, el Servicio Alemán de

Intercambio Académico. A fines del año 2000 se doctoró

en Germanística en la Universidad libre de Berlín y deci-

dió quedarse en Alemania. Entre otras cosas, dictó clases

de literatura y Español hasta que en el verano de 2005 co-

menzó a escribir en alemán lo que se convertiría en su pri-

mera novela y que la editorial S. Fischer publicaría en julio

de 2008: Änderungsschneiderei Los Milagros. Recibe por

la novela el premio Aspekte, un reconocimiento a la mejor

ópera prima escrita en idioma alemán, y un año más tarde

el premio de fomento Adelbert-von-chamisso y el premio

Bayern2-Wortspiele. Actualmente vive y trabaja en Berlín.

Su novela, sin embargo, se desarrolla en Buenos Aires a fi-

nes de los años ochenta. En un taller de arreglos de ropa de

mujeres se mezclan la realidad y lo fantástico, se confunden

las tramas, las prendas y las identidades, se desata una histo-

ria de dobles que sólo el lector podrá desenredar.

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En los primeros días en Alemania creía que los

alemanes, las nuevas personas diferentes en mi

país de la infancia, eran extranjeros. Yo tenía ocho

años y medio y no quería entender que una tota-

lidad puede partirse en dos mitades o en muchos

trozos. Me habían prohibido mirar fijamente, pues

quien gira la cabeza para mirar a otro se convierte

en el papamoscas de una sensación; eso lo decía

mi padre, por la mañana ante el espejo, y se quita-

ba los puntos de espuma de afeitar de la cara, tras

ajustar el nudo de su corbata justo debajo de la

Adamsapfel1. fue la primera palabra alemana que

aprendí: no el albaricoque de Adán, ni la pera de

Adán; no, en el cuello de Adán abultaba una peque-

ña manzana, de ahí que mirara fijamente las cua-

tro partes de la manzana en el plato del postre. Mi

madre había partido la fruta, que cabía en las dos

manos de un adulto, y me imaginaba cómo las par-

tes se recomponían en una manzana y cómo esta

misma manzana crecía justo debajo del mentón

del señor Adán. En la forma educada, hombre y mu-

jer se llamaban señor y señora −me instruían en

casa− y no debía apartarme en ningún momento

del día de la forma educada.

De modo que lo turco tenía una trampilla por la que

yo me escapaba, si bien sólo una semana más tar-

de; por el momento solía quedarme de pie ante la

ventana panorámica de nuestro piso en München-

Moosach, miraba fijamente el césped verde, el seto

de altura mediana que bordeaba un camino de

peatones, y veía pasar los medios cuerpos. No me

movía por miedo a que descubrieran que un niño

en secreto les estaba mirando fijamente. A veces

surgía un morro de perro del seto, a veces una mu-

jer perdía su mantón al reírse y el siguiente tran-

seúnte lo recogía del suelo y se lo alcanzaba. Más

tarde estaba sentado en la terraza del jardín y las

palabras pronunciadas por los caminantes del seto

eran como guisantes que venían rodando hasta las

puntas de mis zapatos: Adán esparcía guisantes a

mis pies; esta imagen me gustaba mucho.

Sin embargo, me parecía extraño que la señora ve-

cina me llamara guisante y que me quisiera hacer

una raya cada vez que me acariciaba el pelo. Yo la

dejaba. Ante los hombres y las mujeres adultos yo

me quedaba con la cabeza gacha, porque sus pala-

bras caían sobre mí como una lluvia de guisantes

y alubias. Después decía mi padre que la vida le

había arrastrado hasta aquí en el invierno de su de-

sazón y que viajaríamos hacia allí, al país de todos

nosotros, en el verano de nuestro ocio. La suma de

todas las horas de ocio en alemán se llamaba "va-

caciones". Mi madre lo traducía para mi hermana y

para mí en palabras inteligibles. Era muy difícil y

había que saber hacer malabarismos para llegar a

ser señor y señora de la patria, por eso ellos, nues-

tros padres, nos prohibirían a partir de ahora tener

trato con otros niños turcos. En ese momento,

cuando me familiarizaron con esta nueva regla de

mi vida, perdí el espíritu infantil y me dediqué al tra-

bajo infantil: el aprendizaje del alemán se convirtió

en mi causa principal.

Mi estricta educación hacia la amabilidad preveía

que mirara, aunque no fijamente, a aquellos que

me sacaban una cabeza, tratándolos de usted. Un

absorto niño turco de ninguna manera debería de-

venir un grosero, pues el comportamiento del hijo

repercutía en la madre, y el grosero traía deshonra

a la casa. El hogar y la patria, me explicaban, eran

una misma alma bajo un mismo cielo. A mí me zum-

baba la cabeza de tantas novedades, de tantas

nuevas sensaciones.

pero entonces llegó la mañana en la que mi ma-

dre se acuclilló delante de mí, me abotonó el últi-

mo botón de la camisa blanca y almidonada y me

anudó una corbata al cuello. “Darás muy buena

impresión −dijo− a partir de hoy aprenderás el

alfabeto alemán, y quién va a tener miedo de las le-

tras, son juguetes nuevos y relucientes, y quién se

asustará porque las letras no tienen ni rizos ni gru-

mos, esfuérzate por tener una buena letra, nada de

garabatos, ¿me entiendes?”. “Sí −respondí− no

enfadaré a la señora dueña de la patria con testa-

rudez”. Mi bella hermana llevaba lazos rojos al final

de sus trenzas largas e iba saltando a cada paso en

el camino a la escuela, y las mariposas rojas de Eva

volaban alrededor de sus orejas. Adán, sin embar-

go, sólo a mi padre le había regalado una manzana.

Más tarde estaba delante de la pizarra, las manos

de la señora alma del hogar reposaban sobre mis

hombros y yo mantenía la mirada fija en los gui-

santes delante de las puntas de mis zapatos; des-

pués miré fijamente a los hermosos niños que me

miraban fijamente a mí: eran mi nuevo alfabeto. En

la pausa, siete niños me colocaron en el centro de

su círculo, y cuando el círculo sonreía, sonreía el

centro, y cuando el centro callaba, callaba también

el círculo. Ocho niños estaban sentados en el sa-

liente del muro, siete niños daban mordiscos a sus

bocadillos y masticaban, el octavo niño señalaba

la barra color marrón en el crujiente papel de pla-

ta recogido y decía: "Chicolata". Había empezado a

atenerme a la regla de romper en trozos lo ensam-

blado y construido, con cuidado y educación, y lo

que salía a la luz era una palabra con un alambre

incandescente escondido dentro, intacto y articu-

lado. “Chicolata”, la palabra turca para chocolate,

escondía un jilguero gorjeante en un charco de

Coca-Cola, y chocolate era una barra de jade que

del susto había adoptado un extraño color de ver-

güenza.

En casa el diccionario yacía abierto en mi regazo, y

yo partía las palabras en alemán como si partiera

"bocadillo" en milímetros de alambre incandescen-

Cómo Adán consiguió su nuezFeridun Zaimoglu*

N. del E.: la nuez de Adán se llama en alemán "Adamsapfel", manzana de Adán.

EN ESE MOMENTO, CUANDO ME fAMILIARI-ZARON CON ESTA NUEvA REGLA DE MI vIDA, pERDÍ EL ESpÍRITU INfANTIL Y ME DEDIQUé AL TRABAJO INfANTIL: EL ApRENDIZAJE DEL ALEMÁN SE CONvIRTIó EN MI CAUSA pRINCIpAL

EL HOGAR Y LA pATRIA, ME ExpLICABAN, ERAN UNA MISMA ALMA BAJO UN MISMO CIELO. A MÍ ME ZUMBABA LA CABEZA DE TANTAS NOvEDADES, DE TANTAS NUEvAS SENSACIONES

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te −boca/di/yo− y leía la imagen en mi cabeza: yo

había dado la boca. Y ya ofrecía mi boca para hincar

el “diente” −di/ente−, que era una cosa indefini-

da y grande que debía decir. Y entonces reflexioné

que tampoco se decía “guiñar” para pestañear, ni

se decía: dos pestañas se besan una y otra vez.

"Se dice pestañear", decía la chica alemana a la

tercera semana en el patio de recreo, “Cierra los

ojos”, y mis cuatro párpados se besaban un rato, y

entonces petra me enseñaba la pestaña en la pun-

ta de su índice. Yo enfriaba, porque ella lo exigía,

el dedo quemado con mi aliento y quitaba la coma

negra de un soplo. "¿En qué deseo has pensado?",

preguntaba, y yo decía: "En contar pestañas". Así

que en casa miraba fijamente las falsas pestañas

que mi madre guardaba en un estuche de plástico

transparente y me extrañaban los grumos negros

en sus puntas.

En la cena conté que la señora alma del hogar lleva-

ba una falda que se parecía a una gran campana y

que un chico de la clase se quería esconder debajo

de ella; era su máximo deseo. De golpe se hizo el

silencio en la mesa, la campana se rompió en mil

pedazos y un trozo rozó al vuelo mi mejilla. Enton-

ces supe que habría más bofetadas si hablaba de

petra, que hacía sudar a los guijarros en sus puños;

que torcía el dedo índice para ponérmelo delante

y me abordaba con gorgoteos canoros como si

quisiera invitarme a volar hacia el columpio de los

cuervos; que se ahogaba porque tenía que reírse

en voz baja sólo porque yo había aparecido en la

clase con una oreja pintada con tinta azul. "Alguien

diestro no puede pintarse la oreja derecha sin mi-

rarse al espejo; además, no te atreverás". Estas

habían sido sus palabras el día anterior. Hice un

poco de trampa y vacié un cartucho de tinta sobre

mi oreja; no quería ser un grajo, pero sí un cuervo

con algo de azul en el plumaje.

pues yo leía, leía los sonidos de truenos y rayos

en los bocadillos que flotaban encima de las ca-

bezas de los héroes, y entre los forzudos había un

hombre cuervo con pico de águila: a él me quería

parecer. Y empezaba a entender el invierno de la

N. del E.: la nuez de Adán se llama en alemán "Adamsapfel", manzana de Adán.Museumsufer. Foto: © Katia Banci

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desazón. Esto significaba que el descontento ami-

noraba; no, mal dicho, se hacía líquido y se filtraba

como espeso jarabe de la añoranza en las grietas

y ranuras del suelo. Entonces, a mi madre y mi pa-

dre se les ponía la mirada vacía, el alma del hogar

y de la patria arrancaba un trozo de su sombra y la

astilla de la sombra flotaba hasta sus pupilas, se

derretía en la brasa de sus ojos y desbordaba los

párpados.

Todo esto intentaba explicárselo a mi profesora,

parloteando con mi pico de águila. pero ella dijo: “El

artículo es la cola que arrastra el vestido de noche

del sustantivo y tú eres el portador de la cola, ¡no

olvides los artículos!”. Era una tontería rebelarse

contra el orden de los genéricos, una tontería ha-

blar de las astillas de la sombra y del jarabe de la

añoranza. Sólo un pequeño idiota podía creer que

se podría pertrechar detrás de grandes pilas de pa-

labras; seguía siendo un enano.

Así que me sentía avergonzado, y de pura vergüen-

za ya no tocaba los tebeos y el diccionario gordo.

Bajo la tutela de la maestra de mi clase me serené.

Aprendí a pronunciar lo que veía, cualquier añadido

me parecía un adorno de quincalla. Cuando me sa-

lía una sencilla frase correcta, no latía mi corazón,

ni ardían mis mejillas, ni surgía ningún bocadillo

de mi boca; simplemente hablaba correctamente

alemán.

Dos chicos de mi clase se hicieron amigos míos.

Uno de ellos era el hijo de un concesionario de ga-

solinera; el otro, el hijo de una madre hermosa. Los

dos se llamaban Michael y trabaron amistad con-

migo porque ninguno de los otros trastos de niño

quería jugar con ellos. Me enseñaron a no disimular

tanto la “r” sonora y a no hablar como un imbécil

alemán: en Baviera, el bávaro tenía preferencia

ante el dialecto de los prusianos.

Ya hacía tiempo que no llevaba corbata y que ha-

bía pasado a hablar en medias frases, sin punto

ni coma. Mi hermana les ladraba a los Michaels

en alto alemán, que no pusieran ojos como platos

cada vez que pasaba. A ella también le sentaban de

maravilla los saltos de crecimiento en nuestra nue-

va lengua; y un día se atragantó, y después de una

tos aguda había perdido el acento. En nuestro ho-

gar turco no había ningún rincón lingüísticamente

desocupado. Estaba prohibido charlar, estaba pro-

hibido hacer ruido, había que hacer el favor de con-

tar una historia. El televisor permanecía la mayoría

del tiempo apagado, mi padre hacía una excepción

con los documentales de animales y los programas

musicales.

Los vecinos, si es que nos visitaban, paseaban

la mirada sobre los muchos objetos de adorno −

cada uno un recuerdo de la patria antigua o de la

nueva− colocado encima de un tapete de encajes

bordado a mano. Y a nosotros, a los hijos, nos toca-

ba señalar la góndola veneciana iluminada y decir:

esto es una góndola de venecia. También habría

que nombrar los juguetes de los adultos, de ahí que

también aprendía sus nombres: el destornillador,

el taladro, la manguera de jardín; la caja de sombre-

ro, los rulos, el crucigrama. Las cosas que nombra-

ba se hacían visibles, y lo que veía tenía existencia

propia, no hacía falta partirlo en sílabas e inflarlo

con significados. El abracadabra del enano que fan-

farronea con añadidos vistosos, chapando en oro la

chatarra, lo desterré a mis sueños.

En pocos años el alemán se me acopló como len-

gua materna y entonces comprendí con gran ale-

gría: suficiente es peor que demasiado.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Britta Rating

*Feridun Zaimoglu. nació en Bolu, Turquía, en 1964 y

vive en Alemania desde los ocho años. Estudió Arte y Me-

dicina en Kiel, donde ha trabajado como escritor, guionista

y periodista. Fue columnista para el semanario Die Zeit y

colabora habitualmente en Die Welt, Frankfurter Rundschau

y FAZ. Sus primeras novelas, Kanak Sprak (1995), Chusma

(1997) y Marcas de amor, rojo escarlata (2000), retratan con

humor el crudo ambiente social de los emigrantes turcos en

Alemania, para cuya jerga acuñó el término “Kanaksprak”.

Su novela Leyla, de 2006, relata la infancia y adolescencia

de su madre en Turquía. como roadmovies literarios se pre-

sentan Fuego pasional (2008) y Tierra adentro (2009), que

llevan a sus protagonistas turco-germanos por media Europa.

En 2002 recibió el premio Hebbel; en 2004, el premio Adal-

bert von chamisso y en 2005, el premio Hugo Ball.

E S p E C I A L A L E M A N I A

Y EMpEZABA A ENTENDER EL INvIERNO DE LA DESAZóN. ESTO SIGNIfICABA QUE EL DESCONTENTO AMINORABA; NO, MAL DICHO, SE HACÍA LÍQUIDO Y SE fILTRABA COMO ESpESO JARABE DE LA AñORANZA EN LAS GRIETAS Y RANURAS DEL SUELO

Calle de Stralsund. Foto: © Lucía Núñez García

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31E S p E C I A L A L E M A N I A

Alemania Letra de canción para Senta Berger

Elke Heidenreich*

No pienso en Alemania por la noche.

¿para qué?, bastante tengo en qué pensar.

Bastante tengo que hacer para distraerme

de mis preocupaciones por Alemania.

pues pienso todos los días en Alemania

y leo lo que pasa en nuestro país,

y siento que cada vez hace más frío.

por eso, por la noche Alemania me da miedo.

No pienso en Alemania por la noche,

hago otras cosas muy distintas:

música, el amor, lloro, sueño y río.

pero a veces me preocupa lo que hace Alemania.

pero a veces me preocupa lo que hace Alemania.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Leonie von Kleist

*Elke Heidenreich. nació en Korbach, Hesse, en 1943 y

se crió en Essen, en plena cuenca del Rur. Estudió Filología

alemana y comenzó su carrera periodística en la radio públi-

ca alemana. Su personaje radiofónico Else Stratmann, una

carnicera de la cuenca del Rur que desde 1976 se despacha-

ba cada semana con desparpajo y sabiduría popular sobre

la realidad política, social y cultural de Alemania, la hizo

famosa en todo el país. Paralelamente escribía y actuaba

en espectáculos de cabaret y trabajaba de moderadora para

programas de televisión. Su programa literario “¡leer!” fue

uno de los más populares del nuevo milenio. Además de las

recopilaciones de sus columnas literarias y artículos, ha pu-

blicado libros de relatos y dos novelas negras. Su pasión

más reciente son los libretos de ópera. desde 1998 colabora

con libretos para la Ópera Infantil de colonia. En su libro

Passione (2009) explica su amor por la ópera italiana. En

2010 ganó el premio Julius campe por su labor a favor de

la literatura. Martin Gropius Bau. Foto: © Matth van Mayrit

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“A veces me da la sensación como si Goethe no hu-

biese pasado por el infierno de la existencia huma-

na, por el que sí pasaron, por ejemplo, Hölderlin y

van Gogh, poe y Dostoievski, y que por eso le falta

a veces algo, aquello por lo que se destacan justa-

mente los más grandes.” Esto lo escribió en 1944

Nico Rost, el prisionero y fervoroso admirador de

Goethe, en el campo de concentración de Dachau.

Hay un tipo de escritores −son los mártires de la

literatura− ante los cuales resulta tosca, profana

e inadecuada cualquier cosa que se pueda decir.

Ante ellos sólo queda corresponder o no correspon-

der. Apelan menos a nuestro entendimiento que a

nuestra existencia. Autores como Hölderlin, Kafka,

Robert Walser. frente a ellos, probablemente la úni-

ca reacción adecuada −mientras uno todavía sea

capaz de comportarse convenientemente− sea el

pudor. Sobre otros autores −sobre los represen-

tantes− uno puede expresar su opinión y declarar-

se en oposición. ¿También sobre Goethe? Entre el

pobre hombre en la torre de Tubinga y el señor con-

sejero áulico en Weimar mide una distancia difícil

de vencer. Y a la inversa, la distancia entre Weimar

y Tubinga, ¿acaso puede ser vencida?

para los mártires de la literatura todo estaba pres-

crito; el hijo de la alta burguesía de frankfurt podía

elegir. Aparentemente. pero necesitaba un pro-

grama, un programa de justificación. Si Goethe se

defendió con tan llamativa vehemencia contra los

mártires de la literatura y les contraponía “lo clási-

co” como “lo sano”, sin duda no lo hacía por falta de

entendimiento sino como defensor de su progra-

ma. A él toda esta dirección, la dirección hacia aba-

jo, le molestaba. No quería dejarse arrastrar hacia

allí, hacia el abismo, hacia la “poesía de hospicio”.

¿pero realmente se sentía arrastrado? ¿Le hacía

falta defenderse? Una persona que sentía tanto te-

rror ante los entierros que nunca apareció en ningu-

no −ni siquiera en el de su propia esposa−, no pa-

rece simplemente celoso de los otros, los hombres

dolorosos, que vivían con naturalidad la proximidad

de la muerte. Las desventuras de Werther, al fin y al

cabo, eran del tipo que al joven del pantalón amari-

llo y la chaqueta azul no le quedaba otra salida que

coger la pistola. En la segunda parte del fausto se

dice: “Cualquier consuelo es inquina, y desespe-

ración deber”. Que él intentara sustraerse de este

deber en cuanto podía, ¿sólo es comprensible y

sensato o tal vez sea algo más?

Después de haber conocido en 1812 a Beethoven

en Teplitz, escribió a su amigo Zelter: “Su talento

me ha llenado de asombro; mas, lamentablemente,

es una personalidad completamente indómita, y si

bien no se equivoca para nada al considerar detes-

Las calamidades de Goethe. Goethe calamitosoPeter Hamm*

Frankfurt am Main. Foto: © Katia Banci

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table al mundo, no por ello lo hace más delectable,

ni para sí mismo ni para otros”. Esto es in nuce el

programa de justificación de Goethe. Reza: sólo la

contención garantiza un poco de placer. Y sin em-

bargo, en la constelación de Teplitz, el Beethoven

indómito brilla con mucha más fuerza. La coraza de

contención del representante (que Goethe era en

aquel entonces ya hacía tiempo) no sólo protege,

sino también oculta y distancia.

El permanente distanciamiento de Goethe fue el tí-

tulo de un noble discurso de Joachim fest, en agra-

decimiento a la concesión de la medalla Goethe por

parte de la ciudad de frankfurt. El título de fest im-

plica dos cosas: hasta qué punto Goethe ha sido un

extraño para la nación que gusta tanto servirse de

su nombre, pero también cómo mantenía distancia

con aquellos que intentaban acercársele y cuánto

rechazo les producía. Ya Schiller confesó: “Estar a

menudo en compañía de Goethe me haría infeliz:

ni con sus amigos más cercanos tiene nunca un

momento de efusión, no hay por dónde asirle...

Esparcía benéficamente su existencia, pero sólo

como un dios, sin darse a sí mismo... La gente no

debería favorecer en su entorno una forma de ser

como esta”. Este resumen ciertamente espantoso

inspiró a Thomas Mann su relato sobre Schiller Ho-

ras penosas.

Según su diario, Kafka planeaba en 1912 un ensayo

titulado La espantosa forma de ser de Goethe. A las

pocas semanas, el diario da otra noticia: “Goethe,

consuelo en medio del dolor”. ¿En qué estamos

entonces, espanto o consuelo? por lo visto, Goethe

provocaba ambas reacciones, ambos sentimien-

tos. Su contradictoria forma de ser correspondía

exactamente a su grandeza. Las cosas espantosas

y consoladoras-edificantes están en su caso toda-

vía más cerca las unas de las otras que las dos en-

tradas en el diario de Kafka; incluso a veces están

entrelazadas hasta resultar indistinguibles. Ya sólo

por eso Goethe es lo contrario de un autor popular.

La popularidad va con lo inequívoco, un inequívoco

como el de Schiller.

“¿por qué permanecen delante? / ¡cuando hay

puertas y muy grandes! / Si entraran con confian-

za /recibirían abrazos de bonanza.” Goethe entregó

este cuarteto un tanto mentiroso en 1827, como

pie de imagen para un dibujo de O.Wagner de su

casa junto a la plaza frauenplan de Weimar. proba-

blemente más sincera fuera una entrada en su dia-

rio de 1778: “No estoy hecho para este mundo. En

cuanto uno sale de su casa, hunde el pie en el lodo”.

De hecho, los impertinentes mirones goethianos le

producían la misma repulsión que los indiferentes,

la masa, sobre la que escribió frases escandalosas

como esta: “Ayer, metido a fondo en las ceremonias

que acompañan la feria, me acordé de la cita de

Ariosto sobre la plebe: merece la muerte, desde el

nacimiento”. Otra observación suya sobre la masa

ya resulta más difícil de rechazar: “Nada es más

repugnante que la mayoría: pues se constituye de

unos pocos precursores vigorosos, de bribones que

se acoplan, de débiles que se asimilan y de la masa

que los sigue en tropel sin tener la más mínima idea

de lo que quiere”.

Sin duda alguna, se contaba a sí mismo entre los

“precursores vigorosos”, y el lema de su vida po-

dría ser: “No se lo digáis a nadie, sólo a los sabios, /

pues enseguida la muchedumbre se burla...”. para

él, “anticipar los sentimientos de almas nobles es

la profesión más deseable”. Y siendo ya un ancia-

no, confesó todavía a Eckermann: “Mi querido hijo,

le quiero confiar un secreto... Mis cosas no pueden

nunca llegar a ser populares; quien esto piensa y

anhela está equivocado. No están escritas para la

masa, sino sólo para individuos que quieren y bus-

can algo parecido”.

Sin embargo, justamente el joven admirador de

Goethe, Eckermann, cometió el error de querer po-

pularizarlo: fueron sus Conversaciones con Goethe

que parieron la hasta hoy vigente imagen de Goethe

como habitante del Olimpo, como sonora figura de

estuco. Con este libro, que bien mirado sólo abar-

ca los últimos nueve años de una vida de ochenta

y tres, y que en vez de reflejarlos los proyecta en

un majestuoso Biedermeier, Goethe se convirtió

en aquel “jovial decano de la literatura europea

que contesta a las preguntas más diversas con

respuestas listas para la imprenta” (Josef Hofmi-

ller). El mismo Nietzsche que elogiaba las Conver-

saciones con Goethe de Eckermann como el mejor

libro alemán de todos, lamentaba que Goethe sólo

hubiera sido en la historia alemana “un incidente

sin consecuencias”. ¿Cómo se le podía escapar

que esta falta de consecuencias también tenía que

ver con los preparados goethianos de Eckermann?

¿Habrá que pensar que se daban entre los admira-

dores de Goethe tantas contradicciones como en el

objeto de su admiración?

La muerte de Goethe, en 1832, no mereció ni siquie-

ra una nota en la principal revista literaria alemana,

la Stuttgarter Literaturblatt, a pesar de editarse en

Cotta, la editorial que sostenía los derechos exclu-

sivos de todas las obras de Goethe.

El hombre del momento, incluso del siglo, fue Schi-

ller. A él y no a Goethe se le erigió apenas cinco años

más tarde en Stuttgart el primer monumento que

no representaba a un comandante o un regente

sino a un escritor. pocos años después, en 1849,

el centésimo aniversario de Goethe pasó casi in-

advertido, mientras una década más tarde toda

Alemania se hundió en un delirio de entusiasmo

sin precedentes para celebrar el centenario del

nacimiento de Schiller. La gente, mejor dicho, la

emancipada burguesía alemana, no le perdonaba

a Goethe el cortesano, el “siervo de príncipes”, su

evasión ante la política y la revolución.

“En cuanto despuntaba algo descomunal o amena-

zante en el mundo político, yo solía ocuparme obs-

tinadamente con lo más lejano.” Aquello que ahora,

tras las últimas guerras y revoluciones fracasadas,

nos puede parecer otro signo de la sabiduría de vida

de Goethe, resultaba del todo inaceptable a sus más

HAY UN TIpO DE ESCRITORES −SON LOS MÁRTIRES DE LA LITERATURA− ANTE LOS CUALES RESULTA TOSCA, pROfANA E INADECUADA CUALQUIER COSA QUE SE pUEDA DECIR

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jóvenes contemporáneos progresistas. Börne lo lla-

maba un “loco de la estabilidad” y −con algo más

de respeto− “un águila que anida bajo el canalón”.

Beethoven escribió a su editor tras el encuentro en

Teplitz: “A Goethe le agrada sobremanera el aire de la

corte, más de lo que es decoroso para un poeta. No

queda nada que decir de la ridiculez de los virtuosos,

si los poetas, que deberían ser considerados como

los principales educadores de la nación, son capa-

ces de olvidar todo lo demás por este fulgor”. proba-

blemente, esto era exactamente lo que se pensaba

en aquel entonces de Goethe en Alemania, había

una urgente necesidad de educadores de la nación;

sin embargo, Goethe era algo menos, a la vez que

algo más: es decir, un educador del individuo.

Y no hacía falta conquistar antes su nación, su

patria, hacía tiempo ya que existía: “Lo verdade-

ro encontróse hace tiempo, / Unió los más nobles

espíritus. / ¡Lo antiguo verdadero, tócalo!” Lo “an-

tiguo verdadero” fue para Goethe lo orgánico, lo

intacto, la naturaleza; y con aquello, la Alemania re-

cién amanecida no sabía qué hacer. La naturaleza

agradaba sólo cuando se presentaba domesticada,

como campo de explotación y telón de fondo, como

finalidad. Goethe, sin embargo, rechazaba precisa-

mente el utilitarismo o la poesía utilitaria en rela-

ción con la naturaleza: “La naturaleza y el arte son

demasiado grandes para proponerse finalidades,

ni tienen necesidad de ello, pues en todas partes

existen referencias y las referencias son la vida”.

Las referencias le importaban más que las afirma-

ciones, la polaridad más que tomar partido. “Me da

la sensación (...) de que todo se conjunta bien si se

escoge el término polaridad como hilo conductor

(...)”, escribió para explicar su Teoría de los colores.

También Goethe intentaba percibir en todas sus

manifestaciones la “unidad de contrarios”, llamada

“concreta” en la dialéctica de Hegel.

por lo demás, en su vejez sí veía Goethe, por ejem-

plo, la revolución francesa, que al principio había

rechazado tan bruscamente, como “consecuencia

de una gran necesidad”, si bien, y seguramente

con razón, le seguía pareciendo todavía imposible

su directa aplicación a Alemania. “El ser colectivo

que se denomina Goethe” −es el anciano Goethe

que se caracteriza de esta manera− se había pro-

puesto objetivos más lejanos que meramente los

de la política de partidos. “Si hacia el infinito quie-

res caminar, / expándete en lo finito en todas las

direcciones.” Semejante máxima no contribuía a

su popularidad en una “nación atrasada”, como la

alemana, vuelta hacia lo finito. Aunque tampoco se

puede afirmar que Goethe haya sido directamente

“antialemán”. En realidad, participaba fuertemente

de las deficiencias alemanas, sólo hay que pensar

en su miedo ante el desorden. “¿Qué puedo hacer?,

forma parte de mi naturaleza, pero prefiero come-

ter una injusticia que soportar un desorden.” Esta

frase tan eminentemente alemana de Goethe no

tiene remedio, como tampoco su “regla de la vida”

de filisteo: “Si una linda vida te quieres construir, /

de cuitas del pasado has de prescindir”, una divisa

que después de 1945 volvió a abrazar con fervor

una nación que sólo recientemente había vuelto a

amanecer con demasiado ímpetu.

Cuando la muerte ya era innegable y verdadera-

mente no cabía ya pensar en construirse una lin-

da vida, Goethe cuidaba de forma particular de su

pasado: pedía a los destinatarios que le devolvie-

sen cartas suyas escritas hace medio siglo; quería

construirse una linda pervivencia para la posterio-

ridad. Goethe se preocupaba meticulosamente por

su imagen futura, y puede que tanto más cuanto

menos eco provocaba su obra en los últimos años

de vida. El hecho de que quisiera asegurar su pervi-

vencia para la posteridad, limando y puliendo tanto

su propia imagen y enderezándola hacia lo sano y

vital, como nos la transmitió Eckermann −a quien

él se había presentado así deliberadamente−,

puede considerarse legítimamente obra del miedo:

miedo a desaparecer con la muerte en las fauces

del “monstruo eternamente devorador, eternamen-

te rumiante” que para él representaba la naturaleza

también, igual que la sociedad, sin duda.

¡Y qué de miedos, los suyos! ¡Y cuánto se esforza-

ba por disimularlos, negarlos, él, que, sin embargo,

llamaba a la belleza “una hija del miedo”! No obs-

tante, no hay que olvidar que el Wolfgang recién na-

cido tuvo que luchar por su vida durante tres días y

tres noches, y que a los seis años ya le espantaba

“la ilimitada arbitrariedad de la naturaleza”, al en-

terarse del terremoto en Lisboa en 1755. Aquí, en

estas tempranas experiencias traumáticas de la

destrucción y de la lucha contra la muerte, echó raí-

ces el “demonio del espanto” que dio pie a la hiper-

sensibilidad de Goethe y a su programa holístico

de armonización, que persiguió denonadadamente

durante toda su vida.

Desde Roma escribió en 1787 a la señora von Stein:

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A éL TODA ESTA DIRECCIóN, LA DIRECCIóN HACIA ABAJO, LE MOLESTABA. NO QUERÍA DEJARSE ARRASTRAR HACIA ALLÍ, HACIA EL ABISMO, HACIA LA “pOESÍA DE HOSpICIO”

Viaje circular por obligación. Foto: © María G. Kioro

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“por cierto, he tenido la suerte de haber conocido

a gente feliz, que lo es solamente porque es com-

pleta; incluso la persona más humilde, cuando es

completa, puede ser feliz y a su manera perfecta.

Esto es algo que yo ahora quiero y debo conseguir

también, y puedo hacerlo, al menos sé dónde está y

cómo es, en este viaje he llegado a conocerme inde-

ciblemente bien”. Esta carta la escribió un hombre

que en vez de ser feliz y completo, estaba bastan-

te escindido (este es otro capítulo significativo del

libro Goethe y los alemanes, Goethe sólo en Italia

llegó a encontrarse a sí mismo y pudo desembara-

zarse un poco de sus viejos miedos). Seguramente

él no tenía esa sensación de armonía de los griegos

que elogiaba sin parar; ¿para qué, si no, tenía que ir

a buscarla en Italia? El “hombre armonioso” Goethe

es una leyenda, igual que el Goethe sano; no obs-

tante, sabía “encubrir bastante bien sus derrumba-

mientos”, como destacaba Gottfried Benn.

“procuraba ponerme a salvo de este terrible (de-

moníaco) ser, y huía a esconderme, según mi cos-

tumbre, tras una imagen”, reza el Wilhelm Meister.

La imagen significaba huida −lo dijo el propio

Goethe−, y del mismo modo que su viaje a Italia era

una huida, toda su vida era una defensa de lo trági-

co, de lo negativo; es sabido que no soportaba ver al

martirizado en la cruz; cuando evitaba los entierros,

también era para esquivarlo a él. Y una huida era

probablemente también su salida hacia lo que él te-

nía por ciencias naturales, cuando en realidad era

más bien fe en la naturaleza. “¡La percepción mor-

fológica de Goethe”, dice Adolf Muschg, “en el fondo

no es otra cosa que el descubrimiento de un ‘prin-

cipio salvador’ en la naturaleza! Y, de hecho, para

Goethe sería para toda su vida la única forma de

historia que le interesaría, mientras seguía incapaz

de reconocer sentido alguno en la historia política

universal. Sentido adquiere la historia mediante la

autoridad inmanente de una ley, y para los sujetos

mediante la fe en esta ley, que él enaltece para su

conocimiento y su piadosa contemplación”.

Hasta su insistencia en la pura contemplación es

huida, una huida del propio desasosiego y del im-

pulso hacia adelante a la paz de la contemplación

de la naturaleza. “La maldita falta de naturalidad”

fue su reacción de rechazo a Kleist, quien no con-

seguía fugarse en la sosegada contemplación de

la naturaleza, sino sólo en un suicidio bellamente

escenificado en medio de un escenario natural. En

su Campaña en Francia sabemos que aconsejó al

desesperado plessing (a quien visitó de incógnito,

probalemente otro intento de rechazo de lo trági-

co):“...sólo mediante la contemplación de la natura-

leza y la cordial participación en el mundo exterior,

uno se salvará y se liberará de un estado de ánimo

doloroso, autoflagelante y sombrío; el más general

conocimiento de la naturaleza, venga del lado del

que viniere, una implicación activa, sea como jar-

dinero o agricultor, como cazador o minero, ya nos

distrae de nosotros mismos”. De esto se trataba

pues: distraerse de uno mismo. Autorrealización

mediante autominimalización.

Cioran, en una ocasión, en vez de polemizar y poner

en la picota la “magnífica mediocridad” de Goethe,

la elogió. Magnífica era aquella mediocridad, al

obligarse un hombre tan desmedido y desgarrado

como Goethe a aspirar lo mediano en vez de lo ex-

tremado, a encontrar su medida en la moderación,

en contra del peligro de parecer un filisteo. Su mag-

nífica mediocridad es su humanidad. Y a esta perte-

nece también que Goethe siempre siguió siendo un

enemigo de todo lo tenebroso, obligado a la fórmula

de la creación: “¡Se haga la luz!”. Aquél que eligió

en 1775 como símbolo de escudo el “esplendoro-

so lucero”, escribió en el Diván: “¡Oh, a la noche y al

dolor, / no me abandones, mi luna! / ¡Oh tú, mi cirio

y mi sol, / tu luz no me niegues nunca!”. Estaba con-

vencido de que hemos nacido para la luz: “Si algo de

sol el ojo no tuviere, / nunca mirar el sol podría; / si

en nosotros no hubiera algo de Dios, / ¿de lo divino

quién se prendería?”.

El rebelde Jakob Börne lo insultó no sólo como un

“loco de la estabilidad”, sino también como el “poe-

ta de los felices”, cuya religión era la comodidad.

Hoy, veinte años después de una rebelión que sólo

restableció la situación que pretendía cambiar, ya

no tenemos la frivolidad de denunciar la felicidad,

la comodidad y la moderación como atributos auto-

máticamente reaccionarios. Nuestra necesidad de

desmantelamiento, de caos y de desmesura está

bastante cubierta, al igual que nuestra necesidad

de una politizante literatura de la carencia que no

es capaz de pagar sus minúsculas verdades con

otra cosa que con moneda pequeña.

“Se genera un gran estilo cuando lo bello vence lo

descomunal”, aseguraba Nietzsche con vistas a

Goethe. “El estilo superior sólo el amor te lo ense-

ña”, declaraba el propio Goethe en las Elegías roma-

nas. Sin duda alguna, ningún otro autor de nuestra

historia literaria se dejaba instruir tan bien y de

tan buen grado por el amor como él. A los 75 años

escribió todavía esta frase digna de ser tomada en

consideración: “Quien no me ama, tampoco tiene

derecho a juzgarme”.

(...)

Cada época, cada generación tiene su Goethe, del

mismo modo que cada lector por sí mismo tiene su

Goethe, construido en cada caso según la carencia

de sentimientos. La “muñeca-dios-Goethe”, que

sacó al escenario en su Carlota en Weimar Thomas

Mann, este Thomas Mann que “se conchababa

con Goethe (...), y sin escrúpulos se servía de su

citas para cubrir cualquier apetencia conserva-

dora” (Martin Walser), sólo es una, si bien una ex-

tremadamente repugnante, contemporización de

Goethe. Lo cierto es que de la naturaleza universal

de Goethe uno puede continuamente recoger lo que

la propia añoranza y la propia inclinación precisan

en el momento. por supuesto, Goethe era conscien-

te también de esto: “por lo común, la gente entien-

de otra cosa que lo que digo”, escribió a Zelter, y a

continuación viene este añadido tan significativo

para su repulsiva y al mismo tiempo atractiva sere-

nidad: “y eso probablemente esté bien”.

Texto publicado en Der Wille zur Ohnmacht (La voluntad de impo-

tencia). Múnich, Hanser, 1992.

Traducción: Cecilia Dreymüller

Foto de perfil: © Cilli Üsnuen

*Peter Hamm. nació en Múnich en 1937 y se crió en Wein-

garten, al sur de Alemania. Abandonó el colegio con 14 años

y publicó sus primeros poemas a los 17 en la revista Ak-

zente. desde 1965 trabaja como crítico literario y musical

para Frankfurter Allegemeine Zeitung, Die Zeit y la Radio

Bávara, donde dirige la redacción de literatura. Realiza do-

cumentales de televisión sobre Heinrich Böll, Ingeborg Ba-

chmann, Hanns Eisler, Hans Werner Henze, Alfred Brendel,

Fernando Pessoa y Peter Handke. Forma parte del progra-

ma televisivo suizo Literaturclub. Es autor de los libros de

poesía: La viga (1981) y El mundo en vías de desaparición

(1985), de antologías de poesía sueca y chequeslovaca y de

un “arca de noé poética”: ¿Qué animal va contigo?. Ha pu-

blicado los ensayos: La crítica de la crítica (1968, editado

en España en Barral Ediciones), La voluntad de impotencia

(1992), De la anti-historia (1997) y El arte de lo imposible

(2007). Su libro de conversaciones con Peter Handke, Vivan

las ilusiones, se publicará en breve en la editorial Pretextos.

E S p E C I A L A L E M A N I A

ESTO ES IN NUCE EL pROGRAMA DE JUSTI-fICACIóN DE GOETHE. REZA: SóLO LA CON-TENCIóN GARANTIZA UN pOCO DE pLACER

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Cuando comenzamos a pensar en los contenidos de este número especial, se nos ocurrió que era una buena idea convocar un concurso entre los estudiantes del Goethe-institut Madrid para promover la escritura de textos en primera persona, vinculados con sus experiencias con el país cuya lengua aprenden. así nació “alemania en mi vida”. La acogida de la convocatoria fue muy buena y los numerosos trabajos presentados nos permitieron conocer muchas historias interesantes.No fue fácil emitir un dictamen final, pero finalmente, entre Margareta Hauschild, Cecilia dreymüller, anja Reder y yo, con la asistencia de Jördis Lüdke, logramos ponernos de acuerdo. Lo interesante de los debates fue descu-brir cómo los textos nos provocaban de diferente manera.así, los trabajos elegidos fueron los de Pablo H. Ramos (primer premio, seudónimo: arrabal amargo), Lucía Núñez García (segundo premio, seudónimo: Marlene) y antonio Nieto (mención especial, seudónimo: Noka). Felicitaciones para todos ellos. Vaya nuestro agradecimiento, también, para todos los que participaron de la convocatoria.

Beltrán Gambier

Arrabal amargo y Marlene

ALEM

AnIA E

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En el improbable caso de que nos volvamos a en-

contrar, ya no estaré cubriendo aquella ruta.

A veces te imagino volviendo a vagar sin descanso

y sin motivo por las calles de cualquier ciudad, lige-

ra, sugerente y tímida como en tus mejores días, el

sol de septiembre cayendo de refilón que no llega

a calentar ni el asfalto ni tu silueta, la música desli-

zándose por las ventanas abiertas de los bares, el

murmullo alegre de los niños jugando en el parque.

Sin embargo, Dresden fue una foto desenfocada,

no vivimos sus calles por ese afán tuyo de exprimir

con ansia y con torpeza cada paso que diste por el

palacio Zwinger. Teníamos pensado encontrarnos

allí el último domingo de septiembre y viajar el lu-

nes hacia Leipzig. Recuerdo haber estado en forma

ese verano, haber tenido capacidad física y mental

para soportar interminables viajes en coche, horas

oprimido junto a dos o tres desconocidos, ocupan-

do algún asiento trasero, clavando mis rodillas en

los riñones del copiloto. Recuerdo también las lar-

gas noches sin dormir o cabeceando a punto de do-

blarme en los bancos de cualquier estación. Mien-

tras el mundo seguía ajeno a tus fantasías, yo iba

en tu busca para continuar juntos el camino, y no

sabía que tan solo compartiría una tarde contigo.

pocos minutos después de bajar del tren y poner

el pie en Dresden, apenas media hora antes de que

nos encontrásemos, me quedé un momento abs-

traído contemplando una pintura de Giuseppe Saffi,

La traición, que ilustraba el anuncio de una exposi-

ción especial de la Gemäldegalerie Alte Meister. Se

celebraba el tricentésimo aniversario de la adqui-

sición, precisamente, de los cuadros de Saffi, que

compartían pared con los de otros artistas italia-

nos en las salas nobles de la Galería de pinturas de

Maestros Antiguos.

Cuando por fin nos vimos en aquel bosque en mi-

niatura que es el parque contiguo a los museos de

la ciudad, nuestro primer contacto fue cariñoso,

alegre, suave pero extraño, con ese punto de frial-

dad inoportuna que surge cuando una pareja lleva

mucho tiempo sin verse. La conversación fluyó

como de costumbre durante la tarde, y poco antes

de abandonarla noté un cambio de tono en tu voz

que denotaba incomodidad y un grado de desespe-

ración ínfimo aunque perceptible.

Tampoco tenemos mucho presupuesto, y el mit-

fahren es cosa de hippies, decías. Yo cedí. En fin, si

no quieres mitfahren, siempre podemos malgastar

los últimos euros que tengamos encima, dije sin

ocultar mi patosa malicia. Sacaremos un billete de

segunda para Leipzig y ya mañana vemos dónde

dormimos. Mi propuesta parecía completamente

lógica de acuerdo a lo que habíamos convenido,

que era hacer lo que llevábamos haciendo cada ve-

rano desde nuestro primer encuentro.

Supongamos que no te voy a volver a ver. Larga

pausa. Me voy a quedar aquí, empiezo a trabajar el

lunes. Esas fueron tus palabras exactas.

Aunque te fueras a quedar entre todas aquellas

maravillas, entre los grabados de Cranach y los re-

tablos de Durero, entre los grupos de estudiantes y

el lento caminar de los viejos aficionados, no pude,

te prometo que no pude, dejar de imaginar que era

una ocurrencia más. pero cuando bajaste la mi-

rada, comprendí que era cierto. Te quedabas. Te

despedías de nuestros paseos, de nuestros ritos y

del cosquilleo que nos entraba al pisar cada nuevo

destino. Ya no te perderías por más calles ajenas.

Sentí que de golpe se me subió la sangre a la cabe-

za y al instante bajó a mis pies como una catarata.

Lo siguiente que recuerdo es tu sombra cruzando

a la sala contigua, la sala de las pinturas italianas.

Me mantuve de pie, no perdí el conocimiento, pero

viví una suerte de experiencia bastarda entre la

realidad y un sueño límpido, triste e irrevocable.

Conocías mis simpatías por todo aquello que no

deja de moverse. Sabías que estaba intrigado por

cualquier cosa que me pudiera encontrar al doblar

cualquier esquina. Decidiste, sin embargo, adap-

tarte a la vida esclava, porque así será tu vida, y re-

nunciar a la estabilidad del movimiento constante.

pagaste un precio.

*Pablo H. Ramos. nació en Zamora en 1985 y vive en Ma-

drid desde hace ocho años. Es licenciado en Periodismo, ha

trabajado para varios medios (Cadena SER, DEIA, Diario

AS) y ha publicado artículos en revistas de comunicación

(Vivat Academia). En la actualidad está realizando su tesis

doctoral, al tiempo que colabora en la sección internacional

del diario digital SIGLO XXI.

A las puertas de nada. Foto: © María G. Kioro

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I VIDA

MIENTRAS EL MUNDO SEGUÍA AJENO A TUS fANTASÍAS, YO IBA EN TU BUSCA pARA CON-TINUAR JUNTOS EL CAMINO, Y NO SABÍA QUE TAN SOLO COMpARTIRÍA UNA TARDE CONTIGO

Último domingo de septiembrePablo H. Ramos*

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Pequeño juego de espejosLucía Núñez García*

Nací debajo del sombrero de Hans Schnier una fres-

ca noche del mes de marzo, en los escalones de la

estación de trenes de Bonn. Lo primero que él me

dio fue un sorbito de coñac y una caladita de su ci-

garro para ir entrando en calor. Eran días de Carna-

val y otro borracho, disfrazado de fidel Castro, trató

de provocar a mi payaso mendigo. María, María,

María, decía.

pero yo me encontraba enormemente confundida

en esa situación tan poco acorde al que por en-

tonces era mi estado de ánimo. Se trataba de un

principio demasiado...podría decir contemporáneo,

terriblemente complejo para ser, pues eso, un prin-

cipio. Así que me escapé saltando de tres en tres

las escaleras de la estación.

Mi siguiente destino, ya mío y elegido, fue Stuttgart.

Allí me esperaban sus suaves colinas y viñedos, el

fluir lento del Neckar y esos dos locos adolescentes

que discutían proclamando a Hölderlin el poeta más

grande de Alemania y que recitaban, en lo alto de la

torre de Tübingen, sus poemas. Y digo locos porque

había un algo en ellos que me esquivaba, que no

lograba entender, pero era precisamente ese algo

lo que más les envidiaba. permanecí todo ese se-

mestre del Gymnasium perdida en esa atmósfera

embriagadora, hasta que al conocer el destino de

ambos, Hans y Konradin, me decidí a volver.

volver. Eso fue lo que hice, directo a mi principio y

mucho más preparada para entenderlo. Y una vez

que volví a dejar a mi payaso en las escaleras de la

estación, esta vez sin correr y con una despedida,

quise seguir por ese camino. Y así me encontré con

las actividades terroristas de Baader Meinhof y con

esa chica, Katharina. Tenía problemas tremendos

con la policía y aún peores con un par de periodis-

tas. Traté de ayudarla a encontrar su honor perdi-

do, pero yo era por ese entonces aún más ingenua

que ella, por lo que acabé perdiendo también el mío.

Así que no le fui de mucha ayuda, pero −por lo que

pude saber más tarde, tampoco le hacía falta− se

las arregló muy bien ella sola.

Y cuando ya creía entender mucho, o más senci-

llamente, cuando me había acostumbrado a com-

prender muy poco o nada, mi respetado y admirado

Edoardo escribió, en una hoja de hotel con su letra

de pájaro, la dirección de patrick Troll en una noche

minotáurica en Múnich. Empecé a recibir las cartas

de Herr Troll, las 33 en total, y apareció mi Ello, ju-

guetón y peligroso. Y aquí sigo, tratando de respon-

der al menos a una de sus cartas.

Y puedo seguir completando mi lista de Suchende.

paseé por las playas de Stralsund y vi cisnes ne-

gros meciéndose en sus aguas. Recorrí ciudades

imaginarias cuyas calles no acababan nunca, y

cada noche que las soñaba eran más y más infini-

tas. Quise estar en los palcos de la ópera de Dresde

la noche del estreno de Salome dejándome envol-

ver por su opulencia (Wie schön ist die Prinzessin

Salome heute Nacht!). Estuve en el origen del Da-

nubio, en su fuente de piedra fría y suave, sintiendo

la atracción de sus oscuras aguas acariciadas por

el musgo y sentí su fuerza palpitar en mí cuando de

allí bajé en bicicleta.

Y no niego que habrá habido muchos otros mo-

mentos que tal vez podría haber mencionado aquí.

Quizás pueda echar en falta la poesía, y tal vez

también a Lachemann. Ni siquiera puedo discernir

completamente aquello soñado o incluso imagina-

do de lo que pudo realmente suceder. pero los re-

cuerdos son así, huidizos y caprichosos. Sin mucha

lógica y poco orgullosos, y creo que es así como hay

que tratarlos.

*Lucía Núñez García. nació en 1976, de origen nicara-

güense y español. Ingeniera de Montes de formación, titu-

lada por la Universidad Politécnica de Madrid, ha trabajado

también como paisajista, actividades que siempre ha com-

binado por gusto con la literatura y la escritura. Ha vivido

en Berlín y en Italia. casada y con una hija, vive en la ac-

tualidad en Madrid.

vOLvER. ESO fUE LO QUE HICE, DIRECTO A MI pRINCIpIO Y MUCHO MÁS pREpARADA pARA ENTENDERLO

RECORRÍ CIUDADES IMAGINARIAS CUYAS CALLES NO ACABABAN NUNCA, Y CADA NOCHE QUE LAS SOñABA ERAN MÁS Y MÁS INfINITAS

Pescadores en la isla de Rügen. Foto: © Lucía Núñez García

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Presentación de Intramuros dedicado a Francisco Umbral En el Círculo de Bellas Artes de Madrid

Fotos: © Luis Miró

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