discurso del santo padre juan pablo ii …_ss_ioannes... · web view... adecuados para liberar...

1166
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE Sábado 9 de enero de 1989 Excelencias, Señoras, Señores: 1. Vuestro Decano, el Señor Embajador Joseph Amichia, acaba de hacerse intérprete de los diferentes votos que habéis querido formular respecto a mí, así como de los sentimientos que os inspiran los aspectos más sobresalientes de la misión de la Santa Sede en el mundo. Os lo agradezco vivamente. Al mismo tiempo, deseo expresar mi gratitud hacia todos vosotros, que habéis deseado asociaros a su exposición. También me alegra dar la bienvenida a los nuevos Embajadores acreditados y a sus colaboradores, incorporados durante el año pasado. Su experiencia resultará preciosa para todos nosotros, del mismo modo que esperamos que a su vez se enriquezcan con la percepción que la Santa Sede tiene de la vida internacional. El encuentro de año nuevo con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede supone para el Papa un momento privilegiado para la reflexión de algunos de los grandes problemas del mundo, que también a vosotros os preocupan. Ciertamente, la mirada de la Iglesia a los desafíos de nuestro tiempo no siempre coincide con la de las naciones. Sin embargo, la experiencia multisecular y la constante referencia a los mismos valores y criterios éticos permiten a las visiones de la Santa Sede —situadas más allá de los intereses políticos, económicos o estratégicos— ofrecer un punto de referencia al observador imparcial y deseoso de ampliar los fundamentos de sus juicios. Por su parte, la Iglesia católica está convencida de que sirve a los hombres según el deseo de su Fundador cuando dispensa sin límite el tesoro de sabiduría y de doctrina que le ha sido confiado a fin de que cada generación posea la luz y la fuerza que necesita para guiar sus pasos. Motivos de alegría y de esperanza 2. La comunidad internacional tiene algunos motivos para alegrarse, como la consolidación de la distensión entre el Este y el Oeste o los avances registrados en el sector del desarme, tanto a nivel bilateral entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos de América en lo concerniente a las armas estratégicas, como a nivel multilateral a propósito de las armas químicas. A este respecto, la Santa Sede desea que la Conferencia que se celebra en París sobre la prohibición de las armas químicas, logre frutos duraderos. La voluntad de tratar con determinación la cuestión de la reducción de las armas convencionales en Europa, puesta de manifiesto tanto por la OTAN como por el Pacto de Varsovia, hace pensar que pronto los negociadores de los países afectados recibirán el mandato debido a fin de definir una común aproximación y proponer medidas concretas y mecanismos efectivos de control, adecuados para liberar realmente a los pueblos europeos del miedo provocado por la presencia de armas ofensivas y la eventualidad de un ataque sorpresa. En este contexto, la Santa Sede ha seguido con gran interés la reunión de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, que se desarrolla en Viena, y desea que sus trabajos puedan concluir rápidamente en un documento final, sustancial y equilibrado, que tenga en cuenta al mismo tiempo los aspectos militares, económicos, sociales y humanitarios de la seguridad, sin los cuales el "viejo" continente no conoce. ría una paz duradera. Los derechos del hombre y la libertad religiosa han sido objeto de profundas discusiones en Viena, y deberían figurar en un buen lugar en el futuro documento de clausura de

Upload: vuthien

Post on 03-Nov-2018

212 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE Sbado 9 de enero de 1989

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE Sbado 9 de enero de 1989

Excelencias, Seoras, Seores:

1. Vuestro Decano, el Seor Embajador Joseph Amichia, acaba de hacerse intrprete de los diferentes votos que habis querido formular respecto a m, as como de los sentimientos que os inspiran los aspectos ms sobresalientes de la misin de la Santa Sede en el mundo. Os lo agradezco vivamente. Al mismo tiempo, deseo expresar mi gratitud hacia todos vosotros, que habis deseado asociaros a su exposicin.

Tambin me alegra dar la bienvenida a los nuevos Embajadores acreditados y a sus colaboradores, incorporados durante el ao pasado. Su experiencia resultar preciosa para todos nosotros, del mismo modo que esperamos que a su vez se enriquezcan con la percepcin que la Santa Sede tiene de la vida internacional.

El encuentro de ao nuevo con el Cuerpo Diplomtico acreditado ante la Santa Sede supone para el Papa un momento privilegiado para la reflexin de algunos de los grandes problemas del mundo, que tambin a vosotros os preocupan.

Ciertamente, la mirada de la Iglesia a los desafos de nuestro tiempo no siempre coincide con la de las naciones. Sin embargo, la experiencia multisecular y la constante referencia a los mismos valores y criterios ticos permiten a las visiones de la Santa Sede situadas ms all de los intereses polticos, econmicos o estratgicos ofrecer un punto de referencia al observador imparcial y deseoso de ampliar los fundamentos de sus juicios. Por su parte, la Iglesia catlica est convencida de que sirve a los hombres segn el deseo de su Fundador cuando dispensa sin lmite el tesoro de sabidura y de doctrina que le ha sido confiado a fin de que cada generacin posea la luz y la fuerza que necesita para guiar sus pasos.

Motivos de alegra y de esperanza

2. La comunidad internacional tiene algunos motivos para alegrarse, como la consolidacin de la distensin entre el Este y el Oeste o los avances registrados en el sector del desarme, tanto a nivel bilateral entre la Unin de Repblicas Socialistas Soviticas y los Estados Unidos de Amrica en lo concerniente a las armas estratgicas, como a nivel multilateral a propsito de las armas qumicas. A este respecto, la Santa Sede desea que la Conferencia que se celebra en Pars sobre la prohibicin de las armas qumicas, logre frutos duraderos.

La voluntad de tratar con determinacin la cuestin de la reduccin de las armas convencionales en Europa, puesta de manifiesto tanto por la OTAN como por el Pacto de Varsovia, hace pensar que pronto los negociadores de los pases afectados recibirn el mandato debido a fin de definir una comn aproximacin y proponer medidas concretas y mecanismos efectivos de control, adecuados para liberar realmente a los pueblos europeos del miedo provocado por la presencia de armas ofensivas y la eventualidad de un ataque sorpresa.

En este contexto, la Santa Sede ha seguido con gran inters la reunin de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperacin en Europa, que se desarrolla en Viena, y desea que sus trabajos puedan concluir rpidamente en un documento final, sustancial y equilibrado, que tenga en cuenta al mismo tiempo los aspectos militares, econmicos, sociales y humanitarios de la seguridad, sin los cuales el "viejo" continente no conoce. ra una paz duradera. Los derechos del hombre y la libertad religiosa han sido objeto de profundas discusiones en Viena, y deberan figurar en un buen lugar en el futuro documento de clausura de la reunin, que por ello revestir una particular importancia. Los desbloqueos que se han podido registrar en estos ltimos tiempos testimonian una toma de conciencia cada vez ms viva de la urgencia que presenta su respeto y su efectivo ejercicio.

Deseamos, pues, Seoras y Seores, que los desarrollos alcanzados recientemente en la Unin Sovitica y en otros pases de la Europa Central y Oriental contribuyan a crear las condiciones propicias para un cambio de clima y una evolucin de las legislaciones nacionales, a fin de pasar efectivamente del estado de la proclamacin de principios, al de la garanta de los derechos y libertades fundamentales de todo hombre. Un proceso as debera conducir, en estos pases, a la emergencia de una concepcin de la libertad de religin entendida como un verdadero derecho civil y social.

Llevando la mirada fuera de Europa, quisiera evocar, asimismo, una regin presa en las luchas nacionales y regionales de carcter endmico desde hace muchos aos, en la que los pueblos aspiran ardientemente a una paz verdadera y durable: hablo de Amrica Central. Hace ya ms de un ao que los Jefes de Estado de cinco pases firmaron el Acuerdo de "Esquipulas II" para poner trmino a los sufrimientos de sus poblaciones. Los conceptos de democratizacin, pacificacin y cooperacin regional, que constituyen la base de este Acuerdo, deberan encontrar un eco mayor en los responsables polticos. Es necesario desear que todas las partes interesadas reemprendan con coraje el camino de un dilogo sincero y constructivo, que los compromisos previstos en este Acuerdo como por ejemplo, las "comisiones nacionales de reconciliacin" sean efectivamente puestos en marcha y que as se favorezca la reinsercin de todas las fuerzas polticas en la vida pblica de estos pases.

El ao pasado ha contemplado, felizmente, el inicio de una reglamentacin negociada de varios conflictos en otras regiones. En primer lugar, pienso en el tan esperado cese del fuego firmado entre Irn e Irak. Su decisin de entablar conversaciones bajo la supervisin de la Organizacin de las Naciones Unidas, es reconfortante en la medida en la que estas conversaciones animen el dilogo y afirmen la voluntad de paz de ambas partes.

A este propsito existe un aspecto que no quisiera silenciar: el regreso de los prisioneros de guerra a su patria. En este inicio del ao, momento de encuentros familiares en todo el mundo, cmo no pensar en todos aquellos que han pasado estos das de fiesta lejos de los suyos? Cmo no desear que las autoridades de estos dos pases, ayudadas por las Organizaciones internacionales competentes, puedan convenir modalidades de repatriamiento, acortando los sufrimientos de estos hombres y dando a numerosas familias la alegra de unos reencuentros tan esperados?

Ms hacia el Este todava, la retirada efectiva de las tropas extranjeras de Afganistn debiera ser el preludio de una honorable solucin, que permitiera a cada parte interesada favorecer una nueva etapa en la reconstruccin y el desarrollo de este pas.

Las iniciativas y los constantes esfuerzos de diversos pases en particular los de las naciones del Sudeste Asitico permiten abrigar la esperanza de un arreglo global del problema de Camboya, cuya poblacin vive dolorosas pruebas desde hace tantos aos.

Tambin en esta misma regin, recientes gestos de las autoridades vietnamitas incluidos los de materia religiosa hacen presagiar la disponibilidad de esta noble nacin a reemprender un dilogo cada vez ms fructuoso en el concierto de las naciones.

Debemos tambin formular votos para que el indispensable dilogo y la comprensin favorezcan la solucin de un problema tan complejo como el coreano. A este respecto, merecen todo estmulo los esfuerzos de las autoridades concernidas.

Contina siendo reconfortante el pensar que los conflictos que asolan a algunos pases del frica Austral pudieran finalizar pronto gracias al Protocolo de Brazzaville y al Acuerdo de Nueva York en vista del proceso de independencia de Namibia y de la pacificacin de Angola. Los habitantes de estas regiones han sufrido demasiado cruelmente como para que su suerte deje indiferente a la comunidad internacional.

Finalmente, como ltimo signo de "buena voluntad", quisiera mencionar el inmenso movimiento de solidaridad manifestado con motivo del trgico temblor de tierra acaecido en la Armenia Sovitica en el pasado mes de diciembre. Es de desear que esta solidaridad, de la que los hombres saben hacer prueba en circunstancias tan dramticas por encima de las fronteras y de las separaciones polticas o ideolgicas, sea siempre la primera regla comn de su actuar.

El frgil equilibrio internacional

3. Sin embargo, los temas de preocupacin no faltan, atenuando algo nuestra confianza. Estos ltimos das, la tensin aparecida en el Mediterrneo ha mostrado, una vez ms, la fragilidad del equilibrio internacional.

He tenido la oportunidad de expresar, en ms de una ocasin, mi consternacin frente al drama que vive el Lbano y de desear ver restablecida la unidad nacional de este pas, en particular gracias a la reafirmacin de su soberana y, al menos, mediante la recuperacin del normal funcionamiento de las instituciones del Estado. No sabramos resignarnos a ver a este pas privado de su unidad, de su integridad territorial, de su soberana y de su independencia. Se trata de derechos fundamentales e incuestionables para toda nacin. Todava una vez ms, con la misma conviccin, ante este auditorio cualificado, invito a todos los pases amigos del Lbano y de su pueblo, a que unan sus esfuerzos para ayudar a los libaneses a reconstruir, en la dignidad y libertad, la patria pacificada y radiante a la que aspiran.

En esta regin atormentada del Prximo Oriente, nuevos elementos han aparecido recientemente en el horizonte de los destinos del pueblo palestino, que parecen favorecer la solucin preconizada desde hace tiempo por la Organizacin de las Naciones Unidas: el derecho de los pueblos palestino e israel a una patria. Igualmente quiero expresar aqu el deseo de que la Ciudad Santa de Jerusaln, reivindicada por cada uno de estos dos pueblos como smbolo de su identidad, pueda convertirse un da en un lugar de paz y en un hogar para ambos. Esta ciudad, nica entre todas, que evoca a los descendientes de Abraham la salvacin ofrecida por el Dios poderoso y misericordioso. debera convertirse en fuente de inspiracin para un dilogo fraternal y perseverante entre judos, cristianos y musulmanes. basado en el respeto de las particularidades y los derechos de cada uno.

Tampoco podemos olvidar a otros hermanos nuestros que, en otras regiones del mundo, se sienten amenazados en su existencia o en su identidad. Las dificultades a las que se enfrentan, con frecuencia son complejas y tienen un origen lejano. La Santa Sede, que no tiene competencia tcnica para la solucin de estos graves problemas, de todas formas considera que debe subrayar ante este auditorio que ningn principio, ninguna tradicin, ninguna reivindicacin sea cual fuere su legitimidad autoriza a infligir a las poblaciones con mayor motivo cuando estn compuestas por civiles inocentes y vulnerables acciones represivas o tratamientos inhumanos. En ello nos jugamos el honor de la humanidad! En este contexto, deseo evocar el grave problema de las minoras, tema del reciente Mensaje para la celebracin de la Jornada mundial de la Paz 1989: no slo las personas tienen derechos: igualmente los pueblos y los grupos humanos; existe "un derecho a la identidad colectiva" (Mensaje , n. 3).

Los derechos inviolables de la persona

4. Cmo podramos resolver tantas situaciones de desamparo, cuando ya el pasado 10 de diciembre celebramos el cuadragsimo aniversario de la proclamacin, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, de la Declaracin universal de los Derechos del Hombre?

Este texto, que se presenta como "el ideal comn a seguir por todos los pueblos y todas las naciones" (Prembulo), ha ayudado a la humanidad a tomar conciencia de su comunidad de destino y del patrimonio de valores que pertenecen a toda la familia humana. En la medida en que se ha querido que esta Declaracin fuera "universal", concierne a todos los hombres, en cualquier lugar. A pesar de las reticencias, reconocidas o no, de algunos Estados, el texto de 1948 ha puesto de relieve un conjunto de nociones impregnadas de tradicin cristiana (pienso en particular en la nocin de dignidad de la persona) que se han impuesto como sistema universal de valores.

Superando los excesos de los que la persona humana haba sido vctima durante los regmenes totalitarios, la Declaracin de Pars quiso "proteger" al hombre, sea quien fuere y dondequiera que se encontrara. Apareci como esencial, con el fin de evitar la repeticin de los horrores que todos tenemos en la memoria, que la esfera inviolable de las libertades y de las facultades propias de la persona humana quedaran al reparo de eventuales coacciones fsicas o psquicas, que e] poder poltico estuviera tentado de imponer. De la misma naturaleza humana dimana el respeto de la vida. de la integridad fsica, de la conciencia, del pensamiento, de la fe religiosa, de la libertad personal de todo ciudadano; estos elementos esenciales en la existencia de cada uno no son objeto de una "concesin" del Estado, que "reconoce" solamente estas realidades anteriores a su propio sistema jurdico y que tiene la obligacin de garantizar su disfrute.

La interdependencia del hombre y la naturaleza

Estos derechos pertenecen a la persona, necesariamente inserta en una comunidad, pues el hombre es social por naturaleza. Por lo tanto, la inviolable esfera de las libertades debe incluir aquellas que son indispensables para la vida de las clulas de base, como la familia y las comunidades de creyentes, pues es en su seno donde se expresa esta dimensin social del hombre. Corresponde al Estado asegurarles el reconocimiento jurdico adecuado.

5. A partir de estas libertades y derechos fundamentales, se desarrollan, como en circulas concntricos, los derechos del hombre como ciudadano, como miembro de la sociedad y, ms ampliamente, como parte integrante de un medio ambiente que debe ser humanizado. En primer trmino, los derechos civiles garantizan a la persona sus libertades individuales y obligan al Estado a no inmiscuirse en el terreno de la conciencia individual. Luego, los derechos polticos facilitan al ciudadano su participacin activa en los asuntos pblicos de su propio pas.

No cabe ninguna duda de que entre los derechos fundamentales y los derechos civiles y polticos existe una interaccin y un mutuo condicionamiento. Cuando los derechos del ciudadano no se respetan, es casi siempre en detrimento de los derechos fundamentales del hombre La separacin de los poderes en el Estado y el control democrtico son condiciones indispensables para su efectivo respeto. La fecundidad implicada en la nocin de derecho del hombre tambin se manifiesta en el desarrollo y la formulacin cada vez ms precisa de los derechos sociales y culturales. A su vez, stos son mejor garantizados cuando su aplicacin est sometida a una verificacin imparcial. Un Estado no puede privar a sus ciudadanos de sus derechos civiles y polticos, ni siquiera bajo el pretexto de querer asegurar su progreso econmico o social.

Tambin se comienza a hablar del derecho al desarrollo y al medio ambiente: con frecuencia se trata, en esta "tercera generacin" de los derechos del hombre, de exigencias todava difciles de traducir en trminos jurdicos, violentados durante tanto tiempo, que ninguna instancia es capaz de garantizar su aplicacin. De todos modos, ello muestra la creciente conciencia que la humanidad tiene de su interdependencia de la naturaleza, cuyas fuentes, creadas para todos pero limitadas, deben ser protegidas, en particular mediante una estrecha cooperacin internacional.

As, a pesar de todas las lamentables deficiencias, se ha operado una evolucin que favorece la eliminacin de toda arbitrariedad en las relaciones entre el individuo y el Estado. A este propsito, la Declaracin de 1948 representa una referencia que se impone, pues llama sin equvocos a todas las naciones a organizar la relacin de la persona y de la sociedad con el Estado sobre la base de los derechos fundamentales del hombre.

La nocin de "Estado de derecho" aparece as como un requisito implcito de la Declaracin universal de los Derechos del Hombre y recoge la doctrina catlica, segn la cual la funcin del Estado es permitir y facilitar a los hombres la realizacin de los fines trascendentales para los que han sido destinados.

La libertad religiosa

6. Entre las libertades fundamentales que corresponde defender a la Iglesia en primer lugar, naturalmente se encuentra la libertad religiosa. El derecho a la libertad de religin est tan estrechamente ligado a los dems derechos fundamentales, que se puede sostener con justicia que el respeto de la libertad religiosa es como un "test" de la observancia de los otros derechos fundamentales.

La cuestin religiosa conlleva, en efecto, dos dimensiones especficas que sealan su originalidad en relacin con otras actividades del espritu, en especial las referentes a la conciencia, el pensamiento o la conviccin. Por una parte, la fe reconoce la existencia de la Trascendencia, que es la que da sentido a toda la existencia y funda los valores que posteriormente orientan los comportamientos. De otro lado, el compromiso religioso implica la insercin de las personas en una comunidad. La libertad religiosa va pareja a la libertad de la comunidad de fieles a vivir segn las enseanzas de su Fundador.

El Estado no tiene que pronunciarse en materia de fe religiosa y no puede sustituir a las diversas Confesiones en lo concerniente a la organizacin de la vida religiosa. El respeto por el Estado del derecho a la libertad de religin es el signo del respeto de los dems derechos humanos fundamentales, puesto que aquella representa el reconocimiento implcito de la existencia de un orden que sobrepasa la dimensin poltica de la existencia, un orden que revela la esfera de la libre adhesin a una comunidad de salvacin anterior al Estado. Incluso si, por razones histricas, un Estado dispensa una especial proteccin a una religin, por otra parte tiene la obligacin de garantizar a las minoras religiosas las libertades personales y comunitarias que emanan del comn derecho a la libertad religiosa en la sociedad civil.

Sin embargo, no siempre es as. De ms de un pas siguen llegando llamadas de creyentes en especial de catlicos que se sienten molestados a causa de sus aspiraciones religiosas o de la prctica de su fe. En efecto, no es raro que subsistan legislaciones o disposiciones administrativas que ocultan el derecho a la libertad religiosa o que prevn tales limitaciones que terminan por reducir a la nada las tranquilizadoras declaraciones de principio.

En la presente circunstancia, una vez ms hago una llamada a la conciencia de los responsables de las naciones: No hay paz sin libertad! No hay paz sin que el hombre encuentre en Dios la armona consigo mismo y con sus semejantes! No temis a los creyentes! Lo afirmaba el ao pasado con motivo de la Jornada mundial de la Paz: "La fe acerca y une a los hombres, los hermana, los hace ms solcitas, ms responsables, ms generosos en la dedicacin al bien comn" (Mensaje para la celebracin de la Jornada mundial de la Paz 1988, n. 3).

Dimensin trascendente de la persona humana

7. Con justicia se ha puesto de relieve que la Declaracin de 1948 no presenta los fundamentos antropolgicos y ticos de los derechos del hombre que proclama. Hoy aparece claro que tal empresa resultaba prematura en aquel momento. Es a las diferentes familias de pensamiento en particular a las comunidades creyentes a las que incumbe la tarea de poner las bases morales del edificio jurdico de los derechos del hombre.

En este campo, la Iglesia catlica y tal vez otras familias espirituales tiene una contribucin irreemplazable que aportar, pues proclama que en la dimensin trascendente de la persona se sita la fuente de su dignidad y de sus derechos inviolables. Nada fuera de ello. Al educar las conciencias, la Iglesia forma ciudadanos comprometidos con la promocin de los ms nobles valores. Aunque la nocin de "derecho del hombre", con su doble requerimiento de la autonoma de la persona y del Estado de derecho, sea en cierta medida inherente a la civilizacin occidental marcada por el cristianismo, el valor sobre el que reposa esta nocin, es decir, la dignidad de la persona, es una verdad universal destinada a ser recibida de forma cada vez ms explcita en todas las reas culturales.

Por su parte, la Iglesia est convencida de servir a la causa de los derechos del hombre cuando, fiel a su fe y a su misin, proclama que la dignidad de la persona se fundamenta en su cualidad de criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Cuando nuestros contemporneos buscan una base sobre la que apoyar los derechos del hombre, deberan encontrar en la fe de los creyentes y en su sentido moral, los fundamentos transcendentes indispensables para que estos derechos permanecieran al abrigo de todas las tentativas de manipulacin por parte de los poderes humanos.

Vemos que los derechos del hombre, ms que normas jurdicas, son ante todo valores. Estos valores deben ser cuidados y cultivados en la sociedad, de lo contrario corren el riesgo de desaparecer de las leyes. Tambin la dignidad de la persona debe estar protegida en las costumbres antes de serlo en el derecho. No puedo dejar de hablar aqu de la inquietud que suscita el mal uso que ciertas sociedades hacen de la libertad, referente a este aspecto, libertad tan ardientemente deseada por otras sociedades.

Cuando la libertad de expresin y de creacin no est orientada hacia la bsqueda de lo bello, de lo verdadero y del bien, sino que se complace, por ejemplo, en la produccin de espectculos de violencia, de malos tratos o de terror, estos abusos repetidos con frecuencia hacen precarias las prohibiciones de tratos inhumanos o degradantes sancionados por la Declaracin universal de los Derechos del Hombre y no presagian un futuro al abrigo de una vuelta a los excesos que este solemne documento ha condenado oportunamente.

Lo mismo ocurre cuando la fe y los sentimientos religiosos de los creyentes pueden ser puestos en ridculo en nombre de la libertad de expresin o de fines propagandsticos. La intolerancia corre el riesgo de reaparecer bajo otras formas. El respeto de la libertad religiosa es un criterio no slo de la coherencia de un sistema jurdico, sino tambin de la madurez de una sociedad libre.

El mensaje siempre nuevo de la Iglesia

8. Excelencias, Seoras y Seores: Para acabar, no puedo sino invitados a unir vuestros esfuerzos cotidianos a los de la Santa Sede para recoger el gran desafo de este fin de siglo: Devolver al hombre las razones de vivir!

La Iglesia, en lo que a ella respecta, no cesa de ser optimista, pues est segura de poseer un mensaje siempre nuevo, recibido de su Fundador, Jesucristo, que es la misma Vida y que ha venido a nosotros, como recientemente nos lo recordaba la celebracin de la Navidad, para que todos los hombres "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). La Iglesia no deja de invitar a todos los que desean encontrar a este Dios que se ha hecho "prjimo" de cada uno de nosotros y que nos propone colaborar, en nuestro sitio y con nuestros talentos, en la construccin de un mundo mejor: una tierra en la que los hombres vivan en la amistad con Dios, que es quien libera y da la felicidad.

A l confo en la oracin los fervientes votos que formulo por todos vosotros, implorando sobre vuestras personas, vuestras familias, vuestra noble misin y vuestros pases la abundancia de las bendiciones del Altsimo.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II AL SEOR ANDRS CRDENAS MONJE, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPBLICA DE ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 5 de enero de 1989

Seor Embajador:

Con viva complacencia recibo las Cartas Credenciales que le acreditan corno Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la Repblica del Ecuador ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida en este acto de presentacin, me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de la noble Nacin ecuatoriana.

Al deferente saludo que el Seor Presidente Constitucional, Doctor Rodrigo Borja Cevallos, ha querido hacerme llegar por medio de Usted, correspondo con sincero agradecimiento, y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios, junto con las seguridades de mi plegaria al Altsimo por la prosperidad y bien espiritual de todos los ecuatorianos.

Sus palabras, Seor Embajador, me son particularmente gratas y me han hecho evocar las diversas etapas de mi viaje pastoral a su pas.

Vuelven a mi mente las entraables celebraciones de fe y esperanza que tuvieron lugar en Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil, donde pude apreciar los ms genuinos valores del alma ecuatoriana.

En los cuatro aos transcurridos desde entonces, imprevistas y no leves dificultades han puesto a prueba el temple del pueblo ecuatoriano, sea por obra de catstrofes naturales, sea por factores de varia ndole que han obstaculizado la realizacin de no pocas legtimas aspiraciones. Mas, a pesar de todo, se ha mantenido el rechazo a la opcin por la violencia y se han fortalecido unas instituciones polticas que tratan de responder a una arraigada vocacin democrtica. El camino hacia un orden ms justo quiere pasar en el Ecuador por la consolidacin de las libertades pblicas, en armona con una mayor tutela de los derechos que dimanan de la dignidad de las personas, individual y colectivamente consideradas.

Con la ayuda de Dios y el esfuerzo responsable y generoso de los ciudadanos, hemos de confiar en la fecundidad de tal planteamiento, que responde a instancias bsicas, humanas y cristianas, del hombre y de la sociedad.

El Gobierno que Usted tiene la honra de representar, Seor Embajador, ha hecho pblico su propsito de empearse en el perfeccionamiento del Estado de Derecho, en una democracia participativa tanto a nivel poltico como econmico, para plasmar as la vigencia de un orden social ms justo. Por otra parte, ha querido destacar, que dichos ideales postulan la conciliacin de la actividad poltica con los valores ticos; en efecto, segn la sana tradicin de los principios basados en la tica cristiana, la consecucin, el mantenimiento y el ejercicio del poder pblico no pueden ser estructurados a modo de resultante de fuerzas egostas contrapuestas, sino que han de estar penetrados, tanto en sus lneas directrices como en sus mtodos, por un sincero y efectivo afn de servicio al bien comn. De ah el necesario rescate de los valores fundamentales en la convivencia social, tales como el respeto a la verdad, el decidido empeo por la justicia, el robustecimiento de los lazos de solidaridad, la adecuada racionalizacin del gasto pblico; todo ello en una honesta concertacin de la iniciativa pblica y privada, que abra en el Ecuador nuevas vas al desarrollo econmico y social.

Son muchos y muy profundos los vnculos que, desde sus mismos orgenes, han unido al Ecuador con esta Sede Apostlica. Con el debido respeto a las instituciones y autoridades, la Iglesia continuar incansable en su misin de promover y alentar todas aquellas iniciativas que sirvan a la causa del hombre, ciudadano e hijo de Dios. En efecto, los valores de la persona, sobre todo el respeto a su dignidad, han de informar las relaciones entre los individuos y los grupos, para que los legtimos derechos de cada uno sean tutelados y la sociedad pueda gozar de estabilidad y armona.

La Iglesia en el Ecuador, fiel a las exigencias del Evangelio y a su larga tradicin de servicio, no ahorrar esfuerzos en su tenaz labor de promocin en favor del individuo, de la familia y de la sociedad. Los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas, movidos por un deseo de testimonio evanglico, ajeno a intereses transitorios y de parte, continuarn prestando su valiosa contribucin en campos tan vitales como son la educacin, la salud, el servicio a los indgenas y a los ms necesitados.

A este respecto, es alentador reconocer la justa libertad que el ordenamiento constitucional del Ecuador reconoce a las actividades de la Iglesia. Ello es fruto de acuerdos que configuran el presente marco jurdico como instrumento de probada eficacia, y que delimita las respectivas obligaciones y derechos en una leal colaboracin entre la Iglesia y el Estado, desde el respeto mutuo y la libertad.

Seor Embajador, antes de concluir este encuentro, deseo expresarle las seguridades de mi estima y apoyo, junto con mis mejores deseos para que la importante misin que hoy inicia sea fecunda para bien del Ecuador. Le ruego, de nuevo, que se haga intrprete de mis sentimientos y esperanzas ante su Gobierno y dems instancias de su pas, mientras invoco la bendicin de Dios y los bienes del Espritu sobre Usted, sobre su familia y colaboradores, y sobre todos los amadsimos hijos de la noble Nacin ecuatoriana.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE MXICO EN VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM Viernes 24 de febrero de 1989

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. El Seos nos concede la gracia de este encuentro, Pastores de la Iglesia en Mxico, al concluir vuestra visita ad limina con la cual habis querido renovar y testimoniar el gozo y el compromiso de unidad eclesial. Como hicimos en torno al altar en la celebracin de la Eucarista, no cesamos de dar gracias a Dios que nos permite compartir los anhelos apostlicos, los logros y fracasos, las alegras y tristezas, las necesidades y esperanzas vuestras y de vuestros diocesanos.

Agradezco vivamente los sentimientos de afecto y comunin eclesial que, en nombre de todos, ha expresado Mons. Carlos Quintero Arce, Arzobispo de Hermosillo, al iniciar este encuentro, que estrecha an ms vuestra unin con la Iglesia que preside en la caridad y a m me ofrece la gozosa oportunidad de ejercer, como Sucesor de Pedro, el mandato del Seor de confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc 22, 32).

2. En la Iglesia, Sacramento de unidad, vosotros, Hermanos Obispos, habis sido puestos por el Espritu Santo y habis sido enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor Eterno (Christus Dominus , 2).

Vosotros, por vuestra condicin de maestros de la fe, pontfices y pastores (Ibd.) habis de ofrecer en todo momento un testimonio preclaro de vida consagrada a Dios y a la Iglesia. El Obispo es el maestro de la verdad de la Iglesia, pues la proclama con sus labios y la testifica con su vida. Esto lleva consigo la necesidad de que profundicis sin cesar en el contenido del depsito de la fe, para as transmitirlo fielmente al hombre de hoy, estableciendo un dilogo continuo que abra ms expeditamente el camino de la salvacin a cuantos han sido confiados a vuestros cuidados pastorales. Esta solicitud pastoral os llevar siempre a un mejor conocimiento de vuestras comunidades particularmente en la difcil situacin actual compartiendo con todos sus problemas y esperanzas, sus inquietudes y logros, compadecindoos de todo aquello que es motivo de sufrimiento y derramando siempre misericordia y bondad sobre los ms pobres y abandonados.

Sois Pastores de la gran familia de Dios, y, al igual que Cristo, debis estar prestos a ofrecer vuestra existencia por la unidad de toda la Iglesia, segn el deseo del Seor en su oracin sacerdotal: Que todos sean uno, como t, Padre, ests en m y yo en ti, para que el mundo crea que t me has enviado (Jn 17, 21).

La caridad y profunda comunin entre vosotros, Pastores de la Iglesia en Mxico, debe manifestarse en una dedicacin abnegada por cuantos os rodean. Un amor solcito y personal por todos vuestros diocesanos, laicos comprometidos, seminaristas, agentes de pastoral, religiosos y religiosas. Como exhorta el Decreto conciliar sobre el oficio pastoral de los Obispos: Abracen siempre con particular caridad a los sacerdotes... Estn solcitos de las condiciones espirituales, intelectuales y materiales de ellos, a fin de que puedan vivir santa y piadosamente y cumplir fiel y fructuosamente su ministerio (Christus Dominus , 16).

3. En el pasado encuentro con el primer grupo de Obispos mexicanos el mes de septiembre en que tambin tuve la dicha de proclamar Beato al Padre Miguel Agustn Pro reflexionamos acerca de la importancia que tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en vuestro pas el fomento de las vocaciones sacerdotales y de su formacin en los Seminarios. Hoy deseo compartir con vosotros mi solicitud como Pastor de toda la Iglesia por esa clula bsica en la Iglesia y en la sociedad que es el matrimonio y la familia.

A este propsito, viene espontneamente a mi entraable recuerdo la histrica Conferencia de Puebla entre cuyas orientaciones pastorales y doctrinales no faltaron las relativas a la familia: La pareja decais en vuestro Documento santificada por el sacramento del matrimonio es un testimonio de la presencia pascual del Seor (Puebla, n. 583). La persona y la familia, en efecto, quedan encuadradas en el centro mismo de la revelacin y de la Buena Nueva que Cristo nos ha confiado.

4. Anunciar la Buena Nueva sobre el matrimonio y la familia forma parte importante del ministerio magisterial propio de los Obispos. Ellos, como recuerda la Lumen Gentium , predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida (Lumen gentium , 25). Esta funcin vuestra es especialmente necesaria hoy da, cuando algunos valores naturales que sustentan la visin cristiana del matrimonio y la familia quedan ignorados o desprotegidos del apoyo jurdico de las instituciones pblicas. En estas circunstancias los fieles necesitan una formacin ms intensa que les haga conocer la naturaleza sacramental del matrimonio cristiano y las exigencias prcticas que tal verdad comporta para la vida conyugal y familiar.

Es necesario pues, venerables Hermanos, traducir a la vida diaria de la pastoral diocesana y parroquial las consecuencias que dimanan de aquella afirmacin que todos compartimos: El futuro de la humanidad se fragua en la familia! (Familiaris consortio , 86). Ser difcil que los fieles cristianos acojan el mensaje revelado y la doctrina del Magisterio sobre el matrimonio y la familia si no poseen al mismo tiempo criterios rectos sobre la persona, y en lo que se refiere a la sexualidad. Por ello, adems de exponer los aspectos especficos de la doctrina catlica, ser necesario la presentacin y defensa de aquellos aspectos naturales de la institucin matrimonial, que son patrimonio de la humanidad: la dignidad del matrimonio, el amor conyugal, las caractersticas propias de unidad y fidelidad matrimonial, el derecho de los cnyuges a transmitir la vida y educar a sus hijos segn las propias creencias.

5. Secundando la voluntad del Creador en todo lo que se refiere al matrimonio, deseo alentaros en vuestros desvelos por mantener y promover siempre el respeto a la transmisin de la vida. Es deber vuestro asimismo no permanecer callados ante campaas engaosas que pretenden defender aspectos parciales de la vida, pero que de hecho atentan abiertamente contra la santidad del matrimonio y de la intimidad conyugal. A este propsito deseo reiterar cuanto deca en la Familiaris Consortio : La Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades pblicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisin sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energa cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilizacin y del aborto provocado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda econmica concedida para la promocin de los pueblos est condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilizacin y aborto procurado (Familiaris consortio , 30).

6. As pues, una pastoral familiar en el marco del necesario Plan Diocesano de Pastoral requiere una adecuada presentacin en los distintos niveles: el anuncio de la Palabra de Dios, la accin salvfica de Cristo por los sacramentos, la acogida y respuesta al don de la salvacin.

Es pues necesario, en primer lugar, venerables Hermanos, la fidelidad en la presentacin doctrinal realizada en los centros superiores de formacin teolgica, especialmente en los Seminarios y centros eclesisticos. Quienes han de ser formadores y pastores del Pueblo de Dios deben profundizar, sin ambigedades, en el conocimiento del designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, come nos ha sido revelado en Cristo y viene expuesto por el Magisterio de la Iglesia. Una visin parcial o deformada de este designio aleja del don de liberacin y gracia que ofrece el Evangelio: La verdad os har libres (Jn 8, 32).

La atencin solcita en procurar una buena formacin en los Seminarios y Facultades os dar como fruto sacerdotes preparados doctrinalmente para una accin pastoral en la que pongan sus cualidades humanas y sobrenaturales al servicio de los fieles y de las familias de vuestras dicesis. La plena fidelidad a la doctrina teolgica y al Magisterio de la Iglesia es un requisito necesario de todo colaborador del Obispo, que es siempre el primer responsable de la pastoral familiar en la dicesis.

Es tarea vuestra, pues, fortalecer, con la ayuda del Espritu, el carcter estable del amor conyugal, frente a modelos de matrimonio y familia tan alejados del ideal evanglico, como frecuentemente ofrece nuestra sociedad contempornea. Habis de continuar proclamando abiertamente la excelencia del modelo cristiano: que la familia sea como lo proclamasteis en Puebla el primer centro de evangelizacin (Puebla, n. 617). Poned todo vuestro empeo en fomentar una pastoral familiar que haga de esta clula fundamental de la sociedad el espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde ste se irradia (Evangelii Nuntiandi , 71).

7. En este marco de transmisin del mensaje salvador, no podemos dejar de hacer notar los efectos deletreos que estn produciendo entre vuestra gente sencilla las agresivas campaas proselitistas que sectas fundamentalistas y nuevos grupos religiosos estn llevando a cabo en Mxico, particularmente en los ltimos aos.

Este preocupante problema ha sido objeto de vuestras reflexiones durante la Asamblea General del Episcopado Mexicano celebrada en Toluca el pasado mes de abril. Entre las causas que favorecen la difusin de las sectas aparecen: una insuficiente instruccin religiosa, el abandono en que se encuentran algunas comunidades, particularmente en las zonas rurales y suburbanas, la falta de una atencin ms personalizada a los fieles, la necesidad que stos sienten de una autntica experiencia de Dios y de una liturgia ms viva y participativa.

En el Comunicado Final no habis dejado de sealar algunas causas externas de dicho fenmeno: El patrocinio de grupos, de instituciones, tanto extranjeras como del pas, movidas a veces por fines econmicos, polticos o ideolgicos; la legislacin que nos gobierna, originada en el liberalismo y positivismo del siglo pasado, y la escuela laica para la educacin de nuestra niez y juventud (Asamblea general del episcopado mexicano, Comunicado final, I, 1).

Dichas actividades proselitistas, que veces con insidias siembran confusin entre los fieles, que falsean la interpretacin de la Sagrada Escritura y que atacan las races de la cultura catlica de vuestro pueblo, representan un reto urgente al que la Iglesia, iluminada por la palabra de Dios y la fuerza del Espritu, ha de responder con una pastoral integral donde todos y cada uno experimenten cercana y fraternidad, como verdadera familia que construye el Reino de Dios (Ibd., III, 4).

Es necesario, pues, amados Hermanos, que en estrecha colaboracin con vuestros sacerdotes y agentes de pastoral, impulsis con renovado ardor una accin evangelizadora que asuma los genuinos valores de la religiosidad popular mexicana, y que presente, sin deformaciones ni reduccionismos, los contenidos esenciales de nuestra fe. A este respecto, habris de prestar particular atencin a ciertas desviaciones que, deformando el dato revelado sobre la constitucin y misin de la Iglesia, tratan de justificar actitudes inaceptables que desconocen la legitimidad de la participacin de la Iglesia en la vida pblica, y que pretenden reducir su misin exclusivamente a la esfera privada de los fieles.

8. En nombre del Seor, os agradezco, amados Hermanos, la solicitud pastoral que os anima en el ejercicio de vuestro ministerio episcopal y la abnegacin y entrega que mostris como Pastores de la grey que se os ha confiado. Conozco vuestra preocupacin y desvelos por los hermanos ms dbiles: campesinos, indgenas, emigrantes, marginados de los ncleos urbanos. Continuad vuestra labor para que todos sientan cercana a la Iglesia, que los acoge, los apoya y los ayuda como una Madre. Especial atencin merecen los grupos indgenas, tal vez los ms pobres y desamparados. La comunidad eclesial, con el Obispo a la cabeza, debe ser no slo el asiduo defensor de sus legtimos derechos, sino tambin quien impulse un plan especfico de pastoral indgena que salvaguarde sus ricos valores culturales y espirituales, as como su expresiva religiosidad popular, convenientemente purificada de posibles desviaciones doctrinales.

Quiero pediros, finalmente, que llevis mi saludo y aliento a todos los miembros de vuestras iglesias diocesanas: a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diconos y seminaristas; a los cristianos que, en los diversos campos, estn comprometidos en el apostolado; a los jvenes y a las familias; a los campesinos y hombres del mundo del trabajo; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren.

A todos bendigo de corazn.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

ORACIN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II CON MOTIVO DE LA MISIN DE RECONCILIACIN NACIONAL PROMOVIDA POR LOS OBISPOS DE COLOMBIA

1. Bendito seas Seor y Padre que ests en el cielo, Origen de todo bien, Dador de todo consuelo, porque en tu infinita bondad, nos has reconciliado contigo y entre nosotros, por medio de Jesucristo, tu divino Hijo. Aydanos a cumplir tu voluntad para que venga a nosotros tu reino de justicia, de amor y de paz. Te pedimos confiadamente que la Misin de Reconciliacin Nacional, promovida por los Obispos de Colombia, penetre muy hondo en los corazones de todos los colombianos, y que tu mensaje de fraternidad y perdn haga superar las diferencias, las enemistades, los antagonismos, y refuerce la voluntad de entendimiento y comprensin. Te suplicamos que, con la ayuda de tu gracia, el lema por la Reconciliacin a la Paz se haga vida en los individuos, en las familias y en la sociedad.

2. Convirtenos a ti, Padre de misericordia. Haznos sentir el gozo del perdn recibido para que sepamos compartirlo con los dems. Renuvanos con tu Espritu para que sepamos descubrir la novedad evanglica: Bienaventuados los que trabajan por la paz (Mt 5, 9). Aydanos a contemplar en el rostro de Cristo, Crucificado y Resucitado, el misterio de nuestra reconciliacin, el amor sin lmites que excluye toda violencia, la fuente viva de un perdn que abarca tambin a los enemigos, para que como hijos del mismo Padre, podamos todos reconocernos hermanos en su nombre. Por su Sangre redentora, haz que cesen las violencias y las venganzas, que provocan espirales de odio y siembran destruccin, terror y muerte.

3. Te pedimos que todas las familias de Colombia, superadas las horas aciagas de dolor y de llanto, puedan gozar de la paz que Jess nos dej; que en sus hogares, en los que florezcan las virtudes cristianas, los hijos crezcan sin incertidumbres ni temores, preparndose para contribuir a forjar una sociedad ms justa y fraterna.

Concede a los gobernantes, responsables de una Nacin que se honra de su fe cristiana, energas espirituales y morales para servir a la gran causa del bien comn; que, abiertos a las exigencias de tu Palabra, sean siempre sensibles a los anhelos de todo un pueblo, que quiere y necesita la paz. Ilumina a todos los hombres de buena voluntad, para que, movidos por tu mensaje de misericordia y de perdn, se convenzan cada vez ms de la esterilidad de la violencia, que tantas heridas ha producido, y que no es camino para una paz justa y duradera.

4. Que los Pastores de la Iglesia en Colombia, los sacerdotes, religiosos, religiosas y todos los fieles, sean signo e instrumento de reconciliacin, para que la accin evangelizadora, nueva en su ardor, sea fecunda en frutos de perdn y de concordia, de justicia y de paz. Que el amor a la Virgen Mara, Nuestra Seora de Chiquinquir, Reina y Patrona de Colombia, suscite en todos los colombianos sentimientos de fraternidad y armona, para consolidar la Nacin como una gran familia que quiere vivir, desde la fe cristiana, la civilizacin del amor. Te lo pedimos Padre de Bondad, con la fuerza de tu Espritu, por mediacin de Jesucristo, Prncipe de la Paz y fuente de nuestra reconciliacin. Amn.

El Vaticano, viernes 17 de febrero de 1989

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LAS COMUNIDADES DE SAN EGIDIO

Sbado Santo 25 de marzo de 1989

Es para m motivo de particular gozo tener este encuentro con vosotros, amadsimos hermanos y hermanas pertenecientes a las Comunidades de San Egidio, que habis querido reuniros en Roma para celebrar los misterios centrales de nuestra fe: la pasin, muerte y resurreccin de Nuestro Seor Jesucristo.

Provens de numerosos pases, de diversos continentes en donde han nacido vuestras Comunidades, y veis en Roma, centro de la catolicidad, el signo de comunin en la unidad que Cristo quiere para su Iglesia. Sed pues bienvenidos a esta casa, que es la casa de todos los que non sentimos unidos por los vnculos del amor, de la fe, de la oracin.

Habis querido reuniros en esta ocasin para celebrar la Pascua: la gran alegra de sentirnos salvados por Cristo y vencedores con El del pecado y de la muerte.

La vida nueva que al Seor nos comunica ha de ser fuerza e impulso para que cada uno se empee con animo renovado en la extensin del Reino de Dios. Hay diversidad de carismas, pero el Espritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Seor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos (1Co 12, 4-6).

Vuestras jornadas de amistad, plegaria y reflexin en la Ciudad Eterna han de ser tambin un compromiso a ser apstoles de la nueva evangelizacin en vuestras familias, con vuestros compaeros, en el trabajo, en el estudio, en la vida social. S que la formacin cristiana que os esforzis por profundizar en vuestras Comunidades os estimula a una participacin ms activa en la vida litrgica y caritativa de la Iglesia, y, especialmente a un amor preferencial por los ms pobres y abandonados.

Como os recordaba en nuestro encuentro del ao pasado, con ocasin de vuestro XX Aniversario: El primado de la caridad... es el corazn de vuestro compromiso. Es tambin una herencia de la Iglesia de Roma, a la que vosotros dais vigor (A la Comunidad de San Egidio en el XX aniversario de su fundacin, 6 de febrero de 1988).

Sed, por tanto, testigos de fraternidad, de servicio a los pobres, de espritu de oracin. Esta ha de ser vuestra regla de vida, que har brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que est en los cielos (Mt 5, 16).

Buscad a Cristo entre los ms necesitados, los que no tienen voz, los que sufren en el alma o en el cuerpo, recordando siempre las exhortaciones del Concilio Vaticano II, que todo cristiano est llamado a la perfeccin de la santidad (Lumen gentium , 5), y que la vocacin cristiana es, por su misma naturaleza, vocacin tambin al apostolado (Apostolicam Actuositatem , 1).

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE CHILE EN VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM

Viernes 10 de marzo de 1989

Seor Cardenal, Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me complace daros mi ms cordial bienvenida a este encuentro, que corona la visita ad Limina con la que habis querido poner an ms de manifiesto vuestra intima unin en la fe y en la caridad con el Sucesor de Pedro. Agradezco vivamente el deferente saludo con el que me hacis llegar tambin los sentimientos de devocin y afecto de vuestros fieles diocesanos, que constituyen una porcin de la Iglesia de Dios en Chile, tan cercana a mi corazn de Pastor.

Vuestra venida a Roma tiene un profundo significado eclesial y es estmulo a una mayor comunin para vuestros colaboradores y fieles, los cuales ven, en esta sede, santificada por el testimonio de los Apstoles Pedro y Pablo, el centro de la catolicidad y de la unidad de cuantos profesamos la misma fe en Jesucristo. As lo ha querido poner de relieve la Constitucin Apostlica Pastor Bonus al afirmar que la institucin de las visitas ad Limina, de gran importancia por su antigedad y por el claro significado eclesial, es instrumento de gran utilidad y expresin concreta de la catolicidad de la Iglesia, de la unidad del Colegio de los Obispos que se funda en el Sucesor de Pedro y se significa en el lugar del martirio de los Prncipes de los Apstoles; por eso no se puede ignorar su valor teolgico, pastoral, social y religioso (Pastor Bonus, Aduex. I, 7.).

Los coloquios personales y las relaciones quinquenales sobre el estado de vuestras dicesis, han evocado en mi mente las inolvidables jornadas vividas con los amados hijos de Chile con ocasin de mi visita pastoral a vuestra patria. Santiago, Valparaso, Punta Arenas, Puerto Montt, Concepcin, Temuco, La Serena y Antofagasta fueron los centros donde se dieron cita una gran parte de vuestras comunidades y donde pude comprobar personalmente la vivencia de los valores cristianos en vuestras tierras y gentes.

2. Deseo que mis palabras de hoy, queridos Hermanos, os sean de aliento para reforzar an ms la unidad en vuestra Conferencia Episcopal. Esto ser una realidad cada da ms palpable si la comunin intima en la fe y en la caridad penetra todo vuestro ser, vuestro obrar, vuestro ministerio pastoral. Como afirma el Concilio Vaticano II vosotros habis sido constituidos por el Espritu Santo, que se os ha dado, como verdaderos y autnticos maestros de la fe, pontfices y pastores (cf. Christus Dominus , 2). Es pues vuestra misin primordial proclamar el misterio integro de Cristo (Christus Dominus , 12) porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que podamos ser salvos (Hch 4,12). Qu actuales siguen siendo las palabras del Apstol San Pedro, cuando dijo a Jess en nombre propio y del los dems discpulos: Seor, a quin acudiremos? Tu tienes palabras de vida eterna! (Jn 6,68). S, todos estamos necesitados de la salvacin. No podemos salvarnos a nosotros mismos: es el Seor quien nos salva. Y la salvacin es vida, la verdadera vida en Cristo, que comienza ac, durante nuestra peregrinacin terrenal, abarcando toda la realidad del hombre y proyectndose sobre su entorno social, y que adquiere su dimensin ltima y definitiva en la Vida eterna, en la Jerusaln celestial (Ap 21, 2ss).

La salvacin que conduce a la Vida verdadera es el contenido y el fruto de la evangelizacin. Jesucristo, en su ser y en su obrar, encarna la Buena Nueva, el alegre acontecimiento; y es menester que, llenos de entusiasmo y de gozo en el Espritu Santo, asumamos la tarea urgente e importante como ninguna de dar a conocer a nuestros hermanos las insondables riquezas de Cristo (Ef 3, 8). La vida y la accin de la Iglesia debe caracterizarse por una especie de radical transparencia que la hace creble y, al mismo tiempo, muestra su identidad propia a fin de que el rostro de Cristo aparezca difano y sea El quien llegue a los hombres a travs de la predicacin del Evangelio y de la celebracin de los Sacramentos. La Iglesia no existe en funcin de s misma; no busca su propia gloria; no confa en sus estructuras como si de ellas dependiera su eficacia; su misin es la de ser sacramento de salvacin, o sea, hacer presente a Cristo que es tambin su Cabeza, su Esposo y, al mismo tiempo, su Salvador.

Es muy edificante leer en los escritos de Teresa de Jess de los Andes, la primera Beata chilena, el testimonio de su loco amor por Jesucristo. El Seor Jess, era, en efecto, el centro absoluto de Teresa, su razn de existir, el resorte poderoso de su profundo y autntico espritu apostlico, tan patente en sus cartas. Podramos decir que el mensaje y testimonio cristiano que Teresa de los Andes ha dejado en Chile tiene un valor grande y permanente, sobre todo porque apunta a lo que es central en nuestra fe, a lo que es la base de todo lo dems y desde donde se debe mirar y valorar el resto.

3. Jesucristo, el Seor, ilumina todos los aspectos de la vida. El nos hace descubrir la grandeza de Dios, la necesidad de cultivar y acrecentar el autntico sentido de lo sagrado, el profundo respeto con que hemos de acercarnos a las cosas de Dios, especialmente cuando participamos en el culto divino. La Sagrada Liturgia ha de ser siempre el centro de la vida de la Iglesia; ninguna otra accin pastoral como os dije durante nuestro encuentro en el Seminario de Santiago por urgente e importante que parezca, puede desplazar a la Liturgia de su lugar central (Al episcopado chileno en Santiago de Chile , 2 de abril de 1987, n. 8). Cuidad pues de que la Liturgia sea digna, atractiva, participada; que en espritu reverente lleve a la adoracin; que se realice en fidelidad a las normas impartidas por la Sede Apostlica. Para ello es de importancia decisiva el papel del sacerdote, que en todo momento ha de ser el pedagogo lleno de vida interior que comunique un profundo sentido de oracin y de unin con Dios para hacer que el misterio pascual se haga vivo y operante en las parroquias, en las comunidades, en el corazn de los fieles.

Si Jesucristo es el centro de nuestra fe y de nuestra vida, exigencia lgica ser que se refuerce la actividad catequstica, para transmitir por todos los medios que estn a vuestro alcance la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre. En anuncio del mensaje salvador que lo abarque en su totalidad y pureza, evitando las ambigedades engaosas, las reducciones mutiladoras, los silencios sospechosos, las relecturas subjetivas, las desviaciones e ideologizaciones que amenazan la integridad y los contenidos de nuestra fe.

Es con este espritu como habis de continuar presentando la verdad sobre el hombre, contenida en la verdad sobre Cristo y su Iglesia, y que tiene su aplicacin tambin en el campo de los derechos humanos, de la dignidad de la persona, de los valores superiores de la justicia y de la pacfica convivencia. Hay que estar persuadidos de que nada es tan til a la convivencia temporal como el aporte iluminador y fortificante de la fe, aun cuando aparentemente no tenga consecuencias inmediatas o soluciones concretas.

4. Vuestro pas es particularmente sensible a la problemtica social y poltica. Nadie podr negar que la tarea poltica asumida con gran espritu de servicio, con sincero anhelo del bien comn, con una actitud de respeto a quienes no comparten las mismas opiniones, es un quehacer digno de elogio y estmulo. As lo puso de manifiesto el Concilio Vaticano II al afirmar que la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa publica y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades (Gaudium et spes , 75). Y en la reciente Exhortacin Apostlica post-sinodal Christifideles Laici se hace hincapi en la necesaria animacin cristiana del orden temporal como misin especfica de los laicos tendiente a promover orgnica e institucionalmente el bien comn (Christifideles Laici , 42). En esta misma lnea la Instruccin sobre libertad cristiana y liberacin haba precisado que no toca a los Pastores de la Iglesia intervenir directamente en la construccin poltica y en la organizacin de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocacin de los laicos que actan por propia iniciativa con sus conciudadanos (Congr. pro Doctrina Fidei, Instructio de libertate christiana et liberatione Libertatis Conscientia, 80). La actitud de la Iglesia en este terreno debe ser la de orientar, a partir de la fe y de lo que ella ensea, sobre la dignidad y destino del hombre, sealar lo que constituya un desajuste o incoherencia moral y respetar la conciencia de los fieles y hombres de buena voluntad en general, cuando se trata de opciones o alternativas que no contradicen los principios de la fe, la moral y la doctrina social de la Iglesia.

5. La misin de anunciar el Evangelio salvador de nuestro Seor Jesucristo misin que cobra una particular actualidad y exigencia al cumplirse el V Centenario del comienzo de la evangelizacin en Amrica Latina me lleva a compartir con vosotros, queridos Hermanos, algunas preocupaciones pastorales que pueden tener acentos y modalidades diferentes en las distintas dicesis.

La necesaria renovacin de la vida interior de la Iglesia es una tarea apremiante a la que debis dedicar vuestras mayores energas. La meta a conseguir ha de ser siempre el encuentro del pueblo cristiano con el Dios vivo y verdadero, que se hace presente y acta mediante la gracia en lo profundo del corazn. Que ningn fiel se vea privado de los auxilios espirituales que le injertan en la vida de Cristo, le hacen crecer en santidad y le estimulan al compromiso cristiano y al dinamismo apostlico.

En esta tarea, bien sabis el papel primordial que compete a los presbteros como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios (1Co 4, 1). Nuestra poca, en efecto, requiere sacerdotes con gran espritu de servicio eclesial y de obediencia, con gran celo por la salvacin de las almas, dispuestos al sacrificio, formados en la oracin y en el trabajo, con una slida preparacin en la ciencias eclesisticas, entusiasmados en dedicar su vida al Seor y a la Iglesia. Sacerdotes que hagan de la Eucarista el culmen donde su vocacin se realiza en toda su plenitud. Sacerdotes profundamente convencidos de que la gracia sobrepuja al mal, de que el amor es ms fuerte que el odio. S, amados Hermanos: el amor es ms fuerte.

6. A todos debe llegar vuestra solicitud pastoral como maestros autnticos y pregoneros de la fe (Lumen gentium , 25), acompaando el mensaje cristiano con el testimonio de vuestras vidas. S bien que no siempre contis con un nmero suficiente de sacerdotes para atender convenientemente a las comunidades. Pero, cmo no sentir la falta de asistencia religiosa en las zonas perifricas de las grandes ciudades y en los lugares alejados de los campos? Os invito pues a realizar denodados esfuerzos para llegar hasta esas ovejas que andan dispersas y sin pastor; fomentad los grupos de oracin y especialmente el rezo del Santo Rosario, devocin tan arraigada en vuestro Continente y tan fecunda para la vida cristiana; haced lo posible por establecer lugares de culto, que, aun en su sencillez, favorezcan el recogimiento y el espritu de adoracin; fomentad las vocaciones al diaconado permanente, a fin de que con su ministerio pueda suplirse, en la medida de lo posible, la escasez de presbteros.

A este respecto, os aliento a que sigis con particular solicitud la formacin de los diconos, que debe ser slida y esmerada pues tambin ellos son participes de la misin y gracia del Supremo Sacerdote (Ibd. 41). Es por ello que, tras la atenta seleccin de los candidatos, los llamados al diaconado permanente han de recibir una preparacin doctrinal, espiritual y pastoral que est a la altura de las tareas que les sern confiadas.

7. Amados Hermanos, es en el seno de las familias cristianas donde nacern las vocaciones con que Dios bendecir a vuestras Iglesias particulares. Por consiguiente; se hace preciso dar especial impulso y atencin a la pastoral familiar. S que en este campo hacis muchos esfuerzos y os aliento a continuarlos. Qu grato es al Seor ver que la familia cristiana es verdaderamente una iglesia domstica, un lugar de oracin, de transmisin de la fe, de aprendizaje a travs del ejemplo de los mayores, de actitudes cristianas slidas, que se conservarn a lo largo de toda la vida como el ms sagrado legado! Se dijo de Santa Mnica que haba sido dos veces madre de Agustn, porque no slo lo dio a luz, sino que lo rescat para la fe catlica y la vida cristiana. As deben ser los padres cristianos: dos veces progenitores de sus hijos, en su vida natural, y en su vida en Cristo y espiritual. Preocupaos de instruir a los padres de familia para que prontamente lleven a sus hijos a la fuente bautismal, para que se preocupen oportunamente de que reciban la debida preparacin para la primera Comunin y la Confirmacin, y para que se acerquen a estos sacramentos sin excesiva demora. Que las familias cristianas reciban a los hijos con inmenso amor, y que jams, por ningn motivo, haya quien se atreva a atentar contra la vida del an no nacido.

No puedo dejar de referirme tambin a los jvenes. Vosotros sabis cun grande es mi preocupacin por los jvenes. El gran educador que fue S. Juan Bosco cuyo centenario acabamos de celebrar estaba convencido de que la juventud de una persona es el periodo clave para el desarrollo que alcanzar ms tarde, cuando sea adulto. Esa persuasin est confirmada por la experiencia de todos nosotros. Por eso os ruego, queridos Hermanos, que alentis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral a desplegar un intenso apostolado entre la juventud. Que se comunique a los jvenes un amor entusiasta y ardiente por Cristo, como lo tuvieron las Beatas Teresa de los Andes y Laurita Vicua. Que los jvenes bien instruidos en los contenidos esenciales de la fe aprendan a mirar todas las cosas desde la perspectiva del Evangelio. Que se formen en las virtudes humanas de la reciedumbre, la responsabilidad, la laboriosidad, la sinceridad y la generosidad. Que aprendan a amar la virtud de la pureza y a luchar con denuedo contra la influencia de los medios que comercializan el sexo y exaltan el erotismo con el falso espejismo de ser ms libres. Dice la Escritura: Cmo mantendr el joven la limpieza de su camino? Guardando, (Seor), tu palabra (Sal 119, 9)

8. Seguid adelante, queridos Hermanos! Continuad en vuestra entrega generosa y abnegada a la misin propia de la Iglesia, tal como lo ha expuesto el Concilio Vaticano II. Tened una fe inconmovible en la eficacia del Espritu y anunciad sin descanso los valores del Reino de Dios, que lleve a un mejor conocimiento de las verdades de la fe y a la conversin del corazn. Alentad a los laicos a que asuman, iluminados por el Evangelio y fortalecidos por la gracia, las tareas temporales conducentes a una convivencia humana ms conforme con la voluntad y los designios de Dios. No olvidis nunca que el Pastor ha de ser siempre signo de unidad en medio de la grey que les ha sido confiada.

Que esta visita ad limina, muestra elocuente de vuestra cercana al Sucesor de Pedro, consolide vuestra unin mutua como Obispos y guas de la Iglesia en Chile. Con ello vuestra accin pastoral ganar en intensidad y eficacia, para bien de vuestras comunidades eclesiales.

Finalmente, deseo daros un encargo particular: que llevis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, diconos, seminaristas y a todos vuestros fieles diocesanos mi saludo afectuoso y mi bendicin. Hacedles saber que el Papa sigue con gran solicitud pastoral e inters los acontecimientos en vuestro noble pas y que pide al Seor cada da que sostenga con su gracia a todos los hombres de buena voluntad que trabajan por la concordia, la reconciliacin y la pacifica convivencia de todos los hijos de la Nacin chilena.

Os encomiendo a la proteccin de la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, y como prenda de la constante asistencia divina os bendigo de corazn.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II AL SEOR FERMN RODRGUEZ PAZ, NUEVO EMBAJADOR DE CUBA ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 3 de marzo de 1989

Seor Embajador:

He escuchado complacido las amables palabras que Usted ha tenido a bien dirigirme al presentar las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Cuba ante la Santa Sede. Al darle pues mi cordial bienvenida a este solemne acto, me es grato reiterar ante su persona el sincero afecto que siento por todos los hijos de la Nacin cubana.

Deseo asimismo corresponder al deferente saludo que el Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de Cuba, Dr. Fidel Castro Ruz, ha querido hacerme llegar por medio de Usted, y le ruego que le transmita mis mejores votos por la prosperidad material y espiritual de la Nacin.

Ha aludido Usted, Seor Embajador, al supremo bien de la paz y a la labor que esta Sede Apostlica realiza para contribuir a la solucin de los graves problemas existentes en la comunidad internacional, y para construir un orden ms justo que haga de nuestro mundo un lugar ms fraterno y acogedor, donde los valores de la convivencia pacfica y de la solidaridad sean punto de referencia constante. En efecto, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, se empea tambin en la noble causa del servicio a todos los pueblos sin distincin, movida nicamente por su irrenunciable opcin en favor de la dignidad del hombre y de la tutela de sus legtimos derechos. El carcter espiritual y religioso de su misin le permite llevar a cabo este servicio por encima de motivaciones terrenas o intereses particulares, pues, como seala el Concilio Vaticano II, al no estar ligada a ninguna forma particular de civilizacin humana ni a ningn sistema poltico, econmico o social, la Iglesia, por sta su universalidad, puede constituir un vnculo estrechsimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que stas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misin (Gaudium et Spes , 42).

La paz entre los individuos y los pueblos es una ardua tarea en la que todos debemos colaborar generosamente. Ella no se alcanza por la va de la intransigencia ni de los egocentrismos, ya sean nacionales, regionales o de bloques. Por el contrario, se lograr si se fomentan la confianza, la comprensin y la solidaridad, que hermanan a los hombres que habitamos este mundo, creado por Dios para que todos podamos participar de sus bienes en forma equitativa.

No faltan, sin embargo, motivos de preocupacin en el mbito internacional en general, y en Amrica Latina en particular, a causa de las diferencias y antagonismos que enfrentan a algunos pases, a quienes la misma geografa, las races culturales, la lengua y la fe cristiana han unido en el camino de la historia.

La Santa Sede sin otra fuerza que la autoridad moral que le confiere la misin recibida en favor de las grandes causas del hombre continuar apoyando todas aquellas iniciativas encaminadas a superar la confrontacin y a crear fundamentos slidos para una convivencia ms estable y pacfica.

Como factor de inestabilidad que hoy incide negativamente en las relaciones internacionales, ha querido mencionar Usted, Seor Embajador, el grave problema de la deuda externa que atenaza a muchos pueblos en va de desarrollo. A este respecto, la Santa Sede, con un documento de la Pontificia Comisin Iustitia et Pax, ha querido aportar su contribucin exponiendo los criterios de justicia, equidad y solidaridad que inspiren iniciativas a nivel regional e internacional con el fin de llegar a soluciones aceptables que eviten el peligro de frustrar las legtimas aspiraciones de tantos pases al desarrollo que les es debido. Ante el grave desafo que representa hoy la deuda de los pases en desarrollo, se hace necesario compartir.

No se puede olvidar que muchos problemas econmicos, sociales y polticos tienen sus races en el orden moral, al cual, de forma respetuosa, llega la Iglesia mediante su labor educadora y de evangelizacin. Por ello la Iglesia considera especfica misin suya la necesaria proyeccin del Evangelio en todos los mbitos de la vida humana; en la sociedad y en la cultura, en la economa y en la educacin (Discurso a los obispo de Cuba en visita ad limina Apostolorum , 25 de agosto de 1988, n. 4). Ante la profunda crisis de valores que afecta hoy a instituciones como la familia, o a amplios sectores de la poblacin como la juventud, la fe cristiana, en espritu de reconciliacin y de amor, ofrece motivos de fundada esperanza para bien de la comunidad humana.

Quiero reiterarle, Seor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en Cuba a colaborar, dentro de su propia misin religiosa y moral, con las Autoridades y las diversas instituciones de su pas en favor de los valores superiores y de la prosperidad espiritual y material de la nacin. A este respecto, hemos de congratularnos por el clima de dilogo y mejor entendimiento, que en los ltimos aos se est afianzando entre la jerarqua eclesistica y las Autoridades civiles. Ello se ha puesto tambin de manifiesto con las recientes visitas de diversas personalidades eclesisticas a Cuba, como Usted ha querido mencionar. Hago votos para que los signos positivos que estn surgiendo, como es la entrada de un cierto nmero de sacerdotes y religiosas para ejercer el ministerio en las comunidades eclesiales cubanas, se desarrollen y consoliden ulteriormente, en el necesario marco de libertad efectiva que demanda la Iglesia para cumplir su misin evangelizadora.

Es alentador igualmente el dilogo respetuoso con la cultura y las realidades sociales, que ha impulsado el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, que tuvo lugar en febrero de 1986. Es de desear que ello facilite una presencia ms activa de los catlicos en la vida pblica contribuyendo a la gran tarea del bien comn. En la medida en que stos sean fieles a las enseanzas y exigencias del Evangelio, sern tambin sinceros defensores de la justicia y de la paz, de la libertad y de la honradez, del respeto a la vida y de la solidariedad con los ms necesitados. El catlico cubano, ciudadano e hijo de Dios, no puede renunciar a participar en el desarrollo de la comunidad civil, ni quedar al margen del proyecto social.

Seor Embajador, antes de finalizar este encuentro, plceme asegurarle mi benevolencia y apoyo, para que la alta misin que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Le ruego quiera hacerse intrprete ante el Seor Presidente, su Gobierno, las Autoridades y el pueblo cubano del ms deferente y cordial saludo del Papa, mientras invoco los dones del Altsimo sobre Usted, su familia y colaboradores, y sobre todos los amadsimos hijos de la noble Nacin cubana.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE MXICO EN VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM

Jueves 2 de marzo de 1989

Venerables hermanos en el Episcopado:

1. Con fraterno afecto os recibo esta maana, Pastores del Pueblo de Dios en Mxico, venidos a Roma para realizar la visita ad limina Apostolorum.

Mi pensamiento se dirige a todas las dicesis que representis y, a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos, que con abnegacin y entusiasmo trabajan por la edificacin del Reino de Dios en vuestro noble pas.

Deseo, en primer lugar, agradeceros vivamente esta visita que habis preparado con esmero y que comporta no pocos sacrificios. Os expreso mi gratitud tambin por las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Mons. Manuel Castro Ruiz, Arzobispo de Yucatn, quien ha querido reiterar vuestros sentimientos de comunin con el Sucesor de Pedro, reforzando as el vnculo interior que nos une en la oracin, en la fe y en el amor operante. Un Episcopado como el vuestro que ofrece al pueblo cristiano el testimonio de su unidad en el Seor, es un don del cielo, que pido a Dios os lo conserve y acreciente siempre.

En los coloquios personales que hemos tenido y a travs de la relaciones quinquenales, he podido comprobar una vez ms la vitalidad de vuestras Iglesias particulares, que siento tan cercanas a mi corazn de Pastor, y que reavivan a la vez en mi mente los recuerdos de las intensas jornadas de mi peregrinacin apostlica a vuestro pas, durante las cuales los catlicos de Mxico demostraron en todo momento su filial cercana y adhesin al Papa.

2. En los dos encuentros precedentes con miembros del Episcopado Mexicano en su visita ad limina, nos hemos ocupado de algunas cuestiones de mayor importancia y actualidad en la pastoral de vuestras Iglesias particulares. Hoy, a un mes de distancia de haberse hecho pblica la Exhortacin Apostlica post-sinodal Christifideles Laici , deseo compartir con vosotros algunos pensamientos sobre la labor evangelizadora de la Iglesia y, en particular, sobre la misin de los laicos en la actual urgencia de evangelizacin que el Espritu Santo ha hecho redescubrir a su Iglesia.

Al acercarnos ya a la conmemoracin del V Centenario de la Evangelizacin de vuestros pueblos, este tema que fue objeto central de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla de los ngeles adquiere renovada actualidad ante los retos que habis de afrontar en una sociedad como la vuestra, en la que estn incidiendo de modo preocupante concepciones secularistas y actitudes permisivas en la concepcin de la vida, en detrimento de los valores morales.

La evangelizacin, esto es, el hacer presente el Reino de Dios en el mundo para que todos los hombres encuentren en Jesucristo la salvacin, es algo que ha de llevarse a cabo en todos los tiempos, en todas las culturas y latitudes. Mas, no se ha de olvidar que, para que el mensaje evanglico llegue en profundidad a cada pueblo y a cada sociedad, se han de tener en cuenta sus circunstancias particulares, as como los destinatarios a quienes es anunciado.

Desde los comienzos de la evangelizacin, vuestra patria acogi la luz del mensaje cristiano, que ha venido a formar parte sustancial de su historia. La fe catlica, en efecto, ha impregnado las races ms profundas de la religiosidad mexicana, en toda su vasta geografa, en sus diversos grupos sociales, desde las gentes ms sencillas hasta los que han recibido una mayor cultura. Ignorar esta realidad o pretender olvidarla, sera negar una gracia de Dios, de la que sois herederos y, por tanto, responsables. Es por ello que vosotros, Pastores, debis preguntaros insistentemente cmo hacer que esa evangelizacin siga viva y pujante en las generaciones presentes y venideras.

3. Las comunidades eclesiales que el Seor ha confiado a vuestros cuidados viven en una sociedad en la que ciertamente se mira al futuro con esperanza, pero donde tampoco faltan, por desgracia, los problemas y conflictos. Se trata de problemas que son, muchas veces, un reto para la Iglesia y que esperan de vosotros una respuesta pastoral adecuada que pueda paliar tantas necesidades y urgencias. En efecto, las situaciones de pobreza de muchas familias, la marginacin de las comunidades indgenas, la falta de trabajo, las graves carencias en educacin, salud, vivienda, la falta de solidaridad de quienes pudiendo ayudar no lo hacen, y otros factores, inciden negativamente en la vida de los individuos, de las familias, de la sociedad. Por otra parte, como puso de relieve la Constitucin pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, la presencia del pecado en el hombre y en la sociedad desfigura la imagen de la persona como creatura salida de las manos de Dios y obstaculiza el desarrollo y la convivencia (cf. Gaudium et spes , 13 y 17).

Son ciertamente numerosos los motivos de preocupacin que interpelan a vuestras conciencias de Pastores, mas contis con motivaciones profundas y sobrenaturales que os animan a afrontarlos adecuadamente en el marco de vuestros proyectos de evangelizacin. Es alentador, a este respecto, comprobar el espritu de colaboracin y hermandad que inspira los esfuerzos de vuestra Conferencia Episcopal por anunciar el mensaje de salvacin al hombre de hoy y por dar nueva vitalidad a un pasado rico en frutos de santidad, que ha de continuar siendo levadura evanglica en el presente y futuro de vuestro pas.

4. La evangelizacin es, lo sabis bien, la gran tarea de nuestro tiempo; y a vosotros, como Obispos de Mxico, corresponde suscitar nuevas energas apostlicas y marcar oportunas orientaciones pastorales; nadie que se considere miembro de la Iglesia puede sentirse eximido de dar su contribucin a esta urgente llamada.

En el ejercicio de vuestro ministerio como maestros de la verdad y educadores en la fe no estis solos. Contis, en primer lugar, con vuestros presbteros, a quienes el Concilio llama prvidos cooperadores del Obispo (Lumen gentium , 28). Contis con la accin callada y perseverante de los religiosos y las religiosas, quienes con su vida mortificada y consagrada a Dios hacen visibles los valores ms profundos y definitivos del Reino. Contis igualmente con tantos fieles laicos comprometidos, dispuestos a vivir su vocacin de bautizados en la sociedad y en el mundo, sin arredrarse ante las exigencias de la vida pblica.

Como puso especialmente de relieve el Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el apostolado de los laicos, stos han de participar de modo responsable y activo en las obras apostlicas y asistenciales por medio de las cuales se hace presente la Iglesia en el seno de la sociedad, mostrando as su capacidad de compromiso y su voluntad de encarnacin entre los hombres.

En esta misma lnea, la reciente Exhortacin Apostlica post-sinodal clarifica oportunamente la misin del fiel laico como fermento del Evangelio en la animacin y transformacin de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En efecto, en toda sociedad pluralista se hace necesaria una mayor y ms decisiva presencia catlica individual y asociada en los diversos campos de la vida pblica.

5. Al ser la vocacin cristiana, por su misma naturaleza, vocacin al apostolado (cf. Apostolicam Actuositatem , 1) , el mbito de accin del laico en la misin de la Iglesia se extiende a todos los aspectos y situaciones de la convivencia humana. As lo puso de manifiesto mi venerado predecesor el Papa Pablo VI en su Exhortacin Apostlica Evangelii Nuntiandi. El campo propio de su actividad evanglica es el mundo vasto y complejo de la poltica, de lo social, de la economa y tambin de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicacin social, as como de otras realidades abiertas a la evangelizacin como el amor, la familia, la educacin de los nios, de los jvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento (Evangelii Nuntiandi , 70).

6. Vosotros, amados Hermanos en el Episcopado, habis de procurar que los fieles laicos sean cada vez ms conscientes de sus responsabilidades como miembros de la Iglesia que viven plenamente insertos en el mundo.

Ellos, asistidos por los sacerdotes y religiosos, deben participar en las tareas comunes de todos los miembros del Pueblo de Dios, como son el testimonio y el anuncio de la fe, la catequesis, la educacin religiosa de los nios y jvenes, la celebracin litrgica de los misterios de la salvacin, la accin asistencial y caritativa. Quedan abiertos a vuestra iniciativa pastoral espacios ilimitados para promover la presencia del laicado catlico en el mundo de la cultura, en la universidad, en el arte, en los medios de comunicacin social para encauzar el gran potencial de los jvenes hacia iniciativas de caridad y generosidad, hacia un testimonio de presencia cristiana en el mundo del deporte, del llamado tiempo libre, de la escuela y del trabajo. Por otro lado, los laicos cristianos sienten la necesidad de conocer mejor la doctrina social de la Iglesia que les ilumine y estimule en su actuacin segn las impostergables exigencias de la justicia y del bien comn, al que han de aportar su decidida contribucin en las urgentes tareas y servicios que reclama la sociedad. Da esta manera, como seal durante mi visita pastoral a Guadalajara podrn ser artfices en la construccin del nuevo orden querido por el Seor para hacer un mundo que responda a la bondad de Dios, en la armona, el amor y la paz (Discurso a los obreros de Guadalajara , 30 de enero de 1979, n. 2).

Los laicos han de ser como la levadura en medio de la masa, como la sal que da sentido al trabajo humano y busca siempre el bien de la colectividad actuando responsablemente en la vida pblica. Como seal la Conferencia de Puebla, el fiel laico debe sentirse particularmente interpelado por la contradiccin que existe entre el sustrato cultural catlico de la gran mayora de la poblacin y las estructuras sociales, econmicas y polticas que manifiestan y generan injusticias derivadas del pecado. En la lnea de esta opcin de Puebla, en favor de los laicos como constructores de la sociedad, se hace necesario, pues, un ms claro y decidido compromiso y contribucin de los cristianos para que sean superadas las situaciones estridentes de injusticia, desigualdad, marginacin y pobreza.

7. Respetando siempre la legtima autonoma de la esfera poltica es, sin embargo, misin vuestra, como Pastores del Pueblo de Dios, iluminar desde el Evangelio la actuacin de los fieles laicos en la vida pblica. En esta tarea es particularmente importante que los sacerdotes y religiosos comprendan y apoyen vuestros proyectos pastorales con los laicos asistindoles espiritualmente, impulsando una ms slida formacin cristiana, promoviendo sus asociaciones e instituciones, pero evitando siempre la tentacin de ocupar ellos los puestos y estilos de los laicos, a costa de dejar desatendidas sus especficas funciones ministeriales.

Con palabras del Concilio Vaticano II afirmamos que la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre se consagran al bien de la cosa pblica y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades (Gaudium et spes , 75). Consecuente con dicha actitud, la Exhortacin Apostlica Christifideles Laici hace presente que para animar cristianamente el orden temporal en el sentido sealado de servir a la persona y a la sociedad los fieles laicos de ningn modo pueden abdicar de la participacin en la poltica; es decir, de la multiforme y variada accin econmica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgnica e institucionalmente el bien comn (Christifideles Laici , 42).

Movido por la caridad cristiana, y en sintona con la doctrina de la Iglesia, el fiel laico ha de prestar siempre su contribucin a la renovacin cristiana del orden temporal, consciente de que el fundamento ltimo de las exigencias morales que inspiren su actuacin ha de ser el reconocimiento de Dios como fuente de vida y de salvacin (cf. Apostolicam Actuositatem , 7). De esta manera, su accin apostlica tanto individual como asociada ser tambin escuela de perfeccin y de virtudes cristianas, al nacer de una vida de fe personal, que descubre el misterio de Dios a los hombres y muestra con las obras que ese amor es el nico que salva.

8. Cmo no sentir alegra y esperanza ante el despertar del laicado en la Iglesia! Un laicado, fiel reflejo del Evangelio, que haga realidad en el mundo el mensaje de Jess. Un laicado vivo e influyente en las comunidades eclesiales y en la sociedad. Un laicado que busque la santidad desde sus quehaceres temporales. Un laicado unido en la verdad y en la caridad; en plena comunin con sus Pastores; en sintona con la mente de la Iglesia; atento a todo intento que pretenda sembrar divisin o discordia.

Al congratularme hoy por este encuentro con vosotros, queridos Pastores de Mxico, crece en m la esperanza de que vuestras Iglesias particulares se enriquezcan cada da ms con un laicado maduro en su fe, constante en su fidelidad, firme en su vocacin apostlica como fermento evanglico.

A la Virgen de Guadalupe, a la que invoco como la primera Evangelizadora de Mxico y de Amrica, encomiando hoy, con especial devocin, todos vuestros afanes pastorales, vuestras preocupaciones, vuestras personas. A vosotros, a vuestros diocesanos y a todos los queridos hijos de Mxico imparto, con todo afecto en el Seor, mi Bendicin Apostlica.

Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LOS OBISPOS DE COSTA RICA EN VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM

Viernes 21 de abril de 1989

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Doy fervientes gracias a Dios por el gozo de este encuentro con vosotros, Pastores de la Iglesia en Costa Rica, venidos a Roma para vuestra visita ad limina. Con ella habis querido poner una vez ms de manifiesto vuestra profunda unin con esta Sede Apostlica y, siguiendo la antigua y sagrada tradicin, venerar los sepulcros de los Apstoles Pedro y Pablo, as como tomar contacto con los organismos de la Curia Romana, la cual por motivo de su diacona universal se presenta siempre ms unida al ministerio petrino y, por tanto, estrechamente vinculada a los Obispos de todo el mundo; mientras que, por otra parte, los mismos Pastores y sus Iglesias son los primeros y principales beneficiarios del trabajo de sus Dicasterios (Pastor Bonus , 9.).

Vuestra presencia aqu muestra cmo entre la Iglesia que vive y peregrina en Costa Rica y la Sede de Pedro existe una ntima comunin, la cual no es slo afectiva como bien pude comprobar en los das an vivos en el recuerdo, de mi viaje pastoral a aquella amada tierra tica en marzo de 1983 sino tambin efectiva, en cuanto que trasciende nuestras personas, nuestras acciones y los signos mismos por nosotros realizados, al fundamentarse en la divina voluntad de Cristo Seor acerca de la condicin visible de su Iglesia, Una, Santa, Catlica y Apostlica.

2. Agradezco vivamente las palabras que en nombre de todos me ha dirigido Mons. Romn Arrieta, Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, en las que se refleja vuestro profundo espritu de fe y vuestro ardiente amor a la Iglesia. La problemtica y anhelos que habis presentado, unidos a las conversaciones con cada uno de vosotros y a la lectura de las Relaciones quinquenales, me han hecho conocer an ms la realidad concreta de vuestras Dicesis y me han permitido entrever todos los esfuerzos realizados en los diferentes campos de la accin pastoral.

He podido percibir en vosotros gran celo por proclamar la Verdad sobre Dios, la Iglesia y el hombre; esmero en celebrar la Divina Liturgia, fuente de santificacin para los creyentes; espritu de sacrificio para guiar al Pueblo de Dios con generosidad... convirtindoos en modelos del rebao (1P 5,3.).

Motivo de particular gozo ha sido el constatar el aumento de las vocaciones a la vida consagrada, as como vuestra solicitud por confiarlas a formadores idneos y cualificados; el firme propsito de evangelizacin de las familias, frente a las fuerzas que pretenden disgregarlas; la atencin que prestis a la juventud; la preocupacin por los indigentes y por las situaciones que reclaman una mayor justicia social; la vitalidad de los Movimientos apostlicos; todo ello vivido con una clara conciencia eclesial y recurriendo a todos los medios a vuestro alcance, incluidos los modernos sistemas de comunicacin, en particular la Red de las siete emisoras catlicas con que cuenta vuestro Pas. A todo ello os mueve vuestra decidida voluntad de servir al hombre, anunciando sin cesar el Evangelio, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree (cf. Rm 1,16).

Al congratularme con vosotros por el trabajo realizado y dando gracias a Dios por las metas conseguidas, quiero proponer a vuestra consideracin algunas reflexiones acerca de los temas ms salientes de la vida eclesial costarricense en la actualidad.

3. Se acerca el V Centenario de la Evangelizacin de Amrica y esa fecha, como bien sabis, ha de ser ocasin propicia para dar un vigoroso impulso a la nueva Evangelizacin. Cada fiel, cada dicesis, cada pas, toda la Iglesia in Amrica tiene que hacer suya la idea de esta renovacin. Cada uno tiene que renovarse interiormente; plantearse su vida como una tarea de servicio a Dios y a los dems que se inicia cada da. Y, en esa tarea de renovacin, se ha de destacar, en cuanto labor principal vuestro ministerio de Pastores.

Vosotros sois, amados Hermanos, enviados del Buen Pastor que llama a sus propias ovejas por su nombre y las saca fuera. Cuando ha sacado fuera todas las ovejas, camina delante de ellas y las ovejas la siguen porque conocen su voz (Jn 10.3-4.). Vosotros en palabras del Concilio Vaticano II habis sido puestos por el Espritu Santo y ocupis el lugar de los Apstoles como Pastores de las almas, y juntamente con el Sumo Pontfice, y bajo su autoridad, sois enviados a actualizar permanentemente la obra de Cristo, Pastor eterno (Christus Dominus , 2.). De aqu que vuestro ministerio episcopal se integre en la perspectiva del plan divino de redencin, como dispensadores de aquella luz y vida que viene de la Palabra y de los Sacramentos. Sois, por ello, pregoneros de la fe y maestros autnticos (Lumen Gentium , 25.) y, consiguientemente, la conciencia de vuestra misin os ha de empujar a proclamar con valenta en su integridad aquella Verdad que es el mismo Cristo (Jn 14,6.), y a defenderla de interpretaciones reduccionistas