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Don Elías y las doce tribus Daniel Oscar Plenc

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Don Elías y

las doce tribus

Daniel Oscar Plenc

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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En memoria de

Juan Elías Cayrus,

Constancia Davit de Cayrus

y sus doce hijos

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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ÍNDICE

CAPÍTULOS:

I. Un legado perdurable ............................ 7

II. “Aquí están tus doce hijos” .................. 14

III. Colonia Miguelete ............................... 25

IV. La Sociedad Unión Cristiana .............. 34

V. Ellos lo conocieron .............................. 49

VI. El diario de don Elías I ....................... 56

VII. El diario de don Elías II ..................... 76

VIII. Una iglesia de campo ........................ 90

IX. Entre Teyú Cuaré y Guichón .............. 102

X. Adiós, maestra de campo ..................... 111

XI. Apenas pude despedirte ......................

119

XII. Tras los pasos de don Elías ................

129

XIII. Los valdenses y el adventismo .........

137

XIV. Elena White y el pequeño Elías ........

145

XV. Una carta a sus hijos espirituales .......

155

XVI. Un puñado de recuerdos ..................

- Los Martigani Cayrus (Haroldo A. Martigani C.)

- La ocasión más importante del año (Eduardo Araújo Cuchma)

- Recuerdos de mi niñez (Ideth Geisse Cayrus) - De palos y astillas (Susana Cayrus de Depetris)

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PRÓLOGO

Este es un libro sin pretensiones. Cuenta la historia de un

niño valdense que conoció a Elena G. de White en los valles

del Piamonte, llamado Juan Elías Cayrus (1877-1923), de su

esposa Constancia Davit (1878-1975) y de sus doce hijos. Es

una crónica de inmigración, desarraigo, aprendizajes,

ilusiones y sacrificio. Narra las ocurrencias de una joven

familia de agricultores trasplantada a los feraces y

productivos campos del Uruguay en busca de una vida

mejor, de la mano de Dios.

No intenta singularidad absoluta, ya que está precedido por

los folletos denominados Recordando, que Alda Cayrus de

Geisse fue entregando a su familia a lo largo de muchos

años. Tampoco parece original el relato de una familia que

abandona Italia en forma definitiva para trabajar con

abnegación las tierras despobladas de Sudamérica.

¿Por qué entonces esta inversión considerable de tiempo y

esfuerzo para sacar a luz esta obra? Tal vez, en primer lugar,

porque muchos de los 500 descendientes de Elías y

Constancia disfrutarán de volver a leer la historia de sus

predecesores. También, porque muchos otros podrán

sentirse identificados con su propuesta de historias pequeñas

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de vida, de trabajo y de búsqueda de valores vinculados a la

familia y a la religiosidad práctica. Se escribió, en otras

palabras, por tratarse de una recordación enriquecedora y

placentera.

El libro tiene fortalezas y debilidades. Se inicia con una

semblanza de sus protagonistas: Juan Elías y Constancia.

Continúa con sus peregrinaciones y peripecias desde los

valles alpinos, pasando por las colonias valdenses de la

campiña uruguaya y arribando finalmente a Guichón en el

departamento Paysandú. Aparece el relato tal como fue

escrito por don Elías en su diario personal y en las actas de la

sociedad cristiana que ayudó a fundar en Colonia Miguelete.

Se entremezclan, naturalmente, los recuerdos de sus hijos y

de aquellos que lo conocieron bien. Los comentarios se

detienen, sólo parcialmente, en los doce hijos y en las

“tribus” que emergieron de su sangre. Un aspecto que se

destaca deliberadamente es la entusiasta adhesión de don

Elías y de su familia al adventismo del séptimo día, con su

proclamación esperanzada del pronto regreso de Cristo. Los

registros que permanecieron en el templo adventista de la

Colonia Pintos Viana han permitido acompañar los

resultados de la fe que don Elías deseó para los suyos.

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Ha de expresarse, de todas maneras, que no debe buscarse

aquí un relato prolijamente ordenado, completo y

rigurosamente fundamentado. Los capítulos fueron

surgiendo en un orden diferente, como artículos

independientes y a medida que el tiempo y las circunstancias

los justificaban, en un período de unos cinco años. Es un

trabajo necesariamente fragmentario y a veces repetitivo. No

intenta contar todo sobre todos, sino aquello que fue posible

y que llegó a manos del autor.

El espíritu que anima la difusión de estos temas pasa por la

convicción de que ciertas cosas, que afloran en estas páginas,

siguen siendo cardinales, como el valor del esfuerzo, de la

transparencia, de los principios elevados, de la bondad y la

solidaridad para con propios y ajenos, y sobre todo de la

convicción religiosa y de la confianza puesta en Dios y en su

Palabra. Sirvan también como un reconocimiento al

ministerio fructífero de Elena G. de White y una alabanza al

cielo por la manera insondable como la Providencia abre

caminos para la difusión del evangelio redentor de Jesucristo.

Daniel Oscar Plenc

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I

Un legado perdurable

La visita de mi abuela Elena al Instituto

Adventista del Uruguay era algo que yo

había deseado y sugerido. Ocurrió

durante el culto de clausura de una

semana de oración a fines de 1991.

Pensé que ese sermón sobre la

esperanza del advenimiento se vería

enriquecido por el testimonio de esa

pequeña mujer de 92 años. Cuando se

levantó de su asiento y avanzó hacia el

púlpito apoyada en el brazo amable de

su nieto, supe que no me había

equivocado.

Un recuerdo lejano

Sus pasos no tenían la firmeza de otros tiempos, pero su

entusiasmo no había cambiado y sus palabras fluyeron sin

dificultad. Luego de la austera presentación de rigor vino la

pregunta acerca de sus primeros pasos y los de su familia en

el mensaje adventista. Su memoria la llevó a tiempos lejanos

y habló de su militancia y la de sus padres en la Iglesia

Elena Cayrus de Plenc

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Valdense, donde aprendió desde muy pequeña a conocer y a

amar a Jesús. Entonces añadió: “Pasando el tiempo llegó el

15 de julio de 1915 [fue en realidad 1916] cuando papá nos

dijo: ‘-Hoy es el primer sábado que vamos a guardar’. En

aquel momento nos sorprendimos un poco, pero luego nos

sentimos muy felices de conocer mucho más acerca de la

Palabra de Dios, acerca del sábado y acerca de la venida de

Jesús. Pensábamos antes que el sábado era para los judíos y

que la venida de Jesús sería tan remota que ni se debía hablar

de ella”. La pregunta volvió: “-¿Sigues creyendo que Jesús

viene?”. Y dijo: “-¡Oh sí, con seguridad! Lo estoy

esperando con ansiedad, con mucha fe y esperanza”.

Había algo más que deseaba escucharla decir. “-¿Alguna vez

te arrepentiste de haber aceptado a Jesús?”. Entonces su voz

anciana se tornó todavía más resuelta y sentida: “¡No!,

¡nunca!, ¡jamás! Siempre Jesús ha estado a mi lado y he

tenido una vida feliz cumpliendo todo lo que he podido los

mandamientos de Dios”.

La semilla germina

Mi abuela Elena era la hija mayor de un hombre singular a

quien no conocí por su temprana muerte en 1923, y de una

mujer extraordinaria que vivió hasta los 97 años, conciente

del afecto de sus doce hijos, sus 58 nietos y sus varias

decenas de bisnietos y tataranietos.i

¿De dónde aprendió la abuela Elena todas esas cosas que

llenaron tempranamente su vida de fe y de valor? De un

humilde agricultor valdense llamado Juan Elías Cayrus, su

padre. ¿De qué labios oyó por primera vez acerca de la

venida de Cristo y de la santidad del sábado? De su padre,

un predicador y dirigente laico que nunca aspiró a ser pastor.

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Juan Elías había sido sólo un niño en los valles piamonteses

de Italia cuando escuchó estas verdades de una menuda

predicadora norteamericana llamada Elena G. de White. ii

Desde ese lejano 1886 la semilla permaneció en su corazón y

brotó años después en las costas uruguayas del Río de la

Plata a donde había emigrado con su esposa Constancia y su

hija Elena.iii

Sus padres hubieran querido que fuese un pastor valdense.

El se negó, al punto de escapar del hogar paterno. Pero con

el tiempo, más de 50 de sus 500 descendientes fueron

inspirados a trabajar en la obra adventista y catorce de ellos

son pastores o esposas de pastores.iv Juan Elías trajo también

a la Iglesia Adventista a un par de muchachos valdenses a

quienes animó a ingresar al ministerio,v e interesó en la fe a

un hermano valdense cuyo hijo y nieto han sido pastores.vi

Juan Elías no ambicionaba el ministerio pero, cuando las

circunstancias lo exigieron, actuó como maestro y predicador

en las colonias valdenses de su nueva patria. Fue también

director de la Escuela Dominical y director de canto de la

iglesia. Por lo menos en una ocasión escribió un bello

poema en francés y, en otra, compuso un himno de ánimo en

medio de su lucha espiritual. Enseñó a niños y adultos,

predicó y escribió artículos religiosos.

Un viaje singular

Su peregrinaje terrenal y espiritual lo llevó de Colonia

Piamontesa a Colonia Valdense y de Colonia Miguelete a

Guichón, en la República Oriental del Uruguay. Ese último

viaje se volvió un episodio memorable para su esposa y sus

hijos. Tres carruajes, dos decenas de caballos y sobre ellos

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lo poco y lo mucho que el Señor le había otorgado: algunos

bienes materiales y su querida familia.

Cuando Juan Elías y Constancia se casaron pensaron que

doce hijos sería un buen número, y estos fueron llegando:

Elena en 1899, Emilio en 1901, Pedro en 1902, Paula en

1904, Enrique en 1905, Margarita en 1907, Alina en 1909,

Lelia en 1911, Alda en 1913, Benoní en 1917, Esli en 1918 e

Inés en 1922.vii Sus hijos han caminado largamente con Dios

dando un feliz testimonio de la bondad inmensa del Señor.

Los años de Juan Elías dentro del movimiento adventista

fueron pocos, y su testimonio siempre le pareció

insignificante. En 1916 había comenzado a guardar el

sábado, en 1917 ya enseñaba en la escuela sabática

organizada en su propia casa de campo y en 1918 fue

bautizado junto a sus hijos mayores.

Un papel amarillo de 1919, escrito con pulcritud, contiene un

relato y un mensaje dirigido a dos de sus hijos espirituales

que estudiaban en el Colegio Adventista del Plata, en la

Argentina. Decía en su carta: “El gozo más grande para mí es

saber que están gozando en el Señor y resueltos a consagrar

sus jóvenes vidas y los talentos que Dios les concedió a la

proclamación del último mensaje de salvación que Dios, en

su amor, envía a esta humanidad perdida [...] No tengo

mucho que deciros de nuestra vida temporal aquí en

Guichón. El tiempo nos trató bastante mal, desde nuestra

llegada ha llovido muchísimo. Empleamos un mes para

levantar un ranchito donde pudiesen abrigarse los tres

muchachos que quedaron en el campo desde el principio.

Ahora el tiempo parece haberse arreglado, hemos podido

adelantar un poco, y Dios mediante pensamos mudarnos al

campo, porque sabrán que vivimos en una casa que

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alquilamos en el pueblo. También empezamos a romper

tierra para plantar maíz. No tengo mucha relación aún con

los habitantes de Guichón [...] No he podido, o quizá, sabido

hacer mucho entre ellos para el Señor. Hemos esparcido

algunos ejemplares de El atalaya y tratados, y creo que Dios

abrirá aquí también una puerta”.

El legado de la fe

Que la puerta se abrió es evidente, porque su familia y las de

otros hermanos fundaron la Iglesia Adventista del lugar.

Pero su sueño de vivir en el campo con su esposa, su madre y

sus doce hijos no se concretó, sino por un breve tiempo. Sus

fuerzas físicas estaban agotadas por el exceso de trabajo y los

cuidados familiares. Su hija Alda narra el momento final:

“Con toda su confianza depositada en el bondadoso Padre

Celestial, el 12 de julio de 1923, día en que Inesita cumplía

su primer año de vida, nos llamó a todos junto a su lecho de

dolor para dar las últimas instrucciones y recomendaciones, y

despedirse de todos hasta el glorioso día de la resurrección

[...] Luego nos abrazó y besó a todos, dando aún a cada uno

por separado su último consejo y amonestación. Recuerdo

que a mí, que tenía diez años me dijo que fuera buena, y citó

Apocalipsis 2:10, la última parte: ‘Sé fiel hasta la muerte y

Dios te dará la corona de la vida’, texto que nunca he

podido leer o repetir desde entonces sin sentir en mí el vivo

deseo de que así sea”. “Después de despedirse de todos los

presentes entonó las estrofas de un himno que está en los

antiguos himnarios adventistas. Cantó la primera parte de la

primera estrofa y la segunda parte de la última estrofa que

dicen: Sobre nubes refulgentes, vendrá nuestro Salvador.

Con poderes sorprendentes de ángeles en derredor [...] Y

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ascendamos todos juntos, hasta el trono del Señor. Aleluya,

aleluya. Ven del cielo, oh Señor. Pidió luego al hermano

Miguel Dreher que elevara una oración a Dios [...] y rogó a

David Plenc, su futuro yerno, que leyera junto a su tumba las

promesas gloriosas de la resurrección para que fueran un

testimonio ante los presentes de su plena confianza en Dios”.

Sólo sé de Juan Elías lo que cuenta su familia y lo que se lee

en ciertos registros o en los apuntes de sus hijos.viii Pero de a

ratos lo imagino otro Jacob, dejando su tierra en busca de

algo mejor y, como el patriarca, reunió a sus hijos y habló

con ellos. Sus últimas palabras quedaron registradas en un

diario familiar: “Escuchadme [...] No frecuentéis jamás las

malas compañías ni el placer del mundo. Leed vuestra

Biblia al levantaros. Elevad vuestro corazón a Dios en una

oración secreta. Por la noche haced culto como tenemos la

costumbre. Los sábados haced la Escuela Sabática como es

de costumbre. Haced la voluntad de Dios. Seguid sus leyes

y mandamientos. ¿Me lo prometéis todos? -Sí papá, fue la

respuesta. Luego añadió: Y tu Constanza, ¿me prometes

andar en las leyes de Dios como tu mamá? -Sí, fue la

respuesta. Después dijo: Haced todos los negocios justos.

No hagáis perder a nadie ni un sólo centavo. ¿Me lo

prometéis? Sí papá, fue la respuesta. A mi no me falta

nada, venid y besadme todos. Descansó unos momentos y

cantó [...] Dio sus últimos recomendaciones [...] y cerró sus

ojos con la esperanza de la venida del Señor y del glorioso

momento de la resurrección”.

Considero que existe un legado perdurable en esta vida

humilde y sacrificada. Creo que la herencia recibida por sus

hijos no debe olvidarse. No fue un legado de fuerza física,

sino de profunda convicción espiritual. No de abundancia de

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pan y de bienes temporales, sino del amor por aquellas

reuniones nocturnas en que se leía la Biblia y se rogaba la

protección divina en torno de la larga mesa que él mismo

había fabricado. No del color de sus ojos, sino de la claridad

de su fe y de la transparencia de sus actos. Como aquel

sábado de mañana cuando Elena narró su propia vivencia y

la de los suyos, sigo pensando que esta antigua historia es

todavía digna de contarse.

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II

“Aquí están tus doce hijos”

“¿Quiénes son nuestros hijos?

Son solamente nuestros hermanos y hermanas menores

en la familia que Dios reconoce como suya.

Estamos tratando con los miembros

de la familia del Señor.”

(Elena G. de White, Testimonios para la iglesia; Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana; 1996; t.2 p.327)

A veces es difícil saber por qué iniciamos un viaje.

¿Buscamos descanso? ¡Tantas veces hemos vuelto más

cansados! ¿Bellos paisajes? Los kilómetros se suman y la

velocidad nos impide disfrutarlos. ¿Deseamos

reencontrarnos con personas y lugares queridos?

Seguramente. Aunque no siempre están allí, cómo y dónde

los hemos dejado. Han cambiado y nosotros también, o se

han marchado. ¿Es que imaginamos que hallaremos lugares

enteramente diferentes al nuestro? Ciertamente los hay,

aunque pronto sospechamos que tampoco son el paraíso.

¿Será que vamos en busca de nosotros mismos, de nuestros

recuerdos o ilusiones, de nuestros sueños extraviados o

incumplidos? No es fácil determinarlo, pero la idea de viajar

nos seduce y nos pone en camino. Como lo dijo algún poeta:

“Cuando viajamos volvemos a ser niños”.

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¿Por qué viajaba mi familia, o parte de ella, al Uruguay

desde el paraje selvático llamado Teyú Cuaré, o desde San

Ignacio en la provincia de Misiones? ¿Por qué tantas

personas y de tantos lugares viajan cada enero a la Colonia

Pintos Viana, cerca de Guichón, en el Departamento

Paysandú? ¿Por qué se reúnen todavía en el mes del

cumpleaños de Constancia, 35 años después de su

fallecimiento? Cuesta entenderlo, pero quienes lo hacen

sienten que bien vale la pena. Alguien calculó no hace

mucho que la distancia que los miembros de la familia

Cayrus recorrieron ese año para llegar al Santana había sido

de 164.975 kilómetros, más de cuatro veces la vuelta al

mundo. La idea de encontrarse surgió hace décadas cuando

los doce hijos de doña Constancia Davit de Cayrus se

reunían para celebrar su cumpleaños.

Una nueva patria

Constancia había nacido en un hogar valdense, en Villar

Pellice, provincia de Turín, en el norte de Italia. Sus padres

Pablo y Constancia tenían otros cinco hijos. En la capilla del

Constancia Davit de Cayrus

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valle, con sus actividades espirituales y recreativas,

Constancia conoció a Juan Elías Cairus de quién se enamoró

para siempre. Juan Elías también la amaba, pero deseaba

estudiar en Francia y conocer el mundo más allá de los

Alpes. Ocasionales cartas y poesías, primorosamente

escritas, llegaban a los valles desde la ciudad de las luces.

Constancia solía recitar un poema que Elías había escrito en

francés en 1897. Uno de sus versos refleja la profundidad de

su sentimiento: “heme aquí, tan lejos de ti [...] mi amada en

este gran París”.

El Piamonte habría de reunirlos alegremente otra vez. La

boda se celebró un sábado frío y soleado de 1898. Elías tenía

21 años y Constancia 20. Planearon una gran familia de

doce hijos, y no perdieron el tiempo. A los diez meses ya

había llegado María Elena a alegrar el hogar.

Era el tiempo en el que las noticias de América parecían cada

vez más atractivas. En busca de una vida mejor partieron del

puerto de Génova, junto a otros familiares, rumbo a

Montevideo. Para octubre de 1900, sin entender el español,

desembarcaron en su nueva patria y de allí a la colonia de los

valdenses en el Departamento Colonia. Tíos y primos de

Constancia los recibieron en el puerto de Rosario. La familia

Negrín los alojó durante varios meses mientras Elías buscaba

casa y trabajo. Cuatro meses después de su llegada nació

Juan Emilio, el segundo retoño.

Una pequeña chacra con algunas habitaciones de ladrillo,

barro y paja en Colonia Piamontesa fue su primer hogar, muy

cerca de las playas del Río de la Plata. Allí Constancia y

otras mujeres lavaban la ropa, mientras los pequeños jugaban

en el agua y la arena. Con la muerte de Juan Pedro Cairus, el

padre de Elías, se sumó a la familia la “gran mamá” María,

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hasta su fallecimiento a los 95 años. Mientras Elías iba a

buscarla a Italia y regresaba nació Paula Constancia, en

1904.

La vida de los Cairus -cuyo apellido pasó a escribirse

Cayrus- continuó en la cercana Colonia Valdense, donde

participaban activamente de las actividades de la Iglesia

Valdense. Juan Elías ayudó a establecer una escuela

valdense y hasta 1909 trabajó como maestro, sin descuidar

sus tareas agrícolas. También fue director de la Escuela

Dominical, catequista y director de canto. La lectura de la

Biblia y la oración nunca faltaron en el hogar de Constancia

y Elías. Para la familia esa fue una época gloriosa, con

trabajo, sacrificios, pero también con paseos en carro y bellas

distracciones.

Otro valdense, don Pablo Plenc, los convenció en 1909 de

trasladarse a Colonia Miguelete donde había más tierras,

pero también más trabajo y cuidados. Lelia Anita se agregó

allí a la familia. Entonces Elena y Emilio debieron

abandonar sus estudios para sumar sus esfuerzos al proyecto

familiar.

Una nueva fe

Una revista El atalaya dejada por Daniel Rivoir en un

comercio de Colonia Valdense allá por 1914, sirvió de nexo

para que Elías Cayrus y su familia entraran en contacto

definitivo con el adventismo. Un artículo sobre el sábado

llamó su atención y le recordó palabras que había escuchado

en Italia por la predicación de Elena G. de White. Siguieron

días de reflexión, oración y estudio de la Biblia, hasta que el

9 de julio de 1916 compartió con los suyos su decisión de

guardar el sábado como día de reposo.

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Constancia no se opuso, pero no lo aceptó rápidamente. De

todas maneras su esposo celebró un culto en su casa el

sábado 15 de julio de 1916. La salida de la Iglesia Valdense

fue un proceso largo y doloroso. Los pastores adventistas F.

L. Perry y J. T. Thompson tuvieron contacto epistolar con

Juan Elías, lo animaron y organizaron una escuela sabática

en su casa. En un congreso celebrado en San José, los

Cayrus se relacionaron con otros adventistas como los Ernst

y los Dreher. Pocos días después del nacimiento de Esli

Eber, su hijo undécimo, en 1918, Juan Elías fue bautizado, al

igual que sus hijos mayores Elena y Emilio, y los hermanos

David M. Salomón, Clara de Salomón y Margarita Bertinat,

en el río San Salvador. Emilio Cayrus cuenta en su diario

que, en mayo de 1924, el pastor Carlos E. Krieghoff,

presidente de la Misión Uruguaya, bautizó a la “gran mamá”

y a Constancia D. de Cayrus, junto a sus hijos: Paulina,

Margarita, Alina y Enrique.

No sintiéndose ya cómodo entre los valdenses, Elías

comenzó a mirar hacia nuevos horizontes. Después de

mucha búsqueda decidió radicarse entre los colonos rusos de

la zona de Guichón, en el Departamento Paysandú, al norte

del país. Carlos Racovsky colaboró generosamente en esas

gestiones. El viaje de nueve días en carro de Miguelete a

Guichón fue toda una aventura. Sobre esa travesía se han

contado y se contarán infinidad de anécdotas deliciosas.

El primer destino en Guichón fue un campo arrendado, a un

kilómetro de la estación de trenes. En esa primera noche la

mudanza y los muchachos durmieron a la intemperie,

mientras los esposos y las hijas se alojaron en el hotel.

Pasaron luego a una casa alquilada junto a la plaza. Alda y

algunos de sus hermanos comenzaron a asistir a la escuela,

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sin entender una palabra de castellano. Cuatro piezas de

terrón y techo de chapa se levantaron en el campo como

vivienda familiar. Luego se añadieron tres habitaciones

adicionales. Numerosos árboles de paraíso, álamos y

duraznos, y también algunos rosales fueron creciendo

alrededor de la casa. Junto a esos árboles las niñas pasaban

horas dichosas jugando con muñecas de trapo hechas por

ellas mismas. En 1920 comenzaron a fabricar quesos y

manteca. La leche que sobraba se regalaba a los pobres del

pueblo. Junto al trabajo secular iniciaron la distribución de

El atalaya y el contacto misionero con los vecinos.

En julio de 1922 Constancia dio a luz a su última hija, Inés,

completando así los doce hijos planificados. Una larga mesa

fabricada por Elías y dos bancos servían para reunir a toda la

familia. Allí se oraba por turno en francés y se disfrutaba de

los alimentos. Finalmente Elías compró un campo a doce

kilómetros de Guichón en lo que se llamó Colonia Pintos

Viana, con una antigua casona de piedra, donde continuaron

el trabajo con la bendición divina. El monte del arroyo

Santana llegaba hasta el patio de la casa.

Familias de inmigrantes rusos solían alojarse en esa estancia

mientras preparaban sus ranchos. Algunas eran adventistas y

otras sabatistas. Con ellos comenzaron las reuniones

religiosas de la zona de Guichón y dieron luego inicio a la

iglesia.

Una nueva realidad

El año 1923 se transformó en un tiempo de pruebas y

tristeza. Abundaron los problemas de salud y escasearon los

remedios. Enfermaron varios de los hijos. Cuando le llegó

el turno a Elías, éste ya no tuvo resistencia. Resignadamente

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supo que era tiempo de partir y se preparó para ello. El 12 de

julio de 1923 reunió a su familia, dio sus últimas

instrucciones y animó a todos a ser fieles a Dios. Cantó un

himno, pidió una oración a Miguel Dreher y descansó dos

días después en la bendita esperanza del regreso del Señor.

Los años que siguieron fueron, más que nunca, para

Constancia y sus hijos, años de trabajo duro, de limitaciones

materiales, pero también de cooperación familiar y de

confianza en Dios. Constancia o algunos de los mayores

siguieron dirigiendo el culto familiar cada noche. Estudiaban

la lección de la Escuela Sabática, leían un capítulo de la

Biblia y los doce hijos oraban por turno. Llegó el momento

en que la familia se trasladó a la estancia Santa Isabel a

orillas del arroyo Santana. Ese lugar fue casa, escuela de

cuarenta alumnos para la colonia y albergue para las

maestras. Allí Alda y Lelia soñaron también con llegar a ser

maestras. La misma estancia se transformaba los sábados en

iglesia para la Escuela Sabática y el culto. Las visitas de los

pastores Sherman, Krieghoff, Soto, Westphal y otros fueron

muy apreciadas y recordadas por la familia.

El tiempo es inexorable y los pichones fueron creciendo y

alejándose del nido. El 6 de marzo de 1924 se casaron Elena

Cayrus y David Plenc. El luto por el fallecimiento de don

Elías imponía entonces el uso de un vestido negro con un tul

blanco. Con un elegante carro prestado, tirado por dos

caballos blancos, se trasladaron al juzgado de Guichón, y del

pueblo a su rancho en el campo. Nueve meses y cuatro días

después llegó su primer hijo y el primer nieto de doña

Constancia. Elena y David habrían de vivir juntos y felices

por casi 70 años, hasta que una noche David se acostó, pidió

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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a Elena que lo abrazara fuertemente, se durmió y ya no

despertó.

Emilio Cayrus y Emilia Dreher se casaron al año siguiente.

Lelia debió alejarse del hogar durante los meses escolares

para trabajar como maestra. Alda se trasladó en 1930 al

Colegio Adventista del Plata a fin de continuar una carrera

docente. Alguno de sus hermanos varones la acompañaba en

aquellos primeros viajes en tren. En ocasión de su

graduación en 1933, Constancia y Elena estuvieron

presentes. Para 1934 ya se habían casado Enrique y también

Alina, y los nietos de Constancia sumaban doce. Alda y

Günther se casaron en 1936 y se trasladaron a Bolivia como

misioneros. Benoní sería el más viajero de los hijos de

Constancia; su ministerio pastoral fue amplio y reconocido.

Con todo, la familia se mantuvo unida y juntos progresaron.

Emilio compró un Ford T y Pedro un Chevrolet. Un sábado

de tarde, la mamá de Constancia visitó a Elena en el Ford T

de Emilio ¡a 40 kilómetros por hora! Al llegar exclamó:

“Por poco me faltó el aliento a semejante velocidad. ¡Íbamos

como el viento!”. Los demás también fueron comprando sus

propios vehículos, tractores y cosechadoras. Aunque el

trabajo resultaba agotador, los sábados eran una delicia. Las

Sociedades de Jóvenes, las reuniones sociales y las caminatas

por el monte convocaban a muchos jóvenes de la colonia.

Los asistentes a las reuniones espirituales estudiaban la

Biblia y disfrutaban de los concursos bíblicos, así como de

los versículos de memoria de la devoción matutina. En

ocasiones, seis o más jóvenes podían repetir de memoria los

versículos ¡de los 365 días del año!

Tal como lo habían soñado, Constancia y Elías tuvieron doce

hijos entre 1899 y 1922. Todos se casaron entre 1924 y

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1945. Elías no pudo verlos formar hogares y tener hijos,

pero Constancia pudo disfrutar por mucho tiempo de la

llegada de 55 nietos, 98 bisnietos y 4 tataranietos. Al fin de

sus días, más de 230 de sus descendientes seguían

manteniendo fuertes lazos de sangre y de afecto.

Esos lazos venían fortaleciéndose cada doce de enero cuando

los hermanos y sus hijos se encontraban junto a las aguas del

Santana o del Queguay para celebrar el cumpleaños de

Constancia. Así fue durante muchos años aumentando el

número de asistentes cada año, lo mismo que las inocentes

actividades lúdicas y espirituales. Sólo un motivo muy

justificado impidió a veces la llegada de alguno de los hijos.

Las costumbres se diversificaron y consolidaron, como el

almuerzo criollo, la compota de la tarde, los cantos y las

poesías, los recuerdos, la reflexión espiritual y la entonación

del himno “Nos veremos junto al río” tomados de la mano al

finalizar el día.

Una esperanza renovada

La reunión de 1975 fue diferente, porque los doce hijos

rodeaban la cama de Constancia en su cumpleaños número

97. Su vida se estaba apagando, tal como lo había querido,

rodeada de los suyos. Benoní tomó la Biblia e inició la

lectura del Salmo 23. Sólo necesitó Constancia oír la

primera palabra, para unirse en la repetición del pasaje. Ya

no pudo hablar mucho más. Se pronunciaron los nombres de

sus hijos y ella los buscó con la mirada. Al inicio de la tarde

alguien dijo: “Mamá, aquí están tus doce hijos”. Su misión

había concluido y falleció al salir el sol del día 13 de enero.

La iglesia de Guichón que ellos habían ayudado a fundar

despidió los restos de Constancia en el subsuelo de su templo

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junto a muchos familiares y amigos. Se repitieron versículos

y se cantaron himnos. El pastor Juan Tabuenca presidió el

servicio fúnebre junto al pastor Benoní Cayrus. Los otros

cuatro hijos varones portaron el féretro. Entre otras cosas

dijo Benoní: “No estamos aquí para llorar

desconsoladamente y sin esperanza la ausencia de nuestra

madre, sino solamente para decirle: hasta luego mamá”.

Siguieron las sentidas palabras del pastor Tabuenca: “La

Iglesia Adventista del Séptimo Día está de luto. Ha perdido

una verdadera madre en Israel, después de casi un siglo de

vida que Dios en su misericordia y en su providencia ha

concedido a doña Constancia Davit de Cayrus”. El pastor

recordó que unos 20 de sus descendientes con sus familias

estaban trabajando activamente en la causa de Dios en

Argentina, Estados Unidos, Perú, Paraguay y Uruguay.

Luego unas 600 personas recorrieron calladamente las diez

cuadras que separan el templo del cementerio local para

depositar a Constancia junto a la tumba de su amado esposo,

su suegra y dos nietitas.

Alguien conservó un registro del deseo sincero de

Constancia para los suyos: “Que sean fieles a Dios, para [que

podamos] vernos un día todos en el cielo. Esto es [lo que

quiero] para mis hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, para

todos. Que sean sanos, que tengan salud, que no haya

ningún escándalo, y que vivan todos unidos [...] No sé que

pensaría papá si viera toda esta descendencia, sin duda

pensaría que son muchos”.

Luego de la muerte de Constancia, las reuniones continuaron

en otras fechas: el cumpleaños de alguno de los hermanos, el

último lunes de enero y actualmente el último domingo de

enero. El libro Recordando de Alda Cayrus de Geisse ha

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contribuido a conservar la memoria de este largo tiempo

transcurrido. Al concluir este libro ya han pasado al

descanso Elena, Emilio, Pedro, Enrique, Benoní, Paulina,

Margarita, Alina y Lelia. Viven Alda, Esli e Inés. Las

reuniones seguramente seguirán, aunque a los hermanos se

les hace cada vez un poco más difícil trasladarse al “pozo”

del Santana. En 2007 estuvieron presentes cuatro de ellos.

La presencia de Paula, con sus casi 103 años, fue motivo de

admiración y gratitud. Más de 200 familiares hicieron de

ese, uno de los encuentros más hermosos.

A veces ignoramos la verdadera razón por la que hacemos un

viaje. Armando Tejada Gómez escribió que volvemos

siempre a los lugares donde hemos amado la vida. La

familia Cayrus viaja para recordar y mantener sus raíces de

afecto y de fe, para reeditar los momentos gratos, para

intentar mantener aquellos valores del esfuerzo, la lealtad y

la esperanza, cada vez más escasos y necesarios en este

tiempo final que nos toca transitar.

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III

Colonia Miguelete

Don Juan Elías Cayrus y los suyos vivieron en Miguelete,

Uruguay, unos diez años (1909-1919), en un tiempo singular

para el mundo y para su propio peregrinaje en busca de la

realización de sus sueños más caros. En esos años habría de

relacionarse estrechamente con los Plenc y con tantas otras

bellas familias valdenses de la zona. Sirva esta página como

una evocación a una época de sacrificios pioneros en pos de

lo mejor, de lo auténtico y de aquello que perdura tras los

cambios y el transcurrir de los tiempos.

Estos años en Miguelete coinciden con la transición de la

Belle Epoque al tiempo tumultuoso de la Gran Guerra que

involucró a una treintena de naciones y sacudió al mundo.

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Fue el período del surgimiento de los totalitarismos en Rusia

y en otros lugares, cuando las corrientes idealistas y

optimistas cedían ante la angustia del belicismo, la

confusión, la violencia y las tensiones. Era la época del

conservadurismo católico bajo Pío X y Benedicto XV, de las

reconstrucciones del protestantismo y de las primeras

manifestaciones ecuménicas en el seno de la cristiandad.

La Colonia Miguelete

La colonización de Miguelete se inició el 28 de marzo de

1909 con el remate de las 12.155 hectáreas de la estancia

inglesa The River Plate Company.ix Inmigrantes valdenses y

suizos, entre otros, compraron los 93 lotes de tierras

destinadas a la agricultura y la ganadería. Eran los tiempos

de la presidencia de Claudio Williman, quien se esforzó por

combatir el latifundio fraccionando la tierra. Los

migueletenses solían compartir las ideas de José Batlle y

Ordóñez en cuanto a la separación de Iglesia y Estado, y a la

libertad religiosa, aunque rechazaban sus inclinaciones al

ateísmo.

Las reuniones valdenses comenzaron en la estancia de David

Bonjour. Para 1910 ya estaban organizados y en 1912 se

inauguró una capilla, en el solar donado por Juan Santiago

Pontet. Un acta de la Sociedad Unión Cristiana de ese año

afirma que la lección de canto se dedicó a la ejercitación de

los himnos que se cantarían en la inauguración de la capilla

local. Más adelante se habla del ensayo del coro para la

misma ocasión. El templo actual se inauguró el 4 de marzo

de 1928. Miguelete y Ombúes de Lavalle compartían la

atención pastoral. Por un acta de abril de 1916 se hace

evidente que en un principio no había cultos o sermones

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todos los fines de semana en la Colonia Miguelete, porque se

habla de un “domingo de sermón”.

Pablo Plenc se ilusionó con el solar y contagió de su

entusiasmo a don Elías Cayrus para trabajar aquellas tierras

donde todo estaba por hacer. Doña Constancia Davit de

Cayrus ya había traído al mundo siete hijos: Elena, nacida en

Italia; Emilio, Pedro y Paulina, nacidos en Colonia

Piamontesa; y Enrique, Margarita y Alina, nacidos en

Colonia Valdense. En Miguelete nacerían otros cuatro:

Lelia, Alda, Benoní y Esli. Sólo Inés nacería en el último

destino familiar, Guichón.

Los Cayrus Davit se mudaron a Miguelete en el otoño de

1909, levantaron los ranchos, trabajaron la tierra y criaron

animales. Elena, el mayor de los retoños, permaneció en

Colonia Valdense hasta terminar de cursar sus estudios

primarios, en compañía de su abuela paterna, María Fontana

de Cairus.

Adultos sentados: Elías, Constancia y María Fontana (Gran mamá). Niñas adelante: Marga y Alina. Niños fila del medio: Elena, Paula y Enrique. Detrás: Emilio y Pedro.

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La dureza del trabajo nunca impidió que los Cayrus

participaran regularmente de las actividades de la Iglesia

Valdense. Alda Cayrus de Geisse, novena hija de Elías y

Constancia, afirma que su padre fundó junto a los vecinos de

Miguelete la Unión Cristiana. En las actas de los años 1912

a 1919 se la denomina Sociedad Unión Cristiana “Mixta”.

Al mismo tiempo don Elías dirigió la Escuela Dominical y

actuó como director de cantos en la capilla.

La adopción del “sabatismo”

Cinco años después de su llegada a Miguelete, don Elías

volvió a ponerse en contacto con el adventismo del séptimo

día, del que había tenido noticias en su niñez. A los nueve

años había escuchado a Elena G. de White durante su gira

por el Piamonte y había recibido algunas de las enseñanzas

del pastor Bourdeau. Ahora volvía a tomar interés en los

mismos temas por medio de la revista El Atalaya hallada en

Colonia Valdense y el posterior contacto epistolar con los

pastores Franklyn L. Perry y James T. Thompson de la

Misión Uruguaya. Allí comenzó un prolongado tiempo de

Campo de Miguelete donde vivió la familia Cayrus

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reflexión que finalmente lo alejaría del valdismo para

acercarse al adventismo. El acta del 26 de junio de 1915 de

la Sociedad Unión Cristiana registra la visita del colportor

adventista Santiago Koch.x Elías Cayrus propuso suspender

parte del programa para oírlo. Finalmente decidió adoptar el

sábado como día de reposo y comenzó a guardarlo el 15 de

julio de 1916, sin dejar de asistir a la Iglesia Valdense.

El 31 de julio de 1915 volvió a hablar a la Sociedad el

colportor Santiago Koch. La correspondencia entre Cayrus y

el pastor Pablo Davit muestra que don Elías le había

informado que había dejado de guardar el domingo y que

deseaba saber si podía seguir sirviendo en la Escuela

Dominical. Los directivos de la iglesia que integraban el

Consistorio manifestaron aprecio por su servicio a la Escuela

Dominical y a la congregación toda. Le permitieron

asimismo continuar con la tarea, siempre que esta no

interfiriera con sus nuevas convicciones religiosas.

Es indudable que la cuestión sabática se introdujo en los

diálogos y discusiones de la Sociedad Unión Cristiana. Se

lee que en noviembre de 1915: “Pablo Plenc presenta su

meditación sobre el sábado, diciendo que el verdadero día de

descanso sería el sábado, puesto que la palabra sábado

significa ‘día de descanso’; dice además que siendo

Jesucristo Señor del sábado le era lícito sanar enfermos ese

día”. Los Cayrus guardaban el sábado en su casa y

concurrían a las reuniones los domingos. Un acta de la

Sociedad, de diciembre de 1915, consigna que Elías Cayrus

meditó sobre 2 Pedro 3:11-12 y que luego propuso ensayar

himnos de Navidad “ya que tendremos culto ese día”. Alejo

Artus leyó a principios de enero de 1916 un trabajo titulado

“El día de reposo”. Se lee textualmente en las actas: “Dice

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que aunque hay discusión sobre el día que se ha de observar,

el que se debe consagrar al Señor es el domingo. Este

trabajo da margen a una prolongada discusión sobre el día a

observarse, la que se suspende por ser ya avanzada la hora”.

Otros énfasis típicos del adventismo, como el estado del

hombre en la muerte, la inminencia de la segunda venida de

Cristo y la necesidad del estudio de las profecías

escatológicas, se transformaron en temas de conversación

dentro de la Sociedad Unión Cristiana de Miguelete. En

julio de 1915, tras la lectura de Juan 11, don Elías afirmó que

“resultan falsas las creencias sobre la inmortalidad del alma”.

A fines de abril de 1916 se informó en los registros que

David Plenc leyó una alocución sobre Mateo 24, que Elías

Cayrus se explayó sobre Mateo 24:14 y que David Salomón

habló sobre la segunda venida corporal de Cristo. En

consecuencia, Pedro Salomón, David Salomón y Elías

Cayrus sostuvieron una conversación y el resultado fue

“lamentar que nuestros conductores espirituales nos hablen

tan poco de las profecías y de su cumplimiento”.

Siguieron algunas conferencias adventistas en la estancia de

Bonjour por el mes de mayo de 1917, con magros resultados.

Al mismo tiempo Don Elías siguió en contacto personal y

epistolar con los pastores valdenses, pero su decisión

respecto del sábado fue irrevocable.

La información consignada en el diario personal de Elías

Cayrus permite deducir que el pastor Pablo Davit respondió

amablemente a su requisitoria de visitarlo en su casa el

sábado 12 de agosto de 1917, a pesar de las inclemencias del

tiempo invernal. Almorzaron juntos y discutieron los temas

bíblicos en cuestión. El pastor Davit era portador de dos

cartas del Consistorio. En la segunda, firmada además por

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Pablo Artus, Jerah Jourdan, Juan Arduin y Pablo Rostagnol,

se le manifestaba que algunos padres se rehusaban a seguir

mandando a sus hijos a la Escuela Dominical (“que, nos

complacemos reconocerlo con gratitud, Ud. ha dirigido con

celo y acierto durante varios años”) debido a la enseñanza de

doctrinas sabatistas no compartidas por el cristianismo

evangélico y por la Iglesia Valdense. “En consecuencia de lo

antedicho –dice textualmente la carta-, y sin pretender tachar

de ninguna manera su honorabilidad y respetabilidad como

cristiano, y como hombre de convicciones sólidas y de

principios elevados, creemos conveniente agradecerle

sentidamente los valiosos servicios prestados hasta ahora y

pedirle que no se ocupe más, de aquí en adelante de la

Escuela Dominical de esta congregación de la cual se harán

cargo algunos miembros del Consistorio. Pero en vista de

ciertos rumores que circulan, y para no dar lugar a ninguna

clase de equivocación, o mala interpretación, le

manifestamos categóricamente que no dejaremos de

considerarlo y tratarlo como un miembro apreciado de esta

Congregación, siempre que se lo permitan a Ud. sus ideas y

doctrinas particulares. Le expresamos nuestro profundo

sentimiento por tener que escribirle esta carta y lo saludamos

a Ud. con nuestro mayor afecto cristiano. Los miembros del

Consistorio”. Cayrus solicitó una entrevista con el

Consistorio y la oportunidad de despedirse de los niños de la

Escuela Dominical. Gran parte de esa noche don Elías la

pasó en oración, en compañía de David M. Salomón y

Enrique Jourdan. El pastor le concedió la posibilidad de

dirigir la Escuela Dominical al día siguiente, cuyo tema

versaba acerca de Jesús en el Getsemaní. Don Elías habló

con emoción a los niños en la conclusión del programa y

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también luego del culto. En el sermón el pastor citó al

Consistorio y a todos los que quisieran estar presentes para el

día siguiente a las 14 hs. En esa reunión cargada de tensión

y emociones fuertes el pastor oró, se cantó un himno y luego

leyó Romanos 14:4, 10. Dijo el pastor Davit: “Desearía estar

a cien leguas de aquí, para no tener que presidir esta reunión.

Cedo la palabra al Consistorio y al señor Cayrus”. Don Elías

hizo una ardorosa defensa de su posición y la reunión

terminó con lágrimas, apretones de mano y una oración.

Separado de la congregación, siguió asistiendo a la Sociedad

Unión Cristiana hasta su alejamiento definitivo de Miguelete.

Al siguiente sábado, 18 de agosto de 1917, cantó un himno

compuesto por él, dedicado “A mis consocios, en ocasión de

las dificultades surgidas en nuestra sociedad”. También

rechazó los términos de un artículo del pastor Ernesto Tron

en el Semanario Valdense, número 16, titulado “La cuestión

sabática”, escribiendo otro artículo con su respuesta.

Los pastores adventistas de la Misión Uruguaya organizaron

formalmente una Escuela Sabática en casa de los Cayrus el

sábado 15 de septiembre de 1917. Junto a sus hijos Elena y

Emilio, y los hermanos David M. Salomón y José Cairus -

quienes llegarían a ser adventistas- asistió a un congreso

adventista en San José, en marzo de 1918. En ese lugar

conoció al pastor August R. Sherman, a los hermanos Ernst,

y saludó a Miguel Dreher, entre otros. Juan Elías Cayrus fue

bautizado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día por el

pastor N. A. Hansen, al igual que sus hijos Elena y Emilio y

don David M. Salomón, el 27 de septiembre de 1918, en el

río San Salvador. En algún momento también abrazaron la

fe adventista David y Juan Plenc. El primero se casaría con

Elena Cayrus luego del fallecimiento de don Elías. El

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segundo habría de ser pastor adventista de reconocida

trayectoria en varios países.

El adiós a Miguelete

En busca de un nuevo lugar donde sentirse más a gusto, don

Elías viajó al departamento Paysandú. Algunos creyentes

adventistas como Carlos Racowski, Fidel Gordienko y los

Sicalo le ayudaron a conseguir un campo para arrendar y

reiniciar su proyecto laboral, familiar y espiritual. La última

reunión de la Sociedad a la que asistió en Miguelete se

realizó el 11 de mayo de 1919 con la presencia de sus hijos

Elena, Emilio y Paulina, David M. Salomón, Clara J. de

Salomón y Juan Plenc Michelin. Una vez más Elías fue

elegido presidente de la nueva mesa. Queda registrado en las

actas: “En vista de que la mayoría de los miembros de esta

Sociedad tienen que ausentarse de la localidad, y siendo por

lo tanto imposible reunirnos cada quince días, se resuelve

sesionar D. M. el 17 de octubre de 1919”. Unos días después

emprendieron el viaje definitivo al pueblo de Guichón.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

34

IV

La Sociedad Unión Cristiana “Mixta” de Colonia Miguelete

Los registros conservados por la familia Cayrus se inician

con el acta del 15 de junio de 1912 y concluyen con el acta

del 11 de mayo de 1919. En la primera se informa del

funcionamiento de ejercicios de canto realizados los sábados

por la noche desde el año anterior y de las reformas

introducidas en la ocasión tras la propuesta de don Elías. A

partir de esa fecha se adoptó un programa más completo que

fue variando de tanto en tanto: (a) apertura con invocación

divina y canto de un himno, (b) lectura bíblica y meditación,

(c) lección de canto, (d) trabajos obligatorios y voluntarios,

(e) preguntas, observaciones y comunicaciones, (f) clausura

con la bendición divina. El encuentro duraba

aproximadamente dos horas. Algunos años después se

acordó que las sesiones no se extendieran más de dos horas y

media.

La membresía de la Sociedad tuvo su auge y posterior

decadencia. En 1912 había doce socios efectivos y seis

pasivos, y se habla de once presentes en otra ocasión del

mismo año. Dos años más tarde, en septiembre de 1914, se

encuentran dieciséis miembros presentes, y la misma

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cantidad se registra en marzo de 1915. El informe del mes

de abril de 1916 da cuenta de la presencia de todos los

miembros efectivos, y un informe más, esta vez de mediados

del año 1917, relata que se dieron cita once miembros

efectivos y dos pasivos.

Lecturas bíblicas, meditaciones y lecciones de canto

En la primera reunión de 1912 se resolvió leer el libro de los

Proverbios, a razón de un capítulo por semana. Más adelante

se leyeron las epístolas de Pablo a Timoteo. No siempre se

leían libros completos en forma continuada. Hubo ocasiones

en que se leyeron capítulos del Evangelio de Juan y de la

Epístola a los Hebreos, o se leía 2 Pedro, Romanos, Santiago,

Mateo, 2 Corintios, Marcos, Apocalipsis, Abdías, Ezequiel y

Salmos. Se nota una valoración de los libros poéticos y

proféticos del Antiguo Testamento, así como un aprecio por

el Nuevo Testamento con sus Evangelios, Epístolas y textos

apocalípticos. A las lecturas seguían reflexiones o

meditaciones basadas en la Escritura, con aplicación a la vida

cristiana práctica.

Es más que evidente el valor que estos fervorosos creyentes

le asignaban a la música y al canto. Desde el comienzo de la

Sociedad se practicaban ejercicios de canto. Un acta de 1916

da cuenta del elevado objetivo de esta actividad: “Que se

estudie un himno hasta cantarlo bien en todas sus voces”. El

encargado asignaba los cantos, sea en castellano o en francés,

hasta que en algún momento se decidió que el himno a

estudiar fuera elegido por mayoría. A veces se estudiaban

los himnos que se cantarían en el sermón del día siguiente,

incluso agregándole acompañamiento instrumental.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

36

La presentación de “trabajos”

Los llamados “trabajos” se requerían de los miembros

efectivos de la sociedad y eran oportunidades de desarrollo

para los miembros pasivos. Desfilaban allí recitaciones,

discursos, composiciones, cantos y lecturas de artículos o

poesías, en el idioma que se creyera conveniente: español,

francés o italiano. Nombres como los de Elena Cayrus,

Esther Artus y David M. Salomón se registran desde los

albores de la sociedad presentando tales trabajos. Los

participantes eran aplaudidos y alentados; también recibían

amables sugerencias y observaciones. En algún momento

Elías Cayrus propuso que los trabajos que se presentaban por

escrito fueran propios y no copiados.

Las mesas o comisiones

La comisión encargada de dirigir las reuniones rotaba entre

sus integrantes; primero cada tres meses y luego cada seis.

De 1912 a 1919 actuaron como presidentes, en algunos casos

en más de una ocasión, las siguientes personas: Elías Cayrus,

David M. Salomón, Jerah Jourdan, Pedro M. Salomón y

Pedro Roland. Los vice presidentes fueron: Jerah Jourdan,

Elías Cayrus, Pedro Roland, David Plenc, Pablo Rostagnol,

Juan Plenc y Alejo Artus. Se desempeñaron como

secretarios y vice secretarios: David M. Salomón, Clara M.

Jourdan, Jerah Jourdan, Juan P. Salomón, Pedro Roland,

Elías Cayrus, Paulina Artus, Pedro M. Salomón, Elena

Cayrus, Margarita Artus, Juan Plenc, David Plenc, Francisco

Jourdan y Ana Rostagnol. Se consignan los nombres de los

tesoreros: Valentín Urioste, Francisco Jourdan, Clara

Jourdan de Salomón, Elías Cayrus, Jerah Jourdan, Pedro

Roland, Pedro M. Salomón y Juan Plenc.

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37

En agosto de 1912 se designó una comisión para la

preparación de un reglamento que regularía el

funcionamiento de la Sociedad, integrada por Elías J. Cayrus,

Jerah Jourdan, David M. Salomón, Clara M. Jourdan,

Margarita Artus y Paulina Artus. El reglamento propuesto

fue aprobado al mes siguiente.

Relaciones y actividades extraordinarias

Las actas de la sociedad dejan constancia de la relación, a

veces epistolar o por intermedio de alguno de los miembros,

con los pastores valdenses. Se menciona al pastor B. A.

Pons, de Tarariras, al pastor D. M. Dalmás y al pastor Pablo

Davit, de Ombúes de Lavalle. El acta del 19 de mayo de

1917 ilustra esta vinculación con los pastores: “Elías J.

Cayrus comunica haber estado con nuestro pastor el señor

Davit [...] y que si Dios quiere lo tendremos entre nosotros

para el culto mañana”.

Las iniciativas de la sociedad trascendían muchas veces su

propio ámbito. Algunas de estas acciones involucraron a

organismos de otros lugares. Ya en septiembre de 1912 se

leyó una carta de la Sociedad Unión Cristiana de Jóvenes de

Tarariras dirigida a la Sociedad Unión Cristiana de

Miguelete. Un año después la Sociedad de Tarariras invitó a

la de Miguelete a una fiesta campestre. Se aceptó en otra

ocasión la invitación del Coro de Ombúes de Lavalle para

una fiesta.

Una actividad muy apreciada y exitosa fue la “velada”

realizada a fines de octubre de 1912, en el galpón de los

hermanos Salomón, luego de largos momentos de

planificación y ensayos diversos. Unas 100 personas

concurrieron a la velada. Aunque el clima no acompañó, el

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evento convocó inclusive a gente de Sarandí, Colonia

Valdense, Ombúes de Lavalle, Cosmopolita y Tarariras.

Elías Cayrus dio la bienvenida y el pastor Pablo Davit dirigió

unas palabras. Hubo diálogos, comedias, monólogos,

dramas, poesías, etc. Como nota de color, don Santiago

Rostagnol hizo funcionar su gramófono.

A veces las relaciones se extendían a la recordada madre

patria. Pedro Salomón informó en una sesión que el 8 de

febrero de 1914 se inauguró un templo Evangélico Valdense

en Roma, “de lo cual debemos regocijarnos y estar

agradecidos a Dios por haber hecho que la luz de la

civilización haya puesto el pie sobre la cabeza del monstruo

que bajo el nombre de Dios, justicia y religión, no titubeaba

en mandar quemar vivos a niños, mujeres y ancianos”.

Los colonos de Miguelete no desconocían los sombríos

momentos que se vivían en Europa por causa de la guerra.

Un trabajo de Jerah Jourdan de agosto de 1914 alude a los

acontecimientos bélicos que se desarrollaban allende el

Océano. En otra oportunidad, Miguel Rostagnol habló del

dolor que sentían por la patria de sus padres. Resulta

interesante un registro de 1916: “Elías Cayrus lee una carta

de un sobrino suyo que se halla al frente de batalla”.

En noviembre de 1914 se organizó una fiesta bajo los

eucaliptos de David Bonjour. Esta vez los invitados fueron

los integrantes de la Sociedad Cristiana de Jóvenes de

Tarariras y los niños de la Escuela Dominical. Una vez más

los participantes presentaron discursos, monólogos, diálogos,

poesías, comedias, etc. La Banda de Música de la localidad

ofreció sus servicios para alegría de todos y Elías Cayrus

presentó un discurso. La cortesía fue retribuida por la

Sociedad de Tarariras invitando a la de Miguelete para una

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fiesta a realizarse en febrero de 1915, y tiempo más tarde,

hacia el verano de 1917, otra fiesta organizada por la

Sociedad de Tarariras se realizó en el arroyo San Luis.

En 1915 se decidió recolectar fondos para la Cruz Roja

Italiana y, con esa finalidad, se organizó una fiesta en lo de

David Bonjour. Para la especial ocasión se invitó a la

Sociedad de Tarariras, al Coro de Ombúes de Lavalle y a los

niños de la Escuela Dominical. Esta vez se reunieron más de

300 personas. Se dieron cita vecinos de Riachuelo, Sarandí y

Colonia Valdense. David M. Salomón realizó la apertura y

dirigieron la palabra Leopoldo Dalmás, presidente de la

Sociedad Cristiana de Tarariras, Miguel Rostagnol, Elías

Cayrus y el pastor Pablo Davit. Luego cantó el coro y tocó

la Banda de Música. Una parte central de la velada fue el

simulacro de batalla que se realizó con participación de la

Cruz Roja. Deseando sumar su contribución, la Sociedad de

Tarariras tomó una iniciativa similar y también organizó una

velada en apoyo a la Cruz Roja Italiana.

En 1916 las señoritas de la Sociedad se reunieron para hacer

algo por el Orfanato de Torre Pellice, Italia, y optaron por

rifar un cuadro hecho por ellas mismas. Por ese tiempo la

Sociedad se hizo miembro perpetuo de la Cruz Roja Italiana.

Por supuesto, los miembros de la Sociedad recibieron

detallados informes de todos los fondos recogidos y de su

recepción por parte de la Cruz Roja. También se dio a

conocer en la Sociedad que el Comité Valdense de Turín se

estaba ocupando de los soldados valdenses que estaban en el

frente.

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Don Elías y los suyos

No hay evidencias de que doña Constancia Davit de Cayrus

haya participado de las reuniones de la Sociedad Unión

Cristiana de Miguelete. Don Elías, por el contrario, era tal

vez su miembro más activo y uno de los más preparados. Se

nota que, de tanto en tanto, la salud le jugaba una mala

pasada y se ausentaba por ese motivo. En agosto de 1912,

mediante una esquela, notificó su sentimiento por no poder

reunirse “por estar indispuesto”. También debió viajar por

asuntos comerciales o de familia a Colonia Suiza, Colonia

Valdense y otros lugares. Puede leerse en un acta de 1917:

“El presidente lee una carta del socio Elías J. Cayrus en la

cual motiva su ausencia que es por hallarse recién en

convalecencia de una indisposición. Se hacen votos por su

pronto restablecimiento”.

Sus propuestas eran escuchadas y muchas veces tenidas en

cuenta. Cuando la Sociedad contó con un mueble, impulsó

la idea de formar una biblioteca. En pleno desarrollo de la

Gran Guerra, Cayrus propuso ayudar a la Cruz Roja Italiana,

lo que motivó la organización de una nueva fiesta para

recolectar fondos. Incluso llegó a proponer que se estudie la

posibilidad de construir un local propio para sesionar, pero

Jerah Jourdan sugirió más bien agrandar el local contiguo a

la capilla, por razones prácticas: “Respecto a la otra

propuesta, de hacer un local; se resuelve dejarlo para más

adelante debido a que por ahora, ni hay paja ni se puede alzar

terrón por estar demasiado seco”. Pasado el tiempo, Elías

Cayrus presenta otros tres planes para el desarrollo de la

Sociedad.

Una nota que se repite constantemente tiene relación con los

comentarios que don Elías solía añadir a las lecturas o

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reflexiones bíblicas. A veces él mismo estaba encargado de

la meditación o de la oración. Los temas que abordaba eran

de los más diversos: en una ocasión (año 1913) leyó un

trabajo sobre la historia profana y la historia sagrada, y luego

cantó un himno en francés. Otro registro refiere que habló

sobre el bautismo en consonancia con la tradición valdense:

“Dice que hay dos bautismos; el de agua que todos hemos

recibido cuando niños y el del Espíritu Santo que debemos

pedir a Dios y que es la verdadera confirmación del

primero”. El secretario a veces apuntaba alguna evaluación

de su actuación: “El Sr. Elías Cayrus hace una larga y buena

meditación [...]”. Sus propias experiencias fueron incluidas

en aquellas meditaciones: en un trabajo titulado “Recuerdos

de mi juventud” evoca sus años juveniles en Italia, volcando

también parte de sus vivencias en una composición a la que

tituló “Experiencias de un viajero”.

Otros ejes temáticos de don Elías fueron, por ejemplo, “la

marca de la bestia”, la segunda venida y las señales, “la

aritmética de la Biblia”, la escuela de Jesucristo, la

transfiguración, la parábola de las diez vírgenes, la

obediencia a la ley de Dios, los adelantos de la ciencia en los

siglos XIX y XX en cumplimiento de las profecías. Algunas

de sus reflexiones quedaron asentadas en los libros de actas

de la Sociedad Unión Cristiana: “Elías J. Cayrus llama la

atención sobre el amor de Dios e invita a estudiar y

comprender hasta lo posible ese amor sin límites”. Sobre

una persona en particular se dice que “Elías Cayrus lo

exhorta a dejar las vanidades de este mundo y volver a vivir

una vida santa y para la gloria de Dios”. El registro

menciona también que en diciembre de 1916 Elías Cayrus

hace una invitación a reflexionar sobre el año transcurrido:

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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“Elías J. Cayrus nos da muy buenas exhortaciones sobre los

cap. 8, 9 de Ezequiel [...]”; y en la que fuera una de sus

últimas intervenciones se registra que Elías Cayrus

pronunció sentidas palabras sobre el Salmo 46:1

concluyendo con una exhortación.

Varias veces se comenta que Elías Cayrus dio “buenas

explicaciones”, agregó “buenas palabras”, o leyó “una buena

meditación”. Sobre su persona se sugiere que era un hombre

bueno, tal vez en exceso. En una nota curiosa de mayo de

1913, el secretario anotó en el libro de actas que el presidente

anterior [don Elías] era demasiado bueno y que ahora había

más orden en el salón social, “pero a veces es malo ser

demasiado bueno”. Fue buena, seguramente, la influencia

cristiana de Elías sobre sus hijos y la oportunidad que les dio

de participar en la Sociedad Unión Cristiana desde sus años

tempranos. Hay evidencias de intervenciones de los cinco

mayores.

Cuando cumplió la edad requerida de 15 años, Elena Cayrus

solicitó ser aceptada como miembro efectivo de la Sociedad

Unión Cristiana. Durante todos los años que su familia

permaneció en Miguelete siguió presentando trabajos,

lecturas bíblicas y meditaciones. En una ocasión cantó un

himno junto a su hermano Emilio. Un acta de 1916 dice que

Elena leyó Marcos 9 y presentó “una buena meditación”. En

ocasiones la presentación de un trabajo suyo se hacía en

francés. Es probable que le gustaran en especial las poesías,

ya que solía declamar. Se dice que a veces leía trabajos de

su autoría, o un artículo de alguna revista. Hay anotaciones

de un trabajo leído sobre el Salmo 37. Aunque no se

registran muchas intervenciones suyas en las deliberaciones,

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se sabe que hizo propuestas y pidió explicaciones en diversas

oportunidades.

En cuanto a Emilio y a Pedro Cayrus, se los menciona por

primera vez en mayo de 1913. A partir de allí se consigna

que Emilio recitó una poesía, aún antes de ser admitido como

miembro efectivo. También que le tocó leer trabajos, por

ejemplo, sobre la resurrección y presentar meditaciones. En

otras reuniones dirigió el estudio de la Biblia y, cuando fue

necesario, presidió las sesiones. Por su parte, Pedro recitó

una poesía, presentó un ensayo y leyó diversos trabajos. Y

los siguió Enrique, con su solicitud de ingresar como socio

pasivo.

Paulina Cayrus comenzó a actuar en la Sociedad Unión

Cristiana en 1915, cuando contaba con escasos once años.

Ese año “Paulina Cayrus pide que se le acepte como

miembro pasivo [...]”, y al poco tiempo la encontramos

recitando una poesía. Al siguiente año es designada para

presentar un trabajo; animada seguramente por el contexto

bélico, recitó una poesía titulada “Después de la guerra”. En

otras dos oportunidades se registra que Paulina leyó trabajos,

uno aparentemente propio y el otro seleccionado de un

periódico.

Algo acerca de los Plenc

En las actas de la Sociedad Unión Cristiana de Miguelete el

apellido Plenc se repite muchas veces, lo mismo que tantos

otros de los primeros pobladores de la colonia. Varios

hermanos Plenc Michelín tuvieron una participación activa

en las sesiones.

David tenía diez años cuando se fundó la colonia. Ni bien

cumplió la edad reglamentada pidió ser admitido como

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miembro efectivo. A partir de entonces presentó varios

trabajos y lecturas. Se lee en los registros: “El joven David

Plenc lee una composición [...]”. Desde los 15 años se

encargó de realizar lecturas y meditaciones bíblicas, tratando

en estas presentaciones temas tales como la mentira, entre

otros. Una anotación del secretario afirma que David Plenc

“[...] había presentado una buena meditación bíblica”. Llegó

a ser vice presidente y, en ausencia del presidente, le tocó

presidir la sesión. También participaba de las deliberaciones

haciendo preguntas o comentarios oportunos. En algunas

oportunidades debió faltar a las sesiones por enfermedad o

viajes. En mayo de 1918 se leyó una carta suya “en la cual

comunica que no podrá asistir a las sesiones por un tiempo

indeterminado por hallarse ausente de la localidad [...]”.

Desde mediados de 1913 se advierte una participación activa

de Juan Plenc en las reuniones de la sociedad. Esto

continuará a lo largo de los años, tanto en la lectura de

trabajos y artículos como en la presentación de meditaciones

y reflexiones espirituales. Se sabe que habló acerca del día

de descanso y de la importancia de la Escuela Dominical. En

una oportunidad, los concurrentes recibieron su exhortación

junto con la lectura de Romanos capítulo 8, y también

escucharon un trabajo referido a la oración, que él mismo

había escrito. No dudó en presidir las reuniones de la

Sociedad cuando se lo solicitaron, así como asumir alguna

responsabilidad orgánica en otras oportunidades.

Se sabe que tanto David como su hermano mayor, Juan,

debieron dejar su casa paterna por haberse acercado al

adventismo. En 1919, ambos hermanos se encontraban en el

Colegio Adventista del Plata (Entre Ríos, Argentina). A

mediados de julio de ese año, enviaron desde allí una carta a

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Elías Cayrus. La respuesta llegó a principios de agosto, con

palabras afectuosas y llenas de espíritu cristiano. Elías les

pedía al final de la carta: “No nos dejen mucho sin noticias;

las experiencias personales son de mucha bendición para los

demás, y para mí será siempre de un gran aliento saber algo

de su vida espiritual. Los he visto nacer en medio de

dificultades y mi deseo y oración es de verlos crecer y

fortalecerse en la fe de nuestro Señor Jesús”. Unas líneas

finales están destinadas a Juan: “He oído que antes de irte de

la casa, has prometido a tus padres de volver para la siega, si

es así, no faltes a tu promesa [...]”. Juan completó sus

estudios ministeriales y David regresó al Uruguay para

dedicarse primero al colportaje y luego a la agricultura.

David Plenc y Elena Cayrus se casaron en Guichón el 6 de

marzo de 1924, unos meses después del fallecimiento de don

Elías.

Pablo Plenc presentó un trabajo voluntario y leyó una

composición antes de contar con la edad reglamentaria para

ser un miembro efectivo. Al igual que sus hermanos, dirigió

lecturas de la Biblia y presentó diversos trabajos, uno de los

Cuatro generaciones Plenc: David, Elbio, Daniel y Ariel (1984)

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

46

cuales trataba sobre Juan Huss. Un acta registra que “[...]

leyó una buena meditación”, y se sabe también que, por lo

menos en una oportunidad, se hizo cargo de presidir el

encuentro semanal. Emilio Plenc fue admitido primero como

miembro pasivo y luego como efectivo. Leyó trabajos y

artículos, hizo propuestas y también presidió al menos una

sesión.

El ocaso de la Sociedad

Los registros de la Sociedad Unión Cristiana son demasiado

breves y sobrios como para dar cuenta clara de

los momentos de tensión y desavenencias que sobrevinieron.

Se alude a principios de 1914 a “los momentos difíciles que

pasa la sociedad actualmente [...]”. Jerah Jourdan y Clara J.

de Salomón piden ser borrados de la lista, y aparentemente

son convencidos de permanecer un tiempo más. Las

mayores dificultades, sin embargo, se suscitaron desde

mediados de 1917. Al parecer don Elías Cayrus fue

introduciendo aquellas creencias que había adoptado de los

adventistas. En una reunión comunicó que había hablado

con cierta persona sobre la Palabra de Dios, e “invita luego al

que quiera saber algo sobre esto asista a la reunión en su casa

[...]”.

En especial el “Libro de Actas número 3 año de gracia de

1917”, aporta datos relevantes sobre la definida decadencia

de la Sociedad. En julio de 1917, Margarita Artus propone

con insistencia su disolución, “en vista de haber divergencias

de ideas entre los miembros de nuestra Sociedad” y de que

“no reina la debida fraternidad”. Se oponen a la propuesta

Pedro Salomón, David Plenc y Elías Cayrus. Éste último

responde: “Si hay diferencias, ¿no podríamos ponerlas a la

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luz y tratarlas inspirados en Su amor?”. La réplica de

Margarita Artus se expresa lacónicamente como sigue: “La

Sociedad ya no es como cuando se fundó. Algunos cambian

de idea”. El registro da cuenta de la penosa situación: “No

habiendo ánimo para seguir con el programa, después de

humillarnos ante Dios y pedirle que nos perdone y nos

bendiga, se levanta la sesión a las 21 horas más o menos”.

A partir de allí comienza a notarse la ausencia, incluso, de

los mismos integrantes de la mesa directiva de la Sociedad.

Llegaron también cartas de renuncia de Margarita, Paulina,

Esther, María Luisa, Agustina, Alejo y Alberto Artus, Pedro

Lauzarot, Albertina Ida, Armando Pontet y Francisco

Jourdan. En agosto de 1917, Pablo y Anita Rostagnol

presentaron sus renuncias “por causa de las dificultades

surgidas en la Sociedad [...]”. A estas renuncias se sumarían

luego las de Judit y José Rostagnol, por no poder asistir. Esa

fue la ocasión, relatada también en su diario, cuando Elías

Cayrus cantó un himno compuesto por él mismo y dedicado

a sus compañeros de la Sociedad.

En una reunión realizada en el local de culto, a mediados de

abril de 1918, sólo estuvieron presentes Pedro Roland, David

y Pedro Salomón, Pablo Plenc, Elías Cayrus y sus hijos

Elena, Emilio, Pedro y Paulina. Pedro Salomón preguntó si

no sería bueno disolver la Sociedad en vista de las

dificultades para sesionar; y aunque el ocaso parecía

inevitable, Elías Cayrus opinó que era mejor no disolverla.

Presentaría luego la moción de dedicar parte de los fondos de

la Sociedad a la evangelización de Italia. En agosto de 1918

Pedro Roland pidió terminantemente que se le borre de la

lista y David M. Salomón propuso que los archivos de la

Sociedad fueran guardados por un socio designado por la

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mayoría. Entonces se decidió vender útiles y muebles de la

Sociedad para obra de beneficencia. Se vendió también el

gramófono. Don Elías fue nombrado para agradecer al

Consistorio de la Iglesia por el uso del local.

En mayo de 1919 se produjo la última reunión de la Sociedad

Unión Cristiana “Mixta” de Miguelete, de que se tenga

registro. Desde 1920 funcionó la Unión Cristiana de

Jóvenes. En una misiva enviada desde Guichón en agosto de

1919 a Juan y David Plenc, don Elías Cayrus dice haber

recibido carta de David M. Salomón con buenas noticias de

Miguelete y de “los buenos vecinos de allá”.xi Guichón los

había recibido con un tiempo de muchísima lluvia y habían

demorado un mes para levantar un ranchito en el campo

donde pudiesen abrigarse los tres muchachos, mientras los

demás vivían en una casa alquilada en el pueblo. En su carta

don Elías expresa su esperanza para los días que vendrían:

“creo que Dios nos abrirá aquí también una puerta”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

49

V

Ellos lo conocieron

La peculiar historia de Juan Elías Cayrus

ya ha sido contada. Se ha escrito de su

nacimiento en el seno de una familia

valdense del norte de Italia en 1877, de su

contacto con Elena G. de White en

1886,xii de su casamiento con Constancia

Davit en 1898 y de su traslado a las costas

uruguayas del Río de la Plata en 1900. Se

recuerda que volvió a moverse con su

familia a Miguelete en 1909 y que en 1914 se conectó con la

Iglesia Adventista por medio de las publicaciones. Se sabe

que comenzó a guardar el sábado el 15 de julio de 1916 y

que mantuvo contacto epistolar con los pastores Franklyn L.

Perry y James T. Thompson de la Misión Uruguaya.

Fuera de los recuerdos y de los apuntes familiares, un puñado

de hermanos de aquel tiempo dejó registros de la inspiradora

vivencia espiritual de Juan Elías Cayrus. Los recortes que

siguen son apenas una muestra del valor permanente de la fe

que es sostenida con mansedumbre y autenticidad.

Los primeros contactos

James T. Thompson, tesorero de la Misión Uruguaya,

informa a los lectores de La revista adventista de una visita

al hermano Rivoir, de Barker, Uruguay.xiii Rivoir, de origen

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valdense, había recibido dos años atrás una carta proveniente

de Colonia Miguelete, en la cual un señor Juan Elías Cayrus

solicitaba una suscripción a la revista El atalaya. En ese

tiempo un colportor de apellido Koch lo visitó en varias

oportunidades. Siempre fue muy bien recibido y comenzó a

dar estudios bíblicos a los Cayrus y a algunos de sus vecinos.

Cierto día Thompson tomó el coche y se trasladó de Barker a

Colonia Miguelete. Aunque no había anunciado su visita fue

fraternalmente recibido ese lunes por la tarde, y mientras

dialogaba con la familia, un hijo de Juan Elías fue a casa de

unos vecinos para invitarlos a participar del estudio de la

Biblia. Cenaron, realizaron el culto de familia y siguieron

estudiando las Escrituras. Leyeron acerca de la vida de Jesús

y de la oración. Durante la reunión Cayrus exclamó

repetidas veces “¡Cuán maravilloso! ¡Cuántas veces había

leído estos textos, pero nunca había visto estas cosas!”.

El vecino de los Cayrus había dejado de fumar pocos días

atrás y se sintió bendecido y fortalecido por el estudio de esa

noche. El día anterior don Elías había celebrado el habitual

culto dominical, pero manifestó que era el último pues

comenzaría a guardar el sábado. Escribió Thompson: “Por

un momento quedé sin habla, por la emoción que sentía al

estar allí entre esos dos vecinos y ver cómo el Espíritu de

Dios había estado obrando en sus corazones, habiendo cada

uno hecho una gran decisión sin que el otro lo supiese,

aunque sus casas estaban bastante cercanas. También vi

cómo la mano de Dios dirigía mis pasos, a fin de que llegase

yo justamente en el tiempo cuando más sentían ellos la

necesidad de ayuda”.xiv

Thompson relata que treinta y un años atrás, cuando Cayrus

era un niño, había conocido a Elena G. de White y tenido la

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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oportunidad de escucharla predicar en los valles valdenses

del Piamonte, en Italia. Quedó fuertemente impresionado

con las verdades escuchadas, aunque sus padres no lo

animaron a seguirlas. Ahora - dice el informe - “la semilla

que fue sembrada en su corazón en los días de su niñez ha

brotado. Posee un ejemplar de El conflicto de los siglos, en

francés, que su padre compró del Hno. D. T. Bourdeau hace

muchos años”.xv

Durante la semana que Thompson permaneció en Colonia

Miguelete, visitó a otros interesados durante el día y dirigió

estudios bíblicos en las noches. El día viernes Cayrus lo

llevó a la estación para que continuara su viaje a Mercedes y

Dolores.

Por su parte el pastor José W. Westphal recuerda al hermano

Miguel Dreher, muy vinculado con la vida de la familia

Cayrus. Dreher era un colportor que había trabajado en

distintas localidades del Uruguay. Era un alemán de Rusia,

que más de una vez tradujo al ruso los mensajes de los

misioneros adventistas y realizó una buena obra entre los

inmigrantes rusos del norte del país. Por un tiempo dirigió

una pequeña congregación adventista cercana a Paysandú.xvi

En registros que datan de 1917, el pastor José W. Westphal

recuerda que, más de veinte años antes, su hermano Franck

H. Westphal había celebrado una serie de reuniones cerca de

Nueva Helvecia, estableciendo una iglesia. Cuenta también

Westphal que Juan Elías Cayrus asistió a la reunión anual de

la Misión Uruguaya celebrada en Nueva Helvecia, en abril

de 1917. Dice: “Ya se ha informado antes cómo cierto

hermano empezó a guardar el sábado en la Colonia

Miguelete hace casi un año. Ahora toda su familia, como

también su anciana madre, está con él en la verdad. Asistió a

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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esta reunión, regocijándose grandemente en las bendiciones

recibidas. Es activo en la obra misionera, y algunos de sus

vecinos están interesados”. xvii Efectivamente, algunos

vecinos de Juan Elías -como David M. Salomón y José

Cairus- lo acompañaron a ese congreso.xviii

Los pastores Germán F. Nohke y N. A. Hansen se sintieron

animados con estas perspectivas y decidieron realizar en

mayo de 1917 una corta serie de reuniones evangelizadoras

en aquel lugar habitado por valdenses: Colonia Miguelete.

Cayrus fue comisionado para alquilar un local. Cuenta

Nohke que “pronto la oposición se hizo sentir fuertemente y

si no hubiera sido por el Hno. Cayrus, un valdense que

aceptó hace algún tiempo la verdad del sábado, y que puso

con liberalidad a nuestra disposición tanto su casa como su

influencia moral y espiritual, hubiésemos pasado un tiempo

muy difícil”.xix A pesar de la propaganda contraria a las

reuniones, el local se llenó cada noche con gente respetuosa

y atenta. Los pastores valdenses predicaron en contra de las

doctrinas adventistas, y sin proponérselo impulsaron a

muchos a decidirse en favor de ellas. El tiempo de la

cosecha impidió la continuidad de la predicación, pero el

informe destaca: “[...] hay ahora en ese lugar juntamente con

el hermano Cayrus cuatro familias valdenses que observan

los mandamientos de Dios [...]”; xx concluyendo con estas

notables palabras: “Hay entre los valdenses del Uruguay

muchos que llevan grabadas en sus mentes y algunos aun en

sus corazones las poderosas predicaciones dadas por la Hna.

White en los valles en Italia”. xxi Entre los primeros

misioneros adventistas que trabajaron por los valdenses del

Uruguay puede mencionarse a Jean Vuilleumier, quien vino

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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de Suiza y podía predicar en francés, alemán, español e

inglés.

Identificación y servicio

El sábado 15 de septiembre de 1917 se organizó una escuela

sabática en casa de Juan Elías Cayrus. Él mismo fue su

director. Meses más tarde, en marzo de 1918, viajó a San

José para asistir a un congreso adventista. El trayecto se

realizó en un carro liviano y lo acompañaron sus hijos

mayores, Elena y Emilio, y también el hermano David

Salomón.xxii En esa ocasión conocieron a otros miembros de

iglesia, como los hermanos Ernst. Se encontraban presentes

los obreros de la Misión Uruguaya y de la Unión Austral,

como C. P. Crager, August R. Sherman, Eduardo W.

Thomann y Lydia G. de Oppegard.xxiii

A fines de septiembre de 1918, N. A. Hansen y G. F. Nohke

se trasladaron nuevamente a Colonia Miguelete para celebrar

algunas reuniones. Hansen escribe: “A la conclusión de

nuestra estada, tuve el privilegio de bautizar a seis personas,

que ya hacía tiempo estaban listas para este rito [...] Un

hermano activo fue elegido como director del grupo, al cual

también organizamos para obra misionera de iglesia, y

estamos seguros de que nuestros hermanos allá harán una

buena obra en favor de sus semejantes”.xxiv

En una visita a los hermanos rusos de Porvenir, cerca de

Paysandú, J. T. Thompson encontró a Miguel Dreher y a

Juan Elías Cayrus, junto a su hijo, quienes habían viajado en

busca de tierras donde establecerse. En esa oportunidad

realizaron visitas y celebraron una reunión en casa de una

familia Racovsky. xxv Por aquel tiempo José Replogle

trabajaba como colportor en Paysandú.xxvi Corría el mes de

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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mayo de 1919 cuando Juan Elías Cayrus decidió emigrar por

última vez para radicarse en Guichón. Allí permaneció junto

a su familia, compuesta por doce hijos y su madre, hasta su

prematura desaparición en julio de 1923, menos de cinco

años después de su bautismo.

También el pastor A. R. Sherman escribió acerca de una gira

a Paysandú realizada en septiembre de 1919 en compañía del

pastor Julio Ernst. En sus notas Sherman dedicó algunos

párrafos a Juan Elías Cayrus: “Después visité a los hermanos

aislados. Tuve el privilegio de estar dos días con el Hno.

Cayrus, en Guichón. Este hermano, a pesar del poco tiempo

que está allí, ha podido conseguir la amistad de la mayoría

del pueblo, y esperamos que algunas almas aceptarán la

verdad. Me quedé bastante impresionado al ver temprano

por la mañana a los chicos del pueblo, que venían a buscar

leche desnatada, que él había ofrecido a los pobres. Y no

solamente les dio leche, sino también un tratado misionero a

cada chiquilín”.xxvii

Un adiós esperanzado

El pastor Carlos E. Krieghoff, quien sucedió al pastor A. R.

Sherman en la presidencia de la Misión Uruguaya, escribió la

breve necrología de Juan Elías Cayrus. Su crónica, no libre

de inexactitudes, completa el cuadro de su vida. Allí se lee:

“Elías Cayrus nació el 10 de mayo de 1877, en Apeliche,

Italia. A la edad de once años oyó predicar a la Hna. E. G.

de White el mensaje del tercer ángel en los valles de los

valdenses de Italia. Contrajo matrimonio en 1898, y en 1900

emigró, con su esposa, a Sudamérica. En 1916, guardó su

primer sábado, y fue bautizado en septiembre de 1918. El

Hno. Cayrus enfermó, hace poco, de pulmonía y a los pocos

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días notó que su fin se acercaba. Llamó a todos los

miembros de su familia al lado de su lecho, los exhortó a ser

buenos cristianos, a continuar celebrando fielmente la

escuela sabática del hogar y a llevar a cabo lo que él no había

podido hacer. Su esposa leyó el Salmo 23 y el Hno. Dreher

dirigió una ferviente oración. Luego cantó el Hno. Cayrus

una estrofa del himno ‘Sobre nubes refulgentes vendrá

nuestro Salvador’, y manifestó después: ‘Ahora deseo morir’.

Luego cayó en un estado de apacibilidad que duró hasta el 14

de julio, fecha en que dejó de existir en su hogar en Guichón,

depto. de Colonia, R. O. del Uruguay. Manifestó siempre

una profunda fe y confianza en que había de ver a su

Salvador venir en las nubes de los cielos, para salvar a los

redimidos. Además de su esposa deja a su anciana madre,

cinco hijos y siete hijas, los cuales se consuelan de que la

separación no ha de ser larga y basándose en 1 Tes. 4:14-18,

no se entristecen como los que no tienen esperanza. El Hno.

Miguel Dreher ayudó desinteresadamente a la afligida

familia en esta amarga experiencia”.xxviii

Ellos lo conocieron. Completaron los relatos que la familia

Cayrus ha compartido tantas veces. Algunos valores

cristianos se rescatan de esta vida sencilla y consecuente:

profundo respeto por las cosas de Dios y las verdades de la

Biblia, amabilidad y hospitalidad para con los creyentes, así

como un espíritu de generosidad y fervor misionero para con

quienes necesitaban conocer el mensaje de esperanza.

Virtudes éstas que, como nunca antes, los hijos de Dios

necesitan cultivar.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

56

VI

El diario de don Elías (1913 a 1919)

El diario personal de Juan Elías Cayrus me fue cedido por

Inés, la menor de sus hijos. Abarca las más diversas

actividades de las que se ocupó entre los años 1913 y 1923.

Lo tomo, no sólo como una pintura de esa época, sino más

bien como el testimonio de un esfuerzo infatigable detrás de

un ideal arraigado en profundos valores cristianos; y

propongo algunos de los temas que me he permitido anotar

del diario de don Elías.

Trabajo y más trabajo

La concesión bíblica de “seis días trabajarás” se tomaba en

forma literal en la casa de los Cayrus. Ellos participaron de

los esfuerzos fundadores que requirieron la colonización y el

desarrollo, primero de Miguelete y luego de los alrededores

de Guichón. Se imponía la necesidad de subsistir y de

buscar una vida digna en medio de innumerables

limitaciones y necesidades. Mientras tanto, la chacra que

habían trabajado en Colonia Valdense se había rentado, a la

espera de un comprador. Pablo Rostagnol la compró en

1918.

Los registros del diario de don Elías desde 1913 son una

muestra acabada de laboriosidad y cooperación entre vecinos

y familiares. Cuando se emparvaba en el campo de Pablo

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Plenc, don Elías acudía con su carro. Lo mismo ocurría con

las trillas de J. D. Salomón o Ernesto Talmón. En aquellos

inicios de la Colonia Miguelete la trilla de trigo, lino y avena

era un evento importante. Don Elías también solía ir a la

yerra de Pablo Plenc y otros vecinos.

Se sucedían sin pausa las actividades de arado, siembra, trilla

y acarreo. En la quinta y en la chacra se cultivaban

zanahorias, papas, maíz, porotos, batatas. Como se

apreciaban las frutas, también se plantaron viñas, perales y

durazneros.

Había mucho trabajo compartido con los demás colonos. Se

prestaban y devolvían continuamente objetos y alimentos.

Los hijos participaban en los trabajos desde pequeños.

Cuenta don Elías que Pedro y Emilio iban al yugo ya desde

principios de 1914, y Elena ayudaba a veces en las trillas

como cocinera.

No faltaban animales, que además de buenos cuidados

recibían nombres. Se carneaban cerdos y se hacían morcillas

y chorizos. Había colmenas de donde sacar miel. Un

domingo de agosto de 1918 probaron el primer queso, y Elías

acotó que había salido bueno.

Es indudable que Elías había desarrollado una buena

cantidad de habilidades manuales. En octubre de 1913 hizo

una mesa grande para su familia en crecimiento, y luego

fabricó un banco apropiado para esa mesa. Además, la

construcción, ampliación y mantenimiento de las propias

viviendas familiares resultaba un arduo trabajo: había que

hacer barro para revocar las paredes y resultaba necesaria la

construcción de pozos para obtener agua. Con el mismo

empeño con que levantaron paredes, dedicaron esfuerzos a

plantar árboles en las cercanías de la casa, como por ejemplo,

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eucaliptos. Contra tantas labores solían atentar las visitas de

las langostas, como ocurrió en octubre de 1915 y en

noviembre de 1917. Ocuparse en matarlas les demandaba

varios días.

Un eterno ir y venir

La necesidad de comercializar los productos del campo

imponía permanentes viajes a las localidades cercanas. En

una ocasión Elías concurrió con Pablo Plenc al negocio de

Luis Kuster en Tarariras, a fin de vender la producción de

trigo. Las cosechas solían venderse al señor Kuster; por ello,

estos viajes en carro a Tarariras se repetirían año tras año.

Además, muchas de las compras se hacían en ese lugar, y

ante la llegada de cada invierno se hacía necesario proveerse

de un buen surtido de almacén.

También se realizaron viajes en carro a Colonia Valdense.

Es indudable que Elías disfrutaba de la asociación con sus

hijos: en una ocasión lo acompañó Pedro y en otras fue

Elena, Emilio o Paulina. Estos viajes, verdaderas travesías,

tomaban su tiempo. Una vez demoró diez días para ir con

Elena a Tarariras, luego a Colonia Valdense y de nuevo a

Tarariras, antes de regresar a Miguelete. Algunas de estas

salidas solían llevarlo a Colonia Suiza. En el verano de

1916, Elías llevó una carrada de alpiste a Cardona y luego

otra carrada a Santa Catalina.

Así como se organizaban travesías para comprar, vender y

repartir, muchos viajes tenían connotaciones religiosas. A

fines de mayo de 1913, encontramos a don Elías y a Pedro

Rochón en Colonia Valdense recolectando dinero para la

capilla; en la oportunidad lo habían acompañado también sus

hijas Elena y Paulina. En noviembre de 1914 Elías visitó la

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iglesia de Ombúes de Lavalle y la iglesia de Tarariras. En el

verano de 1915 concurrió a una conferencia en Cosmopolita

y participó de la inauguración del templo en ese lugar. A

comienzos de 1916 fue a Tarariras a otra conferencia.

Algunos viajes se hacían como esparcimiento y para cultivar

amistades, como aquellos traslados a Ombúes de Lavalle

para visitar al pastor Pablo Davit, oportunidades que Elías

aprovechaba para comprarle biblias o libros. Por su parte el

pastor Davit devolvía la gentileza visitando la casa de los

Cayrus, alojándose allí en ocasiones.

Hubo momentos cuando Elías llevó a su madre en alguno de

sus viajes, a Tarariras y Colonia Valdense. Por lo menos una

vez, Elías, su madre y su esposa Constancia fueron a

Ombúes de Lavalle. Los medios de locomoción eran

primitivos y variados: a veces simplemente se montaba a

caballo para ir a Tarariras y desde allí se continuaba en tren a

Rosario.

La adhesión de don Elías al adventismo motivó nuevos

viajes. En marzo de 1918 participó con sus hijos mayores

Elena y Emilio, y don David M. Salomón, de unas

conferencias en San José. Terminado el evento, todos ellos

volvieron a Miguelete por Barker donde esperaba Pedro con

la jardinera; mientras que Elías fue en tren a Montevideo,

pasó por la Misión y se alojó con el hermano Koch.

En otra oportunidad Elías regresó a San José con José Cairus

y juntos participaron de una reunión en la que habló Federico

Mangold. En abril de 1919 asistió con Elena, Paulina y

Pedro a unas reuniones adventistas en Rosario. Fue en ese

encuentro cuando Elías prometió dar a las misiones el primer

ternero que naciera en su nuevo domicilio de Guichón.

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Cultivo intelectual y un poco de esparcimiento

Don Elías acostumbraba recibir diarios y periódicos en su

casita de campo. Las frecuentes lluvias le impedían muchas

veces salir a trabajar o continuar algún viaje, pero le daban la

oportunidad de estudiar. En Nuevo Torino se pasó todo un

domingo de lluvia leyendo. Hay evidencias de su

predilección por los escritos de Elena G. de White. En un

momento de 1917 fue a Ombúes de Lavalle a retirar los

libros Testimonios para la iglesia que le había enviado el

pastor James T. Thompson. También gustaba de escribir.

En 1915 dio cuenta de haber escrito un artículo religioso.

Del mismo modo, se aprovechaban las oportunidades de

recrearse sanamente. Un fin de semana de agosto de 1913

concurrieron a una fiesta en la Escuela Pública de la

Estancia, y al mes siguiente Pedro y Emilio fueron con su

padre a una velada en Ombúes de Lavalle. Elías amaba la

música y en 1914 adquirió un clarinete. Un domingo luego

del mediodía acudieron a una fiesta en lo de Pablo Artus, de

la cual participó la banda de la localidad. Esta experiencia

habría de repetirse más de una vez. La Unión Cristiana de

Miguelete, con la participación de los niños de la Escuela

Dominical, realizó una fiesta en la que Elías hizo uso de la

palabra. Otra fiesta fue organizada por la Unión Cristiana de

Tarariras. Tiempo después, un nuevo evento social

propuesto por la Sociedad de Fomento de Tarariras contó con

la banda de música de Miguelete. Tal parece que tanto las

relaciones con Tarariras como las fiestas, eran muy

frecuentes. En noviembre de 1916 se habla de otra fiesta,

esta vez, de la Escuela Dominical. Por algún tiempo a partir

de 1914, Elías dio clases de francés. Magdalena Fanetti,

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recordada como la primera maestra de Miguelete, fue su

alumna.

Muchas y fecundas relaciones

Es interesante notar que desde la nueva patria, los Cayrus

mantuvieron relaciones con la iglesia valdense de Villar

Pellice y hacia allí enviaron ofrendas.

Don Elías se vinculó con la familia de Pablo Plenc, sin saber

que llegarían a ser consuegros. Juan Plenc lo reemplazó en

una ocasión como carrero. Incluso Constancia fue una vez a

Lavalle en compañía de María de Plenc. En otra oportunidad

Paulina Artus vino a ayudar a hacer trajes para Emilio, Pedro

y Enrique.

Alguien con quien solían visitarse por años fue José Cairus.

Elías recordó en su diario cuando Humberto, hijo de José

Cairus, se cayó del caballo y estuvo obligado a guardar

cama. Más de una vez se quedaba por la noche en Barker en

casa de D. Rivoir, y en una ocasión le tocó pasar la noche en

Rosario en lo de Pablo Cairus.

Elías tampoco sospechó que llegaría a emparentar con

Miguel Dreher, quien entonces se dedicaba al ministerio de

las publicaciones y residía en Palmira. Anotó en su diario

del viernes 11 de mayo de 1917: “Por la tarde llega a casa

muy rendido y con el caballo cansado el colportor adventista,

hermano Miguel Dreher”. Al día siguiente Dreher los

acompañó en la Escuela Sabática y por la noche a la sesión

de la Unión Cristiana. El domingo Dreher fue a la Escuela

Dominical; luego juntos visitaron a Pablo Plenc y por la

noche tuvieron una reunión en casa de David M. Salomón,

con buena concurrencia.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Muchas de las relaciones en Miguelete se deterioraron

cuando los Cayrus se acercaron a la fe adventista. En lo de

Pablo Plenc don Elías recibió insultos y se le prohibió volver

a esa casa. Días después David Plenc salió definitivamente

de su casa; pero tanto David como Juan Plenc siguieron

visitando a los Cayrus.

Sobre todo la familia

Los primeros varones de Constancia y Elías se sumaron muy

ponto a las tareas del campo. Emilio y Pedro Cayrus

trabajaban en las trillas desde los doce años, o tal vez antes.

Elena era sólo una adolescente cuando fue a Lavalle a hacer

diligencias para su padre.

Los nacimientos de los retoños de Miguelete quedaron

registrados en las páginas del diario. El martes 1 de abril de

1913 nació Alda Esther a las siete de la tarde. Varios días

después Elías viajó a Tarariras a inscribirla en el Registro del

Estado Civil. Un domingo de noviembre de ese mismo año,

Alda fue bautizada por el pastor Pablo Davit.

El sábado 17 de marzo de 1917, a las seis de la mañana,

nació Benoní Ismael. Su padre le dedicó una bendición:

“Que Dios le conceda vida y salud y haga de él un siervo

suyo y un heredero de la vida eterna”.

El nacimiento de Esli Eber el sábado 7 de septiembre de

1918, se narra con estas palabras: “Alegra nuestro hogar la

venida de nuestro undécimo [...] nacido a las 15 horas”.

Las oportunidades educativas para los hijos no fueron

muchas en esos años. Entre 1913 y 1914, Elena realizó

estudios de costura con la señorita Rosa Fanetti en la

Estancia.

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Una gran familia significaba necesidades que se

multiplicaban. Además de alimentos, en una oportunidad se

compraron seis pares de zapatos y treinta metros de géneros.

En otra, compraron sombreros para Emilio, Pedro y Enrique.

A veces los mismos muchachos se procuraban lo que

necesitaban, como aquella vez a mediados de 1915 cuando

Emilio y Pedro se compraron un despertador.

Cosas absolutamente domésticas quedaron consignadas en el

diario de don Elías, como esta nota: “Llegan a casa una gata

con dos gatitos; son bienvenidos porque hay muchos ratones

y ratas”.

La fe que se practica y se comparte

Elías Cayrus era un cristiano valdense comprometido.

Sostuvo perdurables relaciones con los pastores y recordaba

las visitas recibidas en Miguelete, como el pastor P. Ugón y

Pablo Davit. Mantuvo con este último una relación estrecha

y permanente. El pastor Davit se trasladaba regularmente a

Miguelete para dirigir los servicios religiosos. A fines de

1913 recibieron a dos nuevos pastores, llamados Ernesto y

Julio Tron, sin que por ello dejara de venir el pastor Davit.

Ernesto Tron predicó en Miguelete, por primera vez, un

sermón en español. Una reunión del Consistorio en 1915 fijó

que los domingos de sermón para Miguelete serían los

terceros y quintos de cada mes. Elías visitó por lo menos una

vez al pastor Bounous.

La asistencia a estos servicios se asumía como un deber y un

privilegio. El resto de las horas del domingo eran de

descanso y reflexión. En general, no hay anotaciones en el

diario de don Elías.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Cuando el pastor no podía venir a Miguelete, don Elías solía

ocupar el púlpito. A fines de 1913 dirigió el culto y habló

sobre la fe y las obras. Volvió a predicar al siguiente año.

Le tocó reemplazar al pastor dos domingos seguidos de

1916. Ese mismo año predicó un sermón titulado “Tú eres

aquel hombre”, no habiendo venido el pastor Davit. En

diciembre de 1916, Juan Elías Cayrus tuvo la meditación en

un sepelio, y ya entrado el año 1917 hizo el sermón previa

autorización del Consistorio local.

En una Asamblea de Iglesia de principios de 1914, Elías fue

nombrado diputado para la conferencia en Colonia Valdense

que se realizaría en marzo. En aquel evento fue designado

secretario de la Comisión Ejecutiva, y en cumplimiento de

esta tarea debió viajar a Ombúes de Lavalle.

Por varios años Elías fue director de la Escuela Dominical en

Miguelete. En una fiesta de dicha Escuela sus alumnos le

regalaron un hermoso reloj de pared.

Más de una vez don Elías hizo escuchar su opinión al

Consistorio de la Iglesia Valdense de Miguelete. En una

reunión realizada en la herrería de J. D. Artus, Elías propuso

la formación de una orquesta compuesta de cinco

instrumentos musicales para dirigir el canto los domingos de

culto.

Como el diario de don Elías que ha llegado hasta nosotros

comienza su crónica en 1913, no es posible contar con el

relato de puño y letra de su primer contacto con el

adventismo del séptimo día en Europa. Pero sí quedó

registrado que en septiembre de 1913 recibió el periódico Les

Signes des Temps. Más adelante escribió una carta y envió

dinero a la Sociedad Uruguaya de Tratados en Montevideo

para el pago de la suscripción a la revista El Atalaya.

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Mantuvo la suscripción a Les Signes des Temps. Enseguida

sintió la necesidad de compartir estas publicaciones con sus

vecinos: suscribió a El Atalaya a por lo menos quince

familias,xxix y se registra que a principios de enero de 1919

pidieron 200 ejemplares especiales de El Atalaya.

En 1915 comenzó un nutrido contacto epistolar con los

directores de la Misión Uruguaya de los Adventistas del

Séptimo Día. Se escribió con el superintendente, F. L. Perry.

En junio de 1915 lo visitó el colportor adventista Santiago

Koch, con quien dialogó hasta una hora avanzada de la

noche. Antes de su partida le compraron libros como El Rey

que viene, Cristo nuestro Salvador, La gloriosa venida de

Cristo, y El camino a Cristo. xxx Éste regresó un fin de

semana, permaneció en lo de Cayrus y dirigió un par de

reuniones en la escuela de Jourdan. El hermano Koch volvió

a visitarlos en julio y en agosto. En esta última visita dio una

conferencia sobre las bestias de la visión de Daniel. La

siguiente vez, Koch respondió a un pedido de don Elías y le

trajo algunos tratados.

Las relaciones con los adventistas se extendieron. En abril

de 1916 don Elías fue a Las Barrancas a lo de Alejandro

Ernst para hablar con Santiago Koch y arreglar las

suscripciones de Les Signes des Temps, El Atalaya y La

revista adventista.

Hechos trascendentes ocurrieron en julio de 1916. Se lee

textualmente en el registro del domingo 9: “Resuelvo dejar el

domingo como día de descanso y observar el séptimo día de

la semana. Comunico esta resolución a mi familia para que

estudie el asunto en la semana”. Al día siguiente llegó a su

casa el pastor adventista James T. Thompson. Celebraron

una reunión familiar con la presencia de David M. Salomón.

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En los días siguientes visitaron a por lo menos siete hogares

de colonos de la zona.xxxi Una siguiente reunión se realizó en

lo de Pedro Salomón junto con la Banda de Música local y

otra muy concurrida en lo de J. D. Artus. Acerca del sábado

15 informó el diario: “Primer sábado que observamos como

descanso semanal”. El sábado 14 de julio de 1917, Elías

anotó en su diario: “Primer cumpleaños de nuestra resolución

de guardar el sábado”.

La participación de don Elías en la Iglesia Valdense

continuó. Respecto del domingo 16 dice el diario: “Doy

lección en la Escuela Dominical, luego voy al sermón y

faltando todos los miembros del Consistorio comunico al Sr.

Davit mi resolución de guardar el sábado y al mismo tiempo

mi deseo de seguir ocupándome de la niñez en la Escuela

Dominical y de la lectura en los cultos. Me contestó con

mucha amabilidad que yo siguiese bajo su responsabilidad”.

Al mismo tiempo que continuó dirigiendo la Escuela

Dominical, comenzó una Escuela Sabática en su casa.

Algunos de sus vecinos y hermanos valdenses concurrieron a

ella por lo menos una vez.xxxii

El relato continúa el lunes 31: “Hubo reunión del Consistorio

para hablar sobre mi resolución de guardar el sábado y ver si

podía seguir dirigiendo la Escuela Dominical como en lo

pasado. El Sr. Davit en nombre del Consistorio me escribe

una carta invitándome a seguir ocupándome de ella como en

lo pasado”.

Los sábados adquirieron connotaciones singulares: los

huevos que las gallinas ponían ese día eran dedicados a la

obra de la iglesia, y lo mismo ocurría con la leche que las

vacas daban ese día, fueran 25 litros o más. Aparentemente

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con la leche ordeñada los sábados hacían queso para las

misiones.

Thompson visitó nuevamente a los Cayrus en octubre de

1916. Elías lo acompañó a Tarariras donde tuvieron una

reunión en lo de Esteban Rostagnol.

Un viernes, al regresar de un viaje a Tarariras, don Elías

encontró en su casa al pastor J. W. Westphal. Al día

siguiente Westphal dirigió la Escuela Sabática y juntos

visitaron a José Cairus y a su hermano Pablo. En la tarde

hubo una reunión muy concurrida en la casa de los Cayrus, y

se habló sobre “La segunda venida de Cristo”. El domingo

el pastor visitante se trasladó a Barker. Las visitas

continuaron en marzo de 1917 con la llegada de Hansen y

Goëber.

A fines de abril de 1917 don Elías concurrió en Colonia

Suiza a la Conferencia de los Adventistas del Séptimo Día y

asistió con regularidad a todas las reuniones. Al regresar

organizó una serie de reuniones en su casa, que se iniciaron

con el tema “El origen del pecado”, y a las que concurrió

mucha gente.

Don Elías apuntó cuidadosamente los nombres de las

personas que adoptaron la observancia del sábado, como José

Cairus y su familia en abril de 1917, David M. Salomón en

septiembre del mismo año, Juan Pedro Bertinat y señora en

noviembre. También se ocupó de dar estudios bíblicos a

personas interesadas y de celebrar reuniones domiciliarias.

Durante una visita a Luis Jourdan en Colonia Valdense,

sostuvo una muy buena conversación y un estudio bíblico

que se prolongó hasta pasada la media noche, terminándolos

con oración.

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En mayo de 1917, don Elías alquiló un local para la

realización de conferencias evangelizadoras de los

adventistas del séptimo día en Miguelete.

Las discusiones respecto del verdadero día de reposo

repercutieron en la comunidad de Miguelete y afectaron las

sesiones de la Sociedad Unión Cristiana. Una tarde de julio

de 1917 hubo una reunión sobre el tema “Por qué guardamos

el sábado”, con gran concurrencia.

Desde julio de 1917 don Elías expresó la tensión que

experimentaba con sus hermanos valdenses por causa de su

aceptación del sábado. Lo explicó textualmente: “He

interrumpido las anotaciones diarias debido a las

circunstancias penosas en la cual nos encontramos todos

debido a la fuerte oposición en contra de todo lo que tiene

alguna tendencia al sabatismo, manifestadas con palabras

iracundas y chocantes y especialmente con una fuerte

propaganda [...] para diezmar la Escuela Dominical con el fin

de tener un pretexto para acusarme y destituirme de director

de dicha escuela”.

La secuencia escueta de los acontecimientos que siguieron

fue la siguiente: (1) Visita del pastor Pablo Davit y entrega

de una carta del Consistorio de esa congregación, donde se le

pide que no se ocupe más de dirigir la Escuela Dominical.

(2) Don Elías pide una entrevista pública con el Consistorio

para su defensa y poder despedirse de los niños. (3) Asiste a

la Escuela Dominical y al sermón. Se despide de los niños.

(4) Visita de Juan Pedro Salomón y reunión abierta con el

Consistorio.

Don Elías y su familia continuaron asistiendo a los sermones

valdenses prácticamente por todo el tiempo en que vivieron

en Miguelete. Elías también concurrió al culto en Ombúes

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de Lavalle y Colonia Valdense. Le tocó en una oportunidad

escuchar fuertes palabras en contra de los “sabatistas”. Sus

hijos también mantuvieron una activa participación: Emilio,

Pedro, Elena y Paulina concurrieron a la inauguración del

local de la Unión Cristiana de Jóvenes en Tarariras.

En septiembre de 1917 ocurrieron otras cosas importantes:

Elías y su hija Paulina trajeron desde Colonia al hermano

Hansen, su señora Ángela y sus cinco hijos. José Cairus

trasladó los muebles para las conferencias junto a Germán

Nohke. El sábado 15, el hermano Hansen organizó

oficialmente la Escuela Sabática.

A principios de octubre de 1917 comenzaron en Miguelete

las conferencias adventistas dirigidas por Nohke y Hansen.

Asistió buena cantidad de gente, incluyendo al pastor Davit.

La temática comenzó con una exposición de Daniel capítulo

2, continuó con la inmortalidad del alma, luego vinieron

presentaciones sobre la Ley de Dios, el sábado, las bestias

proféticas, la Ley Ceremonial y la Ley Moral. El último

tema trató sobre la lepra del pecado. La Escuela Sabática se

hizo en el local de la Estancia por algunos sábados hasta

mediados de noviembre, mientras continuaban las reuniones

de evangelización. Al término de las mismas, don Elías y

Elena llevaron a los Hansen de regreso a Colonia.xxxiii

Las repercusiones de la decisión de don Elías continuaron en

la comunidad valdense. El Semanario publicó un artículo de

Ernesto Tron acerca de “La cuestión sabática”. En la capilla

se leyó el informe detallado sobre lo acontecido durante el

año. Entonces Elías escribió a Emilio Tourn, redactor del

Semanario, para pedirle la oportunidad de contestar al

artículo. Escribió el artículo, pero la posibilidad de

publicarlo le fue negada.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

70

La integración a la Iglesia Adventista del Séptimo Día quedó

sellada los últimos días de septiembre de 1918, cuando los

misioneros Hansen y Nohke pasaron una semana con ellos.

Con fecha del viernes 27 escribe don Elías: “Nos

bautizamos, Elena, Emilio y yo, David y Clara y Margarita

Bertinat”.

La correspondencia acortaba distancias

Don Elías encontraba tiempo para escribir cartas familiares y

comerciales. Entre los destinatarios de esta correspondencia

se mencionan nombres como los de su sobrina Constancia

Davit y de su hermano David Cairus. Se escribió muchas

veces con los pastores valdenses como Daniel A. Ugón y

Federico Tourn. Luego continuaría su contacto epistolar con

los pastores de la Misión Uruguaya de los Adventistas del

Séptimo Día, como F. L. Perry y J. F. Thompson. Lo hizo

también con los misioneros Nicolás Hansen y Germán

Nohke, y con el pastor J. W. Westphal. También recibían

cartas de muchos lugares, de personas como Beatriz Cairus y

David Cairus. Otros hermanos que le escribieron en ese

tiempo fueron Santiago Koch, C. P. Crager, Federico

Mangold y Miguel Dreher. Algunos conocidos de San

Gustavo, al norte de la provincia de Entre Ríos, Argentina, le

Río San Salvador donde Juan Elías Cayrus fue bautizado

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

71

escribieron mandándole folletos sobre el asunto del sábado y

el domingo. Desde 1918 intercambió correspondencia con

Lydia G. de Oppegard por los informes de la Escuela

Sabática. A fines de ese año recibió carta de Carlos

Racovsky, quien lo estaba ayudando a encontrar tierras en el

departamento Paysandú.

No faltaron las dolencias

Elías solía anotar las enfermedades que afectaban su

bienestar o el de su familia. Una vez Pedro y Emilio

enfermaron de sarampión, seguidos por Enrique, Margarita,

Alina y Lelia.

Don Elías sufría de severos ataques de jaqueca. Un domingo

de 1914 debió ser reemplazado en la Escuela Dominical por

David M. Salomón debido a este padecimiento. A veces no

podía siquiera salir de su casa debido al fuerte dolor de

cabeza. En su diario solía registrar esos episodios en que se

sentía indispuesto: menciona que un domingo de 1916 fue

reemplazado en la Escuela Dominical por el pastor Davit; y

en julio de 1917 anotó simplemente: “Estoy muy enfermo de

un ataque de jaqueca”.

No fue posible escapar a los accidentes de trabajo, que

también quedaron registrados: Emilio se lastimó una vez por

una patada que le dio la Mimosa.

Dice don Elías que en ciertos días de agosto de 1916

estuvieron casi todos enfermos. Alguna vez, incluso, debió

ir hasta Colonia Suiza a buscar remedios.

Un poco de alivio encontró Elías con los tratamientos diarios

que le brindó el hermano Nohke con fomentos, masajes y

lavajes de estómago. Pero cuenta que luego de su primer

viaje a Paysandú volvió a enfermarse de jaqueca.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

72

En busca de un nuevo destino

Para abril de 1918, don Elías definidamente comenzó a

buscar otro lugar donde instalarse con su familia. Vio

muchos campos en procura de tierras para arrendar. En

diciembre de ese año, don Elías y su hijo Emilio partieron

hacia Dolores. El viaje se hizo en charrete (un carro liviano),

pasando por lo de Federico Tourn para seguir hasta

Mercedes, tomar la balsa y pasar a Fray Bentos. Un vapor

los llevó a Paysandú. Allí se encontraron con Miguel Dreher

y otros hermanos rusos, y fueron a la casa de Fidel

Gordienko. Al llegar a la Colonia 19 de Abril fueron

recibidos con mucha amabilidad por otros hermanos rusos.

Durmieron en casa de los hermanos Racovsky e iniciaron el

regreso embarcándose hacia Fray Bentos, para seguir en

diligencia hasta Mercedes y llegar finalmente a casa tarde en

la noche.

En enero de 1919 salieron Elías Cayrus y David M. Salomón

hacia Paysandú. Pasaron la noche en lo de J. Pedro Carius,

siguieron a Mercedes, tomaron la diligencia a Fray Bentos y

de allí el tren hasta Porvenir. Carlos Racovsky los llevó a su

casa en la Estancia de los Paraísos. El sábado 25 se

reunieron unos cuarenta hermanos en lo de Racovsky para la

Escuela Sabática. El domingo fueron con Racovsky a

Piedras Coloradas para ver un campo. Tomaron contacto

con los Sicalo y los Gordienko. Volvieron a reunirse en lo

de Racovsky el primer sábado de febrero. El retorno a

Miguelete concluyó el viernes 7.

Un tercer viaje se realizó en marzo de 1919. En tren a

Mercedes, en diligencia a Fray Bentos y de nuevo en tren a

Porvenir. Pasaron el sábado en casa del hermano Stoletniy.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

73

El domingo continuó el viaje en carro ruso a Paysandú. Allí

se encontró con el hermano J. Clemenko y con José D.

Replogle. También con los hermanos Sicalo, Gordienko,

Oleynick, Racovsky, Mazur y Kosiak. Fue en esa ocasión

cuando le avisaron por teléfono que había un campo

disponible en Guichón, perteneciente al señor Federico Giró.

Transcurrida la semana, la siguiente Escuela Sabática se

realizó en lo de Sicalo.

Un párrafo aparte merece el contacto de don Elías Cayrus

con Enrique Lautaret. Dice el diario: “Se halla detenido por

una falta, pero hablo en su favor al comisario quien le otorga

una licencia. Pasamos la tarde juntos”. Unos días después lo

visitó en su casa. A su regreso pasó por la casa de Esteban

Lautaret para llevarle noticias de su hijo Enrique. En su

siguiente viaje a Paysandú, don Elías volvió a visitar a

Enrique Lautaret, quien le agradeció por el obsequio de la

Biblia que le había enviado.

Don Elías había hecho planes de tomar el tren a Fray Bentos,

pero lo perdió y en su lugar tomó un tren de carga a Guichón,

pasando por Algorta. Se alojó en el hotel de José

Mendiburu. Registró en su diario: “Estando el sol en su

ocaso, salgo para visitar el pueblito, el hotelero se ofrece

para acompañarme. Después de una hora y media de paseo

volvimos al hotel con muy buena impresión del pueblito y de

sus habitantes”.

Una mañana temprano don Federico Giró lo esperó con el

charrete para llevarlo a la estancia. Luego de una vuelta por

el campo se decidió el asunto y se firmó el contrato en

Paysandú.

El último fin de semana de marzo don Elías estuvo listo para

regresar. Se embarcó a Fray Bentos y tomó la diligencia a

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

74

Mercedes. Allí invitó a José Correa y a J. Pedro Cairus para

arrendar juntos en Guichón. Entonces volvió a casa después

de 20 días de ausencia.

Existió todavía un viaje preparatorio en abril y mayo de

1919. Esta vez salieron en auto hasta Fray Bentos y tomaron

el tren a Paysandú. Se trasladaron en tren a Guichón, con

David y Manuel Geymonat. Elías aprovechó para buscar una

casa para alquilar. El regreso se hizo en tren por Algorta y

Liebig, después en auto hasta Mercedes y finalmente en tren

a Santa Catalina, antes de llegar a casa.

Debieron ultimarse los preparativos. Emilio alquiló un

vagón para el traslado de cosas. El sábado 17 de mayo

celebraron una reunión de despedida de la Escuela Sabática.

Hubo que hacer un viaje a Tarariras y a Rosario para arreglar

asuntos pendientes y el sábado 24 tuvieron su última reunión

de Escuela Sabática en Colonia Miguelete.

El viaje de Miguelete a Guichón, narrado en tantas

ocasiones, se traza sólo a grandes rasgos. Los acompañó

Manuel Geymonat. Salieron el lunes 26 de mayo antes del

amanecer y pasaron por el campo de E. Pilón. En la estancia

San Andrés pudieron dormir en un buen galpón y el dueño

les obsequió un pan grande, leche y media res. Otra noche

pasaron en una pulpería. El sábado 31, en contra de sus

deseos, tuvieron que proseguir su viaje. En la estancia del

Ombú les negaron un galpón y pasaron la noche en un

corralón. El domingo 1 de junio desprendieron en la estancia

de P. Ruiz, quien les regaló pan, batatas y carne charqueada.

Se cuenta brevemente: “Desprendemos y arreglamos las

carpas”. El lunes 2 llovió toda la noche, y se registra:

“Llegamos a una estancia a donde pedimos para hacer fuego

y secarnos; nos reciben muy bien y nos invitan a que

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

75

pasemos la noche allí. Pero habiendo tal vez más de una

docena de peones mozos deseosos de pasar la tarde bailando,

resolvemos de no quedar”. El martes 3 salieron en el marco

de un hermoso día; pasadas las diez de la mañana

desprendieron y secaron sus ropas. Continuaron el viaje a

eso de las dos, llegando a Guichón a las cuatro de la tarde.

Se encontraron de paso con los hermanos A. R. Sherman y

Miguel Dreher quienes siguieron viaje a Montevideo en tren.

Los registros familiares dan cuenta de que pasaron la noche

en el hotel de José Mendiburu, hasta que encontraron una

casa de cuatro piezas para alquilar.

Guichón fue para los Cayrus un volver a empezar, un

resurgir de la nada, para construir un proyecto de vida en

bien de la familia y para la gloria de Dios.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

76

VII

El diario de don Elías (1919 a 1923)

Mucho por hacer

Los Cayrus eligieron un lugar en el nuevo campo arrendado

y levantaron allí su campamento. Los ranchos se irían

construyendo poco a poco, mientras procuraban satisfacer

sus necesidades más inmediatas con faenas interminables.

Don Manuel, Emilio y Enrique se encargaron de cortar paja

en el campo de Pintos Viana. Al mismo tiempo que araban

la tierra para la quinta empezaron a levantar terrones. Los

ranchos estuvieron en condiciones de comenzar a techarse en

agosto de 1919 y se terminaron en el verano de 1920; en

tanto, la quinta de verduras se completó recién a mediados de

ese año. A comienzos de 1920 se terminaron de levantar las

paredes del comedor y de los dormitorios de la vivienda

familiar. Además de todo el trabajo que demandaba la

construcción, Emilio y Pedro empleaban un buen esfuerzo

para traer leña a la casa.

El prometido “ternero misionero” nació el último sábado de

julio, y pocos días después “una gallina negra pone el primer

huevo en Guichón”. La primera semana de agosto escribió

don Elías: “Nos mudamos todos a nuestros nuevos ranchos”;

y cuando llegó el fin de semana anotó: “Es el primer sábado

que pasamos todos juntos en el campo”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

77

En septiembre construyeron un sótano y levantaron las

paredes de la quesería. Luego Elías hizo una mantequera y

los estantes para el queso. Se hizo un chiquero y se

compraron cerdos. Aparentemente todavía en 1922 se

mantenía un chiquero, y se carneaban y comercializaban

cerdos en casa de los Cayrus. En octubre la fiebre aftosa

entró en el ganado; fueron tratados con salmuera, pero

muchos de ellos murieron. En octubre comenzaron a

fabricar queso con unos 70 litros de leche y para el mes

siguiente ya estaban vendiendo manteca y queso en Guichón.

En ese tiempo don Elías empezó a trabajar a medias con Juan

Niell.

Un episodio dramático se vivió un miércoles de febrero de

1920 cuando, por causa de un rayo, se prendió fuego el

galponcito adyacente a la quesería. Se lee en el diario: “Pero

a pesar de todo, fueron vanos todos los esfuerzos que se

hicieron para apagar el incendio. Todo fue reducido a carbón

y ceniza”. Los vecinos reunieron dinero para comprar

máquinas nuevas. Elías se limitó a dar gracias a Dios por

haber salido ilesos del siniestro y pronunció las antiquísimas

palabras de Job: “Dios lo ha dado, Dios lo ha quitado,

bendito sea su santo nombre”. Un tiempo después el

comisario Almeida le entregó los resultados de la recolección

hecha en su favor. En mayo retomó la venta de quesos.

Foto de la casa familiar

(Año 1926)

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

78

La crónica de los trabajos parecía nunca terminar. Elías

hacía tareas de carpintería: puertas y ventanas, yugos, una

mesa para su madre, una silla torneada, una silla tejida con

paja, un balde volcador, una cama para Benoní y Esli, luego

un escritorio. También se dedicaba a la herrería: rejas,

rastras, etc. En algún momento se construyó un horno para

pan. Las actividades comerciales tampoco podían detenerse:

se vendía maíz, pollos y huevos.

A un año de su llegada, las cosas recién parecían tomar

forma definitiva. Dice el diario: “Mamá se muda a su cuarto

y nosotros al nuestro”. En el verano de 1921 se logró cavar

el pozo de la casa. Los resultados de tanta labor finalmente

llegaron. Obtuvieron, por ejemplo, generosas cosechas de

papas.

Un cambio importante se dio a mediados de 1921 cuando

Elías probó de trabajar con un tractor “Case” con su arado,

perteneciente a Federico Giró. Se rompió tierra en el campo

de David Plenc y, convencido de su utilidad, don Elías firmó

un contrato por el uso del tractor. A partir de allí, ser aró la

tierra con la ayuda del tractor. Luego hubo que hacer un

galponcito para la máquina. Debe añadirse, en honor a la

verdad, que el tractor se rompía muchas veces y otras tantas

simplemente no arrancaba. Elías hacía todo lo posible por

arreglarlo cada vez, o pedía ayuda al mecánico y encargaba

repuestos desde Montevideo. Sobre todo tenía problemas

con el magneto del tractor. Un disgusto adicional se produjo

un día cuando la manija del tractor le golpeó la frente a don

Elías, tirándolo al suelo y ocasionándole una herida por la

que perdió bastante sangre.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

79

A fines de 1922 don Elías hizo arreglos para comprar una

trilladora. Había ganas de trabajar y, cuando las finanzas lo

permitían, se compraban los elementos necesarios.

En contacto con otros

Don Elías se trasladaba de vez en cuando en tren a Paysandú

donde continuó vinculándose con Fidel Gordienko y

Demetrio Sicalo. A este último le compró animales, a los

que hubo que traer a Guichón con la ayuda de Pedro y

Enrique. En alguna de esas oportunidades, a la pausa del día

sábado pasó tiempo con Stoletniy y Clemenko, cantando y

estudiando la Biblia.

No sólo los Cayrus visitaban ocasionalmente a otras personas

de Guichón o Paysandú, sino que recibían visitas desde

distintos lugares. Un viernes de julio del primer año en

Guichón llegó el hermano Idilio Brouchy, quien colportaba

en ese tiempo en Mercedes con Miguel Dreher. Su presencia

fue muy bienvenida al día siguiente en la Escuela Sabática.

Poco tiempo después Brouchy emigraría al Brasil y desde ese

país seguiría escribiéndose con don Elías.

Una clara responsabilidad misionera movía las relaciones de

don Elías. Un sábado de agosto de 1919 registró en su

diario: “Después de la Escuela Sabática voy a dar una

pequeña visita a nuestros vecinos [...] más cercanos”. En

septiembre los visitó Pedro Pérez, con el cual tuvieron un

buen estudio bíblico. En una visita posterior don Elías le

entregó una Biblia y algunos tratados. También Elías visitó

la casa de los Pérez y tuvo con ellos un estudio sobre las

señales de los tiempos y la próxima venida de Cristo. El

diario consigna que los esposos “quedaron agradecidos”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Cuando en un viaje pasaron por Guichón los misioneros A.

R. Sherman y Julio Ernst, los Cayrus fueron al tren a

saludarlos. A principios de octubre de 1919, los Cayrus

recibieron en su casa a los hermanos A. R. Sherman, Julio

Ernst y Carlos Racovsky. Don Elías compró a Sherman un

libro sobre los problemas mundiales y un himnario.

También le entregó dinero de sus diezmos, ofrendas de la

Escuela Sabática y algo más para tratados. Sherman llegó de

nuevo en octubre de 1920, y en la oportunidad refiere el

diario: “Nos trae buenas noticias de los conocidos, excepto

de los rusos que tomaron la resolución de apartarse de la

iglesia”. Un sábado de noche del mes de abril de 1921 llegó

una vez más A. R. Sherman, y junto a Elías realizaron la

recolección otoñal. Esta era una práctica regular de la que

don Elías solía participar. Se dice también que, en aquella

ocasión, Sherman hizo retratos de la familia.

En febrero de 1920, llegó de Salto con el tren de la mañana,

David Plenc. Apuntó don Elías: “Es el primer sábado que

pasamos juntos con David Plenc, desde que este lo observa”.

David colportó en Guichón y en otras localidades. También

acompañó a su futuro suegro en un viaje en tren de carga a

Paysandú. Saludaron a los hermanos rusos Dreher, Sicalo,

Gordienko y Cuchma. Elías vendió quesos en Paysandú.

Desde el día del incendio, David Plenc dejó mayormente de

colportar para ayudar en casa de los Cayrus. Sin embargo,

hacia 1920, estaba todavía yendo y viniendo hacia y desde

localidades del interior uruguayo. Es probable que para el

verano de 1921 David haya decidido arraigar en Guichón y

levantar una vivienda. Entonces se cortaron pajas, se hizo un

cerco y se levantó su rancho, al que don Elías le colocó las

puertas. Se cuenta que en esos días David Plenc compró tres

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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vacas con cría, y para inicios de 1922 ya se estaba

cosechando lino en su campo.

Toda una sorpresa fue la visita de José Rostagnol, que se

prolongó por varios días hacia fines del verano de 1920. El

sábado participó con ellos de la Escuela Sabática. Otra visita

apreciada fue la de José Cairus, quien trajo buenas noticias

de los amigos.

Algunas personas de Guichón iniciaron una relación de

amistad con los Cayrus. Martín Guichón y señora los

visitaron y recibieron un prolongado estudio bíblico. Quedó

el registro de una vez cuando Constancia visitó a la señora de

Martín Guichón y a la señorita maestra.

A fines del verano de 1921 llegó en charrete a casa de los

Cayrus don Miguel Dreher y su hija Emilia (cinco años más

tarde Emilia Dreher habría de casarse con Emilio Cayrus, el

mayor de los varones de Constancia y Elías). En marzo de

1921 visitaron a los Cayrus, Domingo Giandoménico y

señora, provenientes de Paysandú. Y casi al final de la vida

de don Elías, J. Pedro Cairus estuvo presente un sábado en el

culto de la familia Cayrus.

Algo muy curioso ocurrió en abril de 1921: unos 200

soldados llegaron para una práctica de maniobras militares, y

asistió nada menos que el presidente Dr. Baltasar Brum.xxxiv

Don Elías registró la llegada de un aeroplano.

Quizá las relaciones en Guichón no hayan sido tan estrechas

y abundantes como lo habían sido en Miguelete. Sin

embargo, don Elías y los suyos se mostraron amistosos y

abiertos. Sobre todo llevaban en su interior el deseo de

compartir la fe, como dice la Escritura, “a tiempo y fuera de

tiempo”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Satisfacciones simples

En Guichón los momentos de sociabilidad y recreación no

estaban tan organizados como en Miguelete. Sin embargo,

los Cayrus tomaron la iniciativa y así contaron con breves

espacios de esparcimiento. Refiriéndose a un día de fines del

invierno de 1921 dice el diario: “Celebramos una fiestita

familiar en el arroyo Santa Ana a la cual convidamos a David

Plenc, Manuel y Arturo y a la familia de Godoy y del

puestero”. Elías cuenta también que el domingo 1 de enero

de 1922 los muchachos aprovecharon para ir a pescar a Santa

Ana.

Una nota de ternura quedó escrita en mayo de 1922:

“Además el día 10 siendo mi 45 cumpleaños [recuérdese que

Juan Elías Cayrus había nacido un 10 de mayo de 1877] toda la

familia quiso festejarme obsequiándome con un sobretodo”.

El tiempo no parecía sobrar para mucha diversión. Con todo,

tampoco la vida de los Cayrus fue sólo trabajo o devoción

religiosa. Supieron disfrutar de momentos necesarios de

recreación inofensiva.

Un proyecto familiar

Algo de la vida familiar se deja ver entre las anotaciones del

diario de don Elías. Sabemos que las compras regulares se

hacían en Guichón y que a veces Constancia debía

trasladarse al pueblo para hacerlas.

Los muchachos seguían creciendo y asumiendo nuevas

responsabilidades. En noviembre de 1920, Emilio y Pedro

participaron por primera vez de las votaciones.

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Los obsequios estaban totalmente contextualizados al ámbito

en el que se movían. Se dice, por ejemplo, que una vez don

Elías adquirió para su hija Margarita una ternera guacha.

El bautismo de Pedro Cayrus merece ser recordado, aunque

las informaciones del diario de su padre no son abundantes.

Ante la decisión del muchacho de ir a Colonia, don Elías le

compró dos caballos. Después de herrarlos, Pedro y Arturo

Dalmás salieron para Colonia. Era el 14 de febrero de 1922.

Tres semanas después los Cayrus recibieron carta de Pedro

informándoles que había recibido el bautismo el sábado 25

último. Su regreso se produjo dos semanas después del

bautismo; llegó en el tren de la mañana trayendo “buenas y

muchas noticias de los pagos”.

Algunas desgracias perturbaban a veces la tranquilidad del

hogar. Como aquel día de junio de 1922 cuando Elías picaba

la carne para hacer chorizo y, en un descuido, Esli metió el

dedo índice de la mano derecha en un agujero de la rejilla de

la máquina al mismo momento en que Benoní daba vuelta la

manija. Así fue como Lito (Esli) perdió la punta del dedo,

cercenada cerca de la primera falange. El afligido padre fue

a la farmacia a comprar medicamentos; y recién pudo

quedarse tranquilo al día siguiente al comprobar que Esli

había dormido bien y que su dedito no estaba inflamado.

El número de los doce hijos de Elías y Constancia Cayrus se

completó el miércoles 12 de julio de 1922. Anotó

escuetamente el papá y lo subrayó: “Nace Inés a las 14

horas”.

A fines del invierno de 1922 se inició el último proyecto

significativo de don Juan Elías Cayrus y los suyos. Alfredo

Pintos Viana le hizo avisar que se había resuelto la

colonización de Santa Isabel, deseando saber si tomaría parte

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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en ella. Don Elías, junto a sus hijos mayores Emilio y Pedro,

fueron a ver la estancia. A su regreso a casa, Pintos Viana lo

estaba esperando.

Al mes siguiente se acercaron a la casa los rusos Dreher,

Racovski, Mazur, Oleynick, Kosiak, Gordienko padre e hijo,

y otros dos que Elías no recordaba, interesados en la nueva

colonia. El sábado asistieron todos a la Escuela Sabática y el

domingo fueron a visitar la Estancia Santa Isabel. También

fue David Plenc.

Comenzaba el año 1923 cuando Elías firmó el compromiso

de compra de tres fracciones de la nueva colonia de campo

Santa Isabel, asumiendo un compromiso de pago semestral al

Banco Hipotecario. El mismo día en que dejó de amamantar

a Inés, Constancia acompañó a su esposo para ver los

campos adquiridos en la estancia. No imaginaba que en

pocos meses quedaría sola al frente de la numerosa familia,

con el desafío de empezar otra vez.

En mayo de 1923 vino desde Montevideo el secretario y

representante del Banco Hipotecario. Don Elías recibió los

títulos de las fracciones que habían comprado de la estancia

Santa Isabel en la Colonia Pintos Viana. Tal vez todavía con

deseos de entusiasmar a sus amigos de antaño, Elías escribió

cartas a J. Pedro Cairus, David M. Salomón y Emilio Roland.

A partir de aquí Elías comenzó a pasar la mayor parte del

tiempo en Santa Isabel. Ese mismo mes llegaron a la

estancia Miguel Dreher y su familia.

El desafío de la religiosidad verdadera

El sábado 7 de junio de 1919, pocos días después de su

llegada a Guichón, los Cayrus retomaron la celebración de la

Escuela Sabática. A veces la hacían en el campo, a veces en

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el pueblo. De a poco se fueron sumando invitados, como

don Manuel Geymonat que asistió un sábado de septiembre.

Se cuenta que en noviembre asistieron siete personas de

afuera, aunque tres llegaron tarde. Lo cierto es que muchas

de las personas invitadas asistieron a esa Escuela Sabática en

el hogar de los Cayrus; el diario menciona casi una treintena

de apellidos diferentes.xxxv

Los

sábados eran oportunidades para el descanso, la edificación

espiritual y el servicio. Escribió don Elías: “Habiendo

recibido muchos periódicos lo pasamos leyendo y

estudiando”. Se optimizaba ese tiempo también para el

contacto con la gente del lugar. El diario muestra que un

sábado los Cayrus visitaron a cuatro familias pobres. En otro

de esos días de reposo se lee: “Damos un paseo por la

chacra”. Otra actividad sabática de los Cayrus en Guichón

fue la de regalar leche desnatada a los niños pobres y

entregarles tratados.xxxvi

Como lo había hecho en Miguelete, Elías utilizó las

publicaciones para compartir su fe. En Guichón vendió o

dejó gratuitamente ejemplares de El Atalaya en muchos

hogares, e invitó a las personas a que se suscribieran. En el

1922 - Única foto en que están Elías, Constancia y los 12 hijos, la gran mamá y un yerno.

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futuro habría de recibir también la revista El Centinela y

folletos para la recolección otoñal. La distribución de El

Atalaya se convirtió en una tarea regular entre clientes y

vecinos. xxxvii Siempre había tiempo para compartir el

evangelio. Elías estudió varios puntos doctrinales con Olivio

Verocay y realizó un prolongado estudio sobre sus creencias

con Norberto Cuesta, a quien además le prestó un libro y un

número de El Atalaya. Con la fecha de un sábado de 1921 se

lee en el diario de don Elías: “Voy al pueblo, tengo un

pequeño estudio sobre la existencia de Dios”. Elías siguió

repartiendo ejemplares de El Atalaya, consiguiendo o

renovando suscripciones hasta el final de sus días. Cuenta

que una vez habló un momento sobre la necesidad de la

verdadera religión con un indio de Algorta.

Muy especial habrá sido ese día de finales de 1922 cuando

Sherman celebró con los Cayrus el rito de la Santa Cena.

Los registros muestran que para ellos la religión no era algo

periférico, sino esencial a su experiencia y sus actividades.

Cartas que van y vienen

Don Elías estuvo en contacto por carta con los conocidos del

departamento Paysandú, como Demetrio Sicalo, C.

Racovsky, Carlos Arini, Stoletniy y Miguel Dreher, que

ahora residía en la zona. Siguió escribiéndose con los

pastores adventistas A. R. Sherman y J. T. Thompson. Más

de una vez intercambiaron cartas con Julio y Alejandro

Ernst, y con Federico Mangold. Juan y David Plenc le

escribieron en 1919 desde el Colegio Adventista del Plata, en

Entre Ríos, Argentina, y lo siguieron haciendo en los años

que siguieron. Alguna vez recibió correspondencia de C.

Giandoménico, y también Domingo Giandoménico

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respondió a una invitación de don Elías, contestándole que

vendría a Guichón si se hiciera una colonia.

Por medio de la correspondencia pudo mantener los vínculos

de amistad con los antiguos vecinos de Miguelete y de los

lugares donde antes había vivido. Sabemos que se escribía a

menudo con David y Clara J. Salomón y que no interrumpió

la correspondencia con Pablo Plenc, Pablo Rostagnol, Pilón

y Pedro Salomón. Una vez escribió a David M. Salomón y a

todos sus hermanos. En el diario se relata también que

recibieron cartas de Hilda de Koch y Lydia de Oppegard, y

que enviaron informes a Julio Weiss. Constancia y Elías

escribieron a Esteban Negrín, y Elías intercambió cartas con

José Cairus, Juan Dalmás y M. D. Dalmás. En otras

oportunidades, desde Miguelete llegaron cartas de Pontet y

Artus.

Desde Guichón, Elías y su hermano David siguieron

escribiéndose. Escribir demandaba tiempo, pero sostenía la

red de afecto y hermandad que se necesitaba preservar en

medio de tantos desarraigos.

Más que un dolor de cabeza

Elías continuó sufriendo episodios recurrentes de

jaqueca.xxxviii A veces no podía levantarse de la cama en todo

el día. El dolor de muelas lo afectó en más de una

oportunidad y también dolores abdominales. Un sábado de

marzo de 1921 escribió en el diario: “No puedo dirigir la

Escuela Sabática por hallarme indispuesto de jaqueca. Me

reemplaza David Plenc”. Casi lo mismo se lee algunos

meses más tarde. A fines de mayo de 1922, Elías vuelve a

enfermarse sufriendo un desmayo.

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No fue el único en enfermarse. Constancia estuvo bastante

enferma de gripe al poco tiempo de instalarse en Guichón.

Paulina estuvo algo enferma en abril de 1920 y los niños

enfermaron de tos convulsa a comienzos del siguiente año.

No parece que la madre de Elías tuviera muchas dificultades

de salud, porque un sábado de 1922 quedó registrada su

ausencia a la Escuela Sabática por enfermedad. En tanto, a

Pedro le tocó enfermarse en mayo de 1923.

Los momentos más terribles de enfermedad y agonía estaban

en el futuro; pero el diario de don Elías no los registraría.

Páginas en blanco

El diario de don Elías llega hasta mayo de 1923. En esas

últimas semanas ya no escribía diariamente; más bien

juntaba los días para resumir la información. Casi lo único

anotado entre el jueves 14 y el martes 19 es esta frase

lacónica escrita en un día de lluvia: “Sigo arando con bueyes

hasta que Emilio me pudo relevar”. No sabía entonces que

un par de meses después, Emilio efectivamente debió

reemplazarlo para sacar adelante la instalación y el desarrollo

de la familia Cayrus en su lugar definitivo, donde

prácticamente todo quedaba por hacer.

Escribo estas líneas finales precisamente en Guichón. Tengo

sobre mi mesa el añoso diario de don Elías que mañana

devolveré. Han sido 422 páginas cuidadosamente escritas.

Sólo me animo a expresar una pena, por las páginas en

blanco que han quedado al final. Nada se dice de sus últimos

días ni de su final prematuro. Han quedado esas páginas en

blanco, como si fuera necesario convencernos, una vez más,

de la finitud de la vida y de los sueños de los hombres. Miro

otra vez esas hojas sin escribir y no me atrevo a cuestionar la

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Providencia. Más bien me siento anonadado por el

cumplimiento de la sentencia bíblica: “Bienaventurados de

aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí,

dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus

obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13).

El diario de don Elías es un legado que su familia ha

guardado por muchos años. Su nombre ha quedado allí

como muestra de que vale la pena elegir el camino del

esfuerzo, de la entereza y de la fe. Creo, sin embargo, que

hay un gozo que todo lo supera, como lo dijo Jesús:

“regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los

cielos” (Lucas 10:20).

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VIII

Una iglesia de campo Colonia Pintos Viana, Guichón, Uruguay (1923-1953)

La mañana del

domingo 28 de enero

de 2007 se presentaba

espléndida. Ese día

ocurriría una nueva

edición de la histórica

reunión de la familia

Cayrus, junto al arroyo

Santana en la Colonia

Pintos Viana, a poco

más de diez kilómetros

de Guichón. El paisaje

campestre lucía verde,

profundo, infinito. El

silencio, sólo interrum-

pido por el canto de las

cotorras y otras aves desde las ramas de los eucaliptos,

invitaba a la paz del espíritu. Una brisa incesante ofrecía su

alivio en ese día de verano. En medio del bucólico paraje se

erguía la capilla, a cuyos archivos había decidido acudir en

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procura de registros que permitieran reconstruir la historia de

la iglesia.

Me senté en uno de los bancos de la escuela de otro tiempo,

observé las fotografías, tomé nota de las inscripciones y supe

que aquel era un lugar especial. Una fotografía de 1924

muestra a un grupo de alumnos y de miembros de la

iglesia.xxxix Del mismo año es el retrato de otras personas,

entre ellas algunas mujeres vestidas de luto, tal vez por el

fallecimiento de Juan Elías Cayrus.xl Otra fotografía expone

a tres líderes de la iglesia en 1926: los pastores Soto y

Krieghoff, elegantemente sentados en un carro liviano, y en

un caballo, el hermano Juan Emilio Cayrus.

La Escuela Sabática

La iglesia conserva libros de registros desde sus inicios en

1923. El humilde grupo de creyentes, de unas pocas familias

rurales, había dado origen a una Escuela Sabática, luego a

una iglesia y a una escuela confesional.xli En las manos de la

Providencia esas instituciones habrían de afirmar la fe de los

creyentes, algunos de los cuales han servido ampliamente a

la causa del adventismo suda-mericano. Serían también

agentes en la evangelización de esa amplia zona rural del

Departamento Paysandú, en la República Oriental del

Uruguay.

La Escuela Sabática se organizó el 6 de noviembre de 1923,

por sugerencia del entonces presidente de la Misión

Uruguaya de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, pastor

Carlos E. Krieghoff. La propuesta fue aceptada con gusto

por los 30 asistentes a la reunión. Una comisión de

nombramientos integrada por los hermanos Eumen

Racovsky, Miguel Dreher y Juan Emilio Cayrus fue la

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encargada de presentar a la asamblea una propuesta de sus

oficiales y maestros. xlii Se autorizó también el funcio-

namiento de una clase de menores.xliii En los años siguientes

se agregarían nuevas clases para los niños más pequeños y

también una clase para jóvenes. Antes del cierre de aquella

primera reunión organizadora, se dieron instrucciones

oportunas acerca del propósito redentor y misionero de la

Escuela Sabática.

Así fue que la Escuela Sabática comenzó formalmente el

sábado 10 de noviembre de 1923. Un himno y la oración del

director le dieron inicio; luego llegaría el misionero

trimestral que hablaba acerca de la obra adventista en la

Unión Incaica, leído por Paulina Cayrus. Aquel sábado, diez

adultos y cuatro menores se inscribieron en las clases. El

repaso de la lección fue dirigido por David Plenc, y la

lección del día, que trataba acerca del amor, estuvo a cargo

de la maestra recientemente designada, Elena Cayrus.xliv Se

concluyó con otro himno y la oración de la maestra. En el

futuro se habrían de tomar decisiones adicionales, tales como

celebrar la Escuela Sabática en diferentes lugares: en casa de

la familia Cayrus en Guichón, en el casco de la antigua

estancia Santa Isabel que Juan Elías Cayrus había adquirido,

en casa de Eumen Racovsky o de Miguel Dreher, entre otros.

En cuanto a las ofrendas, en un principio se recogieron en

forma trimestral y luego se lo hizo semanalmente. El horario

de inicio, necesariamente flexible, también fue cambiando.

Existieron modificaciones y diferencias de criterio, pero las

reuniones de la Escuela Sabática no cesaron. Aquellos

encuentros incluían alabanzas, oraciones, estudio de la Biblia

e instrucción misionera. Los himnos formaban una parte

significativa de la sencilla liturgia. Puede leerse en los

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cuadernillos de recuerdos de la familia Cayrus que las

primeras reuniones religiosas habían consistido a menudo

solamente en la entonación de himnos, en español o en ruso.

El libro de actas consigna los títulos de unos 60 himnos

diferentes que se entonaron durante el primer año de

reuniones. La participación del reducido grupo era

necesariamente activa. Apellidos como Cayrus, Dreher,

Plenc, Racovsky y otros se repiten en los informes. Estos

primeros miembros, algunos de ellos jóvenes no bauti-zados,

leían los informes misioneros y enseñaban las Escrituras.

Existían secciones fijas en la Escuela Sabática que diferían

un poco de las actuales. El informe misionero mundial eran

infaltable, lo mismo que la tabla comparativa con sus blancos

de ofrendas misioneras. Las ofrendas del décimo tercer

sábado y de cumpleaños estaban destinadas al campo

mundial. Se hacía un repaso de la lección de la semana

anterior y se desarrollaba la del día. La persona encargada

de la secretaría debía leer el informe del sábado anterior y

someterlo a votación. Generalmente era apro-bado, pero

había posibilidades de hacer observaciones y enmiendas. El

décimo tercer sábado era un día especial, que ofrecía a los

niños y jóvenes oportunidad de participar. Se realizaban

diálogos, se presentaban himnos especiales y se recitaban

poesías. Según parece, se aprovechaba esa circunstancia

para realizar una recapitulación de la lección de todo el

trimestre.

Los asistentes, entre miembros y visitas, no eran muchos. Al

comienzo se daban cita entre doce y veintiséis miembros, al

igual que un número muy variable de visitantes. El clima y

la visita de algún pastor solían influir en la concurrencia de

personas al lugar de reunión. Sin embargo, el objetivo

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misionero de la Escuela Sabática era claro y el crecimiento,

inevitable. En mayo de 1924 ya había personas deseosas de

ser bautizadas en el arroyo cercano.

Se organiza la iglesia

No fueron pocos, de cerca y de lejos, los que hicieron su

parte para que la Escuela Sabática fuera transformándose en

una iglesia. Cuando llegaban visitantes, casi sin

excepciones, tenían participación en los servicios religiosos.

Los obreros adventistas que venían de Paysandú o de

Montevideo dirigían cultos, la Cena del Señor y los

bautismos, además de presidir los nombramientos de los

nuevos oficiales. La celebración de la Santa Cena daba

ocasión para la reflexión bíblica y para que los hermanos

compartieran su testimonio. Con cierta regularidad se

acercaban otros miembros de la Misión, como su tesorero, el

pastor Ner Soto Garrido, o los directores de departamentos.

Los pastores del distrito de Paysandú, como A. R. Sherman,

eran visitantes frecuen-tes. Los nombres de muchos de estos

misioneros han permanecido en el recuerdo de los creyentes.

Los libros muestran nombres como los de José Replogle, J.

M. Howell, Marcelo Pidoux, Humberto Cairus, Walter

Brown, Adolfo Lista, Héctor Pereyra, Jorge Iuorno, Santiago

Bernhardt, Alfredo Aeschlimann, Daniel Nestares, Alfredo

Bellido de la Fuente, Carlos Polischuk y otros. Los

presidentes de la Misión Uruguaya mencionados en esos

años fueron: C. E. Krieghoff, Pedro M. Brouchy, Enrique

Westhpal, Niels Wensell y Juan Riffel.

Ya era tiempo de que los hermanos discutieran la posibilidad

de organizar una iglesia. Como punto de partida se

nombraron los primeros oficiales, según el siguiente listado:

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ANCIANO Y DIRECTOR MISIONERO: Miguel Dreher

DIÁCONO: Eumen Racovsky

DIACONISA: Constancia Davit de Cayrus

SECRETARIO: Juan Emilio Cayrus

TESORERO: Carlos Racovsky

SECRETARIA MISIONERA: Elena Cayrus de Plenc

DIRECTOR DE JÓVENES: David Plenc.xlv

Se dio continuidad a una clase de Escuela Sabática en ruso y

otra en castellano. Carlos Racovsky se transformó en

maestro para la clase en ruso y Pedro Cayrus para la clase en

castellano.

El libro de actas de la iglesia dice textualmente: “El día 11 de

mayo de 1924 se reunieron en la casa de la familia Cayrus

los hermanos [...] que viven en la Colonia Pintos Viana,

cerca de Guichón, Departamento Paysandú y los pastores A.

R. Sherman y C. E. Krieghoff, el último en su calidad de

superintendente de la Misión Uruguaya de los Adventistas

del Séptimo Día. Los hermanos acordaron unánimemente

organizarse en una iglesia, la cual llevaría el nombre de

Iglesia Adventista de Guichón”. En ese día se celebraron las

“ordenanzas del Señor” con la participación de todos.

Escribió el secretario: “El Señor se hizo sentir muy cerca de

nosotros”.

El núcleo primitivo de la iglesia recién organizada estuvo

integrado por los hermanos Miguel Dreher, Ernestina de

Dreher, David Plenc, Elena Cayrus de Plenc, Juan Emilio

Cayrus y Pedro Cayrus. Los hermanos que pertenecían a la

iglesia de la Misión podían elegir solicitar su carta de

traslado a la nueva iglesia. Además se recibió a los

hermanos bautizados el día anterior: María Fontana de

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Cayrus, Constancia Davit de Cayrus, Paulina Cayrus, Pablo

Enrique Cayrus, Margarita Cayrus, Alina Berta Cayrus,

Emilia Dreher y Juan Racovsky. xlvi La iglesia aceptó

también a los matrimonios rusos Eumen y Matilde Racovsky,

Carlos y Natalia Racovsky, que habían sido bautizados con

anterioridad.

Limitaciones y desarrollo

La membresía de la iglesia creció con los años, con nuevos

bautismos y cartas de traslado.xlvii Los niños crecían y se

comprometían con el Señor y también nuevas personas se

acercaban a la iglesia deseando pertenecer a ella por medio

del bautismo o la profesión de fe. xlviii También hubo

hermanos que dejaron la iglesia y se alejaron de ella por

razones doctrinales o particulares. xlix Se dice que en la

reunión del primer sábado de enero de 1925 algunos

hermanos se sintieron obligados a retirarse “para evitar más

disgustos en el día del Señor”. Otros simplemente fueron a

vivir a otros lugares.l Para 1941 la iglesia contaba con 58

miembros en lista. Los oficiales de la iglesia se renovaban

anualmente.

En los primeros 30 años la iglesia contó con los siguientes

oficiales:

ANCIANOS: Miguel Dreher, David Plenc, Héctor Peverini, Basilio

Tatarchenco, Pedro Cayrus, Günther Geisse, Jesús Godoy, Pablo

Enrique Cayrus.

DIÁCONOS: Eumen Racovsky, David Plenc, Juan Emilio Cayrus,

Pedro Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Basilio Tatarchenco, Miguel

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Dreher, Juan Apoteloz, Jesús Godoy, Juan Kosiak, Héctor L.

Martigani, Carlos Dreher.

DIACONISAS: Constancia Davit de Cayrus, Cristina Z. de Dreher,

Emilia Dreher de Cayrus, Ana S. de Cayrus, María D. de Godoy,

Catalina D. de Godoy, Estela D. de Cayrus, Margarita Cayrus de

Garbarino, Malagia Kosiak.

SECRETARIOS DE IGLESIA: Juan Emilio Cayrus, Alina Cayrus, Emilia

Dreher de Cayrus, David Plenc, Paulina Cayrus (de Barboza), Estela

Dreher de Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Inés Cayrus (de

Martigani), Esli Eber Cayrus, Olga Dreher, Günther Geisse, Jesús

Godoy.

TESOREROS: Carlos Racovsky, Paulina Cayrus (de Barboza), Miguel

Dreher, Pedro Cayrus, Juan Emilio Cayrus, Pablo Enrique Cayrus.

DIRECTORES MISIONEROS: Miguel Dreher, David Plenc, Pedro

Cayrus, Basilio Tatarchenco, Carlos Dreher, Jesús Godoy, Juan

Emilio Cayrus, Josefa Ramos.

SECRETARIOS MISIONEROS: Elena Cayrus de Plenc, Margarita Cayrus,

Luisa Dreher, Olga Dreher, Esli Eber Cayrus, Carlos Dreher.

DIRECTORES DE JÓVENES: David Plenc, Pedro Cayrus, Pablo Enrique

Cayrus, Benoní Cayrus, Esli Eber Cayrus, Alda Cayrus de Geisse,

Carlos Dreher, Olga Dreher, Héctor L. Martigani, Ataídes Luz,

Josefa Ramos, José Oleynick, Yolanda Kalbermatter, Inés Cayrus de

Martigani.

DIRECTORES DE ESCUELA SABÁTICA: David Plenc, Carlos Racovsky,

Pedro Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Günther Geisse, Carlos Dreher,

Miguel Dreher, Esli Eber Cayrus, Basilio Oleynick, Jesús Godoy,

Héctor L. Martigani.

DIRECTORAS DE LA SOCIEDAD DORCAS: Sinforosa G. de Apoteloz,

Paulina Cayrus de Barboza, Alda Cayrus de Geisse, Margarita

Cayrus de Garbarino, Ana S. de Cayrus.

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Nuevas actividades religiosas se añadieron con el transcurso

del tiempo. El pastor Sherman incentivó en 1926 el

surgimiento de las reuniones de oración los días miércoles.

En 1945 se realizó una ceremonia de investidura de las

Clases Progresivas en la cual varios jóvenes recibieron sus

distintivos de Amigos y Guías Mayores. También eran

evidentes las limitaciones, a veces severas. En más de una

oportunidad las “reuniones de negocios” lucharon con

problemas económicos y necesidades insatisfechas.

El proyecto de la construcción de la capilla de Colonia Pintos

Viana fue muy significativo y desafiante. En 1936 se inició

la recolección de fondos y se nombró una comisión para la

búsqueda de un terreno. El acta de la construcción de la

capilla dice que los planes concretos se trazaron a fines de

1939 y que Günther Geisse y su esposa Alda Cayrus donaron

el terreno. Los hermanos Cayrus donaron ladrillos, la Misión

dio algunos materiales usados y el pastor Brouchy trabajó

como carpintero para arreglar puertas y ventanas. Hermanos

y vecinos realizaron otras donaciones. La capilla cuenta con

una nave de seis por diez metros y una pieza contigua de tres

y medio por seis metros. La inauguración ocurrió el 23 de

marzo de 1940, con la presencia del pastor Pedro M.

Brouchy y hermanos de Paysandú. El humilde recinto

reemplazó a las casas de familia para las reuniones de la

iglesia.

Una decisión fundamental fue el establecimiento de una

escuela de iglesia. El pastor Mario Rasi dirigió las

deliberaciones en septiembre de 1944. El estudio previo

mostraba la existencia en el área de unos quince niños en

edad escolar, aunque llegó a tener más de veinte en los años

que siguieron. La pieza contigua sirvió como sala de clases

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para la Escuela Primaria Adventista “José Pedro Varela” que

funcionaba en dos turnos, con un solo docente. Juan Emilio

Cayrus donó sillas y Paulina Cayrus prestó una mesa. Fue

necesario realizar mejoras tales como un aljibe y dos

servicios sanitarios. Nuevas sillas y mesas se trajeron de

Paysandú. El mobiliario que hoy puede observarse no podría

ser más austero: un pizarrón, siete bancos, una pequeña

biblioteca y un par de armarios. Pero los recursos humanos,

colocados en las manos de Dios, hicieron la diferencia. La

Junta de la Iglesia pidió a la Misión Uruguaya el envío de un

maestro, y para febrero de 1945 ya estaba presente el

hermano Ataídes Luz. Miembros y vecinos comenzaron a

enviar a sus niños a la escuela de la iglesia.li Josefa Ramos

se incorporó a la escuela en 1947, y tres años después llegó

Yolanda Kalbermatter. Los antiguos hermanos de la zona

tienen memoria de aquellos maestros cristianos, a los que se

sumaron posteriormente Armando Morais, Delia Cayrus de

Gerber, Edwin Mayer y María De los Ángeles de Cayrus.lii

En la flamante capilla se reunían los colonos creyentes para

adorar a Dios y de tanto en tanto para ser testigos del

surgimiento de nuevos hogares cristianos. El 15 de octubre

de 1941 se pidió la bendición de Dios sobre el matrimonio de

Inés Cayrus y Héctor L. Martigani. El 11 de julio de 1945,

unieron sus vidas Rita Inés Cayrus y Jaime A. Caballero, con

la bendición del pastor Mario Rasi y la presentación de un

canto especial en las voces de Ataídes Luz y Olga Dreher. El

9 de enero de 1946, el pastor Rasi ofició en la boda de Olga

Dreher y Ricardo Benech, de Nueva Helvecia. El 2 de enero

de 1952, el pastor José Tabuenca condujo la ceremonia de

casamiento de María Ester Cayrus y Ataídes Luz.

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100

El desafío de crecer y perdurar

El pueblo de Guichón fue desde el comienzo un importante

objetivo misionero. En 1936 se habla de una campaña de

evangelización en esa localidad. En 1941 se informó de la

presencia de hermanos e interesados en la Colonia Juncal y

se planificaron conferencias evangelizadoras breves en ese

lugar. Los oficiales de iglesia debieron repartirse entre la

Colonia y el pueblo de Guichón. En los años posteriores se

concretaron diversos planes de visitación de estos hermanos.

En mayo de 1943 se celebró un congreso regional en la

iglesia de Guichón con la presencia de los pastores Enrique

Westphal, Mario Rasi, Marcelo Pidoux y Santiago Mangold,

los que posteriormente llevaron a cabo una serie de

conferencias evangelizadoras en el pueblo. Los hermanos e

interesados se reunían en un local alquilado y posteriormente

en casa de Juan Emilio Cayrus. En el año 1945 se habla del

grupo de Guichón y Juncal, bajo la dirección del hermano

Pedro Cayrus. En las elecciones de 1947 se designaron

oficiales para la Colonia Juncal. liii A fines de 1952 los

hermanos del campo solicitaron a la Misión Uruguaya que se

haga cargo de los miembros de Guichón como una

congregación independiente. Para 1953 el hermano Juan E.

Cayrus era el director del grupo que se reunía en su casa.

Muchos de los nombres fundadores de la iglesia en la

Colonia Pintos Viana se repiten en los registros a lo largo de

los años. Como ha ocurrido con muchas áreas rurales, la

iglesia allí ha sufrido la emigración de parte de sus

miembros. Personas que dieron sus primeros pasos en la

iglesia y la escuela de Guichón, se trasladaron luego a

diversos lugares en busca de nuevas oportunidades de

estudio, trabajo y servicio. Cuando se tomó asistencia en la

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Escuela Sabática del sábado 27 de enero de 2007, los

apellidos mencionados fueron Cayrus, Garbarino,

Kirichenko, Kosiak, Presentado, Pereyra y Vidal.

La iglesia de Colonia Pintos Viana sigue existiendo,

conciente de sus raíces y de su misión de preparar misioneros

y obreros laicos capaces de ofrecer al mundo un mensaje de

esperanza. En 2004 se celebraron los 80 años de su

fundación, momento propicio para recordar que la fe bíblica

perdura y da frutos de vida eterna en los corazones sinceros.

Recorro una vez más el pequeño recinto vacío del templo.

Los ecos del hermoso culto del día anterior se han apagado.

Miro los pizarrones, los pupitres y los libros que ya no se

usan para la escuela de iglesia. Observo otra vez a aquellos

hombres, mujeres y niños de las fotografías, excesivamente

formales para ese ambiente rural, y renuevo mi decisión de

permanecer en las filas de aquellos que con entrega y

autenticidad iniciaron un camino de fidelidad y compromiso

con la misión.

Año 1950 en el predio de la Capilla

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

102

IX

Entre “Teyú Cuaré” y Guichón

Homenaje a Paulina Constancia Cayrus de Barboza a sus 105 añosliv

Me hubiera gustado estar en Guichón para el cumpleaños

105 de tía Paula. No fue posible. Escribir y hacer memoria,

sin embargo, siempre se puede. Vayan las palabras que

siguen como un tributo de admiración por esa mujer menuda,

que ha cumplido la hazaña de perdurar más allá de los

pronósticos y de la razonable finitud humana. Sobre todo, la

proeza moral y espiritual de permanecer aferrada a los

valores simples de la fe y de la dignidad.

Las hermanas Cayrus-Davit:. de izq. a dcha: (sentadas) Margarita, Paulina y Elena (de pie) Inés, Lelia, Alina y Alda -Año 1962-

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Teyú Cuaré

La última vez que visité a Paula fue hace unos tres años

(2007). Su pequeñez se había acentuado y sus palabras se

habían vuelto escasas. Tuve el desatino de hacerle la

pregunta que los más jóvenes no deben hacer a los ancianos:

“¿Sabes quién soy?” Me miró largamente y no respondió

(parecía lo menos que debía hacer por mi impertinencia). Le

dije mi nombre. Entonces su rostro se iluminó con el

recuerdo lejano y me dijo: “¡Teyú Cuaré!”

Mi madre María Delia Borges de Plenc, nacida en Posadas,

Misiones, había llegado con su familia a Teyú Cuaré, en las

cercanías de San Ignacio, el domingo 20 de marzo de 1960.

Las clases comenzarían al día siguiente. Habría de

permanecer como maestra y directora de la Escuela Nacional

N° 96 hasta 1972. Mi padre Elbio Plenc Cayrus, oriundo de

Guichón, la había conocido en el Colegio Adventista del

Plata, en la provincia de Entre Ríos, a comienzos de los años

1950. Elbio se trasladó a Misiones en 1953, trabajó en la

madera y se casó tres años después. Eran tiempos difíciles

en la relación bilateral entre Argentina y Uruguay.

Elbio decidió navegar las aguas del Paraná desde 1955 hasta

el 6 de enero de 1962, justo a tiempo para asistir a la reunión

anual de la familia Cayrus en Colonia Pintos Viana, cerca de

Guichón. En ese mismo año construyó la casa donde

vivimos por ocho años, con paredes de bloques y techo de

tablillas. También en ese año se abrió el camino desde San

Ignacio y Elbio hizo las once alcantarillas de su trayecto de

diez kilómetros hasta el cerro Reina Victoria sobre el río

Paraná. En 1964 tumbó la escuela de madera y la

reconstruyó con bloques de cemento. Le dieron la escuela

vieja como parte de pago, menos el techo. Las seis chapas

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que sobraron fueron a parar a la cocina de la casa. En una

chacra cuadrada, de 500 metros de lado, se ubicaban tanto la

escuela como la casa, la policía y el cementerio.

Algunos parientes de mi familia paterna nos visitaron en

Teyú Cuaré. Hasta donde sé ellos fueron: Juan Plenc

(hermano de mi abuelo David) y señora, Lelia Cayrus de

Lavooy y familia, Juancito Cuchma (a quien no lograron

“enganchar” con una maestra que trabajaba en la escuela de

mi madre) y Paula Cayrus con su esposo Julio Barboza.

Muchas cosas se han ido de mi mente, pero no la calidez y la

cordialidad de esa gente venida de tan lejos para pasar unos

días con nosotros en medio de la selva misionera.

En honor de la verdad, debo contar que don Julio compraba a

escondidas de Paula unos cigarros que una vecina hacía con

esmero. Cuenta Elbio de una expresión confidencial de Julio

en esa ocasión: “Esto me va a matar. En cambio esa petisa,

así como la ves, va a vivir 100 años”. Sus palabras fueron

proféticas. Años después visité a Julio en casa de Alberto,

cuando yo cursaba el primer año de teología en Libertador

San Martín. Su vida se escapaba, no sin antes aceptar con el

mayor de los gustos algunas palabras de la Biblia, unos

himnos y una plegaria en su favor. Creo que se fue

esperanzado en la gracia y las promesas de Dios. La petisa

ciertamente ha vivido más de 100 años.

Viajar al Uruguay

Nosotros nos trasladamos a Guichón cuatro veces en

aquellos tiempos (había que estar para el 12 de enero, día del

cumpleaños de Constancia). Así se hizo en 1960 y 1962,

ocasiones de las que no tengo memoria. Hubo un viaje que

sí tengo presente; solos mi padre, mi hermano Rubén y yo,

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en 1969, cuando Constancia cumplía 91 años. Todo era

asombro, ilusión y el afecto de la familia Cayrus, a la que

conocía muy poco. Fue esa la vez en que mi padre, estando

en casa de tío Lito, me reventó un enorme forúnculo de la

espalda (de esos que solían salirnos en Teyú Cuaré), y que, si

mal no recuerdo, provocó el desmayo de uno de sus hijos.

En ese viaje conocimos Montevideo, con su Parque Rodó, y

luego la ciudad de Buenos Aires con una de sus “villas

miseria” (donde vivía un amigo de Teyú Cuaré). En esa villa

miré por primera vez un partido de fútbol por televisión, en

aquellos tiempos cuando Antonio Roma era el arquero de

Boca Juniors. Ese viaje fue inolvidable, porque en algún

punto que no recuerdo, se nos unió Alberto Barboza, quien

venía del Paraguay a su casa paterna y a la reunión familiar

acompañado de un paraguayo, buen mozo, que tocaba el

arpa. Al bajar del vetusto tren a vapor que nos llevó hasta

Guichón, el joven afinó el arpa y brindó una serenata

nocturna a los Barboza. El arpa paraguaya le puso música a

toda la reunión de ese año.

El último viaje de la familia Plenc a Guichón se inició en San

Ignacio, Misiones, donde entonces vivíamos. Fue a bordo de

un Volkswagen escarabajo que transitó la ruta 14, en ese

tiempo de ripio, y nos dejó después de muchas vueltas y

peripecias en el campo de los tíos Cuchma. Digo que nos

dejó, porque allí se rompió y se quedó. Esa rotura del motor

presagió la fractura de la familia poco después de ese verano

de 1972. Volvimos en tren, tensos, tristes, desventurados.

Creo que fue también en ese viaje que participamos de la

inauguración del flamante templo adventista de Guichón.

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Vendría mucho después un viaje muy peculiar en 1984,

mientras desarrollaba mi ministerio pastoral en Bella Vista,

Corrientes. Esta vez mi padre viajaba con nosotros.

Pasamos por Libertador San Martín, donde Alberto nos

recibió en su casa, preocupado por la salud de su madre. En

nuestro Fiat 1500 visitamos Guichón, nos alojamos en casa

de los Geisse, y participamos de la reunión anual. Escribió

tía Alda en sus apuntes: “También está presente Elbio Plenc

a quien hacía mucho tiempo no veíamos”. Seguimos luego a

San José para acompañar por unas horas a los abuelos Elena

Cairus y David Plenc. Guiados por Roberto, hijo de Gladys

Plenc de Suárez, nos asombramos con un día en el mar (que

no conocía), en Punta del Este.

Volvimos a Guichón en 1994, cuando ya nos encontrábamos

trabajando en la Universidad Adventista del Plata, y de

nuevo en otras ocasiones. Mi abuela Elena era en ese tiempo

la mayor del grupo y fue entrevistada por el canal de

televisión local. Al hablar sobre esa realidad, tuvo certeras

reflexiones. Luego añadió para su círculo más íntimo: “Así

que yo soy ahora la más vieja de todos los presentes. ¡Qué

horrible!”.

Templo Adventista de Guichón

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Mi esposa Lissie, nuestro hijo Ariel y yo estuvimos en

Guichón en 2005, el día en que la reunión debió trasladarse

al pueblo debido al mal tiempo. En enero de 2007 tomé un

tiempo de retiro personal para reflexionar y tomar apuntes,

en mi antigua carpa armada en las Termas de Almirón. Me

encantó predicar en la Iglesia Adventista de Colonia Pintos

Viana un sábado luminoso, y escribir luego la historia de esa

congregación. Fue una verdadera inspiración.

Los Barboza - Cayrus

Los Barboza siempre han estado cerca de nuestro afecto.

Incluso mi madre solía repetir que siempre se había sentido

bien tratada y alentada por los Barboza. Ella se alejó de mi

padre y regresó con sus hijos a Posadas, pero mantuvo el

cariño por los Cayrus. Alguna vez, mientras era estudiante

del secundario, visité a Nelson Barboza en Loma Linda,

Chaco, en aquellos tiempos en que salir a colportar

significaba ir como Abraham, “sin saber adonde iba”, hasta

encontrar el destino asignado. Otra vez, ya estudiante del

Colegio Adventista del Plata, acompañé a Alberto a visitar

Guichón un fin de semana. Fue la primera vez que hablé en

la Iglesia Adventista del pueblo, dando la lección de la

Escuela Sabática en conjunto. Alberto, su esposa Yanqui y

sus hijos, fueron mi refugio los sábados de noche cuando

acostumbraba alejarme de los estudios del colegio en busca

de la calidez de un hogar. Más de una vez se preocuparon

por mi salud. Alberto me sacó las radiografías que probaron

científicamente que ya no me era posible crecer. Otras veces

me orientaron para que me tratara de una incipiente alergia.

Mi esposa Lissie fue, durante nuestro primer año de

matrimonio, secretaria en la sección de Rayos X del

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Sanatorio Adventista del Plata, donde Alberto también

trabajaba.

Por todo esto y por aquella lejana visita de los Barboza a

Teyú Cuaré, la tía Paula, con más de 100 años, me identificó

con ese peculiar nombre en guaraní, que significa “Cueva de

lagarto”.

En pocas palabras

Sólo para los menos allegados a la familia, ahora me tomo la

libertad de reseñar la vida de Paula Constancia Cayrus de

Barboza. Nació el 3 de abril de 1904 en Colonia Piamontesa,

Uruguay, el mismo año del fallecimiento de su abuelo

paterno y durante el viaje de su padre, Juan Elías Cayrus, a

Italia. En 1916 participó de la decisión paterna de comenzar

a guardar el sábado y fue parte de la Escuela Sabática que

funcionó en su casa. Integró la caravana que en 1919 llevó a

los Cayrus de Miguelete a Guichón. Fue un tiempo de

aventura junto a su mamá Constancia y sus diez hermanos

(Inés nacería en Guichón, en 1922). Supo del dolor tras el

fallecimiento de don Elías en 1923, y participó de los

trabajos y de las luchas de los suyos en Colonia Pintos

Teyú Cuaré, Misiones

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

109

Viana, cerquita del arroyo Santana. No pudo continuar con

sus estudios, pero acompañó muchas veces a Lelia durante su

servicio docente en la colonia de rusos del departamento

Paysandú.

Paula puso sus dones al servicio del Señor. En ocasión de la

primera Escuela Sabática celebrada en la colonia a fines de

1923, ella leyó el informe misionero trimestral, David Plenc

hizo el repaso de la lección y Elena Cairus condujo la lección

del día. Se unió formalmente a la Iglesia Adventista del

Séptimo Día en mayo de 1924, junto a la “gran mamá” María

Fontana de Cayrus, a su mamá Constancia Davit de Cayrus,

a sus hermanos Pablo Enrique, Margarita y Alina, y a Emilia

Dreher y Juan Racovsky, en un bautismo conducido por el

pastor Carlos E. Krieghoff, presidente de la Misión

Uruguaya. Los registros de esa iglesia de campo muestran

que, entre otras cosas, fue secretaria y tesorera de iglesia, así

como directora de la Sociedad de Beneficencia Dorcas.

Cuando se creó la escuela adventista de la colonia, Paulina

prestó una mesa.

Su compromiso con la familia es indudable. Crió con amor y

dedicación a sus hijos Ema, Julia, Elías, Alberto, Nelson,

Esther y Julio. Muchos de sus descendientes fueron

motivados a trabajar en la organización adventista,

especialmente en el área médica. Participó con su sonrisa

cálida de casi cada encuentro de la familia junto al Santana o

al río Queguay desde ese día de 1927 cuando decidieron

reunirse para el cumpleaños de Constancia.

De los doce hermanos Cayrus, sólo quedan Paulina, Alda,

Esli e Inés. Nos dejaron, Elena, Emilio, Pedro, Enrique,

Margarita, Alina, Lelia y Benoní. De los que viven y de los

que se fueron, perdura un legado.

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Escribo estas líneas en el día en que la Argentina despidió al

ex presidente Raúl R. Alfonsín y recordó a los caídos durante

la fallida gesta que intentó recuperar las islas Malvinas.

Cabe pensar también en aquellos de nuestros viejos que nos

incitaron con su vida austera y consecuente a recuperar los

valores de la confianza en una vida mejor y perdurable, de la

mano de Dios.

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111

X

Adiós, maestra de campo

“Quien crea que la educación resulta costosa, hará bien en

probar lo que cuesta la ignorancia”

(Derek Bok, presidente de la Universidad de Yale)

Lelia Anita Cayrus llegó al hogar de Juan Elías Cayrus y

Constancia Davit el 24 de julio de 1911, cuando la familia

Cayrus se había mudado de Colonia Valdense a Colonia

Miguelete, Departamento Colonia, República Oriental del

Uruguay. Fue el octavo retoño, luego de Elena, Emilio,

Pedro, Paulina, Enrique, Margarita y Alina (seguida por

Alda, Benoní, Esli e Inés). Elena, su hermana mayor,

cumplió su parte en el cuidado de la niña. Ya establecida

junto a su familia en Guichón entretuvo sus horas infantiles

jugando a las muñecas, de fabricación propia, junto a sus

hermanas.

Las primeras armas

Lelia logró lo que algunos de sus hermanos mayores no

pudieron por causa de los muchos trabajos y cuidados

hogareños. Completó los seis años de la escuela en

Paysandú y se desempeñó como maestra en una colonia de

rusos donde no había escuela. El alejamiento de la familia se

mitigaba con la compañía de sus hermanas Paulina o Alina.

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112

A fines de la década de 1920 el norte de Uruguay se vio

enriquecido por la inmigración de familias provenientes de

Rusia. Unas quince de ellas, con unos 30 niños, se afincaron

a unos cien kilómetros de Paysandú. Casi no hablaban

español, pero necesitaban comunicarse. Lelia aceptó con

gusto la responsabilidad que le asignó el gobierno uruguayo

de trasladarse a la colonia como maestra.

Algunos recuerdos confiados a una simple hoja de papel en

los archivos del Centro de Investigación White son

conmovedores: “En el mes de marzo llegaba en un camión

Chevrolet, acompañada por algunos hermanos. Dos horas

después de su llegada, en un hermoso atardecer, ya toda la

población estaba enterada, se reunieron y trazaron planes

definidos para acondicionar una habitación que serviría de

aula”. Contando sólo con cajones y tablones como muebles

de su sala de clases, comenzó su tarea docente al tercer día.

Esos comienzos de 1929 no fueron fáciles. “No nos

podíamos entender [...] –dice Lelia- pero el amor que no

tiene barreras de idiomas o razas, fue derribando las barreras

que con paciencia, abnegación y perseverancia se iban

de izq. a dcha, (sentadas): Elena, Constancia Davit de Cayrus y Paulina

(de pie): Inés, Lelia, Margarita y Alda.

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esfumando como las nubes en un día estival”. A esas

humildes familias de inmigrantes habría de dedicarles tres

años de su juventud.

Al año 1932 lo pasó en el Colegio Adventista del Plata, en la

Provincia de Entre Ríos, República Argentina. Los dos años

siguientes cuidó de su sobrino Rubén Cayrus que había

contraído parálisis infantil. En 1935 se desempeñó como

maestra particular en la provincia de Buenos Aires.

Entre lagunas y naranjales

Los archivos del Centro White refieren: “En el año 1936 el

nuevo destino fue Colonia Progreso, Bella Vista, Corrientes,

y ya de allí no se alejó por muchos años y no sin antes haber

dejado una trayectoria tachonada de siembras fértiles y

productivas en la vida de generaciones de alumnos. Su

primera escuelita con 20 alumnos en la casa de los Hnos.

Hengen fue atendida en doble turno, por dos años”.

“El 21 de febrero de 1938 contrae matrimonio con Arie

Hermanus Lavooy y para poder seguir atendiendo la escuela

tuvo que hacer 14 kilómetros diarios generalmente a caballo.

Los tres días del año que faltó a clase se debieron a que el

arroyo que debía cruzar estaba desbordado, haciéndole

imposible cruzarlo. Terminó el año con una hermosa fiesta

de fin de curso a la que asistieron numerosos padres y

vecinos quedando el dulce sabor del deber cumplido. Y

ahora vino una agradable sorpresa. El pastor Enrique

Westphal, presidente de la Asociación del Norte, la invitó a

asistir a una Asamblea de Maestros. Asistió y llegó a casa

pocos días antes de dar la bienvenida a su primogénita,

Ofelia.

“Como ahora le era imposible viajar a la casa de los

hermanos Hengen para seguir atendiendo la escuelita,

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levantaron un humilde saloncito de paredes de palo pique y

techo de paja, con piso de ladrillo en su propia casa. El

alumnado fue creciendo y resultó necesario atenderlo en

doble turno”.

Arie y Lelia tuvieron cuatro hijos a los que llamaron Ofelia

Raquel (Petty), Humberto Elías (Neco), Hilda Irene y Elba

Gladis. Con ellos habrían de llegar los hijos políticos Omar

Quintana, Alicia Hein, Julio Ruiz y Néstor Bachot, y los

trece nietos.

Casi sin darse cuenta los años pasaron. La maestra de campo

fue una bendición para muchas familias que le confiaron sus

hijos para que les brindara una educación cristiana. Muchos

de ellos se transformaron con el tiempo en misioneros,

profesionales y personas de bien. Después de más de 30

años en la docencia, Lelia se retiró y emigró con su familia a

Entre Ríos, para completar la educación de sus propios hijos.

No te olvidarán

En mis días de estudiante en el Colegio Adventista del Plata,

recuerdo la emoción con que Lelia evocaba el homenaje que

sus ex alumnos de Bella Vista le habían hecho. En su casa

de Libertador San Martín pasé momentos agradables junto a

su esposo y a su hija menor. Petty me abría su casa y me

prestaba su piano para que no olvidara las lecciones

aprendidas en el secundario. Lelia servía entonces en el

departamento de Dorcas de la Iglesia Central y más de una

vez me auxilió con alguna prenda de vestir para enfrentar

mejor el clima y las exigencias estudiantiles. En el altillo de

su casa solían quedar mis cajas durante los veranos en que

me alejaba para colportar en alguna provincia del norte. A

veces me sentaba con ella a la hora del sermón, y al tiempo

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de la oración por las ofrendas, sentía en mi mano un billetito

que me permitía ofrendar en ese día de adoración.

Lelia enfrentó los años de su edad madura con valentía y

resignación cristiana; radicada en Misiones, acompañada por

sus hijos y nietos. En 1993 despidió a Arie, compañero

bondadoso de toda su vida, y con un “Jehová dio y Jehová

quitó” aceptó la pérdida de su hijo Neco.

Los miembros de su familia, sus hermanos y alumnos,

podrían enumerar otras tantas cosas como homenaje a la

maestra de campo que nos dejó a los 97 años. Bastan las

palabras de la voz celestial que dice: “Sí –dice el Espíritu-

ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los

acompañan” (Apocalipsis 14:13).

La cartilla preparada para su funeral el 17 de agosto de 2008

da cuenta de sus versículos bíblicos preferidos: el Salmo 42,

el 91, el 34:7 e Isaías 25:9. También enumera sus himnos

preferidos: “Cuando venga Jesucristo”, “En el seno de mi

alma”, “Un hombre llegose de noche a Jesús”, “Cuando

suene la trompeta” y “Nos veremos junto al río”.

Vale la pena recordarlo

(Informe presentado por el pastor José Tabuenca, presidente de la Unión Austral de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la sección “Sucedió en Sudamérica” de La revista adventista, julio 1977, págs. 14-15).

“El domingo 16 de enero la Colonia Progreso, de Bella

Vista, Corrientes, rendía homenaje a una educadora

adventista. Centenares de vecinos, antiguos pobladores,

hijos y nietos de los mismos, anhelaban rendir un tributo de

afecto y emocionado recuerdo a la Sra. Lelia Cayrus de

Lavooy, quien durante 25 años, en un plan de sostén propio,

realizó una labor educativa de primer orden en bien de más

de un millar de discípulos.

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“Fueron precisamente sus ex alumnos los que quisieron tener

el honor de decirle a su querida y recordada maestra cuánto

la amaban, ahora cuando los años de la niñez habían pasado

y cuando, hombres y mujeres maduros, y padres en su

mayoría, pueden valorar mucho más profundamente lo que

significó para todos ellos esa admirable mujer cristiana. Sus

alumnos de ayer son hoy prósperos agricultores,

comerciantes, industriales y profesionales. Esa multitud de

alumnos conserva como en un sagrario de su alma las

enseñanzas que doña Lelia extraía de su Biblia y que tan

tiernamente practicaba.

“A pesar de la lluvia, que se aproximaría a los 80 mm., al

mediodía casi quinientos comensales nos reuníamos en un

amplio galpón en medio del campo, y cuando la lluvia

amainó, por pedido de los discípulos recorrimos descalzos

los 600 metros que nos separaban de la vieja escuelita. Al

pie del mástil, con la bandera de la patria al tope, los

antiguos discípulos formaron filas, una de los ‘chicos’, la

otra de las ‘niñas’, y respondían con emoción: ‘Presente,

señora Lelia’. Muchos estaban impedidos de hacerlo por las

lágrimas y la voz ahogada.

“Junto a doña Lelia estaba su fiel y noble esposo, sus hijos y

nietecitos, familiares y otros que desafiaban la lluvia, el

obstáculo tantas veces superado en los días escolares que

volvía a ser vencido en ese día de añoranzas.

“En las vidas útiles y abnegadas de sus discípulos se advertía

el resultado de la siembra que nuestra respetada y querida

hermana realizó con tanto amor. Cuando nos despedíamos y

se invitó a los presentes a continuar en ‘la escuela del más

allá’ los cursos celestiales, todos nos dimos la mano en un

amplísimo círculo. Los pastores Néstor y René Sand,

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discípulos de doña Lelia y una familia de más de treinta

obreros en la causa de Dios, tuvieron inolvidables palabras

recordativas y una ex alumna, hoy profesora en ciencias de la

educación, pronunció un sentido mensaje del cual citaremos

algunos fragmentos:

‘Nunca asumí una responsabilidad similar con tanta

emoción, con tanta alegría, y a la vez con cierto temor.

Emoción, por el reencuentro con tantos seres queridos.

Alegría, por representar a mis compañeros en una misión

tan sentida, tan justa y anhelada como es la de poder

agradecer personal y públicamente a la Sra. Lelia Cayrus de

Lavooy, nuestra grande, querida, y siempre muy bien

recordada maestra, todo lo que hizo por esta comunidad y

por cada uno de nosotros. Temor, de no poder expresar en

palabras el sentir de cada uno de sus ex alumnos [...] En

estos días de entusiastas preparativos, de felices

reencuentros, de ansiosa espera y de gratos recuerdos, se

exteriorizaron sentimientos comunes muy sentidos, muy

sólidos, muy profundos: reconocimiento, afecto, gratitud;

sentimientos todos que surgen de un amor maduro, de ese

amor que usted, Sra. Lelia, ha hecho que germinara y

creciera en nuestras almas con sus sabias y profundas

enseñanzas. Su sólida formación cristiana hizo que

floreciera en usted la vocación de predicar el Evangelio en

una de sus formas más felices: la docencia; y esa profunda

vocación la ha dotado de una sabia intuición para

armonizar aspectos prácticos con conocimientos

intelectuales y poner éstos al servicio de los valores

morales [...]

‘Usted era el alma que infundía, despertaba, desarrollaba

y expandía la luz de Cristo, inculcándonos amor a Dios, a

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la naturaleza, a la familia, al prójimo, al débil, a la patria, a

sus símbolos y al estudio, al pulir nuestros toscos carbones

en un codiciado sueño de convertirnos en diamantes [...]

¿Recuerdan cómo nos instaba a cooperar y a tomar

iniciativa? Todos los días debíamos realizar una tarea sin

que nadie nos mandara. Al día siguiente, ¡cuánta dulzura

había en su pregunta individual y en secreto! ¿Qué hiciste

para ayudar a tu mamá? ¡Qué satisfacción sentíamos al

recibir su caricia de aprobación por la misión cumplida y

qué preocupación experimentábamos cuando afectuosa y

firmemente nos regañaba por el olvido! [...]

‘[Usted] enseñó sembrando amor a manos llenas, y ese

amor germinó y creció cual lozana planta, y hoy retorna

maduro, consciente, y se unifica para decir: ¡Gracias,

muchas gracias, señora Lelia, por el regalo de su presencia

tan querida!’

(Prof. Luisa Taglang de Masferrer)

Una vez más damos testimonio de los dividendos

extraordinarios de la educación cristiana. Entidades privadas

y oficiales se asociaron al acto y tributaron su emocionado

homenaje ofreciendo mensajes, pergaminos, placas y

sentidos discursos. Pero lo más importante es la obra de

siembra y también de cosecha para Cristo que doña Lelia

hizo en tantas vidas”.-

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

119

XI

Apenas pude despedirte

Imposible olvidar a Benoní, el primer pastor adventista de la

familia Cayrus. Desde mi niñez lo vi como el impulsor

espiritual de las reuniones familiares a orillas del Santana.

Supe de su gestión prominente para la concreción de un

sueño anhelado por la familia Cayrus: la construcción del

templo adventista del pueblo de Guichón. Hacía contactos y

escribía cartas con el propósito de reunir los fondos

necesarios. Llegó el momento en que Benoní participó de la

inauguración de la capilla en medio de una nutrida

concurrencia. Tengo presente ese momento significativo y

grato de mi adolescencia temprana.

Naturalmente, los proyectos que ayudó a desarrollar fueron

muchos e importantes para la iglesia. Lo que sigue, es

apenas una muestra de su dilatada trayectoria de servicio

pastoral en el territorio de la Unión Austral de los

Adventistas del Séptimo Día.

Benoní de visita

De aquellos años bendecidos como estudiante secundario en

el Instituto Juan Bautista Alberdi, en Leandro N. Alem,

Misiones, puedo hacer memoria de las esporádicas visitas del

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tío Benoní. Su presencia me resultaba llamativa, y sus

palabras de saludo y estímulo fueron importantes.

Era buen predicador. Sólido, profundo y de expresiones

ricas y amenas. Puedo recordar algunos de sus sermones;

aquel sobre la importancia de las cosas pequeñas o uno sobre

el Salmo 46. En el culto de consagración de un viernes de

noche, lo acompañé a la plataforma. Le preguntaron cuál

sería su tema y se limitó a decir que hablaría sobre el tema

más difícil. Efectivamente, habló de las pruebas, del

sufrimiento y de aquella inmortal declaración de Pablo de

que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a

bien” (Romanos 8:28). El ejemplo de Naamán, general de

ejército, varón grande, hombre valeroso, y sin embargo

leproso, a quien el Señor dio sanidad (2 Reyes 5), se me

grabó definitivamente.

Una de las disciplinas que procuró cultivar tenía que ver con

las comunicaciones y las relaciones públicas. Era un

estudioso de estos temas y un hombre de avanzada en la

utilización de los recursos que la tecnología aportaba para el

cumplimiento de la misión. Fue un fotógrafo incansable y un

coleccionista de imágenes, sonidos y curiosidades de todas

partes. Además Benoní realizó estudios avanzados en

escatología bíblica y aprendió el Apocalipsis de memoria.

Benoní supo alentar a sus sobrinos y sobrinos nietos que se

preparaban para trabajar en el ministerio y en otras ramas de

la misión evangelizadora. En alguna ocasión me entregó

varias carpetas de sermones del pastor Juan Plenc, que

habían permanecido en su poder. En otra oportunidad me

obsequió diapositivas de la Tierra Santa y de las escuelas

valdenses del Uruguay.

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He atesorado especialmente un documento que me confió

Benoní en el Colegio Adventista del Plata. Se trataba de una

carta que su padre Elías Cayrus había escrito a mi abuelo

David Plenc y a su hermano Juan en 1919, cuando ambos

estudiaban en esa misma institución. Me sentí admirado por

su prolija letra y sus conceptos tan nobles y cristianos para

con aquellos muchachos a quienes había atraído hacia el

adventismo en Colonia Miguelete.

Pasó el tiempo y de alguna manera los papeles se fueron

invirtiendo. Era yo quien me acercaba para saludarlo y

dialogar brevemente con él. Ahora me tocaba a mí predicar

en la Iglesia del Parque de Libertador San Martín y Benoní

estaba entre los oyentes. Ese sábado 28 de noviembre de

1998 almorzó en nuestra casa. Allí me enteré, azorado, del

fallecimiento de su hijo Jorge dos años atrás. No recuerdo si

volvimos a tener la oportunidad de conversar luego de este

encuentro.

Algunos años después estaba yo dirigiendo simultáneamente

semanas de oración en Olivos y en el Instituto Adventista de

Florida, Buenos Aires, cuando supe del fallecimiento de

Benoní, el 29 de octubre de 2003. Entre los varios turnos de

reuniones, apenas tuve un rato para concurrir a la sala

velatoria y saludar a su esposa Claudia. Ella sentía que

Benoní había cumplido con su obra y que otros más jóvenes

debían continuar con la tarea.

Algo más de su vida

Benoní Ismael Cayrus nació en Colonia Miguelete el 17 de

marzo de 1917. Su padre Juan Elías registró en su diario: “A

las seis de la mañana nace Benoní Ismael. Que Dios le

conceda vida y salud y haga de él un siervo suyo y un

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heredero de la vida eterna”. Cuando la familia emprendió su

viaje a Guichón, aquel lejano mes de mayo de 1919, Benoní

tenía dos años. Junto con Lito se ganó el privilegio de viajar

en la jardinera con los adultos y con sus hermanas. Sus

primeros recuerdos se relacionaron seguramente con los

afanes por establecerse en el lugar de la familia. Hubo

momentos buenos y de los otros.

Una de las hazañas imborrables de la niñez de Benoní fue

haber accionado la manija de la máquina de picar carne,

mientras Lito tenía un dedo adentro, haciéndole perder la

punta del índice de su mano derecha. Se cuenta en la familia

que Lito, sin llorar, le preguntaba en patuá: “Beno, ¿qué

hiciste?”.

Junto a Claudia Ernst, con quien se casó en Montevideo el 14

de febrero de 1945, formó la más pequeña de las doce

“tribus”. Tuvieron dos hijos, Marta y Jorge Eduardo. Marta

se dedicó a la medicina, con especialidad en pediatría, y se

casó con Miguel Zarra. Jorge se graduó como bioquímico en

la Universidad de Córdoba y se casó con Mirta Cítera. De

este matrimonio nació Héctor Eduardo, el único nieto de

Claudia y Benoní.

Durante muchos años Benoní orientó su trabajo al desarrollo

institucional y la mayordomía cristiana en favor de los tres

países que componían la Unión Austral (Argentina, Paraguay y

Uruguay), con sede en Buenos Aires. Su tarea y vocación lo

llevaron a viajar mucho. Visitó América del Norte, Europa y

Tierra Santa. Dio literalmente la vuelta al mundo y estuvo

en lugares tan exóticos como Honolulu, Tokio, Hong Kong,

Bangkok, Tailandia, Singapur e India. En una reunión de

familia recibió el título honorífico de “Magallanes-Elcano” y

otros lo llamaban jocosamente el “tío gitano”. También

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Claudia tuvo la oportunidad de visitar Alemania por algunos

meses.

Sus amplias relaciones se comentaban, recogiéndose

cuantiosas anécdotas. Estuvo en Roma en 1978 cuando Juan

Pablo I inició su pontificado y, nuevamente, 33 días después

para su funeral. Se dice que en una visita al presidente del

Paraguay concurrió elegantemente vestido, con una media al

revés y el talón hacia arriba.

El adiós a su madre

Benoní estuvo junto a la cama de su madre, con todos sus

hermanos, aquel 12 de enero de 1975, cuando se apagó la

vida de Constancia al cumplir los 97 años. Leyó un salmo.

Sin poder hablar, la anciana madre miró a todos mientras

Benoní decía los nombres de los presentes. Camino al

cementerio de Guichón, Benoní encabezó el cortejo fúnebre.

Lo acompañaba el pastor Juan Tabuenca.

Sería justo recordar aquí las sentidas palabras de Benoní en

el funeral de su madre: “Durante muchos años nos hemos

reunido como familia el 12 de enero para festejar el

De izq. a dcha. (sentadas): Alina, Alda, Inés, Constancia, Elena, Paulina y Margarita. (de pie): Benoni, Lito, Emilio, Pedro y Enrique. - Año 1950 -

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cumpleaños de nuestra madre. En estos últimos años, en

algún momento cuando se veía rodeada de sus hijos, decía:

“qué lindo sería morir en el día de mi cumpleaños”. Dios

cumplió su deseo y oyó su oración. El 12 de enero a las dos

de la tarde, estando todavía en plena conciencia le dijimos lo

siguiente: ‘Mamá, aquí están tus doce hijos’; después de ese

momento entró en un sueño y se fue lentamente [...], dejó de

respirar al salir el sol, ayer de mañana. Este momento de

dolor que sentimos como hijos, se entremezcla con gozo y

agradecimiento a Dios por habernos concedido durante años

a nuestra madre. Más de treinta y cinco años hemos tenido a

nuestra madre con nosotros, bastante más de lo que es

corriente que los hijos tengan a una madre, y frente al dolor

que nos embarga esta mañana, en nuestros corazones late la

gloriosa esperanza, la esperanza cristiana que nuestra madre

supo inculcar en nuestros corazones. No estamos aquí para

llorar desconsoladamente y sin esperanza la ausencia de

nuestra madre, sino solamente para decirle ‘hasta luego,

mamá’. Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras y dice lo

siguiente: ‘Y oí una voz del cielo que decía: Escribe:

Bienaventurado los muertos que de aquí en adelante mueren

en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos,

porque sus obras con ellos siguen’. Deseamos que la obra de

nuestra madre continúe. Así como fue capaz de unirnos

estando en vida, ojalá que esa obra de unión entre la familia

que ha quedado continúe [...] Que no perdamos esta reunión

de familia que [...] será el 12 de enero [...] o será el día del

cumpleaños de nuestro hermano mayor que, cuando

perdimos a nuestro padre, fue él que timoneó el hogar”.

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De cerca o de lejos

Es evidente la importancia que Benoní le daba a las

reuniones anuales de la familia. Por los registros se sabe que

en 1956 concurrió desde Montevideo; en cambio en 1964 se

trasladó desde el Paraguay. En el encuentro de 1970, al cual

concurrieron más de 70 familiares, se anotó que “Beno está

entusiasmado por encontrar un terreno en Guichón a fin de

levantar un templo”.

En 1973, el tío Beno asombró a los presentes grabando voces

y sonidos con una pequeña grabadora. La abuela Constancia

dejó grabada una poesía que aprendió en su juventud. En

1974, Benoní volvió a repetir las últimas palabras de su

padre dirigidas a sus hijos, a su esposa, y a su anciana madre,

el 10 de julio de 1923.

Benoní ya no pudo estar en la reunión del 26 de enero de

2004, pero sus familiares le rindieron un homenaje sentido,

en especial su yerno Miguel Zarra.

En las islas Malvinas

Benoní Cayrus fue el primer pastor adventista en visitar las

Islas Malvinas y realizar un bautismo bíblico. Este hecho

notable justifica una breve reseña de la relación entre el

adventismo y el archipiélago del Atlántico Sur.

La Enciclopedia adventista del séptimo día dedica algunos

párrafos a la presencia del adventismo en las Islas Malvinas

(Falkland Islands). De esta y otras fuentes extraemos algunas

informaciones de interés.lv

Las Malvinas constituyen un archipiélago formado por dos

islas grandes, llamadas Soledad y Gran Malvina, y un

centenar de islas pequeñas, situadas en el Atlántico Sur a

unos 600 km. de las costas patagónicas. El archipiélago

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ocupa un área de 12.170 km2 (260 por 140 km. de extensión) y

cuenta con una población de aproximadamente 2.200

habitantes de ascendencia mayormente británica, más unos

2.000 militares. Puerto Argentino (Port Stanley) concentra el

85 % de la población. En lo religioso predomina el

anglicanismo, aunque también hay católicos. Existe muy

poca agricultura, siendo importante la ganadería, en

particular la cría de ganado ovino.

Algunos dicen que las islas fueron descubiertas en 1520 por

Estevâo Gomes, un desertor de la expedición de Magallanes;

otros que fueron descubiertas en 1534 por el navegante

inglés John Davys. La primera colonización de las islas fue

hecha por los franceses en 1764. Marineros franceses de

Saint-Malo dieron a las islas el nombre de Malouines, cuya

denominación fue adoptada por los españoles, quienes se

referían a ellas como las Maluinas o Malvinas. Estuvieron

bajo el control de España desde 1775 hasta la independencia

de los países que formaban el Virreinato del Río de la Plata.

El gobierno argentino sobre las islas terminó en 1833,

cuando los británicos ocuparon las islas. Luego de la

expulsión de los argentinos, se abandonó el uso del español y

se impuso el inglés.

El primer adventista del séptimo día en trabajar en las islas

fue el colportor Clair A. Nowlin, en 1893.lvi Nowlin recorrió

el sur argentino, Punta Arenas (Chile), sobre el estrecho de

Magallanes y las Islas Malvinas. El colportor informó de un

“éxito excelente” en la venta de libros adventistas,

incluyendo El conflicto de los siglos de Elena G. de White.

Aparentemente ningún otro adventista del séptimo día visitó

las islas hasta 1933-1934, cuando llega Roy Chamberlayne,

un colportor inglés. Allí vendió libros grandes y pequeños, e

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informó en abril de 1934 desde Port Stanley que una señora

viuda mayor había comenzado a guardar el sábado.

Chamberlayne llegó a Trelew, provincia del Chubut, en

1930. Había abrazado el adventismo por la lectura de

publicaciones adquiridas en Tierra del Fuego a un estudiante

del Colegio Adventista de Chile. Se bautizó en Inglaterra y

regresó como colportor a la Patagonia argentina. Recorrió

Ushuaia, en Tierra del Fuego, y durante un año visitó a los

habitantes de las Islas Malvinas. Chamberlayne encontró

que en algunas casas había ejemplares del libro El conflicto

de los siglos vendidos por Nowlin cuatro décadas atrás. La

Unión Austral había votado enviar un colportor misionero a

las islas tan pronto como fuera posible y autorizó a W. F.

Miller, presidente de la Misión de Magallanes a visitar las

islas en 1930 y 1936, pero no hay registro de que cualquiera

de estas visitas se haya concretado.

En noviembre de 1974, Benoní Cayrus, director de los

departamentos de Relaciones Públicas y Mayordomía de la

Unión Austral, visitó las Islas Malvinas. Permaneció en ellas

nueve días y el sábado 16 de noviembre condujo el primer

bautismo: se unió a la iglesia Christopher R. Spall, hijo de

una enfermera misionera que trabajaba en África.lvii Spall,

de origen británico, vivía en Puerto Stanley desde hacía siete

años, donde tenía una lechería. Escribió el pastor Cayrus:

“Ayer, sábado 16 de noviembre de 1974, frente a una playa

solitaria, en las frías aguas del Atlántico fue bautizado el

Hno. Spall”.lviii Spall había quedado huérfano de padre en su

niñez. Su madre conoció la Iglesia Adventista, se unió a ella

y llegó a ser misionera en África. Cuando Christopher se

trasladó a las islas ya no practicaba el cristianismo. Su

trabajo en el tambo iba bien, pero él enfermó. Entonces

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comenzó a leer el Nuevo Testamento y sintió que Dios lo

llamaba otra vez. Su madre lo alentó en la distancia. Dios

comenzó a contestar sus oraciones. Con el deseo de obtener

publicaciones para compartir su fe escribió a la Asociación

General en los Estados Unidos. La Review and Herald

publicó su pedido y sus lectores comenzaron a enviarle

revistas y libros en cantidad suficiente para entregar a cada

habitante de las islas. Después de su conversión escribió a

La Voz de la Profecía en Inglaterra manifestando el deseo de

ser bautizado, y una vez realizado su bautismo grabó un

mensaje para el presidente de la Unión Austral, pastor José

Tabuenca: “Este es el momento más feliz de mi vida: vino el

pastor Cayrus y fui bautizado”. El primer pastor adventista

en visitar las islas concluyó su informe con estas palabras:

“Mañana, Dios mediante, regresaré a la Argentina. Doy

gracias al Señor porque, a pesar de todas las dificultades que

se interpusieron, se pudo hacer esta visita a las Islas

Malvinas, se celebró el bautismo del primer adventista del

lugar, y pude saber que el Hno. Spall distribuye regularmente

publicaciones en 140 hogares, y que hay interesados que

siguen las lecciones de la Escuela Radiopostal”.lix

Muchos argentinos desean que algún día se reconozca la

soberanía del país sobre el archipiélago. El Espíritu de Dios

podrá colocar en el corazón de algunos el deseo de trabajar

por la salvación de los isleños que no conocen la verdad para

este tiempo.

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XII

Tras los pasos de don Elías

Miguelete: un pueblo centenario

Hacía tiempo que quería conocer Miguelete. ¡Había

escuchado tantas veces hablar de ese lugar tan cercano a los

recuerdos de las familias Cayrus y Plenc! Ocurrió un bello

domingo de fines de mayo de 2009 en compañía de mi tía

Gladis Plenc Cayrus de Suárez y de mi primo Walter

Roberto Suárez Plenc. Manuel Suárez y Walter Plenc

quedaron de “caseros” en San José.

Previo paso por el cementerio establecido en los años 1960,

llegamos al pueblo de Miguelete, con su llamativo cuadro de

entrada que conmemora los 100 años de la localidad.lx Nos

dirigimos directamente el templo de la Iglesia Valdense y

sostuvimos un amable e informal diálogo con Ricardo

Collazo, pastor de esa congregación. Él nos orientó para

acercarnos con facilidad a casa de los familiares que

deseábamos visitar.

Sabíamos que el matrimonio de Pablo Plenc y María

Michelín había vivido en Miguelete décadas atrás y había

tenido cinco hijos: Juan, David, Pablo, Emilio y Margarita.

Por su parte, Emilio Plenc y Lina Rostagnol fueron los

padres de Delia, Heraldo, Ideth, Haroldo y Evelio.

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Fueron momentos de alegría y fraternidad los compartidos en

las casas de Delia y de Heraldo. Con este último visitamos

los campos aledaños que habían pertenecido a Juan Elías

Cayrus y a Pablo Plenc. Aquello de lo que había oído

muchas veces tomó forma y se proyectó en esas tierras

fértiles de la pradera uruguaya.

Miguelete sigue siendo un pueblo pequeño de 900 habitantes,

en el centro sur de la República Oriental del Uruguay. Sus

pobladores viven y trabajan en las doce mil hectáreas de

tierras que alguna vez pertenecieron a la estancia inglesa The

River Plate Company y que fueron rematadas el 28 de marzo

de 1909. Aquellos campos de pastoreo de miles de ovejas se

vendieron en su mayor parte a emprendedoras familias

valdenses y suizas que habrían de dedicarse principalmente a

la agricultura. El presidente uruguayo Claudio Williman

(1907-1911) aplicaba entonces una política de distribución

de la tierra para acotar el latifundio.

El libro del centenario de Miguelete, escrito por Adriana

Talmon y Ana Laura Bounous, conserva los apellidos de los

primeros compradores y de los residentes posteriores. Es

evidente que la influencia valdense estaba destinada a

Miguelete, calle principal

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perdurar a lo largo del tiempo, aunque existió una

convivencia pacífica con católicos y cristianos de otras

confesiones que se instalaron en la misma zona.

La comunidad rural disponía en sus inicios de muy pocas

comodidades. Las primeras viviendas se construyeron de

barro y paja. Había poca leña y las plantaciones eras

devoradas de tanto en tanto por las langostas. Hubo que

plantar árboles, cuidar del ganado y trabajar el suelo para

plantar maíz, trigo o lino. Había que recorrer las distancias

que los separaban de Ombúes de Lavalle o Cardona para

hacer las compras, hasta que surgieron los primeros

comercios de ramos generales. A los costados de la única

calle de tierra se fue formando el caserío que adquirió el

estatus de pueblo en 1942. Ya en las décadas de 1930 y

1940 se contaba con un pastor local y un médico permanente.

Los productos de la tierra se llevaban a las estaciones

cercanas del ferrocarril. Con el tiempo surgirían los tambos

y muchos otros emprendimientos.

Los pobladores de Miguelete buscaron el progreso y la

superación material, sin descuidar el cultivo del espíritu, la

sociabilidad y el sentido de identidad. Prueba de ello es el

aprecio que se tenía por la banda de música de don Pedro

Lausarot, por el coro que alguna vez dirigió don Juan Elías

Cayrus y por los momentos de recreación campestre, que

más de una vez contaron con el concurso de comunidades

vecinas. La actividad religiosa fue aglutinante para un buen

porcentaje de vecinos. La elegancia en el vestir se observaba

en las horas de culto y en las fiestas nacionales.

Es evidente que los habitantes de Miguelete cultivaron la

ayuda mutua, el cooperativismo y la acción organizada.

Surgieron sociedades rurales, clubes, comisiones culturales y

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deportivas, tanto como grupos juveniles. Un admirado

servicio en favor de las personas de la tercera edad es una de

sus características innegables. Estos intereses diversos

complementaban la preocupación de las familias por la

educación de sus hijos. En Miguelete hubo escuelas rurales

y un establecimiento urbano en plena actividad desde los

años 1910.

Miguelete es uno de esos pocos lugares que aún quedan en

donde todo es conocido y amado, donde se vive en respeto y

laboriosidad, con la íntima convicción de que todo debe

hacerse bien, porque en definitiva, todo debe realizarse para

honra del Señor.

Colonia Pintos Viana: el esfuerzo por permanecer

Guichón está a nueve días de camino en carros cargados

desde Miguelete, según el recuerdo de un lejano 1919 para la

familia Cayrus. Se encuentra en el centro-sur del

departamento Paysandú, donde la ruta 90 empalma con la

ruta 4. Todavía viven entre sus habitantes algunos

descendientes de los charrúas que escaparon al exterminio de

1831. El atractivo de las aguas saladas de las cercanas

Termas de Almirón se extiende cada vez más. Esas aguas

termales fueron descubiertas por la empresa ANCAP en

1958 en la estancia de Luis Alberto Almirón, a orillas del

arroyo Guayabos Chico. Ese bello lugar, a sólo cinco

kilómetros de Guichón, se transformó en un concurrido

balneario a partir de 1974.

El fundador Pedro Luis Guichón llegó a esa zona ganadera

en 1884. Era el tiempo cuando los viajes debían realizarse a

caballo, en carretas o diligencias. El ferrocarril que circulaba

entre Paso de los Toros y Paysandú pasó por los campos de

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Guichón en 1891. Entonces don Pedro Guichón levantó una

parada y un comercio. Las tierras se fraccionaron en 1903

para la conformación del pueblo y se estimuló la radicación

de familias que quisieran habitarlo. La pequeña población se

vio rodeada de chacras, como la Colonia Juncal. Guichón

adquirió la categoría de pueblo en 1907 y de ciudad en 1964.

La Colonia Diana se inició en 1922 con el estímulo de los

créditos ofrecidos por el Banco Hipotecario para el trabajo

agropecuario en las tierras que habían pertenecido a las

estancias Santa Isabel y Gloria. Se radicaron allí

mayormente colonos extranjeros. Se encuentra a unos diez

kilómetros al noroeste de Guichón y se conoce hoy como

Colonia Pintos Viana, un lugar donde se respira otro aire,

como dice un artículo publicado por el diario El telégrafo.lxi

La colonia Batlle y Ordóñez, sobre Ruta 4, no está lejos.

La comunidad actual de la Colonia Pintos Viana se compone

de unas doce familias según nos dijo Ivón Eber (Cacho)

Cayrus, quien tiene su casa en el lugar del antiguo casco de

la estancia Santa Isabel. Su escuela Nº 40 ha superado ya los

100 años de vida y cuenta actualmente con unos diez

alumnos, aunque llegó a tener sólo tres. Sus egresados

pueden continuar estudios en la Escuela Agraria ubicada en

la Colonia Juncal, sobre Ruta 90, o trasladarse a Guichón

para concurrir a la Escuela Técnica o al liceo. El nombre de

la colonia deriva de don Alfredo Pintos Viana, llegado desde

Soriano para adquirir dos grandes estancias. El

fraccionamiento posterior de esos campos permitió a unas 60

familias de agricultores radicarse en la zona. Como ocurrió

con Miguelete y tantos otros lugares, los primitivos ranchos

de terrón y paja fueron reemplazados por casas construidas

de materiales más sólidos.

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Dice el diario El telégrafo: “La mayoría de los pobladores

son adventistas y allí tienen su templo. La colonia se originó

con inmigrantes rusos. Pero algunos criollos procedentes de

Soriano, San José y Colonia también se mostraron atraídos

por el lugar. Entre los apellidos originarios se recuerdan a

los Kirichenko, Scrimny, Kosiak y los Cayrus”. Desde los

años 1990 muchas de esas tierras fueron absorbidas por

emprendimientos forestales y sus habitantes se han alejado.

Quienes permanecen son adultos o mayores que se niegan a

irse de su terruño y siguen cultivando sus tierras como hace

tanto tiempo o dedicándose al tambo y a la cría de gallinas

ponedoras, vacas y ovejas.

Colonia Pintos Viana tiene para los integrantes de la familia

Cayrus un sentido que trasciende largamente el interés por la

granja y los trabajos de campo. Allí vivieron por largos años

doña Constancia Davit de Cayrus y sus doce hijos. A ese

lugar volvían ellos para celebrar su cumpleaños. A ese

rincón de afecto y pertenencia, entre el campo y el monte

ribereño, junto al arroyo o al río, han vuelto tantos y tantos,

pasando tanto tiempo que su remembranza se pierde,

subsistiendo solamente aquello que perdura para siempre: el

amor, la gratitud y la esperanza.

De Miguelete a Guichón

La segunda visita al Uruguay del año 2009 se concretó el fin

de semana del 13 al 15 de noviembre. Me detuve en el

Instituto Adventista del Uruguay, visité a Alda Cayrus de

Geisse y luego me dirigí a Colonia Valdense y Nueva

Helvecia para conducir un seminario bíblico en los templos

adventistas de ambas localidades. El domingo fue un día

especial para mí, un día que en parte venía planificando

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135

desde hacía un tiempo. Lo cierto es que en ese día tuve la

oportunidad de seguir los pasos de don Juan Elías Cayrus y

los suyos.

En esa hermosa mañana recorrí en automóvil los 65

kilómetros que separan a Colonia Valdense de Miguelete,

siguiendo aproximadamente la ruta que don Elías recorrió en

1909. Minutos antes de las diez de la mañana me encontraba

en el antiguo templo valdense a fin de participar del culto,

presidido por el pastor Ricardo Collazo. Nos habíamos

escrito algunas veces desde mi primer contacto en mayo y

estaba al tanto de mi visita. Saludé a varios integrantes

antiguos de la congregación.

El culto duró

aproximadamente

una hora, en la que se siguió la liturgia habitual de la Iglesia

Evangélica Valdense. El pastor predicó un buen mensaje

acerca de las señales de la segunda venida de Cristo. Al final

me dio nuevamente la bienvenida y me ofreció la

oportunidad de dirigir la palabra a la congregación. Saludé a

los presentes, hice una reseña de la historia de las familias

Plenc y Cayrus y compartí mi alegría por encontrarme en

Templo Valdense de Miguelete

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136

Miguelete en el año de su centenario. Nos deseamos la

bendición del Señor y expresamos nuestro deseo de

mantenernos fieles al Señor, a su Palabra y en preparación

para encontrarnos pronto en el reino de Dios.

Luego decidí trasladarme a Guichón, tal como los Cayrus lo

habían hecho en 1919. Detuve el motor cruzando el puente

del río San Salvador, donde mi bisabuelo Elías Cayrus, mi

abuela Elena y su hermano Emilio se habían bautizado. No

me llevó más que unas pocas horas, en un viaje tranquilo y

solitario, recorrer los 300 kilómetros que a ellos les había

tomado nueve días. Sólo aparté algunos momentos para

saludar a familiares, pasar por el cementerio local donde

descansan don Elías, su madre, su esposa Constancia y varios

de sus descendientes, y regresar a mi lugar de residencia en

Libertador San Martín, Entre Ríos. Llevaba conmigo un

tesoro de información, el que amablemente me había sido

prestado: el diario de don Elías.

Atesoré en mi mente esos lugares y pensé en el tesón con que

don Elías avanzó en el camino que le abrió la Providencia.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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XIII

Los valdenses y el adventismo

Las visitas de Elena G. de White a los valles

En los años que Elena G. de White residió en Europa (1885-

1887), tuvo la oportunidad de visitar tres veces los valles del

Piamonte italiano. lxii La primera vez partió en tren desde

Basilea, Suiza, el 26 de noviembre de 1885; iba en compañía

de su nuera, María Kesley White, de Martha Bourdeau y del

pastor B. L. Whitney. La señora White se sintió subyugada

por la belleza de los Alpes.

Con respecto a este viaje hacia Turín y Torre Pellice ella

escribió: “Yo cumplía 58 años, y por cierto que el suceso

había de celebrarse de una manera y en un lugar con los

cuales poco había soñado. Parecía difícil darme cuenta que

estaba en Europa; que había presentado mi testimonio en

Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Noruega y Suecia, y que me

hallaba en camino a Italia”.

“Nuestro viaje por los Alpes tenía que atravesar el gran paso

de San Gotardo. Llegamos a Torre Pellice el viernes, cerca

de las nueve de la mañana, y nos dieron la bienvenida en el

hospitalario hogar del pastor A. C. Bourdeau. Al día

siguiente, sábado, hablé a los hermanos y hermanas en el

salón alquilado en que realizaban sus reuniones regulares los

sábados”.lxiii

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La presencia de los misioneros adventistas en el norte de

Italia venía desde hacía tiempo. M. B. Czechowski había

visitado Torre Pellice en 1864 y ganó a los primeros

adventistas de Europa: Juan David Geymet y Catalina Revel.

El pastor John N. Andrews visitó los valles valdenses en

1877. Entre 1884 y 1885 dieron conferencias

evangelizadoras en Torre Pellice los misioneros Daniel T.

Bourdeau y Alberto Vuilleumier, y dejaron organizada una

pequeña iglesia de dieciocho miembros. Al tiempo de la

visita de Elena G. de White y sus acompañantes, trabajaba en

Torre Pellice el pastor A. C. Bourdeau.

Este primer viaje se extendió por tres semanas. Predicó en

Torre Pellice en diez oportunidades y pudo visitar lugares de

interés en la historia del perseguido pueblo valdense. Al

respecto escribió: “Si sus voces pudieran escucharse, ¡qué

historia contarían las montañas eternas que rodean estos

valles, acerca de los sufrimientos del pueblo de Dios, debido

a su fe! ¡Qué historia de la visita de ángeles no reconocidos

por estos fugitivos cristianos! Una y otra vez los ángeles han

hablado con hombres, como un hombre habla con su amigo,

y los han guiado a lugares de seguridad. Repetidamente las

palabras animadoras de ángeles han renovado los espíritus

caídos de los fieles, y conducido sus mentes por encima de

las cumbres de las más elevadas montañas, haciéndoles

contemplar por la fe los mantos blancos, las coronas y las

palmas de victoria que los vencedores recibirán cuando

rodeen el gran trono blanco”.lxiv

El regreso se inició el 15 de diciembre y se hizo por Turín y

Ginebra, donde se encontraba Daniel T. Bourdeau y su

familia. Dos días más tarde, la comitiva continuó hacia

Basilea, pasando por el lago Ginebra y Lausana. Alejada de

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los valles, la señora White siguió escribiéndose con Daniel T.

y A. C. Bourdeau.

Fue este último quien pidió una nueva visita de Elena G. de

White en abril de 1886. Acompañada por su hijo W. C.

White y su esposa María, dejó su hogar en Basilea, pasó por

Milán y predicó por dos semanas a las pequeñas

congregaciones de creyentes de varias comunidades. A pesar

de la lluvia persistente, el primer viernes de noche y el

sábado se reunieron unos 20 adventistas en Torre Pellice. El

domingo ascendieron los ocho kilómetros de camino

montañoso hasta Villa Pellice donde los aguardaba un

auditorio repleto. A. C. Bourdeau tradujo la predicación al

francés y otros la traducían en voz baja al italiano. “El

mensaje del amor y la misericordia de Cristo penetró en el

auditorio, y la sierva del Señor notó que algunos de sus

oyentes lloraban”.lxv (¿Se encontraría acaso entre ellos Juan

Elías Cayrus y su familia paterna?).

El día lunes, aún bajo la lluvia, regresó el pastor Bourdeau

hasta Villa Pellice para predicar; y el martes Elena G. de

White predicó en San Juan. Las reuniones continuaron el

siguiente fin de semana, sin que se detuviera la lluvia. El

domingo, Elena G. de White, su hijo, su nuera y el pastor

Bourdeau, subieron la montaña hasta Bobbio donde se

encontraba la famosa cueva en la que muchos valdenses

murieron sofocados por el fuego y el humo en medio de las

persecuciones. Fue una ocasión propicia para la reflexión y

la oración.

En Villar Pellice celebraron una reunión al aire libre. “Para

ellos, el hecho de oír predicar a una mujer era algo

completamente nuevo debajo del sol, y sin embargo, después

que hablé por breves instantes, me prestaron la mayor

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atención. Prediqué ante 300 personas. Algunas estaban

sentadas sobre el muro que nos rodeaba y había otras en los

escalones que conducían al lugar de reuniones que estaba

arriba. La galería de arriba estaba repleta de gente. Para

todos, era un salón de reuniones muy original. El cielo nos

cubría como un dosel y la tierra –que pertenece al Señor-

estaba a nuestros pies”.lxvi

A principios de semana visitaron Angrogna, donde muchos

valdenses fueron obligados a saltar al precipicio en tiempos

de la persecución. El jueves 29 de abril partieron a Ginebra.

Elena G. de White había predicado siete veces durante su

segunda visita al Piamonte.

La tercera y última visita a los valles del Piamonte se inició

el miércoles 3 de noviembre de 1886 en compañía del pastor

Guillermo Ings y su esposa. Hicieron escala en Turín antes

de arribar a Torre Pellice. En esos días nació Mabel White

(luego casada con Workman), la segunda hija de W. C.

White y María Kesley White.

Al llegar a Torre Pellice, Elena G. de White presenció una

sorprendente lluvia de estrellas. Permaneció en los valles del

4 al 18 de noviembre, incluyendo en su visita Villar Pellice y

San Germán. El 20 de noviembre estaba de regreso en

Basilea, Suiza, pocos días antes de cumplir 59 años.

Las declaraciones

Elena G. de White se refirió muchas veces a los valdenses,

sobre todo en el capítulo titulado “Fieles portaantorchas” de

su libro El conflicto de los siglos.lxvii

La autora consideró a los valdenses como verdaderos

cristianos que fundaron sus creencias en la Palabra de Dios.

Los describe como humildes y esforzados campesinos,

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herederos de la fe de los apóstoles, que contaron con una

traducción propia de las Escrituras. Rechazaban el culto a

las imágenes y algunos de ellos guardaron el sábado como

día de reposo. Se mantuvieron fieles en medio de las

persecuciones medievales, encontrando en las montañas un

refugio contra la opresión. La piedad de los valdenses era

pura, sencilla y ferviente. Leían y memorizaban porciones

de la Biblia, y educaban a sus hijos en la austeridad, el

sacrificio y la prudencia. Se preocuparon por su preparación

intelectual y espiritual.

La Biblia era para ellos la única autoridad suprema e

infalible. Copiaban porciones de ella y las compartían

secretamente. Los pastores simulaban ser comerciantes o

artesanos y realizaban su obra entre los sinceros, mostrando

el camino de la salvación. Sus casas, campos y capillas

fueron muchas veces asolados, hasta que se resolvió su

exterminio por medio de una cruzada en la que muchos

fueron sacrificados.

Por la vivencia de Elena G. de White entre los valdenses y

por sus escritos, brevemente expuestos, se advierte la

inmensa consideración que la autora tenía hacia ese pueblo

que por siglos sostuvo su fe cristiana con indescriptibles

sacrificios. Se nota también su interés por la predicación de

la verdad para este tiempo, con este y todos los pueblos de la

tierra. Juan Elías Cayrus y su familia mostraron el perfil del

cristianismo práctico que los valdenses siempre habían

enseñado; exhibieron también la disposición a crecer en el

conocimiento de las grandes doctrinas de la Palabra de Dios

a medida que la luz del cielo brillaba sobre su camino.

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Inicios del adventismo en el Uruguay

Entre los adventistas del Uruguay todavía se recuerda el

nombre de Albert B. Stauffer. Este había llegado en 1891 al

puerto de Montevideo junto a los misioneros Elwin W.

Snyder y Clair A. Nowlin. Los tres pasaron pronto a Buenos

Aires para iniciar su tarea de distribución de publicaciones

entre los inmigrantes del Río de la Plata y todo el cono sur de

América. A. B. Stauffer regresó al año siguiente como un

verdadero pionero del adventismo en la República Oriental

del Uruguay. Inició su labor entre los colonos suizo-

alemanes de Colonia Suiza (Nueva Helvecia) y entre los

valdenses de la vecina Colonia Valdense. La semilla

sembrada con sacrificio por medio de la venta de

publicaciones dio frutos con la llegada del pastor Frank H.

Westphal.lxviii

Por medio de la lectura del diario Argentinische

Wochemblatt el pastor Westphal se había enterado que en

Nueva Helvecia se solicitaba un pastor protestante que

pudiera predicar en alemán. Hacia ese lugar se trasladó a

mediados de 1895 y dirigió reuniones religiosas. Continuó

con las predicaciones bíblicas por varias semanas en una

colonia de pobladores suizos, a pocos kilómetros de Nueva

Helvecia. Unos 35 interesados aceptaron el mensaje

adventista. Uno de sus conversos más conocidos fue Luis F.

Ernst, quien formó parte del grupo de los primeros 18

bautizados en Uruguay, integrando el núcleo fundacional de

la primera iglesia en el país, en agosto de 1897.

Los hermanos Luis y Julio Ernst escucharon al pastor F. H.

Westphal en casa de Carlos Gerber. Luis es recordado por

haber sido el primer alumno del Colegio Camarero, luego

Colegio Adventista del Plata, hoy Universidad Adventista

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del Plata. Julio fue el primer colportor del Uruguay. A

ambos se los recuerda también por haber sido los primeros

pastores del Uruguay y, particularmente a Julio, por ser el

primer delegado sudamericano que asistió a un congreso de

la Asociación General.

Un destacado misionero adventista que también trabajó en

Uruguay y ganó a unos pocos valdenses fue Jean

Vuilleumier. Hubo valdenses que había tenido contacto con

el adventismo en el Piamonte italiano por medio del

ministerio de Daniel T. Bourdeau y Augusto C. Bourdeau, e

incluso habían escuchado a Elena G. de White en alguna de

sus tres visitas a los valles valdenses. Al parecer este fue el

caso de Juan Rivoir y su esposa. Junto a su hijo Daniel se

trasladaron al Uruguay entre 1890 y 1891, siendo bautizados

por Jean Vuilleumier.

Otro notable converso fue Juan M. McCarthy, quien aceptó

el adventismo en Montevideo en 1892 por la lectura de un

libro vendido por E. W. Snyder. McCarthy viajó a los

Estados Unidos, estudió teología, fue ordenado pastor y llegó

a ser el primer presidente de la Misión Uruguaya. Le

siguieron John V. Maas, Franklyn L. Perry, August R.

Sherman, Carlos E. Krieghoff, Ner Soto, Pedro M. Brouchy,

Henry J. Westphal, Carl Becker, Niels Wensell, Juan Riffel,

entre otros.

Muchos han oído hablar del pastor F. L. Perry, quien dio

conferencias evangelizadoras en Montevideo en 1912 y

trabajó como director de la misión. Gracias a estos esfuerzos

pudo organizarse una iglesia en Montevideo. Más tarde se

compró una propiedad para la misión y para las reuniones.

En 1922 se edificó el primer templo adventista del Uruguay

en Nueva Helvecia, bajo la presidencia del pastor August R.

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Sherman, en un terreno donado por Luisa Ernst (hermana de

Luis y Julio Ernst). En 1935 se adquirió el predio que ocupa

la Iglesia Central de Montevideo.

El trabajo en el interior de Uruguay permitió el surgimiento

de iglesias en Rivera, Melo y tantos otros lugares. Por

decisión de las administraciones ecle-siásticas, la Misión

Uruguaya se transformó a fines de 2009 en la Unión de

Iglesias Adventistas del Uruguay.

Templo Adventista de Nueva Helvecia

Templo Adventista Central de Montevideo

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XIV

Elena G. de White y el pequeño Elías

por Robert G. Wearner

La semilla sembrada casi un siglo atrás en el

corazón de un niño valdense de nueve años rinde una

maravillosa cosecha.

-“Mi abuelo conoció a la Sra. White” –declaró la pequeña

Sofita Geisse, sentada en el primer asiento de mi clase de

Historia Denominacional en el Uruguay, donde trabajé

algunos años atrás. Yo sabía que Elena G. de White nunca

había visitado Sudamérica, y estaba seguro de que la familia

Geisse no había vivido en Norteamérica, como tampoco los

parientes de la mamá de la pequeña, la familia Cayrus. Mi

investigación se transformó en una emocionante historia que

tuvo sus comienzos en los valles valdenses del norte de Italia

hace casi un siglo.

Juan Pedro Cairus y su esposa, creyentes en la fe de los

valdenses, vivían en un valle alpino del norte de Italia

durante la segunda mitad del siglo XIX. En el año 1886

falleció su única hija. Como sólidos creyentes en la Biblia,

buscaron consuelo en las promesas de Dios. Precisamente en

ese período de profunda tristeza, la Sra. White hizo un viaje a

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los valles que se hicieron famosos por el heroísmo de

muchos miles que dieron sus vidas en defensa de la verdad

de la Biblia. Visitó la ciudad donde ellos residían, Torre

Pellice, y habló por intermedio de un traductor, Agustín

Cornelio Bourdeau. En parte por la curiosidad de oír hablar

en público a una mujer y en parte por el deseo de recibir algo

de consuelo en su tristeza, Juan y María asistieron a las

reuniones con sus hijos, David y Elías, de catorce y nueve

años de edad respectivamente.

Junto con muchos otros presentes, fueron impresionados por

los sencillos mensajes bíblicos de la pequeña mujer de

América. Sin embargo, los padres pronto detectaron que

algunos aspectos de sus enseñanzas eran diferentes de las

doctrinas de la Iglesia Valdense. Perdieron interés y

rehusaron participar de ninguna reunión más. Esta falta de

interés de parte de los padres no enfrió el entusiasmo de los

hijos, que continuaron asistiendo. Después que la Sra. White

y los que la acompañaban volvieron a Suiza, los dos chicos

continuaron sus estudios bíblicos con al pastor Bourdeau.

Estaban especialmente cautivados por las enseñanzas

adventistas relacionadas con el sábado y la naturaleza del

hombre.

Comenzó a desarrollarse una fuerte tensión entre padres e

hijos, cuando los jóvenes hermanos discutían con entusiasmo

los nuevos puntos de doctrina. Para sus mentes juveniles la

única manera como ellos podrían vivir en armonía con su

conciencia era escapar a Francia. Fijaron determinada fecha

para huir del hogar. Cuando llegó el día, una fuerte tormenta

de nieve cayó sobre las montañas y bloqueó los pasos por los

Alpes. Rápidamente abandonaron la idea. Al parecer Dios

tenía otros planes para ellos.

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Los años pasaron. El pastor se trasladó y los adolescentes

perdieron contacto con los adventistas. Cuando David y

Elías entraron en la juventud, su interés en la doctrina

adventista se había disipado como la nieve en los valles de

las montañas cuando calienta el sol primaveral.

Juan Pedro y María siempre habían tenido el deseo de que

sus hijos estudiaran para el ministerio de la Iglesia Valdense.

Aunque eran fieles en asistir a las reuniones de su iglesia, los

jóvenes nunca sintieron ningún llamado a predicar. Por un

tiempo vivieron en París, pero Elías no pudo olvidar a

Constancia, una joven de su ciudad natal de la que se había

enamorado. Pronto regresó a los valles, y se casó el 19 de

noviembre de 1898. Elías tenía veintiún años de edad y

Constancia tenía veinte. La vida parecía sonreírles.

La semilla sembrada germina

A medida que el siglo se acercaba a su final, la joven pareja

valdense recibía informes alentadores desde el Nuevo

Mundo. Miles de habitantes de los valles alpinos del norte

de Italia, incluyendo tíos, tías y primos, estaban emigrando a

las fértiles áreas agrícolas del Uruguay y la Argentina, en

Sudamérica. Las oleadas migratorias habían comenzado

unas cuatro décadas atrás. La tierra era asequible, el suelo

era fértil, las cosechas eran abundantes, la libertad religiosa

estaba asegurada, ¿qué más podían pedir? -“Oh, Constancia,

comencemos una vida nueva en el Nuevo Mundo”– dijo

Elías a su esposa. Cuando ella dio su consentimiento, se

pusieron a empacar sus pertenencias. Con muchas

esperanzas en su futuro, la joven pareja valdense con su

hijita, Elena, se embarcaron en el puerto italiano de Génova.

Arribaron a Montevideo, la capital del Uruguay, el 9 de

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octubre de 1900, y pronto encontraron a sus parientes. Elías

no perdió tiempo. En breve compró tierras para cultivar

cerca de las orillas del ancho Río de la Plata, el río que

separa al Uruguay de la Argentina. Su chacra estaba ubicada

en Colonia, donde vivían muchos de sus amigos valdenses.

En 1905, Elías y Constancia decidieron trasladarse unos

pocos kilómetros hasta Colonia Valdense, donde había una

gran iglesia y mucha actividad. Elías tomó parte activa en la

vida religiosa de la comunidad. Al observar la necesidad de

educación cristiana para los niños, se ofreció para enseñar en

una escuela organizada por la Iglesia Valdense local. Así

añadió a su trabajo como agricultor las actividades de un

maestro. Continuó enseñando por varios años hasta que el

sistema uruguayo de escuelas públicas absorbió a las

escuelas valdenses. Entonces, puesto que carecía de un

certificado de maestro, se dedicó otra vez de lleno a la

agricultura. Coincidentemente, Elías decidió modificar la

ortografía de su apellido. Dado que muchos de sus vecinos

llevaban el apellido Cairus, para evitar confusión comenzó a

escribir su apellido con una “y”. Desde entonces su apellido

fue Cayrus.

En 1909, la familia estaba preparada para trasladarse otra

vez. Compraron tierras en la parte septentrional de la región

de El Miguelete. Allí construyeron una casa humilde y

emprendieron el cultivo del fértil suelo.

Entretanto en la capital, Montevideo, ocurrieron importantes

acontecimientos que iban a afectar a la familia Cayrus. Un

valdense, de nombre Daniel Rivoir, de Barker, departamento

Colonia, visitó la gran ciudad justo cuando estallaba la

Primera Guerra Mundial en Europa, en 1914. El conocía

algo de la interpretación adventista de la profecía, porque

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149

había escuchado a un predicador laico llamado Juan Bonjour

hablar sobre el regreso de Jesús. Temeroso de que el tiempo

de gracia se hubiera acabado y no hubiese sido salvo, buscó a

algún adventista que pudiera explicarle el significado de las

profecías bíblicas. Los primeros que encontró fueron

Armando Hammerly y su esposa, enfermeros suizos que

atendían un dispensario en la ciudad.

-“Por favor, don Armando, ¿ha sido cerrada la puerta de la

gracia?”- imploró Daniel. El hermano Hammerly trató de

calmar sus temores con la seguridad de que Jesús estaba

todavía rogando por nosotros en el santuario celestial. Llevó

a Rivoir a la sede de la Misión Uruguaya, y después de

recibir instrucción adicional de parte de los dirigentes de la

Misión, el inquisidor de la verdad volvió al hogar mucho más

aliviado y bien provisto de ejemplares de la revista misionera

adventista El Atalaya (ahora conocida como Vida Feliz). Con

prontitud, se puso a distribuir estas revistas por todas partes.

Un día, Elías Cayrus hacía sus negocios en Colonia

Valdense, y se detuvo en un almacén cuyo propietario era el

señor Custer. Sobre el mostrador descubrió una revista El

Atalaya. Mientras esperaba ser atendido, tomó

distraídamente la revista y recorrió sus páginas. Le llamó la

atención un artículo acerca del séptimo día, el sábado. De

inmediato, su corazón comenzó a latir con más rapidez y su

mente retrocedió instantáneamente unas tres décadas, a su

antigua ciudad natal valdense de Italia y a las reuniones

realizadas por la pequeña mujer de América. Esta era una

revista con el mismo mensaje acerca de Jesús, su día de

descanso y su inminente regreso. –“Señor Custer, ¿de dónde

provino esta revista?” –preguntó Elías. El dueño del

almacén no pudo recordar quién la había dejado allí. “

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-Encontré algo interesante aquí, señor, ¿le importaría

si me llevo la revista a casa?”- El hombre se la dio con

gusto. Más tarde supo que Daniel Rivoir había dejado las

revistas en el almacén como parte de su trabajo misionero.

La semilla sembrada fructifica

De regreso a casa, el joven agricultor valdense leyó y releyó

el artículo acerca del sábado y estudió todos los textos

bíblicos que pudo encontrar en relación con el tema. La

verdad acerca del verdadero descanso de Dios inflamó su

corazón hasta que no pudo resistir más. El 18 de julio de

1915 [en realidad fue el 9 de julio de 1916, según consta en su

diario personal] después de regresar de la escuela dominical y

de disfrutar de un día tranquilo, reunió a su familia para el

culto vespertino como era habitual. Elías les habló de su

estudio sobre el sábado y de su determinación de santificarlo

de allí en adelante. Dejó en claro que no estaba imponiendo

su decisión a su familia. Cada miembro tendría que decidir

individualmente. Al siguiente sábado comenzó una escuela

sabática en su hogar, aunque nunca había asistido a una

reunión tal.

Durante los meses subsecuentes, Elías mantuvo

correspondencia con los dirigentes de la Misión Uruguaya.

El primero en contestar fue el presidente, Franklin Perry.

Después respondió James T. Thompson, y se intercambiaron

una cantidad de cartas. Finalmente, el pastor Thompson

viajó a El Miguelete para visitar a la familia Cayrus. Elías le

dio la bienvenida afectuosamente, pero cuando Constancia se

dio cuenta de que el visitante era un ministro adventista,

volvió su cabeza con disgusto. Ella no había aceptado la

verdad del sábado que su esposo había abrazado tan

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151

ardientemente. Después que el joven ministro se reunió con

la familia, Elías lo llevó a visitar a los vecinos que había

conseguido interesar en la doctrina adventista. Eran las

familias de David Salomón y José Cairus (el apellido es

similar pero no era pariente de Elías).

Thompson organizó formalmente esta escuela sabática el 15

de septiembre de 1917 [Según el diario de Elías Cayrus, quien

organizó la Escuela Sabática fue el pastor Hansen]. Pocos días

después, Elías Cayrus fue bautizado en las apacibles aguas

del río San Salvador [en realidad el bautismo se produjo en

septiembre del siguiente año]. Lo acompañaron su vecino

David Salomón y los dos hijos mayores de Elías, Elena y

Emilio, los únicos que tenían la edad suficiente para ser

bautizados en aquella oportunidad. Ofició el pastor Nicolás

Hansen. La sra. Cayrus no quiso acompañar a su esposo al

bautismo, pero no se opuso abiertamente a su decisión. Su

madre, que vivía con ellos, tampoco lo acompañó.

Puesto que se levantó una fuerte oposición de parte de sus

vecinos valdenses, Elías decidió trasladarse otra vez.

Después de buscar diligentemente, encontró tierras al norte,

en Guichón, departamento de Paysandú. Los rusos que

guardaban el sábado en aquella localidad –todos recios

agricultores-, los hicieron sentirse bienvenidos. Allí nació su

decimosegundo y último hijo en 1922.

Al año siguiente la tragedia golpeó a la familia Cayrus.

Algunos de los hijos mayores, comenzando por Elena, de 24

años, enfermaron gravemente. Se llamó a un médico, que

prescribió medicinas y tratamientos. Los padres trabajaron

noche y día para salvar las vidas de sus hijos. Muchas

oraciones fervientes ascendieron al cielo, y la crisis pasó.

Desafortunadamente, el padre de la familia también enfermó.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

152

La preocupación por la salud de sus hijos, el arduo programa

de trabajo, y muchas noches de poco dormir, habían dejado a

Elías sin defensas. No respondió al tratamiento. Cuando

percibió que su vida se desvanecía, reunió a sus doce hijos, a

su esposa y a su anciana madre alrededor de la cama y les

urgió a ser fieles. El 14 de julio de 1923, Elías pasó al

descanso a la prematura edad de 46 años, ocho años después

del día cuando guardó su primer sábado en El Miguelete.

Constancia, su viuda, quedó con la enorme tarea de criar a la

numerosa familia. Los mayores ya eran mozos, y la

apoyaron de todas las formas posibles. Ella comenzó a

estudiar y a orar fervientemente. Por fin, Constancia no

pudo resistir más la convicción del Espíritu Santo. Diez

meses después de la muerte de su esposo, el día que habría

sido su cuadragésimo séptimo cumpleaños, se entregó al

Señor por medio del bautismo. Fue el día 10 de mayo de

1924, un día frío en el Uruguay, cuando los vientos

invernales estaban comenzando a soplar. Fue un gran día

para la familia Cayrus, puesto que cuatro chicos más fueron

bautizados. Para culminar, la abuela María, madre de Elías,

de casi ochenta años, después de muchas décadas de

resistencia, se rindió por entero al Salvador y se unió a los

otros en el bautismo. Vivió hasta los 94 años. Dios le dio a

Constancia una vida aún más larga. Permaneció como una

fiel observadora del sábado hasta su muerte, a la edad de 97

años, en 1975.

Una maravillosa cosecha

¡Qué maravillosa cosecha ha resultado de la semilla

sembrada en el corazón de un niño valdense de nueve años

hace casi un siglo! Elena G. de White escribió en Historical

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

153

Sketches, pág. 249, acerca de las dificultades para alcanzar al

pueblo valdense. Parecían tan autosuficientes, tan cautelosos

con las doctrinas extrañas. “Sentimos confianza, sin

embargo, en que el Señor obrará otra vez por este pueblo, y

restaurará a los que acepten la luz a su pureza original y a la

fidelidad a su servicio (...) No es fácil trabajar en este

campo, ni es éste un lugar donde se verán resultados

inmediatos; pero hay aquí un pueblo honesto que a su debido

tiempo obedecerá (...) El antiguo campo de batalla será aún

el escenario de victorias que por ahora no se ven, y la

adopción de la verdad bíblica vindicará la fidelidad que sus

padres tuvieron en el pasado” (Véase, además Elena G. de White en

Europa, págs. 156, 157).

La familia Cayrus es sólo una de muchas familias valdenses

que ha aceptado la fe adventista en Sudamérica. La tomamos

como un ejemplo del cumplimiento de la profecía de la sra.

White que se refiere a “victorias”. Elena G. de White pudo

no haberse enterado de la presencia de Elías, un niño de

nueve años de edad que bebió sus palabras en 1886 en una

pequeña aldea valdense. Ciertamente nadie pudo haber

soñado los resultados. En marzo de 1980, había 260

descendientes vivos de Elías y Constancia Cayrus, la

mayoría de los cuales están radicados en el Uruguay y en la

Argentina. Todos son adventistas con excepción de cinco, y

ellos también viven de acuerdo con los principios cristianos.

De este número, 51 han dedicado sus vidas al servicio directo

en lo que llamamos la “obra organizada”. Los doce de la

primera generación aún viven con buena salud. Aunque

están jubilados, todavía permanecen activos en los asuntos de

la iglesia. Diez siguieron el ejemplo de su padre en el cultivo

de la tierra. De los dos obreros denominacionales, Benoní

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

154

entregó una vida de servicio como pastor, presidente de

Asociación y dirigente departamental de Unión, mientras que

Alda fue maestra de escuela de iglesia. Dado que todos los

hijos de Elías creían en la educación cristiana, la segunda

generación produjo muchos obreros más para la viña del

Señor. Mencionaré sólo algunos que fueron mis alumnos

durante los años que enseñé en el Instituto Adventista del

Uruguay (1955-1965). Eduardo se ha desempeñado como un

sólido presidente de Misión en el Perú, Bolivia y el

Paraguay; Hugo es tesorero de una Misión en el Brasil;

Marta es médica especializada en pediatría en la Argentina;

Alberto es anestesista; Haroldo es gerente financiero de un

hospital de Misión; Emilio trabaja en la chacra de un colegio;

Juan está empleado en una fábrica de alimentos saludables;

Isabel es maestra de una escuela de iglesia; y la lista podría

continuar. ¿Qué sucedió con la pequeña Sofita (Sofía

Constancia Geisse de De Emilio), aquella menuda señorita

sentada en el primer asiento de mi clase de Historia

Denominacional hace más de dos décadas, que me inició en

esta investigación? Sirvió como secretaria en una

Asociación por varios años, pero ahora trabaja como madre

todo el tiempo, criando a sus tres pequeñas hijas para el

servicio del Maestro.

Pienso que tanto Elena G. de White como Elías Cayrus se

alegrarán por los frutos producidos en una familia gracias a

la semilla sembrada con lágrimas tantos años atrás”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

155

XIV

Elena G. de White y el pequeño Elías

por Robert G. Wearner

La semilla sembrada casi un siglo atrás en el

corazón de un niño valdense de nueve años rinde una

maravillosa cosecha.

-“Mi abuelo conoció a la Sra. White” –declaró la pequeña

Sofita Geisse, sentada en el primer asiento de mi clase de

Historia Denominacional en el Uruguay, donde trabajé

algunos años atrás. Yo sabía que Elena G. de White nunca

había visitado Sudamérica, y estaba seguro de que la familia

Geisse no había vivido en Norteamérica, como tampoco los

parientes de la mamá de la pequeña, la familia Cayrus. Mi

investigación se transformó en una emocionante historia que

tuvo sus comienzos en los valles valdenses del norte de Italia

hace casi un siglo.

Juan Pedro Cairus y su esposa, creyentes en la fe de los

valdenses, vivían en un valle alpino del norte de Italia

durante la segunda mitad del siglo XIX. En el año 1886

falleció su única hija. Como sólidos creyentes en la Biblia,

buscaron consuelo en las promesas de Dios. Precisamente en

ese período de profunda tristeza, la Sra. White hizo un viaje a

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

156

los valles que se hicieron famosos por el heroísmo de

muchos miles que dieron sus vidas en defensa de la verdad

de la Biblia. Visitó la ciudad donde ellos residían, Torre

Pellice, y habló por intermedio de un traductor, Agustín

Cornelio Bourdeau. En parte por la curiosidad de oír hablar

en público a una mujer y en parte por el deseo de recibir algo

de consuelo en su tristeza, Juan y María asistieron a las

reuniones con sus hijos, David y Elías, de catorce y nueve

años de edad respectivamente.

Junto con muchos otros presentes, fueron impresionados por

los sencillos mensajes bíblicos de la pequeña mujer de

América. Sin embargo, los padres pronto detectaron que

algunos aspectos de sus enseñanzas eran diferentes de las

doctrinas de la Iglesia Valdense. Perdieron interés y

rehusaron participar de ninguna reunión más. Esta falta de

interés de parte de los padres no enfrió el entusiasmo de los

hijos, que continuaron asistiendo. Después que la Sra. White

y los que la acompañaban volvieron a Suiza, los dos chicos

continuaron sus estudios bíblicos con al pastor Bourdeau.

Estaban especialmente cautivados por las enseñanzas

adventistas relacionadas con el sábado y la naturaleza del

hombre.

Comenzó a desarrollarse una fuerte tensión entre padres e

hijos, cuando los jóvenes hermanos discutían con entusiasmo

los nuevos puntos de doctrina. Para sus mentes juveniles la

única manera como ellos podrían vivir en armonía con su

conciencia era escapar a Francia. Fijaron determinada fecha

para huir del hogar. Cuando llegó el día, una fuerte tormenta

de nieve cayó sobre las montañas y bloqueó los pasos por los

Alpes. Rápidamente abandonaron la idea. Al parecer Dios

tenía otros planes para ellos.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

157

Los años pasaron. El pastor se trasladó y los adolescentes

perdieron contacto con los adventistas. Cuando David y

Elías entraron en la juventud, su interés en la doctrina

adventista se había disipado como la nieve en los valles de

las montañas cuando calienta el sol primaveral.

Juan Pedro y María siempre habían tenido el deseo de que

sus hijos estudiaran para el ministerio de la Iglesia Valdense.

Aunque eran fieles en asistir a las reuniones de su iglesia, los

jóvenes nunca sintieron ningún llamado a predicar. Por un

tiempo vivieron en París, pero Elías no pudo olvidar a

Constancia, una joven de su ciudad natal de la que se había

enamorado. Pronto regresó a los valles, y se casó el 19 de

noviembre de 1898. Elías tenía veintiún años de edad y

Constancia tenía veinte. La vida parecía sonreírles.

La semilla sembrada germina

A medida que el siglo se acercaba a su final, la joven pareja

valdense recibía informes alentadores desde el Nuevo

Mundo. Miles de habitantes de los valles alpinos del norte

de Italia, incluyendo tíos, tías y primos, estaban emigrando a

las fértiles áreas agrícolas del Uruguay y la Argentina, en

Sudamérica. Las oleadas migratorias habían comenzado

unas cuatro décadas atrás. La tierra era asequible, el suelo

era fértil, las cosechas eran abundantes, la libertad religiosa

estaba asegurada, ¿qué más podían pedir? -“Oh, Constancia,

comencemos una vida nueva en el Nuevo Mundo”– dijo

Elías a su esposa. Cuando ella dio su consentimiento, se

pusieron a empacar sus pertenencias. Con muchas

esperanzas en su futuro, la joven pareja valdense con su

hijita, Elena, se embarcaron en el puerto italiano de Génova.

Arribaron a Montevideo, la capital del Uruguay, el 9 de

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158

octubre de 1900, y pronto encontraron a sus parientes. Elías

no perdió tiempo. En breve compró tierras para cultivar

cerca de las orillas del ancho Río de la Plata, el río que

separa al Uruguay de la Argentina. Su chacra estaba ubicada

en Colonia, donde vivían muchos de sus amigos valdenses.

En 1905, Elías y Constancia decidieron trasladarse unos

pocos kilómetros hasta Colonia Valdense, donde había una

gran iglesia y mucha actividad. Elías tomó parte activa en la

vida religiosa de la comunidad. Al observar la necesidad de

educación cristiana para los niños, se ofreció para enseñar en

una escuela organizada por la Iglesia Valdense local. Así

añadió a su trabajo como agricultor las actividades de un

maestro. Continuó enseñando por varios años hasta que el

sistema uruguayo de escuelas públicas absorbió a las

escuelas valdenses. Entonces, puesto que carecía de un

certificado de maestro, se dedicó otra vez de lleno a la

agricultura. Coincidentemente, Elías decidió modificar la

ortografía de su apellido. Dado que muchos de sus vecinos

llevaban el apellido Cairus, para evitar confusión comenzó a

escribir su apellido con una “y”. Desde entonces su apellido

fue Cayrus.

En 1909, la familia estaba preparada para trasladarse otra

vez. Compraron tierras en la parte septentrional de la región

de El Miguelete. Allí construyeron una casa humilde y

emprendieron el cultivo del fértil suelo.

Entretanto en la capital, Montevideo, ocurrieron importantes

acontecimientos que iban a afectar a la familia Cayrus. Un

valdense, de nombre Daniel Rivoir, de Barker, departamento

Colonia, visitó la gran ciudad justo cuando estallaba la

Primera Guerra Mundial en Europa, en 1914. El conocía

algo de la interpretación adventista de la profecía, porque

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159

había escuchado a un predicador laico llamado Juan Bonjour

hablar sobre el regreso de Jesús. Temeroso de que el tiempo

de gracia se hubiera acabado y no hubiese sido salvo, buscó a

algún adventista que pudiera explicarle el significado de las

profecías bíblicas. Los primeros que encontró fueron

Armando Hammerly y su esposa, enfermeros suizos que

atendían un dispensario en la ciudad.

-“Por favor, don Armando, ¿ha sido cerrada la puerta de la

gracia?”- imploró Daniel. El hermano Hammerly trató de

calmar sus temores con la seguridad de que Jesús estaba

todavía rogando por nosotros en el santuario celestial. Llevó

a Rivoir a la sede de la Misión Uruguaya, y después de

recibir instrucción adicional de parte de los dirigentes de la

Misión, el inquisidor de la verdad volvió al hogar mucho más

aliviado y bien provisto de ejemplares de la revista misionera

adventista El Atalaya (ahora conocida como Vida Feliz). Con

prontitud, se puso a distribuir estas revistas por todas partes.

Un día, Elías Cayrus hacía sus negocios en Colonia

Valdense, y se detuvo en un almacén cuyo propietario era el

señor Custer. Sobre el mostrador descubrió una revista El

Atalaya. Mientras esperaba ser atendido, tomó

distraídamente la revista y recorrió sus páginas. Le llamó la

atención un artículo acerca del séptimo día, el sábado. De

inmediato, su corazón comenzó a latir con más rapidez y su

mente retrocedió instantáneamente unas tres décadas, a su

antigua ciudad natal valdense de Italia y a las reuniones

realizadas por la pequeña mujer de América. Esta era una

revista con el mismo mensaje acerca de Jesús, su día de

descanso y su inminente regreso. –“Señor Custer, ¿de dónde

provino esta revista?” –preguntó Elías. El dueño del

almacén no pudo recordar quién la había dejado allí. “

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160

-Encontré algo interesante aquí, señor, ¿le importaría

si me llevo la revista a casa?”- El hombre se la dio con

gusto. Más tarde supo que Daniel Rivoir había dejado las

revistas en el almacén como parte de su trabajo misionero.

La semilla sembrada fructifica

De regreso a casa, el joven agricultor valdense leyó y releyó

el artículo acerca del sábado y estudió todos los textos

bíblicos que pudo encontrar en relación con el tema. La

verdad acerca del verdadero descanso de Dios inflamó su

corazón hasta que no pudo resistir más. El 18 de julio de

1915 [en realidad fue el 9 de julio de 1916, según consta en su

diario personal] después de regresar de la escuela dominical y

de disfrutar de un día tranquilo, reunió a su familia para el

culto vespertino como era habitual. Elías les habló de su

estudio sobre el sábado y de su determinación de santificarlo

de allí en adelante. Dejó en claro que no estaba imponiendo

su decisión a su familia. Cada miembro tendría que decidir

individualmente. Al siguiente sábado comenzó una escuela

sabática en su hogar, aunque nunca había asistido a una

reunión tal.

Durante los meses subsecuentes, Elías mantuvo

correspondencia con los dirigentes de la Misión Uruguaya.

El primero en contestar fue el presidente, Franklin Perry.

Después respondió James T. Thompson, y se intercambiaron

una cantidad de cartas. Finalmente, el pastor Thompson

viajó a El Miguelete para visitar a la familia Cayrus. Elías le

dio la bienvenida afectuosamente, pero cuando Constancia se

dio cuenta de que el visitante era un ministro adventista,

volvió su cabeza con disgusto. Ella no había aceptado la

verdad del sábado que su esposo había abrazado tan

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161

ardientemente. Después que el joven ministro se reunió con

la familia, Elías lo llevó a visitar a los vecinos que había

conseguido interesar en la doctrina adventista. Eran las

familias de David Salomón y José Cairus (el apellido es

similar pero no era pariente de Elías).

Thompson organizó formalmente esta escuela sabática el 15

de septiembre de 1917 [Según el diario de Elías Cayrus, quien

organizó la Escuela Sabática fue el pastor Hansen]. Pocos días

después, Elías Cayrus fue bautizado en las apacibles aguas

del río San Salvador [en realidad el bautismo se produjo en

septiembre del siguiente año]. Lo acompañaron su vecino

David Salomón y los dos hijos mayores de Elías, Elena y

Emilio, los únicos que tenían la edad suficiente para ser

bautizados en aquella oportunidad. Ofició el pastor Nicolás

Hansen. La sra. Cayrus no quiso acompañar a su esposo al

bautismo, pero no se opuso abiertamente a su decisión. Su

madre, que vivía con ellos, tampoco lo acompañó.

Puesto que se levantó una fuerte oposición de parte de sus

vecinos valdenses, Elías decidió trasladarse otra vez.

Después de buscar diligentemente, encontró tierras al norte,

en Guichón, departamento de Paysandú. Los rusos que

guardaban el sábado en aquella localidad –todos recios

agricultores-, los hicieron sentirse bienvenidos. Allí nació su

decimosegundo y último hijo en 1922.

Al año siguiente la tragedia golpeó a la familia Cayrus.

Algunos de los hijos mayores, comenzando por Elena, de 24

años, enfermaron gravemente. Se llamó a un médico, que

prescribió medicinas y tratamientos. Los padres trabajaron

noche y día para salvar las vidas de sus hijos. Muchas

oraciones fervientes ascendieron al cielo, y la crisis pasó.

Desafortunadamente, el padre de la familia también enfermó.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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La preocupación por la salud de sus hijos, el arduo programa

de trabajo, y muchas noches de poco dormir, habían dejado a

Elías sin defensas. No respondió al tratamiento. Cuando

percibió que su vida se desvanecía, reunió a sus doce hijos, a

su esposa y a su anciana madre alrededor de la cama y les

urgió a ser fieles. El 14 de julio de 1923, Elías pasó al

descanso a la prematura edad de 46 años, ocho años después

del día cuando guardó su primer sábado en El Miguelete.

Constancia, su viuda, quedó con la enorme tarea de criar a la

numerosa familia. Los mayores ya eran mozos, y la

apoyaron de todas las formas posibles. Ella comenzó a

estudiar y a orar fervientemente. Por fin, Constancia no

pudo resistir más la convicción del Espíritu Santo. Diez

meses después de la muerte de su esposo, el día que habría

sido su cuadragésimo séptimo cumpleaños, se entregó al

Señor por medio del bautismo. Fue el día 10 de mayo de

1924, un día frío en el Uruguay, cuando los vientos

invernales estaban comenzando a soplar. Fue un gran día

para la familia Cayrus, puesto que cuatro chicos más fueron

bautizados. Para culminar, la abuela María, madre de Elías,

de casi ochenta años, después de muchas décadas de

resistencia, se rindió por entero al Salvador y se unió a los

otros en el bautismo. Vivió hasta los 94 años. Dios le dio a

Constancia una vida aún más larga. Permaneció como una

fiel observadora del sábado hasta su muerte, a la edad de 97

años, en 1975.

Una maravillosa cosecha

¡Qué maravillosa cosecha ha resultado de la semilla

sembrada en el corazón de un niño valdense de nueve años

hace casi un siglo! Elena G. de White escribió en Historical

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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Sketches, pág. 249, acerca de las dificultades para alcanzar al

pueblo valdense. Parecían tan autosuficientes, tan cautelosos

con las doctrinas extrañas. “Sentimos confianza, sin

embargo, en que el Señor obrará otra vez por este pueblo, y

restaurará a los que acepten la luz a su pureza original y a la

fidelidad a su servicio (...) No es fácil trabajar en este

campo, ni es éste un lugar donde se verán resultados

inmediatos; pero hay aquí un pueblo honesto que a su debido

tiempo obedecerá (...) El antiguo campo de batalla será aún

el escenario de victorias que por ahora no se ven, y la

adopción de la verdad bíblica vindicará la fidelidad que sus

padres tuvieron en el pasado” (Véase, además Elena G. de White en

Europa, págs. 156, 157).

La familia Cayrus es sólo una de muchas familias valdenses

que ha aceptado la fe adventista en Sudamérica. La tomamos

como un ejemplo del cumplimiento de la profecía de la sra.

White que se refiere a “victorias”. Elena G. de White pudo

no haberse enterado de la presencia de Elías, un niño de

nueve años de edad que bebió sus palabras en 1886 en una

pequeña aldea valdense. Ciertamente nadie pudo haber

soñado los resultados. En marzo de 1980, había 260

descendientes vivos de Elías y Constancia Cayrus, la

mayoría de los cuales están radicados en el Uruguay y en la

Argentina. Todos son adventistas con excepción de cinco, y

ellos también viven de acuerdo con los principios cristianos.

De este número, 51 han dedicado sus vidas al servicio directo

en lo que llamamos la “obra organizada”. Los doce de la

primera generación aún viven con buena salud. Aunque

están jubilados, todavía permanecen activos en los asuntos de

la iglesia. Diez siguieron el ejemplo de su padre en el cultivo

de la tierra. De los dos obreros denominacionales, Benoní

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

164

entregó una vida de servicio como pastor, presidente de

Asociación y dirigente departamental de Unión, mientras que

Alda fue maestra de escuela de iglesia. Dado que todos los

hijos de Elías creían en la educación cristiana, la segunda

generación produjo muchos obreros más para la viña del

Señor. Mencionaré sólo algunos que fueron mis alumnos

durante los años que enseñé en el Instituto Adventista del

Uruguay (1955-1965). Eduardo se ha desempeñado como un

sólido presidente de Misión en el Perú, Bolivia y el

Paraguay; Hugo es tesorero de una Misión en el Brasil;

Marta es médica especializada en pediatría en la Argentina;

Alberto es anestesista; Haroldo es gerente financiero de un

hospital de Misión; Emilio trabaja en la chacra de un colegio;

Juan está empleado en una fábrica de alimentos saludables;

Isabel es maestra de una escuela de iglesia; y la lista podría

continuar. ¿Qué sucedió con la pequeña Sofita (Sofía

Constancia Geisse de De Emilio), aquella menuda señorita

sentada en el primer asiento de mi clase de Historia

Denominacional hace más de dos décadas, que me inició en

esta investigación? Sirvió como secretaria en una

Asociación por varios años, pero ahora trabaja como madre

todo el tiempo, criando a sus tres pequeñas hijas para el

servicio del Maestro.

Pienso que tanto Elena G. de White como Elías Cayrus se

alegrarán por los frutos producidos en una familia gracias a

la semilla sembrada con lágrimas tantos años atrás”.

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

165

XV

Una carta a sus hijos espirituales

(Trascripción de la carta escrita por puño y letra de Juan Elías Cayrus en el año 1919)

Estación Guichón, Agosto 3 de 1919

Señores Juan y David Plenc

Muy estimados hermanos en la fe:

Deciros el gozo que me causó su atenta de fecha 18 de julio

p.p., no lo puedo confiar al papel, no existen palabras para

expresarlo. El gozo más grande para mí, es saber que están

gozando en el Señor y resueltos de consagrar sus jóvenes

vidas y los talentos que Dios les concedió a la proclamación

del último mensaje de salvación que Dios, en su amor, envía

a esta humanidad perdida. Estoy agradecido a nuestro buen

Padre Celestial por las buenas noticias que he recibido de sus

padres como Él tocó sus corazones para dejaros libres de

obedecerle y servirle. No desmayéis hermanos, Dios oye las

oraciones. El que ha empezado la obra es fiel y poderoso

para llevarla a buen término. Creo en un avivamiento

sincero entre los valdenses, salvo error, la hermana White

habla de él en sus testimonios. Oremos para que entre

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

166

aquellos que sean salvos al gran día glorioso de su próxima

venida, se encuentren vuestros amados.

Tuvimos la grata visita del Hno. Idilio Brouchy que recién

salió del colegio o del sanatorio, y nos dio buenas noticias de

allá. Nos dijo que era muy amigo tuyo, David, y también nos

habló de tus planes y propósitos. Que Dios te conceda sus

más preciosos dones, para que puedas llevar a cabo tus

resoluciones y ser, en la viña del Señor, un obrero fiel y

celoso.

No tengo mucho que deciros de nuestra vida temporal aquí

en Guichón. El tiempo nos trató bastante mal, desde nuestra

llegada, ha llovido muchísimo. Empleamos un mes para

levantar un ranchito en donde pudiesen abrigarse los tres

muchachos que quedaron en el campo desde el principio.

Ahora el tiempo parece haberse arreglado, hemos podido

adelantar un poco más los trabajos de población, y Dios

mediante pensamos mudarnos al campo el 6 del corriente,

porque sabrán que vivimos en una casa que alquilamos en el

pueblo. También empezamos a romper tierra para maíz, es

una tierra bastante arenosa y liviana. No tengo mucha

relación aún con los guichoneros, lo que les puedo decir es

que por lo general son muy amantes del dinero y del juego.

No he podido o quizá sabido hacer mucho entre ellos, para el

Señor. Hemos esparcido algunos Atalaya y tratados y creo

que Dios nos abrirá aquí también una puerta.

He recibido buenas noticias del Miguelete, según carta del

Hno. David Salomón, parece que los buenos vecinos de allá

se amansaron mucho desde nuestra partida, reanudaron otra

vez con él las visitas.

No nos dejen mucho sin noticias, las experiencias personales

son de mucha bendición para los demás, y para mí será

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

167

siempre de un gran aliento saber algo de su vida espiritual.

Los he visto nacer en medio de dificultades y mi deseo y

oración es de verlos crecer y fortalecerse en la fe de nuestro

Señor Jesús.

Estimado Juan: he oído que antes de irte de la casa, has

prometido a tus padres de volver para la siega, si es así, no

faltes a tu promesa, el mandamiento dice: Honra a tu padre y

a tu madre [...] aun cuando tuvieras que perder algo, allí

podrás cumplir una buena obra permaneciendo fiel y

testificando de tu fe, Dios puede emplearte para la

conversión de los autores de tus días.

Toda mi familia se une a mí para saludaros con amor

cristiano.

Vuestro hermano en la fe

Elías J. Cayrus

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

168

XVI

Un puñado de recuerdos

Los Martigani Cayrus

Haroldo A. Martigani C.

Sean mis primeras palabras, al comenzar a escribir estas

líneas, de agradecimiento por pertenecer a esta gran familia

Cayrus Davit.

Tengo hoy la responsabilidad de expresar algunos

pensamientos relacionados a mi familia, Martigani Cayrus.

No sé si soy el más indicado, pero tanto Daniel como mis

hermanos así me lo han pedido.

Nuestra familia comenzó a formalizarse el 15 de octubre de

1941, cuando el joven Héctor (Tito) Martigani se unió en

matrimonio con la simpática señorita Inés Cayrus. El primer

lugar de residencia fue en el paraje Santana, muy cerca del

río Queguay, lugar donde los hermanos Martigani tenían una

extensa fracción de campo. No pasaron muchos años hasta

que Tito se independizó laboralmente y junto con su esposa

comenzaron a luchar para abrirse paso en la vida. Fueron

años duros y sacrificados. Época aquella en la que no había

energía eléctrica en las zonas rurales, el único medio de

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

169

transporte era el caballo y, además, una gran cantidad de

artículos del hogar que hoy tenemos para disfrutar de la vida,

no existían.

Una de las tareas que comenzaron a realizar era ordeñar unas

cuantas vacas, para luego descremar la leche y vender dicho

producto. Obviamente había que hacerlo a mano, pues no

existían las máquinas ordeñadoras. Recuerdo muy bien

cuando mis padres nos contaban que se levantaban a las

cuatro de la mañana teniendo solamente un farolito a

keroseno para alumbrar, y cuando en inviernos de frío o

lluvia y viento, debían salir al campo a buscar las vacas. Nos

contaban que fueron años de penurias económicas, pues las

langostas invadían el país y los campos quedaban sin los

pastos necesarios para los animales.

Para esa época la familia ya había comenzado a agrandarse:

Carlos había nacido en el año 1943 y yo en el 44. Cuenta mi

madre (y así lo atestigua lo escrito en el libro diario que ella

lleva, como siempre lo hicieron sus hermanos), como era

costumbre, que cierto día del mes de marzo del año 1945 se

levantaron muy temprano para ir a ordeñar las vacas. Los

niños quedaron en la casa junto con una chiquilina huérfana

de apenas diez años que mis padres habían llevado como

dama de compañía. Como era muy de madrugada, la cuna de

lona con el niño Haroldo de tan solo ocho meses de edad, fue

colocada en el dormitorio donde dormía la chiquilina. Junto

a la cuna quedó prendida, en el suelo, una lámpara a

keroseno. Por motivos que nunca se llegaron a determinar,

la lámpara se tumbó y la cuna comenzó a arder. La niña

desesperada levantó al niño de la cuna, lo puso sobre su

cama y corrió en busca de mi madre. A los pocos momentos

apagaron el fuego. No hay dudas de que los ángeles

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DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS

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intervinieron y el niño Haroldo salvó su vida o se libró de

graves quemaduras. Un verdadero milagro.

Tres años después, sucedió otro incidente que mi madre

cuenta de la siguiente manera: “Los campos habían quedado

sin pasturas pues las langostas estaban comiendo todo.

Buscando solución para los animales, Tito salió muy

temprano en la madrugada arreando el ganado hasta un lugar

distante a 25 kilómetros. El plan era regresar por la noche.

Yo quedé en casa, sola, con mis tres hijos: Carlos de 6 años,

Haroldo de 5 años y Mabel de 2 años. En aquella época no

había teléfono ni radio, los vecinos vivían lejos y estábamos

sin ningún medio de locomoción.

Era un 22 de octubre, un día primaveral. Los niños jugaban

en un montón de arena y, como todo niño, imitaban el trabajo

de los mayores. Hacían corrales y alambrados,

representando el ganado con semillas de paraíso o piedritas.

Cuando Tito partió para la tarea prevista, me dijo que dejaba

la puerta del galpón abierta para que se ventilara un poco.

Los niños no tuvieron mejor idea que entrar en el galpón y

comenzar a jugar allí. En cierto momento, Carlos, el mayor,

descubrió un frasquito de color llamativo. Se las ingenió

para bajarlo de donde estaba y sugirió, con la creatividad

traviesa de los niños, bañar a los animales con ese líquido de

color rojo. Resultó ser un veneno tan concentrado que debía

disolverse en 100 litros de agua; pero Carlos lo disolvió en

sólo cinco litros. Comenzaron el juego de bañar a los

animales, luego tiraban algunas espigas de maíz dentro del

balde y el agua les salpicaba la cara, dejándola de color rojo.

En cierto momento escuché que los niños reían y

comentaban cómo le había quedado la cara a su hermanita;

entonces los miré con más detalle y me di cuenta de lo que

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estaban haciendo en realidad [...] ¡me sentí aterrada! y vino a

mi mente el espantoso pensamiento: “ahora moriré junto con

mis tres hijos”. Fueron momentos de terrible angustia.

Clamaba: “¡Señor, sálvame!”. Me aferré a las promesas de

Jesús. De inmediato comencé a lavarlos, pero

inevitablemente los síntomas del veneno comenzaron a

manifestarse: vómitos, mareos, sueño, ojos irritados e

hinchados, etc. Carlos se recuperó pronto, pero Haroldo por

varias semanas continuó con un problema de estómago y de

irritación en la piel. Mabel se salvó ¡porque tenía el chupete

en la boca!, pero la piel de su carita y de sus manos comenzó

a salirse con facilidad y a las pocos días se le cayeron las

uñas. Esa noche, al llegar Tito, los tres dormían en la cama

grande. Todavía asustada, le conté lo que había sucedido

con los niños, pero estaba tan cansado que no comprendió el

peligro. Al día siguiente, Tito fue al galpón para ordenar el

desastre que habían hecho los niños. Juntó las espigas de

maíz y las tiró fuera para que los animales las comieran, pero

todos las rehusaban: ¡ellos sí reconocían el peligro!

Entonces comprendió ¡cuán grande es el poder de Dios que

salvó a su familia!”

Estos son sólo algunos de los milagros ocurridos en la

primera década de la familia Martigani. Podría mencionar

muchos otros, como aquella ocasión en que mi madre

regresaba de Guichón en sulky junto con sus tres hijos

pequeños, y el caballo se desbocó comenzando una carrera

desenfrenada [...] pero felizmente nada grave nos sucedió.

Los años pasaron, la familia fue agrandándose y llegaron los

nietos de Tito e Inés. También con ellos sucedieron

milagros. En 1985, Karoll, una de las hijas de mi hermano

Luis, comenzó a sufrir fuertes convulsiones. Un día muy frío

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de invierno tuvieron que llevarla desde “El Timbó”, Santana,

donde residían, hasta donde pudieran darle atención médica.

La pequeña iba en la parte de atrás del camión, desvanecida,

desnudita y con compresas de hielo. El Señor acompañó ese

viaje, permitiendo que luego de la atención médica se

repusiera sin consecuencias.

Otro gran milagro ocurrió el 17 de julio de 1986: Camila,

hija de Alicia y Nino, nació con “atresia de esófago” y tuvo

que ser llevada urgentemente a Montevideo para que le

realizaran una cirugía muy riesgosa. Gracias a Dios todo

resultó un éxito y hoy, con 23 años, goza de perfecta salud.

Cierto día del año 2007, mi hermano Carlos conducía la

cosechadora de un vecino. Sucedió que justo cuando pasaba

al borde de una cañada perdió el dominio de aquel enorme

vehículo debido a la rotura de la dirección. Presintiendo un

inminente vuelco, se tiró al piso. El golpe y la caída

provocaron que una de sus piernas quedara dislocada en la

rodilla, con todos los ligamentos rotos. Los compañeros que

estaban en la chacra notaron que la máquina se había

tumbado; corrieron hasta el lugar y encontraron a Carlos sin

poder movilizarse. El hijo del dueño de la cosechadora lo

trasladó al Sanatorio Adventista del Plata donde fue operado

con resultados muy buenos. Estoy seguro de que también en

este caso Dios y los ángeles intervinieron para que no

sucediera algo peor.

Sería muy largo el relato de tantos recuerdos y milagros

reales en la familia Martigani Cayrus, pero nos queda poco

espacio para expresarlos. Permítanme mencionar uno más,

pues lo viví en carne propia. En el año 2006, luego de un

chequeo médico rutinario, me detectaron hepatitis, por lo

cual ya había en el hígado muchas células inactivas. Un

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especialista me indicó un tratamiento muy severo que debía

realizar durante todo un año. Nuestro buen Dios intervino

una vez más, milagrosamente, y los controles realizados a

mitad del tratamiento revelaron que todo estaba sano sin

ninguna consecuencia. ¡Alabado sea Dios!

Hoy reitero nuevamente el agradecimiento a Dios por todo lo

que nos permitió vivir, gozar, disfrutar y poseer a través de

los años de vida. Mis dos hermanos varones quedaron

trabajando en el campo, aunque Carlos pudo cumplir sus

sueños de manejar camiones y ómnibus al trabajar un tiempo

en la fábrica de alimentos Frutigran, luego como chofer de

algunas empresas de ómnibus y aún hoy, ocasionalmente,

conduce vehículos de una agencia de turismo. Mis

hermanas, Mabel y Alicia, luego de casarse se radicaron en

Cardona y Fray Bentos respectivamente, donde residen en la

actualidad. Quien escribe estas líneas tomó otros rumbos:

primero me dediqué a estudiar una carrera y, por la gracia de

Dios, al graduarme en el año 1967, fui llamado para trabajar

en el Sanatorio Adventista Loma Linda en la provincia del

Chaco. Allí, junto con mi esposa, vivimos casi catorce años,

y allí también nacieron nuestras dos hijas. Luego nos

invitaron a trabajar en las oficinas de la Unión Austral de la

Iglesia Adventista del Séptimo Día en Buenos Aires, donde

estuvimos hasta el año 1992, año en que pasé a ocupar el

cargo de tesorero de la Misión Uruguaya. En 1997,

sorpresivamente, la División Sudamericana solicitó a este

servidor cubrir un cargo de auditor en los países de Perú,

Bolivia y Ecuador. Nos radicamos entonces en la ciudad de

Lima, Perú, y a fines del año 2002 retornamos a Argentina

para seguir trabajando en la misma actividad. En la

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actualidad, ya radicados en Libertador San Martín, Entre

Ríos, seguimos disfrutando de la vida, pero a partir del 2010,

de una manera más pasiva. Junto con mi esposa deseo

agradecer grandemente a Dios y a la Iglesia Adventista por

los 43 años de trabajo en la organización y las hermosas

oportunidades que hemos tenido. Pudimos conocer y

disfrutar bellos lugares en muchos países de Sudamérica y

también de Europa, Estados Unidos, Tailandia, Arabia

Saudita y otros.

Dios ha sido muy bondadoso con todos nosotros. Nos ha

cuidado, nos ha dado a cada hijo una familia hermosa,

permitió que mi padre viviera 96 años, que tres hermanos y

sus cónyuges ya estemos disfrutando de la jubilación, y que

mi madre, hoy con 87 años, goce de muy buena salud [...] ¡y

tantas bendiciones más!

Hoy continuamos confiados en que pronto veremos venir a

nuestro Señor Jesús para llevarnos a la Tierra Prometida y

reencontrarnos allá con todos los integrantes de la familia

Cayrus Davit que le hemos sido fieles.

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La ocasión más importante del año

Eduardo Araújo Cuchma

Estas líneas no son una pretensión de crónica ni de historia,

que debe hacerse estudiando documentos y recopilando

testimonios. Solamente se trata de volver a traer hasta el

presente lo que ya pasó, con el único auxilio de la propia

memoria, que pone al pasado en un video grabado con la

subjetividad de cómo éramos en aquel tiempo, a esa edad y

en aquel mundo.

La memoria de los viajes a Guichón en la década del 60 es

parte de mis mejores recuerdos de niño. Son tiempos que

pasaron, así como se fueron también la mayoría de los

protagonistas al silencio, aunque convencidos de que la

ausencia no sería para siempre.

Estos recuerdos, al decir de José Larralde, “no son una

tristeza ni una nostalgia, porque tristeza sería haberlo

olvidado; no son una nostalgia, porque gracias al recuerdo

puedo ser niño cuando quiero, con toda la vejez que llevo

encima”.

Aquello era, para un niño de nueve años, libertad y aventura,

sin escuela ni horarios. Para la abuela Alina era la ocasión

más importante del año, allá en el campo, en Soriano. La

preparación se hacía muy completa incluyendo abundantes

provisiones de sandías, zapallos, bolsas de papas, de choclos,

cordero y pollos asados, y un almacén completo para una

estadía de cuatro o cinco días.

Aquellos viajes no se hacían como ahora, devorando

distancias y pagando peajes. Los malos caminos no

permitían mucha velocidad, pero sí posibilitaban observar

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bien los paisajes y sus variantes de personas y cosas, más

interesantes que cualquier película o teleteatro.

No usábamos cintos de seguridad ni airbag, los niños y los

más jóvenes en general íbamos en la parte trasera de la

camioneta, a la intemperie, logrando que en los 150

kilómetros de carretera sin pavimentar que había después de

pasar Mercedes, quedáramos con una capa de tierra que

obligaba a detenerse en algún arroyo y zambullirse para

recobrar el color habitual de cada uno.

Todo el trayecto era de risas y jolgorio, sólo interrumpido

por el susto del paso del ómnibus de la empresa Onda,

monstruo plateado que como un tiburón devoraba a los

demás vehículos con el ronquido particular de su motor a la

velocidad aterradora de 100 kilómetros por hora; o también

el cruce del río Negro que desde la altura inquietante de su

puente ofrecía un espectáculo cautivante con sus montes y

cauce de agua, inmensos como el asombro que provocaba.

La misma sensación que en las playas de Montevideo o en el

río Uruguay en Paysandú. ¿De dónde sale tanta agua?

Había una canción folklórica de moda en aquel tiempo, de

Aníbal Sampayo, “El Uruguay no es un río, es un cielo azul

que viaja”, y realmente es así, cielo arriba y cielo abajo.

¿Por qué producen ese asombro que obliga a todos a

detenerse por un instante y mirar? Los grandes ríos, las

cataratas, el océano, todas las grandes masas de agua. A mí

me recuerdan siempre aquellas eternas palabras: “el que beba

del agua que yo le doy, nunca mas tendrá sed”.

Pedro y Estela habían estado en nuestra casa en Montevideo

para atenderse en el Hospital de Clínicas, y me llevaban al

parque de los Aliados (lugar con varios juegos infantiles),

¡paseo que me encantaba! Además, invitaron a mis padres a

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que, en un futuro viaje a Guichón, se quedaran en la casa de

ellos (en la colonia), y así se hizo. Esa vez fuimos unos

cuantos de la “tribu”, como en caravana.

Otras veces con los abuelos nos quedábamos en casa de los

Garbarino, en la colonia, donde vivía también la bisabuela

Constancia. La actividad principal de los niños siempre era

jugar libremente y al no existir la cultura del consumo por

estos lares, sin consolas Nintendo o terminales celulares de

última generación, había que recurrir a la imaginación que

podía proveer de cualquier cosa deseada al instante.

El libro de Eclesiastés dice que no es sabio preguntar por qué

los tiempos pasados fueron mejores que éstos. Parece que no

fueron mejores ni peores, sólo distintos.

En general la abuela Alina hacía el viaje bastante taciturna,

pero una vez que veía los cerros de Guayabo se ponía muy

locuaz; entusiasmada con los pagos de su juventud, recitaba

una poesía -aprendida en su escuela en ocasión de una fiesta

patria- que mencionaba a Guayabo. Era la preparación para

llegar a Guichón; como en los aviones cuando están por

aterrizar y la azafata recorre apresurada los pasillos dando

indicaciones de que te ates el cinturón y te prepares para el

descenso.

No se puede pensar en Guichón, en verano, sin escuchar las

chicharras todo el día con su música aumentado en

intensidad junto con el calor; un calor apabullante de sol

enceguecedor y el reverbero febril de los campos.

Después de la siesta se hacían las visitas: Emilio al lado del

pueblo, Enrique en la colonia, Lito por el Santana y después

los Martigani más lejos [...] y yendo de camino, ¡qué raro!,

había arena en el campo. Para mí la arena debía estar en la

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playa y la tierra en el campo, pero la realidad no siempre es

tan esquemática.

El abuelo visitaba también a los Kirichenko, y a mí me

parecía que por ahí nomás se terminaba el mapa.

En Guichón vivían los Barboza. Recuerdo a don Julio que

hablaba de su pueblo de tal forma que te hacía quererlo igual

que él. Decía: “París tiene el río Sena, Londres el Támesis y

Guichón la Cañada del zorro”.

El sábado se iba a la iglesia de la colonia. Me resultaba

curioso ver cómo se llenaba de gente estando en el medio del

campo. Pedro dirigía la Escuela Sabática, Enrique daba la

lección y Beno predicaba.

En aquel tiempo la reunión familiar se hacia el día del

cumpleaños de la bisabuela Constancia, el 12 de enero. Al

principio fue en el río Queguay y luego en el arroyo Santana,

sobre la ruta cuatro.

El río Queguay en el paso Andrés Pérez, y todo su entorno,

es un sitio privilegiado desde el punto de vista ecológico, no

con la espectacularidad de los sitios afamados, pero con un

encanto natural que puede disfrutar quien observe detalles y

escuche al río en silencio, o vea las estrellas en las noches tan

grandes que parecen estar al alcance de la mano. Hay poca

civilización por ahí; no cambió mucho a lo largo del tiempo

y da una buena idea del estado original de estos territorios,

como lo podían haber visto los indígenas.

En la mañana, a disfrutar de los juegos y del río, a pesar de

los miles de tábanos que te perseguían apenas te mojaras.

Luego el asado y postres, en la tarde, a jugar otra vez, a

recorrer el monte y luego se entregaban regalos a la

bisabuela y a cantar “Nos veremos junto al río” como

despedida. Otra vez el río. ¿Por qué nos veremos junto al

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río? Y yo pensaba: “tal vez por la sombra, si nos vemos en

lo alto de la cuchilla nos quemaría el sol [...]”. Pero te

quedaba la seguridad de volver a vernos todos, algún día.

Hay que despedirse de todos, algunos se van enseguida y

otros se quedan unos días más.

Al otro día el viaje de regreso. Había que salir temprano

para evitar el calor o para huir de alguna tormenta de verano

en formación. Se salía bien temprano, todavía de noche. El

calor igual te alcanzaba, a pesar de todas las precauciones.

Después del regreso seguían los comentarios, y las anécdotas

iban surgiendo de a poco durante varios días, entonces sí se

completaba el viaje.

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Recuerdos de mi niñez

Ideth Geisse Cayrus

Hoy a mi memoria vienen

recuerdos de mi niñez

cuando a Guichón yo iba

de la fiesta a disfrutar.

Era el doce de enero

cuando la cayrusada iba

y ninguno pensaba en faltar

al cumpleaños de la abuela.

Allí todos se reunían

tíos, primos, y siempre alguno más

pues era un gran acontecimiento

que grabado en mi mente está.

Los grandes de sus cosas hablaban

los pequeños, a jugar

con el agua cristalina

en el arroyo Santana

o en el hermoso río Queguay.

Allí mis recuerdos vuelan

presurosos cual palomas van

a la casa de mis tíos

donde momentos felices pasé.

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Tengo en mi mente dibujadas

las casas de los tíos

donde solía ir a dormir

tía Inés, tía Paula y tío Lito.

Pero también en mi mente están

las casas de los otros tíos

que yo siempre iba a visitar

tía Marga, tío Enrique y tío Pedro.

Y la que no se me puede olvidar

es la casa del tío Emilio,

por ser la primera que visitaba

después de viajar desde el IAU.

Recuerdo su largo camino de entrada

su arboleda, su patio, su aljibe

y muy al ladito de ella

la casa de la abuelita

con su cocinita de leña

su habitación de dos camas,

donde con ella dormía

cuando a visitarla iba.

Recuerdo como si de hoy se tratara

lo feliz que yo era allí

mi “colla” como ahora diría

era con los primos que más yo estaba,

Olga, Elba, Ricardo y el Cacho

y el nene, con la camioneta del papá.

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Todos están aquí

muy dentro de mi corazón

mis cincuenta y cuatro primos

mis tíos que veintidós son

a todos los recuerdo muy bien.

En las noches que tengo insomnio

y el sueño no puedo conciliar

mis “ovejitas” son mis tíos

con sus hijos a nombrar.

El orden a veces me falla

pero lo intento una y otra vez

hasta dar con todos

tal como los recuerdo yo.

La cuenta aquí se me acaba

porque los demás [...] no los sé

porque son muchos los años que falto

a esta fiesta singular.

y los años van pasando,

en el camino algunos van quedando

pero en el corazón de esta uruguaya

ninguno se borrará jamás.

(Escrito en una de esas noches de insomnio de diciembre del

2008. Un beso grande para todos de esta uruguaya-española).

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De palos y astillas Susana E. Cayrus de Depetris

“Cuando allá se pase lista y mi nombre llamen, yo responderé”

Con estas palabras el autor de himnos J. M. Black dejó

plasmada la esperanza que miles de cristianos han cantado,

en diversos idiomas, desde hace muchos años. Se trata, sin

dudas, de una obra compuesta para alabar al Dios que

trasciende las generaciones, que llega más allá de la historia

y que supera todo tipo de dolores. Recorriendo su letra

hallamos frases sencillas que refieren la esperanza de un

cristiano genuino, que confía en el pronto regreso de su

Padre y anhela ver nuevamente a sus amados que ya no

están. Es el himno favorito de mi abuelo Lito (Esli), el

undécimo hijo de Elías.

Escribo estas líneas a pocas semanas de haber viajado a

Guichón para una celebración especial: Lito y Reneé

cumplieron 70 años de casados. La buena salud de ambos

permitió a familiares y amigos reunirnos un domingo de abril

del 2010 para compartir un suculento almuerzo matizado con

risas que vienen del corazón. Sus 70 años de matrimonio se

cumplieron el sábado 24, y esa mañana entraron a la Iglesia

Adventista de Guichón, como lo hicieran tantas veces a lo

largo de los años, con el alma llena de gratitud y emoción.

El pastor Eduardo (Lalo) Cayrus, uno de los sobrinos, tuvo a

su cargo el sermón de acción de gracias y ¡con cuánta

naturalidad iban apareciendo las expresiones de gratitud!

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Lito ya pasó los 90 años y Reneé está por cumplirlos;

sentados juntitos en el primer banco de la iglesia, ambos

lucen la mirada emocionada de quien puede girar su cabeza y

ver los asientos inmediatos ocupados por su hijos, que ya son

abuelos, y un poco más allá están sus nietos, y los bisnietos

que no se quedan quietos. Damos gracias porque hasta aquí

nos acompañó Dios.

Costumbres compartidas

La palabra escrita nos permite traer al presente, cuantas

veces queramos, hechos y momentos pasados que

consideramos trascendentales para nuestra propia historia.

También posibilita a las nuevas generaciones conocer

costumbres y sensaciones de otros tiempos. Todo eso sucede

espontáneamente cuando abrimos el diario personal de un

familiar que nos precedió: las frases van brotando de manera

tan enriquecedora, que al concluir su lectura nos queda la

sensación de estar a pocos pasos del escritor. Cada lugar

mencionado nos resulta conocido, cada meta alcanzada nos

deja satisfechos y cada momento de dolor relatado logra

arrugarnos un poco el corazón.

Don Elías, mi bisabuelo, llevaba registros en su diario

personal. Lito, mi abuelo, también. Ambos dedicaban

minutos especiales a dejar impresas sus actividades del día.

Ambos ganaban y perdían pequeñas batallas que luego la

tinta sintetizaba: “sigue lloviendo así que no se puede

sembrar” o “pudimos vender seis terneros”. Hojeando los

cuadernos de Lito aparecen salpicadas alegrías y tristezas de

un tiempo en el que las comunicaciones eran lentas y las

distancias parecían más lejanas: “hoy llegó carta de Ricardo

y dice que vendrán para la reunión” o “Cacho puso un

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telegrama para avisar que [...]”. Entre los renglones y las

escuetas frases encuentro a Elías y Lito, padre e hijo,

compartiendo experiencias y similitudes que la muerte

temprana de Elías no les permitió en realidad. También los

descubro predicando o dirigiendo una Escuela Sabática desde

su sencillo lenguaje de hombre de campo, con la convicción

de quien se sabe poseedor de grandes verdades.

Dice la sabiduría gaucha que el fruto no cae lejos del árbol y

“que de tal palo, tal astilla”. El diario de don Elías y los

cuadernos del abuelo Lito lo confirman.

Construyendo sobre buenos cimientos

El nidito de amor de Lito y Reneé se construyó en el mismo

lugar donde antaño estuvo la estancia Santa Isabel. En el

libro Recordando, tía Alda refiere respecto de aquella casa:

“Mamá Constanza, siempre generosa y hospitalaria,

buscando el bien de la comunidad, ofreció tres de las mejores

piezas de la vieja estancia para que funcionara la escuela de

gobierno de la floreciente colonia, y para que allí pudiera

vivir la maestra. Así nació la Escuela Nº 44, lugar al que

concurrieron a recibir la educación inicial unos 40 revoltosos

niños [...]”.

Fue hogar, escuela, iglesia y sitio privilegiado de reuniones

familiares. Aún pueden verse trazos de los viejos cimientos

y unos cuantos ladrillos que persisten en el tiempo, a pocos

metros del arroyo Santana.

Cuentan que el paisaje fue cambiando y que las crecientes

modificaron el curso del Santana. La memoria, en cambio,

registra a este lugarcito del mundo como un sólido paraje al

que siempre podemos volver en busca de nuestras raíces.

Hasta allí viajábamos para encontrarnos con los abuelos, tíos

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y primos, redescubriéndonos como personas diferentes y

queridas a medida que pasaban los años. Hasta allí seguimos

viajando aún hoy, con varias décadas sobre las espaldas, pero

la misma extraña seguridad de que en “el monte del Santana”

todos somos familia.

Tiempo atrás la idea de armar un sitio web familiar me llevó

a hojear otra vez los escritos familiares, y sin poder separar

la curiosidad de la profunda admiración rescaté relatos

sencillos de una familia que supo disfrutar los momentos de

sana diversión, afrontar crudos períodos de luchas y

mantenerse unida en las buenas y en las malas:

“Resulta que por aquellas épocas había que arar con

arados de mancera [...] pero frecuentemente faltaban

animales de tiro. Como más vale maña que fuerza, no solo

habían amansado un buey, sino que también una vaca había

recibido las apropiadas instrucciones para ser una experta

aradora [...] y años más tarde se unió al equipo de trabajo un

fornido toro. Aunque Emilio y Pedro tenían apenas edad

como para estar jugando ¡eran los aradores indiscutidos!, y

debido a su escasa estatura prácticamente iban colgando de la

mancera [...] pero el trabajo seguía y todo se lograba [...]

Eso sí, la “técnica de la arada” que implementaban los dos

expertos no siempre coincidía con los usos y costumbres del

resto de los criollos [...] pero que se hacía, ¡se hacía!”.

“A fines de 1919 y a principios de 1920, en un arreglo

con don Juan Niel (padre) se formó una medianía para la

fabricación de quesos y manteca. Al principio -y hasta tener

todo instalado para la quesería- se compró una desnatadora

“Alfa Laval” movida a fuerza de pulmón [...] durante el

tiempo en que solamente se comercializaron la crema y la

manteca, los miembros de la familia Cayrus regalaban la

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leche descremada a la gente pobre de Guichón. ¡Todo

tiempo es bueno para compartir las bendiciones! [...]

Temprano por la mañana, con calor o frío, con sol o lluvia,

llegaban hasta el “campo de los Cayrus” hombres, mujeres y

niños, todos con un tarrito de uno o dos litros [...] todos

recibían la leche gratuitamente. Algunos la tomaban allí

mismo y otros se la llevaban”.

Y entre tantas historias contadas y repetidas, si tuviera que

elegir una con la promesa de que los niños de mi familia la

recordaran siempre, sería el relato de aquel momento de

pérdidas materiales enormes. Porque en medio de las

cenizas brillaron la confianza en Dios, el buen ejemplo y la

solidaridad, como nunca antes:

“Era el miércoles 18 de febrero de 1920, un día

caluroso, bochornoso de viento norte que presagiaba

tormenta. Después del almuerzo los mayores insistieron en

dormir una buena siesta, pero como siempre, los chicos le

escaparon a la siesta y prefirieron quedarse jugando

juiciosamente en la cocina a uno de los juegos preferidos de

las niñas: “la escuela”. De pronto [...] ¡una luz

enceguecedora fue seguida por un trueno que los hizo

estremecer! [...] Luego de unos segundos de silencio se oyó

la voz de Elena gritando: “¡Fuego, fuego en la quesería!

[...]” una centella había caído en el extremo norte del

galponcito anexo a la quesería, y en menos tiempo del que

tardamos en relatarlo, la electricidad corrió por los alambres

del quinchado de los techos de paja, y el sótano, la quesería y

la despensa estallaron en llamas. Se hizo todo lo posible por

salvar algunas cosas [...] pero fue muy poco [...] tan sólo la

“jardinera”, una media bolsa de harina y dos quesos que

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estaban cerca de una ventana. Mamá Constancia tan solo

atinó a salvar a dos pequeños gatitos que así se libraron de

morir quemados [...] De los 300 o más quesos que había, tal

vez alrededor de 40 pudieron ser aprovechados, aunque les

quedó el gustito a quemado [...] Ese día había un remate-

feria cerca de allí y al ver las “llamaradas en el rancho de los

gringos”, olvidando sus intereses ¡y a todo galope! cortando

alambrados para avanzar más rápido, llegaron los

guichonenses para ver en qué podían ayudar [...] pero fue

inútil, ya todo estaba convertido en carbón y ceniza. Aunque

todo se perdió resaltó el espíritu de solidaridad entre los que

allí se reunieron, pues inmediatamente se ofrecieron para

ayudar de diversas maneras, levantando una colecta unos y

otros dando madera o paja para reedificar lo destruido por el

fuego. Papá Elías terminó el relato escribiendo lo siguiente:

“Damos gracias a Dios que ha juzgado bien enviarnos esta

nueva prueba, de que todos, tanto de los miembros de la

familia, como de los vecinos que nos ayudaron, salimos

ilesos del siniestro, siendo las pérdidas puramente

materiales. Dios lo ha dado, Dios lo ha quitado. Bendito sea

su Santo Nombre”.

Mucho más que tinta y papel

De los doce hijos de Elías y Constancia hoy sólo quedan mi

abuelo Lito y las tías Alda e Inés. Los demás “jefes de las

doce tribus” han ido al descanso, dejando lugares vacíos en

las mesas familiares, en las rondas de conversación y en la

reunión anual. También descansan otros miembros de las

tribus, a quienes recordamos con nostalgia. Porque la

nostalgia y los recuerdos siempre van tomados de la mano.

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Tiempo atrás, ante la pérdida de uno de sus hermanos, Lito

manifestó con profunda tristeza: “Pensar que soy el único

que queda de los varones [...]”. Encuentro en esas palabras

el sentimiento sincero del más chiquito de los hijos varones

de Elías y Constancia, que se crió rodeado de hermanos y

hermanas mayores, que conoció el dolor de perder a un papá

joven y que vivió momentos de sacrificio y escasez. Pero

encuentro también al hombre que al terminar el día, tal como

lo hacía su padre, abría su cuaderno y escribía lo hecho y lo

por hacer; al ganadero que se levantaba antes que el sol en la

mañana para que la leche llegara a tiempo al pueblo; al

padre, tío y abuelo que enseñó a decenas de pequeños

familiares a nadar, ordeñar, montar a caballo y tirarse de “la

soga” en el Santana.

La tribu de Lito nunca fue muy numerosa: tres hijos más dos

nueras y un yerno, seis nietos que trajeron algunos “nietos

agregados” con libreta de matrimonio y, hasta ahora, cinco

bisnietos. Aún así, no resulta fácil reunirnos a todos. La

celebración de los 70 años de matrimonio de los abuelos fue

el momento propicio para que, una vez más, desandáramos

los caminos que llevan a Guichón. Ahora, con casa en pleno

centro del pueblo, la tribu se reúne en un ambiente más

urbano; pero las risas, los abrazos, las charlas y el cariño,

siguen siendo los mismos.

Ya no escribimos con tinta sobre papel. Ahora las letras

parten de un teclado y se van grabando prolijas en una

memoria que está escondida debajo de mi escritorio.

No hay manchones ni tachaduras. No hay hojas rotas en el

cuaderno ni anotaciones inconclusas.

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Tal vez ya nadie lleve un libro diario en el que su mano

escriba lo que pasó sin ser noticia. Pero siguen habiendo

manos que con diversas herramientas escriben

cotidianamente la historia de una familia cuyas raíces se

afirmaron en el terreno de la fe y crece en ramas

esperanzadas hacia el cielo.

Nuevas generaciones están haciendo más frondoso a nuestro

árbol familiar. Para ellos vaya muy especialmente la

invitación a sumar sus voces a la de mi abuelo Lito, no tan

afinada pero siempre entusiasta: “Cuando suene la trompeta

en el día del Señor, su esplendor y eterna claridad veré.

Cuando lleguen los amados ante el magno Redentor, y se

pase lista, yo responderé”.

i Según datos recibidos desde Italia por Alda Esther Cayrus de Geisse,

Giovanni Elia Caïrus había nacido el 10 de mayo de 1877, hijo de Jean Pierre (Giovanni Pietro) Caïrus y Maria Fontana. Jean Pierre Caïrus, nacido en 1847, era hijo de Davide Caïrus y de Maddalena Bertin Angrognin. María Fontana, nacida en 1844, era hija de Davide Fontana y de Maria Maddalena Caïrus. Giovanni Elia Caïrus se casó con Constanza Davit el 13 de noviembre de 1898. Constanza Davit había nacido el 12 de enero de 1878, hija de Paolo Davit y de Constanza Grand. Juan Elías Cayrus falleció en Guichón, Uruguay el 14 de julio de 1923. María Fontana de Caïrus falleció en Guichón, Uruguay el 5 de mayo de 1939.

ii Está historia fue hermosamente contada hace años por Robert G. Wearner en su artículo “Elena G. de White y el pequeño Elías”, Revista adventista, Febrero 1981, 4-6. Una transcripción del mismo se hizo en el capítulo 15 de este libro.

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iii Sobre la nómina de valdenses radicados en Sudamérica, puede consultarse

la obra de Carlo Pier Stefano Geymonat, Familias valdenses en América del Sur. En relación con los apellidos valdenses, véase el libro de Osvaldo Coisson, I Nomi Di Famiglia Delle Valli Valdesi (Anastatica, 1991).

iv Ellos son su hijo Benoní I. Cayrus, sus nietos Rubén E. Cayrus, Eduardo Cayrus y Juan M. Cayrus, sus bisnietos Daniel O. Plenc, Osvaldo R. Cayrus, J. Horacio Cayrus, sus tataranietos Arturo E. Caballero, Daniel Sebastián Cayrus, Christian Damián Cayrus, dos nietos políticos Hernando Slekis y Humberto M. Rasi y dos bisnietos políticos, Guillermo E. Biaggi y Héctor Gelhorn.

v El pastor Juan Plenc y posiblemente el pastor Enrique Lautaret. vi El hermano José Cairus (al parecer no eran parientes), padre del pastor

Humberto Cairus y abuelo del pastor Aecio E. Cairus. Escribió desde Filipinas el Dr. Aecio Cairus: “Don Elías convenció a mi abuelo de la verdad del sábado allá por 1918. Él y su familia, incluyendo mi padre que por entonces tenía doce años, fueron bautizados en 1920”.

vii María Elena se casó en 1924 con David Plenc y fue madre de Walter, Elbio y Gladis. Juan Emilio se casó con Emilia Dreher en 1926 y fue padre de Rita Inés, María Ester, Rubén Elías, Luis Enrique, Humberto, Eduardo, Nélida y Juan Miguel. Pedro se casó con Estela Dreher en 1935 y fue padre de Roberto, Alida, Raquel, Héctor, Elena Constancia y Luisa Cristina. Paulina Constancia se casó con Julio Barboza en 1936 y fue madre de Ema, Julia, Elías, Alberto, Nelson, Esther y Julio. Pablo Enrique se casó con Anita Stepañuk en 1931 y fue padre de Carlos, Delia e Isabel. Adela Margarita se casó con Silvio Garbarino en 1936 y fue madre de Blanca Iris, Silvia Inés, Luis Alberto, Jorge Ariel, Raúl Enrique, María Angélica, Silvio Osvaldo y Luisa Ethel. Alina Berta se casó con Juan Cuchma en 1929 y fue madre de Dora Esther, Ismael Elías, Juan Eduardo, Pedro Eloy y Julia. Lelia Anita se casó con Arie Lavooy en 1938 y fue madre de Ofelia Raquel, Humberto Elías, Hilda Irene y Elba Gladis. Alda Esther se casó con Günther Emilio Geisse en 1936 y fue madre de Edgar Günther, Hugo Aldo, Sofía Constancia e Ideth Velma. Benoní Ismael se casó con Claudia Ernst en 1945 y fue padre de Marta y Jorge Eduardo. Esli Eber se casó con Renée Da Graca en 1939 y fue padre de Ivón Eber, Francisco Esli, Ricardo Elías y Olga Esther. Inés se casó con Héctor Luis Martigani en 1941 y fue madre de Carlos Elías, Haroldo Abel, Myriam Mabel, Héctor Luis y Alicia Inés. Elena nació en Italia; Emilio, Pedro y Paulina nacieron con Colonia Piamontesa; Enrique, Margarita y Alina nacieron en Colonia Valdense; Lelia, Alda, Benoní y Esli nacieron en Miguelete; Inés nació en Guichón.

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viii Varios de ellos han conservado diarios personales y Alda Cayrus de Geisse

escribió cuatro folletos de memorias familiares llamados “Recordando”. Haroldo A. Martigani Cayrus y Aurora H. de Martigani compilaron y editaron estos materiales en su Recordando... Un viaje hacia nuestra raíces.

ix Una buena reseña histórica de Miguelete se encuentra disponible en la obra de Adriana Talmon y Ana Laura Bounous, Miguelete: 100 años de historia (Montevideo: Medios, 2009). x Véase J. T. Thompson, “La obra en el Uruguay”, La revista adventista, octubre 1916, 14-15.

xi En la antigua casa de San José se conserva un cuaderno de “Ejercicios de gramática, aritmética y geometría, historia, composición y física” del año 1919, perteneciente a David Plenc. Junto a su hermano Juan, David había transcurrido el año 1919 en el Colegio Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina. Hay ejercicios de física que datan de marzo y abril de 1919, y otros de composición de marzo, junio y julio del mismo año. Es evidente que al término de ese año, David dedicó unos meses al colportaje en el Uruguay. Tan temprano como el 10 de diciembre de 1919 ya se encontraba en Salto, y en los meses del verano hizo entregas de publicaciones en San Eugenio, Guichón, Merinos, Piñera, Algorta y más tarde en Paysandú. xii Robert G. Wearner, “Elena G. de White y el pequeño Elías”, Revista adventista, Febrero 1981, 4-6. xiii J. T. Thompson, “La obra en el Uruguay”, La revista adventista, octubre 1916, 14-15. Juan Rivoir y su esposa habían escuchado la predicación de Elena G. de White en los valles del Piamonte, Italia. Llegaron al Uruguay con su hijo Daniel en 1890 ó 1891 y fueron bautizados por Jean Vuilleumier. xiv Ibíd., 15. xv Ibíd. El padre de Juan Elías Cayrus se llamaba Jean Pierre Caïrus y su madre María Fontana. En enero de 2010, Alda Cayrus de Geisse entregó a Daniel Plenc el libro La Grande Controverse publicado por la Sociedad Internacional de Tratados en 1889 y que tiene los nombres de J. P. Cairus y María F. Cairus. El ejemplar se encuentra en el Centro de Investigación White. xvi José W. Westphal, “Una gira por el Uruguay”, La revista adventista, noviembre 1916, 12. xvii José W. Westphal, “La reunión anual del Uruguay”, La revista adventista, junio 1917, 8. xviii José Cairus fue el padre del pastor Humberto Cairus y abuelo del Dr. Aecio E. Cairus. xix Germán F. Nohke, “Un esfuerzo público en Colonia Miguelete, Uruguay”, La revista adventista, 31 enero 1918, 9.

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xx Ibíd., 10. xxi Ibíd. xxii José W. Westphal, “La reunión anual de la Misión Uruguaya”, La revista adventista, 14 febrero 1918, 16. xxiii Eduardo W. Thomann, “La reunión anual de la Misión Uruguaya”, La revista adventista, 11 abril 1918, 10. xxiv N. A. Hansen, “Noticias animadoras del Uruguay”, La revista adventista, 24 octubre 1918, 9-10. Según el diario de Elías Cayrus, las seis personas bautizadas el 27 de septiembre de 1918 fueron Juan Elías Cayrus, Elena Cayrus, Emilio Cayrus, David M. Salomón, Clara Jourdan de Salomón y Margarita Bertinat. xxv El propio Juan Elías Cayrus había registrado su viaje en diligencia desde Fray Bentos hasta Paysandú y luego en tren hasta Porvenir. Allí tuvo contacto con Carlos Racovsky y unos 40 hermanos rusos. xxvi J. T. Thompson, “Una gira por el Uruguay”, La revista adventista, 13 febrero 1919, 9-10. xxvii A. R. Sherman, “Una gira entre los hermanos del Uruguay”, La revista adventista, 29 noviembre 1919, 10. xxviii Carlos E. Krieghoff, “Necrologías”, La revista adventista, 27 agosto 1923, 15.

xxix Esta es la lista de nombres de suscriptores que se registra en el diario de Elías Cayrus: David M. Salomón, Pablo Artus, Pablo Plenc, Valentín Urioste, J. D. Artus, Juan Arduin, José Cairus, Federico Gay, J. L. Bertinat, Anita Negrín, Francisco y Miguel Rostagnol, David Bertinat, Daniel Germanet y Juan Mochó. xxx Entre los libros entregados por Alda Cayrus de Geisse a Daniel Plenc en enero de 2010 se encuentra un ejemplar de El Rey que viene, de James Edson White. También existe un libro de Elena G. de White en francés titulado Les Paraboles de Notre Seigneur, publicado en Gland por la Sociedad Internacional de Tratados. Este ejemplar evidentemente fue comprado más tarde porque registra el nombre de Estación Guichón bajo la firma de don Elías. xxxi P. Artus, P. Plenc, P. Rostagnol, J. Cairus, E. Talmón, D. Salomón y J. D. Salomón. xxxii Dentro de los visitantes a la Escuela Sabática se mencionan personas como Emilia Pilón, José Cairus y su familia, David M. Salomón, Pedro Rochón, David Bounyounet, Juan P. Bertinat y Margarita, María de Pedro Salomón y su madre, la señora Davit, Ernesto Talmón, Federico Gay y su familia, y Judith Rostagnol. xxxiii Un ejemplar del libro en francés Lectures pour la Famille publicado por la Sociedad Internacional de Tratados en 1894 fue cedido por Alda Cayrus de Geisse a Daniel Plenc en enero de 2010. En una de las primeras páginas existe una inscripción con el nombre de Ángela D. de Hansen con la fecha 17 de noviembre de 1917 y dice: “Pequeño recuerdo dado al hermano Elías Cayrus y esposa”.

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xxxiv En enero de 2010, Alda Cayrus de Geisse entregó a Daniel Plenc un libro en francés de E. G. White titulado La Vie de Christ que perteneció a Elías y Constancia Cayrus. Dentro del libro había el recorte de un diario con una fotografía del “Exmo. Sr. Pte. de la República Dr. Baltasar Brumm”. Una inscripción a mano dice que el presidente saludó a don Elías en Guichón en 1919. xxxv El diario menciona los matrimonios Berocay, Mendiburu y Pereira, e individuos de apellidos Álvarez, Pérez, Ruiz, Niell, Godoy, Tersano, Guichón, Méndez, Monfino, Pereóra, Paris, Montanari, González, Terán, Rodríguez y Colares. La señora del Juez se acercó un sábado de 1921; también la señorita maestra Ofelia Prado y su tía tomaron parte de una de estas celebraciones de la Escuela Sabática. Se acercaron ocasionalmente hermanos en la fe de otras localidades, como Carlos Arini. xxxvi La cantidad de niños variaba entre 24, 30, 32, 36, 41, 42 y 51. xxxvii Se la dejó a José Mendiburu, al telegrafista, Carlos L. y E. Araujo, Pedro Pérez, O. Verocay (a quien también da estudio bíblico), Martín Guichón, García Canessa, etc. Incluso el alcalde Ángel Curti fue suscriptor por un año y recibió estudios bíblicos más de una vez. Un párrafo dice: “Recibo los Atalaya que reparto a los suscriptores, Carlos Vignarelli, Ángel Curti, Guichón y P. Tersano”. xxxviii Esos momentos de enfermedad se registraron en septiembre y octubre (esta vez muy fuerte) y noviembre de 1919, marzo y agosto de 1920, enero y febrero de 1921. Nuevos ataques sufrió don Elías en octubre y noviembre de 1921, en febrero, marzo y julio de 1922.

xxxix Son ellos: Esli, Inés y Benoní Cayrus; Nicolás Mazur; Sarita Racovsky; Juan Oleynick; Constancia de Cayrus; David Plenc, con su hijito Walter en brazos; Pedro Cayrus, los pastores Ner Soto Garrido y A. R. Sherman; Juan Racovsky; Miguel Dreher; Iván Racovsky. En la última fila Margarita Cayrus; Elena Cayrus de Plenc con su hijito Elbio; Emilia y Emilio Cayrus; Enrique Cayrus; la Sra. Racovsky; Cristina de Dreher; María Fontana de Cayrus; Lelia, Alda y Paulina Cayrus. xl La fotografía muestra a las siguientes personas: Juan Emilio Cayrus, Racovsky, David Plenc, Miguel Dreher, Carlos Krieghoff, Eumen Racovsky, Constancia C. de Cayrus y Elena Cayrus de Plenc. En una segunda fila: Pablo Enrique Cayrus, Iván Racovsky, Margarita Cayrus, Cristina de Dreher, Sra. Racovsky, Emilia Dreher de Cayrus, Paulina y Alina Cayrus. xli En la estancia Santa Isabel había funcionado una escuela pública a la cual concurrían los niños de la colonia hasta el tercer grado. En el futuro los adventistas sintieron la necesidad de contar con una escuela de iglesia. xlii Los oficiales de la Escuela Sabática designados para lo que restaba de 1923 y el primer semestre de 1924 fueron los siguientes. Director: David Plenc, subdirector: Carlos Racovsky, secretario: Juan Emilio Cayrus, subsecretaria: Emilia Dreher, maestro para los de habla rusa: Antonio Mazur, maestro para los de habla castellana: Elena Cayrus.

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xliii La organización de la clase de menores se concretó el 24 de noviembre de 1923 con el nombramiento de Paulina Cayrus como maestra. xliv María Elena Cayrus, nacida en Italia (1899-1997) y David Plenc (1899-1992) habrían de contraer matrimonio el 6 de marzo de 1924, en Guichón. Se mantuvieron fieles al mensaje adventista por muchos años tanto en la zona rural de Guichón y Pandule como en la ciudad de San José de Mayo. xlv Se nombra un comité para la iglesia integrado por Miguel Dreher, Eumen Racovsky, Carlos Racovsky, Constancia D. de Cayrus, Elena Cayrus de Plenc y Juan Emilio Cayrus. xlvi María Fontana de Cayrus, nació en Italia el 13 de octubre de 1844, y falleció en Guichón, Uruguay, el 5 de mayo de 1939. Constancia Davit de Cayrus, nacida en Italia el 12 de enero de 1878, falleció el 13 de enero de 1975. Juan Elías Cayrus, nacido también en Italia el 10 de mayo de 1877, falleció el 14 de julio de 1923, sin ver el surgimiento de la obra organizada. xlvii Algunas personas recibidas por carta de traslado fueron: Jesús Godoy, desde Paysandú (1937), Alda Cayrus de Geisse y Günther Geisse, desde la Misión Boliviana (1937), Nancy Malán de Dreher, desde Nueva Helvecia, Alba M. de Bergalli, desde Paysandú (1947), Adela Turosky, de la iglesia de la Misión y Teodoro Kosiak, de Paysandú (1953). xlviii Una lista parcial de personas bautizadas o recibidas es la siguiente: Alejandra de Racovsky (1924), Nistecha Projer, Demetrio Petrenco (1925), Lelia Anita Cayrus, Alda Esther Cayrus, Sofía Racovsky, Elsa Dreher (1928), Miguel Gordienko, Matilde C. de Gordienko, Paulina C. de Clemenco, Basilio Clemenco, Juan Clemenco, Zoila P. de Clemenco (1931), los Hnos. Stepaniuk (1937), Héctor L. Martigani, Víctor Kosiak, Basilio Kosiak, Catalina Kosiak (1940), Atanacia T. Sandes, Dominga M. Dutra, Leoncio Dutra, Camila Dutra, Irma Dutra, María Lourdes Hornos, Félix Sastre, Pedro Tatarchenco, Leoncio Perfecto, Basilio Oleynick, Adela E. Oleynick, Omar Oleynick, José Oleynick, Juan Kosiak, Melania de Kosiak (1941), Roberto Echeveste, María E. Cayrus, Clara A. Acuña, Demetrio Estarchenco (1942), Francisca de Ayala, María Ayala, Vicenta Argentina Rodríguez, Micaela La Rosa, Carolina Pacheco, Juana de Cánepa, Humberto Cánepa, Esmeralda Cánepa, Edilia B. de Vidal, Rubén E. Cayrus, Walter Plenc, Gladys Plenc (1943), Claudio Ayala, Ramona de Harmas, José Blanco, Carlos Cayrus, Luis. E. Cayrus (1945), Cándida de Curti, Eduardo Cayrus (1948), Juan Kosiak, Ana Kosiak, Pedro Kosiak, Carlos Ayala, Bernardo Cánepa, Humberto Cayrus, Delia Cayrus (1949), Hna. Echeveste (1950), Julia Barboza, Ema Barboza, Roberto Cayrus, Sara Kosiak, Blanca y Silvia [...], René de Cayrus, María de Oleynick, Rosa de Acuña (1951), Julio Godoy, Elida Godoy, Elías Barboza (1953). xlix Muchos de los inmigrantes rusos que conformaron el primer núcleo de creyentes eran sabatistas, con ciertas dificultades para adaptarse a todas las doctrinas adventistas. Por diferencias doctrinales o por apostasía, dejaron la iglesia en esos años Procopio Nischeta, Demetrio Petrenko, Basilio Clemenco, Juan Clemenco, Paulina Clemenco, Ivila de Clemenco, Basilio Tatarchenco, Demetrio Tatarchenco,

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José R. Blanco, Camila Dutra, Irma Dutra, Esmeralda Cánepa, Clara Acuña, Lioncio Dutra y Basilio Oleynick. l Así ocurrió con Carlos y Juan Racovsky, Miguel y Matilde Gordienko, David y Elena Plenc. Benoní Cayrus y Elvira Oleynick se trasladan a Puiggari y se unieron a la iglesia en ese lugar. Otros que se mudaron fueron Elena de Tatarchenco, Rita Cayrus de Caballero, Elvira Kosiak, María Ayala y María Ester Cayrus. Los docentes de la escuela también se alejaron luego de haber cumplido su labor por algún tiempo. li Juan Emilio Cayrus envió tres niños, Pablo Enrique Cayrus dos, Pedro Cayrus uno, Paulina Cayrus de Barboza dos, Silvio Garbarino uno y Miguel Dreher uno. Otras familias que no pertenecían a la iglesia mandaron a seis niños en los inicios de la escuela. A comienzos del siguiente año se inscriben 19 alumnos. Entre los primeros alumnos figuran: Carlos Cayrus, Roberto Cayrus, Luis Cayrus, Humberto Cayrus, Eduardo Cayrus, Blanca Garbarino, Emma Barboza, Pedro Kosiak, Ana Kosiak. María Celia De los Ángeles de Cayrus recordó nombres como los de Lelia Kosiak, Haroldo Martigani, Carlos Martigani, Mabel Martigani, Elena Cayrus, Isabel Cayrus, Luisa Cristina Cayrus, Julio Barboza, Nelson Barboza, Juan Cayrus, Ricardo Cayrus, Nico Godoy, Margarita Scalkobich, Vilma Dreher, Ricardo Duval, Héctor Cayrus, Ivón Cayrus (Cacho), María Garbarino, Raúl Garbarino, Silvio Garbarino, Ester Barboza, Olga Cayrus, Delia Duval, Luisita Garbarino, Abel Cuchman, Ana Stepañuk. lii María de los Ángeles de Cayrus enseñó en dos oportunidades, en los años 1954-1955 y en 1958. liii Anciano: Pedro Cayrus, diácono: Günther Geisse, tesorero y director de Escuela Sabática: Juan Emilio Cayrus, secretaria de grupo: María Ayala, directora de jóvenes: María E. Cayrus, subdirector de jóvenes: Rubén E. Cayrus.

liv Paulina falleció a las 11:50 del día 15 de julio de 2009. En la ceremonia religiosa, Haroldo Martigani tuvo la primera oración, Ricardo Cayrus realizó la reseña biográfica, Juan Cayrus tuvo el mensaje de consuelo y Carlos Martigani hizo la oración final. En el cementerio compartió un mensaje y una oración, el pastor Guillermo Heinze. Ricardo Cayrus tuvo palabras de agradecimiento para la familia de Paula por el cuidado que tuvieron para con ella. Dijo el pastor Heinze: “A pesar de la muy fría y nublada mañana, la concurrencia fue numerosa”. lv Seventh-Day Adventist Encyclopedia, 10:533-534. lvi Los colportores norteamericanos Elwin W. Snyder, Albert B. Stauffer y Clair A. Nowlin llegaron a la Argentina en 1891. lvii Véase “Desde las Islas Malvinas”, Revista adventista, marzo 1975, 15-17. lviii Ibíd., 16. lix Ibíd., 17. lx Véase la obra de Adriana Talmon y Ana Laura Bounous, Miguelete: 100 años de historia (Montevideo: Medios, 2009). lxi “Pintos Viana respira otro aire”, El telégrafo, 19 junio 2009.

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lxii Una buena descripción de estas visitas se encuentra en Dwight Arthur Delafield, Elena G. de White en Europa, trad. Martha Limbert de Gudjemián (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1979), 150-166, 195-202, 267-270. lxiii Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G. de White (Mountain View, California: Pacific Press, 1981), 318. lxiv Ibíd., 319. lxv Delafield, 199. lxvi White, Manuscrito 62, 1886. lxvii White, El conflicto de los siglos (Mountain View, California: Pacific Press, 1977), 66-85. lxviii Véase la pequeña obra de Oscar Wasiuk, Reseña histórica de la Iglesia Adventista del 7º Día en Uruguay (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996).