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AMERICO CATTANEO Y LA MEMORIA INCONCLUSA*
Una correspondencia copiosa tuve con Don Américo Cattáneo cuando vivía en
México. No había interrupción en nuestra relación, solo, que la palabra oral fue
suplantada por la escrita. Algunas cartas se perdieron, otras anduvieron de
excursión por América latina y más de una, al fin, llegó a estas pampas,
abiertas. Eran los cuidados del censor. No sea cosa que desde el lugar más
transparente los dioses aztecas, olmecas o chichemecas introdujeran una
ideología contraria a la de los conquistadores: occidental y cristiana; y que
algún hijo de Pincén se le diera por revolear de nuevo las boleadoras. Descular
un lenguaje extraño, descriptar como nuevas viejas palabras, decires, y
expresiones llenas de consonantes, era todo un enredo para este oscuro
personaje. Todo esto le despertaba hilaridad a Don Américo.
Al regresar reanudamos, abrazos por medio, viejas charlas, discusiones
pendientes, garabatos incomprensibles de la correspondencia, todo se fue
normalizando.
Vino el proceso de recuperación del gremio. El y el Viejo Scalmazzi fueron los
primeros convocados. Eran la garantía de que sería un proceso limpio. Así fue
la cosa.
Siempre tuvimos el metejón de incorporar a éstos veteranos. Pensábamos, que
ellos debían ser la polea transmisora de nuestra historia, como en las antiguas
civilizaciones, y depositarla en los jóvenes que se incorporaran al gremio.
Debían ser nuestra memoria y los custodios de nuestros comportamientos.
Estos dos que nombro eran ejemplo de una nobleza sin par, predicaban con el
ejemplo, parcos, de pocas palabras, no eran charlatanes, vivían como
pensaban. Lo compañeros sabían, que éstos, por su comportamiento ético, no
favorecerían a nadie.
Salíamos a caminar como si de esa manera fuéramos más libres, y para
terminar una de esas nocheS Don Américo me obsequió un libro de Pedro
Kropotkin, La Gran Revolución Francesa. Ya conocía por su boca a Bakunín, a
Rodolfo González Pacheco (el que abandonó sus riquezas por la causa
libertaria), Don Abad de Santillán, las andanzas de Severino Di Giovani y sus
métodos expropiadores, de Kurt Wilckens, quién mata al fusilador de
centenares de peones rurales en La Patagonia, y de otros tantos relevantes
libertarios como Simón Radowitzky quien mató de un bombazo al jefe de la
policía coronel Ramón L. Falcón represor de los obreros en Plaza Lorea.
Entre las tantas tareas, después del sindicato recuperado, la solidaridad era
una, en la que le prestábamos la mayor atención, élla era parte fundamental en
el armado de esa red invisible que tenían los trabajadores ferroviarios. Por ese
medio nos enteramos que Don Américo había sido internado en el Policlínico
Ferroviario. Ahí no más nos corrimos. El Leopoldo era el encargado de
gestionar todo lo necesario para nuestros afiliados, o no. Todo el que solicitara
una gauchada, orgánica o no, estábamos siempre listos, especialmente si los
compañeros eran del interior del país. A Don Américo lo tenían que operar.
Anduvo esquivando el tajo, pero al final, chequeo médico y al bisturí, basta de
fintas. Nos vio llegar.¡Sin decir agua va!, sin preguntar rechazó todo trato
preferencial. Nada de habitación especial o esas cosas que signifiquen
beneficios. Por supuesto, no le dimos esas que saltan, pelota. Hablamos con
los médicos, y la administración, donde un Petiso Morocho y Bigotudo, de la
Unión Ferroviaria que oficiaba de administrador nos dio todas las garantías que
Don Américo iba a ser bien atendido, siempre con disimulo. Este subía y desde
la puerta, con cara de ser don nadie lo observaba, luego se iba y conversaba
con enfermeras y médicos. Un día llegamos como al medio día, era nuestra
hora más libre de actividades.
-¿Como está Don Américo? ¿Como se encuentra? ¿Ah?
-Ando bien. No preciso nada. Solo que a la hora de las visitas, estos viejos
hablan mucho y no me puedo concentrar para leer. Los éstos, eran de su
misma edad. Es que él, nunca contabilizaba sus almanaques, siempre miró
para adelante, siempre para adelante....
-¿Que está leyendo? Siempre le curioseábamos la mesita de luz.
-Ah, a Virgilio. Por eso necesito más silencio, nada más. Quiero terminar con
este autor que estoy releyendo, me espera Bertrand Russel, y un tema sobre
la filosofía de la ciencia. No me gustaría que me pasara algo sin antes leerlo.
Me daría mucha bronca. ¿Me entienden? Nosotros movíamos la cabeza como
caballos amaestrados dando señales de comprensión.
El día de la operación los preparó desde muy temprano. Andaba incómodo,
estaba desnudo bajo las sábanas, y en cuestiones de pudores era jodido.
Aguardaba así como la naturaleza lo mandó al mundo. Se le veía el rostro, su
cabeza blanca contrastaba con unas sábanas de color verde viejo. Lo cargan
en la camilla, empieza el recorrido por los largos pasillos del policlínico rumbo
al quirófano. Enfermeras, médicos, anestesistas y otros de blanco posaban sus
manos junto al camillero simulando el empuje, iban meta charla: Que las
injusticias de aquí, que los atropellos de allá, que los acomodos de por acá,
que las horas extras, que los recargos no pagos, que la fulana esa, ésa que
está acomodada y se dice que...con el Jefe de piso, recibe en pago categorías,
era la moneda por el intercambio, y los bajos salarios, y el sindicato que no
hace nada, y los ñoquis, y los que laburan están mal pagos...
En medio de ese parloteo -Don Américo-, con los ojos medios entornados,
semiborracho por los efectos de las inyecciones, de repente catapulta su brazo
desnudo con su dedo índice en punta -parecía un tribuno acostado-, y les dice
arrastrando la lengua: Uds., solamente Uds., tienen la culpa. Recoge su brazo
y atempera su índice, escondiendoló bajo esas sábanas de color verde viejo,
queda quieto. Un frenazo. Chau la consideración al paciente. Fue una tocada
fuerte de glúteos, inesperada. Todas las miradas de los quejosos apuntan
hacía esa cabeza blanca patriarcal, morena, que se llamó a la inmovilidad bajo
esa sábana de color verde viejo.
-¿Que dice Don? Se dirigían a un hombre llamado Don: ¿Que tenemos
nosotros la culpa? En otro esfuerzo, amodorrado, sacó medio brazo, y los
apuntó de nuevo dibujando una figura circular que los abarcaba a todos:
-Sí, Uds., solo Uds. ¡Tienen la culpa!
-¿Como dice eso? ¡Si no nos conoce! Oiga Don..
-No, no los conozco, pero al escuchar vuestros lamentos los reconozco. Ellos,
solo son lamentos que esconden culpas...de personas sin dignidad.
-¡¿Como se atreve Don? !¿Como es que se llama? Coro de fondo.
Sentándose en la camilla, olvidando su desnudez, semi-envuelto en esa
sábana de color verde viejo, expulsa de nuevo a la fiaca inyectada, realiza otro
esfuerzo, y con la estampa de esos filósofos griegos les enrostra, nuevamente:
-¡¡Uds. tienen la culpa!! A todo esto el camillero y su vehículo atascaban la
entrada al ascensor, bloqueo y amontonamiento. Nadie argumentaba urgencias
falsas o apuros de parto, que me nace el nene, nadie. Todos escuchaban,
todos apretados, querían ver a ese venerable hombre de cabeza blanca
envuelto en esa sábana de color verde viejo, que apestillaba a los respetables
hombres de blanco, que nos lo consolaba ni los justificaba. Se apoyó en uno de
sus codos y los flageló: Uds. tienen la culpa, por no hacerse respetar, ¿me
entienden? Porque no han sabido defender su dignidad como seres humanos,
y menos como profesionales, se han dejado basurear, no han sabido luchar;
por eso Uds., y solo Uds., tienen la culpa, y son únicos responsables de que
otros los humillen. Continuaba Don Américo. El efecto de la inyección, a todo
esto, había reculado asustado vaya a saber a que rincón del cuerpo.
-La defensa y la lucha por la justicia no tiene precio, ¿me entienden?! Uds.,
son unos indignos baratos. Tienen miedo de perder las migajas que les dan; no
son hombres libres, están presos de Uds. mismos. Uds., no luchan por ser
hombres libres...Uds., no defienden su dignidad...; bajaba el volumen poco a
poco, el tono de las palabras ya no era el mismo de la iniciación.
El efecto de la inyección no había desaparecido, regresaba, reculó para tomar
impulso, y así, poder domarlo un poco. La lengua se le volvió bola, se entregó
a la química alucinógena, hizo un gesto de ya está. Se deslizó despacio bajo
esas sábanas de color verde viejo. El pecho agitado buscaba el reposo, la
pausa. Las convicciones en este hombre de cabeza blanca, podían más que el
temor al bisturí y a la droga dormilona. Les había propinado una bofetada
pedagógica, docente, si se quiere. El círculo de miradas que lo enfocó se
nivelaba despacio, se interrogaron en medio de un silencio culposo. -Nos chirló
fiero este Don...,¿como se llama?
Cachetazo al mentón y a la conciencia dormida, o cobarde.
Emergió de entre las sábanas y ¡zas! ¡La piña justa en el momento justo! Que
lo tiró con este Don.... ¿como se llama?
La vergüenza por las quejas y mojigaterías, les tapó la boca. En silencio
reanudaron la marcha rumbo a la sala de operaciones. Don Américo aquietó su
pecho a la espera del tajo. Lo volvieron a mirar, reteniendo cualquier gesto que
pudiera provocar de nuevo de este Anciano, de cabeza patriarcal, blanca, muy
blanca. A pesar de ello, éste, sintió las hondas de las miradas, entreabrió los
ojos y les dijo: -Operen, luego la seguimos. Todo salió bien. Desde ese día el
chofer de la camilla, o sea el camillero y acompañantes, o sea enfermeras,
médicos y afines lo iban a visitar. Sin anestesia les seguía sacudiendo la
molicie de la conciencia. Cada día congregaba más adictos. El pobre Virgilio
reposaba en el cajón de la mesita de luz, Don Bertrand Russel se las había
tomado. Más de una vez al hacer el rondín en el hospital se lo veía rodeado,
trenzado en una discusión. Eramos la salvación. Nos divisaba y les decía: -
Vienen los muchachos del sindicato, después, después..¿Me entiende?
Restablecido, continuó girando en la Plaza de Mayo, los días jueves; terminó
con Virgilio y se solazaba contradiciendo a Don Russel.
no puedo dejar de pasar por alto, para dimensionar más a este Hombre, las
cartas que me enviaba cuando vivía en México. Que guardo con celo, y las
releo una y otra vez.
En medio de la dictadura se despachaba sin temor al censor, se reía de ese
anónimo personaje, se lo imaginaba ignorante, mediocre, muy mediocre. En
una de las primeras cartas me contesta diciendo..Me invitas a una polémica,
resultando por demás desigual aceptar el reto. Imagínate las ventajas que
posees; aquí, preservados como nos tienen de todo conocimiento que nos
pueda convertir en seres adultos, convertidos en una máquina parlante que
repite: plan, proceso, pautas, democracia futura sólida y verdadera, etc.;
comparado con vos, que en la distancia pareciera que los aires aztecas
liberaran de tu memoria ideas ya pensadas. Imagínate con tales diferencias,
mis desventajas son notorias, ya no se dan los milagros de David frente a
Goliat. Pero pensándola bien como la ignorancia es atrevida y la inocencia
llama al perdón arremeto. Así comienza esa rica y abundante correspondencia,
de amigos y de nostalgias.
En otra me cuenta que han intervenido al gremio. El Perro Gigena y el Ruso
Schneider los autores de este hecho. No los critica. Sí, al Ing. De La Plata,..que
con su ideología conciliadora permitió para sobrevivir una quinta columna que
dio un golpe de conejo..Así le fue, concluye y remata...que lástima no poder
recomendarle que lea el Príncipe de Maquiavelo. Ya es tarde. Luego cita a
Petracca:
La virtud empuñará armas contra el atropello
y el combate será breve
pues el antiguo valor aún no ha muerto en sus corazones.
Me cuenta de su familia, la carrera de sus hijos, y sus lecturas: La
Consagración de La Primavera, de Alejo Carpentier, sus comienzos en la
lectura de Konrad Lorenz, La Otra Cara del Espejo, y por supuesto su
recreación con Honoré de Balzac, no podía faltar Nietszche, La Genealogía de
la Moral, y que Victoria, su compañera reanudó las clases de piano para niños.
El objetivo, abrir surcos musicales en ellos. Todo esto me obligaba a un
esfuerzo, aunque sea solo para empardar el peso de cada carta. Algunas se
extraviaron desde México a Argentina, varias de ellas aparecieron al tiempo,
llenas de matasellos de otros países(?), abierta.
En una, le contaba pura y exclusivamente la mitología pre-hispánica, que tuve
que repetir.
Una del 28 de noviembre de l982 viene cargada con un puño lleno de rabia,
se despacha luego de la introducción sobre asuntos familiares. Se extraviaron
cartas. Hubo un lapso de silencio por ese motivo. Cuando al fin recibió la mía
contestó:
En ese lapso de silencio que medió entre nosotros fueron muchos los sucesos
relevantes que nos golpearon con fuerza, y nada mejor a manera de
introducción que expresar mi sentir al respecto que tomar aquellos versos de
Jorge Guillén:
Ay, víctima del más bruto
Que triunfe no lo discuto
¡Pero como lo desprecio!
Aunque intuyo que no te serán ajenos los males soportados y que aún
tenemos que superar, tal intuición surge y saber como sentías esta tierra lo
que, por más lejos, sigue palpitando con ternura y rabia, al ver el trato de
oprobio con que se la deshonra. Hoy, al paso del tiempo, caemos en la cuenta
en la condición de bestias a que hemos llegado privados de la más elemental
libertad de sentir y opinar, nos hemos degradado en extremo, y sufre
mayormente el que tiene conciencia de la tremenda degradación en que se fue
abismando la comunidad. No obstante el hombre está llamado como especie a
caminar erguido, basta perder el miedo a la peste para encararla
decididamente a su eliminación. Algo de esto ya sucede, existen hechos de
renacimiento de la persona que comienza a elevarse en esa verticalidad de la
que no debió salir.. El regodeo de los que usufructuando un poder omnímodo
se resquebraja, y no habrá nadie que le brinde réquiem, así al menos lo pienso.
La hora actual es crucial en su definición “cuya solución pasará por el eje
burgués, preñado de catolicismo” El entrecomillados es mío... al menos esa es
la tendencia que aflora a la superficie, avalada por un gremialísmo de tono
subido en lo amarillo.
Con todo, la bestia, como concepción de gobierno tiene miedo y el peligro es
que está armada, cubierta de sangre lo que hace difícil pensar que en ese
estado reine la sensatez de que no le queda otro camino que suavizar la
torpeza que fue su orgullo de déspotas. Como ves, no pretendo un final a mi
deseo libertario, muchos son los problemas acumulados, considerando que el
tiempo les daría la solución más que aumentar sus males, pero lo más
apremiante que no se puede sublimar ¡es el Hambre! De una gran sector de la
población. No pienses que exagero con el hambre. Se terminan los slogan de
que somos el mercado más grande de alimentos, y si lo tenemos en parte, está
indudablemente pésimamente más repartido.
La carta sigue describiendo, es larga como todas ellas, contundentes y fuertes.
Esta termina así:
Para cerrar la presente retorno a Guillén:
Amigo
sin quimeras
de trances absolutos
fiel a tantas verdades relativas
comunes las delicias y aflicciones
mas acá de las últimas reservas:
El Clave temperado
de la amistad segura.
Américo
Con un propósito bien definido sin las cuestiones personales, quise contar lo
que don Américo expresaba. Todas son así: llenas de poesías, citas,
comentarios de libros, lecturas renovadas o repetidas ante la sospecha de que
algo se le había evadido al correr tras un concepto; la búsqueda, siempre en la
traza que va dejando una supuesta verdad relativa, siempre en la búsqueda,
inconformista incurable, buceaba la realidad hasta donde le daban sus
pulmones, y se rectificaba una y otra vez. De no uso más. La autocrítica
permanente. ¿La que..? Este Don, ¿la usa?
Me envía el libro de Eduardo Mallea, Historia de una Pasión Argentina, y
cuenta porque me la envía: Recorrí las librerías de la calle Corrientes buscando
esta nueva edición, la primera fue en l937 (fecha a tenerse en cuenta)...,
espero conseguir Bahía del Silencio, y remitirla para que la leas. Con este
ensayo y la novela citada el panorama maellano se clarifica. Lo pienso así,
pero no lo confirmo, al no haber sido un lector de las obras de Mallea. ¿Causa?
Todo se remonta a mi juventud rebelde e iconoclasta, salí de mi adolescencia
para formarme en la ruda tarea de calderero especializado en calderas de
vapor, implícitamente me presento como un “lumpenproletariat”, cubierto de
hollín, grasa, petróleo en medio de un ruido metálico infernal, circunstancias
estas poco propicias para desarrollar un esteticismo de la palabra.
Taxativamente ya germinaba en mi pensar ese espíritu anárquico que luego me
acompañó pasando de los simple emotivo a un sentir razonado, buscando al
hombre nuevo, mezcla de ambos, y que hoy sigue imperando en mí, esa
búsqueda, por considerar que la sociedad se elevará solamente con el logro
del hombre nuevo.
Pero volviendo al tema, enfrentando en aquel entonces al Santo Oficio
Parroquial de mi pueblo, mis parientes de dolor: pobres y acuciados por la
misma situación que Yo, pero adocenados, por lo que le hacían decir “Viva
Cristo Rey”; tenían a Mallea como guía y maestro liberal (extraña paradoja la
de los liberales), en la disyuntiva no dudé y preferí a Bakunín. Hoy veo lo falso
de la disyuntiva, prejuicio, quizás de ser fiel a la idea de la emancipación, pero
en verdad en la miseria no se puede ejercer el esteticismo.
En el año l956 en una conferencia Ezequiel Martínez Estrada confiesa:
‘Comprendí entonces muchas cosas, que había ignorado, sin ser Yo un
aristócrata del dinero, pero sí un pensador y un artista para las elítes. Cinco
años de hospital me revelaron, como los diez de presidio de Siberia a
Dostoyesvki, que si algo había realmente puro en la miseria, inocente en la
maldad, cándido en la corrupción, era el bajo pueblo, el de los desheredado,
como había leído muchas veces que lo llamaban, para despreciarlo o
compadecerlo, sin saber bien que no era una palabra vacía, sino llena de carne
y lágrimas. ! Cuanta tristeza, soledad, desamparo y desesperanza había en
esas almas sombrías!’
Una mea culpa que debe alcanzar a la generalidad de nuestros hombres de
letras, cuidadosos de no lesionar los intereses de los Mitres. Sabrás que solo
un puñado de conocidos acompañó los restos del escritor Mallea. La oligarquía
elitista no le perdonó sus dudas. De ahí que fue larga su permanencia en la
soledad. Continúa con Mallea, describe la situación de las letras argentinas y
cita al final a Julio Mafud: Buscando las causas concurrentes se puede
contastar que la estructura social argentina se constituyó sobre miedos.
Américo.
La preocupación por el país es muy fuerte, en todas sus cartas llenan extensos
renglones. La mediocridad y el país desbastado que hay que hacer de nuevo.
¿Con quién? En el interrogante me cita a Pushkín quién leyendo Almas
Muertas de Gogol exclamó: ¡Dios mío, que triste es nuestra Rusia!
Solo hay que cambiar el nombre subraya Don Américo.
Nos han dejado una tierra triste. Culmina así este párrafo. Pero terminando: la
gente se entretiene con discusiones mediocres, mientras los liberales están en
aprontes y con paciencia amasan su ofensiva en democracia. En definitiva, a
pesar de que los milicos se van, persistirá la falta de libertad. Reafirma sus
dichos con otra cita: Simone Neil que en su lucha por la resistencia francesa
dijo: La verdadera libertad no se define por una relación entre el deseo y la
satisfacción, sino por una relación entre el pensamiento y la acción.
Termina el proceso militar, le anuncio mi pronto regreso, rápido me hace su
última y más breve carta, dice: Aguardando la hora en que me comuniques
vuestro regreso, ello nos permitirá abrir las compuertas recíprocas, cerradas
por estos años de distancias.
Américo
Después de mi retorno, vivió con nosotros la práctica concreta de
recuperación del gremio, la lucha contra el miedo, la consolidación, se lamentó
de las traiciones pasadas y alertó a las por venir. Fueron años de goce mutuo.
Su salud se fue deteriorando. Cada semana o cada quince días aparecía por
su casa, compartíamos en una sola jornada todos los temas pendientes con
gran avidez. La nuestra, era una relación de amor viril, esas, que profesan
hombres que piensan y creen en la emancipación del hombre, aunque transiten
caminos distintos, y piensen diferentes. Era una relación desnuda, de viseras
abiertas, la hipocresía llena de espanto ni se asomaba.
Fue al primero que le anuncié mi intención de escribir algo, para que no se
pierdan hechos, y los nombres de los hombres que lo protagonizaron. Dejar
testimonio de lucha. Estuvo de acuerdo, y alentó este atrevimiento.
Le participaba, a medida que escribía, especialmente la parte que le
correspondía, es decir, donde había actuado, no quería falsear sus palabras, ni
sus actos. Actitud que tomé con él y con todos. Así doliera en lo más íntimo
una acción frustrada o un decir inconveniente siempre debía intentar decir la
verdad; no ocultar así fuera errónea mi actitud, era peor el error del
ocultamiento. Asentía o no con un leve gesto, nunca intentó corregir mi visión
de los hechos, solo hacerme recordar o esclarecer episodios, me prestaba su
memoria.
Era renuente a que lo nombrara, largas discusiones libré y creí en un momento
que lo había convencido, pero no. Era una percepción falsa basada en una
acción que me contó, pero luego se dio cuenta y lo penetró el silencio.
En una de sus cartas lo dice: ingresé a Talleres Tafí Viejo como calderero.
Conoció la época de oro de esos establecimientos pertenecientes al F.C.
Belgrano que eran estatales. Mensualmente tenían una producción de diez a
doce locomotoras de vapor reparadas, fuera de los vagones y coches
fabricados o restaurados. Soportaron una de las tantas represiones duras de la
década del ‘40. Tiempos en que los anarquistas eran perseguidos
salvajemente. Debían esconderse, ser clandestinos, pero,¿como hacerlo en un
pueblo? Tan pequeño, controlable, donde todos los mecanismos de seguridad
de la militancia sindical se volvían vulnerables. Cuando me narró esto, el
mismo se contestó, al ver en mi rostro el interrogante: Si el pueblo te protege te
hace invisible. A nosotros nos escondió ese pueblo, aunque muchos de sus
integrantes no pensaran como nosotros, éramos parte de él, no se era un
agitador golondrina.
Cuenta que cuando se puso muy fulero se escondían en el cementerio, dentro
de los nichos vacíos, durante el día. Se invisilizaban
Al caer la noche, cautelosamente, en ese campo santo iba apareciendo la vida.
Lo real maravilloso ocurría casi a medianoche. Todo se concretaba. Sombras y
susurros. Llegaban familiares o compañeros. Cargando noticias, comida, ropa,
el calor solidario, y cuestiones varias. Ratos antes, otras sombras trepaban los
pinos, panteones altos; sombras sobre sombra, sombras cubiertas por la
sombras del tapial: Los vigías-sombras. Como lechuzas, agrandando los ojos
hasta la irritación, estas sombras penetraban las oscuridades. El sepulturero
era el bastonero de la noche; regenteaba la vida en ese cementerio de Tafí
Viejo. Allí, lo real maravilloso del pueblo los transformaba: de día invisibles, la
noche mágica los corporeizaba. Durante el día, según sea, pernoctaban dentro
de un panteón, o nicho. Eran receptores de rezos, pedidos, perdones,
promesas, arrepentimientos, rendiciones de cuenta y flores. Dormían entre los
finados, muy a gusto. En medio del silencio de la muerte y el sueño. La
celebración de reuniones políticas o gremiales no estuvo ausente. Era una
cuestión de principios realizarlas, como se dice. Cada una era un triunfo contra
la represión, el cazador era burlado.
Después, al tiempo -decía Don Américo-, emigramos a Buenos Aires, se
cerraba el cerco cada día. La represión nos empujó. Cercado lo real
maravilloso, éste, se fue desprendiendo uno a uno de sus protegidos.
Voy terminando mi libro, fallece Don Américo. Realmente nos demolió. En lo
personal, solo digo, siento un gran vacío en un costado. Todos los que
abrevamos de ese manantial inagotable de ética, dignidad, portador de un
amor profundo por la libertad; y que, según él, la nobleza en el hombre es una
virtud. Toda su figura resalta en ésta época llena de mediocridad, frivolidades,
ostentaciones de riquezas enajenadas al pueblo; todo eso, era un afligimiento
permanente; lo torturaba la inmovilidad y la falta de reacción de la gente. Era la
castración efectuada por la Dictadura Militar a casi dos generaciones, la
inacción y la escasa indignación era uno de los efectos del genocidio, solía
repetir Don Américo como autoconvenciendo al interlocutor de enfrente, y a él
mismo; dejando siempre abierto el interrogante, como que lo dicho no era una
cosa acabada.
La preocupación mayor que tenía sobre este libro, era el final. Un día, después
de leerle casi lo último, me dijo:
-Todo está bien, pero el final,..¿Como termina el libro? Me tomó desprevenido,
de contrapierna, pero en un nano segundo le contesté:
-¿El final? No hay final Don Américo. Esta es una memoria inconclusa. No
puede haber final, porque la lucha continúa.
-¡Ah! Está bien. Entonces sí, es que es así no más la cosa, la lucha continúa.
Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará
las penas de los hombres? ANDRES RIVERA
La revolución es un sueño eterno
*Del libro: El Guardapalabras, memoria de un ferroviario