Download - Boletín 44 Libélula Libros
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
ISSN 1909-0110
Volumen 1, nº 44. Libélula
Libros. Boletín Bibliográfico.
Manizales. Colombia.
Fecha del boletín
Julio 31 de 2008.
Edición especial
7o. Aniversario Colaboradores: Claudia Tamayo, Rafael
Muñoz, José F. Calle, Felipe Calderón,
Misael Peralta, Tomas Rubio, Christian
Londoño, Mario López, Martín Franco,
Pablo Arango, Carlos Augusto Jaramillo,
Humberto Posada.
Dossier Antonio Di Benedetto
Ilu
stra
ció
n d
e F
eli
pe
Ca
lde
rón
A la sombra de las hojas
Como “pequeño tributo a Georges Perec”, al
final de Prosa y circunstancia (Anagrama)
Enrique Lynch hace una suerte de inventa-
rio, verbi gratia: “ME GUSTAN:... Steven-
son< Emily Dickinson< Philip Larkin<
Bach< Wallace Stevens< comer muy bien<
Cathérine Deneuve< Stan Laurel & Oliver
Hardy< The Rolling Stones< Nabokov< hab-
lar como un colombiano< el café< Karen
Blixen…” “NO ME GUSTAN: < Wagner<
Popper, Habermas< Picasso, Mozart (con ex-
cepción del Réquiem), el deporte< El Qui-
jote< los críticos de arte< las fiestas popula-
res< los tenores en las termas de Caracalla< el
basketball (y menos si lo llaman “baloncesto”)
< los vecinos...”
Perec el taxónomo tiene, por supuesto, lista-
do semejante. “Me gustan:< los jardines< las
pastas recién hechas< el jazz, los trenes< cami-
nar por París< los lagos, las islas, los gatos...”
No le gustan: “las legumbres, los relojes de
pulsera, los políticos< los peluqueros, la publici-
dad, el té< Godard, la mermelada, la miel, las
motos...”
El propio Perec se encarga, sin embargo, de
establecer su filiación: Sei Shōnagon: “Sei
Shōnagon no clasifica; ella enumera y recomien-
za. Un tema suscita una lista, simples enuncia-
dos< M{s all{, un tema casi idéntico produce
otra lista, y así sucesivamente<” (Pensar, Cla-
sificar: Gedisa). La ayudante de menor rango —
de la emperatriz Sadako, circa año 1000—
que la posteridad conoce como autora de El
libro de la almohada escribió: “Se trate de lo que
fuere, poco importa, puede decirse que todo lo
que es pequeño es adorable.” (traducción de
Pinto et al); o: “< en verdad todas las cosas
pequeñas son adorables.” (Borges y Kodama);
o: “Cualquier cosa, si es diminuta, resulta gra-
ta.” (Amalia Sato).
Y llego al fin a Jane Bowles: “Placeres senci-
llos —<— como los que se obtienen sin estar
entre mucha gente<Placeres sencillos como
estas patatas asadas en vez de bailes, whisky y
orquestas…” (Placeres sencillos: Anagrama).
Todo para decir que me gusta, o que es cosa
adorable: por pequeña, o que —desde hace ya
siete años— no conozco otro placer más sen-
cillo que quedarme la tarde del sábado, toda,
en Libélula.
José Fernando Calle
Libélula libros
con la librería y me prometí comprarlo.
Años después el libro continuaba es-
perándome y cuando empecé a trabajar como dependienta, era inevitable temer el
riesgo de que el libro fuera vendido o peor
aún de que yo algún día me viera en la
compleja situación de introducir el libro
en una bolsa naranja mientras le agradec-
ía al feliz lector por su compra. Por fortu-
na en noviembre de 2007 y después de
tanto esperar logré conseguirlo. Esta clase de pactos con los libros no
siempre llegan a feliz término. He visto la
hendidura que deja ese rastro ausente
del tan anhelado libro, que por razones de
universo o de destino da con otro. Siem-
pre queda una buena sensación cuando
se vende un buen libro porque sin duda
estos se alejan dispuestos a recorrer el camino que como Borges nos recuerda:
“… da con su lector, con el hombre desti-
nado a sus símbolos”.
Claudia Tamayo G. – Libélula libros.
Hice un pacto silencioso con la librería
Hace poco más de
cinco años entré
por primera vez a la librería y buscando
algún libro de Pizar-
nik, (libro que aún
hoy espero encon-
trar al abrir alguna
de las emocionan-
tes cajas que lle-
gan), me detuve en el lugar en el que se ubica la sección de
poesía. No he sido amante de la poesía
y raras veces la comprendo, pero Pizar-
nik causó un efecto insospechado y
buscándola encontré a Pessoa en medio
de esa extraña afición que consistía en
descubrir libros por mi propia cuenta.
“Al final la mejor manera de viajar es sentir,” así comienza el primer poema de
Álvaro de Campos, libro III. No, no es
cansancio y otros poemas.
Supe que este libro debía esperarme.
Desde entonces hice un pacto silencioso
Página 2 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Al asomarse a la
ventana se puede
ver una larga escale-ra. La escalera des-
ciende hasta un par-
que. La pendiente es
considerable y por
más que hice el as-
censo tantas veces,
no llegue a habituar-
me. Siempre terminaba con la respira-ción entrecortada y el corazón en alta
revolución. En ocasiones prefería el ca-
mino largo, de inclinación reducida. Para
tomar esta vía, hay que hacer un tipo de
bucle (si nuestro punto de referencia es
el parque). Al vencer entonces la escale-
ra o al tomar el camino menos pendien-
te, llegaba a Libélula. Llegaba desde varias metamorfosis: a mirar libros, a
preguntar por libros, a comprarlos. Lue-
go las metamorfosis se diversificaron:
iba a visitar a los amigos, luego a traba-
jar, iba también a conversar, iba sin
razón, a ver no solo a los libros, sino a las Libélulas y Libélulos que se volvieron
también familia y amigos. Libélula se
volvió un punto de encuentro, ahí tam-
bién celebramos cumpleaños, graduacio-
nes y compartimos hasta penas de amor
(unas que se volvieron legendarias).
Al asomarse a la puerta se ve la ciudad
en movimiento, se ve a ―Calidad‖, a Pa-blo y sus frutas y se ven también algunas
siluetas que tienen un meneo que no
cabe por la calle, que caminan en versos
de cuatro a cinco tonadas, que se empe-
rimbomban y salen de rumba*.
Se ven muchas cosas, desde un lugar de
pequeña superficie. Tantas cosas que se
añoran en la distancia. Rafael Muñoz Tamayo – Libélula libros
*Alheña y azúmbar. Jaime Jaramillo
Libélula se volvió un punto de encuentro
ANIVERSARIO
7 años de vida tal vez sean pocos, pero nos sentimos tan contentos
de llegar a ellos que no ocultamos nuestra emoción, menos
cuando percibimos que nuestros amigos, muchos de los cuales los
hemos hecho aquí, sienten una emoción tanto o más grande que la
nuestra. Sus testimonios demuestran que la tarea de construir un lugar
de ciudad propicio a la lectura y la conversación se ha cumplido incluso
más allá de nuestros iníciales propósitos. (Carolina Arango, PFA)
Página 3 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Diccionario personal
Mandamientos. Para hacerse una idea,
basta considerar uno solo: “amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. Esto estaba
pensado desde el comienzo para que se
les aplicara también a masoquistas y
suicidas.
Pablo R. Arango—Libélula libros.
Siento como propia la alegría de sus siete años
Conocí Libélula
hace unos tres
años por cuenta de Milan Kunde-
ra. Por entonces
una antigua
novia me envió
a Bogotá La
insoportable
levedad del ser,
advirtiéndome que lo había
comprado en
una bonita li-
brería por los lados del Multicentro Estrella.
Jamás había oído hablar del lugar. Cuando
regresé a Manizales –motivado, además,
porque el libro me encantó–, lo primero
que hice fue visitar la librería para corrobo-rar la imagen que me había creado de ella.
Llegué una tarde en que estaba vacía y no
andaba más que su dueño, Pablo Felipe
Arango. Por aquella época yo había escrito
una columna en La Patria sobre la feria del
libro y Pablo me reconoció de inmediato, a
pesar de que la foto del periódico era vieja
y mal tomada. Yo jamás había cruzado una sola palabra con él, pero esa tarde nos
quedamos un buen rato charlando sobre
aquel escrito. La librería por supuesto me
encantó; luego de la conversación terminé
llevándome un libro de Flaubert, mientras
Simetría en los estantes
quiero agregar, acudiendo a mi cuestiona-
da memoria, un pedazo de la historia que
siempre pasa por alto: esa noche pfa ―me contó‖ dos historias; la primera fue El
Nadador de John Cheever, la segunda
fue, por poseer cierta similitud, Wakefield
de Nathaniel Hawthorne.
Esas dos historias, más los cuentos de
Cortázar que Tomás -quizá para desemba-
razarse de la rémora que yo era- me con-
taba, fueron los milagrosos culpables. Los culpables de hacer nacer en una persona
el sentimiento que ahora, considero el
más hermoso: el amor por el lenguaje de
los hombres. Sumado al amor por los
cuentos, por Borges, por la simetría en los
estantes, por las bonitas ediciones, por
las personas que habitan la Libélula. La
librería ganó, entonces, un visitante devo-to, a quien increíblemente –aún sigue
siendo inverosímil- se le concedió el honor
de cuidar de ella.
Christian C. Londoño E. – Libélula libros
Pablo me enseñaba por primera vez este
boletín. Llegué a casa y devoré los tres
ejemplares que me regaló donde –recuerdo–, estaba la memorable defini-
ción de ―música clásica‖ que escribió Pa-
blo R. Arango (el malo) en su diccionario
personal, y una bonita entrevista con un
autor que me encanta: Alejandro Zambra.
De inmediato le escribí a Pablo Felipe
pidiéndole que me abriera un espacio,
cosa que ha respetado hasta hoy sin cam-biar una sola coma. Valga decir, además,
que durante estos tres años mal contados
aquella fue la única vez que vi al dueño
de Libélula; resulta curioso, sí, porque
cuando voy a Manizales y me paso por la
librería jamás lo encuentro. De hecho,
muchos de los personajes que ‗habitan‘
aquel lugar –como el honorable doctor Calle–, son todavía para mí un misterio.
Pero gracias a Libélula he conocido, tam-
bién, personajes con quienes he tenido
conversaciones memorables al calor de
unos buenos tragos. Me refiero, como no,
a Pablo R. Arango y Carlos Augusto Jara-
millo. Digamos, pues, para no alargar más
esta nota, que aunque llegué tarde a este refugio y a pesar de que no lo visito con
relativa frecuencia, siento como propia la
alegría de sus siete años. Y claro: como
todos, deseo que sean muchos más.
Martín Franco Vélez – Libélula libros
Fue una noche de jue-
ves, yo estaba mirando,
desprevenido, un libro que Tomás me había
enseñado. Su saludo
fue un amable ―buenas
noches‖. Pensé una
respuesta apropiada,
tal vez sería convenien-
te un ―don Pablo‖,
―doctor Pablo‖, ―señor Pablo Felipe‖, etc. Seis meses después sé
que lo mejor hubiera sido un gentil silencio.
Porque, según él, mi respuesta terminó
siendo un grosero y confianzudo ―qué hubo
Pablo‖. Ahora cuenta que, ya conversando,
hubo palmaditas y que, luego, mi despedi-
da intentó ser un abrazo. No habían pasa-
do 24 horas y pfa ya me tenía por un sin-vergüenza.
Hasta ahora la historia de pfa es la versión
oficial de los hechos y no creo que exista
forma de hacer creer lo contrario. Aún así,
U na libélula es un animal que pare-
ce no volar, se sostiene y parece
magia. Una librería es un sitio que por su peculiaridad necesariamente se
vuelve día a día, chip a microchip, más
anacrónico. Y por eso la nostalgia. Un sitio
que no sigue las reglas, mucho menos la
velocidad. Se sostiene a otro ritmo, ese
ritmo es el silencio. Un sitio donde el polvo
además de enemigo tiene algo de nieve,
donde los rayos de sol que decoloran son también halos de luz que se filtran tranqui-
los y parecen una cortina tibia, donde cada
estante es un fortín retador que cuando
nadie ve me guiña un ojo, donde el ano-
bium punctatum es una sombra gigantes-
ca que contradice su biología; un sitio don-
de todo puede ser visto de otra manera,
donde en cualquier momento un río puede pasar y de la silla no nos hemos movido. Y
esa inmovilidad que es un lector encuentra
adecuado ambiente en la Libélula, además
café y al Doctor Calle. La libélula se posa
con delicadeza y su batir de alas es invisi-
ble. Cualidades que la Libélula acomoda
dentro de lo caótico de la ciudad y sus
visitantes agradecen. Es extraño pero justo ahora me viene una imagen: un retrato de
Borges y un libro curuba: el monóculo de
de Campos. Eso es lo que hace Libélula.
Eso vale una vida.
Tomás David Rubio Casas – Libélula libros.
Página 4 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Recuerdo qué
me acercó a la
librería: La Mon-
taña Mágica.
Esto ocurrió en
una Feria del
Libro de Mani-
zales y yo tenía
16 años aproxi-
madamente. Iba
casi todos los
días a preguntar
si habían traído el libro que pedía, y, en
cambio, el dependiente me ofrecía a Tol-
kien. Intentaba disimular mi desagrado
pues las dimensiones del joven que me
atendía eran de 2m x 2m. Lo único que
podía hacer era recibir los 3 tomos de El
Señor de los Anillos (en presentaciones y
ediciones diferentes) y, mientras miraba
sus ilustraciones, pensar la forma de esca-
par del gigante.
Después de mucho sufrir, anhelar, ir a mo-
lestar a los propietarios y empleados de la
librería, etc., por fin me consiguieron La
Montaña Mágica. Era negro con blanco y
tenía una pequeña ilustración donde apa-
recía una hilera de sillas mecedoras. Era
Mucho más que simples libros
Volver... 7 años
Si como dice el
tango 20 años
no es nada, que
serán 7 años,
mucho menos
sin lugar a du-
das. Esto en el
sentido románti-
co de la vida,
debido a que
son solo 7 años
no siendo una
librería sino siendo esa puerta donde la
ficción y la realidad se funden en una sola,
esa puerta a donde todos los caminos lle-
gan, donde se puede viajar en el tiempo y
la distancia, esa puerta por donde todos
podríamos escapar. Desde el punto de
vista económico es una proeza que una
librería sobreviva en un país como este,
en una ciudad como esta, en un espacio
como este.
Si a alguien le interesara la numerología
en este momento podría pensar que 7 es
un numero perfecto, sin embargo a mi me
interesa más la capacidad que tienen al-
gunos lugares para convocarnos, como la
librería; en alguna parte leí que los huma-
nos, como los caracoles, llevan su casa a
cuestas, pero a diferencia de ellos, de los
caracoles, la de los hombres es mental, la
capacidad que tiene este sitio es la de
ayudarnos a amoblar la casa con los arte-
factos, útiles e inútiles, que más nos gus-
tan, sin más preocupaciones que hacer de
la mente el lugar más cómodo y habitable
muy gordo, el libro. Estaba emocionadísi-
mo, yo. También recuerdo ahora otra cosa:
la cara que hizo Lilia cuando vio el tamaño
del libro; sus ojos abiertos, su mirada y su
"no creo que lo lea, Felipe".
Estamos en julio de 2008, miro hacia atrás
–como quien dice, en retrospectiva- y noto
que es mucho más que simples libros lo
que he obtenido de mis constantes visitas
a Libélula: amigos, cafeína y buenas con-
versaciones… Un segundo hogar: eso es
Libélula para mí. Feliz cumpleaños.
Felipe Calderón Valencia – Libélula libros
posible, sin importar los números, solo la
literatura.
Todo este tiempo he ido desarrollando un
afecto por el sitio que me hace extrañarlo
cuando no puedo habitarlo y que me hace
hablar de él como cuando se habla de los
primeros juguetes de la niñez, es un afec-
to que crece con el tiempo y con la gente y
que me hace sentir tan propia la librería
como los libros que han ido creciendo en
mi biblioteca, y no me cansare de agrade-
cerle a la librería el hecho de permitirme
llegar a ellos. Espero seguir al lado de la
librería, de su gente, de los amigos y po-
der llegar a cantarle el tango que dice:
―20 años no es nada, que febril la mira-
da‖…
Humberto Posada C.—Libélula libros.
Los pecados capitales
Un número de
años igual al de
los pecados capi-tales cumple Libé-
lula. Son muchas
la asociaciones
que podrían hacer
entre el número
siete y sus senti-
dos: Dios des-
cansó el séptimo día, también son
siete los colores
del arco iris, los días de la semana, los sa-
cramentos, , los dones del espíritu santo,
las notas musicales… bla, bla, bla.
Pero en lo personal me gustan los siete pe-
cados capitales. Hay una buena película
sobre el tema y en la librería se vendieron como pan caliente el año pasado una serie
de libros dedicados cada uno a uno de es-
tos pecados.
Nada de ingenuidades lectores, el infierno
les espera regresando a La Librería duran-te su séptimo año. Lo he visto con mis
propios y condenados ojos. He visto en la
expresión de los visitantes la avaricia, la
gula, la lujuria, de a una o a la vez, están
ahí cuando abren ciertas páginas, al rozar
con los dedos un libro, al abrir una caja y
encontrar el título largamente esperado.
Se muestran impávidos pero no os engañ-éis, quieren poseer esos libros a toda cos-
ta, devorarlos rápidamente, con una pa-
sión desbordada. Van a sus casas, se en-
cierran, algunos apagan el teléfono, y no
salen hasta estar ahítos.
Y qué decir de la pereza, Por Dios, un
sábado, una tarde entera entregada a este
magno vicio. Se les ve por ahí, a los clien-tes, sentados, hablando, tomando café sin
hacer nada más que conversar las horas
enteras mientras el tiempo se escapa,
lento y perezoso, como los propios visitan-
tes. Sobre la ira, la envidia y la soberbia
¿deberá callar el que ahora firma? No.
Pero para no mancillar alguna alma que
todavía pueda salvarse hablaré en primera
persona. Ira, claro, cada vez que un libro
por el que espero no llega o lo ha compra-
do alguien más. Y es en ese momento
cuando llega la envidia. Me acerco al com-prador lo miro con desdén, con soberbia, y
digo: ―un buen libro, sabe… pero no es la
mejor traducción y esa editorial, bueno…
yo sigo esperando a que llegue una edi-
ción que supera a todas las demás… hace
poco me la pidieron aquí, casi inconsegui-
ble, pero es que en esta librería me miman
todo el tiempo‖. Carlos Augusto Jaramillo – Libélula libros
Página 5 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
En los siete años
de la Libélula
Libros- Hace un par de
años, en una
encuesta de la
Librería, Pablo
Felipe Arango
preguntó a los
c l ientes por
algún escritor merecedor de mayor reconocimiento por
parte de los lectores; supongo que su in-
tención era buscar entre los aficionados a
la literatura un narrador digno de mayor
consideración entre los cada vez más es-
casos lectores nacionales. Creo recordar
que Pablo Felipe envió tres preguntas por
el correo electrónico buscando indagar por los escritores perdidos en la memoria, en
los vericuetos de la publicidad o en los
antojos de los editores.
Imagino la multiplicidad de respuestas que
obtuvo, las pesquisas a muerte de los eru-
ditos y las mil horas de conversación que
el tema generó entre los contertulios de
los sábados.
Para tratar de responder, esculqué, en pri-
mer lugar, en algunos escritores latinoame-
ricanos -en su mayoría asociados con la vieja Casa de las Américas-, que por déca-
das han ayudado a comprender la naturale-
za de los conflictos sociales y políticos de
esta parte del mundo. Al revisar la lista,
encontré que todos han gozado de un gran
reconocimiento simbólico y material:
- ―Cuando consiguieron plata, los
escritores del boom no volvieron por aquí‖. Le oí decir, en una librería de Manhattan, a
un viejo luchador de los años sesenta.
Decidí escribir a la librería sugiriendo el
nombre de Leonardo Padura Fuentes; por
esos días había leído La Neblina del Ayer
(2005), una novela bien urdida e intensa
basada en tres momentos de la sociedad
cubana. Como toda la obra literaria de Pa-dura, La Neblina del Ayer es calificada co-
mo novela negra y literatura urbana. En
Padura se encuentra una literatura capaz
de convertir una historia policial en un re-
porte sobre la vida en Cuba antes, durante
y después de la revolución; sus novelas no
son literatura policíaca, son narraciones
cargadas de ironía sobre la sociedad, la
Un voto por Leonardo Padura
cultura y la política; se trata de una obra
capaz de conectar a la isla con el mundo
exterior y de ejercer, sin saña, la crítica al monopolio del poder.
Máscaras (Tusquets, 1997) es una novela
menos delicada en su elaboración y más
atroz en lo que cuenta -un travesti es asesi-
nado en el bosque de La Habana, el asesi-
no le introduce dos monedas en el ano-
sobre los prejuicios sexuales que ponen en
entredicho los alcances de las revoluciones y la hombría de los revolucionarios. Másca-
ras hace parte de una tetralogía de Leonar-
do Padura que incluye Pasado perfecto
(1991), Vientos de cuaresma (1994) y Pai-
saje de otoño (1998).
Debió ser difícil para la Librería hacer una
selección de los autores, supongo que no
fue posible realizar una encuesta que per-mitiera escoger y calificar a partir de una
lista limitada de escritores. De todas mane-
ras, durante estos dos años, me quedé
esperando los resultados.
Feliz Cumpleaños.
Mario Hernán López – Libélula libros
Metaliteratura e intertextualidad
Por la boca muere
el pez, dicen. La
literatura es tam-bién un pez que
pocas veces se
aborda por la boca
y muchas veces
por la estructura,
la forma, la poéti-
ca, la gramática, la
trama –palabras que matan a otras
palabras, que es-
quivan la boca, en supuesto-.
La boca entonces puede ser pluma, o ahora
-para ser menos romántico-, tecla. El autor
(A) (ese personaje irresoluto cada vez más
ambiguo, más oscuro, más indescifrable)
desaparece en los contornos de la literatura cuando más se planea encontrarlo. Casi lo
mismo pasa con el lector (L). Se define más
la identidad de L en lo que no se lee o en lo
que está por fuera de los libros.
¿Qué está por fuera de los libros? Cada vez
es más difícil establecer esa barrera porque
la literatura, de alguna forma, se inventa la
vida, y la vida se confunde y se rinde ante el riesgo de la ficción o de la recreación.
Aparecen entonces los detractores (que son
muchos y radicales), de las dos palabras
que –a modo de boca- titulan este texto. Y
ante la confusión y el horizonte desdibuja-do de L y A, se tientan muchos a tomar
posición, y los que quedan al otro lado de
los detractores, somos (nombrados) esno-
bistas.
La palabra tiene un corte que parece lasci-
vo, pero que finalmente redunda en co-
herencia. Básicamente un esnobista es un
imitador. Un imitador –―con afectación‖- de las maneras y opiniones de aquello o
aquellos que considera
―distinguidos‖ (según el diccionario de la
RAE).
Suena mejor entonces. L imita con afecta-
ción (¿con conmoción?) esas voces de la
literatura, sus cortes, sus estilos, y los
apropia. L y A se confunden, la vida y la literatura llenan de niebla los estuarios
que guían sus corrientes.
Esa carencia de certezas abre las puertas
de ese hermoso riesgo de perderse en las
letras y dejarse ir en las palabras. La me-
taliteratura, blindada palabra, cubre los
hilos desde los tiempos del Quijote, de
Niebla, de Borges, y ahora de Bolaño, de Vila-Matas, de cada A que se ha asumido
en la crisis de morirse por la boca, en cada
tecleo que constituye su obra.
Intertextual, cada diálogo espontáneo,
cada objeto que se connota frase o perso-naje de papel, cada recuerdo, cada libro
que se crea como parte de varios, cada
ejercicio Proppiano -o inapropiado-, cada
frase que refugia a otra que no se delata o
se esconde entre las páginas mohosas de
un libro cerrado.
Palabras, palabras que cuando saltan a la
evidencia, cuando desfilan pomposas, se piensan absurdas y carentes de todas las
virtudes clásicas de la literatura. Palabras,
que en supuesto, acaban con el pez, con
la literatura.
Palabras, que transforman al pez L, y que
pueden causarle malestar estomacal o
infección, pero que también le pueden
mostrar esa sustancia connatural a todo lo que ingiere, a todo lo que vive en el aleteo
de las páginas.
Aleteo, bello aleteo de Libélula, que duran-
te siete años nos ha dejado reinventar la
ciudad y encontrarnos con otros lectores
confundidos, autores posibles, personajes
inventados, peces con riesgo de intoxica-
ción o gula, que coinciden en la casualidad de la ficción o de la invención de lo real.
Misael Alejandro Peralta—Libélula libros
Página 6 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
T engo un desagrado especial y decla-
rado por los concursos literarios.
Descreo además de quienes se dedican a participar en ellos. Ningún ser
excesivamente premiado –o siquiera pre-
miado- me provoca emoción. El juego de
premiar y ser premiado es una vergüenza,
ambos: premiador y premiado solo buscan
reconocimiento social, si fuéramos serios y
generosos deberíamos pagarles un psi-
quiatra y acabar con esa tontería. Pero encontré un escritor que supo hacer con
los premios lo que se debe: ganarlos, sa-
carles la plata, y voltear la cara, mera ne-
cesidad económica, no importa. Es nece-
sario vivir del oficio literario cuando no se
tiene ningún otro al cual acudir. Se trata
de Sensini, o mejor dicho, de Antonio Di
Benedetto, el personaje del cuento de Roberto Bolaño creado a partir de su en-
cuentro con el autor de Zama (o de Ugar-
te), y por quien el escritor chileno sintió
una atracción especial una vez descubrió
que, como él, había participado en un con-
curso literario, que para colmo no ganó
ninguno de los dos, desde entonces y a
partir de la búsqueda que de Sensini-Di Benedetto hizo Bolaño, se hicieron amigos,
y se convirtieron en cazarrecompensas.
En un estante de la librería, en el que repo-
san los libros editados por Adriana Hidal-
go, estaba la obra casi completa de Di
Benedetto, por el que con excepción del
escritor Orlando Mejía nadie había pregun-
tado. Y una tarde de sábado después de haber tomado El silenciero por mera curio-
sidad, comencé la lectura de sus libros,
uno tras otro, casi de manera ansiosa, y
fue un mes Sensini en todos los sentidos.
Di Benedetto (Mendoza 1922) fue encar-
celado por la dictadura Argentina de turno
en 1976, nunca le informaron las razones;
fue liberado un año después gracias a la
presión que ejercieron intelectuales y escri-
tores del mundo entero. La prisión y las torturas lo marcaron de tal forma que nun-
ca más volvió a escribir tal como lo había
hecho hasta antes de su captura. Di Bene-
detto se quejaba de su incapacidad que se
veía acompañada además de la soledad, el
olvido, y un profundo desasosiego. Tal vez
algunos de los sobrevivientes de una gue-
rra sufran aun más cuando aquella termi-na, porque tienen el alma en trozos cuando
otros tienen una sonrisa permanente en el
rostro. La grosera alegría casi nunca es
dulce, pero no importa, porque siempre es
fugaz. El caso es que la muerte le vino a Di
Benedetto en 1986 poco tiempo después
de haber regresado de España donde esta
exiliado; ―creo que esta historia es muy larga para un cuento tan corto como creo
que soy yo‖, le había comentado a Ricardo
Zelarayan(2).
Borges fue cauto en
los comentarios
acerca de Di Bene-
detto, Cortazar, si se quiere, grosero. La
evidente deuda con
El pentágono consti-
tuía un fantasma del
que seguramente
quiso evadirse. Aho-
ra los comentaristas
y críticos intentan
encontrar algún co-mentario elogioso de ambos para acompa-
Fue un mes Sensini en todos los sentidos(1)
ñar las carátulas y las cintas de las reedi-
ciones de los libros. Y sobran. No hacen
falta, son suficientes aquellos personajes neuróticos y sus entornos confusos y as-
fixiantes al igual que su narrativa despro-
vista de adornos, limpia y directa, que se-
guramente pocos estarían dispuestos a
catalogar como latinoamericana.
La prosa de Di Benedetto es ágil, dura, sin
estridencias, pulida. Extraña en nuestro medio, sin antecedentes ni descendencia.
Solitaria, triste, contenida, y sobre todo
silenciosa, tal como cabe imaginarse al
mismo Di Benedetto. Y onírica claro, en la
medida en que todos queremos creer que
el absurdo cotidiano no es real, sino mero
reflejo de los sueños de alguien.
Su obra es amplia, diversa y breve, prefería
las novelas cortas y los cuentos rápidos.
Mientras que en las primeras cierta morosi-
dad anímica hace ver a sus personajes
varados en medio de la nada, en los cuen-
tos emplea un ritmo desbocado y delirante.
Sabía Di Benedetto que el problema no
reside en la suspensión o el paso rápido del tiempo, en ambos casos el resultado es
el mismo. El problema está en el hombre,
en su alma, en el puesto que ocupa en el
universo, en su condición de extraviado.
Zama es su novela
más reconocida. Don
Diego de Zama espe-
ra en Asunción las noticias de mejora
en su cargo, el dine-
ro que pueda enviar-
le su mujer, y las
razones para mante-
ner una esperanza
que se agota. Sabe
sin embargo que no tiene sentido aquella
espera, que el destino lo ha arrojado a una
esquina del mundo como queriendo des-
hacerse de él, que carece de fuerzas para
revelarse y entonces apenas da vueltas y
enreda aún más su madeja ya hecha un
nudo. El funcionario de la corona española
no encuentra razones para su existencia, a pesar de que se procura cuanta peripecia
amorosa o litigiosa pueda percibir. Pero es
claramente limitado, no es un héroe, es
apenas un hombre que intenta sobrevivir y
ni siquiera recibe el dinero necesario para
su sustento. Su simplicidad no lo exime sin
Página 7 Volumen 1, nº 44. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
embargo del tormento de fantasmas y
seres aun más fríos y grises, entonces el
destino se acuerda por fin de Don Diego y lo reintegra al río de la existencia de una
manera abrupta pero al fin y al cabo gene-
rosa. La pampa se abre prodiga e infinita:
le ofrece vida sin consuelo.
Zama refleja una rara maestría: si bien
relata sucesos del siglo XVIII, lo hace de
una forma que el lector olvida que pudiera tratarse de mera recreación histórica. No
obstante recupera un lenguaje y vocabula-
rio formidablemente castizo. No es que
construya la historia como si ella fuera de
ahora, lo que sucede es que traslada al
lector –o tal vez al personaje y su entorno-
en el tiempo con tal delicadeza, que la
historia de Zama y su figura misma nos conmueven de una manera contemporá-
nea.
En El silenciero, en
cambio, un escritor
de provincia acosa-
do por su propia
incapacidad para sentarse a escribir,
es agobiado por el
ruido y la bulla. El
mundo es mera bu-
lla, absoluta algarab-
ía, y en consecuen-
cia querer huirle al
ruido es querer huir-
le al mundo, lo que por supuesto será ob-jeto de reproche. Han notado los críticos
que el silenciero es el mismo Di Benedet-
to, afirmación que no compartía, sin em-
bargo es evidente, no tanto la similitud de
personajes como el padecimiento y agobio
sufrido por ambos, debido a esa bulla inva-
sora y perturbadora. Tal vez Di Benedetto
hubiera preferido la advertencia de que él era toda su obra, y que su vida, sus libros,
personajes e historias integran un mismo y
único universo. Así hubiera aceptado tam-
bién la sugerencia de que el periodista
encargado de escribir una crónica, prota-
gonista de su nove-
la Los suicidas, era
él mismo. La parti-cular y obsesiva
preocupación por
quienes se quitan la
vida, era sin duda
una inquietud, nada
ingenua, de Di Be-
nedetto. Se percibe
en esta novela, nue-
vamente, esa moro-
lo acompaña en su cabalgadura. La dulzura
que provoca es reconfortante; la lectura de
Aballoy podría bastar para mucho tiempo, y no porque sature sino porque hace suspen-
der –así sea temporalmente- la búsqueda.
Efectivamente es una capilla, serena, dul-
ce, y profundamente espiritual.
―Toda la producción narrativa de Antonio Di Benedetto es, como la de Witold Gombro-
wicz, un constante asedio a la forma‖ ha
escrito Jimena Néspolo(3), sin duda. Pero
es algo más también, es una narrativa hon-
damente humana y - ¿en consecuencia?-
pesimista y anímica. Gombrowicz jugaba
ajedrez en un bar de Buenos Aires re-
cordándole a sus contertulios que era un
aristócrata, Di Benedetto le pidió a un en-trevistador: ―-Ponga: como usted ve, soy un
tipo simple. Vulgar póngale‖. Que va, mere-
ce la gloria, este mes yo se la concedí a
Sensini.
(pfa)
Notas: (1) Frase casi tomada de algún aparte de “Sensini” de Roberto Bolaño (“Llamadas tele-fónicas”, Anagrama, 1997). Visite: http://www.barcelonareview.com/63/e_rb_span.html
(2) En Luchar contra la palabra. Dialogo con Antonio Di Benedetto, publicado en “Cuentos claros”. Adriana Hidalgo. 2004. (3) Prólogo Lecturas impertinentes a El Pentá-gono. Adriana Hidalgo. 2005.
sidad señalada en El silenciero. El perio-
dista, hijo precisamente de un suicida, es
un ser desasido e inestable, que acata el encargo formulado por el jefe de la agen-
cia de noticias, no tanto por cumplir con su
oficio, como por descubrir las razones que
pudieran tener las personas que deciden
dar por terminada su vida. No descubre
nada, todo es gris y nebuloso, tal vez la
razón no sea otra que la sensación de des-
apego que el periodista y Di Benedetto sienten. Sensación en cierto grado similar
a la del novio de Laura en El pentágono
(reimpresa como Anabella), aquella novela
experimental que puede leerse como rela-
tos, o como un solo cuerpo, y a saltos y
que refleja un terrible y profundo
―desajuste‖ entre el ser y el mundo que lo
rodea. Un triangulo amoroso que resulta de la conjunción en un mismo punto de
―dos triángulos que, compartiendo un mis-
mo vértice (el yo narrador), trazan a su vez
relación entre los dos rivales (Rolando y
Orlando). En medio de esta engañosa si-
metría se encuentran las mujeres (Laura,
la amada imposible, y Barbarita, la esposa
infiel) y, en la cúspide, imponiendo su ma-yestática presencia: el yo‖. La estructura,
el juego, la ruptura de formas sugiere otro
libro, ¿cierto?, sí, El pentágono fue escrito
en 1955 en Mendoza, el otro en 1968.
Pero la obra de
Di Benedetto la
conforman
además de nove-las como las
mencionadas, un
conjunto genero-
so de cuentos
por los que sent-
ía un curioso
afecto. Esos
cuentos que comparaba con
motas de nieve
que pudieran caer en los labios de un ne-
gro en Haití, o ―pequeños tesoros de la
imaginación‖, le impedían ―construir gran-
des catedrales‖, y en cambio ―modestas
capillas‖; pero los aceptó e incluso fueron
su fortuna mientras estaba en la cárcel desde la que enviaba cartas a la escultora
Adelma Petroni: ―anoche tuve un sueño
muy lindo: voy a contártelo …‖. Uno fue
Aballoy, aquel ser memorable que como
los estilitas decidió subirse a su caballo
para pagar una pena recorriendo la pam-
pa. Este comportamiento estrambótico
deja de serlo a medida que el lector com-
prende el alma de aquel gaucho, e incluso
Adriana Hidalgo ha publicado:
“Zama”, “El silenciero”,
“Los suicidas”, “El pentágono”,
“Absurdo”, “Cuentos claros”, “Mundo
animal – El cariño de los tontos”,
“Sombras nada más” y “Cuentos
completos”.