Ciclo A
Eran las últimas semanas de la vida de Jesús. Jesús tenía interés en enseñar que “el Reino de Dios” que predicaba, era para todos, no sólo para el pueblo de Israel.
Y que habrá gentes de regiones lejanas que, habiéndolo conocido tardíamente, tendrán el mismo mérito y las mismas oportunidades. Por eso dijo la parábola que hoy nos trae el evangelio. Mt 20, 1-16.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia por que yo soy bueno?" Así, los últimos
serán los primeros y los primeros los últimos."
Esta parábola iba dirigida en primer lugar a los jefes judíos que criticaban el hecho de que Jesús tratase con igual o más benevolencia a publicanos y pecadores.
Ellos, los judíos, se creían los únicos depositarios de los bienes de Dios y no estaban de acuerdo con Jesús que trataba igual a paganos que a última hora iban conociendo a Dios.
También la parábola se refiere a las diferentes llamadas de Dios en las diferentes edades de la vida. A unos les llama Dios a una entrega profunda cuando aún están en la niñez o en la juventud o en la edad adulta o en la vejez. Lo normal es que Dios llama continuamente; pero las respuestas son diversas en intensidad.
La parábola trata directamente del premio que nosotros pensamos nos ha de dar Dios a la respuesta a su llamada. Pensamos que Dios nos ha de pagar según nuestra justicia;
pero Dios tiene otra regla de
justicia, que es sobre todo su amor y su
amistad.
Automático
buscaban los jornaleros cómo ganarse el pan.
Fue un hombre a contratarlos y los trajo a su tierra,
Hubo un hombre envidioso, que al dueño pidió cuentas
Y el dueño fue y le
dijo: amigo, ten en
cuenta,
que te di lo
acordado y mi
amistad.
Unos van de madrugada,
otros llegan al
final.
pero Dios a todos paga por
igual.
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Nosotros también como los fariseos nos fijamos en la justicia distributiva, a nuestra manera, y no nos fijamos en la bondad de Dios, en el corazón de Dios. Él pasa por encima de nuestros propios méritos, dándonos la gracia como un don.
“¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?”. Pasa con frecuencia que una persona está tranquila y contenta con el salario que tiene, hasta que se entera que otra persona, de nuestra propia categoría, gana algo más.
Hoy termina el evangelio con
una advertencia
de Jesús para los que
tenemos envidia hasta de la bondad
de Dios:
En ese momento comienza la desazón y los deseos de reivindicación. ¿Por qué nos cuesta tanto alegrarnos del bien ajeno? Y sin embargo es un signo claro de la caridad, del amor:
Alegrarnos del bien del otro aunque
sepamos que no nos
va a dar nada.
A veces hasta nos puede molestar que Dios tenga misericordia con los otros. Nos puede pasar como al profeta Jonás que se enfadaba con Dios porque había tenido misericordia con aquella ciudad donde el profeta había anunciado el castigo de Dios.
La ciudad se
arrepintió y Dios la perdonó.
Esto pasa porque no somos buenos como Dios. Dios siempre busca el bien; pero nuestro egoísmo es como un impedimento que nos priva de ver la bondad de Dios. Debemos comprender que los planes de Dios no son como los nuestros, que suelen ser raquíticos. Los planes de Dios son magnánimos con todos los que quieren recibirle.
Así nos lo dice hoy de una manera
clara el profeta Isaías
en la 1ª lectura:
Isaías 55,6-9
Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes.
No sabemos comprender los planes de Dios, porque nos empeñamos en creer que son como los nuestros. Y por eso muchas veces empequeñecemos a Dios. ¡Pobres de nosotros si Dios nos juzgase con la justicia según nosotros la entendemos! Pero gracias que Dios es mucho más Padre que juez.
¿Qué premio se nos dará a nosotros que lo hemos dejado todo? Queremos comprar los dones de Dios. Y le queremos pasar contabilidad de nuestros méritos. No nos damos cuenta que Dios desea más nuestra felicidad que nosotros mismos.
A veces pensamos en los premios que Dios nos debe dar, como cuando san Pedro le dijo a Jesús:
Para Dios no vale tanto el tiempo que trabajamos para Él como la actitud. Y en realidad la que vale es la última actitud, que normalmente será mayor si procuramos mejorarla continuamente.
A veces la última es
diferente de las anteriores,
como pasó con el buen ladrón.
No tenemos porqué tener envidia de nadie porque tenga más intimidad con Dios. Lo único debe sentirnos como estímulo para el camino del bien. Sería ridículo tener envidia de la Virgen María, porque Dios le ha dado más gracias. A nosotros nos ha dado suficiente para poder ser felices para siempre.
No tenemos porqué tener envidia a nadie, sino amar mucho a Jesús y seguir con esa actitud de ser bueno y misericordioso como el Señor. Así nos lo recuerda el salmo responsorial, que nos dice que el Señor es rico y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Por eso nos invita a ensalzar y bendecir a Dios.
Automático
y bendeciré
tu nombre.
Eternamente y para
siempre
cada día te
bendeciré.
eternamente y para
siempre
digno de suprema alabanza;
Y su grandeza es inescrutable
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El salmo invita a las criaturas a alabar al Señor, porque es bueno y misericordioso. Pero las criaturas le alaban a Dios a través de nuestra aceptación y sobre todo de nuestro amor.
Es difícil comprender el camino hacia Dios que llevan los demás. Muchas veces nosotros, que hemos sido llamados a 1ª hora marchamos a medio gas, no como lo que Dios pensaba de nosotros. Y puede ser que otros llamados al final nos aventajan.
Y debemos alabar a Dios, seamos de los
llamados a primera hora o
llamados al final.
No juzguemos demasiado a las personas en el sentido de nuestra justicia, tengamos un corazón amplio o magnánimo. Busquemos trabajar más según el amor de Dios y estemos ciertos que Dios nos dará más de lo que pensamos.
Y recordemos que un acto de caridad es alegrarse con el que está alegre.
Todo esto es muy difícil de conseguir. Debemos tener una vida con Cristo; o una vida “digna del Evangelio de Cristo”, como nos dice san Pablo hoy en la 2ª lectura. “Vivir la vida de Cristo” parece algo muy fantástico y teórico; pero en la vida real es pensar y actuar como Cristo Jesús.
Hermanos: Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.
Flp 1,20c-24.27a
Cuando uno procura tener la vida de Cristo, nuestros cálculos son diferentes: No es cuestión de méritos por la cantidad de trabajo o por el tiempo dedicado o por la antigüedad de trabajo, como se piensa en una empresa material.
La recompensa se deja
tranquilamente en manos de
Dios que juzga sobre todo la
actitud de amor.
Alguno piensa que ya respondió a la llamada de Dios una o varias veces y que le sigue, aunque a veces sea a medio gas. El hecho es que Dios sigue llamándonos y lo que interesa es mantener siempre la buena actitud.
No basta haber
dicho sí a Dios una vez, sino
que debemos dar un sí cada día.
Una de las maneras de dar un sí al Señor es trabajar por Él, que es por el bien sobre todo espiritual de los demás. Decía un santo: “Quien salva un alma tiene salvada la suya”. Esta era la preocupación de san Pablo cuando dudaba entre desear morir para estar con Cristo o quedarse para bien de los cristianos.
Si nos consideramos llamados a primera o segunda hora, trabajemos para que otros puedan escuchar la llamada de Dios al atardecer, pero que respondan con actitud de amor.
Veía san Pablo que aseguraba
su salvación
si los otros
llegaban a ser dignos
del Evangelio.
Terminamos recordando que en la perfección cristiana no se trata de mirar al premio ni compararnos con nadie, sino crecer en la entrega a Dios para amarle de tal manera que, “aunque lo que espero no esperara, lo mismo que le quiero le quisiera”.
No me mueve, mi Dios, para quererte
Automático
ni me mueve el infierno tan temido
Tu me mueves, Señor,
muéveme ver tu cuerpo
tan herido,
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te
amara,
pues, aunque lo
que espero no
esperara,
te
qui- sie-ra.
AMÉN
Con María,
la Madre.