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Vista aérea de París con el
1Centro Georges 1 da)mpidou en p rimer plano,
UFO Y2rno hi
cos / Lo
A
históri
y
propoS|
s Ortiz Macedo
to de los centros
13
En sayo
Vista aérea de París con el
1Centro Georges 1 da)mpidou en p rimer plano,
UFO Y2rno hi
cos / Lo
A
históri
y
propoS|
s Ortiz Macedo
to de los centros
13
En sayo
El autor sostiene que la expansión
urbana no tiene por qué generar el
deterioro o la desaparición de los
centros o barrios antiguos.
| concepto “Centro Hlistórico” no parece presen-tar dificultades para nadie, y los lugares que esadefinición precisa, poniendo de relieve su anti-
giiedad y su pintoresquismo, son en general los mejorprotegidos. En cambio, otras muchas ciudades de idén-tico valor, pero cuya calidad arquitectónica es más difí-cil de percibir, no reciben los cuidados que merecen;por otro lado, urbes en plena expansión, más notorias porsu dinamismo que porlos vestigios de su pasado, descu-bren hoy el encanto y la belleza de viejos barrios pocoestimados.
Del mismo modo, hayedificios a los que se puedecalificar de históricos porque en ellos transcurrió la vi-da de un personaje o porque fueron escenario de suce-sos importantes de la historia. Nada obliga a esperar aque un conjunto urbano se muestre capaz de desafiarelpaso de los siglos para que pueda considerársele venera-ble; es esta una de las consecuencias de lo que hoy defi-nimos como “aceleración dela historia”.
El problema de los centros históricos se plantea in-cluso en zonas donde la urbanización es reciente. Hay
capitales que a fines del siglo XIX eran simples pobladosy hoy enfrentan problemas de crecimiento que parecenimponer una difícil elección entre la modernización yelmantenimiento de un núcleo urbano antiguo.
De cualquier manera, esos conjuntos presentan siem-pre un carácter común, en la medida en que suele con-siderárselos inadaptados a la vida contemporánea. Enefecto, cuando la vida política, religiosa, militar, cultu-ral o económica que constituía su razón de ser pasa aotras zonas o desaparece con las creencias, las técnicas ylas prácticas sociales, pierden algunas de sus funcionesiniciales y desempeñan penosamente las que conservancomo centros comerciales o turisticos.
El hecho de que la parte potencialmente más diná-mica de la población emigre hacia otros barrios haceque el modo mismo de vida, el aspecto externo de esasciudades, se modifique profundamente. Los palacios,las mansiones, las casas solariegas, convertidos en casasde alquiler —si no es que en vecindades—, comienzan aser ocupados por una población de escasos ingresos,ylo
Pomo: Juan E del CueraSalamanca.
que es peor, de escasa cultura, que no puede cuidarlosni mantenerlos y contribuyen fatalmente a su deterioro.Simultáneamente, el comercio cambia de carácter; an-
tes respondía a las necesidades de una sociedad próspe-ra, estructurada y diversificada; ahora debe adaptarse alas de grupos más modestos.
No ha habido época en que las ciudades no cambiende aspecto o no experimenten, incluso, transformacionesradicales; no olvidemos que las guerras, los incendios ylos terremotos han sido siempre poderosos agentes del
urbanismo. Pero tras cada desastre, la reconstrucción nocontradecía ostensiblementela visión, la mancra de hacerde los constructores de otras épocas y apenas modificabael modo de vida de sus habitantes. Lo nuevo, edificadogeneralmente según los mismos planos y en el mismoespacio, sustituía a lo viejo, y las generaciones sucesivas
veían cómo su ciudad crecía o decrecía, se embellecía ose afeaba, se abría o se cerraba, en una palabra, cambiabalenta e imperceptiblemente durante su vida, cada ciuda-dano podía considerar que habitaba la misma ciudad.
Hoy, en cambio, la ruptura suele ser radical, y porprimera vez las ciudades del mundo se transforman congran rapidez, al mismo tiempoysiguiendo esquemassi-milares. Desde luego,la expansión urbana no tiene porqué tener como resultado fatal la desaparición de loscentros o barrios antiguos; pero el hecho es que por do-
El autor sostiene que la expansión
urbana no tiene por qué generar el
deterioro o la desaparición de los
centros o barrios antiguos.
| concepto “Centro Hlistórico” no parece presen-tar dificultades para nadie, y los lugares que esadefinición precisa, poniendo de relieve su anti-
giiedad y su pintoresquismo, son en general los mejorprotegidos. En cambio, otras muchas ciudades de idén-tico valor, pero cuya calidad arquitectónica es más difí-cil de percibir, no reciben los cuidados que merecen;por otro lado, urbes en plena expansión, más notorias porsu dinamismo que porlos vestigios de su pasado, descu-bren hoy el encanto y la belleza de viejos barrios pocoestimados.
Del mismo modo, hayedificios a los que se puedecalificar de históricos porque en ellos transcurrió la vi-da de un personaje o porque fueron escenario de suce-sos importantes de la historia. Nada obliga a esperar aque un conjunto urbano se muestre capaz de desafiarelpaso de los siglos para que pueda considerársele venera-ble; es esta una de las consecuencias de lo que hoy defi-nimos como “aceleración dela historia”.
El problema de los centros históricos se plantea in-cluso en zonas donde la urbanización es reciente. Hay
capitales que a fines del siglo XIX eran simples pobladosy hoy enfrentan problemas de crecimiento que parecenimponer una difícil elección entre la modernización yelmantenimiento de un núcleo urbano antiguo.
De cualquier manera, esos conjuntos presentan siem-pre un carácter común, en la medida en que suele con-siderárselos inadaptados a la vida contemporánea. Enefecto, cuando la vida política, religiosa, militar, cultu-ral o económica que constituía su razón de ser pasa aotras zonas o desaparece con las creencias, las técnicas ylas prácticas sociales, pierden algunas de sus funcionesiniciales y desempeñan penosamente las que conservancomo centros comerciales o turisticos.
El hecho de que la parte potencialmente más diná-mica de la población emigre hacia otros barrios haceque el modo mismo de vida, el aspecto externo de esasciudades, se modifique profundamente. Los palacios,las mansiones, las casas solariegas, convertidos en casasde alquiler —si no es que en vecindades—, comienzan aser ocupados por una población de escasos ingresos,ylo
Pomo: Juan E del CueraSalamanca.
que es peor, de escasa cultura, que no puede cuidarlosni mantenerlos y contribuyen fatalmente a su deterioro.Simultáneamente, el comercio cambia de carácter; an-
tes respondía a las necesidades de una sociedad próspe-ra, estructurada y diversificada; ahora debe adaptarse alas de grupos más modestos.
No ha habido época en que las ciudades no cambiende aspecto o no experimenten, incluso, transformacionesradicales; no olvidemos que las guerras, los incendios ylos terremotos han sido siempre poderosos agentes del
urbanismo. Pero tras cada desastre, la reconstrucción nocontradecía ostensiblementela visión, la mancra de hacerde los constructores de otras épocas y apenas modificabael modo de vida de sus habitantes. Lo nuevo, edificadogeneralmente según los mismos planos y en el mismoespacio, sustituía a lo viejo, y las generaciones sucesivas
veían cómo su ciudad crecía o decrecía, se embellecía ose afeaba, se abría o se cerraba, en una palabra, cambiabalenta e imperceptiblemente durante su vida, cada ciuda-dano podía considerar que habitaba la misma ciudad.
Hoy, en cambio, la ruptura suele ser radical, y porprimera vez las ciudades del mundo se transforman congran rapidez, al mismo tiempoysiguiendo esquemassi-milares. Desde luego,la expansión urbana no tiene porqué tener como resultado fatal la desaparición de loscentros o barrios antiguos; pero el hecho es que por do-
dades antiguas se cuentan
nsustituibles que
sacrificar. Comolos bO
perasual no son reprodu
Lisboa.
quier estamos asistiendo a tal fenómeno.Lacivilizaciónindustrial es la primera que posee a la vez los recursos fi-nancieros y los medios técnicos que permiten destruir
en masa y reconstruir casi inmediatamente, y según un
esquema completamente distinto.De ahí que la problemática de la ciudad tradicional
amenazada parezca generalmente tan confusa; la com-prensión de esa amenaza ylas contradicciones que entra-
ña son fenómenos peculiares de nuestra época. La vieja
ciudad se postula a través de los siglos como una reali-dad indiscutida, no sujeta a juicios de valor, a sentimien-tos de adhesión o de rechazo. Pero si se pone en entredicho
su existencia, inmediatamente se convierte en ciudad his-tórica; tesoro para unos, rémora para otros.
entre esos
ningún país puede
bienes que
cibles, su valor
habrá de aumentar constantemente
Pota: Juan 1. del Cueto
Los urbanistas, los que detentan el poder ylos pro-motores suelen justificar en nombre del “progreso”lasgrandes operaciones de demolición de centros o barrioshistóricos. Las exigencias y las ventajas de ese progreso se
explican de distintas maneras. Hay ciudades tradiciona-les condenadasa la desaparición por razones históricas nodigcridas por un cierto sector social. A los ojos modernos,lo antiguo aparece como lo viejo, lo sucio, lo sórdido.Semejante actitud, empeñada en ocultar los testimoniosmás típicos de una arquitectura y un urbanismo,re-cuerda el desprecio con que durante mucho tiempo seconsideró a los vestigios porfirianos —urbanosy arquitec-tónicos— como algo que había que desaparecer del cascourbano de nuestras ciudades, parecieran avergonzarse de
dades antiguas se cuentan
nsustituibles que
sacrificar. Comolos bO
perasual no son reprodu
Lisboa.
quier estamos asistiendo a tal fenómeno.Lacivilizaciónindustrial es la primera que posee a la vez los recursos fi-nancieros y los medios técnicos que permiten destruir
en masa y reconstruir casi inmediatamente, y según un
esquema completamente distinto.De ahí que la problemática de la ciudad tradicional
amenazada parezca generalmente tan confusa; la com-prensión de esa amenaza ylas contradicciones que entra-
ña son fenómenos peculiares de nuestra época. La vieja
ciudad se postula a través de los siglos como una reali-dad indiscutida, no sujeta a juicios de valor, a sentimien-tos de adhesión o de rechazo. Pero si se pone en entredicho
su existencia, inmediatamente se convierte en ciudad his-tórica; tesoro para unos, rémora para otros.
entre esos
ningún país puede
bienes que
cibles, su valor
habrá de aumentar constantemente
Pota: Juan 1. del Cueto
Los urbanistas, los que detentan el poder ylos pro-motores suelen justificar en nombre del “progreso”lasgrandes operaciones de demolición de centros o barrioshistóricos. Las exigencias y las ventajas de ese progreso se
explican de distintas maneras. Hay ciudades tradiciona-les condenadasa la desaparición por razones históricas nodigcridas por un cierto sector social. A los ojos modernos,lo antiguo aparece como lo viejo, lo sucio, lo sórdido.Semejante actitud, empeñada en ocultar los testimoniosmás típicos de una arquitectura y un urbanismo,re-cuerda el desprecio con que durante mucho tiempo seconsideró a los vestigios porfirianos —urbanosy arquitec-tónicos— como algo que había que desaparecer del cascourbano de nuestras ciudades, parecieran avergonzarse de
los vestigios materiales de una cultura nacional que porel contrario urge defender. Las consideraciones de índo-le social también desempeñan un papel importante. Malconservada, sobrepoblada, olvidada a menudo porlosservicios de mantenimiento y de higiene o porleyes que
la hacen irredituable, la vivienda decarácter histórico caeen la categoría de insalubre.
Cierto es que estas preocupaciones van a menudo
acompañadas por inquietudes de otra indole. La viviendao barrio deteriorado puede dar cobijo a una poblaciónde trabajadores no calificados, política, móvil, difícil-mente controlable, y acogida con hostilidad por losciudadanos mejor establecidos y más acomodados. Lavieja zona urbana se vuelve entonces sospechosa, hay queactuar contra ella, vigilar y reprimir a sus habitantes. Es
la otra cara, porlo general oculta, del “saneamiento”.
A ello debe añadirse el espectro de la presión demo-gráfica. El crecimiento excesivamente rápido de unaseriede grandes ciudades hace indispensable utilizar razona-blemente el espacio. En tal sentido, habrá técnicos que
no vacilen en sustituir los edificios de dos o tres plantasde un centro histórico por otros más elevados, Conellopretenden incrementarla densidad de la población ur-bana, aunquela experiencia ha mostrado la vanidad desemejantes proyectos, ya que las operaciones de renova-ción urbana en el centro histórico delas ciudades suclenfavorecer la construcción de oficinas y comercios; porejemplo, lo que se pretende hacer con las manzanasal
sur de la Alameda Central de la Ciudad de México.Los cálculos económicos muestran motivaciones más
claras. La ciudado el barrio histórico, con sus habitantescasi insolventes, parece ocupar indebidamente un espa-
cio que resulta así poco o nada rentable, Si se decidiera
su conservación —se arguye—, habría que restaurar cen-tenares de edificios, y rehacer kilómetros de redes deservicios urbanos... Pero una operacióndeese tipo, aun-
que produzca un alza de los valores inmobiliarios, será
a fin de cuentas deficitaria, por lo que en muchos paí-ses la hacienda pública la considera inadmisible. Encambio, las operaciones de renovación urbana, que enun principio se presentan como medios de rehabilita-
Siena. Foro: Juea 1. del Cuero
ción parcial pero que en realidad están concebidas paraproliferar rápidamente, parecen infinitamente más “ren-
tables”, y en varios casos han rendido frutos inesperados.
Por último,la causa más frecuente de demolición ra-
dica en los postulados mismos de un urbanismo —hoy
muydiscutido pero aún poderoso— para el cual los im-
perativos de la circulación deben prevalecer sobre cual-quier otro tipo de consideraciones. En función suyaseabren en el núcleo histórico de una ciudad unas cuantasbrechas para reducir los embotellamientos; se construyen
unas cuantas avenidas para recorrerla en todas direccio-nes y, a pesar de todo, se estima que lo esencial quedaa
salvo: los monumentos, un paisaje urbano célebre, un
barrio restaurado... Sin embargo, la contextura urbanaoriginal experimenta unatransformaciónradical, la ciu-dad oel barrio queda desorganizado o desfigurado, y enpoco tiempo desaparece como entidad urbana. El proce-
los vestigios materiales de una cultura nacional que porel contrario urge defender. Las consideraciones de índo-le social también desempeñan un papel importante. Malconservada, sobrepoblada, olvidada a menudo porlosservicios de mantenimiento y de higiene o porleyes que
la hacen irredituable, la vivienda decarácter histórico caeen la categoría de insalubre.
Cierto es que estas preocupaciones van a menudo
acompañadas por inquietudes de otra indole. La viviendao barrio deteriorado puede dar cobijo a una poblaciónde trabajadores no calificados, política, móvil, difícil-mente controlable, y acogida con hostilidad por losciudadanos mejor establecidos y más acomodados. Lavieja zona urbana se vuelve entonces sospechosa, hay queactuar contra ella, vigilar y reprimir a sus habitantes. Es
la otra cara, porlo general oculta, del “saneamiento”.
A ello debe añadirse el espectro de la presión demo-gráfica. El crecimiento excesivamente rápido de unaseriede grandes ciudades hace indispensable utilizar razona-blemente el espacio. En tal sentido, habrá técnicos que
no vacilen en sustituir los edificios de dos o tres plantasde un centro histórico por otros más elevados, Conellopretenden incrementarla densidad de la población ur-bana, aunquela experiencia ha mostrado la vanidad desemejantes proyectos, ya que las operaciones de renova-ción urbana en el centro histórico delas ciudades suclenfavorecer la construcción de oficinas y comercios; porejemplo, lo que se pretende hacer con las manzanasal
sur de la Alameda Central de la Ciudad de México.Los cálculos económicos muestran motivaciones más
claras. La ciudado el barrio histórico, con sus habitantescasi insolventes, parece ocupar indebidamente un espa-
cio que resulta así poco o nada rentable, Si se decidiera
su conservación —se arguye—, habría que restaurar cen-tenares de edificios, y rehacer kilómetros de redes deservicios urbanos... Pero una operacióndeese tipo, aun-
que produzca un alza de los valores inmobiliarios, será
a fin de cuentas deficitaria, por lo que en muchos paí-ses la hacienda pública la considera inadmisible. Encambio, las operaciones de renovación urbana, que enun principio se presentan como medios de rehabilita-
Siena. Foro: Juea 1. del Cuero
ción parcial pero que en realidad están concebidas paraproliferar rápidamente, parecen infinitamente más “ren-
tables”, y en varios casos han rendido frutos inesperados.
Por último,la causa más frecuente de demolición ra-
dica en los postulados mismos de un urbanismo —hoy
muydiscutido pero aún poderoso— para el cual los im-
perativos de la circulación deben prevalecer sobre cual-quier otro tipo de consideraciones. En función suyaseabren en el núcleo histórico de una ciudad unas cuantasbrechas para reducir los embotellamientos; se construyen
unas cuantas avenidas para recorrerla en todas direccio-nes y, a pesar de todo, se estima que lo esencial quedaa
salvo: los monumentos, un paisaje urbano célebre, un
barrio restaurado... Sin embargo, la contextura urbanaoriginal experimenta unatransformaciónradical, la ciu-dad oel barrio queda desorganizado o desfigurado, y enpoco tiempo desaparece como entidad urbana. El proce-
México. Foro: Juan E, del Cueto
so se ha repetido con demasiadafrecuencia en el últimomedio siglo para que tengamos que describirlo con de-talle. Como pruebaestá el Plan Regulador del Centro
de la Ciudad de México aprobado en 1947, la secue-
la de demoliciones que acarreó ylos sucesivos cambios
al uso del suelo que han dejado cicatrices imborrables
en el casco urbano.Las autoridades locales y federales que se proponen
preservar un barrio, una ciudad o un lugar histórico,hansalvado ya la ctapa del alegato a favor de los bienes
culturales; sin embargo, no es raro que tengan que lucharaún contra este tipo de razonamientos y de prácticas;
deben tener presente, en materia de operaciones de re-novación urbana, que la justificación de los cálculos no
suele apoyarse sino en evaluaciones cuantitativas que en
modo alguno tienen en cuenta todos los aspectos delcosto social o político de la empresa. La calidad de vidaen un centrohistórico no puede calibrarse arreglando unbalance financiero; nadie puede garantizar que la mejor
operación de renovación urbana, a juicio de sus promo-cores, vaya a ser a la larga provechosa parala colectividad.
Es más, desde hace algunos años se viene compro-
bando en países muy industrializados que millones deviviendas antiguas, siempre que se las mantenga yres-taure, pueden durar tanto o más que las construidasactualmente; esas viviendas representan un capital con-
Justamente porque en ellas
parece desterrado el anonimato
y el aislamiento, las viejas
ciudades atraen hoy a los hijos
y a los nietos de quienes en otro
tiempo las abandonaron.
siderable, que se perdería totalmente en caso de de-molición. Por consiguiente, una política racional de vi-
vienda debe introducir los problemas de la protección y
la conservación de lo antiguo en la gestión global delpatrimonio inmobiliario, con mayor razónsi se piensa
que el mejoramiento delas viviendas antiguas seguirá
siendo durante un tiempo razonable el medio esencialpara satisfacerlas necesidades de alojamiento de los me-
nos dotados económicamente. La reanimación de los
barrios históricos es hoy una necesidad de índole nomenos económica y social que cultural.
Vivimos en una época en que el mundose esfuerza
por definir de nuevo las perspectivas del progreso opo-niéndolas a la fatalidad del crecimiento y en el quela
defensa del entorno natural y humano obliga a poner entela de juicio múltiples formas de exploración destruc-
tora. Razón de más para comprender que las ciudadesantiguas se cuentan entre esos recursos insustituibles
que ningún país puede malgastar o sacrificar. Comolos
bienes que por su índole no son reproducibles, su valorhabrá de aumentar constantemente. En cierto modo,esas ciudades entrañan los más frágiles de entre todoslos bienes: el espacio y el tiempo humanos.
Preservarlas en la diversidad misma de su contextura
urbanística y de sus funciones supone fomentar y mejo-rar las relaciones cuyo deterioro suscita la nostalgia de
México. Foro: Juan E, del Cueto
so se ha repetido con demasiadafrecuencia en el últimomedio siglo para que tengamos que describirlo con de-talle. Como pruebaestá el Plan Regulador del Centro
de la Ciudad de México aprobado en 1947, la secue-
la de demoliciones que acarreó ylos sucesivos cambios
al uso del suelo que han dejado cicatrices imborrables
en el casco urbano.Las autoridades locales y federales que se proponen
preservar un barrio, una ciudad o un lugar histórico,hansalvado ya la ctapa del alegato a favor de los bienes
culturales; sin embargo, no es raro que tengan que lucharaún contra este tipo de razonamientos y de prácticas;
deben tener presente, en materia de operaciones de re-novación urbana, que la justificación de los cálculos no
suele apoyarse sino en evaluaciones cuantitativas que en
modo alguno tienen en cuenta todos los aspectos delcosto social o político de la empresa. La calidad de vidaen un centrohistórico no puede calibrarse arreglando unbalance financiero; nadie puede garantizar que la mejor
operación de renovación urbana, a juicio de sus promo-cores, vaya a ser a la larga provechosa parala colectividad.
Es más, desde hace algunos años se viene compro-
bando en países muy industrializados que millones deviviendas antiguas, siempre que se las mantenga yres-taure, pueden durar tanto o más que las construidasactualmente; esas viviendas representan un capital con-
Justamente porque en ellas
parece desterrado el anonimato
y el aislamiento, las viejas
ciudades atraen hoy a los hijos
y a los nietos de quienes en otro
tiempo las abandonaron.
siderable, que se perdería totalmente en caso de de-molición. Por consiguiente, una política racional de vi-
vienda debe introducir los problemas de la protección y
la conservación de lo antiguo en la gestión global delpatrimonio inmobiliario, con mayor razónsi se piensa
que el mejoramiento delas viviendas antiguas seguirá
siendo durante un tiempo razonable el medio esencialpara satisfacerlas necesidades de alojamiento de los me-
nos dotados económicamente. La reanimación de los
barrios históricos es hoy una necesidad de índole nomenos económica y social que cultural.
Vivimos en una época en que el mundose esfuerza
por definir de nuevo las perspectivas del progreso opo-niéndolas a la fatalidad del crecimiento y en el quela
defensa del entorno natural y humano obliga a poner entela de juicio múltiples formas de exploración destruc-
tora. Razón de más para comprender que las ciudadesantiguas se cuentan entre esos recursos insustituibles
que ningún país puede malgastar o sacrificar. Comolos
bienes que por su índole no son reproducibles, su valorhabrá de aumentar constantemente. En cierto modo,esas ciudades entrañan los más frágiles de entre todoslos bienes: el espacio y el tiempo humanos.
Preservarlas en la diversidad misma de su contextura
urbanística y de sus funciones supone fomentar y mejo-rar las relaciones cuyo deterioro suscita la nostalgia de
Boston.
los habitantes de nuestras modernas ciudades. Esa nos-talgia no es de un pasado que no ha de volver sino deun arte de vivir. Sentimiento,legítimo y respetable cuan-do a cambio nose le ofrece a la “muchedumbresolitaria”que constituimos más que el culto al automóvil, al aceroy al hormigón.
Justamente porque en ellas parece desterrado el anoni-mato y el aislamiento,las viejas ciudades atraen hoycre-cientementea los hijos y a los nietos de quienes en otrotiempo las abandonaron. Y en parte, por las mismas
razones, acuden a ellas los menos rutinarios, los másimaginativos. Entre nuestros constructores no faltan ar-quitecros ni urbanistas para quienes las viejas ciudades
que sus predecesores menospreciaban no representanreliquias conmovedoras sino, justamente, modelos enqué inspirarse.
En los jóvenes, la necesidad de conservar esas obrasdel pasado constituye casi un reflejo vital. En más deuna región son ellos los que con mayor asiduidad yatención frecuentan los viejos centros urbanos, aunquesea porasistir a las discotecas y bares de moda, esforzán-dose, si es menester, por protegerlos. Acaso presienten,
cuando sucumbe unavieja ciudad, que no son sólo unascalles, un paisaje urbano, los que se disuelven en la na-da. Para la inmensa mayoría de nuestros coterráneos,
ajenos a la cultura libresca, la ciudad antigua es el único
Barcelona. Foto: juan E. del Cueto
testimonio inteligible y tangible de la historia. La desa-
parición de las ciudades cargadas de historia condenaríaa esas generacionesa vivir en la superficie de los acon-tecimientos, inciertas y solitarias, como un hombre sin
recuerdos.
Sin embargo, porreacción contra esa tendencia, asis-timos a una explosión renovada de particularidades. Portodas partes, las comunidades étnicas o nacionales, las
colectividades rurales o urbanas, o las entidades cultura-les afirman su originalidad y se esfuerzan por asumir ydefender convigor los elementos distintivos de su iden-tidad. La identidad cultural parece plantearse hoy comounode los principios notables de la historia; lejos de coin-
cidir con una réplica sobre un acervo inmóvil y cerrado ensí mismo, esa identidad es un factor de síntesis nueva yoriginal perpetuamente recomenzada; de este modo re-presenta, cada vez más, la condición misma del progresode los individuos,los grupos ylas naciones, pues anima ysostiene la voluntad colectiva, suscita la movilización delos recursos interiores para la acción y transformael cam-bio necesario en una adaptación creadora.
Si nos atenemos a los pesimistas, la crisis de identi-dad sería el nuevo mal del siglo; cuando se hundenloshábitos seculares, cuando desaparecen modos de vida,cuando se evaporan viejas solidaridades, es fácil que seproduzca unacrisis de identidad. Y
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