Download - Crazy Dangerous (Andrew Klavan)
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Hacer lo correcto, sin temor a nada.
Sam Hopkins es un buen chico que ha caído con la gente equivocada. Al
pasar tiempo con ladrones de autos y matones, Sam sabe que es sólo cuestión
de tiempo antes de tomar una muy mala decisión y meterse en serios
problemas.
Pero un día, Sam ve a estos amigos acosando a una compañera de escuela
excéntrica llamada Jennifer. Al encontrar el valor de hacer frente a los matones,
Sam pierde una mala serie de amigos y adquiere uno nuevo muy extraño.
Jennifer no es sólo excéntrica. Para Sam, parece francamente demente.
Tiene alucinaciones aterradoras que involucran demonios, el diablo y la muerte.
Y aquí está la parte “realmente” loca: Sam está empezando a sospechar que
estas visiones en realidad podrían ser profecías… profecías de que algo terrible
va a suceder muy pronto. A menos que él pueda detenerlo.
Sin nadie que crea en él, sin nadie que lo ayude, Sam está solo en una
carrera contra el tiempo. Encontrar la verdad antes de que ocurra un desastre
va a ser a la vez loco y muy, muy peligroso.
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Sinopsis
Índice
Parte 1: Dragnet
1: Bajo el Puente
2: El Juego de la Gallina
3: El Camaro Rojo
4: El Hijo del Predicador
5: Un Par de Autos
6: Mi Vida Como Rufián
7: Alguien en el Bosque
8: Una Revelación
Parte 2: La Cosa en el Ataúd
9: Yendo a Casa
10: Un Hombre Marcado
11: Lo que Jennifer Vio
Parte 3: El Castillo del Rey
Demonio
12: Día de Pista
13: ¡Ayúdame!
14: Un Demonio Propio
15: Algo Terrible
16: Algo Incluso Peor
17: Sospechoso Principal: Yo
18: Profetas y Locos
Parte 4: Destructor
19: La Peor Noche de mi Vida
20: Ladrón en la Noche
21: Sales, J.
22: Huyendo
23: Lo que Pasó en el Bosque
Parte 5: Locura
24: Y si…
25: El Cobertizo
26: Explosión, 9:15
27: El Tiempo se Agota
28: Bomba
Epílogo
Sobre Andrew Klavan
Créditos
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¿Ves a ese tipo muerto a un lado de la carretera? Sí, aquel que yace en un charco
de su propia sangre, con el rostro todo destrozado y su ropa toda sucia y rota.
Ese soy yo. Sam Hopkins. Y bien, no estoy realmente muerto, o al menos no del
todo. Acabo de ser golpeado. Mucho. Muy mal. Lo que supongo es un poco
mejor que estar muerto… aunque cuando pienso en cómo voy a tener que
explicar esto a mis padres, francamente, estar muerto no parece una mala
alternativa.
De todos modos, te estás preguntando cómo me metí en una situación como
esta. Probablemente querrás oír hablar de Jennifer y los demonios y cómo reté
en velocidad a un tren de carga y —oh, sí— el extraño asesinato y cómo me
enteré de ello… definitivamente vas a querer escuchar todo acerca de eso.
Pero primero, tengo que contarles acerca de la cosa más estúpida que he
hecho…
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Parte 1
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Traducido por LizC
Corregido por Nony_mo
usurros llegan hasta ella desde la oscuridad.
Muerte.
Somos muerte.
Somos ángeles de la muerte.
Vamos a destruirlos.
Vamos a destruir a todos.
Los susurros vienen desde todos los rincones. Se arrastraban por los lados
de su cama, se deslizaban sobre sus mantas, sobre su piel. Al igual que
cucarachas. Primero uno, luego otro, luego un enjambre de ellos, cubriéndola.
Somos ángeles del mal.
Ángeles de la muerte.
Nosotros les enseñaremos a tener miedo.
Jennifer se quedó sin aliento y se sentó rápidamente, mirando hacia las
sombras, estudiando las sombras de su habitación, su habitación durante toda
la vida, su morada infantil, de repente extraño para ella ahora en la oscuridad.
Tantos ojos mirándola fijamente. Animales de peluches, sus amigos durante
toda su infancia, su osito de peluche, su cocodrilo, su bebé jirafa. Ojos de cristal,
ojos de cristal negro, mirando hacia ella. Los carteles en la pared: su cantante
favorito, su banda favorita. Ojos de papel, ojos planos, mirando fijamente. Su
calendario. Las princesas de Disney. Sus sonrisas brillantes de repente
diferentes, conocedoras, burlonas y malvadas. Ojos observándola fijamente
desde las sombras.
Y los susurros en todas partes:
Somos ángeles del mal, ángeles de la muerte.
Nos comprometemos en sangre a matarlos a todos.
¿Quién era? ¿Quién estaba allí? El corazón le latía con fuerza mientras
examinaba la habitación, buscando. Nadie. Sólo su computadora, la pantalla
apagada, observándola desde las sombras. Su equipo de música. Su figura de
Scary-Oh. Sus altavoces circulares como ojos, mirándola fijamente.
Jennifer agarró su almohada, la sostuvo entre sus brazos en busca de
consuelo, la sostuvo frente a ella como si pudiera protegerla.
Pero los susurros siguieron llegando. Se deslizaban por la pared.
Cucarachas pululando oscuramente por la pared y el techo donde podían caer
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sobre la parte superior de ella y escurrirse por su piel, enredarse y arrastrarse
entre su largo cabello castaño.
Verán nuestro poder.
Ellos tendrán miedo.
Miedo de nosotros.
Debido a que somos ángeles de la muerte.
Aterrorizada, Jennifer se deslizó rápidamente de la cama y se puso de pie
en su pijama, sin soltar la almohada delante de ella. Su aliento salía
entrecortado mientras se volvía y estudiaba las sombras. Oso de peluche,
princesas, su espeluznante Scary-Oh, todos observándola.
Sin embargo, no había nadie allí. Todo estaba tranquilo, inmóvil.
Nos comprometemos en sangre a destruirlos…
Dejó caer la almohada. Se llevó las manos a los oídos. ¡Alto! ¡Detente!
Quería gritar. ¿Debería hacerlo? ¿Debería llamar a su madre? Tenía
muchas ganas de hacerlo. Podía sentir el grito con ganas de estallar en su
interior, pero no lo hizo. Sabía lo que pasaría si lo hiciera. Si gritaba, su madre
vendría. Cansada. Con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Necesitando
que ella se durmiera para que así pudiera ir a trabajar por la mañana. Vendría y
encendería la luz…
Y no habría nada. Nada más que los animales de peluche y las princesas y
el Scary-Oh, ya no mirando fijamente, fingiendo no mirar.
―No hay nada ―diría su madre, impaciente, molesta―. Fue sólo una
pesadilla. Vuelve a dormir. ¡Por amor de Dios, tienes dieciséis años!
Eso es lo que sucedería. Jennifer lo sabía. Ya había ocurrido antes.
Entonces su madre apagaría las luces de nuevo, moviendo el interruptor con un
golpe enojado. Jennifer oiría sus pesados, cansados, pasos pacientemente
regresando por el pasillo hacia su habitación. Escucharía la puerta de su
dormitorio cerrarse. Snap.
Y entonces todo volvería a empezar. Los susurros. Las miradas fijas. Todo
volvería y no habría ninguna posibilidad de llamar a mamá esta vez. Jennifer
estaría totalmente indefensa.
Trató de tragar ahora, pero no pudo. Estaba demasiado asustada, tenía la
garganta demasiado seca. Miró a su alrededor por una idea, una salida, una
manera de escapar. Vio la puerta. Entreabierta. ¿Cuándo una puerta no es una
puerta? Cuando está entreabierta, ¿cierto? Podía ver la oscuridad más ligera del
pasillo. Su madre mantenía la luz del baño encendida para que pudiera
encontrar su camino en la noche. El resplandor se vertía un poco en la sala, y la
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oscuridad más ligera era como una línea delgada donde el borde de la puerta se
separaba de la jamba.
Oh, estoy atrapada, de acuerdo, pensó Jennifer frenéticamente. Pero al menos
la puerta está entreabierta.
Mark, pensó.
Su hermano, Mark. Podría ir por el pasillo. Golpear suavemente a su
puerta para así no despertar a su madre. Mark la ayudaría. Mark la protegería.
Él siempre la protegía. Él era fuerte donde ella era débil, valiente donde ella era
asustadiza. Mark era su héroe, ¡y él estaba aquí! Cuando los niños se burlaban
de ella en la escuela, él los detenía. Cada vez que alguien se metía con ella, la
llamaba loca, la empujaba o la hacía tropezar sobre su bandeja del almuerzo,
Mark los agarraba de la pechera de la camisa, los sujetaba contra la pared y los
hacía pedirle disculpas. Quienquiera que estaba susurrando tendría miedo de
Mark. Lo que sea que se estaba escondiendo en su habitación, observándola…
Mark los haría dejarla en paz y se irían.
Contuvo el aliento para tomar valor y se lanzó rápidamente a través de las
sombras mirando y susurrando hasta la puerta entreabierta. Tenía miedo,
mucho miedo, miedo de que en cualquier momento alguna cosa-sombra
susurrando correría hacia ella desde una esquina, la agarrara y se la llevaría
para siempre a su mundo de oscuridad susurrante. Pero siguió moviéndose, lo
más rápido que pudo, hacia la delgada línea de luz.
Lo logró. Abrió la puerta. En el momento en que entró en el pasillo, los
murmullos cesaron. Estaba tranquilo. Toda la casa era repentinamente un
enorme y oscuro silencio. Podía oír el silencio de ella, estableciéndose,
marcando, esperando.
Exhaló: Oh.
La habitación de su hermano estaba al final del pasillo. A lo lejos, al
parecer. Sus luces estaban apagadas. Su puerta estaba cerrada. Él debe de estar
durmiendo.
Pero Jennifer comenzó a avanzar al final del pasillo. A través del oscuro
silencio, tan silencioso que podía oír el roce de sus piernas al juntarse su pijama
de algodón. Caminando lentamente por el pasillo.
Pero la sala… ¡la sala era diferente! La sala había cambiado. Volvió la
cabeza hacia un lado y hacia el otro. El papel tapiz habitual había desaparecido.
El papel pintado de margaritas amarillas… Vio dibujos en las paredes ahora.
Dibujos horribles. Imágenes horribles, violentas, oscuras, pintadas en aerosol y
destruyendo las paredes.
Y las propias paredes eran diferentes. No como se veían durante el día.
Las paredes eran ásperas, astilladas, rotas. Y debajo de sus pies se sentía… no la
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alfombra de su propia casa, sino tierra apisonada con piedras que escarbaban
en la carne de sus descalzos pies…
Estaba a medio camino de la puerta de su hermano, cerca de la escalera, la
escalera observándola, cuando sin previo aviso, empezaron de nuevo:
Ellos tendrán miedo.
Miedo de nosotros.
Debido a que somos ángeles del mal.
Jennifer dio un pequeño grito de miedo, no, no, no, deténganse, y tropezó,
girando de un lado a otro tratando de averiguar, ¿quién… quién… quién estaba
susurrando?
¡Y allí! ¡Algo! Una sombra. Sí. Acechando, moviéndose. Una cosa-sombra
terrible, con los susurros danzando a su alrededor como adoradores en un
santuario primitivo.
Vamos a matarlos a todos.
Matarlos a todos.
En un momento repentino de coraje y determinación, Jennifer se acercó al
interruptor de la luz. Encendería las luces. Lo atraparía. Se enfrentaría a él. Era
una cosa de oscuridad. No podría soportar la luz.
Sus dedos sintieron la pared. No su pared. No la pared de su casa. La
pared rugosa, astillada, salpicada de dibujos horribles y signos.
Pero allí. Allí estaba: el interruptor. El interruptor de la luz. Le dio la
vuelta.
Luz, luz bendita, se iluminó a través de la habitación. Jennifer se preparó y
miró, observó el pasillo, su corazón latiendo con fuerza.
Nadie.
No había nadie allí. Nada. El pasillo estaba vacío. Y era su pasillo. El viejo
y conocido papel tapiz de margaritas amarillas. La alfombra. La puerta del baño
con la luz encendida. La puerta de su madre. La de su hermano.
Su casa. Sólo su casa común y corriente. Todo igual.
Se quedó allí un momento mientras el alivio comenzó a arrastrarse a
través de ella. Tal vez mamá tenía razón. Tal vez fue una pesadilla.
Entonces, desde detrás de ella, a centímetros detrás de ella, una sola voz,
profunda y ronca, clara, ordenando:
¡Jennifer!
Gritó, se dio la vuelta, y la cosa permaneció cerniéndose sobre ella, con los
ojos rojos, ardiendo, los colmillos al descubierto, goteando, bajando hacia ella,
¡más y más cerca!
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Jennifer no pudo ni gritar.
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Traducido por Mari NC
Corregido por Nony_mo
staba corriendo cuando los matones me atacaron.
Yo corro mucho, casi todos los días después de clases. Era
parte de mi plan secreto para ponerme en forma e intentar
entrar al equipo de atletismo. El cual era un plan secreto porque
nunca fui mucho del tipo atleta, y el equipo de atletismo era el
más importante en la escuela, y no quería que nadie se riera de mí por pensar
que podía dar la talla.
Así que casi todos los días, sin mencionárselo a nadie, me iba a casa y me
cambiaba a mi ropa de correr. Montaba mi bicicleta fuera de la ciudad, luego
dejaba la bicicleta por entre los árboles y despegaba a pie a lo largo de uno de
los senderos vacíos del campo.
Este día en particular era a principios de marzo. Estaba abriéndome paso
por el sendero McAdams, el cual sube una colina empinada por el bosque y
luego viene a dar a un largo y constante tramo junto a una loma. Es una buena
carrera con una gran vista de mi ciudad natal por debajo. Puedes ver las casas
agrupadas en el valle verde claro, las torres de ladrillo del ayuntamiento, la
columna del monumento de la Guerra Civil y el río brillando de color rojizo
bajo el sol de la tarde. Incluso podía divisar el campanario de la iglesia de mi
padre mientras corría a lo largo, por encima de ella.
El frío del invierno todavía se aferraba. Los árboles estaban sin hojas, sus
ramas extendiéndose desnudas en el pálido cielo azul. Pero mientras corría,
respiraba un olorcillo ocasional de primavera a la deriva a través del aire. La
última nieve se había derretido. El terreno que había sido de hielo duro durante
todo el invierno se sentía más suave ahora bajo mis zapatillas.
Delante de mí, al final de la loma, había un puente de ferrocarril. Muy
viejo, muy angosto, sólo una pista estrecha sostenida por postes de hormigón.
El puente se extendía desde la loma de la colina, sobre el río, hasta el borde de
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otra colina al otro lado. Luego las vías del tren tomaban una curva larga
serpenteante alrededor de la cresta lejana por encima del valle antes de quedar
fuera de la vista detrás de las colinas de los alrededores. Era una vieja línea,
pero los trenes de cargas todavía la usaban. Pasaban silbando por encima de la
ciudad dos y tres veces al día.
Por lo general, cuando llegaba al grupo de árboles justo antes del puente,
daría la vuelta y seguiría el sendero a lo largo de la pendiente descendente de la
colina, de regreso a casa. Ese era mi plan para hoy. Solo que nunca lo hice.
Acababa de llegar a los árboles. Estaba corriendo justo bajo el encaje de
ramas de invierno enredadas. Me sentía bien, fuerte, mis piernas empujando
enérgicas, mi respiración fácil. Estaba disfrutando el toque de la primavera en el
aire. Y estaba pensando en entrar en el equipo de atletismo. Estaba pensando:
Oye, podría hacer esto. Pensando: Podría realmente ser capaz de hacer esto.
Entonces, de repente, me caí. Sin motivo podía decir al principio, lanzado
hacia adelante, acababa de dar un mal paso y me fui volando por el aire. Caí
con fuerza sobre la tierra. Iba tan rápido que sabía que no podría sostenerme
con mis manos, me habría roto las muñecas. En cambio, giré cuando caí y tomé
la peor parte del impacto en mi hombro. Fue un buen y sólido golpe también.
Lo sentí justo a través de mi frente, un dolor punzante. Mi impulso me llevó a lo
largo del camino de tierra unos centímetros, las piedras desgarrando mi ropa.
Cuando finalmente me detuve, me quedé donde estaba por un momento,
aturdido. Pensando: ¿Qué acaba de pasar?
Luego levanté la vista… y lo supe.
Jeff Winger estaba de pie encima de mí. De diecisiete años, nervudo y con
rostro delgado parecido al de una rata, con cabello color marrón claro cayendo
sobre su frente llena de granos. Sudadera con capucha negra y pantalones
deportivos demasiado bajos en la cintura. Rápidos y penetrantes ojos de
comadreja que parecían estar mirando en todas direcciones buscando
problemas. Un matón.
Y no estaba solo. Ed Polanski y Harry Macintyre también estaban allí.
También eran matones. Ed P. era un gran matón torpe con el cabello rubio muy
corto y una cara como una patata. Harry Mac era un matón musculoso con los
hombros abultados y un amplio pecho.
Deben haber estado por ahí en los espesos matorrales detrás de los
árboles, ocultos desde mi punto de vista mientras los pasaba corriendo. Me
imaginé que uno de ellos, Harry Mac, a juzgar por su posición hacia adelante,
me había visto venir y me hizo tropezar mientras pasaba corriendo.
Ahora Jeff Winger miraba hacia abajo, hacia donde yo estaba. Sonrió por
encima de su hombro a sus dos amigos.
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―Alguien se cayó ―dijo.
Ed P. rió.
Harry Mac dijo:
―Awww. Pobre bebé.
Dolorosamente, me senté. Me limpié la suciedad de la cara, también
dolorosamente. Escupí la tierra de entre mis dientes. Rodé mi hombro,
probando para ver si aún funcionaba. Me dolió cuando lo moví, pero al menos
estaba en funcionamiento.
Miré a los matones riendo hacia mí.
―Eso es gracioso ―les dije―. Ustedes son chicos realmente divertidos.
Ahora déjame aclarar algo obvio. No soy un tipo duro. De hecho, no soy
un peleador muy bueno en absoluto. Estoy un poco por debajo de la altura
promedio y no soy muy grande. No soy particularmente fuerte, y nunca
aprendí a boxear o algo por el estilo. Cada vez que había estado en una pelea,
me daban una gran paliza. ¿Así que, probablemente? ¿En una situación como
ésta? Debería haber tratado de ser un poco más amable. Hubiera sido lo más
inteligente por hacer, si entiendes lo que quiero decir.
Pero aquí está el problema: no me gusta ser empujado. En serio. Lo odio.
Bastante. Algo sucede en mi interior cuando alguien trata de intimidarme,
cuando alguien me empuja o me golpea o algo por el estilo. Todo se vuelve rojo
en mi interior. Ya no puedo pensar más. Me enloquezco. No puedo evitarlo. Y
contraataco, ya sea que lo intente o no, e incluso si eso significa que me
arranquen la cabeza. Lo cual, en mi limitada experiencia, es exactamente lo que
sucede.
Ahora, ya podía sentir la ira creciendo en mí mientras me ponía de pie. Me
quité el polvo. Vi a Jeff mirándome, sin dejar de sonreír. Eso hizo el enojo
incluso peor.
―Supongo que quieres ser más cuidadoso la próxima vez ―dijo Jeff. Sus
amigos matones se rieron como si esto fuera realmente hilarante, como si fuera
un comediante profesional o algo así―. Correr por aquí puede ser un poco
peligroso.
Una vez más, esto habría sido un excelente momento para mí para
mantener mi boca cerrada. Pero de alguna manera no podía.
―Está bien ―dije―. Me hiciste una zancadilla y me caí. Ja, ja, ja. Eso es
muy gracioso. Si tienes, como, siete años de edad…
Harry Mac no apreció ese comentario.
―¡Oye! ―dijo, y me empujó en el hombro, fuerte. Aparté su mano
bruscamente porque, bueno, porque sí, por eso. Porque no me gusta ser
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empujado. Eso puso a Harry Mac incluso más enojado, tan enojado; él ladeó su
puño como si estuviera a punto de conducirlo a mi cara. Lo que supongo que
estaba.
Pero para mi sorpresa, Jeff lo detuvo. Le dio una ligera palmada a Harry
Mac en el hombro. Harry Mac dudó. Jeff le dio una sacudida negativa con la
cabeza. Harry Mac bajó el puño, haciéndome retroceder con una mirada que
decía: Tuviste suerte esta vez. Lo cual era cierto.
Jeff me miró de arriba a abajo.
―Te he visto en la escuela, ¿no? ―dijo―. Hopkins, ¿cierto?
Poco a poco aparté mis ojos de Harry Mac y los dirigí hacia Jeff.
―Eso es correcto. Sam Hopkins ―le dije.
Jeff asintió.
―Y sabes quiénes somos, ¿cierto?
Asentí en respuesta. Todo el mundo en la escuela conocía a Jeff Winger y
sus compinches matones.
―De acuerdo, bien. ―Jeff pasó a lo que sonaba como una voz
razonable―. Porque éste es el trato, Sam. Este no es un buen lugar para ti, ¿de
acuerdo? Aquí ya no es donde quieres correr.
Una parte de mi mente me decía que simplemente me callara, asintiera y
sonriera mucho y me escapara de esto. Cualquiera de estos chicos podría
haberme golpeado hasta dejarme en el suelo. Los tres podrían bastante bien
patearme como si fuera un balón de fútbol a voluntad. Pero la parte de mi
mente que entendía de alguna manera no estaba comunicándose a la parte de
mi mente que…
Simplemente.
No.
Le Gusta.
Ser.
Empujada.
Así que en lugar de guardar silencio, dije:
―¿Qué quieres decir con que no es un buen lugar? Es un gran lugar. Me
gusta correr aquí.
Jeff se rió. No era una risa amistosa. Dio un paso casual hacia mí, casual
pero amenazante. Siguió sonriendo y negó, como si yo le hubiera entendido
mal.
―No, no, Sam, no lo creo. No creo que te guste correr aquí. Ya no, de todos
modos.
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―¿Ah, sí? ―dije, y, bueno, no era exactamente una réplica brillante, pero
era todo lo que podía pensar en esas circunstancias.
Y, por supuesto, Jeff respondió:
―Sí. En el futuro, Sam, creo que tal vez deberías correr en otro lugar. En
cualquier otro. Este ya no es tu lugar. Este es nuestro lugar. Es nuestro lugar y
no te queremos aquí.
A través de la neblina roja de mi ira, empecé a entender lo que estaba
pasando. Mis ojos se movieron hacia atrás a los árboles y arbustos que nos
rodeaban. Era un lugar oscuro y solitario aquí. Te puedes sentar en la maleza y
nadie te vería o averiguaría lo que estabas haciendo. Así que supongo que Jeff y
sus amigos estaban metidos en cosas que no deberían haber estado haciendo, y
no me querían a mí o cualquier otra persona viendo.
―Está bien ―dije―. Está bien, lo entiendo.
―Bien ―dijo Jeff.
―Claro. Ustedes quieren que los dejen solos. Y eso está bien conmigo. En
serio. No quiero molestarlos. No quiero molestar a nadie. No me importa lo que
están haciendo aquí. No sé lo que es y no quiero saberlo. Y estoy seguro que no
voy a reportarlos ante nadie ni nada. Sólo quiero continuar corriendo, eso es
todo, ¿de acuerdo?
―Claro ―dijo Jeff con otra carcajada―. Claro, puedes seguir corriendo.
Puedes continuar corriendo en cualquier momento que quieras. Pero no aquí,
Sam. Este no es tu lugar, te lo estoy diciendo. Este es nuestro lugar ahora.
Sólo para asegurarme que tienes la imagen de la situación. Ellos: tres
grandes tipos duros. Yo: un chico pequeño, no matón. Lugar: en medio de la
nada. Levanta tu mano si sabes la que habría sido la cosa más inteligente de
hacer. Correcto. Debería haber sonreído y dicho: «Está bien, Jeff, siento
molestar», cerrar la boca y salir corriendo tan rápido como mis piernas me
llevaran.
En su lugar, dije:
―Olvídalo, Jeff. Aquí es donde corro. Me gusta. No voy a ser ahuyentado.
De ninguna manera.
Jeff dio lo que sonó como un gruñido de sorpresa. Miró por encima de su
hombro a sus amigos. Miró de nuevo hacia mí.
Entonces, tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar, agarró la parte
delantera de mi sudadera. Mientras estaba en ello, agarró un puñado de mi
pecho también. Me arrastró hacia él.
―Escucha… ―empezó a decir.
Yo le di un puñetazo en la cara.
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No era mi intención hacerlo. Bueno, era mi intención. Por supuesto que
quise hacerlo. No es el tipo de cosa que haces con alguien por accidente. Lo que
estoy tratando de decir es: no lo planeé. Sólo que me puse tan enojado cuando
él me agarró que en cierto modo automáticamente lo dejé fluir.
Mi puño golpeó la mejilla de Jeff, justo debajo de su ojo. No lo golpeé muy
fuerte, pero fue lo suficientemente fuerte, un buen y sólido puñetazo. Y, por
supuesto, Jeff no lo esperaba… no del todo. Estaba tan sorprendido, que en
realidad me soltó y retrocedió un paso. Agarró su mejilla y se quedó allí,
aturdido.
Todos estaban atónitos. Jeff, Ed P. y Harry Mac. Todos ellos se quedaron
allí por ese largo segundo, mirando fijamente, como si no pudieran creer lo que
había sucedido. Lo que probablemente no podían.
¿Y sabes qué? Yo no podía creerlo tampoco. Me quedé de piedra también,
totalmente tomado por sorpresa. Me quedé allí, mirando a Jeff y a los demás.
Entonces, de la nada parecía, vino un alto y fuerte grito. Rasgó el aire,
ensordecedor. No sabía lo que era al principio, pero fuera lo que fuera, de
alguna manera me despertó de golpe. Mi cerebro empezó a trabajar de nuevo.
Y mi cerebro me dijo: ¿Uh, Sam? ¡Corre por tu vida!
Que es exactamente lo que hice.
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Traducido por Caamille
Corregido por Nony_mo
arry Mac intentó agarrarme, pero demasiado tarde, falló. Me fui
por la cresta de la montaña. Jeff, Ed P. y Harry Mac fueron detrás
de mí. Cuando miré hacia atrás, me di cuenta por las expresiones
en sus rostros que estaban decididos a atraparme y tomar su
venganza. Estaban alcanzándome también. Especialmente Harry Mac. Era
musculoso, como dije, y muchas veces tipos como esos no eran lo
suficientemente flexibles para moverse bien o correr rápido. Pero para mi
suerte, Harry Mac era bastante flexible, y resultó que podía correr como el
viento. Él estaba corriendo como el viento, de hecho, sus gruesas y poderosas
piernas tronaban debajo de él, conduciéndolo detrás de mí, dejando a sus dos
amigos matones detrás y rápidamente cerrando el espacio entre nosotros.
Entonces lo oí de nuevo: ese agudo chillido, el sonido que me había
regresado a mis sentidos. Miré a través del valle mientras corría y vi lo que era.
Era el silbido de un tren de carga. Pude ver el tren serpenteando de detrás de
las colinas, rumbo hacia el final del puente de la vía férrea.
Lo que me dio una idea. Y creo que es prudente decir que era la idea más
loca que alguna vez haya tenido. Es posible que fuera la idea más loca que
alguien alguna vez haya tenido. Pero, ¿qué puedo decir? Estaba totalmente en
pánico. Sabía que si Jeff y sus amigos me atrapaban, iban a romperme en
pequeños pedazos y luego romper esos pedazos en pedazos aún más pequeños.
Vi sólo una oportunidad de escapar de ellos, loco como fuera, tomé la
oportunidad sin pensar realmente.
Corrí por el puente. Alejándome del sendero McAdams hacia la tierra de
grava a lo largo de la cresta de la colina. Esquivando a través de los escasos y
estropeados árboles. Corriendo tan rápido como podía.
Miré hacia atrás sobre mi hombro mientras corría. Harry Mac estaba
acercándose a mí rápidamente. Tuve que subir una pequeña y empinada cuesta
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para llegar al final del puente y eso me hizo disminuir la velocidad, y Harry
Mac consiguió acercarse aún más.
Ahora daba pasos en el puente, sobre las vías, y empecé a correr sobre
ellas. El mundo se desvaneció a cada uno de mis lados. De repente estaba en lo
alto, elevado en el aire sin ninguna ruta de escape, Jeff y sus amigos detrás de
mí, el tren apareciendo delante de mí, con nada excepto el cielo a mi izquierda y
a mi derecha. Permanecí en el centro de las vías, entre los rieles, entre los bordes
del puente. Mis pies volaban sobre las viejas vigas de madera de color marrón
que estaban ensartadas juntas con sólo pequeñas tiras de hierba y grava entre
ellas.
Mientras corría, miré hacia adelante. Podía ver el tren. El que emitió otro
penetrante silbido mientras arrojaba vapor a lo largo del puente sobre el
Sawnee, dirigiéndose hacia el extremo más lejano del puente. Mi idea era esta:
si podía correr a través del puente lo suficientemente rápido, llegaría hacia el
otro extremo antes de que el tren llegara ahí. Jeff y sus amigos no me seguirían
porque no podría ser posible que fueran lo suficientemente ridículos para correr
a través de un puente de una sola vía con un tren de carga a punto de cortar su
única salida.
Puedes ver a lo que me refiero cuando digo que no había pensado
realmente bien en esta idea. Por ejemplo, si pensé que Jeff y sus amigos matones
eran tan inteligentes para no correr a través del puente con el tren viniendo,
bueno, entonces, ¿no debería yo haber sido tan inteligente para no hacerlo
también? Sólo para ahorrarles la molestia de buscar la respuesta, es: ¡Sí! ¡Por
supuesto que sí! ¡Lo que estaba haciendo era absolutamente demente! Pero con
todo pasando tan rápido, y con toda la cosa del pánico yendo y mi miedo de
Jeff, Ed P. y Harry Mac, simplemente no estaba siendo muy inteligente, eso es
todo.
Así que continué corriendo tan rápido como podía, bajando por el centro
de las vías del tren, sobre el puente.
No era fácil correr sobre esas vigas de madera. Tuve que ser cuidadoso de
no atrapar mi pie en uno de los espacios, donde podría haberse torcido, o
incluso, roto mi tobillo, corriendo tan rápido como lo estaba haciendo. Además,
algunas de esas vigas de madera se sentían un poco blandas y podridas bajo
mis pies, como si pudieran romperse en cualquier momento. No sabía qué
sucedería entonces. Si una de ellas se rompía y me sumergía a través de ellas,
¿aterrizaría en la grava debajo? ¿O seguiría cayendo y cayendo hacia el río de
abajo?
Incluso en mi estado de pánico, estaba empezando a darme cuenta: éste
era un plan tonto. Un plan real, realmente tonto.
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Estaba a punto de detenerme. Estaba a punto de darme la vuelta y correr
de regreso. Entonces, asombrosamente, sentí dedos agarrar el cuello de mi
sudadera. Sorprendido, rápidamente di una mirada sobre mi hombro.
¡Tienes que estar bromeando!, pensé.
Pero no, era Harry Mac, su rostro rojo y retorcido con esfuerzo, corriendo
detrás de mí, acercándose, estirando una mano para agarrar mi camisa.
Me había seguido en el puente. ¿Cómo alguien podría ser tan loco? ¿No
vio que había un tren viniendo? ¿Qué era, alguna clase de idiota?
Miré hacia adelante y puse algo de velocidad extra, impulsado por el
miedo. Sentí los dedos de Harry Mac perder su agarre en mi camisa y
desaparecer. Miré hacia adelante y ahí estaba el tren, serpenteando alrededor de
la curva para dirigirse al final del puente. Una vez que llegue ahí, no habría
manera de salir de su camino.
Miré hacia atrás una vez más. Ahora, incluso Harry Mac se había dado
cuenta que era la cosa más loca del mundo. Se había detenido en el puente.
Estaba de pie en el medio de las vías del tren, sin aliento, mirando detrás de mí,
negando.
Justo antes de que mirara hacia adelante, lo vi alejarse. Lo vi comenzar a
correr de regreso hacia donde Jeff y Ed P. estaban de pie en la seguridad de la
entrada del puente. Ellos se habían detenido donde estaban. No habían venido
detrás de mí. No eran completamente idiotas después de todo.
Desearía poder decir lo mismo acerca de mí. Incluso en ese momento,
podría haber tenido tiempo de dar la vuelta. Podría haber regresado hacia
donde Jeff y sus amigos matones estaban de pie y lograr salir de las vías antes
de que el tren llegue. ¿Por qué no hacía eso? ¿Qué era lo peor que podría
pasarme? Jeff y sus amigos me levantarían por los tobillos y empujarían mi
cabeza en el suelo y me dejarían ahí enterrado hasta el cuello con mis pies
colgando en el aire. Eso no habría sido tan malo, de verdad, al menos no
cuando lo comparas con conseguir ser aplastado por esa carga que se
aproximaba.
Pero simplemente no pude pensar con claridad. Todo en lo que podía
pensar era en alejarme de Jeff, y llegar antes que el tren al final del puente. Así
que seguí corriendo, observando como el tren se acercaba más y más.
Ahora estaba a dos tercios del camino. El tren de carga estaba resoplando
fuerte a través del último tramo de la cresta de la colina, serpenteando
alrededor de la curva hacia la entrada del puente. Justo en ese momento, me
gustaron mis posibilidades. Pensé que tenía una buena oportunidad de llegar al
otro lado del camino antes de que el tren me cortara.
20
Di todo lo que tenía, poniendo toda mi fuerza y esfuerzo en mis piernas.
Con el azul desteñido del cielo de la tarde a mí alrededor, sentí como si
estuviera suspendido en el aire, corriendo desesperadamente a través del medio
de la nada. Atrapé rápidos vistazos de las colinas por delante y el pueblo
debajo. Pero principalmente veía el tren. Más y más cerca del puente.
Completamente alrededor de la curva ahora de modo que el frente del mismo
estaba apuntando directamente hacia mí, saliendo disparado directamente
hacia mí.
El silbido perforó el aire otra vez, tan fuerte que lastimó mis oídos. Corrí
apresuradamente hacia el frente del tren. Sí, realmente creía que iba a hacer la
salida antes que la carga llegara ahí y la bloqueara.
Luego di un paso en una viga podrida, y la madera se rompió. Mi pie se
estrelló a través de ella, torciendo mi tobillo. Tropecé hacia adelante tratando de
mantenerme de pie. No pude. Me caí, poniendo mis manos para prepararme a
mí mismo. Mi palma golpeó la irregular madera de las vigas del ferrocarril, y
sentí el ardiente dolor mientras mi piel era perforada por las astillas. Grité y
apreté mi mano herida hacia mi pecho.
Pero no había tiempo para preocuparme de eso. Me puse de pie. Con
horror, vi que el tren estaba a menos de noventa metros del final del puente.
Grité y corrí directamente hacia él, no había otra opción. Si me daba la vuelta y
trataba de correr de regreso ahora, la cosa simplemente pasaría justo sobre mí.
El silbido del tren resonó otra vez como si estuviera en angustia ante lo
que iba a pasar. Grité también, sólo del esfuerzo de correr, y, oh sí, de terror. La
cosa estaba a cuarenta y cinco metros de distancia.
Llegué al final del puente. El tren llegó en el mismo momento. El frente
del tren se cernía, gigante y mortífero. Había quizás diez metros separándonos
ahora.
Me lancé a través de ese espacio.
El silbido del tren llenó el aire, llenó mi mente, lo llenó todo, y mi propio
grito llenó todo también, mientras golpeaba el suelo y caía sobre la cuesta de
grava.
Acostado sobre mi espalda, miré hacia arriba y vi el gran monstruo de un
tren destellando sobre mí, los gigantes vagones destellando y destellando al
pasar por encima de mí, retumbando sobre el puente, toda la gran bestia
pasando sin parar por él pareciendo una eternidad.
Me tendí en el suelo, mirando hacia las sólidas y asesinas ruedas. Estaba
bien. Había jugado al juego de la gallina con un tren de carga y sobreviví.
Bastante estúpido, ¿cierto?
Pero aun así no era la cosa más estúpida que alguna vez haya hecho.
21
3
Traducido por Debs
Corregido por Nony_mo
asó mucho, mucho tiempo, antes de que pudiera recuperar el
aliento, antes de que pudiera dejar de temblar, antes de que
pudiera ponerme lentamente de pie y mirar a mí alrededor.
Cuando lo hice, miré al otro lado del puente. La larga carga ahora
ocupándolo de extremo a extremo. Cuando mis ojos se elevaron a la colina,
esperaba ver a Jeff y sus compinches matones allí de pie, mirándome. Tal vez
sacudiendo sus cabezas. Tal vez murmurando: «¡Maldición, otra vez
frustrados!» O algo así.
Pero para mi sorpresa, ¡no estaban allí en absoluto! No estaban a la vista.
Habían desaparecido. Se habían ido totalmente.
Pasé mi mirada sobre la colina, buscándolos. Nada. Ni siquiera una pista.
Sólo las laderas y los árboles. Sólo el cielo a través del encaje de las ramas de
invierno. Sólo el tren de carga moviéndose ahora cruzando la colina,
desapareciendo en la pendiente descendente hacia el siguiente valle delante.
Me quedé mirando, con la boca abierta, y la respiración rápida. Mi mente
se puso a toda marcha, tratando de entender. Jeff, Ed P. y Harry Mac, habían
estado allí hace un momento y ahora se fueron como si nunca hubieran existido.
Como si los hubiera imaginado o soñado. Pero sabía que no lo había hecho.
Y luego mi boca se cerró.
Y pensé: ¡Oh, no!
No fue fácil empezar a correr de nuevo, pero lo hice. Por lo menos era
cuesta abajo en esta ocasión, muy en pendiente. Me sumergí por la pendiente, a
grandes zancadas sobre el terreno accidentado. Me dolía el tobillo. Mis
pulmones ardían. Mi mano palpitaba de dolor a causa de las astillas todavía
enterradas en mi carne. Ignoré todo y sólo corrí.
P
22
Te voy a decir por qué. Hay una carretera que sube más allá del sendero
McAdams. Justo ahí arriba más allá de los árboles y los arbustos donde Harry
Mac me había hecho tropezar. Es una vieja carretera de asfalto destrozado y
grava que conduce a varios otros caminos, caminos de tierra, que van a varias
áreas silvestres, donde hay fincas, granjas, campamentos y otras cosas por el
estilo, abandonadas.
Me sentí bastante seguro de que Jeff, Ed P. y Harry Mac no habían ido de
excursión al lugar donde los había encontrado. No me parecen del tipo de
excursionista, saludables y felices, si entiendes lo que quiero decir. No,
probablemente habían subido el viejo camino destrozado, estacionado en las
cercanías y dirigidos hacia los árboles para sentarse, fumar y beber cerveza o lo
que fuera que habían estado haciendo que yo no tenía que ver. Así que eso
significaba que probablemente tenían un auto allí, tal vez el Camaro rojo que
Jeff siempre conducía a la escuela, el que tenía el silenciador modificado de
modo que se podía oírlo rugir a tres condados. Y si tenían un auto allí arriba,
bueno, entonces podían buscar ese auto y conducir por la colina, ¿no es así?
Hacia abajo de la colina hasta la carretera por debajo. Que era donde tenía que
ir ahora. Era la única manera de que pudiera volver a mi bicicleta desde aquí.
En otras palabras, si llegaban a su auto lo suficientemente rápido, si conducían
lo suficientemente rápido, todavía podían alcanzarme en la carretera.
Así que corrí colina abajo.
Era tan empinado que debo haber tropezado una docena de veces. Casi
me caí media docena más. Cuando llegué a los árboles más densos junto al
camino, tuve que esquivar entre sus troncos, saltar por encima de sus raíces, y
abrirme camino a través de la maleza que desgarraba mis ropas y mis manos.
Pero seguí adelante, lo más rápido que pude. Y al final llegué a la carretera en la
parte inferior de la colina: County Road 64.
Tuve que detenerme allí. Me faltaba el aliento. Me incliné hacia delante,
con las manos en las rodillas, tratando de recuperarme. Volví la cabeza y miré
por la carretera. Eran dos estrechas callejuelas de pavimento a través de pinos y
fuera de la vista. Me volví y miré hacia otro lado. Era lo mismo: dos carriles
estrechos, con pinos a ambos lados. Sin autos a la vista. Nadie viniendo de
cualquier dirección.
Sabía dónde estaba. A unas tres cuartas partes de un kilómetro de la
entrada del pueblo, tal vez medio kilómetro de donde había dejado mi bicicleta.
Si pudiera correr, debería ser capaz de llegar a casa antes de que oscurezca.
Eché un vistazo a mi mano. El espectáculo hizo que mi corazón se
hundiera. Mi palma estaba roja e hinchada. Había marcas negras en el lugar
donde las astillas de las vías férreas habían enterrado. Peor aún, había dos o tres
grandes viejos trozos de madera en ella, uno de los extremos sobresalía de la
carne, el otro visible bajo la piel. Sabía que debía sacarlos rápido de allí, pero de
23
alguna manera no me atrevía a sacar esas grandes astillas. Agarré el final de
una de ellas, la saqué, gruñendo por el dolor. Agarré el otro, y luego otro.
Líneas de sangre comenzaron a correr por encima de mi mano.
Para estas alturas, había recuperado el aliento y estaba listo para empezar
a correr de nuevo. Pero antes de que pudiera, escuché un motor.
No había duda del sonido, ese rugido agresivo. Ese era el Camaro rojo de
Jeff, que venía detrás de mí.
No había ningún sitio a dónde ir, ningún lugar para esconderme. No
podía volver a subir la colina hacia el bosque. Así que corrí, lejos de la dirección
del ruido, hacia la ciudad, hacia casa.
Corrí tan rápido como pude, pero estaba flaqueando ahora, con muy poca
energía. El motor rápidamente se hizo más fuerte detrás de mí. Miré por encima
del hombro.
Sí, allí estaba. Un destello de luz solar atrapó el guardabarros de plata.
Luego otro destello, y vi la llama roja de su capó.
Traté de poner un poco de velocidad, pero estaba prácticamente acabado
ahora. ¿Cuál era el punto de todos modos? Incluso en mi máxima velocidad, no
podía correr más rápido que un auto. Detrás de mí, el Camaro rojo dio un
rugido gutural de aceleración. En otro momento, el sonido se redujo a un
murmullo gutural y el auto estaba justo a mi lado.
Me volví hacia él. La cara de Harry Mac me sonreía a través de la
ventanilla del copiloto.
En puro pánico, traté de escabullirme, lanzarme al bosque para escapar.
No fue una buena idea. Hice unos dos pasos arriba de la pendiente de tierra y
caí, colapsado. Me deslicé hacia abajo sobre la cama de agujas de pino y me dejé
caer sobre el hombro de arena de la carretera. Me arrodillé allí, jadeante,
agotado.
El Camaro se detuvo. Las puertas se abrieron. Harry Mac y Ed P. salieron.
Uno de ellos me agarró por debajo de un brazo, el otro me agarró por debajo
del otro. Me arrastraron hacia el auto. Me arrojaron al asiento trasero. Entraron,
uno a cada lado. Cerraron las puertas.
Jeff estaba al volante. Apretó el acelerador. El Camaro rugió y volvió a
arrancar. Jeff giró al volante y el auto dio un gran giro, dando una vuelta
completa. Luego se dirigió de nuevo en la dirección por la que había llegado,
sólo que conmigo adentro ahora.
Si nunca has estado en el asiento trasero de un Camaro, déjame decirte
esto: el espacio para las piernas es nulo, cero. Tuve que doblar mis piernas
tanto, que mis rodillas estaban prácticamente en mis dientes. Además, sólo hay
realmente dos lugares para sentarse, uno a la izquierda y otro a la derecha, y yo
24
estaba sentado en el centro. El pesado Ed P. estaba presionado contra un
hombro, y el enorme Harry Mac se presionaba contra el otro. No había espacio
para moverse, así que lo único que podía hacer, era presionar mis brazos a los
costados y hacerme pequeño. Ah, ¿y por cierto? Ed P. y Harry Mac olían a
calcetines viejos.
Estaba nervioso. Muy bien, asustado. No sabía a dónde íbamos o lo que
iban a hacerme una vez que llegáramos allí. Fuera lo que fuese, no pensé que
fuese a ser demasiado bueno.
Oí la risita de Jeff. Me miró por el espejo retrovisor mientras conducía por
la carretera forestal. Pude ver sus ojos de comadreja reflejados en la estrecha
franja del espejo.
―Te tenemos ahora, ¿no? ―dijo lentamente―. Sí que te agarramos, como
era de esperarse.
―Me tienes, está bien ―dije―. Entonces, ¿qué van a hacer conmigo?
―¿Por qué lo preguntas? ―dijo Jeff, y esta vez, los tres se rieron―. Tú no
tienes miedo, ¿verdad?
―Oh, no ―dije―. ¿Por qué tener miedo de un buen grupo de chicos como
ustedes?
Me di cuenta por el reflejo de los ojos de Jeff que estaba sonriendo.
―Eso es gracioso ―dijo―. Eres gracioso, incluso ahora. Eso me gusta.
Eres un pequeño mocoso rudo, ¿no?
Negué.
―No muy rudo, no.
―Oh, sí, lo eres. ¿Me pegas en la cara de esa manera? ¿Con tres de
nosotros allí? ¿Correr a través de ese puente, justo a hacia ese tren así? Eres un
pequeño mocoso rudo, de acuerdo, no nos engañemos.
―Está bien ―dije―. Soy un pequeño mocos rudo. ―Odio admitirlo, pero
en realidad me sentí un poco orgulloso de que Jeff me hubiera dicho eso.
Y él continuó con eso también.
―En serio ―dijo en una especie de fervor, como si estuviera tratando de
convencerme de este punto muy importante―. ¿Correr hacia ese tren? No creo
que jamás haya visto algo así antes. Eso me impresionó. Realmente me
impresionó.
Me encogí de hombros, tratando de ocultar el hecho de que apreciaba el
cumplido.
―Estoy feliz de poder traer un poco de diversión a tu mezquina vida
―dije tan sarcásticamente como pude.
25
Ante eso, Jeff dejó escapar una risa real, una gran carcajada.
―Ves, eso es lo que quiero decir ―dijo, hablando conmigo a través del
retrovisor, mirando hacia atrás y hacia adelante entre el retrovisor y el
parabrisas mientras conducía―. ¿Decir cosas como esas? ¿Cuando te tenemos
como lo hacemos? Eso es ser rudo. Eso me gusta. Me impresiona.
Me encogí de hombros otra vez. Me pregunté si Jeff al estar impresionado
significaba que no iba a matarme.
Me quedé un rato en silencio y Jeff se calló también. Condujo el Camaro
gruñendo a lo largo del sinuoso camino hasta que llegamos a un desvío
escondido en los árboles. Giró allí, y empezamos a dirigirnos a la colina, de
vuelta a donde habíamos estado antes.
Miré por la ventana lateral, más allá del descomunal, por no mencionar
mal olor, de Ed P. En el exterior, vi que estábamos en territorio desierto de
nuevo. Colinas vacías. Un árbol de roble oscuro, con un lago oscuro por debajo
de él. El cielo.
No hay mucho que ver, y no hay manera de escapar. Aparté la mirada y
traté de olvidar mi miedo recogiendo unas cuantas astillas de mi mano
sangrante.
Después de un rato, Jeff comenzó a hablar de nuevo.
―Te voy a decir algo ―dijo―. Normalmente, si un hombre hace lo que
hiciste, si un chico me pega como lo hiciste, tengo que hacer algo al respecto, no
puedo dejar que algo como eso se quede sin respuesta. ¿Ves lo que quiero
decir?
Suspiré.
―Sí. Veo lo que quieres decir.
―¿Normalmente? Si un hombre hace algo así, le tengo que responder,
sólo que un centenar de veces peor, bastantes veces para mandarlo al hospital.
Puedes entender eso, ¿verdad?
No le respondí. Sentí que mi estómago caía. Mandarlo al hospital no
sonaba como un final feliz para mi día.
―Pero no sé ―siguió Jeff―. Lo que hiciste. La forma en la que fuiste. Las
cosas que dices. La forma en que corriste hacia ese tren… ―Dio una especie de
resoplido pensativo mientras guiaba el auto alrededor de otro giro. Ahora
estábamos rebotando y saltando sobre un camino de tierra, pasamos árboles,
colinas, un territorio cada vez más desierto―. Me agradas, Sam ―dijo Jeff
entonces.
26
No pude mantener la sorpresa fuera de mi cara. Jeff era el tipo de chico
que la gente temía. El tipo de chico que la gente trataba con cortesía. Era extraño
que me dijera que le agradaba.
―Lo digo en serio ―dijo―. Eres el tipo de persona que me gusta tener a
mí alrededor. Tú eres el tipo de persona que quiero en mi equipo, si entiendes
lo que estoy diciendo. En serio, me viene bien un tipo rudo como tú.
No sabía qué responder. Nadie me había dicho que me quería en su
equipo, en nada.
El auto se detuvo. Traté de mirar por encima de la cabeza de Jeff, a través
del parabrisas, pero no pude ver mucho. Entonces se abrieron las puertas y
todos se bajaron. Harry Mac me agarró por el brazo y me arrastró hacia fuera
también.
El Camaro estaba estacionado en un lugar arenoso, una especie de camino
de entrada. Había un viejo granero en frente de nosotros. Marrón, sin pintar, las
tablillas podridas y astilladas. A nuestro alrededor había… bueno, nada. Una
colina. Los árboles en la distancia. Ningún otro edificio o persona a la vista. Ni
siquiera una oveja.
Jeff llegó y se paró frente a mí. Levanté la vista hacia él, porque era más
alto que yo, por una cabeza.
Su cara de rata se iluminó con una sonrisa.
―Lo digo en serio ―dijo―. Me agradas, Sam.
Luego me dio un puñetazo en el estómago, fuerte. Muy fuerte. Di un grito
ahogado, quedé sin aliento y me doblé. Entonces me puse de rodillas y jadeé un
poco más.
―Eso fue por pegarme ―dijo Jeff, de pie junto a mí―. No puedo dejar
que eso pase. Lo entiendes, ¿verdad?
―Claro. ―Me las arreglé para jadear después de un segundo―. Claro,
¿qué no habría de entender?
Entonces Jeff se agachó y me agarró por el cuello de la camisa. Me izó a
mis pies. Me dio dos bofetadas en la cara. Picó como el infierno y me puso tan
enojado que quise estrangularlo. Pero me las arreglé para controlarme porque
no quería morir. Con los ojos llenos de lágrimas miré a su borrosa cara,
sonriente.
―Ahora que sacamos eso del medio ―dijo Jeff―, creo que tú y yo
seremos amigos. ¿Qué piensas de eso? ¿Quieres ser mi amigo, Sam?
Jadeé unas cuantas veces más antes de recuperar mi aliento. Entonces
pensé en ello. Pensé: Bueno, ¿por qué no? Amigo de Jeff Winger. En realidad eso
podría ser bastante interesante.
27
Así que después de un segundo o dos, le dije:
―Está bien. Claro.
Y esa fue la cosa más estúpida que he hecho.
28
4
Traducido por AariS
Corregido por Nony_mo
sto es lo que tienes que entender: soy un HP, un hijo de
predicador. Mi padre, Matthew Hopkins, es el rector de la iglesia
de East Valley, que está en la calle Washington, la cual está en
nuestro pueblo, que es Sawnee, el cual es un pequeño lugar de
alrededor de setecientas personas al norte del estado de Nueva York. Y verás,
cuando tienes dieciséis y tu padre es un predicador, y vives en un pueblo
pequeño todo el mundo sabe quién es él y quién eres tú, hay un montón de
presión en ti. No es que alguien espere que seas perfecto o algo así. No tienes
que ser brillante. No tienes que ser un atleta. No tienes que conseguir notas
estupendas en la escuela. Todo lo que tienes que hacer es, bueno, nada. O nada
malo, eso es.
Nunca, jamás puedes hacer nada malo. Jamás. Otros chicos pueden
meterse en problemas, ser enviados a la oficina del director, hacerse un poco el
salvaje a veces. Pero no tú, no el HP. Verás, a la gente le gusta cotillear acerca
del predicador. Ya que él siempre está recordándoles ser morales y buenos,
ellos consiguen una especie de enorme emoción cuando averiguan que su vida
no es perfecta. Y si tú, el hijo del predicador, te metes en problemas, todo el
mundo empezará a susurrar entre sí: ¿Has oído acerca del hijo del predicador? Tsk,
tsk, tsk, el chico del reverendo Matt realmente se ha descarrilado… Esto hace que tu
padre se vea mal. Hace que tu madre se moleste y se enfade. Y te hace sentir
como la peor persona de la tierra. Confía en mí en esto.
Así que, por una parte, está toda esta presión para ser bueno. Pero,
entonces, por otra parte, no quieres ser demasiado bueno. No quieres ser tan
bueno que no puedas ser… bueno, normal. Uno de los chicos. No quieres que
los demás chicos sientan que deben callarse siempre que pases caminando o
que dejen de contar la broma que estaban contando o que te digan
“discúlpame” después de maldecir o algo como si fueras su tía solterona y
nunca hubieras escuchado una mala palabra antes.
E
29
Puede ser un problema. Como, con chicas, por ejemplo. No puedo evitar
notar que muchas de las chicas en la escuela son muy educadas conmigo.
Quiero decir, muy educadas. Extra educadas. Demasiado educadas. Como si
fuera la hermanita de su mejor amiga o algo así. Como si fuera la porcelana
buena de sus madres y quisieran ser cuidadosas para no romperme. De vez en
cuando, por ejemplo, estoy mirando a una chica… bueno, específicamente estoy
mirando a Zoe Miller. Porque tengo lo que es llamado técnicamente “una cosa
importante” por Zoe Miller. Porque ocurre que Zoe Miller es demencialmente
linda y agradable. Tiene este corto cabello negro y estos grandes ojos verdes y
está nariz respingona con pecas y está sonrisa que te hace sentir que realmente
quiere sonreír. Y la cosa es, cuando está con la mayoría de la gente, es realmente
divertida también. No divertida como un payaso de circo ni nada, sino
simplemente del tipo afable, bromista, relajada y cómica. La gente siempre está
riendo cuando ella está alrededor. Es divertido estar con ella, eso es lo que estoy
tratando de decir.
Así que, de cualquier manera, cuando estoy mirando a Zoe mientras ella
está hablando con, digamos, por ejemplo, Mark Sales. Mark Sales, el corredor
estrella de nuestro equipo de atletismo. Mark Sales, quien estableció un nuevo
record escolar en los tres mil metros con obstáculos de once minutos y cinco
segundos. Mark Sales, quien tiene diecisiete y mide casi un metro ochenta y tres
y cuyos dientes prácticamente destellan y relucen cuando sonríe, de modo que
las chicas esperan hasta que pasa y luego agarran sus libros y levantan la
mirada al cielo con sus bocas abiertas como si alguna clase de milagro hubiera
ocurrido sólo porque él les saludó. Y no me malinterpreten: Mark es un chico
genial, un muy buen tipo, pero de algún modo eso sólo hace peor toda la
situación…
Por lo tanto, como iba diciendo, cuando estoy mirando a Zoe mientras ella
está hablando con Mark Sales. Y Zoe estará toda relajada y afable y bromeando
como normalmente es. Y Mark y sus amigos estrellas de atletismo, Nathan
Deutsch y Justin Philips, estarán todos riendo a su alrededor con sus dientes
centelleantes. Sólo serían la linda Zoe y los Grandes Hombres del Campus
estando de pie en el pasillo de la escuela divirtiéndose. ¿Verdad?
Entonces yo les paso por al lado.
Y digo:
―Hola, chicos.
Y de repente todo el mundo deja de reírse. Todos como que carraspean y
se miran el uno al otro. Como si los hubiera atrapado haciendo algo realmente
vergonzoso.
Y luego Mark dice:
―Hola, Sam. ―De esta manera en cierto modo formal.
30
Y Nathan y Justin murmuran: «Hola», porque no son tan buenos
pretendiendo estar relajados como lo es Mark.
Y luego finalmente Zoe me sonríe, pero no es su sonrisa súper genial que
les da a todos los demás. Es su sonrisa siempre-tan-cortés. Y dice: «Oh, hola,
Sam. Es bueno verte», de un modo tan educado, formal, inofensivo y no
bromista que realmente preferiría si simplemente saca un arma y me mata a
tiros allí mismo.
Eso es de lo que estoy hablando. Ser el hijo de un predicador. Puede ser un
problema.
Así que estarás preguntándote: ¿Qué tiene esto que ver con Jeff Winger?
¿Conmigo diciendo que sería amigo de Jeff Winger?
Bueno, ya que preguntas, aquí está la respuesta: independientemente de lo
que se puede decir acerca de él, Jeff Winger no era un hijo de predicador. Jeff
Winger no tenía un padre en absoluto por lo que cualquiera podría decir, y sólo
vivía con su madre cuando podía encontrarla. Como resultado, Jeff no tenía que
preocuparse acerca de ser un buen chico todo el tiempo. ¿Buen chico? ¡Era un
delincuente juvenil hecho y derecho! Había sido arrestado una vez por robar un
auto. Había sido arrestado una vez por conducir bajo influencia, bajo la
influencia de qué, no estoy completamente seguro, pero debe haber sido
bastante influyente porque metió el guardabarros delantero de la camioneta de
su primo en una farola. ¿Qué más? Oh sí, Jeff había sido suspendido de la
escuela dos veces, o tal vez tres, por varias razones: pelearse, fumar, llevar un
arma, un cuchillo, creo que fue. Y una vez apareció para el primer periodo con
el rostro lleno de moratones, el rumor era que había participado en una reyerta
particularmente violenta en el Shamrock, un peligroso bar más allá en Ondaga,
a un pueblo de aquí.
Así que ese era Jeff Winger. Y de nuevo, la gran pregunta: ¿por qué
tendría yo alguna razón para querer ser amigo de un matón como ese?
Bueno, por un lado, no podía evitar notar que las chicas no se quedaban
calladas alrededor de Jeff. No trataban a Jeff como la mejor amiga de su
hermanita. En absoluto. A las chicas les encantaba Jeff. De acuerdo, no a todas
las chicas. No, sólo para ser completamente preciso, a ninguna de las chicas que
yo estaba particularmente interesado en conocer. Pero aun así, había chicas, que
no son pocas, y ellas simplemente lo amaban. No es broma.
Un día recuerdo que estaba sentado en la clase de álgebra. Y
desafortunadamente, en el Instituto Sawnee, el álgebra es enseñada por el Sr.
Gray1, que es cada centímetro tan interesante como su nombre sugiere. ¿Sabes el
sonido que hace un cortacésped cuando alguien está cortando la hierba a mitad
de la cuadra? Como: ¿uuuuuuuuuhhhhhhhhhh? Así es como el Sr. Gray habla. 1 Gray: Se traduce como Gris, de ahí que diga que su profesor es tan aburrido como su nombre.
31
Así que de todos modos, el Sr. Gray estaba hablando monótonamente con
esa voz uuuuuu-hhhhh acerca de cómo algún tipo imaginario llamado John
Smith consiguió un trabajo y recibió un aumento de un tres por ciento en su
salario cada cuatro años, lo cual, por cierto, sonaba como un trabajo bastante de
mala muerte para mí. Y los números y letras que el Sr. Gray estaba
garabateando en la pizarra estaban comenzando a desdibujarse ante mis ojos en
una sola sombra borrosa. Y después de un rato en cierto modo me di la vuelta y
miré por la ventana, esperando que pudiera haber una invasión alienígena o
una guerra nuclear o algo entretenido ahí fuera para mantenerme despierto. Y
en su lugar, al otro lado de la pista de atletismo, vi a Jeff por las gradas con
Wendy Inge. Y para decirlo sin rodeos, Wendy Inge estaba colgando de sus
labios como un cigarrillo.
Ahora, de nuevo, déjame enfatizar: Wendy Inge no es una chica que
realmente quiera conocer muy bien. De hecho, no es alguien de la que siquiera
quiero estar muy cerca. Todo lo que estoy diciendo es: ella era una chica y no
estaba siendo súper educada o formal o diciendo: «Oh, hola Jeff», como si él
fuera su tía solterona. Nadie nunca confundía a Jeff con la tía solterona de
nadie.
Así que a veces no puedo evitar pensar: Oye, si pudiera aprender a ser sólo un
poco más como Jeff, entonces, tal vez, la gente no esperaría que fuera tan bueno todo el
tiempo. Tal vez las personas se sentirían más relajadas a mí alrededor. Tal vez podrían
hacer payasadas conmigo como lo hacían con todos los demás. Tal vez Zoe reiría
conmigo de la forma en que ríe con Mark Sales.
Y ese es el por qué, cuando Jeff Winger me preguntó si quería ser uno de
sus amigos, ese es el por qué dije: «Está bien. Claro». Porque estaba pensando:
Oye, tal vez esta es mi oportunidad. Quizás esto es exactamente lo que necesito en mi
vida. Quizás puedo aprender algo importante de estos chicos.
Como dije: estúpido. Mucho.
32
5
Traducido por Katt090
Corregido por ☽♏єl
sto es lo que sucedió cuando fuimos al granero… me refiero a
Jeff, Ed P., Harry Mac y yo.
Jeff encabezó la marcha. Ed P. y Harry Mac siguieron. Durante
un minuto más o menos, todo lo que pude hacer fue estar de pie
junto al Camaro, aferrando mi estómago y tratando de no vomitar. Yo estaba en
muy mal estado en ese punto. Mi estómago dolía por los golpes de Jeff, mi
rostro dolía por las bofetadas de Jeff, mi mano dolía por tener astillas en ella,
me dolía el hombro por caer sobre él cuando Harry Mac me hizo tropezar, y mis
pulmones me dolían de correr tanto. Además tenía un montón de cortes
variados y moretones que demostraban mis aventuras de la tarde.
Más que eso, mi cerebro era una especie de remolino. Sabía que no era una
buena idea juntarme con estos chicos. Pero por las razones que ya he explicado,
estaba un poco… no sé, curioso acerca de lo que iba a ocurrir a continuación.
Era interesante. Era emocionante. Era justo el tipo de cosa que el hijo de un
predicador no haría.
Así que después de un momento de recuperar el aliento, me enderecé y
seguí a los tres hacia el arenoso camino de entrada al granero.
Jeff estaba abriendo un candado que mantenía a la gran puerta del granero
cerrada. Luego Ed P. agarró la puerta y de alguna manera la abrió. El interior
era oscuro y sombrío.
―Ponla en marcha ―dijo Jeff a Ed P.
Ed P. se puso en cuclillas junto a la puerta. Podía verlo tirando de algo, del
modo en que tiras del cable de una cortadora de césped o de una lancha.
Después de un par de tirones, oí un motor de gas rugir a la vida. Adiviné lo que
era: un generador portátil. Efectivamente, un momento después, algunas luces
se encendieron en el interior del granero.
E
33
Jeff se giró hacia mí, sonrió e hizo un gran gesto, barriendo su mano hacia
el granero como diciendo: Entra en un mundo de encantos.
Y lo hice.
Las primeras cosas que noté en el interior del granero, las primeras cosas
que cualquiera hubiera notado, fueron dos autos. Unos muy, muy buenos. Eran
autos de lujo, como algo que algunas de las personas más ricas de la ciudad
podrían haber conducido. Uno de ellos era un estupendo Audi negro y grande,
cero kilómetros. El otro era más pequeño, un genial y elegante Mercedes
plateado, también nuevo. El granero estaba iluminado por unas lámparas
cubiertas, sostenidas en postes de plata altos, y las bombillas se dirigían hacia
los autos para que se vieran como si estuvieran en una especie de exposición.
―¡Vaya! ―dije. Me moví alrededor de los dos autos, mirándolos. No me
molesta decir que estaba impresionado. Mi papá conduce un Volkswagen
Passat, que tiene casi cinco años y hace un tipo de traqueteo cuando va a más de
cincuenta kilómetros por hora. Mi mamá conduce una minivan desgarbada que
creo que se remonta a los días de vaqueros e indios. Tengo un permiso de
conducir y he tenido la oportunidad de conducir el Passat algunas veces, pero
más que nada me manejo con la bicicleta. Estaba fascinado mirando al Audi y el
Mercedes en el granero. Me olvidé de todos mis dolores y heridas mientras
imaginaba cómo se sentiría sentarse al volante de uno de esos bebés, manejar
uno de ellos por la ciudad mientras todos se detienen a admirarme.
El resto del granero era principalmente desorden y polvo. Un suelo de
tierra apisonada y enredados cables de extensión. Había también una pequeña
sala de estar en un rincón oscuro, un montón de sillas de oficina viejas,
direccionales con tapicería rasgada, además de un viejo sofá que parecía
rescatado de un basurero. Había una pequeña nevera también, una gran caja
blanca de espuma de poliestireno con una tapa de espuma de poliestireno azul
en ella.
Jeff se dejó caer en una de las sillas. Se extendió en ella como un rey
borracho en su trono. Giró hacia atrás y adelante. Por último, se inclinó hacia
atrás y levantó la parte superior de la nevera de modo que se resbaló y se paró
ladeada, apoyada contra el lado del frigorífico. Metió la mano en la caja y sacó
una lata de cerveza. La arrojó hacia mí muy rápido, y la atrapé
automáticamente. Me aferré a ella por un segundo y luego la tiré nuevamente
hacia Harry Mac.
Jeff se rió de mí.
―No vas a decirme que no bebes, ¿verdad?
―No ―dije―. Voy a dejar que adivines.
34
Todo el mundo dejó de moverse. Harry Mac y Ed P. miraron a Jeff para
ver si se iba a enojar conmigo por ser un sabelotodo. Pero después de un
segundo, Jeff se rió.
―Eso es de lo que estoy hablando ―le dijo a Harry Mac, señalándome―.
Es un pequeño mocoso rudo. Me gusta eso.
Ahora que sabían lo que tenían que pensar, Harry Mac y Ed P. asintieron
en apreciación de mi actitud de pequeño mocoso rudo. Jeff le tiró una lata de
cerveza a Ed P. y agarró una para sí. El granero hizo sonidos de pequeños
estallidos y silbidos mientras abrían la lengüeta de las latas.
―Entonces ―dijo Jeff, relajándose en su silla―. ¿Qué piensas, mocoso?
―Él estaba señalando los autos ahora―. Están muy bien, ¿no?
Miré los dos autos un poco más. Asentí.
―Están excelentes, muy buenos ―le dije.
―¿Cuál te gusta más? ―me preguntó Jeff.
Me moví delante de ellos, examiné su guardabarros.
―Supongo que si tuviera que elegir uno, me quedaría con el Audi ―le
dije―. Se siente como… ―No podía pensar en la palabra correcta.
―Dinero ―dijo, asintiendo hacia él―. Se siente como dinero. Es un auto
lujoso.
Asentí también. Estaba en lo cierto. Eso es lo que era. Era la clase de auto
grande, como limosina, que conducían las personas que tenían mucho dinero.
―Entra ―dijo Jeff.
Lo miré, inseguro, emocionado. ¿Lo decía en serio?
Levantó la barbilla hacia el auto.
―Adelante. Entra en él. Ve lo que se siente.
Me encogí de hombros. ¿Por qué no?, pensé. Me acerqué al Audi y tiré de
la manija. La puerta no abrió.
Miré a Jeff.
―Está cerrado ―le dije.
―¿Lo está? ―dijo Jeff, aunque yo estaba bastante seguro de que ya sabía
que lo estaba. Hizo un gesto a Harry Mac con su lata de cerveza―. Sam dice
que el auto está cerrado, Harry.
―¿Ah, sí? ―respondió Harry Mac torpemente. Harry lo decía todo así.
Tenía el tipo de voz que, en el momento en que lo escuchabas, sabías que tenía
el mismo conocimiento, inteligencia y sensibilidad que un puñado de tierra―.
¡Qué mierda!
35
―Bueno, no te quedes ahí parado ―le dijo Jeff Winger―. Enséñale a
nuestro nuevo amigo Sam cómo entras en un auto cuando está cerrado.
Harry Mac entendió y sonrió lentamente. Se acercó al Audi… no. Se
contoneó hacia el Audi, como si se sintiera un adulto porque Jeff le había dado
esta importante tarea. Llevaba una sudadera con capucha negra. Metió la mano
en su bolsillo y sacó una herramienta: una especie de navaja suiza, una de esas
herramientas con cuchillas y extensiones múltiples. La sostuvo en alto para mí.
―¿Sabes cómo llamamos a esto? ―dijo.
Negué.
―Lo llamamos Destructor ―dijo Harry Mac―. ¿Sabes por qué?
Negué nuevamente.
―Porque echa abajo cualquier cosa. Mira.
Miré. Harry Mac desdobló una hoja larga y delgada del Destructor. Lo
movió sin problemas a través del borde de la ventana del Audi. Un momento
después, la puerta se abrió.
―Genial, ¿eh? ―dijo Jeff desde su silla.
Asentí. Porque tenía que admitir que era bastante genial. Era justo el tipo
de cosas que yo quería ver. El tipo de cosa no tan buena que el hijo de un
predicador nunca ve.
―Ahora mira esto ―dijo Harry Mac.
Me apoyé en la puerta y vi como Harry Mac se tumbó en el asiento
delantero y metió la mano bajo el volante. Usó otra de las extensiones del
Destructor, moviéndolo detrás del tablero por un momento. Entonces, de
repente, con un rugido emocionante, el motor del Audi se encendió.
Harry Mac se sentó y levantó el Destructor para que yo lo examinara.
―Pan comido, ¿no? ―dijo.
Jeff se rió con deleite.
―Deberías ver la expresión de tu cara, mocoso. ―Entonces hizo un gesto
con la lata de cerveza hacia Harry―. Apágalo ―dijo.
Harry Mac utilizó el Destructor para apagar el motor. Salió y cerró la
puerta del auto, que hizo un silbido mientras cerraba.
―Ahora hazlo tú ―dijo Jeff.
Sorprendido, me giré hacia él.
―¿Yo? ―dije.
―Claro. Muéstrale como abres la puerta, Harry.
36
No pasó mucho tiempo. En sólo unos minutos, Harry me enseñó a usar la
cuchilla del Destructor para desbloquear el Audi. Me metí en el auto y me senté
detrás del volante. Oh, Dios, ¡estaba muy bien! Era una sensación agradable.
Los asientos eran de cuero suave. Había un fresco y dulce olor, como si fuera
nuevo, directamente de la fábrica. Y con el monitor de GPS integrado y los
complicados controles de la radio y de la temperatura, el tablero de
instrumentos se veía como algo que ves en la cabina de un avión.
Pasé los dedos sobre la superficie lisa del volante. Era fácil imaginarme
manejando por la carretera en esta belleza. No es probable que ocurriera en la
vida real. Cuando consiguiera mi licencia de conducir, tendría suerte si de vez
en cuando pudiera tomar prestado el Passat como mi hermano mayor a veces
hacía. Era bastante dudoso que alguna vez llegara a manejar algo como esto.
―Ahora muéstrale cómo encenderlo ―dijo Jeff.
Harry Mac me mostró cómo utilizar el Destructor de nuevo. Cuando hice
que el Audi rugiera a la vida por mi cuenta, me reí a carcajadas. Era una
sensación muy emocionante tener esa gran máquina zumbando suavemente a
mí alrededor. Me hizo sentir poderoso, como si ahora pudiera entrar en
cualquier auto que quisiera, en cualquier momento.
Jeff se levantó de su silla. Llevó su cerveza a la puerta abierta del auto.
Miró hacia mí con sus ojos ladinos. Con el mentón señaló el Destructor que yo
todavía estaba sosteniendo en una mano.
―Hay muchas cosas más que eso puede hacer, mocoso. ¿Quieres ver?
Levanté la vista hacia él. El auto zumbaba a mí alrededor. Todo parecía
emocionante, peligroso, diferente de todo lo que había hecho antes.
Pensé: Oye, ¿qué hay de malo? No es como si estuviera robando nada. Los autos
ya están aquí.
―Claro ―dije en voz alta―. Muéstrame.
37
6
Traducido por Xhessii
Corregido por ☽♏єl
ui de nuevo al granero el día siguiente. Y el día después de
ese. Y el día siguiente. Dejé de correr. Dejé de entrenar para
atletismo. En cambio, iba en bicicleta por la colina hacia el
granero y me juntaba con Jeff, Harry Mac y Ed P.
Ellos me enseñaron cómo irrumpir en diferentes tipos de autos y cómo
encenderlos sin llave. Me enseñaron cómo abrir un bloqueador del volante para
poder conducir los autos una vez que los arrancara. Incluso me dejaron
conducir el Audi un par de veces… sólo alrededor de la entrada y unos cuantos
cientos de metros por el camino sucio y vacío. Aun así, fue genial. Era muy
divertido.
También me enseñaron otras cosas. Cómo abrir diferentes cerrojos,
candados y pestillos. Incluso me enseñaron una manera de desactivar un
teclado computarizado si era del tipo correcto. Todo eso usando el pequeño
Destructor con sus muchas herramientas en su interior.
¿Cómo se sentía hacer cosas como estas? Era emocionante. Me hacía sentir
que no era el inocente y aburrido hijo del predicador. Cuando iba a la escuela
durante el día, y Jeff me saludaba en el pasillo, o Harry Mac me asentía, o Ed P.
y yo chocábamos manos mientras caminábamos, pensé que veía a los otros
niños mirándome diferente. Sentía como si estuviera en algo en lo que ellos no
podían entrar, y que sabía algo que ellos no. Algo secreto. Algo peligroso. Algo
prohibido.
Y me decía: Oye, es sólo pasar el rato. No es como si realmente estuvieran
irrumpiendo en el auto de alguien. No es como si realmente estuviera robando algo. No
estoy haciendo algo realmente malo.
Pero sí, sabía que no era verdad. Sabía que los autos en el granero no le
pertenecían a Jeff. Sabía que las cosas que Jeff y sus amigos hacían estaban
mal… sin mencionar que eran ilegales. Sabía que no debería salir con unos
F
38
matones como ellos. Y sabía que cada día que salía con ellos me haría más
difícil decirles que no lo haría más.
Pero sabía que tenía que parar. Jeff seguía diciendo que estaba casi listo
para un “trabajo”. Y tenía una muy buena idea de lo que un trabajo era. Y una
vez que saliera con Jeff y su banda, una vez que realmente robara, iba a ser
incluso más difícil para mí hacer las cosas correctas.
Ahora, durante este tiempo, no hablé mucho con mis padres. De hecho, los
evitaba. Lo que era más fácil de lo que te puedes imaginar. Verás, mi familia
vivía en la rectoría de la iglesia de East Valley, la cual estaba casi diagonalmente
detrás de la iglesia, en la calle Maple. Era una casa enorme, con muchas puertas
(tantas puertas que podía entrar e ir a mi habitación sin que nadie me viera).
Además mis padres y mi hermano mayor siempre estaban ocupados,
usualmente tan ocupados, que ni se daban cuenta de si estaba alrededor o no.
John, mi hermano, usualmente estaba ocupado con la universidad a la que
iba a ir. Sabía esto porque siempre que golpeaba su puerta, él me gritaba:
―Déjame solo. Estoy trabajando en elegir a qué universidad voy a ir.
Eso era difícil porque prácticamente cada universidad en Estados Unidos
lo quería. John siempre fue de trabajar duro, siempre tenía su rostro metido en
los libros, o estaba trabajando en sus habilidades de fútbol o lo que sea. Pero
ahora apenas lo veía.
Mi mamá estaba ocupada con… bueno, con las millones de cosas
diferentes que hacen las mamás. Si ser el hijo del predicador era duro, supongo
que ser la esposa del predicador tampoco era tan fácil. Ella se auto-proclamó la
directora musical de la iglesia que no recibe salario, además, dirigía un puñado
de comités e instituciones de beneficencia, y siempre iba con unos jeans sucios y
una sudadera a reconstruir una casa, a pintar un centro infantil, o a servir
comida a los sin techo. Y también servía la comida a los con techo es decir, a
nosotros; mantenía la casa limpia, lavaba la ropa y cosas como esas. Así que sí,
estaba ocupada.
Y mi papá, por supuesto, estaba ocupado con todas las cosas que hacía:
reunirse con la gente en la iglesia, visitar gente enferma, enterrar gente muerta,
casar a la gente enamorada, escribir sermones, dar sermones y otras cosas como
esas.
Y escucha, mi mamá, mi papá y mi hermano eran todos gente buena…
realmente lo eran. Sólo que estaban ocupados, eso es todo. Lo que me hacía,
como dije, fácil ir y venir a casa al final del día, ir a mi habitación, hacer mi tarea
y todo eso, sin hablar con nadie en absoluto.
Finalmente una tarde, la tarde antes de que todo el problema empezara,
estaba en el granero con Jeff y los chicos. Jeff estaba sentado en su silla-trono de
respaldo alto, con una cerveza en la mano. Ed P. estaba sobre el asiento
39
delantero de uno de los autos, con sus piernas sobresaliendo por la puerta. Él
estaba haciendo algo con la radio, no estaba seguro de qué. De cualquier modo,
no era el mismo auto que antes. Era un gran BMW azul. El Audi se había ido,
no sé a dónde.
Harry Mac estaba acostado en el sofá, leyendo el Sports Illustrated.
Y yo estaba sentado en una de las sillas, examinando uno de los
Destructores que utilizábamos para irrumpir, sacando las diferentes navajas y
herramientas fuera, mirándolas y regresándolas a su lugar.
De repente Jeff dijo:
―Puedes quedarte esa si quieres.
Sobresaltado, lo miré.
―¿Qué?
―Sí. El Destructor. Quédatelo. Es tuyo.
―Oh, no, no quiero…
―Quédatelo, te lo digo ―dijo Jeff―. Es un regalo. No puedes insultarme
regresándolo.
Abrí de nuevo mi boca, pero nada salió. Después de todo, no quería
insultarlo.
―De cualquier modo ―dijo Jeff―, vas a necesitarlo. Para un trabajo.
Pronto.
Sentí que mi boca se secó. Sentí que mi garganta se estrechó. Lamí mis
labios, tratando de pensar en algo que decir. Pero no pude pensar en nada.
Lentamente, casi como si mi mano trabajara por sí misma, deslicé el
Destructor en mi bolsillo.
Esa noche, después de la cena, fui escaleras arriba a mi habitación. Me
sentía mal, realmente mal. Estaba asustado sobre lo que iba a pasar. Quería
zafarme de esto. Había llegado demasiado lejos. Quería decirle a Jeff que no iba
a ir más al granero, pero sabía en mi corazón que no iba a decírselo. Tenía
miedo de hacerlo, de que me golpeara. Temía que ya no le agradara. Tenía
miedo de no sentirme genial cuando fuera a la escuela y de regresar a ser un HP
(hijo de predicador).
Me senté en mi computadora y me di cuenta que Joe Feller estaba
conectado. Joe es un chico grande, amigable y amable, como un perro San
Bernardo en forma humana. Nos conocemos desde que éramos pequeños. Sus
40
padres solían ir a nuestra iglesia, y Joe y yo salíamos juntos después de la
escuela dominical. Hace un año, el papá de Joe consiguió un trabajo en Albania
y se mudaron. Pero Joe y yo seguimos chateando todo el tiempo. Desarrollamos
un código, que es parcialmente las usuales abreviaciones como LOL2 e IMHO3,
pero también es en parte cosas que hemos inventado con el tiempo y que nos
hemos acostumbrado a usar. Así que si transcribo nuestro chat palabra por
palabra, se vería como una sopa de letras que nadie salvo nosotros sabemos. Así
que te ahorraré el trabajo de traducirlo y lo haré yo mismo.
Fue así:
YO: ¿Estás ahí?
JOE: Siempre en el teclado.
YO: Tengo un problema.
JOE: Me fascinas de manera extraña.
YO: Hice algo realmente tonto.
JOE: Cuéntame todo.
YO: Me estoy juntando con Jeff Winger.
JOE: ?????
YO: Lo sé. Y con Ed P. y Harry Mac.
JOE: Eso ES tonto.
YO: Lo sé.
JOE: Eso es dragnet.
YO: Lo sé, lo sé.
(Dragnet es un viejo programa de televisión policíaco que a Joe le gusta
porque piensa que es anticuado y divertido. La canción principal es así: “Dum-
de-dum-dum4”. Así que “dragnet” es su manera de decir que algo es realmente,
muy tonto.)
JOE: ¿Qué haces? ¿Con Jeff?
YO: Nada. Ellos me enseñan cosas.
JOE: ?
YO: Irrumpir en autos. Abrir candados.
JOE: ¡Genial!
2 LOL: Abreviación de “laughing out loud”. En español, riéndome mucho.
3 IMHO: Abreviación de “in my humble opinion”. En español, en mi humilde opinión.
4 Dum-de-dum-dum: Suena como dumb, que en español significa tonto.
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YO: !!!
JOE: Pero dragnet.
YO: Correcto.
JOE: Deberías detenerte.
YO: Gracias, Yoda. Tu sabiduría me asombra.
JOE: Pero si te detienes, ellos te matarán.
YO: Bingo.
JOE: Además, ya no serás genial.
Sabía que Joe me entendería. Como dije, nos hemos conocido durante
mucho tiempo.
YO: ¿Qué es lo que piensas?
JOE: Es malo.
YO: Lo sé.
JOE: Realmente malo.
YO: Lo sé.
JOE: Dragnet.
YO: ¡LO SÉ!
JOE: No tienes que gritar.
Entonces hubo una gran pausa. Miré al monitor. Como dije, no había más
que un montón de letras: YHAP Rly? SA WDID… y así sucesivamente. Pero vi
toda la conversación en mi mente, como si lo estuviéramos hablando
detalladamente. No fue una visión agradable.
La pausa continuó por un largo momento… y entonces vi algo que hizo
que mi corazón se sintiera pesado en mi pecho. De hecho, hizo que mi corazón
se hundiera como una piedra, bang, directo a mis pies.
Tres números aparecieron en la pantalla: 911.
Gemí en voz alta.
Nueve-uno-uno era parte de nuestro código personal: significaba que la
situación era tan mala, que las cosas se habían salido tanto de las manos, que no
había otra cosa que hacer que decirle la verdad a tus padres sobre ello.
Y mi corazón se hundió cuando lo vi, porque sabía que Joe tenía razón. Y
decirles a mis padres que me juntaba con Jeff Winger no iba a ser nada bonito.
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YO: Tiene que ser mi papá.
JOE: Cierto.
YO: Será malo.
JOE: Muy malo.
YO: Él realmente me la dará. Él me dará La Mirada.
Una vez más, hubo una pausa antes de que Joe respondiera. Entonces…
JOE: Aguanta La Mirada. 911.
Miré la pantalla por mucho tiempo, pero finalmente asentí. Suspiré. Me
levanté, llevándome conmigo mi pesado corazón. Mi pesado corazón y yo
fuimos a la puerta.
Me detuve en el pasillo… y estuve sobresaltado de ver a mi papá justo
enfrente de mí.
Mi papá es alto, delgado, de cara larga, y calvo. Recuerdo que cuando era
un niño pequeño era siempre fácil dibujarlo. Sólo hacía una figura de palitos
muy larga con una cabeza larga y calva. Ah, y con lentes redondos. Él siempre
usa lentes redondos.
Salí al pasillo y ahí estaba él, cernido sobre mí… su espalda, porque estaba
pasando por mi habitación yendo a las escaleras.
―Hola, papá ―dije.
Él se giró como si estuviera sorprendido de verme, tanto como yo lo
estaba. Parpadeó detrás de sus lentes redondos como si lo hubiera despertado
de un sueño.
―Hola, Sam ―dijo él.
Supe enseguida que algo estaba mal. Usualmente mi papá tiene una clase
de expresión seria pero feliz en su rostro. Sé que suena sin sentido, pero lo tiene
cuando lo ves. Me refiero a que mi papá no es la clase de hombre que siempre
camina con una gran sonrisa o hace bromas y se carcajea (como el papá de Joe
Feller, quien es un vendedor). Él es más del tipo que siempre está pensando en
algo, así que se ve serio, pero parece que le gustara pensar en eso, así que
también se ve feliz.
Pero no se veía feliz ahora. Para nada. De hecho, incluso a través de la luz
que se reflejaba en sus lentes redondos, podía ver una expresión de dolor en sus
ojos.
―¿Tienes un minuto? ―le pregunté.
43
Él parpadeó de nuevo. Se veía como si fuera realmente complicado pensar
en una respuesta. Entonces dijo:
―Estaba por salir. Hay una emergencia en la casa de los Boling. ¿Es algo
urgente o puede esperar?
Dudé. Sabía lo que “una emergencia en la casa de los Boling” significaba.
El señor Boling es un amigo cercano de mi padre, quizás sea su mejor amigo.
Ellos se conocen desde la universidad, cuando papá era un estudiante y el señor
Boling era uno de sus profesores. El señor Boling le enseñó a mi papá un
montón e incluso lo ayudó a decidir cuando quiso ser un predicador. Más tarde,
cuando el señor Boling se jubiló de la universidad, ayudó a papá a conseguir el
trabajo en la iglesia de East Valley aquí en Sawnee. Supongo que dirás que el
señor Boling es el mentor de papá. Es mucho más viejo que mi padre,
obviamente. Y ahora se ha enfermado gravemente. Como en: las cosas no se ven
nada bien. Sé que mi papá quería estar con su amigo en caso de que esta fuera
la última vez que lo veía.
Así que puse una voz relajada y dije:
―Oh no, no es urgente. Ve con los Boling. Podemos hablar más tarde.
Espero que las cosas salgan bien.
Mi padre sonrió tristemente.
―Te veo más tarde, Sam ―dijo él.
Se giró y bajó las escaleras.
Permanecí allí de pie en el pasillo y suspiré. Supongo que estaba un poco
aliviado de no haber tenido que decirle a papá sobre Jeff Winger, pero
mayormente estaba decepcionado porque ya había juntado el coraje para
decirle, y realmente necesitaba su consejo. No creo que mi madre sea tan útil.
No es que mi mamá no sea inteligente o algo así, es sólo que tiende a dar
consejos que estarían bien si los fueras a utilizar, pero simplemente no vas a
hacerlo. Me refiero a que dice cosas como: «Repórtalo con tu maestro». O,
«Simplemente explícale que no está bien para él que agarre el dinero de tu
almuerzo». Ese tipo de cosas. Sólo digo que los consejos de mi papá son más
prácticos.
Así que me quedé parado y escuché que la puerta principal se cerraba
mientras papá salía para ver a su amigo. Y entonces metí las manos en mis
bolsillos, preguntándome qué debería hacer. Luego, sin realmente pensarlo,
deambulé por el pasillo hacia el estudio de mi padre.
Realmente no estoy seguro de por qué lo hice. Simplemente sentí que
debía hacerlo. De alguna manera, estar en su estudio me hacía sentir mejor.
Las luces estaban apagadas, excepto por la pequeña luz de lectura en su
escritorio. Él siempre olvidaba apagarla cuando salía. La luz brillaba en el
44
Kindle que había estado leyendo y enviaba un resplandor sobre el resto de la
habitación.
El resto de la habitación eran mayormente libros, estantes de libros en
cada pared excepto una que tenían las ventanas que daban al patio trasero.
También había un par de sillas para que la gente se sentara cuando venían a
visitarlo y a hablar.
El escritorio era enorme: una cosa de madera vieja y enorme que casi se
estiraba de una pared a la otra. Caminé a su alrededor y me senté en la silla de
mi papá. La silla también era grande: de cuero y giratoria, con un respaldo alto.
Mi mamá la había conseguido para papá en Navidad hace unos cuantos años.
Era suave y cómoda.
Me senté en la silla y giré de un lado a otro. Tenía la mano derecha en mi
bolsillo. Estaba envuelta alrededor del Destructor. Acaricié el metal frío con los
dedos. Estaba pensando: ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? Una y otra vez. No
era exactamente una oración, estaba demasiado avergonzado para rezar. Era
más como un cántico. Pero secretamente esperaba que Dios tuviera lástima de
mí, y me enviara una respuesta… rápido.
Mientras giraba y pensaba, mis ojos pasaron sobre el escritorio, la
computadora, la carta abierta, el porta-bolígrafos, el Kindle bajo la lámpara de
lectura. Luego giré alrededor y miré los libros en los estantes, los cuales tenían
sus lomos sumidos en las sombras.
También había otras cosas en los estantes. Fotografías de mamá, de mi
hermano y mías. Había un dibujo que yo había hecho cuando tenía, no sé, cinco
o algo así: un dibujo de un cohete hecho con crayolas. No sé por qué papá lo
había enmarcado y guardado, pero lo hizo. También había un dibujo de mi
hermano John. Y había otras cosas: regalos y suvenires que la gente le había
dado a papá, o que él había traído a casa de uno de sus viajes. Una antigua
moneda montada en un bloque de madera. Una cruz tallada de una iglesia de
África. Algunas de estas cosas eran difíciles de reconocer en la sombras, pero las
había visto tantas veces que ya sabía lo que eran.
Pero entonces vi algo que no reconocí, algo que no había visto antes.
Quizás era nuevo, o quizás no me había dado cuenta de él. Era una pequeña
estatuilla de un ángel. Incluso en las sombras podía decir eso porque sus alas
estaban extendidas. También estaba levantando una espada, así que supuse que
era el Arcángel Miguel. Es la cabeza del ejército de Dios y batalla con Satanás en
la Biblia, así que siempre se lo representa con una espada.
Como dije, nunca antes me había dado cuenta de la estatuilla, así que me
levanté de la silla y caminé hacia ella para tener una mejor vista. Era una
estatua pequeña, no mucho más grande que mi mano. La levanté y la miré más
45
de cerca. Era Miguel, todo bien, con su espada angelical levantada. Y en la base
estaban grabadas algunas palabras:
RECTE AGE NIL TIME
Las palabras me dieron una sensación extraña. Pensé que probablemente
eran latín, pero no sabía leer latín, y no tenía idea de lo que significaban. Al
mismo tiempo, tuve esta extraña sensación en mi cabeza de que las palabras
estaban dirigidas especialmente a mí. Quizás necesitaba tanto un consejo que
estaba listo para encontrarlo en cualquier parte, pero aun así, tenía la sensación
de que la estatua del ángel estaba respondiendo a mi cántico: ¿Qué hago? ¿Qué
hago? ¿Qué hago? Se me vino a la cabeza que si podía encontrar el significado de
esas palabras, lo sabría.
Bajé la estatuilla al estante y salí del estudio. Me dirigí por el pasillo a mi
habitación.
Mi habitación no se parece en nada a la de mi padre. Primero, es un gran
desastre. Y no hay tantos libros. La mayoría de las paredes están decoradas con
posters, los cuales mayormente son de mis videojuegos favoritos. Como “La
Evolución de Mario”, mostrando cómo Mario había ido de ser pixelado en los
viejos días a ser tridimensional en la actualidad. Luego estaba Batman del juego
Arkham Asylum, el Príncipe de Persia, y más. También está mi cama y mis cosas.
Y mi computadora, una MacBook, en la mesa grande que está desordenada con
todos mis libros y papeles de la escuela.
Así que me senté frente a la computadora. Abrí Google y escribí las
palabras que había visto en la estatuilla del ángel: Recte Age Nil Time.
La traducción apareció rápidamente en la pantalla. Me incliné sobre mi
silla y respiré profundamente.
Porque ahora no pensaba que las palabras eran la respuesta a mis
oraciones. Ahora sabía que lo eran. Sabía que eran el consejo que estaba
buscando.
Supongo que lo chistoso era que esas palabras habían iniciado todo el
problema. Eran esas palabras las que cambiaron todo.
La traducción en la pantalla decía:
HACER LO CORRECTO. SIN TEMOR A NADA.
46
7
Traducido por RoChIiI
Corregido por ☽♏єl
az lo correcto. Sin temor a nada.
Buen consejo. Y no voy a pretender que no sabía qué era lo
correcto para hacer. Claro que lo sabía. Era la parte de “sin
temor a nada” con la que estaba en problemas. ¿Cómo se
supone que no le temas a nada? Quiero decir, si tienes miedo, ¿cómo se supone
que lo apagues?
Ese día, después de la escuela, monté mi bicicleta por el largo camino
hacia el granero. Mi estómago se sentía hueco y frío, como un cañón vacío con
viento soplando a través de él. Ese era el miedo, supongo. Tenía miedo de lo
que pasaría si le dijera a Jeff que no seguiría yendo, y tenía miedo de lo que
pasaría si no lo hacía.
Todavía era por la tarde. Había mucha luz, pero empezaba a ganar esa
coloración especial de cuando el día se apaga camino al anochecer. La calle
estaba escabrosa y desigual. Mis neumáticos golpeaban en los baches y piedras,
y tuve que trabajar duro para mantener el manubrio estable. Zigzagueé entre
agujeros profundos en el asfalto para mantener las ruedas en las superficies más
lisas. Me tomó mucha concentración. Realmente no podía prestar mucha
atención al paisaje que me rodeaba.
De todos modos, el paisaje era en su mayoría árboles, un bosque disperso
a ambos lados del pavimento. Cuando tuve la oportunidad de mirar hacia
arriba, vi la luz del sol poniente entrando a raudales por las ramas de invierno.
El bosque estaba quieto y en silencio. El único sonido era el traqueteo y el golpe
de mi bicicleta subiendo por la colina.
Entonces, de repente, hubo un crack: un fuerte y alarmante crujido.
Sin pensarlo, levanté la vista hacia el sonido. Al segundo de hacerlo, mi
neumático delantero golpeó un bache. El manubrio se torció en mis manos.
H
47
Tuve que frenar fuerte para no perder el control. La bicicleta se detuvo, mis pies
bajaron a la acera para mantenerla firme.
Me senté allí, mirando hacia el bosque. Mirando fijamente el lugar de
donde el sonido, el fuerte crack, había venido.
Había visto algo… moviéndose allí. Justo antes de que parara la bicicleta,
había visto una figura, una persona, lanzándose detrás de un árbol. Ese sonido
que había oído era el sonido que hace una rama cuando está tendida en el suelo
y alguien, o algo, la pisa.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Mis ojos se movieron lentamente
por los árboles.
Alguien estaba allí. Había alguien en el bosque.
Era una sensación extraña, sentarme en mi bicicleta, solo en la calle al
atardecer, con nada más que árboles a mí alrededor, sabiendo que alguien
estaba allí, escondido, mirándome. No me gustaba.
Mi primera idea fue empezar a pedalear de nuevo y salir de allí, llegar
hasta el granero, pero dudé. No me gustaba la idea de huir tampoco, sobre todo
cuando algo que no podía ver podría estar persiguiéndome. No, pensé que sería
mejor averiguar qué estaba allí.
Así que grité:
―¿Hola?
No hubo respuesta. Silencio desde el bosque. Un gran silencio que pareció
llenar todo.
Estaba a punto de gritar de nuevo cuando un movimiento llamó mi
atención. Una cabeza se asomó desde atrás de un árbol.
Dejé escapar un suspiro de alivio. Era una chica. La reconocí de inmediato.
Su nombre era Jennifer Sales.
Recuerdas a Mark Sales, la estrella de atletismo, ¿no? El guapo con el que
Zoe Miller siempre estaba hablando. Bueno, Jennifer Sales era la hermana
menor de Mark. Su rara hermana menor, para ser más precisos. Rara era
definitivamente la mejor palabra para describirla.
Era una chica encorvada, tímida y tranquila; una niña pequeña, pequeña y
delgada. Era de mi edad, dieciséis. Tenía el cabello marrón, largo y lacio, que
enmarcaba un rostro pálido, serio. En realidad, era algo linda, de una manera
tímida y estudiosa. Pero siempre parecía estar en su propio mundo, viviendo
dentro de su propia cabeza. Estaba sola en la escuela y se movía por el pasillo
cerca de las paredes, como si fuera la sombra de alguien. Cuando tratabas de
hablar con ella, muchas veces decía cosas que eran… bueno, raras, como dije.
Por ejemplo, rimaba las palabras, o hilaba unas que no tenían mucho sentido.
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Lo hacía como si se tratara de una broma. Decía que era una broma si alguien lo
notaba, y se reía como si pensara que era muy divertido. Pero a veces tenía la
sensación de que no podía dejar de hacerlo, que las palabras simplemente salían
de ella antes de que pudiera detenerlas.
Unos chicos se habían burlado de ella una o dos veces, insultándola o
riéndose. Pero Mark les puso los puntos, y no volvió a ocurrir. Mark era un
buen tipo, pero también era grande, y no querrías ponerte en contra suya. Él
amaba a su hermana. Decía que ella era simplemente diferente, eso es todo,
como que tal vez ella era un poeta o algo así. De todos modos, la mayoría de los
chicos en la escuela eran decentes y trataban de ser amables con ella siempre
que fuera posible. Sin embargo, ella parecía querer estar sola, y un montón de
veces lo estaba.
Jennifer miró hacia mí desde detrás del árbol con grandes ojos, como si
tuviera miedo de mí, como si pudiera ser un monstruo o algo así. Ahora que
sabía quién era, no quería molestarla ni nada, pero estaba un poco preocupado
por ella. Quiero decir, ¿qué estaba haciendo en el medio de la nada, en medio
del bosque, con nadie más por ahí? Si hubiera sido cualquier otra persona,
probablemente no me habría molestado, pero siendo Jennifer… No sé, pensé
que podría estar pérdida o algo.
Así que le hablé:
―Hola, Jennifer. ¿Cómo va todo?
En el momento en que dije su nombre, pareció relajarse un poco. Medio
salió de detrás del árbol, aunque seguía de pie cerca de él, como si pudiera
tener que agacharse detrás de él en cualquier segundo.
Levantó la mano en un saludo tímido.
―Hola ―dijo.
―¿Estás bien? ―le pregunté.
Ella asintió.
―Por supuesto.
Miré a mí alrededor. No había nadie más a la vista.
―¿Estás aquí arriba sola?
Ella asintió.
―Sólo estoy caminando. Y hablando ―agregó. Creo que en gran parte, lo
hizo porque rimaba.
No tenía mucho más que decirle, y pensé en simplemente decir adiós e
irme de nuevo. Pero aun así, algo acerca de esto no parecía bien de alguna
manera. Era un largo camino de regreso a la ciudad a pie. Odiaría dejarla sola
por aquí y que algo malo le ocurriese.
49
―¿Estás bien? ―le pregunté de nuevo―. ¿Te has perdido o algo así?
¿Necesitas que te acompañe de vuelta a la ciudad?
―No. ―Señaló al bosque a sus espaldas―. Tengo mi bici. Bicicleta.
Cicleta.5 Así que puedo ir dando vueltas y vueltas. Y abajo. Colina abajo. A casa.
Ves a lo que me refería con la forma en que hablaba. Era realmente
extraña.
―Está bien ―le dije, pero todavía me sentía mal por dejarla sola―. ¿Estás
segura de que vas a estar bien?
Hasta este punto, Jennifer se había quedado de pie junto al árbol, con una
mano apoyada en él como si quisiera asegurarse de que no iba a huir de ella.
Llevaba un jeans y un suéter con grandes rayas verdes horizontales. Todavía
hacía bastante frío, especialmente en esta hora del día, así que también tenía
una chaqueta de lana azul, aunque la mantenía desabrochada. El sol estaba
detrás de ella, los rayos cayendo a su alrededor. Estaba parada en un pequeño
charco de sombra, una figura oscura. Era difícil distinguir la expresión de su
cara.
Pero ahora se apartó del árbol. Oí las hojas crujir bajo sus zapatos mientras
caminaba lentamente hacia mí. Salió al camino y siguió acercándose, poco a
poco, paso a paso, mientras yo me sentaba en mi bicicleta observándola. Se
acercó a mí. Se detuvo cerca. Muy cerca. Tan cerca que podía sentir su aliento
en mi cara.
Se inclinó hacia mí, mirándome, estudiándome. Yo sólo me quedé sentado
en la bicicleta. No sabía qué hacer ni qué decir. Dejé que mirara tanto como
quisiera.
―Sam ―dijo finalmente. Era como si acabara de descubrir quién era yo―.
Tú eres Sam Hopkins.
―Claro, Jennifer ―dije―. Tú me conoces. Estás en mi clase de inglés.
―Te conozco ―repitió ella―. Te puse en mi celular. ―Lo sacó de su
bolsillo y lo sostuvo en alto, sin dejar de mirarme―. Puse a todos los de la
escuela en mi celular.
―Bueno… muy bien ―le dije. No sabía qué más decir.
Ella guardó el teléfono de nuevo.
―Tu padre es un sacerdote ―dijo entonces.
―Bueno, nosotros no los llamamos sacerdotes, nosotros…
―Un sacerdote es un padre ―dijo―. Tu padre es un Padre. Padre, Padre.
Más lejos y más lejos. Mi padre está lejos y más lejos cada vez6. 5 Bici. Bicicleta. Cicleta: En inglés, “My bike. My bicycle. My-cycle”. Es una rima y un juego de
palabras entre bicycle (bicicleta) y My-cycle (mi bicicleta).
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Murmuró todo esto en voz baja y rápida, y continuó mirándome al mismo
tiempo. Fue realmente espeluznante. Luego sonrió. ¿Y sabes qué? Eso fue aún
más espeluznante. Era una especie de pequeña sonrisa secreta. Sus ojos
brillaban, como si estuviera a punto de compartir algo conmigo, algo muy
especial que nunca le había dicho a nadie.
―¿Sabes lo que estoy haciendo aquí? ―dijo.
Permanecí allí en mi bicicleta, devolviéndole la mirada. Estaba un poco
hipnotizado por ella, por la forma en que me miraba, y por su sonrisa secreta y
sus ojos brillantes. Poco a poco sacudí la cabeza.
―No ―dije―. ¿Qué estás haciendo aquí?
Se acercó aún más, inclinándose incluso más cerca de mí. Y susurró:
―Estoy buscando al diablo.
Sentí un escalofrío a través de mí y me estremecí Era una cosa extraña de
decir, y la manera en que lo dijo hizo que sonara aún más extraño. Estar allí, en
el medio de la nada, rodeado de bosques, sólo ella y yo, era en realidad un poco
aterrador.
Mis labios se abrieron mientras intentaba pensar en una respuesta.
Pero antes de que pudiera, algo aún más aterrador pasó.
Oí un rugido de motor y me giré para ver el Camaro rojo de Jeff Winger
acelerando hacia nosotros.
6 Tu padre es un Padre. Padre, Padre. Más lejos y más lejos. Mi padre está lejos y más lejos
cada vez: En inglés, “Your father’s a father. Father Father. Farther and Farther. My father’s
farther and farther away. Es una rima entre father (padre) y farther (lejos).
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8
Traducido por Caamille
Corregido por ☽♏єl
upe inmediatamente que esta era una mala situación. Jeff y sus
amigos eran bravucones, y Jennifer era una víctima natural, si
alguna vez hubo una. Era pequeña, débil, extraña, confundida, y
estaba completamente sola en el medio de la nada. El minuto en que
Jeff fijara sus ojos en ella, habría problemas. Estaba seguro de eso.
Miré el cromado del guardabarros del Camaro abriéndose paso en la
colina hacia nosotros. Entonces miré a Jennifer. Ella ni siquiera se había girado
ante el sonido del auto. Todavía me estaba mirado, todavía me estaba
estudiando, como si esperara encontrar algo sorprendente escondido en mi
cara.
Tuve este instinto de decirle que huyera mientras todavía había tiempo,
antes de que el auto nos alcanzara. Pero no lo hice. Debí hacerlo.
El Camaro rugió justo hacia nosotros, tan rápido que quité mi bicicleta del
camino para asegurarme de que no ser aplastado. Pero justo antes de que el
auto me alcanzara, se detuvo. Las puertas se abrieron inmediatamente. Jeff, Ed
P. y Harry Mac salieron y se acercaron a nosotros.
Solo entonces Jennifer se giró hacia ellos. Fue como si tan sólo se hubiera
dado cuenta que habían llegado en ese momento. La oí tomar una pequeña
respiración temerosa. Vi sus ojos agrandarse. Estaba asustada. No la culpaba.
Yo también lo estaba.
Traté de hablar en un tono de voz normal y relajado.
―Hola, chicos ―dije―. ¿Van hacia el granero? ―Supongo que esperaba
que si pretendía que todo estaba bien, entonces de alguna manera así sería.
Pero Jeff ni siquiera me respondió. Ni siquiera me miró. Se acercó y se
puso en frente de nosotros con sus amigos flanqueándolo, Ed. P. detrás de su
S
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hombro izquierdo, Harry Mac detrás del derecho. Miró a Jennifer. Él sonrió con
su sonrisa ladina.
Jennifer se estremeció, asustada. De alguna manera empujó sus brazos
más cerca de sí misma, como si quisiera reducirse a nada.
Jeff siguió mirándola, pero me habló a mí. Dijo:
―Oye, mocoso, ¿quién es tu amiga?
Tuve que lamer mis labios para poder responder. Estaban muy secos.
―Conoces a Jennifer ―dije―. Es la hermana de Mark Sales.
Jeff vociferó una dura risa justo hacia la asustada cara de Jennifer.
―Sí, conozco a la hermana de Mark Sales, bien ―dijo en un tono burlón.
Entonces le dijo a ella―: Eres la cabeza de insecto, ¿cierto? ¿Eh? Tu hermano es
inteligente. Es un poco demasiado inteligente, de hecho. Pero tú… hay algo mal
contigo, ¿verdad? Estás un poco… ―Giró su dedo en un movimiento circular
alrededor de su sien para decir “loca”―. Tienes bichos en tu cerebro, ¿cierto?
Vi los ojos de Jennifer cambiar. Podría ser extraña, pero no era estúpida.
Sabía cuando estaba siendo insultada. Su pálido rostro se puso incluso más
pálido, su expresión se puso en blanco con dolor y miedo.
―Los insectos pueden estar en una computadora. Un cerebro es como una
computadora ―dijo Jennifer.
Jeff se rió de eso como si ella hubiera dicho una broma. Y por supuesto Ed
P. y Harry Mac rieron con él.
―Insectos en una computadora… ―dijo Jeff.
―Oye, mira… ―empecé a decir, esperando distraerlo.
Pero Jeff simplemente me ignoró. Le siguió hablando a Jennifer.
―Las cosas que dices, chica insecto ―dijo―. ¿De dónde sacas esas cosas
locas?
―Las compro en la tienda de locos ―respondió ella. Su tono era
desafiante, pero sus ojos estaban moviéndose de un lado al otro como si
estuviera buscando una forma de escapar. Sus labios estaban temblando de
miedo.
Por un segundo vi un destello de ira en los ojos de Jeff. No le gustó su
respuesta pedante. Pero un segundo después, rió otra vez y sus amigos también
se rieron.
―La tienda de locos ―dijo Jeff―. Lo apuesto. Apuesto que eso es
exactamente lo que haces.
53
―Oye, Jennifer ―dije. Rápidamente me bajé de mi bicicleta y la puse en la
calle. Di un paso hacia Jennifer, tratando de posicionarme entre ella y Jeff―.
Quizás deberías irte a tu casa ahora ―le dije―. Sabes lo que estoy…
Jeff puso su mano en mi hombro y me movió hacia un lado, no fue fuerte
ni nada así, sólo empujándome cuidadosamente fuera de su camino. Dio un
paso incluso más cerca de Jennifer. No había ningún espacio para estar entre
ellos ahora.
―Oh, ella no quiere irse ―dijo sin mirarme, sólo mirándola a ella―. La
diversión acaba de comenzar. ¿No es así, chica insecto?
―Escucha, Jeff ―dije desesperadamente―. Sabes que a Mark no le gusta
cuando alguien…
Él se giró con rapidez, como una serpiente dando vuelta. Las palabras
murieron en mi garganta.
―¿Crees que me importa lo que a Mark no le gusta? ―dijo.
―No, yo…
―¿Crees que le tengo miedo a Mark? Estoy harto de Mark. Mark me ha
empujado tan lejos como voy a llegar.
―Sólo estoy diciendo… Mira ―supliqué―. Ya sabes, ella es… no está
bien.
Jeff me miró un largo tiempo. No era una buena mirada. Pensé que podría
estar a punto de golpearme otra vez. Pero en vez de eso, sonrió con esa sonrisa.
―¿No está bien? ¿No está bien? ¿Qué se supone que significa eso?
―Bueno, ya sabes…
―No, no lo sé. ¿Por qué no me lo explicas, mocoso?
―Quiero decir, bueno, Jennifer, ella es… ya sabes. No deberías… ella
está…
―O-o-oh ―dijo Jeff, regresando su sonrisa hacia Jennifer―. Veo lo que
quieres decir. Quieres decir que ella no está bien. Está loca, ¿cierto? Ella tiene
insectos en su cerebro. No es así, ¿chica insecto?
Y ahora Jeff hizo ese loco sonido, un sonido algo agudo y gorjeante, ya
saben, para indicar que Jennifer estaba loca: una forma de burlarse de ella. Ed P.
y Harry Mac rieron ruidosamente. Y Jeff ilustró el loco sonido con sus manos,
moviendo sus dedos en la cara de Jennifer. Ella sólo miró los dedos como si
estuviera fascinada con ellos.
―Loca, loca, loca ―dijo Jeff.
Y yo dije:
―Oye, Jeff, escucha…
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Entonces, muy repentina y rápidamente, Jeff la abofeteó.
Sucedió antes de que pudiera hacer algo, antes de que pudiera siquiera
pensarlo. Jeff estaba haciendo esa cosa con sus manos, meneando sus dedos en
la cara de Jennifer, y ella estaba mirando sus dedos, y al siguiente segundo, él
movió sus manos una y otra vez, de la forma en que los boxeadores hacen
cuando están golpeando una bolsa. Movió sus manos y golpeó a Jennifer en la
cara con ellas cuatro veces realmente rápido, whack-whack-whack-whack,
demasiado rápido para que ella las bloqueara o escapara.
Jennifer se tropezó hacia atrás por los golpes y se cubrió a sí misma,
encogiéndose de miedo por el dolor, temblando con terror.
Ed P. y Harry Mac rieron y rieron, y Jeff rió y le dijo:
―¿Cómo estuvo eso, chica insecto? Fue muy divertido, ¿eh? ¿Fue lo
suficientemente loco para ti? ¿Por qué no te llevas eso a la tienda de locos?
¿Alguna vez han tenido una revelación? Ya saben, como, en un minuto no
entienden algo y al siguiente sí lo hacen. Como, quizás estás jugando un
videojuego y no puedes entender cómo se supone que vas subir esa cornisa que
está fuera del alcance y entonces, de repente, la respuesta es obvia, llega a ti
como si viniera de la nada.
Bueno, eso fue lo que me pasó entonces. Cuando Jeff abofeteó a Jennifer,
tuve una revelación.
Mi revelación fue como esto: Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Antes, cuando estaba subiendo la colina en mi bicicleta, preocupándome
acerca de qué le iba a decir a Jeff, la idea había parecido complicada. Difícil.
Incluso imposible. ¿Cómo podría sólo dejar de tener miedo? ¿Cómo podría sólo
hacer lo que era correcto cuando las consecuencias podrían ser realmente
dolorosas?
Ahora, de repente, un destello de inteligencia llegó a mí.
Pensé: Oh espera, ¡lo tengo! Hacer lo correcto. Sin temor a nada. ¡Es tan simple
como eso!
Jeff, Harry Mac y Ed P. estaban todavía riendo, y Jeff estaba haciendo
ruidos otra vez mientras Jennifer se encogía frente a él, su cara roja por las
bofetadas y manchada con lágrimas. Pude ver que Jeff estaba todo
entusiasmado por su propia crueldad, que estaba planeando lastimarla otra vez,
lastimarla más.
―¡Oye, Jeff! ―dije.
Él se giró hacia mí, sonriendo.
―¿Qué quieres, mocoso? ―dijo.
Pensé: Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
55
Y le di un puñetazo.
Oye, bajo las circunstancias, era lo único que pude pensar en hacer. Y
seguro, sabía lo que iba a pasarme después. Pero no estaba asustado porque…
Bueno, porque entendí las palabras de la estatua del ángel. Hacer lo correcto.
Sin temor a nada. Era así de fácil.
De todos modos, le pegué un puñetazo a Jeff en la cara, y fue uno bueno
también, un buen y sólido puñetazo, no como antes cuando estábamos en la
colina. Este vino desde mi rodilla, con todo mi cuerpo acompañándolo. Mis
nudillos golpearon con fuerza la mejilla de Jeff y lo enviaron tropezando hacia
atrás, sus brazos se movieron en todas direcciones, hasta que tropezó y cayó
fuertemente en el piso.
―¡Corre, Jennifer! ―grité―. ¡Corre ahora!
Pero no lo hizo, no al principio. Al principio sólo retrocedió lentamente,
mirándome boquiabierta con una mirada salvaje y aterrorizada.
―¡Corre! ―grité de nuevo.
―¡No quiero dejarte apañarte! ―gritó salvajemente.
―¡Créeme, déjame! ―le grité. Si iba a ser golpeado, no quería que fuera
por nada.
Antes de que pudiera decir algo más, Harry Mac me agarró por detrás,
rodeándome con sus poderosos brazos en un abrazo de oso. Sin pensarlo, forcé
mi codo en su vientre. Se sintió como si estuviera hecho de acero, pero supongo
que lo golpeé en un buen lugar porque el golpe lo hizo gruñir y su agarre en mí
se soltó. Con la fuerza de un loco pánico, me empujé para liberarme.
―¡Corre, Jennifer! ―grité una vez más.
Finalmente, ¡finalmente!, Jennifer corrió; al menos trató de hacerlo. Pero
cuando comenzó a alejarse, Ed P. fue detrás de ella. No habrías pensado que el
matón torpe pudiera moverse tan rápido, pero su brazo se movió como un
látigo y su gran mano se envolvió alrededor del codo de ella.
Salté sobre su espalda. Puse un control absoluto en él con un brazo
mientras lo golpeaba con mi puño libre.
Él perdió su agarre en Jennifer y ella arrancó hacia el bosque. Alcancé a
verla brevemente al final, esquivando los árboles a toda velocidad, su abrigo
ensanchándose a su alrededor como alas y su cabello castaño volando detrás de
ella.
Todavía estaba aferrado a Ed P. y él estaba tambaleándose, tratando de
sacarme de encima. Y ahora Jeff se ponía de pie, y él y Harry Mac venían hacia
mí a la vez. Jeff me agarró de un lado y Harry Mac me agarró del otro. Me
sacaron de la espalda de Ed P., y mientras caía, Ed P. hizo un cegador y furioso
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giro con su puño que me atrapó como un golpe de martillo en un lado de mi
cabeza.
Vi luces parpadeando frente a mis ojos. Mis rodillas se debilitaron. Jeff y
Harry Mac me arrojaron con fuerza al suelo en la estropeada calle.
El impacto de la caída me dejó sin aliento. Por un momento, todo lo que
pude hacer fue estar ahí tendido en mi espalda, aturdido. Vi a los tres matones
de pie, mirándome. La sangre estaba saliendo de la nariz de Jeff por donde lo
había derribado de un golpe. Se limpió el abundante chorro con la manga de su
sudadera.
Entonces me sonrió con sus dientes manchados con sangre.
―Oh ―dijo―. Oh, mocoso. Realmente lo vas a pagar ahora.
Y bien, así es cómo terminé más o menos muerto, tendido en un charco de
sangre a un lado del camino.
Pero eso es sólo el comienzo de la historia.
57
Parte 2
58
Traducido por LizC
Corregido por ☽♏єl
ennifer se escondió en su habitación, pero sabía que estaban ahí
fuera. Las cosas demonio, las cosas sombra. Podía percibirlos,
sentirlos, reuniéndose al otro lado de la puerta cerrada. Podía oírlos
susurrar, tramando juntos. Podía sentirlos cambiar en secreto la
casa para que nadie más que ella pudiera ver el cambio.
Se acostó de lado en su cama, llevando la almohada sobre su cabeza para
que no pudiera oírlos hablar. Pero los escuchó de todos modos. Sus susurros
llegaban a ella por debajo de su almohada como los dedos de un esqueleto…
Sal, Jennifer.
Sal, sal, sal.
Ven y mira.
Los susurros se deslizaban sobre ella, arrastrándose como insectos,
deslizándose en sus oídos como insectos, en su cerebro como insectos.
Ven y mira.
Eso es lo que la criatura Winger había dicho. Había bichos en su cerebro,
como insectos en una computadora, insectos susurrantes enviados por el diablo
porque el diablo no estaba en este nivel.
Ven y mira, Jennifer.
No trates de ocultarte.
No te puedes esconder de nosotros.
El insecto susurrante se arrastró en su cerebro y se aferró a ella como
dedos esqueléticos, y los dedos susurrantes tiraron de ella… tiraron y tiraron de
su mente.
Sal, Jennifer.
Sal, sal, dondequiera que estés.
Ven y mira cómo hemos cambiado todo.
Tú eres la única que puede verlo, Jennifer.
Ven y mira.
Bajo la almohada, Jennifer negó, no, no, no. Pero sabía que no podía
resistir por mucho tiempo. Tenía que levantarse. Tenía que ir. Tenía que ver.
No trates de ocultarte, Jennifer.
No te puedes ocultar.
Te vemos.
J
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Sabemos dónde estás.
Gritó y tiró la almohada a un lado con dureza, pensando: ¡Ya basta! ¡Está
bien! Se sentó con rabia en el borde de la cama. ¡Está bien!
Oyó los susurros de las cosas sombra tornarse alegres y emocionados.
Había más de ellos ahora, y eran más poderosos. No quería empezar a moverse
por la habitación, pero no podía evitarlo, y mientras se movía, las sombras
susurraban alegremente:
Aquí viene.
Ya viene.
La cabeza de insecto.
Ella tiene insectos en su cerebro como insectos en una computadora.
Incluso mientras negaba, no, no, no, hizo lo que le dijeron que hiciera, lo
que la hicieron hacer. Se trasladó a la puerta del dormitorio, con los ojos
lanzándose de aquí a allá mientras lo hacía. Vio las princesas de Disney
mirándola desde el calendario, y los cantantes mirándola desde sus carteles, su
cocodrilo, su bebé jirafa y su oso de peluche… todos la miraban y observaban
fijamente con sus ojos negros oscuros. Se suponía que eran sus amigos. Siempre
habían sido sus amigos. Pero todos habían cambiado ahora y se habían tornado
espeluznantes, como su estéreo espeluznante. Estaba sola con las cosas sombra.
No tenía amigos ahora.
Sí, tengo, pensó desafiante. Sam.
Sí. El nombre la calmó, como un encantamiento mágico.
Sam Hopkins.
Sam era su amigo. Sam no miraba. Él no era un oso. A él no le importaba
cuando su mente le hacía decir las cosas más extrañas de manera rítmica. El
mágico Sam Hopkins. Su esperanza esperanzada7 en ayudarla como un mágico
Sam-canguro cuando Jeff Winger se cernió sobre ella como un Jeff-halcón y le
dio una bofetada, malo, malo, malo.
Estaba en la puerta ahora. Los susurros se hicieron más fuertes, más
ruidosos, más insistentes. Jennifer se llevó las manos a los oídos para
bloquearlos, pero los susurros la atormentaban, amenazando con irrumpir su
paso, agolparse en su cerebro…
Tratando de luchar contra ellos, pensó: Sam Hopkins. Sam Hopkins. Sam
Hopkins. Pensó el nombre de su amigo tres veces para encender su poder
mágico. Funcionó… un poco. Cuando lentamente retiró las manos de sus oídos,
los susurros se habían desvanecido.
7 Esperanza esperanzada: En inglés, hoppity-hopkined. Es un juego de palabras entre la palabra
esperanza (Hope) y el apellido de Sam (Hopkins).
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Amigo, amigo, amigo, pensó.
Pero incluso el mágico nombre de Sam no era lo suficientemente fuerte
como para mantener a raya a los susurros por mucho tiempo. Se habían
retirado sólo para tomar fuerzas. Luego irrumpieron en ella otra vez,
abrumándola.
Ven y mira.
Ven y mira cómo hemos cambiado todo.
Ahora sabía que no había lucha contra la compulsión. La propulsión de la
compulsión. Tenía que ir. Tenía que ver. Tenía que ver lo que le habían hecho a
la casa.
―Oh, Sam ―gimió.
¿Por qué no los golpeaba como golpeó al malo chico Winger?
Pero había demasiados. Ellos eran demasiado fuertes. Incluso el mágico
Sam no podría ayudarla aquí.
Jennifer sabía lo que tenía que hacer. Respiró hondo para tomar fuerza.
Alargó una mano temblorosa y abrió la puerta del dormitorio de par en par.
Al mismo tiempo, los susurros se detuvieron por completo. Hubo un
silencio.
Y Jennifer se detuvo. Y se quedó inmóvil.
―¡Oh! ―El sonido salió de ella en un largo suspiro.
Era cierto. Habían cambiado todo. Con sus dedos esqueléticos. Habían
despojado las margaritas amarilla del papel tapiz del pasillo, dejando sólo la
astillada madera sin pintar de abajo.
Habían garabateado sus susurros obscenos en las rugosas paredes
astilladas en pintura de color rojo sangre, y habían desgarrado, salpicado y
moteado sus símbolos extraños y sus escenas de odio, de violencia por todas
partes a su alrededor.
―Sam-Hopkins - Sam-Hopkins - Sam-Hopkins - Sam-Hopkins ―susurró
Jennifer frenéticamente, muy rápido, porque estaba tan-asustada-tan-asustada-
tan-asustada.
Pensó en correr en busca de Mark. Su hermano. Su héroe. ¡Oh, escucha,
héroe Mark8!
Pero no. No podía llegar al final del pasillo donde se encontraba Mark. Un
árbol bloqueaba el camino, un árbol extendiendo sus amplias ramas desde la
pared del pasillo hasta la barandilla y más allá, extendiendo sus ramas sobre un
8 Oh, escucha, héroe Mark: En inglés, “Oh hear-oh Mark”. Es un juego de palabras entre
escucha (hear) y héroe (hero).
61
lago oscuro y plano. El lago oscuro y plano era amplio, negro, profundo y
amenazador. Eso también bloqueaba su camino.
Y luego estaba el ataúd.
El ataúd estaba puesto justo en el centro de la sala. Allí mismo, en frente
de ella. No había tapa en él. Estaba abierto.
A Jennifer no le gustó el ataúd. Eso la asustó más que nada. No quería ir
cerca de él. No quería mirarlo y ver lo que había dentro.
Pero tenía que hacerlo. Los susurros no la dejarían en paz. Los susurros se
arrastraron en su cerebro como insectos, y se apoderaron de ella con sus dedos
esqueléticos, atrayéndola en contra de su propia voluntad.
―Sam Hopkins…
Incluso el mágico nombre de su amigo no podía hacer que se detenga.
Tenía que ir. Tenía que ver. Paso a paso a paso. Hacia el final del pasillo a
donde estaba el ataúd. Hasta que estaba de pie sobre él, mirando hacia abajo.
Abajo y hacia abajo en la oscuridad del ataúd, la oscuridad que descendía y
descendía.
Y entonces miró. No quería, pero lo hizo.
La cosa dentro de la caja una vez había sido humana, pero no lo era ahora.
Estaba muerta y podrida, era un esqueleto repleto de insectos susurrantes.
Somos la muerte, susurraron los insectos desde la boca del esqueleto.
Somos ángeles de la muerte.
Vamos a destruirlos.
Destruirlos a todos ellos.
Jennifer miró eso, susurrando en respuesta «Sam Hopkins» una y otra vez
lo más rápido que pudo.
Pero el nombre mágico de su amigo no era lo suficientemente poderoso.
Las cosas demonio susurraban desde la criatura muerta en el ataúd:
Verán nuestro poder.
Ellos tendrán miedo.
Miedo de nosotros.
Porque somos el mal.
Porque somos la muerte.
Jennifer miró la cosa horrible mientras los susurros se elevaban hasta ella.
Quería huir, escapar, correr de nuevo a su habitación, pero no podía. No podía
moverse del lugar. Y entonces…
Oh, entonces… ¡entonces la cosa en el ataúd volvió a la vida!
62
Se incorporó de repente y buscó por ella.
Jennifer comenzó a gritar… gritando y gritando. No podía parar. Incluso
cuando las puertas de los dormitorios se abrieron de golpe, cuando su madre y
su hermano salieron corriendo de sus habitaciones… incluso cuando pusieron
sus brazos alrededor de ella, llamándola, llamándola por su nombre una y otra
vez, no podía parar. Siguió y siguió.
Las cosas susurrantes se habían ido. El papel tapiz estaba de vuelta en las
paredes. El ataúd se había ido y también se fue la cosa que estaba en él.
La casa volvió a la normalidad.
Pero Jennifer no podía dejar de gritar.
63
9
Traducido por LizC
Corregido por Mari NC
o te voy a dar una descripción de golpe-por-golpe de cómo Jeff,
Ed P. y Harry Mac me dieron una paliza.
De todos modos, para ser honesto, sería más como una
descripción golpe-tras-golpe, porque los tres matones
prácticamente sólo me golpearon y dieron patadas, golpe tras golpe, por lo que
se sintió como una eternidad. Si di un golpe en respuesta en cualquier momento
allí, no lo recuerdo. Sobre todo, sólo traté de cubrirme, envolviéndome en una
bola, lanzando los brazos sobre mi cabeza, protegiendo lo que pude lo mejor
que pude.
Fue malo. Fue realmente malo. Pero podría haber sido mucho peor. No, en
serio, podría haberlo sido. Por un lado, los matones no jugaron mal los unos con
los otros. No tomaron turnos. Sé que suena como una broma, pero eso
realmente me ayudó. Si ellos hubieran tomado turnos al golpearme, cada uno
habría logrado algunos buenos golpes sólidos. Pero al actuar juntos como lo
hicieron, siguieron metiéndose en el camino del otro. Chocaron entre sí y
tropezaron los unos con los otros y en cierto modo se bloquearon entre sí sin
querer. Me salvó de algunos verdaderos daños que podrían haberme causado si
hubieran venido a mí uno a la vez. Básicamente, si hubieran sido más educados,
hubieran sido mejores matones… pero entonces, si hubieran sido más
educados, no habrían sido matones en absoluto, ¿verdad?
Así que eso fue una cosa que me ayudó. Y otra cosa fue la camioneta. Casi
nunca hay tráfico alguno pasando por el camino en el que estábamos, no había
nada en esa carretera salvo algunas granjas, y la mayoría de ellas estaban
abandonadas, sobre todo durante la semana. La mayoría de los días, Jeff y sus
amigos habrían sido libres de golpearme por cuanto tiempo quisieran.
Pero hoy, ¿a qué no te imaginas?, pasó una camioneta. Una maltrecha y
vieja camioneta Ford verde. Parecía que tenía unos cien años. Viniendo
N
64
lentamente, despacio, muy lentamente desde la colina de la ciudad, regresando
a alguna granja o algo así, supongo.
No sé cuánto tiempo los matones me habían estado golpeando para
entonces. Podía oír sus respiraciones trabajosas por encima de mí, así que
supongo que habían estado haciéndolo durante algún tiempo y estaban
cansados.
Después de un rato, los golpes cesaron por completo. Me asomé a través
de mis brazos para ver lo que había sucedido.
Vi a Jeff, Ed P. y Harry Mac fumando, mirando a la carretera. Se veían
preocupados. Me asomé a la carretera por mi cuenta. Fue entonces cuando vi la
vieja camioneta verde rodando hacia nosotros desde la distancia.
Hubo una larga pausa. Entonces:
―¿Qué piensan? ―dijo Harry Mac, respirando con dificultad. Podía oír
por el tono de su voz que estaba preocupado. Obviamente, si vas a darle una
paliza a alguien, no quieres ningún testigo.
Jeff se tomó un momento antes de responder.
―Aw… ―dijo a regañadientes―. Creo que eso es suficiente. No
necesitamos ningún problema.
Le vi mirar hacia abajo, a mí. A él ya se le estaba poniendo un ojo negro de
donde lo había golpeado, y aún había manchas de sangre en su barbilla y sus
dientes. Pude ver la ira que destellaba en sus ojos. Le habría gustado seguir
pegándome un rato más.
―Si alguna vez le dices a alguien lo que viste con nosotros, esto te va a
parecer nada ―dijo. Escupió―. Pensé que ibas a ser uno de nosotros, mocoso,
pero supongo que no tienes lo que se necesita.
Tengo que admitir que él tenía razón en eso. Lo sabía ahora. No tenía lo
que hacía falta para ser como él.
Y estaba justo en el medio del pensamiento, Gracias, Dios, por eso, cuando
Jeff me dio una última patada en el estómago. Luego, él y los otros se
contonearon hasta el Camaro esperando.
Me quedé allí al borde de la carretera, acurrucado en mi costado,
agarrándome el estómago. La sangre goteaba de mi nariz y por un corte en mi
cabeza. Vi las gotas rojas cayendo sobre el pavimento gris reunirse allí en una
pequeña piscina.
Oí el rugido del motor del Camaro volver a la vida. Durante un segundo o
dos tuve miedo de que Jeff fuera a conducir el auto justo sobre mí, sólo su
pequeña manera de decir: «Hasta luego, y gracias por los recuerdos». Pero no,
escuché los neumáticos chillar, y cuando me atreví a mirar, vi el Camaro
65
arrancando por la carretera a toda velocidad, levantando una nube de polvo
detrás de él.
Gemí. Entonces me quejé un poco más. Enderecé mi cuerpo y me acosté de
espalda, tratando de respirar.
Miré hacia el cielo azul. Pensé en mis padres. Pensé en cómo iba a explicar
lo que había sucedido. Casi deseé que Jeff hubiera terminado el trabajo. Casi.
Mi plan en ese momento era seguir acostado allí por, no sé, tal vez una o
dos semanas, por lo menos hasta que el dolor se detuviera, si es que alguna vez
lo hacía. Pero sabía que la camioneta verde todavía se arrastraba por el camino
hacia mí. Pensé que si el conductor me veía acostado allí, podría llamar a una
ambulancia o algo así. No quería una ambulancia. No quería ir al hospital. Sólo
quería ir a casa. Sólo quería meterme en la cama, sufrir y sangrar.
Así que, después de lanzar unos cuantos gemidos más por si acaso,
comencé a moverme de nuevo, a darme vuelta, empujarme hacia arriba fuera
de la tierra, tratando de ponerme de pie.
Acababa de hacerlo cuando la camioneta finalmente se empujó a mi lado y
se detuvo. El agricultor al volante parecía ser tan viejo como la camioneta que,
como he dicho, parecía tener unos cien. Asomando por la ventana su cara
redonda y arrugada, sus ojos oscuros y brillantes, subiendo y bajando sobre mí.
Chasqueó su lengua como si pensara que yo estaba jugando una broma, de pie
sangrando de esa manera.
―Bueno ―dijo―, no me gustaría ver cómo quedó el otro chico.
Me habría reído, pero dolía demasiado.
―Los otros tres chicos ―le dije―. Y no se preocupe: se ven muy bien.
El anciano soltó una risa ronca.
―Apuesto a que lo hacen. ¿Qué hay de ti? ¿Necesitas que te lleve al
hospital?
―No, gracias. Tengo mi bicicleta. Sólo quiero ir a casa.
Asomado por la ventana de la camioneta, el anciano se mordió el labio
pensativamente por un momento.
―¿Estás seguro? ―dijo―. ¿Estás seguro de que esto no es un asunto de la
policía?
Frotando un punto en mi costado donde Harry Mac había anotado una de
sus mejores patadas, negué.
―No. Sin policías. Tiré el primer golpe.
Esta vez el viejo agricultor no sólo rió, se carcajeó en voz alta.
66
―¿Lo hiciste? ¿Contra tres compañeros? Bueno, eres un pequeño rufián
luchador, ¿cierto?
―Oh, sí ―le dije con un suspiro doloroso―. Definitivamente soy un
rufián luchador. Simplemente no soy uno muy inteligente, eso es todo.
Se rió de nuevo.
―Bueno… Supongo que eres un poco más inteligente ahora de lo que eras
hace media hora.
Le sonreí tanto como pude.
―Eso es seguro.
―Cuídate, hijo. Y mientras estás descansando, es posible que desees
pensar en elegir a tus amigos con más cuidado.
―Sí, señor.
Él se despidió. Luego, cuando puso la camioneta verde en marcha, esta dio
un chirrido fuerte que casi ahogó su voz.
―Hacer lo correcto. Sin temor a nada. ―Pensé que le oí decir.
―¿Qué?
Pero para entonces él ya se alejaba de lo más lentamente por donde había
venido.
Negué. Probablemente sólo imaginé que lo dijo. Cojeé hasta mi bicicleta, la
recogí de la carretera, y comencé el largo viaje a casa.
De ninguna manera podría montar en un primer momento. Mi cuerpo
estaba demasiado rígido y dolorido. Rodé la bicicleta colina abajo. El sol se
hundía más y más detrás de los árboles. La luz del día se volvía dorada, luego
gris. Después de un tiempo, había estirado mis músculos lo suficiente. Con un
poderoso esfuerzo logré conseguir pasar mi pierna sobre el asiento de la
bicicleta. Luego, apretando los dientes para soportar el dolor, empecé a
pedalear.
La noche descendió. Encendí las luces de mi bici y me deslicé a través de
la creciente oscuridad. Me alegré de que nadie pasando frente a mí pudiera
verme ahora, pudiera ver la sangre, los moretones y la suciedad en todo mi
cuerpo.
Y sin embargo, ya sabes, aparte de eso, y aparte del dolor y todo lo demás,
era una cosa curiosa… realmente no me sentía tan mal. Me sentía… bueno… en
cierto modo bien, de hecho. No un bien como en: “Oh, hombre, nada hace un
buen día como el tener tres matones dándote una inmensa paliza.” Pero era un
bien de una manera diferente. Bien porque… bueno, porque Jennifer se escapó
sin ser herida. No había duda en mi mente que Jeff tenía la intención de hacerle
daño, realmente daño. Pero ella había escapado gracias a mí. Y ahora, además,
67
no tenía que ir más al granero. Sólo podía volver a ser mi yo normal, hijo de un
predicador como era antes. Sólo que antes, eso había parecido un problema.
Ahora sonaba como la mejor vida que un tipo jamás podría tener.
Así que me sentí bastante decente mientras pedaleaba a casa a través del
fresco de la noche, hasta que, es decir, empecé a acercarme a casa y me puse a
pensar en mis padres.
No había ninguna posibilidad de esconder esto de ellos. Podría colarme en
el interior y llegar hasta mi habitación antes de que nadie me viera. Podría
tomar una ducha, cambiarme de ropa, limpiarme un poco antes de bajar a
cenar. Pero estaría llevando estos cortes y magulladuras durante mucho tiempo,
y mamá y papá iban a verlos finalmente. Odiaba pensar cuál sería su reacción
cuando lo hicieran.
Permítanme hacer un resumen. Su reacción no sería buena. No sería buena
en absoluto. No me gusta describir a mi madre como “histérica”, pero bueno,
cuando encuentras la palabra correcta, muy bien podrías utilizarla. No traté de
esconderme. Entré justo directo en la cocina, donde ella estaba haciendo la cena,
y… bueno, no recuerdo todo lo que dijo, pero creo que involucró el hecho de yo
siendo castigado por el resto de mi vida, mientras que los militares de Estados
Unidos serían llamados para dar rienda suelta a un ataque aéreo masivo contra
la casa de Jeff Winger. Bueno, tal vez estoy exagerando, pero eso es lo que
parecía en ese momento. Afortunadamente para mí, y para Jeff y tal vez para
los militares de los Estados Unidos, mi padre escuchó la conmoción, bajó de su
estudio, y rápidamente tomó el control de la situación.
Sentarme frente al escritorio de mi padre y decirle la verdad sobre lo que
había estado haciendo durante el último par de semanas, probablemente me
hará ganar el premio a la “Peor Media Hora de mi Vida.” Realmente, me hizo
desear volver a estar fuera en el camino con Jeff y su equipo usándome como
saco de boxeo. No era que él gritara y vociferara ni nada de eso. De hecho, no
dijo ni una palabra. Se sentó en silencio y me dejó contarle toda la historia sin
una sola interrupción. Ni siquiera se veía enojado. Sólo medio asintió de vez en
cuando, como si comprendiera exactamente lo que estaba diciendo. Lo cual de
alguna manera hizo que toda la experiencia fuera aún peor.
Finalmente, terminé con ello. Fue un alivio dejar de hablar. Me senté en la
silla del visitante mientras mi padre se sentaba en la silla giratoria con respaldo
alto de cuero. Miré a mi papá y mi padre me miró y deseé que Dios
simplemente me golpeara con un rayo y acabara con todo el calvario de una
vez.
Después de un tiempo mi padre se quitó los lentes y se frotó los ojos con
los dedos. Por primera vez me di cuenta que en realidad no se veía demasiado
bien. Sabía que estaba preocupado por su amigo enfermo, el señor Boling, y
supongo que no estaba durmiendo muy bien. Su rostro parecía un poco viejo y
68
gris con anillos oscuros bajo los ojos. Agregar más problemas a los suyos me
hizo sentir tan pequeño como es posible ser sin desaparecer.
―Supongo que no… ―dijo lentamente―. Supongo que no pudiste haber
encontrado otra manera de tratar con Jeff; alguna otra manera, además de darle
un puñetazo en la cara, quiero decir.
Negué. Esto era lo único de lo que estaba seguro. Después de todo, sabía
que cuando le diera el puñetazo a Jeff, iba a ser al que darían una paliza al final.
No lo habría hecho si hubiera habido alguna elección en absoluto.
―Él iba a hacerle daño a ella, papá ―dije―. Lo podía ver. Él ya la había
abofeteado por ninguna razón, e iba a seguir haciéndole daño hasta que
realmente la lastimara. Podía verlo en sus ojos.
Papá asintió.
―Está bien. Me imaginé eso. Lo imaginé en el momento en que llegaste a
ese punto en el que no tenías más remedio. Pero, por supuesto, antes de que eso
sucediera, tenías un montón de opciones, ¿no?
Suspiré.
―Lo sé. ―Tuve que hacer una pausa por un minuto. Tengo dieciséis años.
Demasiado viejo para llorar. Pero realmente tenía ganas de hacerlo―. No tengo
ninguna excusa. Hice un dragnet.
―¿Un dragnet?
―Dumb-de-dumb-dumb.
Dio una triste sonrisa.
―Ah.
―Iba a hablar contigo acerca de esto ―le dije―. ¿Recuerdas? ¿Cuando me
encontré contigo en el pasillo aquella vez? Pero has estado tan preocupado por
el señor Boling, no quería darte más problemas de los que ya tenías.
―Oh, bueno, muchas gracias ―dijo secamente―. Eso salió muy bien.
―Cierto. Lo siento. ―Estaba a punto de contarle toda la historia de cómo
yo había venido a su estudio, cómo había visto la estatua del arcángel Miguel
en su estante y leí la inscripción en latín y todo eso. Pero de alguna manera no
parecía importante en ese momento. Parecía fuera de lugar.
―Muy bien. ―Mi padre se puso los lentes. Se inclinó hacia mí, con los
codos sobre el escritorio―. Hiciste muy mal al andar con Jeff y su pandilla. No
tienen nada que ofrecerte. Los sabes ahora, ¿verdad?
―Oh sí, definitivamente. Lo sé.
―Por lo tanto, terminaste en una mala situación… la cual podría haber
sido mucho peor.
69
―Sí.
―Entonces ―hizo un gesto hacia mí, sucio y sangriento como estaba―,
parece que ya recibiste tu castigo. Y parece que has aprendido lo que
necesitabas aprender.
―Sí, señor.
―Así que, en general, me inclino a dejarlo pasar. Pero será mejor que me
escuches, hijo. Si surge algo más de esto, como Jeff viniendo en busca de
venganza o algo por el estilo, o incluso te amenaza, cualquier cosa en absoluto,
y no me dices al respecto de inmediato, eso es todo, aplicaré toda la Biblia sobre
ti, ¿me escuchaste?
Tragué saliva.
―Sí, señor. ―Papá sólo había sacado lo de la Biblia un par de veces hasta
donde podía recordar, pero no era muy bueno.
―Pero por el momento… ―dijo.
Papá no me podía dejar impune debido a que habría vuelto demente a mi
madre, pero lo dejó pasar bastante fácil, considerando todas las cosas. Estar
castigado un par de noches de fin de semana. Levantar algunos objetos pesados,
limpiar el garaje. Como la paliza en sí, podría haber sido mucho peor.
Cuando papá terminó conmigo, me di una ducha. Luego me fui a mi
habitación. Charlé con Joe en línea y le conté lo que pasó.
YO: Me dieron una paliza.
JOE: Sí, lo sé. Vi el vídeo.
YO: ¿¿¿El vídeo???
JOE: Desde el teléfono de Ed P. Él lo publicó en Facebook con toda la historia.
YO: Oh no. Toda la escuela lo sabrá mañana.
JOE: Desde esta noche. Ahora.
YO: Genial.
JOE: Bueno, míralo de esta manera: puedes haber sido golpeado, pero al menos sabes que fue por tu propia estúpida culpa.
YO: Sí. Eso me hace sentir mucho mejor.
Después de un tiempo, no pude escribir más. Actualicé mi estado en
Facebook a “apaleado”. Entonces, gimiendo, me acosté en la cama.
70
Mi mente estaba corriendo. No dejaba de pensar sobre todas las cosas que
habían sucedido en el último par de semanas. Cómo Harry Mac me había hecho
tropezar durante mi carrera, cómo había jugado al juego de la gallina con el tren
de carga, cómo me uní a Jeff y su pequeña pandilla en el granero. Mientras
estaba pensando en eso, me asomé y vi el Destructor que Jeff me había dado
colocado en mi mesita de noche. Lo dejé allí cuando vacié mis bolsillos antes de
tomar una ducha. Lo recogí. Sostuve frente a mí. Mi mente seguía corriendo
sobre las cosas que habían acontecido.
Recordé a Jennifer diciéndome: Estoy buscando al diablo.
¿Qué quiso decir con eso, o era sólo una de esas cosas locas que siempre
estaba diciendo?
Recordé a Jeff diciéndome: Mark me ha empujado tan lejos como voy a llegar.
¿Qué fue eso? ¿Qué puede tener que ver un tipo como Mark con un tipo como
Jeff?
Pero antes de que pudiera siquiera pensar en ello, alguien tocó a mi
puerta.
Oh-oh, pensé. Tenía miedo de que pudiera ser mi madre, viniendo a
descargarse conmigo un poco más.
Puse el Destructor sobre la mesa de nuevo. Entonces se abrió la puerta. No
era mi mamá. Era mi hermano, John.
John es el inteligente de la familia. Es alto y delgado como mi padre. Se
parece un poco a mi padre también. La misma cara larga, la misma expresión
seria… excepto que todavía tiene cabello. Es uno de esos hermanos mayores
que tienes, ya sabes, cuando al pasar por la escuela, todos los maestros dicen:
«Oh, eres el hermano de John Hopkins. Esperamos grandes cosas de ti». No es
una experiencia agradable, sobre todo si no eres tan inteligente como él, lo cual
no soy, o tan buen atleta, lo cual tampoco soy.
John se apoyó en la puerta.
―¿Cómo te sientes? ―dijo.
―Como si tres chicos me dieran una paliza. ¿Cómo estás?
―Oh, ya sabes. Decidiendo a qué universidad voy a ir. ¿Acaso papá fue
bastante duro contigo?
―No mucho. Pensó que ya había conseguido lo que venía para mí.
―Sí. Bueno, lo hiciste. Eso es seguro.
―Lo sé. No tienes que decírmelo.
―Bueno, escucha, vigila tu espalda a partir de ahora, ¿de acuerdo?
―¿Qué quieres decir?
71
John se irguió frente a la puerta. Era tan alto, la parte superior de su
cabeza casi rozaba la parte superior del marco.
―Bueno, piensa en ello, ya sabes. Winger nunca va a permitir que esto
pase. Eres un hombre marcado ahora.
No le respondí. Sólo lo miré fijamente. No había pensado en eso.
―¿Quieres decir, crees que esto no ha terminado? ―pregunté en voz baja.
―Ni hablar ―dijo mi hermano―. Créeme. Esto es sólo el principio.
Entonces se alejó, cerrando la puerta tras de sí.
Sólo el principio, pensé.
No sabía cuánta razón tenía.
72
10
Traducido por Debs
Corregido por Mari NC
i pensaste que lucía mal tirado casi muerto al lado de la carretera,
bueno, deberías haberme visto a la mañana siguiente. ¿Alguna vez
viste un pedazo de fruta, una naranja, por ejemplo, o un melocotón
podrido? Ya sabes, tal vez cayó detrás del sofá y nadie se dio
cuenta, y ahora movemos el sofá y allí está, ha estado tirado allí durante
semanas. Es de color púrpura y amarillo; está descolorido y es blando en
algunos lugares y abollado en otros. Bueno, así es como se veía mi cara, y el
resto de mí no se veía mucho mejor.
El dolor era peor que antes también. Cualquier cosa que doliera y
escociera cuando me fui a dormir era una tortura palpitante ahora. Además de
que prácticamente crujía como una puerta vieja cuando trataba de moverme.
Me hubiera gustado quedarme en casa durante el día y recuperarme, pero no
había ninguna posibilidad de eso. Si incluso le sugería a mi mamá que podría
necesitar un día de descanso, toda la histeria de la noche anterior comenzaría de
nuevo. Era más fácil sólo aguantarme.
Montar mi bicicleta a la escuela no fue fácil. Cada vez que los pedales
daban una vuelta, el dolor se disparaba a través de mis piernas. Cada aliento
que tomaba me hacía doler el pecho. Mi mochila hacía doler mi espalda y los
hombros. Básicamente, todo me hacía doler algo en alguna parte.
Viajé mayormente por las carreteras secundarias, por caminos tranquilos
con pequeñas casas con césped. No había nadie alrededor excepto un par de
tipos de entrega. Esa es la forma en que lo quería. No quería tener que
responder a ninguna pregunta, no si podía evitarlo.
Pero peor que el dolor y la vergüenza era el pensamiento de lo que iba a
ocurrir a continuación.
«Eres un hombre marcado ahora. Esto es sólo el principio.»
S
73
Las palabras de mi hermano se repetían una y otra vez en mi mente. Sabía
que tenía razón. Jeff Winger era mi enemigo para siempre, y no era un buen
enemigo para tener. Era duro, malo, y nunca olvidaría. Ya me imaginaba cómo
iba a ser en la escuela. Siempre en busca de él. Siempre esperando lo que iba a
ocurrir a continuación. Y luego, cuando algo pasara, nunca más sería sólo entre
Jeff y yo. Porque recordé lo que mi padre también había dicho.
«Si surge algo más de esto, si Jeff va detrás de ti en busca de venganza o algo, o
incluso te amenaza, y no me lo dices de inmediato…»
En otras palabras, si Jeff empezaba a aterrorizarme y lo guardaba para mí
y trataba de manejar la situación sin papá, lo tendría a él también detrás de mí,
lo que era peor. Creo que esto es lo que se entiende por estar “atrapado entre la
espada y la pared”.
La entrada a la escuela secundaria apareció a la vista en el camino. Sólo
hay una valla con una puerta que conduce a un gran estacionamiento. Después,
al otro extremo de la parcela, está la construcción habitual de dos pisos de la
escuela secundaria de ladrillo y vidrio.
Por doloroso que fuera, tomé una respiración profunda.
«Hacer lo correcto. Sin temor a nada», me dije.
Observé que la escuela estaba más y más cerca. Sentí mi estómago
retorciéndose de miedo y suspenso. Estaba bastante seguro de que este iba a ser
un mal día.
Puse la bicicleta en uno de los puestos, a un lado del estacionamiento. Me
estremecí cuando enderecé mi mochila sobre mis hombros magullados. Tomé
otra respiración profunda y dolorosa, dispuesto a acercarme a la escuela.
«Aquí vamos», pensé.
Caminé por el estacionamiento hacia el frente de la escuela. Hay un
camino para peatones ahí. El camino lleva desde la plaza de estacionamiento
hasta el jardín del frente, luego se divide en dos y circula alrededor de un
mástil. El autobús se detiene en la acera y los niños empiezan a salir. Algunos
niños son dejados allí por sus padres. Los de último año estacionan en el
estacionamiento y vienen por el camino también. Y otros niños caminan en
línea recta desde la carretera o con bicicleta y las guardan en los puestos de
estacionamiento y llegan al camino desde el lado como yo lo hice. Al final, sin
embargo, todo el mundo termina en ese camino de entrada, toda la multitud de
la escuela. Se convierte en un gran río de niños que fluyen hacia la escuela en
dos filas alrededor del asta de la bandera, para volver a reunirse en la recta final
hacia la puerta principal.
Así que llegué al final y comencé a dirigirme al camino para unirme al río
de niños. Cuando llegué a la acera, alguien, nunca vi quién era al principio,
74
empezó a aplaudir. Realmente no me di cuenta de inmediato. Ya sabes, todo el
mundo estaba hablando y riendo y había tanto ruido en general y los aplausos
estaban mezclados en todo eso. Pero luego otro chico empezó a aplaudir
también. Luego otro. Entonces más lo hicieron. Y después de un tiempo, lo oí.
No podía dejar de escucharlo. Miré hacia el sonido.
Un grupo de último año estaba al frente del camino, justo a mi lado. Había
seis o siete de ellos. Habían dejado de caminar a la escuela y sólo estaban allí de
pie, aplaudiendo, como si estuvieran allí en un partido de fútbol o algo así,
animando al equipo. Pero ellos no estaban viendo un partido de fútbol. Me
estaban mirando a mí. Lo comprobé. Miré por encima de mi hombro porque
pensé que podría haber alguien detrás de mí. Pero no, era a mí, está bien. Ellos
me estaban aplaudiendo.
Y ahora otros chicos se volvieron para ver qué estaba pasando. Siguieron
las miradas de los de último año para ver a lo que estaban aplaudiendo. ¿Y qué
fue lo que vieron? ¡Me vieron a mí! Magullado, golpeado, púrpura y amarillo,
una fruta podrida.
Y esos chicos se detuvieron donde estaban y empezaron a aplaudir
también.
El aplauso se extendió desde el estacionamiento hasta llegar a la puerta
principal de la escuela. Todo el mundo se detuvo en donde estaba. Todo el río
de niños llegó a un punto muerto. Todos los chicos allí, debe haber habido
cientos de ellos, se volvieron hacia mí. Todos me estaban sonriendo. Todos
estaban asintiendo. Todos estaban aplaudiendo. Cientos de estudiantes de la
Escuela Secundaria Sawnee me dieron una ovación de bienvenida.
Y está bien, algunos de los aplausos eran un poco irónicos. Al igual que,
ya sabes: clap, clap, clap. Quiero decir, todos habían visto el vídeo en Facebook
de mí siendo aplastado. Todos sabían que probablemente no iba a ser el
protagonista de la próxima película de superhéroes. A menos que se llamara
Beatdown Man9 o algo así. Pero al mismo tiempo, el aplauso fue irónico, y de
alguna manera… bueno, no tan irónico. Porque le había plantado cara a Jeff y a
sus matones, después de todo. Y aunque tal vez Jennifer Sales no tenía tantos
amigos, o algún amigo, Mark Sales sí los tenía. A todos los chicos les gustaba
Mark. Todos los chicos querían agradarle a Mark. Era un estrella, un Héroe de
la Secundaria. Así que defender a su hermana me hizo una especie de héroe
también.
Los chicos me hablaban mientras pasaba:
―¡Así se hace, Sam!
―¡Qué manera de recibir una paliza, tipo duro!
9 Beatdown Man: Hombre golpeado, hombre caído.
75
―Eres un héroe americano, hijo mío.
―¡Eres un gran hombre, y te pareces a la parte de atrás de un mandril!
―Choca esos cinco.
Y mientras tanto, los aplausos continuaron.
No estaba muy seguro de cómo reaccionar ante todo. Después de un rato
saludé. Lo cual era bastante idiota, supongo. Quiero decir, ¿quién era yo? ¿El
presidente que pasa en su caravana o algo así? Pero era todo en lo que podía
pensar. Así que saludé y me incliné tan irónicamente como pude y seguí
caminando más allá de la multitud aplaudiendo.
―Bien hecho, Hombre-Araña.
―Chócala, amigo.
―Geniales contusiones, colega.
Los chicos me palmearon la espalda, me dieron la mano y agarraron mi
hombro, lo cual, déjenme decirles, fue más doloroso de lo que puedo describir.
Sin embargo, incluso con la ironía, era muy bueno. ¿Toda la escuela
aplaudiendo así? ¿Aplaudiendo por mí? Fue muy genial.
Estaba prácticamente sonriendo cuando llegué a la puerta principal con
todos los chicos felicitándome por todas partes. Luego caminé por las puertas
en la escuela.
Y hubo más. Había más chicos, más aplausos. Y también, el propio Mark
Sales estaba allí de pie. Estaba de pie delante de todos, como si hubiera estado
esperando a que llegara. No sólo Mark, sino Nathan y Justin también, los otros
chicos populares del equipo de atletismo.
Mark se acercó a mí con Nathan y Justin a cada lado mientras los otros
chicos aplaudían. Mark no parecía irónico en absoluto. Levantó el puño y lo
sostuvo para mí. Choqué mi puño contra el suyo. Sonrió con sus brillantes
dientes.
―Tú eres el hombre ―dijo. Y recuerda, este es Mark Sales hablando, así
que cuando dice que eres el hombre, significa algo porque, bueno, él es el
hombre―. Gracias ―agregó―. Gracias por cuidar de mi hermana.
―No, no ―le dije―, olvídalo. ¿Qué otra cosa iba a hacer?
―No lo olvidaré, amigo ―dijo―. Nunca voy a olvidarlo. ¿Entiendes?
Nathan y Justin chocaron los puños conmigo también. Esto no era poca
cosa. Mark, Nathan y Justin eran buenos amigos para tener. Estaban a la altura
de los chicos más populares en la escuela, por un lado. Y por el otro, eran
grandes, atletas fuertes. Nadie se atrevía a meterse con ellos.
76
―Escucha ―dijo Mark. Se inclinó hacia mí. Bajó la voz―. Si estás
preocupado acerca de Jeff, acerca de lo que podría hacer, no lo hagas.
¿Entiendes?
―Está bien ―le dije dubitativamente.
―Lo digo en serio ―dijo Mark―. Tuve una conversación con él esta
mañana. Jeff no se acercará a ti nunca más. Nunca.
―¿En serio?
―En serio ―dijo Mark. Lo dijo como si lo creyera también.
Sentí una fuerte oleada de alivio. Era una cosa saber que Mark iba a estar
conmigo si había algún problema. Esa era una muy buena noticia en sí misma.
Pero pensar que podría no haber ningún problema en absoluto, nada que tenga
que decirle a mi padre, era aún mejor. Mucho mejor.
―Eso está muy bien ―le dije a Mark―. Eso es realmente genial.
―Muy bien ―dijo Mark. Chocamos los puños de nuevo―. Tengo que ir a
clase. Nos vemos en el almuerzo, ¿de acuerdo?
―Claro ―le dije. ¿Eso era una invitación a comer en la mesa de Mark?
También muy genial.
Mientras Mark, Nathan y Justin se pavoneaban alejándose, me quedé allí
por un momento, mirando en pos de ellos, asombrado. Otros chicos pasaron,
dándome una palmada en la espalda. Las chicas me sonrieron y saludaron.
Pensé: Oye, en lugar de ser un hombre marcado, resulta que soy el hombre de Mark.
Genial10.
Sonriendo para mí mismo, me dirigí al salón de clases.
Todo el día fue así. La gente me sonreía, me felicitaba, bromeando. Incluso
los maestros. Quiero decir, los maestros no podían decir realmente nada en voz
alta, ya que podría sonar como que aprobaron la lucha y, por supuesto, nadie
aprueba las peleas. Pero me dieron en cierto modo esas sonrisas conocedoras
mientras pasaba en los pasillos. Y el entrenador Jackson incluso me dio un
pulgar en alto, aunque lo ocultó cerca de su pecho mientras caminaba para que
nadie más lo viera.
Así que aquí estaba este día que pensé que iba a llegar a ser una especie de
pesadilla, y en su lugar fue uno de los mejores días que he tenido. ¿Lo más
destacado? Eso es fácil. Justo después del segundo período hice una parada en
mi casillero para vaciar unos libros muy pesados de mi mochila y
reemplazarlos con otro grupo de libros aún más pesados. Y mientas estaba en
eso, miré hacia arriba y vi a Zoe Miller venir por el pasillo hacia mí.
10 En lugar de ser un hombre marcado, resulta que soy el hombre de Mark: Juego de palabras
ya que la palabra marcado en inglés es “marked”, la cual es similar al nombre Mark.
77
Era demasiado tímido para decirle hola, así que en cierto modo aparté los
ojos, fingiendo que no la había visto. Pero vino hasta mí. Sólo se quedó allí a mi
lado, sosteniendo sus libros.
―Hola, Sam ―dijo ella.
Creo que ya he mencionado el alto factor de lindura de Zoe. El cabello
negro, los ojos verdes, la sonrisa que luce como si inventara las sonrisas. Tan
cerca, y dirigida a mí, tuvo un efecto muy poderoso. El poderoso efecto fue, que
se me olvidó cómo hablar. O cualquier otra cosa. Tuve que pensar en ello
durante diez segundos antes de que finalmente me las arreglara para llegar a
una respuesta increíblemente inteligente.
―Hola. ―Entonces, en un momento de inspiración, agregué―: Zoe.
―Los dos tenemos historia a continuación ―dijo―. Pensé que podríamos
caminar hasta allí juntos.
Si pudiera haber recordado alguna palabra, podría haber dicho algo así
como: “Claro, eso sería genial, Zoe”. Pero no pude, así que no lo hice. En lugar
de ello, sólo asentí como una muñeca de Sam Hopkins cabezona.
Entonces empezamos a caminar hacia el salón uno al lado del otro.
―Así que eres, como, la estrella de toda la escuela hoy ―dijo Zoe,
mientras íbamos―. Todo el mundo está hablando de ti.
Me encogí de hombros. Afortunadamente, mis conocimientos de idiomas
fueron poco a poco comenzando a regresar a mí.
―Es un poco tonto, supongo ―le dije―. Quiero decir, ¡todo el mundo me
está felicitando por ser golpeado!
―No creo que sea una tontería ―dijo Zoe.
―¿No lo crees?
―No. Dadas las circunstancias, no creo que sea tonto en absoluto.
Pues bien, supongo que no pensé que fuera tonto tampoco.
―Apuesto sin embargo, a que tus padres estaban muy enojados al
respecto ―continúo Zoe―. Sobre todo tu padre.
―En realidad, no, mi padre estuvo muy bien al respecto. Mi mamá fue la
que se alteró un poco, pero mi papá como que lo entendió.
―Guau, ¿de verdad? Hubiera pensado, ya sabes, siendo él un predicador
y todo eso, que sería todo como, pon la otra mejilla y todo eso.
―Bueno, lo es, claro. Pero dice que se supone que eso es para impedirte
luchar por orgullo o enojo, ya sabes. No se supone que te impida defender lo
que es correcto cuando se tiene que hacer.
―Huh ―dijo ella―. Eso es genial.
78
Doblamos una esquina y continuamos por el pasillo hacia el salón de
clases.
―¿Sabes qué es gracioso? ―continuó Zoe―. Siempre me sentí un poco
nerviosa acerca de hablar contigo debido a tu padre.
―¿En serio? Siempre me pregunté por eso…
―Sí, no sé por qué. Supongo… supongo que en cierto modo sentía que
debido a que eras todo, como, religioso y todo eso, tal vez esperarías que la
gente fuera perfecta…
Giró esa sonrisa suya hacia mí, por no hablar de esos ojos verdes, y quise
decirle que en realidad era perfecta. Pero en lugar de eso dije:
―Mira, ¿me podrías hacer un favor?
―Claro. Supongo. ¿Como qué?
―Sólo… no te pongas nerviosa a mí alrededor. ¿De acuerdo? Porque si
estás nerviosa, entonces yo me pongo nervioso, y cuando me pongo nervioso
actúo todo estúpido y luego pensarás que soy estúpido cuando realmente estoy
nervioso porque estás nerviosa.
Zoe asintió pensativa.
―No tengo ni idea de lo que acabas de decir.
―No, yo tampoco. Pero eso prueba mi punto.
Ella se echó a reír.
―Está bien. Supongo que no voy a estar nerviosa entonces. Y no esperes
que sea perfecta.
―Correcto ―dije. Aunque lo eres, pensé. Sólo que no dije eso, porque
estaba demasiado nervioso.
Zoe y yo estábamos sonriendo cuando entramos en el salón de clases. De
hecho, para ser honesto, estuve sonriendo un largo tiempo después de eso. De
hecho, tuve que forzarme para quitar la sonrisa de mi cara, para que con el
tiempo no pareciera un payaso con rigor mortis.
Pero la sonrisa volvía. Especialmente después de que la escuela había
terminado y corría a casa por mi cuenta. Me quedé pensando en el día, pensé en
ello tanto que casi me olvidé de lo dolorido que estaba, casi se me olvidó lo
mucho que cada parte de mi cuerpo estaba herido y palpitaba. Casi. Seguía
viendo las imágenes de los chicos aplaudiendo fuera de la escuela… de Mark
Sales chocando los puños conmigo y diciéndome que Jeff no me molestaría
más… y, con Zoe caminando juntos a clase… y, Mark, Justin y yo
almorzando… y, con Zoe caminando juntos a clase… aunque tal vez ya he
mencionado eso.
79
De todos modos, estaba sonriendo y recordando mientras iba a casa en
bicicleta pensando en todo.
Y entonces una cosa extraña ocurrió.
Acababa de llegar a la calle Maple, mi calle, a sólo un par de cuadras de
donde vivo. La tarde estaba nublada, gris, empezando a oscurecerse. Hubo un
creciente viento y parecía que iba a llover. Este tramo de Maple estaba lleno de
árboles, pero no había muchas casas. Con el cielo oscureciendo y las ramas
muertas balanceándose y susurrando en el viento, era de aspecto un poco
espeluznante.
Tal vez fue sólo por eso, pero comencé a sentir que alguien me estaba
observando. Tuve la sensación que tienes, ya sabes, en la parte posterior del
cuello, cuando alguien te mira fijamente desde atrás. Miré por encima del
hombro, pero no había nadie allí.
No me detuve. Pensé que sólo estaba consiguiendo asustarme. A pesar de
lo que dijo Mark, creo que todavía estaba un poco preocupado por Jeff,
preocupado de que pudiera esperar por mí en algún lugar aislado, como éste,
con el fin de tomar su venganza.
Pedaleé un poco más rápido el resto del camino a casa, a pesar de que mi
cuerpo aún dolía como loco por la paliza.
Cuando llegué allí, me dirigí hacia el lado de la casa. Hay un amplio
callejón de pasto allí y sólo al final del mismo, en la esquina de la casa, hay un
pequeño porche cubierto para la bicicleta al lado de un viejo sauce. Es un
pequeño rincón abandonado. Se volvía cada vez más oscuro mientras las nubes
de lluvia se movían. El árbol de sauce se agitaba y susurraba por el viento.
Todavía tenía esa extraña sensación de que alguien me estaba observando.
Seguí mirando a mí alrededor, pero no había nadie a la vista.
Rodé la bicicleta en el porche y lo cerré. Entonces me di la vuelta para
entrar en la casa.
Y allí estaba Jennifer Sales, de pie junto a mí, mirándome fijamente.
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11
Traducido por Xhessii
Corregido por Mari NC
asi brinqué de mi propia piel; así de sobresaltado estaba por
verla. Era como si apareciera de ninguna parte, y la manera en
que me miraba con ese rostro pálido suyo, sólo parada y
mirando sin decir nada, bueno, era escalofriante. Mucho. Era
como tener a un fantasma mirándote.
―¡Oh! ―dije, casi atragantándome con el sonido―. Uh… hola, Jennifer.
Ella me miró por otro largo momento. Entonces sus labios mostraron una
pequeña y tímida sonrisa. Levantó su mano en un pequeño saludo.
―Sam Hopkins ―dijo. Y entonces repitió mi nombre―: Sam Hopkins.
―Correcto, ese soy yo.
Ella sonrió y asintió por un largo tiempo. Entonces dijo:
―Gracias por detener a Jeff. El Winger. De lastimarme. Él fue malo.
―Sí, lo fue ―dije―. Lamento que haya hecho eso. Realmente estoy
contento de que hayas salido bien de ahí.
―Porque me ayudaste.
―Bueno…
Ella levantó su mano y alcanzó mi rostro para tocar las magulladuras allí.
Supongo que me encogí un poco. Las magulladuras realmente estaban
sensibles.
Pero de cualquier forma, Jennifer no me tocó. Su dedo sólo se entretuvo
cerca de mi mejilla, luego cayó de nuevo a su lado.
―Ellos te lastimaron ―dijo tristemente―. Ellos te lastimaron por mi
culpa.
―Ellos me lastimaron porque golpeé a Jeff. No fue tu culpa.
C
81
Jennifer sonrió.
―Fuiste mi buen amigo Sam Hopkins ―dijo.
Sonó tan gracioso que me reí.
―Bueno, bien. Estoy contento de ser tu amigo Sam Hopkins.
Jennifer miró de un lado a otro, como si quisiera asegurarse que no
hubiera alguien alrededor para escucharla. No lo había. Estábamos solos en el
pequeño callejón de pasto al borde de la casa junto al porche y al árbol de sauce.
Jennifer bajó su voz y se inclinó hacia mí.
―Dije tu nombre anoche ―me confió como si fuera un gran secreto.
―Tú… ¿qué? ¿A qué te refieres?
―Dije tu nombre ―repitió, más suave que antes―. Cuando los demonios
vinieron a mi casa.
No sé si alguna vez has visto a un sauce llorón en invierno. Para empezar
es una clase de árbol terrorífico. En verano tiene estas ramas que cuelgan
tristemente hacia el suelo. Pero en invierno, cuando las ramas están vacías,
salen disparadas a todas partes, todas revoltosas, como el cabello de una bruja.
Entonces cuando el viento pasa a través de ellas, se sacuden, golpean y
murmuran casi como si la bruja hubiera vuelto a la vida.
En ese momento el aire atravesó el sauce y este empezó a sacudirse y a
murmurar. Con eso y con lo que Jennifer dijo sobre demonios y con ella
viéndome fijamente después de que lo dijo, sentí como si algo frío y pegajoso
hubiera subido por mi espalda, como un insecto con pies fríos. Temblé como el
árbol.
―¿Demonios, eh? ―dije. Esperaba que Jennifer estuviera haciendo alguna
clase de broma, pero realmente no creo que lo estuviera―. ¿Tienes a esos
alrededor de tu casa muy seguido?
Ella asintió.
―Vienen en la noche. Cuando nadie más puede verlos. Ellos cambian
todo.
―Sí, supongo que lo hacen.
―Pusieron un ataúd debajo del árbol.
―¿Disculpa? ―Las ramas del sauce se mecieron y murmuraron, y yo lo
miré… sólo para asegurarme que no había demonios justo ahora―.
Exactamente, ¿de qué árbol estamos hablando?
Sus ojos se ampliaron. Se inclinó incluso más cerca, su voz se hizo más
suave, secreta y seria.
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―El que está en el pasillo fuera de mi dormitorio. Es un árbol demoníaco.
Un roble bajo de ramas extendidas sobre el ibón.
Lamí mis labios resecos. Encontré que mi voz también se hacía más suave,
como la de Jennifer.
―¿Qué es un ibón?
―Un ibón es como un lago. Un lago plano, redondo y negro debajo de las
ramas extendidas del árbol. Los demonios salen de él y se reúnen allí. Escriben
símbolos del mal en las paredes. Y pusieron un ataúd bajo el árbol.
―Espera ―digo―. ¿Esto pasa en tu pasillo? ¿En tu casa?
Con sus ojos grandes y redondos, asintió.
―¿Y tú viste esto? ―le pregunté―. ¿Viste ese ataúd ahí?
―También vi la cosa que estaba dentro ―dijo.
―¿Dentro…?
―Del ataúd.
Está bien, eso no sonaba bien. De hecho, realmente estaba empezando a
asustarme de una mayor manera llegados a este punto. Me refiero a que, no me
molestaba que Jennifer dijera cosas tontas que rimaran o lo que sea. Pero esto
sonaba completamente demente. O algo así. ¿Un árbol en su pasillo? ¿Con un
ataúd debajo de él? ¿Con una cosa en el ataúd…?
Y justo entonces las nubes parecieron brillar incluso más oscuras en el
cielo, y el aire a nuestro alrededor parecía que también se oscurecía. El viento
sopló por el callejón de pasto, y el sauce se movió y traqueteó como si algo
estuviera escondido debajo de sus ramas. Pensé que sentí que las primeras
gotas de lluvia tocaron mi cara lastimada.
―Sam Hopkins ―murmuró Jennifer.
―¿Qué? ―dije.
Pero no respondió. Era como si sólo quisiera decir mi nombre en voz alta.
―¿Qué estaba en el ataúd, Jennifer? ―le pregunté.
―Estaba muerto ―respondió.
―Sí, me temía que ibas a decir eso.
―Y entonces se sentó.
―¿Qué?
―Se estiró para alcanzarme. Tenía dedos esqueléticos.
Por un segundo sólo me quedé ahí, mirándola boquiabierto. Me refiero a
que, por supuesto, había escuchado historias como ésta anteriormente. Mi
hermano solía contármelas cuando acampábamos en el patio trasero: historias
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de fantasmas, ya sabes, para asustarme antes de irme a dormir. Y leí cómics y
miré programas de televisión donde cosas espeluznantes como esas pasaban,
esqueletos saliendo de sus ataúdes o lo que sea. Y seguro, me atemorizaban.
Pero siempre de alguna manera dentro de mí, sabía que era una historia,
¿cierto? Solo un cómic, o una película, no algo que pudiera pasar en la vida real.
Pero esto era diferente.
No estoy diciendo que creía lo que Jennifer me estaba diciendo. Pero creía
que ella lo creía. Podía decirlo con sólo mirarla, que no estaba mintiendo o
inventándolo. De alguna manera en realidad había visto estas cosas. O soñado. O
algo.
Y de alguna manera se me hizo más escalofriante que una película, más
atemorizante que un cómic o una historia. Porque Jennifer era real. Estaba
parada frente a mí, mirándome con sus ojos terroríficos.
―Sam Hopkins ―murmuró. Lo que hizo que toda la cosa fuera aún más
escalofriante.
Sacudí mi cabeza.
―¿Por qué sigues diciendo mi nombre de esa forma?
―Es mágico.
―¿Lo es?
―Sí. Hay magia en el nombre de un amigo.
―Oh. ―Supongo que puedo entender eso. Algo así.
El viento sopló de nuevo. Esta vez vino por el callejón de pasto, trayendo
una precipitación completa consigo. Sentí el rocío húmedo contra mi rostro,
punzando en algunos lugares doloridos. Escuché la lluvia empezando a
repiquetear sobre las ramas de los árboles a todo mí alrededor. Y las ramas del
sauce se mecieron y murmuraron.
Jennifer también lo sintió: el viento, la lluvia. Miró al cielo por un largo
momento.
―Algo terrible está viniendo ―dijo.
―Es sólo lluvia ―le dije.
Pero ella sacudió su cabeza, estudiando las nubes oscuras sobre ella.
―No. Algo más. Algo malo. Pronto. Muy pronto.
También miré arriba, tratando de ver lo que ella veía.
Cuando bajé la vista, Jennifer se había ido. No, espera, ahí estaba ella, por
el callejón, alejándose de espaldas a mí, corriendo sobre el césped a lo largo de
la casa, sacudiendo su cabeza.
―Algo terrible está viniendo ―repitió.
84
―¿Qué? ―le pregunté―. ¿Qué es? ¿Viniendo cuándo?
Jennifer miró al cielo una vez más, luego me miró a mí. Sacudió su cabeza,
con una mirada desesperada en sus ojos.
―Sam Hopkins ―murmuró.
Los truenos resonaron y la lluvia cayó.
Jennifer se giró y corrió.
85
Parte 3
86
Traducido por Celemg
Corregido por Mari NC
ste debe ser el castillo del rey demonio, pensó Jennifer.
Su madre dijo que no. Dijo que era sólo un hospital,
el Hospital St. Agnes, para gente enferma. Pero Jennifer
tenía sus sospechas.
El edificio se vislumbraba oscuro contra el cielo gris como un castillo en
una película. ¿Y quién podría vivir en un oscuro castillo de tal oscuridad
excepto un oscuro, sombrío rey demonio?
Eso es lo que Jennifer estaba pensando, pero no se lo dijo a su madre, por
supuesto. Su madre sólo le habría dicho que esos pensamientos eran de locos.
Le habría dicho que ella tenía que ignorarlos o hacer que se detuvieran. Y
Jennifer trataba de hacer que se detuvieran. Trataba de forzarlos a salir de su
mente del modo que fuerzas a los intrusos a salir de tu casa. Pero no se iban.
Incluso cuando consiguió silenciarlos, sentía a los malos pensamientos de pie
como sombras negras en el paisaje lunar de su mente, parados ante ella,
esperando tener la oportunidad de hablar de nuevo.
―Tuve una larga charla con la doctora en el teléfono y sonaba muy
amable ―dijo la madre de Jennifer.
Estaban caminando hacia la parte del frente ahora. Cada vez que Jennifer
levantaba la vista, el castillo, el hospital, se hacía más y más grande,
extendiéndose sobre ella de la forma en que un monstruo se extendería sobre ti
justo antes de inclinarse en tu coronilla y devorarte por completo.
Pero no era un monstruo, no era un castillo, se dijo Jennifer. Sólo era una gran
construcción de ladrillos, el Hospital St. Agnes, donde la doctora sonaba amable
en el teléfono.
―Me dijo que quiere hacerte unas preguntas ―dijo la madre de
Jennifer―. Nada siniestro va a pasar.
Jennifer miró a su madre, tratando de juzgar si estaba diciendo la verdad.
Quería creerle, confiar en ella, pero quizás estaba asociada con los demonios.
Quizás esa es la razón por la que seguía diciéndole que ahí no había demonios.
Un truco. Para embarrullarle las pistas. Un truco sucio.
Pero no, su madre sólo lucía cansada y vieja, como una bolsa de papel que
había visto una vez soplada cruzando el estacionamiento de Shop N Save.
Shop N Save. Hopkins Salva. Sam Hopkins Me Salvó. Flácida y holgada ante el
Hopkins que Salva, pensó Jennifer.
É
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Eso pareció muy ingenioso para ella, muy perspicaz. Quiso contarle la
broma a su madre. Pero sabía que sólo confundiría a su madre y la preocuparía,
así que se mantuvo en silencio.
Se impulsaron a través de las enormes puertas de vidrio del castillo,
hospital.
¡Huye, Jennifer!
La voz habló muy de repente, muy clara en su mente. No era del todo un
susurro. Era una voz tan clara que al principio casi pensó que era su madre
hablando de nuevo a su lado.
Algo terrible va a pasar…
Jennifer se sacudió, como un perro saliendo del agua. Echó la voz,
arrojándola fuera de su mente.
―Sam Hopkins ―murmuró en voz alta.
―¿Qué, corazón? ―dijo su madre―. Ah, sí, el chico Hopkins. Fue muy
valiente, ¿no?
―Es mi amigo ―dijo Jennifer, tiritando.
―Eso es bueno ―dijo su madre, cansada y holgada como una bolsa
soplada en el Shop N Save.
Dentro del castillo esperaron en unas sillas de plástico en un gran cuarto.
Había muchas otras personas esperando también.
Jennifer miraba una revista. La miraba muy fuerte porque temía que si
levantaba la vista pudiera ver al demonio observándola. En la revista, había
hermosas chicas con brillantes sonrisas. Jennifer las miró fijamente y las chicas
le enviaron pensamientos telepáticos a su mente.
No levantes la vista, Jennifer.
Si no los ves, no pueden herirte.
Jennifer miró fijamente a las chicas de hermosas sonrisas y no levantó la
vista y no vería a nadie que no debiera.
Sólo al final de su espera, sólo después de que la enfermera vino y dijo que
Jennifer podía entrar y ver a la doctora ahora, sólo cuando había dejado a su
madre atrás en la silla, su madre sonriendo cansada y holgada en la silla, sólo
mientras Jennifer seguía a la enfermera hacia la puerta miró sobre su hombro y
alcanzó a ver una terrible criatura oscura parada entre las otras personas que
estaban esperando y leyendo sus revistas. La terrible criatura se apoderó un
momento de la mirada de Jennifer y susurró atravesando el gran cuarto hacia
ella, susurrando silenciosamente con los ojos:
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Huye, Jennifer. Algo terrible va a suceder pronto. Tienes que contárselo a Sam.
Tienes que advertirle a Sam Hopkins, tu amigo.
Jennifer jadeó, luego se esforzó para apartar la mirada y seguir a la
enfermera a través de la puerta.
Ahora estaba en la oficina de la doctora.
La doctora, si realmente era una doctora, y por supuesto que lo era; su
madre le había dicho que lo era y que sonaba amable al teléfono. ¿Por qué su
madre le mentiría? A menos que fuera una de ellos…
La doctora era una pequeña mujer con cara agradable.
Cara agradable, pastel de maple, cartel de patinaje, pensó Jennifer.
Ella vestía un suéter negro y una falda gris. Vino alrededor de su escritorio
y extendió su mano a Jennifer. Era una mano muy pequeña, como la de un niño.
Jennifer la sacudió.
―Soy la doctora Fletcher ―dijo―. Tú debes ser Jennifer.
Sí, pensó Jennifer, debo serlo. Porque si pudiera ser alguien más, ¡lo sería!
La doctora Fletcher y su agradable cara de pastel de maple se sentaron en
la silla giratoria a un lado del escritorio. Jennifer se sentó en el sillón frente a
ella. La doctora Fletcher sostenía un cuaderno de notas amarrillo sobre su falda,
un bolígrafo en su mano. Eso preocupó a Jennifer. ¿La doctora Fletcher iba a
escribir lo que dijera? ¿Iba a reportárselo al rey demonio de St. Agnes… o a
alguien más?
―Tu madre dijo que has tenido algunas experiencias aterradoras
últimamente ―dijo la doctora Fletcher.
Jennifer dudó. Estaba asustada. Estaba asustada de decir la verdad, de que
la doctora pudiera pensar que estaba loca y la encerrara en una habitación
acolchada vistiendo un chaleco de fuerza. Pero por otro lado, estaba asustada
de los susurros en la noche y el ataúd debajo del árbol y la criatura que la había
mirado fijamente atravesando la habitación allá afuera.
«Algo terrible va a suceder. Pronto».
Quizás la doctora podía ayudar a que esas cosas se fueran.
―A veces tengo miedo ―dijo Jennifer.
―¿A qué le temes, Jennifer?
Jennifer no estaba segura de qué decir. Sacudió su cabeza.
―¿Cosas inusuales están pasando en tu vida? ―le preguntó la doctora
Fletcher. Giró en la silla. Sosteniendo el cuaderno de notas en su falda. Sostuvo
el bolígrafo en su diminuta mano de niño, esperando escribir las respuestas de
Jennifer―. ¿Las cosas que están pasando no pasaban antes?
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Jennifer asintió cautelosamente.
―¿Ves cosas que te preocupan? ―preguntó la doctora―. ¿Ves cosas que
otras personas no pueden ver?
―A veces, sí ―logró decir Jennifer. Pastel de maple, cartel de patinaje, ratón
en patines. Ratón en patines, era una idea graciosa, pero sabía que no podía
decirla en voz alta o la doctora realmente pensaría que estaba loca.
―¿Oyes voces que otras personas no pueden oír?
Jennifer mordió su labio y asintió. ¿Cómo lo sabía la doctora? ¿Quién era
ella? ¿Quién era realmente?
La doctora Fletcher se estiró y con una de sus pequeñas manos tocó la
rodilla del jeans de Jennifer.
―Está bien ―dijo, con su agradable cara de maple―. Sé que estás
asustada. ¿Qué pasa cuando te sientes muy aterrada?
―¿Qué me está pasando? ―soltó Jennifer abruptamente, su voz
quebrándose. Esto la había preocupado por mucho tiempo, tanto, que apenas
pudo soportar preguntar en voz alta. Cerró sus labios callando para contenerse
de decir alguna cosa más.
La doctora Fletcher tenía cabello marrón, pero era demasiado vieja para
tener el cabello marrón así que debía haber sido teñido. ¿Era un disfraz? Disfraz
teñido de los ojos que espían. ¿Estaba la doctora encubriendo a alguien?
―No estoy segura aún de qué es lo que te pasa, Jennifer ―dijo la doctora
Fletcher, poniendo su pequeña mano en la rodilla de Jennifer nuevamente―.
Vamos a tratar de descubrirlo. Luego espero que seamos capaces de ayudar a
que te sientas mejor.
A pesar de sus sospechas, a Jennifer le gustaba la doctora. Pese a su
miedo, quería creer en ella. Le confió:
―Tengo miedo de que algo terrible pase.
―¿Algo terrible como qué?
Jennifer negó. No estaba segura.
―Pronto ―dijo.
―¿Sientes que puedes predecir el futuro? ¿Sabes que algo va a pasar antes
de que pase?
Los ojos de Jennifer vagaron sobre las paredes, buscando algún signo de
que los demonios habían estado ahí. ¿Habían puesto el empapelado sólo para
ella, justo antes de que viniera? Era un empapelado de flores. Y había flores en
el escritorio de la doctora. Y ahí estaba un calendario junto a las flores.
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―Domingo ―dijo Jennifer. Cuando miró el calendario, la palabra vino a
su mente como un sonido.
―¿Domingo? ―preguntó la doctora.
―Algo terrible va a pasar el domingo. ―De repente lo sabía. No sabía
cómo lo sabía, pero lo sabía.
―¿Las voces te lo dijeron?
Jennifer asintió.
―¿Y viste quién estaba hablando?
―Vi la cosa en el ataúd. Estiraba su brazo para agarrarme. ―Jennifer no
veía ningún motivo para seguir ocultando la verdad―. En el pasillo debajo del
árbol. Tengo que advertirle a Sam. Es el domingo. Domingo. Lo recuerdo ahora.
La doctora Fletcher quitó el cuaderno de notas de su falda. Lo puso junto a
ella.
―Bien ―dijo―. Vamos a tener que hacer algunas pruebas.
―¿Pruebas? ―dijo Jennifer. Su corazón latía rápido. Estaba asustada.
¿Qué tipos de pruebas le harían? ¿Le sacarían pedazos internos para
estudiarlos?
―Está bien ―dijo la doctora―. No van a doler. Sólo vamos a tomar
algunas imágenes de tu cerebro para asegurarnos de que no haya nada malo
ahí.
―No tendrán que sacarlo, ¿verdad? ―preguntó Jennifer―. A mi cerebro,
quiero decir. ¿No tendrán que quitarlo para tomar las imágenes?
La doctora Fletcher le dio algún tipo de sonrisa en su cara de pastel de
maple.
―No. Sólo vamos a tomar imágenes de él. No vamos a sacarte tu cerebro.
Jennifer pretendió reír.
―Ya lo sabía, era sólo una broma.
La doctora Fletcher se levantó.
―Muy bien ―dijo―. Espera aquí y yo iré a ordenar que te tomen las
imágenes. No temas, Jennifer. Vamos a cuidarte bien, ¿de acuerdo?
La doctora Fletcher se fue de la habitación, cerrando la puerta detrás de
ella. Por lo que ahora Jennifer estaba sola en la oficina. Tragó duro, mirando
alrededor.
La oficina era grande. Había estantes con libros en la pared opuesta.
Estaba el escritorio con una fabulosa ventana grande detrás. También había dos
sillas: la silla giratoria y en la que Jennifer estaba sentada.
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Las luces estaban encendidas en la oficina, pero era sombría, quizás
porque las persianas venecianas en la gran ventana detrás del escritorio estaban
cerradas. Jennifer se preguntó por qué las persianas estaban cerradas cuando
era de tarde. ¿Había algo fuera que no se suponía que viera?
Se volteó hacia la puerta. Aún cerrada. ¿Dónde había ido la doctora
Fletcher? ¿Qué eran esas imágenes que iba a tomarle? Dijo que no sacarían el
cerebro de Jennifer, pero eso no tenía sentido. ¿Cómo iban a tomar imágenes de
su cerebro sin sacarlo?
Jennifer mordió su labio y sus ojos se llenaron de lágrimas. En cualquier
momento, volvería la doctora y las pruebas comenzarían.
Miró hacia la ventana de nuevo. Quizás los demonios estaban justo fuera
de la ventana, con las máquinas de pruebas listas. Y los cuchillos…
No podía detener el suspenso. Salió de la silla. Rápidamente fue alrededor
del escritorio hacia la gran ventana. Abrió las tiras de las persianas venecianas y
se asomó a través del vidrio.
No había máquinas ahí fuera que pudiera ver. Sólo estaba el
estacionamiento. Justo ahí, justo fuera. Podía ver la carretera más allá. El cielo
gris atravesando la línea de árboles.
Pero las máquinas estaban esperando. Los cuchillos estaban esperando. En
algún lugar. En cualquier momento, la doctora regresaría y la llevaría para las
pruebas.
Cerebro. Dolor. Cristal.
Algo terrible va a suceder. Pronto. Domingo.
¡Corre, Jennifer!
La voz habló de nuevo, en voz alta, justo a su lado, y casi antes de que
Jennifer supiera qué estaba haciendo, había sujetado la cuerda que operaba la
persiana veneciana y tiró hacia abajo, exponiendo la ventana. La cerradura de la
ventana era fácil de trabajar, incluso con sus dedos temblando. Las ventanas
entonces estaban abiertas del todo.
Jennifer comenzó a trepar fuera. Su corazón golpeaba en su pecho tan
fuerte que pensó que podía explotar. En cualquier momento, pensó, la doctora
regresaría, la atraparía y llamaría a los demonios para ponerla en un chaleco de fuerza y
la llevarían por lo que podrían cortar su cerebro. Sabía que su madre le diría que era
una idea loca, que no debería tener pensamientos como ese…
Pero quizás era porque su madre era una de ellos.
Todo eso destelló a través de su mente tan rápido que difícilmente sabía
qué era una fantasía y qué era real. Sólo sabía que algo terrible iba a pasar y que
tenía que salir, tenía que escapar, tenía que correr, escapar, huir.
92
Y eso fue exactamente lo que hizo.
93
12
Traducido por Katt090
Corregido por Mari NC
se sábado tuvimos la primera carrera de atletismo del año. La
Secundaria Sawnee corriendo contra Ondaga y Hamilton.
Los días de pista eran siempre grandes días en nuestra ciudad.
Otros deportes como el fútbol y el fútbol americano eran lo
suficientemente populares, pero las carreras de atletismo eran algo especial. Por
alguna razón, nuestra pequeña sección del estado mantenía tres escuelas
campeones estatal: Sawnee, Empire, y Cole. La rivalidad entre ellas era intensa
y todo el mundo prestaba atención. Y debido a que todo el mundo seguía al
equipo, la ciudad había construido este realmente genial estadio pista-barra-
fútbol, el Estadio Sawnee, junto al río. Todos los sábados de la temporada, antes
de que comenzara la carrera, la calle, Calle Stadium, se abarrotaría con el
tráfico, una larga fila de autos esperando para entrar por las puertas. Al lado de
la carretera había un bosque, y en el otro lado del bosque había un gran
estacionamiento. Y en el otro lado del estacionamiento, estaba el río brillando
en el sol y una pendiente cubierta de hierba cerca de las bancas donde la gente
podía colocar mantas y tener un picnic antes de la carrera.
Al lado de la pendiente estaba el propio estadio. Se veía como un antiguo
templo o algo así, hecho sólo de ladrillo rojo en lugar de mármol blanco: pilares
de ladrillo entre altas y arqueadas entradas y una torre de ladrillo flanqueando
los pilares a cada lado.
A las 10:00 de la mañana, grandes multitudes de personas estaban
presentándose entre los pilares. Las banderas de la escuela estaban volando en
la parte superior de las paredes y agitándose en el viento fuerte de la
primavera. Era una escena real, muy impresionante.
Aún más impresionante: Este sábado yo no era sólo uno de la multitud.
Mark me había invitado a pasar el rato con el equipo y ver el encuentro desde el
nivel del terreno. Estaba allí con él, Justin, Nathan y los otros chicos a medida
que se estiraban, preparándose para el primer evento. Era excepcionalmente
E
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genial estar abajo en el campo, viendo a la gente acomodarse en las gradas de
plata brillando por encima de mí. La arcilla roja de la pista parecía
increíblemente roja allá abajo, y el verde de la cancha de fútbol en el medio de
la pista circular parecía más verde que nada.
Me puse de pie y miré los asientos llenándose. Al cabo de unos segundos
me di cuenta que Mark estaba de pie a mi lado, con su traje de calentamiento.
Levanté la vista hacia él. Estaba viendo a la multitud también.
―El próximo año, ellos vendrán a verte ―dijo.
Me sentí un poco avergonzado cuando dijo eso, porque es exactamente lo
que había estado soñando en ese momento: tal vez el año que viene toda esa
gente iba a venir a verme.
Ahora Nathan y Justin se acercaron y se quedaron con nosotros. Estaban
respirando fuerte debido a sus estiramientos y rebotando sobre sus dedos de los
pies para mantenerse sueltos.
Nathan era un chico de cabello rubio y alto, delgado, con una cara
redonda.
―Seguro que hay un montón de ellos ―dijo.
Justin era más pequeño, compacto y musculoso. Tenía la piel muy pálida,
el cabello muy rojo, y una gran cantidad de pecas.
―Se ven pequeños, ¿no? ―dijo con una risa.
Me reí de nuevo.
―Supongo que nos vemos pequeños para ellos también ―dije.
Nathan dio una especie de bufido y me dio una palmada en el hombro, lo
cual repercutió dolorosamente a través de mi cuerpo aún adolorido.
―No, amigo, nosotros somos los chicos grandes.
Los tres se rieron. Mark empujó un dedo en mi pecho lo que también
dolió.
―El año que viene, ¿verdad? Serás un tipo grande también.
Traté de lucir como si lo creyera, pero con todo mi cuerpo aún dolorido
por la paliza que Jeff y sus matones me habían dado, era difícil pensar que
alguna vez sería tan rápido o atlético como Mark y los otros. Era difícil creer
que todo el mundo podría un día alinearse y presentarse en el estadio para
verme. Estaba feliz de estar simplemente pasando el rato con ellos.
Era un buen día, una buena carrera. Observando a Mark correr desde el
nivel de campo en cierto modo me hizo dudar aún más de que yo pudiera
correr de la manera en que lo hizo. El disparo de salida sonó ―¡bang!― y fue
como si él fuera la bala que se disparó. Abajo, en la pista, él era como una
95
máquina increíble, sus brazos y piernas como pistones, su velocidad casi
increíble e increíblemente estable. Los otros corredores cayeron detrás de él en
unos pocos pasos y nunca lo alcanzaron. Él ganó los 100 y los 400, y él, Nathan,
Justin y otro tipo, Tom, se unieron en marcha para ganar el relevo también.
Después, el equipo se fue a Burger Joint para una celebración. Todo el
equipo, algunas de sus novias… y yo. Todo el mundo riendo, gritando y
bromeando entre sí y recordando los mejores momentos de la carrera. Me senté
a la cabecera de la gran mesa, al lado de Mark, Justin y Nathan. Estaba tan
arrastrado por la diversión que estaba teniendo, que olvidé los dolores y
molestias de mi pecho, e incluso los moretones que aún marcaban mi cara.
La charla y los gritos se hicieron más y más fuertes, los chicos felicitándose
por sus brillantes victorias.
Finalmente, Mark dijo:
―Chicos, chicos. ―Y al instante todos se quedaron en silencio. Todos
escucharon cuando Mark habló―. Chicos ―dijo―, disfruten el día, pero no se
adelanten. Esto fue sólo un calentamiento para la próxima semana, recuerden.
Todo el mundo alrededor de la mesa asintió.
―Así es, es cierto.
―Hamilton y Ondaga son nada ―dijo Justin.
―No son nada ―dijo Mark―. Pero no son Empire, y definitivamente no
son Cole.
Esas eran las grandes carreras cada año. Sawnee contra Empire y Cole. La
primera estaba prevista para el próximo sábado. Sólo a una semana de
distancia.
―Empire y Cole ―dijo Justin―. Ellos tienen que aprender una lección, sin
duda.
―Cole es nada ―dijo Nathan.
―Cole tiene el Martillo ―dijo Mark. El Martillo era el trofeo por el
campeonato del condado―. Fueron a la estatal.
―Sí, porque hicieron trampa ―dijo Nathan con una sonrisa burlona―.
Sabes que lo hicieron, Mark. Si hubiéramos tenido el coraje de poner en marcha
un desafío…
―Si el director y el consejo escolar nos hubieran apoyado ―dijo Justin.
―Si la ciudad nos hubiera apoyado ―dijo Nathan.
Esta conversación había durado desde hace un año. Había rumores de que
algunos de los chicos Cole habían usado drogas para mejorar el rendimiento.
Mark había encabezado una delegación para pedir a nuestro director impugnar
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su victoria, pero el director se había negado, diciendo que él asumiría que Cole
ganó limpiamente a menos que hubiera evidencia sólida de que no. Él no quería
que hubiera disputas entre las escuelas.
―Lo que sea ―dijo Mark―. Vamos al gran encuentro, tenemos que
mostrarles a todos lo que somos. No olvidemos eso.
Miré alrededor de la mesa. Todo el mundo estaba en silencio, asintiendo.
Mira, Mark no era sólo el héroe del día. Era el héroe del equipo, el líder del
equipo. Podrías decirlo con sólo mirarlo. Tenía este, no sé cuál es la palabra,
esta presencia en él. Como una estrella de cine o algo así. En parte era que corría
tan rápido y ganaba tanto. Pero en parte era sólo la forma en que se sentaba y
lucía tan seguro de sí mismo. Fuera lo que fuese, era como si hubiera un aura a
su alrededor que le hacía destacar entre el resto de nosotros, que hacía que todo
el mundo dejara de hablar y escuchara cada vez que tenía algo que decir. Aún
cuando otras personas hablaban, los otros chicos daban una especie de mirada a
Mark para ver lo que él pensaba, para ver si concordaba con lo que se decía, si
estaba de acuerdo o en desacuerdo. Mientras yo lo miraba, no pude dejar de
preguntarme: ¿Cómo se sentiría? Ser ese hombre, ¿sabes? Ser el tipo a quien todos
levantaban la mirada para verlo. Tener a todo el mundo queriendo saber lo que tú
pensabas, lo que tú querías…
Mientras manejaba en bicicleta a casa esa tarde, en cierto modo caí a soñar
despierto con eso. Soñé despierto con que la gente me mirara de esa manera,
que todo el mundo en la escuela se preguntara a sí mismos y unos a otros:
«¿Qué piensa Sam al respecto? ¿Cuál es el criterio de Sam con respecto a eso?»
Pensé: Tal vez si entrara al equipo de atletismo, eventualmente me convertiría en el
centro de todo de esa forma…
Pero lo dudaba. Era sólo un sueño estúpido. Sin importar qué tan
celebridad fuera en ese momento, yo sabía que era temporal. No tenía el aura
de Mark y nunca la tendría. No era alto ni guapo o seguro de mí mismo como
él. No podía imaginar a alguien alguna vez importándole de una manera u otra
lo que yo pensaba sobre cualquier cosa.
Técnicamente, por supuesto, todavía estaba castigado, así que cuando
llegué a casa tuve que volver a limpiar el garaje. Si alguna vez has leído la
historia de Hércules y los establos de Augías, eso es lo que era; aunque no
recuerdo a Hércules estando todo adolorido por ser golpeado cuando lo hizo,
así que quizás fue más fácil para él. De todos modos, metí la última caja en el
ático justo antes de la cena. Después de la cena, a causa de todo el asunto de
estar castigado, me quedé en casa sin mucho que hacer. Vi un poco la televisión,
97
después arrastré mi carne maltratada arriba y jugué un poco en mi
computadora. Traté de encontrar a Joe para una charla, pero él estaba fuera.
Traté de llegar a Cal, otro amigo mío, pero estaba desconectado también. Eso
me hizo sentir muy solo, pero claro, así es como es estar castigado, como
ustedes saben.
Pero entonces sucedió algo genial. Estaba todavía en una especie de
holgazaneo en la computadora, limpiando mis canciones, dejando un par de
mensajes en los muros de otras personas, lo que sea, cuando un mensaje de chat
vino.
Z-GIRL: ¿Q hay, Sam?
En cierto modo me quedé sin aliento. Z-girl. Su imagen llegó junto con el
mensaje. Casi no podía creerlo. Escribí de vuelta:
YO: ¿Zoe?
ZOE: Hola.
YO: (tratando de sonar genial y sereno) Hola. ¿Q hay?
ZOE: Pasando el rato. Cuidando a mi hermano. ¿Tú?
YO: Lo mismo. Bueno, ningún hermano. Pero simplemente pasando el rato. Aún castigado por la pelea.
ZOE: Apesta ser tú.
YO: Sin duda. Podría ser peor también. No te vi en la carrera.
ZOE: No fui.
YO: Mark gobernaba. Ganó dos eventos y relevos. 50 en el 400.
ZOE: Genial.
Entrecerré los ojos. Parecía una especie de respuesta floja, ¿sabes? Cuando
estás charlando en línea, por supuesto, no se puede escuchar el tono de voz de
una persona, por lo que a veces es difícil saber lo que están sintiendo
exactamente. Pero habría pensado que la noticia de la heroicidad de la carrera
de Mark hubiera conseguido algo de Zoe más como: «¡Genial!» o incluso:
«¡¡¡¡Genial!!!!»
YO: No suenas demasiado impresionada.
98
Se produjo una pausa. Tengo que admitir que en cierto modo vi la
pantalla en suspenso. Cada vez que veía a Zoe con Mark y los otros chicos de
atletismo, ella siempre parecía muy a gusto, muy amable con ellos. Supongo
que siempre pensé que si Zoe no era ya la novia de Mark, lo sería
eventualmente. ¿Estaba equivocado?
Ahora llegó la respuesta.
ZOE: Estoy un poco cansada de Mark.
Mi reacción a esto fue, digamos, complicada. Quiero decir, no voy a
mentir: Me puso un poco contento pensar que Zoe no estaba saliendo con Mark.
Que era libre de salir con… otra persona, por ejemplo, si se presentara la
situación. Por otro lado, no sé cómo alguien tan inteligente y bonita como Zoe
podría estar pasada de alguien tan genial y agradable como Mark. Quiero decir,
Mark era mi amigo ahora también, y no quería pensar que Zoe le había hecho
algo malo a él. Como dije: complicado. Empecé a escribir de nuevo.
YO: ¿Qué, ustedes tuvieron una pelea o algo así?
ZOE: No, no. Nada de eso.
YO: Mark es un buen tipo, ¿no?
Esto era yo siendo leal a Mark, pero también tratando de averiguar más
acerca de lo que estaba pasando.
ZOE: Supongo. Él puede ser un poco arrogante a veces.
Me incliné hacia atrás desde la computadora, sorprendido. Realmente
sorprendido. Nathan y Justin… siempre me parecían un poco arrogantes, tengo
que admitir. Un poco sarcásticos, ya sabes. Burlándose de los demás, los demás
equipos. Sin embargo, ¿Mark? No pienso en él como arrogante en absoluto.
Quiero decir, sí, era seguro de sí mismo. ¿Por qué no iba a serlo? Amigo, ¿ganó
tres eventos, corrió un cincuenta en el 400? Quiero decir, vamos. Eso le da el
derecho a fanfarronear un poco, ¿no? Pensé que Zoe estaba siendo injusta y me
sentí como si debiera defender a Mark.
YO: Es el hombre, eso es todo. Todo el mundo lo admira. Quieren saber lo que piensa. Quieren agradarle. Tal vez eso lo hace seguro de sí mismo, pero no arrogante.
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Casi no hubo una pausa en absoluto, entonces Zoe escribió:
ZOE: Jeff Winger es de la misma manera.
Mi boca se abrió en realidad cuando leí eso.
YO: ¿¿¿¿¿¿¿???????
ZOE: Es cierto. Piensa en ello.
YO: ¿¿¿Jeff Winger es de la misma manera que Mark???
Eso es lo que estaba a punto de escribir. Pero vacilé con mis dedos
asomando por encima del teclado.
Porque lo pensé. Y después de un segundo o dos, en cierto modo pude
entender lo que Zoe estaba diciendo. Quiero decir, si pensabas en ello de una
cierta manera, todas las cosas que dije sobre Mark Sales eran ciertas en Jeff
Winger también. Ed P. y Harry Mac miraban a Jeff de la forma en que los chicos
de atletismo admiraban a Mark. Escuchaban cuando Jeff hablaba, y cuando
ellos hablaban, les echaban un vistazo para ver qué pensaba él al respecto. El
mismo tipo de cosas.
Pero eso no hacía a Jeff Winger y Mark el mismo tipo de persona.
Simplemente quería decir que ambos eran líderes, a su manera. Pero
considerando a quiénes lideraban y qué los lideraba a hacer. Jeff era un líder
matón que lideraba matones. Pasando el rato en algún granero abandonado,
enseñándole a otro cómo introducirse en lugares y robar cosas. Mark era un
buen tipo que lideraba a otras buenas personas. Entrenando, trabajando y
ganando encuentros.
Así que, ¿por qué Zoe estaba diciendo todas estas cosas acerca de Mark?
Al pensar en ello, miré a la ventana. Vi mi reflejo en el cristal oscuro: yo y mi
cara todavía golpeada, sentado frente a la computadora, conversando con Zoe.
Lo cual de repente me pareció bastante sorprendente. No hace mucho tiempo,
difícilmente podía reunir el valor para hablar con ella, y ahora aquí estaba yo
charlando como si fuéramos viejos amigos.
Puse mis manos sobre el teclado, a punto de escribir una respuesta.
Pero antes de que pudiera, sonó mi celular. Un número apareció en el
identificador, pero no lo reconocí.
Escribí: EPR, para espera. Tomé el teléfono.
100
―Hola ―dije.
Una voz llegó en un susurro:
―Sam Hopkins.
Estaba tan sorprendido que mi boca se abrió por un largo tiempo antes de
que pudiera decir una palabra. Entonces dije:
―¿Jennifer?
―Estoy aquí.
―¿Qué? ¿Dónde?
―Aquí ―susurró―. Afuera.
Negué, confundido.
―¿Afuera de qué?
―Afuera de la ventana.
―¿Qué?
―Tienes que bajar. Ahora mismo.
Me volví en mi silla a la ventana. Vi mi propio reflejo otra vez, sosteniendo
el teléfono, mirando, atónito.
Oí un susurro raro de Jennifer viniendo por la línea hacia mí como la voz
de un fantasma:
―Ayúdame, Sam Hopkins. Ayúdame.
101
13
Traducido por Brendy Eris
Corregido por LizC
ientras estaba sentado ahí aturdido en silencio, sosteniendo el
teléfono celular al oído, palabras aparecieron en la pantalla del
chat.
ZOE: ¿Sam?
Miré de nuevo al monitor. Zoe. Escribí: Espera, de regreso.
Sin soltar el teléfono, me levanté y me acerqué a la ventana. Apoyé el
rostro cerca del vidrio, pero en realidad no pude ver mucho ahí abajo. Así que
abrí la ventana y saqué la cabeza. Sentí el fresco aire nocturno sobre mi cara,
frío y húmedo.
Mi ventana da al callejón cubierto de pasto que bordea el costado de mi
casa, al lugar con la bicicleta y el árbol de sauce donde había tenido mi
conversación con Jennifer hace poco más de una semana. El cielo estaba
nublado y no había luz por parte de la luna, pero la luz del piso de abajo se
derramaba fuera desde las ventanas de la casa. Con ese brillo pude distinguir la
silueta de la bicicleta justo debajo de mí e incluso la forma con cabello de bruja
de las ramas del sauce a un lado.
No vi a nadie allí abajo.
Estaba a punto de retirar la cabeza y cerrar la ventana.
―¿Sam Hopkins?
Me sorprendí ante el sonido y golpeé la cabeza contra la ventana.
―¡Ay! ―Aferré la parte posterior de mi cabeza, frotando el golpe.
Y de nuevo, desde afuera:
―Sam Hopkins.
M
102
―¿Jennifer? ―llamé en voz baja.
Capté un movimiento por el rabillo de mi ojo. Entonces la vi. Estaba de pie
cerca del sauce. La silueta de su figura estaba oculta entre las sombras,
encajando con las ramas del árbol de modo que era casi invisible.
Miré con más fuerza.
―¿Jennifer? ―dije de nuevo.
Ella respondió con un gesto: sosteniendo sus dedos sobre sus labios.
―Shh. ―Su voz llegó hasta mí a través del frío de la noche―. Shh.
―¿Qué estás haciendo ahí? ―le pregunté.
―Necesito hablar contigo ―dijo―. Necesito que vengas hasta aquí.
―No puedo. Estoy castigado. Tú tienes que venir aquí.
―No puedo. Ellos están detrás de mí. Me atraparán.
―¿Qué? ¿Quién?
―Baja. ¡Te necesito, Sam!
Pensé en ello durante un minuto. Entonces metí la cabeza y cerré la
ventana. El corazón me latía con fuerza. Sentí que algo estaba terriblemente
mal.
Fui de nuevo a la computadora. Había un mensaje reciente en el chat de
Zoe:
ZOE: ¿Sam? ¿Estás ahí? ¿Está todo bien?
Odiaba tener que terminar con ella. Tenía la esperanza de que ella no se
fuera a enojar conmigo. Pero no sabía qué otra cosa hacer. Escribí de vuelta:
YO: Me tengo que ir.
Luego puse mi teléfono en mi bolsillo. Fui a mi puerta y asomé mi cabeza.
Podía oír la televisión en la planta baja y supuse que mamá y papá estaban
viendo algo antes de ir a la cama. Cerré la puerta. Volví a la ventana. Tomé un
respiro. Entonces abrí la ventana y trepé fuera.
Bueno, no fue tan dramático como eso. El hecho era que había un canalón
que pasaba justo al lado de mi ventana. Uno podía agarrarse a él y deslizarse
hasta el suelo con bastante facilidad. Pensé que si me apresuraba, podría
conseguir bajar y subir antes de que mis padres incluso supieran que me había
ido.
103
Encogiéndome contra la rigidez y el dolor que martillaba mi cuerpo, me
deslicé a lo largo de la estructura, aferré el canalón, me envolví alrededor del
mismo, y estuve en el suelo, en ese callejón cubierto de pasto al lado de mi casa,
en un segundo.
Me estremecí cuando mis zapatillas tocaron la tierra blanda. No me había
puesto un abrigo ni nada y hacía frío ahí fuera. Había sido claro y primaveral
durante todo el día, pero ahora había una sensación de pesadez en el aire como
si más lluvia se avecinara. Sentí el frío tensando la piel alrededor de mis
moretones.
Me trasladé al sauce. Era un escalofriante enredo de sombras en la
oscuridad. Jennifer salió de esas sombras mientras me acercaba. Sus ojos lucían
grandes y brillantes. Atrapaban la luz de la sala de estar y la reflejaban.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―le dije.
―Me escapé del castillo ―susurró, mirando a su alrededor como si
alguien pudiera oírla.
―¿Qué? ¿El castillo?
―St. Agnes. Me dijeron que era un hospital. Pero yo sé.
―¿Te escapaste de un hospital?
―Tenía que hacerlo. Tenía que decirte.
―¿Decirme que?
―Es mañana, Sam ―dijo―. Es domingo. Ahora sé.
―¿Qué quieres decir? ¿Qué pasa mañana?
Se acercó a mí, pero sin tocarme. Sus manos sólo permanecieron cernidas
en el aire entre nosotros.
―¿No te acuerdas? Te dije que algo terrible va a suceder. Algo terrible
bajo el árbol por el ibón.
Me acordaba. Me acordaba mucho de hablar de locuras sobre demonios y
ataúdes en el pasillo fuera de su habitación.
―Sí ―dije―. Lo recuerdo. ¿Y qué?
―Bueno, eso va a pasar mañana. Ahora lo sé. Puedo oír a los demonios
planearlo. Nadie más puede oírlos, pero yo sí.
No sabía qué decir. No sabía qué pensar. Sonaba tan loco, pero parecía tan
convencida que todo era verdad.
―Jennifer, mira, no entiendo realmente lo que estás diciendo.
―Tenemos que darnos prisa. Tenemos que detenerlos.
―¿Detener qué? ¿Qué se supone…?
104
Pero antes que pudiera terminar la frase, la oscuridad fue atravesada por
un rayo de luz brillante. Procedía de detrás de mí, pasó junto a mi hombro, e
iluminó el rostro de Jennifer, haciendo que su expresión aterrorizada de repente
brillara como tiza blanca en la oscuridad.
―¡Jennifer! ―Una voz profunda retumbó su nombre.
Me volví y vi una figura de pie al frente del callejón cubierto de pasto. Un
hombre grande, con una enorme linterna, iluminaba directamente a Jennifer. A
medida que el hombre se acercó un par de pasos, vi que era un oficial de
policía. Pude distinguir la forma de su sombrero y su cinturón con la pistola
colgando de él. También noté un brillo rojo de las luces intermitentes del
vehículo patrulla que estaba estacionado frente a mi casa.
―Es la policía, Jennifer ―dijo el oficial mientras se acercaba―. Hemos
estado buscándote.
Jennifer miraba al haz de luz de la linterna, con la boca abierta, los ojos
muy abiertos. Ella sacudía la cabeza adelante y atrás: No, no, no.
Entonces ella me miró directamente.
―¡Ayúdame, Sam! ―apenas logró susurrar.
Por un momento me quedé inmóvil, sin saber qué hacer. Se veía tan
asustada. Pero sabía que el oficial debía estar allí para ayudarla.
―No tengas miedo ―le dije―. Es sólo un policía. No va a hacerte daño.
―Tu madre está preocupada por ti, Jennifer ―dijo el policía―. Quiere que
vuelvas a casa.
―¡Sam! ―gritó Jennifer, su voz quebrándose―. ¡Por favor! ¡Por favor! ¡No
dejes que me lleven!
Se acercó a mí de nuevo. Esta vez atrapé su mano entre la mía.
―Escúchame, Jennifer ―dije―. Está bien. Todo va a estar bien. Es un
policía. Él sólo quiere llevarte hasta tu madre.
―¡No! No lo entiendes. Mi madre está en esto.
―¿Qué?
―¡Ella me llevó a un médico! ¡Ellos me van a sacar el cerebro!
Hubiera sido divertido excepto que estaba tan asustada, tan convencida de
que era verdad, que me sentí mal por ella.
―¡Eres mi amigo, Sam! ―dijo. Luego balbuceó―. Mi amigo hasta el final,
saltando a ayudar el mágico Sam. ¡No puedes permitir que se lleven mi cerebro!
―Jennifer, shh. ―Sostuve su mano, tratando de calmarla―. Nadie va a
sacarte tu cerebro. Ellos sólo quieren ayudarte, eso es todo.
105
―Ellos no entienden. Acerca de los demonios. Sobre el plan. Ellos no
entienden acerca de las cosas terribles. Va a pasar mañana, Sam. Tú entiendes.
Pero ellos sólo piensan que estoy loca.
Tenía una idea bastante clara de lo que había pasado ahora. Todas las
charlas locas de Jennifer, sus palabras que rimaban, y las locas oraciones: todas
debieron de ser tan extrañas que su madre había decidido llevarla a un hospital.
De alguna manera, Jennifer había llegado a la ridícula idea de que el médico
sacaría su cerebro, y por eso, se había escapado. Había venido a mí porque
pensaba que era su amigo mágico. Y el policía estaba aquí sólo para llevarla de
vuelta a su madre para poder conseguirle ayuda.
―Escúchame, Jennifer ―le dije. Sosteniendo su mano firmemente, me
acerqué a ella. El policía se acercó, iluminando su luz sobre ella. Con su rostro
resplandecientemente blanco, Jennifer me miró a los ojos, sus propios ojos tan
abiertos y asustados que era lamentable de ver―. Soy tu amigo, ¿de acuerdo?
―dije―. Estoy de tu lado, lo sabes.
―Mi amigo Sam. Mi amigo mágico saltando a ayudar ayudadamente
―balbuceó.
―Te lo digo como tú amigo: tienes que ir con la policía ―dije.
―¡No! No dejes que me lleven ―suplicó.
―Tienes que ir. Ellos quieren ayudarte, eso es todo ―insistí―. Hay algo
mal en ti, Jennifer. Tú lo sabes. Hay algo mal en tu cabeza.
―¡Van a sacar mi cerebro!
―¡Ellos no van a sacar tu cerebro! Simplemente van a… no sé, darte
alguna medicina o algo para que te sientas mejor.
―¡No, no, no!
Y mientras tanto, el policía se acercó con cautela por el callejón, cada vez
más cerca, paso a paso.
Jennifer trató de apartarse de mí.
―Me tengo que ir ―dijo.
―¡No! ―dije―. No estás a salvo de esta manera. No te vayas.
―Algo terrible va a pasar mañana.
―Todo va a estar bien ―le dije.
―¡No lo hará! ¡No lo hará! No dejes que me lleven, Sam, tú eres mi amigo.
―Jennifer, soy tu amigo, pero tú no entiendes…
Justo en ese momento, el policía llegó hasta nosotros. Extendió una mano
y la puso suavemente en el brazo de Jennifer.
―Jennifer, tienes que venir conmigo ―dijo en un tono amable.
106
Jennifer enloqueció. Se puso totalmente demente. Comenzó a luchar, gritar
y tratar de apartarse, y nada de lo que el policía o yo dijera la calmaría o
convencería de que el policía sólo quería ayudar. Atacó al policía. Golpeándolo
con los puños, rasguñándolo con sus dedos curvados como garras. Él tuvo que
esquivarla y luchar con ella, tirando sus brazos detrás de su espalda para que
no pudiera hacerle daño.
―¡No! ¡No! ¡No! ―gritó.
―¡Jennifer, deja de luchar! ―grité―. ¡Sólo quieren ayudar!
Pero ella no quiso escuchar. Ni siquiera sé si me podía oír por encima de
su propio grito de pánico.
―¡No! ¡No! ¡Sam Hopkins! ¡Sam Hopkins! ¡Ayúdame, ayúdame!
Era horrible oírlo. Realmente horrible. La forma en que estaba pidiendo a
gritos que la ayude. La forma en que el policía tuvo que pelear con ella para
evitar que él o ella se lastimaran. Me sentí tan mal por ella. Quería hacer algo
por ella. Pero, ¿qué podía hacer? Sabía que el policía estaba haciendo lo
correcto. Sabía que él la llevaría de vuelta a su madre y su médico, donde ella
podría obtener ayuda. Pero no importaba lo que yo sabía. Todavía me sentía
mal allí de pie, sin poder hacer nada, mientras ella me gritaba aterrorizada.
―¡Sam, no dejes que me lleven! ¡Sam, por favor!
Ahora otro policía estaba corriendo por el callejón hacia nosotros. Y un
momento después, mi padre, al oír los gritos, salió de la casa y ahora corría
hacia nosotros.
El primer policía sostuvo los brazos de Jennifer en la espalda, mientras
que el segundo colocaba las esposas sobre sus muñecas. Yo sabía que lo estaban
haciendo para evitar que se hiciera daño, pero se veía terrible, como si la
estuvieran deteniendo para llevarla a la cárcel o algo así.
Extendí mi mano instintivamente para protegerla. Pero ahora que mi
padre estaba allí, puso su mano en mi hombro, haciéndome retroceder.
―¡Ayúdame, Sam! ―gritó Jennifer, las lágrimas corrían por su rostro
aterrorizado.
―Jennifer, escucha… ―Traté de decirle.
―¡Sam, ayúdame!
―Papá, ¿qué le pasa? ―grité. Pensé que iba a empezar a llorar también―.
¿Qué pasa con ella?
―Está enferma, Sam ―dijo mi padre. El sonido suave de su voz ayudó a
calmarme―. Está enferma. No hay nada que puedas hacer por ella.
Jennifer estaba esposada ahora, pero todavía estaba luchando como loca.
Un policía sostenía uno de sus brazos y otro oficial sostenía el otro. No había
107
manera de que pudiera escapar, pero ella siguió luchando de todos modos. Se
retorcía en las garras de los oficiales y trató de soltarse, moviéndose hacia atrás
y adelante, con el cabello volando salvajemente a su alrededor.
―¡Sam, no los dejes! ¡No los dejes, Sam!
Mi padre me apretó el hombro.
―Está bien, Sam. Esto es lo correcto. No hay nada que puedas hacer.
Sabía que él tenía razón. Pero seguro que se sentía muy mal. Me quedé ahí
mirando con impotencia cómo los dos policías llevaron a Jennifer lejos. Ella se
retorcía y daba patadas en sus manos, sin dejar de gritar mi nombre, sin dejar
de llorar a medida que la llevaban por el callejón hasta la parte delantera de la
casa. Ahora había un segundo auto de la policía estacionado en la acera donde
podía verlo.
Mi padre puso su brazo alrededor de mi hombro. Nos quedamos juntos
viendo como los policías llevaban a Jennifer al final del callejón y la metían al
auto. Un policía siguió sosteniéndola mientras que el otro abría la puerta trasera
del auto.
Trabajaron para acomodar a Jennifer en el asiento trasero, y justo cuando
lo estaban haciendo, justo antes de cerrar la puerta, ella gritó con voz
entrecortada, llorosa:
―Sam Hopkins. Sam Hopkins. Sam Hopkins. ¡Es la palabra mágica!
Eso casi me rompió el corazón.
108
14
Traducido por RoChIiI
Corregido por LizC
ué está mal con ella, papá? ―pregunté de
nuevo.
Estábamos dentro ahora. Estábamos sentados
en la sala de estar. Mi papá estaba en uno de
los sillones; mi mamá estaba en el otro. Yo estaba en el sofá, masajeando mi
costado. Toda la emoción había hecho que mis costillas magulladas dolieran de
nuevo. Los policías se habían llevado a Jennifer.
―Bueno. ―Papá se quitó los lentes redondos y se pellizcó el puente de su
nariz. Se veía muy cansado. Había estado despierto hasta tarde la noche
anterior, sentado con su amigo enfermo, el señor Boling. Ni siquiera se había
molestado en reprocharme por escabullirme de la casa―. Ella, obviamente,
tiene algún tipo de enfermedad mental ―dijo―. Alguna variación de
esquizofrenia, supongo. Lo he visto antes.
Había oído hablar de la esquizofrenia, pero cuando pensaba en ello, me di
cuenta que realmente no sabía exactamente lo que era.
―¿Qué es eso, como, doble personalidad o algo así?
―No. ―Mi padre suspiró y se puso los lentes―. Es ésta enfermedad
realmente trágica. En parte genética; tiende a correr en la familia. No es muy
común, pero cuando aparece, se muestra con frecuencia en adultos jóvenes.
Ellos oyen voces, tienen ideas extrañas. A veces incluso ven cosas. Se confunden
sobre qué es real y qué no lo es.
―Jennifer vio demonios en su pasillo ―le dije―. Y un ataúd con algo
dentro que volvió a la vida y quiso agarrarla.
―Pobre chica ―dijo él.
―Su pobre madre ―dijo mi mamá―. Criando dos hijos por sí misma… y
ahora esto. Qué Dios la ayude.
―¿Q
109
Me senté mirando abajo a la alfombra. Todavía me sentía muy miserable.
No paraba de oír la voz de Jennifer en mi cabeza. No dejaba de oír sus gritos.
«¡Ayúdame, Sam! ¡No dejes que me lleven! ¡Ayúdame!»
―No pude hacerle entender que la policía estaba tratando de ayudar
―dije en voz alta.
―Sí ―dijo mi papá―. Sé que se siente mal, como si la hubieras
defraudado. Pero no lo hiciste. Hiciste lo único que podías para ayudarla. Hacer
lo correcto, sabes, no se trata de sentirse como una buena persona. Se trata de
hacer lo mejor para otra persona, lo cual a veces no se siente muy bien en
absoluto. Eso es una cosa difícil de aprender, Sam. Mucha gente nunca lo
aprende.
Para ser honesto, no estaba seguro de haberlo aprendido.
―¿Los doctores podrán curarla? ―le pregunté.
Papá sacudió la cabeza con cansancio.
―Aún no hay cura para la esquizofrenia. Pero tienen algunos
medicamentos que pueden ayudar. A veces ayudan mucho. Si tiene suerte, va a
ser uno de esos casos.
Asentí. Eso me hizo sentir un poco mejor, aunque no mucho. Todavía
quedaba el recuerdo de la voz de Jennifer:
«Algo terrible va a suceder, Sam. Mañana. Ahora lo sé. Va a suceder mañana.»
―Jennifer vino a decirme que algo terrible iba a suceder ―dije―. Dijo que
iba a pasar mañana.
―¿Qué quieres decir? ―dijo mi padre―. ¿Algo terrible como qué?
―No lo sé. Dijo que escuchó… demonios planearlo. ―Sonaba bastante
loco cuando lo decía en voz alta. Añadí sin convicción―: Ella estaba bastante
segura de ello.
―Bueno… ―Mi padre se puso de pie. Estiró la espalda, las manos en sus
caderas―. Yo no me preocuparía por eso. Los esquizofrénicos a menudo
piensan que tienen información secreta sobre conspiraciones y demás. Es parte
de la enfermedad. Lo importante es que ella vaya a un médico antes de que
realmente se lastime o a alguien más.
Asentí.
―Supongo ―dije.
Pero todavía me sentía bastante mal.
110
Me fui a la cama temprano esa noche. Había sido un largo día. La carrera
de atletismo, Burger Joint, Zoe y Jennifer. Mi cuerpo dolía, estaba agotado, y
estaba con el ánimo por el piso.
Pero tan cansado como estaba, no podía dormir. Me acosté en la oscuridad
mucho tiempo con los ojos abiertos, porque cada vez que cerraba los ojos, veía a
Jennifer de nuevo. Veía su rostro, aterrorizado, blanco como tiza en la
oscuridad. La veía luchando con los policías mientras se la llevaban. Incluso con
los ojos abiertos, podía escuchar sus gritos.
«¡Ayúdame, Sam! ¡No dejes que me lleven!»
«¡Sam Hopkins! ¡Es la palabra mágica!»
Pensé en lo que dijo mi padre, de cómo a veces hacer lo correcto se siente
mal. Pensé en lo mal que me había sentido cuando me juntaba con Jeff Winger
en el granero. Entonces me sentí mal porque estaba haciendo algo malo. Ahora
me sentía mal porque había hecho algo bueno. ¿Qué clase de trato podrido era
este?
Finalmente, mis ojos empezaron a ponerse muy pesados. Se cerraron y
finalmente logré conciliar el sueño…
Pero cuando lo hice, tuve un sueño horrible. Así es como fue:
Yo iba en el asiento trasero de un auto. Sabía que no debía estar allí, pero
no podía escapar. Un hombre estaba sentado en la parte delantera conduciendo.
Pensé que debía ser Jeff Winger, pero tenía miedo de ver su rostro. Miré por la
ventana, con la esperanza de encontrar alguna salida. Todo lo que vi fue el
paisaje pasando: colinas, árboles, un lago.
―¿Dónde estamos? ―dije.
El conductor me miró por el espejo retrovisor. Vi que había algo mal con
sus ojos. Mi corazón empezó a latir más rápido. Sabía que algo muy, muy
aterrador estaba a punto de suceder.
Luego sucedió. El conductor se dio la vuelta rápidamente para mirarme. Y
vi que no era Jeff Winger en absoluto. Era un demonio. Su rostro era de color
gris con un hocico largo como el de una rata. Tenía colmillos babosos y se reía,
con los ojos de color rojo fuego. Estaba a punto de hablar.
―¿Ves…?
Pero antes de que pudiera terminar, me desperté con un sobresalto.
Respiraba con fuerza, como si hubiera estado corriendo. Mi corazón estaba
tronando.
Miré alrededor de mi dormitorio. Era por la mañana. El sol entraba por la
ventana, reflejándose en la superficie brillante del poster de Súper Mario en mi
pared. ¡Qué alivio ver la luz del día! ¡Qué alivio ver a Mario!
111
Entonces mi alivio se desvaneció. Me senté, pasando los pies sobre el
borde de la cama y poniéndolos en el suelo. Me acordé de mi sueño. El
demonio. Su rostro aterrador. Había estado a punto de hablar conmigo, a punto
de decirme algo. Tenía ésta horrible sensación en la boca del estómago que
sabía qué era ese algo.
Algo terrible va a suceder. Hoy. Hoy. Hoy.
Hice un ruido y me estremecí. Fue sólo un sueño, me dije. No era real. No
significó nada. Yo estaba molesto por lo que había sucedido la noche anterior y por eso
mi mente lo convirtió en una pesadilla, eso es todo.
Eso fue lo que me dije.
Me lavé, me vestí y bajé las escaleras. Cuando lo hice, noté algo extraño.
Todo estaba tranquilo en la casa. Nadie se movía. No había voces en ningún
lugar. No había ruido en absoluto. Eso no pasa en mi casa temprano en una
mañana de domingo. Mi papá tiene que levantarse muy temprano para estar
listo para el servicio de las ocho. Y a pesar de que no hay coro hasta las diez, mi
madre por lo general se despierta con él para hacer el desayuno y alistarse para
cantar en su servicio y dirigir el grupo de debate de mujeres después y así
sucesivamente. La mayoría de los domingos cuando me despierto puedo oír a
mis padres hablando y las ollas del desayuno y el estrepito de los platos. O si
me levanto un poco más tarde, escucho a mi hermano en la ducha y mi madre
cantando para preparar su voz.
Pero esta mañana: nada. No hay voces en absoluto. Silencio por toda la
casa.
Fui a la planta baja. A la cocina. Allí estaba mi hermano, John. Estaba
sentado solo en la mesa de la cocina, comiendo un pedazo de pan tostado con
una mano y sosteniendo su iPhone en la otra para así poder leer las últimas
noticias en su aplicación deportiva.
Él me miró, masticando su tostada.
―Oye. ¿Cómo estás? ¿Cómo está el cuerpo?
―Un poco mejor, en realidad. No tan adolorido.
―Todavía te ves como basura.
―Gracias.
―¿Te recuperaste de anoche? ―preguntó.
―Sí.
―Eso fue algo bastante retorcido, esa chica gritando de esa manera.
―Sí, lo fue. ¿Dónde está todo el mundo?
112
―Mamá y papá tuvieron que salir. Su amigo, el señor Boling murió
anoche.
―Oh, hombre, eso está muy mal. Él era, como, el mejor amigo de papá.
―Sí, lo sé. Es triste. Pero el sujeto estaba muy viejo y muy enfermo. Papá
dijo que fue totalmente pacífico hasta al final. Sólo dijo que estaba listo para ir a
casa… y se fue. Es la manera en que es, hermano.
―Claro. Sé que lo es.
Y lo sabía. La gente muere. Y no es que estuviera desconsolado al respecto
ni nada. Quiero decir, no conocía al señor Boling del todo bien, y como John
dijo, era un hombre muy viejo y era su hora de irse. Aun así, me acordé de la
mirada cansada en el rostro de mi padre la noche anterior, y me sentí mal de
que tuviera que perder a su viejo amigo. Sabía que estaría triste por ello.
Durante un tiempo, las noticias sobre el señor Boling empujaron a Jennifer
fuera de mi mente. Me olvidé de mi sueño por completo; como he dicho, era
sólo un sueño después de todo. Me hice unas tostadas y luego llegué a la iglesia
para el servicio de las diez.
Mary, la ministro asistente de papá, se había encargado del servicio por él,
para que así pudiera ir a estar con la familia Boling. Mary era una mujer
pequeña, rechoncha con cabello corto y canoso. Tenía una voz fuerte, aguda y
alegre. Era amable y alegre, y a todo el mundo le gustaba. La encontraba cómica
a veces; todo lo que decía sonaba como si estuviera cantando ópera, pero
también me agradaba.
La iglesia estaba llena de gente esta mañana. Mi hermano y yo nos
metimos en un banco cerca de la parte delantera. Yo era un lector y tenía que
levantarme y leer uno de los pasajes de la Escritura para el día.
El servicio continuó y yo esperé mi turno para leer. Mientras lo hacía, en
cierto modo me perdí en mis propios pensamientos: sobre Jennifer, el señor
Boling, Jeff Winger y todas las cosas que habían estado sucediendo este último
par de semanas. Entonces John clavó su codo en mi costado y me di cuenta que
era mi turno. Salté de mi banco y corrí por el pasillo hacia el podio.
Solía ponerme nervioso al leer ante todos, pero ya no tanto. La mayoría de
la gente en la iglesia me había conocido toda mi vida, y no era como si fueran a
reírse de mí si cometía un error o algo así. Estaba un poco avergonzado de mi
cara magullada, pero supuse que todo el pueblo debía haber oído hablar de lo
que había sucedido para entonces. Me tocaba la parte del Antiguo Testamento
hoy y comencé a leer:
―Cuando el Señor cambió la suerte de Zion, fuimos como los que
sueñan… ―Y así sucesivamente.
113
Cuando terminé, bajé y volví a mi banco y me senté al lado de John, y el
servicio continuó.
Y a medida que lo hizo, mi mente comenzó a desviarse de nuevo.
«Fuimos como los que sueñan…»
Empecé a pensar en eso. Me puse a pensar en los sueños de la Biblia. El
sueño que le dijo a Abraham acerca del plan de Dios para Israel. El sueño que le
dijo a José que iba a haber una hambruna en Egipto. El sueño que dijo al
hombre sabio de volver a casa por otro camino…
Mis sueños nunca fueron así. Ellos nunca predecían el futuro, ni nada. La
mayoría de las veces ni siquiera tenían sentido. Al mismo tiempo, empecé a
pensar en los sueños de la Biblia, y luego empecé a pensar en el sueño que tuve
anoche. Cómo yo iba en el auto en el que no se suponía que debía estar.
Buscando una vía de escape, pero sin ver nada fuera a excepción del paisaje.
Luego ese conductor repentinamente volviéndose a mirarme con su cara de
demonio rata… a punto de decir algo…
La congregación a mi alrededor empezó a ponerse de pie para cantar el
himno siguiente. Me puse de pie también, y mientras lo hacía, se me ocurrió
algo. Me quedé allí sosteniendo el libro de himnos, pero mirando al vacío. Mis
labios se separaron, pero no canté.
Recordé el conductor demonio en el sueño. No había estado a punto de
decir algo. Él había dicho algo.
Él había dicho:
―¿Ves…?
¿Ver qué?, pensé. ¿Qué había que ver?
Yo había estado mirando por la ventana buscando una forma de escapar,
tal como lo había hecho cuando Jeff Winger y sus matones me echaron en su
Camaro y me llevaron hasta el granero en la vida real. Había estado mirando
por la ventana y no había nada que ver fuera más que el paisaje. Colinas.
Árboles. Un lago.
«Es un árbol demoníaco. Un roble bajo de ramas extendidas sobre el ibón».
Mientras las palabras de Jennifer sonaban en mi cerebro, sentí como si la
iglesia, la vieja iglesia de piedra con sus altas paredes grises, las banderas de
colores entre las altas ventanas, el canto del coro y la gente a mi alrededor
cantando junto con ellos, todo parecía desaparecer, desvanecerse de mi
consciencia en una especie de oscuridad rodeándolo.
En esa oscuridad, estaba solo de pie bajo un único rayo de luz que caía a
través de las ventanas. Y oí, no el himno cantado por las personas, sino la voz
de Jennifer:
114
«Un ibón es como un lago. Un lago plano, redondo y negro debajo de las ramas
extendidas del árbol. Los demonios salen de él y se reúnen allí. Escriben símbolos del
mal en las paredes. Y pusieron un ataúd bajo el árbol”.
Un roble bajo sobre un lago plano, redondo y negro.
Había visto eso. No sólo en mi sueño. En la vida real. Lo recordaba ahora.
Sucedió cuando Jeff y sus amigos matones me habían conducido por la
colina hasta el granero aquella primera vez. Había estado mirando por la
ventana del Camaro rojo, tratando de averiguar a dónde íbamos, esperando
tener una forma de escapar. Pero no había nada ahí fuera. Nada más que una
ladera de hierba y un árbol de roble extendiendo sus ramas sobre un lago
plano, negro, redondo.
«Los demonios salen de él y se reúnen allí. Escriben símbolos del mal en las
paredes. Y pusieron un ataúd bajo el árbol».
¡Era real! El lugar del que Jennifer estaba hablando… no era sólo una
especie de fantasía que ella tenía a causa de su esquizofrenia. Era un lugar real.
Yo lo había visto con mis propios ojos. Lo que significaba que tal vez…
«Algo terrible va a suceder. Domingo».
Hoy.
Tal vez… pensé, tal vez eso es real también.
115
15
Traducido por Mari NC
Corregido por LizC
arpadeé, y de repente mi entorno volvió a mí. Estaba en la iglesia.
En la banca, de pie junto a mi hermano con el libro de himnos en
mis manos. Las altas paredes grises zumbaron de nuevo en mi
consciencia. Lo mismo hizo las banderas de colores y las ventanas
altas con el sol entrando por ellas. Las personas estaban a cada lado de mí, su
voz subiendo mientras cantaban el himno:
O joven y valiente
Profeta de la antigua Galilea,
Tu vida sigue siendo
una llamada para servir a la
humanidad…
Pero todo lo que podía pensar era: ¡Tengo que salir de aquí!
Tenía que volver a ese camino, volver al lugar donde había visto el árbol y
el lago, el ibón, del que Jennifer me había hablado. No estaba en su pasillo. No
estaba en su mente. Estaba justo a las afueras de la ciudad. Y era real.
«Algo terrible va a suceder. Domingo».
Hoy. Ahora.
Traté de pensar. ¿Qué debo hacer? ¿Había alguien a quien le podría decir?
¿Mi hermano? ¿La policía? ¿Había alguien a quien le pudiera dar una
advertencia?
Pero, ¿qué advertencia? ¿Qué les diría? ¿Que una chica loca había visto
demonios en su pasillo? ¿Que ella estaba corriendo alrededor de la ciudad
asustada de que sus médicos sacaran su cerebro? Ah sí, y por cierto, hizo una
profecía que podría hacerse realidad…
P
116
«Algo terrible…»
Sabía que nadie me creería si les dijera algo de eso. Nadie creería que
Jennifer había visto algo sino una alucinación esquizofrénica. Ni siquiera yo lo
creía. No en realidad. Sólo sentía una necesidad, una necesidad urgente, de salir
de allí, para llegar a la carretera donde había visto el árbol, el ibón, y
descubrir… lo que iba a ocurrir a continuación.
No sería nada, me dije. Por supuesto. Todo era una tonta coincidencia.
Jennifer había visto el roble, el lago y estos habían conseguido enredarse en sus
alucinaciones, eso es todo; la forma en que mis pensamientos y preocupaciones
habían conseguido enredarse en mis sueños.
Pero ahora otro recuerdo volvió a mí. Me acordé de cuando vi a Jennifer
en el bosque, el día en que volvía a mi casa en bicicleta desde el granero, del día
que me metí en la pelea con Jeff. Recuerdo que le pregunté qué estaba haciendo
allí.
«Estoy buscando al diablo», me dijo.
Yo no sabía lo que significaba entonces. En realidad, no sabía lo que
significaba ahora. Sólo sé que cuando lo recordé, mi garganta se secó. Mi
sentimiento de urgencia aumentó. Tenía que salir de allí. Tenía que ir al lago…
Ahora el himno estaba terminando. Ahora Mary estaba llevando la Biblia
por el pasillo con el fin de leer uno de los cuatro Evangelios. Se detuvo a mi
lado. Abrió el libro y empezó a leer.
―Seis días antes de la Pascua, Jesús llegó a Betania…
Ella siempre lee el pasaje del Evangelio en una voz en cierto modo
especialmente fuerte y anunciada. Prácticamente retumbó en mis oídos.
―Allí se dio una cena para él…
Yo no podía salir de la iglesia ahora. No podía simplemente empujar a
Mary en medio de la lectura del Evangelio y salir por el pasillo. Tragué saliva, o
lo intenté. Ahora la lectura había terminado. Mary estaba marchando hacia
atrás por el pasillo hacia el altar. Tomando su lugar detrás del alto púlpito para
ofrecer su sermón. ¿Qué podía hacer? No podía salir durante su sermón
tampoco. No para esto. No porque sucedió que recordé un árbol que se parecía
al árbol en las visiones de Jennifer…
«Algo terrible va a suceder».
―Algo terrible va a suceder ―dijo Mary desde el púlpito.
―¿Qué? ―dije, asombrado de que la voz resonante de Mary se había
hecho eco de la de Jennifer, había hecho eco de mis pensamientos.
La gente en las bancas miró hacia atrás para ver quién había hablado. Mi
hermano susurró:
117
―No hagas ruido, idiota.
Lo miré fijamente en silencio estúpido. Me volví de nuevo hacia Mary y la
miré.
―Jesús lo sabe ―continuó Mary―, y por eso él habla como lo hace en el
Evangelio de hoy…
Me sentí como si estuviera en un sueño. Las palabras de Mary eran sólo
una parte de su sermón. Pero aun así, se hicieron eco de mis pensamientos, se
hicieron eco de la predicción de Jennifer, y me golpeó como un mensaje, una
señal de algún tipo.
¿Yo estaba loco también? ¿O alguien estaba tratando de decirme algo?
Realmente tenía que salir de aquí. Tenía que llegar al árbol, al ibón.
El sermón parecía no terminar nunca. No podía escucharlo. No podía
pensar en otra cosa excepto la voz desesperada de Jennifer:
«Algo terrible…»
Finalmente, Mary había terminado. Se inclinó hacia el micrófono del
púlpito. Dijo un sincero:
―Amén.
―Me tengo que ir ―le dije a John.
Supongo que John debe de haber pensado que estaba escapando para usar
el baño. No dijo nada cuando me metí en el pasillo y corrí hacia la puerta
trasera… y salí.
Era un día frío. Un fuerte viento soplaba. Nubes grises se movían
rápidamente sobre un cielo azul brillante, arrastrando sus sombras sobre el
suelo. Sentí la fuerza del viento en mi cabello y en mi mejilla mientras empujaba
mis piernas doloridas y corría a toda velocidad sobre el césped verde de la
iglesia hacia mi casa, luego por el lado de la casa hasta el porche donde
guardaba mi bicicleta.
Momentos después estaba pedaleando tan duro como podía a través de
un poderoso viento en mi contra. Alegre de sentir mi cuerpo finalmente
trabajando mejor, sanando. Haciendo mi camino hasta el borde de la ciudad,
por el camino de campo, a la base de la colina donde el camino destrozado
conducía hacia el campo.
Me sentí extraño y culpable de estar fuera en el camino en un momento en
que estaba por lo general en la iglesia. Mientras viajaba me puse a pensar que
tal vez estaba siendo ridículo. Tal vez estaba actuando tan loco como Jennifer. O
tal vez, quizás me sentía tan mal por estar por ahí sin poder hacer nada
mientras la policía se llevaba a Jennifer anoche que había inventado toda esta
118
situación, este sueño, este sentido de urgencia, para sentirme mejor, para
hacerme sentir como si al menos estaba haciendo algo para ayudarla.
Pero eso no importaba ahora. Sin importar qué, tenía que llegar a ese
árbol. Tenía que llegar al ibón. Tenía que ver si realmente había un ataúd allí, si
realmente había algo terrible a punto de suceder, y si lo había, ver si podría
detenerlo o no.
Llegué a la colina y empecé a subir la carretera. No había estado allí desde
que Jeff Winger y sus muchachos me golpearon. ¿Y sabes qué? No estaba feliz
de estar allí ahora. Tenía miedo de encontrarme con Jeff, o Harry Mac o Ed P.
¿Qué pasaría si me vieran en el medio de la nada de esta forma sin el hermano
de Jennifer, Mark, para protegerme?
El viento me golpeó mientras pedaleaba con fuerza por la larga y ventosa
pendiente, gruñendo por el esfuerzo. Escaneé el paisaje a mí alrededor. Las
colinas de hierba. Los rodales de árboles. Casas y graneros aquí y allá, la
mayoría de ellos vacíos, oscuros y abandonados.
Me dije que me iba a sentir terriblemente estúpido una vez que viera que
no había nada de qué preocuparse. ¿Cómo iba a explicarle a mi hermano por
qué me había ido corriendo de la iglesia de esa manera?
Entonces lo vi. Justo como lo recordaba. Un roble bajo extendiendo sus
ramas tan lejos que era más amplio de lo que era alto. Y debajo de él…
«Un lago plano, redondo y negro».
Un ibón, al igual que Jennifer había dicho.
Dejé mi bicicleta a un lado de la carretera y empecé a subir la ladera
cubierta de hierba a pie. No podía correr todo el camino. Estaba demasiado
cansado de pedalear. Pero corrí lo más que pude y luego caminé rápidamente,
pasando primero a través de una maraña de árboles y luego en las praderas
abiertas de la colina.
Era una escena extraña la de ahí. Yo estaba completamente solo. Nadie a la
vista en ningún lugar hasta donde podía ver. El cielo se veía enorme y las nubes
parecían volar a través de él como si estuviera en una película en cámara
rápida. El sol se oscureció y se iluminó de nuevo mientras las nubes pasaban.
La hierba se doblaba por el viento, y el viento susurraba entre los árboles detrás
de mí y sacudía sus ramas desnudas. Todo el lugar parecía de alguna manera
con vida.
Más adelante, pude ver el bajo roble arquearse, balancearse y recitar en el
viento.
«Es un árbol demoníaco».
Eso es lo que Jennifer me había dicho.
119
«Los demonios salen de él y se reúnen allí. Escriben símbolos del mal en las
paredes. Y pusieron un ataúd bajo el árbol».
Miré a mí alrededor sobre la colina vacía. No vi ningún demonio. No vi
ningún ataúd tampoco. Pero podía ver el lago ahora con mayor claridad a
medida que me acercaba. Un lago pequeño y redondo, como Jennifer había
dicho, más pequeño que un charco grande en realidad. Pude ver su superficie
plana agitándose por el viento, las pequeñas olas en movimiento constante en
toda la superficie, como si algo estuviera debajo del agua, agitando las olas,
subiendo, a punto de salir…
«Ellos pusieron un ataúd bajo el árbol. La cosa en el ataúd estaba muerta. Y
entonces se estiró hacia mí. Tenía los dedos esqueléticos».
Mientras recordaba las palabras de Jennifer, a medida que me trasladaba
hasta la colina hacia el árbol y el lago, empecé a ponerme muy nervioso. Tuve
ésta sensación de que algo estaba detrás de mí, siguiéndome, alcanzándome por
la espalda con sus dedos esqueléticos…
Me di media vuelta para comprobar, aún moviéndome hacia atrás a la
colina.
Nada estaba allí, por supuesto. Sólo la ladera vacía. La hierba agitándose.
Los árboles ondeando en el fondo. Las sombras pasando a medida que las
nubes corrían por encima.
Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Me di la vuelta y corrí subiendo la ladera.
Llegué al roble en la cresta. El viento empujaba a través de él por detrás,
haciendo que sus amplias ramas se mecieran hacia adelante, casi como si fueran
a rodearme y apoderarse de mí. Me incliné hacia delante, las manos en las
rodillas, con la cabeza baja, tratando de recuperar el aliento después de la
subida. Miré al lago agitándose donde el agua subía y bajaba.
Ningunos demonios a la vista, eso era seguro. Ningún ataúd. Nada
“terrible” parecía estar a punto de suceder. Sólo estaba siendo tonto. Siguiendo
las visiones de una esquizofrénica. Siguiendo mis sueños como si fueran reales.
Sólo estaba tratando de hacerme sentir mejor sobre el hecho de que no había
nada que pudiera hacer para ayudar a Jennifer.
Me enderecé. Y entonces vi el viejo granero.
Había estado escondido detrás del roble, bajando por la ladera de la
colina, fuera de la vista desde abajo. Lo veía ahora a través de las ramas en
movimiento.
Di un paso alrededor del árbol y me asomé por la pendiente. Sentí algo
retorciéndose en mi interior a medida que obtenía mi primera buena mirada del
granero.
120
No era un lugar agradable a la vista. Estaba viejo, vacío, abandonado.
Hace tiempo que la pintura se había desgastado, y las tablas estaban podridas y
astilladas. La puerta del establo estaba cerrada, un tornillo de madera
manteniéndola en su lugar. Pero el viento hacía a la puerta corcovear y golpear
como si alguien, o algo, estuviera presionándola desde atrás.
Miré a mí alrededor. El vacío de la colina parecía caótico con las sombras
de las nubes corriendo. Se trataba de un misterioso y solitario lugar para estar y
yo quería salir de allí rápido, ahora. Me dije: He hecho mi trabajo. He comprobado
las cosas. Nada terrible está sucediendo. Después de todo, Jennifer no había
mencionado el granero en su visión. Sólo el árbol y el lago.
Pero incluso cuando me dije que diera la vuelta y corriera de nuevo a mi
bicicleta, empecé a moverme por la pendiente de la colina hacia el granero.
Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Cuanto más me acercaba al lugar, más fantasmagórico parecía. Grande.
Oscuro. Vacío. Y parecía expandirse y estremecerse con el viento. La puerta
seguía golpeando contra su perno, luchando contra sus goznes. Cuanto más me
acercaba, más esperaba que la puerta se abriera de golpe y algo, los demonios
de Jennifer, tal vez, viniera corriendo hacia mí.
Llegué al granero. Una vez más, tuve la sensación de que alguien, algo, se
arrastraba detrás de mí. Una vez más, miré a mí alrededor. Una vez más, no vi
nada.
Me volví hacia la puerta y puse mis manos en el perno. Sentí la puerta en
movimiento y el esfuerzo en contra de mi mano, como un ser vivo.
Levanté el perno. Tiré de la puerta grande abriéndola. El granero se
extendía amplio y oscuro en frente de mí.
Allí estaba el ataúd.
Ya no estaba nervioso. Estaba asustado como el infierno. Tenía el
estómago en nudos. Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no salir
corriendo.
No es realmente un ataúd, me dije. Es sólo un cajón. Es sólo un viejo cajón en un
granero vacío.
Y eso era cierto. No tenía forma de ataúd. Simplemente parecía una vieja
caja de envío o algo así.
Pero no podía dejar de notar que era del tamaño justo para contener un
cuerpo.
«La cosa en el ataúd estaba muerta. Y entonces se estiró hacia mí. Tenía dedos
esqueléticos».
121
Debo irme, me dije. Debo salir de aquí, obtener alguna ayuda. Debo llamar a la
policía.
Pero, ¿qué le diría a la policía si los llamaba? ¿Hay un granero vacío con
una caja en él? ¿Hay una chica esquizofrénica que dice que algo terrible va a
suceder? ¿Y tuve un sueño? ¿Y hay sueños en la Biblia?
No. Sonaría ridículo. A pesar de todos mis temores, a pesar de mi
imaginación al estilo película-de-terror, nada había pasado realmente. Nada
terrible. Nada en absoluto.
El problema era que, todavía sentía que no podía salir de aquí antes de
que estuviera seguro de que todo estaba bien.
Así que entré en el granero.
La luz del día desapareció detrás de mí. Las sombras del granero se
cerraron sobre mí. El lugar era grande y estaba vacío y las sombras eran
oscuras. Vagamente podía distinguir montones de basura, herramientas
agrícolas, madera, piezas de automóviles, cajas, yaciendo contra la pared. No
pude evitar sentir que había cosas en movimiento que no se veían en medio de
esas extrañamente formadas pilas, pero me dije que era sólo mi imaginación.
Me acerqué a la caja en el centro del piso de tierra.
«La cosa en el ataúd estaba muerta. Y entonces se estiró hacia mí».
Negué rápidamente, con la esperanza de deshacerme de las palabras de
Jennifer.
Pero ahora, mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, vi algo
más. Algo en las paredes. Escritura. Símbolos rayados. Me volví y vi una foto
de una calavera sonriente. Una imagen de un diablo con una sonrisa. La palabra
MUERTE salpicada en grandes letras.
«Los demonios salen de él y se reúnen allí. Escriben símbolos del mal en las
paredes».
Se me cortó la respiración y un sonido salió de mí, un sonido que no me
gustaba escuchar, un gemido aterrado que me hizo sonar como un niño
asustado del monstruo debajo de mi cama, tratando de no llamar a mi mamá.
¿Qué era este lugar? ¿Qué era esa caja? ¿Qué estaba sucediendo?
Tenía muchas ganas de correr. Quería tanto correr que fue casi como si
mis piernas fueran a empezar a moverse sin mí. Pero me quedé pensando en lo
que Jennifer había dicho… había repetido una y otra vez:
«Algo terrible va a suceder. Domingo».
Hoy. Ahora.
122
¡Hacer lo correcto!, me grité en mi mente. ¡Hacer lo correcto, sin temor a nada,
Sam!
Si algo terrible iba a suceder, y si yo era el único que sabía, y si pudiera
hacer algo para detenerlo, entonces tenía que averiguar lo que estaba pasando y
hacer todo lo que pudiera.
Di otro paso hacia la caja.
Y algo dentro de ella comenzó a moverse.
Me detuve en seco, esperando. Mi boca colgaba abierta. Pensé que tenía
que estar imaginando cosas. Pero no había manera. De ninguna manera me
estaba imaginando esto. Claramente, desde el interior de la caja, se oyó el
sonido de golpeteos. Incluso me pareció ver la caja temblar un poco, como si
algo estuviera retorciéndose por ahí.
Y entonces… otro ruido… no estaba seguro de lo que era al principio.
Luego lo estaba. Era una voz. Amortiguada. Esforzándose para hablar. Una voz
humana.
Esto no era un demonio. ¡Alguien estaba allí! Alguien estaba atrapado en
esa caja. Luchando por salir. Pidiendo ayuda.
¡Hacer lo correcto!
Me había olvidado por completo de las contusiones y los puntos dolorosos
en mi cuerpo ahora. Corrí hacia adelante. La caja tenía una tapa en la parte
superior de la misma. La tapa estaba martillada. Había cuerdas pasando a
través de los espacios entre las tablas y los espacios en la caja. Las cuerdas
estaban anudadas para mantener la tapa en su lugar.
Me arrodillé delante de la caja y empecé a tratar de desatar los nudos lo
más rápido que pude. No fue fácil. Me temblaban las manos como un loco.
Sentí las sombras del granero en movimiento a mí alrededor. Me pareció que
los símbolos en la pared me miraban: la cabeza de la muerte con una sonrisa, el
diablo sonriendo, los extraños símbolos, las palabras rayadas… MUERTE… me
sentí seguro de que algo estaba escondiéndose detrás de los montones de
basura en las paredes, mirándome…
Y todo el tiempo, desde el interior de la caja, el ruido de golpes
continuaba, creciendo más rápido, más desesperado, pensé. La voz apagada
trató de gritar, quebrándose en su esfuerzo. Sonaba en pánico y con miedo.
Tiré frenéticamente de la cuerda, y, finalmente, finalmente, el nudo se
aflojó. Agarré de la tapa y la aparté de la caja.
Mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad ahora. Por lo que pude
ver con claridad lo que había dentro, quién estaba dentro de la caja.
123
Era Harry Mac. El amigote musculoso de Jeff Winger. El tipo que me había
perseguido hasta el puente del ferrocarril. El tipo que había ayudado a Jeff a
golpearme hasta dejarme en el suelo. Estaba atado con cuerdas. Estaba
amordazado con un viejo pañuelo. Sus ojos estaban de color blanco por el
terror. Su rostro estaba manchado de sangre.
Luchando contra las cuerdas que lo ataban, gritó hacia mí frenéticamente
detrás de la mordaza. No podía distinguir las palabras, pero sabía que estaba
tratando de gritar para pedir ayuda.
Me estiré hacia delante para tirar hacia abajo la mordaza, pero antes de
que pudiera hacerlo, oí un ruido detrás de mí.
Me volví y vi una silueta cargando hacia mí de entre las sombras.
Y de repente, el viento se alzó. La puerta del establo se cerró. Oscuridad.
Un segundo después, algo me golpeó, duro, a un lado de la cabeza, y me
derrumbé en una oscuridad más profunda todavía.
124
16
Traducido por AariS
Corregido por LizC
o sé cuánto tiempo estuve inconsciente. No se sintió como mucho
tiempo en absoluto. Al principio, cuando me desperté, no podía
recordar nada. No podía recordar dónde estaba o lo que había
estado haciendo. Difícilmente podía pensar en algo más excepto
el dolor palpitando en mi frente.
Era consciente de que estaba oscuro. Era consciente de que estaba
incómodo, mi cara presionada contra la fría y áspera tierra. Era consciente de
que, en algún lugar, el viento estaba soplando, rugiendo por todo mí alrededor.
Había otro sonido también, un lamento agudo a lo lejos, casi escondido dentro
del viento. ¿Qué era eso?
Pero antes de que pudiera adivinarlo, fui consciente de un sonido más
fuerte: el traqueteo de una puerta, golpeando sobre sus goznes…
Entonces todo regresó a mí. Dónde estaba. Qué había pasado. El árbol. El
lago. El granero. El ataúd. La figura cargando a través de las sombras…
¡Harry Mac!
Comencé a incorporarme rápidamente, pero en el minuto en que lo hice, el
dolor palpitante por encima de mis ojos se convirtió en un punzante cuchillo de
agonía. Grité, agarrando mi cabeza. Estrellas y manchas púrpura destellaron
delante de mí. Me senté allí en el suelo del granero, medio erguido, sosteniendo
el lugar magullado, mi cuerpo ondeando hacia atrás y adelante mientras
reprimía las náuseas.
El viento continuaba soplando. Y ese sonido de lamento agudo escondido
en el viento se hizo más fuerte, más estable. ¿Qué era?
Harry Mac…
Reprimí el dolor. Tenía que ayudarlo. Me di la vuelta hacia la caja en el
centro de la habitación. Sólo podía distinguirla en las sombras que surgían más
N
125
ligeras y más oscuras cuando la puerta se movía con el viento, ya que dejaba
pasar la luz del sol de fuera y luego la bloqueaba de nuevo.
Pero la caja aún estaba ahí, justo donde la había dejado. La tapa estaba
justo como la había dejado también, quitada, apoyada contra el lado.
Encogiéndome ante el dolor, me moví hacia la caja, me sostuve al lateral, y
me alcé por encima de ella. Bajé la vista hacia el interior.
Harry Mac estaba aún ahí, aún aprisionado, aún amordazado, aún
mirándome fijamente con sus ojos blancos. Llegué al interior y agarré su
hombro.
―Harry Mac, ¿estás bien?
No respondió.
―Harry…
Traté de levantarlo, pero estaba lánguido, demasiado pesado. Me incliné
hacia delante en la caja e intenté conseguir un mejor agarre. Y cuando lo hice,
vi…
―¡Oh! ―dije. Me quedé sin aliento.
Harry Mac estaba todavía mirándome fijamente, pero ahora me daba
cuenta: sus ojos ya no estaban llenos de miedo. Sus ojos estaban vacíos.
Completamente vacíos.
Harry Mac estaba muerto. Un redondo agujero de bala aparecía
oscuramente en el centro de su pecho.
Me caí hacia atrás de la caja, arrastrándome lejos. Las imágenes y palabras
en la pared parecieron girar a mí alrededor por todos lados. La calavera
sonriente. El diablo sonriente. Muerte.
Mientras retrocedía arrastrándome, mi mano tocó un frío metal. Vi algo
yaciendo bajo mis dedos. Una pistola.
La puerta traqueteó. El viento sopló. Ese sonido de lamento agudo se
volvió más y más fuerte, más y más cercano.
Supe lo que era ahora. Era una sirena.
La policía. Estaban casi aquí.
126
17
Traducido por Aяia
Corregido por LizC
l detective Freddy Sims era gordo y calvo. Con su barriga
redonda y cabeza redonda, se parecía un poco a un muñeco de
nieve, sólo que con grandes y pobladas cejas. También, tenía
estas bolsas para nada como un muñeco de nieve bajo sus ojos y
labios finos que se curvaban en una esquina en algo como una sonrisa
permanente, como si encontrara todo el mundo un poco estúpido y molesto
pero de alguna forma gracioso al mismo tiempo.
Entró a la habitación donde yo estaba sentado. Era una pequeña
habitación en la comisaría. Era blanca con azulejos insonorizados en las paredes
y el techo. No había nada aparte de una mesa larga, sillas, y una cámara de
vídeo colgada arriba en una esquina. Había visto muchas habitaciones como
esta en la televisión en series policíacas. En las series, los detectives
interrogaban a la gente en habitaciones como ésta hasta que la gente empezaba
a llorar y confesaba el asesinato. Como puedes suponer, no estaba contento de
estar aquí.
Al menos no estaba solo. Después de que me arrestaran en el granero, la
policía llamó a mi padre. Él vino directo desde la casa de los Boiling, todavía
con jeans y una camisa de franela a cuadros. Sus ojos parecían húmedos y
brillantes como si estuviera dolorido. Supongo que lo estaba. Primero muere su
mejor amigo, ¿luego su hijo se ve involucrado en un asesinato? No era un buen
día para mi padre.
Papá y yo estábamos sentados el uno junto al otro en la mesa. Intenté no
tocar la venda que me habían puesto en la cabeza detrás de la oreja derecha.
Cubría el sitio donde había sido golpeado, el cual seguía palpitando y doliendo
a pesar de la gran cantidad de aspirina extra fuerte.
E
127
El detective Sims con forma de muñeco de nieve se sentó frente a nosotros.
Había una carpeta negra en la mesa delante de él. A lo largo del lado de la
carpeta, había una etiqueta que decía: “Macintyre, H”. Macintyre era el apellido
completo de Harry Mac.
Sims presionó las puntas de sus dedos regordetes juntos y miró hacia ellos
con esa sonrisa permanente suya… como si encontrara sus manos ridículas de
alguna manera. Luego me miró. Continuó sonriendo.
―¿Eres Sam Hopkins? ―preguntó, como si eso fuera divertido también.
―Sí ―dije. Mi voz tembló un poco. Aunque no había roto ninguna ley,
estaba nervioso por hablar con un policía.
―Según tengo entendido, nuestros oficiales te encontraron solo en un
granero abandonado con el cadáver de Harry Macintyre. ¿Es eso correcto?
―Sí, pero…
El detective Sims sostuvo un dedo en alto, diciéndome que permaneciera
callado. Me quedé callado.
―Me han dicho que el señor Macintyre ha sido disparado con una pistola
automática de 9 mm.
―Lo sé, pero…
―La pistola en cuestión también estaba en el granero.
―Sí, pero yo nunca…
―Y tenía tus huellas en ella.
―Sí, pero no sé…
―Ahora bien, tú y este señor Macintyre… me dicen que ustedes dos han
tenido una pelea hace poco, ¿no?
―Sí, pero…
El detective Sims levanta un dedo otra vez.
―Y según tengo entendido, el señor Macintyre y sus amigos te dieron una
paliza bastante severa.
―Sí, pero esa es la cuestión…
―Sabes lo que significa la palabra motivo, ¿no, Sam?
―Sí, pero…
―Permítame usarla en una frase para que esté seguro de que me
entiendes ―dijo el detective muñeco de nieve, todavía sonriendo―. Sam
Hopkins fue apaleado por Harry Macintyre, por lo que el motivo de Sam para
asesinar a Harry fue la venganza.
Hubo una explosión de horror dentro de mí.
128
―¡Yo no asesiné a Harry Mac! ―casi grité las palabras, la idea era muy
aterradora―. No asesinaría a nadie.
―Entonces, ¿qué hacías exactamente en el granero con un cadáver y un
arma? ―preguntó el detective.
―Ya les he explicado eso a los oficiales que me trajeron aquí.
―Bueno, ahora explícamelo a mí.
Así lo hice. Le conté cómo Jennifer había tenido una alucinación sobre
demonios y luego yo había tenido un sueño y luego la Biblia había mencionado
sueños y recordé cómo había visto el árbol y el lago y fui allí porque Jennifer
dijo que iba a pasar algo terrible y Harry Mac estaba en una caja ahí y había
sido asesinado.
Cuando terminé de hablar, hubo un largo, largo silencio. El detective Sims
juntó las puntas de sus dedos. Continuó sonriendo. Sus pobladas cejas
rebotaron arriba y abajo en su redonda cabeza de muñeco de nieve.
―¿Esa es tu historia? ―me preguntó finalmente.
―¡Eso es lo que pasó! ―insistí.
―Una chica loca tuvo alucinaciones sobre demonios y otras cosas. Luego
tú tuviste un sueño. Y todo se hizo realidad.
―Bueno… ¡sí! Básicamente. Sí ―dije. Estaba empezando a sentirme
enfermo del estómago. ¿Era realmente posible que la policía pudiera pensar que
yo había asesinado a Harry Mac?
El detective Sims asintió.
―Está bien ―dijo―. Está bien. Esa es tu historia entonces. ―Alcanzó la
carpeta negra y la acercó a él. La abrió y examinó la primera hoja dentro―.
Ahora permíteme contarte otra historia ―continuó―. Veremos cuál suena más
plausible. En mi historia, Jeff Winger, Harry Macintyre y Ed Polanski son una
banda de ladrones. Roban autos y allanan casas, luego mandan su botín a un
equipo en Albany, quienes lo venden y les dan a ellos una parte de las
ganancias. Jeff te mete en el grupo y empieza a darte clases sobre cómo ser un
ladrón también. Pero de alguna manera tú y Harry Mac tienen una discusión, y
Harry convence a los demás para dejarte fuera de la acción. Te dan una paliza y
te mandan lejos. Así que decides vengarte de Harry, esperando que los demás
te dejen volver al equipo. Así que esta mañana aproximadamente a las once,
secuestraste a Harry Mac. Lo llevaste al granero. Y le mataste a tiros.
Abrí la boca para intentar responderle, pero no pude. Sentía como si
hubiera algo bloqueando mi garganta. Todo en lo que podía pensar era ser
llevado a la cárcel. ¡Acusado de asesinato! ¡Encerrado de por vida! Sólo me
senté ahí con mi boca abierta.
129
Finalmente, mi padre habló por mí en su modo usual calmado, serio y
pensativo.
―Detective Sims ―dijo―, puede ver que mi hijo fue golpeado muy fuerte
en la parte posterior de su cabeza, ¿no?
―Sí, por supuesto que puedo, pero…
Mi padre le hizo al detective lo que el detective me había hecho a mí:
levantó un dedo para silenciarlo.
―Debe saber que él no pudo habérselo hecho a sí mismo.
―Bueno, no, pero…
―Así que eso significa que sabe que había alguien más en el granero con
él.
―Sí, pero…
―Alguien que debió secuestrar a Harry Mac porque en el momento que
fue secuestrado, mi hijo estaba en la iglesia, leyendo delante de toda la
congregación.
El detective Sims se encogió de hombros.
―Está bien. Tal vez tuvo un cómplice que hizo el secuestro, pero…
El rostro serio de mi padre se arrugó con una pequeña y calmada sonrisa
de las suyas.
―Sólo que ya sabe que eso no es verdad, ¿no, detective?
Esta vez el detective no respondió. Continuó sonriendo como antes, pero
supe que, detrás de su sonrisa estaba molesto.
Observé casi sin respirar. ¿De qué estaba hablando papá? ¿Por qué estaba
haciendo que el detective se enfadara?
―Sabía que mi hijo pasaba el rato con Jeff Winger ―continuó mi padre
con el mismo tono calmado―. Sabía que Winger y sus matones le dieron una
paliza a mi hijo. Ese es el tipo de cosa que ha podido escuchar por el pueblo.
Pero también sabía que Winger daba a mi hijo clases de romper cerraduras y
robar autos. Eso es información confidencial. Supongo que usted tenía un
informante en la banda de Winger, alguien que hablaba con usted sobre toda la
operación de los robos.
―Reverendo Hopkins… ―empezó el detective Sims.
―Supongo que ese informante era Harry Mac ―dijo mi padre.
Por primera vez, el detective Sims dejó de sonreír. Sus mejillas se
sonrojaron, sólo ligeramente, pero pude verlo. Y sus ojos se oscurecieron
también. Todavía parecía un muñeco de nieve, pero ahora se parecía a un
muñeco de nieve muy, muy enfadado.
130
Y yo estaba pensando: ¿Qué? ¿Harry Mac? ¿Un informante? ¿Cómo ha
averiguado eso mi padre?
―Sabe lo que significa la palabra motivo, ¿no, detective? ―dijo mi padre
entonces―. Permítame usarla en una frase para que esté seguro de que me
entiende: Harry Mac informaba sobre Jeff Winger y Ed Polanski, así que Winger
quiso silenciarlo y ese fue su motivo para matarle.
Mi padre y el detective Sims estuvieron sentados mirándose durante otro
largo silencio.
Y ahora el horror dentro de mí se había transformado casi
instantáneamente en esperanza. Me di cuenta de lo que había pasado, lo que
había hecho mi padre. Y pensé: ¡Guau! ¡Papá! ¡Dale! Mi padre era mejor
detective que el detective.
Finalmente, el detective Sims se aclaró la garganta.
―No estoy diciendo que su hijo actuara solo. Pero sus huellas dactilares
estaban en el arma y…
―Mi hijo quedó inconsciente, detective ―dijo mi padre―. Cualquiera
podría haber envuelto su mano alrededor de esa pistola. De hecho, ¿por qué
dejarlo inconsciente en primer lugar a no ser que quisiera hacer eso
exactamente?
―¿Querer hacer exactamente qué? ―dijo el detective Sims.
―Inculpar a mi hijo por asesinato ―dijo papá―. Quiero decir, ¿si mi hijo
hubiera disparado esa arma, no habría residuos de pólvora en sus manos?
¿Manchas de sangre en su camisa? ¿Encontró algo como eso?
Otra vez, el detective Sims no respondió. Y otra vez, pensé: ¡Guau! ¡Papá!
¿Residuos de pólvora? ¿Manchas de sangre? ¿Dónde había aprendido esas
cosas? Mi padre nunca veía series policíacas en la televisión.
―Mi hijo no podría haber estado ahí para secuestrar a Harry Mac, estaba
en la iglesia en ese momento. Y obviamente no disparó el arma que lo mató. Eso
deja la versión de los eventos de mi hijo como la única versión plausible aquí
―dijo papá.
El detective Sims miró a mi padre desde el otro lado de la mesa y no dijo
nada. No había nada que pudiera decir.
Ahora mi padre se volvió a mí.
―Sam, ¿tienes algo más que quieras decirle al detective?
Pensé en ello.
―No ―dije―. Le he contado todo en lo que puedo pensar.
131
La silla de mi padre chirrió contra el suelo cuando la empujó de la mesa y
se levantó. Era muy alto, a mí me parecía como si su cabeza fuera a rozar el
techo. Miró hacia abajo, muy abajo, al detective Sims.
―¿Va a arrestar a mi hijo? ―preguntó.
Contuve la respiración mientras esperaba a que el detective Sims
respondiera. Después de lo que me pareció el silencio más largo de todos, el
detective dijo finalmente:
―No. No, hoy no. Pero si se mete en algún problema más, si se mete en mi
camino siquiera, vamos a seguir con esto otra vez. Puede que no le tenga por
asesinato, todavía no. Pero tengo suficiente para acusarlo de ser parte de la
banda de Winger.
―Excepto que sabe que no lo era ―dijo mi padre―. Porque Harry Mac
era su informante, y le contó lo que pasó.
El detective Sims no respondió.
―Bueno, en ese caso, voy a llevarle a casa ―dijo mi padre. Luego me dijo
a mí―: Vámonos, Sam.
Créeme, no tuvo que decírmelo dos veces.
132
18
Traducido por Ariadniss Corregido por Xhessii
eguí a mi papá fuera de la sala de interrogaciones hasta la sala de
detectives, y ahí estaba Jeff Winger.
La sala de detective no tenía ventanas y tenía un montón de
folletos y papeles pegados en los tablones de anuncios en las
paredes. Había tres escritorios grises y uno de los detectives estaba sentado
detrás de uno de los escritorios, hablando por teléfono. En el otro escritorio,
había un detective escribiendo en una computadora. Jeff estaba sentado a su
lado.
Jeff estaba esposado. Se veía totalmente miserable. Tenía la cabeza
cabizbaja y sus ojos de comadreja no estaban viendo a todos lados como suelen
hacer. Estaban viendo al suelo.
Hasta que entré, eso fue todo. Cuando Jeff escuchó la puerta de la sala de
interrogatorios abrirse, sus ojos miraron hacia arriba. Me miró al mismo tiempo
que yo lo miré. Me observó fijamente y sus ojos se veían muy oscuros e
infelices, y la verdad me sentí mal por él a pesar de que me había golpeado. Él
no tenía un padre que lo sacara de los problemas… y tenía mucho de ellos.
Me detuve por un minuto y me quedé ahí viendo a Jeff viéndome a mí.
Entonces mi padre dejó de caminar. Se volteó y me agarró el brazo.
―Vamos, hijo ―dijo.
Y salí de la sala de detectives con mi papá mientras Jeff Winger estaba
sentado ahí esposado, mirándome ir.
Me mantuve callado hasta que mi papá y yo estuvimos en el Passat,
conduciendo fuera del estacionamiento de la estación de policías.
―¡Papá! ―dije―. ¡Eso fue increíble! ¡Fue genial! ¡Hiciste que ese detective
se retractara! ¡Nunca supo qué lo golpeó!
―Bueno ―dijo mi padre en voz baja―. Eso nos hace dos.
S
133
Estaba a punto de decir algo más cuando mi boca se cerró de un
chasquido. Realmente no había tenido tiempo para pensar en cómo mi papá
había visto todo esto. Yo escapándome sin decirle a nadie, metiéndome en
problemas con Jeff Winger sin decirle nada a él, y esta vez eran problemas
reales. Esto no era sólo una pelea de puños al lado de la carretera. ¡Harry Mac
estaba muerto! Y por un minuto allí, antes de que mi papá lanzara su rayo de la
muerte en Sims, me sentí como si yo fuera el principal sospechoso.
―Escucha, papá. Realmente lo siento. Soy como, el peor hijo. No quise…
―No, no, no ―dijo mi padre, levantando las manos mientras conducía―.
Puedo ver lo que pasó. No estoy seguro de que hayas hecho lo correcto, pero
puedo ver que no hiciste nada realmente malo… no por lo que pueda decir de
todos modos.
Entonces, me quedé en silencio, pensando en todo lo que había sucedido.
El Passat se paseó por una calle rodeada de árboles. Era un domingo tranquilo
ahí fuera, el césped y las aceras vacías, nadie a la vista. El sol de la tarde brillaba
a través de las ramas de invierno, enviando manchas de luz y sombras sobre el
parabrisas.
―¿Cómo pudo pasar? ―pregunté después de un tiempo―. ¿Cómo la
alucinación de Jennifer pudo hacerse real?
Mi padre negó.
―No lo sé.
―¿Crees que…?
No pude encontrar una manera de ordenar las palabras, así que después
de un minuto mi papá me miró.
―¿Que sí creo qué?
―Bueno, ¿crees que Jennifer pueda ser como un profeta o algo así?
―¿Un profeta? ―repitió como si nunca hubiese escuchado esa palabra―.
¿A qué te refieres?
―Bueno, hay profetas en la Biblia, ¿no? Las personas tenían visiones
acerca de lo que iba a suceder…
Mi padre soltó una risa infeliz.
―Bueno… creo que los profetas de la Biblia eran sólo personas muy sabias
que sabían cómo escuchar a Dios en sus corazones y entendían que las acciones
tienen consecuencias.
―Pero los profetas tenían visiones, ¿no?
―Sí, algunos de ellos.
134
―Así que, quiero decir, ¿no es posible que Jennifer sea alguien así? Quiero
decir, tal vez su mamá la está llevando al doctor y dándole medicina y lo que
sea, y ella está bien… sólo está teniendo visiones de cosas que todavía no han
pasado.
Vi a mi padre meditándolo. La comisura de su boca se convirtió en una
sonrisa mientras conducía, pero era una sonrisa muy triste, pensé.
―Escucha, Sam ―dijo finalmente―. Jennifer es una chica enferma. Tiene
un trastorno mental y está teniendo alucinaciones. ¿Cómo esas alucinaciones
lograron llevarte a ese granero en donde justo asesinaron a Harry Mac? Bueno,
eso no lo sé, pero…
Se detuvo. Pensé que había algo que quería decir, pero ahora era él quien
no podía encontrar qué palabras usar.
―Pero, ¿qué? ―dije.
―Ay, Sam… ―dijo mi padre en un suspiro―. He dedicado mi vida a mi
fe, así que sabes lo que creo. Creo que hay poderes más allá de los que vemos,
pero…
―Pero, ¿qué?
―Bueno, el mundo no es un lugar mágico, eso es todo. Las cosas que
ocurren son bastante predecibles, y por lo general pueden ser explicadas en
términos normales. Las personas hacen cosas malas y nosotros no podemos
controlar las cosas malas. Las personas se lastiman unas a otras. Se enferman.
Envejecen y… ―Se encogió de hombros.
Y mueren, pensé. Como el señor Boling.
Mi padre me miró y yo aparté la vista hacia otro lado, porque se veía
triste. Supongo que lo estaba. Supongo que por eso sonaba triste.
―Entonces… ¿cómo explicas lo que pasó? ―le pregunté―. ¿Cómo explicas
que Jennifer tuviera una alucinación sobre un ataúd con alguien vivo adentro, y
luego cuando fui a ese lugar hubiera una caja con Harry Mac vivo dentro de
ella, justo como ella lo vio? Y, ¿qué pasa con ella diciéndome que algo terrible
iba a suceder el domingo, y luego lo hizo?
―No lo sé ―dijo papá―. No puedo explicarlo. Tal vez sólo fuera una
especie de coincidencia o… algo. No lo sé. ―Hizo que el Passat se detuviera en
una señal de pare. Se quedó allí un segundo para voltear y verme―. Lo que sí
sé es que Jennifer necesita ayuda médica. No es un profeta, Sam. Lo que tiene
son alucinaciones, no visiones.
Quería discutir con él, pero decidí no hacerlo. Él parecía que quería dejar
de hablar de ello ahora.
135
Me hubiera gustado dejar de hablar también. Pero no había manera.
Cuando llegamos a casa, tuve que contarle toda la historia a John, quien estaba
un poco molesto por haber salido corriendo de la iglesia sin decirle. Luego esa
noche, cuando mi mamá llegó de la casa de los Boling, se lo tuve que contar.
Prácticamente llegó al techo como el corcho de una botella.
Luego, al día siguiente en el colegio, lunes, todo el mundo quería saber de
eso. Zoe me preguntó sobre ello en clase de historia. Mark, Nathan y Justin
hicieron un gran escándalo en la cafetería, empujando a los chicos a sus mesas y
haciendo que les contara la historia, incluso si ya conocían los detalles. En la
noche, incluso una estación de radio llamó a la casa para una entrevista, pero
papá no los dejó hablar conmigo.
Más noticias salieron al día siguiente. Oímos que Jeff Winger y Ed P.
habían sido acusados por el asesinato de Harry Mac y un montón de cosas más,
como robar autos. Supongo que eso significa que mi padre estaba en lo cierto y
habían asesinado a Harry Mac porque le estaba hablando a la policía sobre lo
que Jeff hacía. Días después nos enteramos que los dos habían conseguido
abogados. Iban a ser juzgados como adultos y enfrentaban largas condenas en
prisión, incluso condena de por vida.
Obtuve pocas noticias sobre Jennifer. Mark no quería hablar mucho de
ello. Me dijo que su hermana había sido puesta en la sala de alta seguridad del
Hospital St. Agnes porque estaba muy alterada. Dijo que estaban a la espera
que la medicina anti-esquizofrenia hiciera efecto; entonces esperaban que ella se
calmara para ponerla con el resto de los pacientes.
No fue sino hasta el final de la semana que las cosas empezaron a calmarse
un poco. Y para el viernes la gente finalmente hablaba de otra cosa… llamada,
la gran carrera de atletismo contra el Empire y Cole. De hecho, la gente estaba
tan emocionada por ello, estuve todo el día sin que alguien me preguntara
sobre Jeff, Harry o Ed. Estaba contento por eso. Realmente contento. Pensé que
tal vez todo el asunto había terminado. De hecho, esa noche después de la cena,
fui a mi computadora y le mandé un mensaje a Joe:
YO: Bueno, supongo que es el final de todo.
JOE: Supongo que sí.
YO: Ya me quitaron el vendaje. Casi me veo normal.
JOE: Esa sería la primera vez.
YO: Estoy realmente feliz de que haya terminado. Ha sido horrible.
136
JOE: Bueno, es como has dicho, ya se acabó.
Justo en ese momento, mi teléfono celular sonó. No reconocí el número en
la pantalla. Contesté.
―Sam Hopkins, Sam Hopkins ―susurró una voz sin aliento.
―¿Jennifer? ―dije. Mi corazón comenzó a acelerarse. ¿Ahora qué?
―Tengo que decirte lo siguiente que va a pasar ―dijo Jennifer.
―¿Lo siguiente? ―le dije, o traté de decir a través de mi garganta seca―.
¿Qué quieres decir? Jennifer, ¿dónde estás? ¿Te escapaste de nuevo?
―No puedo huir. No puedo, Sam Hopkins. Me encerraron. Me encerraron
en el castillo del demonio.
¿El castillo del demonio?, pensé.
―¿El hospital? ―dije―. ¿St. Agnes?
―Ellos me dieron medicina para que no pudiera escuchar, para que no
pudiera ver. Pero puedo escuchar, Sam. Puedo ver. Veo con mis ojos. A través de
las mentiras. Veo quién muere.
―Jennifer ―dije―. Lo que dices no tiene sentido.
―Veo lo que va a ocurrir, Sam…
Me lamí los labios secos. Traté de recordar lo que dijo mi papá. Ella sólo
estaba enferma. Estaba teniendo alucinaciones.
Pero también recordé a Harry Mac en la caja, como un hombre en un
ataúd, justo como había dicho Jennifer.
―¿Qué ves, Jennifer? ―le pregunté―. ¿Qué ves que va a pasar?
Hubo una larga pausa. Y entonces de pronto, y esto es realmente
aterrador, Jennifer susurró en voz muy baja:
―¡Tantos muertos, Sam! ¡Tantos muertos!
137
Parte 4
138
Traducido por LeiiBach Corregido por Xhessii
ennifer durmió, soñó, se despertó y se durmió otra vez. Los
demonios la tenían encerrada. Encerrada en su castillo demonio.
Podía oírlos. Invisibles. Reuniéndose. Susurrando. Planeando…
Ahora somos libres.
Ahora ella no nos puede detener.
Ahora Sam Hopkins no nos puede detener.
Podemos hacer lo que queremos.
Podemos matar.
Podemos matarlos a todos.
Yacía acurrucada en la cama de su habitación. Trató de mantenerse
despierta para escuchar. Trató de ponerse de pie. Trató de ir a la puerta, de
atraparlos, de la forma en que a veces lo hacía en casa. Pero aquí, en el castillo,
los hechiceros le habían dado una poción. Que la hacía somnolienta. La
somnolencia hizo que los demonios susurrantes sonaran lejos. Tuvo que hacer
un gran esfuerzo para escucharlos. Pero todavía podía distinguir sus palabras.
Mañana.
Mañana, vamos a matarlos a todos.
Mañana, verán nuestro poder.
No le digas a Sam.
―Tengo que decirle a Sam ―murmuró Jennifer en el colchón. Pero no
podía moverse. No podía salir de la cama. Ni siquiera podía mantener los ojos
abiertos…
Sus ojos se abrieron de repente. Había estado dormida de nuevo. Perdida
en un sueño terrible. Muerte empapada de sangre. Cuerpos por todas partes.
Rodó sobre su espalda. Se quedó mirando el techo. Escuchó.
Nada.
Los susurros se habían detenido.
Rápidamente, Jennifer se sentó. Movió sus piernas por un lado de la cama,
se sentó agarrando el borde del colchón con los dedos. La somnolencia todavía
se dejaba caer pesadamente en ella. Estiró los ojos muy abiertos. Sacudió lejos el
sueño. Miró a su alrededor.
Estaba en una habitación nueva. No en el cuarto en el que la habían puesto
al principio, cuando la policía la había capturado, cuando la habían apartado de
su amigo mágico y llevado otra vez al hospital demonio. Entonces la habían
J
139
encerrado. Y le habían dado sus pociones que la hacían dormir, para que así no
pudiera dejar de dormir.
―Vamos a darte una medicina para que te sientas mejor ―dijo la doctora
Demonio Fletcher con la bonita cara de pastel de maple―. Vamos a hacer que
los susurros de los demonios desaparezcan. ¿No quieres eso?
Jennifer lo quería. Lo quería mucho, más que nada.
Todo eso fue hace días, ahora no estaba segura de cuántos. No estaba
segura de cuándo la habían sacado de la habitación cerrada con llave y la
habían traído aquí. Se sentó en el borde de la cama y miró a su alrededor. Su
nueva habitación era pequeña, pero agradable. Allí estaba la cama, un escritorio
y una silla. Había un cuaderno en el escritorio y un marcador para que pudiera
escribir. Había un pequeño calendario. Era viernes.
Viernes, pensó Jennifer, y se estremeció. Ahora lo sabía.
Esta habitación no era tan acogedora como la habitación de su casa, pero
se sentía más segura de alguna manera. No estaban todos los animales, carteles
y princesas mirando con los ojos para ver quién miente, para ver quién muere…
Y Jennifer se dio cuenta de algo más también. Era tranquilo aquí. Muy
tranquilo. El murmullo se había detenido. Tal vez, pensó, sin atreverse a la
esperanza, tal vez la medicina había funcionado.
Jennifer se puso de pie en medio del extraño silencio. Era difícil de
sostenerse porque la somnolencia estaba asentada sobre sus hombros como una
gárgola de piedra. La hizo sentir como una chica gárgola, tan pesada como una
piedra.
Había una pequeña ventana en la pared detrás de ella. Se movió hacia ella,
inestable en sus pesadas piernas de chica gárgola. Presionó el rostro en el
vidrio, mirando fuera.
Estaba oscuro. Era de noche. Pero había un foco prendido y pudo
distinguir algunas cosas en su resplandor. Podía ver el patio del hospital, un
piso por debajo de ella. Pasto. Caminos. Bancas. Un gran árbol en el centro. Las
paredes del hospital se levantaban a cada lado de ella en la sombra. Paredes
oscuras como las oscuras almenas de un castillo demonio.
¿Pensaban que la estaban engañando cuando lo llamaron un hospital?
Jennifer escudriñó el patio. No había nadie allí excepto…
Excepto que cada vez que miraba en una dirección, captaba un
movimiento por el rabillo de su ojo en la otra dirección. Pero cuando se giraba
para mirar en esa dirección… nada. Nadie.
Debido a que se movían en secreto. Por eso. Es por eso que no había
susurros. Ellos guardaban silencio. Así ella no escucharía, no vería.
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Jennifer se giró. Tuvo que parpadear un par de veces porque la
somnolencia gárgola estaba colgando de sus párpados, tratando de obligarlos a
cerrarse, al igual que la gárgola estaba asentada en sus hombros de chica
gárgola, tratando de llevarla de vuelta a la cama.
De todos modos, empujando sus pesadas piernas de piedra hacia delante,
fue hacia la puerta. Trató de mover la perilla. ¿Estaba también encerrada aquí?
¡No! El pomo de la puerta giró. La puerta se abrió.
Jennifer salió a un pasillo. Casi de inmediato, una señora estaba allí,
caminando hacia ella. La vista de la señora sorprendió a Jennifer y de repente se
sintió menos somnolienta, más despierta.
La señora tenía un rostro moreno. Llevaba ropa blanca. ¿Era un ángel? No,
sólo una señora. Le sonrió.
―Hola, Jennifer ―le dijo―. ¿Cómo estás?
Jennifer trató de sonreír, pero su rostro se sentía pedregoso también
¿Quién era esta señora-ángel blanco-morena? ¿Qué quería?
―¿Tienes hambre? ―preguntó la mujer.
Jennifer se dio cuenta que en realidad tenía hambre. Asintió.
La señora ángel sonrió.
―Ya pasó la hora de la cena, pero pensé que podrías querer algo de comer
cuando te despertaras por lo que te guardé un poco de algo. Ve a la sala común
y te lo llevaré allí.
Señaló por el pasillo hacia una puerta. Jennifer trató de sonreír de nuevo, y
lo hizo mejor esta vez. Se sentía más despierta. Se movió en la dirección que la
mujer señaló.
Escuchó con atención mientras caminaba por el pasillo, ahora vacío. No
había susurros. No había ruidos. Tal vez los demonios se habían ido como dijo
la doctora Fletcher que lo harían. Mientras caminaba, giró la cabeza, girándola
rápidamente, a uno y a otro lado, tratando de encontrarlos, tratando de ver si se
estaban escondidos en las sombras, esquivos en las sombras, pero no, no había
nadie. Tal vez estaba segura aquí. Tal vez la medicina había hecho que
desparecieran. Quizás…
Llegó a la amplia puerta de entrada a la sala común. Y se detuvo. Y se
quedó inmóvil, boquiabierta de horror.
Su sueño se había hecho realidad y la muerte estaba en todas partes.
Cuerpos estaban por todas partes, por toda la sala común. Cadáveres
asesinados, su carne desgarrada por heridas de bala. Extendidos en las sillas, su
sangre manchando la tapicería. Tirados en el suelo en charcos rojos de sangre.
Por todas partes Jennifer veía… ¡muertos, muertos!
141
Se echó hacia atrás, llevándose su mano a la boca, a punto de gritar,
cuando todo a la vez…
―¡Aquí vamos!
Sorprendida, Jennifer dejó escapar un pequeño grito y se giró para ver…
Sólo era la señora ángel, acercándose a ella con una bandeja. Un sándwich.
Un vaso de jugo. Una galleta. En una bandeja. Ángel sonriente.
―Adelante ―dijo ella, señalando a la sala común.
Jennifer miró de nuevo. Dejó escapar el aliento en un largo suspiro.
Todo estaba bien ahora. Los muertos habían desaparecido. La sangre se
había ido. La sala común estaba vacía. Había cómodas sillas grandes. Dos sofás.
Un televisor en la pared. Todo estaba normal, excepto…
Excepto el reloj. El redondo reloj alto en la pared. Las manecillas del reloj
estaban girando, girando rápidamente. Las horas pasando. Los días.
Mañana, pensó Jennifer. Mañana.
―Adelante ―dijo la señora de nuevo.
Jennifer entró por la puerta que daba a la sala común. Todo estaba normal
ahora, pero podía oler el humo de la pistola. Podía oler la sangre. Podía oler la
muerte.
―Voy a poner esto justo aquí ―dijo la mujer.
Vamos a matarlos a todos, susurró un demonio de repente en el oído de
Jennifer.
Jennifer se puso las manos en sus oídos para apartar el susurro, pero luego
rápidamente las bajó de nuevo porque no quería que la señora ángel viera.
Mañana. Mañana.
Tenía que llamar a Sam. Tenía que advertir a Sam.
―¿Hay un teléfono en alguna parte? ―preguntó, dijo las palabras incluso
antes de pensarlas.
La señora dejó la bandeja sobre la mesita de uno de los sillones. Se
enderezó y miró a Jennifer.
―Bueno, sí lo hay ―dijo―, pero se supone que sólo debes utilizarlo en
determinados momentos…
―Yo… ―Jennifer trató de pensar en una respuesta, y de repente la
respuesta le vino a la cabeza, así como de la nada―. Quiero llamar a mi amigo.
No sabe nada de mí desde hace días. Quiero que sepa que estoy bien.
La señora vaciló, pero luego sonrió, con una sonrisa blanca de ángel en su
rostro moreno, y dijo:
142
―Bueno, ya que acabas de salir de la sala de alta seguridad, creo que es
justo dejarte llamar a un amigo. ¿Quieres comer primero o…?
―No ―dijo Jennifer, las palabras adecuadas vinieron a ella―. Me temo
que será demasiado tarde y él ya estará dormido.
―Está bien. Bueno, vamos a ver qué podemos hacer.
La señora la sacó de la sala común. Por el pasillo. Mientras Jennifer
caminaba detrás de ella, oyó susurros, murmullos, balbuceos, pero no podía
distinguir las palabras que decían. Pensó que se estaban riendo.
―Aquí estamos ―dijo la señora―. Sólo tienes que ir de nuevo a la sala
común cuando hayas terminado y tu sándwich estará esperando por ti.
La señora abrió la puerta de una pequeña habitación. En el interior había
varios escritorios con separadores en ellos, barreras se alzaban en los escritorios,
protegiéndolos de los otros escritorios. En cada mesa había un teléfono. No
había nadie más en la habitación.
―No más de cinco minutos, ¿de acuerdo? ―dijo la señora de blanco―.
Esa es la norma.
―Muy bien ―dijo Jennifer.
La señora de blanco la dejó allí sola. Jennifer se sentó en uno de los
escritorios. Bajó la cabeza baja, baja, baja, casi apretando su mejilla contra el
escritorio por lo que estaba escondida, para que nadie pudiera verla por encima
de los separadores, y ella no podía ver a nadie, no podía ver el resto de la
habitación.
Tomó el teléfono. Su mano estaba temblando. Estaba tratando de
mantener la calma. Marcó el número de Sam Hopkins. Se lo sabía de memoria.
―¿Hola? ―dijo Sam.
Jennifer estaba tan feliz de escuchar su voz. Dijo su nombre mágico. Lo
dijo dos veces.
―Sam Hopkins. Sam Hopkins.
―¿Jennifer? ―dijo Sam.
― Tengo que decirte lo siguiente que va a pasar ―dijo rápidamente. Tenía
que hablar con rapidez antes de que los demonios la encontraran―. Puedo ver.
Veo con mis ojos. A través de las mentiras. Veo quién muere. Veo lo que va a
ocurrir, Sam.
Hubo una pausa. Luego Sam preguntó:
―¿Qué ves, Jennifer?
Trató de decirle. Sobre los cuerpos en la sala común. Sobre el reloj en
movimiento. Mañana. Iba a pasar mañana. Comenzó a emocionarse mientras
143
trataba de hacerle entender. Levantó la cabeza. Aferrándose al teléfono,
sosteniéndolo en su agitación, temblando, sudándole las manos, se puso de pie.
El aliento se le quedó atascado en la garganta.
Ahí estaba otra vez. La muerte. En todos lados. Los cuerpos. En todos
lados. Piscinas de sangre. Cuerpos extendidos sobre las mesas y tendidos en el
suelo. Y el reloj en la pared, girando.
Mañana.
Jennifer trató de gritar, pero su voz no sonó más alto que un susurro.
―¡Tantos muertos, Sam! ―susurró―. ¡Tantos muertos!
―Jennifer. ―La voz asustada de Sam regresó a ella―. ¿Quién está
muerto? ¿Qué está pasando? Dime lo que ves.
―¡Mañana! ―Las palabras apenas salieron de ella―. ¡Mañana! ¡Muchos!
―¡Jennifer, dime lo que ves!
Estaba a punto de tratar de explicárselo, pero ahora la puerta de la sala de
teléfonos se abrió. La señora de blanco, la señora ángel, entró.
Jennifer la miró y luego miró alrededor de la habitación. Todos los
muertos habían desparecido. Todo había vuelto a la normalidad. Jennifer sólo
pudo permanecer de pie, mirando.
―Es hora de irse ―le dijo la señora ángel.
Y se acercó a Jennifer, tomó el teléfono de su mano flácida, y suavemente
lo colgó en la base.
144
19
Traducido por Martinafab Corregido por Xhessii
e repente, el teléfono se quedó en silencio.
―¿Hola? ―grité―. ¿Hola?
Pero no hubo respuesta, nada. Jennifer había colgado. Se había
ido.
Bajé el celular de mi oreja y me quedé mirando al espacio. Pensé: Tantos
muertos. Mañana. Tantos muertos.
Algo en la computadora llamó mi atención.
JOE: ¿Sam? ¿Sigues ahí?
Dudé por solo un segundo, entonces escribí rápidamente:
YO: Me tengo que ir.
Y me lancé fuera de la habitación.
―¡Papá! ¡Papá! ―grité.
Bajé por las escaleras de dos en dos, tan rápido que casi me tropecé y caí
de cabeza hasta abajo. Mis pies se deslizaron por el suelo cuando llegué al
último escalón. Tuve que agarrar el poste de la barandilla para no caerme.
―¡Papá! ¡Pa…!
―Vaya, Sam. ¿Qué está pasando? ¿Qué pasa?
D
145
Papá estaba allí, justo en frente de mí. Agarró mis hombros para que no
me cayera.
―Jennifer me llamó ―le dije. Apenas podía pronunciar las palabras,
estaban mezclándose juntas en mi mente y en mi boca―. Jennifer… ella… en el
teléfono…
―Está bien, está bien, más despacio. Dime qué pasó.
Mi padre, mucho más alto que yo, parpadeó hacia abajo a mí a través de
sus lentes de alta graduación. Mi madre también había entrado en la habitación
ante el sonido de mis gritos y estaba de pie detrás de él. John estaba en la parte
de arriba de las escaleras ahora, mirando hacia abajo. Todos me estaban
mirando, esperando oír lo que estaba a punto de decir.
Tomé aire, tratando de frenar mi acelerado cerebro para así poder
conseguir las palabras adecuadas.
―Jennifer me llamó a mi teléfono.
―¿Desde el hospital? ―dijo mi padre.
―Supongo. Sí. No sé. Sí, probablemente. Dijo que había tenido otra… otra
visión.
Mi padre se enderezó un poco por la sorpresa. Todavía se aferraba a mis
hombros.
―Una visión. ¿Qué quieres decir?
―Ella dijo: “Tantos muertos. Tantos muertos”. Seguía diciéndolo. Dijo que
iba a pasar mañana.
No sé lo que esperaba que ocurriera después. Supongo que pensé que mi
padre iba a saltar al teléfono y llamar a la policía o algo así. Pero en vez de
conseguir más emoción de su parte, tan emocionado como yo lo estaba, parecía
algo relajado. Me soltó. Puso las manos en los bolsillos. Su boca se medio
frunció toda en un lado.
―Mira, Sam ―dijo―, hemos hablado de esto. Jennifer es una chica muy
enferma. Tiene alucinaciones…
―Lo sé, pero….
―No es un profeta, Sam. No ve el futuro. Esa no es la forma en que las
cosas funcionan. No tiene sentido.
―Pero la última vez sus alucinaciones se hicieron realidad.
―Sus alucinaciones no se hicieron realidad…
―Harry Mac… ―empecé a decir.
146
―Harry Mac fue asesinado por sus compañeros criminales después de
que informó al respecto a la policía. Eso no tiene nada que ver con demonios o
ataúdes o profecías. Sólo fue un crimen.
―¡Pero Jennifer lo vio! ¡Vio que iba a suceder!
Mi padre sonrió con algo de dolor. Miró por encima de su hombro a mi
madre. Ella en cierto modo se encogió de hombros.
―No vio a Harry Mac ser asesinado, Sam ―explicó papá
pacientemente―. Sabes que no lo hizo. Lo que vio fueron unos demonios y un
ataúd y todo tipo de cosas locas: una alucinación. Admito que de alguna
manera eso te hace pensar en el lugar donde mataron a Harry. Pero eso no
quiere decir…
―¡Pero no pudo haber sido una coincidencia!
―Al contrario ―dijo papá―. Creo que fue, obviamente, una especie de
coincidencia. No creo que pueda haber ninguna otra explicación. Y de todos
modos, las personas que son responsables están en la cárcel. No van hacer daño
a nadie más.
No podía creer que estaba escuchando esto. No podía creer que mi padre
lo estuviera diciendo. Lo miré con la boca abierta. ¿Por qué no podía ver lo que
estaba sucediendo? Jennifer había tenido una visión, una visión de muerte
viniendo mañana… «tantos muertos». Iba a hacerse realidad al igual que la otra.
Lo sabía. Estaba absolutamente seguro.
Alguien tenía que saber lo que significaba. Alguien tenía que evitar que
sucediera.
―Papá… ―empecé.
―Sam ―dijo―, ¿qué es exactamente lo que quieres que haga?
―Bueno… ¿al menos no deberíamos llamar al detective Sims? ¿No
deberíamos decirle lo que dijo Jennifer?
―No creo que debamos molestar al detective ―dijo mi madre
rápidamente, con una mirada de preocupación en su rostro―. Casi te acusó de
homicidio, Sam. Debemos permanecer lejos de él tanto como nos sea posible.
No necesitamos más problemas hoy.
Pero mi padre, después de pensarlo un momento, dijo:
―No, creo que es justo. Creo que el detective Sims querría saber acerca de
esto. Lo voy a llamar por la mañana.
―¿Por la mañana? ―casi grité―. ¡Sólo tenemos hasta mañana!
―Bueno, el detective Sims probablemente ha ido a su casa para pasar la
noche…
147
―Bueno, ¿no puedes llamar al 911?
―No voy a llamar al 911 para reportar una alucinación ―dijo papá,
empezando a sonar impaciente. Pero entonces pude verle pensar todo sobre el
asunto un poco más. Y dijo―: Pero voy a llamar al departamento ahora y
decirle a quien sea que esté ahí.
Mi madre y yo nos quedamos en la sala de estar y escuchamos mientras
mi padre llamaba a la policía. Le oímos preguntar por Sims. Luego le oímos
decir:
―Bueno, ¿hay algún otro detective de turno? ―Después de una espera,
supongo que alguien vino, porque mi papá se los explicó: exactamente lo que le
había dicho sobre la llamada y lo que dijo Jennifer. Habló con su voz tranquila y
razonable de costumbre. No sonaba paranoico o siquiera preocupado. Sólo
sonaba como si pensara que era algo que deberían saber.
Finalmente, colgó.
En el momento en que lo hizo, le pregunté:
―¿Qué dijeron? ¿Qué dijeron?
―Fue otro detective. Brody. Dijo que iba a decirle al detective Sims al
respecto por la mañana.
―¿Por la mañana?
―Él no sonaba muy preocupado.
―Pero Jennifer dijo…
―Lo sé, sé lo que dijo, Sam. Pero este detective Brody estaba familiarizado
con el caso de Jennifer. Dice que los médicos ahora están bastante seguros de
que ella está sufriendo de esquizofrenia. Dice que es algo poco probable que
algo de lo que diga tenga relación alguna con la realidad. Y, francamente, Sam,
tengo que estar de acuerdo con él.
―¡Pero ella sabía sobre Harry Mac! ―insistí.
Esta vez mi padre sólo me miró sin decir nada. No tuvo que decir nada.
Podía leer lo que estaba pensando allí mismo, en su rostro. No creyó por un
segundo que Jennifer estuviera teniendo visiones de cosas reales que realmente
sucederían. Él pensó que era simplemente una locura. Esquizofrenia.
―No te preocupes, ¿de acuerdo? ―dijo―. La policía está en ello, y ellos se
ocuparán por la mañana.
Pero me preocupaba. Me preocupaba mucho. De hecho, el próximo par de
horas, eso es prácticamente todo lo que hice: preocuparme. Volví a mi
habitación. Caminé alrededor. Me acosté en mi cama. Me quedé mirando al
techo. Me levanté y caminé alrededor un poco más. Todo el tiempo, todo en lo
148
que podía pensar era en Jennifer: Jennifer susurrando. Podía escucharla, casi
como si estuviera de pie justo a mi lado.
«Tantos muertos. Mañana. Tantos muertos».
Mi padre no había oído eso. No había oído el miedo en su voz. Yo lo había
hecho. Y no podía dejar de escucharlo. Las palabras de Jennifer trajeron todas
estas imágenes a mi cabeza. Imágenes de muertos yaciendo por todas partes.
Cuerpos. Sangre. Y bien, algunas de estas imágenes, supongo, eran de películas
de terror que había visto en la televisión, pero de todos modos, se veían
bastante realistas. Y cuanto más pensaba acerca de ellas, más me paseaba de un
lado a otro, más me acordaba de Jennifer susurrando a través del teléfono…
bueno, más realistas estas imágenes empezaron a verse.
Eran más de las diez ahora. Escuché a mis padres venir lentamente por las
escaleras. Seguí sus voces en el rellano.
―Qué semana ―dijo mi padre pesadamente.
―La alegría viene por la mañana ―dijo mi madre, algo que siempre decía
cuando alguien estaba teniendo un mal rato.
―Eso espero ―dijo mi padre―. Porque, en serio… qué semana terrible.
Entonces oí la puerta de su dormitorio cerrarse y sus voces se volvieron
sordas y finalmente silenciosas. La casa estaba en silencio a mí alrededor. Me
sentía solo. Realmente solo. Como si tal vez fuera la última persona que
quedaba en el mundo.
Y estaba asustado. Más asustado, creo, de lo que nunca había estado en mi
vida. Porque de alguna manera me las había arreglado para convencerme por
completo de que Jennifer estaba diciendo la verdad. Me sentí absolutamente
seguro de que los cuerpos y la muerte que había visto eran reales, cosas reales
que realmente iban a suceder en el futuro. Mañana. Estaba seguro de que
Jennifer estaba teniendo visiones como los profetas de la Biblia tuvieron.
La muerte… tantos muertos… mañana.
De alguna manera este desastre ya parecía real para mí. No había duda en
mi mente de que iba a suceder. Tienes que entender eso. Tienes que hacerlo…
porque esa es la única forma en que serás capaz de entender lo que hice
después.
149
20
Traducido por PaulaMayair Corregido por Xhessii
az lo correcto. Sin temor a nada.
Esperé hasta que todo el mundo estaba dormido, luego me
arrastré fuera de la casa. Tomé dos cosas: una linterna y el
Destructor, la herramienta para abrir cerraduras que Jeff
Winger me había dado. Llevaba mi abrigo de otoño con los dos grandes
bolsillos. Puse la linterna en un bolsillo y el Destructor en el otro.
Estaba frío afuera. Frío y oscuro. Solo había una franja de luna, y en su
mayoría estaba enterrada debajo de una manta en movimiento constante de
nubes. Mi bici tenía una luz en ella, pero la mantuve apagada al principio.
Había farolas para ver y pensé que si la policía me viera, un chico por su cuenta
a estas horas, me detendrían y harían preguntas. Eso era algo en lo que mi
madre estaba en lo correcto: no quería tratar con la policía más de lo que ya lo
había hecho.
Pedaleé rápido, tomando calles secundarias. La ciudad estaba dormida.
Las luces de las casas estaban apagadas. Había muy pocos autos en la carretera.
No había peatones.
El Hospital St. Agnes estaba muy lejos. Había buscado la dirección en
línea. Era un viaje de una hora por lo menos en la Ruta 33. Cuando llegué a la
carretera de dos carriles, encendí mis luces y me puse a pedalear tan rápido
como podía.
Traté de no pensar, pero pensé, y todo lo que pensé me provocó más y
más miedo. Pensé en la gente muerta que Jennifer había visto. Pensé en lo que
la policía diría si me atrapaban en la carretera. Pensé en lo que diría mi padre si
la policía me capturaba y llevaba a casa. Pensé en lo que diría mi madre.
Entonces pensé en los muertos y lo que pasaría si no llegaba a Jennifer a
tiempo.
H
150
Monté. El bosque se cerró alrededor de mí, acercándose hasta la carretera
en ambos lados. Sentí lo más profundo de su oscuridad y empecé a imaginar
que acechaban presencias entre los árboles, viéndome pasar. En un momento,
fuera del horizonte vacío, un par de luces brillaron de repente. Un gran camión
me pasó, regresando al pueblo. Vi al conductor en la cabina iluminada. Lo vi
mirarme al pasar, con los ojos entrecerrados. Lo imaginé tomando su radio y
llamando a la policía: Hay un chico aquí en el camino…
Entonces el camión pasó, su estela de viento haciendo a mi bicicleta vacilar
de un lado a otro tambaleándose.
Seguí pedaleando. Era una buena cosa que hubiera estado corriendo
mucho, practicando para las pruebas de atletismo. Mis piernas eran fuertes,
pero aun así, dolían como locas. Mi respiración era buena, pero aun así, jadeaba
bastante duro. Necesitaba descansar, pero seguía pensando: No, ve un poco más
lejos, un poco más lejos…
Entonces, de repente, ahí estaba.
Cuando llegué alrededor de una curva en la carretera, los árboles se
abrieron a mi izquierda. Había una puerta de entrada. Sólo un pequeño espacio.
Una puerta. Sin luces. La apertura estaba casi oculta por las sombras del bosque
y casi fui directo a ella. Entonces vi a la señal: St. Agnes Centro de Salud Mental.
Ese era el lugar.
Detuve mi bici, con mis pies en el suelo. Miré a través de las puertas. No
había nada visible salvo un largo camino que conducía a través de una colina y
fuera de la vista. En la oscuridad no se parecía a un recorrido atractivo. No, en
absoluto.
Pensé para mis adentros: Todavía hay tiempo para regresar. Si eres reservado
sobre ello, nadie siquiera sabrá que te fuiste.
Entonces me dije: Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Hombre, en ese momento lamenté haber visto alguna vez esa pequeña
estatua del arcángel Miguel en la estantería de mi padre. Lamenté haber visto
esas palabras en latín.
Pero no importaba si estaba arrepentido o no. Sabía que no podía volver
atrás. Tenía que tratar de llegar a Jennifer. Tenía que tratar de detener lo que se
avecinaba.
Me bajé de mi bicicleta y la dirigí a los árboles. La dejé en el bosque, fuera
de la vista de algún auto que podría pasar. Luego seguí caminando, con la
esperanza de encontrar un camino alrededor de la puerta.
Me había imaginado que habría todo tipo de obstáculos: altos muros,
cercas eléctricas, incluso guardias y perros patrullando el lugar para evitar que
los enfermos mentales se escaparan. De hecho, no había nada de eso. Cuando
151
salí de los árboles, estaba en un pequeño césped. Un camino corría junto a él.
Me quedé en el césped, pero seguí el camino. Cuando llegué sobre una pequeña
colina, vi el hospital. Fue tan fácil.
Mientras me acercaba al edificio, sin embargo, mi estómago hizo esa cosa
de nuevo, como si fuera en un ascensor demasiado rápido. El hospital era una
gran estructura de ladrillo. Era sólo de dos pisos de altura, pero había un techo
tipo castillo en la parte frontal de él, dándole un extra de dos pisos más. Luego
las paredes sobresalían a ambos lados de un largo camino. Había un montón de
grandes ventanales en las paredes y lámparas en algunas de las ventanas, pero
muchas de ellas estaban a oscuras. El edificio se alzaba negro contra el cielo
plateado. Los cristales oscuros miraban hacia mí vacíamente como los ojos de
un esqueleto. La gran puerta central estaba cerrada herméticamente y hacía que
el lugar pareciera inhóspito. De vez en cuando, vi una sombra pasando a través
de una ventana iluminada arriba, y sabía que había gente dentro y estaban
despiertos, moviéndose, y estarían atentos a los intrusos.
Me moví con cuidado a través de la noche. Me acerqué al edificio y luego
seguí su pared hasta el lado. Estaba buscando una forma, algún camino además
de irrumpir a través de la puerta principal.
Pasé por una serie de grandes ventanales. Presioné mi cara en ellos y miré
dentro. Eran en su mayoría oficinas, oscuras y vacías. Luego, cuando llegué a la
esquina trasera de la pared, había una hilera de ventanas más pequeñas, más
cercanas al suelo. Todas estas ventanas también estaban oscuras. Mirando a mi
derecha e izquierda para asegurarme de que no había nadie viéndome, me
acerqué a las ventanas más pequeñas. Me arrodillé y presioné mi cara contra
una de ellas. No podía ver nada, así que saqué mi linterna e iluminé a través del
cristal de la ventana. Como esperaba, estaba viendo en la bodega del hospital.
Vi una especie de sala de azulejos con un gran baño en el centro de ella. Pasé a
la siguiente ventana. Esta vez vi un bote de basura con escobas sobresaliendo de
ella. Había un estante alto con toallas y sábanas en él. Había un par de overoles
verdes colgados en la pared.
Esa era la ventana que quería.
Tomé el Destructor de mi bolsillo. Jeff Winger me había enseñado bien su
oficio. En menos de quince segundos tuve el seguro de las ventanas quitado y
abierta. Supongo que habría sido un buen ladrón, si me hubiera apegado a ello.
Pero justo cuando estaba empujando la ventana, pensé: ¿Y si hay una
alarma?
Ya era demasiado tarde. La ventana traqueteó hacia arriba. Contuve la
respiración, esperando la sirena.
Sin sirena. Sin alarma. Silencio.
Me agarré del umbral, escalé y entré por la ventana.
152
Caí al suelo. Mis zapatillas amortiguaron el sonido de mi aterrizaje. Me
agaché allí, escuchando. Durante un largo rato no pude oír nada excepto los
latidos de mi propio corazón y mi respiración rápida y nerviosa. Entonces,
mientras me calmaba un poco, empecé a oír los ruidos del edificio: aire
moviéndose a través de los respiraderos; pasos en los pasillos por encima de mí;
voces apagadas distantes apareciendo y desapareciendo.
Iluminé con mi linterna alrededor. Como esperaba, estaba en un gran
armario de suministro: una pequeña habitación con estantes de toallas y ropa
de cama, botes de basura con ruedas, escobas, un par de carritos, etc. También
había overoles, no sólo los que colgaban en la puerta, sino algunos otros en
perchas, colgados de una varilla.
Me moví rápidamente a los overoles y empecé a buscar a través de ellos
por uno de mi talla. El mejor que encontré parecía grande, pero era lo más
cercano que podía conseguir. Estaba empezando a quitarlo de la percha cuando
oí un ruido. Alguien estaba cerca y acercándose rápidamente.
Me congelé. Sonaba como un carrito con ruedas. Venía por el pasillo hacia
la puerta de la habitación de suministro.
Rápidamente apagué mi linterna y me metí detrás de los overoles. Era el
único lugar en donde esconderse, y no me ocultaban del todo. Sabía que mis
zapatillas sobresalían por debajo de los overoles. Cualquiera que entrara
probablemente me vería.
El ruido del carrito se acercaba más y más, y efectivamente, se detuvo en
la puerta. Contuve la respiración. Si me atrapaban ahora, aquí, me iban a llevar
a la policía, y no creo que mi padre sería capaz de sacarme de la cárcel esta vez.
Por fin, ¡finalmente!, se me ocurrió cuán estúpido había sido por hacer esto, por
venir aquí. Me di cuenta, ¡por fin!, cuán grande era el riesgo que estaba
tomando. De repente, después de todo: hacer lo correcto, sin temor a nada, no
sonaba como un buen consejo.
Casi gemí en voz alta con miedo mientras el pomo de la puerta de la
habitación de suministro comenzaba a girar. La puerta comenzó a abrirse. Más
abierta. Entonces la voz de un hombre habló, justo fuera.
―¿Dave?
La puerta se cerró de nuevo. La próxima vez que la voz habló, fue
amortiguada. La voz de otro hombre respondió, también amortiguada. A pesar
de que me esforcé por escuchar, no podía entender lo que decían.
Me quedé donde estaba. Traté de tragar, pero no pude. Mi garganta estaba
demasiado seca. Esperé a que la puerta se abriera de nuevo, hasta el final esta
vez.
153
Pero la siguiente cosa que supe era que escuché que las ruedas del carrito
empezaban a girar una vez más en el suelo del pasillo exterior. Esta vez, sin
embargo, el ruido era más y más suave. ¡Sí! ¡El hombre con el carrito se
alejaba! Después de un rato, el sonido de él había desaparecido por completo.
Respiré por lo que pareció la primera vez en minutos. Entonces empecé a
moverme de nuevo, rápidamente ahora.
Salí de detrás de los overoles. Tenía demasiado miedo para encender la
linterna de nuevo, así que sentí mi camino alrededor. Encontré el overol que
había tomado antes. Empecé a tirar de él sobre mi ropa. Era realmente grande,
más grande de lo que pensaba. Tuve que tirar del dobladillo para arriba sobre
los talones de mis zapatillas de modo que fuera capaz de caminar. Luego tuve
que enrollar las mangas para que mis manos estuvieran libres. Aun así, cuando
terminé, el overol colgaba como una carpa a mí alrededor.
Fui al carrito, el que tenía el gran bote de basura y escobas en él. Agarré el
mango y lo hice rodar hasta la puerta.
Con una mano en la manija del carrito, usé mi mano libre para abrir la
puerta. Saqué la cabeza y miré alrededor. Había un pasillo. Vacío. Tomé una
respiración profunda. Aquí vamos, pensé.
Entonces abrí la puerta del todo y saqué mi carrito hacia el vestíbulo.
Me había metido en el hospital por lo menos. Ahora todo lo que tenía que
hacer era encontrar a Jennifer.
154
21
Traducido por ஓ¥anliஓ
Corregido por Xhessii
egué la barbilla en mi pecho para ocultar mi cara. Empujé el
carrito por el pasillo, moviéndome tan rápido como pude. Claro,
estaba disfrazado, pero no era el mejor disfraz, ¿verdad? Quiero
decir, si alguien caminaba por mi lado muy rápido y sin prestar
demasiada atención, podrían no darse cuenta de nada peculiar. Sin embargo, al
momento que alguien me diera una mirada más cercana, estaba prácticamente
tostado. Un chico de dieciséis años más bien pequeño con su overol enrollado
en los puños y deslizándose hacia abajo: Debo haber lucido como un alumno de
sexto grado vestido para Halloween. Si iba a buscar a Jennifer, si iba a descubrir
lo que ella había visto y lo que estaba pensando que iba a suceder, iba a tener
que hacerlo rápido, antes de que alguien me viera.
¿Dónde empezaba a mirar? No pensé que hubiera algún paciente aquí
abajo en el sótano. Los pasillos estaban bastante vacíos. No había enfermeras o
auxiliares o cualquier cosa que pudiera ver. La mayoría de las puertas estaban
cerradas, y las pocas que estaban abiertas revelaban oficinas, baños y el cuarto
de la caldera. Supuse que tenía que subir las escaleras.
Afortunadamente, había flechas pintadas en la pared apuntando a los
ascensores. También por suerte, llegué allí sin chocar con nadie. Aún más,
afortunadamente, nadie se acercó después de apretar el botón y me quedé
esperando la llegada del ascensor.
La puerta se abrió. El ascensor era grande, vacío. Mi carro y yo
conseguimos entrar. Solo había dos pisos más en el edificio. Había visto las
oficinas en el primer piso, por lo que supuse que las habitaciones de los
pacientes estarían en el segundo. Apreté el botón del segundo piso.
Fue entonces cuando mi suerte acabó.
La puerta comenzó a cerrarse cuando oí la voz de una mujer:
―¡Aguántalo ahí! ¿Puede aguantar el ascensor, por favor?
P
155
Me quedé helado. Recé para que la puerta del ascensor se cerrara antes de
que la mujer la alcanzara. Pero sólo pareció colgar abierta para siempre. Luego,
lentamente, muy despacio, empezó a deslizarse al cerrar.
Y allí estaba la mujer ahora, próxima a la vista, tratando de alcanzar la
puerta. ¿Qué debo hacer? Si no la sostengo para ella, se vería muy sospechoso.
Así que rápidamente extendí la mano y agarré el borde de la puerta. Se deslizó
hacia atrás. La mujer entró.
―Muchas gracias ―dijo ella.
Asentí, tratando de mantener la cabeza hacia abajo para que no viera lo
joven que era. Además, el movimiento para sostener la puerta había enviado mi
manga rodando hacia abajo por encima de mi mano. Parecía ridículo.
Pero ya sabes cómo la gente actúa en los ascensores: no se ven mucho el
uno al otro. La mujer se alejó de mí inmediatamente y apretó el botón del
primer piso. Se encaró a la puerta mientras se cerraba. Rápidamente enrollé la
manga hacia atrás de nuevo.
El ascensor chirrió mientras subía, lento, lento, lento. La mujer estaba
parada de espaldas a mí. Era una mujer alta y delgada. No sé cuántos años,
quizá treinta. Llevaba un traje, la falda y la chaqueta del mismo color. Tenía el
cabello castaño y corto. Eso fue más o menos todo lo que pude ver, de pie detrás
de ella de esa forma.
―¿Son estos los ascensores más lentos en el mundo o qué? ―dijo ella,
pero aun así no miró hacia mí.
Entré en pánico. Sabía que si decía demasiado, la voz de chico me
delataría. Si no decía nada, se daría vuelta y me miraría.
Así que hice que mi voz sonara tan envejecida como pude y gruñí.
―Sí.
―Se toma una eternidad ―murmuró, pero estaba hablando más para sí
misma.
Entonces el ascensor llegó a la primera planta. La puerta se abrió.
―Gracias de nuevo ―dijo la mujer. Volvió la cara en mi dirección, pero
realmente no me miró. Luego estuvo fuera del ascensor, alejándose.
Empecé a respirar con alivio, pero se atascó en mi garganta cuando dos
hombres entraron en el ascensor para tomar el lugar de la mujer. Pulsaron el
mismo botón que había presionado, iban a la segunda planta al igual que yo.
Apenas miraron en mi dirección. Al igual que la mujer, como la mayoría de la
gente en un ascensor, se enfrentaron hacia la puerta.
―No veo cómo pueden hacer más recortes ―dijo un hombre.
―Lo sé. El personal está reducido al mínimo tal como está ―dijo el otro.
156
―Por otro lado, ¿dónde está yendo el dinero?
―Exactamente… esa es la gran pregunta.
El ascensor se detuvo de nuevo. Segundo piso. La puerta se abrió. Los dos
hombres salieron y se volvieron a la izquierda. Empujé mi carro detrás de ellos.
No podía correr el riesgo de seguirlos, así que metiendo mi barbilla, empecé a
bajar por el pasillo justo en frente de mí.
Resultó no ser tan buena idea. Cuando levanté la vista, vi un pasillo con
puertas a ambos lados. Pero en medio de la sala, había un espacio abierto con
un mostrador. Detrás del mostrador vi a dos personas, un hombre y la otra una
mujer. Los dos eran grandes. Los dos estaban de blanco. Enfermeros o
auxiliares, supuse. Miraron hacia mí cuando me dirigí hacia ellos, así que pensé
que era demasiado tarde para dar la vuelta sin hacerlos sospechar. Seguí
empujando el carro hacia ellos.
El corredor tenía un tranquilo ambiente nocturno. Mientras pasaba, robé
miradas a las puertas a mi izquierda y derecha. Las puertas eran de madera
pesadas. Cada una de ellas tenía un pequeño porta etiquetas de metal al lado.
Las etiquetas tenían nombres en ellas: Sanders T.; Monahan G.; Callahan, B., y
así sucesivamente. Así que ese era mi plan. Todo lo que tenía que hacer era
seguir caminando por los pasillos y leyendo los nombres hasta llegar al de
Jennifer.
Empujé el carrito, mirando a izquierda y derecha mientras pasaba por las
puertas.
―¿Cómo estás?
Casi salté ante el sonido de la voz, pero sólo era el auxiliar masculino.
Había alcanzado el mostrador donde estaba parado. Él era un tipo grande como
había dicho, muy grande y rostro pálido, con muy amplios hombros cuadrados
que lo hacían parecer un enorme bloque de cemento. No le contesté. Sólo hice
una especie de gesto en saludo hacia él con la cabeza y seguí empujando mi
carrito por el pasillo. Cuando estaba pasándolo, no me atreví a mirar hacia atrás
para ver si él y el otro auxiliar me estaban mirando o no. Medio esperaba que se
fijaran en mi holgado overol, mi aspecto joven, gritando detrás de mí: «¡Tú ahí,
detente!»
Pero no lo hicieron. Seguí empujando el carrito por el pasillo, seguí
leyendo los nombres de ambos lados: Walters, C.; Christiansen, P…
No lo podía creer. De alguna manera, en realidad me estaba saliendo con
la mía en esto. Si tan sólo pudiera encontrar a Jennifer antes de que fuera
atrapado…
Llegué al final del pasillo y doblé la esquina. La siguiente sala estaba vacía
excepto por una sola enfermera al final. Ella acababa de salir de una de las
157
habitaciones. Cruzó el pasillo y entró en la habitación al otro lado. Luego todo
quedó en silencio. Ni una voz, difícilmente un sonido. Sólo el zumbido de la
maquinaria. El zumbido de las luces fluorescentes. Y luego, el traqueteo de las
ruedas mientras empujaba el carro más rápido, leyendo los nombres tan rápido
como pude: O'Brien, T.; Porter, P.; Sales, J.; Malloy, R…
Me detuve en seco, las ruedas quedaron en silencio.
Sales, J.
¡Esa era Jennifer!
Estaba tan sorprendido realmente de haberla encontrado que casi no lo
noté. Miré a mí alrededor sobre mi hombro. Todavía no había nadie más en la
sala. Retrocedí hasta la puerta de Jennifer.
Mi mano fue a mi overol y al bolsillo debajo del abrigo. Mis dedos se
cerraron alrededor del Destructor. Me imaginé que debían encerrar a los
pacientes en la noche y tendría que abrirme camino. Tomé el pomo de la puerta
con la otra mano, y para mi completa sorpresa, el pomo giró fácilmente. No
estaba cerrada después de todo.
La puerta se abrió.
Estaba oscuro en la habitación, pero la luz de la sala cayó en una delgada
brecha de luz. Mientras más empujaba la puerta, la brecha se extendió más y
más.
Vi un escritorio. Vi una foto en la pared. Eché un vistazo por el pasillo. No
había nadie allí. Empujé más la puerta. Vi los pies de una cama. Más de la cama.
Entonces…
―¡Sam Hopkins!
Mi corazón se sentía como si fuera a explotar. Allí estaba ella… ¡Jennifer!
Sentada en la cabecera de la cama. Estaba aferrando las mantas hasta su barbilla
del miedo. Estaba mirándome con los ojos muy abiertos. Pero al instante
siguiente, el miedo desapareció de su expresión mientras me reconocía por
completo.
―¡Sam Hopkins! ―dijo de nuevo.
No creerías lo fuerte que su voz sonaba en ese tranquilo hospital.
―¡Jennifer, shh! ¡Shh! ―susurré desesperadamente.
Saltó de la cama y vino corriendo hacia mí. Llevaba un camisón de franela
blanco con flores. Tenía sus brazos extendidos como si estuviera a punto de
envolverme en un tremendo abrazo.
―Sam Hopkins ―dijo de nuevo, y aunque esta vez susurró, todavía
sonaba muy fuerte.
158
Le tendí la mano abierta como un policía de tráfico, tratando de conseguir
que se detuviera, que se quedara donde estaba. Agarré el carro en el pasillo.
Eché una mirada rápidamente por ahí para asegurarme de que no había nadie a
la vista.
Pero había alguien.
La enfermera. Había salido de la habitación en la que estaba. Cruzó el
pasillo de nuevo y desapareció en la habitación al lado opuesto.
Ahora entendía. Estaba comprobando a los pacientes, uno tras otro.
Viniendo a esta dirección. Al ritmo en que se movía, me imaginé que tenía unos
cinco o diez minutos antes de llegar a la habitación de Jennifer.
Rápidamente tiré del carro en la habitación y cerré la puerta, sumiendo la
habitación en la oscuridad.
No vi a Jennifer llegar hasta mí, pero sabía que estaba a mi lado cuando
agarró mi muñeca con ambas manos.
―¡Vienes por mí! ―dijo.
―Nunca pensé que te encontraría ―le dije.
―Pero eres mágico.
―No soy mágico, créeme.
―Lo eres.
―Como sea.
―Cuando estaba gritando, me pusieron en otro lugar ―dijo―. Me
encerraron.
―Sólo baja la voz, ¿quieres?
―La habitación era blanca. Estaba vacía. Tuve que quedarme allí hasta
que estuve tranquila.
―¡Shh!
―Me dieron medicamentos para hacerme dormir. Pero no pude dormir.
Apenas me tranquilicé.
¡Me hubiera gustado que estuviera callada ahora!
―Luego me trajeron a esta habitación. Es mejor aquí.
―Está bien, está bien. ―No tenía tiempo para escuchar la historia de su
vida ahora. Esa enfermera estaba haciendo sus rondas, en su dirección. ¿Quién
podría decir qué tan rápido llegaría hasta aquí? Necesitaba saber lo que iba a
pasar mañana, necesitaba averiguarlo ahora.
Las dos manos de Jennifer seguían apretando mi muñeca. Agarré sus dos
manos en las mías. Sacudí sus manos para llamar su atención. A pesar de que
159
estaba oscuro en la habitación, había un poco de luz que se filtraba por los
bordes de la persiana de la ventana, y ahora que mis ojos se estaban
acostumbrando, podía ver el rostro de Jennifer. Sus ojos estaban ansiosos,
centrándose en mí.
―Escucha ―le dije―. Escucha.
―Estoy tan feliz ―dijo―. Estoy tan feliz de que estés aquí, Sam Hopkins.
―Sí, sólo tratar de estar feliz en silencio, ¿está bien? Tenemos que actuar
con rapidez. Tienes que decirme lo que viste.
―¿Lo que vi?
―Sobre la muerte, ¿recuerdas? Dijiste que iba a haber tantos muertos.
Mañana, dijiste.
―Tantos muertos ―repitió en voz baja, asombrada.
―¿Dónde?
―¿Qué?
―¿Dónde, Jennifer? ¿Dónde están los muertos?
Ella parpadeó, confundida. Negó.
―En todas partes.
―No, pero, ¿dónde van a estar?
Ella sacudió la cabeza de nuevo. Todavía me miraba con esa mirada
ansiosa, pero estaba claro que no sabía de lo que estaba hablando.
Lo intenté de nuevo.
―¿Dónde has visto a los muertos, Jennifer?
―En la sala común.
―¿En la…?
―Luego, más tarde en la sala de teléfono.
―Jennifer, eso no tiene sentido.
―Lo sé. Fue horrible. Estaban tumbados en las sillas y en el suelo. Había
tanta sangre.
Estaba tan frustrado, quería sacudirla. ¿Cuánto tiempo puedo estar aquí
hablando con ella antes de que la enfermera nos alcanzara, antes de que me
encontrara aquí y diera la voz de alarma?
Sacudí las manos de Jennifer en las mías de nuevo. Sabía lo que estaba
pasando. Ella me contaba su alucinación, al igual que lo hizo antes de salir por
el árbol de sauce. Dependía de mí averiguar lo que significaba.
160
―Está bien, está bien ―le dije de nuevo―. Así que viste a la gente muerta
por toda la sala común.
―Sí.
―¿Viste algo más?
―Sangre ―susurró.
―Sí, sí, además de la sangre. Quiero decir, ¿viste, como, un árbol o una de
esas pequeñas lagunas o algo así, como lo hiciste antes?
Ella se quedó mirando fijamente y me miró con esos grandes ojos. Luego
sacudió la cabeza.
―No. Sólo… cuerpos. Sólo sangre.
Esto no era de ayuda, no ayudaba en absoluto.
―¿Por qué habrán cuerpos allí, Jennifer? ―Intenté preguntar entonces―.
¿Cómo van a morir esas personas?
Miró hacia mí ahora como si estuviera siendo un tonto, como si no
entendiera la cosa más simple.
―¡Los demonios! Los demonios van a matarlos.
Claro, por supuesto. Los demonios. Genial.
Sabía que se me estaba acabando el tiempo, rápido. Tenía que salir de allí
antes de ser atrapado. Pero había llegado tan lejos, no podía dejar de tratar de
llegar a ella una última vez.
―Jennifer ―le dije―, ¿hay algo… cualquier cosa que puedas decirme…
cualquier cosa que me ayude a encontrar a los demonios, que me ayudaría a
averiguar quiénes son los demonios, o dónde viven o cómo detenerlos?
La pregunta pareció llegar hasta ella. Por fin, pareció entender. Hubo un
largo momento de silencio en el oscuro cuarto. Los ojos de Jennifer se desviaron
de mí, y podría decir que estaba pensando en ello, tratando de ayudarme,
tratando de pensar en alguna pista que me diera la dirección que necesitaba.
Y luego, en las sombras, vi su cara iluminarse. Vi la idea llegar a ella. Se
volvió hacia mí.
―¡Sí! ―dijo―. Sí, hay algo…
Típico… en ese preciso instante, la puerta se abrió. La luz del pasillo
inundado la habitación, atrapándonos a los dos.
Me di la vuelta y vi a la enfermera, de pie en la puerta, mirándome
fijamente.
Los tres (Jennifer, la enfermera y yo) nos quedamos congelados así por un
segundo más.
161
Entonces la enfermera (y sin decir ni una palabra) levantó una cuerda
sujetada a su uniforme. Había un pequeño dispositivo negro en el extremo de la
cuerda. Tenía un botón rojo en él.
Presionó el botón y una alarma se disparó.
162
22
Traducido por Ariadniss
Corregido por LadyPandora
a alarma no era ruidosa. En cierto modo, eso era la cosa más
aterradora, lo suave que era. En lugar de un tono alto, una sirena
que sonara como una mujer atrapada en un edificio en llamas, ésta
era calmada, un tono suave, que se repetía como si fuera algo
serio. En el segundo en que lo escuché, supe que probablemente estaría
sonando en un dispositivo en cada bolsillo del personal del hospital.
Probablemente también en línea directa hacia la comisaría de policía. Eso
significaba que el “Chico Bloque de Cemento” ya estaba viniendo, por no
hablar de varios autos de policías armados. Me imaginé que tenía treinta
segundos antes de estar bajo custodia.
Eso significaba que no había tiempo para pensar. No había tiempo para
nada, a menos que estuviera dispuesto a envejecer en la cárcel. Tenía que huir.
Ahora.
La enfermera se quedó allí, bloqueando la puerta. Agarré el carro.
―¡Fuera de mi camino! ―le grité.
Y al mismo tiempo empecé a empujar el carro directamente hacia ella. No
empujé muy rápido para no hacerle daño. Pero tampoco me detuve.
La enfermera no se movió cuando el carro ya estaba cerca. Por un
momento pensé: ¡Oh no, la voy a noquear! Pero entonces, gracias a Dios, se
movió, realmente no tenía mucha elección. En el último segundo, justo cuando
el carro se estrellaba contra ella, se echó a un lado y el carro se fue a toda
velocidad hacia la puerta justo al lado de ella.
Salí corriendo tras él. O, mejor dicho, traté de correr. Pero no podía,
porque Jennifer seguía aferrada a mi brazo con ambas manos. En el momento
en que aceleré, ella tropezó, así que la arrastré hasta el pasillo. Traté de librarme
de ella. Pero no pude.
―Jennifer, ¡suéltame! ―grité.
L
163
―¡No, no, no! ―exclamó, agarrándose.
―¡Suéltame!
Ella no lo haría.
Miré hacia arriba. Y allí estaba él, el “Chico Bloque de Cemento”, era más
grande que la vida. Dobló en la esquina a toda velocidad y corriendo por el
pasillo hacia mí. El otro ayudante que estaba en el mostrador con él, la que
parecía como un bloque de cemento pero en versión femenina, estaba justo
detrás de él.
Tuve que tomar una decisión: rendirme e ir hasta la comisaría a
enfrentarme al detective Sims, o llevar a Jennifer conmigo.
―¡Corre Jennifer! ―grité.
Entonces empecé a correr, y para mi alivio, ella también.
Corrimos por el pasillo juntos, lado a lado al principio, el cabello castaño y
lacio de Jennifer volando detrás de ella. Después de un segundo, tomé la
delantera, arrastrando a Jennifer detrás de mí.
Podría escapar del “Chico Bloque de Cemento” por mi cuenta,
probablemente ya lo habría hecho, pero no había posibilidad de hacerlo con
Jennifer detrás de mí. A ese ritmo, el ayudante iba a atraparme en diez
segundos. Tenía que pensar en algo, algún otro plan, y rápido.
¿Pero qué? El ascensor no era bueno, demasiado lento. Tenía que haber
una escalera. Eso era. Tenía que encontrar una escalera.
Alcanzamos el final del pasillo. El “Chico Bloque de Cemento” se estaba
acercando aún más a nosotros. Podía escuchar el rechinar de sus zapatos más
fuerte en el piso.
En la esquina, miré a mi izquierda: ahí había otro corredor. A mi derecha:
¡Sí, ahí estaba! La puerta de las escaleras.
Tirando a Jennifer por la mano, corrí hacia ella, y abrí la puerta de golpe.
Ahora Jennifer y yo estábamos trotando por las escaleras. Apreté su mano
en una de las mías. Con mi otra mano me estabilicé con la barandilla mientras
volaba hacia abajo de dos y tres escalones a la vez.
Oí al “Chico Bloque de Cemento” golpear la puerta de arriba y trotar hacia
nosotros.
Las escaleras zigzagueaban mientras más bajábamos. Llegamos a la
primera planta y fuimos a girar para llegar al otro tramo. Mientras lo hacíamos,
Jennifer tropezó. Dejó escapar un grito. Su mano se soltó de la mía, tropezó dos
escalones y estuvo a punto de caerse. Si hubiera tenido zapatos, creo que
hubiese podido seguir. Pero estaba descalza, ahora me daba cuenta, y eso le
164
daba una tracción extra. De alguna manera se las arregló para dar vueltas frente
a mí y agarrar la barandilla, sosteniéndose.
Seguí corriendo junto a ella. Para ser honesto, pensé que no importaba
mucho si la atrapaban a ella. ¿Qué le iban a hacer? Acabarían por ponerla en el
hospital, donde ya estaba. Yo era el que estaba en peligro de ir a la cárcel si el
detective Sims te enterara de esto. Yo era el que tenía que huir a toda costa.
Seguí corriendo.
Llegué a la planta baja, el sótano. Podía oír los pasos de “Chico Bloque de
Cemento” justo encima de mí, y más pasos y más puertas siendo abiertas a
medida que llegaban más personas a perseguirnos.
Abrí la puerta, Jennifer salió corriendo por delante de mí, fuera de las
escaleras. La alcancé, para luego empujar la puerta detrás de mí. Cuando lo hice
me di cuenta de algo, tenía una cerradura. Claro, tenían que ser capaces de
cerrar las puertas hacia las escaleras cuando quisieran. Tal vez…
Saqué el Destructor de mi bolsillo.
Podía escuchar los pasos de los que nos perseguían, bajando el último
tramo de escaleras. Pensé que sólo tenía segundos antes de que llegaran a la
puerta. Supuse que si sabía cómo abrir una cerradura, sabría cómo cerrar una.
Saqué una ganzúa del Destructor y me puse a trabajar en la cerradura lo
más rápido que pude.
En el interior de las escaleras los pasos llegaban al fondo del tramo final y
corrían a la puerta mientras me esforzaba por cerrar la puerta con el Destructor.
―¡Sam Hopkins! ―gritó Jennifer detrás de mí en estado de pánico―. ¡Ya
vienen! ¡Ya vienen!
La cerradura hizo clic. Ya se había cerrado. La puerta se cerró justo cuando
“Chico Bloque de Cemento” chocó contra ella haciendo un ruido fuerte, al
menos me imaginé que era él. La puerta tembló contra mi mano cuando el
ayudante trató de forzar la puerta. No pudo hacerlo.
Lo escuché maldecir.
―¡De alguna forma la cerró! ―gritó a los otros detrás de él.
No esperé ni un momento para escucharlo maldecir de nuevo. Después de
todo, ¡yo era hijo de un predicador! No podía estar escuchando ese tipo de
cosas. Así que me aparté.
Para el momento, mi overol ya se estaba desenrollando. Los lugares en
donde había subido las mangas y puños se habían caído casi del todo. Mis
manos estaban nadando en las mangas y me tropezaba y caían cuando me
movía, era como un niño tratando de caminar en la ropa de su papá.
165
Pero con todos los ayudantes encerrados al final de las escaleras, sólo tenía
unos segundos de libertad. Usé esos hermosos segundos para esconderme en el
pasillo, buscando algún lugar, en cualquier parte, para ocultarme.
Encontré otro armario de suministros. Algo bueno, porque justo en ese
momento escuché la campana del ascensor. Oí que la puerta se abría y alguien
con una voz enojada dijo:
―Tienen que estar por aquí en alguna parte.
Me metí en el armario de suministros y Jennifer entró rápidamente detrás
de mí.
Cerré la puerta.
―Sam Hopk…
―Shh, shh, shh ―le dije. Puse mis dedos en los labios para dar énfasis,
pero estaba demasiado oscuro para que ella me viera, así que puse mis dedos
en sus labios y así se quedó en silencio.
Saqué mi linterna y rápidamente observé el lugar. Era justo como la
habitación en donde estaba antes, cuando llegué: carros, botes de basura,
escobas, suministros… A medida que la luz de la linterna alumbraba, vi el
rostro de Jennifer. Sus ojos brillaban, su boca estaba abierta. Se veía… se veía
feliz, a decir verdad, emocionada. Como si todo esto fuera una especie de
aventura graciosa. Bueno, como he dicho, no era ella la que iba a ir a la cárcel si
la atrapaban.
No había cerradura en este lado de la puerta. Pero había un gran cubo de
basura que parecía del tamaño adecuado. Lo rodé y encajé el borde del mismo
bajo el pomo de la puerta. Eso mantendría a la gente afuera por un par de
segundos.
Y ellos estaban ahí mirando, eso es seguro. Escuché los pasos corriendo
por el pasillo. Oí las voces lo suficientemente altas para que pudiera distinguir
las palabras:
―¡No los veo!
―¡Inicien la búsqueda en las habitaciones!
―¡Alguien abrió la puerta de la escalera!
Bajé mi overol. Me quité los pantalones y los arrojé a un lado. Encendí la
linterna y luego la apagué otra vez, sólo el tiempo suficiente para encontrar mi
camino. Luego caminé a través de la sala de suministros hacia la ventana.
La ventana estaba en lo alto de la pared, pero el pestillo estaba en la parte
inferior. Podía alcanzarlo y conseguir desbloquearlo. Después me agarré de la
repisa y me levanté, para empujar la ventana con la cabeza. Me arrastré hacia
fuera sobre el suelo y puse de pie.
166
―¡Sam Hopkins!
Oí el susurro desesperado de Jennifer por debajo de mí. Miré hacia atrás a
través de las ventanas y la vi de pie en la sala de suministros, alzando sus
manos hacia mí, de la forma en que un bebé lo hace cuando quiere ser recogido.
Se me ocurrió que si yo la dejaba aquí y corría, podría tener una oportunidad de
escapar.
Pero entonces me acordé: Justo antes de que la enfermera nos encontrara
en la habitación de Jennifer, ella había estado a punto de decirme algo. Una
pista, dijo, eso podría ayudarme a investigar el día de mañana, sobre los
muertos. Si yo la dejaba atrás, ahora, nunca podría escuchar lo que tenía que
decir. Toda esta locura y peligro habrían sido en vano.
Metí la mano hacia abajo a través de la ventana. Jennifer la agarró. Tiré de
ella hasta que pudo agarrar la repisa de la ventana ella misma. Entonces aferré
ambos brazos y la arrastré hacia arriba y a través de la ventana, al aire libre.
Los dos nos pusimos de pie y de inmediato se escucharon las sirenas.
Policías. Sonaban cerca. Muy cerca. Me imaginé que estarían viniendo por el
camino del hospital en menos de un minuto.
―Apúrate ―dije.
Corrí hasta la esquina del edificio y miré alrededor hasta que pude ver la
entrada y el largo camino hacia ella.
Ya era demasiado tarde. Un par de ayudantes habían salido por la puerta
principal y con las linternas apuntaban sobre el césped, en busca de nosotros.
Tuve que echarme hacia atrás rápidamente cuando una de las luces pasó
directamente por delante de mí.
A continuación estaban los policías. Ya estaban a la vista. Cuando miré
por el camino, vi el resplandor rojo de las luces de la patrulla en las ramas altas
de los árboles de invierno por la carretera. Sólo estaban a segundos de la
carretera. Pronto estarían llegando.
―¡Sam Hopkins!
La voz de Jennifer se había reducido a un susurro, pero aun así, su sonido
me hizo saltar, me hizo volver a ella con mi rostro arrugado en una advertencia,
demasiado aterrado para decirle que se callara.
Jennifer no volvió a hablar. Pero hizo un gesto frenético en dirección
opuesta a la parte delantera del edificio.
Alcé los ojos, seguí sus gestos. Miraba a la parte trasera del edificio.
Habían faros allí. Recorrían pequeñas franjas de césped en la oscuridad, los
bañaba en su suave resplandor. También hicieron posible que se viera la pared
de ladrillo que rodeaba el césped. El muro no era alto. Pensé que podía
superarlo.
167
Más allá de la pared, por lo que pude ver, no había más que bosque.
Asentí con la cabeza una vez.
―Vamos ―le dije.
Jennifer y yo corrimos juntos.
168
23
Traducido por Brendy Eris
Corregido por LadyPandora
na carrera a través de la hierba. Un salto corriendo. Me agarré
de la parte superior de la pared y, gruñendo, me levanté. Las
sirenas sonaban cada vez más cerca, mientras el rojo resplandor
de las luces de la policía iluminaban el bosque circundante,
Jennifer, descalza, corrió uniéndoseme. Me senté a horcajadas sobre el muro y le
extendí mi mano mientras ella llegaba a mí. Ahora su mano estaba en mi mano.
Tiré de ella hacia arriba. Eché una última mirada a través del césped al hospital.
Vi a los auxiliares saliendo a través de las puertas traseras hacia la noche,
pasando sus linternas sobre el césped de nuevo, en busca de nosotros.
No había tiempo para esperar. Me deslicé fuera de la pared y colgué de
ella, tan abajo como pude, entonces me dejé caer en el suelo del bosque en el
otro lado. Jennifer hizo lo mismo, pero cuando aterrizó…
―Ouch. ¡Ay!
Los palos y piedras se clavaron en sus pies descalzos, se estremeció y
tropezamos, gritando de dolor. Sabía que sólo iba a empeorar en el bosque.
Miré hacia la pared. Podía ver las luces de las linternas perforando la
noche mientras los auxiliares cruzaban el césped, buscando. Si íbamos a
escapar, teníamos que ir al bosque y teníamos que ir ahora.
Levanté a Jennifer en mis brazos. Me sorprendió lo fácil que era, lo ligera
que estaba. Era como levantar una muñeca. Puso su brazo alrededor de mi
cuello y apoyó la cabeza en mi pecho.
―Sam Hopkins ―dijo con ternura.
¡Oh, hermano!
La cargué al bosque.
U
169
No había camino, pero los árboles estaban bastante espaciados y la maleza
era bastante delgada. También tuvimos un golpe de suerte desde arriba: las
nubes se movieron y la luna salió. Su luz brillaba a través de las ramas
desnudas, por lo que era más fácil de ver. No era difícil caminar a través de la
oscuridad, incluso llevando a Jennifer.
Después de un rato, el suelo comenzó a elevarse. Me faltaba el aliento en
ese momento y mis brazos estaban empezando a doler bastante. Sabía que no
podía llevar a Jennifer mucho más lejos. Me encontré con un pequeño espacio y
la bajé. Me senté a su lado. Mirando hacia atrás a través de los árboles no podía
ver nada más que oscuridad iluminada por la luna. Nadie parecía venir tras
nosotros. Me imaginé que teníamos algo de tiempo.
Me quité las zapatillas deportivas. Eran demasiado grandes para Jennifer,
pero me pareció que mis calcetines podrían hacer algo bueno. Me los quité
también y los puse sobre sus pies para darle un poco más de protección.
Mientras lo hacía, la sentía mirándome con sus grandes ojos. Levanté la vista e
intenté mi mejor sonrisa.
―Esto debe ayudar a tus pies un poco, al menos ―dije.
―Tú eres mi único amigo mágico ―dijo.
Puse los ojos en blanco. ¿Qué se supone que debes responder cuando
alguien dice eso?
―Correcto ―dije―. Sam, el amigo mágico, ese soy yo.
Me puse mis zapatillas de vuelta en mis pies descalzos, listo para seguir.
Pero algo más se me ocurrió ahora: hacía frío aquí afuera. No me había dado
cuenta antes. Cuando estábamos corriendo, el movimiento me había mantenido
caliente. Pero ahora podía sentirlo y pude ver la carne de gallina que subía por
las muñecas de Jennifer. No llevaba nada más que un camisón de franela, según
recuerdo.
―Levántate.
Se puso de pie como si esto fuera el ejército y yo un general que le había
dado una orden. Me quité mi chaqueta y la puse a su alrededor.
―Esto te va a mantener caliente.
―Pero tendrás frío.
―Voy a estar bien. Mi miedo me va a mantener caliente.
Se echó a reír. Creo que fue la primera vez que había oído su risa y la miré
con sorpresa.
―Eres gracioso ―dijo.
―Oh, sí, soy un tumulto de risas.
170
―Eres bueno también ―dijo entonces, en serio―. Nadie más me ayuda.
Cuando estoy contigo, me siento mejor.
―Jennifer… Hace un minuto estabas a salvo en el hospital, ahora estás
corriendo por el bosque.
―Pero lo eres ―dijo―, lo eres.
Puse los ojos de nuevo en blanco. Allí no podía hablar con ella.
―Vamos.
Nos pusimos en marcha otra vez, moviéndonos más despacio. Mi
conjetura es que los ayudantes y la policía no tendrían ninguna prisa para ir
vagando por el bosque en el medio de la noche. Harían una búsqueda
minuciosa del hospital y sus terrenos antes de que vinieran a perseguirnos. Si
teníamos suerte, incluso podrían esperar hasta mañana antes de hacer una
búsqueda completa. Pero incluso si no esperaran, pensé que podríamos ser
capaces de evadirlos aquí en la oscuridad de los bosques, al menos por un
tiempo.
Así que fuimos a nuestro propio ritmo. Elegimos el camino a través de los
árboles. Era una escena extraña, un lugar misterioso para estar. Las ramas
desnudas agitándose encima como la rosa de los vientos, sus movimientos
extrañamente rítmicos y vivos. La luna entrando y saliendo de las nubes,
enviando extrañas y enredadas sombras en todas direcciones. El crepitar y
crujir de la madera llenaron el bosque, que ya era ruidoso con otros ruidos:
animales nocturnos y grillos y rápidos sonidos de movimiento mientras los
animales y las aves se escapaban de nosotros a través de la maleza. De vez en
cuando, se oyó un ruido lejano del tráfico de un auto o un camión que pasaba
en la carretera. Una vez, un tren de carga que dejó escapar un silbido solitario, y
mi mente se fue de nuevo a cómo empezó todo esto: la desesperada carrera por
el puente ferroviario con Harry Mac detrás de mí. Pobre Harry Mac.
Cuando pensé que era seguro, me detuve un momento. Encendí mi
linterna y la pasé por la escena. Las ramas retorcidas y sombras en movimiento
subían por la cuesta hasta donde podía ver. Me sentía muy solo, muy lejos de
mi casa, de mi vida ordinaria.
Por último, en la parte superior de la subida, llegamos a un claro. Era un
círculo abierto de tierra rodeado de robles de invierno. Eran grandes árboles
con grandes ramas uniéndose unas a otras, creando una cubierta por encima de
nuestras cabezas. Había un pequeño gorgoteo de un largo arroyo por debajo de
ellos. Cuando entramos en el claro, salió la luna. Las ramas de los árboles
proyectaban sombras densas que se movían adelante y atrás hipnóticamente. El
agua corriente del arroyo parpadeaba y brillaba con la luz de plata. Las nubes
corrían sobre la luna otra vez y sólo había oscuridad y el susurro del viento.
―Vamos a descansar aquí ―le dije.
171
La luna apareció de nuevo mientras Jennifer se sentaba en una roca al lado
del arroyo. En la penumbra, la vi extender su mano al agua para tomarla en su
palma para beberla. Me di la vuelta, abrazándome y temblando. Ahora que
habíamos dejado de movernos, y que Jennifer tenía mi chaqueta, el frío estaba
realmente empezando a llegar a mí.
Traté de ignorarlo. Traté de pensar. Todo lo que podía pensar era: ¿Qué
estoy haciendo aquí?
¿Estaba tan loco como Jennifer? ¡La había ayudado a escapar de un
manicomio! ¡De los médicos que cuidaban de ella! ¿Por qué hice eso? Debo
haber estado fuera de mi mente. ¡Probablemente debería haber estado en el
hospital con ella!
Me volví y la miré. Seguía sentada sobre la roca bebiendo del manantial.
No parecía preocupada ni asustada en absoluto. Por supuesto que no. Yo era su
amigo mágico. Confiaba en mí. Hice que se sintiera mejor. Lo que sólo me hizo
sentir peor porque… bien, ¡porque mira lo que había hecho con ella! ¿Fue todo
por una idea ridícula que había quedado atascada en mi cabeza? ¿Alguna
noción estúpida de que Jennifer estaba teniendo “visiones” en vez de
alucinaciones? ¿Era todo sólo una tontería que inventé por alguna razón?
Vaya, si eso es todo lo que era, ahora estaba en un verdadero problema.
Con la policía. Con mi padre y mi madre. Con todo el mundo.
Pero luego pensé: Bueno, ¿y si no es una tontería? ¿Qué pasa si estoy en lo
cierto? Tenía que averiguar lo que Jennifer sabía, ¿no? Tenía que averiguar lo
que estaba a punto de decirme cuando la enfermera se echó sobre nosotros… Es
por eso que la había sacado del hospital en primer lugar.
Tomé una respiración profunda. Tenía que intentarlo, al menos.
―Jennifer.
Ella me miró por un largo tiempo, como si estuviera sumida en
pensamientos profundos. Cuando habló, lo hizo con mucha suavidad.
―Sam Hopkins ―dijo.
Llegué a ella. Me froté los ojos, exhausto, tratando de aclarar mi mente.
―Jennifer, ¿te acuerdas de lo que estábamos hablando en el hospital?
Ella apartó la mirada de nuevo, hacia el agua. Vi su cabeza.
―Lo recuerdo.
―Los demonios, ¿verdad?
Ella asintió de nuevo.
―No son reales, ya lo sabes ―dijo ella.
Me sobresalté.
172
―¿No lo son?
―No. El médico me lo explicó. Tengo una enfermedad en mi cerebro. Es
por eso que los veo. El medicamento se supone que me hará sentir mejor, de ese
modo se irán con el tiempo. ―Levantó la cara hacia mí y, en ese mismo
momento, un solo haz ancho de luz de luna cayó a través del dosel de las ramas
y la tocaron. Bañando sus hermosos rasgos estudiosos en blanco y plata, y
trayendo su expresión triste de la oscuridad del claro―. Lo odio, Sam. La
enfermedad, quiero decir: la odio tanto. No puedo… no puedo pasar a través de
ello para ser yo otra vez.
Me hizo daño oírla decir eso, como si alguien hubiera llegado dentro de
mí y agarrara mi corazón. ¿Cómo sería, me pregunté, estar atrapado dentro de tu
propia mente enferma?
―Tal vez los médicos serán capaces de ayudar ―le dije. Sonaba bastante
pobre, incluso para mí, pero tenía que decir algo.
―Tal vez ―dijo con tristeza. Entonces su voz se quebró y dijo―: ¿Por qué
Dios permitió que esto me suceda, Sam?
Levanté mis manos y abrí la boca, pero no salió ninguna palabra. No sabía
cómo responderle. Traté de pensar en lo que mi padre solía decir. Le dije:
―No sé, Jennifer. Las cosas malas suceden en el mundo, eso es todo. Es
como, es como que el mundo está roto o algo. Sé que no debería ser así, pero a
veces lo es.
―¿Sabe Dios que todavía estoy aquí? ¿Sabe Dios que todavía estoy aquí
dentro de mí?
―¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! Él está contigo. Él está justo ahí.
―Porque me siento muy sola a veces.
―No estás sola. ―Me moví hacia ella, poniendo mi mano sobre su
hombro―. No lo estás, créeme.
Puso su mano en mi mano.
―Lo sé. Supongo que ya lo sé, pero… pero me alegro de que estés aquí.
Me alegro de que haya alguien que pueda tocar y ver. Eres mi amigo mágico,
Sam.
Era curioso. Un minuto antes, había estado pensando en lo loco que era
esto, lo estúpido que había sido al venir aquí, sacarla del hospital, en un bosque
como este. Pero de repente, en ese momento, no parecía loco ni estúpido en
absoluto. Tenía sentido de alguna manera, como si fuera lo que tenía que hacer.
Porque sabía cómo Jennifer se sentía: a pesar de saber que Dios está contigo, es
más fácil sentirlo allí cuando un amigo se muestra para estar contigo también.
Así que le dije:
173
―Sí. Sí. Así es, Jennifer. Eso es correcto. Soy tu amigo mágico. ―Porque
pensé, bueno, lo era.
Jennifer permaneció tranquila después de eso. Los dos lo estábamos.
Estaba pensando que tal vez había hecho todo mal. Tal vez no debí haber
sacado a Jennifer del hospital para hablar con ella acerca de los demonios y las
alucinaciones y cualquier otra cosa. Tal vez la saqué sólo por esto, sólo para
decirle que no estaba sola. Tal vez ahora debía llevarla de vuelta…
Entonces Jennifer susurró:
―Ellos tienen armas, ya sabes.
La miré fijamente. No estaba seguro de que había oído correctamente.
―¿Ellos…? ¿Qué?
De repente, Jennifer se puso de pie, sorprendiéndome tanto que di un
paso atrás. Me miró fijamente.
―Los vi. Ahora lo recuerdo. Vi sus armas.
Se dio la vuelta, sin dejar de mirar, como si viera algo profundo en la
oscuridad del claro. Comenzó a moverse. Pasó junto a mí en las sombras
lejanas. Tenía las manos en frente de ella, como una ciega a tientas en la
oscuridad. Sus ojos eran distantes, vacíos. Tenía la boca abierta, pero no
hablaba, sólo un largo y lento suspiro salió de ella. Aturdida, se alejó, como si
yo no estuviera ahí.
―He oído sus susurros. En la noche. En la oscuridad. En mi habitación. Oí
sus pasos. Y los seguí.
Me quedé allí, observándola. Yo había dejado de tiritar. Si todavía hacía
frío, no me di cuenta. La visión de ella, una sombra blanca moviéndose con
gracia alrededor del claro, para llegar a las cosas invisibles que veía en la
oscuridad, me hipnotizó, me olvidé de todo lo demás.
―Los seguí por las escaleras y fuera de la puerta ―dijo―. Se fueron
detrás de nuestra casa. Se reunieron allí en el pequeño cobertizo. Susurraron
entre sí. Acerca de la muerte. Dijeron: «Vamos a traer la muerte sobre ellos,
entonces tendrán miedo…»
Se movió alrededor del borde del claro, rodeándome. Me quedé
estupefacto, volviéndome para verla pasar.
Llegó a un árbol y se apoderó de él, se apoyó en él, mirando más allá de él
como si se estuviera escondiendo, asomándose, a ver lo que estaba
describiéndome.
―Tenían bolsas ―susurró―. Abrieron las bolsas. Las armas estaban en
ellas. Los escuché susurrar: «Somos los ángeles de la muerte».
174
No le respondí. Sólo escuché. No sabía qué pensar: ¿Esto era real? ¿O
simplemente otra alucinación?
―¿Quién era, Jennifer? ―le pregunté finalmente―. ¿A quién viste?
Ante el sonido de mi voz, se quedó sin aliento y se volvió, sorprendida,
como si se hubiera olvidado de que estaba allí.
―¿A quién viste? ―pregunté de nuevo.
―Demonios. Tienen que serlo. Tienen que serlo.
―¿Estaban hablando de Harry Mac? ¿Era su muerte de la que estaban
hablando?
Ella negó.
―Harry Mac lo sabía. Iba a decírselo a la policía. Ellos decidieron ponerlo
en un ataúd. Bajo el árbol. Por el ibón. Enviar una advertencia a los demás.
Entonces ellos tendrían miedo. Nunca lo dirían. Y después, nada podría
detenerlos.
Negué. No entendía.
―¿Fue Jeff Winger? ¿Jeff y Ed P.? ¿Son los demonios?
―Tendrían miedo ―susurró―. Entonces nadie podría detenerlos. Debido
a que ellos tienen el poder.
―El poder ―repetí.
―El fuego ―dijo―. La explosión. Tantos muertos.
―¿Qué…?
Estaba a punto de pedir más cuando se oyó un ruido en el bosque, un
fuerte chasquido, una rama rota. Miré hacia el ruido, Jennifer también miró, y vi
luces de linternas que se entrecruzaban en los árboles debajo de nosotros.
Nuestro tiempo se había terminado. La policía había llegado en busca de
nosotros en el bosque. Nuestras pistas probablemente no habían sido tan
difíciles de seguir.
Ya estaban muy cerca. Les oía llamándose unos a otros en la distancia:
―Por aquí.
―Tengo un rastro.
―Parece que subieron la colina.
Jennifer y yo nos volvimos y nos miramos.
―Ya vienen ―dijo.
Asentí.
―Lo sé.
175
―Me van a llevar de regreso al castillo, ¿no?
―No es un castillo, Jennifer. Es un hospital.
―Un hospital, sí. Sí. Eso lo sé. Lo sé.
―Los médicos allí te ayudarán. Tienes que volver.
―Lo sé. Lo sé.
―Luego, cuando el medicamento funcione, podrás ir a casa otra vez.
Asintió, pero se veía muy, muy triste.
―¿Por qué Dios permitió que esto me sucediera, Sam? ―preguntó de
nuevo.
Y yo le dije de nuevo:
―No lo sé. Pero él sabe que estás ahí, Jennifer. Él está ahí contigo. No vas
a estar sola.
Ella abrazó con fuerza al árbol. Incluso en la oscuridad, me di cuenta de
que estaba llorando.
―¿Vas a estar allí también? ¿Vendrás a verme también?
Me acerqué a ella. Me puse de pie a su lado. Los rayos de luz se
entrecruzaban pasando sobre los árboles, iluminando las ramas.
―Sin duda ―le dije―. Desde luego que voy a estar allí. Voy a visitarte. Y
al salir del hospital, me puedes visitar también.
―Eres mi amigo mágico, Sam.
―Así es ―le dije―. Soy tu amigo mágico.
Sin soltar el árbol, levantó su cara bañada de lágrimas hacia mí.
―Tienes que irte ahora ―dijo en voz baja.
―Sí. Pero voy a volver.
―No puedes dejar que te atrapen.
Asentí.
―No voy a decirles que eras tú, Sam ―dijo Jennifer.
―Está bien.
Jennifer soltó el árbol. Oí las voces que se llamaban por debajo de
nosotros.
―Ahí está. Aquí. Tengo el sendero.
―Por aquí.
―Lo veo. Encima de la colina.
Las linternas barrieron el bosque.
176
Lentamente, a regañadientes, Jennifer se quitó la chaqueta. Le pasó la
mano más de una vez, como si estuviera acariciándola. La acercó a su rostro y
aspiró el olor. Entonces me la entregó. Me la puse. Me alegré de ello, realmente
hacía frío ahí fuera. Mientras lo hacía, Jennifer se agachó y tiró de mis
calcetines, primero un pie y luego el otro. Me entregó los calcetines. Los metí en
los bolsillos de la chaqueta.
―Gracias ―le dije.
Jennifer se enderezó. Nos miramos el uno a otro mientras las voces de los
investigadores se hacían más fuertes, más cercanas.
―No tengas miedo ―le susurré.
Me dio una pequeña sonrisa.
―No puedo evitarlo a veces ―susurró.
Sonreí también.
―Yo tampoco.
Ahora podía oír el crujido de los pies de los buscadores en la maleza y
hojas de la colina mientras se movían hacia nosotros.
Jennifer se estremeció. Abrazó sus hombros.
―Será mejor que los llames ―le dije―. Que sepan dónde te encuentras
antes de que te congeles aquí.
Asintió. Su voz temblaba de frío.
―Adiós, Sam.
―Nos vemos, Jennifer. Lo haré.
Ella respiró. Entonces gritó, lo suficientemente alto como para que los
investigadores pudieran oírla:
―Estoy aquí. ¡Estoy aquí arriba! ¡Estoy bien! ¡Estoy aquí arriba!
Eso llamó su atención, por supuesto. Los sonidos de movimiento se
aceleraron. Sus voces se convirtieron en un murmullo emocionado, corriendo
juntos:
―¿Has oído eso?
―¡Ahí está!
―¡La escuché!
―¡Está encima de la colina!
―¡Ya vamos, Jennifer! ¡Ya vamos!
―¡Sigue llamando, Jennifer!
Solté una breve carcajada.
177
―Como he dicho: no estás sola.
Toqué su mano. Entonces, rápidamente, me alejé de ella. Llegué al borde
del claro.
―¡Sam!
Me detuve en su llamada susurrada. Me di la vuelta. Una vez más la luna
la apartó de la oscuridad, con el rostro pálido brillante. Los rayos de luz iban y
venían sobre la maraña de ramas detrás de ella.
―Son reales, Sam ―dijo―. Los demonios. Son todos reales.
―¿Lo son? ―Todavía no estaba seguro.
―Tienes que detenerlos.
No sabía qué responder.
―Lo intentaré ―le dije.
La primera linterna del buscador apareció a la vista.
Corrí hacia el bosque.
178
Parte 5
179
24
Traducido por Martinafab Corregido por LadyPandora
rimero, la alarma me despertó. Luego llegó la policía. Y sabía que
estaba en más problemas que nunca.
No había estado en casa por mucho tiempo. El viaje de vuelta
desde el hospital había sido lento y peligroso. Por suerte, todo el
mundo había estado tan ocupado buscándonos a Jennifer y a mí en el bosque en
la parte trasera del hospital, que nadie había encontrado mi bicicleta en el
bosque en el frente. Me dirigí a ella rápidamente. Con el resplandor de las luces
de la policía, visibles desde el camino de entrada al hospital cercano, tiré mi
pierna sobre la silla y empecé a pedalear lejos por los dos carriles.
Fue un viaje lento. La policía estaba por todas partes a lo largo de la
carretera. Tuve que escuchar por ellos, escuchar por cualquiera que podrían ser
ellos. Cada vez que escuchaba un motor acercarse, tenía que, rápidamente,
arrancar hacia el bosque, posar mi bicicleta, y agacharme detrás de los árboles,
hasta que las luces blancas brillantes pasaran y las luces traseras de color rojo se
desvanecieran en la oscuridad. Sólo cuando estaban fuera de vista me sentía lo
suficientemente seguro para tomar mi viaje de nuevo.
Eran casi las tres de la mañana cuando llegué a la rectoría. Con lo exaltado
que estaba, medio esperaba encontrar a la policía esperando por mí allí mismo,
en el jardín del frente. Jennifer había prometido no hablarles de mí. Pero para
ser honesto, no pensé que sería capaz de mantener esa promesa. Estaba tan
enferma, tan confundida, que imaginé que una vez que empezaran a
interrogarle, probablemente les diría el nombre de su “amigo mágico” sin ni
siquiera quererlo.
Pero parecía que estaba equivocado. Parecía que Jennifer había sido tan
buena como su palabra. Por lo menos, no había ningún auto de policía
esperándome en el césped cuando llegué a casa. Las luces estaban apagadas en
todas las ventanas. Mamá, papá, mi hermano, nadie siquiera supo que me había
ido.
P
180
Puse mi bicicleta en el porche y me colé en el interior lo más
silenciosamente que pude. Me arrastré hacia arriba lo más silenciosamente que
pude. En mi habitación estaba dejando caer mi ropa al suelo incluso a medida
que me tambaleaba hasta la cama. Me caí sobre la cama como un árbol cayendo:
plonk, de cara contra el colchón. El último pensamiento que tuve fue:
«Son reales. Los demonios. Son todos reales. Tienes que detenerlos».
Un segundo más tarde, estaba dormido.
Un segundo después de eso, o al menos pareció como si hubiera sido solo
un segundo, la alarma de radio se encendió y la música estaba golpeando a
través de la habitación, golpeando en mis oídos. No creo que me haya movido
en absoluto desde que perdí la conciencia. Apenas me movía ahora. Mi mano
sólo se extendió y apretó el botón de la radio reloj para apagar la música. Luego
mi mano cayó y sólo estaba ahí, mi cara todavía aplastada contra el colchón.
Mis pensamientos regresaron justo a donde se habían quedado la noche
anterior: «Son reales. Los demonios. Son todos reales. Tienes que detenerlos».
No sabía qué pensar cuando dijo eso, y todavía no sabía qué pensar. ¿Eran
los demonios reales? ¿Era eso posible?
Después de todos los problemas por los que había pasado para llegar a
Jennifer, realmente todavía no sabía la respuesta a esa pregunta. Había estado
demasiado ocupado preocupándome por la policía para pensar mucho en ello
en el camino a casa. Y cuando llegué a casa, me había quedado dormido tan
rápido que no había tenido la oportunidad de pensar en ello en absoluto.
Ahora, sin embargo, ahí tendido en ese estado medio dormido, empecé a
pensar en ello. Pensé en todas las cosas que Jennifer me había dicho la noche
anterior en el bosque.
«He oído sus susurros. En la noche. En la oscuridad. En mi habitación. Oí sus
pasos. Y los seguí».
Era la misma historia vieja, ¿no? Los susurros en la noche. Los demonios
en su pasillo. Sólo las mismas viejas alucinaciones. Al igual que antes.
«Los seguí por las escaleras y por la puerta. Fueron detrás de nuestra casa. Se
reunieron allí en el pequeño cobertizo. Se susurraban el uno al otro».
Poco a poco me di la vuelta sobre mi espalda. Luché contra el sueño.
Obligué a mis ojos a abrirse. Me quedé allí, mirando hacia el techo.
¿Lo es?, pensé. ¿Es realmente la misma historia vieja?
Quiero decir, las cosas que Jennifer me dijo ayer por la noche, podrían
haber sucedido, ¿no? Si dejas de lado la parte del demonio, lo que me estaba
diciendo no era realmente tan loco en absoluto. Digamos que Jennifer estaba
acostada en su cama despierta una noche, bueno, podría haber oído susurros en
181
el pasillo, ¿verdad? Pasos. Podría haber echado un vistazo y ver algo. Y bien,
por tanto no eran demonios, pero podrían haber sido…
Me senté. Oh, ahora estaba despierto. Sí, estaba completamente despierto.
Algo se me acababa de ocurrir, algo que nunca se me había ocurrido antes.
Volví a pensar en lo que mi padre había dicho cuando le pregunté si Jennifer
podría estar teniendo visiones del futuro como uno de los profetas en la Biblia:
«El mundo no es un lugar mágico. Las cosas que ocurren son bastantes
predecibles, y por lo general se pueden explicar en términos ordinarios».
Sabía que eso era verdad. Siempre hay una explicación práctica de las
cosas que suceden en el mundo.
Pero eso no quiere decir que sea toda la explicación, ¿verdad? Eso no
quiere decir que las cosas suceden sin razón o rima.
«¿A quién viste, Jennifer?»
Me acordé de haberle preguntado eso en el bosque.
«¿A quién viste?»
«Demonios. Tienen que serlo. Tienen que serlo».
Pero, ¿y si...?, pensé.
Cuando lo consideré, era bastante obvio que Jennifer realmente estaba
sufriendo de algún tipo de enfermedad mental, como todo el mundo dijo.
Esquizofrenia, o algo así, lo que sea… Era obvio que realmente estaba teniendo
alucinaciones. Pero, ¿y si estaba teniendo alucinaciones acerca de algo que
también era real? Algo que estaba en su mente, de lo que no quería pensar, que
no podía soportar pensar de ninguna otra manera. ¿Y si Jennifer había obligado
a todos estos pensamientos infelices ir hasta el fondo de su mente, pero cuando
la esquizofrenia le provocó las alucinaciones, éstas estaban llenas de las cosas
que no quería pensar? Eso tenía sentido. No era “mágico”. Realmente podría
suceder.
«He oído sus susurros. En la noche. En la oscuridad. En mi habitación. Oí sus
pasos. Y los seguí».
Mark, pensé.
Su nombre vino a mi mente sin siquiera pensar en él. Mark Sales, el
hermano de Jennifer. Lo sé, lo sé, era ridículo. Mark era un buen tipo, el héroe
estrella de atletismo de toda la escuela, pero, ¿quién más podría haber sido? Si
Jennifer estaba dormida en su habitación… si oyó susurros en el pasillo… tuvo
que ser su madre o Mark, ¿no?
Y si fue Mark, si Mark estaba susurrando y planeando hacer algo malo con
sus amigos, entonces eso era algo que Jennifer no sería capaz de pensar. Debido
a que Mark era el héroe de Jennifer. Era su protector. Siempre se plantaba cada
182
vez que alguien se burlaba de ella. Si Jennifer descubriera algo malo de él, algo
muy malo, podría empujarlo fuera de su mente… y estando enferma y todo eso,
podría volver a ella en sus alucinaciones.
Pero Mark no haría nada tan malo. ¿No?
«Estoy un poco cansada de Mark…»
Recordé a Zoe escribir eso cuando estábamos charlando en línea
«Puede ser un poco arrogante».
Me acordé de lo sorprendido que estuve cuando lo comparó con Jeff
Winger.
Y eso me hizo pensar en Jeff…
«¿Crees que le tengo miedo a Mark? Estoy harto de Mark. Mark me ha empujado
tan lejos como voy a llegar».
Esas fueron las palabras de Jeff Winger, ¿no? Me acordé que las dijo
cuando estaba intimidando a Jennifer en ese momento, ese momento cuando lo
detuve, ese momento en el que él y sus matones me dieron una paliza.
«Mark me ha empujado tan lejos como voy a llegar».
¿Qué quiso decir con eso?
Ahora todos estos pensamientos se agitaban por mi mente a la vez. Todas
esas cosas que había oído pero a las que no había prestado atención, que no
había entendido realmente.
« Harry Mac lo sabía. Iba a decírselo a la policía. Ellos decidieron ponerlo en un
ataúd. Bajo el árbol. Por el ibón. Enviar una advertencia a los demás. Entonces ellos
tendrían miedo».
Eso fue lo que Jennifer me dijo anoche.
Y pensé que quería decir que Jeff Winger y Ed P. habían matado a Harry
Mac. Le había preguntado:
«¿Fue Jeff Winger? ¿Jeff y Ed P.? ¿Son los demonios?»
Y Jennifer respondió:
«Ellos tendrían miedo».
Oí un ruido salir de mí, una especie de largo y bajo gemido cuando la
respiración se me escapó.
La persona que mató a Harry Mac no fue Jeff. El asesino estaba tratando
de hacer que Jeff tuviera miedo. Eso es lo que ella estaba diciendo.
«¿Crees que le tengo miedo a Mark? Estoy harto de Mark. Mark me ha empujado
tan lejos como voy a llegar».
183
Las ideas desordenadas en mi mente comenzaron a desenredarse. Pensé:
¿Y si Jeff y Harry Mac y Ed P. sabían algo malo de Mark Sales? ¿Y si Mark había
amenazado a Jeff, tratando de mantenerlo callado…?
Pero entonces Mark se enteró de que Harry Mac actuaba como informador
de la policía… Por lo que Mark mató a Harry Mac para silenciarlo, para
asegurarse de que Jeff y Ed P. realmente tuvieran miedo de él a partir de
entonces.
Está bien, está bien, sonaba loco incluso para mí. Y todo estaba viniendo
tan rápido a mi mente que realmente no podía explicarlo lógicamente. Pero
entendí, estaba empezando a entender, cómo las cosas que Jennifer vio podrían
ser alucinaciones y una especie de visiones a la vez…
Y como todo podría tener algo que ver con Mark…
Fue entonces cuando la policía se presentó.
Pude oír el golpe en la puerta todo el camino hacia arriba. Había algo
sobre ese golpe, lo reconocí inmediatamente. La mayoría de personas llamaban
al timbre, e incluso cuando golpeaban, no golpeaban así. Sabía por los golpes,
por el sonido de urgencia en ellos, que tenía que ser la policía.
Salté de la cama. Me precipité hacia la ventana. La abrí. Saqué la cabeza en
la fría mañana brillante. Sólo pude ver por el borde de la casa, y efectivamente,
el final de la cola de un auto patrulla era visible, estacionado junto a la acera.
Empujé mi cabeza dentro. Tragué saliva. Traté de pensar. ¿Qué debo hacer?
¿Qué debo hacer?
Jennifer debió haberles dicho lo que pasó en el hospital. Probablemente
trató de mantenerlo en secreto, pero estaba demasiado confundida como para
resistir por mucho tiempo. Así que ahora iban a llevarme de vuelta a la
comisaría, interrogarme, tal vez arrestarme.
Y mientras tanto, algo terrible estaba viniendo. «Tantos muertos». Hoy. En
cualquier minuto. Todo era real.
Oí el golpe en la puerta de nuevo.
Oí a mi madre gritar:
―¡Ya voy! ¡Ya voy!
Corrí a la cómoda. Empecé a sacar la ropa y meterme en ellas tan rápido
como pude.
Acababa de ponerme mis zapatillas cuando escuché a mi madre llamar:
―¡Sam! ¿Puedes venir aquí un minuto, por favor?
Me quedé helado. Simplemente me quedé allí en el medio de la
habitación. Todos esos pensamientos corrían por mi cabeza y no podía saber lo
184
que debía hacer. El detective Sims le dijo a mi padre que si me veía otra vez, me
iba a arrestar por ser parte de la banda de Jeff Winger. ¿Me creería si le
explicaba acerca de la “visión” de Jennifer? ¿Si le dijese mis sospechas acerca de
Mark Sales, investigaría?
Pensé en el detective Sims. Su cara redonda de muñeco de nieve, su
sonrisa peculiar inquebrantable que en realidad no era una sonrisa del todo.
Realmente no pensé que creería ni una sola palabra que le dijera.
Pensé que nadie lo haría. No sin pruebas. No lo suficientemente rápido.
No a tiempo.
Jennifer no estaba teniendo visiones. Sus alucinaciones le decían lo que
sabía, pero que no quería saber. Su hermano había asesinado a Harry Mac. Su
hermano estaba planeando algo terrible que iba a hacer hoy. Nadie sabía ni
entendía nada de esto excepto yo.
Nadie podía detenerlo, excepto yo.
―Sam ―llamó mi madre desde abajo―. Sam, ¿me oyes? ¿Podrías venir
aquí, por favor? El detective Sims está aquí y quiere hablar contigo ahora
mismo.
Todavía no respondía. Probablemente pasarían sólo unos segundos más
antes de que ella, o mi padre o mi hermano, vinieran a buscarme.
Así que tomé mi chaqueta y corrí hacia la ventana.
El canalón. Allí estaba yo de nuevo, envuelto en él, oscilando hasta abajo.
Hasta el callejón de pasto al lado de mi casa. No tenía sentido tratar de salir por
el frente, no con la policía estacionada allí mismo. Así que me largué por la
parte trasera, trepé por la cerca, y estaba en el patio trasero de la iglesia de mi
padre.
Entonces seguí adelante, más allá de la iglesia, a la carretera.
Estaba en la carrera de nuevo.
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25
Traducido por LizC
Corregido por LadyPandora
o fue un largo camino a la casa de Jennifer, incluso a pie, pero
pareció una eternidad. Corrí… y a cada paso esperaba oír a
alguien gritar mi nombre o escuchar un sonido de sirena a
medida que un policía me veía y perseguía en su auto patrulla.
Corté entre las casas, a través de los patios traseros, tratando de mantenerme
fuera de las carreteras y fuera de la vista tanto como fuera posible. Pero aun así,
me preocupaba que ya se hubiera corrido la voz, que todos en Sawnee supieran
que era un chico buscado, que cualquier persona pudiera mirar por la ventana
de su cocina, verme, y llamar a la policía.
Eso no sucedió. Después de diez minutos que pasé esquivando entre las
casas, giré por el patio trasero de una casa hacia un camino de entrada y emergí
hacia la acera de Arthur Street, donde Jennifer vivía.
Era una tranquila calle de casas: de madera y de dos pisos, la mayoría de
ellas. Cada una con un porche en el frente. Cada una con un pequeño cuadrado
de césped. No tenían garajes, por lo que los autos estaban estacionados de
extremo a extremo en ambos lados de la calle. Una mujer estaba cruzando
paseando a su perro pequeño. Después de eso, todo quedó en silencio, vacío.
La casa de Jennifer estaba justo en el medio de la cuadra. Una casa de
madera de dos plantas con un porche como los demás. Cuando salí a la acera,
estaba justo enfrente de ella. Lo que tenía que hacer era deslizarme junto a la
casa en el patio trasero. Ahí es donde el cobertizo estaría. Ahí fue donde
Jennifer dijo que vio a los “demonios” reunidos, donde los escuchó hablar de
sus planes. Tenía que llegar a él, y entrar en él, sin que nadie me viera.
Salí de la acera, dando un paso entre dos autos estacionados, una
camioneta y un pequeño Honda. Me preparé, reuniendo el coraje para cruzar la
calle y hacer mi carrera por el costado de la casa de los Sales.
N
186
Estaba a punto de dar el primer paso cuando la puerta principal de los
Sales se abrió. Me quedé sin aliento y me congelé en el sitio, mirando fijamente.
Mark se encaminaba fuera de la casa en la mañana.
Salté hacia atrás rápidamente. Me agaché detrás de la camioneta. Sabía
que si alguien me veía allí escondido, se vería muy extraño, pero no sabía qué
otra cosa hacer. Lo bueno fue que: desde esa posición, podía mirar a través de
las ventanas de la camioneta y ver a Mark caminar hacia la calle.
Salió al porche y se quedó mirando a su alrededor. Iba vestido con la
chaqueta azul y naranja del colegio, pantalones largos y suéter con capucha, la
capucha estaba bajada a su espalda. Llevaba dos grandes bolsas de lona de
aspecto pesado, el mango de una en cada mano.
«Tenían bolsas. Abrieron las bolsas. Las armas estaban en ellas».
Las palabras de Jennifer volvieron a mí y no pude evitarlo: me estremecí,
mirando las bolsas de lona de Mark. ¿Era posible… podría ser posible… había
armas en el interior?
«Los escuché susurrar: “Somos los ángeles de la muerte”».
Ni siquiera yo lo creía realmente.
Un segundo más tarde, un auto se acercó por la calle y se detuvo frente a
la casa. Era un auto viejo, muy viejo, como sacado de los años ochenta o algo
así. Realmente llamativo. Negro azabache con franjas de carreras de color
amarillo y alerones como si fuera una especie de cohete. Se podía oír el
chisporroteo del silenciador a medida que el motor retumbaba.
Nunca antes había notado el auto por la ciudad, pero reconocí al
conductor lo bastante seguro: era el compañero de pista de Mark, Nathan
Deutsch.
Cuando el auto llegó, Mark se acercó a él, llevando las bolsas de lona por
los escalones del porche. Mientras se acercaba, Justin Philips se bajó del asiento
del pasajero delantero. Justin se dirigió a la parte trasera del auto y abrió el
maletero. Mark le siguió. Arrojó las bolsas de lona en el maletero, primero una,
luego la otra.
Justin cerró el maletero y se puso en el asiento trasero del auto. Mark se
metió en el asiento delantero, junto a Nathan. Un momento después, con un
rugido de traqueteo, Nathan puso el auto en marcha y los tres se fueron.
Respiré más fácilmente cuando salí de detrás de la camioneta. No me
habían visto. Lo que es más importante, al levantar la vista, pude ver a la señora
Sales en la casa, moviéndose más allá de una ventana del segundo piso en la
parte izquierda. Si me apresuraba por el lado derecho de la casa, sería poco
probable que me detectara.
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No esperé más tiempo. Salí corriendo.
El espacio entre la casa de los Sales y la casa del lado era estrecho. Fui lo
más rápido que pude. Y entonces estaba en el patio trasero, un rectángulo de
césped ralo. Las únicas cosas que había atrás era un par de viejas sillas de jardín
y el cobertizo. Era una estructura bastante grande, más alta que yo y lo
suficientemente largo para albergar, por ejemplo, un auto pequeño en su
interior. Tenía puertas dobles. Estaban cerradas con un candado.
Por supuesto, el candado no me impediría entrar. Era un ladrón
entrenado, ¿recuerdas? Tenía el Destructor en el bolsillo de mi chaqueta, y sabía
cómo usarlo. Había pasado una hora entera una vez con Ed P. enseñándome
sobre cómo abrir un candado.
Con un rápido vistazo en la casa de los Sales para asegurarme de que la
señora Sales no estaba mirando por la ventana de atrás, salí corriendo hacia el
cobertizo y me puse a trabajar. Un ladrón de verdad como Jeff Winger o uno de
sus amigos habría tenido probablemente el candado abierto en cinco segundos.
Me tomó casi medio minuto antes de llegar a escuchar el clic. Pero entonces,
estaba nervioso, muy nervioso, y eso me ralentizó. Seguí mirando por encima
del hombro para asegurarme de que la señora Sales no me viera desde la casa.
Cuando el candado cayó al suelo, abrí la puerta del cobertizo y entré.
Cerré la puerta rápidamente, soltando un suspiro de alivio al estar fuera de
vista. Saqué mi linterna de mi bolsillo. La encendí y apunté su luz sobre las
paredes del cobertizo.
―O-o-oh ―dije, un gemido salió por lo bajo de mí.
«Escriben símbolos del mal en las paredes».
Vaya, sí que lo hicieron. Las paredes estaban cubiertas con imágenes y
palabras al igual que las que hay en el granero donde había encontrado a Harry
Mac. Sólo que éstas eran peor, más feas, más terribles, más enfermizas. Y
cubrían cada centímetro de las paredes también, era como una especie de
diabólico papel tapiz. La parte más aterradora era la enorme imagen de la cara
del diablo, pintado de manera que los ojos parecía que estaban en llamas y los
dientes estaban goteando sangre. Cuando la linterna lo iluminó, la cosa casi
pareció cobrar vida. Todo el tiempo que estuve en el cobertizo, sentí que el
diablo me observaba… y eso sólo exaltó mi sentido de recopilación de desastre.
Me obligué a apartar la mirada de las paredes y pasar el haz de la linterna
sobre el resto de la habitación. Vi una pequeña ventana en una pared. Estaba
sucia, pero se podía ver a través de ella. Me imaginé que ahí es donde Jennifer
se había ubicado cuando había espiado a su hermano, Nathan y Justin reunidos
aquí en la noche.
No había mucho más. La parte superior de una mesa redonda estaba
puesta en el centro del piso de tierra, sólo la parte superior; las patas habían
188
sido aserradas. Había varias velas medio quemadas en la mesa. Y había algunos
cojines colocados alrededor del borde de la misma, supongo que para que la
gente tuviera un lugar para sentarse. A continuación, contra la pared del fondo,
había dos cajas de almacenamiento, sus tapas cerradas con candados.
Sabía lo que tenía que hacer.
Apoyé la linterna en uno de los cojines de modo que el haz apuntara en el
candado, mientras trabajaba en él. Estaba muy nervioso, pensando en lo que
pasaría si me veía atrapado aquí; especialmente si Mark regresaba y me
encontraba. La imagen de Harry Mac muerto en ese cajón estaba aún muy
fresca en mi mente. Podía sentir el diablo en la pared mirándome desde las
sombras del cobertizo. Casi podía oírlo riéndose de mi miedo.
De todos modos, el punto es, que estaba básicamente asustado. Me
temblaban las manos terriblemente. Tuve que limpiar el sudor de ellas dos
veces antes de que pudiera conseguir un buen agarre sólido sobre el Destructor.
Pero finalmente logré abrir el candado. Entonces, levanté la tapa. Agarré la
linterna. Iluminé el interior de la caja.
Vacía.
Lo cual no era tan tranquilizador como se podría pensar, porque no podía
dejar de preguntarme si tal vez las cosas que habían estado almacenado en la
caja se encontraba ahora en las bolsas de lona que Mark había estado cargando.
«Tenían bolsas. Abrieron las bolsas. Las armas estaban en ellas».
Volví a recolocar el candado en la caja de almacenamiento y luego me
moví a la otra. Era difícil de trabajar el Destructor con el sudor corriendo de mí
frente a los ojos, pero lo hice. Abrí la tapa, agarré la linterna, miré y pensé:
Vacía, al igual que la otra.
Pero luego pensé: Espera un minuto. No, no lo está.
Situado en una de las esquinas de la caja había un pequeño cuaderno. Era
uno de esos a la vieja usanza con un encuadernado y cubierta dura que es una
especie de marmoleado en blanco y negro. La cubierta funcionaba como
camuflaje para que en un primer momento no me diera cuenta del libro estando
allí. Solamente me estaba preparando para cerrar la tapa de nuevo, justo
cuando me daba vuelta, que la luz de la linterna se proyectó en la portada y dio
presencia al cuaderno.
En el momento en que lo vi, sentí que mi respiración se cortó. Sabía que
habría cosas importantes en su interior. Me agaché y saqué el cuaderno de la
caja. Lo puse en el piso de tierra. Arrastré mis mangas por mi cara para secar el
sudor. Luego, sosteniendo la linterna en el cuaderno con una mano, lo abrí con
la otra.
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Las páginas del cuaderno estaban cubiertas con escritura, garabatos,
trazos y dibujos; algo así como los que están en la pared, excepto que con más
palabras entre las imágenes. Pasé las páginas, entrecerrando los ojos ante las
imágenes horribles, leyendo las palabras lo más rápido que pude. Todo era una
locura, violentas, desagradable cosas, muchas de ellas demasiado horrible para
citar. Pero mis ojos recogieron algunas oraciones y frases:
Las pequeñas personas tienen que aprender a temer. Venérame, hónrame, adórame. Seguí pasando las páginas, seguí leyendo.
Las conspiraciones contra nosotros serán pagadas con la muerte. Somos campeones. Fuimos engañados. La muerte es mi poder, y por medio de la muerte mi poder se incrementará.
Las palabras se erigían, retorcían y se curvaban alrededor de las páginas
como volutas de humo. Llenando los espacios entre las palabras, había dibujos
de serpientes, calaveras, demonios, etc. Y eso era sólo parte del material que
puedo decirte. Me pregunté si Jennifer había sido capaz de ver algo de esto
mientras espiaba por la ventana. Me pregunté si estas imágenes se habían
metido en su cabeza y se convirtieron en parte de sus alucinaciones.
Seguí pasando las páginas… y luego me detuve.
Había llegado a una página donde no había palabras en absoluto. Sólo un
dibujo elaborado muy cuidadosamente. Era una imagen de un ataúd. Había un
hombre en su interior. Estaba atado y amordazado. Sabía que era de suponer
que era Harry Mac.
Así que habían planeado todo aquí. Y Jennifer lo había visto por la
ventana. Y a pesar de que ella no podía soportar la idea de que su hermano era
malvado, la idea se había labrado su camino en sus alucinaciones
esquizofrénicas.
Luego me había descrito las alucinaciones, y yo había corrido a la escena
que describió. Debo de haber llegado allí justo en el momento equivocado.
Mark, Nathan y Justin deben haber estado escondidos mientras entraba en el
granero, mientras yo descubría a Harry Mac atado en la caja. Entonces supongo
que tuvieron la brillante idea de que no sólo podían matar a Harry Mac, sino
podrían incriminar por el mismo. Y se habrían salido con la suya también, si mi
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padre no fuera más inteligente de lo que ellos eran, y más inteligente que el
detective Sims.
Tragué algo amargo en mi boca y empecé a pasar las páginas del cuaderno
más rápido. Más palabras. Más imágenes.
Tenemos que hacer algo realmente espectacular para hacerlos reconocer nuestra superioridad.
La suerte está echada. ¡Nosotros somos los verdaderos campeones! La muerte es mi poder. Ya no hay vuelta atrás.
Ahora había imágenes de armas. No rifles de caza o pistolas.
Ametralladoras como la que utilizan en las guerras. Y granadas de mano. Y no
sólo imágenes. Listas de ellas: AK-47, M-6, Glock 9mm…
Cuando hayamos terminado con este pueblo, no habrá nada más que muerte y miedo.
Finalmente, llegué a la última página del cuaderno. Lo que vi allí era más
horrible que cualquier cosa. Más horrible que las imágenes de calaveras y
demonios y cualquier otra inmundicia que había contaminado de alguna
manera la mente de Mark Sales.
Porque aquí había una serie de diagramas. Notas. Un plan. Me tomó un
par de segundos antes de darme cuenta de lo que significaba todo aquello, pero
luego se hizo evidente.
Mark y sus amigos habían creado una trampa mortal.
Los diagramas mostraban el Estadio Sawnee. Me quedé sin aliento cuando
lo reconocí. El encuentro del Empire y Cole, la gran carrera de atletismo, era
hoy, esta mañana. Después de toda la noche loca con Jennifer en el hospital
mental, y la policía viniendo en la mañana, me había olvidado por completo de
ella. Pero por supuesto lo recordaba ahora. Recordé a Justin diciendo que al
Empire y Cole necesitaban que se les enseñe una lección. Me acordé de la
amargura del equipo al sentir que habían sido engañados en el campeonato.
Recordé a Mark diciendo: «Ven el gran encuentro, tenemos que mostrarles a todos
quiénes somos».
191
Los diagramas detallaban todo el plan. La carretera que conduce a través
de los árboles. El estacionamiento exterior. Incluso habían cifras garabateadas
supongo que representando a las multitudes que se presentarían allí para los
eventos deportivos. Habían etiquetas debajo de cada esquema: “gente”;
“autos”; “concesión”; y había flechas para mostrar en qué sentido se movía el
tráfico, en qué sentido se movían las personas. Todo era muy detallado.
A medida que mis ojos iban de diagrama en diagrama, empecé a entender
que estaban en una secuencia de tiempo, una cosa sucediendo después de otra.
En el primer diagrama estaba sólo el estadio con líneas de autos viniendo por el
camino. En el segundo diagrama los autos estaban estacionados en su mayoría
y las personas se movían hacia el propio estadio, en filas y agrupándose
alrededor de la entrada principal de la manera que lo hacían.
El tercer diagrama mostraba una explosión.
La explosión estaba representada por una mancha, áspera, violenta de
tinta en la parte delantera del estadio. Por debajo de la mancha estaba la
etiqueta cuidadosamente escrita: «Explosión: 09:15 a.m». El siguiente diagrama mostraba el resultado: personas muertas por todas
partes. Pero más que eso, también había personas que no estaban muertas. De
acuerdo con el diagrama, entrarían en pánico y huirían de la explosión de
vuelta al bosque. Las flechas mostraban las direcciones en la que irían, los
caminos que tomarían.
Y ahí es donde Mark, Justin y Nathan planeaban esperarlos con sus armas.
La idea, supongo, era que la explosión haría que las personas entraran en
pánico y huyeran del estadio por el camino más fácil para llegar: las pasarelas a
los lados de la carretera y a través de los árboles. Y Mark, Justin y Nathan
estarían esperándolos allí… esperando, posados y escondidos en los árboles. Y
ahí abrirían fuego, matando a las personas que sobrevivieron a la explosión.
Mirando a los diagramas, empecé a sentirme mal del estómago. Pero no
había tiempo para eso. Miré mi reloj. La explosión se supone que tendrá lugar a
las 9:15. Ya eran las 8:50. El desastre estaba a sólo veinticinco minutos.
Tenía que llamar a la policía. No había tiempo para nada más. No había
tiempo para llegar al estadio a pie.
De alguna manera tenía que llamar a la policía y convencerlos de que esto
estaba ocurriendo, que todo era real… antes de que la bomba estallara. Antes de
que el tiroteo comenzara.
Cerré el cuaderno y me levanté. Mi estómago dio vueltas, y por un
segundo realmente pensé que iba a vomitar. Mi visión se oscureció y tuve
miedo que me fuera desmayar. Nunca iba a ser capaz de hacer esto. ¿Cómo
podría?
192
Me tranquilicé. Tomé una respiración profunda. Recordé la estatuilla del
arcángel Miguel en el estante de mi padre.
Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Bueno, era un plan, de todos modos.
Metí mi linterna y a Destructor de vuelta a los bolsillos de mi chaqueta.
No me molesté en cerrar la caja de almacenamiento. No importaba si alguien
sabía que estaba aquí. Nada importaba, sino alertar a la policía.
Di un paso hacia la puerta. La abrí. Salí del cobertizo. El detective Sims y
dos patrulleros estaban caminando hacia mí a través del césped.
193
26
Traducido por LeiiBach Corregido por Nanis
asi salí corriendo. Fue mi primera reacción al ver a la policía
venir hacia mí, marchando hacia mí como si vinieran a
arrestarme por irrumpir en St. Agnes. El detective Sims estaba
vestido con un abrigo, pero estaba desabotonado, así que podías
ver el traje y la corbata por debajo. También podía ver su redonda figura
parecida a un muñeco de nieve. También podía ver esa sonrisita suya, como si
encontrara toda esta situación muy divertida, de una manera no-muy-
agradable. En cuanto a los dos patrulleros, cada uno caminaba al lado de él, no
se veían divertidos en absoluto.
―Pero bueno, si no es el Maestro Sam Hopkins ―dijo el detective Sims en
un tono sarcástico―, también conocido como el amigo mágico.
Creo que en realidad me sonrojé. Pero supongo que sabía que Jennifer
charlaría sobre todo eso con el tiempo.
―Algo curioso ―continuó Sims―. Estábamos en tu casa esta mañana,
Mágico. ―Los tres policías, Sims y los dos patrulleros, ya me habían alcanzado.
Estaban de pie delante de mí, elevándose por encima de mí, donde estaba en
frente del cobertizo.
―Escuchen… ―dije.
Pero Sims no escuchó.
―Creímos que había una buena probabilidad que estuvieras en casa a esa
hora ―continuó―, sobre todo porque sabíamos que tuviste una especie de
noche trasnochadora ayer, ¿no es así?
―Mire, le contaré todo sobre eso, pero…
―Y aquí hay algo extraño. Tu madre pensó que estabas en casa también
―dijo Sims―. Pero cuando miramos en tu habitación, ¿qué crees? No estabas
allí en absoluto. No había nada que ver, sino una ventana abierta, casi como si
C
194
alguien hubiera subido y se hubiera balanceado por el canalón con el fin de
evitar hablar con la policía.
―Está bien, está bien, pero tiene que escuchar. Tiene que ver esto, lea esto
―dije, sujetando el cuaderno hacia él.
―Por suerte, esta es una ciudad pequeña ―dijo Sims, ignorando el
cuaderno por completo―. Uno de nuestras despachadoras estaba tomando su
café mañanero cuando miró por la ventana de la cocina y, camarada, ¿qué
contempló?
―Lea el cuaderno. Se lo estoy diciendo, esto es una emergencia ―dije.
Estaba prácticamente saltando arriba y abajo por la urgencia.
―Contempla al joven Sam Hopkins ―continuó Sims―: Corriendo a
través de su patio trasero, en dirección a Arthur Street.
―Por favor, escuche.
―También por suerte, como un detective entrenado ―continuó Sims
sarcásticamente―, fui capaz de adivinar que te estarías dirigiendo hacia la casa
de Jennifer. Después de todo, eres su amigo mágico.
―Mark Sales y sus amigos, Nathan y Justin, van a matar a las personas.
Mucha gente. Dentro de ―Miré mi reloj―, veinte minutos.
Eso, finalmente, detuvo al detective Sims. Me miró. La peculiaridad en la
esquina de su boca se hizo aún más peculiar cuando su sonrisa se hizo más
amplia.
―¿De qué estás hablando?
―Mark, Nathan y Justin…
―Mark Sales ―dijo secamente.
―Sí. Él tiene armas. Muchas armas. Y una bomba.
―¿El Mark Sales? ¿La estrella de atletismo?
―¡Mire el cuaderno! Tienen todo este increíble plan. Van a hacer estallar
una bomba en el estadio… Van a esconderse en el bosque… Tienen rifles…
―Estaba tan desesperado por hacerle comprender, que casi no podía terminar
mis oraciones.
Seguí sosteniendo el cuaderno hacia él. Por un segundo más, el detective
Sims no lo tomó. Luego lo tomó, pero sólo lo sostuvo y siguió mirándome. Por
último, dio una especie de resoplido, como si dijera: Oh, bueno, está bien, voy a
echar un vistazo. Bajó la mirada hacia el cuaderno y empezó a hojear sus páginas.
―¿Ve los diagramas? ―dije―. Del estadio. Es lo de hoy. Sobre la carrera
de atletismo. ¿Ve donde dice: “Explosión, 09:15”? Eso es tan sólo veinte minutos a
partir de ahora. ¡Necesitamos llegar allí!
195
Por un segundo, mis esperanzas se elevaron cuando vi la expresión del
detective volverse seria. Podía ver las cosas horribles que estaban en esas
páginas con tanta claridad como yo.
Pero después levantó la vista, sosteniendo el cuaderno.
―¿Escribiste esto?
―¿Yo? ¡No! ―chillé—. ¡No! Lo encontré allí. ―Hice un gesto hacia el
cobertizo―. Es de Mark. Jennifer lo vio con sus amigos haciendo planes. Eso es
sobre lo que había estado teniendo alucinaciones. Es por eso que sus
alucinaciones mostraban la verdad.
―Esto es algo muy enfermo, Hopkins ―dijo Sims severamente―. ¿Qué,
viniste aquí a plantar esto en Mark, tratando de hacerlo quedar mal?
―¿Qué? ―prácticamente grité―. ¡No! ¿Por qué iba a hacer eso?
―Tal vez para vengarte de él por meter a tu amigo Jeff Winger en
problemas ―dijo Sims.
Abrí la boca, a punto de responder, pero no salió nada. Me quedé allí con
la boca abierta.
Porque de repente entendí: No importaba lo que le dijera a Sims. Nada de
lo que pudiera decirle iba a hacer alguna diferencia. No es que el detective fuera
un mal tipo, o incluso un mal detective. En realidad, creo que era un buen tipo y
un buen detective. Quiero decir, supongo que quería proteger a la gente,
mantener la ciudad segura y encontrar los chicos malos de la calle y tenerlos en
la cárcel y todo eso. Es sólo que estaba tratando de decirle algo tan diferente de
lo que ya creía que iba a tomar tiempo para convencerlo. Y no tenía tiempo.
Decenas de personas estaban a punto de ser asesinadas. Cientos tal vez.
―Muy bien ―dijo Sims―. Puedo decirte, muchacho, que estás en un
montón de problemas aquí. Tu papá no va a sacarte de esto tan fácilmente. Será
mejor que vayas a la comisaría con nosotros y hablemos todo, para llegar al
fondo de esto.
Podría haberle gritado: «¡No hay tiempo!». Podría haber gritado: «Tenemos
que llegar al estadio ahora, ¡ahora mismo!»
Pero sabía que no me iba a creer. Sabía que no lo entendería. No lo
suficientemente rápido. No antes de que comenzara la matanza.
Sims hizo un gesto a los patrulleros, y los dos dieron un paso adelante
para tomarme en custodia. Uno vino a mí desde la izquierda y el otro desde la
derecha.
Salí corriendo.
Esquivé a la izquierda. El patrullero de la izquierda me agarró. Giré y corrí
hacia la derecha. El policía a la derecha se estiró. Nunca en toda mi vida había
196
estado tan contento de ser pequeño. Me agaché, me escabullí bajo su brazo y
corrí por todo el patio trasero.
Corrí hasta el borde de la casa. Sentí un pequeño soplo de aire en el cuello
y sabía que uno de los policías estaba justo detrás de mí, llegando por mí, lo
único que faltaba eran sus dedos. Puse un esfuerzo extra de velocidad.
―¿A dónde irás? ―Escuché a Sims gritando detrás de mí―. ¿Dónde crees
que te puedes esconder?
No miré hacia atrás. No quería nada que me pudiera detener. Sólo corrí
con todas mis fuerzas, con toda mi velocidad, por un lado de la casa, hacia el
patio delantero, cruzando la calle y por el lado del patio trasero de la casa de al
lado.
Cuando finalmente miré hacia atrás, vi que no había nadie allí. Los
policías no estaban persiguiéndome, no todavía. Pero sabía que Sims tenía
razón. No había ningún lugar dónde esconderme. No podía escapar de ellos
para siempre.
Pero no tenía que escapar de ellos para siempre. Sólo por, eché un vistazo
a mi reloj, sólo por diecisiete minutos. Sólo el tiempo suficiente para llegar al
estadio y de alguna manera advertir a la gente de allí de la bomba, sobre Mark
y los otros esperando en el bosque.
Tropecé desde detrás de la casa. A la siguiente acera, Buchanan Street.
Más casas, más autos estacionados junto a la acera.
Me detuve. Puse mis manos en mis rodillas, respirando con dificultad.
¿Y ahora qué? El estadio estaba al otro lado de la ciudad. Sabía que nunca
lo lograría a tiempo. Pensé en la voz de Jennifer en el teléfono:
«Tantos muertos. Tantos muertos».
Tenía que hacer algo para detenerlo. ¿Pero qué? ¿Cómo?
Luego, lentamente, levanté la cabeza, miré a mí alrededor. Tuve una idea.
Era una idea loca. Peligrosa. Probablemente me mataría.
Pero era lo único que podía pensar.
197
27
Traducido por PaulaMayfair Corregido por Nanis
espirando con dificultad, examiné los autos estacionados
junto a la acera. Vi el que quería de inmediato. Un
Mustang azul. Se veía nuevo. Parecía rápido.
Eché una mirada furtiva hacia arriba y abajo de la calle.
Nadie cerca. Salí rápidamente hacia el auto. En el momento en que llegué a la
puerta del conductor, tenía el Destructor en la mano. Saqué la herramienta de
autos. Trabajé en la ventana de la forma en que Harry Mac me había enseñado.
Unos segundos más tarde estaba en el interior del auto. Mi corazón latía
con fuerza en mi pecho. Mis ojos estaban muy abiertos, porque estaba
sorprendido por lo que estaba haciendo. ¡Estaba robando un auto! Pero, ¿qué
otra cosa podía hacer? Nadie me creía. Nadie entendía. El asesinato iba a
comenzar en cuestión de minutos. Tenía que llegar allí. Tenía que detenerlo.
Necesitaba usar una segunda herramienta en el Destructor para pasar por
la columna de dirección y liberar la rueda. Eso llevó un poco más que la puerta.
Sentía el tiempo pasando, sentía cada segundo pasar mientras trabajaba. Luego
la columna se rompió, la rueda era libre.
Fui a trabajar en el encendido. Y mientras lo hacía, escuché las sirenas
comenzar. La policía. Sims y sus patrulleros. Buscándome. Persiguiéndome.
―Vamos, vamos ―le dije al Mustang mientras el sudor corría por los
lados de mi cara.
Un segundo después, el motor tosió y el auto volvió a la vida.
Mi corazón estaba volviéndose loco en mi pecho ahora. Mi cabeza daba
vueltas, el mundo giraba alrededor de mí. Traté de no pensar en lo que estaba
haciendo, lo que iba a pasar a continuación. Sólo dije una oración e hice lo que
tenía que hacer.
Puse el auto en marcha. Giré el volante. Salí del espacio de
estacionamiento en la calle.
R
198
Tenía mi permiso de aprendiz, como he dicho. Sabía cómo conducir. Por
lo menos, había conducido el Passat de mi padre un par de veces. Mi padre,
como era de suponer, era un conductor cuidadoso y estaba enseñándome a ser
igual. Siempre bajo el límite de velocidad. Deteniéndose en cada signo de pare.
Mirando a ambos lados. Luego empezando de nuevo.
Y que Dios me ayude, después de esto, así era como iba a conducir todos
los días por el resto de mi vida.
Pero por ahora, bueno, esto iba a ser diferente.
Pisé el pedal del gas y el Mustang salió como una bala.
Un rayo de puro miedo me atravesó cuando el auto salió disparado hacia
adelante, tirándome hacia atrás contra el asiento del conductor. Agarré el
volante con los nudillos blancos. El carril de casas pasaba rápido por las
ventanas a ambos lados, un borrón en los alrededores. Miraba boquiabierto
mientras el guardabarros delantero se dispara hacia la esquina.
No me detuve en las señalizaciones en absoluto. No toqué los frenos.
Simplemente corrí a través de la intersección, y mientras lo hacía, por el rabillo
del ojo, vi las luces rojas giratorias de una patrulla de la policía cargando hacia
mí desde la derecha.
Luego estaba por la intersección alejándome. Y mientras el Mustang
seguía golpeando su camino por la calle, miré en mi espejo retrovisor. Vi el auto
de policía venir chirriando hasta frenar en la esquina detrás de mí. Vacilaron
allí. Creo que los policías no estaban seguros de que estaba en el auto a toda
velocidad.
No esperé alrededor de ellos mientras tomaban una decisión. Alcancé la
esquina siguiente, pisé el freno, y torcí el volante hacia la izquierda. Los
neumáticos del Mustang chillaron mientras el auto entraba en una loca y
circular vuelta.
Luego pisoteé el gas de nuevo y me disparé a la siguiente calle.
La autopista. Tenía que llegar a la autopista. Esa era la forma más rápida
de llegar al estadio. Sabía dónde estaba la rampa y me dirigí a ese camino.
Todavía estaba en las carreteras secundarias residenciales. Vi una o dos
personas tomando sus periódicos, paseando a sus perros, congelándose al
bostezar mientras pasaba a toda velocidad. Pero todavía no había visto otro
auto. Luego lo hice.
Más adelante… un gran y pesado SUV… desaceleraba por un signo de
Alto en la siguiente esquina. Se cernía sobre mi parabrisas mientras corría hacia
él a toda velocidad.
―¡Fuera de mi camino! ―grité, mi voz quebrándose.
199
Golpeé la bocina con la palma de mi mano. El Mustang dejó escapar una
explosión de trompetas. Vi al SUV sacudirse en una parada, balanceándose
sobre sus ruedas traseras. Terror pareció congelar mi cerebro. No me detuve en
absoluto. Simplemente giré el volante, y el Mustang salió al carril contrario.
Podría haber sido golpeado de frente por algo pasando por allí, pero no había
nada. Me disparé más allá de la camioneta por la esquina, arriesgando una
colisión de costado ahora. Tuve suerte de nuevo: sin tráfico que me cruzara. Y
luego me fui, con la bocina del SUV gritando airadamente detrás de mí y mi
mente apenas comenzaba a trabajar de nuevo, apenas comenzando a
comprender lo cerca que había estado de un desastre empapado de sangre.
Conduje. Por encima del rugido del motor del Mustang, oí las sirenas de la
policía de nuevo. Estaban lejos ahora. Una pequeña chispa de esperanza se
encendió en mí. Tal vez me había escapado de ellos.
Pero todavía, todavía, ¿cómo iba a llegar al estadio a tiempo?
Giré en una esquina. Adelante, vi la rampa de la autopista. Un
Volkswagen estaba girando en ella. Me distancie de él, acelerando por la rampa
hacia la carretera mientras el Beetle sonaba detrás de mí.
―¡Oh, no! ―dije en voz alta.
Porque vi el tráfico, el tráfico en la carretera. Se estaba moviendo lo
suficientemente rápido, pero seguro que era un montón. Por supuesto que
había, todo el mundo se dirigía hacia el estadio. Todo el mundo estaba yendo al
gran encuentro.
Miré el reloj del salpicadero: 9:06. Nueve minutos para llegar allí. Para
advertir a la gente. Para detener la matanza.
Nunca lo lograría. Nunca.
Pero tenía que intentarlo. No podía reducir la velocidad.
Mis manos sudorosas retenían el volante. Mis ojos abiertos miraban
fijamente a través del parabrisas mientras corría a través del tráfico, esquivando
un lado y otro. Vi el guardabarros trasero del auto delante de mí venir
golpeando hacia mí como un puño en la cara. Un grito quedó capturado en mi
garganta. En el último minuto vi una abertura a mi izquierda. Tiré el volante.
Esquivé a través del espacio abierto, e instantáneamente, otro guardabarros
vino disparado a toda la velocidad al parabrisas. Ahora el grito salió de mí. Tiré
el volante hacia la derecha para evitarlo.
Milagrosamente, pase a través, aún rodando, cosiendo a través del tráfico
como la aguja en una máquina de coser, tan rápido. Bocinas comenzaron a
sonar a mí alrededor. Oí las sirenas de nuevo, cada vez más fuerte detrás de mí
ahora. No podría decir qué tan cerca estaban los policías. No me atreví a mirar
el espejo retrovisor. No me atreví a sacar mis ojos de la carretera por delante ni
200
por un segundo. Seguí esquivando a través del tráfico, tan asustado estaba que
prácticamente me ahogaba en él, prácticamente me estrangulaba en mi propio
miedo.
Y cada segundo que pasaba hizo que el estrangulamiento creciera con más
fuerza.
Entonces allí estaba el letrero: Estadio Sawnee, hogar de los Leones. Una vez más hice girar el volante, cortando frente a un Cadillac señorial.
Oí los neumáticos del Caddy chillar. Mis propios neumáticos chirriaron de
nuevo mientras el Mustang derrapaba de lado a través del carril a la salida. El
auto se hundió fuera de la autopista sin disminuir la velocidad.
Y allí, delante de mí, corriendo hacia mí sin control: una fila de autos,
detenidos. El tráfico para el estadio se había espesado aquí, detenido por el
signo Alto al final de la rampa. No había manera de evitarlo. Y el tráfico en la
calle que cruzaba era demasiado espeso para pasar. La parte trasera de una
camioneta al final de la fila estaba acercándose más en el parabrisas, cada vez
más cerca. Tuve que parar antes de estrellarme contra ella.
Golpeé los frenos tan fuerte como pude.
Los neumáticos del Mustang dejaron escapar un chirrido enorme. Dejé
escapar un chirrido yo mismo. Humo, el hedor a goma quemada subió
alrededor de las ventanas. Fui lanzado hacia delante y sentí el extremo
posterior del Mustang derrapar, balanceándose adelante y atrás, mientras el
auto amenazaba con descontrolarse. Mi sangre pareció congelarse. Me aferré al
volante por mi vida. Vi la camioneta hacerse enorme en el parabrisas.
A centímetros para la colisión, el Mustang se detuvo con una sacudida.
Jadeé. Sin aliento, miré el reloj del salpicadero: 09:10. Cinco minutos. Cinco
cortos minutos. Tiré el auto en el estacionamiento, salté por la puerta, y salí
corriendo como un loco.
A mi alrededor, el tráfico se desató con bocinazos y gritos. Había dejado el
Mustang bloqueando a todos.
Pero eso, me di cuenta, era bueno para mí. Debido a que los policías
estaban atrapados allí en la carretera. Oí las sirenas gritando sin poder hacer
nada. Escuché a la policía gritando sobre sus altavoces:
―¡Muévanse fuera del camino! ¡Muévanse a un lado!
Sus voces casi perdidas sobre las bocinas de enojo.
No miré hacia atrás. Corrí. Tan rápido como pude. Más rápido.
Sentí cada segundo dentro de mí mientras pasaba.
201
28
Traducido por ஓ¥anliஓ
Corregido por Nanis
stá era la escena en el Estadio Road: autos alineados en la
entrada del estacionamiento. El tráfico atascado por todo el
camino, cerrando un carril, haciendo al otro lento. Los peatones
estaban entrando rodeando el parque, moviéndose por los
árboles a lo largo de la vía. Pude ver el estadio por el bosque. Pude ver el paseo
del río y más allá el río, el agua en movimiento lento brillante en el sol de la
mañana, las colinas lejanas envueltas en bruma.
Podía oír las sirenas detrás de mí. Más de una. Supuse que el tráfico habría
hecho un camino para ellos, ya que se podía oír que estaban de nuevo en
movimiento, abriéndose paso por la carretera, cada vez más cerca, viniendo por
mí.
Corrí, el miedo apretando mi garganta como una mano estrangulando.
Apenas podía pensar. Sólo podía moverme. Apenas podía esperar. Sólo corría.
Me agaché junto a la carretera entre los árboles. Corrí, atravesando el
pequeño bosque del parque hacia el estacionamiento. Supuse que Mark, Nathan
y Justin estaban sobre mí en alguna parte, esperando en los árboles como
francotiradores. Pero dondequiera que estuvieran, estaban bien ocultos. No
podía verlos. No tuve tiempo de comprobar.
Llegué a la orilla de los árboles, al borde del estacionamiento. Me detuve,
mi boca abierta. La multitud. Tantos. Tantas personas. Tantas personas que
conocía. Niños y maestros que conocía. La gente de la iglesia y los niños de la
escuela dominical de mi padre. Los hombres y mujeres que trabajaban en las
tiendas de la ciudad. Casi todo el mundo en Sawnee y todo el mundo en los
pueblos cercanos también. Los miré y me sentí como si hubiera una gigantesca
bola de fuego en mi pecho, una bola de humo asfixiante.
«Tantos muertos».
E
202
Todo estaba en mí. Salvarlos. Todo en mí. Como algo salido de una
pesadilla, donde tienes que correr, pero no puedes correr lo suficientemente
rápido. ¿Cómo iba a correr lo suficientemente rápido? ¿Cómo podría
protegerlos de morir?
Me forcé a moverme. Me encontré en el bordillo del pavimento del
estacionamiento. Vi que la gente estaba llegando a la entrada del estadio.
Tenían que mostrar sus boletos ahí, y la demora hacía que la muchedumbre se
agolpara y se agrandara. Justo de la forma en que lo hicieron en el diagrama en
el cuaderno de Mark. Justo como había planeado Mark.
Los miré, respirando con dificultad. Oí la sirena de policía, muy fuerte
ahora. Miré y vi las luces rojas girando a través de los árboles, tres autos,
viniendo tras de mí. Si me arrestaban ahora…
Pero, ¿qué debo hacer? Si sólo comenzaba a gritar, todo el mundo entraría en
pánico, todo el mundo correría, tal como Mark quería, correrían por los
caminos de salida donde él se escondía, esperando con sus amigos para abrir
fuego contra ellos.
Miré al estacionamiento. Tal vez podría encontrar la bomba. Tal vez
podría moverla a algún lugar. Pero no vi nada, además de las personas y los
autos.
Espera. Los autos.
De repente comprendí.
Estacionado en el borde del estacionamiento, justo donde empezaba el
camino al estadio, justo donde la multitud se formaba y se amontonaba en un
grupo cada vez mayor, estaba el llamativo auto deportivo negro 1980 que
Nathan había estado conduciendo cuando recogió a Mark esta mañana. En el
momento en que lo vi, al instante en que vi cómo fue colocado exactamente
donde se suponía que explotaría, supe que el auto estaba lleno de explosivos.
Fue manipulado para detonar en, eché un vistazo a mi reloj, tres minutos desde
ahora.
Las patrullas de la policía llegaron chillando por la esquina en la entrada
del estadio. Se alinearon bloqueando el camino de los transeúntes. La policía no
esperó a que se movieran. Detuvieron sus autos y se bajaron. Empezaron a
correr alrededor de los otros vehículos hacia mí.
Comencé a correr también. Lágrimas nublaron mi visión, las aparte de mis
ojos mientras corría. Eran lágrimas de desesperación y terror. Tan poco tiempo.
Tenía que mover el auto lejos de la gente antes de que estallara. No podía dejar
que la policía me detuviera. Tan poco tiempo…
203
Llegué al auto deportivo, corriendo tan rápido que me estrellé contra la
puerta del conductor, con fuerza. Ya tenía el Destructor en mis manos. Saqué la
hoja y me puse a trabajar, forzando la ventana del vehículo.
Mi mano temblaba, mi cuerpo entero estaba temblando, pero forcé la
cuchilla en la cerradura. ¿Cuánto tiempo le quedaba antes de explotar? ¿Dos
minutos? ¿Dos y medio? No lo sabía.
―Hacer lo correcto, sin temor a nada. Hacer lo correcto, sin temor a nada
―seguí murmurando entre dientes, mi voz quebrándose, las lágrimas nublaban
mi visión. Tenía tanto miedo. Tanto miedo.
Abrí la cerradura.
―¡Sí!
Tiré de la puerta abriéndola.
―¡Alto ahí!
La policía. Gritando hacia mí:
―¡Alto!
―¡Arriba las manos!
Alcé la mirada y vi a los patrulleros cargando hacia mí desde la entrada.
Había por lo menos cinco de ellos ahora, y Sims también. Todos corriendo a
toda velocidad, todos con sus manos en las fundas de sus pistolas, listos para
sacarlas y disparar.
Y entonces, sin previo aviso: un disparo. Un fuerte y penetrante crack. Un
ruido sordo. Un agujero se abrió en el lado del auto deportivo justo en frente de
mí.
Mi corazón pareció dejar de latir. Mi boca se abrió en shock. ¡Alguien me
estaba disparando!
La policía también lo vio. Se detuvieron y se echaron abajo rápido,
lanzándose detrás de los vehículos para cubrirse. Miraron hacia el bosque. Uno
de ellos gritó:
―¡Arma!
La policía empezó a gritarle a todo el mundo:
―¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Cúbranse!
Incluso en mi confusión y terror, me di cuenta de lo que estaba
sucediendo. Mark Sales o uno de sus amigos estaba tratando de detenerme de
mover el automóvil lejos de la gente, tratando de detenerme de arruinar sus
planes. Sólo acaba de fallar en darme.
Bueno, no les di tiempo para un segundo disparo.
204
Me metí en el auto deportivo. Giré el volante en la mano. No estaba
bloqueado. No tuve que cortar la columna de dirección. Fui directo al
encendido, trabajando tan rápido como pude, balbuceando una oración
mientras trabajaba.
Otra bala se estrelló. La ventana trasera del vehículo explotó, los vidrio
volaron sobre el asiento trasero.
Grité de miedo.
Me agaché y seguí trabajando con los cables de encendido. El auto
arrancó.
―¡Por favor! ―Oré, las lágrimas corrían por mis mejillas.
Me senté tras el volante.
Más disparos. Eché un vistazo sobre mi hombro y vi a la policía. Se
agachaban detrás de los vehículos del estacionamiento, devolviendo los
disparos hacia los árboles, disparándole a Mark y a los otros. La gente gritaba,
cayendo al suelo, agarrando a sus hijos y corriendo a esconderse detrás de los
autos.
Miré el reloj del salpicadero: 09:14.
Se había ido un minuto.
Golpeé el acelerador.
El auto deportivo cobró vida. Saltó sobre el bordillo, dirigiéndose
directamente hacia el estadio. Desvié el volante y el vehículo giró, sus
neumáticos vomitando césped. Me dirigí al frente por el lado de la cancha,
hacia el paseo del río, hacia el río. Sabía que iba a estallar en cualquier
momento.
―¡Vamos! ―grité en una agonía de miedo. Esperaba ser volado en
pedazos en cualquier momento.
El auto se disparó a través de la hierba. Rebotó y sacudió al chocar contra
el pavimento del paseo del río. Nunca aparté mi pie del acelerador, ni por un
segundo. El vehículo continuó hacia adelante. A lo largo del paseo. A la orilla
del río. Y luego…
Entonces, el auto, la bomba y yo, estábamos en el aire, volando a través de
la nada más allá del agua. Por un segundo interminable el parabrisas estuvo
completo de nada más que de azul, el azul del cielo. Mi mente estaba llena nada
más que del color rojo, el rojo del miedo. No respiré. Parecía que no había más
aire en el mundo ni más tiempo. Y tampoco quería morir.
Luego, el vehículo impactó contra el río. Al instante, el agua comenzó a
verterse a través de la ventana trasera, la destrozada por el disparo. Sabía que
tenía sólo un segundo antes de perder el sistema eléctrico, así que me lancé por
205
la ventana del frente, con la esperanza de escapar. No hubo forma. Más agua se
precipitó al interior. Traté de pasar a través de ella, salir del auto. Pero corría
demasiado rápido, demasiado fuerte. No pude abrirme paso por la ventana.
Dejé escapar un rugido de desesperación, luchando contra la corriente. El
auto se estaba llenando y comenzó a hundirse. El agua derramándose al
interior, un torrente sólido que me abrumó. El vehículo se inclinaba hacia
delante y de lado. El agua lo llenó, cubriéndome. La última porción de aire en el
auto estaba en la parte trasera. Incluso sabiendo que estaba a punto de estallar,
esperando por eso, esperando que a medida que cada segundo marcaba el paso,
no tuve otra opción. Nadé y metí la cabeza en la bolsa de aire, jadeando en
busca de aire. La bolsa cada vez más y más pequeña. Fue desapareciendo
rápidamente. Tenía que salir de allí.
Tanto estaba en mi cabeza en ese momento. Mi papá, mi pobre madre y
hermano, enterrando lo que quedaba de mi cuerpo. Zoe. Su dulce rostro.
Jennifer, la pobre Jennifer. Completamente sola y sin su amigo mágico…
¿Quién iba a explicarle cómo había muerto?
La bolsa de aire se había reducido casi a nada ahora, a punto de
desaparecer. El auto estaba casi lleno. Eso significaba que el agua no se
apresuraba a entrar tan rápido ya. Agarré un último aliento y me sumergí en el
agua que llenaba el vehículo.
Me di la vuelta en el estrecho espacio, buscando a través de las aguas del
río fangoso para encontrar la ventana. Pude ver el fango corriendo al pasar
fuera mientras el automóvil se hundía hasta el fondo. Encontré las ventanas y
nadé hacia ellas.
Me estiré hacia allí, sintiendo los vidrios rotos arañando mis manos.
Agarré el borde y me arrastre por la ventana.
Estiré mi cuello en busca de la luz de la superficie. Allí estaba, cayendo los
rayos de color amarillo-dorado a través del agua. Nadé, empujando contra el
río tan fuerte como pude, intentando, intentando con todas mis fuerzas,
alejarme de ese auto antes de que estallara.
Mi corazón retumbaba en mis oídos. Mis pulmones tensaban mi pecho.
Me pregunté si podría oír la erupción, si sentiría el dolor, mientras me
destrozaba…
Y entonces, con un chapoteo, irrumpí, jadeando, salí a la luz clara y fría
del día.
No esperé. Nadé hacia la orilla. El flujo lento pero constante del río me
empujaba hacia abajo, pero no estaba lejos. Unas cuantas brazadas y agarré la
orilla del río. Mis dedos arañaron la tierra. Me arrastré fuera del agua. Me
levanté y me topé con la franja de césped al lado del paseo del río.
206
―¡Alto ahí, Hopkins!
―¡Arriba las manos!
Aturdido, empapado, miré hacia las voces. Vi al detective Sims y uno de
los patrulleros que venía hacia mí, sus armas en la mano, los orificios nivelados
hacia mí, huecos y mortales.
Detrás de ellos, pude ver a otros policías en el estacionamiento. Tenían sus
armas apuntando también, pero estaban apuntando hacia el bosque. Y pude ver
a Mark, Nathan y a Justin saliendo de los árboles, con las manos en alto.
Había sirenas por todas partes. Las luces parpadeando. Más vehículos de
policía llegaron al lugar. Mark y sus amigos estaban bajo arresto.
―¡Dije, pon las manos arriba! ―me gritó Sims.
Me eché a reír y llorar al mismo tiempo. Se había acabado. Acabado. Puse
mis manos en el aire, riendo y llorando.
Y el automóvil en el río estalló.
Hubo un gran estruendo y gorgoteo, sonaba como si un monstruo
estuviera subiendo del lecho del río. Me agaché, girando para mirar detrás de
mí, y vi la superficie del río subir en una gran cúpula plateada parpadeando. Y
luego la cúpula estalló y el agua salió volando a través de la luz del sol, las
gotas brillando como cristales rotos.
Sims me agarró y puso sus brazos alrededor de mí, protegiendo mi cuerpo
con el suyo. Pero sólo era agua lo que nos golpeaba. Golpeó contra nosotros con
fuerza, una sola ola fría. Luego desapareció. Sin causar daño, sin dolor. Se fue.
Sims se apartó lentamente de mí. Lo vi mirando el agua mientras las olas
turbulentas se instalaban de nuevo en un flujo constante. Entonces me miró
fijamente. Vi la comprensión llegar a sus ojos. Vio lo que había sucedido. Él lo
sabía.
Se volvió hacia el agua otra vez. Me volví hacia ella también. Todavía
había lágrimas corriendo por mis mejillas.
―¿Hubo algún herido? ―me las arreglé para preguntar.
Escuche al detective Sims hacer un ruido. Me volví y lo miré. Vi que sus
ojos estaban llenos de lágrimas también.
Bajó la mirada hacia mí, asombrado.
―Nadie ―dijo con asombro. Luego, por una vez, sonrió con ambos lados
de la boca―. Ni una sola alma.
207
Traducido por Aяia
Corregido por Nanis
se es más o menos el final de mi historia. Sólo hay una cosa más
que debo contar.
Sucedió a finales de mayo, en plena primavera, a la tarde.
Estaba corriendo. Los árboles estaban floreciendo con hojas de
color verde claro y las colinas estaban verdes y llenas de hierba. El cielo estaba
azul con grandes, lentas y blancas nubes que se movían. Y el aire, no sé cómo
describirlo exactamente, tenía esa extraña sensación de frescor primaveral, esa
sensación como si recordaras algo maravilloso pero no estás seguro de lo que
es.
De todas formas, como he dicho, estaba corriendo, entrenando para la
pista el año que viene. Iba a tener que ser el año que viene porque el director
había cancelado todo el resto de los encuentros este año. Él y los profesores y
muchos padres pensaron que los chicos de la escuela estaban demasiado
traumatizados sobre lo que había pasado en el gran encuentro para seguir con
el atletismo. Pensaron que estábamos tan traumatizados que siguieron
enviando terapeutas y médicos para que hablaran con nosotros. Siguieron
haciéndonos tener asambleas en el auditorio para hablar de nuestros
sentimientos. Los políticos nos daban discursos. E incluso algunos en la
televisión se gritaban los unos a los otros sobre nosotros. Así de traumatizados
creían que estábamos.
¿En la vida real? En la vida real, en su mayoría, era obvio que ellos, los
adultos, eran los traumatizados. Nosotros los niños simplemente nos
imaginamos que tendríamos que aguantar a nuestros padres y los profesores
haciendo terapia y hablando y discutiendo hasta que todos se calmaran. Sólo
necesitaban tiempo, eso era todo.
Aun así, con las carreras canceladas, seguí corriendo tanto como pude
para estar listo para el año que viene cuando los encuentros empezaran otra
vez. A veces corría en la pista de la escuela y a veces en la parte este del pueblo.
Pero este día, este precioso día de primavera, fui corriendo a las colinas
del oeste, por ese camino que conducía al granero de Jeff Winger, el camino
donde había visto a Jennifer esa vez y donde Winger y sus compañeros nos
encontraron y me dieron una paliza mientras Jennifer escapaba.
E
208
Me había mantenido alejado de este sitio durante algunas semanas. De
alguna forma, durante un tiempo, simplemente no me sentía como para volver
ahí. Pero entonces, este día, siendo primavera y tan hermoso y todo, supongo
que simplemente pensé que había llegado la hora. Sólo era un sitio después de
todo. Sólo un sitio donde las cosas habían pasado. No estaba embrujado o algo
así. Así que volví.
Corriendo ahí con las colinas a cada lado, sabiendo que el granero donde
Jeff había guardado sus autos robados estaba delante, sabiendo que el otro
granero, también, donde Harry Mac había muerto estaba cerca, no pude evitar
pensar en todo otra vez. Todos esos chicos estaban en algún tipo detenidos
ahora. Jeff y Ed P. se habían declarado culpables de los cargos de robo de autos.
Nathan y Justin se habían declarado culpables de intento de asesinato y todo
tipo de otras cosas. Todos iban a pasar mucho tiempo encerrados.
Pero fue Mark Sales quien consiguió lo peor. Iba a ser acusado como
adulto por un montón de cosas que tenían que ver con el ataque a la escuela:
varios cargos por intento de asesinato, intento de uso de un artefacto
incendiario, todo tipo de cosas. Si le condenaban, y estaba seguro de que sería
condenado, probablemente iba a ir a prisión por el resto de su vida.
Uno de los terapeutas que visitó la escuela dijo que no pensaba que eso
fuera justo. Dijo que Mark estaba mentalmente enfermo como Jennifer. Dijo que
a veces la esquizofrenia se daba en las familias de esa manera. Era una
condición genética, dijo.
Yo no creía eso. O al menos no creía que esa fuera toda la historia.
Seguro, Mark y Jennifer estaban mentalmente enfermos, pero Mark tenía
algo más también. Porque incluso cuando estaba alucinando, Jennifer era una
buena persona. Todo lo que quería era ayudar y proteger a la gente. Estaba
confundida y enferma y era doloroso para ella. Pero no había crueldad en ella,
ni violencia.
Pero Mark, Mark era diferente. Tenía todas esas horribles ideas en su
cabeza, sobre cómo la gente en Sawnee no entendía su grandeza y su poder,
cómo la gente le había despojado de su campeonato, cómo necesitaban
aprender a tener miedo, y cómo les iba a enseñar matándolos, y más y más. Así
que, está bien, tal vez Mark estuviera mentalmente enfermo. Pero también era
malvado. Y esas cosas no son lo mismo para nada.
Sea como sea, Mark se las había arreglado de alguna forma para
convencer a Justin y a Nathan para que le siguieran. Supongo que eran del tipo
que siguen y no se preocupan por pensar las cosas por sí mismos. Los tres
habían estado comprando suministros para su gran plan, armas y explosivos y
el auto que usaron, de Jeff Winger, quien había estado adquiriendo todo de sus
amigos criminales en Albany. Cuando Jeff empezó a hacer preguntas sobre lo
209
que tramaba Mark, Mark le amenazó, le dijo que se callara o le mataría. Es por
eso que cuando Jeff averiguó que Harry Mac estaba hablando con la policía, se
lo contó a Mark porque tenía miedo de que Mark pensara que era él quien
estaba hablando. Mark, Nathan y Justin mataron a Harry Mac, lo cual asustó
mucho a Jeff, no le contó a los policías sobre Mark, incluso después de que le
arrestaran.
Estaba pensando en todo eso mientras corría hacia arriba por una colina
larga y lenta. Y supongo que estaba perdido en aquellos pensamientos porque,
de repente, tuve esta extraña sensación, como si alguien me estuviera
observando. Miré atrás por encima de mi hombro, y estuve muy sorprendido al
ver que había una camioneta verde rodando detrás de mí. De alguna manera se
había acercado a mí sin que siquiera supiera que estaba allí.
Al momento siguiente, la camioneta se puso junto a mí y desaceleró hasta
detenerse. Me detuve también y miré a través de la ventana, respirando con
dificultad por haber corrido.
Al principio no recordé al viejo hombre sentado tras el volante, pero
entonces la arrugada cara redonda y los ojos oscuros y brillantes volvieron a mi
memoria. Este era el mismo granjero que había venido por esta carretera antes,
cuando Jeff y sus matones me estaban dando una paliza. Él fue la razón por la
que corrieron los matones. De hecho, sin él, me podrían haber hecho realmente
algo serio.
Las viejas y arrugadas manos del granjero se aferraron al volante mientras
se inclinaba y miraba por la ventana hacia mí. Se mordió el labio arrugado
pensativamente.
―Te conozco ―dijo después de un momento.
―Sí ―dije a través de mi respiración jadeante―. Nos hemos encontrado
antes.
―Eso es. Eso es. Te he visto alrededor también ―dijo―. Caminando a la
escuela a veces. Con esa chica, esa chica bonita de cabello negro…
―Zoe ―dije.
―Zoe Miller, eso es. ―Asintió lentamente―. Parece buena chica.
―Sí, señor. Sí que lo es.
El anciano se mordió la canosa mejilla un poco más, como si tuviera una
broma muy seca pegada ahí, deseando ser dicha.
210
―Eres el hijo del predicador, ¿no? El que detuvo a esos muchachos con
todas sus armas.
―Bueno… la policía les detuvo.
―Pero tú llevaste ese auto bomba al río. Eso estuvo bien hecho.
Me encogí de hombros.
―Gracias.
―Apuesto a que tu padre debe haber estado orgulloso de ti.
Me reí.
―Dijo que debía ser el único niño del mundo que podía irrumpir en un
hospital para enfermos mentales, robar un auto, huir de la policía, y hacer que
fuera lo correcto.
El anciano de la camioneta también rió, una risa jadeante y ronca.
―Eso es bueno, eso es bueno. Me gusta eso. Me gusta un hombre de Dios
con sentido del humor. Si Dios no tiene sentido del humor, tenemos todos un
grave problema.
―Sí, señor. Supongo que es verdad.
El anciano miró desde la ventana de la camioneta al camino como si
estuviera considerando algo muy lejos. Pensé que iba a alejarse entonces. Pero
no lo hizo. Me miró otra vez y dijo:
―Así que dime algo.
―Claro.
―Por lo que he oído, había alguna chica, una chica loca en el hospital
mental. Por lo que he oído, esta chica estaba teniendo visiones de todo ello. Vio
cosas que pasarían antes de que lo hicieran.
―Jennifer ―le dije―. Y no está loca. De todas formas, no me gusta
llamarle así. Sólo… bueno, tiene una enfermedad, eso es todo. Y no tiene
visiones exactamente…
―¿No?
―No. Escuchó los planes de su hermano y se convirtieron en parte de sus
alucinaciones.
―Ah. ¿Es eso cierto?
―Sí ―dije―. Siempre hay algún tipo de explicación para cosas como esa.
No es un mundo mágico o algo así.
―¿No?
―Eso es lo que dice mi padre.
―Bueno, tu padre suena como un buen compatriota.
211
―Sí, señor, lo es.
―¿Y cómo está ella? La chica del hospital, quiero decir. Esta Jennifer.
―Ya no está en el hospital ―le dije―. Le dieron algún medicamento y ha
vuelto a casa ahora. El medicamento parece ayudarle mucho. Incluso ha vuelto
a venir a la escuela a veces.
―¿Sí? Bueno, bueno. Las cosas que tienen estos días. Eso es bueno de
escuchar. Sin embargo, tiene que ser duro encajar para una chica así. Duro para
ella hacer amigos y todo eso.
―Tiene amigos ―le dije al anciano―. Yo soy su amigo. Zoe también es su
amiga.
Hizo una especie de sonido de chasquido con los labios.
―Buen trato, entonces ―dijo―. Buen trato.
―Sí, señor.
―Bueno ―dijo―. Cuídate, hijo.
―Usted también.
―Y sigue entrenando. Vas a correr una buena carrera cuando llegue el
momento. Estoy seguro de ello.
―Gracias.
Puso la camioneta en marcha, e hizo un fuerte chirrido. Y una vez más, tan
suave que apenas pude escucharlo bajo ese sonido, el anciano dijo:
―Hacer lo correcto. Sin temor a nada.
Me quedé ahí viendo como la camioneta se alejaba, y preguntándome si
había escuchado correctamente al anciano.
Porque sus palabras me recordaron algo más ahora. Recordé cómo,
después de que todo terminara, después de que la policía me interrogara y me
llevara a casa, después de que los periódicos y la televisión me entrevistaran,
después de que el acalde celebrara una fiesta y me diera un premio, estaba
sentado solo con mi padre en su estudio y le conté todo lo que había pasado
desde el principio hasta el final. Quería escucharlo todo, dijo, paso a paso,
desde el inicio. Y así se lo conté, empezando por el día en el que jugué al juego
de la gallina con el tren de carga. Le conté más o menos como lo he contado
aquí.
Y mientras se lo estaba contando, pasó una cosa curiosa. Llegué a la parte
sobre la estatua del ángel, la estatuilla del arcángel Miguel en su estante. Y
212
cuando llegué a esa parte, mi padre parpadeó hacia mí desde detrás de sus
lentes redondos.
Y dijo:
―¿Qué estatua?
Y yo dije:
―La que está justo… ―Y empecé a señalar a donde estaba la pequeña
estatua. Sólo que ya no estaba ahí―. Estaba justo ahí ―le dije a mi padre―. El
arcángel Miguel. Con su espada. Tenía esta escritura en latín: Recte age nil time.
Mi padre negó.
―No, yo no… no tengo una estatua como esa. Nunca antes había oído esa
frase.
―Significa: “Hacer lo correcto, sin temor a nada” ―le dije.
―Sí, sé lo que significa. Pero nunca he tenido una estatua como esa. Debes
haberlo visto en otro sitio.
Empecé a decir no, no, sabía que estaba aquí, estaba justo aquí. Estaba
seguro de ello. Y estaba seguro de que no me lo había imaginado, porque no
sabía latín, y no podría haberme inventado la frase yo solo.
Pero mi padre estaba tan seguro de que nunca había tenido una estatua
así.
Y de alguna manera, no he sido capaz de encontrar esa cosa otra vez.
Mientras miraba cómo se alejaba la camioneta verde, por alguna razón me
encontré deseando haberle preguntado al viejo granjero sobre la estatua. Por
alguna razón, no estoy seguro de por qué, pensé que él habría sido capaz de
ayudarme a comprenderlo. Nunca he sido capaz de darle sentido yo mismo.
Pero era demasiado tarde ahora. Así que sólo me quedé ahí viendo cómo
la camioneta se volvía más pequeña y más pequeña en la distancia, arrastrando
una nube de polvo detrás de ella. Finalmente, rodó fuera de mi vista por encima
del borde de la colina.
Y después de un rato, empecé a correr otra vez.
213
Fin
214
Advertencia: ¡La guía de lectura en grupo contiene spoilers!
No leer hasta que hayan completado la novela.
1. Sam reconoce que no siempre toma las decisiones correctas desde el
principio en la novela. ¿Qué crees que hubiera pasado si no hubiera hecho
esas malas decisiones? ¿Cómo podrían haberse desenlazado los
acontecimientos más tarde en la novela? ¿Alguna vez has tomado malas
decisiones que hayan podido dar lugar a algo bueno? ¿Valió la pena el
error de juicio?
2. ¿Cuál crees que es la verdadera naturaleza de las visiones de Jennifer?
¿Por qué crees que ella optó por decirle a Sam acerca de ellas? ¿Qué crees
que pensó su hermano de las visiones?
3. ¿Por qué crees que Sam estaba tan seguro de que las advertencias de
Jennifer eran ciertas? ¿Por qué crees que nadie le creyó, incluso después
que su primera advertencia resultó ser cierta?
4. Sam anhela estar en el equipo de atletismo, formar parte del grupo
popular. ¿Cómo afectó eso a sus decisiones en el principio de la novela?
¿Cómo cambió hacia el final?
5. ¿Quién crees que es el anciano de la camioneta? ¿Cuál es su significado?
6. Nombra los momentos en que Sam tuvo que recordarse a sí mismo «Hacer
lo correcto. Sin temor a nada». ¿Qué tan difícil fue para él seguir ese
mantra? ¿Cuáles fueron esas veces en tu vida cuando has tenido que
recordar que debes «Hacer lo correcto. Sin temor a nada»?
7. Cuando Joe aconseja a Sam en decirle a su padre todo lo que está pasando
con Jeff, Sam está de acuerdo en que debería. Pero entonces no lo hace
porque su padre está distraído. ¿Qué crees que hubiera pasado si hubiera
podido hablar con su padre aquella noche? ¿Alguna vez has temido tener
215
que decirle a tus padres algo? ¿Qué hizo que te enfrentaras a tu miedo y le
dijeras? ¿Cuáles fueron sus reacciones?
8. ¿Tienes un mantra similar al de Sam en el que confías cuando tienes que
tomar una decisión difícil?
9. El padre de Sam no sabía de qué estatua le estaba hablando. ¿Crees que
Sam la imaginó? ¿Qué otra explicación puede haber?
10. ¿Crees que el hecho de que Sam es hijo de un predicador tiene algún
efecto en la forma en que responde a Jennifer? ¿Cómo habrías respondido
a ella?
11. Hay un par de veces en la novela cuando el momento de un evento es
perfecto, como cuando el anciano de la camioneta aparece cuando Sam
está siendo golpeado. ¿Crees que fue una coincidencia?
216
Andrew Klavan, (nacido en 1954), conocido
también por su seudónimo Keith Peterson, es un
escritor estadounidense de novelas de misterio,
thrillers psicológicos, y guiones para películas de
misterio para "tipos rudos".
Dos de los libros de Klavan han sido adaptados
al cine: True Crime (1999) y Don't Say A Word
(2001). Ha sido nominado para el Premio Edgar
en cuatro ocasiones y ha ganado dos veces.
217
LizC y Mari NC
LizC
Mari NC
Caamille
Debs
AariS
Katt090
Xhessii
RoChIiI
Celemg
Katt090
Brendy Eris
RoChIiI
Aяia
Ariadniss
leiiBach
martinafab
PaulaMayfair
ஓ¥anliஓ
Nanis
LizC
☽♏єl
Nony_mo
Xhessii
LadyPandora
Nanis
PaulaMayfair