Download - El Fotografo y La Historia
32 CARETAS / NOVIEMBRE 26, 2015 CARETAS / NOVIEMBRE 26, 2015 33
las palabras
Escribe: GUSTAVO GORRITI
El Fotógrafo y la Historia
EN el último concurso latino-
americano de periodismo de
investigación, que tuvo lugar
en Lima la semana pasada, un tema
que llevó a una discusión corta pero
interesante fue si la investigación
sobre hechos largamente pasados
puede considerarse o no como perio-
dismo investigativo.
Ello fue a propósito de un repor-
taje de TV Bandeirantes sobre un
incendio que devastó la favela de
Vila Socó, en el litoral de São Paulo,
en 1984. La investigación que acla-
ró la magnitud de la tragedia solo se
realizó 30 años después.
¿Periodismo de investigación o
historia? En mi concepto, ambos a
la vez, sin que lo uno cancele lo otro.
¿Y hay un periodismo de memo-
ria, compilación y remembranza?
Me puse a pensar en eso mien-
tras leía el libro “¡Nunca más!”, que
reúne y organiza por temas el traba-
jo del gran fotógrafo Óscar Medrano.
Óscar, viejo compañero de muchos
reportajes en CARETAS, me pidió
que fuera uno de los presentadores
del libro; y, al revisarlo, el recuer-
do, capturado en sus extraordina-
rias fotos, surgió con fuerza, pero
a la vez la lectura fue más allá de
la mera memoria. Ahí estaban los
episodios vividos en su tiempo que
ahora, organizados en los hechos y
sus resultados, tenían un sentido,
un proceso definitivo que no existía
cuando se los vivió.
Al terminar la presentación del
libro de Medrano, fui a la exposición
del trabajo de Hugo Bustíos, que se
inauguró este martes 24 en la Plaza
Francia. Hugo empezó a ser corres-
ponsal de CARETAS en Huanta
cuando yo estaba a cargo de la sec-
ción que, entre otras cosas, cubría
la guerra interna; y sus despachos,
acompañados por sus fotos, me lle-
gaban todas las semanas, con el
relato de muertes violentas y crue-
los comuneros movilizados. El gesto
desafiante, de quienes ya cruzaron
una línea sin retorno, de los cuerpos
apretujados, blandiendo sus armas
inútiles. A la vez, el temor, la angus-
tia de ser abandonados por la fuer-
za armada a la represalia senderis-
ta que ellos sabían iba a llegar, como
en efecto sucedió.
En los meses siguientes, Sendero
devastó, en varias incursiones puni-
tivas, a Uchuraccay y Huaychao.
Casi todos los comuneros que apare-
cen en la foto murieron. Los sobrevi-
vientes se dispersaron.
AÑOS después, terminada ya la
guerra interna en los Andes,
Óscar regresó a Huaychao.
En la misma aldea, en el centro
comunal que sufrió tanta violencia,
Medrano retrató a niños sonrien-
tes, los nietos de la guerra, mientras
armaba la exposición de las fotos
que tomó seis lustros atrás. Gra-
cias a la guía de los sobrevivientes
ya retornados a su pueblo, los niños
pudieron ver a sus abuelos muer-
tos o desaparecidos, muchos de ellos
muy jóvenes. Los vieron contemplar
con preocupación un futuro incier-
to que para ellos supuso una muer-
te pronta y cruel, pero que eventual-
mente supuso el renacimiento de su
comunidad, con niños pequeños que
les sonríen y miran ilusionados su
propio futuro.
Desde el primer reportaje que
hice con Óscar Medrano, en octubre
de 1981, hasta los más recientes en
el VRAE en 2012 y 2013, una de las
cosas que más he admirado en él es
su capacidad de observación, que le
permite anticipar las fotos y espe-
rarlas en la mejor perspectiva para
cuando ocurran.
Junto con ello, la sencillez con la
que se aproxima a la gente y la con-
fianza inmediata que suscita, abre
las expresiones y los gestos y hace
posible que su fotografía termine
expresando, como con pocos, el fondo
de las cosas.
Y finalmente, lo que no ha cam-
biado en nada a lo largo de los años
es la actitud de este hoy veterano
maestro, que emprende cada nueva
misión con la misma intensidad y
cuidado, la misma preocupación por
el detalle y determinación de regre-
sar con una gran foto con las que
salió a su primera comisión.
gara el alma.
Algunos meses después de su
muerte, viajé con Enrique Zileri y
Óscar Medrano a Huanta. Hubo
varias diligencias, de reporte, inves-
tigación y demanda, pero lo que me
impactó más fue la visita al cemen-
terio junto con los periodistas huan-
tinos. En el camposanto nos ense-
ñaron el mausoleo que habían cons-
truido para ellos, donde esperaban
guardarse para siempre compañía.
Yo conocía las casas de varios y vi
que habían puesto más cuidado en
el arreglo del mausoleo que en sus
propios hogares. Con orgullo tris-
te y resignado nos mostraron lo que
muchos de ellos pensaron iba a ser
su próxima morada. Por fortuna, se
les, ilustradas con la chocante pero
inevitable crudeza de sus fotos, que
había que organizar, escoger, incor-
porar a la narrativa periodística de
esa semana.
Pese a recordarlo con memorias
de editor, fue imposible no sentir-
me conmocionado por el trabajo reu-
nido del intrépido corresponsal que
día tras día reportaba la muerte,
sus víctimas, su complejo lengua-
je, su inocente obscenidad, sus ines-
perados encuentros (el cadáver, por
ejemplo, que espera tras una curva,
en medio de la carretera, y que no
estaba en el viaje de ida por la maña-
na. Cuerpo con los ojos abiertos y
un simulacro de tímida sonrisa, que
pareciera preguntarte por qué lo
mataron, puesto que él nunca llegó
a saberlo).
De un escenario de asesinato al
siguiente, Hugo caminó, con los ojos
abiertos y la mente clara, hacia su
destino. No lo pensó inevitable pero,
como lo escribió, lo supo probable.
¿Por qué no dejó todo y se fue, como
hicieron otros? Cuando uno ve las
fotos y lee lo que Hugo escribió para
sí y los suyos, entiende por qué.
No lleven niños ni tampoco lágri-
mas guardadas, pero vayan a ver
esa exposición breve y durísima si
quieren darle un vistazo a la sinra-
zón homicida que cubrió de angus-
tia los territorios asolados por la
guerra, cuya ponzoña residual no
abandona todavía al país. Si se les
anuda la emoción, recuerden que
Hugo Bustíos fue una persona ale-
gre y vital, que no permitió que la
marea de violencia y sangre le aho-
equivocaron. La muerte ya no busca-
ba a los periodistas sino la cárcel a
los asesinos, aunque tardó y todavía
tarda en encontrarlos.
Vuelvo al libro de Medrano,
donde las fotos cubren los ciclos
completos de lo que en tiempos nor-
males es una generación, pero que
en años de guerra se aceleran. Sobre
un mismo lugar, en la comunidad
iquichana de Huaychao, por ejem-
plo, veo las impresionantes fotos
que tomó cuando estuvimos allá, en
enero de 1983, cuando acababa de
suceder la tragedia de Uchuraccay,
de la que nosotros, estando cerca,
no supimos sino días después. Las
fotos de Óscar retratan las emocio-
nes intensas y contradictorias de
“Años después, Óscar regresó a Huaychao. En la misma aldea, Medrano retrató a niños sonrientes, los nietos de la guerra, a quienes expuso las fotos que tomó seis lustros atrás”.
Gorriti 2413.indd 32-33 25/11/15 05:30