Download - el hada helada
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EL HADA
HELADA
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TABLA DE CONTENIDO
Cuento…………………………………………………………………… 3
Smartart……………………………………………………………….34
Tabla……………………………………………………………………….34
Grafica……………………………………………………………………35
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El Hada Helada – Capítulo I
Si es mentira o es verdad, serás tú quien lo decida.
Yo creo que es cierta porque me la contó quien la puede
contar, me la dijo quien puede decirla. Me contó, pues,
quien puede y quien sabe que, existía -existe- un país
llamado, según algunos, Fantagia, según otros Magasia y,
según alguno más Fantilusia. En realidad nadie,
absolutamente nadie, sabe cómo se llama este maravilloso
país, ni los sabios más sabios, ni los tontos más tontos, ni
tan siquiera sus habitantes. Ellos,
sencillamente, lo llaman hogar y con
eso les basta.
En este extraordinario país habitan
brujos (y brujas), magos (y magas),
hechiceros (y hechiceras),
encantadores (y encantadoras),
nigromantes (¿y nigromantas?),
hadas (¿y hados?), augures y clarividentes. También viven
duendes, elfos, silfos, gnomos, dragones, trolls, algún que
otro ogro..
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Muchos y grandes exploradores han intentado llegar hasta
este lugar que no está lejos ni está cerca; que no está en este
mundo ni tampoco fuera de él; al que es difícil llegar pero es
fácil de descubrir. No existe nadie que pueda indicarte el
camino hacia Fantilusia -o Fantagia o Magasia o el hogar…-. No hay ningún
mapa que te diga dónde está. A él no llegan ni aviones, ni barcos, ni trenes.
Sólo hay algo que puede ayudarte a encontrarlo, tu arma más poderosa, tu
brújula más potente, tu mapa más infalible: tu imaginación. Tu poderosa,
maravillosa, grandiosa imaginación. Con eso, más un inmenso y puro anhelo y un
poco de suerte, podrás llegar al país más hermoso que puedas imaginar.
Se encuentra Fantagia -o Magasia o Fantilusia o el hogar…- siempre envuelto
en una niebla espesa, iridiscente y musical. Una niebla formada por pequeñas,
pequeñísimas, partículas de magia en suspensión. Estas titilantes chispas,
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estas chispeantes centellas, estas
luminosas porciones de magia están
en continua agitación, produciendo
una música cristalina, unas veces
melancólica, otras veces inquieta, a
veces enojada y otras, la mayoría,
alegre.
Esta radiante y armoniosa bruma rodea a Magasia –
o Fantilusia o Fantagia o el hogar…- como una bella
joya, como un primoroso collar o una exquisita
corona que separa el mundo real del reino de la
ilusión.
En cuanto el viajero se sumerge en esta niebla la
magia comienza a cosquillear en su piel, llena su
corazón, reverbera en su alma, la nota bailar en su
boca -algo picante, algo ácida, algo burbujeante- y,
sobre todo, siente como se le mete por la nariz
provocando que Aaa… provocando que Aaa…. Digo que
provocando que Aaaatchíiiisss… sniff… eso, que
estornu… Aaaaatchússss… que estornude sin parar
durante un rato.
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Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss…
Aaaatchíiiiisssss…
Y, una vez pasada esa preciosa niebla, nos encontramos, por fin, en el
hogar -o Fantagia o Fantilusia o Magasia- pero eso, si no te importa,
te lo contaré otro día.
Pronto. Bien pronto. Antes de lo que imaginas…
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El Hada Helada – Capítulo II
Bien, bien, bien. Aquí estamos
otra vez dispuestos a seguir con
esta historia que me contó quien
sabe, quien puede y quien quiso.
Decíamos hace nada que, tras
atravesar una argentada y argentina bruma y
estornudar una docena de veces, nos encontramos,
por fin, en el maravilloso, portentoso y hermoso país
de Fantilusia. Cuando llegas a este país tienes la
curiosa y simultánea sensación de estar en un lugar
completamente desconocido y tremendamente
familiar; es normal, a este país acudimos todos -
absolutamente todos- cada vez que soñamos ya sea
dormidos o despiertos, y cada vez que imaginamos
alguna historia, y cada vez que nos sumergimos en la
lectura de algún relato, y cada vez que nos cuentan
un hermoso cuento… En fin, accedemos a Fantagia
con nuestra fantasía cada vez que algo aviva y activa
nuestra imaginación, por eso nos resulta tan familiar
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aunque nunca lo hayamos pisado con nuestros
pies.
El país es extenso, muy extenso, tan extenso
como tu mente, tan amplio como tu ingenio, tan
vasto como tu capacidad de crear. Todo cuanto
puedas imaginar, todo cuanto otros puedan
imaginar está aquí y cada vez que alguien usa su
imaginación, Magosia crece.
En el extremo norte del Fantilusia, justo ahí,
según se entra, a la derecha, hay un gran
Bosque. No un bosque de esos domesticados
donde vas de picnic o a coger setas, no, es un
gran, gran Bosque, un Bosque así, con
mayúsculas, un Bosque con árboles milenarios, con
senderos sombríos, con claros escondidos, con
lugares oscuros. Es un Bosque lleno de susurros
de plantas y ajetreo de animales.
En este bosque no hay nada verde, ni verde
claro, ni verde oscuro ni verde botella ni verde
azulado ni ningún tipo de verde, no, en este
bosque todo es de color rojizo, anaranjado,
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marrón, ocre, amarillo, púrpura… los cálidos
colores del otoño. El Bosque huele a lluvia, a
castañas, a hojas secas, a manzanas, a brasero, a
viento y a frío. En fin, el Bosque huele a otoño
porque en él siempre es otoño.
Y justo en el centro del Bosque hay un claro. Un gran
claro. Y en el centro del claro hay un árbol. Un gran
árbol.
Un árbol muy alto, altísimo, tan alto como el
rascacielos más alto, tan alto que es imposible ver su
copa a menos que fueras un pájaro y pudieras volar
hasta ella. Y grueso, muy grueso, tan grueso que era
imposible abarcarlo con los dos
brazos, ni con los dos brazos de
cien hombres, ni con los de
doscientos… Es un árbol tan
grueso que abarca tanto como
dos castillos juntos.
En el duro tronco de este prodigioso árbol se abre
una descomunal y hermosa puerta primorosamente
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adornada con grabados de hojas,
tallos entrelazados y frutos otoñales
(castañas, avellanas, nueces…), todo
ello trabajado con tanta delicadeza
que podrías pasarte horas y horas
contemplándolo.
Hay ventanas a docenas, a cientos
casi. Ventanas grandes. Ventanas
pequeñas. Tragaluces, ventanucos,
ventanales, vidrieras, miradores,
balconadas.
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abiertas de par en par, otras cerradas a cal y canto. Unas muy
altas y otras muy bajas. En fin, ventanas de todos los tipos,
tamaños y gustos, como si quien viviera dentro necesitara
sentirse en contacto con el exterior. Porque sí, en este enorme
árbol en el centro de este enorme claro que se encuentra justo
en el centro de este enorme Bosque vive alguien, alguien
importante, alguien poderoso.
Aquí vive la Gran Señora del Bosque
Dorado. También llamada Reina Otoñal
o Bruja del Otoño.
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El Hada Helada – Capítulo III
Ya te veo la cara.
Ya sé lo que estás pensando.
Una bruja, te dirás, qué miedo me
da.
Una bruja, pensarás, que fea y qué
vieja será.
Una bruja, murmurarás, de negro
siempre vestirá.
Ya, ya te veo la cara y sé lo que estás pensando…. y
diciendo… y asegurando… y te estás equivocando.
La Gran Señora del Bosque Dorado, la poderosa
Bruja del Otoño, reina del viento y la lluvia, no es
malvada, en absoluto; ni es fea, para nada; ni viste
de negro, te lo aseguro. A pesar de lo que crees una
Bruja no tiene por qué ser ninguna de esas cosas. Y
Ella, desde luego, no lo es.
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La Reina Otoñal no es fea. Tampoco
es bella. Y no es vieja pero tampoco
es joven. No es malvada pero
tampoco es muy bondadosa; es
decir, que es como somos todos, con
sus cosas buenas y sus cosas
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menos buenas. Con su brillante luz y su profunda
oscuridad. Como todos.
Lo más hermoso de la Bruja del Otoño es su cabello,
largo como las noches otoñales, sedoso como una fina
lluvia matinal y rojo, rojo como las hojas de un arce
en otoño. Y su voz, su voz también es hermosa; su
voz es como gotas de lluvia, como el viento, como el
rumor de las hojas en el bosque. Anda con elegancia,
habla con distinción y se mueve con ligereza.
No es bella, no, la Gran Señora, pero está muy cerca
de la belleza.
Sus vestidos son refinados pero sencillos. A veces,
viste como una fría mañana otoñal; otras, elige el
color de un cálido atardecer o el color de las hojas
amarillas vistas a través de una fina niebla o el tono
exacto que toma una gota de lluvia al caer sobre el
tronco de un árbol vestido de otoño. Le encantan el
naranja, el ocre, el amarillo, el rojo, el púrpura;
todos los colores de la estación que ella gobierna
están presentes en su vestido y en su maravilloso
árbol-castillo .Y es aquí, en este hermoso país, en
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este bosque y en este castillo donde -por fin- dará comienzo nuestra historia.
Y comienza en plena guerra entre la Bruja del Otoño y el Mago del Invierno.
Comienza en medio de una lucha en la que ella, la Bruja, se desvive por
defender su Bosque y en la que él, el Mago intenta apoderarse de lo que no le
pertenece y nunca le ha pertenecido. Nunca habían sido enemigos, tampoco
eran amigos, pero siempre habían sido buenos vecinos pero, un día, la ambición
del Mago comenzó a crecer de manera desmesurada. Quería reinar más
tiempo en el mundo, quería reinar en más lugares, quería ser un Mago temido
en toda Fantilusia y más allá…. por eso decidió apoderarse del Bosque Dorado.
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El Hada Helada – Capítulo IV
No es que el Gran Mago del Invierno fuera malvado.
No, no lo era, en absoluto. Sus súbditos lo amaban y
se sentían muy felices bajo su reinado. No, no era
malvado pero, en cambio, era enormemente
ambicioso y quería llegar a gobernar en todas
partes, todo el tiempo. No se conformaba con el
tiempo que le correspondía, quería más, mucho más.
No es mala la ambición, ni es malo se ambicioso, lo
malo es dejar que la ambición te ciegue y te lleve por
caminos que, normalmente, nunca seguirías.
Así que, llevado por esta pretensión de poder, el
Gran Mago comenzó a extender su frío poder, en un
principio, de manera disimulada, sin enfrentarse
directamente con la Reina Otoñal. Año tras año, el
Mago llegaba un poco antes a su cita, se extendía un
poco más allá de sus límites y se iba, también, un
poco más tarde.
El primer año la Bruja pensó que habría sido un
despiste.
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El segundo año envió aviso en tono amistoso al Mago de que estaba
excediéndose en tiempo y en espacio.
El tercer año la Reina volvió a enviar aviso pero, en esta ocasión, el tono era
bastante más airado.
Por fin, en el cuarto año la Señora decidió que era el momento de reclamar
ante el Consejo de la Estaciones.
Se reunía el Consejo una vez al año y era, oficialmente, el lugar donde se
dilucidaba cualquier conflicto que pudiera surgir, se organizaba el calendario
anual, se revisaba el trabajo de cada uno… Extraoficialmente era una excusa
para que las cuatro Estaciones pudieran reunirse para charlar de sus cosas y
comer y beber y celebrar festejos durante una semana. Pero aquel año no
hubo ni risas ni alegría ni fiestas. La Bruja del Otoño acusó al Mago del
Invierno de intentar invadir su territorio, le advirtió de que no continuara con
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sus intentos y logró que el Consejo le amonestara
duramente. Ese año hubo discusiones, gritos,
miradas airadas, golpes en las mesas, desaires, furia.
Pero, en lugar de enmendarse, aceptar la
amonestación y la gran sanción que se le impuso, y
recapacitar sobre lo malvado de sus intenciones, el
Gran Mago se sintió ofendido y humillado. Él
consideraba su derecho legítimo ampliar su reino y
llevar la paz blanca de su reinado a todo el mundo.
De modo que, en ese mismo momento, a gritos y ante
el resto de las Estaciones, el Señor del Invierno
declaró la guerra a la Bruja del Otoño.
Todos se quedaron estupefactos, boquiabiertos y
asustados. Nunca, en toda la historia de los cuatro
reinos, había habido una guerra. Nunca, en toda su
existencia, habían luchado
entre ellos. Jamás. Eran
como hermanos. Más que
hermanos. Cada uno tenía su
cometido en el mundo, cada
uno con su reino, cada uno
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con sus poderes y siempre, siempre en paz.
No conocían la guerra. No tenían guerreros, ni
ejércitos, ni nada que se le pareciera.
El Hada Helada – Capítulo V
Y dio comienzo la guerra, tan cruel como todas las
guerras, tan absurda como todas las guerras, tan
injusta como todas las guerras, tan triste como
todas las guerras.
El Mago del Invierno lanzaba contra el Bosque todo
su frío poder: enormes tormentas de nieve, fríos
vientos polares, heladas desconocidas por aquellos
lugares. El frío llegaba a ser tan intenso que hasta el
aliento se helaba al salir de la boca y caía al suelo
convertido en pequeños bloques de hielo.
La Bruja del Otoño se defendía como podía. Con
cientos de hojas creaba mantas con las que cubrir y
proteger a los habitantes del bosque del helado
viento y del frío hielo. Acogió en su castillo a los más
débiles, creó todos los refugios que pudo para el
resto. Intentaba contrarrestar los vientos
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invernales con vientos otoñales. Intentaba oponer la
lluvia a la nieve. Intentaba luchar y defenderse
contra alguien que era mucho más fuerte que ella.
Intentaba, intentaba, pero no podía…
Las otras dos Estaciones no intervenían. Se
limitaban a seguir con sus cosas, asistiendo
impasibles a la lucha entre los dos grandes reyes-
hechiceros. Las otras dos Estaciones no querían
intervenir pues decían que era una lucha que no les
concernía. Si alguien les insinuaba que, tal vez, el
Mago del Invierno fuese a por sus reinos tras acabar
con el Bosque Dorado, ellos se echaban a reír pues
se sentían fuertes e invencibles.
Las otras dos Estaciones, en definitiva, son dos
impresentables. El Hechicero del Verano es un ser
arrogante y vanidoso al que sólo preocupa lucirse y
bailar entre sus
sembrados de trigo y el
Hada de la Primavera
no es una niñata
tontorrona,
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caprichosa y presumida que siempre anda poniéndose
guirnaldas de flores y admirándose en los ríos. De
semejantes personajes, pues, poca -ninguna- ayuda
podía esperarse.
De modo que aquí tenemos a la Reina luchando con
todas sus fuerzas y aspirando tan sólo a aguantar un
día más, una noche más. Mientras que el Mago
continuaba, implacable, lanzando ataque tras ataque
sin que pareciera agotarse jamás.
Las criaturas pequeñas y grandes que habitaban el
Bosque empezaban a sentirse extenuadas,
hambrientas y, sobre todo, desmoralizadas. Sentían
la derrota en sus corazones y no tardarían en pedir
la rendición.
En cambio los seguidores del Invierno no tenían el
menor problema en resistir los ataques del Otoño.
¿Qué miedo podían sentir ante el frío otoñal
acostumbrados a las gélidas temperaturas
invernales? ¿Qué daño podían causarles los vientos
del otoño acostumbrados a las ventiscas del invierno.
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Ellos podían resistir por mucho tiempo, todo el que
fuera necesario para alcanzar la victoria. Se sentían
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fuertes e invencibles. Sus corazones sentían la victoria y no tardarían en
obtenerla.
La Bruja del Otoño comenzaba ya a plantearse la rendición incondicional
cuando se presentó ante ella la jovencísima Hada Dralina para ofrecerse
voluntaria para llevar a cabo una idea que había tenido hacía unos días pero
que no se había atrevido a contar… hasta que vio que todo parecía perdido.
El Hada Helada – Capítulo VI
Dralina era un hada joven, muy joven, apenas tenía trescientos años y eso,
para un hada, son muy pocos años. Su cometido en el otoño era humilde pero
tan importante y necesario como el de las hadas de rango más elevado. La
pequeña Dralina pertenecía al grupo de las pequeñas hadas que se encargaban
de las hojas: las ayudaban a separarse de los árboles, las hacían volar, las
esparcían por campos, calles, parques, las hacían danzar y correr unas tras
otras en divertidos e inacabables círculos… Dralina se encontraba entre las
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más trabajadoras y divertidas de estas hadas.
Disfrutaba muchísimo jugando con las hojas y de
ayudar a la Bruja a extender el otoño por su reino y
por el mundo.
No era especialmente valiente, tampoco destacaba
por ser la más inteligente y, sin embargo, ya véis,
fue ella la que única que, en aquellos terribles
momentos, fue capaz de idear un plan -bueno o malo
ya se verá- y fue ella la que se presentó -temblando-
ante la Reina para contárselo. Su plan era simple,
muy simple, tan simple que nadie creyó que pudiera
funcionar pero, cuando la esperanza comienza a
perderse, cuando la idea de la rendición comienza a
rondar por las mentes, es mejor tener un plan simple
o absurdo y aferrarse a él, que no tener ninguno. Por
eso la Hechicera del Otoño aceptó el plan que la
pequeña Dralina le propuso. El plan, el simple, simple
plan, consistía en ir a los campos del Hechicero del
Verano y robar unas Espigas del Sol. Estas espigas
son las que usa el Verano para llevar el calor de un
lugar a otro, en ellas está almacenada toda la luz y el
calor de los largos y ardientes veranos, con un
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puñadito de ellas se podía descongelar el Polo
Norte… y el Mago del Invierno les tenía un miedo
atroz y lógico. Si Dralina lograba hacerse con unas
pocas de estas Espigas y llevarlas hasta el reino del
Invierno podría amenazar al gran Mago y conseguir -
tal vez- que dejara al Bosque, a sus habitantes y al
resto del mundo, en paz. Ya he dicho que no era un
gran plan, todo el mundo dudaba mucho de que
funcionara pero al menos, pensó la Bruja, mantendría
la esperanza y era mejor que sentarse a esperar la
derrota. Así que se dispuso que la pequeña Dralina
partiría inmediatamente a cumplir con su misión. Ya
sé que lo habitual en las historias que a los héroes se
les concedan poderes o armas poderosas y mágicas o
cualquier cosa que les resultará de ayuda en el
futuro pero mucho me temo que en esta historia no
hay nada de eso. Dralina partió sola, la Reina no le
dio ningún poder especial ni ninguna piedra mágica;
no hubo palabras secretas ni armas extraordinarias,
no señor, nada de eso. La pequeña hada sólo contaría
con ella misma… y nada más. A la mañana siguiente de
ser aceptado el plan, al amanecer, Dralina se puso en
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marcha rumbo a los sembrados
del Hechicero del Verano. Voló
durante varios días y varias
noches hasta llegar a los
confines del gran Bosque, a la frontera donde el
frescor del otoño comenzaba a ser sustituido por el
tórrido verano. Antes de pasar al reino vecino, se
desprendió de su abrigada capa otoñal y de sus
cálidas botitas, se aprovisionó bien de agua y se puso
un enorme sombrero para protegerse del sol que le
esperaba al otro lado del muro que separaba ambos
reinos. Así preparada, Dralina volvió a alzar el vuelo.
En cuanto llegó al otro lado chocó con una muralla
pero no de piedra, sino de calor. Un calor intenso y
denso que la golpeó con tanta fuerza que casi la hace
caer. En su joven vida había sentido algo parecido.
El calor parecía querer aplastarla contra el suelo, el
sol abrasaba su pálida piel. Mover las alas le suponía
el triple esfuerzo que en el Bosque y no podía dejar
de beber y beber y beber. ¿Cómo podía nadie vivir
bajo un calor tan intenso? ¡Pobre Dralina!
Acostumbrada a las suaves y frescas temperaturas
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agotada, con la piel enrojecida por el sol, casi sin agua pero con el ánimo, a
pesar de todo, bien alto. Había pensado que robar las Espigas iba a resultarle
muy complicado pues suponía que los campos estarían fuertemente
custodiados y que el Hechicero estaría muy pendiente de ellos pero,
asombrosa y afortunadamente, los sembrados estaban sin custodia. Nadie los
guardaba, nadie los protegía, nadie se preocupaba de ellos. Su dueño se
hallaba, al parecer, inmerso en una continua fiesta junto al lago cercano,
comiendo, tomando bebidas refrescantes,
bailando, cantando, totalmente
despreocupado de lo que pudiera ocurrir con
sus Espigas o el resto de su reino. Así que para
el hada fue coser y cantar recoger un
enorme puñado de ellas sin que nadie se
percatara de su presencia, guardarlas
y partir sin más demora… …En esta ocasión
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rumbo al helado reino del
El Hada Helada – Capítulo VII
Con las espigas a buen recaudo, Dralina, se dispuso a
cruzar las aguas rosa-anaranjadas del gran Mar Asorda
que separa los campos ardientes del Verano de las
planicies heladas del Invierno.
Mientras sobrevolaba el insondable y extenso océano, su
mente se entretuvo en recordar las cientos de leyendas
que le habían contado sobre él. Historias sobre los
terroríficos monstruos que habitan en sus
profundidades, sobre las temibles tormentas que se desatan de manera
imprevista y han hecho naufragar a grandes barcos; historias sobre hadas
marinas que te atraen con subterfugios para hundirte con ellas en lo más
profundo del abismo rosa, sobre vientos belicosos siempre en guerra a los que
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poco importa quien quede atrapado en
medio de sus disputas… Todas estas cosas
-y alguna más- recordaba haber oído
Dralina pero la verdad fue que no encontró
ni la más mínima señal de nada fantástico
en todo su largo y tedioso viaje.
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Durante días y días, lo único que vio fue el rosa-anaranjado del mar, el rosa-
violáceo de las nubes, y la leve y rauda estela de algún animal marino afanado
en sus quehaceres.
A medida que se aproximaba al reino del Mago del Invierno, el paisaje fue
cambiando. El agua rosa fue dando paso al hielo rosa y entonces Dralina, dejó
descansar a sus agotadas alas y cabalgó sobre los gigantescos iceberg en
compañía de unos titanes surfistas amantes del frío.
Más tarde recorrió las blancas llanuras de nieve y hielo donde los grandes -
enormes- osos polares son reyes indiscutibles e indiscutidos, temibles y
temidos.
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Atravesó las exquisitas cuevas de Cristal Helado,
donde las estalagmitas y las estalactitas, se unen y
entretejen con la delicadeza de un encaje de
hielo milenario, dejando ver el profundo color azul
de su corazón formado por hielo milenario.
Atravesó glaciares formados con la nieve, el
hielo y el frío de millones y millones de años a lomos de
los mamut más descomunales que puedas imaginar y los únicos seres vivos que
se atrevían a aventurarse en estos ríos de hielo.
Anduvo, y patinó, y esquió, y resbaló e, incluso, se atrevió a nadar en el Lago
Gélido, el lago con las aguas más frías del mundo.
Y siguió andando y avanzando un día y otro día, una noche y otra noche, con el
frío llenando sus huesos, con las alas convertidas en témpanos de hielo, con
manos y pies casi insensibles… pero sin rendirse en ningún momento.
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Hasta que, por fin, llegó al colosal palacio de hielo
del Mago del Invierno.
En contra de lo que había imaginado, no tuvo el
menor problema para entrar ya que, tan seguro se
encontraba el Mago de que nadie que se atrevería a
atravesar su extenso y gélido país hasta llegar a él,
tanto confiaba en su poder, que jamás se le ocurrió
poner guardias en la entrada… ni en ningún otro lugar
del palacio.
Dralina cruzó, pues, sin el menor impedimento, salas
y más salas heladas; pasillos y más pasillos
resbaladizos de hielo; salones que parecían de puro
cristal; jardines con flores formadas por frágiles
copos de nieve y cascadas de granizo. Caminó por lo
que le parecieron kilómetros y kilómetros de palacio
hasta llegar al Salón del Trono.
Y allí encontró, por fin, al Mago del Invierno.
Probablemente creerás que el gran Mago se
enfureció al ver a Dralina y que ordenó apresarla al
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instante sin permitirle hablar ni defenderse. Si es así, permíteme decirte que
te equivocas por completo. Te recuerdo que, en primer lugar, el Mago era
tremendamente arrogante y, por tanto, no veía ningún peligro en un hada tan
pequeña y tan joven. En segundo lugar debes saber que el Dueño del Invierno
era de naturaleza curiosa y, además, se aburría bastante en su apartado
palacio. Así que no, no sintió ningún enfado ante la presencia de Dralina.
Sintió sorpresa, sintió curiosidad, sintió incluso admiración pero no enojo.
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SMARTART
TABLA
BARCOS
NIEBLA
BAILAR
BRUJA
HABLAR
HADA BRUJA OTOÑO
35
GRAFICO
Personaje Principal
Tercera Persona
Antagonista
0
1
2
3
4
5
Hada Mago
Bruja
Personaje Principal
Tercera Persona
Antagonista