Licenciatura:
Administración de empresas turísticas
Materia:
Gestión del Conocimiento
Trabajo:
Investigación de la unidad # 1: Desarrollo del Mundo Contemporáneo
Catedrático:
Sandra E. Villatoro Vidal
Alumno:
Sergio Raúl Jiménez Montiel.
Semestre:
7 mo.
Grupo:
“A”
Pichucalco Chiapas a 26 de Octubre del 2014.
TEMARIO.
Gestión del Conocimiento
Unidad # 1: Desarrollo del Mundo Contemporáneo
1.1. Modernidad
1.2. Posmodernidad
1.3. Globalización
Unidad # 1: Desarrollo del Mundo Contemporáneo
1.1. Modernidad
Breve esbozo histórico.
El concepto de Modernidad designa, en principio, un determinado período cronológico que abarca
los últimos cinco siglos. La presunción de que, a lo largo de esos siglos, pueden mantenerse
ciertos rasgos como permanentes, indicaría el supuesto de la existencia de criterios no
estrictamente cronológicos en vista a su definición y, por tanto, el recurso a caracteres de
contenido y de tipo histórico. El concepto puede abordarse desde distintos puntos de vista, según
consideraciones de tipo estético, filosófico, político, etc. En nuestra presentación lo tomaremos,
ante todo, como un concepto histórico-filosófico, en la medida en que aparece como criterio
caracterizador de una determinada época, a la vez que vinculado a rasgos de tipo normativo.
El concepto alcanza un uso cada vez mayor en la historia, la teoría de la historia y la filosofía de la
historia, logrando rasgo canónico con el siglo XVIII. Surge al hilo de una nueva conciencia del
tiempo histórico, por la que se distingue entre las edades Antigua, Media y Moderna (o
Modernidad). Pronto, en el siglo XIX, se añadiría una Edad Contemporánea, referida a los tiempos
novísimos. El momento de la ruptura con la Edad Media viene ejemplificado, según ópticas
distintas, como Renacimiento o como Reforma.
La Semántica de los tiempos históricos, preconizada por R. Koselleck, ha investigado los
principales rasgos históricos con que aparece la nueva temporalización, vinculada al concepto de
Modernidad. Ante todo, lo cronológico o temporal adquiere un significado histórico propio. Así, los
siglos (saecula) se comprenden como unidades coherentes y cargadas de sentido. Se impone el
axioma de la irrepetibilidad, como lo expresa Herder: «No hay dos cosas en el mundo que tengan
la misma medida del tiempo... Así pues (se puede decir verdadera y audazmente), en un tiempo
del universo hay un número incalculable de tiempos».
La experiencia del progreso aparece como componente fundamental de la síntesis de espacio de
experiencia y horizonte de expectativa en el concepto de Modernidad. Supone el recurso a un
aspecto concreto desde el que poder organizar toda la historia; por ello los filósofos de la
Ilustración proyectan desde el concepto la perspectiva de una historia total. Se trata de una
experiencia arraigada en el conocimiento de lo anacrónico que sucede en un tiempo
cronológicamente igual. «La diferencia en cuanto a la mejor organización o a la situación del
desarrollo científico, técnico o económico, determinaba desde el siglo XVI cada vez más la
experiencia histórica».
Como canon del conocimiento histórico se erige la teoría de la perspectiva histórica subjetiva. En
consecuencia, se proponen nuevas y variadas lecturas del pasado. La unión de la reflexión
histórica con la conciencia del movimiento del progreso, permitió resaltar el propio período
moderno, en comparación con los precedentes. «También la diferencia tajante entre el tiempo
propio y el futuro, entre la experiencia precedente y la expectativa del porvenir, impregnó el tiempo
nuevo de la historia». El propio tiempo aparece como tiempo de transición, no como final o
principio. Hay un cambio de los ritmos temporales de la experiencia: la aceleración, en virtud de la
cual se diferencia el tiempo propio del precedente. Humboldt lo expresó así: «Quien compare,
aunque sea con poca atención, el estado actual de las cosas con el de hace quince o veinte años,
no negará que reina en él una desigualdad mayor que en el doble espacio de tiempo a principios
de este siglo».
Por último, se impone una temporalización que entrelaza continuamente las dimensiones del
presente, pasado y futuro. Surgen las teorías y las filosofías de la /historia. El componente espacial
se universaliza. En el componente temporal se incluye el futuro potencial. Con la experiencia de la
simultaneidad de lo anacrónico se desarrolla una historiografía (Droysen, L. von Stein, Marx) que
saca su impulso de un futuro en el que se intenta influir en función de sus diagnósticos históricos.
Reflexión sistemática.
Una reflexión sistemática sobre la Modernidad no puede menos que dar cuenta de la perspectiva
abierta por los debates suscitados en los años ochenta y la acuñación del término posmodernidad.
A la luz de un planteamiento crítico de los rasgos centrales del programa de la Ilustración, su
continuación en las filosofías de Hegel y Marx y la convergencia de todo ello en el /marxismo, como
concepción del mundo y de la historia, en cierta manera hegemónica en los círculos del
planteamiento crítico en buena parte del siglo XX, desde la perspectiva de la posmodernidad
alcanzan nueva configuración experiencias, acontecimientos y filosofías del siglo XX, en tanto que
consideradas como precursoras de una nueva manera de entender la historia. El rasgo común más
importante del estilo de este planteamiento de /posmodernidad sería la ruptura con el discurso de
los grandes relatos. No obstante, la evaluación del carácter definitivo, o parcialmente periclitado, de
la Ilustración, el mantenimiento o negación de rasgos de continuidad con la experiencia moderna,
tanto en los ámbitos de sentido como en los terrenos económico y político, abre un amplio abanico
de posiciones, desde las que se sigue planteando una lectura de la Modernidad y del lugar que en
ella, o tras ella, ocupa el momento presente.
En el ámbito de la historia, según el resumen de la cuestión planteado por A. Heller, la gran
narrativa de la Modernidad ha sostenido una lectura centrada en un /sujeto colectivo que confiera
unidad al proceso histórico (espíritu del pueblo, proletariado), obteniéndose así un concepto
universal de historia al que se atribuye una dinamis propia, y según el cual la transición desde el
mundo premoderno al moderno se ha producido por un telos oculto, que culmina en el
universalismo como final de la historia, y se mantiene la confianza metafísica en la creencia de la
resolución del enigma de la historia5.
Por el contrario, con la posmodernidad se impone un escepticismo más o menos amplio, por el que
se abren paso diversidad de perspectivas de análisis. Ya no se presupone la transparencia, sino
más bien la inescrutabilidad de la Modernidad. Con la negación de un único sujeto colectivo, ya no
puede sostenerse una única historia universal, ni un principio de movimiento unificador. El mundo
moderno ya no aparece como determinado causalmente desde el premoderno, y la universalidad
alcanzada se considera puramente empírica y no expresión de superioridad6. El paso de la gran
narrativa a la posmodernidad, por lo demás, es entendido por A. Heller como incluido dentro del
movimiento del péndulo de la modernidad, como metáfora dinámica que incorpora, rompiendo el
planteamiento lineal clásico, la constante negación y auto interrogación de todos los logros
modernos.
Uno de los autores que, en las últimas décadas, ha planteado una de las reflexiones más
sistemáticas sobre el concepto de Modernidad ha sido J. Habermas, desde la perspectiva de que la
Ilustración no ha agotado su proyecto emancipador, que no puede considerarse como acabado.
Para ello propone una reflexión sobre el contenido normativo de la Modernidad y lo confronta tanto
con la crítica radical de la razón, llevado a cabo en la filosofía contemporánea, cuanto con el
funcionalismo sistémico de N. Luhmann.
La filosofía de Hegel aparece como un lugar privilegiado de consideración de la Modernidad como
problema filosófico. Hegel, en efecto, ha captado la íntima conexión que existe entre Modernidad y
racionalidad. La teoría de la /razón de Kant ya habría dado cuenta del proceso por el que la razón
se constituye como tribunal supremo, ante el que ha de justificarse todo lo que pretenda ser válido,
también habría subrayado la separación de esferas, como consecuencia del proceso de
racionalización. La filosofía de Hegel tiene consciencia del devenir problemático de la Modernidad,
y se plantea una reconstrucción crítica de la misma, ofreciendo una definición de su principio, a la
vez que una lectura crítica que evite los peligros de desintegración inherentes al proyecto moderno.
El principio fundamental de la Modernidad, para Hegel, es la subjetividad. Desde el
autocercioramiento de la modernidad como problema principal de su filosofía, Hegel subraya que la
subjetividad explica tanto la superioridad del mundo moderno como su tendencia a la crisis. Las
notas básicas de la subjetividad son la libertad y la reflexión. Según la explicación de Habermas,
«la expresión subjetividad comporta, sobre todo, cuatro connotaciones: a) individualismo: en el
mundo moderno la peculiaridad infinitamente particular puede hacer valer sus pretensiones; b)
derecho de crítica: el principio del mundo moderno exige que aquello que cada cual ha de
reconocer se le muestre como justificado; c) autonomía de la acción: pertenece al mundo moderno
el que queramos salir fiadores de aquello que hacemos; d) finalmente la propia filosofía idealista:
Hegel considera como obra de la Edad Moderna el que la filosofía aprehende la idea que se sabe a
sí misma».
Para Hegel, la subjetividad determina todas las manifestaciones de la cultura moderna,
encarnándose en la vida religiosa, el /Estado, la sociedad, la /ciencia, la moral y el arte. El límite de
la subjetividad viene dado en cuanto se revela como principio unilateral, incapaz de regenerar el
poder religioso de la unificación en el medio de la razón. Resulta así la escisión entre fe y saber
típica de la /Ilustración. La crítica del espíritu de la época, por parte de Hegel, se cifra en que esta
ha renunciado a la totalidad. La adopción del concepto de Absoluto muestra la intención de ir más
allá de las unilateralidades del principio de la subjetividad, aunque el precio a pagar por el propio
Hegel sea que acaba negando la posibilidad de la crítica a la Modernidad.
Para Habermas, la Modernidad se revela como una determinada forma de conciencia temporal, en
la que se recogen las experiencias del progreso, la aceleración, la simultaneidad cronológica de lo
simultáneo, la diferencia entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa. Al mismo tiempo,
y a diferencia del mundo premoderno, se trata de una época que tiene que extraer su normatividad
de sí misma, tiene una necesidad de autocercioramiento intrínseco, que no le puede venir dado de
fuera de ella. Es en la crítica /estética donde este problema adviene por primera vez a la
conciencia, como puede apreciarse en la idea de /belleza sujeta al tiempo, principio sostenido por
los modernos en la famosa querélle. La obra de arte aparece así, en el planteamiento de
Baudelaire, como el punto de encuentro entre actualidad y eternidad.
Donde el concepto de Modernidad adquiere un uso más polémico es en su utilización crítica con
respecto a las teorías que más radicalmente proclaman su adiós a la Modernidad, como es el caso
de la Dialéctica negativa de Adorno, la Genealogía de Foucault o la Deconstrucción de Derrida. En
la lectura que Habermas ofrece de estas teorías, estas no dan cuenta del lugar en que se mueven
y se dejan guiar por intuiciones normativas, que apuntan mucho más allá de aquello a que pueden
dar lugar en lo otro de la razón que indirectamente evocan. Por su parte, Habermas enfoca la
salida de las aporías a que dan lugar estas teorías, recurriendo a un concepto normativo de
racionalidad, extraído de la propia práctica cotidiana comunicativa, y que apunta más allá de la
teoría de sistemas.
Acción comunicativa y Mundo de la vida, como conceptos que remiten entre sí, constituyen la
alternativa ofrecida por Habermas para sustituir al concepto marxiano de trabajo como prototipo de
la praxis social. Se obtiene así una nueva presentación del contenido normativo de la Modernidad
entendida desde la triple consideración del trato con la tradición cultural y el falibilismo
correspondiente, el universalismo inherente a la universalización de las normas de acción y la
generalización de valores y el subjetivismo propio de la individualización. En palabras de
Habermas, «ahora la reflexibilización de la cultura, la generalización de valores y normas, la
extremada individuación de los sujetos socializados, la conciencia crítica, la formación autónoma
de la voluntad colectiva, la individuación, los momentos de racionalidad atribuidos en otro tiempo a
la praxis de los sujetos, se cumplen, aumentan, o se refuerzan bajo las condiciones que una red de
intersubjetividad lingüísticamente generada, cada vez más extensa, y urdida de forma cada vez
más fina».
Si la acción comunicativa se despliega como falibilismo, universalismo moral y subjetivismo,
proyectados respectivamente sobre tradición cultural, mundo ético y ámbito individual, no lo hacen
unilateralmente, sino que obtienen la resistencia del mundo de la vida que asegura la continuidad
de los plexos de sentido. «Las figuras de pensamiento propias de la teoría de la intersubjetividad
permiten, pues, entender por qué el examen crítico y la conciencia falibilista, incluso refuerzan la
continuidad de una tradición, tras haber perdido esta su carácter cuasi natural; por qué los
procedimientos abstracto-universalistas de formación discursiva de la voluntad común, incluso
consolidan la solidaridad en medio de unas formas de vida que ya no vienen legitimadas en
términos tradicionales; y por qué los ampliados espacios para la individualización y la
autorrealización, incluso adensan y estabilizan un proceso de socialización que se ha liberado de
toda pauta fija».
Pero una teoría de la modernidad no puede limitarse a dar cuenta de los procesos que se llevan a
cabo en las esferas de la vida cultural, es decir, en la modernidad cultural, sino que tiene que
plantearse, al mismo tiempo, la explicación de los complejos procesos de racionalización social que
asegura la reproducción material de la sociedad. En diálogo con la teoría de sistemas, Habermas
subraya el entrelazamiento entre una economía organizada en términos de mercado y un Estado
que se reserva el monopolio de la violencia. Se abre paso así a la explicación no sólo de las
condiciones de la reproducción material del mundo de la vida, sino también de la cosificación
sistemáticamente inducida de la práctica cotidiana, a que dan lugar los procesos de intercambio a
través de los medios de regulación o control sistémicos.
La paradoja de la racionalización social da cuenta de la situación de que, por un lado, dinero y
poder, tienen necesidad de una madurez de la racionalización del mundo de la vida para que
puedan quedar jurídicamente institucionalizados en ese mundo; y, por otro, esos mismos medios
penetran en forma de monitorización y burocratización en los ámbitos de la reproducción cultural, la
integración social y la socialización, con la consiguiente producción de efectos secundarios
patológicos. Las crisis del Estado social responden a la ruptura de las estructuras de compromiso
entre sistema y mundo de la vida, y serían exponentes de la situación problemática de la
modernidad social (capitalismo y Estado liberal) en las últimas décadas. En ese aspecto, y desde la
exposición del fracaso de las teorías marxistas de la modernidad, Habermas se plantea en qué
medida es posible una superación de las crisis, matizando las respuestas sobre la existencia de un
centro reflexivo y un sistema ejecutivo, desde los que sería posible una «actuación de la sociedad
sobre sí misma» y corregir las patologías de la modernidad.
Modernidad y persona.
Según el tipo de teoría que consideremos, el lugar de un concepto de persona (o alguno de sus
referentes próximos) encuentra matices distintos. Los diagnósticos procedentes e inspirados en
Max Weber han tendido a subrayar que los procesos de racionalización que acompañan al
surgimiento y consolidación de la modernidad, han ocasionado una burocratización o dominio de
las organizaciones sobre la personalidad individual, de manera que las sociedades modernas se
han erigido en verdaderas jaulas de hierro para ese individuo. El diagnóstico de la teoría de
sistemas ha acentuado la lógica de la diferenciación de esferas, culminando en una yuxtaposición
de subsistemas, cada uno regido por una normatividad propia, en los que la persona, que sería el
referente de una práctica cotidiana, ya no existe, absorbida por la lógica sistémica.
Por su parte, las teorías que sostienen una crítica radical de la razón también presentan una visión
de las sociedades modernas, en las que no cabe recurso alguno a aspectos de la vida cotidiana,
imponiéndose estructuras, ya sea de dominación, de poder o de sentido. Desde la teoría de la
acción comunicativa, los procesos de racionalización son considerados de una forma más
ambivalente, como fenómenos de profundización en una racionalidad comunicativa inherente al
mundo de la vida y necesaria para los subsistemas dinero y poder, al tiempo que como una
desmundanización y, simultáneamente, hundimiento de los imperativos sistémicos más allá de sus
ámbitos propios. Resulta así posible tanto una consideración del desarrollo del /individuo, vinculada
a los procesos de reproducción cultural, universalismo moral e individuación, cuanto una
cosificación sistémicamente inducida de la práctica cotidiana, en la que los imperativos sistémicos
hunden sus potentes focos y ocasionan las diversas patologías. Por último, A. Heller, en su teoría
del péndulo de la modernidad, subraya la presencia en la conciencia postmoderna de un
reconocimiento del poder de la contingencia y de la inescrutabilidad del mundo moderno, al tiempo
que señala la autonomía relativa de que goza la persona en ese mundo, a pesar de todas las
lógicas en las que se ve envuelta.
La modernidad como desarrollo global
En términos generales la modernidad ha sido el resultado de un vasto transcurso histórico, que
presentó tanto elementos de continuidad como de ruptura; esto quiere decir que su formación y
consolidación se realizaron a través de un complejo proceso que duró siglos e implicó tanto
acumulación de conocimientos, técnicas, riquezas, medios de acción, como la irrupción de
elementos nuevos: surgimiento de clases, de ideologías e instituciones que se gestaron,
desarrollaron y fueron fortaleciéndose en medio de luchas y confrontaciones en el seno de la
sociedad feudal.
Se trata de un proceso de carácter global -de una realidad distinta a las precedentes etapas
históricas- en la que lo económico, lo social, lo político y lo cultural se interrelacionan, se
interpenetran, avanzan a ritmos desiguales hasta terminar por configurar la moderna sociedad
burguesa, el capitalismo y una nueva forma de organización política, el Estado-nación.
La modernidad surge en los ahora llamados "países centrales" (Europa occidental y, más tarde,
Estados Unidos); luego, con el tiempo, se expande hasta volverse mundial y establecer con los
países llamados "periféricos" una relación de dominación, de explotación y (le intercambio
desigual, donde el centro desempeña el papel activo, impone el modo de producción capitalista
(MPC) y destruye o íntegra (pero vaciándolas de su contenido y despojándolas de su significado)
las estructuras precapitalistas autóctonas y tradicionales. Este proceso, que atraviesa por diversas
etapas, desemboca en la actual generalización del mundo de la mercancía y en la consolidación de
los Estados modernos.
La modernidad como ruptura histórica
La modernidad reviste características tales que, sin lugar a dudas, representa una ruptura con
respecto a las formas anteriores. Las formaciones precapitalistas eran sociedades
predominantemente agrarias, en las que prevalecía el valor de uso y la economía natural y los
objetos producidos eran concretos y variados, concebidos para durar. El hecho de que se tratara
de sociedades más bien cerradas, aisladas y con escasas comunicaciones facilitó la formación de
culturas muy diversas. Las relaciones sociales eran personales, directas e inmediatas, lo que
evidentemente no excluía la explotación y la sujeción, inherentes a toda sociedad estatal, pues se
trataba de sociedades jerarquizadas, cuya base de legitimidad política y social era religiosa y el
poder sacralizado y absoluto.
El advenimiento del capitalismo significa el momento de ruptura y negación, en el que se privilegia
el valor de cambio (mercantil) en detrimento del valor de uso, y la uniformización homogenizante en
menoscabo de la diversidad cultural. Con él surge un cambio del eje de actividades, de sociedades
fundamentalmente agrarias a sociedades urbanas; el producto elaborado, al transformarse en
mercancía, adquiere una significación abstracta, al mismo tiempo que pierde su condición de
objeto durable y variado.
Las relaciones sociales muestran una nueva opacidad debido a la aparición de intermediaciones
(desde la mercancía hasta el Estado) que tienden a adquirir una existencia autónoma y en
consecuencia a fetichizarse, generando una enajenación económica y política. La base de
legitimidad socio-política se fundamenta en la racionalidad; el poder condensado en el Estado se
vuelve impersonal y está definido por instituciones y constituciones. De lo concreto se pasa a lo
abstracto; de lo transparente a lo opaco; de lo inmediato a lo mediato; de lo diferente y variado a lo
homogéneo.
Dos características de la modernidad
Para comprender cómo se introduce la modernidad en un país como México es conveniente
subrayar dos rasgos del proceso:
1. su carácter global y acumulativo (desarrollo de técnicas, conocimientos, instrumentos, clases,
ideologías, instituciones, etc.).
2. su carácter expansivo (proceso que se origina en Europa occidental y luego se propaga como
forma imperialista por todo el mundo).
Como producto de un desarrollo interno, la nueva clase burguesa se fue constituyendo y
consolidando junto con el proceso global de acumulación, en medio de luchas y enfrentamientos -
que se libraron en todos los ámbitos de la praxis social- contra la nobleza y el sistema feudal,
situación que confirió a esta clase un papel activo y revolucionario. En este combate fue ganando
parcelas de poder (hasta terminar por conquistarlo por completo), a la vez que iba elaborando un
pensamiento crítico (racional) y una práctica de participación democrática, apareciendo nuevos
proyectos de organización social y política. Proyectos, leyes e instituciones que se encuentran en
íntima relación con las actividades productivas urbanas y las relaciones sociales que de ella
surgen, y que, desde luego, no impedirán las actividades coactivas y represivas del nuevo Estado
en formación, pero limitarán en cierta forma lo arbitrario.
Como forma expansiva imperialista, la modernización capitalista se mundializa (mediante un
complejo proceso de integración-desintegración de las culturas a las que domina) aunque no deja
de encontrar resistencias y antagonismos. Se impone sobre las formas precapitalistas existentes
en los territorios conquistados destruyéndolas, o bien subordinándolas, transformándolas y
utilizándolas. El proceso reviste en cada caso expresiones específicas, pero los determinantes que
impulsan a la modernización en los países dominados son fundamentalmente externos e
impuestos a través de medios diversos -entre los que se encuentran no sólo la coacción y la
violencia, sino también el efecto de imitación, la mímesis entendida como "producción de tipos
sociales que no se fundan en un conocimiento activo, sino en el reconocimiento pasivo y la
asimilación (identificación o imitación) de este modelo"- por lo que ciertas prácticas sociales,
ciertos hábitos culturales "importados" se ven asumidos de manera parcial e incompleta. Por lo que
la modernización como resultado de la expansión del mundo de la mercancía es a veces más
aparente que real o reviste un aspecto superficial y/o desigual.
Efectos perversos de la modernidad
La fuerza ideológica de la modernidad legitimada por el mito del progreso indefinido hace que sólo
se vean los aspectos positivos de este proceso (en particular el desarrollo técnico) y se olviden sus
efectos negativos: el carácter despótico que reviste la imposición del mercado mundial (cuyos
efectos padecen de manera dramática los pueblos del tercer mundo), el empobrecimiento de las
relaciones humanas que conlleva, donde priva el aislamiento, la soledad, la sensación de malestar
difuso, de miedo, de inseguridad. El ser humano vive enajenado (el poder de lo económico), de lo
político, de lo técnico se autonomiza, se fetichiza y aplasta al individuo). El desarrollo se vuelve
también destructivo (armamento nuclear, devastación ecológica), Las estrategias que organizan,
modelan (manipulan) lo social y lo cotidiano, restringen la libertad individual y la participación
democrática (autónoma y consciente).
Junto a Lefebvre otros autores advierten también sobre los efectos negativos que se desprenden
de esta nueva realidad. Jean Chesnaux --que define a la estructura general de la sociedad
contemporánea, como "sistema" que se caracteriza por "la original combinación de dos
globalidades, aquella que denunciaba Sartre y aquélla con la que soñaba Saint-Simon. Por un lado
la 'serialización' de los seres, la reducción a un modelo único de vida mediocre. Por el otro, el
planeta 'cableado', la interdependencia universal de las economías, de las redes de comunicación
y de las estructuras político-sociales, el despotismo del mercado mundial". Señala como, de los
elementos que conforman a la modernidad, se derivan 13 efectos perversos:
Las normas: Cada producto, cada situación, cada comportamiento está determinado por normas
que son definidas de acuerdo a datos cuantitativos y, por ende, controlables; mediante ellas
terminan por imponerse modelos homogeneizantes que reducen a su mínima expresión las
diferencias; en consecuencia, lo que se singulariza, lo que es diferente se vuelve molesto o incluso
sospechoso.
Los flujos y circuitos: Hay flujos de productos, circuitos comerciales, "cableado" de las relaciones
sociales; en ellos los itinerarios son previamente programados y obligatorios (por ejemplo, la
organización de circuitos turísticos, mediante la cual se aplasta la realidad profunda de lugares,
personas, objetos), La programación hace desaparecer lo espontáneo, lo inesperado.
Los códigos sociales: No constituyen solamente un sistema de signos sociales precisos y directos
sino que poco a poco han ido reemplazando a la realidad, transformándose en intermediaciones
obligatorias para toda actividad social y personal.
Prótesis: Intermediarios (instrumentos técnicos) que terminan por eliminar el contacto humano,
además operan mediante una reducción funcional que suprime toda apertura hacia lo imaginario.
Lo efímero e instantáneo: Los productos se vuelven rápidamente obsoletos, desechables; de igual
manera el saber, antes acumulable, se recicla constantemente.
Capilaridad: El tejido social se vuelve cada vez más poroso, las innovaciones técnicas se difunden
en él de manera vertiginosa, ejerciendo un poder anestesiante; la mediocridad impera sobre la vida
cotidiana.
La desterritorialización: Cuanto más moderna es una actividad, más se disocia de su contexto
natural y social (ejecutivos de transnacionales, profesores, asistentes técnicos e incluso la fuerza
de trabajo se "deslocalizan"; a través de la maquila sucede lo mismo con el producto fabricado).
Gigantismo tecnológico: Grandes centros urbanos, emporios petroleros, imperios económicos
(IBM), supermercados, centrales atómicas, etc., se imponen tanto al trabajador como al usuario. Si
por una parte el gigantismo no sólo obedece a las exigencias de una economía de escala sino que
también sirve para afirmar el poder M Estado y de lo económico, por otra ofrece riesgos mayores
por su desmesura; en caso de "disfunción" los daños son más grandes, lo que obliga a acrecentar
controles y restricciones.
La violencia: Omnipresente, amenaza a los individuos; por su parte los medios de comunicación
masiva la difunden con placer; el miedo y la inseguridad se vuelven fenómenos de masa.
La opacidad: Cuanto más invaden el tejido social los flujos y circuitos, más se busca disimularlos;
la opacidad y el secreto provienen de la sofisticación extrema de la técnica. Poco se sabe de los
puestos y estructuras de observación, análisis, control, decisión existentes en sectores claves.
Industrias de punta, energéticos, transporte. Frente a esto los usuarios se encuentran en una
relación de dependencia pasiva, reducidos a la impotencia ante la complejidad de tales
mecanismos.
La programación dirigida: La organización de los procesos colectivos y de las actividades sociales
reducen (restringen) a modelos determinados hasta las opciones más personales. Esta operación
no se lleva a cabo al estilo "Gulag" (coerción directa), sino por incitación sutil, a través del efecto
que ejerce el modelo, la inercia social; su resultado es una alienación de las conductas colectivas.
La mercantilización: Todo so compra, todo se vende, hay que pagar por todo. La esfera de las
actividades personales (libres y responsables) se reduce a medida que se amplía la esfera de la
mercantilización.
La contraproductividad regresiva: Cuanto más eficaces son un equipo y una técnica dentro de un
sector específico, más efectos negativos produce sobre el conjunto que actúa. Surgen problemas
por la complejidad de su mantenimiento; además coacciones y restricciones en cadena que
vuelven gravosa la gestión.
Para terminar podemos señalar que a partir del siglo XVIII el racionalismo ha sido el elemento
básico de la modernidad: conocer racionalmente la realidad y modelarla conforme al raciocinio ha
servido de punto de partida a la sociedad y civilización modernas, a las conquistas científicas y
técnicas. Desde entonces el logos occidental curocentrista ha propuesto al racionalismo como
fundamento universal de la ciencia, de la moral, del derecho, del Estado.
La racionalidad, surgida de la práctica burguesa, acompaña a ésta en su ascenso y apogeo.
Aunque constituye un pensamiento subversivo en los siglos XVI y XVII, a partir del siglo XVIII es
aceptado e integrado, sirve de base al desarrollo técnico y científico de la civilización moderna y a
la creencia en el permanente ascenso del género humano (ideología del progreso).
Los enciclopedistas presintieron que la conexión entre la industria y la ciencia por medio de la
técnica iba a fortalecer la actividad productiva. Sin embargo, lo que no pudieron advertir es que el
hombre se iba a enajenar posteriormente a su productos técnicos racionales y que datos
terminarían incluso por amenazar con destruirlo. El racionalismo devenido, realizado como razón
capitalista, puede volverse irracional. A partir de una racionalidad técnica, lo irracional amaga con
someter al hombre, con dominarlo: los proyectos de dirección cibernética de la sociedad, las
ideologías consumistas, la amenaza nuclear, la destrucción ecológica, el control que el Estado y
los poderes supranacionales ejercen sobre la sociedad son, entre otros, productos de esa
racionalidad que se vuelve contra el hombre. La modernidad y lo mundial se debaten en medio de
estos problemas.
1.2. Posmodernidad
El término posmodernidad o postmodernidad fue utilizado para designar generalmente a un amplio
número de movimientos artísticos, culturales, literarios y filosóficos del siglo XX, que se extienden
hasta hoy, definidos en diverso grado y manera por su oposición o superación de las tendencias de
la Edad Moderna. En sociología en cambio, los términos postmoderno y postmodernización se
refieren al proceso cultural observado en muchos países en las últimas dos décadas, identificado a
principios de los 70. Esta otra acepción de la palabra se explica bajo el término pos materialismo.
Las diferentes corrientes del movimiento postmoderno aparecieron durante la segunda mitad del
siglo XX. Aunque se aplica a corrientes muy diversas, todas ellas comparten la idea de que el
proyecto modernista fracasó en su intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte
y la cultura, el pensamiento y la vida social.
Uno de los mayores problemas a la hora de tratar este tema resulta justamente en llegar a un
concepto o definición precisa de lo que es la postmodernidad. La dificultad en esta tarea resulta de
diversos factores, entre los cuales los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la
escasez e imprecisión de los datos a analizar y la falta de un marco teórico válido para poder
hacerlo extensivo a todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo proceso que se
llama posmodernismo. Pero el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se
quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un
orden, una unidad, en definitiva coherencia.
Se suele dividir a la postmodernidad en tres sectores, dependiendo de su área de influencia. Como
un periodo histórico, como una actitud filosófica, o como un movimiento artístico. Histórica,
ideológica y metodológicamente diversos, comparten sin embargo un parecido de familia centrado
en la idea de que la renovación radical de las formas tradicionales en el arte, la cultura, el
pensamiento y la vida social impulsada por el proyecto modernista, fracasó en su intento de lograr
la emancipación de la humanidad, y de que un proyecto semejante es imposible o inalcanzable en
las condiciones actuales. Frente al compromiso riguroso con la innovación, el progreso y la crítica
de las vanguardias artísticas, intelectuales y sociales, al que considera una forma refinada de
teología autoritaria, el posmodernismo defiende la hibridación, la cultura popular, el
descentramiento de la autoridad intelectual y científica y la desconfianza ante los grandes relatos.
A pesar de su gran ambivalencia, o quizás por causa de ella, los conceptos "posmoderno",
"posmodernidad" y "posmodernismo" fueron utilizados para designar las profundas
transformaciones experimentadas por las sociedades occidentales durante la segunda mitad del
siglo XX. El protagonismo adquirido por la ciencia y la técnica en todos los aspectos de la vida
cotidiana, la coexistencia de una pluralidad heterogénea de proyectos vitales, el desmoronamiento
de la sociedad burguesa europea, la transnacionalización de la economía, la emergencia de una
sociedad mundial fundada en el saber y la información, la pérdida de un sentido unitario de la
existencia, la conciencia de la destrucción ecológica, el empobrecimiento creciente del llamado
tercer mundo, la amenaza nuclear durante la guerra fría, el naufragio del socialismo, la más
mediatización de la cultura: todos estos factores contribuyeron a crear un clima de desconfianza
frente a los ideales civilizatorios que durante cuatro siglos habían vertebrado el proyecto de la
modernidad”. La fe en el progreso y la perfectibilidad humanas, consecuencia de las revoluciones
científico-técnica del siglo XVII, político-social del XVIII e industrial en el XIX, empezó a perder su
credibilidad. Tal rechazo crítico del moderno racionalismo se expresó en casi todas las áreas del
saber desde mediados del siglo XX: teoría de la ciencia (T. S. Kuhn, G. Bachelard, P. Feyerabend),
sociología (N. Luhmann, Z. Bauman, J. Baudrillard), filosofía (M. Foucault, J-F. Lyotard, J. Derrida,
R. Rorty, G. Vattimo), crítica literaria (R. Barthes, P. de Man), historiografía (P. Veyne, H. White, M.
de Certau), antropología (C. Geertz, J. Clifford) y teoría feminista (J. Kristeva, T. de Lauretis, J.
Butler).
En regiones como América Latina, sometidas desde el siglo XIX a procesos contradictorios de
modernización, los diagnósticos de la posmodernidad fueron inicialmente rechazados como
“ideologías foráneas” por gran parte de la intelectualidad de izquierdas durante la década de los
ochenta. En el campo específico de la filosofía, pensadores como Adolfo Sánchez Vázquez,
Gabriel Vargas Lozano y Franz Hinkelammert entendieron la posmodernidad como un fenómeno
cultural pertinente al desarrollo del “capitalismo tardío” en sociedades opulentas, que nada tiene
que ver con el estado actual de las sociedades latinoamericanas. El anuncio posmoderno de la
muerte del sujeto, el fin de las utopías y el final de la historia no sería otra cosa que la “legitimación
ideológica” del neoliberalismo político, en su batalla por socavar los fundamentos ético-racionales
de la economía. Por esta razón, algunos filósofos no dudaron en calificar la posmodernidad como
“el opio de los pueblos” (L. Rozitchner), la “putrefacción de la historia” (G. Valdés Gutiérrez), el
“nuevo irracionalismo” (S. P. Rouanet) o el “desarme de las conciencias” (A. Roig), negando
categóricamente un tipo de diagnóstico que amenazaba los ideales latinoamericanistas del
“hombre nuevo”, la cancelación del subdesarrollo y la transición definitiva hacia el socialismo. Para
ellos, de lo que se trata no es de negar el potencial emancipatorio de la modernidad, sino, como lo
afirmase Habermas, de llevar la modernidad a su “consumación” económica, política y moral en
América Latina (R. Jaramillo Vélez, A. Serrano Caldera).
Pero a pesar de todos los escrúpulos filosóficos, el concepto de posmodernidad terminó por
imponerse como herramienta teórica durante los años noventa, especialmente en el área de las
ciencias sociales. Ya en 1986 el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) había
organizado en Buenos Aires un seminario que llevaba el nombre programático “Identidad
Latinoamericana: Modernidad y Posmodernidad”. Allí se hicieron evidentes las ventajas heurísticas
del posmodernismo para un análisis de las sociedades latinoamericanas de final de siglo. Teóricos
afiliados a la FLACSO como José Joaquín Brunner, Fernando Calderón, Norbert Lechner y Martín
Hopenhaym empezaron a utilizar lo que, parafraseando a Benjamín Arditi, podría denominarse
“una gramática posmoderna para pensar lo social”. Todos estos autores se distanciaban de
aquellos modelos de las décadas anteriores (teorías de la dependencia, CEPAL, teorías de la
modernización) que buscaban evaluar los procesos de modernización con base en categorías
binarias y teleológicas de análisis (modernidad-tradición, desarrollo-subdesarrollo, opresores-
oprimidos, centro-periferia). El resultado es una imagen de las sociedades latinoamericanas en
donde los diferentes planos de la vida social (económico, político, cultural, individual) no aparecen
vinculados a un esquema unitario de “desarrollo”, sino que avanzan en múltiples direcciones,
obedeciendo a una gran variedad de tiempos y lógicas, sin que ello impida su coexistencia
mutuamente dependiente. Se rompía de este modo con una representación ilustrada del progreso
arraigada profundamente en las elites y la intelectualidad latinoamericanas desde el siglo XIX: la
idea de que la acumulación de capital, el avance tecnológico y las necesidades éticas y artísticas
de la cultura se encuentran engarzadas en una especie de “armonía preestablecida”, en un orden
ontológico que permitiría la “síntesis racional” de todos estos elementos y la “entrada” definitiva de
América Latina en el festín (capitalista o socialista) de la modernidad.
También a este contexto pertenece la gran acogida de los llamados Cultural Studies en América
Latina desde mediados de los ochenta. Estos estudios, impulsados en Europa por teóricos ingleses
muy cercanos a la Nueva Izquierda de los años sesenta (R. Williams, R. Hoggart, E. Thompson),
desestabilizaron las fronteras que definían las pertenencias de los saberes a cánones
predeterminados (sociología, antropología, literatura, etcétera) y pusieron en duda la universalidad
del método científico, la pureza del saber teórico y la división jerárquica entre cultura “alta” y cultura
popular. Tales desplazamientos se posicionaban críticamente frente al concepto de ideología (la
idea de la “falsa conciencia”) manejado por el marxismo tradicional y, principalmente, frente a la
visión negativa de la cultura de masas defendida por la escuela de Frankfurt. En América Latina se
destacaron los trabajos de Néstor García Canclini, Jesús Martín-Barbero, Carlos Monsiváis,
George Yúdice, Renato Ortiz, Marilena Chaui, Nelly Richard, Beatriz Sarlo y Guillermo Bonfil
Batalla. A pesar de sus diferencias, casi todos estos autores compartían el concepto de la
simbolicidad cultural de lo social, el interés por una redefinición del espacio público en tiempos de
la globalización, así como un rechazo al sistema de exclusiones inherente a la “cultura superior” y
los saberes humanísticos. Al igual que los estudios subalternos y la teoría poscolonial en los
Estados Unidos los estudios culturales buscaron religar las prácticas teóricas a la intervención
política en favor de los excluidos, y funcionaron, desde este punto de vista, como un
“posmodernismo de izquierdas” en América Latina.
La “gramática posmoderna” fue utilizada también con amplitud en el campo de la crítica literaria
durante los años noventa. Aquí se destaca el trabajo pionero del teórico uruguayo Ángel Rama,
quien en su libro póstumo La ciudad letrada (1984) inició una fuerte crítica al papel cumplido por los
saberes humanísticos –y en especial por la literatura– en la configuración de estructuras coloniales
y neocoloniales en América Latina. En la línea de pensamiento abierta por Rama trabajaron sus
compatriotas Hugo Achúgar y Mabel Moraña, el puertorriqueño Julio Ramos y las venezolanas
Graciela Montaldo y Beatriz González Stephan. Todos ellos compartían la idea de que la crítica
literaria debía ser necesariamente una “critica de la sociedad”, en tanto que las prácticas literarias
(o letradas) han funcionado en Latinoamérica como “tecnologías de poder” vinculadas a la
configuración de una sociedad disciplinaria. Es evidente aquí la influencia del pensamiento de
Foucault, Derrida y Spivak. En la Argentina, teóricos(as) como Noel Jitrik, Josefina Ludmer y Carlos
Altamirano trabajaron en una deconstrucción de los cánones tradicionales de la crítica literaria, e
iniciaron una relectura de autores considerados anteriormente como “alienados” de la realidad
latinoamericana, como es el caso de Sarmiento. Tal revisión de los cánones definidos por la
estética moderna y sus consecuencias para una nueva definición de la “identidad nacional” fue
motivo de animadas polémicas en el Brasil (S. P. Rouanet, A. Cándido, R. Schwartz, S. Santiago,
H. Buharque de Holanda), donde la discusión posmoderna desbordó con mucho el ámbito de los
recintos académicos.
En apoyo a esta “latinoamericanización” del debate modernidad/posmodernidad llevada a cabo por
las ciencias sociales y la literatura durante los años noventa, la filosofía reaccionó tardíamente.
Además de la brasileña Marilena Chauí, uno de los primeros filósofos en saltar a la palestra fue el
argentino Roberto Follari, quien se opuso a la tendencia, arriba señalada, de identificar la
posmodernidad con una ideología política de carácter “conservador”. Para Follari, la inscripción de
América Latina en este debate no sólo es pertinente sino también necesaria, pues a través de ella
se busca dar cuenta de la forma en que nuestros países fueron afectados por la crisis de la
modernidad en el contexto de una sociedad mundializada. El problema no consiste en saber si la
posmodernidad le concierne o no a los países de América Latina, sino en determinar de qué
manera les concierne. Por su parte, el cubano Paul Ravelo defendió la necesidad de avanzar hacia
un “socialismo posmoderno” como medio para renovar el proyecto marxista de la revolución
cubana. Su propuesta es, en este sentido, más radical que la de aquellos filósofos cubanos
partidarios de una “humanización” del marxismo (P. Guadarrama), o que optaban por un socialismo
latinoamericanista de corte martiano (E. Ubieta). Pues lo que Ravelo busca es la deconstrucción de
unos códigos ético-políticos anclados en el proyecto tecnocratizante de la modernidad, cuya
institucionalización en la isla cerró los espacios para la emergencia de lo plural y lo diferente. Se
trata, pues, de reanimar el socialismo mediante la incorporación de una serie de códigos vitales
reprimidos por la modernidad.
En Colombia, el pensamiento de Michel Foucault tuvo gran recepción en el seno del llamado
“Grupo de Bogotá”, nombre con que era conocido el grupo de profesores de la Universidad Santo
Tomás que desde los años setenta se había alineado con la filosofía de la liberación. Este grupo,
introductor en Colombia de las ideas filosóficas de Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Zea, Rodolfo
Kusch, Arturo Roig, Enrique Dussel y Francisco Miró Quesada, empezó a desintegrarse
paulatinamente desde mediados de los años ochenta. Consecuencia de las discusiones generadas
en este proceso fue la asimilación del método genealógico de Nietzsche y Foucault en pensadores
como Roberto Salazar Ramos, Humberto Sandoval Fernández y Santiago Castro-Gómez. Común
a estos autores es la idea de avanzar hacia una “genealogía del pensamiento latinoamericano” que
muestre la complicidad de ciertos discursos filosóficos sobre América Latina con proyectos socio-
políticos de carácter hegemónico y autoritario. A pesar de sus fuertes críticas al pensamiento de
Roig, Dussel y Zea, tal genealogía no perseguía el objetivo de sepultar la llamada “filosofía
latinoamericana” y, particularmente, la filosofía de la liberación, sino que buscaba despojarlas del
lenguaje ontológico y fundamentalista en el que habían sido articulados sus discursos.
Reflexionando desde los Estados Unidos, dos filósofos(as) “hispanos” asumen posiciones
diferentes respecto a la posmodernidad y la filosofía de la liberación. La cubana Ofelia Schutte
critica el esencialismo y el sexismo presentes en la filosofía de Enrique Dussel, y contempla una
salida a estos problemas en el “giro posmoderno” de autores latinoamericanos como Nelly Richard
y Néstor García Canclini. En ellos se observa ya una ruptura con la idea conservadora y totalizante
de la “identidad latinoamericana”, utilizada por muchos discursos filosóficos en el siglo XX. Schutte
piensa que, liberada de sus connotaciones esencialistas, la noción martiana de “Nuestra América”
podría continuar funcionando como una importante representación simbólica de las luchas por la
liberación y la diferencia. De otro lado, el colombiano Eduardo Mendieta ve en la filosofía de
Dussel, en la pedagogía de Freire y en la teología de Gutiérrez las bases para una superación
latinoamericana del eurocentrismo moderno. El concepto dusseliano de “transmodernidad” ofrece
las herramientas necesarias para conceptualizar la liberación y la utopía en tiempos de la
globalización, sin caer ingenuamente en los metarrelatos universalistas y transhistóricos de la
modernidad.
Dónde y cuándo surgió el posmodernismo
Si bien la acepción más frecuente de posmodernidad se popularizó a partir de la publicación de La
condición posmoderna de Jean-François Lyotard en 1979, varios autores habían empleado el
término con anterioridad. Es muy importante destacar que no deben confundirse los términos
modernidad y posmodernidad con modernismo y posmodernismo, respectivamente. Modernidad se
refiere a un periodo histórico muy amplio que supone referirse a sus características políticas,
sociales, económicas, etc. Así podríamos, por ejemplo, hablar de la civilización o cultura moderna
en un sentido muy amplio y ese es el sentido que generalmente se le da en el ámbito de la filosofía
política, la teoría sociológica y la teoría crítica. Siguiendo el mismo ejemplo, puede hablarse de la
cultura posmoderna. Por otra parte, el par modernismo y posmodernismo se usa para referirse a
una corriente estética que emergió primeramente en la literatura, en las artes plásticas y luego en
la arquitectura. Así, en este segundo caso, podemos hablar de la literatura modernista o
posmodernista, al igual que en el arte. Por ejemplo, suele decirse que la Ciudad de las Vegas en
EE. UU. Es un caso paradigmático de arquitectura posmodernista. La confusión entre ambos
planos ha generado muchas dificultades de comprensión y debe tenerse siempre en cuenta.
Por ejemplo en el sentido estético, el pintor inglés John Watkins Chapman designó como
«posmodernismo» una corriente pictórica que intentaba superar las limitaciones expresivas del
impresionismo sin recaer en el convencionalismo de la pintura académica; el término no se
popularizó, prefiriéndose la designación de «posimpresionismo» sugerida por el crítico Roger Fry.
Aunque el posmodernismo en este sentido no guarda más que una relación muy lejana con el
posmodernismo tal como se entiende habitualmente —coincidiendo por lo general, de hecho, con
los principios teóricos y metodológicos del modernismo artístico— la relación de ambigüedad entre
la superación y la conservación que dificulta la definición del mismo ya se hace aparente aquí. En
el sentido cultural más amplio —o más bien dicho en el sentido de civilización— el uso que Arnold
J. Toynbee haría del término para indicar la crisis del humanismo a partir de la década de 1870
está relacionado con fracturas amplias que exceden con mucho los aspectos estéticos y se
relacionan con la organización social en su conjunto, como también lo observaría Marx, Freud y
Nietzsche.
En 1934 el crítico literario Federico de Onís empleó por primera vez el posmodernismo como una
reacción frente a la intensidad experimental de la poesía modernista o vanguardista, identificada
sobre todo con la producción de la primera época de Rubén Darío; de Onís sugiere que los
distintos movimientos de retorno o recuperación —de la sencillez lírica, de la tradición clásica, del
prosaísmo sentimental, del naturalismo, de la tradición bucólica, etc.— son provocados por la
dificultad de las vanguardias, que las aísla del público. Varios de estos rasgos reaparecerán en
análisis posteriores, aunque la obra de Onís no dejó huella directa en la tradición teórica.
El uso del término por Bernard Smith en 1945 para designar la crítica a la abstracción por parte del
realismo soviético y por Charles Olson para indicar la poesía de Ezra Poundestaba a caballo entre
las dos concepciones anteriores. Si bien subrayaba la ruptura con las tendencias del modernismo,
se carecía de un armazón teórico que permitiese distinguir la producción de las vanguardias —en
sí compleja y multiforme— de la de sus críticos de una manera decisiva. Sólo a fines de la década
de 1950, a partir de los trabajos de los críticos literarios Harry Levin, Irving Howe, Ihab Hassan,
Leslie Fiedler y Frank Kermode, el término comenzó a utilizarse de una manera sistemática para
designar la ruptura de los escritores de posguerra con los rasgos emancipatorios y vanguardistas
del modernismo, concebido éste último como la exploración programática de la innovación, la
experimentalidad, la autonomía crítica y la separación de lo cotidiano. La concepción no estaba
exenta de dificultades, y algunos autores a los que Levin y Howe —ambos intelectuales
«comprometidos» y de izquierdas— criticaron, como Samuel Beckett, fueron simultáneamente
percibidos por otros teóricos de la cultura —entre ellos Theodor Adorno, un modernista destacado
en derecho propio— como la forma más refinada de modernismo. Sin embargo, lo central de esta
noción —el posmodernismo como renuncia a la teleología emancipatoria de las vanguardias—
sigue siendo considerado el rasgo más distintivo del posmodernismo.
El rasgo fundamental de la ruptura no estuvo en la corrección de la frialdad y las deficiencias
arquitectónicas de los edificios modernistas, sino en el rechazo absoluto de la posibilidad de
producir una innovación verdaderamente radical. El eje del pensamiento moderno —tanto en las
artes como en las ciencias— había estado centrado en la idea de evolución o progreso, entendido
como la reconstrucción de todos los ámbitos de la vida a partir de la sustitución de la tradición o
convención por el examen radical no sólo del saber transmitido —como por ejemplo la forma
sinfónica en música, el retrato de corte en pintura o la doctrina clásica del alma en antropología
filosófica— sino también de las formas aceptadas de organizar y producir ese saber —como la
tonalidad, la perspectiva o la primacía de la conciencia; la noción de discontinuidad había adquirido
dignidad filosófica a través de la interpretación marxista y nietzscheana de la dialéctica de Hegel.
En el sentido cultural o de civilización podemos señalar que las tendencias posmodernas se han
caracterizado por la dificultad de sus planteamientos, ya que no forman una corriente de
pensamiento unificada. Sólo podemos indicar unas características comunes que son en realidad
fuente de oposición frente a la cultura moderna o indican ciertas crisis de ésta. Por ejemplo la
cultura moderna se caracterizaba por su pretensión de progreso, es decir, se suponía que los
diferentes progresos en las diversas áreas de la técnica y la cultura garantizaban un desarrollo
lineal marcado siempre por la esperanza de que el futuro sería mejor. Frente a ello, la
posmodernidad plantea la ruptura de esa linealidad temporal marcada por la esperanza y el
predominio de un tono emocional nostálgico o melancólico. Igualmente, la modernidad planteaba la
firmeza del proyecto de la Ilustración de la que se alimentaron -en grado variable- todas las
corrientes políticas modernas, desde el liberalismo hasta el marxismo, nuestra definición actual de
la democracia y los derechos humanos. La Posmodernidad plantea posiciones que señalan que
ese núcleo ilustrado ya no es funcional en un contexto multicultural; que la Ilustración, a pesar de
sus aportaciones, tuvo un carácter etnocéntrico y autoritario-patriarcal basado en la primacía de la
cultura europea y que, por ello, o bien no hay nada que rescatar de la Ilustración, o bien, aunque
ello fuera posible, ya no sería deseable. Por ello, la filosofía posmoderna ha tenido como uno de
sus principales aportes el desarrollo del multiculturalismo y los feminismos de la diferencia.
Los principales opositores a los planteamientos de la posmodernidad han sido los miembros de la
teoría crítica y los marxistas más contemporáneos que, si bien reconocen los fallos de la
modernidad y su centro ilustrado, reconocen como valiosos e irrenunciables ciertos valores
democráticos de igualdad y ciudadanía. Dichos valores, plantean estos autores, -como por ejemplo
Jürgen Habermas- son la única salvaguarda frente a la fragmentación social y la precarización del
estado nacional. Por ello plantean que, más que buscar una posmodernidad, hay que llevar a cabo
-como proyecto filosófico y político- una nueva Ilustración de la modernidad.
Luego de los atentados del 11 de septiembre y los profundos cambios geopolíticos que éstos
conllevaron, además del debilitamiento de la fuerza jurídica vinculante de los derechos humanos, la
discusión de la posmodernidad perdió empuje, ya que, como hemos dicho antes, ésta se
caracteriza -por lo menos hasta el momento- por sus definiciones por negación. El término
Posmodernidad ha dado paso a otros como modernidad tardía, modernidad líquida, sociedad del
riesgo, globalización, capitalismo tardío o cognitivo, que se han vuelto categorías más eficientes de
análisis que la de Posmodernidad. En cambio, el Posmodernismo sigue siendo una categoría que
en los ámbitos estéticos se ha manifestado muy productiva y no necesariamente contradictoria
respecto a las recién indicadas.
1.3. Globalización
¿Qué es la globalización?
La globalización es un proceso de interacción e integración entre la gente, las empresas y los
gobiernos de diferentes naciones. Es un proceso en función del comercio y la inversión en el
ámbito internacional, el cual cuenta con el respaldo de las tecnologías de información. Este
proceso produce efectos en el medio ambiente, la cultura, los sistemas políticos, el desarrollo y la
prosperidad económica, al igual que en el bienestar físico de los seres humanos que conforman las
sociedades de todo el mundo.
Pero la globalización no es algo nuevo. Durante miles de años, la gente —y posteriormente las
empresas—ha vendido y comprado artículos de tierras lejanas, tal como sucedió con la célebre
Ruta de la Seda a lo largo de Asia central y que conectó a China con Europa durante la Edad
Media. Asimismo, durante siglos, la gente y las corporaciones han invertido en empresas de otros
países. De hecho, muchas de las características propias de la ola actual de globalización son
similares a las que predominaron antes del estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Pero las políticas y el desarrollo tecnológico de las últimas décadas han incitado a un aumento tan
grande en el comercio, la inversión y los movimientos migratorios transfronterizos, que muchos
observadores consideran que el mundo ha ingresado a una fase nueva, en términos cualitativos,
de su desarrollo económico. Por ejemplo, desde 1950, el volumen del comercio mundial ha
aumentado 20 veces y sólo de 1997 a 1999 las inversiones extranjeras casi se duplicaron, pasando
de $468 mil millones a $827 mil millones de dólares. Para distinguir la ola actual de globalización
de las anteriores, el autor Thomas Friedman asevera que la actual “va más lejos y es más rápida,
más barata y más profunda”.
Esta ola actual de globalización ha adquirido un gran impulso debido a las políticas que han abierto
las economías internas e internacionales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y
especialmente durante las últimas dos décadas, muchos gobiernos han adoptado sistemas
económicos de libre mercado, lo cual ha aumentado ampliamente su propio potencial productivo y
creado una miríada de nuevas oportunidades para el comercio y la inversión en el plano
internacional. Los gobiernos también han negociado dramáticas reducciones de las barreras
comerciales y han suscrito acuerdos internacionales para promover el comercio de bienes,
servicios e inversión. Para sacarle partido a las nuevas oportunidades en los mercados extranjeros,
las corporaciones han construido fábricas en el exterior y establecido acuerdos de producción y
comercialización con sus socios extranjeros. Por lo tanto, una característica decisiva de la
globalización es una estructura industrial y comercial financiera en el ámbito internacional.
La tecnología ha sido el otro aspecto fundamental que ha impulsado la globalización. Los avances
alcanzados especialmente en el campo de las tecnologías de información han transformado
considerablemente la actividad económica. Las tecnologías de información le han ofrecido a todo
tipo de actores económicos individuales —consumidores, inversionistas y comercios— nuevas y
valiosas herramientas para identificar y materializar oportunidades económicas, lo cual incluye
análisis más rápidos y mejor documentados sobre las tendencias económicas en todo el mundo,
una transferencia más fácil de bienes y la colaboración con socios distantes.
No obstante, la globalización es muy controversial. Sus partidarios sostienen que la misma permite
a los países pobres y sus ciudadanos desarrollarse económicamente y mejorar sus niveles de vida.
Por su parte, sus oponentes arguyen que el establecimiento de un mercado libre internacional sin
restricciones ha beneficiado a las corporaciones multinacionales del mundo occidental, a expensas
de las empresas y las culturas locales, y de la gente común. Por lo tanto, la resistencia ante la
globalización ha cobrado vida tanto a nivel popular como en el ámbito gubernamental, a medida
que la gente y los gobiernos intentan controlar el movimiento de capital, trabajo, bienes e ideas que
constituyen la ola actual de globalización.
Para lograr un equilibrio adecuado entre los costos y los beneficios asociados con la globalización,
los ciudadanos de todas las naciones deben comprender la forma en que la misma funciona y las
opciones de políticas con las que cuentan tanto ellos como sus sociedades. Globalization101.org
intenta ofrecer un análisis preciso sobre los temas y las controversias en torno a la globalización,
especialmente para los estudiantes de secundaria y los universitarios, sin las consignas o los
prejuicios ideológicos que por lo general están presentes en las discusiones de estos temas. Le
damos la más cordial bienvenida a nuestra página de Internet.
La globalización o mundialización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a escala
planetaria que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países
del mundo uniendo sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de
transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global. La globalización
es a menudo identificada como un proceso dinámico producido principalmente por las sociedades
que viven bajo el capitalismo democrático o la democracia liberal, y que han abierto sus puertas a
la revolución informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y democratización en
su cultura política, en su ordenamiento jurídico y económico nacional, y en sus relaciones
internacionales.
Este proceso originado en la Civilización occidental y que se ha expandido alrededor del mundo en
las últimas décadas de la Edad Contemporánea (segunda mitad del siglo XX) recibe su mayor
impulso con la caída del comunismo y el fin de la Guerra Fría, y continúa en el siglo XXI. Se
caracteriza en la economía por la integración de las economías locales a una economía de
mercado mundial donde los modos de producción y los movimientos de capital se configuran a
escala planetaria (Nueva Economía) cobrando mayor importancia el rol de las empresas
multinacionales y la libre circulación de capitales junto con la implantación definitiva de la sociedad
de consumo. El ordenamiento jurídico también siente los efectos de la globalización y se ve en la
necesidad de uniformizar y simplificar procedimientos y regulaciones nacionales e internacionales
con el fin de mejorar las condiciones de competitividad y seguridad jurídica, además de
universalizar el reconocimiento de los derechos fundamentales de ciudadanía. En la cultura se
caracteriza por un proceso que interrelaciona las sociedades y culturas locales en una cultura
global (aldea global), al respecto existe divergencia de criterios sobre si se trata de un fenómeno de
asimilación occidental o de fusión multicultural. En lo tecnológico la globalización depende de los
avances en la conectividad humana (transporte y telecomunicaciones) facilitando la libre circulación
de personas y la masificación de las TICs y el Internet. En el plano ideológico los credos y valores
colectivistas y tradicionalistas causan desinterés generalizado y van perdiendo terreno ante el
individualismo y el cosmopolitismo de la sociedad abierta. Los medios de comunicación clásicos,
en especial la prensa escrita, pierden su influencia social (cuarto poder) frente a la producción
colaborativa de información de la Web 2.0 (quinto poder).
Mientras tanto en la política los gobiernos van perdiendo atribuciones en algunos ámbitos que son
tomados por la sociedad civil en un fenómeno que se ha denominado sociedad red, el activismo
cada vez más gira en torno a movimientos sociales y las redes sociales mientras los partidos
políticos pierden su popularidad de antaño, se ha extendido la transición a la democracia contra los
regímenes despóticos, y en políticas públicas destacan los esfuerzos para la transición al
capitalismo en algunas de las antiguas economías dirigidas y la transición del feudalismo al
capitalismo en economías subdesarrolladas de algunos países aunque con distintos grados de
éxito. Geopolíticamente el mundo se debate entre la unipolaridad de la superpotencia
estadounidense y el surgimiento de nuevas potencias regionales, y en relaciones internacionales el
multilateralismo y el poder blando se vuelven los mecanismos más aceptados por la comunidad
internacional. La sociedad civil también toma protagonismo en el debate internacional a través de
ONGs internacionales de derechos humanos que monitorean la actividad interna o externa de los
Estados. En el ámbito militar surgen conflictos entre organizaciones armadas no-estatales (y
transnacionales en muchos casos) y los ejércitos estatales (guerra contra el terrorismo, guerra
contra el narcotráfico, etc.), mientras las potencias que realizan intervenciones militares a otros
países (usualmente a los considerados como Estado fallido) procuran ganarse a la opinión pública
interna y mundial al formar coaliciones multinacionales y alegando el combate a alguna amenaza
de seguridad no sin amplios debates sobre la legitimidad de los conceptos de guerra preventiva e
intervención humanitaria frente al concepto de no intervención y de oposición a las guerras.
La valoración positiva o negativa de este fenómeno, o la inclusión de definiciones alternas o
características adicionales para resaltar la inclusión de algún juicio de valor, pueden variar según la
ideología del interlocutor. Esto porque el fenómeno globalizador ha despertado gran entusiasmo en
algunos sectores, mientras en otros ha despertado un profundo rechazo (antiglobalización),
habiendo también posturas eclécticas y moderadas.
La globalización en la cultura
La globalización en la cultura se manifiesta en la integración y el contacto de prácticas culturales:
marcas, consumo de medios, valores, iconos, personajes, imaginario colectivo, costumbres,
relaciones, etc. En un sentido restrictivo del concepto de cultura, se entiende sobre todo lo
relacionado con la difusión y consumo de los productos culturales al alcance mundial,
fundamentalmente cine, televisión, literatura y música, en los que el factor tecnológico multiplica su
capacidad de difusión a gran escala.
A esto se suma la existencia de focos de atracción para un intenso turismo cultural, manifestados
en los principales destinos turísticos y en los grandes eventos expositivos (grandes museos, ferias
y convenciones) que aspiran a hacer accesible una cultura de alcance mundial, en estrecha
relación con la ampliación de las redes de transporte internacionales, especialmente el aéreo.
El mercado mundial para las industrias del entretenimiento, de las que el cine estadounidense ha
sido el mayor exponente a lo largo de todo el siglo XX, depende de dos factores técnicos: medios
de comunicación e idioma. La barrera del idioma sigue dependiendo de la realización de doblajes y
traducciones, en las industrias de contenidos narrativos, creándose mercados sectoriales para las
grandes lenguas multinacionales como el español o el francés, además de la posición dominante
del inglés.
Con la progresiva y rápida digitalización de todos los soportes de comunicación, se reducen las
barreras a la difusión mundial, reservada durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX a
las firmas de radiodifusión, los circuitos de exhibición y los acontecimientos de cobertura
internacional (especialmente los deportivos). La cultura global es por lo tanto audiovisual, y de
masas. Los argumentos universales narrativos y simbólicos tienden a fundirse en los nuevos
iconos audiovisuales, renovados en su estética (estilo, actores, efectos especiales, ambientación,
etc.)
Importancia de las ciudades
Las nuevas condiciones socio-económicas terminan difuminando el poder y las atribuciones de los
estados-nación. Ante este panorama surgen con fuerza las ciudades, grandes urbes, que compiten
entre ellas para atraer capital, talento y turismo. Han dejado de formar parte de un orden jerárquico
que establecía su preeminencia en factores poblacionales, de conectividad, o culturales. En la
globalización las ciudades son una puerta, un nodo de acceso a la economía global, y las ciudades
dejan de ser hitos, y pasan a conformar redes. Una mejor inserción en estas redes supone mayor
competitividad y atracción. Simultáneamente, la globalización es la impulsora del acelerado
proceso de urbanización y metropolización de la humanidad. En los procesos migratorios, además
de las causas económicas, ambientales o bélicas para abandonar un territorio está la perspectiva
de acceder a la economía global, de la mejora en las condiciones de vida que supone en muchos
casos llegar a la ciudad. Y unas tienen mucho más que ofrecer que otras.
Hitos en el periodo de globalización
A continuación algunos hitos de la creciente interdependencia entre los países del mundo. No es
una lista que refleje todo lo que la globalización es, pero estos eventos pueden identificarse en el
contexto de la misma.
• En noviembre de 1989 el economista estadounidense John William son incluyó en un
documento de trabajo una lista de diez políticas que consideraba más o menos aceptadas por los
grupos económicos con sede en Washington y lo tituló el Consenso de Washington. Para algunas
personas representan los puntos claves de la globalización, sin embargo ambas cosas no son lo
mismo.
• La creación en 1995 de la Organización Mundial de Comercio (OMC) es uno de los
momentos decisivos de la globalización. Por estar integrada por la mayoría de los países de la
población mundial: propiedad intelectual, regulación de empresas y capitales, subsidios, tratados
de libre comercio y de integración económica, régimen de servicios comerciales (especialmente
educación y salud), etc.
• Crisis económicas: tequila, dragón, vodka, samba, tango: La velocidad y libertad alcanzada
por los capitales para entrar y salir de países y empresas está asociada a una serie de crisis eco-
financieras locales de impacto global. La primera de la serie se produjo en México en 1994/1995 y
su impacto global se conoció como efecto Tequila. Con posterioridad se produjeron la crisis
asiática en 1995/1997 (efecto Dragón), la crisis rusa en 1998 (efecto Vodka), la crisis brasileña en
1998/1999 (efecto Samba) y la crisis argentina en 2001/2002 (efecto Tango). Las reiteradas crisis
económicas han generado una amplia discusión sobre el papel desempeñado por el Fondo
Monetario Internacional.
• Detención de Pinochet y creación de la Corte Penal Internacional: En octubre de 1998 el
ex-dictador de Chile, Augusto Pinochet, fue detenido en Londres acusado en España por tortura y
terrorismo. El 24 de marzo de 1999 el Tribunal de los Lores del Reino Unido resolvió que Pinochet
podía ser extraditado, aunque finalmente la extradición no fue completada debido a la supuesta
demencia del comandante. El hecho es destacado como un punto de inflexión en la globalización
de los derechos humanos.
• Simultáneamente en 1998 se firmó el Estatuto de Roma creando la Corte Penal
Internacional, que entró en vigor el 1 de julio de 2002 luego de alcanzar la cantidad de
ratificaciones necesarias. En 2003 la Corte penal Internacional quedó constituida. El principal
problema para el funcionamiento de la misma es la posición de los Estados Unidos, opuesto a su
jurisdicción.
• La Burbuja.com
• Ingreso de China en la OMC: En 2001 (Ronda de Doha) y después de 15 años de duras
negociaciones, China ingresó en la OMC. De este modo el país más poblado del mundo (22% de la
humanidad), quinta economía mundial y la de mayor crecimiento en los últimos 30 años, se
incorporó plenamente al mercado mundial. Los enormes desplazamientos de capital y trabajo que
está causando la economía china, así como las consecuencias para el sistema mundial que tendrá
la vinculación de una gigantesca y pujante economía de "mercado socialista" (ver también
socialismo de mercado) con el sistema capitalista mundial, son discutidas apasionadamente por los
estudiosos de todo el mundo. Existe sin embargo un amplio consenso de que China, y su creciente
liderazgo económico en Asia, está impulsando un proceso histórico que será determinante en el
curso del siglo XXI y la orientación de la globalización mundial.
• Los atentados del 11 de septiembre de 2001, contra el Centro Mundial de Comercio (World
Trade Center) de Nueva York y el Pentágono, transmitidos en vivo y en directo por las cadenas
globales de televisión a toda la Humanidad, adquirieron una significación mundial. A partir de ese
momento, la lucha contra el terrorismo internacional y la defensa de la seguridad nacional de los
Estados Unidos, adquirirá una jerarquía prioritaria en la agenda global, propondrá la necesidad de
restringir los derechos humanos para garantizar la seguridad, y reinstalará el valor del Estado.
• En los disturbios de Francia de 2005, en noviembre, miles de jóvenes franceses, hijos de
inmigrantes provenientes del norte de África, protagonizaron durante dos semanas una revuelta
que tuvo su sello en la quema de miles de automóviles en París. En la región de París, más de la
mitad de la población menor de 15 años, es originaria de África, lo que ha dado un vuelco a la
cultura de la zona en menos de una generación. El acontecimiento sorprendió al mundo y puso
sobre el tapete la cuestión de las migraciones internacionales y las desigualdades sociales y
territoriales en la globalización.
Argumentos en favor de la globalización
Es importante anotar que entre los partidarios del desarrollo económico y social, existen corrientes
con visiones encontradas y radicalmente diferentes en su percepción sobre los beneficios de la
globalización; es el caso del liberalismo libertario y el neoconservadurismo en lo político, o la
escuela austríaca y el monetarismo/escuela neoclásica en la doctrina económica.
• Los liberales libertarios y otros partidarios del laissez-faire capitalista dicen que los altos
niveles de libertades políticas y económicas, en la forma de democracia y capitalismo, han sido
fines valuables en sí mismo en el mundo desarrollado y han producido altos niveles de riqueza
material. Ellos ven en la globalización un proceso benéfico de extensión de la libertad y el
capitalismo.10
• Aquellos que apoyan el libre comercio proclaman que el aumento tanto de la prosperidad
económica como de oportunidades, especialmente en los países en desarrollo, incrementara las
libertades civiles y llevara a una alocación de recursos más eficientes. Las teorías económicas de
la ventaja comparativa sugieren que el mercado libre produce tal alocación efectiva de recursos, a
mayor beneficio de todos los países que estén envueltos. En general, esto conduce a reducción de
precios, más empleos, incremento en la producción y de niveles de vida especialmente para los
que viven en países en desarrollo.10 11
• Existen también los llamados "globalistas" o "mundialistas", que proponen una
"globalización democrática". Ellos creen que la primera etapa de la globalización, orientada al
mercado o a asuntos económicos, debe ser seguida por una etapa de creación de instituciones
políticas globales que representen las visiones o aspiraciones del "ciudadano mundial". Su
diferencia con otros "globalistas" es que ellos no definen por adelantado una ideología para orientar
esta voluntad, dejándola a la voluntad de esos ciudadanos a través de un proceso democrático
• Proponentes de la globalización argumentas que el movimiento anti-globalización es
proteccionista y usa evidencias puntuales y anecdóticas para apoyar sus visiones, mientras que las
fuentes estadísticas proveen un apoyo fuerte a la globalización.
• A pesar de que algunos lo discuten, la desigualdad del ingreso a nivel mundial parece estar
decreciendo, como el economista Xavier Sala-i-Martin argumento en 2007 -[3].12 Dejando de lado
quien tiene la razón, se puede alegar que más importante es la medida de pobreza absoluta: si
todos vivieran en la miseria, la desigualdad de ingresos sería muy baja.
• Desde 1981 al 2001, de acuerdo a figuras del Banco Mundial, el número de personas que
viven con un dólar o menos de ingreso al día ha declinado en términos absolutos de mil quinientos
millones de personas a mil cien millones. Al mismo tiempo, la población del mundo aumentó. Así
pues, en términos porcentuales el número de tales personas declinó en los países en desarrollo de
40% a 20%. De la población.13 con las mayores disminuciones teniendo lugar en las economías
que han reducido más las barreras al comercio e inversión. Sin embargo, algunos críticos advierten
que sería conveniente usar medidas más detalladas de la pobreza.14
• El porcentaje de personas que viven en menos de dos dólares de ingreso al día ha caído
mucho en áreas afectadas por la globalización, mientras que las tasas de pobreza ha permanecido
estable en otras áreas. En Asia del Este, incluyendo China, ese porcentaje ha decaído en un
50.1%, comparado con un incremento del 2.2% en África subsahariana.11
• La esperanza de vida se ha casi doblado en los países en desarrollo desde la Segunda
Guerra Mundial y está empezando a cortar la distancia entre ella y la de los países desarrollados,
donde el mejoramiento ha sido menor. Incluso en los países del África subsahariana , la región
menos desarrollada, la esperanza de vida ha aumentado de menos de 30 años antes de esa
guerra a alrededor de 50 años antes de la pandemia de sida y otras empezaran a reducirla
nuevamente al presente nivel de alrededor de 47 años. La mortalidad infantil ha decrecido en todas
las regiones del mundo en desarrollo.15
• La presencia de la democracia ha incrementado dramáticamente: desde una posición en la
cual habían muy pocas naciones con sufragio universal en 1900 a estar presente en un 62,5% de
todos los países en el 2000.16
• Los derechos de las mujeres (ver Feminismo) ha avanzado. Incluso en áreas tales como
Bangladés ellas están logrando acceso a trabajos que proveen estabilidad e independencia
económica.10
• La proporción de la población mundial que vive en países en los cuales las provisión de
alimentos percápita es menor que 2.200 calorías o 9,200 kilo julios por persona por día disminuyo
desde 56% en 1960 a menos de 10% en 1990.17
• Entre 1950 y 1990. La tasa de alfabetización mundial aumento del 52% al 81%. Las
mujeres han representado mucho de ese crecimiento: la tasa de alfabetización femenina, como
porcentaje de la masculina, aumento de 59% en 1970 a 80% en el 2000.18
• Hay tendencias similares en lo que respecta a acceso a electricidad, autos, radios,
teléfonos, etc, al mismo tiempo que una proporción creciente de la población con acceso a agua
potable.19
• El porcentaje de menores en la fuerza de trabajo ha caído desde un 24% en 1960 al 10%
en el 2000.20
• Indur M. Goklany, en su libro 'The Improving State of the World también encuentra
evidencia que esas, y otras, medidas del bienestar humano están mejorando y que la globalización
es parte de la explicación. También busca responder al argumento que el Impacto ambiental
limitaría ese progreso.
• Otros autores, tales como el senador canadiense Douglas Roche, simplemente ven la
globalización como inevitable y argumentan a favor de crear instituciones tales como una
Asamblea Parlamentaria de las Naciones Unidas elegida a fin de supervisar y controlar la acción
de cuerpos e instituciones internacionales no electos.
• A pesar que los críticos de la globalización se quejan que esta implica un predominio de la
cultura occidental (u occidentalización) un informe del año 2005 de la UNESCO21muestra que el
cambio cultural se está haciendo en ambas direcciones. En el 2002, China fue el tercer país en
exportaciones de bienes culturales, detrás de Gran Bretaña y EE. UU. Entre 1994 y el 2002, la
proporción de esas exportaciones de tanto Norteamérica como Europa decayó, mientras las
exportaciones de Asia crecieron hasta sobrepasar a la estadounidense.
Los proponentes de la globalización critican duramente algunas políticas corrientes en países
desarrollados. En particular, los subsidios a la agricultura y las tarifas protectivas en esos países.
Por ejemplo, casi la mitad del presupuesto de la Unión Europea se emplea en subsidios agrícolas,
en su mayoría, a las grandes empresas y granjas industrializadas que constituyen un poderoso
lobby.22 Japón, por su parte, concedió a su sector agrícola 47 mil millones de dólares en el
2005.23 casi cuatro veces la cantidad que dio en Ayuda oficial al desarrollo.24 Los EE. UU. dan
3.900 millones de dólares cada año a su sector agrícola algodonero, que incluye 25 mil granjeros,
tres veces superior al presupuesto completo de USAID para los 500 millones de habitantes de
África25 `Estas políticas agotan los recursos de los contribuyentes e incrementa el precio a los
consumidores en los países desarrollados, disminuye la competencia y eficiencia, evita las
exportaciones de agricultores más eficientes y otros sectores en los países en desarrollo y socaba
las industrias en los cuales los países desarrollados tienen ventajas comparativas. Así, las barreras
al comercio dificultan el crecimiento económico no solo de las naciones en desarrollo, lo que tiene
un efecto negativo en los niveles de vida generales.
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