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Historia del Empresarismo en el nororiente de Colombia Tomo 1. Empresas
Coloniales en las provincias de Pamplona y Girón.
Book · April 2015
DOI: 10.13140/RG.2.1.2662.8643
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Luis Rubén Pérez Pínzon
Autonomous University of Bucaramanga
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HISTORIA DEL EMPRESARISMO EN EL
NORORIENTE DE COLOMBIA
Tomo 1. Empresas coloniales en las
provincias de Pamplona y Girón
Luis Rubén Pérez Pinzón
2
Historia del Empresarismo en el nororiente de Colombia
Tomo 1. Empresas Coloniales en las provincias de Pamplona y
Girón.
Luis Rubén Pérez Pinzón
Primera edición
Abril 13 de 2015
La imagen de la portada sobre la provincia de Soto fue tomada de:
COLOMBIA, MINISTERIO DE CULTURA, BIBLIOTECA NACIONAL
DE COLOMBIA. Láminas de la Comisión Corográfica (1850 – 1859). [En
línea]. Bogotá: Biblioteca Nacional de Colombia, 2009. Disponible en:
http://www.bibliotecanacional.gov.co/recursos_user/exposicionesvirtuales/co
mision_corografica/exhibicion-laminas-primera-parte.html
ISBN 978-958-46-6352-8
Diseño, Edición y Publicación: Luis Rubén Pérez Pinzón
La reproducción total o parcial, en cualquier soporte o plataforma,
sólo se podrá hacer con previa autorización del autor.
Publicado en Colombia.
3
Contenido
Tomo 1
1. EMPRESARIOS FUNDADORES
Pacificar la muerte: Orígenes espirituales y materiales de
Bucaramanga y su Área Metropolitana
2. EMPRESARIOS ENCOMENDEROS
Prácticas productivas y tecnológicas de los mineros en los
Andes nororientales
3. EMPRESARIOS MINEROS
Impacto de las innovaciones tecnológicas y las
transformaciones de la minería colonial neogranadina
Tomo 2
4. EMPRESARIOS RESTAURADORES
Las empresas políticas de los generales libertadores y el
revisionismo de los linajes dominantes
5. EMPRESARIOS REGENERADORES La familia Santos y las redes de poder entre las elites militares
y agroindustriales al sur de Santander
6. EMPRESARIOS REFORMADORES
La familia Ferrero y las redes de poder entre las elites
comerciales al norte de Santander
Pág.
7
169
239
7
43
263
4
Tomo 3
7. EMPRESARIOS EDITORIALES
Útiles lancasterianos, didácticas pestalozzianas y
confesionalismo mediático en los Andes colombo-venezolanos
(1857 – 1957)
8. EMPRESARIOS TABACALEROS
Aportes de la producción agrícola tabacalera de Pamplona a la
consolidación de las reformas educativas neogranadinas (1819
– 1837)
9. EMPRESARIOS INSTRUCCIONISTAS
“Instrucción pública” e innovaciones didácticas radicales
durante el Estado Soberano de Santander (1857 – 1886)
10. EMPRESARIOS DIGITALES
Innovaciones y mediaciones en la formación de profesionales
en ciencias sociales y humanas a partir del uso de las TIC
Tomo 4
11. EMPRESARIOS CIGARREROS
Factorías coloniales, cosecheros parroquiales, empresarios
exportadores y mujeres cigarreras en la historia de los cigarros
santandereanos
12. EMPRESARIOS GANADEROS
La feria exposición del socorro y la cebuización del nororiente
de Colombia (1914 - 2014)
13. EMPRESARIOS INDUSTRIALES
Los ingenieros físico-mecánicos de Santander y su pertinencia
socio-productiva para Colombia
7
308
367
407
7
210
345
5
Presentación
Empresario y empresariado tienen como raíz común la palabra
Empresa, la cual se asocia con toda forma emprender, y consigo,
apropiarse de retos y compromisos que se asumen como
difíciles, aventurados o riesgosos de alcanzar por la gente
común. El Empresarismo es entendido a su vez como la razón,
espíritu, motivación o convicción políticoeconómica o socio-
cultural que ánima a los empresarios desde el riesgo y la
incertidumbre de éxito a través de sus empresas o al
empresariado a gestionar, invertir, planear, concesionar,
explotar y retornar con maximización de ganancias, el capital de
riesgo que no es presupuestado por las instituciones nacionales,
autorizado por los gobiernos estatales ni invertido por los
negociantes extranjeros o los empresarios tradicionales.
Ese empresarismo (o emprendurismo) que ha caracterizado la
actividad productiva de algunos empresarios y gremios les
permitió reconocer oportunidades de riqueza y transformar ideas
novedosas de negocios riesgosos en procesos productivos
exitosos que generaron cuantiosas ganancias, así como la
adaptación socioeconómica del entorno (o ecosistema
empresarial) a la demanda de materias primas, socios
territoriales, mano de obra e inversionistas externos requeridos
por las empresas en constitución y consolidación. A la par del
beneficio económico esperado y la satisfacción entre asociados,
el liderazgo innovador de los empresarios les permitió lograr el
reconocimiento social, la confianza inversionista, la seguridad
legal y la realización personal asociadas con nuevas formas de
poder económico y alianzas estratégicas con las élites locales.
6
La colección “Historia del Empresarismo en el nororiente de
Colombia” analiza el espíritu empresarial que motivó desde el
siglo XVI a diferentes tipos de empresariado a poblar,
transformar, civilizar e innovar en los territorios que
conformaron los actuales departamentos de Santander, Norte de
Santander, Arauca y sur del Cesar. El tomo 1 “Empresas
Coloniales en las provincias de Pamplona y Girón” describe los
procesos de colonización territorial de las provincias indígenas e
hispánicas neogranadinas al ser fundadas ciudades, villas y
parroquias, y consigo, los procesos de financiación y
subsistencia del colonizador a través de instituciones
económicas como fueron la encomienda y mita minera. El tomo
2 “Empresas republicanas de los Generales-Presidente al sur y
al norte de Santander” analiza las empresas políticas, sociales,
económicas y culturales que emprendieron los Generales
Presidentes de Colombia durante los siglos XIX e inicios del
XX, centrando la atención en la influencia pública y los
intereses privados que defendieron los linajes asociados con los
generales de las familias Mosquera, Bolívar, Santos y Ferrero.
El tomo 3 “Empresas educativas e innovaciones didácticas en
Santander” presenta las inversiones públicas y privadas que las
instituciones públicas y los empresarios importadores hicieron
en el fomento y uso de los útiles escolares o los elementos
didácticos que caracterizaron el lancasterianismo republicano, el
pestalozzianismo radical, el confesionalismo mediático de la
regeneración y los retos contemporáneos de las ciencias
sociales. Finalmente, el tomo 4 “Empresas agroindustriales:
Oficios y profesiones del “Gran Santander” revisa el
protagonismo inversionista y las innovaciones productivas
promovidas por los empresarios asociados con la producción de
cigarros finos, ganados bovinos y productos industriales del
actual Santander.
7
1. EMPRESARIOS FUNDADORES PACIFICAR LA MUERTE: ORÍGENES ESPIRITUALES Y
MATERIALES DE BUCARAMANGA Y SU ÁREA
METROPOLITANA1
INTRODUCCIÓN. La investigación histórica que se presenta
a continuación fue concebida y redactada originalmente entre
los años 1999 y 2000 como un capítulo del proyecto de grado
que el autor realizó para optar al Historiador conferido por la
Universidad Industrial de Santander (UIS), cuyo informe final
se tituló “Pensar La Muerte: Miedos e imaginario en la
Provincia de Girón, Siglo XVIII”. Ese capítulo no fue
incorporado al texto original ante el orden final que se dio al
proyecto, por ser información de contexto para la problemática
que se estudiaba en el segundo capítulo, y en especial, por las
dimensiones del macroproyecto que sobre el imaginario de la
muerte nos habíamos propuesto.
Ese capítulo fue planteado en el informe final de investigación
como una mirada necesaria de hacer a la par de los análisis
demográficos y estadísticos que sobre la Provincia colonial de
1 Capítulo inédito del trabajo de investigación:
PÉREZ PINZÓN, Luís Rubén. Pensar la Muerte: Miedos e Imaginario en la
Provincia de Girón Siglo, XVIII. Bucaramanga, 2000. Trabajo de Grado
(Historiador). Universidad Industrial de Santander (UIS), Facultad de
Ciencias Humanas, Escuela de Historia, Pregrado en Historia. Los capítulos
conocidos de ese trabajo de grado fueron publicados como: PÉREZ
PINZÓN, Luís Rubén. Historiar la Muerte: 1. Representaciones
historiográficas sobre la muerte en el nororiente de Colombia.
Bucaramanga: Ediciones UIS, 2010.
8
Girón se conocían para entonces. Ante lo cual el autor
recomendó a los jurados como a los lectores del proyecto la
necesidad de una investigación específica que relacionara el
cambio de las prácticas y los rituales fúnebres con los procesos
de congregación parroquial del siglo XVIII. Para ello se
manifestó específicamente: “El papel que tuvo el imaginario
social y político de la muerte en el fenómeno de
parroquialización si bien ameritaría un capítulo o investigación
particular se podría resumir en las razones comunes aducidas
por los curas y los apoderados de los vecinos en los procesos de
erección de nuevas parroquias”2.
De tal modo, la pretensión de indagar por los orígenes del Área
Metropolitana de Bucaramanga, creada en 1976, ampliada con
la anexión de Piedecuesta (marzo de 1984) y redimensionada
como provincia desde el 2005, partiendo para ello de los
orígenes indígenas, parroquiales y provinciales de su actual
jurisdicción, si bien ha sido una tarea asumida a finales del siglo
XX por los docentes de la Escuela de Historia de la UIS, la
perspectiva con la que se hace en este texto pretende interpretar
la mentalidad colectiva y el imaginario sociocultural de los
colonos agropecuarios en cada uno de los procesos históricos
que han justificado sus transformaciones y la coexistencia de las
poblaciones circundantes a Bucaramanga hasta el presente.
Interés aunado a la necesidad de reflexionar desde las ciencias
sociales en el impacto que trajeron consigo los cambios
geohistóricos que desde el año 2005, y específicamente desde el
6 de diciembre del mismo, fueron impulsados e implementados
por el Gobernador de Santander Hugo Eliodoro Aguilar Naranjo
2 PÉREZ PINZÓN, Luís Rubén. 2000. Op. cit. Cap. II. Pág. 40
9
al promover la fragmentación socio-económica y político-
administrativa de la Provincia de Soto para dar paso a las
simbólicas Provincias de “Soto Norte”, con capital
intermunicipal en Matanza, y la del “Área Metropolitana”
(Bucaramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta), con capital
en Bucaramanga. A la cual se agregaron los municipios
restantes de la histórica Provincia de Soto (Rionegro, Lebrija,
Los Santos y Santa Bárbara (- Umpalá)), así como se propuso la
creación de la provincia del Carare – Opón, pasando así el
departamento de seis a ocho provincias de gestión y atención
gubernamental.
Esa pretensión de reconcentración territorial se aúna a los
crecientes reclamos de “verdad histórica” manifestados por
algunos docentes e intelectuales a las autoridades académicas de
la ciudad de Bucaramanga al ser puestos en duda los orígenes de
la ciudad capital ante las anacrónicas celebraciones de su
“cumpleaños de fundación” cada 22 de diciembre, al remontarse
a los hechos fundacionales de un efímero pueblo de indios en
1622 cuyo fin está registrado en 1778.
No existiendo ya ese pueblo ni siendo la mayoría de los
ciudadanos étnicamente reconocidos como ‘indios’, ese reclamo
en un fenómeno común en toda el Área Metropolitana al ser
cuestionados por las nuevas generaciones de historiadores las
fechas y los procesos con los cuales tradicionalmente se han
explicado y conmemorado la fundación de los municipios de
Piedecuesta, Floridablanca y Girón.
Los profesionales y artistas adscritos a las academias locales de
historia, en su condición de historiadores ‘aficionados’ y
cronistas de ciudad, han actuado ciega y tercamente ante ese
reclamo prefiriendo recomendar a las autoridades municipales
10
continuar con las monumentales conmemoraciones y
celebraciones fundacionales sin ningún tipo de revisión o
cuestionamiento a sus versiones explicativas de lo acontecido ni
a las fuentes históricas que las sustentan.
Ejemplo de ello fue el caso del reconocido médico, siquiatra,
pedagogo y escritor de textos infantiles, médico Miguel Ángel
Pérez Ordóñez, quien en el primer artículo publicado por el
Magazín cultural del Periódico Vanguardia Liberal
(“Vanguardia & Cultura”) el sábado 24 de diciembre de 2005,
bajo el título temático de “Bucaramanga: Historia e historias de
nuestra ciudad” y como parte del tradicional aniversario de
Bucaramanga, manifestaba a través del cuento “Historia de una
ciudad no fundada: Diálogos para una clase de historia con
niños” su desconcierto por conmemorarse la fecha de creación
del extinto pueblo de indios de Bucaramanga (22 de diciembre
de 1622) y no la de erección de la parroquia de blancos (julio de
1778) que las autoridades virreinales autorizaron edificar sobre
las ruinas del extinto poblado indígena.
Erección que fue el verdadero origen de la villa, y décadas
después, de la próspera y cosmopolita ciudad –metropolitana–
con todos sus vestigios prehispánicos, sus rasgos hispánicos y la
creciente presencia empresarial de europeos y asiáticos desde
mediados del siglo XIX.
Considerando los argumentos anteriores, éste texto pretende
describir cómo la integración intermunicipal y la unidad
metropolitana existentes entre 1976 y el 2005 han sido el
resultado de procesos históricos de conflictos político-
administrativos y relaciones socioculturales entre los municipios
que conforman el actual Área Metropolitana de Bucaramanga
desde su orígenes parroquiales como parte de la Provincia de
11
Girón con capital en la ciudad de San Juan de Girón desde 1638,
cuya continuidad estuvo posteriormente enmarcada por la
reorganización de las parroquias gironesas al ser integradas a la
Provincia de Pamplona (1795), la fragmentación de las mismas
entre pamplonesas (patriotas) y gironesas (realistas) entre 1810
y 1819, el restablecimiento de las mismas durante la segunda
(1821 – 1830) y tercera repúblicas (1832 – 1853). Durante ese
último período fue creada la Provincia de Soto (1851) con
capital en Piedecuesta, Floridablanca, y finalmente en
Bucaramanga.
La jurisdicción provincial de Soto fue preservada y ampliada
durante el Estado Soberano de Santander (1857 – 1886) como el
“Departamento de Soto”, retornó a su condición político -
administrativa como Provincia después de la aprobación de la
Constitución de 1886 y finalmente fueron extintas las
jurisdicciones, las funciones y los cargos de los jefes
provinciales en 1937. Desde entonces y hasta el mandato
departamental del Gobernador Hugo Aguilar, la Provincia de
Soto siguió existiendo sólo como una división geohistórica con
fines socioculturales e intereses político-económicos, directa e
indirectamente relacionados con la metrópoli bumanguesa, de lo
cual es fiel reflejo el ser tenida en cuenta como una de los
simbólicas estrellas de Santander adheridas a la bandera (1972)
y al escudo (2002) departamentales.
EMPRESARIOS FUNDADORES. El imaginario colectivo
que fue impuesto y renovado en América por los conquistadores
y colonizadores acerca de la vida y la muerte se constituyó
desde mediados del siglo XVI en el fundamento de las
dinámicas de poblamiento y mestizaje que se dieron en el
Nuevo Reino de Granada, así como se constituyó en la
primigenia tendencia espiritual y social que caracterizó la
12
experiencia histórica de los grupos humanos que han ocupado
hasta la actualidad las jurisdicciones colonizadoras de las
ciudades de San Juan de Girón y Pamplona.
Las prácticas, vivencias, ritos y convicciones cristianas acerca
de la muerte del cuerpo como del alma dieron origen a las
poblaciones que ocupan los valles de las cuencas de los ríos
Sogamoso y Lebrija y sus respectivos afluentes, como son el
Chicamocha (Los Santos), Manco y Umpalá (Santa Bárbara),
Oro y Hato (Piedecuesta), Frío (Floridablanca), Suratá
(Bucaramanga) y Negro (Rionegro). También han permitido
delimitar las características de los miedos y rituales de larga
duración que sobre la muerte han sido preservados entre las
diversas organizaciones e instituciones sociales, económicas y
políticas que fueron establecidas a la par de cada una de las
progresivas segregaciones que sufrió el curato de Girón desde
mediados del Siglo XVIII.
Los rituales de paso realizados para el reconocimiento público y
la solidaridad colectiva ante los parroquianos que nacían, se
emancipaban, enfermaban o morían arrojan permanentes señales
sobre la preocupación e interpretación del imaginario existencial
que desde el período colonial han hecho parte de la cotidianidad
en las cabeceras urbanas como en las periferias rurales (sitios) y
parroquiales conectadas a ellas. La muerte del pecado natural,
de los vicios de la soltería, del espíritu condenado a las
enfermedades físicas y la del cuerpo mismo demostraba las
múltiples nociones de finitud que eran promovidas y reguladas
por la racionalidad institucional al ser los fenómenos biológicos
interpretados, ordenados, regulados y justificados por las
autoridades espirituales a partir de las relaciones y los
condicionamientos a los que estaban sujetos los miembros de
cada grupo social.
13
El imaginario espiritual frente a la vida y la muerte no fue una
libre elección individual ya que ni antes ni después de los
procesos de descubrimiento conquistador y colonización
urbanizadora las creencias sobre el destino final del ser corpóreo
y anímico estuvieron desligadas de las normas, valores e ideales
sociales, los cuales se sustentaban y recreaban a su vez desde las
divisiones políticas, económicas y socioculturales existentes.
Así, el imaginario espiritual de los primeros habitantes del Área
Metropolitana de Bucaramanga no puede ser comprendido como
un fenómeno ajeno a la cotidianidad social y cultural del
régimen colonial español, y por ende del contexto virreinal en el
cual se propició la erección y consolidación de las jurisdicciones
parroquiales que dieron paso a las ciudades y territorios
municipales que conformaron desde mediados del siglo XIX la
Provincia de Soto. La vida y la muerte de cada individuo
estaban permanentemente entrelazadas con las condiciones
sociales, políticas y económicas en que se existía.
Todo ello trajo consigo continuos conflictos entre los ideales
religiosos y morales por cumplir y las relaciones e intereses
sociales de los creyentes o defensores de dichos ideales que no
podían esperar. A lo cual se sumaron los conflictos raciales y de
nobleza entre las calidades y dignidades de cada cuerpo ante los
ojos de las autoridades temporales y la condición sacramental de
cada alma ante las autoridades espirituales, siendo ello
consecuencia de las divisiones, las separaciones y las múltiples
formas de segregación existentes al interior de cada comunidad
parroquial, donde sin importar la ubicación urbana o rural de los
individuos se sometía cada cuerpo a una clasificación acorde
con su rango y status. Ello se reflejaba en los privilegios
culturales como en las condiciones materiales de cada feligrés
para poder pagar por los espacios, ceremonias, rituales y la
renovación de los pactos de inmortalidad entre mortales e
14
inmortales por la protección del cuerpo en descomposición
como del alma en proceso de salvación, de acuerdo con cada
condición, distinción y privilegios sociales.
En ese contexto de obsesiones materiales y preocupaciones
espirituales, mediadas por las condiciones económicas y los
privilegios socioculturales de cada individuo adscrito a familias,
redes de poder local o provincial y los pactos de lealtad entre las
primeras huestes conquistadoras, algunos vecinos de Vélez
fundaron la ciudad de Girón mientras que otros de Pamplona
hicieron lo propio en el Real de Minas de Bucaramanga al
preservarse en sus mentes el mito de las riquezas doradas que
arrastraba el río de Oro, así como por ser su la razón de su
existencia y protección virreinal el control y la protección de las
rutas de transporte y comercio con Cartagena, las Antillas y
España a través de los afluentes del río Magdalena, después de
conectarse los caminos andinos con puertos parroquiales como
el Pedral y Cañaverales. Este último fue reubicado y refundado
como parte de Rionegro.
Posteriormente, a mediados del siglo XVIII, el gobierno
virreinal haciendo uso de la administración directa y
privilegiada que tenía sobre la Provincia de Girón exigió al
gobernador de la misma garantizar el orden sociocultural y el
control policivo o productivo para la creciente población libre y
mestiza que con sus vicios, ociosidad y rebeldía invadían los
centros urbanos existentes hasta entonces. Para ello fueron
forzados a concentrarse en nuevas y “modernas“ parroquias
ubicadas en las zonas de tránsito comercial y de frontera
económica y demográfica entre Girón, Ocaña, Pamplona y
Santafé de Bogotá. De allí que esas zonas estuvieran delimitadas
por los valles de Rionegro, la Mano del Negro (Floridablanca),
15
el Pie de la Cuesta y Umpalá, así como por las mesetas de
Bucaramanga y Los Santos.
Las condiciones materiales y urbanísticas (la parroquia como un
centro urbano de obligatoria residencia y sometimiento a las
autoridades virreinales) que precedieron a las espirituales y
sacramentales (la parroquia como una congregación espacial de
feligreses para cumplir sus obligaciones religiosas) demostraban
que ante los miedos, rituales, expresiones estéticas e inversiones
económicas, etc., que representaron las múltiples formas del
imaginario colectivo de las primeras familias que dieron origen
al actual Área Metropolitana de Bucaramanga era necesario
comprender las dinámicas sociales que fueron consecuentes a la
adopción de la mentalidad hispánica y neogranadina que inspiró
a los primeros grupos humanos de la Provincia de Girón a
convivir y mezclarse con la población indígena de la Provincia
de Pamplona, así como el origen de las relaciones sociales y sus
expresiones excluyentes y segregacionistas entre etnias o
“castas”.
Todo ello mediado por las nociones culturales y los controles
demográficos acerca del buen nacer, vivir, enfermar y morir que
eran preservados por los miembros de las sociedades cerradas
que regulaban los patrones de identidad y pertenencia provincial
a través de las exigencias morales y sacramentales de las
autoridades religiosas, las normas ciudadanas y las
prohibiciones policivas de las autoridades políticas, las luchas
locales o provinciales por el poder político y económico entre
los grupos o bandos de las etnias dominantes en su condición de
autoridades culturizadoras, y en especial, al primar o influenciar
los proyectos civilizadores, progresistas y modernizadores de las
familias, los funcionarios y los profesionales universitarios
16
oriundos o residentes en la Provincia en su condición de
autoridades ilustradas.
Empresarios socioculturales quienes contribuyeron desde su
propia condición e influencia política y económica en la
preservación o transformación de valores y principios de larga
duración como la tolerancia, la solidaridad y la diferenciación
entre los privilegios y las prohibiciones sociales o espirituales
entre individuos de igual, desigual o inferior condición anímica
y sanguínea, en cada uno de los espacios sociales que fueron
ocupados, fundados, erigidos o reubicados desde mediados del
siglo XVI hasta mediados del siglo XIX en las primigenias
provincias que caracterizaban las jurisdicciones étnicas de los
chitareros, laches, guane y yarigüíes.
1.1 EMPRESARISMO MILITAR. LA NECESIDAD
DORADA DE MATAR (O DEL MORIR PARA VIVIR)
El sueño profético de Colón, la aceptación de un nuevo mundo a
partir del engaño facilista de riqueza y fama incalculable para
solucionar los problemas del viejo mundo, trajo consigo
expediciones suicidas no mayores a tres años de duración con
las cuales se puso en evidencia las connotaciones del imaginario
y las ideologías de los vasallos de los reyes de Europa venidos a
América. Hombres y mujeres insaciables de nuevas conquistas,
e incluso de utópicas reconquistas en nombre del cristianismo,
quienes llegaron a tales excesos en su búsqueda de heroísmo
político-militar y mejoramiento socio-económico que aceptaron
la muerte misma en su afán de hallar o usufructuar los tesoros e
imperios anhelados, posibles e inventados, que fueron
divulgados por aventureros, fanáticos y burladores por medio
17
de sus relatos acerca de la existencia de los mundos míticos
anhelados desde la antigüedad.
Las ideas que movían a la acción fueron tan férreas e
inquebrantables que la realidad se adaptó y condicionó a los
caprichos de la fantasía misma; la cual fue permanente y
cíclicamente recreada al renacer las formas materiales del viejo
mundo sobre los territorios del nuevo mundo. Vivir o morir era
lo que se quería o anhelaba que fuese, de allí que en los
territorios de muerte y victoria sobre los que habían alcanzado
gloria y riqueza los adelantados y sus capitanes hubiesen
decidido construir nuevas ciudades y nuevos reinos con
nombres y formas semejantes a aquellos en los cuales habían
nacido y crecido. Logrando así el renacer simbólico del mundo
distante al que pertenecían sobre las ruinas de los mundos
prehispánicos que en adelante les pertenecían de hecho (la
guerra conquistadora en nombre del rey) y derecho (la guerra
evangelizadora en nombre de la fe).
Los imaginarios e ideales mundos fantásticos en los cuales los
cristianos ejercieron su señorío y usufructuaron inagotables
fuentes de riqueza y trabajo servil durante el medioevo
renacieron o surgieron entre los europeos al renacer sus mitos y
leyendas de libertad, gloria y abundancia con el Nuevo Mundo.
A lo cual se sumó el poder para ser y estar que les fue otorgado
a los vecinos encomenderos por el Estado monárquico y el
poder para creer y evangelizar que les otorgó el Estado
Eclesiástico. De tal modo, sus anhelos de mortalidad material e
inmortalidad espiritual llegaron a ser tales que el ensueño por
gozar de las comodidades de riqueza para sus cuerpos y la
salvación para sus almas al cristianizar e hispanizar a los nativos
a su cuidado les llevó a una permanente y obsesiva condición de
autoengaño sobre lo esperado y merecido caracterizada por:
18
Aceptar una verdad imaginaria y tranquilizadora que preservara
el anhelo de existir y ser, a pesar de la brutalidad guerrera y la
intolerancia religiosa como fiel reflejo de sus aventuras y
desventuras;
- Desviar la preocupación por el limitado ciclo vital
regulado por pestes, hambrunas y ataques de enemigos
(el hecho aterrador de morir), adoptándose necesidades
ficticias de supervivencia y de muerte heroica como el
honor, la fama, la santidad, la riqueza, etc., a través de
protohombres invencibles e inolvidables;
- Reinterpretar y reformular los miedos ancestrales con los ideales del Estado eclesiástico y las exigencias
materiales del Estado monárquico;
- Hablar con convicción o buscar con obsesión aquello que todos decían existir, olvidando o prohibiendo todo
tema que corrompiera, incitara dudas o promoviera
temores o actos de cobardía y autodestrucción ante las
desventuras propias de su búsqueda;
- Amortiguar y desviar las angustias y miedos con actos comunicativos y manipulaciones semánticas como
luchar por una “buena muerte”, por “indulgencias y
absoluciones para la muerte”, para la “salvación del
alma” en el “juicio final”, etc., con las cuales se
aseguraba el renacer espiritual del cuerpo descompuesto
que fenecía como consecuencia de pestes o batallas;
- Ocultar con promesas religiosas las emociones de dolor
físico (mártires);
- Imponer el poder de las ideas y creencias sobre las sensaciones y expresiones propias del deceso sicofísico
para controlar y regular la tensión ante los fracasos y
contrariedades en sus metas, y consigo;
19
- Regular la ansiedad y la angustia que traía consigo la
falta de victorias y botines a corto plazo.
Ese autoengaño generó en cada uno de los aventureros,
conquistadores, guerreros y empresarios militares que llegaron a
América actitudes incontrolables e ideales complejos ante los
cuales sólo las tareas disciplinarias de las órdenes religiosas, los
castigos represivos del Estado imperial, la persecución
inquisitorial de los pensamientos inmorales y las expresiones
herejes, los temores infernales divulgados por los “curas de
almas” al interior de cada comunidad de creyentes, e incluso, los
cíclicos brotes de limpieza social y regulación demográfica
causados por las epidemias, lograron renovar y reimplantar los
patrones de conducta propios del orden social que
caracterizaban a la España reconquistada por los reinos
católicos.
A falta de empresas de reconquista de los territorios dominados
por moros y judíos, los ingeniosos caballeros andantes del siglo
XV debieron empezar a andar con los heroicos caballeros del
siglo XVI, aceptando las estructuras estatales de poder y
asumiendo tareas que en nombre del Estado diesen fama y gloria a su propio nombre, como al de sus “patrias” de origen,
elevando al unísono gritos de guerra por su Dios, apóstol, rey,
‘pueblo’ y parroquia natal.
Esos grupos de profesionales de la guerra, el asalto, la invasión
y el botín redimensionaron en América sus ideales cristianos y
los valores inmortales de los héroes y guerreros míticos del
imaginario europeo sincretizado por la mentalidad
hispanocatólica. De allí que los dioses y semidioses clásicos de
la guerra fuesen invocados a través de la protección y la
20
compañía bélica pedida a seres celestiales como el Arcángel San
Miguel o el Apóstol Santiago en sus luchas contra las formas
bestiales de los “bárbaros”. Así mismo, a través de las historias,
crónicas, novelas y libros de caballería recordaban la
recompensa obtenida después de padecer innumerables tristezas
e infortunios aventureros y guerreros legendarios convencidos
de sus nobles causas como el Cid Campeador. Héroe promotor
de la unidad nacional española quien los inspiraba a afrontar con
honor y bravura los padecimientos alimenticios y epidémicos
propios de cada expedición, y con ellos, las dudas temporales,
los sentimientos inexplicables y las alteraciones del inconsciente
consecuentes a la desesperación y la desesperanza.
El nuevo mundo como territorio para el renacimiento del viejo
mundo con sus ideales imperiales y sus prácticas conquistadoras
fue sometido a inacabados y discontinuos procesos de
expedición, exploración, ocupación y colonización (por
ejemplos H. Cortes, F. Pizarro y G. Jiménez de Quesada) como
de rebelión, emancipación, reconquista e “independencia” (por
ejemplo los liderados por Lópe de Aguirre en el río Amazonas o
Juan Rodríguez en los páramos norandinos de las provincias de
Vélez, Pamplona y Mérida) desde el siglo XVI hasta las
primeras décadas del siglo XIX. Sus principales evidencias
fueron las construcciones urbanas para la expansión o la defensa
imperial que caracterizaron los tres siglos de presencia española
en tierra firme.
Esos asentamientos humanos bajo la condición política y
administrativa de ciudades, villas, parroquias y viceparroquias,
pueblos de indios, reales de minas y sitios de haciendas o
estancias garantizaron el poblamiento y crecimiento alrededor
de núcleos demográficos, residenciales y metropolitanos como
fue el caso de la ciudad principal (o “metrópoli”) de San Juan de
21
Girón, capital provincial de la Gobernación del mismo nombre
entre los siglos XVII y XIX. Otro ejemplo fue la ciudad de
Bucaramanga erigida por vecinos de Girón y Pamplona que
desde mediados del siglo XIX se emancipó, superó y sustituyó
el núcleo centralizador que hasta entonces ostentaba Girón,
pasando a ser la capital provincial de Soto, la capital del Estado
de Santander, la capital del Departamental de Santander y
finalmente la ciudad que preside y regula en todos los aspectos
el Área Metropolitana conformada por los municipios y las
cabeceras municipales que coexisten en su entorno.
De tal modo, el Nuevo Mundo se constituyó en el lugar ideal
para saciar la búsqueda burocrática, militar, eclesiástica o
empresarial de oportunidades para todos aquellos europeos que
anhelaban mejorar las condiciones de su existencia espiritual
(fama y gloria) y material (riqueza y señorío). De allí que al
llegar a cada nuevo territorio indígena siempre buscaran
características semejantes a las de su territorio natal, y de no
existir tales después de múltiples comparaciones, optaban por el
renacimiento ultramarino de las mismas con la fundación de
ciudades, villas, puertos y parroquias a imagen y semejanza de
sus lugares de origen con las cuales se lograba conservar el
“fuego sagrado” representado por la fe religiosa, la ley
monárquica, las costumbres populares, y ante todo, el
imaginario colectivo regulado por ideales, leyendas, mitos y
utopías que justificaban cada uno de sus actos de esperanza y
supervivencia en tierras lejanas a las tumbas de sus ancestros.
Esos mitos y utopías que caracterizaron las primeras décadas del
fenómeno geopolítico denominado “Descubrimiento”, por
medio del cual los estados absolutistas europeos encontraron
inagotables despensas de rentas y tributos imperiales para su
subsistencia nacional mientras que el Estado eclesiástico
22
justificó su protagonismo y predominio hemisférico al exigir el
cumplimiento de su apostólica labor misionera y
evangelizadora, contribuyeron además al establecimiento de
instituciones representativas de esos estados mediante las cuales
se ampliaron los aparatos y redes de poder más allá del
Atlántico.
Así mismo, el decadente espíritu de los caballeros e hidalgos
logró renovarse y restaurarse con el hallazgo o la recreación de
los mundos fantásticos del viejo mundo, la capitulación de
títulos y privilegios para la convivencia en el nuevo mundo y la
fundación de nuevos reinos y ciudades en memoria de las
europeas por parte de las nuevas generaciones de héroes quienes
se negaban a ser tratados como ilusos insanos tan despreciables
y temidos como el mismísimo “Ingenioso Hidalgo”
popularizado desde 1605 por Miguel de Cervantes Saavedra
remembrando sus vivencias épicas y las hazañas militares de
empresarios letrados como G. Quesada.
Cervantes fue víctima de esos mismos cambios y renovaciones
porque a pesar de ser un reconocido héroe militar de Lepanto y
prisionero liberado de Argel la principal frustración que tuvo en
su vida fue la negativa de los reyes Felipe II y Felipe III a
otorgarle permiso y ser enviado a América a hacer su propia
fortuna como funcionario real en lugares como Cartagena de
Indias, lo cual le obligó a dedicarse a la publicación de sus
creaciones literarias, a aceptar el ejercicio de oficios no acordes
con sus pretensiones y méritos, e incluso, a pasar largas
temporadas en las cárceles por malos manejos administrativos
de las rentas reales. Lo cual le motivó a plantear su visión crítica
del mundo hispánico, el cual se negaba a adoptar las múltiples
formas de la modernidad prefiriendo convivir con las locuras y
23
acciones retrogradas como las vividas por el “caballero de la
triste figura”.
La mentalidad mítica de los conquistadores sumado al
imaginario utópico de reyes y pontífices al buscar en el nuevo
mundo la realización espiritual y material del reino de los cielos
que no había sido posible de lograr en “Tierra Santa” después de
múltiples cruzadas para la liberación de Jerusalén, guiaron el
accionar de los hombres y mujeres durante las primeras etapas
de dominación insular y costera de América al imponerse las
normas y convicciones político - culturales de unos y otros
sobre sí en los centros urbanos cristianos como sobre los
vencidos durante las expediciones de cada una de las huestes
fundadoras que se internaron en el nuevo continente en
búsqueda de pueblos y tesoros desconocidos. Con lo cual, los
mitos y las utopías europeas no solo contribuyeron a la
transformación de los territorios prehispánicos para propiciar la
evocación y renovación de las formas, costumbres, fantasías y
anhelos que existían en el viejo mundo, así como fue posible:
I Enfrentar los miedos ancestrales. La ansiedad honorífica
del caballero, la alucinación económica del aventurero y la
angustia por lo desconocido en las costas y tierras de frontera
por los funcionarios reales fueron regulados por medio de la
confianza y certeza que se tenía de las visiones míticas y
legendarias de otros, aceptando y adoptando a las versiones
particulares las realidad transmitidas o heredadas de sus
predecesores, comparando esos conocimientos míticos con el
contacto e interpretación de los seres “extraños” que iban
encontrando, e incluso, asociando sus cualidades con las de
aquellos seres imaginados y preservados a través de las
creencias míticas grecorromanas y judeocristianas.
24
Ejemplo de ello fue la asociación que se hizo de los indios
antropófagos de las costas caribes y los valles interandinos con
los hombres perro de oriente, identificados por Marco Polo
como parte de los súbditos del gran khan, quienes finalmente
fueron adoptados culturalmente como los temidos “caníbales”
que devoraban las carnes de los cristianos e impedían su
resurrección durante el juicio final, o la relación entre las
mujeres guerreras, varoniles, desalmadas y excesivamente
matriarcales de oriente con las “amazonas” de las selvas
fluviales americanas cuya presencia evidenciaba la existencia y
protección de grandes tesoros desconocidos.
De allí que la lucha contra esos hombres y mujeres abominables
justificó la exploración y reconocimiento de las nuevas
provincias bajo las formas violentas de la guerra conquistadora
y evangelizadora. Siendo justificadas esas acciones desde las
causas justas de la guerra militar contra todo agente nativo
bélico o pagano que se negara a rendirse y someterse a las
imposiciones del vencedor, así como en las razones
judeocristianas, según las cuales, acabar con los males de las
nuevas tierras se convertía en un servicio mesiánico para la
expansión del “pueblo de Dios”, por todos los extremos de su
creación, acorde al salmo bíblico dieciocho.
II. Expandir la reconquista católica a ultramar. El
triunfo y la expulsión de los moros y los judíos del sur de
España, sumado a la dominación militar de los páganos del
Nuevo Mundo, permitió a los españoles cristianos
autoproclamarse y actuar como el pueblo elegido
mesiánicamente por Dios para continuar expandiendo y
haciendo prevalecer la voluntad de reyes y pontífices por todos
los continentes al ser los difusores y defensores de la única fe
que era aceptada y permitida en occidente: el Dios trino.
25
Ello contribuyó a su vez a la redefinición de los ideales de
unidad nacional como eran: 1. El orgullo de ser dueños y
señores de reinos superiores en tamaño y riquezas a los de los
demás imperios europeos como recompensa material por los
trabajos espirituales que se hicieran en beneficio de los pueblos
paganos; 2. La prosperidad sustentada en riqueza potenciales o
imaginarias antes que en lo realmente extraído, ya que “la
fantasía, las promesas de riqueza y fama, valía más que mil
tesoros”, lo cual hacía a la nación hispanocatólica la elegida por
Dios para hallarlos y usufructuarlos; y, 3. El anhelo de una
monarquía universal regida por el imperio ultramarino de los
reyes españoles, quienes al evangelizar a los vasallos de todos
los continentes lograrían la reunificación de las tribus pérdidas
de Israel después de su expansión por todo el planeta.
Así mismo, aseguraban la salvación de las almas y la
resurrección de todos los creyentes al final de los tiempos, de
allí que su preocupación espiritual, muy bien compensada por
las tributaciones materiales exigidas a esos vasallos, no fuese
otra que impedir que millones de almas “rindieran culto al
diablo y sufrieran por ende condenación eterna, tostándose a
perpetuidad en las llamas del infierno”3.
Las naciones europeas integradas al imperio ibérico-hasburgo se
concibieron y proclamaron como los rectores y protectores del
cristianismo en todo el universo, al concebir que sus Estados
monárquico como eclesiástico habían sido heredados del
régimen judío de la primera Jerusalén, siendo su misión la
conquista y dominación espiritual y material de todos los
pueblos bajo una sola fe, una sola lengua, un color, una
3 GIL, Juan. Mitos y Utopías del descubrimiento. Barcelona: Alianza, 1992.
Tomo 1. Pág. 30. Los entrecomillados de las siguientes páginas son citas
tomadas de la misma obra.
26
vestimenta y un sistema de medidas comunes. Un nuevo pueblo
para un nuevo mundo, actuando santa y obedientemente ante las
herejías cismáticas de los “reformistas” quienes habían causado
la crisis política y religiosa en toda Europa. De allí que los
reyes ibéricos asumieran el patronato y el direccionamiento de
las instituciones pontificias en cada uno de sus viejos y nuevos
reinos al tener encomendado por las cortes celestiales, como por
las terrenales, la realización del tercer período de la historia del
cristianismo: la era del espíritu santo, cuya principal tarea debía
ser la salvación de las almas descarriadas como la conversión de
los espíritus paganos del viejo como del nuevo mundo.
De todas esas naciones España, la España continental y
ultramarina de Felipe II, asumió el reto de perpetuar su
condición de nación formada por la lucha espiritual y material
en torno a una sola fe. Lo cual les obligaba a difundir los logros
y terminar las tareas inconclusas de las eras trinitarias del padre
(Judeocristianismo del Antiguo Testamento), del hijo
(Cristianismo románico, medieval y de reconquista del Nuevo
Testamento) y del espíritu santo (Contrarreforma teológica,
inquisitorial, patronal e interinstitucional consecuente del
Concilio de Trento) iniciada con el hallazgo del Nuevo Mundo.
España se constituyó en el pueblo mesiánico encargado de
expandir y proteger el evangelio a través del poder conquistador
de las armas como el evangelizador de las palabras, así como en
la nación difusora de la civilización católica al imponer la
cultura hispánica, y en especial su obsesiva preocupación por
preservar la pureza de la sangre y las costumbres heredadas. De
allí que su Estado monárquico como patrono y protector del
orden eclesiástico se presentara ante el resto de naciones y
pueblos del mundo como el instrumento celestial elegido para
27
ser “la salud para el cuerpo presente, el brazo armado de Dios
sobre la tierra”.
Para cumplir esas metas, el Nuevo Mundo fue concebido por
Colón como la fuente de riquezas para financiar la última y más
grande cruzada que acabaría con la amenaza musulmana, la
recuperación de Jerusalén y la reconstrucción de su templo,
garantizándose así el restablecimiento del poder de Dios a través
de una sola Iglesia y un solo Estado.
Posteriormente, la explotación de esas riquezas insulares y
continentales fue justificada para financiar la respuesta armada a
la amenaza de los príncipes y eclesiásticos europeos en contra
de la sacra autoridad de reyes y papas en el viejo mundo, así
como para financiar militar y sacramentalmente la
evangelización de las comunidades indígenas en sus nuevos
asentamientos de control espiritual (pueblos de Indios) y
producción material (resguardos) en el Nuevo Mundo, al ser
concebidos los indígenas como los descendientes de las tribus
perdidas de Israel que necesitaban ser evangelizadas y
dominadas para garantizar la total reedificación de Jerusalén.
A la par de ello, la tributación indígena (en trabajo servil,
trabajo encomendado, monetario o en especies) debía alcanzar y
servir para la neoaculturización de las comunidades europeas
llegadas en busca de riqueza espiritual y material por medio de
procesos de urbanización, parroquialización y segregación
maltratante. Procesos necesarios para garantizar la protección
residencial, policiva, tributaria y sanitaria de esas comunidades
por medio de las autoridades civiles, así como para asegurar el
control sacramental, inquisitorial, tributario y moral de las
mismas a través de las autoridades religiosas.
28
La segregación y el maltrato de los europeos a los
indoamericanos, así como a los africanos y asiáticos traídos al
Nuevo Mundo como esclavos, fueron otorgados por tradición a
las autoridades patriarcales de cada núcleo familiar para
preservar las distinciones espirituales y materiales entre las
razas. Contra los esclavos al ser considerados seres bestiales y
paganos de condición muy inferior a la de los humanos. Contra
los indios porque al ser considerados seres descendientes de los
antiguos herejes judíos, de acuerdo con las leyes y costumbres
de cruzada, reconquista y contrarreforma, estaba justificado que
fueran sometidos y convertidos al cristianismo a través del
“padrinazgo” de un encomendero elegido para tal fin al ser
considerados menores de edad incapaces de actuar y razonar por
sí mismos.
Esa condición de “bárbaros” justificó a su vez la expropiación
de todos sus bienes y riquezas al considerarse que eran
empleados para la representación ceremonial o corporal de sus
dioses paganos o demoniacos, la estricta e inquisitiva vigilancia
a sus prácticas e ideales al dudarse sobre su plena conversión
religiosa al cristianismo al preservarse en secreto ritos y cultos
ancestrales, y especialmente, por ser aceptado entre los más
ortodoxos toda forma de maltrato segregante contra todos
aquellos acusados, generación tras generación, por ser los
causantes de la cruel muerte del ‘Dios hecho hombre’.
III. Perpetuar la vida material para conservar la
espiritual. Con el hallazgo de América, y su asocio con las islas
auríferas de Tarsis y Ofir del rey Salomón, renació el mito
universal de la fuente de la juventud, segunda posibilidad de
inmortalidad corporal después del Santo Grial hallado por los
cruzados en Tierra Santa. Otros medios y posibilidades para
alcanzar ese fin eran las manzanas de oro del árbol de Jehová,
29
ubicadas en medio del paraíso terrenal. También se pensó en
emplear las medicinas y las pócimas secretas de los curanderos
indígenas, quienes usaban especies y raíces que eran
desconocidas para los europeos para comunicarse con sus
divinidades como con los espíritus.
La fuente de la juventud buscada por todo el mundo, y
específicamente en los territorios a los que se asociaban con el
reino del “Dorado”, tenía la virtud de “reparar, sino la vida, al
menos las gastadas energías de los humanos”. De allí que para
muchos europeos fuese el agua anhelada y ansiada con la que se
podía contener “la ceguedad con que se consume la humedad
sustancial” de los cuerpos al envejecer o morir, lo cual
representaba a su vez el renacer corporal y espiritual que
aseguró otorgar Juan ‘el bautista’ al bautizar a sus seguidores en
el río Jordán. Suceso que hizo pensar a los cristianos más
radicales que la fuente de la juventud debía ser un brazo
subterráneo de los ríos del paraíso, e incluso del mismo Jordán.
De tal modo, la posibilidad de evadir materialmente la muerte
por medio de la vida eterna corporal se constituyó en una
obsesión permanente ya que con ella los individuos podrían
librarse del penoso y condicionado proceso de “pensar la
muerte” a través del perfeccionamiento espiritual cotidiano que
la teología mística y ascética exigía para poder morir y renacer a
la vida eterna espiritual. De tal modo, el mito de la eterna
juventud fue considerado por el clero sólo como una
superstición propia de la equívoca ayuda del demonio, a pesar
de remontarse su origen a las antiguas religiones del medio
oriente, pues los únicos medios de inmortalidad y salvación para
el estamento clerical eran solo la fuente bautismal y la
permanente preparación del alma para el retorno de Cristo
durante la parusía. De allí que la falta de bautismo cristiano,
30
sumado al pecado compulsivo, la traición y el deshonor fueran
las únicas razones que justificaban la muerte y la esclavitud de
todos aquellos seres humanos que no eran cristianos.
IIII. Matar violentamente para morir pacíficamente.
El período de conquista insular y continental de los territorios
ultramarinos ubicados en las indias bañadas por los océanos
Atlántico, Pacífico e Índico estuvo caracterizado, entre otros
aspectos, por la recia lucha entre los imperios por el control de
las rutas y los puertos marítimos ya que aquel que fuese señor
del mar también lo sería de la tierra, a lo cual se sumaba el
violento afán por controlar la extracción y el comercio de los
esclavos y los metales preciosos.
Esa lucha, que en términos espirituales había superado con el
fuego purificador las herejías medievales que abogaban por la
vida en paz y absoluta pobreza de los cristianos dando carta
libre a todo aquel que quisiera enriquecerse a través de los
medios permitidos por las escrituras, fue regulada por el miedo
colectivo que funcionarios, soldados, marineros y eclesiásticos
manifestaban en cada aventura conquistadora o fundacional ante
la angustiosa preocupación que les producía la idea de “morir en
suelo extraño y desabrido, faltos de todo auxilio”.
De tal modo, matar, vencer, dominar y hacer tributar a todos
aquellas comunidades que fuesen acordes con sus intereses
materiales y espirituales si bien saciaba la sed de riqueza y fama
no lograba apaciguar los miedos de los europeos a una muerte
anónima a manos de enemigos bestiales y desconocidos quienes
no se tomarían el trabajo de enviar sus restos a la ciudad de
cristianos más cercana para darles la debida sepultura.
Pánico agravado por los miedos que les producía la infructuosa
búsqueda de míticas riquezas a través de expediciones sin
31
rumbo cuando empezaban a padecer hambre y sed, cuando las
enfermedades tropicales arrasaban con los mejores guerreros, y
en especial, cuando el permanente ataque guerrillero de los
indígenas terminaba por exasperarlos, propiciando en definitiva
motines que exigían el retorno o la reorientación de las
expediciones hacia los lugares de partida, que si bien no
propiciaban la muerte de toda la expedición terminaban
asegurando la pena de muerte para los insurrectos. De allí que
el costo más alto del ideal de fama y riqueza fuese la vida
misma en tierras lejanas al suelo natal.
Por el contrario, muchos otros codiciosos, con deudas y
pretensiones nobiliarias insatisfechas preferían morir
combatiendo en busca de tesoros como el dorado o la fuente de
la juventud que terminar su vida soportando en la miseria los
achaques de la vejez o la enfermedad en compañía de una
esposa. De estos, la vivencia más conocida fue la del
Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada quien manifestó
públicamente, mientras conquistaba el “reino del dorado”, que
de aceptar casarse cavaría su propia sepultura. De allí que
fingiera ante las autoridades reales un asma severa que le hacía
imposible llevar una vida maridable, a lo cual agregó el
supuesto contagio de la abominable lepra, con lo cual se libró en
cumplir la provisión real según la cual se obligaba contraer
matrimonio a todos los encomenderos solteros o viudos que
residieran en el Nuevo Mundo.
V. Añorar fantasías para soportar realidades. Las
creencias religiosas que prometían la salvación del alma,
sumadas a los mitos antiguos recreados durante la conquista y
colonización del Nuevo Mundo mediante los cuales se
aseguraba la perpetuación material de los linajes, se
constituyeron en los principales alicientes para permanecer,
32
sobrevivir o en definitiva quedarse los hombres y las familias
que desde Europa se habían dispersado a toda América a través
de las Antillas.
Aferrarse a los mitos grecorromanos y judeocristianos fue “la
única manera de subsistir en la adversidad” ya que se
constituyeron en el proyecto de vida espiritual de funcionarios y
misioneros en pro de la evangelización y la salvación de las
comunidades indígenas precolombinas, así como en el proyecto
de vida material que conquistadores y aventureros emprendieron
en contra de las mismas en pro de su explotación servil o su
dominación señorial. La anhelada realización de esos mitos
permitió entonces regular las energías y canalizar las
ambiciones de los europeos hacia metas y proyectos que
beneficiaban directa e indirectamente al Estado patronal
español. Al respecto J. Gil planteó en su obra:
El mito gracias a su carácter polivalente puede ser
utilizado de muy diferentes maneras, desde la
trascendencia y desde la inmanencia, como halago
cortesano y como arma arrojadiza. Se trata otra vez de
un modo muy tradicional de entender las cosas, que nos
retrae a una época en las que lo sagrado y lo profano
estaban íntimamente ligados y cuando a quizá de
propaganda política, se esgrimían burdos oráculos
amañados para favorecer las aspiraciones de tal o cual
príncipe, para enardecer los ánimos de los naturales de
éste o aquel reino4.
Los mitos justificaban las conductas retributivas y de apoyo
mutuo entre las instituciones estatales y los empresarios
militares, permitía reconocer la dinámica cambiante entre los
4 Gil, J. Op. Cit. Tomo 3. Pág. 373
33
intereses personales y las fuentes de renta segura, así como
condicionaba la permanencia de los conquistadores provinciales,
los fundadores territoriales, los feligreses parroquiales y los
funcionarios temporales en los centros urbanos de las Indias
Occidentales.
La experiencia imaginada por los neogranadinos. Toda esa
dinámica insular y continental ha sido posible de ser reconocida
a través de las aspiraciones e ideales de las huestes
conquistadoras de “Tierra Firme” al mando de los adelantados
G. Quesada, S. Belalcazar, N. Federman, e incluso P. Ursua,
quienes estuvieron motivados por un imaginario mítico común
como era el hallazgo y usufructo del Dorado andino.
Tesoro mítico que se creía podía ser una ciudad de caminos y
techos hechos en oro o un territorio de playas y tierras
inagotablemente doradas e inexplotadas, acorde a las
descripciones y orientaciones que recibieron de las comunidades
indígenas caribes e interandinas al incitarlos y guiarlos en su
empresa de invadir y someter a sus archienemigos muiscas. En
esa provincia dorada se esperaba encontrar hallar guardianes,
que según los mitos históricos eran los protectores de esas
riquezas. De allí que fuese necesario que los cristianos los
redujeran militarmente y los convirtieran espiritualmente para
poder hacerles confesar todo aquello que conocían o ocultaban
acerca de los tesoros auríferos para beneficio de las arcas reales
(quinto), así como para hacer de esos indios y sus familias los
principales extractores y transportadores de esas riquezas para
beneficio de sus ‘señores’ protectores y evangelizadores.
La racionalización material de los mitos con fines asociados con
las preocupaciones espirituales del mesianismo hispano-católico
y los intereses particulares o estatales contratados a través de las
34
capitulaciones de conquista, poblamiento, fundación y
extracción, propició además el interés de los europeos por
obtener beneficios mineros, agro-pastoriles o gubernamentales
para la explotación y usufructo de sus hallazgos. Lo cual
desencadenó al interior de cada nuevo centro urbano la
conflictiva división laboral y profesional de los miembros de la
hueste fundadora de acuerdo a los privilegios, gracias y
esfuerzos que correspondían a cada uno.
La insatisfacción consecuente de esos procesos generó nuevas
salidas, descubrimientos, fundaciones e inacabados pleitos por
el mejoramiento en los privilegios y beneficios reclamados de
forma particular o grupal por los capitanes y sus huestes, lo cual
llevó incluso al enfrentamiento entre grupos o bandos que
reclamaban a la Corona la defensa de jurisdicciones territoriales
o el respeto de los derechos y calidades -míticas- que
argumentaban desde tiempo inmemorial de acuerdo a su pureza
y linaje. De allí que la insatisfacción por lo ganado u obtenido
propiciara la cíclica renovación de los mitos y las promesas de
riqueza y fama, lo cual trajo inevitablemente seguirse
“adivinando provincias infinitas a las que se podría llevar la
cruz de Cristo y en las que se podrían encontrar tesoros sin
cuento, de suerte que (como siempre) de la mano de religiosos
llenos de celo y fervor evangélico caminaban aventureros sin
escrúpulos y viceversa”5.
Esas nuevas jornadas permitieron la reorganización de los
centros urbanos que sirvieron como puntos de partida, ya que
con cada empresa militar y de conquista salían los guerreros y
las familias más conflictivas quienes requerían dar rienda suelta
a sus ambiciones de poder, fama y riqueza. Capitanes que eran
5 Ibíd. Tomo 3. Pág. 255
35
acompañados a su vez por los hombres pobres, vagos, ociosos e
inútiles que alteraban el orden y la policía urbana, así como por
los nuevos grupos humanos surgidos del mestizaje al no ser un
ejemplo útil para preservar la moral pública, las tendencias
demográficas y el equilibrio social y económico preexistentes.
La salida de los sectores humanos más conflictivos e insaciables
de las nuevas ciudades y villas también permitió restablecer la
convivencia pacífica entre los fundadores interesados en
permanecer con sus familias en el Nuevo Mundo. Mientras los
adelantados y capitanes dominantes organizaban el orden
político y promovían el desarrollo material de sus repúblicas, los
aventureros criminales y los soldados promotores que
capitaneaban esas nuevas expediciones estaban condenados a
morir enfermos o derrotados a manos de los indios belicosos
que se resistían a ser robados o sometidos a pesar de la obsesión
de los hispanos por retornar a su ciudad de vecindad o a su
parroquia sanos y enriquecidos.
Esos fenómenos de irreverente belicosidad, improductiva
ociosidad, pobreza mendicante e inmoral superpoblación que
caracterizaron a los españoles durante el primer medio siglo de
conquista y dominación señorial se constituyeron en reflejo de
algunas de las tantas costumbres y tendencias hispánicas que se
trasplantaron y renacieron en el Nuevo Mundo a la par del
pauperismo que se experimentaba en España como
consecuencia de la excesiva e inflacionaria entrada de riquezas
reales y particulares llegadas de América. Las cuales
acrecentaron la demanda de bienes y servicios a cualquier
precio, la importación de productos extranjeros, y consigo, la
ruina de las empresas, el desuso de los costosos productos
españoles y la pobreza general de la población a pesar de
36
anclarse periódicamente grandes cargamentos de riquezas y
mercancías.
El pauperismo se constituyó así en “uno de los problemas más
angustiosos que tuvo que afrontar España, como todos los
países, en la época moderna”6 y en una cruel expresión ya no de
la abundancia de la corona soberana o el clero evangelizador
quienes por tradición habían estado rodeados por pobres y
enfermos que reclamaban su caridad, sino ante todo por ser una
inequívoca manifestación de la profunda crisis económica.
En el caso neogranadino, el pauperismo estuvo presente desde el
origen mismo de las primeras ciudades y villas al no saber hacer
sus primeros habitantes otro oficio diferente a guerrear como
caballeros y vivir como señores a expensas del trabajo y los
tributos de los indios vencidos en su condición de vasallos. Lo
cual trajo consigo que las autoridades no pudieran aplicar
estrictamente en tiempos de paz las leyes de repatriación o
castigo a los soldados que ocasionaban escándalos o motines,
prefiriendo abogar a Dios por su pronta muerte a causa de
enfermedades, ataques enemigos o luchas ‘intestinas’.
En el mejor de los casos fueron enviados a buscar la muerte
durante las jornadas de pacificación (“entradas”) contra los
indios belicosos prometiéndoles a cambio la heredad de las
ciudades y provincias que llegaran a poblar y conservar.
Conocida y acatada la reiterativa decisión real que mandaba
desde 1551 no hacer “entradas, rancherías, ni otros
6 LARQUIÉ Claude. Un estudio cuantitativo de la pobreza: Los madrileños y
la muerte en el siglo XVII. En: HISPANIA. Revista Española de Historia.
Tomo XL, Núm. 146. Instituto Jerónimo Zurita, Madrid, 1980. Pág. 577 -
602
37
descubrimientos con mano armada, especialmente a la jornada
del Dorado”, los oidores Galarza y Góngora informaron el 12 de
abril de 1552 el cumplimiento de tal medida, aunque no dejaron
pasar tal ocasión para justificar la fundación de nuevas ciudades
con el fin de reubicar, trasladar y aislar en ellas a las huestes que
habían quedado armadas y listas para partir en busca del mítico
tesoro. Al respecto decían a las autoridades reales:
Dannos mucho trabajo y no sabemos que hacer de ellos y
con dificultad se pueden echar de la tierra. Y por esto,
como se ha dicho, se han hecho algunas poblaciones que
de otra manera no se hubieran hecho. Conviene que en
Sevilla no se dé tanta licencia a gentes para pasar acá,
porque los naturales lo padecen y reciben mucho daño y
sobran los españoles que por acá hay, y aún de estos hay
muchos perdidos7.
Esa negativa de las autoridades reales a permitir nuevas entradas
en busca del añorado Dorado, cuyo ensueño había permitido la
exploración y reducción de la mayoría de las comunidades
indígenas del territorio continental del Nuevo Mundo por parte
de empresas militares particulares en nombre del Estado español
o de sus aliados austro-hasburgos (Casa Welser), no solo trajo
consigo el control absoluto de la explotación de las riquezas
materiales y corporales por parte de los representantes directos
de la Corona, pues un lustro después había propiciado el
descontento de todos aquellos hombres que dependían del arte
de la guerra y el asalto para subsistir.
De los cuales, algunos empezaron a abandonar de forma ilegal
los centros urbanos para ir en busca de sus propios hallazgos a
7 FRIEDE, Juan. Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de
Granada. Bogotá: Banco Popular, 1987. Tomo 1. Pág. 206 - 207
38
territorios inhóspitos y malsanos mientras que otros esperaban
soluciones gubernamentales por medio de la concesión de
encomiendas u oficios públicos, constituyéndose en un grupo de
vecinos temidos, ociosos y vagabundos, permanentemente
armados, que impedían el pleno control espiritual y material de
cada jurisdicción provincial por parte de las instituciones reales.
La denuncia de esa situación se hizo reiterativa en los informes
y peticiones de los oidores quienes llegaron a sugerir, contrario
a lo dispuesto, la autorización de nuevas entradas mediante las
cuales esas gentes ociosas y belicosas pudieran ocuparse en sus
oficios de caza y rapiña de pueblos y tesoros. Explícitamente el
oidor Thomas López decía al Rey en su informe de 1557:
En lo que toca a los vagamundos no sé yo que remedio
se tenga para echarlos, porque son muchos y no se podría
hacer sin escándalo, que verdaderamente yo temo algún
alboroto como he dicho, porque está imposibilitado el
evangelio e impedida su corriente aquí y en algunas otras
partes por tanto vagamundo y tan mala gente como aquí
se ha represado así como en Perú... no sé qué remedio
haya sino rogar a Dios envíe una pestilencia, porque creo
hacen gran daño a estos pobres naturales o, procurarles
una entrada si se pudiese hacer con buena conciencia8.
Un año después, varios vecinos de Santafé, entre los cuales se
encontraban algunos capitanes encomenderos que habían hecho
parte de la hueste de Gonzalo Jiménez de Quesada,
manifestaron al Rey que estaban de acuerdo con el “remedio”
propuesto por la Real Audiencia en lo concerniente a otorgar
algunas licencias y mercedes para la realización de nuevas
jornadas de pacificación y descubrimiento, en especial a las
8 Ibíd. Tomo 3. Pág. 189 - 190
39
provincias insurrectas y belicosas que lindaban con el río
Grande de la Magdalena. Para ello argumentaban que los
conquistadores ociosos llegados con las huestes más tardías
querían sólo ganar un botín y regresar sin mayores esfuerzos a
España, lo cual traería daños irreparables como eran el
despoblamiento o el traslado a otros lugares de las repúblicas de
blancos que habían sido conformadas dentro de la jurisdicción
de cada una de las ciudades y villas fundadas. Siendo la
preocupación de esas gentes solo la satisfacción ultramarina de
fácil empleo, señorío y riqueza.
El daño que se hizo a las repúblicas de blancos también afectaba
a las repúblicas de indios reducidos a resguardos y pueblos
porque los malos ejemplos de ociosidad y rebeldía de los
españoles echaban a perder y destruir lo ganado por las primeras
huestes al pacificar, reducir, encomendar y someter a la
autoridad del Rey a las comunidades indígenas de cada una de
las provincias neogranadinas. De allí que si esas nuevas gentes
querían la fama y gloria de sus predecesores debían ganar para
la corona la plena pacificación y conversión de los indios
belicosos de los valles interandinos y la Orinoquía que aún se
resistían a reconocer la autoridad y a pagar tributo al Rey de
España a través de su intermediación.
El Rey cedió a las razones propuestas por oidores y
encomenderos reglamentando la realización de nuevos
descubrimientos (Real Provisión del 15 de Junio de 1559) y
nuevas poblaciones (Real Cédula del 15 de Julio de 1559),
ordenó que forasteros y ociosos “se arraiguen y tengan asiento y
manera de vivir”, así como se les incitó a capitular la
pacificación de los indios Pijaos, Muzos, Carares y Yarigüíes
por medio de guerras a muerte, mediante las cuales la Corona
40
lograría a corto plazo la mutua pacificación, reducción o
exterminio de ambos bandos.
Esas disposiciones motivaron a algunos vecinos de la ciudad de
Vélez a hacerse a su propia gloria y fama comprometiéndose a
exterminar en su provincia con la amenaza vial y productiva que
ocasionaban los continuos ataques de los indios Carares y
Yarigüíes. Don Francisco Mantilla de los Ríos y otros capitanes
decidieron capitular en 1613 con los Presidentes Borja y Girón
la fundación de una ciudad que sirviese de fortín militar, puerto,
parroquia y lugar para la administración de justicia por parte de
un gobernador y los alcaldes elegidos por un Cabildo. A
cambio, se comprometían a asegurar con su poblamiento y
permanencia las comunicaciones fluviales y terrestres, el
intercambio comercial, la producción minera y el
abastecimiento agropecuario entre las cuencas limítrofes de los
ríos Oro, Lebrija, Sogamoso y Magdalena en el extremo norte
de la Provincia veleña, y por ende, del Nuevo Reino de Granada
fundado por Quesada.
Esa ciudad, pactada y contratada inicialmente para que llevase
el nombre de “San Juan Bautista de Borja” fue concebida
finalmente como “San Juan de Girón”, contó con un gobernador
elegido y pagado como privilegio de los virreyes, los propósitos
pacificadores de su existencia militar en el río Sogamoso
cambiaron por los del poblamiento y la parroquialización
minera del río Lebrija. En ella se concentraron decenas de
hombres ociosos o empobrecidos con sus familias, quienes
después de haber sido expulsados y desplazados por las
autoridades reales de las grandes ciudades del Reino habían
decidido salir en busca del añorado y mítico “Dorado”,
asentándose para ello junto a las arenas y reales de minas del
afamado y muy codiciado “Río del Oro”.
41
Un río para saciar la sed de oro. Las huestes de los primeros
conquistadores neogranadinos fueron conscientes del primer
mandamiento de la guerra que decía: “quien se pone a
conquistas y guerras, se pone a sazón de la muerte”. Por ello su
noción caballeresca de la muerte era una experiencia humana
resultante del combate sangriento y la lucha violenta cuerpo a
cuerpo que superaba con realismo la representación barroca que
relegaba a un simbólico esqueleto putrefacto, armado de una
guadaña ensangrentada, la agobiante definición del fin de la
existencia por parte de aquellos que llevaban una vida pacífica y
sosegada.
Símbolo presente en templos y altares mediante el cual las
instituciones de la contrarreforma recordaban a sus fieles
vasallos la finitud de la existencia corporal, la inutilidad de
aferrarse a los bienes materiales, la necesaria renuncia a los
apetitos caballerescos de poder y a las míticas esperanzas de
riquezas ocultas, aunado al abandono de los placeres banales
para lograr la inmortalidad material y la salvación espiritual.
Los sacrificios que los conquistadores hacían con su vida
corporal en el campo de batalla para mejorar las condiciones de
su vida espiritual y material se justificaban en su convicción de
ser la muerte un hecho natural que era otorgado por Dios “a
cada uno para su tiempo, y en grandes trabajos”. Siendo esa
creencia la principal razón que los motivaba a realizar continuas
entradas de pacificación o castigo a los indios para alcanzar el
triunfo de sus conquistas espirituales (feligreses evangelizados)
y materiales (tributantes avasallados), para lograr mantener
ocupados y útiles a los guerreros más veteranos, así como para
salvaguardar a los mejores hombres de las epidemias urbanas.
42
Tales nociones acerca de la buena vida y la mala muerte en el
Nuevo Mundo fueron a su vez un aliciente para que los primeros
neogranadinos buscaran incansablemente medios y formas que
les permitieran saciar su sed de riquezas. En especial desde
1539, al conocerse la existencia de un río con un incalculable
potencial aurífero al norte de la provincia del cacique Guanentá,
el cual se constituiría en una de las principales razones para
fomentar el poblamiento y la explotación minera en ese
territorio de frontera, así como para delimitar las jurisdicciones
administrativas del cabildo de la ciudad de Vélez ante las
pretensiones jurisdiccionales y fiscales de los cabildos de Santa
Marta, Ocaña y Pamplona sobre ese mismo territorio.
Procesos de ocupación y explotación pamplonesa. La
importancia que llegó a tener el hallazgo del “río de Oro”
adjudicado a la provincia de los indios Guane, regida y
encomendada por la ciudad de Vélez, fue tan importante que
muchos de los procesos de exploración, pacificación,
poblamiento y urbanización del Nororiente del Reino fueron
asociados con la explotación de ese mítico y ansiado lugar de
arenas doradas.
Sin embargo, el descubrimiento y reconocimiento formal de ese
potencial aurífero sólo se hizo hasta 1547, cuando al capitán
Ortún Velasco, quien se desempeñaba como teniente del juez de
residencia Miguel Díaz, ordenó organizar una expedición que
partiendo de la ciudad de Tunja fuese en la búsqueda de tan
legendario lugar, el cual era mantenido como un beneficio
oculto y particular de los capitanes de la hueste de Jiménez de
Quesada que residían en Vélez. Al respecto el franciscano fray
Pedro Simón manifestaba en sus crónicas un siglo después:
43
El cual Ortún Velasco, con orden de Miguel Díaz
habiendo tenido noticias, aunque ciegas, por las que
habían tenido los vecinos de la ciudad de Vélez cuando
conquistaron las provincias de Guane de las riquezas de
oro que había en un río, cerca de la misma Provincia de
Guane al norte, despacho desde la misma ciudad de
Tunja por caudillo a Gregorio Suárez de Deza con más
de veinte soldados vecinos de la ciudad, la vuelta de la
parte del norte en demanda de este río rico. Los cuales
se dieron tan buena traza o diligencia con las buenas
guías que llevaban, que dieron con este río. Y
experimentando su gran riqueza de oro, que tienen sus
arenas que hasta hoy dura y durará en infinitos años, con
las muestras que sacaron, dejándole puesto por nombre
el Río del Oro por antonomasia, tomaron la vuelta de la
ciudad de Tunja, que se alborotó con las demás del
Nuevo Reino9.
El interés despertado por el polvo de oro arrastrado por la lluvia
que erosionaba las vetas del “Páramo Rico de Suratá” hasta
evacuar en el Río de Oro fue de tales proporciones que, a pesar
de sus adversas características y condiciones productivas, desde
el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII se le describió de
manera general como “Un oro volador y dificultoso de recoger,
porque es tan liviano que, huyendo del suelo de la batea donde
lo lavan, anda volando por el agua, que si no es con mucha
destreza de los lavadores, se recoge con mucha dificultad, pero
es el más subido de cuanto se ha descubierto en su comarca”.
9 SIMÓN, Fray Pedro. Noticia historial. Bogotá: Banco Popular, 1981. Tomo
3. Pág. 102
44
Y fue esa fama de llegar a los 23 quilates la que permitió que el
“río de oro” neogranadino contribuyera al renacer de la mítica
fuente dorada de recursos inagotables a la cual se había
renunciado años atrás al comprobarse que el “dorado”
norandino estaba reducido a los rituales solares que realizaba el
legendario cacique de Guatavita al sumergirse en una laguna
llena supuestamente de tesoros. De igual modo, los miembros de
las huestes de los conquistadores surandinos habían renunciado
a encontrar las “ciudades doradas” ocultas entre las tierras
selváticas bañadas por los ríos Amazonas y Orinoco al
constituirse esas empresas en expediciones suicidas e
improductivas.
La relación entre el territorio mítico y las evidencias de un río
apto para las extracciones auríferas fue asumido por los sectores
populares con ingeniosos proyectos de asentamiento y
explotación furtiva para saciar su la codicia mientras que los
capitanes de las huestes, quienes representaban al gobierno real,
concibieron para su explotación un plan meticuloso que
pretendía reducir y regular el monopolio explotador que de ese
río solo podían tener los vecinos de Vélez.
Para ello concibieron un meticuloso plan que comprendía
minuciosas etapas de reconocimiento minero de los territorios
inexplorados entre las provincias de Vélez y Santa Marta, la
pacificación y reducción en pueblos de los indios laches y
chitareros con los guanes de las fronteras provinciales, la
fundación equidistante de ciudades para la parroquialización de
los encomenderos blancos encargados del sometimiento de los
indios, justificaron el dominio jurisdiccional de los cabildos
fronterizos en los nuevos núcleos mineros, así como autorizaron
la presencia vecinos encomenderos en los sitios que contaban
45
con fuentes de metales preciosos que debían ser extraídos con la
mano de obra indígena encomendada.
Para alcanzar esos fines, Miguel Díaz, quien para entonces
gobernaba el Nuevo Reino ante los excesos de los hermanos
Quesada y sus capitanes, autorizó en 1548 la partida desde
Tunja de una expedición gobernada por Pedro de Ursua, su más
querido sobrino de quien esperaba que durante la misma lograra
la mayor fama y riqueza posible para su linaje, acompañado de
Ortún Velazco, su teniente de juez. Un año antes Velazco había
logrado hacer algunos exitosos avances y reconocimientos en
las provincias pobladas por Laches y Chitareros, aunque su
principal objetivo debía ser la búsqueda de una ruta vial más
cómoda y corta hasta los puertos españoles en el Lago
Maracaibo, sorteando para ello las Sierras Nevadas del extremo
norandino.
Para la conservación y mejoramiento de esa ruta le era necesario
contar con núcleos urbanos equidistantes. De allí que los
miembros de la hueste de P. Ursua fundaran en un valle
apropiado una ciudad que facilitara las comunicaciones a lado y
lado del río Chicamocha, así como permitía regular las
encomiendas chitareras y laches que eran repartidas entre las
sierras nevadas del Cocuy y el páramo rico. Esa ciudad fue
llamada y reconocida como la “Nueva Málaga” al ser el deseo
del capitán Gonzalo Suárez Rondón poder ennoblecer su ciudad
natal con una homónima en el Nuevo Mundo.
Posteriormente, la necesidad de fundar otra ciudad que sirviese
de conexión, hospedaje y abastecimiento para los viajeros que
salían de Tunja pasando por Málaga, sumado a la necesidad de
regular la producción agropecuaria y minera de las encomiendas
chitareras entre el Páramo Rico y el Valle de Cúcuta, conllevó a
46
elegir y asentar en un valle de condiciones semejantes al de
Málaga la ciudad de la “Nueva Pamplona”, nombre elegido por
Ursua y Velazco para ennoblecer la tierra natal de su protector.
Pamplona fue conectada a su vez con ciudades ribereñas como
Ocaña (1561) y San Faustino, las cuales garantizaban su salida
al mar Caribe a través de Santa Marta y Maracaibo. Así como
desde ella salieron las expediciones que fundaron a Mérida
(1558) y San Cristóbal (1560), permitiendo así que las ciudades
neogranadinas se comunicaran con el interior de la capitanía de
Venezuela al cesar la concesión y arrendamiento otorgado a la
Casa Welser (1546).
El interés de nuevas conquistas y fundaciones de Ursua no se
asemejaba a los planes colonizadores, mineros y encomenderos
que tenía Velazco y sus capitanes aliados. De allí que fuese
Pamplona y no cualquier otra de las ciudades fundadas, antes ni
después de la misma, la que concentraría el interés demográfico,
político y administrativo de los vecinos y residentes de la
jurisdicción de Tunja, ya que cerca de ella se encontraban los
yacimientos mineros del Páramo Rico, y consigo, los
manantiales montañosos que daban vida al mítico río del Oro,
antes de llegar al valle del Pie de la Cuesta donde era extraído el
polvo dorado por los encomenderos veleños hasta llegar a la
formación del río Lebrija (Cañaverales).
Para ello, los primeros vecinos pamploneses pidieron a las
autoridades del Reino extender la jurisdicción del Cabildo de su
ciudad hasta llegar a la ribera derecha (u oriental) del río de Oro,
con lo cual se lograría: 1. Preservar la separación étnica que
existía entre la Provincia Chitarera y la Provincia Guane, ésta
última otorgada por derecho de conquista a la jurisdicción del
Cabildo de Vélez; 2. Legitimar los bienes y la actividad
47
productiva que esos vecinos, encabezados por los hatos y
encomiendas de la familia de Velazco, habían establecido desde
el Páramo Rico hasta las arenas auríferas del río limítrofe; 3.
Garantizar el poblamiento encomendero y la explotación minera
de ese territorio desde Pamplona ante el distante radio de acción
social, judicial y política que tenía el cabildo de Vélez, y; 4.
Reconocer que fueron los primeros vecinos pamploneses, desde
su asentamiento primigenio en Tunja y Málaga, quienes
financiaron o participaron en las primeras entradas,
exploraciones, catas y mediciones de las riquezas minerales que
desde los filones del Páramo Rico pamplonés se extendían por
acción del arrastre fluvial de sus sedimentos hasta los valles de
los ríos Oro y Suratá.
Valles que debían ser explotados mancomunadamente por el
sur-occidente por los veleños al ser su derecho como
descubridores y primeros pobladores de los mismos y por el
nor-oriente por los pamploneses al ser de hecho una extensión
de su jurisdicción étnica y minera. Siendo esa posición
defendida a lo largo de los siglos XVI y XVII ante las
pretensiones jurisdiccionales y expansionistas de los veleños
con proyectos como la fundación de Girón, a lo cual se sumó el
interés que desde 1551 tenían los vecinos y las primeras
autoridades de Pamplona por defender, y de ser posible ampliar
su jurisdicción minera, al tener comprobado que “en muchas
partes de las provincias comarcanas a Pamplona había grande
apariencia de haber minas de oro”. A ello se sumaba el interés
por explotar monopólicamente el Páramo Rico y sus
alrededores, del cual llegaron a sacar de tres a cuatro millones
de pesos de oro desde su hallazgo.
La concentración de las actividades sociopolíticas de los
capitanes pamploneses en las empresas de extracción minera
48
requirió a su vez asegurar el dominio jurisdiccional que tenían
sobre la mano de obra de los indígenas encomendados, lo cual
les garantizaba una ganancia total sin tener que comprar
costosos esclavos o pagar salarios a mineros poco confiables.
Para ello, y sin importar la prosperidad económica que empezó a
tener la ciudad o las excentricidades de algunos de sus
habitantes más ricos que la llevarían a ser apodada Pamplona
“La Loca”, sus vecinos principales pidieron en diciembre de
1551 al Rey permitirles recuperar a corto plazo sus inversiones
preservando las encomiendas que tenían formadas con los indios
nacidos en su jurisdicción de acuerdo a lo dispuesto en la
Cédula de 1549.
De no ser así, ello ocasionaría un mayor empobrecimiento de los
vecinos encomenderos al deber comprar esclavos tropicales que
resultaban inútiles para los gélidos climas andinos, algunos
tendrían que partir en busca de nuevas tierras de fortuna con
nuevas expediciones de conquista, e incluso, aquellos que se
quedaban debían enfrentar la insurrección de esclavos e indios
al verse superiores en número a los blancos. Las consecuencias
del despoblamiento de la ciudad más importante del nororiente
andino a falta de incentivos mineros, y consigo, el
levantamiento de las castas en contra de sus amos fue planteado
por los vecinos peticionarios así:
Lo cual, que Dios no quiera, si acaeciese y esta ciudad se
despoblase, no podrían estar pobladas las dichas minas
de lo cual su majestad perdería de derechos y quintos
reales mucho más cantidad de dos millones de pesos de
oro, y asimismo los vecinos de esta dicha ciudad
perderíamos más de seis millones de pesos de oro. Lo
cual su majestad no permitiría si fuese informado con
verdadera relación, así por haber descubierto las dichas
49
minas nosotros a nuestra costa y misión padeciendo
muchas necesidades y trabajos y adeudándonos para ello
en mucha cantidad de pesos de oro que hoy día debemos,
así en esto como en sustentar y pacificar esta dicha
ciudad más de dos años con la mayor necesidad y falta
de lo necesario que pobladores en estas partes de Indias
han padecido, sembrando con nuestras propias manos lo
que habíamos de comer así para nosotros como para
favorecer a los naturales de esta dicha provincia10
.
Ese mismo año, Velasco solicitó licencia a la Real Audiencia
para contar con los servicios del experto minero y catador de
metales Álvaro de Villanueva, residente en Santafé, para que
fuera hasta la Provincia de Pamplona “a buscarles algunas
minas; enviándole relación de la disposición de la tierra y
manera de pedrería, hierbas y aguas”. Sin tener otra opción a
corto plazo para salir de sus deudas, Villanueva aceptó los 400
pesos ofrecidos, estudió las descripciones y catas hechas
previamente, y finalmente, salió en compañía de O. Velasco y
cuarenta soldados con el fin de confirmar las noticias de
extracción de oro en polvo y en granos que hacían los indios en
los ríos Oro y Suratá. Aguado narró lo acontecido durante esa
expedición al escribir en sus crónicas:
…dando catas este Villanueva en este río, que al
presente llaman de Oro, halló buen oro y de seguir de a
veintitrés quilates y grano, certificados que era cosa
durable y que había mucho que labrar, se volvieron al
pueblo o ciudad a rehacerse de las cosas necesarias para
volver a poblar las minas, trayendo indios con
herramientas para que lavasen y sacasen el oro.
10
FRIEDE, J. Op. Cit. Tomo 1. Pág. 195 - 196
50
A la vuelta que volvían no fue por el camino que antes
habían llevado, sino por diferente lugar con intento de
ver si hallarían apariencia o muestras de otras minas, y
subiendo por un río que se dice el río de Suratá, nombre
propio de un señor y cacique que en él estaba poblado el
cual río dentra en el río del oro, dieron catas y
descubrieron oro de seguir del cual sacaron en poco
espacio más de cien pesos de ello, que después de
ensayado se halló tener veintiún quilates, lo cual fue
harto contento para los españoles por ser este oro más
granado que lo del Río de Oro11
.
Las características físicas del oro de Suratá, mucho más práctico
de extraer y procesar que el polvo volátil que se ocultaba entre
las arenas del río de Oro, motivaron a los vecinos y las
autoridades de Pamplona a concentrar sus actividades mineras, y
por ende a los indios encomendados, a lo largo del cañón
formado por los afluentes que daban vida a ese río desde su
nacimiento en el páramo, aunque no por ello descuidaron el
dominio que tenían sobre los valles formados por los afluentes
del río de Oro.
Ejemplo de ello fue el hábil y emprendedor O. Velazco, quien
haciendo uso de sus derechos de primacía, inversión,
representación, justicia mayor y superioridad jerárquica entre
los demás soldados y vecinos se asentó en el sitio de Bucarica.
Desde allí reguló la actividad minera de los indios que se le
habían encomendado desde las explotaciones en el río de Oro
hasta las del Suratá contando para ello con una ranchería
equidistante a ambos puntos en el sitio conocido como
11
AGUADO, Fray Pedro. Recopilación historial. Bogotá: Empresa Nacional
de Publicaciones, 1956. Tomo 1. Pág. 477
51
Bucaramanga, así como fundó una estancia de ganado mayor en
el valle del Río del Hato (o Lato) para el abastecimiento de los
mineros, a través de la cual fue construido y conservado un
camino que llevaba directamente hasta Pamplona.
La presencia de Velazco y otros encomenderos pamploneses a
lo largo y ancho de las quebradas y los ríos que conformaban la
cuenca media del río de Oro les permitió: tener un control
directo de toda forma de circulación de blancos, libres, esclavos
e indios huidos en la jurisdicción pamplonesa, exigieron el
desplazamiento de los encomenderos veleños y sus indios
Guane de Xesira (Gérida) tan solo a lo largo de la ribera sur–
occidental del Río de oro, ampliando además su margen de
dominio territorial y justicia municipal al comprar los derechos
que tenían algunos veleños sobre las estancias fundadas en la
mesa de Géridas, ubicada estratégicamente entre los cañones de
los ríos Chicamocha y Sogamoso con el valle del río de Oro.
Hoy ese altiplano es conocido como “Mesa de los Santos”.
La expansión de los vecinos de Pamplona fue motivo suficiente
para que las autoridades de Vélez promovieran denuncias y
juicios ante los oidores de Santafé al ser evidente el interés de
los pamploneses por controlar y monopolizar la producción
minera de todo el valle del río de Oro, abriendo a su vez un
corredor de comunicaciones, aprovisionamiento, descanso e
intercambio comercial centrado en ese valle, y específicamente
en el Pie de la Cuesta. En ese sitio se unían los caminos que
venían de Vélez, el río Sogamoso y el río Lebrija los cuales
continuaban a través de un único camino hasta Pamplona
después de atravesar el páramo adjudicado al encomendero
pamplonés Juan Rodríguez.
52
Las pugnas y usurpaciones jurisdiccionales entre veleños y
pamploneses por el dominio del valle del río de Oro y sus
alrededores estratégicos fueron radicalizadas por los
encomenderos y mineros elegidos como regidores de cada
cabildo, quienes prohibieron o restringieron toda venta de
derechos de tierras o laboreo de minas veleñas a pamploneses y
viceversa. Con lo cual, el temor que cada bando tenía de ser
administradas y reguladas sus explotaciones por las autoridades
del contrario era evidente al permitirse su presencia
jurisdiccional como consecuencia del dominio que ejercía
alguno de sus vecinos sobre una estancia, mina, encomienda,
etc.
Para revalidar el dominio jurisdiccional del cabildo de
Pamplona y los deberes legales de los encomenderos
pamploneses en la ribera oriental del Río de Oro, por orden de
un oidor visitador en 1622 (22 de diciembre) se fundó el pueblo
y resguardo de indios de Bucaramanga, regulado política y
administrativamente por un Alcalde Mayor de Minas nombrado
por los regidores pamploneses.
Los veleños, por medio de la hueste de los Mantilla de los Ríos,
hicieron su propia demostración de presencia y dominio
territorial al promoverse la reubicación de la ciudad de Girón en
1636, después de su fallida e improductiva fundación a orillas
del río Sogamoso (1631). Lo cual hizo necesario que la Real
Audiencia de Santafé interviniera judicialmente una vez más en
la distensión de los conflictos limítrofes que existían entre
ambas provincias por el control de las empresas mineras,
comerciales y de abastecimientos que se extendían desde el río
Magdalena hasta los andes venezolanos.
53
Esas delimitaciones limítrofes, y por ende la explotación minera
que correspondía al Cabildo de cada ciudad, eran de común
conocimiento desde la fundación misma de Pamplona de
acuerdo a lo manifestado en un informe por el oidor y visitador
Lic. Ángulo de Castejón (15 de agosto de 1563). Al referirse a
las prohibiciones sobre el uso de indios encomendados en el
trabajo de las minas, decía específicamente sobre Pamplona:
“Éste es un pueblo bueno y el que goza del oro y términos que
dicen de carata [Suratá] y el páramo, porque el río que dicen del
Oro se gobierna por la otra ciudad que se llama de Vélez”. De
ésta última decía a su vez: “Este es un pueblo pobre y los
repartimientos de él pequeños y de pocos naturales. Y el
sustento de este pueblo es el dicho desembarcadero y el río que
dicen del Oro, donde sacan Oro”12
. A lo cual se sumaba el
hecho de haber sido llamada su jurisdicción durante varias
décadas como “la Ciudad de Vélez y Río del Oro”.
La permanente pugna por ese enclave minero y limítrofe trajo
consigo limitaciones a todo proyecto de concentración
poblacional en la cuenca del río de Oro, los encomenderos
fueron permanentemente denunciados por abusos y maltratos
durante las visitas y tasaciones por parte de los indios, se hizo
más difícil aplicar la debida justicia por parte de cada Cabildo al
pasarse sus perseguidos a la jurisdicción del contrario, e incluso,
fue más evidente la evasión tributaria y el contrabando del oro
en polvo extraído de las vetas o los lavaderos de cualquiera de
las dos riberas al incrementarse el número de comerciantes y
foráneos.
De allí el decidido interés de oidores, presidentes y virreyes
durante los siglo XVI y XVII por una mayor presencia de
12
FRIEDE, J. Op. Cit. Tomo 5. Pág. 59, 71
54
oficiales de la Real Hacienda en esos enclaves por medio de
alcaldes dedicados a la administración de la explotación y la
tributación obtenida de las minas, así como se contempló la
necesidad de nuevas ciudades y villas que sirvieran de núcleos
de defensa y persecución de los indios bélicos, piratas, ladrones,
contrabandistas, etc., a través de las vías terrestres o fluviales
que comunicaban cada una de las provincias del Nuevo Reino.
Para hacer frente al primer problema los pamploneses contaban
con la presencia de un Alcalde de Minas mediante el cual se
lograba revalidar su dominio jurisdiccional hasta el río de Oro al
hacer prevalecer la autoridad fiscal y judicial de la corona desde
las estribaciones paramunas del Pueblo de Bucaramanga hasta el
río de Oro, límite natural del resguardo. Los veleños optaron por
atender a la segunda preocupación real capitulando la fundación
de una ciudad dentro de la jurisdicción de su Cabildo, con lo
cual garantizaban la lucha y pacificación de los indios Carares y
Yarigüíes que atacaban intempestivamente las embarcaciones,
los caminos, las estancias y a todo aquel viajero que se
movilizaba entre la cuenca del río Sogamoso y la cuenca del río
Lebrija (o Cañaverales).
Esa ciudad, fundada en honor al oidor presidente don Sancho
Girón, después de haber sido ubicada por el Maestre de Campo
Francisco Mantilla de los Ríos (1631) en uno de los sitios del
valle del río Sogamoso conocido como Pujamanes, fue
trasladada y refundada por la hueste de Mantilla (1636) en el
sitio de Zapamanga, el cual era considerado parte de la
jurisdicción veleña al estar fuera de la jurisdicción del resguardo
de Bucaramanga como de la alcaldía de Minas. Al ser
denunciada esa nueva intromisión y usurpación a las repúblicas
de blancos y de indios regidas por el cabildo de Pamplona ante
la Real Audiencia, los veleños refundadores de Girón debieron
55
desistir de su propósito y reubicarse frente a Zapamanga en la
ribera occidental del río de Oro, sitio conocido como
Macaregua, donde fueron reubicadas finalmente la parroquia y
la ciudad de (San Juan Bautista -) Girón por un sobrino
homónimo del primer fundador (1638).
Los veleños gironeses no renunciaron a preservar su dominio
sobre ese próspero enclave al encontrarse muy cerca del Real de
Minas pamplonés al considerar que su presencia civilizadora allí
era necesaria para: 1. Continuar la persecución, evangelización,
culturización o exterminio de los indios bélicos que atacaban los
lugares de extracción o concentración minera; 2. Hacer justicia
contra todos aquellos que optaran por dedicarse a ser ladrones,
contrabandistas, cimarrones, enfermos contagiosos o criminales
huidos que elegían para su fuga el cauce de los ríos Sogamoso o
Lebrija hasta el río de la Magdalena; 3. Transformar en sitios
útiles y productivos esos valles y altiplanos por medio de
actividades agropecuarias, comerciales y manufactureras que
garantizaran el pleno abastecimiento de las empresas mineras
habidas y por haber en la cuenca alta (río de oro), media (unión
del río de Oro con los ríos Lato, Frío y Suratá) y baja (unión con
los ríos Suratá y Negro) del río Lebrija, y; 4. Garantizar el
poblamiento de esas cuencas con asentamientos humanos
estratégicos en sitios como el Pie de la Cuesta, Girón y
Cañaverales (Rionegro) al ser las puertas de ingreso al Nuevo
Reino.
Procesos de ocupación y explotación veleña. La fundación y
los posteriores traslados de la ciudad de San Juan de Girón por
los Mantilla de los Ríos se constituyeron en la etapa final del
proceso de confederación, pacificación y reducción productiva
de las ociosas (en tiempos de paz) y fieras (en tiempos de
guerra) provincias Yarigüíes.
56
Cinco provincias de indios flecheros asociados con los ríos que
tributaban al Magdalena desde oriente (opones, carares, etc.), las
cuales habían sido reiterativamente pacificadas y controladas
por Bartolomé Hernández de León con la fundación de la ciudad
de León (1552), Benito Franco reedificando la ciudad de León
como la ciudad Franca de León (1586) y Martín Gómez
edificando reales fortificados que cumplieran funciones
semejantes a las ciudades de León, después del abandono que
habían sufrido los mismas ante los ataques y sitios de los
Yarigüíes (1591 a 1595).
Girón se constituyó en la realización tardía de los proyectos de
poblamiento y explotación de los territorios estratégicos que el
cabildo de la provincia de Vélez, a falta de hombres, recursos y
autorización real no había podido adelantar en sus fronteras
desde mediados del siglo XVI. Con esa nueva ciudad fue
posible asegurar las redes de transporte, garantizar el
intercambio comercial de importación y explotación, mejorar la
infraestructura requerida en caminos (ventas, puentes, etc.) y
desembarcaderos (muelles, bodegas, etc.), elevar los índices
demográficos y productivos, y en general, hacer presencia
efectiva en las fronteras étnicas, agropecuarias y mineras
usufructuadas por los vecinos de las provincias limítrofes.
La presencia de los veleños fundadores de Girón en la ribera
occidental del río que servía como mojón limítrofe con la
provincia de Pamplona fue asumida como una clara
demostración del interés veleño por penetrar y hacerse con gran
parte de la producción minera del occidente de su provincia
regulada desde el pueblo y resguardo de Bucaramanga. Los
gironeses, por el contrario, justificaron su legítima presencia
como una de las estrategias de defensa, refugio, avance y ataque
que los capitanes veleños habían ideado durante más de un siglo
57
para reducir o exterminar a los reductos de indios belicosos
desde ese frente de avanzada hasta el río de la Magdalena,
acorde a lo capitulado desde 1630.
Ese frente, sumado a los existentes en los ríos Sogamoso
(Pujamanes y El Pedral) y Lebrija (Cañaverales y Bodegas),
tenía además la intención de brindar seguridad y protección no
sólo a los vecinos de Vélez pues por mandato virreinal tenían la
obligación de garantizar la vida de los blancos neogranadinos,
los indios encomendados y los negros esclavizados que se
encontraban en el entorno de su jurisdicción; resistir los ataques
terrestres o la obstaculización naval ocasionada por los
enemigos de la Corona en su afán por entrar al reino y; ofrecer
un medio de mutuo beneficio productivo para las dos provincias
limítrofes al garantizar las familias gironesas los transportes y el
abastecimiento agropecuario, artesanal y mercantil que
requerían las familias pamplonesas dedicadas a la explotación
minera y a la agricultura de alta montaña.
Los pamploneses asentados en la cuenca del río Suratá eran a su
vez beneficiados con los asentamientos gironeses al encontrar
en ellos una alternativa práctica para remediar sus necesidades
eclesiásticas, notariales, policivas y socioculturales con otros
vasallos y súbditos españoles al permanecer la mayor parte del
tiempo aislados de las autoridades de Pamplona. A lo cual se
sumaba las dificultades, riesgos y distancias que debían recorrer
entre los páramos para poder llegar a la ciudad donde se
asentaba el Cabildo provincial, así como se hacía más cómodo
el trato y contrato a través de los caminos y los ríos que desde
Girón comunicaban con Santafé y Cartagena.
Esas tendencias y relaciones conllevaron a que a lo largo del
siglo XVIII la interacción de las familias y autoridades
58
pamplonesas que habitaban las cuencas afluentes del río de Oro
estuviese concentrada o relacionada en su mayoría con los
intereses de las familias y los funcionarios provinciales de
Girón. Muy a pesar de los esfuerzos de las autoridades de
Pamplona por mantener las separaciones provinciales, eran
inevitables las relaciones sociales y económicas que los
habitantes de ambas lados del río de Oro llegaron a tener, a tal
punto, que algunos vecinos pamploneses se emparentaron con
los gironeses, algunas familias trabajaban en el gélido territorio
pamplonés y residían en la cálida urbe gironés, los indios
pamploneses de Bucaramanga arrendaron tierras de su
resguardo a familias pobres de Girón, así como las autoridades
eclesiásticas y provinciales de Girón debían atender o intervenir
cada vez más en los asuntos que ocurrían a los vecinos de la otra
banda del río, especialmente en Rionegro.
Todo lo cual conllevó finalmente a la extinción del pueblo de
indios (1622), la erección de la parroquia (de blancos y libres)
de Bucaramanga (1778), la anexión político–administrativa de
esa parroquia moderna a la provincia gironesa (1779), e incluso,
la articulación de la decadente provincia de Girón al
Corregimiento de Pamplona acorde al plan de reordenamiento
virreinal recomendado por el fiscal Francisco Antonio Moreno y
Escandón y promovido finalmente por Jorge Tadeo Lozano,
Marqués de San Jorge.
Las consecuencias históricas de la decisión de los Mantilla de
los Ríos por fundar la ciudad capitulada junto al real de minas y
al resguardo indígena de Bucaramanga demostraban a su vez
que la pobreza minera, las condiciones malsanas y la
improductividad agropecuaria de los ríos Sogamoso y Lebrija,
sumado a la disminución o dispersión demográfica de los
temidos cacicazgos topocoros y yareguies antes de ser
59
pacificados y encomendados, motivaron a los capitanes de la
hueste conquistadora y fundadora proveniente de Vélez a tener
que buscar un lugar apropiado en donde hacer valer a corto
plazo los términos de las capitulaciones aprobadas por el virrey
Sancho Girón (1630) a cambio de la lucha y exterminio de los
indios bélicos.
De allí que el lugar elegido finalmente para refundar y urbanizar
los solares de la anhelada ciudad fuese el valle fértil y rico del
río de Oro, donde además pudieron hacer efectiva la gracia de
poblar todos aquellos reales de minas que pudieran laborar, así
como repartieron entre todos los vecinos las tierras que por
derecho de fundación podían ocupar en un radio concéntrico de
tres leguas a la redonda como tierras de uso comunal (ejidos) o
particular (dehesas, mercedes, composiciones, etc.),
El linaje Mantilla de los Ríos ni sus capitanes de hueste
renunciaron a preservar su dominio sobre el sitio de Pujamanes,
en el valle del río Sogamoso, de allí que lo acondicionaran
como el punto de llegada de las recuas de mulas que descendían
cargadas con productos de exportación desde las montañas del
Reino a través del camino de Chocoa, así como en el punto de
partida de las embarcaciones que empleaban al río como la
principal vía de comunicación navegable de las provincias de
Pamplona y Girón con el río Magdalena, después de pernoctar
en el sitio del Pedral, aprovechando así las “muchas islas” y los
“valles muy fértiles” que permitían el cómodo tránsito hasta la
principal vía de transporte que tuvo el Nuevo Reino durante
todo el período colonial.
A ello se sumaban las riquezas productivas de ese valle y sus
islas donde abundaban los árboles de cacao. Cultivos de los
cuales sacaron gran beneficio aquellos que los trabajaron con
60
encomiendas conformadas con los indios bélicos que fueran
reducidos para tal fin o con el uso de los negros cimarrones que
podían ser recapturados en esa jurisdicción. Mano de obra que
de no ser útil para las actividades agropecuarias bien podían ser
empleados en las explotaciones de oro que se realizaban en la
Cimitarra, Cañaverales y Rionegro.
Sumadas todas esas razones, la ubicación y refundación final de
Girón evidenciaba a su vez las consecuencias de la antipatía y
desinterés que las familias de los capitanes fundadores
empezaron a expresar por la pobreza de los territorios que
conformaban los cacicazgos yariguíes cada vez más reducidos u
ocultos ante las constantes campañas de pacificación
emprendidas hasta 1629, a lo cual se aunaba el aislamiento
comercial, el clima malsano, las plagas, y la improductividad
agropecuaria y minera que implicaba fundar una ciudad en los
áridos valles o las selváticas sabanas que ocupaban esas
comunidades indígenas.
Los capitanes después del lustro vivido forzosamente junto al
río Sogamoso para cumplir con las disposiciones legales acerca
de la fundación de ciudades (1573) y los términos de la
capitulación de S. Girón (1630), presionaron y optaron
finalmente por buscar una salida beneficiosa para todos sin
atentar contra la jurisdicción pamplonesa, sin usurpar los
privilegios que tenían los indios del pueblo y resguardo indígena
fundados en Bucaramanga una década atrás (1622), sin perder
las concesiones otorgadas por la capitulación que los autorizaba
a deambular por el territorio que se les había otorgado, y en
especial, porque no era posible para los empresarios veleños
afrontar una vez más otro fracaso como los acontecidos con la
fundación y refundación de la ciudad de León.
61
Un lugar que fue finalmente despoblado y abandonado por todos
los españoles ya que allí: “ni se descubrían minas de oro, ni
otros metales, ni la montuosidad de ellas, por no tener campiñas
ni sábanas limpias que fueran útiles para crías de ganados
mayores ni menores. Y así, cuando mucho, se granjeaban con
ellas las comidas tasadas de maíz, raíces y algunas frutas y
cosechas de algodón”13
.
Versiones y divagaciones sobre el mítico río de oro. Las
historias hispanas sobre los primeros asentamientos europeos en
el territorio que ocupa el área metropolitana de Bucaramanga
estuvieron asociadas desde un primer momento con la existencia
de un incalculable potencial aurífero reconocido por los
primeros exploradores europeos que llegaron hasta allí.
Juan de Castellanos, a través de sus crónicas sobre el Nuevo
Reino de Granada y la capitanía de Venezuela, fue quien por
primera vez manifestó la existencia de un Río de Oro al cual los
empresarios europeos llegaron por primera vez a través de la
hueste del alemán Micer Ambrosio Alfinger, quien ejercía
Gobernador de la capitanía arrendada por la corona a los
banqueros de la Casa Welser. Después de partir de la costa
marabina y ascender por el río Magdalena, Alfinger llegó en
1526 a la cuenca del río de Oro habitada por las provincias
indígenas Guane y Chitarera. Y aunque no pudo dar a conocer
su hallazgo al caer abatido por los indios en Chinacota, fueron
sus soldados quienes se encargaron de dar a conocer la
existencia de los pueblos ricos en oro y el río de arenas doradas
que habían encontrado al ascender por las estribaciones de los
andes y luego por la ribera del Magdalena.
13
SIMÓN, F. P. Op. Cit. Tomo 4. Pág. 320
62
La ambición por hallar y dominar un país poseedor de una
promesa de “dorado” como la alcanzada para entonces por H.
Cortes entre los Mexicas y F. Pizarro entre los incas, aunado al
fracaso rentístico que hasta entonces habían obtenido los
Welser, propiciaron que una nueva hueste de alemanes partiera
una década después desde Venezuela siguiendo los pasos y
hallazgos de A. Alfinger bajo el mando del Gobernador Nicolás
de Federman. Paralelamente otras dos huestes de españoles
partieron con intenciones semejantes desde Santa Marta al
mando de Gonzalo Jiménez de Quesada y desde Popayán al
mando de Sebastián de Benalcazar.
El encuentro de los tres conquistadores - fundadores en la
sabana del Bogotá en agosto de 1536 les permitió comprobar la
veracidad de la versión muisca del “dorado” asociada con una
laguna, así como se preservó intacta la versión Guane del
“Dorado” asociado con un río hasta que en 1552 después de
varias exploraciones superficiales de los encomenderos veleños
y los vecinos pamploneses se pudo demostrar el verdadero
potencial y riqueza minera de la cuenca del río de Oro y sus
afluentes. Fuente aurífera de míticas esperanzas acerca de la
cual Castellanos manifestó al escribir un siglo después en su
Elegía a Micer Ambrosio: “Por ásperos caminos descendiendo /
a lo que llaman hoy Río del Oro, / do las lucidas puntas de sus
minas / exceden en quilates las más finas”14
.
El potencial aurífero de la jurisdicción de la ciudad de Girón se
constituyó para los virreyes y escritores de los siglos XVI al
XVIII en una fuente legendaria de rentas para el Estado, y
especialmente por ser encontrados allí los yacimientos del oro
14
CASTELLANOS, Juan. Elegías de varones ilustres de Indias. Tomo II,
Elegía 1, Canto 4, Verso 6. Bogotá: ABC, 1956. Tomo 2. Pág. 108.
63
más fino conocido en el Nuevo Reino. Y aunque no se dejó de
hacer relación de su existencia desde su hallazgo, las
autoridades locales no dejaron de menospreciar esos ideales al
conocer de primera mano las cifras reales de extracción y
ganancia alcanzados por los empresarios mineros, siendo la
mejor demostración de ello la vocación agropecuaria, artesanal
y comercial por la que optaron los gironeses durante los siglos
XVIII y XIX para poder subsistir.
El imaginario de un “país dorado” y por explotar fue
reafirmado en los informes de los oidores Galarza y Góngora
(12 de abril de 1552), quienes manifestaron al Rey la plena
fundación de Pamplona y el feliz hallazgo de oro en los ríos,
quebradas y páramos de su jurisdicción desde 1551. Al respecto
decían:
En una ciudad que se pobló en este Reino, que se llama
Pamplona, que está al principio de él hacía la parte del
oriente sesenta leguas de esta ciudad y cuarenta de
Tunja, se han descubierto en diversas partes minas de
oro en algunos ríos y quebradas y, en otros lugares,
acaso pasando por un páramo donde murió Micer
Ambrosio, gobernador de Venezuela. El capitán de
aquella ciudad y ciertos soldados dieron cata en él y
hallaron minas de oro muy ricas y de mucha cantidad. Y
fue tanta al principio la grosedad del oro, que si la tierra
fuera mucha, fuera gran suma la que de allí se sacará. Y
muchos dicen que no se había visto cosa más rica en
estas partes de Indias porque hubo hombres, según nos
informaron, que con sólo su trabajo de cinco o seis días
sacó más de cincuenta pesos y otros más y menos. El
oro que sacaba tenía de diecisiete quilates para arriba
hasta diecinueve.
64
...El oro que se saca dicen que es sobre plata. Créese que
no podrán durar mucho, pero en otros ríos y quebradas
de mejor temple y disposición había buenas minas,
según dicen, por ser nuevas y que hasta ahora no se han
labrado por las gentes naturales15
.
De igual modo la grosedad, improductividad y diversidad del
oro de la Provincia del Río de Oro fue reconocida por los
oficiales de la Real Hacienda enviados al Nuevo Reino de
Granada, quienes en respuesta a la cédula Real e Instrucción de
1572 decían a las autoridades peninsulares:
Entre la ciudad de Vélez e la ciudad de Pamplona ay una
provincia que se llama el río de Oro, es tierra
calidysima, allí se saca oro y quanto mas llueve mejor se
saca porq[ue] como el agua q[ue] llueve se riegan y
mojan los campos en corriendo aquella agua lleba tras sy
de la tierra el oro, el gual oro es el más subido q[ue] ay
en este reyno porq[ue] tiene de veinte y tres q[uilat]es
arriba. En su comarca ay pocos naturales por lo qual se
saca poco oro16
.
Las limitaciones que existían en el uso de la mano de obra
indígena para la plena explotación del oro de filón o en polvo no
podían ser excusa para detener las empresas de extracción de
los metales de la región por medio de negros esclavos que
sustituyeran los cada vez más reducidos aborígenes
15
FRIEDE, J. Op. Cit. Tomo 1. Pág. 209 - 210 16
TOVAR PINZON, Hermes. Relaciones y visitas de los Andes Siglo XVI.
Tomo 3. Región central del oriente. Bogotá: Archivo General de la Nación,
1993. P.305. El informe de Otalora, Daggreda y Limpias es titulado
“Descripción del Nuevo Reino”. Negrita agregada
65
encomendados. Pensando en esa problemática, el corregidor de
Tunja don Antonio Beltrán de Guevara recordó en 1601 al Rey
el potencial minero que tenían esas provincias, la necesidad de
garantizar los procesos de colonización y asentamiento
hispánico y los remedios productivos que desde 1552 venían
implorando los empresarios mineros. Al respecto decía Beltrán:
Todos conforman en que este corregimiento hay dos
pueblos llamados Pamplona y Vélez que tienen en sus
términos cantidad de tierra donde hay ricos minerales de
oro que se han labrado después del descubrimiento de
ella y sacado gran cantidad y particularmente un sitio
que llaman Río del Oro donde lo que se saca es de ley
de 23 de quilates, tierra muy fértil de todo género de
comidas y sustento, muy buen temple, ha cesado la labor
y beneficio destas minas por haberse muerto de unas
viruelas los indios que las labraban y si V. M. fuese
servido hacer merced a esta tierra de una razonable
cantidad de esclavos que llegasen a mil y estos se fiasen
a los vecinos destos pueblos y deste corregimiento para
proseguir la labor destas minas y que del oro que se
fuese sacando se pagase, resultarían dos muy grandes
efectos, el uno repararse toda esta tierra y acrecentarse
los derechos reales de V. M. y también podrían estos
esclavos ayudar a cultivar las tierras de pan, que esta
tierra tiene buenas y para tratos de ganados y beneficiar
ingenios17
.
La extracción de los metales preciosos tenía consigo el eminente
riesgo de la muerte a causa de la tecnología indígena que aún se
17
ROJAS. Ulises. Corregidores de la Provincia de Tunja. Tunja: Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1962. P. 232- 233. Negrita agregada
66
empleaba en socavones improvisados y artesanales que podían
acabar con la vida de los mineros a causa de los derrumbes
tectónicos o los gases venenosos y explosivos que se desataban
con cada abertura en la roca, así como por la insolación, las
endemias tropicales y las epidemias virales que eran propias de
los lavaderos de oro al aire libre en los pisos cálidos de la
cuenca del Río del Oro.
Cada muerto, herido o enfermo que resultaba del trabajo en los
socavones y los lavaderos traían altos e inmanejables costos de
producción, imposibilitaba a los mineros a acceder a la compra
de mano de obra esclava, y condicionaba a los mineros a
endeudarse con los prestamistas provinciales, especialmente con
las comunidades y organizaciones religiosas asentadas en
Pamplona como eran los conventos de Santa Clara, San
Francisco, Santo Domingo, San Juan de Dios, San Agustín,
Compañía de Jesús y la hermandad [parroquial] de San Pedro18
.
La presión ambiental aunada a los riesgos tecnológicos y la
insuficiencia de mano obra finalmente propiciaron que los
mineros gironeses y pamploneses de las riberas del río de Oro
optaran por actividades económicas diferentes a la improductiva
y desgastante extracción mazamorrera, siendo concentrados sus
esfuerzos en una economía de servicios agrícolas, pecuarios,
artesanales y comerciales para el aprovisionamiento y el
intercambio regional de bienes con los mineros de socavón en
las vetas de los páramos pamploneses y los lavaderos de oro en
la provincia de Antioquia.
18
FERREIRA ESPARZA, Carmen Adriana. Capellanías y censos: Una
conceptualización necesaria para el estudio del crédito colonial. En: Pabón,
Silvano. et al. Ensayos de historia regional de Santander. Bucaramanga:
Universidad Industrial de Santander, 1995. P. 37-78.
67
No obstante, los presidentes y virreyes del Nuevo Reino no
dejaron de enviar al Rey sus alucinantes versiones de la riqueza
minera existente aunque no se atrevían a promover explícitos y
permanentes planes de financiación o mejoramiento técnico
para los mineros y mazamorreros de esas provincias. Ejemplo
de ello fue la relación del Presidente de la Real Audiencia y
Mariscal de campo, Don Antonio Manso, quien en 1729
manifestó al Rey a través de su sucesor en lo concerniente a los
territorios y riquezas de la otrora Provincia del Río del Oro:
...la provincia de San Juan Girón que llaman por
antonomasia, Río del Oro; y si he decir verdad sería
prolijidad el expresar todas las partes donde se ha
descubierto haberle, y puedo asegurar que le hay, según
estoy informado, en los arrabales del lugar, cuya fama
asegura el colorido y señas del territorio.
...mucho es tanto oro, pero es más los subidos quilates
que alguno tiene, porque el que se dice de Cañaverales,
que se saca de San Juan de Girón, tiene de ley, según me
dice el ensayador de la casa de Moneda – Veintitrés
quilates y un grano...19
Virreyes como Eslava (1751) y sus sucesores promovieron
inversiones estatales en créditos, bienes o capacitación
tecnológica para la explotación de los enclaves mineros de
Mariquita, Pamplona y Girón con la pretensión de restituirlos “a
su siglo de oro”. Testimonio de los verdaderos alcances de esas
políticas fue manifestado por Basilio Vicente de Oviedo (1763),
quien después de haber ejercido en varias ocasiones como
19
COLMENARES, Germán. Relaciones e Informes de los Gobernantes de la
Nueva Granada. Bogotá: Banco Popular, 1989. Tomo 1. P. 28
68
párroco de los curatos de la provincia del Socorro llegó a
gestionar la permuta de su curato de San Gil con el de Girón.
Después de visitar las Provincias del Río de Oro, Oviedo
expresó finalmente en sus crónicas eclesiásticas sobre los
curatos del Reino lo siguiente: “la ciudad de San Juan de Girón,
que por otro nombre la llaman del Río del Oro, porque así es
llamado éste río que pasa por la misma ciudad, como el de
Cañaverales, producen mucho oro, aunque pocos se aplican a
lavarlo, sino es algunos pobres, porque los que tienen alguna
posibilidad se aplican a las sementeras de cacao, tabacos y
algodones”20
.
La explicación a la abundancia y los subidos quilates del oro de
esa provincia, el cual no bajaba de veintitrés quilates, fue
asociada por Oviedo con las condiciones climáticas de la
gobernación, en especial por su clima caliente al ser reflejo de la
abundancia de luz ecuatorial resultante de “la mayor cercanía a
la línea por la actividad de los influjos del sol y de los algunas
otras estrellas y astros”. Esa abundancia de luz era la que
justificaba la brillantez y el peso del oro ya que “...las piedras
preciosas son hijas de la luz y la tierra... y así la piedra más
preciosa pesa menos, porque la luz es ligera y la tierra es
pesada”21
.
La promesa del oro Gironés y la necesidad de su plena
explotación fueron reafirmadas por el ilustrado y muy
progresista Arzobispo - Virrey Don Antonio Caballero y
Góngora quien en 1789 recomendaba a su sucesor:
20
OVIEDO, Basilio Vicente de. Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de
Granada. Bogotá: Imprenta Nacional, 1930. P. 21 21
Ibíd. Pág. 23
69
En las cercanías de la ciudad de Girón, en la provincia de
Neiva y en muchos lugares del Reino, por no decir en
todos, se encuentra el oro corrido en mayor o menor
cantidad y en más o menos subida ley. Este es el recurso
de los que por su pobreza u ociosidad se llaman
mazamorreros, que no pudiendo, o no queriendo
emprender cortes formales, ni operación alguna de
entidad, se contentan con buscar el oro en los
empozamientos o rebalses de los ríos y quebradas, que
gran cantidad suelen hallarse en el fondo de lo que han
arrastrado de las montañas de donde bajan...22
.
De igual modo, el virrey Ezpeleta (1789) hizo reiterativa la
necesidad de explotar el afamado potencial que contenían las
arenas y las vetas adyacentes al río de Oro al señalar a su
sucesor: “casi en todo el Reino se encuentran minas de oro
corrido, más o menos abundantes de este precioso metal... El
oro que se saca de las de Girón es el de mayor ley, pues llega a
23 quilates tres cuartos de grano, según consta por su ensaye,
que conservo en mi poder por curiosidad”23
.
1.2 EMPRESARIOS ADELANTADOS. DE LA MUERTE
TEMPORAL (CUERPO) A LA ESPIRITUAL (ALMA)
La búsqueda de los ansiados metales y piedras preciosas
ocasionó ilusas y suicidas empresas de exploración y
explotación de riquezas materiales en las Indias para poder
pagar las costosas formas de reconocimiento y ennoblecimiento
social en Europa. También fue la causa de conflictos infinitos
22
COLMENARES, G. Op. Cit. Tomo 1. P. 434 23
Ibíd. Tomo 2. P. 226
70
entre los conquistadores con otros grupos y gremios sociales en
el poder (los nobles), el ataque y la usurpación de lo obtenido
por otras potencias (los piratas y naciones enemigas) y el
permanente estado de guerra contra los enemigos internos (los
indios bárbaros, los negros cimarrones y los criminales huidos)
para poder ocupar y tener dominio colonial sobre las provincias
doradas que habían sido conquistadas.
Las demandas y reclamos entre descubridores y pacificadores,
beneficiados o perjudicados por las capitulaciones otorgadas por
la Corona a cada hueste, conllevaron a largos y complejos
conflictos jurídicos, militares y sociales por la soberanía y
jurisdicción de sus hallazgos. Ejemplo recurrente de ello fue el
caso de las ciudades neogranadinas de Girón y Pamplona
quienes estuvieron periódicamente en pugna por el dominio
jurisdiccional de cada una de esas ciudades provinciales a los
enclaves económicos más rentables. Así mismo existieron
conflictos internos entre los miembros de los bandos en pugna
que componían cada hueste al desencadenarse irreconciliables
pleitos y odios por los privilegios, las prebendas y las decisiones
tomadas por el adelantado capitulador, con o sin la participación
de sus capitanes, quienes reclamaban su condición de socios
inversionistas en el contrato [capitulación] firmado con el
Estado.
Esos conflictos fueron a su vez heredados y preservados entre
las familias y sus descendientes, en especial al darse anualmente
la lucha por la conformación y preservación del poder local
durante la elección cada primero de enero de los miembros del
Cabildo Municipal, y consigo, la designación de las autoridades
locales encargadas de velar por los intereses materiales y
espirituales de todos los vecinos a nombre de cada uno de los
linajes principales. Clima de distinciones y exclusiones que
71
conllevó a la intervención legal y estatal del Estado imperial
ante las injusticias y excesos que se cometían en nombre de ese
monopolio local de poderes, acorde a lo expresado en
innumerables denuncias, pleitos jurídicos y autos
administrativos.
Considerando esos procesos históricos como parte de cada una
de las etapas de consolidación de los proyectos de colonización
provincial, aunado a las fuentes históricas que se han
conservado sobre la Provincia del Río del Oro y a las
investigaciones (aficionadas, académicas, profesionales y
científicas) que se han realizado sobre los orígenes y la
estabilización de los asentamientos humanos en la cuenca del río
del Oro es posible apelar a representaciones concretas acerca del
contexto sociopolítico de los grupos (estamentos, clases y
etnias) dominantes que lideraron los procesos de poblamiento y
“civilización” de las dos riberas del río en función de los
imaginarios hispánicos acerca de la vida y la muerte.
De esas representaciones históricas se infieren premisas
comunes asociadas con los diferentes tipos de procesos o causas
judiciales que caracterizaron los conflictos del período de
conquista y colonia en los andes nororientales del Nuevo Reino
de Granada.
I Causas justas. La ocupación y asentamiento
fundacional del nororiente del Nuevo Reino de Granada se
inició en 1551, por vecinos encomenderos y mineros de la
ciudad de Pamplona, como resultado de las incalculables fuentes
de oro en polvo y de veta que los encomenderos y mineros de la
ciudad de Vélez habían encontrado en la cuenca del Río del
Oro. A ello se sumaban los beneficios productivos que traían
consigo la existencia de mano de obra indígena para su laboreo,
72
la cual fue concentrada por los encomenderos en rancherías y
más tarde por decisión real en el pueblo de Indios de
Bucaramanga (1622.)
Esa ilusión de explotar su propio “Dorado” ocasionó el primer
conflicto jurisdiccional entre los cabildos de las ciudades de
Pamplona y Vélez, el cual fue fallado por la Real Audiencia en
1557 concediendo a ambas jurisdicciones el derecho de cata y
laboreo de indios en torno al río, a través de reales de minas en
las en la ribera oriental del río para los pamploneses y en la
occidental para los veleños.
II Causas jurisdiccionales. La exploración y
explotación de la cuenca oriental del río de Oro hizo necesario
que el Cabildo de Pamplona gestionara o financiara proyectos y
expediciones destinados a garantizar seguridad para la
explotación y transporte de los metales preciosos, para el libre
tránsito de los transportes fluviales y terrestres ante los
intempestivos ataques de los indios y cimarrones flecheros, para
la descentralización del control administrativo y tributario por
medio de Alcaldes de Minas, para la ampliación y
mantenimiento de los caminos que permitían el abasto y las
comunicaciones de los núcleos de explotación minera, y en
especial para el aumento o la regulación en el número de indios
usados para la minería a partir de la pacificación y reducción a
resguardos de los indios indómitos que fuesen dominados.
Actuando de forma semejante para asegurar la explotación de la
cuenca occidental del río de Oro, los vecinos de Vélez y los
virreyes del Nuevo Reino se interesaron por establecer una
nueva ruta vial y comercial entre los núcleos mineros y
agroartesanales de las provincias guane y chitarera con el río
Magdalena a través de los ríos Sogamoso y Lebrija, aunque para
73
ello debían fundar un nuevo centro urbano que garantizara la
pacificación y reducción de los indios belicosos del valle del
Magdalena medio.
Ese proyecto de fundación de una nueva ciudad en la ribera
oriental del valle del Magdalena medio, después de múltiples
intentos fallidos como fueron la despoblada ciudad de León y la
impugnada ciudad de San Juan Bautista de Borja (1613, 1619)
del Capitán Pedro Núñez de Lozada (vecino de la Villa de
Leiva), fue finalmente capitulado (1630) y concretado en 1631
con la fundación de la ciudad de San Juan Bautista de Girón por
el Capitán Francisco Mantilla de los Ríos.
La nueva ciudad despertó el recelo y la permanente oposición de
los vecinos encomenderos y las autoridades de Pamplona al ser
ubicada en el sitio de Pujamanes, a orillas del río Sogamoso, por
incentivar a los mineros a comerciar y transitar por esa vía sin
tener que retornar o comerciar con los traficantes de la ciudad de
Pamplona. Un lustro después, al ser reubicada en el sitio de
Zapamanga, en la ribera oriental del río cuya jurisdicción
pertenecía a Pamplona, los pamploneses denunciaron la
usurpación de su territorio y la invasión del resguardo indígena
y el Real de Minas de Bucaramanga. Conflicto remediado con el
asentamiento final de la ciudad veleña en el costado occidental
del río, en el sitio conocido como Macaregua.
Argumentando la inexistencia de oro u otros metales preciosos,
la escasez de mano de obra indígena para las actividades
agropecuarias, el clima malsano, las plagas tropicales que
diezmaban la población, y un evidente interés por apropiarse de
los privilegios que tenían los veleños en la ribera occidental de
la cuenca del río de Oro, los vecinos de Girón no solo
garantizaron su dominio hasta el valle del Magdalena medio
74
pues también lograron establecer a lo largo del río de Oro la
única ciudad de blancos autorizada legalmente. Ello conllevó a
que el Gobernador y el Cabildo de Girón entraran en un proceso
progresivo de intervención y apropiación de las funciones que
correspondían al Cabildo de Pamplona sobre los blancos e
indios que explotaban las minas y ocupaban el resguardo de
Bucaramanga, hasta alcanzar el pleno dominio de esa
jurisdicción al erigirse y anexarse a su jurisdicción la parroquia
de Bucaramanga (1778).
Los Mantilla de los Ríos y su hueste se preocuparon además por
hacer efectivo su dominio capitular desde el río de Oro hasta el
río Magdalena, para lo cual fundaron asentamientos urbanos de
abasto y defensa en sitios concéntricos o estratégicos para las
rutas fluviales que empleaban el río Sogamoso y el río Lebrija
para ascender a todas las provincias del Nuevo Reino.
La fundación de la Villa Rica de los Cañaverales (1639), como
núcleo administrativo y parroquial para los mineros, estancieros,
comerciantes y navegantes que habitaban en la cuenca baja del
río de Oro, después de convertirse en el Río Lebrija, propició un
nuevo conflicto jurisdiccional e interinstitucional entre las
provincias de Pamplona y Girón al amenazar los gironeses con
la ocupación y apropiación del costado nororiental de la
jurisdicción pamplonesa, que sumado a la existencia de
Pujamanes y el Pedral en el río Sogamoso, propició una mayor
desviación de los capitales, las transacciones crediticias, los
procedimientos judiciales y notariales, y las rutas de tráfico y
abastecimiento a través de la provincia gironesa. Todo lo cual
fue remediado hasta que en 1670 la Real Audiencia de Santafé
decidió hacer una revisión y redefinición definitiva de los
limítrofes jurisdiccionales para los cabildos de cada provincia.
75
III Causas Jerárquicas. Desde el interior de cada
ciudad hasta llegar a sus límites provinciales fue recurrente una
jerarquización conflictiva de carácter administrativo y
eclesiástico entre villas y sitios durante el siglo XVII, y entre
parroquias y viceparroquias durante el siglo XVIII, la cual
reflejaba a su vez las diferenciaciones étnico-culturales que
existían entre los habitantes de las mismas de acuerdo con las
divisiones sociopolíticas propias de un sistema racista regulado
por la pertenencia a una “casta”.
Segregación mediante la cual se diferenciaba a los blancos
(peninsulares, criollos y libres) de los mestizos, indios, mulatos
y negros libres, mulatos y negros esclavos, desconocidos,
forasteros, etc. Siendo complementado ese mecanismo con otras
formas de discriminación como las diferenciaciones étnico-
espaciales (república de blancos y/o libres, república de indios
y/o encomendados, rancherías, palenques, etc.), étnico –
urbanísticas (vecinos del marco de la plaza, vecinos de las
cuadras circundantes de la plaza, vecinos de los barrios de
blancos, vecinos de los barrios de mestizos y libres, etc.), étnico
– espirituales (cristianos viejos y feligreses, cristianos
conversos, foráneos herejes, desconocidos, etc.), e incluso,
étnico – productivas (blancos nobles, blancos eclesiásticos,
blancos artesanos, castas viles, esclavos, etc.)
Esas diferenciaciones y distinciones estuvieron justificadas legal
y legítimamente en los juicios raciales y los valores
socioculturales que fueron traídos y preservados localmente de
cada una de las sociedades hispanas de origen (europeas o
criollas) o procedencia, con los que se reconocían y validaban
el origen nobiliario, la raza y linaje de nacimiento, el rol y status
de llegada y conquista, etc., en los nuevos reinos de las Indias
Occidentales. Siendo los mismos exigidos por los vecinos
76
beneficiados o privilegiados como parte de los derechos
inviolables que la corona y los vecinos de cada provincia debían
respetar en los centros urbanos como en los espacios rurales.
El reconocimiento por creencia o por consenso grupal de esos
derechos como deberes imprescindibles para una ordenada y
pacífica convivencia requirió que fueran impuestos o
preservados a través de la fuerza física, política, socioeconómica
y espiritual por las autoridades civiles, al ser legitimados y
defendidos desde los dogmas de fe por las autoridades
eclesiásticas, así como al ser impuestos y exigidos por los
vencedores a las razas vencidas y a las castas dominadas por la
fe y la fuerza.
Esos preceptos para la convivencia social fueron perpetuados
adicionalmente por medio de rituales civiles y religiosos, desde
acciones y expresiones comunicativas o simbólicas, a partir de
las posibilidades de ser, tener y hacer de acuerdo a los
privilegios propios de la clase, y especialmente, desde la
ostentación y delimitación del linaje de los individuos por su
parentesco o filiación sucesoria al ser ello la principal estrategia
de dominación y hegemonía para con el resto de la comunidad a
través de unificaciones excluyentes, la imposición de
desigualdades y el ocultamiento de enfrentamientos e intereses
particulares.
Un proceso de legitimización local y grupal que se fundaba en el
conjunto de normas y leyes (legalidad) adoptadas y difundidas
por el Estado desde los juicios, valores e intereses particulares,
de clase o comunes, respetados y preservados por costumbre
entre cada generación (legitimidad), para posteriormente darse
procesos de consenso, aceptación y obediencia a los individuos
o grupos dominadores por el resto el conjunto social. Vasallos
77
que estaban condicionados a creer y acatar todo aquello que se
requería para poder permanecer y hacer parte de la comunidad
concentrada, estabilizada y restringida por las normas y valores
establecidas por los descendientes de los capitanes y autoridades
de la hueste fundadora, los representantes estatales designados
por méritos estatales, o los gobernantes designados al comprar
títulos u oficios rematados.
De tal modo, el orden y la convivencia social eran reflejo de lo
que los individuos, grupos o gremios dominantes deseaban que
fuera de acuerdo a sus tradiciones (Ibéricas o neogranadinas) o
los intereses e ideales generacionales, generándose con ello
inacabados y heredables conflictos grupales por el poder, así
como permanentes procesos de revisión y redefinición de las
normas y valores que regulaban el orden y la convivencia social
de acuerdo a: 1. La santa superioridad natural o sanguínea de los
demandantes; 2. Las ventajas, privilegios o beneficios que
esperaban recibir de los pobladores más leales o serviles; 3. Las
concesiones y privilegios concedidos por las reglas estatuidas en
el pasado o por instituciones estatales superiores a las
virreinales, lo cual hacía más verídicas y obligantes las
decisiones que se tomaban, y; 4. Las creencias comunes a pesar
de tener un origen, interés o tendencia sociopolítico particular.
Entre las expresiones históricas más significativas de la
sociedad colonial gironesa que experimentó esos conflictos de
legitimidad, intereses, lucha de clases y relaciones
sociopolíticas se destacaron: 1. La consolidación de redes de
parentesco local, regional, virreinal e imperial; 2. La
concentración y monopolio de los cargos públicos por las elites
locales, para posteriormente permanecer estables al ser
reelegidos y; 3. La manipulación de las decisiones por los
cabecillas de las facciones o partidos de opinión local quienes
78
al hacerse al poder podían saldar antiguos odios, o en caso
contrario, minimizar y no castigar los delitos de los miembros
afectos a su bando o partido.
De tal modo, el poder político monopolizado y su adherente
judicial hacían inmunes a quienes lo ostentaban tanto civil como
espiritualmente, llevando en ocasiones a la extralimitación en
las funciones y privilegios de un cargo ante los demás miembros
de cada cabildo, o al desconocimiento de las faltas y castigos
para las familias privilegiadas al no ser considerada prudente la
deshonra pública por parte de las principales autoridades.
Para hacerse con el poder local a través de cargos públicos, las
principales familias apelaron por lo general a “artificios” como:
1. Dar a los regidores vitalicios funciones honoríficas y
protocolarias, en tanto que los elegidos tomaban las
decisiones fundamentales a partir de las redes de poder
local que los respaldaban;
2. El desconocimiento de los grupos predominantes a los
candidatos adversos elegidos, aduciendo razones de
preeminencias, privilegios o fuerza de la costumbre al no
cumplir el candidato o el elegido con las condiciones
para ocupar un cargo público como eran: el ser vecino,
limpio de sangre, saber leer y escribir, llevar una vida
honrosa, no haber sido penalizado, ser descendiente de
conquistador o personas beneméritas, y demás propias de
la aristocracia hispana;
3. Autonomía y cumplimiento de lo acordado por
regidores y alcaldes sin ponerlo a criterio y aprobación
del gobernador o del procurador;
79
4. Habitar productivamente en el sector rural
desconociendo las decisiones de las autoridades urbanas,
o en caso contrario, ejerciendo temporalmente cargos y
competencias urbanas a través de reuniones ordinarias o
extraordinarias a partir de las cuales llegaban a tener un
control y visión integral de las dificultades urbanas y las
oportunidades rurales para su beneficio particular o el de
sus allegados, y;
5. Presionar pública y privadamente a las autoridades
locales a través de falsas expectativas, intrigas morales o
desinformación (pasquines, chismes) sobre los regidores
salientes u opositores, para que se eligieran los
candidatos preferidos por los grupos dominantes, siendo
impugnados cuando no coincidían con las expectativas
de las autoridades, facciones o patriarcas, en su afán de
perpetuarse en el poder o entorpecer las acciones o la
continuidad en el poder de los contrarios24
.
Esas actitudes políticas se constituyeron a su vez en el escenario
propicio para acrecentarse los conflictos entre los linajes
peninsulares y criollos por el dominio burocrático local,
provincial y virreinal, así como en los instrumentos morales más
eficientes para la preservación o destrucción del prestigio
personal a partir de la ganancia o pérdida de prestancia,
reconocimiento y alianzas, cuya principal forma de castigo y
rechazo para los bandos vencidos era la pena de destierro para
sus principales líderes, quienes al igual que los indígenas
consideraban al ostracismo como una pena más dolorosa que la
muerte misma. De allí que en muchas jurisdicciones los grupos
24
GUERRERO, Amado. Conflicto y Poder Político en la Sociedad Colonial.
Girón, S. XVIII. En: Cultura Política, Movimientos Sociales y Violencia en
la Historia de Colombia. Bucaramanga: UIS, 1993
80
minoritarios que accedían al poder local pocas veces
contrariaran o impidieran la ejecución de las decisiones
adoptadas por los grupos de presión y/o elites locales
mayoritarias.
IIII Causas Junteras. La reforma de los resguardos en
1778, el crecimiento poblacional y la reducción de tierras
cercanas y útiles llevó a los grupos locales de poder de Girón a
presionar en todas las instancias del Estado para ampliar,
finalmente después de dos siglos, la jurisdicción de la provincia
agregándosele el territorio del resguardo, real de minas y Pueblo
de Indios de Bucaramanga, logrando así poder solventar las
dificultades socioeconómicas de la población libre, pobre o
desempleada, así como para poder rearticular las redes de poder
girones con las bumanguesas, relacionadas con anterioridad con
las de Pamplona.
Con ello se contribuía además a que: “los miembros de las elites
políticas de Girón, como los Valenzuela, los García, los
Ordóñez Valdez, los Benítez, los Puyana, los Salgar, etc., y sus
parentelas, que desde tiempo atrás se habían residenciado en el
pueblo de indios y ahora, como fundadores de la parroquia
esperaban recibir los reconocimientos y ser los primeros
beneficiados en el proceso de apropiación de las tierras del
resguardo”25
.
Similar proceso de reagrupamiento y reconcentración del poder
en la ciudad de Girón se dio en el resto de Parroquias erigidas en
la gobernación, en donde a su imagen y semejanza, existieron
bandos políticos y divisiones grupales entre la etnia blanca y su
clase dominante (ricos y pobres), a favor o en contra de las
desagregaciones del lugar escogido, de los apoderados o
25
Ibíd. P. 32
81
autoridades elegidas y en especial de las tierras a usar, ocupar o
adquirir.
Ello propició no sólo los conflictos propios de los nuevos
núcleos urbanos pues al estar conformados por los patriarcas y
familiares provenientes o anteriormente dependientes de la
ciudad, se preservaron las pugnas y luchas de antaño, así como
se legitimaron su poder y privilegios en razón al supuesto
interés y defensa de los intereses colectivos que eran la
prolongación y partido popular de los intereses y
preocupaciones particulares.
Para finales del siglo XVIII, la desarticulación parroquial del
núcleo central que representaba la ciudad en nuevos núcleos
equidistantes de acuerdo a las diferencias raciales entre
repúblicas de blancos y de negros, se hizo necesario para los
grupos dominantes propiciar una defensa radical de los títulos y
privilegios de su etnia y clases al aumentar en los núcleos
urbanos la presencia de mestizos, libertos e indios que
desconocían o irrespetaban la autoridad que por legitimidad
tradicional se les había reconocido y respetado como
hijosdalgos o vecinos con ancestros respetados y recordados.
Los permanentes procesos de igualamiento y mezcla racial entre
mestizos, negros e indios, así como entre blancos pobres y ricos,
hizo necesario que las elites y sus autoridades eclesiásticas
abogaran mancomunadamente por sentar precedentes que
permitieran recuperar la estabilidad de las diferencias y
limitaciones étnicas (status quo), mucho más evidentes que solo
el uso del vestido, hábitos o comportamientos públicos. Así
mismo, buscaron concentrar a sus miembros en espacios y
relaciones mucho más cerrados y limitados para los demás
grupos y etnias pues a pesar de haberse iniciado los
82
revolucionarios procesos de igualamiento legal y ciudadanía del
liberalismo ilustrado en Europa y América, al interior de las
comunidades coloniales hispánicas aún eran concebidos y
defendidos los presupuestos de desigualdad medieval de los
Estados despóticos europeos.
El aumento de la población mestiza y libre, las relaciones y
mezclas étnicas en torno a las grandes unidades patriarcales,
asociadas y ligadas con las relaciones laborales o productivas de
las estancias y haciendas hicieron evidente una mayor
flexibilidad e igualamiento entre etnias y clases en torno a un
espacio y relación social común. Ello trajo consigo que: “Los
lazos de parentesco de las familias notables de cada lugar se
ampliaban con vínculos basados en las relaciones de las
haciendas o de las localidades con un contenido doble de
coerción y afecto”26
.
La mejor expresión de esas relaciones fue el deseo del “señor”
de la tierra en servir como padrino o compadre de sus sirvientes
o arrendados, dar su apellido a los negros libertos, y
especialmente, pagar y asistir al sepelio de sus siervos o
esclavos. De tal modo, los lazos materiales y temporales eran
heredados y reforzados por los parentescos sociales y
espirituales, cuya consecuencia inmediata era la legitimización o
el apoyo incondicionado al bando al que pertenecía su amo o
señor como una forma de lealtad servil o de compadrazgo.
Así mismo, los peligros interraciales para la estabilidad del
“régimen teocéntrico” de los blancos, les hizo necesario
ostentar, exigir respeto y combatir todo “igualamiento” en las
26
GARRIDO, Margarita. La Cuestión Colonial en la Nueva Granada. En:
Cultura Política, Movimientos Sociales y Violencia en la Historia de
Colombia. Bucaramanga: UIS, 1993. P. 46
83
cualidades y calidades para acceder a los privilegios sociales,
jurídicos y profesionales a través de requisitos morales y
sociales heredados de la reconquista peninsular como eran:
poseer “limpieza de sangre” tanto en la fe como en la raza; ser
descendiente de blancos vecinos para poder ser llamado “Don”
(De Origen Noble) o “Doña”; ser certificado y empadronado
como feligrés parroquiano para ser tenido como “Cristiano
viejo”, gracias a lo cual se les garantizaba recibir sin reproches
todos los sacramentos, cumplir todos sus mandatos
testamentarios y ser sepultados en ‘terreno sagrado’, incluso de
limosna de morir en desgracia material.
A ello se sumaban otros requisitos como eran: ser individuos
moralmente correctos y superiores, lo cual significaba: “ser un
hombre de talento, virtud y patriotismo tanto como un buen
marido, un buen padre, un buen hijo y un buen parroquiano”27
,
que tenían el derecho a exigir la pena de muerte a quienes los
deshonrasen de ser “inferiores”.
Esos requisitos para la convivencia entre iguales sí bien eran
reconocidos por el conjunto social en sus interrelaciones
cotidianas solo eran legitimados ante el reconocimiento público
que se hiciera en los documentos estatales (gubernamentales,
judiciales, notariales, eclesiásticos). De los cuales, los de índole
parroquial permitían hacer una clara diferenciación en las
condiciones espirituales, sociales, raciales y de hidalguía entre
los feligreses adscritos a una misma parroquia, al ser los mimos
la mejor expresión del ser y la existencia de cada uno de los
individuos desde antes de su nacimiento hasta después de su
muerte.
27
Ibíd. P. 47
84
Las preocupaciones y atribuciones seculares de enjuiciamiento y
discriminación sociopolítica que superaban a las espirituales de
tolerancia y perdón cristiano reflejaban que la ideología social
del clero del siglo XVIII estaba asociada con las políticas
reformistas de estabilidad y orden estatal del Patronato Real
nacionalista que habían implantado los reyes Borbones al
anteponer las ideas absolutistas de desigualdad y discriminación
racial a las igualdad y solidaridad cristiana que habían
impulsado en las Indias los reyes Católicos y Austrias. Por otra
parte, todos los miembros del clero español, de acuerdo a lo
dispuesto por las Bulas de Patronato Real, se constituyeron en
funcionarios, autoridades y representantes directos del orden
monárquico.
La institución religiosa imperial se constituyó en una fiel, leal,
policiva y dependiente entidad nacionalizadora a favor de la
burocracia peninsular, cuyas consecuencias inmediatas fueron:
las atribuciones y excesos cesaropapistas de los monarcas
Borbones, en especial la persecución y expulsión de los aliados
leales al Papa y no a la corona como fue el caso de los Jesuitas;
la preferencia e imposición de los españoles peninsulares en las
estructuras de poder político y económico controladas o
anheladas por los criollos, y; una mayor intromisión de los
agentes reales en los asuntos espirituales y políticos locales. La
respuesta neogranadina fue la incitación o el apoyo del clero
local a los movimientos de los rebeldes capitulantes y los
revolucionarios antiabsolutistas, así como el reconocimiento y la
legitimización de las nacientes repúblicas democráticas a partir
de Juntas Soberanas de Gobierno conformadas por gentes de
‘todos los estamentos’ y ‘todos los colores’.
85
1.3 EMPRESARIOS SOCIALES. PAUPERISMO Y
DESCENTRALIZACIÓN MUNICIPAL
Durante el siglo XVIII el crecimiento natural de la población de
libres de la cuenca del río de Oro llegó a ser del 52%. Esa cifra
demostraba el predominio demográfico de los libres como
grupos sociales autónomos (mestizos y blancos criollos pobres)
y sin ataduras político-culturales (blancos peninsulares y
funcionarios reales), socio – económicas (blancos criollos),
tributarias (indios encomendados) o laborales (castas y
esclavos) que deambulaban ociosos y libertinos por los centros
urbanos. Todo lo cual se tradujo en una abierta y constante
preocupación por parte de las autoridades virreinales acerca de
la inmoralidad e improductividad que traían consigo esos grupos
humanos al no estar obligados a trabajar ni tributar para el
Estado.
Una de las acciones más importantes para contener las
consecuencias de ese fenómeno demográfico fue la revisión y
modificación de las políticas estatales de fundación y
poblamiento que se había seguido en todo el Virreinato desde
mediados del siglo XVII, cuyas consecuencias inmediatas
fueron el poblamiento urbano de los sitios más productivos o
estratégicos de la jurisdicción de Girón al aumentar la demanda
y erección de parroquias desde inicios del siglo XVIII, aunado a
los procesos borbónicos de reordenamiento territorial de la
provincia al ser agregada al Corregimiento de Pamplona, como
parte de la fragmentación que se había hecho del corregimiento
de Tunja, a finales del mismo siglo.
La fragmentación del orden social y la desarticulación
migratoria de las etnias y/o castas al reconcentrarse la población
de las ciudades provinciales en parroquias, en un solo espacio
86
urbano y religioso, conllevaron a que las dinámicas conflictivas
y segregacionistas para nacer, vivir, morir y ser sepultado se
regeneraran en cada nuevo núcleo urbano, así como se
propiciaron procesos políticos y poblacionales autónomos al
solicitar las parroquias ser ascendidas a la condición de villas,
todo lo cual influyó en el imaginario local de las parroquias
“modernas” que preservaron los resabios, inclinaciones y
caprichos de su viejas madres reproductoras.
La población de libres de la provincia de Girón se había
constituido para la segunda mitad del siglo XVIII en un peligro
para el orden social del virreinato al ser la principal “casta” de
no tributantes y ociosos que contribuían en el atraso moral,
cultural y productivo del reino. De allí que sus males fueran
mucho más preocupantes y duraderos que la falta de vías, el
contrabando o el ataque de los indios bélicos, ya que no
necesitaban esforzarse para tener bienes o dinero para subsistir
al existir abundancia y bajos precios en el valor de los
comestibles, o por ser obtenidos de forma silvestre.
Esos “libres” eran reconocidos por los virreyes, gobernadores y
funcionarios reales como: “gentes sin ocupación ni destino,
vagantes y muy nocivas a la sociedad pública, como dispuestas
a todo género de vicios fomentando juegos, riñas y
embriagueces, apadrinando esclavos y sirvientes a que es
correlativo el mal servicio doméstico entre las casas y la
deterioración de muchos pueblos, cuyos indios se ausentan y
hallan abrigo en poblaciones donde hallan a su libertad, con
notorios desarreglos de costumbres”28
.
28
COLMENARES, Germán. Op. Cit. Estado del virreinato de Santafé, por
Francisco Antonio Moreno (1772). Tomo1. P. 217
87
Vicios del cual el más temido era la embriagues, ya fuese por
chicha o aguardiente, estancado o ilegal, al aumentar su
consumo cotidiano en los centros urbanos. Ello repercutía
directamente al faltar a sus: “obligaciones de cristianos, al
cuidado de sus familias y al cultivo de las tierras fomentando
discordias entre sí y aun a veces sublevaciones que se meditan
con el calor de la bebida”, aunque no se desconocía que la
embriagues era una arraigada herencia indígena que entre un
pueblo libre, ocioso y con vicios no podía generar más que
“miseria y pobreza de los países y el abandono de sus
habitadores al trabajo”29
.
Explicaciones reales y virreinales. El desacato al orden
legalmente constituido y sus consecuentes expresiones de
desobediencia, insurrección e incluso de peligro para las vidas y
almas de los vecinos privilegiados fueron explicados por los
consejeros, funcionarios y gobernantes del siglo XVIII por
diversas razones, entre las cuales estaban:
I Los libres y las políticas de poblamiento
descontextualizadas. Para el Presidente de la Real Audiencia y
Mariscal de Campo Dn. Antonio Manso (1729), el aumento y
descontrol de los libres desde finales del siglo XVII se debía a la
desolación e improductividad de las ciudades al hallarse los
vecinos principales retirados con sus familias en sus haciendas o
minas, lo cual conllevó a la expulsión de la población libre que a
pesar de ser abundante y útil era salarial y productivamente
costosa. De allí que al preferirse emplear el trabajo de indios
tributantes, indios huidos y negros esclavos los libres pasaron a
ser una clase social similar a la “cizaña”.
29
MORENO, Y ESCANDON, Francisco Antonio. Indios y mestizos de la
nueva Granada: a finales del siglo XVIII. Bogotá: Banco popular, 1985. P.
55
88
Siendo mucho más explícito el Arzobispo – virrey Antonio
Caballero y Góngora, en el ocaso del siglo (1789) asoció ese
mismo atraso y desmoralización de las familias de libres con los
orígenes urbanos del Nuevo Reino de Granada porque:
1. Los conquistadores “consultaron más a su gloria y
ambición que a fundar unas colonias útiles a su
metrópoli”;
2. Las fundaciones de las ciudades se hicieron sin:
“Conocimientos de una sana política, y en aquellos
lugares cuya fertilidad les asegurase la subsistencia, y
cuya situación les facilitase los socorros de la metrópoli;
con reglamentos que perpetuasen el orden a la justicia en
la sociedad, y con aquella discreta distribución de tierras,
sostenida de ordenanzas, que las mantuviesen siempre
divididas en muchos propietarios, y prohibiesen su fácil
unión en una cabeza, para precaver los perjuicios que se
siguen de la multiplicidad de feudos”;
3. Los conquistadores fundaron ciudades de blancos
sobre los pueblos indígenas primigenios, evitando así la
búsqueda y traslado de sus huestes a valles fértiles que
garantizaran la supervivencia de sus descendientes por
varios siglos. Con lo cual, a falta de indios y de un
manejo sostenible de esos ecosistemas todas esas
montañas se transformaron en lugares ásperos y estériles
que facilitaron sólo el asentamiento de “Hombres
criminosos y forajidos, escapados de la sociedad, por
vivir sin ley ni religión” y;
4. El despoblamiento de las ciudades y villas fundadas
en los siglos anteriores, al igual que lo manifestado por
los virreyes precedentes, era consecuencia “de la antigua
89
y arraigada libertad de huirse los unos de los otros para
poder vivir a sus anchas y sin el recelo de ser notados en
sus infames y viles procedimientos”30
.
Para la generación de gobernantes borbónicos e ilustrados eran
también evidentes las consecuencias de la acumulación y
monopolio de los medios de producción, especialmente las
tierras, entre las familias principales de cada ciudad o provincia,
quienes las compraban a bajos precios en remates públicos o las
adquirían por donación regia (composición), fundacional o
hereditaria, para finalmente subexplotarlas o arrendarlas sólo a
los aparceros y “domésticos” elegidos por su propietario, lo cual
traía consigo el incremento en las cifras de desempleo,
migración y concentración urbana de los libres.
La principal consecuencia de esas equivocas prácticas del
Estado español fue para 1789 la existencia misma de los
“libres”, considerados:
Una población vaga y volante que obligados a la tiranía
de los propietarios transmigran con la facilidad que les
concede el peso de sus muebles, la corta perdida de su
rancho y el ningún amor a la pila en que fueron
bautizados. Lo mismo tienen donde mueren, que
donde nacieron, y en cualquier parte hallan lo
mismo que dejaron31
.
Esos desplazados por la violencia sociopolítica de las elites
rurales se constituyeron entonces en una población “inútil y
30
COLMENARES, G. Op. Cit. Tomo 1. P. 408 - 410 31
Ibíd. P. 411. Negrita agregada para resaltar los fenómenos de eses
fenómeno social en el imaginario colectivo de la vida como de la muerte
entre los libres
90
bárbara” que crecía incontroladamente al ser mínimas sus
necesidades materiales o sus restricciones morales. Una
población altamente manipulable y comprometida con las luchas
locales, las rebeldía raciales, insurrecciones locales como la
comunera de 1781, y finalmente con los discursos y promesas
liberales de “libertad, justicia y fraternidad” que en nombre de la
justicia social de todo el “pueblo” fueron promulgados por los
criollos para garantizar la plena realización de sus intereses
económicos y burocráticos.
Los libres no dejaron de ser catalogados como un “monstruo
indomable” propio de las profecías apocalípticas que difundía
las epidemias que asolaban al Virreinato, que se ocultaba en la
mendicidad urbana para poder subsistir desplazando así a los
“verdaderos” mendigos locales en su afán de gozar de las
limosnas públicas y de la atención hospitalaria de caridad. Y en
especial, porque después del incumplimiento y la revocatoria de
lo dispuesto en las capitulaciones de 1781 se habían constituido
en una masa de rebeldes infieles y detractores irreconciliables
del Estado virreinal, a tal punto, que el Arzobispo – virrey no
omitió en advertir a su sucesor que los libres “padecían otra
enfermedad moral. Esa era la desconfianza, temor y abatimiento
que siguió como fatal sombra al horrible crimen de la
sublevación”32
.
Sumado a ello estaba la otra gente libre, la aislada u oculta en
montes y selvas, como era el caso de los indios rebeldes o
huidos, los negros cimarrones y los “libres” perseguidos o
huidos quienes se habían agrupados en behetrías inaccesibles,
conviviendo con excesos e inmoralidades incontenibles al
32
Ibíd. Tomo 1. P. 423
91
carecer de “todo pasto espiritual y de la subordinación al cura y
a la justicia”.
Comunidades que para subsistir habían adoptado actitudes
bárbaras y de subsistencia como las de los indígenas al atacar,
invadir, secuestrar y saquear embarcaciones o recuas de mulas.
Con lo cual, en los sitios a los que no llegaba el poder de la
autoridades urbanas el orden social y político se caracterizaba
por una anarquía permanente, minimizada en sus efectos por las
acciones y esfuerzos por expandir las tradiciones y costumbres
urbanas a través de procesos tardíos como fueron los de
parroquialización de sitios baldíos o habitados.
II. Los criollos y la exclusión sociopolítica del Estado.
Durante el último siglo de dominación colonial española, la
estabilidad de su régimen patronal como de su orden
sociocultural dependió de la lealtad y sumisión que se juró a las
instituciones y autoridades imperiales por parte de los vecinos
privilegiados (peninsulares o criollos) con propiedades, títulos o
cargos de autoridad local.
Esa dinámica no resultaba menos conflictiva que la presencia
misma de los libres en los centros urbanos a causa de:
1. La elección y preferencia de autoridades y justicias
peninsulares en todos las plazas del poder estatal
virreinal ante los excesos y conflictos generados por los
funcionarios criollos, o en su defecto, por funcionarios
peninsulares emparentados con familias de criollos
porque: “en el dilatado tiempo que las ocupan contraen
enemistades y parentescos, porque si no se casan con
ellos, por la prohibición que para ello tienen, se casan
sus hermanos consigo cuando vienen a servir estas
92
plazas, de donde se ocasiona mezclarse en
dependencias que los hacen parciales”33
.
2. La elección de individuos para ejercer como
autoridades locales a pesar de ser reconocidos como
poco idóneos, corruptos, extorsionadores, estafadores, y
por lo general, defraudadores de intención (al no cumplir
con sus deberes a pesar de recibir un salario) u obra (al
alterar las listas y valores de los tributos o rentas que se
debían enviar al gobierno central).
Individuos que a pesar de su condición de principales
vivían del rédito de sus bienes (arrendamientos) o
dineros (créditos con usura (censos)), recordaban a las
autoridades reales los servicios prestados por sus
ancestros solicitando a cambio plazas o empleos para
poder “asegurar el alimento” con el poco sueldo
obtenido, o en el peor de los casos, argumentando un
estado solemne de pobreza y necesidad material que les
llevaba a perder su honor y a no poder responder por “la
realidad de sus inclinaciones” al cometer delitos graves.
3. La elección peninsular de los funcionarios y
empleados nativos de España que debían servir en los
reinos y colonias redujo la demanda de empleos y cargos
para los habitantes de las Indias, lo cual trajo consigo
una abierta rivalidad entre los españoles europeos y las
redes familiares o comerciales de los españoles criollos o
americanos al pretender cada linaje que sus parientes o
amigos fueran elegidos para los empleos políticos,
militares, judiciales y eclesiásticos más importantes y
privilegiados a nivel local, provincial o virreinal.
33
Ibíd. P. 34
93
Rivalidad que término haciendo mella en todos los
campos y formas del orden social, incluso en el mismo
hecho de nacer, vivir, reproducirse o morir al excluirse
mutuamente peninsulares y criollos, hasta que finalmente
los criollos manifestaron su descontento con documentos
sociopolíticos como las Capitulaciones de 1781, el
“Memorial de Agravios” redactado por el criollo payanés
Camilo Torres o las constituciones provinciales
aprobadas por las Juntas de Gobierno presididas por los
representantes más liberales de cada uno de los linajes
criollos.
4. La libre interpretación y obediencia de las leyes y
normas por parte de criollos y peninsulares a falta de
una verdadera fuerza estatal de cohesión y represión.
Al respecto el Virrey Messia de la Zerda (1772) advertía
y recomendaba a sus sucesores una década antes de las
primeras rebeliones y conspiraciones criollas en contra
del Estado colonial español:
Incidentemente queda anotado que la obediencia
de los habitadores no tiene otro apoyo en este
reino, a excepción de las plazas de armas, que la
libre voluntad y arbitrio con que ejecuten lo que
se les ordena pues siempre que falte su
beneplácito no hay fuerza, armas ni facultades
para que los superiores que se hagan respetar y
obedecer; por cuya causa es muy arriesgado el
mando y sobremanera contingente el buen éxito
de las providencias, obligando esta precisa
desconfianza a caminar con temor y a veces sin
entera libertad, acomodándose por necesidad a
las circunstancias; bajo cuyo presupuesto pueden
94
dividirse en dos clases los enemigos, que o son
los mismos vasallos inobedientes o los bárbaros
rebeldes que habitan en el interior de las
provincias. Los primeros como domésticos y
quienes suele no desconfiarse son más temibles: a
veces sin fundamento, por mero capricho o por
vanas sugestiones34
.
Ese panorama de intereses y rivalidades particulares, materiales
como ideológicas, por parte de los candidatos o los elegidos
para servir al interés común fueron irremediables y de carácter
permanente para el régimen colonial neogranadino en cada una
de sus provincias. Siendo un ejemplo particular de esas formas
de discriminación y exclusión entre los blancos nobles,
peninsulares, criollos y libres (o pobres) en las provincias del río
de Oro cada una de las peticiones hechas por el gobernador de
Girón, Francisco Vallejo, en su sincero y “desnudo” informe al
Virrey Mendinueta (1802).
Al solicitarle penas drásticas y ejemplares para todos aquellos
“señoritos” y “cortesanos afeminados” que se hacían llamar
ilegal e ilegítimamente con los títulos de “Doctor” o “Don” para
acceder a las plazas y cargos públicos, Vallejo manifestaba:
Y que sólo lo obtengan los que por su estado, servicios
particulares al estado y a la patria, empleo o nobleza
declarada lo merezcan, para acabar con tantos fanáticos
que con tan común colorido, tienen a menos ocuparse en
servicios y ejercicios decentes y honrados que les parece
les hace decaer de aquel imaginado lustre que los
sustenta y solo quieren vivir de ociosos, averiguando
invenciones y trajes ridículos, imitándolos a porfía para
34
Ibíd. Tomo 1. P. 130
95
brillar y adquirirse concepto de finos cortesanos,
causando por estos defectos y afeminaciones graves
perjuicios a la sociedad y al interés de la patria. Una
presencia marcial, decente y aseada, según el estado de
cada uno, lo hace más recomendable de la vista de los
hombres sensatos y al concepto de los superiores35
.
III. Los curas párrocos y el desinterés moral por sus
feligreses pobres. Mientras los blancos desatendían sus
obligaciones de dominación social para concentrarse en el
incremento de sus interés económicos o el respeto de sus
convicciones acerca del honor, la honra, la dignidad e hidalguía
de sus linajes ante sus iguales o inferiores, los libres y mestizos
(declarados) se centraban en la búsqueda de nuevas formas de
vicios, diversión y subsistencia parasitaria del Estado, dentro y
fuera de los espacios de congregación urbana.
Esas formas de comportamiento e irrespeto a la moralidad y
sumisión públicas se constituía en un problema complejo que no
había sido controlado ni atendido correctamente desde el siglo
XVI por las autoridades civiles ni eclesiásticas. De allí que gran
parte de las responsabilidades recayeran sobre los frailes
evangelizadores quienes habían centrado su trabajo doctrinero
en los indios encomendados y no en sus hijos mestizos, así
como los curas párrocos habían hecho lo mismo con sus
feligreses blancos y no con sus bastardos mestizos, con lo cual
ese grupo étnico:
A pesar de ser cada día más numerosos, eran fuera de
las cofradías urbanas los olvidados de la pastoral de los
frailes. Para los religiosos de espíritu misionera… la
35
GUERRERO, Amado y GUTIÉRREZ, Jairo. Gobierno y administración
colonial Siglo XVIII. Bucaramanga: UIS, 1996. P.144
96
preocupación mayor era la conversión del mundo indio.
Entonces los mestizos representaban el contramodelo de
la iglesia que querían edificar, ya que eran los productos
de las uniones ilegitimas entre el mundo blanco y el
mundo indio que los frailes querían preservar36
.
La incapacidad de las autoridades civiles para lograr que libres y
mestizos ordenaran sus vidas como blancos se hizo mucho más
compleja de cumplir al ser aislados y despreciados por parte de
las autoridades eclesiásticas al ser considerados como hijos
ilegítimos o del “pecado”. Con lo cual, el clero urbano y los
misioneros rurales se constituyeron directa e indirectamente en
artífices de la desmoralización sociopolítica de las provincias
donde la población mayoritaria estaba compuesta por esos
grupos humanos excluidos o aborrecidos.
A ello se sumaba la escandalosa convivencia con esas formas de
vida pública y privada por los sacerdotes de las provincias o las
parroquias más distantes. El Presidente Manso (1729) no
auguraba un cambio en las prácticas y costumbres morales de
sus feligreses ya que muchos de esos religiosos se conformaban
“con una vida solitaria y campestre, semejante a la de tales
feligreses, sin esperanza de mejoría por descuido o dejamiento
perezoso no solicita pasar a algunas de las dignidades, con que
se suele mantener toda su vida, sin dejar lugar a que otro la
goce”37
.
36
MILHOU, Alain. Misión, represión, paternalismo e interiorización para
un balance de un siglo de evangelización en Iberoamérica (1520 – 1620).
En: BONILLA, Heraclio. Comp. Los conquistadores: 1492 y población
indígena de las Américas. Santafé de Bogotá: Tercer Mundo – FLACSO,
1992. P. 29 37
COLMENARES, G. Op. Cit. Tomo 1. P. 35
97
Para algunos oidores, el ocio y la incapacidad moralizadora del
clero en cada jurisdicción de frontera se podía comprobar en su
desinterés por hacer frente a los excesos de libres y huidos, se
negaban a excomulgarlos a pesar de incumplir con los preceptos
y mandamientos anuales de la iglesia católica, rechazaban toda
presión para que se desplazaran hasta los lugares de
ocultamiento de esas comunidades descarriadas y los
evangelizaran, y no tenían interés de reducir y concentrar en
nuevos espacios parroquiales a los conversos para que pudieran
contar de forma permanente con el “pasto espiritual” de Dios y
la justicia temporal del Rey.
Esa última actitud era la más cuestionada ya que era gracias al
interés de las autoridades gubernamentales o de los propios
libres que se conformaba las nuevas parroquias pues el clero no
tenía ningún problema en dejar morir a esas almas sin
sacramentos o un entierro digno en lugar sagrado.
A ello se aunaba la repulsión que los sacerdotes tenían por los
curatos lejanos y pobres ya que el ideal de cada uno de los
miembros del clero era hacerse de forma vitalicia con la
dignidad de cura y vicario en un curato central, rico y muy
poblado que fuese acorde con la hidalguía y los títulos
doctorales de cada presbítero. De allí el interés de los
seminaristas y los curas permutantes por conocer previamente
las condiciones ambientales, las calidades sociales y los réditos
productivos (diezmos) y tributarios (congrua anual) del
beneficio parroquial que podían llegar a tener por medio de
crónicas y relaciones eclesiásticas como las escritas por el cura
Basilio Vicente de Oviedo acerca de los curatos neogranadinos.
De acuerdo a la importancia de cada curato también se valoraba
la dignidad de su cura párroco, de allí el rechazo que expresaban
98
los curas por los curatos que existían en las cuencas de los ríos
Sogamoso y Oro – Lebrija, ya que en su mayoría pertenecían al
último estrato concebido para entonces. Es decir, por su orden
de importancia, congrua y rentas anuales estaban clasificados
como curatos de quinta clase, con lo cual, en la práctica eran
“morideros” despreciados y temidos para quienes tenían la
aspiración de llegar a mejores dignidades, lugares de castigo o
desprecio para los sacerdotes que eran sancionados y
desterrados, y ante todo, parroquias condenadas al exterminio al
hallarse en lugares remotos, despoblados, malsanos y sin
importancia gubernamental.
El interés por la rentabilidad de cada curato era esencial para
justificar la presencia y dinamismo de las instituciones
eclesiásticas en cada parroquia. A mediados del siglo XVIII la
iliquidez y poca rentabilidad del clero eran de tales proporciones
que no era extraña la poca atención e interés de los sacerdotes
por la salud moral de sus fieles a falta de un aliciente material
que estimulara una vez más el espíritu pasional que caracterizó a
la iglesia durante los dos primeros siglos de abundancia minera
y tributaria que justificaban sus provincias de evangelización.
A la pobreza de las limosnas se sumaba la conversión de las
monedas en que eran entregadas las mismas. Lo cual hacía que
de un monto bruto del 100% que recibían los curas pasaran a
obtener sólo un 80% neto porque para entonces aún en “Los
curatos no se producen plata efectiva sino de moneda de
vellón, que al reproducirla de los géneros de la tierra se pierde
la tercia parte, y de está jamás se le pagan a los curas
puntualmente los emolumentos”38
.
38
OVIEDO, B. Op. Cit. P. 11
99
Ese 80% era costumbre partirlo a su vez en cuatro partes: Una
para la iglesia y los pobres del lugar (20%); otra para pago del
compañero del cura párroco, especialmente su teniente o
sacristán como parte de los gastos y pagos de “Parientes
religiosos” (20%); otra para pagar los gastos, alimentación y
necesidades de los sacerdotes (20%); y una última (20%) para
pagar la cuarta eclesiásticas y los gastos de visita. De ésta
última, media (10%) era directamente gastada en los pobres del
lugar, con lo cual, los curas más antiguos del Reino como B.
Oviedo manifestaban que “no le quedan al párroco ni aun
guedejas al cabo del año”39
.
IV. Los parroquianos y las prácticas cotidianas. La
relación de factores existentes en el papel que jugaban libres,
blancos y curas en los problemas socioculturales por los que
pasaba el Nuevo Reino durante el siglo XVIII fueron
canalizados a través de la interacción cotidiana de esos grupos
sociales al interior de cada núcleo parroquial.
En la medida que los blancos (vecinos principales) se
desentendían de los problemas morales y productivos que traían
consigo los libres que ocupaban o se reproducían masivamente
los centros urbanos al centrar su atención en la infraestructura y
la producción de sus posesiones rurales, dejando en manos de
autoridades incompetentes los destinos de cada ciudad. De igual
modo, el clero perdía su interés por la preservación de los ritos,
valores y tareas de adoctrinamiento sociocultural que daban
distinción y realce a los linajes de cada localidad.
Ello repercutía en el incremento de las hordas de vagos, ociosos,
viciosos y criminales que se tomaban los espacios públicos
trayendo consigo la decadencia espiritual y la pobreza material a
39
Ibíd. P. 12
100
los curatos. Los cuales eran finalmente comparados y
clasificados con los feligreses, autoridades y párrocos de los
demás curatos del virreinato de acuerdo a su población,
progreso y productividad.
En una dinámica de proporciones semejantes es posible
imaginarse al curato de la ciudad de Girón durante la segunda
mitad del siglo XVIII, al cual se le clasificó entre los de
Segundo orden de importancia al no tener el lustre y esplendor
arquitectónico, económico y político de las del primer orden.
No contaba aún con algunos de los siguientes elementos:
temperamento o clima saludable; bondad, docilidad e
inclinación de los vecinos; posibilidad de vida longeva; terrenos
fértiles y costosos; alimentos y aguas oportunos y propicios;
fácil comunicación con otros curatos o con Santafé y Tunja;
gentes honradas y doctas; iglesia apropiada con buenos
ornamentos; ausencia de peligros o riesgos para los transportes;
y en especial, una renta competente y decente no menor de
1500 pesos en los países costosos y de 1200 pesos para las
tierras provistas con bastimentos baratos.
Considerando esas condiciones, el Curato de Girón no podía
llegar a estar en el primer orden porque se hallaba en tierras
cálidas cuyos transportes por tierra y agua eran peligrosos, los
blancos y libres que vivían dentro del curato eran pocos y
pobres para poder exigírseles mayores pagos o contribuciones,
las familias principales centraban sus intereses y capitales en
promover costosos litigios, competencias y permanentes
discordias, que sumado a las distancias y desabastecimientos no
permitía avaluar su renta en más de 1200 pesos anuales. Los
curatos del Pedral (o Champan) y Cañaverales al no cumplir con
ninguna de las exigencias ambientales, humanas ni productivas
sólo podían ser avaluados en al menos 300 pesos promedio de
101
renta, lo cual los ubicaba entre los temidos e indeseados curatos
de quinto orden.
Contrario a esas preocupaciones materiales por parte del
estamento encargado de garantizar la salud espiritual y la
felicidad salvadora, el virrey Messia de la Zerda (1772) en la
relación que escribió a su sucesor condenó esas preocupaciones
pecaminosas. Él planteó la necesidad de ser más riguroso el
Estado español en el cumplimiento de lo dispuesto en el
Concilio de Trento en cuanto a moralización y congregación
parroquial de cristianos cada cuatro leguas por medio de nuevas
parroquias.
De no ser así, de seguir encomendando el Estado las almas de
los cristianos a curas con inmensos territorios parroquiales cuya
única preocupación era la codicia personal antes que el
beneficio temporal y espiritual de la comunidad parroquial se
ocasionaría a los feligreses “graves daños espirituales”, como
los que ya se empezaban a vivenciar con la insubordinación y
desacato de los blancos pobres y los libres a la sacra autoridad
representada por las justicias locales al perder el “temor a Dios”
y sus representantes terrenales.
Moreno y Escandón manifestó respecto al mismo problema que
la principal tarea del clero neogranadino no podía ser otra que la
de instruir y predicar a los feligreses los dogmas de la fe en
asuntos como: “La obligación al trabajo y lo que peca el
ocioso, con otras advertencias oportunas sobre otros vicios de
costumbre, como el robo, borrachera, juego y otros, generales y
comunes, que declinan a la codicia”40
.
40
COLMENARES, G. Op. Cit. Tomo 1. P. 124, 150.
102
Acciones de coerción y descentralización. La fragmentación
de las clase social dominante entre los intereses y aspiraciones
de los blancos nobles, peninsulares, criollos y pobres (o libres),
aunado a un clero inoperante, codicioso, deslegitimado y
reducido a la caridad de las limosnas públicas para poder
subsistir no podían cambiar el panorama de devastación, atraso,
conflictos e improductividad urbana que los virreyes y
funcionarios no dejaban de reseñar en sus informes y relaciones.
Se requería ejecutar acciones de control y cambio a corto plazo,
las cuales fueron concebidas a lo largo del siglo XVIII por los
funcionarios ilustrados de toga y espada que apelando a sus
conocimientos sobre las formas ideales de la vida militar y
monástica idearon una serie de proyectos civilizadores para la
reconcentración de las expectativas productivas de los libres,
para la regulación de los excesos de los vecinos principales y la
codicia de los curas párrocos, como para la transformación de
las estructuras municipales y eclesiásticas del poder local a
partir de la gestión y control integral entre virreyes, arzobispos,
oidores y visitadores reales.
Entre esas acciones estaban: 1. La realización de censos o
padrones de población; 2. La militarización de los centros
urbanos; 3. La persecución judicial y tributaria de los ociosos,
y; 4. La reconcentración de la población sobrante o desplazada a
los centros urbanos por medio de la creación de parroquias en
los mejores sitios rurales de cada parroquia.
1. Empadronar. Para algunos virreyes y funcionarios
neogranadinos una de las medidas más importantes para
contener el incremento en el número injustificado de “libres” y
el no pago de tributos era la realización por parte de los
gobernadores y alcaldes de un padrón anual mediante el cual se
103
identificara el origen genealógico, étnico, espacial y moral de
cada uno de los de los habitantes de cada jurisdicción.
Con una medida de tales proporciones el primer resultado a
obtener no podía ser otro que la sustitución o contraste de los
datos oficiales con los datos que los curas aportaban
irregularmente por desatención, negligencia en su elaboración,
ocultamiento de información, o simplemente por la falta de
remisión a pesar de ser ello uno de sus deberes patronales. Esos
datos permitían además que la curia diocesana tuviese una idea
de las necesidades espirituales que existían en cada parroquia de
acuerdo al promedio de sacerdotes para el total de feligreses
reportados, así como la Real Hacienda podía tener una idea
aproximada de las rentas que por congrua, ceremonias rituales,
partidas y novenos de los diezmos se recaudarían sin corrupción
alguna en cada curato.
Hasta la segunda mitad del siglo XVIII, muy a pesar de las
normas y exigencias que los visitadores reales y eclesiásticos
habían hecho desde el siglo XVI a cada párroco advirtiendo
sobre la necesidad de hacer un reporte anual del padrón de sus
feligreses, aún se ignoraba cuál era el número total de habitantes
del Nuevo Reino, sus tendencias y proyecciones, así como sus
calidades, clases, fuentes de riqueza y modos de vida, etc. pues a
pesar de ser reconocidos y consignados esos datos en los libros
parroquiales aún no habían sido sistematizados. A ello se
aunaba el desconocimiento que se tenía del número de
residentes temporales, traficantes o forasteros que habitaban en
cada curato, excepto cuando morían o eran arrestados, los cuales
podían pasar anónimos o inadvertidos sobre su lugar de
residencia al no existir en la mayor parte de los poblados
numeración alguna en las casas, calles o espacios públicos.
104
Después de culminarse la elaboración de los padrones de la
Nueva Granada durante los gobiernos de los virreyes Messia de
la Zerda y Guirior se decidió adoptar el modelo urbano español
mediante el cual se dividían los centros urbanos en cuarteles y
barrios para un mayor control moral y demográfico de la
población. Para ello, en todo el virreinato se debía imitar el
modelo empleado en Santafé con el fin de contar con una forma
común de registrar, vigilar, contar y empadronar a los habitantes
urbanos manzana por manzana, barrio por barrio, por parte de
los alcaldes de barrio delegados para tal fin.
Esos Alcaldes tenían funciones policiales diurnas y nocturnas,
así como debían controlar y regular el desplazamiento o
permanecía de los forasteros y residentes temporales dentro de
la ciudad, debían recoger, detener o secuestrar a los verdaderos
pobres en hospitales u hospicios, así como tenían la obligación
de desterrar a sus parroquias de origen a todos aquellos
residentes foráneos que fuesen ociosos o vagabundos dentro de
la ciudad, especialmente los mestizos e indígenas. De tal modo,
el reordenamiento sociopolítico de cada poblado debían partir
de un riguroso reordenamiento demográfico y urbanístico cuya
primera tarea debía ser numerar “las casas, vecindario y
habitadores de todas clases, con la a jurisdicción
correspondiente para conservar la quietud bajo las reglas que se
prescriben en la instrucción, formada al intento con el fin de dar
ocupación a los vagos e indagar el número de almas, casas y
familias como corresponde al más acertado gobierno”41
.
Aunque la prudencia de esas tareas eran en teoría beneficiosas a
Dios y al Rey para Francisco Silvestre (1789) no eran en la
práctica tan convenientes ni convincentes ya que los alcaldes de
41
Ibíd. Tomo 1. P. 313
105
barrio aunque eran elegidos y pagados para cumplir con sus
obligaciones policivas y patronales no lograban cumplir a
cabalidad con todo aquello que se requería: “pues aunque no
hay casa que no esté mandada, como no hay cuidado y
constancia en velar sobre los que lo han de cumplir, en breve se
abandona todo y se olvida, y es causa de la relajación”42
.
El cumplimiento de esas disposiciones en la cuenca del río de
Oro ocurrió a cabalidad en Girón por ser su principal ciudad.
Para ello, la ciudad fue dividida en dos barrios, uno al oriente
conformado por las manzanas del “Hoyo” y la Plaza Mayor, y
otro al occidente conformado por las manzanas circundantes a
las Plazuelas de las Nieves y del Humilladero (hoy Peralta), los
cuales estaban divididos y limitados por la calle real para
señalar sus límites de oriente a occidente y por la quebrada de
las Nieves para precisar los límites de norte a sur.
Cada barrio de Girón contó un alcalde elegido por el cabildo,
que en asocio a los demás regidores realizaban visitas a los
domicilios familiares para empadronar a sus residentes como
para exigir el cumplimiento de las disposiciones de aseo, ornato
y policía, practicaban inspecciones diurnas a las tiendas y demás
establecimientos comerciales, en la noche hacían rondas para
prevenir actos inmorales, robos nocturnos, escándalos públicos,
etc., así como de forma permanente estaban prestos a ayudar a
administrar justicia y apoyo a los alcaldes ordinarios cuando
fuese necesario. En el sector rural (sitios) o parroquial esas
mismas funciones eran desempeñadas por el alcalde de la Santa
Hermandad o provincial.
Las manzanas de cada uno de los barrios, a pesar de estar
separadas por una quebrada a ambos lados del camino real,
42
Ibíd. Tomo 2. P. 62
106
fueron intercomunicadas gracias a puentes de medio punto,
hechos con calicanto y ladrillo, que contribuyeron
posteriormente a la modificación de los patrones tradicionales
de asentamiento caracterizados por la construcción de las
viviendas de los vecinos principales en las manzanas
occidentales en torno al marco de las plazas mayor y las
plazuelas del humilladero y de las Nieves, las de los vecinos
criollos, pobres o libres en el ejido (alto de San Enrique), el
hoyo y los extremos del barrio oriental, mientras que los
mendigos y forasteros se asentaron temporalmente en los
hostales ubicados junto a los caminos reales o en los arrabales
de la ciudad. Entre esas modificaciones son de resaltar a inicios
del siglo XIX la construcción de asentamientos urbanos fuera
del espacio original de fundación y de demarcación de los
barrios como fueron los barrios de las Nieves, el Hoyo, la Mina,
e incluso, la Quebrada Soracá.
2. Militarizar. Fue el mismo virrey Messia de la Zerda,
uno de los más influyentes e innovadores gobernantes
ilustrados del siglo XVIII, quien propuso el segundo remedio
que fue implementado en la Nueva Granada para acabar con los
males urbanísticos, productivos, morales y sociopolíticos del
virreinato al recomendar la imposición del control y la
obediencia a la policía urbana por medio de cuerpos de
represión y fuerza armada presididos por cuerpos de milicias
provinciales a falta de soldados profesionales o de veteranos en
cada ciudad. Para ello se requería contar previamente con un
padrón especial mediante el cual fueran identificados los
varones capaces de combatir y hacer uso de las armas en
nombre del Rey, en cada vecindario.
De ser posible que todas las decisiones ejecutivas fuesen
inspiradas y cumplidas a través de la mediación que
107
representaban la intimidación, persecución, represión y acciones
judiciales que el Estado en nombre de la paz y la seguridad
militar ofrecía a los ciudadanos de cada república, se lograría
regular la inmoralidad e improductividad de las castas urbanas
al reorientar sus expectativas y lealtades en función de las
instituciones reales, así como para prevenir o exterminar toda
forma de sublevación o terrorismo protagonizado por los
enemigos internos o ribereños (indios, cimarrones, criminales
forajidos, etc.) y externos o costeros del Estado (piratas,
contrabandistas, herejes, etc.).
Se esperaba a corto plazo que cada vecindario compartiera un
imaginario común, se recuperara la obediencia y el respeto de
la población a sus gobernantes, y en especial, cada autoridad
(civil o eclesiástica) no tendría que dejar de castigar para
preservar su seguridad personal o el “decoro de la dignidad y de
la justicia” ante la desobediencia particular, familiar o
comunal, así como no estarían coartadas a tener que
“contemporizar con el tiempo, genio de los habitadores y demás
ocurrentes circunstancias43
.
Para ello, era necesario numerar, arreglar e instruir a gran parte
de los varones de un vecindario, de acuerdo a su dignidad y
experiencia, en aspectos específicos de la vida militar como
eran: el manejo de las armas disponibles, la disciplina militar, la
obediencia jerárquica, y el conocimiento de la legislación militar
española. Sólo con nuevas formas de conquista o sometimiento
militar de los nativos de cada provincia se garantizaría el
dominio de los peninsulares sobre los criollos y las castas. De
allí que el virrey fuese explícito en su propuesta paramilitar al
manifestar al insistir en:
43
Ibíd. Tomo 1. P. 249
108
…la más acrisolada política para arreglar las provincias
y conciliar el respeto, de modo que logren su puntual
observancia las providencias, pues faltando el freno y
las fuerzas de las armas para reprimir y castigar a los
inobedientes, no quedan al superior otros arbitrios que
los de la mañosidad y prudencia para que no se le falte al
decoro en un reino donde por la mayor parte el libre
arbitrio y voluntario querer de los súbditos, es el único
apoyo a la obediencia, por la distancia de los lugares,
fragosidad de los caminos, fácil recurso a los desiertos,
falta deshonor y bienes, cuya perdida pudiera servirles
de obstáculo a su precipitación44
.
A falta de intereses espirituales y materiales que motivaran a los
individuos a defender a su Reino de los males internos y
externos se requerían renovar las manifestaciones ideológicas de
los miedos escatológicos monopolizados a través de los rituales
de paso por las autoridades eclesiásticas. También se debían
hacer demostraciones ejemplarizantes de los miedos corporales
monopolizados por las autoridades civiles a través del uso
monopólico de la fuerza fundada en las armas y las jerarquías
militares. De allí la insistencia en contar con cuerpos milicias ya
que con ellas:
…se consigue fácilmente la numeración de casi todos
los habitantes del Reino con exacta distinción de los
lugares, sus ocupaciones, fondo y modo de vivir; a que
es correlativa la mayor sujeción por la obediencia que
inspiran las leyes militares a sus respectivos jefes,
excitándoles al mismo tiempo pundonor y decoro aquel
honroso ejercicio y la sociedad y trato con los demás,
44
Ibíd. P. 248
109
dando todo esto ocasión a qué siendo más conocidos los
sujetos, sean menores sus delitos y más fácil su
indagación y castigo con los que delinquieren, de que
resultan muchos a favorables efectos a la república,
buen gobierno y administración de justicia, como que la
división de departamentos, y su respectiva dependencia
a los respectivos jefes, franquean arbitrios a todas estas
comodidades45
.
Las implicaciones de un proyecto de dimensiones tan
importantes para un virreinato en permanente amenaza fueron
reconsideradas por el virrey M. Flórez al experimentar durante
su gobierno un permanente clima de inseguridad por los
ataques e insurrecciones internas y los sitios o invasiones
extranjeras. Las milicias se constituyeron en instrumentos
policivos necesarios para garantizar el control provincial por
parte de los gobernadores mientras el virrey permanecía en
Cartagena defendiendo la plaza de ingreso al Reino, de allí que
su conformación y conservación fuesen consideradas
imprescindibles para dar a “conocer la subordinación militar a
los paisanos y que sirviesen de sostén a la justicia,
especialmente en el que se trataba del general arreglo de la Real
Hacienda”46
.
Con la muerte de Flórez y el fin de la guerra con los ingleses, las
milicias fueron prohibidas y desarmadas por el Arzobispo –
virrey Antonio Caballero y Góngora desde su llegada al Reino
(Real Orden del 13 de febrero 1778) al contar con un cuerpo de
militares reales que se consideraban suficientes para mantener el
orden y la seguridad internas. Con la crisis policial provocada
45
Ibíd. 46
Ibíd. P. 300
110
por los alzamientos, ataques, asesinatos y ataques terroristas de
los comuneros del Socorro, y específicamente por los
bandoleros dirigidos por J. A. Galán después del
incumplimiento de las Capitulaciones y amnistías pactadas en
Zipaquirá, renació la necesidad interna de conformar cuerpos
armados locales y provinciales para enfrentar esa nueva
amenaza virreinal.
En la relación hecha a su sucesor de su gobierno el Arzobispo
justificó la determinación ilegal que había tomado en su
momento al expresarle que:
Antiguamente se hallaban las fuerzas reconcentradas en
las plazas marítimas, cuando la policía de las
provincias interiores, la administración de justicia y la
autoridad de los ministros del Rey descansaban en la
fidelidad de los pueblos. Pero perdida una vez la
inestable inocencia original, necesitó el Gobierno y
desearon los fieles vasallos (A que finalmente lo vieron
ser todos) el establecimiento de cuerpos militares para
perpetuar el orden y la tranquilidad conseguidos47
.
Esas razones de Estado durante momentos de crisis y temor
colectivo fueron descalificadas a su vez por los virreyes
sucesores del Arzobispo. Gil y Lemos (1789) manifestó
abiertamente su rechazo a prolongar la existencia de las
milicias en las provincias con criollos ilustrados y libres
armados por la inseguridad que ellas en sí mismas provocaban
para el dominio real de los peninsulares pues: “vivir armados
entre semejante gente, fortificar la capital y conservarse en un
continuo estado de guerra es enseñarles lo que no saben, es
hacerles que piensen en lo que de otro modo jamás imaginaban;
47
Ibíd. P. 436
111
es ponerles en la precisión de medir sus fuerzas y en la ocasión
de que se sirvan de los recursos que les pueda presentar
favorables la comparación48
.
A pesar de esas políticas restrictivas, gracias a los cuerpos de
milicias de Girón cada una de las familias principales había
podido hacer efectivos los mecanismos de control y distinción
socio-cultural, económica y político-administrativa que
regulaban la convivencia en esa provincia. Siendo esos mismos
vecinos en su condición de capitanes, sargentos y cabos de
hueste quienes desde la reubicación final de la ciudad (1638)
habían organizado jerárquicamente cada una de las fuerzas que
garantizaban la ejecución de las estrategias de seguridad militar
adoptadas para la protección interna y externa de la provincia,
especialmente de los viajeros, los transportadores, los mineros y
los hacendados.
Medidas de protección de las fronteras y sitios de ingreso al
Reino, a las cuales se sumaron el nombramiento de
gobernadores (peninsulares o vecinales) con conocimientos
militares (por formación o afición) por parte de los virreyes.
Sus funciones eran garantizar la seguridad en los puertos, reales
de minas y rutas fluviales de su jurisdicción, siendo auxiliados
por vecinos con reconocimientos o nombramientos militares
efectivos como alférez, sargentos mayores o capitanes de las
compañías que componían las milicias, a quienes se adjudicó
funciones y títulos permanentes en tiempos de paz como de
guerra.
Esa predisposición de los vecinos de la cuenca del río de Oro al
auxilio militar del Estado fue evidenciada en testimonios hechos
48
Ibíd. Tomo 2. P. 23
112
por gobernadores de la Provincia como Don Francisco Baraya y
la Campa (1759) quien informó explícitamente al virrey:
No hay fortaleza, presidio, tropa ni oficiales en esta
ciudad. Hay dos compañías de milicianos españoles; sus
capitanes el alguacil mayor, Don Salvador Navarro y el
regidor Don José Valdivieso, el primero lo es por título
despachado el 5 de marzo de 1738… El segundo, dice
fue nombrado por uno de mis antecesores, Don José
Camacho, cuyo título dice se le perdió. Don Francisco
Benítez, tiene el empleo de Sargento Mayor y también
dice se le perdió el título, no gozaban sueldo alguno49
.
El momento más crítico para la organización,
aprovisionamiento, definición estratégica y combate armado
para las milicias gironesas ocurrió en mayo de 1781 al ser
amenazada la provincia, y específicamente su leal y realista
ciudad capital, por una contundente invasión de comuneros
socorranos reforzados y guiados por vecinos (peninsulares y
criollos ilustrados) y funcionarios insurgentes de la parroquia
del Piedecuesta, su más conocida rival socio-cultural y político-
administrativa. El miedo colectivo a los asesinatos, robos,
violaciones y agravios (espirituales y materiales) a la honra y
dignidad de las principales familias, motivaron a los vecinos
principales encabezados por los regidores del Cabildos a
convocar y a organizar a los habitantes varones de la ciudad en
las dos tradicionales compañías de caballeros distinguidos
(Blancos españoles y criollos descendientes de españoles), una
de infantería compuesta por 56 efectivos y otra de caballería
formada por 30 caballeros armados.
49
GUERRERO, A y GUTIÉRREZ, J. Op. Cit. P. 96
113
Para apoyar el accionar militar de esos “hidalgos” fue necesario
imponer reclutamientos forzosos para los demás varones de la
ciudad. Finalmente fueron conformadas otras seis compañías de
infantes integradas étnicamente así: dos compañías con los
pardos (o mulatos) de la ciudad, una de libres compuesta por
24 vecinos honorables, una de indios requinteros compuesta
por 16 nativos a quienes se les prometió la exoneración
temporal en el pago de sus tributos a cambio de su lealtad y
bravura durante el combate, otra de mestizos reconocidos como
tal cuyo número total era de 60 milicianos, y finalmente, una
“especial” de blancos conformada por todos aquellos criollos y
libres que se consideraban de “mejor lustre” que los mestizos y
los blancos pobres pero que no podían ser considerados
caballeros.
Cada una de esas compañías contaban con capitanes, funciones
y ubicaciones tácticas específicas dentro y fuera de la plaza
mayor, armas y formas de combate de acuerdo con su dignidad
o casta y una convicción común de heroísmo y lealtad realistas
al ofrecer sin restricciones “sus personas, vidas haciendas a
cuanto conduzca al servicio de nuestro católico Rey y
conservador en su fiel vasallaje esta enunciada ciudad”50
.
Esas formas de control y jerarquía socio – política entre los
varones gironeses para hacer frente a los peligros colectivos
dejaban entrever una vez más la conflictiva desconfianza,
rivalidad e ideal de superioridad racial entre blancos españoles y
los blancos criollos, blancos libres (o pobres), mestizos, pardos,
indios, esclavos, etc., las cuales se canalizaron en múltiples
formas de intolerancia y criminalidad durante las diferentes
etapas del conflicto emancipador, independentista, patriota y
50
Ibíd. P. 105 - 116
114
libertador (1810 – 1819) que bajo apariencias ideológicas como
la lucha por la república liberadora o la monarquía conservadora
de los condicionamientos e imaginarios del “pueblo”, llevó en la
práctica al enfrentamiento de las nuevas generaciones ilustradas
de “vasallos y súbditos” americanos contra las viejas
generaciones absolutistas de “caballeros e hidalgos” españoles.
Desconfianzas y rivalidades que en el período comprendido
entre las rebeliones y capitulaciones comuneras y las
revoluciones y constituciones provinciales había sido orientada
e impulsada por los criollos hacia el enfrentamiento físico y la
conspiración bélica como consecuencia de la plena
implementación de las reformas borbónicas, lo cual propició:
1. La oposición de los neogranadinos a los privilegios y
concesiones empresariales otorgados por el Estado a los
forasteros;
2. La exigencia de igual trato y distribución burocrática
entre criollos y peninsulares;
3. Una actitud radical e intolerante por parte de los
vecinos nativos de cada provincia ante los forasteros,
especialmente los funcionarios o autoridades estatales
concebidos o menospreciados como personas ineptas,
opresoras, represores o explotadoras;
4. La inseguridad y debilidad del Estado imperial para
poder gobernar e imponer sus decisiones reales sin tener
en cuenta el respaldo y aceptación de las elites locales
representadas en los cabildos, y;
5. La incapacidad de los funcionarios reales para ganar
respeto, legitimidad y obediencia de las nuevas
115
generaciones de criollos, libres y demás castas sin tener
que apelar a mecanismos de coerción como la represión
militar o judicial de las milicias, los frecuentes y
minuciosos empadronamientos, la presencia mayoritaria
de los peninsulares en los cargos civiles, eclesiásticos y
militares, así como el encarcelamiento o destierro de los
librepensadores, rebeldes, insurgentes o revolucionarios
que de palabra u obra cuestionaban las políticas
retrogradas y absolutistas del Estado metropolitano.
La discriminación y el maltrato que los neogranadinos habían
padecido en todos los espacios sociales y a través de todas las
formas posibles de exclusión llevó finalmente al “pueblo”
representado por los criollos a renunciar a la protección de la
madre patria, a la tutela civilizadora del padre rey y, a la
condición de hermanos segundones o desclasados para pasar a
ser simbólicamente ciudadanos de “primera” clase de acuerdo a
los preceptos republicanos europeos y las promesas de una
próspera vida democrática (proanglosajona). Vida regida por
leyes ‘republicanas’, ejecuciones públicas y acciones judiciales
basadas en normas autorizadas por los representantes
provinciales del interés común.
Esos ideólogos, precursores del cambio, fueron considerados
por el régimen virreinal durante las últimas décadas del siglo
XVIII como personas peligrosas y de poca confianza para el
Estado, lo cual no era pensable ni esperado de la fiel “casta” de
españoles europeos de quienes se confiaba continuarían siendo
fieles a sus expresiones de “afecto nacional, relaciones de
116
parentesco en la patria, y por muchas razones de interés propio,
la más adicta a mantener la soberanía del Rey nuestro señor”51
.
3. Trabajar. Siendo uno de los próceres e ideólogos
ilustrados del proyecto republicano neogranadino, el “sabio”
payanés Francisco José de Caldas no dejó de hacer parte del
régimen virreinal ni de la estructura institucional en la cual se
inscribía la real Expedición Botánica de la que hacía parte.
Apelando a su condición de científico criollo inconforme con las
condiciones de progreso del virreinato publicó en 1809 un
“Estudio sobre las razas en el Nuevo Reino de Granada”,
mediante el cual divulgó sus observaciones naturales y sus
reflexiones culturales acerca de de las políticas ilustradas,
públicas y privadas, a las que debían recurrir las elites
(peninsulares y criollas) para remediar por la vía de la coerción
todos los males socioculturales y las causas del atraso político –
económico que había traído consigo la improductiva ociosidad
de la creciente población de “libres”. Grupo interracial en el
cual se asumían como iguales por su despreciable condición a
los blancos libres y pobres, los indios huidos y todos aquellos
“mestizos” o de “varios colores” que se habían desplazado y
congregado en los centros urbanos, donde eran reconocidos
principalmente por “la flojera y holgazanería que casi hace
despreciable su trabajo, siempre los tiene reducidos a la mayor
miseria”52
.
Caldas, al igual que los virreyes y demás funcionarios
virreinales, tenía claro que los libres eran flojos y holgazanes
51
TOVAR, Hermes. Convocatoria al poder del número. Santafé de Bogotá:
Archivo General de la Nación, 1994. Pág. 28 - 29 52
Citado por HERRAN B, Mario. El virrey Don Antonio Amar y Borbón.
Bogotá: Banco de la República, 1988. P. 160
117
culturales, más no naturales, ya que en sus vidas no tenían
aspiraciones ni preocupaciones materiales al no contar con
bienes ni propiedades de ningún tipo ni tampoco con
obligaciones o ataduras espirituales al no testar, fundar
capellanías, administrar obras pías ni pertenecer a hermandades
o agremiaciones. Todo lo cual los hacía un grupo humano
trashumante que vagaba de parroquia en parroquia y de feria en
feria buscando subsistir de las limosnas públicas, los vicios
privados, los desperdicios mercantiles y los despilfarros
mundanales. Violaban así todos los preceptos morales y las
actitudes sociales que regían el imaginario colectivo de los
neogranadinos, en especial, las prohibiciones acerca del ocio y
la vagancia condenadas desde entonces (y hasta bien entrado el
siglo XX) como delito legal y pecado mortal por las
instituciones civiles y eclesiásticas del Estado.
Así mismo, era considerado un grupo humano que al no tener
identidad ni pertenencia con nada ni nadie tendían a constituirse
en seres sin Dios ni Rey. Conductas que degeneraban en el
incremento de delincuentes, mendigos, vagabundos y enfermos
contagiosos que hacían presencia en las calles, edificios, puentes
o caminos públicos, cuya consecuencia era el temor de las
autoridades a enfrentarlos con contundencia al temer por sus
seguridad personal o familiar, así como el incremento en el
número de escoltas y guardias armados financiados o
contratados por los empresarios y viajeros al necesitar
transportar sus capitales y mercancías sin temor a perder sus
vidas, bienes y propiedades.
Las autoridades virreinales además de ordenar la realización de
acciones restrictivas como las de empadronar, reclutar y buscar
opciones productivas para ocupar a los “libres” en hospicios,
escuelas y talleres artesanales, optaron por dar año tras año más
118
atribuciones a los gobernadores y cabildos para que pudieran: 1.
Castigarlos con la adjudicación de trabajos en obras u oficios
públicos después de transgredir las contravenciones policivas o
ser insensibles a las penas de cárcel; 2. Infringirles castigos
públicos y ejemplarizantes en el palo de justicia (rollo) o los
grillos en la cárcel del vecindario; 3. Amenazarlos con la pena
deshonrosa del destierro individual sin poder llevar consigo a
sus familias ni enseres de uso personal en caso de negarse a
cambiar sus hábitos y costumbres, y; 4. Empadronarlos como
vecinos y feligreses para poder obligarlos a pagar los diezmos y
limosnas eclesiásticas así como los impuestos y contribuciones
municipales con los frutos de sus trabajos.
Esa última medida fue apoyada y respaldada plenamente por el
virrey Antonio Amar y Borbón (1805) al decretar: “con
respecto a los mestizos ociosos y vagabundos ordenen los
municipales el remedio de estos males del mismo modo que
con los españoles que fuesen de igual vida, sin que por eso sean
obligados al tributo sea que como era el motivo más oportuno
para obligarlos a trabajar”53
.
En la cuenca del río del Oro los efectos de esas disposiciones
estuvieron asociadas con el maltrato judicial ejercido contra las
gentes blancas y de varios colores consideradas “vagabundas”.
En el mejor de los casos, quienes habían sido desplazados de sus
trabajos u ocupaciones campesinas fueron reubicados
laboralmente en el campo como arrendados, jornaleros, peones,
etc. o en la cuidad como mayordomos, criados, empleados, etc.
Los niños mendigos o huérfanos fueron encomendados a los
artesanos para su crianza e instrucción en trabajos útiles. Los
mendigos enfermos o desamparados fueron concentrados en
53
Ibíd. P. 153
119
hospitales de caridad u hospicios y los párvulos huérfanos (o
expósitos) fueron dados en adopción a las personas o las
familias privilegiadas que así lo querían.
Quienes desearon permanecer dentro de los centros urbanos
fueron condicionados a pagar cumplidamente sus contribuciones
de diezmo y congrua para sostener la permanencia de su cura
párroco, se comprometieron a hacer aportes especiales para la
Corona, obras públicas o fiestas locales, así como pagaron en su
nombre o el de sus familias todas las diligencias judiciales,
protocolos notariales o servicios sacramentales que solicitaban y
recibían, renunciando así a la pretendida condición de “Pobres
de toda solemnidad” otorgada sólo a las familias de los vecinos
principales y pudientes caídas en desgracia. Otros, por el
contrario, fueron desterrados a territorios malsanos de
colonización o enviados a las galeras de Cartagena al ser
reincidentes en sus delitos y pecados propios de su vida
‘vagamunda’. Así mismo, los forasteros y desconocidos fueron
obligados a regresar a sus parroquias, provincias o “países” de
origen bajo amenaza de penas y multas convertibles en trabajos
públicos.
Las gentes más útiles y capaces fueron obligados a desplazarse a
las parroquias abandonadas en las riberas de los ríos Sogamoso
y Lebrija para repoblarlas y hacerlas una vez más productivas, e
incluso, se otorgaron perdones judiciales, se asignación tierras y
solares con títulos, se garantizó la exención temporal de
contribuciones, tributos y donaciones, y se incorporaron a
nuevas hermandades o agremiaciones a todos aquellos que
aceptaron con sus familias ser reubicados en los sitios de cada
provincia en donde las autoridades virreinales autorizaron la
erección de más y mejores parroquias “modernas”. Todo ello
con el fin de descongestionar las ciudades, hacer más
120
productivos los territorios rurales, regular de forma sacramental
la demografía local y garantizar el pasto espiritual para las
familias que habitaban en esos sitios desde muchos años antes.
4. Parroquializar. Esa concentración de los grupos
humanos sin un orden moral y cultural específicos se constituyó
en la medida más exitosa y efectiva que adoptó el Estado
español en todos sus reinos para regular el crecimiento
demográfico y propiciar el mejoramiento productivo del
virreinato.
Los individuos debían someterse a vivir en casas ubicadas
dentro un centro urbano regulado por las autoridades y justicias
estatales, las prácticas y ritos sacramentales debían ser
realizados de forma permanente y exclusiva en el templo
parroquial, cada familia estaba incorporada a dinámicas de
convivencia e integración social al pasar a ser parte de una
comunidad de feligreses, las acciones y razones de cada ser
antes de nacer y después de morir fueron reguladas y dirigidas
por un cura párroco como el pastor de sus cuerpos y de sus
almas, y en especial, cada uno de los parroquianos adoptaba
patrones de conducta y afectividad para con el territorio o la
comunidad de la que hacían parte (“patria”) lo cual les llevaba a
manifestar públicamente los lazos de identidad con la parroquia,
la ciudad, la provincia, etc., a los cuales en adelante pertenecían.
Ninguna de las acciones emprendidas por las autoridades
españolas hubiese tenido los éxitos que alcanzó en las
provincias de Girón y el oriente de la de Pamplona si en ambas
sus habitantes no hubiesen compartido una realidad geohistórica
común como eran las riquezas y potencialidades productivas
que estaban asociadas con esa cuenca. Realizar padrones,
conformar milicias, reubicar ociosos o erigir nuevas parroquias
121
a través de procesos de enclave, autogestión, repoblamiento y
modernización no hubiesen sido eficaces de no estar
encaminadas a un propósito común como era la ocupación y
“modernización” productiva de la cuenca de ese río desde su
formación en los páramos pamploneses hasta su desembocadura
en el Magdalena medio gironés.
1.4 EMPRESARIOS REVOLUCIONARIOS. ILUSTRACCIÓN
Y DESCENTRALIZACIÓN PARROQUIAL
De todas las medidas extremas y coercionantes de la población
por el régimen virreinal y vicepatronal la más efectiva, práctica,
inmediata y generalizada que justificó todo el rodeo y
particulares sociopolíticas del siglo XVIII fue el proceso de
parroquialización, reducción o repoblamiento de centros
urbanos que a lo largo del siglo se constituyó en preocupación
primordial de los virreyes, sustentados en las disposiciones del
Concilio de Trento y haciendo uso de su poder patronal.
Decisión centralizada que no tuvo en cuenta la razones de
oposición y rechazo esgrimidas por los cabildos y curas que se
negaban a aceptar la desmembración de sus feligresías o su
jurisdicción municipal, y consigo, la reducción de las rentas, la
pobreza de la contribuciones y la pérdida de la unidad provincial
al enfrentarse los partidarios y opositores a cada erección
parroquial.
El argumento inapelable de los virreyes para disuadir a los curas
y feligresías opositoras fue la limitación jurisdiccional de cada
curato a cada cuatro leguas por el Concilio de Trento (Sesión
XXI). Cada párroco tenía un límite territorial para llevar los
sacramentos y dar asistencia pastoral a los fieles asentados en
122
los sitios cercanos a su templo parroquial, no siendo su
responsabilidad las almas distantes acorde a lo dispuesto en la
Real Cédula del 18 de octubre de 176454
, con su antecedente en
la Cédula del 13 de febrero de 1541 y sucesivas.
El proceso de parroquialización de la provincia y gobernación
de Girón partió de un núcleo urbano que dependía de la
producción de precarios abastos producidos en el territorio,
especialmente monocultivos como el cacao, el azúcar de las
cañas y el tabaco de monopolio Real, así como la adecuación de
potreros para vacunos, equinos y caprinos.
Mientras en los grandes núcleos urbanos del Reino (Cartagena,
Santa Marta, Mompóx, Santafé, Tunja, Popayán, etc.) existía
más de una parroquia, en la ciudad de Girón ello no aconteció
hasta mediados del siglo XVIII al no contarse allí con factores
como eran:
Abundancia de blancos y población tributante.
Abundancia y diversidad de riquezas e ingresos que
garantizaban el pago de una nueva congrua y constitución
parroquial.
Presencia y servicio de comunidades o hermandades
religiosas.
Sobrecarga laboral del cura con la población urbana,
pudiendo incluso llegar a atender sus feligreses más
apartados.
54
SALCEDO, Jaime. Urbanismo Hispano-Américano. Siglos XVI, XVII,
XVIII. Santafé; CEJA, 1994. P.150
123
Intereses económicos de los linajes locales residentes en sus
estancias al optar por erigir y mantener un espacio religioso
propio, al cual pudieran acceder cómodamente y sin riesgos
ambientales.
La existencia de una población rural desatendida en su
“pasto espiritual”, dispuesta a agregarse a la parroquia rural
más cercana y ‘moderna’ al culminarse la construcción u
ornamentación de su templo principal.
Cofradías particularmente y no prescindibles para la
sustracción de las existentes en la parroquia principal.
Una estructura y marcada división urbana por espacios
(barrios y cuarteles), diferencias étnicas (barrios de indios,
de castas, de libres de vecinos), oficios y clientelas o
servicios jurisdiccionales para las comunidades religiosas
existentes.
Existencia de varios núcleos de mercadeo, servicio
sacramental o sepulcral. Al existir solo una plaza de
mercadeo, un templo y un cementerio era inevitable la
dependencia, identidad y conformidad con una única
parroquia existente.
La ciudad de Girón contaba con un espacio urbano creciente y
estéticamente conforme a su título, una organización política y
administrativa específica y propia a través de un gobernador y
Cabildo, un espacio jurisdiccional y unas relaciones
socioeconómicas autónomas y en proceso de expansión. Ese
espacio, en función de criterios demográficos de orden
cuantitativo propios del antiguo régimen, era más rural que
urbano al no cumplir con cuatro criterios básicos como eran:
“Una población mayor de 10000 habitantes, una alta densidad
124
poblacional, una baja proporción de la población dedicada a la
agricultura y una estructura poblacional suficientemente
diversificada”55
.
Parroquialización por reducción [fronteras y enclaves]. Para
el presidente Antonio Manso las políticas de pacificación y
reducción del siglo XVII habían demostrado la conveniencia de
regular la vida moral de la población de libres, cimarrones,
indios huidos, e incluso los bélicos Chimilas, Guajiros, Carares
y Yarigüíes, quienes no tenían pasto espiritual y morían
condenados al no recibir los santos sacramentos ni ser
enterrados en lugares sagrados cristianos.
Sus nuevos pueblos debían ser reducidos y agrupados en puntos
concéntricos, con casas en torno a una plaza y con calles tiradas
a cordel desde la iglesia parroquial. Para ello, se recomendó
medidas extremas como quemar las casas y bienes de los huidos
en medio de los bosques para obligarlos a desplazarse hasta los
nuevos asentamientos urbanos o hacer llevar por la fuerza a
quienes no quisiesen someterse y agruparse como la tradición
hispanocristiana mandaba para una mayor seguridad y orden,
civil como espiritual.
Estando allí debía dárseles igual trato que al resto de
parroquianos al contar con justicia y cárcel, cura e iglesia
permanente, así como debían tener acceso a tierras comunales y
particulares para su usufructo. De tal modo, pasaban a ser
vecindarios empadronables y productivos que daban apoyo,
55
Criterios tomados del historiador Jan de Vrie (1982) autor de “La
urbanización de Europa 1500 – 1800. Barcelona: Critica, 1987) y citados
por Juan Javier pescador en su obra “De bautizados a fieles
difuntos…”(1992) p. 128.
125
seguridad y descanso a los viajeros, facilitaban el almacenaje y
comercio interregional, ampliaban los puntos de expansión
agrícola de la jurisdicción, y permitían adecuar improvisados
puntos de seguridad y fortificación en caso de penetración de
extranjeros hacia el interior del reino, etc., pues la mayoría de
las nuevas poblaciones en tierra de frontera estaban ubicados
estratégicamente sobre las desembocaduras o riberas de las
principales vías fluviales del interior en el río grande de la
Magdalena, y éste a su vez con los puertos costeros56
.
La reconcentración de las gentes ociosas y vagabundas en los
nuevos poblados de frontera hacia parte de la acostumbrada
estrategia hispana de expulsar y desterrar a los individuos
contrarios al orden local o que causaban temor, incomodidad o
aborrecimiento violento para las demás castas. Una práctica que
desde la expulsión de judíos y moros de los Reinos cristianos en
1492 les era cristianamente aprobado, enviando a los
desplazados socioculturales a espacios con mayores condiciones
y posibilidades de muerte, para lo cual eran vigilados y
controlados por los vecinos privilegiados que con que con
ellos eran concentrados.
Los grupos de pobladores irregulares forzados a vivir en
cristiandad fueron complementados y mezclados con los grupos
de blancos y libres ociosos asentados en pequeños núcleos
urbanos o la de vecinos principales esparcidos en distantes sitios
rurales al ocuparse directamente de “entablar” sus estancias.
Con lo cual, la imposibilidad de un control estatal efectivo sobre
la minoría poblacional que lograba asentarse de forma
permanente hizo inevitable su despoblamiento o el desenfreno
moral con que subsistían los mismos al convertirse en “cueva y
56
COLMENARES. Op.cit. T.2. P. 147-148
126
asilo de mal hecho y retiro de hombres facinerosos, que no de
gente política y vasallos de su majestad”57
. Atributos con los
cuales el Cabildo de Pamplona despreciaba la existencia de la
Villa Rica de los Cañaverales fundada por los vecinos de Girón
(1639).
La necesidad de congregar y regular la vida moral de los
vecinos principales y comunes que se internaban en las tierras
malsanas a orillas de los ríos Sogamoso, Cañaverales (Lebrija) y
Magdalena conllevó al uso del modelo de poblamiento por
reducción que habían implementado los virreyes en el bajo
Magdalena. De allí el poblamiento y erección de parroquias
como la del señor San Josef de Buenavista del Pedral (o
champán) (1731,1770) y San Roque de los Cañaverales
(1639,1760,1774) en la jurisdicción de Girón, al constituirse en
puertos del almacenaje, paso, salida y entrada al reino a través
de Girón, Zapatoca, Pamplona u Ocaña, aunque la mayoría de
sus pobladores permanecían la mayor parte del año en sus
fundos cultivando cacao, extrayendo materias primas o criando
ganados.
La parroquia del Pedral estuvo ubicada en la ribera del río
Sogamoso, a dos días de mula y canoa desde Girón; Cañaverales
se ubicó en la ribera del río de Oro (Cañaverales o Lebrija) a 3
días de mula y canoa. Esas parroquias por sus condiciones
ambientales malsanas, las dificultades para cubrir la distancia de
viaje y especialmente por la decadencia de las haciendas
cacaoteras que las sustentaban fueron por lo general curatos
despreciados y de último grado en donde los muertos eran
enterados sin sacramentos, los enfermos más graves eran
57
MARTÍNEZ, Armando y GUERRERO, Amado. La Provincia de Soto:
Orígenes de sus poblamientos urbanos. Bucaramanga: Escuela de Historia
UIS, 1995.
127
llevados a morir a la parroquia con cura más cercano, y en el
mejor de los casos y posibilidades económicas se logró el
traslado de los moribundos hasta la natal Girón. En caso
contrario, se optó por llevar los cadáveres putrefactos ante el
cura más cercano para lograr su inhumación o segundo entierro
recibiendo los santos sacramentos.
Esas parroquias fueron tan temidas por la pobreza, soledad y
barbarie con la que se vivía que el experimentado B. V de
Oviedo alertó al resto de curas de los peligros que se corrían allí
diciendo: ¿”Quién se irá allí sin cura a vivir y a morir como
una bestia?”58
. Servir en tales lugares se concebía como un
castigo o destierro para los curas menos doctos antes que un
servicio misional de sacrificio para con Dios y los fieles. A
finales del siglo XVIII por su despoblación, iglesia en ruinas y
falta de cura, esas “parroquias” solo eran consideradas como
puertos o sitios de paso y embarque para los viajeros entre la
costa y el Reino.
No obstante, para los Gironeses la existencia de parroquias y/o
puertos en dichos lugares era imprescindible para garantizar la
existencia misma de la ciudad y su gobernación. De allí que por
petición a los virreyes como gobernantes directos de la misma,
aunado al interés de los parroquianos más prósperos de dichos
lugares (haciendas, transportes o comerciantes) en financiar las
congruas, en repetidas ocasiones se repoblaron y mantuvo cura
o teniente de cura. Un procedimiento inevitable para un Estado
evangelizador y colonizador pues como reconocía el virrey
Messia de la Zerda: “Con el establecimiento de los curas se
adelanta la sociedad y población como por experiencia se ha
visto en muchas nuevas parroquias, que sean erigido,
58
OVIEDO, V. Op. cit. P. 184
128
desmembrando algunos curatos demasiadamente vastos en su
terreno y números en su vecindario”59
.
Esas parroquias distantes eran concebidas como espacios de
“frontera” donde era constante el desplazamiento poblacional y
la ocupación de baldíos por imposición o autogestión de los
vecinos. Una tendencia recurrente que había conllevado a que
Vélez surgiera por la expansión poblacional de algunos vecinos
de Santa Marta y Santafé, (S. XVI) Girón surgió como núcleo
fronterizo y fortificado de la ciudad de Vélez (S. XVII), y
posteriormente sus parroquias sirvieron de núcleos fronterizos,
urbanos y productivos (S. XVIII), desde los cuales continuó el
escalonado avance demográfico y productivo.
Si se pensará en las consecuencias para el alma de aquellos que
habitaban en “Desiertos distantes, sin reconocer cura, viviendo
en total libertad de sus costumbres, y si n cumplir las
obligaciones de cristianos”60
entonces vendría a consideración
para todas las castas el comentario de Moreno y Escandón
sobre los indios huidos ocultos, al informar:
Viendo separados de la sociedad, retirados de la iglesia,
sin asistir a misa, sino muy rara vez y en manifiesto
peligro de su salud eterna, así por la facilidad de incurrir
en los excesos en que vive expuesta la naturaleza, sin
temor de ser conocidos ni corregidos, como por la grave
dificultad de ser socorridos en la última hora,
administrándoseles los santos sacramentos por los curas,
59
COLMENARES. Op. cit .T.1, P.124 60
Ibíd. T.1, P. 218
129
los cuales existen a la larga distancia, insuperable por los
fragosidad de los caminos61
.
El reconocimiento estatal y jurisdiccional de los derechos
legales, las calidades y honorabilidad de los vecinos y
patrimoniales de un espacio habitado, incluso entre la relativa
población de los puertos de paso gobernados por capitanes de
guerra, implicaba la permanente actitud de la misma por
demostrar su fe y dedicación espiritual para la salvación de sus
almas, las de sus familiares y las del resto de la población
permanente, a su cargo en las haciendas cacaoteras o dispersa a
través de las redes de transporte fluvial o terrestre.
La salvación de las almas a través de la administración de los
santos sacramentos y la sepultura ritual de los cuerpos en los
templos sagrados, a pesar de las distancias y dificultades de
acceso, no podían ser impedimento para los curas o sus tenientes
de dar el “pasto espiritual” a sus “distantes ovejas”, y de éstas
por hacerles más cómodo y pleno su dedicación al pastor.
Clérigos y vecinos tenían la tarea existencial de promover el
traslado de las almas de su comunidad a la “patria celestial”,
debían motivarlos a mejorar sus condiciones de vida espiritual
invirtiendo o dando sus bienes terrenales y temporales para el
uso celestial.
Demostración de esa preocupación por parte de los curas y los
miembros de los linajes patrimoniales condicionados por las
posibilidades materiales, poblacionales y geográficas existentes,
fueron las razones protocalizadas por los vecinos del puerto de
Botijas al solicitar la erección de la parroquia de San Roque y el
afianzamiento de la congrua para su cura permanente. Ante el
juez y capitán Aguerra Dr. Francisco Cornejo en 20 de junio de
61
MORENO Y ESCANDON, F. Op. cit. 1985. P. 73
130
1772 reivindicaron su petición comunal [desde 1760] por la
presencia de un cura propietario al manifestarle al ilustrísimo
arzobispo del Reino:
En el puerto de Botija, jurisdicción de la C. de S.J. Girón
en 20 días del mes de junio de 1772 años, ante mi Dr.
Francisco Cornejo capitán Aguerra, juez ordinario y de
cobranzas y testigos con que actúo por la falta de
escribano, parecieron presentes todos los vecinos, y
moradores de dicho puerto, y de su respectivo distrito, y
dijeron que: por cuanto en el día de ayer hallándose
juntos y congregados en la iglesia, que tierra elegida62
en
la planta de esta de este puerto, el señor. Dr. Dn. Ignacio
Cornejo teniente de cura y vicario actual en él por el Sr.
Visitador Dr. Joshep Elseario Calvo, cura propietario,
vicario y juez eclesiástico de dicha ciudad de Girón, y su
provincia, les hizo ver con palabras, hijas propias de su
pastoral celo, que [para] mayor beneficio de sus almas y
de los bienes temporales estribaba en el recibir del
Divino culto, a seguridad estando // el nominado señor
visitador su propio cura, llevado de aquella actitud que
con tanta perfección, observa y ha observado en el
cumplimiento de su obligación en beneficio de sus
ovejas, deseaba que ellos solicitasen el mayor abrigo
para que mejor disfrutasen la general administración de
los santos sacramentos, sin que padeciesen la pronta y
seguida asistencia, mediante la latitud que media para
poder el dicho señor cura a concurrir a socorrerles, y
[en] inteligencia de lo uno, y de lo otro, conociendo al
mismo tiempo que de su determinación resulta un gran
62
Existe desde 1760 con la erección de una viceparroquia prometida por el
mismo Dr. J, G. Calvo. Ver. MARTÍNEZ. Op. cit. Rionegro. P. 128
131
servicio a la majestad divina, y bien de sus almas y para
mayor honra, y gloria y de sus santísima madre, e
interponiendo el patrocinio del señor glorioso San
Roque como su patrono titular. Y todos de mancomune
habrán determinado ocurrir a la piedad del iluminado
Señor Arzobispo de este pueblo Reino, a hacerle
presente las necesidades que continuamente han
padecido del pasto espiritual, a causa de lo dilatado que
esta la ciudad de este puerto, y de su demarcación, y al
mismo tiempo el que aunque el señor cura actual, y por
cumplir con su obligación o llevado del amor, o caridad,
con que los ha mirado, no ha faltado todos los años, o
personalmente o subdelegada su jurisdicción en sujeto
correspondido, les ha socorrido con los S.S sacramentos
en correspondencia de esta y para obviarle esta inquietud
pastoral, suplicar a su señora ilustre se digne, de
proveerles cura propietario para que les administre
diariamente63
.
La necesidad de parroquializar los sitios poblados, los enclaves
mineros o las fronteras agrícolas continuó siendo persistente.
Ello se infiere de los informes de Don José María Lozano y
Peralta y la consecuente Real Cédula del 24 abril de 1801. En
cuanto a la condición espiritual de sus vasallos el Rey le
preocupaba que:
La religión está lastimosamente perdida y olvidada, pues
un cura párroco y la justicia por celosos y vigilantes que
sean, no pueden separados ni unidos, hacer cumplir los
preceptos de Dios ni de la iglesia, porque los feligreses,
remontados en la espesura de los bosques, alejados en
63
ARCHIVO NOTARIAL DE GIRÓN (ANG). Escrituras. T.12, F. 705 -707
132
enormes distancias y pobres voluntarios por la ociosidad
de una vida silvestre, hacen vanas las diligencias de un
pastor y de un juez, oyendo misa los más cercanos en los
días de preceptos, y los demás pasados muchos años,
habiendo gentes que nunca lo han oído, ni tienen ideas
de los templos, ni de sus sagradas ceremonias, viéndose
bautizar muchas veces la fuerza del celo parroquial, que
ahuyentan a los montes para eludir la obligación64
.
En la historia colonial del Nuevo Reino el modelo fue funcional,
específicamente en las funciones ordenadas y practicables por el
visitador José de Mier (1751-1752) y las del virrey M. Flórez
entre los puertos fluviales del bajo Magdalena.
Parroquialización por autogestión [Valles fértiles]. El
ascenso de categoría política y eclesiástica de un sitio a aldea,
viceparroquia, parroquia y villa hasta llegar incluso a aspirar a
ser erigida en ciudad se constituyó en una segunda justificación
y modelo de parroquialización neogranadina, originario de las
poblaciones nacidas con la reconquista judeomorisca, se puede
reconocer tardíamente en la relación del virrey Mendinueta
cuando aclaraba que con los desplazamientos parroquiales e
individuales de los blancos, libres y esclavos de los grandes
centros urbanos.
Mendinueta expresaba: “No se han perdido para la sociedad ni
son esas hordas volantes de vagos que fingen tan numerosas que
migraron a los lugares inmediatos; y con efecto es cosa bien
común hallar una parroquia floreciente cerca de una cuidad
medio arruinada”65
.
64
GUERRERO, A. y GUTIERREZ, J. Op. Cit. 1996. P.138 65
COLMENARES. Op. cit.. T-3, P.56
133
Descripción que coincide con los orígenes, prosperidad y
segregación de Girón al ser fundadas parroquias ‘modernas’
como fueron Santa Bárbara de Río Negro (17 Marzo de 1805) y
la de San Francisco Javier del Pie de la cuesta (3 noviembre de
1774), erigidas en el corredor fértil de la provincia que iba del
valle del Río de Manco a través del “boquerón” hasta los Valles
de Piedecuesta, San Francisco, Guatiguará, Limonal, Mano del
Negro, Río Frío, Bucarica (pueblo y parroquia de
Bucaramanga), y el río Surata hasta el río Negro, para
finalmente unirse con el río de los Cañaverales (Lebrija).
El proyecto de erección parroquial de Rionegro se resumía en el
informe del Gobernador de Girón (1802) Francisco Vallejo,
como parte de sus preocupaciones por el poblamiento
productivo de la gobernación por medio de la erección de
nuevas parroquias, al expresar:
La tercera [la 1ª en Sogamoso, la 2ª en los santos], en el
sitio de Río Negro a las palmas, feligresía de
Bucaramanga, distante de ella de cinco a seis leguas, el
terreno es más fértil y de los caminos más fragosos de
toda la jurisdicción. Puede quedar su cura con congrua
igual o más, que los dos anteriores, con desmembración
de dos mil o más pesos que se dice se da a Bucaramanga.
Este sitio hace tiempo está en pretensión de parroquia
pero alguna oposición y el poco interés que toman los
mismos que la promueven los hacen vivir en el estado de
montaraces incultos66
.
El origen productivo y poblacional de su jurisdicción se remonta
al proyecto de fundación de la Villa Rica de los Cañaverales
1639, en la frontera norte de la gobernación, que al ser
66
GUERRERO, A. y GUTIERREZ, J. Op. Cit. 1996. P.140
134
despoblada por la decisión jurídica continuó siendo poblado y
ocupado su “sitio” entre el valle del río Negro, el de
Cañaverales (o Lebrija) y el de Sogamoso a través de la
colonización y entable de haciendas cacaoteras o de ganado
mayor. Ese sitio si bien se hallaba en la jurisdicción de Girón
era servida y administrada espiritualmente por la jurisdicción
eclesiástica del pueblo de los indios (y luego parroquia) de
Bucaramanga.
El proceso de organización parroquial de esa región productiva
estuvo estrechamente ligado con la erección de la viceparroquia
de Cañaverales (1760) en la frontera agrícola, vial y
administrativa para ser finalmente eregida en parroquia desde
1774. Con los cambios jurisdiccionales durante el período
republicano, la parroquia de San Roque de los Cañaverales fue
despoblada, agregada y trasladada a la cabecera parroquial de
Rionegro (1805)67
.
A diferencia de Rionegro con el cacao, Piedecuesta era un
territorio que había sido productivamente poblada por la familia
y capitanes de la hueste de Ortún Velazco (desde 1541), la
familia de Francisco (Fernández) Mantilla de los Ríos (desde
1638), y desde mediados del siglo XVIII se había caracterizado
por de la producción de tabacos en rama, el traslado de la
factoría Real tabacos de Girón a la naciente parroquia de San
Francisco Xavier. Su casco urbano también fue lugar de paso o
descanso obligado para quienes transitaban por el camino real
desde los puestos fluviales hacia Pamplona, San Gil, Socorro o
Santafé. Constituyéndose esas condiciones productivas en
razones para el crecimiento urbano del ‘Pie de la Cuesta’ y la
67
MARTINEZ, A. y GUERRERO, A. Op.cit.1995.P.1 23- 130
135
emancipación política y administrativa del cabildo de Girón al
ser ascendida (1810) y organizarse como Villa de San Carlos.
Emancipación que al igual que para el resto de parroquias de
reciente fundación implicó dejar de ser reguladas por un cabildo
distante, ocupar cargos públicos sus feligreses, contar con
justicia permanente (alcaldes) y no solo con un alcalde de la
santa hermandad, así como usufructuar e invertir los tributos y
ganancias d propias en la misma comunidad y jurisdicción. El
proceso y modelo de parroquialización de Piedecuesta
demostraba el cumplimiento de las instrucciones y decretos del
régimen virreinal neogranadino, siendo de destacar en el
informe del virrey Mendinueta las siguientes dinámicas
parroquiales:
…casi todos los lugares de la antigua fundación tienen
un dilatado territorio, como que la abundancia del
terreno da para todo. Los vecinos se esparcen en sus
haciendas y establecimiento del campo, de donde se
fabrican sus casas, aunque también las tengan en la
parroquia poblado, y que la distancia este, desde sus
haciendas, es grande y embarazosa para que el cura y el
juez puedan asistirlos y ellos recurrir a sus auxilios, y
cuando el número de colonos o pequeños hacendados se
considera ya capaz de mantener su párroco, entonces
piden la erección de su parroquia que se les concede,
fabrican su iglesia, y poco a poco van perfeccionando la
población con sus propios recursos68
.
Si bien el proceso de erección de la parroquia fue común en su
conducto regular a los demás parroquias del Reino, los
escritores, cronistas e historiadores del actual Municipio de
68
COLMENARES, G. Op. Cit. Tomo 3, P. 57
136
Piedecuesta no han logrado acordar una(s) fecha(s) y suceso(s)
especifico(s) a pesar de la reiterativa bibliografía existente,
particularmente la publicada por la Escuela de Historia de la
Universidad Industrial de Santander (UIS).
Las parroquias no fueron fundadas al igual como se hicieron con
las ciudades y las villas de los siglos XVI Y XVII en un día
específico y con una ceremonia especial. Como reiterativamente
se ha expuesto, citando las autoridades del siglo XVIII, era
necesario un proceso comunal, eclesiástico, administrativo,
judicial y estatal para su aceptación y legalización. Por tanto, el
documento de constitución de la parroquia (congrua, cofradías,
limosnas, cobros, mayordomía) del 26 de julio 1776 ante el cura
párroco José Ignacio Zabala no puede tenerse como fecha ni
como ceremonia de fundación de la parroquia, ni a dicho cura
como su fundador.
Esa versión fundacional fue reiterativamente defendida y
publicada por autores como Carmen Cecilia Díaz en su trabajo
de grado “Monografía de Piedecuesta” (UIS, 1979),
posteriormente publicada como “Piedecuesta: Mi patria chica”
(Alcaldía de Piedecuesta, 1995). De igual modo en las columnas
de opinión del diario Vanguardia Liberal por Germán
Valenzuela Sánchez, y específicamente en sus obra
“Piedecuesta cielo y suelo de Santander” (Alcaldía de
Piedecuesta, 1996). Textos herederos de una legendaria versión
difundida por los escritores e historiadores antecedentes a esas
obras durante el siglo XX.
El modelo de parroquialización por autogestión que caracterizó
la erección de Piedecuesta, Rionegro y otras parroquias
modernas demostraba el deseo comunitario de la población por
concentrarse en un sitio equidistante, asistidos por un cura
137
párroco propio, y siendo amparados por la cédula Real del 18 de
octubre de 1764 que ordenaban la vida en parroquia de todos
aquellos feligreses de las ciudades distantes a más de cuatro
leguas de la cabecera de su curato69
.
Ese tipo de proceso estaba a su vez relacionado con los
significados e interpretaciones históricas que tenía la palabra
Parroquia, al ser entendida como:
- Comunidad de vecinos o cristianos que desean y piden
estar bajo la curaduría o rectoría especifica de un
sacerdote.
- Comunidad unida a un cura párroco con una
jurisdicción espacial propia y delimitada.
- Comunidad que fabrica un espacio y edificio religioso
ubicando y comprando un terreno, edificando,
ornamentando y dotándolo para su funcionamiento
permanente.
- Comunidad que acuerda sustentar y remunerar al cura
(Congrua) con actos o compromisos escritos
(Constitución) y con fianzas para asegurar su
cumplimiento ante notario70
.
Acorde con los procedimientos patronales del virrey y del
arzobispo como de la Cédula real de 2 de marzo de1771, lo
primero que debían hacer los feligreses era tener una común
intención y deseo para concentrarse y comprometerse al poblar
69
ANG. T.17. F.15 -170 Testamento del Dr. Vicente Mantilla de los Ríos.
Piedecuesta, 9 noviembre 1789 70
MARTINEZ GARNICA, Armando. El régimen de la parroquia
Neogranadina en Santander. Bucaramanga: UIS, 1994. P.3 - 15
138
y sustentar una nueva parroquia. En el caso de Piedecuesta ello
ocurrió en septiembre de 1772 cuando el cura de Girón Joseph
E. Calvo propuso a sus feligreses una colecta de 2000 pesos
para diligenciar la edificación de una capilla que fuese
reconocida como viceparroquia, al igual como se venía
haciendo con la de Cañaverales. Al desear los laicos que fuese
preferiblemente parroquia, contrariando y desmembrándose así
al curato de Girón, concedieron el 6 de julio del curato de 1773
poder general a Pedro Justo de las Reyes y a Blas Mantilla para
hacer la respectiva solicitud y presentar el padrón de familias e
individuos interesados, dando así el segundo paso71
.
El tercer paso realizado fue recibir un visitador o comisionado
del Arzobispo que confirmara las razones, población y
compromiso de los laicos, así como debía escuchar la posición
y argumentos de los opositores a cada fundación. En el caso de
Piedecuesta la posición de los feligreses separatistas fue
favorecida pues desde el 1 noviembre de 1773 el comisionado
arzobispal, Dr. Fernando Fernández Saavedra, erigió una cruz
en el terreno comprado por los apoderados a Vicente Ordóñez,
señaló el lugar en que debía quedar la parroquia y desde el cuál
se debía ordenar y trazar el espacio urbano.
El cuarto paso o momento consistía en autorizar el
funcionamiento de la capilla edificada, lo cual se cumplió en
Piedecuesta acorde a lo dispuesto por Auto del 20 de febrero de
1774, alcanzando así la categoría de viceparroquia. El siguiente
paso fue conseguir el reconocimiento de la capilla y una
jurisdicción especifica como parroquia independiente de la de
Girón. Para ello debían contar con el reconocimiento
71
Dicho apoderados actuados de acuerdo a lo acordado con la comunidad,
por lo cual eran representantes, más no beneméritos héroes fundadores como
pretendía Alfonso Prada en su obra “Piedecuesta” Pasado presente’ 1997.
139
jurisdiccional de dicha parroquia por parte del cura y feligresía
de la que se separaban, cosa que no estaba dispuesto a aceptar
el cura párroco J. E. Calvo.
Para fortuna de los “piedecuestanos”, desde abril del mismo
año el Dr. Dn. Miguel de la Rocha Calvo había sustituido
temporalmente a Calvo, estaba investido del poder eclesiástico
como Juez y visitador, así como del prestigio e influencia como
abogado de la Real Audiencia, al igual que su teniente el Dr.
Dn. Juan Tomas de Arango. Esos párrocos externos al
considerar que era inmodificable la posición de los separatistas e
inapelable la decisión arzobispal de fundar parroquia, lo cual
implicaba segregar el curato de Girón, optaron pactar con los
apoderados de ambos bandos una reducción espacial y
poblacional de la jurisdicción que pretendían para la nueva
parroquia a cambio del reconocimiento y respeto del curato de
la misma. Acuerdo que se protocolizó en los libros notariales de
Girón el 26 de julio de 1774, quedando así delimitadas y
aseguradas la jurisdicción, congrua y feligreses para ambas
parroquias72
.
Ese reconocimiento de la secesión parroquial le trajo al eficiente
cura Miguel de la Rocha su salida y traslado ante la presión y
recriminación de los gironeses que se negaban orgullosamente a
aceptar la desmembración territorial y eclesiástica de sus de
sus “más útiles” tributantes73
. De ello era evidencia el poder que
el 7 de junio de1775 otorgó para que ante el arzobispo y el
virrey o cualquier otro tribunal hiciesen efectiva la intención de
permuta de su curato con el Dr. Dn. Ignacio Josef de Nava y
Nieto en la parroquia de Santa Bárbara de Mogotes, quien
72
MARTINEZ, A. Op. Cit. 1994. P.111-121 73
OVIEDO, B. Op. cit. P.184
140
recibía por aquellos días en la cálida Girón aliviándose de sus
‘frígidos’ males, en compañía de sus paisanos y parientes. De
la Rocha justificó esa permuta a través de sus apoderados al
expresar:
Por aquietar su conciencia y por libertase de las
discordias, que ha tenido, y tiene en esta ciudad de San
Juan de Girón, que son públicas, y notarias en los
tribunales de la capital de Santafee, y especialmente en
aquella curia metropolitana. Siendo de advertir, que ésta
dicha permuta la hace con pleno conocimiento de estar
desmembrada de la jurisdicción del beneficio de esta
ciudad de San Juan de Girón la nueva parroquia de San
Francisco Javier del pie de la cuesta, que por el señor
excelentísimo vicepatrono Real se haya confirmada, y
dijo el señor otorgante tenérselo así advertido y avisado
al señor Doctor Don Ignacio Josep de Nava, y que en
esta conformidad quedó separada y sin contenerse lo
dicho territorio en el de este beneficio de San Juan
Girón74
.
Esa actitud progresista de Rocha permitió la ejecución del
quinto paso con el cual los apoderados conseguirían la
confirmación y erección legal de la parroquia. El 3 de octubre
de 1774 el provisor del arzobispado, Dr. Dn. Josep Gregorio
Díaz Quijano, expidió el auto eclesiástico que declaró erigida
esa nueva parroquia, el 17 de octubre el fiscal Moreno y
Escandón emitió su aprobación en nombre de la Real Audiencia,
para finalmente culminar el proceso con el reconocimiento de la
parroquia y el nombramiento de su primera cura párroco por el
74
NOTARIA ÚNICA DE GIRÓN. Escrituras: 1770 a 1775. F.210 - 211v
141
virrey Manuel de Güirior a través del Auto virreinal del 3 de
noviembre de 1774.
Sin embargo, el cura párroco elegido por medio de concurso y
examen para hacerse cargo de ese curato, Presbítero Joseph
Ignacio Zavala, solo pudo empezar a ejercer hasta enero de
1776, contando con el apoyo de solo una parte de la población
(vecinos ricos o principales) y formalizando su presencia con la
redacción del acta parroquial de “constitución” de cofradías,
limosnas y mayordomía el 26 julio de 1776. Acta que no tuvo
validez comunal para la mayoría de los feligreses al permanecer
la parroquia fraccionada en dos lugares y bandos fundacionales
hasta julio de 1778, fecha en el que el fiscal y visitador
Francisco Moreno y Escandón hizo presencia para dar fin a esa
secesión y conflicto parroquial en nombre del virrey75
.
Por el origen mismo de ese tipo de parroquias no era posible
contrariar las tendencias, actitudes y modos de vida agropastoril
de los hacendados y demás feligreses. Modo de vida y
convivencia ordinaria fuera o alrededor del núcleo urbano que
era justificada incluso por propios curas párrocos. Ejemplo de
ello se evidenciaba en el informe de respuesta a la cédula real
del 26 mayo 1802 por el teniente de cura de Piedecuesta, Fray
Mateo de Valencia, el 20 de septiembre de 1802 al expresar:
Las gentes de estos países se hallan imposibilitados de
vivir en los lugares por no tener su comer en las casas
de campo, en ellas tienen sus labores y ganados que es
75
MORENO Y ESCANDON, F. Op. Cit. P. 464-68 manda que permanezca
y sea edificada con la respectiva cárcel de cada pueblo de blancos, en el
lugar original, contrariando así las pretensiones de Zabala que al morir
(1796) y lograr ser reunificada la comunidad, se elaboraría ante el cura Don.
Pedro Uribe una nueva ‘constitución’ de plena aceptación 1801.
142
de lo que se mantienen. Si estas gentes se vienen a los
lugares ¿con qué subsisten que comen, que visten? En
estos lugares y parroquias no hay fábricas en que se
empleen todas estas gentes, si viven en el lugar ¿en
qué? En que embriagarse como lo hacen muchos de la
ínfima plebe cuando vienen a cumplir por el precepto de
la misa. Y que estas gentes no puedan subsistir en el
poblado lo prueba que siendo los religiosos de los
cabildos por el regular de los sujetos más acomodados,
muchos de ellos de hallan obligados por necesidad a
vivir en el campo por cuidar y atender a su haciendas”76
.
Estilos de vida aceptados por el régimen Borbónico al promover
la existencia de fieles sumisos, productivos y rentables antes que
ciudadanos nobles, de lustre y pundonor concentrados
ociosamente en los centros urbanos.
Parroquialización por repoblamiento y refundación
[Pueblos de indios]. Otro problema para el orden social
colonial que justificaba recias políticas de repoblamiento a
través del régimen de parroquialización fue la presencia,
convivencia mezcla e incluso agregación de blancos y libres en
las tierras y pueblos de indios, prohibidos por las leyes de Indias
y los dictámenes de las audiencias de Indias. El virrey Güirior
informaba a su sucesor (1776) al respecto:
La mayor parte de las gentes de clase media viven
dispersas en los campos, en las cercanías y al abrigo de
los pueblos de Indios, disfrutando los resguardos de
estos y de algún corto pedazo de tierra que les sufraga
para vivir miserablemente, sin que pueda observarse las
leyes que le preescriben su separación, ni evitarse los
76
GUERRERO, A. y GUTIERREZ, J. Op. Cit. 1992. P. 191-192
143
daños que causa su consorcio resultando de todo el poco
lustre, su falta de gobierno económico y la grave
dificultad de que se administre la justicia77
.
M. Güirior confiaba en el apoyo que brindarían sus sucesores al
esperanzador proyecto del dinámico fiscal F. Moreno y
Escandón, quien se propuso reducir los pueblos de indios,
separar y ordenar parroquialmente la vida de los blancos y libres
agregados de los indios y reorganizar administrativamente el
virreinato a través de los corregimientos.
Se concibió que con la extinción de los pueblos de los indios
con pocos tributantes, trasladándolos y reduciendo su vida a
céntricos y poblados pueblos de indios se contuviera su
expropiación, explotación, maltrato o contacto con los
insaciables y expansivos blancos. También se esperaba obtener
mayores utilidades espirituales y temporales para las
comunidades y la hacienda real del Estado al reducirse las
tasaciones para pagar al cura doctrinero, se preservarían etnias
nativas, puras, libres y protegidas, así como se contraloría la
migración de los varones, el abandono o arrendamiento de sus
tierras de resguardo, se frenarían sus vicios e inclinaciones, así
como obtendrían asistencia pastoral preferencial por parte de los
curas, y en especial, se obtendría un considerable “ahorro a la
Real Hacienda en estipendios y en construcción o reedificación
de iglesias”78
.
Con esas razones F. Moreno obligó en julio de 1778 los 32
tributantes del pueblo de Bucaramanga y sus familias, quienes
en total sumaban 206 indios, a trasladarse a Guane, dándoles un
plazo de dos meses para vender sus habitaciones y entables, para
77
COLMENARES, G. T.2. P.305 78
MORENO Y ESCANDON, F. Op. Cit. P. 74, 76,99
144
luego, partir llevando consigo “las imágenes y adornos de la
iglesia que tuvieran”79
.
Definida la situación de los indios, se procedió a definir la
situación de los libres y blancos empadronados como 473
cabezas de familias y más de dos mil almas siendo reducidos y
agrupados con la fundación de la parroquia de Nuestra Señora
de Chiquinquirá y San Laureano de Bucaramanga. Si bien ese
repoblamiento y refundación ocurrió a la par del cumplimiento
del auto que ordenaba la salida de los indios del Real de Minas
de Bucaramanga, la nueva parroquia solo comenzó a llamarse y
a regirse simbólicamente como tal desde el primero de enero
del año siguiente permaneciendo como su párroco el mismo
teniente de cura que adoctrinaba a los indios, Maestro Martín
Suárez de Figueroa, siendo sustituido hasta 1786.
Para aclarar la transición de la jurisdicción eclesiástica de curato
de doctrina a curato de blancos y libres, Suárez hizo en los
libros parroquiales una sencilla anotación del transcendental
cambio eclesiástico que se había dado así:
El día primero del mes de enero de año de mil
setecientos setenta y nueve se sirvió el excelentísimo
señor virrey de este Reino transmigrar los indios de este
pueblo, convirtiendo y confirmando en parroquia, que le
dio por nombre Parroquia de Chiquinquirá del Real de
minas de San Laureano y como este libro comprendería
y se sentaban las partidas de indios y blancos, y desde
79
Ibíd. P. 411
145
hoy corren, y se asienten las partidas de solo los
blancos80
.
La existencia del pueblo de indios y el remate del resguardo
que aseguraban la presencia de Pamplona en los reales y tierras
del otrora valle del río de Oro beneficiaba y daba finalmente
aires de triunfo a Girón que desde su fundación tenía contenida
en su jurisdicción a Bucaramanga, más no podía tener fuero de
gobierno sobre ella al existir una autoridad real especifica
representada por el alcalde mayor de minas y un territorio
protegido y autónomo representado por el pueblo y resguardo de
los indios.
En términos prácticos si lo hacían al haber sido nombrados
como alcaldes de Bucaramanga a quienes eran reconocidos
como vecinos de Girón. Muchos gironeses eran considerados
blancos y libres “agregados” al pueblo de los indios, así como
algunos de sus curas doctrineros eran nacidos, vecinos o con
parentesco con las familias de Girón, quienes realizaban la
mayor parte de las partidas notariales, ceremonias eclesiásticas,
cobros e incluso entierros de los residentes de Bucaramanga en
la cercana de Girón. Se gobernaba de hecho más no por derecho.
En definitiva, por auto del 19 de julio de 1778 desde Pamplona
se ordenó la agregación de la moderna parroquia a la
gobernación de Girón, bajo el gobierno político y espiritual de
sus autoridades que solo se haría efectivo hasta 1786, hecho por
el cual todos los vecinos de la gobernación tendrían él supuesto
derecho a participar en las pujas de remate de los solares y
resguardo, por estancias y no por globos, así como en la
obligante tarea real, ya asumida por las demás parroquias, de
80
ARCHIVO PARROQUIAL DE SAN LAUREANO (Bucaramanga).
Defunciones, 1774-1779.
146
contribuir en “…El perfecto establecimiento de la renta de
tabaco y arreglar sus siembras limitando las al territorio de
Girón”81
.
El resguardo a la renta se entendía como la limitación y uso
preferencial del suelo de la gobernación para sembrar tabaco,
con las técnicas, controles y variedades propias de los
cosecheros de Girón, acorde a las consideraciones y privilegios
de compra contratados con el factor real, y por ende, quedando
estancados en su comercialización solo con la Real Factoría.
La pugna de intereses, el descontento de los antiguos agregados,
el retorno de los indios inconformes y el renacer del conflicto
jurisdiccional entre Girón y Pamplona a partir de las pugnas de
intereses y derechos entre sus vecinos conllevó a la
conformación de bandos en permanentes conflicto, divididos en
gironeses, pamploneses, bumangeses, proginoreses,
bugamangeses, propamploneses y forasteros o pobres
independientes, liderados por los alcaldes y autoridades y
vecinos principales de cada extremo, a los cuales se agregaron
posteriormente los feligreses de cañaverales y Piedecuesta en
bandos opuestos82
.
Bandos que se mantuvieron hasta la pugna emancipadora: los
aliados de Girón permanecieron leales y dependientes a su
cabildo y a la autoridad real; los de Bucaramanga y Piedecuesta
promovieron su independencia administrativa y judicial de
Girón solicitando la condición autonomista como villas con
81
MORENO Y ESCANDON, F. Op. Cit. P. 413 82
ACEVEDO TARAZONA, Álvaro y GONZALEZ MANOSALVA, Cesar
Augusto. Historia de la erección de la parroquia de Bucaramanga y del
crecimiento de la población. 1778-1923. 3 tomos. Trabajo de Grado.
Bucaramanga: Escuela de Historia, UIS, 1993.
147
cabildo y rentas propias, así como se adhirieron a las juntas de
gobierno de Pamplona y del Socorro desde mediados de 1810.
Si bien se ha afirmado el título de villa de San Carlos para
Piedecuesta no fue aceptado ni usado abiertamente por los
republicanos hasta después de 1819 o que solo la calidad de
villa les fue reconocido con la legislación de 182483
, la
evidencia notarial demuestra que ese título fue usado por los
parroquianos un mes después de haber sido conferido, es decir
septiembre de 1810, siendo igualmente reconocido por las
autoridades locales y ideólogos republicanos tanto en papeles
oficiales como privados. Por tal razón, y ante la posición
antirrealista de los regidores piedecuestanos, la condición de
villa fue anulada y desconocida por Morillo como premio a los
leales gironeses y como castigo a los patriotas piedecuestanos y
bumangueses.
Argumentos adicionales que permiten validar la importancia del
título de Villa para los cosecheros, empresarios de arriería y
factores del estanco de tabacos son:
1. Su solicitud además de ser clara una manifestación de
rechazo al poder monopolio del cabildo en Girón,
demostraba la decisión de las principales familias
parroquiales por tener un control real y autónomo de su
espacio y rentas que les permitiese un progreso propio
como el ejemplarmente la villa del Socorro (1771) venía
alcanzando al separarse de San Gil.
2. La autonomía jurisdiccional aprendida y compartida
con los socorranos se evidenciaba a su vez en las
interacciones económicas (transportes, tabacos lienzos,
83
MARTÍNEZ, A. y GUERRERO, A. Op. Cit. 1995. p. 120 -121
148
comestibles. etc.) y articulaciones religiosas (presencia
de los frailes capuchinos del Socorro como tenientes de
cura y difusores del culto parroquial a Santa Bárbara)84
,
y especialmente políticas, al apoyarse mutuamente
durante la insurrección de los comuneros (1781)85
y
durante la emancipación de 1810. Durante esos años los
Piedecuestanos no solo fueron reconocidos por
pertenecer a una villa, pues fueron aceptados como parte
de la provincia del Socorro86
, recibiendo a cambio todo
tipo de apoyo para enfrentar a los realistas gironeses,
opuestos a tal separación87
.
3. El título de la villa de San Carlos fue solicitado a
mediados de 1809. Un año después la Junta de Regencia
de Cádiz a nombre de Fernando VII y a partir de un
cuantioso recaudo en oro realizado a través de las cajas
reales en Santa Fe, aunque se le sin lema en latín, escudo
ni gracias. Curiosamente los vecinos elegidos como
regidores empezaron a usar el título y jurisdicción
otorgados días después de haber sido expedida la real
cédula del 16 de agosto de 1810, los mismos días que
duraría su traslado en mula desde Santafé y no desde
Cádiz, razón por la cual en septiembre de 1810 ya
84
ALCACER, p. Antonio de. OFM. Cap. El convento del Socorro, primer
convento capuchino en América (1781- 1819). Bogotá: Seminario capuchino
de puente común, 1960. 85
PHELAN, J. El pueblo y el rey. 1980. GUERRERO RAMOS, J. Op. Cit.
1996. 86
ARCHIVO NOTARIAL DE GIRÓN. Escrituras. T. 27. Fol. 127, 133 (19
sep. 1810) 87
RODRIGUEZ PLATA, Horacio. La antigua provincia del Socorro y la
independencia. Bogotá: Ed. Bogotá, 1963. (Biblioteca de historia Nacional,
vol, 9)
149
aparecían los primeros protocolos del escribano público
del cabildo de la villa de San Carlos, Dn. Juan Josef
Hijuelos. Instrumentos numerados e insertados con una
portada especial entre los expedidos por los escribanos
de la ciudad de Girón en el tomo de 1810 y 181188
.
A pesar de los consecuentes conflictos y las irreconciliables
posiciones que trajeron los procesos parroquiales de la
provincia, estos continuaron siendo impulsados y aceptados en
aras de una “mayor felicidad y arreglo del reino” a través de las
reformas territoriales y administrativas impulsadas por Don Juan
Salvador Rodríguez de Lago y Don José María Lozano de
Peralta, las cuales encontraron eco en el gobernador de Girón,
Don Francisco Vallejo. Quien a pesar de desempeñar un cargo
virreinal dependiente del corregidor de Pamplona (1795) no se
limitaba ni estaba impedido en plantear remedios y
posibilidades de progreso para la jurisdicción a su cargo.
Para ello deseaba aprovechar la reconcentración e imparcialidad
judicial que se debería dar en Pamplona para dar fin a los
permanentes conflictos al interior de la sociedad Gironesa. De
tal modo se lograría: “La unión del vecindario, que se eviten
inútiles (y) perjudiciales litigios que entraban la buena
armonía, y no solo arruinarían a los contendores, sino que
trascienden el daño a toda la república mayormente siendo
divirtiendo los ánimos que debieran emplearse útilmente, y
que es la única causa a que puede atribuirse el a trazo y poco
adelantamiento de la provincia”89
.
En 1802, el gobernador Vallejo en respuesta a la cédula real del
24 de abril 1801, informó no solo de la deprimente condición
88
ARCHIVO NOTARIAL DE GIRON. Escrituras. T. 27, fol. 171- 184 89
MORENO Y ESCANDÓN, F. Op. Cit. P. 462
150
de la ciudad, sus dos antagónicas parroquias y sus dos
paupérrimos puertos fluviales, pues sugirió como remedio para
“agitar la agricultura, el comercio y las artes” entre los
inutilizados y distantes territorios del corregimiento, para
entonces de los más despoblados del reino, afianzarse la
creación de nuevas parroquias. Para ello se debía considerar la
congregación de las gentes de Pamplona que habitaban los sitios
de Tona, Aguaclara, La Baja y las Vetas, y por lo menos tres
más de su jurisdicción como eran Los Santos, Rionegro y
Sogamoso.
Solo con nuevos procesos de erección parroquial promovidos
por los vecinos dispersos se lograrían mejorar las condiciones
espirituales en las que se hallaban sus habitantes, así como se
aseguraría la permanencia y tránsito de los viajeros, arrieros y
comerciantes al ser considerados esos sitios como lugares
malsanos en donde:
…mueren como irracionales, y a ninguno se le sepulta
[en] sagrado, por casualidad o necesidad, los sepultan en
cualquier terreno. Erigiéndose parroquia se evitaran estos
daños, se mejorará el temperamento, se fomentaran las
haciendas, y en breve tomará mayor incremento, por ser
a la inmediación del puerto por donde se conducen los
efectos del Socorro, San Gil y esta jurisdicción, a las
provincias marítimas90
Sus razones como gobernante imparcial, sincero y visionario le
llevaron a pensar en la reducción de la población “común” en
parroquias para libres y “blancos”, sin importar la oposición de
los hacendados y estancieros, criollos y españoles, al defender
sus intereses y privilegios. Desde la perspectiva del gobernador
90
GUERRERO, A y GUTIERREZ, J. Op. cit. P. 171- 172
151
Vallejo la civilidad, moral y orden policial llegaría hasta esos
sitios poblados de cristianos porque se contaría con:
- Alcaldes - jueces y curas párrocos, quienes ante el
influjo de los hacendados “…les harían decaer de aquel
predominio que tienen adquirido sobre los pobres
circunvecinos. A estos magnates que hablan por la boca
de los pobres no se les debe oír en esta materia, por qué
no perder aquel método de vida, se opondrían
aparentando muchos inconvenientes, esforzándolos con
aquel estilo de moderación y persecución que
acostumbran”91
.
- Nuevas parroquias y desagregaciones, que si bien
podrían afectar los intereses de los curas en los curatos
tradicionales conllevarían a una mayor presencia de las
autoridades morales y eclesiásticas establecidas por el
vicepatronato regio, así como justificarían la anhelada
erección de obispados entre los circuitos parroquiales
más cercanos.
- Se desterrarían los defectos públicos y la existencia de
ociosos porque a través de los curas y sus escuelas
parroquiales “…se adquirirá educación con principios más sólidos, aprendiendo a leer y a escribir, y no ahora
que a la mayor parte de los principios no se les entiende
la firma”92
. De igual modo, se evitaría la ruina espiritual
y temporal de Reino al ser posible formar a nuevas
generaciones de sabios científicos.
- Se minimizaría de la inclinación de los naturales a
promover dilatados pleitos en nombre del honor familiar
91
Ibíd. P. 140 92
Ibíd. P. 141
152
ante los jueces del Reino al contarse con jueces locales y
mediadores espirituales. Al estar más cerca unos y otros,
bajo un mismo control municipal y parroquial las almas
quedarían: “más inmediatas al tañido de la campana, y a
fuerza de tiempo”93
.
- Se garantizaría alojamiento y bienes para los viajeros al
reducirse las distancias entre poblados, se aumentaría la
presencia de personas en los caminos y se incrementaría
la producción al no tener que desplazarse las familias
prolongadas distancias.
Pensamientos que reafirmaban el gran problema
socioeconómico de los Reinos en Indias como eran la
improductividad de los libres y “vagamundos”. No bastaba con
imitar los remedios capitalinos al adoptar el modelo
manufacturero europeo para hacer productivos a los ociosos
sino se garantizaba agruparlos en territorios regulados
espiritualmente y productivamente. Era necesario pasar de
remedios temporales y limitados como eran los hospicios
mantenidos por la pensión del vecindario a espacios de
concentración parroquial multitudinaria “…con oficiales y ministros, que los dirijan con legalidad y economía, hasta que
de sus mismas manufacturas se puedan mantener los pobres, y
se logrará con esto extirpar el ocio, el vicio y se conseguirán
oficiales domésticos y artesanos”94
El cabildo de Girón compartía esas recomendaciones de su
gobernador siempre y cuando no se desmembrara más su
reducido y poco devoto curato, sugiriendo consigo desmembrar
los curatos de las vastas parroquias de Piedecuesta y
93
Ibíd. P. 142 94
Ibíd. P. 143
153
Bucaramanga, y al mismo tiempo, agrupar todos los curatos en
una jurisdicción moral más articulada y regulada al apoyar la
erección de un obispado que los adhiriera a las provincias de
San Gil y Socorro. Además de un corregidor interprovincial se
requería una gran autoridad religiosa “…que llenase las
piadosas intensiones de su Majestad en beneficio de estos o sus
vasallos y del Estado”.
Así mismo, los fieles feligreses podrían recibir el sacramento de
la confirmación “…que a más de cincuenta años que no se
administra por aquí a causa de la distancia de la metrópoli y
aspereza de los caminos”, así como los párrocos estarían
condicionados a abrir y sostener escuelas al demandarse
estudiantes para mantener abierto el seminario diocesano que
debía caracterizar la obra de la nueva dignidad episcopal95
.
El fomento de las concentraciones urbanas a partir de la gestión
e inversión de los vecinos principales de cada sitio poblado se
constituyó en la alternativa a seguir, la cual era apoyada incluso
por los curas párrocos que habían sido más reacios a nuevas
desmembraciones. Ese fue el caso del Dr. Dn. José Elzeario
Calvo, cura y visitador eclesiástico de Girón quien expresaba
a inicios del siglo XIX: “en la actualidad está todo el Reino en
tranquilidad y paz aunque en mucha pobreza, inhabilitados para
nuevas fundaciones, que los mismos vecinos con celo de
cristiano, según el tiempo les ayuda, han pedido, piden y costean
nuevas parroquias”96
.
Sin embargo, los miembros de órdenes religiosas que actuaban
como tenientes de cura, por ejemplo el de Piedecuesta, al pensar
en la concentración urbana de los feligreses se preguntaban: “si
95
Ibíd. P. 145- 147 96
Ibíd. P. 148
154
estas gentes se vienen a los lugares ¿con qué subsisten, que
comen, que visten?”. Cuestionamiento aunado al del ilustrado y
prestigioso cura de Bucaramanga quien reflexionaba sobre la
pérdida de tiempo y la improductividad parroquial que
ocasionaba celebrar con rigor todos los días de fiesta y guarda,
viajando y permaneciendo en el templo parroquial, pues de todo
ello se ocasionaba “el tedio al trabajo y el ahincó por
desocuparse cuanto antes y volver a la parroquia para
corromperse y arruinarse con la tuna, el juego y la embriaguez,
vicios de que no adolece son en el lugar y en los días de
concurso”97
.
Afecto a la política poblacional virreinal, el corregidor del
Socorro Juan Salvador Rodríguez Lago (1803) desmeritaba el
temor a toda forma de abandono de los campos y regulación de
la vida desde los centros urbanos parroquiales al manifestar a las
autoridades capitalinas: “el pensamiento de Lozano no fue
arrancar de los campos los brazos que los fecundan, sino con la
erección de parroquias nuevas, se acercasen más unas a otras
las poblaciones de este modo se reuniesen los hombres,
estuviesen a la vista del párroco y su juez”98
.
Los criollos ilustrados más progresistas justificaban la
transformación política e ideológica del reino con la alteración
misma de la vida y las interrelaciones socioeconómicas distantes
y urbanas promovidas en el siglo XVII ante el temor a las
“plagas” urbanas porque entendían desde la experiencias de
españoles y europeos que para progresar se necesitaba
comprobar, educar fabricar, sembrar, construir, manejar,
instruir, fomentar, comerciar, explorar, inventar, moralizar,
97
Ibíd. P. 152 98
Ibíd. P. 159
155
civilizar, culturizar las poblaciones más cercanas y laboriosas
entre sí.
A finales del siglo XVIII, fundar parroquias no solo implicó un
mejoramiento espiritual para los vivos, enfermos o muertos
pues con ellas se mejoraron los índices de ocupación,
producción y población en cada provincia. Así, los españoles o
criollos ilustrados procuraban a su vez mejorar la cristiandad y
cultura universal e hispano- americana de los feligreses “…con
más fundaciones, quedan más inmediatas al tañido de la
campana, y a fuerza de tiempo se irán estas estrechando de
modo que se consiga la reunión que se intenta”99
.
Desde el siglo XVI al XIX fundar parroquias implicó para el
estado español un mejoramiento evidente en el bienestar social y
espiritual de sus vasallos de acuerdo a los dogmas y necesidades
religiosas que se creaban y recreaban para preservar la
estabilidad y fidelidad emocional para con la corona, a manera
de un acto de caridad y tolerancia cristiana para con todos los
humanos. Sus orígenes en Indias se remontaban a la cédula real
del 10 de mayo de 1554, que dispuso:
Rogamos y encargamos a los prelados, que bendigan un
sitio en el campo donde se entierren los indios cristianos
y esclavos, y otras personas pobres y miserables, que
hubieren muerto tan distante de las iglesias, que sería
gravoso llevarlos a enterrar a ellas, porque los fieles no
carezcan de sepultura eclesiástica100
.
99
Ibíd. P. 142 100
ESPAÑA. Recopilación de leyes de los Reinos e de las Indias. Tomo 1.
Madrid: Consejo de la Hispanidad, 1943. P. 153.
156
Parroquialización por reconcentración [centros de
comercialización]. Los proyectos de formalización y
concentración de los nuevos poblamientos urbanos en el
corredor templado y fértil de la gobernación de Girón durante la
primera década del siglo XIX, época de transiciones y
enfrentamientos ideológicos y territoriales entre las elites
locales, provinciales y capitalinas, se caracterizó por la adopción
de las razones y modelos parroquiales propuestos por las elites
ilustradas borbónicas en Europa como en América.
Ejemplo de esas tendencias fue la solicitud tardía (1809) y el
largo proceso de erección (1809-1818) y nombramiento de cura
párroco en propiedad (1818-1824) para la parroquia de
Floridablanca de San Juan Nepomuceno, la cual fue trazada y
erigida en la explanada dispuesta en el sitio de la Mano del
Negro101
. Ese sitio era muy apreciado y afamado al ser punto
concéntrico de las vías y asentamientos urbanos de la provincia
de Girón con Pamplona.
Su relevancia había sido considerada desde antes de 1799 por el
factor de tabacos, Don Pedro Antonio Paredes, al recomendarlo
como lugar ideal y útil para el poblamiento de empresarios
tabacaleros, la concentración del intercambio comercial y la
existencia de estancias afamadas por su productividad
tabacalera, así como por el clima sano y benigno que resultaban
atractivos para el descanso y la salud campestre de los vecinos
de la calidad y malsana Girón.
El 24 de julio de 1809, siguiendo el modelo común de
parroquialización por autogestión vecinal, los diez vecinos más
101
Los datos y hechos aquí referenciados son tomados del resumen hecho al
proceso de erección parroquial en el Archivo Arzobispal de Pamplona por
MARTÍNEZ, A, y GUERRERO, A. Op. cit. P. 133- 143 (Floridablanca).
157
acaudalados e interesados del sitio firmaron fianza notarial
sobre sus bienes como garantía para la erección y pago de la
congrua para el cura párroco que les fuese nombrado. Las
razones planteadas para solicitar la fundación se sustentaban en
intereses y preocupaciones “patrióticas” antes que los motivos
pastorales y sacramentales esgrimidos durante las décadas
anteriores.
Si bien los vecinos segregacionistas contaban con el visto bueno
y el apoyo de los párrocos de Bucaramanga y Piedecuesta, a
pesar de segmentarse parte de su jurisdicción, lo mismo no
pasaba con el Dr. Pedro Salgar, cura párroco de Girón, quien
con sus vecinos y feligreses principales dieron poder a un
procurador de la Real Audiencia para que defendiera en Santafé
su oposición a toda forma de desagregación. Con lo cual, era su
interés hacer prevalecer la posición de las élites locales a la
conservación y perpetuación de su poder en toda la jurisdicción
municipal, a pesar de los intentos fallidos por evitar a toda costa
la desagregación de la parroquia del Pie[dela]cuesta o la
reconcentración de algunas de las mejores familias de Girón y
Pamplona en la naciente parroquia de Bucaramanga.
Los curas de Bucaramanga y Piedecuesta justificaron su apoyo a
la nueva parroquia por el servicio espiritual que traería ese
nuevo curato a sus feligreses más distantes o concentrados en
ese sitio, en tanto que los gironeses argumentaban su oposición
por los mezquinos intereses políticos, económicos, sociales y
personales que tenían los vecinos separatistas de ese “campo”
con los de las parroquias vecinas. Entre esas sospechas estaban:
La conspiración familiar de los presbíteros de la familia
Valenzuela por conseguir un curato cercano para su
hermano José María, con el apoyo de algunos vecinos
158
estancieros de Bucaramanga y con la clara intención de
empobrecer el curato de Girón.
La inexistencia de las razones del Concilio de Trento
para erigir nueva párroco al encontrarse el párroco de
Girón a no más de una legua.
De aceptarse esa nueva desagregación la ciudad de
Girón perdería lo “más floreciente y pingüe de su
vecindario”102
.
Al permitirse la erección de una nueva parroquia en la
Mano del Negro, y a sabiendas de la solicitud (1809) y
posible confirmación del título de villa de San Carlos
para Piedecuesta, Girón perdería a la parroquia
separatista de su jurisdicción municipal, así como
aquella que fuese erigida al preferir agregarse a la
jurisdicción y cabildo de la nueva villa.
De separarse los fieles de la Mano del Negro y Bucarica,
las rentas y trabajos para la reedificación del templo de
Girón disminuirían y se atrasarían.
La obstinación parroquial de los patriarcas bumangueses
Antonio y Facundo Mutis por fundar nueva parroquia en
Bucarica, aunado a los intereses de la familia Valenzuela
encabezada por el cura de Bucaramanga (Juan Eloy
Valenzuela), se explicaba además como una represaría
contra el cura de Girón (Pedro Salgar) por su oposición a
la realización a las fiestas religiosas con consumo de
aguardiente, lo cual perjudicó a los Mutis al ser los
principales asentistas de ese ramo en la Mano del Negro.
102
MARTÍNEZ, A, y GUERRERO, A. Op. cit. P. 135
159
Sitio que era además lugar de expendio y libre consumo
para los viajeros, arrieros y traficantes.
Esas sospechas de las élites gironesas hacen pensar que el
proceso de erección fue semejante por su conflictividad e
intereses al de las parroquias de Piedecuesta y Bucaramanga,
donde las necesidades espirituales se desviaban en litigios por
el orgullo comunal, los intereses de élites locales, sociedades
comerciales o pasiones personales.
Sagazmente Nicolás Llanos, apoderado de los vecinos
separatistas de la Mano del Negro, justificó la erección basado
en los argumentos más refinados de los ilustrados españoles y
los principios urbanísticos de las autoridades virreinales y
consejeros del imperio, en especial los del conde de
Floridablanca, el ministro Campomanes y don Gaspar Melchor
de Jovellanos. Para los criollos ilustrados las propuestas de los
ministros borbónicos estaban concebidas para mejorar y renovar
el modelo hispánico de colonización de sus reinos peninsulares
y de ultramar.
Las nuevas parroquias debían ser erigidas tanto por las
tradicionales razones espirituales sustentadas en el concilio de
Trento, los modernos y progresistas argumentos de los virreyes
ilustrados como por las concepciones universales de Jovellanos
al manifestar que: “…los nuevos establecimientos (urbanos) son
causa de que se pueblen los destierros, se cultiven las tierras, se
adelanten la industria y las artes, se perfeccione la sociedad y se
multiplique la especie humana”103
.
Antes que el interés por el bienestar del alma lo que importaba a
los parroquianos modernos era al comercio y la industria con un
103
MARTÍNEZ, A, y GUERRERO, A. Op. cit. P. 139
160
mayor poblamiento, para así asegurar a todos, libre e
igualitariamente, la posibilidad de riqueza, abundancia y
prosperidad. El “bien vivir” se antepuso ideológicamente al
“bien morir”, con lo cual se debía: “Oír la voz de la razón y
atender a los movimientos de la sensibilidad y la
compasión”104
, así como propiciar “la urbanidad, política y
demás prendas que deben adornar a un buen ciudadano los
principios de la religión santa que profesamos, y que son tan
necesarios para conseguir la eterna felicidad” 105
.
De tal manera, los procesos de poblamiento europeos del siglo
XVIII que fueron adoptados en los reinos americanos estaban
caracterizados por la siguiente tipología:
Tradicionales: Similares a los asentamientos medievales
a través de cartas de puebla como fueron la adhesión de
grupos vecinales (políticas), el fortalecimientos de zonas
inseguras (estratégicas), aumentar la producción agraria,
mercantil y artesanal (económicas), la obtención demás
tributos con la presencia contribuyente y con ellos más
riquezas106
.
Militares: Traslado y refundación de poblaciones ante
peligros bélicos, invasiones extranjeras, reafirmación
estatal en territorios de frontera o reorientación de los
104
Ibíd. P. 140 105
Ibíd. 106
OLIVERA Poll, Ana y ABELLÁN GARCIA, Antonio. Las nuevas
poblaciones del siglo XVII en España. En: Revista HISPANICA. XLVI 063.
1986. P. 299- 325.
161
pobladores costeros de defensa sin riesgo o
funcionabilidad (“pueblos gemelos”)107
.
Renovadores: “La prosecución a escala regional del
iniciado en América con dimensiones continentales”, “la
experiencia adquirida por España en su obra
colonizadora americana, donde diferentes
localizaciones, funciones y situaciones geográficas
dieron lugar a centenares de asentamientos, y a caudal
de teoría, o mejor practica urbanística que era recogida
en la metrópoli a través de innumerables informes y
relaciones”108
.
Teóricos estatales: Ejecutar los gobernantes sus teorías
y concepciones poblacionales. Se consideraba que cada
Estado y territorio era más fuerte en cuanto estaba más
poblado con vasallos útiles nativos o extranjeros; se
podía regular, controlar y centralizar el poder señorial,
de las órdenes y de la Mesta; así como adoptar las
políticas continentales de salubridad pública con
poblamientos trazados racionalmente y ubicados en
sitios sanos y secos o desecados109
.
Agrarios y productivos: Ante la improductividad y
desequilibrio de los núcleos urbanos y los territorios
rurales con excedente demográfico, se optó por trasladar
a la población pobre y desocupada como colonos a los
territorios reales, de baldíos o de grandes terratenientes
para otorgarles por concesión o en propiedad estancias,
pedazos de tierra o “arrendamientos obligatorios”. Con
107
Ibíd. P. 310 - 311 108
Ibíd. P. 300 109
Ibíd. P. 299 - 300
162
esa descongestión se regularon las crisis
epidemiológicas, la Mesta y el bandolerismo en los
caminos reales y los puertos. Esos espacios fueron
organizados como comunidades de colonización
“colectivista”110
.
A esos procesos de expansión agraria se sumaban los “pueblos
gemelos” de la costa mediterránea, donde los pueblos costeros
empobrecidos, improductivos o sobrepoblados avanzaban hacia
espacios circunvecinos, fundándose allí poblaciones similares en
diseño y funciones a las ciudades matrices o los pueblos
promovidos, financiados y gestionados por elites empresariales
para sus proyectos agroindustriales, pesqueros, manufactureros,
etc.111
Tendencias de poblamiento y urbanización consideradas como
necesarias de replicar en los reinos americanos por criollos
ilustrados como Pedro Fermín de Vargas, quien después de
servir como corregidor de indios y miembro de la Expedición
Botánica, pensaba sobre la vida productiva y en policía que:
…la facilidad con que se contienen las gentes de las
tierras cálidas del virreinato las hace del todo indolentes
y perezosas” “…se entregan en una ociosidad sin
límites” “…Entre estas gentes no hay, pues, principio
alguno moral, ni físico, que les haga impresión sobre el
miserable estado en que viven. Bajo de esta idea
cualquiera conoce el poco escrúpulo que hará en estas
gentes el mantenerse de lo ajeno, a ninguna fe que
110
Ibíd. P. 301 – 307, 312 - 313 111
Ibíd. P. 311, 313 - 314
163
observaran en sus pactos y la poca utilidad que sacan la
colonia y la metrópoli de estos vasallos112
.
El gobierno debía apremiar los vasallos indolentes para
que ganasen su sustento. Los de las tierras cálidas,
prefieren a una vida laboriosa y activa, la desnudes y
miseria, con que además de corromperse las costumbres
se llenan de enfermedades que les hacen inútiles, a la
religión, al Rey y a la patria. Es una especie de gente
salvaje, que vive entre los bosques sin conocimiento de
los derechos de la sociedad113
.
Liberar la economía de trabas proteccionistas y los costosos
derechos reales para que los vasallos se abasteciesen y se
animaran a producir, podía garantizar su permanencia en los
centros urbanos al no tener que asistir personalmente en las
estancias trabajando para su sustento: “Entonces el comercio se
facilitaría, crecería la población con la riqueza de las familias, y
éstas, aseguradas de la saca y despacho de sus frutos, se
entregarían ansiosas a la agricultura, minas, comercio y todo lo
demás que ocupa a las gentes con provecho suyo y de la
Monarquía”114
.
Las parroquias “modernas” como reflejo de las “gloriosas
empresas de sus gobiernos” y con una economía liberada
estaban llamadas a que en sus territorios circularan “más de dos
o tres arrobas de oro que hoy yacen en vueltas en las arenas de
112
VARGAS, Pedro Fermín de. Pensamientos políticos, Siglos XVII y
XVIII. Bogotá: Procultura, 1986. P. 25 - 26 113
Ibíd. P. 63 - 64 114
Ibíd. P. 50
164
los ríos. De solo la provincia de Girón me han asegurado se
habrá dejado de sacar más de una arroba”115
.
Ese modo ideal de producción y convivencia se podía asemejar
al norteamericano promovido por B. Franklin, porque:
“aumentando el comercio con esta libertad, era consiguiente el
aumento de nuestra agricultura, y a este respecto el de la
población de Reino, que crece siempre en razón de las ganancias
que hallan los vasallos en el aprovechamiento de sus tierras”116
.
Esas ganancias conllevaron a la explotación diversificada y a la
tenencia de la propiedad por sucesiones o minifundios al
fragmentarse los globos formados por haciendas y estancias,
como se podía comprobar en las provincias de Vélez, Socorro,
San Gil y Girón. Desde las experiencias de Vargas era evidente
que en esas provincias:
…todavía no se ha dado lugar a las grandes haciendas, se
ve mayor número de gentes que en las demás partes del
Reino, y es porque repartidos sus habitantes en pequeñas
heredades, cuya propiedad les pertenece, las cultivan con
el mayor interés, y tienen suficientes con ellas para
mantener sus familias. Viven aquellas gentes como los
primeros romanos y como ellos aumentan
progresivamente su población117
.
Sin embargo, para garantizar la productividad y
democratización de las tierras se requería que los nuevos
espacios parroquiales no limitaran las actividades
socioeconómicas de los empresarios agroindustriales
115
Ibíd. P. 94 116
Ibíd. P. 136 (“Memoria sobre la población del Reino”) 117
Ibíd. P. 138
165
anteponiendo los ciclos de días sacros y de guarda a los ciclos
productivos propios de los monocultivos. Se requería un nuevo
orden sociocultural donde los intereses y derechos materiales se
antepusieran a los deberes y las tradiciones espirituales:
No son más embarazosas a la población los demasiados
días de fiesta. Como la mayor parte de nuestros
labradores viven desparramados en los campos, y
distantes de los lugares, el día de fiesta, aunque no sea
más que oír misa, lo pierden todo, si han de cumplir con
él precepto. En ida y vuelta al lugar gastan lo mejor,
que es la mañana. Este inconveniente es mucho más
grande en aquellos pueblos de mucha extensión en que
tiene el párroco que esperar más largo tiempo para decir
la misa.
El remedio que esto tiene bien se deja entender, que es
reducir los citados días a menor número, o arreglar la
población al modo de Europa, Pero esto último en las
circunstancias de hoy es de mayor inconveniente para la
agricultura, porque ahora el labrador vive en medio de
sus sembrados, y cuida de ellos día y noche en vez de
que retirado al lugar dejaba expuesto su heredad a los
tiros de los ladrones118
.
La nueva fe en el progreso y la razón debían mejorar
económica, social y religiosamente cada nuevo territorio
poblacional, así como liberarían de la tiranía, los monopolios y
las manipulaciones ideológicas a los vasallos de un imperio en
decadencia.
118
Ibíd. P. 149 (negrita agregada)
166
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169
2. EMPRESARIOS ENCOMENDEROS
PRÁCTICAS PRODUCTIVAS Y TECNOLÓGICAS DE LOS
MINEROS EN LOS ANDES NORORIENTALES119
Los indígenas precolombinos de lengua chibcha que habitaban
la mayor parte de las tierras altas, medias y bajas de la cordillera
andina nororiental de la actual República de Colombia a
mediados del siglo XVIII ya no existían productiva ni
demográficamente.
Las razones para su gradual desaparición fueron el sistemático
exterminio psicofísico que había representado la invasión
europea y la explotación tributaria de sus territorios colonizados
desde el siglo XVI, la sustitución o sincretismo sistemático de la
cultura del vencedor como parte de la del vencido, la
inmunodeficiencia a las enfermedades europeas y africanas
portadas y expandidas por encomenderos, funcionarios,
misioneros y finalmente los esclavos antillanos y africanos.
Recientemente se ha promovido un revisionismo historiográfico,
según el cual, los misioneros y curas párrocos del nororiente
119
Ensayo doctoral inédito titulado: “Sociogenesis indigenous production
practices and technology in the Andes northeast in New Granade” (USA:
AIU, 2011. Course: Comparative History of Latin America and Colombia I).
El texto presentado es uno de los capítulos inéditos de la tesis doctoral
publicada como: PÉREZ PINZÓN, Luis Rubén. Revoluciones tecno-
educativas de los europeos ‘civilizadores’. Ciencias útiles, educación
técnica e Ingeniería Industrial en América Latina, siglos XVIII al XX. El
caso de la Universidad Industrial de Santander (Colombia).
Bucaramanga: Ediciones UIS, 2014.
170
andino aseguraban desde mediados del siglo XVI que los
indígenas tributantes se habían hecho mestizos de hecho o en
derecho para evadir las obligaciones laborales, territoriales y
socioculturales exigidas por el Estado hispánico, y así, gozar de
la condición socio-jurídica de “libres” (Pérez, 2006).
El ser “libres”, les permitía realizar las mismas actividades
productivas aprendidas al interior de los resguardos en las
estancias y haciendas de los blancos y mestizos acaudalados a
cambio de un salario regular que podían invertir en los bienes,
servicios, gastos o vicios que eran acostumbrados. Con lo cual,
el recurso humano de los resguardos, base de la prosperidad y
del pago colectivo de los tributos reales gradualmente fue
reduciéndose hasta llegar las autoridades reales a declarar la
extinción de esos territorios protegidos, el remate de las tierras a
los mestizos o blancos que tiempo atrás las arrendaban
legalmente o las ocupaban ilegalmente. Se promovió el
desplazamiento y reubicación de los pocos indígenas que
defendían sus atributos legales, sociales y culturales a los
resguardos y pueblos de indios donde debían convivir con otras
etnias, prácticas y cosmovisiones.
Con la “liberación” sistemática de la mano de obra de los
indígenas desde mediados del siglo XVIII los principales
beneficiados fueron los empresarios agropecuarios y mineros
quienes pudieron incrementar el número de jornaleros, peones y
arrendatarios bajo su autoridad y dominio. Repitiéndose esa
misma dinámica a mediados del siglo XIX con la liberación y
manumisión de la mano de obra esclava que reactivó la
producción de monocultivos de exportación, así como a
mediados del siglo XX se dio la migración de los campesinos
sometidos al “cacicazgo” de los hacendados hacia las cabeceras
urbanas presionados por la “violencia bipartidista” (guerra civil
171
no declarada y de largo alcance), la promesa de servicios
públicos y la demanda de mano de obra; todo lo cual contribuyó
a la consolidación de un proletariado obrero acorde con el
desarrollo industrial del país y las políticas de
autoabastecimiento durante los períodos de entreguerras
mundiales (primera, segunda y “fría”).
Acorde con esos procesos de transformación educativa y
especialización tecnológica de la mano de obra, con éste ensayo
se pretende demostrar ¿cómo el régimen señorial español
contribuyó a redimensionar y dar continuidad a las prácticas
socio-productivas y tributarias prehispánicas durante los siglos
XVI y XVII?, y consigo, ¿cuáles fueron los aportes científicos,
técnicos y tecnológicos de los españoles a la producción
jerárquica y especializada de bienes y servicios que había
caracterizado a los indígenas de los andes nororientales
neogranadinos?
Un argumento de partida para responder esos interrogantes se
sustenta en el principio señorial español denunciado por
misioneros y funcionarios hispánicos seguidores de la defensa
lascasiana de los indígenas, según el cual, los exploradores,
conquistadores y colonizadores europeos (españoles,
portugueses y alemanes) del Nuevo Reino de Granada al apelar
a la solución de sus necesidades sociales y económicas por la
vía de las armas renunciaron a los trabajos mecánicos que
habían realizado tradicionalmente en sus provincias y reinos
obligando como señores de las nuevas provincias conquistadas y
los nuevos reinos fundados a que los habitantes de las mismas
les garantizasen sustento físico, tributo económico y
mejoramiento sociopolítico al ser premiados, reconocidos o
concedidos a cambio de sus contribuciones tributarias
172
renombrados títulos nobiliarios y cargos propios de hidalgos por
parte de la corona española.
Esos procesos de renuncia, rechazo y olvido de la condición de
pobreza, vasallaje, trabajo mecánico y villanía en la que vivían
agricultores, artesanos y letrados españoles al someter y obligar
por las armas a los indígenas americanos a aceptar su dominio
material, económico y espiritual con el ánimo de lograr ser en
América lo que jamás podrían llegar a recibir o alcanzar en
Europa es analizado por el cronista franciscano Fray Pedro
Simón.
Cronista que a inicios del siglo XVII hizo la caracterización del
ser español que conquistó y continuaba fundando y colonizando
los andes andinos neogranadinos. Embobados por las
narraciones y promesas de los aventureros que regresaban a
España, la esperanza de obtener mayores riquezas y condiciones
en pocos años que las obtenidas durante toda una vida servil de
trabajo hacía que, sin excepción:
…toda suerte de hombres, enanos y gigantes, bracos y
cobardes, humildes y soberbios, y en toda sangre villana
e hidalga prende el veneno de esta yerba; porque como
sea natural al hombre desear el descanso aun en esta
vida y esté librado (según el parecer del mundo) en
tener haciendas y riquezas, naturalmente al hombre le
mueven aquellos objetos de donde las puede sacar, y más
aquellos objetos de donde las puede sacar, y más
aquellos de donde más y mejores se le representan, como
son las que ponen delante estos platicantes, los cuales
levantando de punto lo de por acá, haciendo la nada algo,
y lo que es algo mucho, y lo mucho muchísimo, arrancan
de cuajo, ya barren de los reinos de España y otras partes
173
a millones los hombres de todas suertes: hacen que deje
el labrador su mancera ó esteva, a sus abarcas y
antiparas acude, los bueyes, yugos y coyundas,
pareciéndole ya todo esto bajeza; no obstante por la
sangre que heredó de sus padres, no pide otras más altas
ocupaciones, porque piensa topar todo esto en oro fino y
salir de los inmensos trabajos de la labor; no consigue
menores esperanza el oficial pobre, que después de
haber reventado todo el día en su oficio, se halla con dos
reales a la noche de ganancia en su casa, y no se
alimenta menos la hidalga y noble sangre, puesto que
de suyo ella lo está, porque si vive con pobreza por no
haberle seguido dichosa suerte y próspera ventura, ó
porque no heredó de sus padres más que la sangre noble,
ya le parece ha de hacer linaje de nuevo y avivar los
colores al escudo de sus armas, añadiéndoles nuevos
blasones, y que éstos han de ser barras de oro, en
competencia de las de los Reyes de Aragón y otros mil
devaneos con que se lisonjean al son de las palabras del
charlatán (Simón, 1891, p. 25).
La promesa de riqueza, nobleza y poder fáciles se desvanecían
al tener que enfrentar los europeos más pobres, incultos,
ignorantes y villanos las adversidades del medio ambiente, las
dificultades técnicas y tecnológicas para extraer los tesoros
metálicos al ya no existir la posibilidad de hurtarlos de los
ranchos y tumbas, y en especial, la creciente escasez de los
anhelados súbditos y vasallos tributantes al ser confiados sólo a
los capitanes fundadores y a los nobles de nacimiento que
pagaban por ese beneficio o se les recompensaba por sus
servicios con esas mercedes. De allí que para materializar sus
sueños debían arriesgarse a perder la vida en nuevas campañas
de conquista y fundación de ciudades entre los bárbaros y
174
belicosos caribes, o por el contrario, empezar a vivir en América
los mismos infortunios que vivían como trabajadores pobres y
excluidos en Europa.
Ese desengaño de los europeos pobres con las promesas
“doradas” que les darían las tierras y gentes de América a
finales del siglo XVI e inicios del XVII fue resumido por Fray
Pedro Simón al expresar lo siguiente:
…poniendo el primer pie se comienza a deshacer el
encanto, y cargando la melancolía no se alcanza un
suspiro a oro, vese sin casa propia, a mesas ajenas, que
las calles de las ciudades no están empedradas de oro y
las paredes no son de plata como allá lo imaginaba;
represéntase tras esto la quietud de su casa y cama que
dejaron en sus tierras; el labrador ya tomara lo que
allá despreció; el hidalgo echa menos lo que allá
tenía, y así todos conocen, aunque tarde, su engaño y
que lo fue no considerar e informarse de lo que por acá,
que si no trabaja mucho no se come nada, si no se vela
no se duerme, si no se llora no se ríe, si no se cansa no se
descansa, y si no se suda no se posee nada, y que todo lo
de acá tiene dueño: las tierras son de los indios por
derecho natural y divino, y que para haberlas de labrar se
los han de sacar de su posesión, y que todo esto no se
hace sin notables cuidados, y que al que los tiene, y
muchas veces aún el que los tiene, sucede que después
de muchos años de Indias, se estaban con mayor miseria
que la que tenían en sus tierras, que si estas
consideraciones hicieran a tiempo no les llegara tan tarde
y tan a su costa el desengaño (Simón, 1891, p. 26).
175
2.1 OFICIOS HEREDADOS Y DISTINCIONES DE CLASE
Desde antes de la llegada de los europeos y sus políticas de
salvación evangelizadora en misiones, proteccionismo étnico-
cultural en pueblos y resguardos, regulación político-económica
con sujeción a encomiendas y pago de tributos, e incluso,
aseguramiento de los bienes y servicios demandados por los
blancos al requerirse la especialización productiva en alimentos,
artesanías, vestimentas, transportes, servicios públicos, etc., los
indígenas contaban con un sistema milenario de formación para
el trabajo práctico y el uso de los conocimientos familiares o
comunales para la realización de actividades particulares,
grupales o colectivas que no solo fueron preservadas y
protegidas por el Estado español al mezclar el señorío feudal
europeo con el vasallaje cacical americano.
Esas prácticas fueron fundamentales para garantizar la
continuidad del orden existencial de las comunidades indígenas,
el abastecimiento de los centros urbanos europeos, la
producción en las periferias provinciales a los centros urbanos, y especialmente, el incremento y diversificación de la producción
minera, agropecuaria, pecuaria y artesanal de fibras que no sólo
garantizaba la existencia de mercados locales o regionales pues
era posible realizar exportaciones interprovinciales, y consigo,
obtener los tributos necesarios para garantizar el sostenimiento
de la familia real, los nobles, los funcionarios reales, los
encomenderos, los curas doctrineros y demás miembros de la
burocracia.
Poco o nada se supone que aprendieron los indígenas de los
españoles en cuanto a técnicas y prácticas agrícolas o mineras si
se considera que en trescientos años las innovaciones y cambios
fueron mínimos de acuerdo a los ilustrados americanos del siglo
176
XVIII que promovieron la insurrección emancipadora de 1810.
Sin embargo, es indiscutible que innovaciones tecnológicas
transferidas por los europeos como el uso de herramientas
metálicas, la utilización de sustancias químicas especializadas
(por ejemplo el mercurio para amalgamar los metales), y
especialmente, el uso de la fuerza animal de vacunos y equinos
importados para las labores agrícolas inevitablemente
contribuyeron a incrementar la producción y reducir los
esfuerzos cotidianos para conseguir un mismo fin.
No obstante, esa transferencia tecnológica fue gradual y limitada
al ser costosos o escasos los objetos o bienes que la componían,
lo cual hace necesario reconocer cuáles eran las prácticas
tecnológicas aprendidas y preservadas por los indígenas para
asegurar e incrementar la producción, así como identificar
cuáles fueron los recursos humanos o los factores
socioculturales que promovían y propiciaban esos aprendizajes a
falta de centros de educación o adiestramiento laboral como los
que tardíamente llegaron a fundar y financiar las autoridades
españolas.
Ejemplo de esas limitaciones tecnológicas fueron los rústicos
medios para comunicarse los europeos entre sí como para poder
instruir a los indígenas que gradualmente fueron dominados ante
la ausencia de papel y tintas para las comunicaciones escritas, de
allí que se vieran obligados a escribir sobre pergamino hecho de
“… cuero de venado, que era el papel que entonces se usaba, y
la tinta era hecha del betún que llaman bija, que era colorada”
(Aguado, 1956, parte 1), a lo cual se sumó el trabajo de los
cronistas de indias por recopilar la historia oral de las
experiencias, relatos, anécdotas y documentos de los
conquistadores y primeros colonos al componer las historias
177
sobre la conquista del Nuevo Reino de Granada al no ser
conservados archivos ni registros al respecto.
Los indígenas del nororiente andino durante un milenio en la
región habían sido gobernados por un régimen de caciques
territoriales (o provinciales) que gradualmente fueron
subyugados por vínculos sanguíneos, regímenes matrilineales y
guerras internas a caciques mayores que a través de un régimen
federal de relaciones preservaba el orden tributario y la sumisión
sociocultural al reino que cada uno de ellos dominaba. Sin
embargo, a la llegada de los españoles se comprobó que los
caciques mayores del altiplano andino asociados con la étnica
muisca estaban enfrentados en una guerra a través de la cual se
pretendía unificar los cacicazgos en un único régimen estatal
expansionista e imperial semejante al que ya habían alcanzado a
desarrollar y consolidar incas y aztecas.
Y al igual que las facciones rivales en esos estados imperiales
exitosos de la América prehispánica, los caciques mayores
pretendieron encontrar en la tecnología militar europea el aliado
contundente para derrotar y dominar al adversario más cercano,
para lo cual, estrecharon alianzas que facilitaron el ingreso y
control de la mayor parte de los territorios andinos por los
exploradores y conquistadores hispánicos. Invasión consentida
que permitió a los “dioses barbudos” reconocer las debilidades y
miedos de sus aliados, con lo cual después de algunas
escaramuzas a cambio de crecidos botines en abastos y metales
preciosos dieron por terminadas las luchas y guerras entre los
soberanos indígenas al obligarlos por las vías de hecho y el
derecho, a través de la cruz como de la espada, a jurar
obediencia y sumisión únicamente a los reyes castellanos y su
descendencia. Quienes se resistieron fueron perseguidos,
asesinados, aperreados, presionados a suicidarse, o en el mejor
178
de los casos a ser perdonadas sus vidas al pasar a ser
comercializados y explotados como esclavos en nombre de la
“justa causa” de la guerra denunciada por defensores de los
indígenas como el dominico predicador Fray Bartolomé de las
Casas.
La existencia del régimen cacical aseguraba a cada comunidad
el reconocimiento individual y familiar de jerarquías
sociopolíticas verticales acordes con la condición natal, así
como un régimen tributario y de redistribución de la producción
especializada entre productores, protectores (militares y
religiosos) de la producción y administradores de la producción
de carácter horizontal. De tal manera, cada individuo al nacer
hacía parte de un grupo familiar que tenía una condición
sociopolítica o productiva heredada e inmodificable que le
condicionaba a asumir su tarea existencial individual para
garantizar la existencia colectiva.
El oficio o trabajo de los padres eran heredados y aprendidos
por los hijos ya fuesen como agricultores, cazadores, mineros,
transportadores, comerciantes, alfareros, orfebres, textileros,
etc., mientras que los hijos de las clases y estamentos superiores
estaban condicionados según sus linajes y mayorazgos a
desempeñarse como caciques, nobles, gobernantes, sacerdotes,
guerreros, recolectores de tributos, administradores de tributos,
etc. (Langebaek, 1992).
Esas semejanzas con el sistema señorial y de vasallaje
monárquico español permitieron una rápida y pacífica mezcla de
ambos regímenes al ser reconocidos los señores indígenas como
vasallos e hidalgos con el título de “don” por parte la corona
española, con lo cual, sus vasallos y dependientes pasaban a su
vez a ser parte del vasallaje español que debía ser administrado
179
por medio de un régimen de encomienda que pretendía a través
de un cristiano europeo en su condición de “encomendero”
salvar las almas, disciplinar los cuerpos y hacer productivos los
esfuerzos para beneficio propio de sus encomendados. Así se
preservaba la continuidad de cada comunidad étnica como
nuevos cristianos, se aseguraba el sostenimiento fiscal de los
señores llegados de ultramar, así como el sostenimiento de las
altezas reales y nobiliarias europeas a quienes los nuevos
señores debían lealtad y sumisión tributaria al otro lado del mar
(Wiesner, 1996).
Sin embargo, la estructura tributaria de los españoles al ser de
carácter acumulativa y basada en el lucro personal al ser tan
jerárquica como la sociocultural alteró y eliminó el régimen
horizontal que habían desarrollado de manera cooperativa y
redistributiva los indígenas al darse una relación mutualista
entre los productores de bienes y servicios que pagaban tributo
en especies o servicios a los protectores y administradores de
sus provincias a cambio de obtener seguridad militar, protección
divina y mejoras en los bienes y servicios públicos. Con lo cual,
la única tarea que debía preocupar a las clases superiores era
garantizar la tranquilidad y prosperidad esperada por las
inferiores.
Ejemplo de la continuidad tributaria del régimen prehispánico al
hispánico y las consecuencias ecológicas y ambientales de la
creciente demanda de bienes y servicios por los señores
encomenderos se puede reconocer en la siguiente descripción
etnográfica del extinto resguardo muisca de Cota: “La
vegetación original ha desaparecido casi por completo debido al
uso intensivo desde épocas coloniales. En 1555 los indígenas
tributaban cuatro cargas de leña diarias a su encomendero y
hasta hace 40 años del presente siglo, se usaba en forma
180
generalizada el sistema de tala y recolección con destino a la
fabricación de “carbón de palo” (carbón vegetal) para su venta
en Bogotá, hoy todavía se continúa con esta práctica para el
consumo doméstico” (Wiesner, 1996).
Un ejemplo de cómo los indígenas andinos, antes y después de
la llegada de los conquistadores y colonizadores europeos,
continuaron realizando las actividades productivas básicas que
habían aprendido y que había caracterizado a cada clan, pueblo
o familia étnica. Los productores heredaron los oficios,
herramientas y técnicas de sus padres, los protectores
espirituales dejaron sus templos sagrados de formación y
pasaron a hacer parte de los seminarios católicos. Los guerreros
fueron adscritos a las milicias provinciales, así como los
procuradores representados por los caciques, capitanes
territoriales y sus familiares pasaron a procurar la conservación
del orden provincial y la administración del gobierno de los
cabildos de los nuevos pueblos de indígenas como alcaldes,
regidores y alcaldes de barrio al buscar los españoles que la
“república de los blancos” fuese imitada e interiorizada por la
“república de los indios”. Para lo cual, los descendientes de los
caciques fueron educados y tratados como gentes nobles.
De allí que sólo pueda considerarse que el indígena perdió
realmente su condición sociocultural primigenia y su identidad
como indoamericano hasta el momento en que fue obligado a
olvidar y renegar de su lengua materna. Proceso que se dio en
1770 al prohibirse el uso de las lenguas y dialectos étnicos
“mediante una Cédula Real por razones económicas, culturales
y políticas en favor del español, que desde entonces se impuso
como lengua general” (Wiesner, 1996). Con lo cual, no sólo se
debía actuar, confesar y tributar como hispano pues también era
necesario ilustrar a los pueblos con una lengua nacional acorde
181
con el orden estatal borbónico vigente. Una decisión imperial
que aceleró la variación demográfica de “libres” (o sin casta)
frente al número de blancos e indios, y consigo, la
fragmentación progresiva de la autoridad y respeto a los
regímenes de poder hispánico de carácter municipal, provincial
o virreinal.
Antes y después de la llegada de los españoles, los indígenas del
nororiente andino estuvieron condicionados a planear sus
existencias de acuerdo con el orden social, político y económico
con el que habían nacido, con lo cual su sujeción no sólo era
para con la tierra donde se nacía o crecía, ya que al hacer parte
de esa tierra a su vez se debía aceptar y reconocer el vasallaje a
un señor dominante, ya fuese llamado cacique, encomendero o
hacendado, quienes definían la cantidad y calidad de tierra o
recursos a los que tendría derecho cada familia para ser
socialmente productiva y económicamente tributante.
Valga aclarar la definición de dos conceptos esenciales en la
condición existencial de los indígenas como vasallos de un
cacique mayor, y luego de un rey español, como son
encomienda y encomendero:
La “encomienda” consistía en dar un grupo de indígenas,
generalmente un “pueblo” o “cacicazgo”, “con sus
tierras, estancias y labranzas” a un español meritorio
[denominado encomendero]. Los indios debían pagar
temporalmente como grupo primero y más tarde per
capita, un tributo fijado por la Corona, cedido en derecho
de usufructo como propietaria universal de todo lo
descubierto (bienes, tierras e indios), con obligación para
el beneficiario, entre otros deberes, de transferir la quinta
parte de lo recaudado a la Corona, ocuparse del
182
adoctrinamiento de los indios y enseñarles a vivir en
“policía”. El sistema fue introducido entre los Muiscas
por primera vez en 1539 por el conquistador Gonzalo
Jiménez de Quesada en favor de los miembros
sobrevivientes de su expedición. Al finalizar el siglo
entró en decadencia y el primer decreto general de
extinción se expidió en 1718, pero se conservó hasta
finales del siglo XVIII en medio de una legislación que
lo sometió a múltiples vicisitudes y de una lucha que lo
orientó a la hacienda colonial (Wiesner, 1996).
La carga de trabajo individual delegado para el cumplimiento de
las cargas físicas o materiales de tributo a los “señores” nativos
y de ultramar, se sumaban las acciones necesarias para la
subsistencia familiar cotidiana, suntuaria y postmortem de sus
consanguíneos, así como la carga de trabajo colectivo o
comunal dispuesto a cada individuo o familia por sus
autoridades al ser condicionados a realizar tareas productivas en
las tierras “comunes” de usufructo exclusivo del cacique o el
shamán (y más tarde del encomendero o el cura doctrinero) por
medio del “concierto o mita”. Todo con el fin de aprovisionar
con recursos de la caza, pesca, agricultura, ganadería, minería,
obras públicas, mejoras rituales y abastecimientos domésticos
los espacios habitados por los protectores y procuradores
comunales.
De tal manera, el régimen de señoríos feudales de los españoles
fue rápida y fácilmente adaptado al régimen de mita y trabajo
comunal de los caciques indoamericanos al existir la obligación
de pagar los vasallos a su señor una contribución personal y
colectiva por su protección, dominio y coexistencia en un
territorio u oficio encomendado de generación en generación.
Incluso coincidían en los tiempos semestrales de cosecha para el
183
pago de esos tributos al ser entregados por los indígenas durante
las celebraciones astronómicas de los solsticios de invierno y
verano, fechas que a su vez eran asociadas por los hispano-
cristianos con las fiestas sacras de los apóstoles Pedro, Pablo y
Juan (junio), así como con las fiestas de navidad y año nuevo
(diciembre).
Si bien para los indígenas esos pagos eran cargas insoportables,
los españoles las asumían como las contribuciones retributivas
que antes hacían a los señores indígenas a los que estuvieron
sometidos pues “…la tasa y moderación de la tributación tenía
el carácter de una “prestación obligatoria” para la supervivencia
y sostenimiento de las instituciones sociales de los colonos
españoles: encomenderos, doctrineros, corregidores, fiscales de
la Corona, etc.” (Wiesner, 1996).
Ejemplo de lo que implicaba producir de manera individual,
familiar y colectivamente para el sostenimiento individual o
familiar, y paralelamente para pagar el tributo a los señores a
quienes estaban sometidos como vasallos, son los registros en
los cuales se describe en qué consistía el pago de tributo al señor
encomendero en proporción a lo que acostumbraban entregar u
ofrecer al capitán o cacique a quienes estaban sometidos.
En 1555, los indios de Cota pagaron como tributo a su señor
encomendero por protegerlos físicamente y formarlos político-
económicamente como buenos cristianos y vasallos españoles
las siguientes contribuciones: 400 mantas “buenas” elaboradas
por los indios tejedores de su comunidad, de las cuales 100
estaban hechas en algodón; Los indios agricultores cultivaron y
cosecharon 23 fanegadas con turmas o papas (3), trigo (8),
cebada (4) y maíz (8); así como debieron disponer de 10 indios
para que sirvieran como pastores (2), gañanes o trabajadores con
184
bueyes y mulas (2) y “ordinarios” para hacer mandados, oficios
domésticos, etc. (6); indios concertados o mitayos seleccionados
por medio de sorteo para ser enviados a la producción de las
minas o a la prestación de su mano de obra en una “industria”
lejana a su resguardo; así como los demás indios sin tareas
especializadas definidas o “chusma” (mujeres, ancianos, y
niños no tributarios) debían aprovisionar a su señor con madera
(124 estantes, vigas y varas), leña para la combustión doméstica
(4 cargas diarias), hierba para los ganados (4 cargas diarias de
0,75 varas de ancho el atado) y carne representada en al menos
dos venados mensuales (AGN, 1555).
Sumándose a esa carga de trabajo adicional para cada día, mes y
año el tributo que muchos indígenas continuaron pagando
ritualmente a sus antiguos capitanes y caciques investidos como
alcaldes y regidores de los cabildos de los pueblos de indios, así
como el tributo que medio siglo después de ser encomendados
debieron empezar a pagar oportunamente al cura doctrinero
asignado a cada nuevo resguardo al ser designado como
protector espiritual y el formador socio-cultural de esa
comunidad de vasallos reales congregada y repartida en un
pueblo con cárcel y templo a modo de compensación y
retribución por las gracias divinas por medio de la entrega de un
diezmo de la producción anual del resguardo.
En el caso del resguardo de Cota, el pago del diezmo
correspondía a 48 fanegadas de maíz (4 mensuales), 480 aves
engordadas en corral representadas por 5 machos y 5 hembras
semanales durante once meses; durante cada uno de los 40 días
de cuaresma una ración de peces diarios y una docena de
huevos; así como se debía garantizar la bebida de la casa cural
al aprovisionarse cada día con una cantara llena de chicha de
maíz, a lo cual se sumaba el aprovisionamiento doméstico con
185
leña, hierba e indias para las labores domésticas de preparación
de alimentos, limpieza y saneamiento (AGN, 1555). Sumándose
a esos pagos e ingresos de los sacerdotes y monjes el creciente
cobro que los curas doctrineros empezaron a hacer por cada
servicio religioso de carácter sacramental que prestaban a los
indios feligreses desde antes de nacer y hasta después de la
muerte.
El constante consumo de chicha por el protector espiritual y el
moralizador cultural de los indígenas permite inferir a su vez la
aceptación legítima de esa bebida al interior de los pueblos y
resguardos indígenas al constituir en objeto de tributo de alto
estima y precio, por ser generalizado el consumo de esa bebida
embriagante desde los primeros años de vida para mitigar el
hambre y la sed por parte de la “chusma” improductiva. Bebida
tolerada por las autoridades españolas al ser la necesidad
cultural del indígena consumir esa sustancia fermentada de
manera permanente para soportar a través de los efectos de la
embriaguez las cargas físicas y espirituales de su vasallaje en la
tierras frías mientras que en las tierras cálidas y templadas se
lograba esa misma sensación de confort y resistencia al realizar
ingestas permanentes de coca y polvo de cal.
Los españoles también tenían sus propios “vicios” al ser
infaltable en su mesa el vino, el pan y las carnes para saciar la
nostalgia del tener que vivir y tal vez morir en tierras extrañas al
suelo patrio, así como buscaban en la asistencia diaria a la
eucaristía, la repetición de oraciones y la realización o
financiación de las fiestas religiosas el consuelo espiritual para
sus atribuladas almas. Sin embargo, sólo reconocían en sus
vasallos y esclavos los malignos y perniciosos efectos de vicios
como el consumo cotidiano y constante de sustancias
fermentadas que hasta la caída del régimen monárquico
186
hispánico era la causa directa de todos los males productivos,
sociales, morales y culturales de sus colonias porque “…
fabricar chicha a los más de ellos no hay especie de mal que no
se experimente en los miserables indios (...) siendo la
embriaguez madre de ellos (...) de donde es que en tiempos que
allí no había vecinos en los resguardos de los indios tenían éstos
la debida subordinación a su cura (...) y últimamente los indios
están acomodados con bastantes bienes conforme a su enchera”
(AGN, 1780-1781, folio 5v).
En ese panorama de tareas productivas especializadas reguladas
en espacios delimitados como eran las casas de los telares, los
establos o las tierras de las huertas, los volúmenes productivos
que se debían asegurar para cumplir con la tributación temporal
o anual y la necesidad de obtener del trabajo personal, familiar,
gremial y comunal las fuentes suficientes de recursos para
cumplir con sus obligaciones y al mismo tiempo obtener el
sustento y de ser posible ganancias hizo necesario preservar el
régimen productivo preexistente. Y consigo, instruir y
condicionar a las nuevas generaciones de indígenas aptos para el
trabajo a aprender y dedicarse a las labores productivas
especializadas que requería la comunidad como agricultores,
ganaderos, artesanos o trabajadores domésticos ya que los
señores caciques como los señores encomenderos no se
formaban para el trabajo productivo. Ellos solo esperaban
usufructuar los productos del trabajo de sus vasallos sin
importar como cumplían o aprendían a cumplir con las metas
productivas que a través del tributo personal o comunal se les
imponía.
El indígena común no era instruido, dotado ni preparado para
trabajar ni tampoco recibía méritos o reconocimientos por
mejorar la cantidad o calidad de la producción para beneplácito
187
y usufructo de sus protectores materiales como espirituales. De
allí que con la liberación, exterminio o reducción de la mano de
obra calificada de los indígenas fue inevitable la decadencia
productiva y el empobrecimiento de los resguardos, y consigo el
de las encomiendas al ser menores los tributos tasados y
pagados, con lo cual, los descendientes de los encomenderos
como las comunidades religiosas a las que pertenecían los curas
doctrineros optaron por solicitar la compra de las tierras
indígenas o reales por medio de composiciones adquiriendo la
condición de “estancieros o hacendados”. Evitando así que
fueron declaradas tierras “vacas”, así como solicitaron a partir
de 1718 el traslado y anexión de los pueblos indígenas y la
extinción de los resguardos para ser transformados en tierras
privadas y productivas para el usufructo de los peninsulares,
criollos, mestizos, libres, e incluso, de los indios “blanqueados”
a través de las nuevas estructuras tributarias del Estado Borbón.
El éxito productivo, moralizador y civilizador de los resguardos
y pueblos de indios durante los siglos XVI y XVII había sido
incuestionable. Una de las mayores consecuencias de la
reducción de los indígenas dispersos a encomienda y resguardo
fue su sedentarización y regulación urbana a través de los
pueblos de indios neogranadinos erigidos, repartidos y
regulados desde mediados del siglo XVI bajo las normas y
costumbres municipales de los españoles aunque los indígenas y
sus antiguos señores procuraron trasponer en los mismos las
tradiciones, distinciones y jerarquías prehispánicas.
Los españoles asumieron que al reducir la vida de los indígenas
esparcidos en sus provincias étnicas se podría asegurar las tareas
de evangelización, culturización, moralización urbana y
productividad colectiva a las que estaban obligados logrando así
regular y usufructuar plenamente los tributos tasados y
188
colectados en el nombre del Estado español. Para ello, siguiendo
el orden urbano español de la producción social por sectores
delimitados redistribuyeron la residencia de los indios en barrios
especializados, los cuales debían ser inspeccionados por los
antiguos caciques y capitanes o sus descendientes, quienes a
cambio de los privilegios y reconocimientos señoriales
otorgados debían asegurar internamente la convivencia social, la
instrucción laboral, el pago tributario anual y la productividad
especializada a la que estaban acostumbrados los indígenas
mientras estuvieron sometidos a su vasallaje como señores
menores.
El “blanqueamiento” cultural de los indígenas al ser
sedentarizados en los pueblos trazados por los españoles fue
regulado por las ordenanzas para el buen gobierno de los
municipios españoles capituladas o dispuestas por las
instituciones indianas. Es decir, los indígenas se debían someter
a Dios, el Rey, la Patria y la pureza de la sangre española
representados simbólicamente por el templo parroquial o la
capilla de adoctrinamiento, la cárcel y horca pública, la casa
capitular o cabildo y las casas esquineras de dos pisos de las
familias fundadoras o hidalgas más prestantes de cada cabecera
urbana. Sin embargo, los caciques, shamanes e indígenas
asumieron el nuevo espacio urbano como el escenario para la
migración y ocultamiento de sus tradiciones culturales, sociales
y productivas preexistentes.
Ejemplo de esa adaptación y adecuación del vencido a las
normas y costumbres del vencedor es descrito de la siguiente
manera:
Aunque la traza urbana del pueblo se proyectó a la
usanza española las indicaciones sobre la distribución de
189
los indígenas dentro de ella procuraban integrar la
estructura social que conservaban los indígenas. Con el
traslado al “pueblo” de la totalidad de la población se
mantenía la unidad del cacicazgo, su composición
interna con la distribución de sus partes o capitanías
mediante la división en barrios separados por calles, y la
jerarquía social con la asignación de solares en orden de
importancia o rango, partiendo de la plaza central. Se
mantenía así la autoridad del cacique sobre los indios y
de los capitanes sobre las partes respectivas y la plaza se
convertía en el nuevo centro del cacicazgo por analogía
con el asentamiento del cercado o casa del cacique.
Alrededor de la plaza se distribuyeron los barrios-
capitanías con los indios, que anteriormente se hallaban
dispersos, ocupando sus ranchos y bohíos con orden
proveniente del sistema de parentesco y de la relación de
residencia. La ley ordenaba que las tierras de los
resguardos se dividieran en dos clases: una dedicada al
cultivo de parcelas familiares, para el sostenimiento de
los indios y otra, compuesta por bosques, aguas y
campos comunales de explotación colectiva que aportaba
la producción agraria de las demoras.
… En los predios urbanos cada indio tenía su casa y
cocina, solar y labranza, mientras las parcelas eran más
bien sitios de trabajo. Aunque no hacían parte del
trazado del pueblo, el resguardo contaba con tierras
comunales cuya función era proporcionarle a la
comunidad recursos de agua, bosques y pastos… Cada
indio por familia disponía de 327.77 metros cuadrados,
un espacio vital urbano equivalente a un cuadrado de
18,5 metros de lado (Wiesner, 1996).
190
El espacio urbano de los pueblos dio continuidad a las
relaciones verticales de poder como a las practicas horizontales
de cooperación productiva con fines tributarios, retributivos o de
afianzamiento de las relaciones culturales entre productores,
protectores y procuradores del orden primigenio que los
indígenas habían ya aprendido a realizar entorno a los cercados
urbanos desde los cuales los caciques y capitanes administraban
las provincias étnicas o las zonas de frontera que se les asignaba
hacer cultural y económicamente productivas.
Los trabajos especializados de la producción agrícola, pecuaria,
y especialmente la artesanal, fueron concentrados en su
instrucción como en su regulación productiva alrededor de los
espacios urbanos, mientras que los trabajos realizados por los
protectores corporales se redujeron a lo dispuesto por la
normatividad municipal española, así como los protectores
espirituales debieron integrarse, mimetizarse o generar procesos
de sincretismo religioso, ritual y ornamental al interior de los
templos de adoctrinamiento con el fin de someterse al vencedor
religioso sin abandonar de manera directa e inmediata los cultos
idolatras y paganos.
A la par de la reubicación espacial y simbólica de los caciques
en los espacios residenciales y administrativos propios de los
hidalgos españoles, los capitanes y shamanes indígenas
procuraron preservar a su vez su autoridad, prácticas y símbolos
de poder al ser nombrados los primeros como alcaldes de barrio
o partido quienes debían garantizaban el orden y la seguridad
externa e interna de los grupos socio-económicos reorganizados
espacialmente en uno de los cuarteles o extremos del orden
urbano mientras que los segundos encontraron en la veneración
monumental de imágenes, la entrega de ofrendas y la protección
ritual de espacios o días de culto para los dioses y santos de la
191
corte celestial de los cristianos católicos el medio para ocultar e
integrar sus cultos y rituales a través de las imágenes del
santoral católico.
Una práctica de sincretismo cultural a la que también
recurrieron los brujos y ancianos traídos como negros esclavos
desde África al asociar, al igual que los indoamericanos, los
dioses y santos católicos con sus seres cosmogónicos de la
creación, la culturización, la protección y la lucha contra los
seres malignos o demoníacos.
2.2 PROTECTORES MILITARES Y ESPIRITUALES
La sedentarización urbana de los indígenas neogranadinos
acorde con el orden espacial y normativo de los municipios
castellanos se constituyó en la tercera y última etapa de
acomodamiento de las naciones americanas al orden productivo
y civilizador impuesto por el extranjero vencedor después de
haber prometido los primeros exploradores y adelantados paz y
amistad a todos los pueblos y caciques que aceptaran su
presencia a cambio de ofrendas, servicios y tributos voluntarios
para los reyes hispánicos.
Tributos que al ser exigidos de manera permanente, obligatoria
y en mayor cantidad conllevaron a la rebelión indígena, y
consigo, las guerras de conquista y pacificación que
extinguieron el orden cacical preexistente, diezmaron las
naciones más belicosas y justificaron la “justa” presencia,
reducción y colonización de las provincias ganadas en nombre
de los reyes de España.
192
La derrota y subyugación de los indígenas a un nuevo orden
monárquico y señorial dio continuidad a los mecanismos de
vasallaje étnico y territorial, así como acrecentó en cantidad
como en obligatoriedad el acatamiento de las instituciones
tributarias precedentes caracterizada por la entrega temporal de
parte de las ganancias o productos obtenidos, la entrega de
ofrendas a los lugares de culto y la realización de obras o
trabajos colectivos demandados por los gobernantes. De igual
modo, transfirió la protección militar y espiritual que no
pudieron continuar prestando los capitanes y caciques indígenas
como los jeques y shamanes desde sus templos astronómicos a
través de los conquistadores - encomenderos e indígenas nobles
por medio de los cabildos municipales, así como los sacerdotes
y misioneros hispanocatólicos acorde con el patronato
eclesiástico dispuesto entre el estado español y estado pontificio
se hicieron cargo de la seguridad espiritual del nuevo mundo por
medio de templos parroquiales para los blancos y capillas de
doctrina para los indios.
Desde los primeros días de convivencia y subyugación del
indígena al español fueron establecidas las razones políticas y
los intereses económicos concretos que motivaban a los
europeos a permanecer temporal o permanentemente en las
tierras neogranadinas demostrando su superioridad militar e
institucional, apelando a las prácticas de servidumbre y vasallaje
empleadas por los castellanos contra los moros y judíos
conversos al reconquistar el dominio de la península ibérica, así
como al formalizar el dominio de las tierras descubiertas y
pacificadas al fundar ciudades como asentamientos permanentes
para la regulación de sus “feudos” representados por los
resguardos y pueblos de indios ubicados a distancias
equidistantes entre una ciudad y otra. Con lo cual, el primer y
principal interés de los europeos era recuperar con crecidas
193
ganancias la inversión que habían hecho para llegar hasta esas
prósperas tierras reduciéndose sus esfuerzos al “rescate” de
objetos valiosos al interior de las casas, templos y sepulturas
indígenas, así como al cobro puntual y riguroso de los tributos
tasados.
Los primeros españoles que llegaron a las tierras andinas del
nororiente de la actual Colombia buscaban múltiples formas del
“dorado” económico que los indígenas de lengua chibcha habían
aprendido a elaborar y comercializar. La primera forma de ese
dorado fueron panes de sal encontrados en un puerto fluvial de
mercadeo a orillas del río Magdalena denominado La Tora (hoy
puerto petrolero de Barrancabermeja). De allí que al ingresar al
Nuevo Reino desde la provincia de Santa Marta, cuya población
se hallaba enferma, despoblada, empobrecida y asediada por
indios caníbales o insurrectos, los primeros tratados de paz que
pactaron los capitanes europeos con los caciques indígenas
caribes tenían como condición que a cambio del respeto a la
vida y la amistad con esos pueblos debían ser llevados a las altas
tierras andinas pues “…querían que los llevase y encaminase al
lugar y parte donde la sal que allí le mostraron se hacía”
(Aguado, 1956, parte 1) ya que asumían que una nación que
producía bienes de primera necesidad para el intercambio con
otros pueblos era una comunidad organizada con gobernantes
poderosos y fuentes de múltiples riquezas.
Durante la travesía a lo largo del valle y la cuenca del río Opón
en busca de las fuentes de la riqueza representada por la sal, los
exploradores europeos reconocieron que las gentes de las altas
montañas de la actual provincia de Vélez en el departamento de
Santander no sólo tenían riquezas vitales para los europeos
asentados en las costas pues en la primera correría que hicieron
hasta el primero pueblo de indios que encontraron no sólo se
194
maravillaron con la abundante producción del apetecido maíz,
frutos andinos como las turmas (papas) y el vestido con mantas
de algodón de buena costura y tejido pues el capitán Céspedes
“… en un bohío que los indios tenían por templo, halló
ofrecidas a sus simulacros ciertas piedras, esmeraldas pequeñas
de poco valor, y un poco de oro fino” (Aguado, 1956, parte 1).
Ello evidenciaba que esa nación no sólo sabía extraer minerales,
tejer sus telas de vestir, cultivar la tierra, combatir a los intrusos
con su propia tecnología militar y comerciar sus excedentes
pues también extraían y acumulaban a modo de donativos
rituales las piedras y metales preciosos ambicionados por los
europeos. Sumándose a esos graduales hallazgos de riqueza,
prosperidad y capacidad productiva acordes con el orden
señorial que habían impuesto en las antillas y las costas
marítimas, las crecientes leyendas de los capitanes y caciques
menores de las zonas de frontera muisca. Según las cuales, los
reyes (o caciques mayores) de esas naciones eran tan ricos y
poderosos que sus cercados y cuerpos se embellecían con
grandes volúmenes de objetos de metal y piedras preciosas, e
incluso, algunos caciques se bañaban en oro mientras que sus
vasallos arrojaban ofrendas doradas a las lagunas que adoraban
al ser consideradas los lugares de origen de su civilización y
residencia de sus principales divinidades acuáticas.
Esas naciones no sólo eran ricas por su capacidad de producir
bienes y servicios de alto interés y valor para los europeos con
la tecnología y los conocimientos científicos que habían
desarrollado por sí mismos lo cual hacía altamente benéfica su
subyugación, vasallaje y encomienda señorial siguiendo el
modelo aprendido en las Antillas ya que acostumbraban a
acumular e intercambiar objetos elaborados con metales y
piedras preciosas lo cual contribuía a recuperar a corto plazo las
195
inversiones que cada hueste y adelantado debió realizar,
especialmente los gastos incurridos como las ganancias
esperadas, para lo cual debían apelar al rescate militar, la
exigencia de ofrendas del vencido como el botín de guerra
hurtado o expropiado a los guerreros indígenas que fuesen
vencidos en combate bajo el principio de la “guerra justa”. De
allí que se asumiese que cada indígena como bárbaro semejante
al infiel africano “… en todo procuran imitar a los brutos
animales, ninguna cosa hacen ni cumplen por virtuosos ni
voluntarios respectos, sino forzados y constreñidos del castigo y
cuchillo que presente tienen” (Aguado, 1956, parte 1).
La capacidad guerrera de los indígenas y los recursos
tecnológicos con los que contaban para enfrentar el invencible
invasor motivaron a los soldados, funcionarios reales y
misioneros que escribieron las crónicas monumentales de esas
guerras de conquista a reconocer como parte de los principios de
las formas justas de la guerra europea el derecho de los
indígenas invadidos y vencidos a organizarse para combatir al
intruso a sabiendas que su técnica de combate y su tecnología
militar era superior, más eficiente y más experimentada.
El monje franciscano Fray Pedro de Aguado (1503 – 1590), por
ejemplo, describe situaciones en las cuales evidencia el deseo de
los indígenas por defender sus territorios, bienes y modos de
vida del intruso a la par de enaltecer el heroísmo y grandeza de
los guerreros españoles al expresar que los indígenas caribes del
río magdalena para expulsar los españoles que resguardaban sus
posiciones con barcas y bergantines les atacaron con “… más de
quinientas canoas de indios muy belicosos que con su
enherbolada flechería estaban dando batería; y si como los
capitanes le importunaban al general se hiciera, todos ellos
venían a dar en las canoas y manos de sus enemigos, donde en
196
ninguna manera podían escapar de morir heridos de sus flechas
o ahogados en el río; y como todo aquel día el número de las
canoas de indios dichas, anduviesen disparando sus flechas
contra los españoles, sin haber de ellos ninguna victoria, venida
la noche se esparcieron y volvieron a sus puertos y casas”
(Aguado, 1956, parte 1).
Otros indígenas caribes del Opón, no necesariamente guerreros
belicosos, para defender los bienes que habían cultivado,
manufacturado o extraído de la insaciable expropiación
intimidante de los exploradores españoles, así como para liberar
a sus personas y familias del yugo de terror e intimidación
armada que empezaba a ser impuesto dieron muerte a los
españoles que habían ingresado al reino muisca por primera vez.
De allí que al llegar el General Gonzalo Jiménez de Quesada
hasta esas posiciones se “…hallaron con dos hombres menos,
que le habían muerte los indios dueños de aquellos bohíos, por
defender sus casas y quitarlas de poder de los españoles, que se
las tenían y en ellas estaban” (Aguado, 1956, parte 1).
Siendo reafirmada esa primigenia lucha del indígena por
preservar la continuidad de su mundo, cultura y modos de
producir al evitar que los españoles continuaran ampliando,
reafirmando y haciendo apto para las bestias equinas los
caminos que por generaciones habían conectado los puertos y
mercados indígenas fluviales con las zonas de producción
andina. Sin embargo, la penetración, exploración y ocupación
definitiva de los caribes – opones por los vecinos de la provincia
de Santa Marta resultó ser incontenible al llegar la hueste del
general hasta el valle donde se encontraba el Alférez que había
ingresado por primera vez a esas prósperas provincias, “al cual
hallaron herido con otros soldados, porque los indios de aquel
valle, queriéndolos echar de su tierra y casas, habían
197
congregándose y venido con mano armada contra ellos, los
cuales peleando con ánimos varoniles, se defendieron de ellos,
mediante el favor divino, y los ahuyentaron, aunque con heridas
de algunos, como se ha dicho.
De igual manera, la penetración y dominio de los españoles
sobre las provincias muiscas occidentales fue incontenible desde
el momento en que la tecnología bélica de europeos y
americanos se enfrentaron en el valle de la Grita (o de los indios
que gritan). En la recopilación histórica de Aguado se evidencia
la superioridad de los españoles y el uso de los temores propios
de los indígenas ante los seres bestiales que los acompañaban al
relatar la primera batalla por el Nuevo Reino de Granada de la
siguiente manera:
Los naturales del valle de la Grita, y otros a ellos
comarcanos, admirados de la nueva manera de gentes
que por sus tierras tan atrevidamente se entraban,
apoderándose de sus casas y labranzas y haciendas, se
congregaron con designio de estorbarles el paso, y si
pudiesen, hacerles volver atrás, y tomando las armas en
la mano, que eran dardos pequeños de palma, tostados al
fuego, cuyas heridas suelen ser ponzoñosas, y unas
flechas largas que se tiran con ciertos amientos que los
propios naturales llaman quizque, y algunas lanzas largas
de a veinte palmos y más, y otro género de armas
llamadas macanas, que son también de palma, y les
sirven de espadas, para cuando llegan a romper y
juntarse pie a pie, las cuales son de largor de una espada
de mano y media y otras mayores, y otras menores, de
anchor de una mano y más y menos, y por los lados
delgadas y afiladas, y que con ellas suelen cortar y aun
descuartizar un indio, se vinieron muy gran cantidad de
198
estos bárbaros a acometer y tentar las fuerzas a nuestros
españoles, y arremetiendo con buen ánimo, cesó su furia
al mejor tiempo, porque como los españoles, cabalgando
en sus caballos, saliesen a los indios a recibir en el
camino el ímpetu que traían, no siguiendo la opinión que
César reprobó en Pompeyo cuando en los campos de
Farsalia, estándose quedos los pompeyanos en sus
escuadrones, recibieron el ímpetu de los de César, con
que les fue hecho mayor daño, mas espantados los indios
de la ferocidad y grandeza de los caballos y hombres
armados que encima iban, que lastimados con sus lanzas,
se retiraron, y volviendo las espaldas llenas de
grandísimo temor y dejado el acometimiento que iban a
hacer, y alejándose algo de los españoles, se pusieron en
los lugares más altos, donde a manera de cerco se
estuvieron algunos días intentando rústicos modos de
acometer y guerrear, pretendiendo con sus flacas armas y
débiles ánimos, ver el cabo y ruina de los enemigos; pero
para frustrar de todo punto la bárbara determinación de
esta canalla y su rústica obstinación, no fue menester el
valor y fuerza de los soldados y capitanes, sino sola la
vista de algunos caballos que sueltos hacia sus
alojamientos vieron ir; porque como una noche algunas
yeguas que en el campo se llevaban se juntasen con los
caballos y fuesen movidos por su natural y bruto
accidente a querer tener exceso con ellas, huyendo las
yeguas de los caballos, y los caballos siguiéndolas,
fueron a meterse por los alojamientos y rancherías de los
indios, los cuales espantados de ver tan grandes
animales, creyendo que por mano de los españoles eran
enviados a que los comiesen y despedazasen,
comenzáronse a alborotar, y llenos de villano temor y
miedo, comenzaron ciegamente a huír por donde y como
199
podían, desamparando sus alojamientos con todo lo que
en ellos tenían (Aguado, 1956, parte 1).
Siendo acometida la batalla final entre españoles e indígenas por
la penetración y el dominio del Nuevo Reino al combatir cerca
de Nemocón el ejército de Quesada contra el del “tirano”
cacique mayor de los muiscas conocido como “Bogotá”.
Cacique que no se amedrentó ante las noticias que le llegaban
sobre el avance bélico y la superioridad tecnológica de los
europeos pues en pocos días, y como parte de sus preparativos
para salir en guerra expansiva contra el cacique mayor de Tunja,
armó sus tropas y atacó la retaguardia de Quesada que al ser
defendida por su caballería diezmo a los guerreros indígenas,
obligó a su retirada a los sobrevivientes y propició la huida del
Bogotá quien había permanecido distante guiando el combate
sobre andas de nobleza cargadas en los hombros de algunos de
sus vasallos elegidos para tan magno honor.
El papel de la carga aplastante de los caballos como elemento de
terror y desestabilización en las filas enemigas durante las
batallas, las técnicas de combate de los españoles al luchar
cuerpo a cuerpo con su rival aunado a los efectos mortíferos de
las espadas, hachas, lanzas y flechas europeas hechas con puntas
metálicas afiladas a comparación de las hechas por los indígenas
con varas de madera y puntas de piedras afiladas demostraban
que los guerreros americanos, apropiados de la condición de
protectores militares de sus comunidades, habían desarrollado y
aprendido técnicas de combate tribal muy semejantes a las
africanas al sólo combatir con el lanzamiento de objetos afilados
o luchar golpeándose con objetos alargados sin llegar al
combate mortal, directo y sangriento cuerpo a cuerpo
acostumbrado por los europeos.
200
Técnicas nativas menospreciadas por los cronistas y guerreros
europeos al considerar que la falta de pericia y valor de los
indígenas a combatir contra sus guerreros a caballo y a pie a
campo abierto demostraba la cobardía de esas naciones.
Ejemplos de ese desequilibrio ideológico, técnico y tecnológico
empleado por los protectores militares de los muiscas se
evidencia en la siguiente descripción de la batalla de los
españoles al mando de Quesada con el ejército amerindio
organizado por el cacique de Duitama, súbdito del cacique
mayor de Tunja:
Los indios se acercaron todo lo que pudieron al
alojamiento de los españoles, donde con tanta facilidad
fueron rebatidos cuanta aquí se dirá. Porque como un
soldado llamado Antonio Bermúdez saliese de su rancho
y toldo con su espada y rodela a ver por dó venían los
indios, fue a dar con uno de los escuadrones, al cual
luego acudieron el general con otros dos de a caballo, y
rompiendo por él, hirieron los que pudieron en la
primera arremetida; lo cual visto por los demás indios
que en este escuadrón estaban, que eran más de dos mil,
comenzaron a abrirse y esparcirse y desamparar la
ordenanza que traían; porque esta cobarde gente, en
viendo a uno de sus compañeros herido, luego les
parecía que había de ser aquella propia fortuna la suya, y
que si no se apartaban y huían serían muertos y heridos
de la propia suerte; y asimismo dieron en otro escuadrón
de otros tantos indios, el capitán Céspedes y Gómez de
Corral, y fue con la propia facilidad desbaratado; y otros
soldados acudieron al tercer escuadrón y lo
descompusieron, y en un momento se vio aquel campo
lleno de cuerpos muertos, porque como esta canalla de
bárbaros era en tanta cantidad, y venían tan juntos, por
201
huir caían unos sobre otros y se impedían y estorbaban el
volver atrás, y eran alcanzados de los peones, y heridos
cruelmente, a los cuales amedrentó tanto la ferocidad y
presencia de los caballos, que demás de ser ellos
pusilánimes de su natural inclinación, les dura hasta hoy
este temor (Aguado, 1956, parte 1).
Situación semejante experimentaron los guerreros asociados con
los indígena Laches que habitaban el valle, cañón y
estribaciones montañosas del río Chicamocha (Sogamoso o
Serrano), quienes eran considerados más belicosos y briosos que
los muiscas pero fueron derrotados fácilmente al emplear las
mismas técnicas de lucha ineficaces basadas en una tecnología
lenta, pesada e inútil como era dar goles con lanzas de gran
longitud, hechas con varas de madera o tallos de la palma
llamada macana.
Al respecto narraba el cronista Aguado: “… desde que los
indios se acercaron a los españoles se detuvieron y repararon
hasta que rompiendo por ellos los de a caballo, fueron movidos
a pelear, y meneando sus toscas lanzas y macanas de palo,
procuraban hacer daño a los nuestros, pero ninguna cosa les
dañaron y ellos recibían en sus desnudos cuerpos, grandes
lanzadas de la gente de a caballo y heridas de los peones, de que
morían y caían en el suelo muchos, lo cual les hizo perder el
brío que traían y aflojar en el pelear y así recibir más daño, que
les constriñó a volver en poco tiempo las espaldas y darse a huir,
después de dejar caídos y muertos mucha parte de los que
vinieron a trabar la pelea” (Aguado, 1956, parte 1).
Repitiéndose el mismo fenómeno de ataque contundente de los
españoles y desbandada temerosa de los indígenas al sufrir las
estrategias de choque los indígenas chitareros en lo que sería la
202
provincia de la ciudad de Pamplona. Indios que al usar la misma
técnica y estrategia con la que habían derrotado un lustro antes
al explorador alemán de Venezuela Micer Ambrosio Alfinger:
“salieron bien pertrechados de lanzas, flechas y tiraderas, fueron
con mucha facilidad desbaratados y ahuyentados de los
nuestros, porque a los primeros que vieron derribar y matar no
curaron de esperar a recibir más daño en sus personas, antes
quedaron tan atemorizados que en cuanto duró la gente de
aquesta nación y lengua ellos mismos desamparando sus casas
les pegaban fuego y las quemaban antes que los españoles
llegasen a ellas” (Aguado, 1956, parte 1).
Con la violenta derrota y muerte del fiero y tirano Bogotá, la
sumisión del cacique Tunja y la sistemática derrota de los
caciques y guerreros de las naciones del norte, Quesada y sus
capitanes no sólo lograron imponer su autoridad sobre el Nuevo
Reino que habían hallado y dominado pues cumplieron el deseo
de encontrar el lugar donde se elaboraban los panes de sal que
se comercializaban en toda esa cordillera. De allí que descansara
y sentara su campamento en Nemocón, “que es uno de los
pueblos donde la sal se hace” (Aguado, 1956, parte 1),
observando y apropiándose de la rústica tecnología de ollas de
barro llenadas con agua sal natural hervida y evaporada con leña
para condensar el mineral preciado en la alimentación de
indígenas como españoles.
Las guerras de opones, muiscas, laches y chitareros contra los
españoles demostraron a su vez que los indígenas combatieron
con la tecnología que habían desarrollado acorde con los
recursos de su entorno ambiental siendo asumida como útil,
necesaria e infalible al ser las armas y objetos de combate con
los que habían expandido sus fronteras en el altiplano andino, y
consigo, con la que habían contenido las avanzadas y ataques de
203
las hordas caníbales de indios caribes del valle del Magdalena
medio.
La destreza de los guerreros armados con metales filosos y el
uso intimidatorio de los perros y caballos como extensiones
mortíferas de los caballeros conllevó a que el resto de la
invasión y posesión de esos dominios fuese rápida y tranquila ya
que “del valle de la Grita salió el general con su gente en buen
orden y concierto puesta, y caminó por donde la guía lo llevaba,
pasando por diversas poblaciones de naturales, que a una y a
otra parte del camino quedaban todos, sin osar tomar armas en
las manos ni resistir el paso y camino, porque como de la gente
y naturales del valle de la Grita habían tenido noticia del valor y
constancia que los nuestros habían tenido en guerrear, no
curaban de salir a probar su fortuna” (Aguado, 1956, parte 1).
Desde la perspectiva de los relatos de los cronistas, a los
españoles solo les tomó un par de años ocupar y dominar las
naciones indígenas gracias a sus estructuras sociopolíticas y el
mejoramiento de las técnicas y tecnologías concebidas para la
guerra de invasión y subyugación tributaria de naciones
vencidas mientras que a los nativos de los andes neogranadinos
les había tomado por lo menos un milenio acondicionarse al
ambiente andino y hacer posesión efectiva como productiva de
las sabanas y páramos de los andes nororientales neogranadinos.
Tiempo durante el cual su capacidad de producir con suficiencia
alimento y vestido para toda la comunidad les había motivado a
especializarse en oficios diferentes a la caza o la agricultura
cuyos mejores trabajos de orfebrería, alfarería, tejido y
ornamentación se podía reconocer en los grandes centros de
formación o residencia de las elites cacicales que habían
protegido y procurado el orden para sus provincias.
204
Ejemplo de ello fue la llegada de la hueste samaria al pueblo
indígena de Guachetá donde los españoles reconocieron en los
templos mayores de adoración al sol escuelas de formación y
adiestramiento a cargo de shamanes y jeques encargados de la
protección espiritual y la realización de los ritos religiosos en
cada provincia, constituyéndose así en complemento de la
autoridad y el orden terrenal representado por los capitanes y
caciques menores, quienes a su vez eran formados en las zonas
de frontera en donde debían aprender a luchar y sobrevivir
enfrentando a los enemigos más temidos y sanguinarios para su
nación.
La responsabilidad de esos sacerdotes por los templos religiosos
en los que se instruía la clase sacerdotal protectora de su nación,
así como por ser los lugares donde se realizaban los sacrificios
humanos o se pagaban las rogativas comunales para alejar
males, plagas o temores colectivos era de tales proporciones que
los españoles se sorprendieron en el pueblo y templo de
adoración al sol de Sogamoso, cuyo poderoso y enriquecido
cacique se considerada descendiente del astro rey y dios, al no
hallar:
… gente ninguna sino todas las casas yermas y
despobladas; y según algunos cuentan, un indio viejo, ya
cano, de crecida barba, que fue cosa que hasta entonces
no habían hallado, dentro de un santuario o templo de los
que en aquel pueblo había, que según se presumió debía
de ser jeque o mohán de aquel templo, al cual se le
preguntó dónde estaba el señor o cacique de aquel
pueblo, y la causa de haberse ausentado con su gente; y
dio por respuesta que había tenido noticia de la prisión
de Tunja, y de la ruina y saco que en su pueblo se había
hecho, y que temiendo el mismo suceso e infortunio, se
205
había retirado a lugares muy apartados e ignotos con su
gente y haciendas (Aguado, 1956, parte 1).
En el caso del afamado y muy buscado templo del sol de los
laches, cerca al pueblo del Cocuy, el uso ceremonial, la
ornamentación con piezas brillantes y la tecnología ritual e
instruccional empleada por los sacerdotes en su interior tenía las
mismas características de los demás templos andinos como era:
Los indios que en esta casa del Sol idolatraban y habían
ofrecido gran cantidad de oro, tuvieron noticia de cómo
los españoles iban en busca y demanda de ella, y
acudieron con presteza temiendo que diesen con ella, y
sacando el oro de petacas en que lo tenían puesto sobre
unas altas barbacoas hinchieron las petacas de muy
grandes guijarros y dejáronlas allí, con que burlaron muy
graciosamente la codicia de los españoles. El capitán
Céspedes, con las guías que tenía, atravesó la cordillera y
dio en el valle y bohío de la casa del Sol, al cual decían
llamar de este nombre porque en cierta culata alta tenían
puestos unos platos o patenas de oro que cuando el sol
les daba resplandecían y se veían de muy lejos…”
“…Hallaron en este bohío algún oro y un rastro de haber
habido en él muy gran cantidad de oro; y hallaron
muchas cuentas que entre los indios tienen valor, y unos
caracoles grandes de la mar, colgados. Dícese que en
este santuario o bohío de la casa del Sol había muy ricos
enterramientos y de mucho oro, los cuales Céspedes, por
no detenerse y ser cosa incierta, no consintió cavar…”
“…y bajando los indios a él hallaron que habían cavado
muchas sepulturas, de donde parecía que habían sacado
cantidad de oro, por lo que por allí hallaron derramado y
206
esparcido de lo que los indios habían sacado” (Aguado,
1956, parte 1).
Valga destacar que mientras los guerreros indígenas de las
fronteras fueron derrotados por el uso de técnicas y tecnologías
bélicas de menor contundencia y resistencia que las europeas, la
derrota indígena al interior de las provincias indígenas estuvo
asociado con el desuso de las armas y técnicas de lucha
persuasiva empleadas por las autoridades religiosas quienes al
igual que los sacerdotes aztecas (descritos en las crónicas de
Motolinia) e incas (descritos en las crónicas de Gracilazo de la
Vega), se rindieron y fácilmente fueron dominados por las
instituciones religiosas europeas. Imperios que consideraron que
los conquistadores de pieles brillantes, ojos claros, vellos
dorados y cuerpos metálicos, transportados por bestias
indómitas de cuatro patas y brillantes, eran la encarnación y
retorno de los dioses creadores y civilizadores esperados por
generaciones como parte de las leyendas y profecías sobre el fin
de sus mundos.
Contrario a la idolatría pagana con la cual los sacerdotes
indígenas trataron a los europeos conllevando así a la rendición
de muchos pueblos y caciques andinos, siendo fiel a la tradición
de los monjes formados en seminarios o en conventos religiosos
de clausura españoles para actuar en América como
perseguidores de paganos y destructores de idolatrías, el cronista
fray Pedro Aguado describió los centros de formación
sacerdotal y los centros religiosos más importantes de adoración
de los muiscas de la siguiente manera:
La ceguedad e ignorancia de estas gentes era tan grande,
Y ellos estaban tan metidos en el error y pecado de la
idolatría y de adorar y respetar tanta diversidad de
207
simulacros y dioses imaginados por ellos, y hechos por
sus propias manos, que verdaderamente quisieron
también tener por tales a los españoles, y aun
afirmativamente con obstinación, cierto tiempo creyeron
y los tuvieron en reputación de hijos del Sol, a quien
ellos tenían y adoraban por su principal dios, al cual
tenían dedicados templos en que ofrecían y hacían sus
sacrificios de humanas criaturas, oro, esmeraldas, mantas
y otras cosas. Pues de tener en la imaginación los indios,
como he dicho, que los españoles eran hijos del Sol,
vinieron a llamarlos Xua; y asimismo imaginaron que
por mandado del Sol venían estos sus hijos, a quien ellos
tenían por inmortales, a castigarlos de sus deméritos y
culpas, a los cuales hacían sacrificios como a dioses e
hijos del Sol, ofreciéndoles por los caminos y
poniéndoles en algunas partes de ellos, por vía de
sacrificio, algunas mantas y oro y esmeraldas, y junto
con esto sahumerios de moque y otros pestíferos olores,
de los cuales suelen usar en sus templos los sacerdotes o
jeques (Aguado, 1956, parte 1).
Con la derrota de los protectores guerreros de los pueblos de
frontera cada uno de los protectores espirituales representados
por los mohanes, shamanes y jeques indígenas promovieron la
rendición, la huida, la resistencia o el ocultamiento de sus fieles
en lugares remotos para evitar la pacificación y reducción de los
españoles. Sin embargo, la rendición y los pactos de paz con los
caciques herederos conllevaron a su gradual retorno y
ocultamiento entre los demás indígenas siendo reconocido el
protagonismo final de esos sacerdotes indígenas por parte de los
misioneros cristianos en sus crónicas sobre la rebelión
antitributaria de los indios muiscas y guanes de 1540, y consigo,
208
la guerra de pacificación y exterminio que debieron realizar los
españoles contra los mismos.
Según Aguado, aprovechando el reducido número de españoles
que habían quedado en las ciudades del altiplano al dispersarse
los demás en otras expediciones de exploración y conquista
hacia los valles interandinos y las llanuras orientales, los indios
se habían rebelado contra los españoles al ser:
…inducidos por los mohanes y jeques que a manera de
sacerdotes tienen cargo del servicio de los templos y de
la veneración de los simulacros e ídolos con quien tienen
sus oráculos y pláticas, por medio de los cuales el
demonio hablaba a los jeques diciendo que la diversidad
de sus dioses estaban airados contra ellos porque
consentían permanecer y estar en la tierra a los
españoles, con cuya presencia había de venir a menos su
veneración, y que debían procurar echarlos de ella para
que su idolatría fuese adelante; y que por esta vía fueron
promovidos los caciques de los jeques a tratar una
general conspiración, que así se puede y debe decir, pues
en ella trataban de matar generalmente a todos los
españoles (Aguado, 1956, parte 1).
Al ser contenida la conspiración y obligados a confesar los
sacerdotes denunciados a través de la tortura, empleándose para
ello técnicas de confesión semejantes a las usadas para exigir a
los caciques revelar dónde habían ocultado sus tesoros o las
valiosas tumbas de sus ancestros, Hernán Pérez de Quesada
como gobernador encargado y hermano del General Gonzalo
Jiménez de Quesada comprobó que la verdadera causa de la
rebelión que habían divulgado y promovido los sacerdotes era
porque:
209
1. “Los encomenderos empezaban a pedir a los indios de
sus encomiendas los tributos y demoras que por razón de
las encomiendas les habían de dar, y como en esta sazón
no había ninguna tasa ni moderación en elevar y pedir de
los tributos, sino que cada un encomendero pedía lo que
le parecía, y los indios y señores principales no estaban
aún hechos a este yugo y entonces lo empezaban a
recibir, quisieron ver si lo podrían echar de sí con tiempo
o antes de tiempo” (Aguado, 1956, parte 1);
2. Acabar con el yugo impuesto por los españoles al
matar y quemar cada cacique o indio principal al señor
encomendero al que habían sido encomendados para lo
cual debían esconder las armas a esos guerreros,
prometer los caciques a los indios ladinos o amigos de
los españoles “grandes remuneraciones por el secreto, y
por parte de los jeques y personas que por tratar con los
simulacros e ídolos eran tenidos en gran veneración y
temidos espiritual y temporalmente, les eran puestos
grandes temores y amenazas con el castigo de la ira de
sus dioses, los cuales serían contra ellos indignados si
descubrían el hecho de la rebelión” (Aguado, 1956, parte
1) y;
3. Porque el influyente y venerado cacique mayor de
Tunja había ordenado a sus súbditos militares como
religiosos participar en esa conspiración para exterminar
a todos los españoles como una forma de vengar la
invasión de su territorio, los robos de oro a las tumbas de
sus ancestros y la expropiación de oro y piedras que se
había hecho a sus cercados y templos, para castigarlos
por haberlo tenido prisionero y para lavar con su sangre
la muerte de los caciques menores que habían sido
210
derrotados o ajusticiados por los españoles en los
campos de combate.
Los españoles no reaccionaron inmediatamente sino que
actuaron como si desconocieran los planes de conspiración
mientras que preparaban una emboscada de enjuiciamiento
colectivo para lo cual pidieron al cacique Tunja convocar a
todos sus caciques, nobles, guerreros y sacerdotes, en su
mayoría implicados con la conspiración, a asistir al mercado que
se hacía cada cuatro días en el centro de su poblado. Asegurados
de que todos los invitados se hallaban en el centro de
intercambio y aprovisionamiento del pueblo como de la
provincia, Pérez de Quesada:
…hizo salir los españoles armados, así a pie como a
caballo, y que le cercasen y asegurasen el mercado, de
suerte que ninguna persona saliese de él, y él propio, con
algunos de sus amigos y ministros, se metió por entre los
principales y caciques, e informándose de quién era cada
uno, empezó por el cacique y señor de Tunja, al cual por
su propia mano cortó la cabeza con un alfanje que para el
efecto traía, y lo mismo hizo a todos los demás caciques
principales que en el mercado había; donde, con la
sangre de los más culpados, castigó y amedrentó a todos
los menores, de suerte que no hubo tan presto quién
tornase a tratar de otra conspiración (Aguado, 1956,
parte 1).
Esa degollación colectiva de los nobles protectores, guerreros
como sacerdotes, de la nación muisca de Tunja se constituyó en
el ejemplo de ajusticiamiento a seguir para las demás naciones
que ese mismo año se rebelaron ante la muerte colectiva del
Tunja y sus nobles, al negarse a la subyugación y servidumbre
211
cultural de sus naciones y por no estar dispuestos a pagar a
perpetuidad los tributo a sus nuevos señores. Con lo cual se
justificó y aseguró el exterminio sistemático de los guías
espirituales y los lideres guerreros de cada nación, se limitó la
influencia gubernamental de los descendientes de los caciques
amistosos y se condicionó a cada indio productivo a través de su
trabajo especializado o colectivo a asumir su perpetua condición
existencial como trabajador tributante de un Rey, un Papa y un
señor guerrero que habían vencido a sus reyes, sacerdotes y
señores primigenios.
Para ello, debían aceptar y someterse a la protección física y
material de un señor encomendero representado por uno de los
españoles conquistadores o fundadores de cada ciudad o villa,
así como debían renunciar a sus creencias paganas y reconocer
sólo un dios y señor celestial representado por un sacerdote o
misionero español al actuar como evangelizador o cura
doctrinero.
A la pacificación y subyugación militar de los indios nobles y
comunes que sobrevivieron a la represión genocida se sumó el
acatamiento por gobernadores y cabildos neogranadinos de las
leyes de indias de 1542 que promovían la conservación,
humanización y buen trato para los indios a través de los oidores
de las audiencias reales en América quienes debía nombrar
fiscales y visitadores reales de indios.
Leyes que impidieron que los encomenderos siguieran
asumiendo la encomienda de indios como nuevas formas de
esclavitud o servidumbre de vasallos apelando a maltratos y
prácticas inhumanas contra los nativos al ser considerados
gentes bárbaras y por ende animales sin alma, así como se
prohibió y reguló la tortura, la persecución y el exterminio
212
sistemático de indios ya que sus excesos en años pasados había
sido de tales proporciones y barbarie que: “los que hoy son
vivos de aquel tiempo dicen que era tanta su ignorancia en esto
de matar indios, que les parecía que no sólo no se cometía en
ello pecado, pero que eran dignos de galardón por ella”
(Aguado, 1956, parte 1).
Al genocidio de los varones que actuaban como protectores y
procuradores de sus comunidades se sumó el sistemático e
incontrolado proceso de amancebamiento y adulterio de los
españoles, tanto los viejos guerreros (hidalgos) como los recién
llegados al reino (chapetones), con las mujeres indígenas de
todas las etnias y condiciones, ya fuesen sus encomendadas o
sus criadas, que conllevó a un acelerado proceso de crecimiento
de la natalidad de criollos, mestizos y bastardos de todos los
colores, y consigo, el exterminio genético y filial de las
relaciones exogámicas y matrilineales que habían acostumbrado
respetar las naciones de los andes nororientales.
Preocupado por la conducta pecaminosa, inmoral y bestial de
los europeos al promoverse la lujuria, el adulterio y el
amancebamiento entre los indios antes que por el exterminio
socio-genético de las comunidades indígenas encomendadas y la
imposibilidad de preservar la separación y distinción de razas a
través de los pueblos – resguardos de indios y los ejidos –
ciudades de blancos, el misionero franciscano Fray Pedro de
Aguado denunció ante las autoridades imperiales a través de su
crónica que:
Es tan grande la disolución que algunas partes hay entre
españoles de vivir lujuriosa y carnalmente que
verdaderamente me pone espanto y admiración; y ponen
en esta desorden y disolución tan poco remedio los
213
jueces y justicias que si no son los que, como he dicho,
Dios Todopoderoso ha querido castigar para ejemplo y
enmienda nuestra, jamás he visto que sobre este caso se
haya hecho ningún castigo por la justicia, ni aun siquiera
impone terror o temor a los muchachos que nueva y
libremente crían, de los cuales pocos hay que no se
precien de tener una y dos y tres mancebas indias o
mestizas, y esto no muy cautamente, porque todos o los
más en son de criadas las tienen en sus casas sujetas a su
apetito y voluntad; y ya que las justicias son remisas en
esto y negligentes, no veo que por vía de los confesores
se remedie cosa alguna este daño, sino que cada año los
veo absueltos y confesados y recibir el santísimo
sacramento de la eucaristía, pues es cierto, y tengo para
mí que muy pocas cosas de estas ignoran los confesores,
porque en sus generales reprehensiones las publican los
predicadores, el cual vicio y disolución no pequeño daño
causa a los naturales sino muy grande y pernicioso,
porque con el común mal ejemplo que con este vicio y
otros les dan muchas personas, cuando les trataren de
que dejen la multitud de mujeres y mancebas que tienen
y que se queden con una para que naturalmente vivan,
bien claro está que responderán lo que ven, y así es tan
poco el fruto que en ellos se hace con la doctrina que se
les da a causa de este y de otros muchos ejemplos, que
los más de ellos entiendo que se están hoy en su antigua
barbarie y gentilidad sin plegarse casi nada siquiera a la
ley natural (Aguado, 1956, parte 1).
Con la guerra de pacificación de 1540 los españoles
desarrollaron y perfeccionaron a su vez nuevas tecnologías y
técnicas militares para enfrentar el uso contundente y mortal de
flechas envenenadas con “yerba” por parte de los opones,
214
guanes y muiscas del “rincón de Vélez”, quienes al parecer
habían transferido esa tecnología de sus luchas e intercambios
comerciales con los indios caribes del valle del magdalena,
especialmente con panches y muzos. Siendo tal el ingenio
europeo que lograron identificar las características del arma, los
efectos que generaba, así como el diseño y uso de materiales
para mitigar el impacto de esas armas indígenas ya que según
Aguado en su recopilación historial:
A estos indios no los pone ni ha puesto en reputación de
belicosos los bríos que tienen, porque no son más
animosos ni de mayor vigor que los demás naturales del
Nuevo Reino, que todos son Moxcas; mas halos puesto
en esta reputación la fortaleza de los lugares en que
habitan y las armas de que usan, que son arcos y flechas
enherboladas de muy ponzoñosa yerba, que pocos
escapan con las vidas de los a quien hieren, y juntamente
con esto dieron en poner por los caminos mucha cantidad
de puyas untadas con hierba las puntas, contra los que
entran y van hacia sus pueblos. Y esta es la mayor y más
larga guerra que estos indios hacen, porque una sola
india vieja basta a dar guerra a un ejército de españoles,
porque tomando gran cantidad de estas puyas las va con
mucha presteza fijando en el suelo lo más
escondidamente que puede, poniendo siempre las puntas
contra los que van caminando, y como el número de las
puyas es tanto, no basta ningún remedio a
descomponerlas, y así se empuyan muchos españoles e
indios de los que en su servicio llevan, de los cuales,
como he dicho, escapan pocos.
Para contra estas puyas y género de guerrear que los
indios inventaron, tienen los españoles por remedio
215
hacer unas antiparas de algodón, que son unas medias
calzas estofadas de algodón y colchadas que llevan de
grueso una mano, con sus peales de la propia suerte; y
los que van delante llevan calzadas estas antiparas y van
con ellas quebrando y descomponiendo las puyas, de
suerte que los que atrás vienen, si derechamente los
siguen pocas veces se empuyan ni lastiman; pero si se
apartan a un lado o a otro del camino por donde los de
los de las antiparas no han hollado ni pasado, fácilmente
tropiezan en las puyas y se hieren, como he dicho, sin
tener casi remedio ninguno, si no es hacer en ellos
carnicerías y anatomías (Aguado, 1956, parte 1).
Con las batallas de exploración de 1537, la guerra de conquista
contra el cacique Bogotá y sucesores en 1537, así como la
guerra final de pacificación de 1540, los españoles, los
considerados “hijos del sol”, demostraron que no comían a los
ancianos o niños ofrecidos en sacrificio para saciar su apetito y
aplacar su destructiva soberbia. Ellos avanzaron y consolidaron
los procesos de pacificación, reducción y encomienda de indios
ya que su verdadera e insaciable voracidad eran los seres
zoomorfos y antropomorfos, hechos con metales y piedras
preciosas, a falta de los mismos todos aquellos bienes u objetos
que eran comercializados en los mercados indígenas y en
ausencia de todo ello el trabajo servicial y los frutos o bienes
que pudiesen producir de manera familiar o colectiva sus
vasallos.
Mientras para los indígenas lo más importante era vivir y luchar
por el preciado maíz y el cálido algodón para poder garantizar
su supervivencia, para los españoles la supervivencia como
guerreros y seres humanos se basaba en los altos consumos y
acumulaciones de los incomestibles metales preciosos usados
216
por los clases indígenas superiores como objetos de culto y
embellecimiento tan importantes como cualquier otro objeto que
reflejara la luz del sol o la luna, divinidades creadoras y
protectoras.
El desinterés de los europeos españoles por conquistar y
colonizar tierras para hacerlas productivas por su propio trabajo
y esfuerzo al imperar en su imaginario, cultura y sociedad la
insaciable necesidad de tener y acrecentar un botín de guerra
representado por valiosos objetos dorados y piedras preciosas
antes de regresar a su tierra natal. La codicia, criminalidad,
inmoralidad e indisciplina militar que generó usufructuar un
“tesoro” llegó a tales extremos que el General Jiménez de
Quesada tuvo que prohibir y ordenar bajo pena de muerte recién
iniciada la exploración y conquista andina “que ningún soldado
ni español de ninguna calidad entrase en los bohíos o casas de
los indios que estuviesen de paz, sin su licencia y
consentimiento, ni que a indio que de paz viniese se le tomase
cosa alguna de lo que trajese, aunque fuesen cosas de comer, ni
se les hiciese otras fuerzas ni agravios” (Aguado, 1956, parte 1).
Así, lograba consolidar la paz con los indios sin ofenderlos ni
maltratarlos, evitar la destrucción y profanación de las tumbas
de los nobles indígenas que estaban aderezadas con objetos de
oro dentro y fuera de las mismas, y especialmente, para
concentrar en su arca mayor el total de los rescates e
incautaciones obtenidos durante su campaña antes de ser
repartidos entre cada uno de los miembros de su hueste de
acuerdo a su condición, inversión y dedicación.
Siendo verificado el cumplimiento de esas constituciones y
ordenanzas al expresar el cronista que muchos de los tesoros
dorados de los templos religiosos fueron ocultados por los
217
indios porque “…como el general había ahorcado a un hombre
porque recibió unas mantas que unos indios le dieron, y por sus
ordenanzas tenía vedado que no entrasen en bohíos ningunos, no
había soldado que se desmandase en cosa ninguna, ni fuese tan
escudriñador de lo que había en las casas de los indios como lo
son los de este tiempo; y por esta causa tuvieron lugar los indios
de venir de noche a los bohíos de sus sacrificios, y sacar todo el
oro que en ellos había y llevarlo a esconder a otras partes”
(Aguado, 1956, parte 1).
La relación productiva de los españoles no siempre se basó en el
hurto y la acumulación de un botín de guerra ya que se propició
una explotación minera incipiente para el beneficio del vencedor
como del vencido. La transición entre las tecnologías y técnicas
productivas de los indígenas a las de los europeos se evidenció
como tal en la exploración y ocupación española de minas al
pretender los generales y capitanes extraer un mayor número de
metales y piedras preciosas que los obtenidos regularmente por
los indígenas siguiendo sus prácticas y trabajos.
Un caso evidente de esa trasmigración de técnicas y el uso de la
tecnológica española se dio a mediados de 1537 al realizarse la
primera explotación de las minas de esmeraldas en territorio
muisca. Los indígenas tradicionalmente las habían explotado de
la siguiente manera:
Están estas minas en una cuchilla o loma de largo de
media legua, que sale de otras lomas y sierras más altas;
es la tierra de ella algo fofa y volcanosa; no las labraban
los indios estas minas todo el año, sino en tiempo de
aguas o que las aguas hubiesen acabado de pasar, porque
con sus avenidas robasen y llevasen la tierra que sobre
las minas caía, porque como estos naturales no tuviesen
218
con qué cultivar la tierra artificios de hierro, sino
solamente los que de madera hacían para sus labores,
éstos eran tan flacos que no bastaban a desmontar ni
limpiar la tierra que en las minas caía; por eso esperaban
el remedio del agua. Hallase en estas minas dos vetas de
veneros, en que las esmeraldas se criaban, y hallaban el
uno de cristal, y el otro azul color del cielo (Aguado,
1956, parte 1).
El capitán Pero Fernández de Valenzuela al actuar como catador
de metales se dedicó a “sacar de estas vetas algunas esmeraldas
para muestras, y trabajando en ello harto, sacó ciertas piedras de
toda suerte buenas, y no tales y muy ruines, y viendo el gran
trabajo con que se sacaban, y la mucha flema que para ello era
menester, y al cabo el poco provecho que de ello redundaba, se
volvió a donde el general estaba”. Y llegando hasta allí logró
que el general se desplazara hasta Somondoco para confirmar el
hallazgo minero así como obtuvo el permiso para que las
herramientas usadas para la apertura de caminos como eran los
azadones, alfanjes y machetes sumado a los artificios propios de
la minería europea les sirvieran para “labrar y seguir las dichas
minas y ver si podía sacar de ellas alguna riqueza notable”
(Aguado, 1956, parte 1).
El suceso ha pasado inadvertido como un acto expropiador más
de la gesta conquistadora. No obstante, los españoles
observaron la técnica minera usada por los indígenas, mejoraron
sus procedimientos con la tecnología basada en herramientas
hechas en hierro, y especialmente, el general y sus capitanes
dispusieron continuar con la extracción de piedras durante las
siguientes semanas empleando los indios mineros derrotados y
subyugados a quienes les enseñaron a usar la tecnología
desarrollada a cambio de incrementar la explotación, extracción
219
y tributo de las más finas y preciadas gemas acordes a su color,
dureza y brillo.
El general Jiménez al culminar cada una de sus exploraciones en
las provincias cercanas con la derrota de los caciques y señores
de las mismas retornaba a las minas de Somondoco a verificar
los avances en la extracción y los réditos en la producción a los
que tenía derecho en nombre del rey de España. Incluso,
finalizada la conquista e iniciada la colonización al pretender
regresar a España a dar noticia del Nuevo Reino hallado, pedir
la gobernación del mismo y el reconocimiento de la ciudad de
Santafé que había fundado, el General “…en el camino acordó
volver a Somendoco, a ver si podía haber algunos engastes ricos
de esmeraldas de las minas do se sacaban” (Aguado, 1956, parte
1).
Los exploradores y mineros españoles no sólo lograron develar
el misterio sobre el origen y extracción de las esmeraldas que
había sido divulgado desde los hallazgos europeos de esa piedra
preciosa en África, según el cual, “había por el mundo muchas y
diversas opiniones sobre el nacimiento y creación de las
esmeraldas, y no hubiese autor que diese entera noticia y
relación de ellas, cuanto a si se sacaban de minas o no, deseando
el general y sus soldados ver de todo punto declarada esta duda
y ver esta grandeza de minas, iban, como se ha dicho, con
mucha alegría a verlas y descubrirlas” (Aguado, 1956, parte 1).
A través de la minería, el renglón de la producción más
importante y rentable que caracterizó la presencia colonial
española en la Nueva Granada hasta el siglo XIX, se dieron las
primeras transferencias tecnológicas e instrucciones técnicas por
parte de los españoles a los indígenas para mejorar su destreza
productiva.
220
La minería de gemas como la extracción o recolección de oro
cerca de los ríos y valles neogranadinos contribuyó finalmente
a que los conquistadores españoles cumplida su tarea de
pacificar la tierra, someter a los nativos y condicionar a los
caciques a entregar a los reyes españoles las ofrendas y tributos
recibidos, etc., pudieran concluir su principal tarea en las indias
occidentales como era la expansión y posesión material de los
dominios de los reinos hispanos. Y consigo, obtener el beneficio
de las mismas por medio del señorío feudal de vasallos
tributantes para cada uno de los españoles participes de esas
gestas al ser declarados, premiados y reconocidos como
encomenderos a perpetuidad de un grupo de indios de igual
manera encomendados a perpetuidad a ese nuevo señor.
Una mesiánica tarea civilizadora y evangelizadora de los
vasallos castellanos ejemplificada por Aguado al describir la
invitación del General G. Jiménez de Quesada al cacique
Duitama para que se rindiera y subyugara al rey católico
castellano al que servía, al expresar que: “El general envió a
decir que hasta entonces ni él ni su gente no habían hecho
ningún notable daño en tierra de Paipa ni en la suya, ni él venía
sino a procurar su amistad, con la cual todos los daños de la
guerra cesarían, y a que reconociese por supremo y universal
señor al Rey de Castilla, cuyo vasallo él era, como otros muchos
caciques y principales de aquella provincia lo habían ya hecho,
y vivían y estaban contentos de ello, por ser sujetos a un rey tan
poderoso como debía ser y era el de los españoles, el cual tenía
a su cargo la administración de todos ellos, y que haciéndolo
como él se lo enviaba a rogar, le daría entera satisfacción y paga
de cualquier daño que los españoles le hubiesen hecho”
(Aguado, 1956, parte 1).
221
La derrota pacífica o bélica de los señores prehispánicos de los
andes como parte del nuevo reino neogranadino se constituyó
además en una tarea inaplazable para los conquistadores
llegados de la empobrecida y malsana Santa Marta. Las demás
provincias exploradas también se caracterizaban por climas
malsanos, tierras estériles, pueblos bárbaros, belicosos y
antropófagos en el valle del Magdalena, o en su defecto pueblos
salvajes y miserables como eran los residentes en los llanos
orientales “… una gente tan paupérrima y faltos de todas las
cosas necesarias para el humano sustento, que solamente comían
y se sustentaban de un género de hormigas gruesas, las cuales
criaban aposta junto a sus casas, y de ellas y de otras silvestres
raíces hacían ciertas tortas y comidas, con que se
sustentaban…” (Aguado, 1956, parte 1).
De allí que Aguado resaltara que la principal preocupación de
los españoles después de derrotar a los caciques mayores de los
muiscas, y consigo saciar su apetito de metales y piedras
preciosas, fuese la búsqueda del beneficio a perpetuidad con
vasallos tributantes que asegurasen sus condiciones materiales
de supervivencia cerca al vecindario en el que cada uno debería
habitar. Acorde con esos fines, el cronista describió el origen de
la fundación de Santafé de Bogotá de la siguiente manera:
Y resolutos de todo punto en esto, de nuevo nació entre
ellos contienda sobre en qué parte de las dos provincias
poblarían, si en Tunja, donde al presente estaban, o en
Bogotá, porque en este tiempo no podían dividirse a
poblar dos pueblos, por ser los españoles pocos y los
naturales muchos. Aunque en la tierra de Tunja habían
habido mucha cantidad de oro, parecíales mejor tierra la
de Bogotá, por ser más llana y apacible, y de mejor
temple y de más naturales, y demás de esto, como aún no
222
tenían noticia de la muerte de Bogotá, parecíales que
estando todos juntos y de asiento de su tierra, con las
continuas persuasiones que le harían y asechanzas que le
pondrían, un día u otro vendría a sus manos él y sus
riquezas, y se apaciguarían los que por su respecto
estuviesen rebeldes.
… Estando, pues, ya resolutos, como atrás queda dicho,
el general y sus españoles en que la tierra se poblase y en
ella permaneciesen, el general llamó muchos de los
caciques y señores de esta provincia de Bogotá y les dijo
cómo para su bien y conversación y conservación, los
españoles querían permanecer en la tierra y vivir en ella,
y tenían necesidad de un sitio bueno y acomodado en
que hiciesen sus casas y moradas; que ellos, si de ello
eran contentos, se lo señalasen y diesen de su mano, tal
cual convenía. Los principales le dieron por respuesta
que se holgaban de que quisiesen permanecer en su tierra
los españoles, por el bien que de ello se les podía seguir,
y que ellos mismos, pues había de ser el sitio para su
habitación, lo buscasen, escogiesen y eligiesen en la
parte y lugar que mejor les pareciese, que ellos les harían
las casas en que viviesen.
El general, esto visto, envió de sus capitanes y personas
principales, por dos vías, a que viesen la tierra que caía
dentro del valle de los Alcázares, dicho ahora de Bogotá,
y mirasen con atención el lugar más acomodado para la
vivienda de los españoles (Aguado, 1956, parte 1).
La fundación de ciudades y villas en ese Nuevo Reino se
constituyó además en una estrategia necesaria para poder
abastecer con hombres, abastecimientos, medicinas, hospitales y
223
herramientas las nuevas campañas de exploración y dominio de
las provincias mineras andinas asentadas al norte de los muiscas
(guanes, laches y chitareros), así como las de la cuenca alta del
río Magdalena, especialmente, los indios de lengua, costumbres
y progresos diferentes a las de los muiscas como eran los
subyugados al cacique de Neiva.
Una nación reconocida por los guías y traductores muiscas
como la de más “…fama y ruido y estruendo que con aquella
tierra les habían hecho, que no lo que en ella había, y aunque era
verdad que en ella se sacaba oro de minas de mucha calidad y
quintales, era poco en cantidad, y la tierra mal poblada de
naturales y algo acompañada de montes y arcabucos, que
juntamente con la constelación o influencia de las estrellas y
cielo y del sol, que arde con gran resplandor, la hacen enferma,
en tal manera que pocos españoles de los que en ella entraron
dejaron de enfermar, e indios ‘Moxcas’ que con los españoles
iban, de morir” (Aguado, 1956, parte 1).
Una obsesión por encontrar las minas artesanales, mejorar la
producción y tener el dominio de la explotación del oro y la
plata de los valles del río Magdalena al igual a lo realizado en
las minas de esmeraldas de Somondoco que se explicaba porque
el cacique de Neiva se había congraciado con el General
Quesada al ofrendarle cincuenta libras de oro muy fino y subido
en quilates”. A lo cual se sumó la leyenda, según la cual, en esa
provincia existía un pilar o poste de oro del cual se había
extraído la ofrenda otorgada a los españoles, el cual se
encontraba en cierto templo suyo al interior del cual “tenían un
estante y pilar, a quien particularmente hacían veneración por
sus supersticiones y vanidad de religión, al cual tenían cubierto
con unas grandes chagualas y planchas de batihoja que a los que
lo veían daba a entender que todo era oro cuanto relumbraba; y
224
así en esto como en lo demás fueron frustrados los nuestros de
sus designios, porque al tiempo que los indios del pueblo donde
este pilar emplanchado y oro estaba, se quisieron ausentar, lo
descompusieron y despojaron del oro, y se lo llevaron consigo”
(Aguado, 1956, parte 1).
La ausencia geológica de metales, el desconocimiento de la
minería por los muiscas, la importancia del oro extraído
artesanalmente por los indios de Neiva y la explotación
industrial del valle del Magdalena por los españoles fue
comprobada y reafirmada en 1551 durante la primera visita a los
indios muiscas realizada por los primeros oidores que llegaron
al Nuevo Reino de Granada para instalar e institucionalizar la
administración del mismo a través de la Real Audiencia de
Santafé. Resumida por Aguado esa visita a los indios de Tunja
se encontró que:
Preguntábaseles que si el oro que pagaban [de] tributo si
lo sacaban en su tierra o dónde lo habían; a esto
respondieron que por vía de rescates lo compraban en los
mercados y lo juntaban para pagar a su encomendero,
pero que en su tierra no lo sacaban, como es cierto que
hasta este nuestro tiempo no se averigua que jamás los
indios Moxcas sacasen oro en su tierra, ni se ha hallado
en ella de minas, mas todo lo traían de rescate de
Mariquita y Neiva y otras provincias y [que] de la otra
banda del río grande hay, donde los propios naturales
antiguamente labraban minas y sacaban oro y lo fundían
y rescataban y hoy se halla en las minas que los
españoles han labrado y labran en Mariquita, los
socavones y espeluncas y otros vestigios y señales que
son clara muestra de haber en aquel lugar sacado los
indios oro (Aguado, 1956, parte 1).
225
Para poder asentarse como colonos beneficiados por la
condición de vecinos al ser realizadas las fundaciones de nuevas
ciudades hispanoamericanas y usufructuar los repartimientos de
indios encomendados de las provincias étnicas dominadas era
necesario repartir previamente el botín colectivo que se había
acumulado durante la campaña de exploración, conquista
pacificación para dar por culminada y cesada esa relación
asociativa y empresarial. Aguado relata ese proceso de
liquidación de la empresa de conquista de la siguiente manera:
Perdida de todo punto la esperanza de haber el oro y
esmeraldas del cacique Bogotá, el general y sus
capitanes y soldados determinaron que todo el oro y
esmeraldas que en las contiendas y sacos pasados se
habían habido, se partiese y dividiese conforme al cargo
de guerreador que tenía; porque todo el oro que el
general y españoles habían habido en este Nuevo Reino,
desde que entraron en el valle de la Grita hasta esta
sazón y punto, todo se había juntado y traído a montón,
sin que ninguna persona osase defraudar un tomín, por
los grandes temores que el general les tenía puestos con
el rigor de sus ordenanzas; y así hechas las partes, cupo a
cada peón a quinientos y veinte pesos, y al jinete u
hombre de a caballo, doblado, que llamaron dos partes, y
a los capitanes, doblado que a los jinetes, y el general,
después de haber sacado el quinto de todo ello para el
Rey, lo repartió todo por la orden dicha, entre los
capitanes y soldados, todo lo demás.
En este tiempo ya había tan pocas cosas de las de España
en poder de los españoles, que valían a excesivos
precios. Todos o los más andaban vestidos de sayos y
capas de mantas de la tierra, hechas de algodón, blancas
226
y coloradas, y pintadas de pincel; que las hacían esta
gente Mosca, muy curiosamente. Valía una herradura
para herrar los caballos treinta pesos, y un ciento de
clavos de herrar ochenta pesos, y así salía el caballo
herrado de todos cuatro pies en ciento cincuenta pesos de
buen oro, y así muchos tenían por mejor hacer
herraduras de oro bajo, que era medio oro, y herrar con
ellas sus caballos, que comprar herraduras de hierro. Un
caballo común, que se suele llamar matalote, valía y se
vendía en mil pesos, y desde arriba; y si era caballo de
buenas obras parecer, valía dos mil pesos; y a este
respecto eran los precios de las otras cosas que de
España acertaban a haber, que eran bien raras, pues las
hechuras de las capas y sayos y gorras que de mantas se
hacían, no eran en menos moderados que los precios de
las otras cosas que se vendían; y así se estuvieron
nuestros españoles con estos vestidos y trajes de mantas,
hasta que entró gente del Perú en la tierra con
Benalcázar, que por sus dineros les proveyeron de
muchas cosas para el ornato de sus personas (Aguado,
1956, parte 1).
La distribución del botín de lo rancheado, usurpado o
confiscado por la expedición del adelantado Gonzalo Jiménez
de Quesada reafirma el factor esencial que atrajo a los españoles
a quedarse durante los siguientes siglos en el nuevo mundo,
mucho más que la rapiña de los objetos dorados de los templos
del sol que faltaban por hallar o el encontrar el gran tesoro
oculto del cacique Bogotá (compuesto, según el Bogotá-Sagipa,
por un aposento pequeño llenó con objetos dorados y tres
escudillas muy grandes llenas de finas esmeraldas), el cual con
el tiempo fue asociado con otros lugares y fuentes de tesoros
indígenas denominados genéricamente como el “dorado”.
227
Esa fuente de riqueza constante y creciente durante los tres
siglos de colonia española fue en los andes nororientales
neogranadinos la producción y comercialización de
manufacturas para el mercado local o provincial, especialmente,
la producción de telas y el comercio de los vestidos
manufacturados en telares denominados “mantas”, mientras que
en los valles y llanuras interandinas lo fue la explotación y
extracción de metales preciosos en lugares tan emblemáticos
como la provincia de oro atravesada por un “río de oro” en
cuyas aguas flotaba el preciado metal hasta que era atrapado por
las arenas de las riberas lo cual facilitaba su recolección o
extracción por medio del mazamorreo por parte de los indígenas
encomendados.
A falta de oro en todas las provincias para pagar los tributos
exigidos o tasados por el señor encomendero, la mayoría de los
indios en las visitas de los oidores desde 1551 declaraban que al
igual que cuando tributaban al cacique mayor o sus capitanes
“de dos a dos lunas” solo podían pagar la mayor parte de la
“demora” impuesta por los españoles recurriendo a la
elaboración de mantas blancas de algodón, o en su defecto
coloradas y pintadas, para lo cual al no contar con un habitat
apropiado para cultivar el algodón debían adquirirlo por medio
del intercambio de algunas de sus mantas más finas por cargas
de la fibra natural como de coca con los indios de los valles
cálidos, especialmente del Chicamocha.
Las cuentas aritméticas de las cargas intercambiadas como de la
población o los tributos a pagar se realizaban con ayuda de la
tecnología educativa y comercial con la que milenariamente
habían contado ya que el aporte científico como las enseñanzas
de los encomenderos y doctrineros al respecto era mínimo o
nulo. Para realizar sus conteos los indígenas andinos usaban
228
cuentas de maíz basadas en el sistema numérico vigesimal que
también usaban los demás pueblos mesoamericanos con ayuda
de sartas o quipus.
Según lo descrito por el visitador como lo atestiguado por el
cronista Aguado: “…les demandaba cuenta de los indios que
tenían por sujetos y en el tal repartimiento había, y los capitanes
y caciques les daban, por granos de maíz, contados los indios
que les parecía y ellos querían dar: recibíaseles la cuenta por
granos de maíz, porque toda esta gente no saben contar de coro
más de hasta número de veinte, y en contando un veinte, luego
cuentan otro, y así, ratificando la memoria de los veintes con
granos de maíz, van acrecentando todo el número que quieren”
(Aguado, 1956, parte 1).
Para hacer las mediciones y cálculos de los pesos y volúmenes
que adquirían o tributaban, los indígenas empleaban
herramientas semejantes a las tecnologías usadas por los
europeos como eran la balanza y la romana elaboradas con
objetos rústicos de la siguiente manera: “…se les interrogaba la
demora y tributo de oro y mantas que daban en cada un año a su
encomendero; el cacique hacía demostración de cierta pesa de
plomo o de piedra que tenía, que pesaba una libra y media o dos
libras o más, y decía que daba a su encomendero cada año tantas
pesas de oro de aquella suerte, y también hacía demostración de
la suerte de oro que pagaba o daba de tributo, porque en este
tiempo no daban los indios oro fino sino oro bajo, desde siete
hasta trece o catorce quilates, porque siempre tuvieron por
costumbre estos bárbaros de humillar y bajar los quilates y
fineza del oro con echarle liga de cobre” (Aguado, 1956, parte
1).
229
Conocimientos rústicos que demostraban después de una década
de reducción y encomienda que a los europeos no les interesaba
realmente la civilización científica ni la evangelización religiosa
ya que su deseo por hacerse señores feudales del nuevo mundo
les había llevado a fundar sus ciudades y a establecer la
jurisdicción de sus municipalidades en función del tributo y
comodidad que les pudiesen otorgar sus vasallos, con lo cual su
principal interés colonizador era asentarse en donde hubiese:
…muchos indios y que la tierra sea rica de minas de oro
o plata, y como estas dos cosas tengan, muy poco se les
da que el temple, sitio, aguas, yerbajes y constelación del
cielo sea lo más malo y perjudicial que puede ser y que
en ella nunca se críe trigo ni se pueda hacer casa ni cosa
que permanezca, porque hácense cuenta que lo que los
indios sembraren los ha de sustentar, que quieran que no
quieran, y ellos les han de sacar oro con que se provean
de las otras cosas necesarias; y como estas dos cosas son
perecederas e inciertas, muchos pueblos se han
despoblado y despoblarán andando el tiempo (Aguado,
1956, parte 1).
Los indígenas debían asegurar su propia subsistencia y al mismo
tiempo asumir la satisfacción de las demandas que les generaba
la relación parasitaria que les había sido impuesta por los
españoles quienes buscaban vivir de lo que sabían producir y
hacer los nativos sin más esfuerzo que la intimidación y la
violencia de sus armas al igual que los señoríos feudales
europeos. De allí que sumados a los cultivos cereales y los
trabajos serviles, los tejidos especializados en algodón
elaborados por los indígenas si bien fueron usados
temporalmente por los españoles al vestirlos como sayos, gorros
y capas decoradas hasta que otras huestes llegadas a Santafé les
230
vendieron prendas suntuosas importadas directamente de
España, los españoles entendieron que en la dinámica
económica al interior de los resguardos y provincias étnicas la
falta de metales y piedras preciosas podía ser sustituida en valor
como en precio por las mantas al tener una demanda entre los
indígenas tan importante y constante como lo era el oro o el
hierro en los cuales se fundaba la economía española.
En los siguientes siglos la transferencia tecnológica de los
españoles a sus colonias americanas siguió estando basada en la
elaboración de herramientas metálicas para mejorar e
incrementar la producción agrícola (hachas y azadones),
pecuaria (herraduras y marcas), artesanal (agujas y refuerzos de
telares), minera (picos y vasijas) y de transportes, etc., mientras
que las técnicas y procesos básicos de producción agropecuaria,
manufacturera, minera y demás “artes mecánicas” siguieron
siendo en esencia las mismas que habían aprendido y heredado
los indígenas de sus milenarios ascendientes.
Situación que conllevó a que el poblamiento español basado en
ciudades y villas continuase siempre y cuando el régimen servil
de encomienda de los indios se preservase, pues de lo contrario,
con la muerte o improductividad de los encomendados se hacía
necesario el traslado y refundación de esos lugares de blancos
entre provincias pobladas por suficientes indios para satisfacer
las necesidades de los europeos. Siendo agravada esa tendencia
con el incremento en el número de encomenderos y familias de
blancos dependientes de la producción agropecuaria y el tributo
económico de los indígenas, cuyo número, capacidad y
productividad era cada vez más reducida al pretender los
blancos iguales o mayores tributos empleando las mismas
técnicas y tecnologías que las empleadas por los pueblos
prehispánicos.
231
La ausencia de protectores espirituales, militares y
gubernamentales que defendiesen la condición primigenia de los
indígenas sumado a la plena subyugación tributaria e
institucional de los indígenas sobrevivientes a través de la
encomienda y la mita española conllevó a que desde finales del
siglo XVI fuese inevitable la extinción e improductividad de la
mano de obra indígena ante la incapacidad productiva como de
sostenimiento de los colonos españoles al no poder vivir y
subsistir de su propio esfuerzo y trabajo al considerarse seres
nobles que no podían ni debían realizar trabajos viles y
mecánicos. Todo lo cual conllevaba a un panorama de
deshumanización y materialización productiva del indígena al
ser la única fuente segura de recursos y abastos para la cómoda,
frugal, sedentaria e improductiva presencia de los cristianos
europeos en las colonias españolas.
Situación que podía cambiar y mejorarse con la importación y
compra de costosos y escasos esclavos africanos para realizar
los trabajos de los indígenas en las tierras cálidas y los climas
malsanos al ser instruidos y domesticados como mineros
mientras que los pocos indígenas sobrevivientes de la minería
mitaya podían regresar a sus resguardos y realizar los trabajos
especializados que los “bestiales, tribales e incivilizados”
africanos no sabían realizar para garantizar el abastecimiento no
sólo del blanco como del negro.
La inevitable extinción de la mano de obra indígena
especializada, la dependencia española de la producción y
tributación de los indígenas sin más aportes que las regulaciones
legales y el uso de herramientas metálicas para la minería, la
imposibilidad de los españoles pobres a trabajar en las tierras
resguardadas o encomendadas, aunado a la continuidad en las
técnicas y tecnologías productivas aprendidas y conservadas
232
entre los indios para satisfacer las demandas de sus señores al no
estar interesados los blancos en formar vasallos indígenas
letrados, ingeniosos, creativos, prósperos y autónomos de sus
señores, etc. conllevó a que cronistas y misioneros como Fray
Pedro Aguado denunciaran a través de sus noticias historiales el
decadente e improductivo régimen señorial tributario impuesto
por los demás españoles a los indígenas americanos bajo la
excusa de querer civilizarlos y adoctrinarlos a través de espacios
urbanos como eran los pueblos de indios vigilados desde las
villas y ciudades de blancos.
Denuncias enmarcadas en descripciones sobre la explotación
indígena como la siguiente:
La causa [del despoblamiento de las ciudades] es que
como todo el trabajo de la labor y sustento de los tales
vecinos depende de los indios que les han de hacer las
casas y sustentárselas y hacerles las labranzas, y
cavándolas, sembrándolas, desherbándolas, segándolas,
cogiéndolas, trillándolas y encerrándolas, y les han de
dar sus hijos para las minas, servicios para sus casas y
otros cien mil géneros de imposiciones con que nunca
paran, y después de todo esto las demoras y tributos
principales, juzgue cada cual si bastarán estos trabajos a
consumir y acabar los animales cuanto más los hombres,
y muchas veces no les queda tiempo para hacer sus
labores para el sustento de sus casas. Todo esto va
consumiendo los indios muy poco a poco en poblezuelos
nuevos, donde la justicia y los vecinos todos son
encomenderos y los unos por los otros nunca cumplen
ley ni cédula enteramente que sea en favor de los indios,
y a estos tales pueblos, digo, que permanecerán y
durarán tanto cuanto durare el sustento que los indios
233
dieren y dan a los españoles, y que acabados los indios
de ser muertos no hay sustentarse pueblo, porque ni los
españoles se dan a hacer heredades ni labores ni otras
cosas que sean perpetuas, ni la tierra donde habitan es
para ello, por el defecto dicho de no mirar con atención
las calidades que debe tener el lugar donde poblaren, a lo
menos por espacio de dos o tres leguas de tierra que
alrededor del pueblo sería justo que se les diese a los
españoles que pueblan y se van a vivir a semejantes
nuevas poblazones, con aditamento que las labrasen y
cultivasen y gastasen en ello parte de su hacienda, para
que después ni fuesen con facilidad movidos a dejarlo
perdido e irse, pues la imaginación de haber gastado sus
dineros en semejantes labores y trabajos puede mucho y
es causa de no moverse con facilidad los hombres; pero
esto dicen muchas personas no poderse hacer, por ser las
tierras de los indios comarcanos, a quien no se les debe
quitar, lo cual hallo yo las más veces ser invención de los
propios encomenderos, que según su ambición querrían
adjudicar a sí todo lo que es y no es de sus indios, los
cuales siempre tienen tierras sobradas para sí y para sus
vecinos, y así podrían partir con los españoles, a los
cuales también se les habla de apremiar a que no
viviesen ociosamente, sino que se diesen a hacer
heredades con que perpetuar la tierra, con pena de que si
en ello fuesen negligentes o descuidados se les quitasen
los indios, y que cada cual fuese obligado a tener bueyes
para arar y jumentos para cargar la comida, pues hay
abundancia de ellos; y así serían los indios reservados
del trabajo y conservados y aumentados, y estos bueyes
y jumentos que para reservar el trabajo de los indios cada
uno tuviese, debían ser exentos de toda obligación
expresa, pues eran y son los tales jumentos para
234
conservar y relevar de trabajo a los naturales y sustento
común, y no sería bastante razón decir que van a poder
de otro encomendero, pues el a quien se los quitaron para
vender, en lugar de ellos, ha de arar y trabajar con los
indios (Aguado, 1956, parte 1).
Como aún sigue ocurriendo, explotados los recursos y sometidas
las comunidades indígenas los explotadores se marchaban en
buscan de nuevas fuentes de riqueza y mano de obra mientras
que los nativos supervivientes debían buscar nuevas formas de
subsistencia al ser mayor la miseria y la desesperanza que
cuando vivían bajo el yugo de los señores de su misma etnia.
CONCLUSIÓN. El régimen tributario de los españoles
contribuyó a acentuar y dar continuidad a las prácticas socio-
productivas prehispánicas porque la distribución vertical como
horizontal de la producción era muy semejante al régimen
productivo europeo asociado con los señoríos feudales.
Las naciones indígenas a semejanza de los españoles contaban
con una minoría nobiliaria que desempeñaba los oficios
estatales como gobernantes (caciques), guerreros (capitanes) y
sacerdotes (jeques) siendo sostenidos por el resto de la
población quienes a través de los tributos anuales y las tierras
comunales aportaban parte de su producción y ganancia para
que fuera redistribuida entre los procuradores y protectores
(militares como espirituales) de esas comunidades productoras.
Cada familia o pueblo del común a su vez tenía asignaciones
productivas directas en actividades especializadas como el
tejido, la orfebrería, la alfarería, la ganadería, y especialmente la
agricultura, con lo cual bajo el régimen de los “reyes indígenas”
como el de los reyes españoles los indígenas debieron asumir
vasallajes tributarios permanentes que impedían el arribismo
235
social, económico o político al estar condenado cada individuo a
aprender, conservar y replicar los conocimientos productivos de
sus ascendientes.
Esa imposibilidad de ser o actuar de manera diferente al oficio,
responsabilidad o casta heredada conllevó a que los indígenas
nobles, al igual que la nobleza monárquica europea, fuese
aislada del resto de la población productiva a través de cercados
o murallas de palos, que al ser sustituidos por los pueblos
españoles para los indios pasaron a ser las casas más
monumentales de cada poblado desde las cuales se continuó
reafirmando las distinciones jerárquicas entre los miembros de
la sociedad, así como se acentuó la necesidad de que los
herederos de las familias fundadoras o los hijosdalgos fuesen los
vecinos privilegiados para ser elegidos o nombrados como
regidores, alcaldes o gobernadores.
Sumándose a esas acciones formativas y productivas
excluyentes, la existencia de espacios religiosos privilegiados
para la formación de los sacerdotes, pasando los indígenas de
las familias nobles de ser formados en los templos o casas del
sol a los seminarios diocesanos o los conventos de las
comunidades monásticas que los evangelizaron sin más novedad
que el cambio en el nombre de los dioses y rituales de paso; así
como los hijos de los españoles destinados para la vida militar o
el servicio al rey a través de las milicias tuvieron su semejanza
con la existencia de indios guerreros formados y comandados
por “capitanes” en las zonas de frontera.
Parafraseando los estudios recientes sobre la transición de la
educación colonial a la republicana bien se puede evidenciar a
lo largo del ensayo cómo la transición de la educación indígena
a la colonial también “…sale de un espacio doméstico, se ofrece
236
en un espacio público en que su máxima autoridad es el
maestro…” (García, 2007, pág. 439) al ser los oficios prácticos
y los conocimientos tecnológicos de los indígenas aprendidos
entre familiares a través de las enseñanza impartidas por los
padres y tíos en las tareas productivas especializadas realizadas
en el campo, establos y talleres. O en el caso de los nobles, a
quienes se confería tareas de protección al ser públicamente
educados como sacerdotes en un templo por parte de un
anciano, como guerreros por los más aguerridos capitanes en las
zonas de frontera o como futuros caciques por parte de los
nobles y siervos a cargo de los cercados donde residían y
tomaban decisiones los procuradores predecesores.
Así, los oficios y los productos tradicionales demandados por
los españoles tuvieron su propio desarrollo entre los pueblos
indígenas prehispánicos al ser posible distinguir una minoría
nobiliaria que a través de las herencias consanguíneas
aseguraban su continuidad en el poder al formar y reconocer las
nuevas generaciones de gobernantes, guerreros y sacerdotes, lo
cual facilitó la sumisión y adaptación de los nobles indígenas al
régimen nobiliario español.
Las mayorías productivas, tanto las indígenas como las
españolas, sin más instrucción técnica o innovación instrumental
tecnológica que las heredadas de sus ancestros debieron asumir
como “vasallos” de un cacique, un rey, un presidente o un virrey
un destino existencial asociado con la dedicación productiva
intergeneracional a la agricultura, la minería, las manufacturas y
tardíamente a la ganadería acorde con las herramientas y
recursos comercializados por el mercado de bienes y servicios,
sentando así las bases productivas y las fuentes de la riqueza que
hasta inicios del siglo XIX caracterizaron la nación
neogranadina como la naciente nación colombiana.
237
FUENTES CONSULTADAS
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historial. Primera parte. Recuperado 13 diciembre de 2010 de http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/rehis1/indice.htm
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Cultura Hispánica. Recuperado 13 diciembre 2010 de http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/geografia/geohum2/muisca1.htm
239
3. EMPRESARIOS MINEROS IMPACTO DE LAS INNOVACIONES TECNOLÓGICAS Y
LAS TRANSFORMACIONES DE LA MINERÍA COLONIAL
NEOGRANADINA120
INTRODUCCIÓN. El legado productivo, cultural,
institucional y existencial que lograron imponer los
conquistadores, colonos y descendientes de españoles durante el
régimen virreinal hispánico en América transformó y limitó las
condiciones de vida de los indoamericanos, así como condicionó
y frenó el espíritu demoliberal, utilitarista y autosuficiente que
pretendieron adoptar e imponer los criollos republicanos a las
repúblicas decimonónicas.
La cultura e imaginario hispanocatólico conllevaron a la
dependencia institucional del imperio desde la metrópoli
europea así como consolidaron procesos de codependencia
traducidos en relaciones sociales de producción entre señor y
vasallo, explotado y explotador fiscal, que contribuyeron al
origen y consolidación de las prácticas y tradiciones
productivas, especialmente las mineras y agropecuarias, que en
el caso de la actual república de Colombia se materializó en la
120
Ensayo doctoral inédito titulado: “Technology transfer and material
prosperity. Sociocultural impact of technological innovation and productive
transformation of the colonial mining in the Hispanic kingdoms overseas”
(USA: AIU, 2011. Course: Comparative History of Latin America and
Colombia II). El texto presentado es uno de los capítulos inéditos de la tesis
doctoral publicada como: PÉREZ PINZÓN, Luis Rubén. Revoluciones
tecno-educativas de los europeos ‘civilizadores’. Ciencias útiles, educación
técnica e Ingeniería Industrial en América Latina, siglos XVIII al XX. El
caso de la Universidad Industrial de Santander (Colombia). Bucaramanga:
Ediciones UIS, 2014.
240
distribución y continuidad regional de la explotación de los
recursos minerales, así como la diversificación artesanal y
agropecuaria de las provincias que al agotar sus reservas de
metales preciosos se constituyeron en las proveedoras de los
insumos, suministros y bienes para los extractores de las tierras
calientes.
La concentración del interés fiscal de los españoles en la
extracción, tasa y amonedación de los metales preciosos para
poder obtener de manera directa derechos tributarios como el
quinto, el diezmo, la alcabala, etc., continuado por la
dependencia de las extracciones mineras para financiar el
naciente estado republicano durante la primera mitad del siglo
XIX, no sólo garantizó la existencia y consolidación del orden
institucional y demográfico aún vigente pues conllevó a que el
territorio neogranadino fuese reconocido por la Corona española
como una fuente secundaria de riquezas y recursos para la
financiación de todo el imperio, específicamente de oro y
minerales exóticos como las esmeraldas o el platino ante las
vastas riquezas y tributaciones extraídas y transferidas desde los
cerros de metales preciosos ubicados en México y Perú.
De tal manera, la concentración colonial y republicana de la
producción y la riqueza en la extracción minera, y consigo, la
incontenible crisis demográfica de la población indígena y
esclava que fue permitida y auspiciada para alcanzar el progreso
material, social y político esperados para la colonia como para la
república, hacen necesario demostrar que “…contra la
convención sostenida por los criollos [específicamente los
fisiócratas de finales del siglo XVIII] y aceptada por la
historiografía tradicional, de que la Colonia fue un largo período
de estancamiento económico, las evidencias sugieren que, al
241
menos, durante el siglo XVIII, la Nueva Granada fue
relativamente próspera” (Kalmanovitz, 2010, p. 53).
Así, al compararse la prosperidad material, cultural y
socioeconómica obtenida por los nativos como por los
inmigrantes neogranadinos antes y después de las explotaciones
mineras del siglo XVI se puede evidenciar que la extracción y
prosperidad minera transformó las prácticas y convicciones
sobre las fuentes y formas de obtención de la riqueza, y en
especial, los recursos materiales, herramientas y conocimientos
necesarios para una explotación con mayor cantidad y calidad
que la obtenida tradicionalmente por los mineros prehispánicos
para sus usos rituales y ornamentales. Constituyéndose esos
procesos en medio para reducir y regular las muertes de nativos
por causa de los accidentes laborales a causa de las extracciones
en gran escala pero con las mismas prácticas e instrumentos
prehispánicos.
Es por ello que con la minería, especialmente la aurífera, en la
Nueva Granada se vivieron procesos de transformación
industrial de la producción semejantes a los incorporados por los
españoles en Nueva España y Nueva Toledo (Perú) al
transferirse las tecnologías y las técnicas mineras europeas
basadas en los metales de alta resistencia y funcionabilidad,
razón por lo cual, acorde con lo propuesto por Woodrow Borah
(1951) en su obra “New Spain’s century of depression”.
Las nuevas técnicas y cultivos introducidos por los españoles
debieron de incrementar la producción indígena, en cuanto sus
participantes adoptaron vehículos de rueda, el azadón, cereales
de invierno que permitían dos cosechas al año y animales
domésticos para vestido, alimentación y tracción, con el
resultado de una mayor eficiencia, que pudo contrarrestar el
242
decremento en el número de trabajadores (Kalmanovitz, 2010,
p. 53).
Transferir, apropiarse y hacer funcionales las nuevas técnicas y
tecnologías requería por ende cambios graduales y significativos
entre los grupos humanos que harían uso de las mismas. Desde
esa perspectiva éste ensayo pretende demostrar ¿cuál fue el
impacto de la transferencia tecnológica europea a los nuevos
reinos hispánicos en América?, y consigo, ¿cómo fueron
transformadas las prácticas productivas de los indios
neogranadinos durante los siglos XVI y XVII?
3.1 LA NUEVA ESPAÑA Y EL PERÚ
El neoinstitucionalismo y el neoeconomicismo histórico han
contribuido a realizar revisiones, confirmaciones o
cuestionamientos interpretativos a los fenómenos
socioculturales tradicionalmente analizados desde perspectivas
ideológicas de índole político o social. Una de esos análisis han
sido los índices de prosperidad y transformación económica de
las sociedades emergentes que resultaron de los procesos de
ocupación, conquista y colonización europea.
Entre las transformaciones más significativas y vitales del
mundo prehispánico al pasar a ser parte del mundo hispánico de
ultramar se encuentra la alimentación. Mientras que los
indígenas basaban su dieta en los cereales cosechados y
conservados en vasijas de cerámica, los ibéricos centraban su
dieta en los derivados cárnicos obtenidos de la cría y ceba de
animales domésticos comestibles los cuales les permitía contar
con crecientes reservas en energía, fibra y salubridad. De tal
modo:
243
Los españoles encontraron importantes civilizaciones
que concentraban grandes núcleos de población, que
imponían presión sobre el uso de los recursos naturales.
La dieta basada en el maíz de las tierras medias y bajas,
combinada con calabaza, fríjoles y aguacate, la caza y la
pesca, era suficientemente nutritiva como para garantizar
la reproducción ampliada de las poblaciones. No se
equiparaba, sin embargo, con los altos insumos
proteínicos de los españoles, con sus acervos de especies
avícolas, porcinos y vacunos, que les suministraron una
mayor estatura y masa muscular (López, 2010, p. 28 –
29).
El bienestar corporal era reflejo de la prosperidad productiva y
consigo de los avances y comodidades materiales que cada
nación requería. Así, el sedentarismo español se basaba en la
ocupación de tierras, la dominación de naciones, la fundación de
asentamientos urbanos para resguardar los cuerpos (las casas)
como las almas (los templos), y especialmente, la aclimatación y
crianza de los animales y plantas que cada empresa
conquistadora se preocupaba en conservar y trasladar hasta cada
lugar de destino al ser esos seres la base de su tranquilidad
existencial, su bienestar físico y su articulación civilizatoria con
el viejo mundo del que provenían. De allí que en la mesa del
conquistador, y luego la del colono, se requería la presencia
regular de carnes, derivados lácteos, cereales y bebidas
espirituosas, que a falta de vino de uvas fueron sustituidas por la
chicha de maíz y el guarapo de mieles fermentadas.
Del mismo modo, las características y rasgos de la prosperidad
personal como material evidenciaban los niveles de desarrollo
de la agricultura, las técnicas de cultivo, los asentamientos
humanos urbanísticamente sustentables, y especialmente, la
244
capacidad de asegurarse el intercambio y abastecimiento con
productos de otros pisos térmicos o latitudes a través de
mercados regionales de carácter interétnico o con mercados
locales regulados por los gobernantes étnicos con el fin emplear
parte de la producción tributada para la redistribución o la
comercialización.
Técnicas autóctonas de los prehispánicos como la rotación de
cultivos permitieron la regeneración de la tierra, la rotación del
trabajo comunal por medio de la mita regulaba la tributación
servil y aseguraba la renovación de los lazos de vasallaje
cacical, así como la rotación del intercambio y el trueque de los
bienes producidos por los diferentes mercados de una misma
jurisdicción contribuían al aprovisionamiento material y la
articulación sociopolítica de las comunidades al llegar hasta los
pueblos de los caciques menores los excedentes comerciales del
mercado del cacique mayor.
Todo ello conllevó a la preservación y conservación del orden
estatal existente, a la continuidad de las exclusiones sociales
acordes con los vínculos de parentesco y los grados de nobleza
que se heredaban al nacer, y especialmente, a la aceptación y
codependencia del orden existencial basado en la relación entre
señor-vasallo que facilitó la rápida y gradual transición del
orden señorial indígena al orden señorial español entre las
naciones prehispánicas con los niveles de prosperidad y
bienestar más elevados. Para ello fueron empleados los antiguos
señores indígenas como representantes, reguladores y
facilitadores del nuevo orden a cambio de privilegios como la
hidalguía, el control policivo y la captación tributaria en los
territorios exclusivos para los indígenas denominados acorde
con la usanza novohispánica como “resguardos”.
245
Valga destacar que esa condición señorial fue reflejo de los
privilegios que tanto encomenderos como caciques
encomendados gozaron al otorgársele el título de hidalguía
denominado “Don”, cuyo origen se remontaba a la versión
abreviada del latín “Dominus” cuya traducción y uso
neogranadino correspondió literalmente a “Señor” o “Amo”, así
como se usó y reconoció ese mismo título pero en su acepción
en alemán “Micer” para los gobernadores y conquistadores
alemanes que dominaron Venezuela como fue el caso de Micer
Ambrosio Alfinger, (Otero, 1972, p. 243 (71)).
Un efecto directo y consecuente del orden productivo y
comercial que habían consolidado los estados prehispánicos fue
además la constitución y consolidación de redes de intercambio
y abastecimiento especializado entre pisos térmicos como entre
regiones naturales. Por ejemplo, los indígenas productores de
objetos especializados de los andes nororientales
intercambiaban con los indígenas antropófagos de los valles
aluviales y los litorales marítimos bienes propios de las tierras
cálidas como eran sal marítima o rocosa, algodón, piedras
preciosas, coca, oro de aluvión, carnes, pieles, etc.
A cambio de esas materias primas, etnias como la muisca,
guane, lache, chitarera, etc., reinvertían la relación económica al
entregarles esos bienes transformados en mantas de algodón,
artesanías en oro, alimentos conservados con sal, etc. Acorde
con los análisis de autores como Carl Langebaek, después de las
mantas, consideradas el objeto – moneda de las sociedades
neogranadinas prehispánicas al ser trocadas por la mayoría de
objetos comerciales excepto cerámicas, leña, figuras de oro o
pieles, el oro eran intercambiado por alimentos agrícolas, carne,
pescado, sal, coca, algodón, mantas, leña, esmeraldas y pieles
(López, 2010, p. 37).
246
Ese orden de redistribución y equilibrios en los intercambios
propiciaba beneficios mutuos para los intervinientes y
garantizaba la prosperidad material y espiritual anhelada o
requerida por cada comunidad indígena. Sin embargo, la
avaricia extractora de los españoles al buscar con el régimen de
factorías territoriales la fuente de una rápida y abundante
riqueza metálica, cíclicamente denominada como “fiebre del
oro”, condicionó a que el patrón monetario del oro se
constituyera en la base de todo intercambio, de las relaciones de
mercado, de las formas de tributación. Y especialmente, de las
actividades laborales al concentrarse la mayor parte de la mano
de obra en la extracción sistemática, permanente y obsesiva de
granos auríferos, de forma directa (los varones) o indirecta con
bienes y servicios de abasto (ancianos, mujeres, niños,
enfermos, etc.).
Por otra parte, la fiebre minera de los blancos desencadenó
formas concretas de fiebres y de muerte propiciadas por
acciones como el trabajo mitayo al ser desplazados los indígenas
encomendados a pisos térmicos o zonas malsanas a las que los
indígenas no estaban acostumbrados siendo debilitados por los
insectos y las enfermedades ambientales como por hábitos
sanitarios y alimentos de menor calidad a los tradicionalmente
consumidos. Factor determinante de mortalidad al cual se
sumaban las fiebres asociadas con el trabajo excesivo y la
exposición permanente al sol en ambientes de alta temperatura y
humedad que debilitaban, enfermaban o hacían inútiles a los
trabajadores indígenas insolados y deshidratados.
No obstante, aquellas masas de población indígena que no
fueron exterminadas por las guerras de pacificación, los
suicidios colectivos promovidos por los sacerdotes
apocalípticos, las guerras de resistencia en las fronteras
247
provinciales, las persecuciones a los conocedores de las tumbas
y sendas asociadas con las múltiples formas y versiones del
“Dorado”, los que perecieron huyendo a los llanos y valles
malsanos en su intento de evitar el maltrato hispánico, los
castigos ejemplarizantes de los encomenderos enceguecidos por
sus fiebres de cólera productiva o la sobreexplotación laboral y
disciplinante como siervos encomendados o esclavos cazados,
etc., fueron diezmadas de forma rápida y contundente por las
fiebres que caracterizaban las enfermedades epidémicas que los
cuerpos europeos estaban acostumbrados a portar y sufrir por
siglos.
Enfermedades como era el caso de la viruela, el sarampión, el
tifo, la gripe, la lepra, las fiebres tropicales y las plagas portadas
por los insectos y roedores que desembarcaron con los
conquistadores, con lo cual la falta de inmonudeficiencia y
resistencia a esos agentes patógenos propició una catástrofe
demográfica, sanitaria y de bienestar de proporciones aún
desconocidas e incomprendidas para el caso de los andes
neogranadinos.
Acorde con ese panorama, el mayor problema productivo para
la minería en los andes neogranadinos fue la escasez de mano de
obra. Sin embargo, la producción minera neogranadina no se
detuvo sino que por el contrario alcanzó ritmos y dinámicas
acordes con la demanda europea y las crisis inflacionarias,
especialmente en provincias alto-andinas como la de Pamplona
en donde se extraían grandes volúmenes de oro y plata mientras
que la población indígena y mestiza demográficamente crecía
gracias al clima benigno, las aguas potables y la abundancia de
alimentos.
248
A ello se sumó la necesidad de formar, especializar y confiar
tareas productivas esenciales a los blancos pobres, los mestizos
y los indios leales con lo cual los trabajadores más importantes
de la minería aurífera dejaron de ser los mitayos estacionales
para dar paso a una protoclase trabajadora que recibía salario
por su trabajo, bienestar social como alimento, vivienda,
medicina, etc., así como la posibilidad de independizarse o
servir productivamente a otro amo empleando los
conocimientos, vivencias y técnicas precedentes. El resto de la
producción se especializaba en la producción y comercialización
de bienes agrícolas, pecuarios y artesanales que requería y
demandaba el sector minero, limitando o haciendo poco
rentables los monopolios de bienes importados directamente
desde España.
Fenómeno de liberalización productiva que marcó el
desequilibrio económico y de prosperidad social entre la
metrópoli y la colonia, entre la región andina y las regiones
costeras, así como justificó los movimientos de insurgencia e
independencia colonial del siglo XIX ya que “América y el
Reino Nuevo de Granada prosperaron sobre la base de una
agricultura criolla de haciendas en expansión y una minería del
oro que se reanimaba por la oferta renovada de esclavos y de
mineros independientes” (Kalmanovitz, 2010, p. 49).
Los daños a la economía fiscal estatal y a los privilegios de los
españoles peninsulares tuvieron un efecto mucho más
devastador si se tienen en cuenta las cifras por la evasión
tributaria de la minería y el contrabando de los bienes
estancados (o monopolizados en su compra y venta) por el
Estado. De allí que algunos historiadores de la economía
colombiana planteen que durante el período colonial el
aprovechamiento fiscal del Estado español y sus autoridades de
249
la producción minera fue limitado y a perdida siendo los criollos
(o españoles americanos) los mayores acumuladores de capital
aurífero y bienes adquiridos con oro no tasado en las provincias
más distantes, aisladas e inaccesibles para el control de la real
hacienda española.
Autores como Salomón Kalmanovitz (2010), citando los
trabajos de Germán Colmenares, Jaime Jaramillo, Adolfo
Meisel, entre otros autores contemporáneos, considera que:
… posiblemente la producción de oro fue mayor que la
acuñada, ya que así se evadía el impuesto del quinto
(20% del producto), que por esa misma razón sería
reducido progresivamente hasta alcanzar un 3% en 1777.
La evasión de parte del oro extraído financiaba el
contrabando, que pudo alcanzar un 15% del comercio de
la Nueva Granada, unos 300000 pesos plata anuales al
final de la Colonia, lo que daría un promedio de 15% de
la producción anual de oro (p. 50).
Si bien durante el primer siglo de conquista y colonización los
metales de las tierras andinas fueron la base de la explotación
minera, el uso de la mano de obra indígena encomendada y la
captación de los metales y piedras preciosas de los ríos y minas
durante los dos siglos restantes de colonización la riqueza
minera del nuevo reino neogranadino se concentró en las
extracciones de plata realizadas en el valle interandino del río
magdalena, así como las de oro y platino en el valle interandino
del río Cauca y sus afluentes por mano de obra esclava.
El cambio tecnológico en lo concerniente al tipo de mano de
obra empleada para la extracción de metales se puede reconocer
a su vez en el auge de la extracción minera del siglo XVI a la
par de la abundancia regulada de la mano de obra indígena, la
250
crisis demográfica de los amerindios del siglo XVII, la
decadencia productiva del siglo XVII en los cerros andinos, y
finalmente, el crecimiento de las explotaciones mineras en los
valles interandinos a la par de la creciente importación de
esclavos africanos, la reproducción de los esclavos importados
en siglos anteriores. Aunado al trabajo asalariado de las gentes
pobres y libres de otras castas y colores que encontraron en la
minería su única alternativa laboral sin exclusiones ni
condiciones sociales al ser el mazamorreo un sistema individual
de extracción y producción que permitía la participación de
todas las clases y razas al basarse en los volúmenes individuales
de exploración y explotación.
Evidencias del crecimiento anual del 2,5% desde 1790 son
analizadas por los historiadores económicos colombianos al
afirmar que “… hasta 1640, las regiones que aportan son Santa
Fe de Antioquia, Cartago y Popayán. Es particularmente en
Antioquia –en las localidades de Cáceres y Zaragoza, con la
explotación de esclavos, que la producción alcanza su cenit
hacia 1790. Después viene la larga depresión anotada, de la que
se comienza a salir de 1680 en adelante, con base en las minas
del Cauca. Chocó se suma en 1715 y Antioquia se expande
mucho más de 1735 en adelante” (Kalmanovitz, 2010, p. 51 -
52).
A pesar de esas dinámicas de prosperidad provincial, la Nueva
de Granada siguió siendo un reino pobre al ser la mayor parte de
sus provincias productoras de frutos agrícolas, pecuarios y
artesanales para abastecer a las provincias mineras o portuarias
de donde se extraían o inyectaban los caudales monetarios con
los cuales circulaban y se renovaban los mercados internos.
251
Algunas de esas provincias abastecedoras de provisiones
agropecuarias en los siglos XVII y XVIII habían sido los
centros de la producción minera en las tierras altas de los andes
en el siglo XVI y parte del XVII siendo explicada su decadencia
y transformación por las mismas malas prácticas acostumbradas
en las provincias mineras asociadas con las tierras bajas y los
climas cálidos como eran: la sobreexplotación de los indios
“salvajes”, la extracción del oro por mazamorreo en las playas o
los aluviones con las herramientas y abastos más precarios, y el
desconocimiento de la fragilidad corporal, cultural y productiva
de los indígenas mitayos, etc. Todo lo cual impedía a los
españoles calcular el costo de la sobreexplotación laboral, el
distanciamiento de las parejas para poderse reproducir, y con
ello, equilibrar por medio de nuevos nacimientos y lugares de
poblamiento las pérdidas ocasionadas por los accidentes de
trabajo y las enfermedades epidémicas durante el siglo XVI,
especialmente por la viruela y el sarampión transportadas e
importadas por los europeos a través de sus cuerpos.
La consecuencia de esas acciones indirectas de exterminio de la
mano de obra con la que se contaba fue el incremento
desproporcionado de los costos de producción al deber comprar
mano de obra esclava importada de las tierras y climas malsanos
de África con el fin de reconcentrar los indígenas en la
producción prehispánica de bienes y servicios en los
resguardos, asegurar la producción con cuadrillas de seres –
bestiales- resistentes a las adversidades ambientales de los
lugares de extracción, e incluso, concentrar, legalizar y
acumular la riqueza minera a través de la compra,
comercialización y reproducción de esclavos cual animales
domésticos de “bozal”. Sin embargo, la fiebre esclavista
también sufrió crisis y pérdidas económicas pues “el hecho que
los esclavos fueran costosos y escasos indujo a que se les
252
cuidara de mejor manera pero también resultaron vulnerables a
los agentes patógenos de los españoles” (Kalmanovitz, 2010, p.
46), especialmente a enfermedades (‘plagas’) deformantes y
discapacitantes como eran la lepra o la sífilis.
A diferencia de la producción industrializada y organizada de
México o el alto Perú, la minería aurífera neogranadina se
desarrolló por medio de “yacimientos dispersos que obligaban a
desplazamientos permanentes” (Colmenares, 1973, p. 127), lo
cual implicaba mantener grandes corredores de abastecimientos
de víveres y carnes en valles malsanos, y consigo, mercados
distantes hasta donde sólo llegaban los comerciantes que
especulaban con los abastos. Fenómeno que propiciaba que el
metal extraído se constituyera en la moneda directa de
intercambio por otros metales como el hierro para elaborar los
picos y palas con los que se extraían los minerales, en fuente
directa de la evasión fiscal, en combustible sociocultural para el
contrabando interprovincial y en fuente de liberación de activos
al pagarse las obligaciones tributarias más esenciales como era
el pago del diezmo eclesiástico.
Un elemento macroeconómico que permite ahondar aún más en
las diferencias tecnológicas, los volúmenes productivos, los
intercambios comerciales y el bienestar social que
proporcionaba la explotación minera entre los principales reinos
españoles en América era que mientras en Nueva España el PIB
por habitante era de 41 pesos en la Nueva Granada sólo
alcanzaba a 27,4 pesos, así mismo, la producción per capita de
la minería en México era de 3,6 pesos por habitante mientras
que entre los neogranadinos sólo alcanzaba a 2,5 pesos
(Kalmanovitz, 2010, p. 58).
253
Los avances y desarrollos tecnológicos de los virreinatos con el
mayor número de indígenas productivos, con una experiencia
metalúrgica precedente, con las mayores reservas y hallazgos de
metales precisos y la presencia de mineros expertos enviados
directamente desde Europa para mejorar e incrementar la
producción y administración minera permiten tener criterios
mucho más precisos para comprender la sustitución del patrón
oro por la plata, así como la pérdida de interés en las
exploraciones horizontales al reino del “dorado” para dar paso a
las exploraciones verticales y diagonales a los reinos con cerros
argentinos.
Al igual que los indígenas de las Antillas y tierra firme, los
indios neogranadinos habían acumulado “durante centurias
objetos de oro producidos mediante una compleja técnica
conocida como fundición de la cera perdida (low-wax casting)”
(Fisher, 2000, p. 154). Para ello, los orfebres y fundidores
portadores del conocimiento especializado milenario moldeaban
sobre cera de abejas los objetos que se deseaban elaborar en oro,
al estar secos los moldes eran cubiertos con una capa de arcilla
que debía endurecerse y soportar el calor del fuego, así como
debían asegurarse en compactar la arcilla contra la cera para que
quedaran moldeadas en altos y bajos relieves las formas
delineadas. Al ser puesto el objeto cerámico dentro de un horno
o fogata la cera interna se derretía y se dejaba salir por un
orificio inferior a través del cual se procedía a vaciar oro líquido
hasta llenar su volumen.
A falta de vetas o aluviones de oro en las montañas andinas, el
oro empleado era obtenido por medio del trueque de sal, tejidos,
tintes, cereales, cueros, etc., con los indígenas de los valles
interandinos de dónde se extraía por recolección en veneros y
playas de forma manual o con instrumentos hechos con puntas
254
de piedra. Enfriado el oro se procedía a romper la capa arcillosa,
así como se limpiaba y pulía la figura metálica contenida en su
interior, la cual era compacta y muy duradera al ser maciza y sin
filtraciones.
Los incas, por el contrario, contaban con artesanos orfebres que
eran “expertos en avanzados métodos de fundición con moldes
cóncavos (hollow-case casting) y en técnicas decorativas que
implicaban el uso de la soldadura” (Fisher, 2000, p. 155) cuya
destreza y belleza llegó a tal nivel que elaboraron “figuras
animales y humanas de talla real realizadas en oro puro”. De allí
que Pizarro y su hueste no hubiese requerido construir ni
enseñar a los indígenas de la costa peruana a usar hornos de
fundición porque los que encontró contaban con avances
metalúrgicos semejantes a los europeos, razón por la cual,
durante cuatro meses se emplearon los nueve hornos existentes
en Cajamarca para fundir y acuñar el oro y la plata que habían
obtenido por captura, secuestro o regalos de los señores
indígenas de cada territorio.
El resultado final fue la fundición del patrimonio cultural de los
incas para producir y acuñar “no menos de 13240 libras de oro
de 22,5 quilates por un valor de más de cien millones de dólares
a precios de 1990) y 26000 libras de plata” (Fisher, 2000, p.
155).
Al agotarse las fuentes externas y superficiales de oro que
tradicionalmente habían explotado los súbditos de incas y
aztecas, las autoridades, encomenderos y ensayadores de
metales de Nueva España y Perú optaron por la inversión,
formación y desarrollo de la extracción minera como una
actividad industrial fundamentada en los principios de la
ingeniería y la química. Por el contrario, en la Nueva Granada la
255
tradicional extracción y explotación por medio del lavado de las
arenas de los ríos y quebradas (mazamorreo) con presencia del
polvo dorado propició la continuidad de las tradiciones
productivas en los valles interandinos mientras que las pocas
vetas que requerían socavones fueron gradualmente
abandonadas u ocultadas al ser mayores los gastos que los
ingresos que se podían obtener al escasear los indios mitayos.
Así, mientras en los valles del río Cauca y Magdalena se
fomentó desde finales del siglo XVII la exploración y extracción
minera concentrándose la riqueza en provincias como Cauca y
Antioquia, en antiguas provincias extractoras de oro y plata
como Pamplona en donde se emplearon socavones superficiales
o minas a campo abierto la actividad productiva se reorientó
desde inicios del siglo XVII hacía la agricultura intensiva y la
ganadería extensiva para enfrentar los efectos de la gran crisis
minera del “siglo de oro” cuya principal causa fue la escases de
mano de obra al ser protegida por el Estado y los altos costos de
la mano de obra esclava que podía sustituirla.
Desde esa perspectiva, la pobreza y el atraso productivo de los
neogranadinos era inevitable al continuar confiando en el oro
filtrado por el subsuelo como la fuente de riqueza colectiva
mientras que en los virreinatos mexicano y peruano la plata en
precio, producción y volúmenes de extracción minera paso a
una razón de 10 a 1 desde el momento en que se descubrieron y
explotaron industrialmente los inagotables depósitos de plata en
el Potosí desde 1545 como en Zacateca desde 1548. Siendo tal
el impacto de la plata para la economía imperial que “entre 1500
y 1650, el comercio registrado transportó 181 t de oro y 16000 t
de plata hacia la metrópoli, provenientes de sus reinos
americanos” (Fisher, 2000, p. 156).
256
Para alcanzar esas cifras no sólo bastó que los españoles
hubiesen continuado la exploración y explotación de las vetas y
las zonas mineras que habían sido explotadas previamente por
incas y mexicanos, que se apropiaran de la tecnología de
fundición en hornos metalíferos (guayras) desarrollada y
heredada entre sí por las diferentes culturas indígenas de la costa
peruana, que perpetuaran la Mita y los indios mitayos como
sistema de tributación laboral o que diesen continuidad a las
prácticas de perforación vertical o diagonal de los cerros
empleada por los mineros prehispánicos, etc. Era necesario
reducir los costos de operación de esas minas, especialmente los
correspondientes al uso de molinos para romper y pulverizar la
roca, así como la fundición de ese polvo con madera comprada
y traída de lugares cada vez más lejanos a los centros de
extracción y producción metalífera.
Es por ello que la gran innovación de la minería industrial
española del siglo XVI en los reinos americanos, y consigo el
origen de la explotación con efectos secundarios y colaterales al
medio ambiente y la salud de los trabajadores, fue la
amalgamación de los metales preciosos, tanto los extraídos y
pulverizados de las minas como los filtrados de las arenas de los
ríos. Una técnica revolucionaria descubierta y comprobada en
1556 por Bartolomé Medina en Pachuca (Nueva España) con la
cual se dio fin a la crisis productiva de mediados del siglo XVI
al reducirse las pérdidas y los costos de extracción del metal de
la mena. Sin embargo, fueron los mineros peruanos en su afán
de optimizar la producción del Potosí quienes perfeccionaron la
técnica para las minas a cualquier altura, así como garantizaron
el suministro regular del mercurio líquido (azogue) requerido
para tal fin.
257
Ese proceso de mejora en la producción y la consolidación de la
extracción industrial de la plata peruana, y en general de la
minería hispanoamericana, se caracterizó, según Fisher (2000)
por los siguientes acontecimientos:
Tres años más tarde [1559], Enrique Garcés llevó al Perú
este procedimiento con el que obtuvo plata en 1560,
usando mercurio obtenido en Palca, cerca de Huamanga.
Desde 1538, se conocía la existencia de depósitos de
mercurio en Perú, pero hacia 1564, Amador de Cabrera
encontró los más famosos de todos en Huancavelica. Su
descubrimiento no resolvió de forma inmediata los
problemas de Potosí, ya que existían algunas dificultades
en la adaptación del procedimiento de Medina para su
uso a gran altura, pero, en 1571, Pedro Fernández de
Velasco superó este obstáculo y perfeccionó el proceso
de refinado que habría de permanecer prácticamente
igual durante los 300 años siguientes. En una sola
década, Huancavelica produjo más de 7000 quintales de
mercurio por año y la producción de plata en Potosí se
recuperó, aumentando de unos 47 millones de pesos en
la década de 1570, a 64 millones en la de 1580 (p. 163 –
164).
A diferencia de México que requería importar el mercurio de las
minas españolas en Almadén o del Perú, los mineros del Potosí
contaban con fuentes cercanas del azogue que era empacado con
los cueros de los animales andinos (llamas, alpacas, vicuñas,
ovejas, etc.), la mena era de primera calidad y se prestaba para
la amalgamación, los transportes para el ascenso de los 5000
quintales de mercurio anuales contribuían a llevar hasta el
puerto marítimo del Callao las cargas de plata acuñada, y
especialmente, se contaba con mano de obra constante al ser
258
regulado por el gobierno virreinal la mita (o repartimiento) de
los indígenas en Potosí al destinarse no menos de cuatro mil
indígenas para extraer, transportar y operar el mineral en los
molinos de refinación.
La importancia del mercurio para la producción metalífera fue
de tan grandes proporciones que al escasear propició la crisis
metalífera de 1635 a 1690 a la par de la crisis demográfica y la
superinflación europea por abundancia de metales. Así mismo,
las cifras contrapuestas sobre la cantidad real de metales
extraídos y exportadores al variar con el contrabando, el tráfico
ilegal, el comercio local, la transformación artesanal, la evasión
fiscal al ser trasladada a través de los puertos del Pacífico hasta
Filipinas, etc., motivó a autores como David Brading y Harry
Cross a proponer métodos indirectos de análisis de la
producción metalífera americana entre 1571 y 1700 a partir de
los volúmenes de mercurio empleados para la amalgamación de
todos los metales extraídos sin importar su destino final.
El método seguido para realizar esos cálculos aproximativos de
las tendencias generales fue el siguiente: “En primer lugar,
calculaban la producción de plata por amalgamación, dando por
supuesto que con cada quintal de mercurio distribuido se podían
producir 110 marcos (es decir 935 pesos de 8 reales). Luego
agregaban un 25% más al suponer que debía tenerse en cuenta
un 15% para la plata, producida por fundición, y un 10% para la
producción de oro (la mayor parte de esta producción se
realizaba en Nueva Granada)”. (Fisher, 2000, p. 168).
Durante el siglo XVIII, el perfeccionamiento en el uso del
mercurio en la amalgamación, aunado al control del despilfarro
en la mena, gracias a la instrucción recibida por los mineros
americanos de expertos europeos en ingeniería, química y
259
metalurgia como fue el caso de los hermanos D’Elhuyar (Fausto
Fermín y Juan José) en México y Nueva Granada conllevó a que
la producción mexicana de la plata aumentara en 600% mientras
que las prácticas tradicionales peruanas al ser reacondicionadas
a esos mismos cambios sólo permitieron incrementar la
producción en 250%, demostrándose así que la plata fue durante
todo el tiempo colonial la fuente de dinamización productiva,
tributaria, fiscal y comercial de los reinos americanos.
Sin embargo, la abundancia de plata tenía un costo menor al
escaso y muy preciado oro neogranadino cuya producción
requiere un análisis particular sobre el impacto de las
tecnologías metalíferas españolas en las transformaciones
provinciales del virreinato de la Nueva Granada pues si bien
Fisher (2000) reconoce que la explotación del oro fue de
segundo orden productivo, fiscal y comercial en el ámbito
imperial de igual manera reconoce que:
… en las regiones productoras – en especial, al Oeste de
Nueva Granada (Colombia) – su significación para la
vida económica local y para la estructura social que la
apuntalaba, era de evidente importancia. Al igual que las
esmeraldas de Nueva Granada – y, en menor medida, al
platino que comenzó a explotarse allí a mediados del
siglo XVIII -, buena parte del oro tendía a eludir los
registros formales (y, por lo tanto, el pago de impuestos)
para ingresar en los canales del comercio de
contrabando, en especial con los intrusos extranjeros de
la costa caribeña del virreinato; esta actividad informal
se veía facilitada, ciertamente, por el alto valor del metal
en relación con su volumen (p. 172).
260
3.2 LA NUEVA GRANADA
La incursión conquistadora y el asentamiento colonizador de los
vasallos europeos de la corona española transformaron el orden
de relaciones sociales y económicas basadas en el equilibrio del
intercambio y el parentesco sanguíneo como cultural. Los
blancos hicieron del oro un objeto de interés sociocultural con
un valor y precio desde sí y para sí en cada una de sus etapas de
existencia, con lo cual, el oro dejó de ser un mineral metálico
que reflejaba los brillos de la divinidad solar prehispánica para
constituirse en yacimientos de extracción potencial para los
cuales se requería mano de obra abundante y plenamente
dedicada a esa actividad.
Razón por la cual, se realizó la segmentación de cada
comunidad indígena en grupos de indios encomendados a un
señor minero y guerrero por medio de cuadrillas de rotación que
cumplían con el sistema tributario denominado mita en
Sudamérica y repartimiento en Mesoamérica.
La extracción y solidificación del oro con objetos de barro,
herramientas de piedra y hornos primitivos fue reemplazada por
la tecnología europea basada en el reforzamiento de socavones,
el uso de picos, palas y palancas de metal, la separación y
pulverización de metales con ayuda de molinos mecánicos o
hidráulicos, el uso industrial del azogue (mercurio) y la
fundición para amonedación. Así mismo, el objeto y uso final
del oro metálico prehispánico dejó de ser la ostentación corporal
de los miembros de las elites que se consideraban herederos
directos de la vida y el poder de las divinidades astrales o como
ofrenda preciada donada a los templos para obtener con la
intermediación de los sacerdotes la satisfacción de las
necesidades y rogativas personales, gremiales, comunales, etc.
261
El oro se constituyó en la unidad monetaria del imperio como de
las relaciones sociales y económicas de la sociedad naciente al
fundirse, amonedarse y sellarse con las insignias reales cada una
de las onzas del metal dorado extraído de ríos, socavones o
tumbas con el fin de ser reconocido y legalizado como riqueza
propia de aquel que lo había extraído, trasladado y registrado en
polvo, pepitas u ornamentos ante las casas de moneda de cada
reino o provincia minera previo pago de impuestos reales
(quinto, acuñado, alcabala, diezmo, etc.), así como de la
reducción de los pesos netos ante las mermas y perdidas propias
de la fundición de metales.
El oro representó para la Nueva Granada lo que en tecnología y
prosperidad fue la plata para Nueva España y Perú siendo
reflejo de las diferencias entre los volúmenes y las ganancias
reales obtenidos en los reinos auríferos como en los argentíferos
las monumentales obras públicas y la magnificencia de la
arquitectura pública y privada de los virreinatos de primer orden
con capital en México y Lima. Sin embargo, el verdadero
trabajo de extracción y producción fue realizado por los
indígenas, esclavos y finalmente las gentes libres (o de todos los
colores), mientras que los españoles, fieles a sus órdenes de
diferenciación socioeconómica de la existencia, se mantuvieron
al margen de todo trabajo directo en los campos mineros
delegando esas responsabilidades a blancos pobres en su
condición de mayordomos, mineros o capataces, y consigo,
optando desde las comodidades urbanas por constituirse en los
verdaderos administradores, agentes fiscales, poseedores o
beneficiados directos de las riquezas metalíferas acumuladas o
intercambiadas con Europa.
La condición de conquistador o adelantado asociada con el
hallazgo de nuevos reinos en ultramar propició que los
262
empresarios y operarios militares de las huestes conquistadoras
fueran compensados por el Imperio con la condición de
hidalgos, cuyos efectos directos y reales fueron el dominio del
vencedor sobre el vencido, tanto en la condición de vasallaje
como de la posesión y explotación de los territorios que
ocupaban en el momento de ser pacificados y dominados,
asegurándose así como nuevos señores de la tierra la
subsistencia tributaria y la dependencia productiva de los bienes,
servicios y tributos que debían proveerles periódica y
anualmente sus siervos.
Al ser contraria a la condición de hidalguía toda actividad
laboral de carácter mecánico o social, la producción colonial
continuó enmarcada en la labor especializada que debían
realizar los indígenas encomendados acorde con su vocación,
prácticas o riquezas ambientales consolidándose así la relación
parasitaria que los indígenas habían reconocido y rechazado al
darse desde los primeros encuentros con los europeos un
ambiente en el cual debían saciar al invasor de todos los bienes
y riquezas a cambio de no ser maltratados o asesinados.
Al hidalgo europeo le interesaba hacer los oficios propios de su
condición como eran gobernar, rezar, guerrear o transportar
dejando a los vencidos las tareas necesarias para satisfacer las
necesidades básicas de esas actividades. De allí que las
provincias de donde se extrajeron y comercializaron en el siglo
XVI las mayores fuentes de riqueza minera fuesen los territorios
más pobres y atrasados de los siglos XVII y XVIII al interesar a
los encomenderos, y posteriormente a los hacendados, tan solo
la extracción y remisión de productos sin reinversiones
económicas, materiales o sociales al primar solo el lucro de la
clase, raza y estamento dominante en las repúblicas urbanas.
263
A diferencia del proyecto de autoabastecimiento y prosperidad
basada en el esfuerzo individual como colectivo de los colonos
británicos que ocuparon la costa este de Norteamérica, los
colonos españoles delegaron ese esfuerzo a sus súbditos, a pesar
de ser jerárquicamente súbditos de los señores nobles de su
reino como del estado imperial, razón por la cual “el rechazo a
la noción de <<labor>> marcó profundamente el carácter de la
colonización y daría lugar a formas extensivas y concentradas
de apropiación de la población encontrada y de las tierras
disponibles” (Kalmanovitz, 2010, p. 39).
El trabajo de exploración, extracción, exacción (pago de tributos
por quinto, diezmo, etc. del oro manifestado, fundido y
ensayado) y exportación (ex4) del oro desde los lugares de
procesamiento hasta las casas de moneda, o en su defecto a los
centros de contrabando e intercambio de oro no registrado y
quintado, era una tarea realizada por la mano de obra subyugada
a encomienda, servidumbre o esclavitud.
Se requería seguir técnicas, procesos y normas que sólo podían
ser dispuestas y hechas cumplir por el beneficiado final de la
producción, de allí la importancia de comprender qué aportaba
de forma directa el amo a la relación productiva para
incrementar la producción en calidad como en cantidad, y
consigo, qué actividades realizaba el señor de la tierra para
mantener el orden y la productiva minera. Un caso significativo
de explotación y organización de la minería colonial aurífera
neogranadina fue el caso de los reales de Minas de Vetas,
Montuosa y Bucaramanga, adscritos a la jurisdicción del
circuito minero descubierto, fundado e institucionalizado por los
vecinos y autoridades de la provincia de Pamplona.
264
La minería en los andes nororientales colombo-venezolanos se
estableció e institucionalizó con la explotación expansiva que
los vecinos de la ciudad de Pamplona hicieron en los páramos,
valles interandinos y puertos de desembarco asociados con la
cuenca del “Río de Oro” durante el primer ciclo minero
neogranadino que se desarrolló desde mediados del siglo XVI
hasta mediados del siglo XVII. En especial, con el
descubrimiento y explotación de las minas catadas en altos
quilates en los andes orientales, específicamente en la
jurisdicción de Pamplona, como en los andes occidentales en la
jurisdicción de ciudades mineras como fueron Santafé de
Antioquia, Cartago y Popayán.
Ese ciclo primigenio de explotación metalífera se centró en la
explotación de oro a partir de las zonas precolombinas de
explotación indígena, la imposición del régimen de mita y
encomienda para garantizar mano de obra indígena gratuita,
permanente y renovada que garantizara la explotación
permanente de los yacimientos, así como la distribución de
encomiendas y licencias de extracción a los vecinos fundadores
de cada ciudad quienes estaban dispuestos a defender la
soberanía jurisdiccional de sus provincias y la conexión
comercial permanente con los centros urbanos por medio de las
redes de caminos que conectaron los puntos de explotación
fronterizos con los caminos reales.
De allí que al decrecer la población nativa, prohibirse su uso en
trabajos de minería al ser concentrada y reducida en resguardos
agropecuarios, aunado a la sustitución metalífera del escaso oro
neogranadino por la abundante y circulante plata mexicana y
peruana, la expansión minera se contrajo a los reales de minas,
especialmente al de Bucaramanga, así como los encomenderos
mineros dejaron de emplear sus estancias de tierras para la
265
producción de abastos de consumo de sus propios trabajadores
para constituirse en agricultores y ganaderos que abastecían las
provincias mineras más distantes. Específicamente, se
constituyeron en productores extensivos de monocultivos
demandados y estancados por el Estado virreinal como fueron el
tabaco y sus derivados, las mieles y sus derivados, así como
tintes vegetales como el achiote (bixa) y el añil que
originariamente habían servido a los indígenas chitareros, laches
y guanes como patrón de intercambio a la par del maíz, la papa,
la sal y el algodón con sus derivados más preciados
denominados de forma genérica como “mantas” o “ruanas”
(paño grueso de ruán-andino).
La mano de obra indígena fue factor fundamental en el
crecimiento como en la decadencia de la minería en los andes
colombo-venezolanos, siendo la necesidad misma de asegurar
más y mejores indios encomendados para las minas
pamplonesas lo que motivó el proyecto de fundación de nuevas
villas y ciudades a lo largo de la cordillera andina como fueron
San Faustino, Ocaña, San Cristóbal y Mérida. Sobre ésta última,
se relacionó en 1560 al rey las causas de su fundación de la
siguiente manera:
El año de cuarenta y ocho no hallando oro los vecinos de
esta ciudad en el páramo donde los solían sacar, enviaron
un vecino con treinta soldados a descubrir minas,
andándolas buscando llegó a una provincia muy poblada
de naturales, gente vestida de mantas como las del
Nuevo Reino y muy abundante de todo género de
comida, hallóse en ella cacao que usan de ello como la
Nueva España y en gran cantidad hallaron en dicha
provincia minas de oro (Martínez y Buendía, 1992, p.
503).
266
Con el agotamiento de las minas descubiertas en los páramos y
las vetas ubicadas en las cuencas de los ríos nacidos en los
mismos, el proyecto fundacional se reafirmó en la necesidad de
enfrentar y pacificar a los indios flecheros motilones de los
valles del Catatumbo, explorar y explotar nuevas minas en los
territorios andinos recién colonizados, así como al agotarse las
minas y los mineros indígenas se promovió el proyecto de
expansión y dominio del territorio para garantizar las rutas
comerciales con el Caribe a través del puerto de Ocaña o los
puertos del lago de Maracaibo.
Para las autoridades y los vecinos de Pamplona su principal
razón de existencia como municipalidad era su capacidad de
financiar y organizar expediciones de exploración y dominio de
nuevas fuentes de riqueza minera, asegurar la exportación e
intercambio de los productos locales y, garantizar el
abastecimiento de la provincia por medio de rutas y caminos
que debían pasar forzosamente por esa capital jurisdiccional.
Si bien Pamplona y la vecindad de los pamploneses habían
nacido (noviembre 1549) con el final de la etapa conquistadora
de rescate y reducción representada por la fundación e
institucionalización de la Real Audiencia de Santafé (abril de
1550), la necesidad de nuevas fuentes y rutas de riqueza para los
vecinos fundadores y sus descendientes los llevaba a reafirmar
que “el ciclo de la conquista no estaba definitivamente cerrado
ni el espíritu inquieto y aventurero que no se conformaba con
disponer de unos pocos indios o con una posición subordinada”
(Colmenares, 1999, p. 50).
La acumulación de oro no se podía obtener sin los indios, los
indios necesitaban el oro para poder tributar y comerciar con los
españoles, así como el dominio de indios sanos y capaces de
267
realizar actividades mineras se constituía en factor necesario
para garantizar la obtención de riquezas auríferas. De allí que las
grandes disputas de los vecinos fundadores no fuesen el
otorgamiento de minas o permisos para hacer catas y ensayos en
sitios inexplorados pues era imprescindible asegurar los títulos
que otorgaban la mano de obra encomendada con la que se
extraerían los metales que fuesen explorados.
Los vecinos más ricos y poderosos eran aquellos que contaban
con las encomiendas más grandes en los sitios más deseados por
su potencial minero como fue el caso de Don Ortún Velasco
quien por ser confundador de Pamplona se le otorgaron las
encomiendas occidentales de la provincia de indios chitareros,
específicamente en Guaca y Bucarica. Y consigo, controló la
explotación de los valles del “Río de Oro” cuyo potencial había
sido descubierto y ensayado en su cauce alto al encontrar granos
de oro de más de veintidós quilates, siendo reafirmado su
hallazgo por el minero español Álvaro de Villanueva, a quien
trajo de Santafé.
El trabajo directo, constante y con las técnicas tradicionales por
parte de los indígenas encomendados aseguraban la prosperidad
y consolidación de Pamplona como una ciudad neohispánica
viable en la frontera nororiental del reino neogranadino aunque
el costo demográfico y cultural para los indígenas fuese de
niveles propios del exterminio y la mezcla interétnica al ser
concentrados y reducidos los sobrevivientes a los trabajos y las
enfermedades en nuevos pueblos de indios. De allí que los
análisis contemporáneos de la historia socio-económica
colombiana insistan que para el caso de Pamplona existió una
asociación directa entre “el debilitamiento general de la
economía con el fenómeno de la despoblación, pero la
necesidad de mantener un ritmo de producción metalífera y de
268
abastecer los centros mineros y la ciudad de Pamplona
presionaba cada vez con mayor intensidad sobre los indígenas
supervivientes” (Colmenares, 1999, p. 63).
La presión sobre el dominio de la mano de obra indígena a
perpetuidad y durante varias vidas o generaciones conllevaba a
que los indios, antes que el oro mismo, fuesen la verdadera
riqueza de un encomendero pues desde un primer momento el
fundador Pedro de Orsua había informado a las autoridades
reales que la cantidad de indios existentes en la jurisdicción
chitarera asociada con la ciudad y gobernación de Pamplona no
eran suficientes para el número de integrantes de la hueste
fundadora que habiendo adquirido la condición de vecinos no
sólo aspiraban a tener un solar, tierras, títulos o cargos públicos
pues su mayor interés era el dominio señorial de indios a través
de los repartimientos de encomiendas y mitas.
A ello se sumaban las prerrogativas obtenidas por los vecinos
principales como comprobó el escribano Cristóbal Bueno al
visitar en 1559 la provincia. De los 10313 indios encomendados,
10262 estaban ubicados en pueblos cercanos a las minas de
explotación (99,5%). Un grupo específico de 1535 indios era
mitayos mineros (1:7) quienes representaban “el 16% de la
población masculina activa y el 10% de la población total
masculina”. El cofundador de la ciudad Ortún Velasco contaba
en cinco encomiendas - pueblos de indios con 637 mineros que
sumaban un total 1825 indios (1 minero: 3 familiares
acompañantes) bajo su dominio desde el 26 de febrero de 1550,
seguido del escribano municipal Juan Ramírez de Andrade
quien usufructuaba el trabajo y tributo de 609 indios mineros
para un total de 1807 indios (1:3) (Colmenares, 1999, p. 55, 97,
130-133).
269
Las posesiones indígenas de Ortún Velasco eran mucho más
amplías. Era señor de la encomienda de Arcabuzazo con sus
pueblos, de la Cácota que fue apellidada “de Velasco” para
diferenciarla de la encomienda de Cácota de Suratá y de la
heredada por su esposa en el valle de Comenda cuyos indios
reconocían el dominio del cacique de Tocalá (Otero, 1972, p.
210). Así mismo, al serle otorgado el título de la encomienda de
Guaca por la Real Audiencia (12 de abril de 1553) se le
encomendaron los indios principales y sucesores de Guaca y
Bicha representados por los indios de los pueblos y
asentamientos indígenas que desde los páramos pamploneses
iban hasta el cañón formado por los ríos Manco, Umpalá y
Chicamocha hasta los valles de los ríos del Oro y Suratá como
eran: “Burco y Largua, Griticota, Babala, Quitimacua, Quibuca,
Arribuca, Cupocata, Labaja, Empala, Bobri, Ruri, Manuere,
Cepeta, Cuscuta, Muncucata, Piritas y Gatoca y el señor
Imagara con todos sus sujetos con cuatrocientas casas pobladas
que en la dicha población se incluyen que son en la provincia de
Mechica” (Otero, 1972, p. 186 (55 bis)).
Provincia chitarera conformada por al menos veinte
asentamientos indígenas al servicio de los Velasco, los cuales
fueron transferidos en su totalidad al capitán fundador al serle
entregada la mano del cacique Mecucha por el alcalde ordinario
de Pamplona (2 de enero 1554) como símbolo de la “posesión
real, corporal e civil del dicho indio en nombre de todos los
indios del dicho señor Imagara” (Otero, 1972, p. 187 (55 bis)).
Las cifras de la visita del oidor Tomás López permiten
reconocer, por el contrario, 20130 indios encomendados en 110
pueblos a 57 vecinos de Pamplona conquistadores y/o
pobladores, de los cuales 1465 eran llevados como indios de
minas, siendo los mayores infractores a la prohibición de esa
270
práctica los encomenderos Ortún Velasco (98 indios), Juan
Ramírez (50), Martín Ximénez y Juan de Pinilla (44 cada uno)
y, Francisco de la Parra (43) (Martínez y Buendía, 1992, p.
502).
Ese número desproporcionado de encomiendas – pueblos e
indios entre unos encomenderos y otros era a su vez el resultado
de los repartimientos de encomiendas que rehicieron los vecinos
fundadores y conquistadores más acaudalados, armados y
tributantes del Estado en su condición de gobernadores, alcaldes
y regidores de Pamplona (Colmenares, 1999, p. 104-105), e
incluso por pérdida y apropiación de las mismas por los vecinos
más importantes y poderosos de la provincia como fue el caso
de Don Ortún Velasco quien le “quitó y desposeyó” de los
indios del pueblo y encomienda de Ocomomarí a Don Francisco
Sánchez (Gamboa, 1999, p. 301), así como la Real Audiencia le
confirió el derecho de dominio sobre la encomienda de Opaga al
ser expropiada a Juan Rodríguez por sus maltratos a los indios
que tenía encomendados al no cumplir con sus exigencias
productivas (Gamboa, 1999, p. 189).
Los datos de los indios encomendados y empleados en la
minería pamplonesa resultan mucho más dicientes si se tiene en
cuenta que el visitador contabilizó 2282 indios e indias
dedicados a trabajar en las minas del total de 31855 que fueron
empadronados en la provincia (7,1%) (Colmenares, 1999, p.
65), superándose así la tendencia hispanoamericana descrita por
autores como Fischer (2000), según la cual, durante el período
colonial “la industria minera hispanoamericana proporcionaba
empleo directo tan sólo a menos del 1% de la población del
imperio” (p. 173).
271
La tendencia de la población productiva en las minas es
reafirmada para el caso de Pamplona en la primera mitad del
siglo XVII, específicamente entre 1622 y 1623 con la visita del
oidor Villabona Zubiarre quien promovió la reconcentración y
retasa de los indios encomendados en seis doctrinas provinciales
asociadas con los pueblos y resguardos de indios dispuestos
desde 1602, acordes con la legislación indiana.
Sesenta y cuatro años después del primer conteo demográfico
preservado, la situación productiva de los yacimientos
emblemáticos de Vetas y la Montuosa era crítico pero la
dinámica laboral y el número de indios encomendados se había
incrementado como se reconoce en el siguiente análisis de
Colmenares (1999): “Según un informe del escribano Rodrigo
Zapata había en Vetas 314 indios útiles (el visitador había
agregado 105) con 431 familiares. En la Montuosa había 197
(con 62 agregados) y 297 familiares. Así, el total aumenta en
1239 almas. Con esta nueva cifra se totalizan 10149 indios en
1623, cifra cercana a la de 9315 deducida al suponer una
disminución proporcional a la de 36 pueblos entre 1559 y 1623”
(p. 68).
Desde esas cifras se infiere que existía una relación
inversamente proporcional en la minería pamplonesa pues en la
medida que los volúmenes y la calidad del oro disminuía la
población indígena empleada en las actividades mineras había
crecido al 13,3% lo cual demostraba que las vetas eran menos
ricas que las explotadas superficialmente en el pasado ó que las
técnicas y tecnologías empleadas para extraer el oro seguían
siendo ineficaces para procesar toda la mena sin caer en
despilfarros, con lo cual, no se podía llegar a los índices
productivos del pasado a pesar del aumento en el número de
272
trabajadores organizados en cuadrillas de mitayos como en los
volúmenes extraídos de material con rastros auríferos.
El aumento en el número de indios mineros en los lugares de
excavación trajo consecuentemente otro problema a la
producción como fue la reducción gradual de los indios sanos y
capacitados para trabajar al morir o quedar muchos de ellos
lisiados por las epidemias que se reproducían con rapidez y
contundencia ante las condiciones sanitarias malsanas en las que
vivían y trabajaban los indios mitayos. Si bien la real cédula del
22 de febrero de 1549 prohibía el trabajo de los indios en las
minas para evitar su exterminio masivo a causa de los contagios
epidémicos, razón por la cual después de las epidemias de
viruela de mediados del siglo XVI se dejaron de llevar a las
minas, como bien pudo atestiguar el visitador Tomás López en
1560.
El número de indios dedicados a la minería demostraba que las
prohibiciones reales sobre el número de indios por encomendero
y el uso laboral de los indios como mitayos mineros no podía
ser cumplida por los vecinos pamploneses quienes requerían
hacer rentables los títulos de minas obtenidos, así como por
estar amparados en la autorización y derecho que tenían los
encomenderos de la provincia en cargar a sus encomendados
siempre y cuando fuese con cargas laborales “moderadas”
(Colmenares, 1999, p. 70).
Esa práctica fue tan generalizada que en marzo de 1568 la
Corona cambió la legislación precedente al autorizar el trabajo
de los indios en las minas y reales de minas donde la mano de
obra escasa no existiese o fuese insuficiente la de los negros
esclavos importados para la explotación metalífera aunque
preservó la prohibición precedente de: no obligar a los indios a
273
trabajar en la minería, no obligar a los indios de tierras frías a
trabajar en las tierras calientes y viceversa, moderar el trabajo de
los indios a sus capacidades, se les debía pagar un jornal que les
sirviese para su sostenimiento como para pagar la tributación
tasada a su comunidad, así como los alcaldes de minas debían
prevenir y castigar todo maltrato de los indios de la provincia
por parte de los blancos como de los negros esclavos o los
indios de otras provincias, por ejemplo los capataces de la etnia
“mosca” (Colmenares, 1999, p. 116) y, dirimir los conflictos
entre mineros y encomenderos por el mutuo secuestro y rapto de
indios para ser “sonsacados” de sus encomiendas de origen con
el fin de trasladarlos y subyugarlos a trabajar en otras.
La creciente contrariedad entre las prohibiciones y las
autorizaciones a los encomenderos mineros en pro del bienestar
de los indígenas reafirmó la necesidad de constituir y hacer
cumplir desde inicios del siglo XVII las “repúblicas de indios”,
acorde con el modelo novohispano franciscano, en las cuales a
través de resguardos y pueblos de doctrina se pudiese corregir a
los encomenderos que exigían servicios personales o trabajo en
las minas para cumplir el pago de sus tributos dando así más
importancia al trabajo metalífero que a la salvación de las almas
de los vasallos reales quienes debían ser congregados
periódicamente en la capillas de doctrina y tributar solo lo que
produjesen en sus tierras asignadas, excepto los residentes en los
reales de minas quienes estaban adscritos a las cuadrillas
mineras.
La consecuencia directa de esa medida para la salvaguardia de
los indios, como se evidenció desde 1622, no fue la reducción
en el número de trabajadores a pesar que las cifras productivas
decaían constantemente pues los indios de los pueblos dispersos
en los reales de minas de los páramos andinos fueron
274
reagrupados en diez doctrinas, dándose preferencia a la
reagrupación y reconcentración de indios de diferentes etnias
(parcialidades) en las doctrinas asociadas con las minas más
prósperas, razón por la cual, “los pueblos (o doctrinas) más
afectados fueron Cácota de Suratá y la doctrina de los Páramos
o Silos, debido a su cercanía a los centros mineros”
(Colmenares, 1999, p. 74).
En las tierras bajas se concentró otra decena de cuadrillas
étnicas de indios mineros residentes en la provincia minera del
“Río del Oro” al ser refundado el pueblo y la capilla doctrinera
de indios en Bucaramanga, jurisdicción de Pamplona, siendo
creados barrios o parcialidades para ubicar y separar una
cuadrilla o etnia de otra. El efecto de ese proceso de
regularización de los indios mitayos para cumplir con su demora
minera fue el incremento en las cantidades explotadas como en
los tiempos de labor dedicados cuyo impacto fue el
agotamiento, el exterminio y la crisis demográfica que sufrió la
población indígena al ser su crecimiento poblacional nulo o
negativo al no entrelazarse las parcialidades étnicas congregadas
o por no poder reproducirse y constituir familias estables los
mitayos solteros al estar la mayor parte de su tiempo dedicados
a la extracción y fundición metalífera.
El esfuerzo por tener mayor mano de obra indígena extrayendo
mayores volúmenes de materia prima de las minas pamplonesas
no se veía correspondido con las cifras de producción y
fundición real de oro durante la primera mitad del siglo XVII
pues de los 32062 pesos, 7 tomines y 9 granos que se extrajeron
en 1618 se cayó a 13335 pesos en 1623 (-58,5%), se alcanzó
una recuperación significativa de 25412 pesos hasta 1627 (-
21,8% comparado con 1618 y +47,5% comparado con 1623)
para decaer finalmente en 1635 a 2234 pesos (-92,1% de 1618).
275
La situación de crisis productiva en Pamplona no resultaba ser
diferente a otro de los grandes centros de minería aurífera
neogranadina como era Mariquita, un territorio ubicado en
tierras bajas y cálidas del valle interandino del río Magdalena
cuyas minas eran explotadas en su mayoría por la costosa y
escasa mano de obra esclava africana o afrodescendiente. En
1618 se reportaron 46923 pesos, 7 tomines y 3 granos, en 1626
se cayó hasta 16290 pesos (-65,3%), en 1627 se alcanzó una
recuperación de 37405 pesos y, en 1633 se produjo solo 10907
pesos (-76,8%) (Colmenares, 1999, p. 93).
Valga advertir que la recuperación de 1627 en ambos centros
productivos fue la consecuencia de la intervención y regulación
tecnológica que en 1626 el corregidor de Tunja hizo a los
abastos e instrumentos de producción que incrementaban los
costos de producción, desestimulaban la inversión y
desmotivaban a los mineros a invertir y trabajar al ser las
ganancias mínimas o nulas.
Esa coyuntura en los medios de producción y el uso de los
mismos permite inferir que ante la abundancia de mano de obra
y los yacimientos con grandes reservas de oro de la mejor
calidad, los grandes problemas de la crisis aurífera estaban
directamente relacionados con la especulación y la usura en los
abastos metalíferos, los sobrecostos en el transporte de materias
primas como de productos extraídos, los incipientes
conocimientos científicos de los catadores españoles, las
técnicas tradicionales usadas por los mineros y las tecnologías
vetustas o mal usadas que se empleaban para extraer los metales
al no controlarse el despilfarro de la mena ni el reprocesamiento
de la escoria.
276
En reacción a la posición ambientalista y proteccionista de las
zonas de biodiversidad del presidente de la República de
Colombia con motivo de la visita del premio nobel de paz y
promotor del cambio sociocultural de la humanidad para
enfrentar el cambio climático, el exvicepresidente de Estados
Unidos Al Gore, sumado a la presión social y política de
gremios y ambientalistas, Greystar renunció públicamente el 18
de marzo de 2011 a su petición de licencia ambiental para
explotar a cielo abierto el oro de los páramos ricos
santandereanos. Cuatro años después el Gobierno nacional
delimitó el área reservada para la protección del páramo y sus
fuentes acuíferas que limitaban toda forma de explotación
minera o agropecuaria.
Los mineros extranjeros no renunciaron a su título de
explotación minera, así como a la posibilidad de que otra
multinacional pudiese pedir la autorización para realizar la
extracción minera proyectada, razón por la cual los gobernantes
departamentales y municipales optaron buscar una salida
preventiva para riesgos futuros declarando la zona de reservas
mineras como parque natural y reserva acuífera de la región al
Páramo de Santurbán. En el imaginario colectivo regional se
asume que después de 230 años del alzamiento comunero del
Socorro, el espíritu rebelde y belicoso de los santandereanos se
reafirmó al oponerse las gentes del común a las acciones legales
que afectan su supervivencia material, económica y vital.
CONCLUSIÓN. La transferencia tecnológica y la prosperidad
material asociadas con la minería con fines monetarios en los
nuevos reinos hispánicos de ultramar durante los siglos XVI y
XVII estaban directamente relacionadas con las técnicas de
277
extracción y las tecnologías de fundición que habían
desarrollado las naciones prehispánicas al realizar actividades
mineras con fines rituales u ornamentales.
Mientras que en reinos como México (Nueva España) y Perú
(Nueva Toledo) los españoles concentraron las actividades
mineras en la explotación, extracción, acuñado y amonedación
de la plata en grandes volúmenes y con nuevas tecnologías
físico-químicas, en la Nueva Granada la producción de
pequeños volúmenes de oro con las tecnologías rudimentarias
de los indígenas fue una constante por más de un siglo. Sin
embargo, los mineros españoles aportaron en cada reino dos
innovaciones concreta a las prácticas prehispánicas como fue la
construcción y puesta en uso de molinos eólicos o hidráulicos
para el triturado de los minerales, así como el mejoramiento,
ampliación e institucionalización de los hornos de fundición de
metales preciosos al hacer parte de las cajas reales y las casas de
moneda establecidas en las provincias mineras como en las
ciudades capitales donde se asentaron las audiencias reales.
Con la concentración de las actividades económicas y
productivas de blancos, indios, negros y demás castas
interétnicas en función de la minería de metales preciosos, las
actividades agrícolas y pecuarias de tributación se reorientaron
al abastecimiento de las cuadrillas mineras de mitayos y
esclavos, se renovaron y ampliaron las redes y mercados
regionales o locales de abastecimiento que habían establecido
las etnias indígenas para el intercambio interno o
interprovincial, así como se mejoraron los abastos y alimentos
que consumían los indígenas al incluirse en su dieta las carnes y
los derivados lácteos de ganadores mayores, harinas o granos
extraídos de los cereales nativos o europeos que empezaron a
ser fomentados por los encomenderos, así como sales y dulces
278
naturales. Generando así la minería renglones de producción,
riqueza y trabajo paralelos para otros sectores de la población,
los cuales se constituyeron en las alternativas regionales que
sostuvieron la economía durante los ciclos de crisis de los
metales de exportación.
Desde una perspectiva sociopolítica, la minería reafirmó el
poder y predominio de las instituciones hispánicas sobre los
indios quienes al ser reconocidos como seres humanos, con un
alma que podía ser adoctrinada en el cristianismo y con
capacidades intelectuales como productivas fueron reconocidos
y considerados como vasallos con derechos y garantías
semejantes a los demás vasallos hispanocatólicos, con lo cual,
debían ser protegidos de los abusos y maltratos laborales que
habían propiciado su exterminio.
Así mismo, se incorporaron y respetaron las jerarquías
preexistentes entre los indígenas prehispánicos al pasar a ser
reconocidos los caciques como señores de los pueblos y de las
cuadrillas mineras con el título nobiliario y de hidalguía
denominado “Don”, así como por medio de capillas, pueblos y
resguardos de doctrina se procuró respetar sus tradiciones
sociales, políticas y productivas al mantenerlos aislados de las
ideas y vicios de los blancos, los negros y las gentes de los
demás “colores” étnicos.
La “fiebre” minera que se desencadenó en los reinos hispánicos,
tanto los europeos como los de ultramar, propició a su vez el
debilitamiento y la muerte gradual de los indios mineros al ser
trasladados a otros climas y biomas donde sus cuerpos no tenían
inmunidad para las enfermedades tropicales o de montaña,
específicamente para las fiebres transmitidas por la picadura de
insectos, así como motivó a los químicos y catadores al
279
descubrir y probar nuevas técnicas para provocar la “fiebre” y
exudación de los minerales preciosos ocultos en la mena de los
socavones como en las arenas de los ríos al lograr perfeccionar
la exudación metalúrgica por medio de la amalgamación y la
rotación de los metales en molinos.
La etapa de conquista pacificadora de las naciones salvajes y
flecheras regulada por la Audiencia Real de Santafé, y consigo,
el final del ciclo de fundaciones de ciudades y villas en las
fronteras del reino neogranadino, estuvo directamente
relacionado con la decadencia, crisis y sustitución productiva de
la minería al dejar de ser la extracción de metales la razón de
existir y subsistir los asentamientos humanos de blancos en los
andes nororientales.
El incremento en las prohibiciones sobre el uso de la mano de
obra indígena encomendada para realizar servicios mineros, el
empoderamiento de los indios de las cuadrillas mineras como
vasallos con garantías y privilegios, aunado al aislamiento y
ocultamiento de los indios útiles en los resguardos territoriales
como en los pueblos de doctrina que se les confirieron para
garantizar su supervivencia, subsistencia y pago de las
obligaciones tributarias tasadas rompió e impidió el
restablecimiento del circulo de seguridad y codependencia
económica establecido por los encomenderos con los
encomendados.
Círculo, según el cual, la acumulación de oro no se podía
obtener sin los indios, éstos a su vez necesitaban el oro para
poder tributar y comerciar con los españoles, el oro tributado a
los españoles les permitía financiar sus gastos y vivir como
hidalgos con los artículos importados desde la metrópoli, así
como con el oro tributado por vía de quinto, diezmo, noveno,
280
requinto, alcabala, etc., el Estado indiano podía financiar sus
instituciones y funcionarios, entre los cuales se encontraban los
corregidores, fiscales y oidores encargados de asegurar el
bienestar de los indios que extraían el oro de los socavones
como de los lavadores fluviales.
Con el decrecimiento de la población nativa apta para trabajar
como mitayos y el incremento en las prohibiciones sobre uso de
indios en trabajos de minería al ser concentrada y reducida su
existencia a los resguardos agropecuarios, aunado a la
sustitución metalífera del escaso oro neogranadino por la
abundante y circulante plata mexicana y peruana, la expansión
minera se contrajo a sólo los reales de minas, mientras que los
encomenderos mineros dejaron de emplear sus estancias de
tierras para la producción de abastos de consumo de sus propios
trabajadores para constituirse en agricultores y ganaderos que
abastecían las provincias mineras más distantes, especialmente
las de las cuencas del río Magdalena y Cauca.
FUENTES CONSULTADAS
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Colombia, 1537 – 1719. Bogotá: Editorial la Carreta.
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López, Edwin (2010). 1. Economía precolombina. Nueva
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Colcultura -Instituto Colombiano de Cultura Hispánica -
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