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La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos entre el decadentismo
europeo y el superrealismo Americano
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
CARRERA DE SOCIOLOGÍA
BOGOTÁ, D.C. 2015
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La crisis de Tomás Vargas Osorio en el cruce de caminos entre el
decadentismo europeo y superrealismo americano
Laura Peña Rodríguez
Trabajo de grado para optar al título de socióloga
Director
Samuel Vanegas Mahecha
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
CARRERA DE SOCIOLOGÍA
BOGOTÁ, D.C. 2015
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A Daniela
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Agradecimientos
A todas las personas que he conocido en el recorrido de mi carrera y espero que
continúen en mi directorio de amigos; a mis padres y hermanos, por su compañía, por
aguantarme, y por quererme tanto a pesar de eso; a mis profesores, por cultivar en mí un
inagotable banco de curiosidad; a Samuel Vanegas por su comprensión y por guiar los
excesos de una principiante; a Carlos por su paciencia, por las horas escuchándome, por las
discusiones, y por su desbordante cantidad de ―energía emocional‖; a mis amigas, tercas
como yo, por contradecirme siempre; a todos ustedes les debo esta tesis.
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TABLA DE CONTENIDO
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 6
2. LA CRISIS Y SU TIERRA NUTRICIA ...................................................................... 12
2.1 Descripción del problema: La crisis y el sentimiento de angustia ........................ 14
2.2 Santander, entre la decadencia y el impulso cultural ............................................ 18
I. Sociabilidad intelectual, literatura y publicaciones periódicas de El Socorro ....... 19
II. Desintegración de la Hacienda y el orden tradicional ........................................... 29
III. Tradición y transformación en el escenario de la vida pública ............................. 35
3. LA ACCIÓN, LA NOVEDAD Y LA ELABORACIÓN DE UN REALISMO
RENOVADO ....................................................................................................................... 44
3.1 La esfera religiosa: el individuo activo y la orientación a la vida mundana ...... 45
I. La literatura de Vargas Osorio ante la muerte ............................................................ 46
II. Anticlericalismo........................................................................................................ 50
III. Crítica y planificación ............................................................................................ 56
3.2 La esfera literaria: El realismo renovado .............................................................. 59
I. La novedad ................................................................................................................. 60
II. Búsqueda del modo de ser latinoamericano ............................................................. 61
3.3 Una conclusión provisional y una nueva pregunta ............................................... 71
4. LA CRISIS Y EL EFECTO ORIENTADOR DEL DECADENTISMO EUROPEO
.............................................................................................................................................. 73
4.1 Pretensiones universales de un intelectual marginal ............................................. 73
4.2 Europa “vieja” y América superreal en formación ............................................... 77
4.3 Un problema nacional: ¿“civilización mecánica” o desarrollo espiritual? ......... 81
5. CONSIDERACIONES FINALES ................................................................................ 89
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………...92
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La crisis de Tomás Vargas Osorio en un cruce de caminos: Decadentismo europeo
y Superrealismo americano
(La muerte de Vargas Osorio entre los sucesos mundiales y nacionales. Tomado de: El
Tiempo, 22 de diciembre de 1941)
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1. INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo de grado se busca reconstruir la emergencia de la reflexión sobre
la cultura en la obra literaria del escritor santandereano Tomás Vargas Osorio. La obra de
este autor, a pesar de haber transitado por varios géneros –fragmento periodístico, la poesía,
el ensayo, el cuento y la novela (o intentos de una)-, mantiene una unidad temática que
versa sobre el problema de la cultura contemporánea, el individuo y el paisaje. Entre estos
elementos, que ya habían sido identificados por Torres Duque (2010), se puede trazar un
hilo que teje las temáticas de la obra del santandereano. Se trata de la crisis que enfrenta el
hombre moderno, o contemporáneo1. Vista desde los ojos de Vargas Osorio, un escritor de
la generación de la década del 30, la cultura contemporánea está atravesando por una crisis
generalizada que demanda una reflexión inmediata por parte de los intelectuales. En sus
textos, el autor hace explícita su renuncia a los ejes que habían marcado la pauta en el
pensamiento del siglo XIX, ya que en su diagnóstico la razón, la ciencia, e incluso la
religión en su forma tradicional, son herramientas agotadas en la medida en que no logran
ofrecer al hombre contemporáneo una respuesta a la pregunta por lo que es el ser humano y
una explicación del sentido de su existencia.
Vargas nació en 1908 en la parroquia santandereana de Oiba, y murió 33 años después
en el año 41 en la ciudad de Bucaramanga. A los nueve años, por recomendaciones de un
Sacerdote a su madre, Vargas se traslada al Socorro a la casa de su tía con el fin de iniciar
sus estudios en el colegio del Socorro y luego en el colegio Universitario del Socorro. Si en
Oiba Vargas había experimentado la vida urbana, es en el Socorro en donde se involucra
con los oficios y forma de vida de un intelectual urbano. Siendo el Socorro una ciudad de
tradición liberal como intelectual, que desde el siglo XIX había consolidado una prensa
estable, unos grupos de socialización dentro de las logias masónicas como La Estrella de
Saravita y el Club de Soto (luego se convirtió en el Club del Comercio de Bucaramanga), y
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En el ensayo La Familia de la Angustia de 1941, Vargas Osorio utiliza las nociones de hombre
contemporáneo u hombre moderno sin diferencia alguna. Dentro de esta categoría de hombre contemporáneo
o moderno, el autor identifica al ser humano que experimenta la vida social de las primeras décadas del siglo
XX. Específicamente, se refiere al ser humano contemporáneo a él mismo, cuya trayectoria de vida está
enmarcada en los acontecimientos de las décadas del 30 y el 40. Al día de hoy, la estricta referencia del autor
al ―hombre‖ requiere una explicación más. Si nos abrimos a la totalidad de la obra de Vargas, es evidente que
en el hombre contemporáneo el autor incluye allí a mujeres y a niños que experimentan por igual la crisis de
su tiempo. El desarrollo del presente trabajo se aferra a esta aclaración.
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además un Colegio Universitario importante para Santander, proponía una intensa vida
intelectual para un joven estudiante.
En su corta vida, Vargas hizo parte del círculo de escritores y periodistas que nació en
la década del 30 alrededor de publicaciones periódicas de indudable importancia para las
letras colombianas como El Tiempo y la Revista de las Indias; también participó en
diferentes diarios de Bucaramanga y de El Socorro desde muy joven, y llegó a ser conocido
dentro de los poetas de piedracielistas por la publicación de su poemario Regreso de la
muerte en 1939 en los Cuadernos de Piedra y Cielo. A esto se suma la publicación de otros
tres libros más Bucaramanga: Vidas menores de 1937 publicado por La Cabaña, Huella en
el barro de 1938 y La familia de la angustia de 1941, publicados por la Imprenta del
Departamento de Santander. Vidas, fue una colección de cuentos en los que se resalta la
elaboración de unos personajes profundamente reflexivos que transcurren por escenarios
cotidianos para cualquier sujeto colombiano de los años 30, quien se mueve constantemente
entre la ciudad y el campo; en Huella nos encontramos con un conjunto de textos de
diverso tipo que se mueven entre del ensayo, la descripciones de paisajes, la crítica y las
notas sueltas o Divagaciones; por último, La familia2, está compuesto por un ensayo y un
estudio crítico de la obra poética de Guillermo Valencia. La familia es un texto central para
los propósitos de este trabajo, en éste el autor santandereano hace una elaboración detallada
de su reflexión sobre la cultura, la crisis y la angustia del hombre contemporáneo, de
manera que es el ensayo que da unidad a la totalidad de su obra literaria.
Como intelectual del siglo XX, con una plena conciencia mundial, Vargas se ubicó en el
cruce de caminos entre una la realidad social colombiana en plena transformación y una
Europa de entreguerras, y entre un optimismo modernista que viraba hacia el americanismo
y un pesimismo decadentista que confirmaba con las guerras europeas el fracaso de la vía
de la civilización y el progreso. En este quiebre sus lecturas intercalaron autores europeos
con latinoamericanos, así las referencias en sus textos van de Max Scheler a Germán
Arciniegas, de Friedrich Nietzsche y Karl Marx a Pablo Neruda, o de Dostoievski a José
Eustasio Rivera, León de Greiff o Eduardo Carranza. La muerte le llegó en 1941, antes de
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Vidas, Huella y La familia serán las abreviaciones con las que se citarán las obras de Vargas a lo largo del
presente trabajo.
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la rendición de Alemania; sin embargo, logró intuir el problema social que se gestaba para
Europa como para este lado del Atlántico.
Traer a colación en un mismo párrafo tanto las ideas que ―flotaban en el aire‖ como los
detalles ineludibles de la ―realidad social‖ no es un simple capricho de ―contextualización‖
de la obra. En primer lugar, la creación literaria no se produce en un genio aislado y
ahistórico, porque el escritor es ante todo un sujeto social, y como tal es un fiel participante
de un proceso histórico que lleva años de elaboración que lo preceden. Por esto, la creación
no se produce sobre la nada, y utilizando una expresión coloquial, el escritor se asienta
sobre los hombros del pasado, en un juego que intercala las formas de la tradición, el canon
estético y las formas novedosas. En segundo lugar, es preciso afirmar que un trabajo que
hoy pretenda hablar sociológicamente de la emergencia y la creación de las ideas o el
pensamiento, entendiendo allí tanto al ensayismo social como la ficción, debe partir del
problema que se traza en la relación entre pensamiento y realidad del cual se deducen se
dos presupuestos: ni el pensamiento nace en el vacío, ni la realidad determina al
pensamiento, aunque se reconozca que están estrechamente relacionados.
Esta inquietud propia de la sociología del conocimiento, ha sido ineludible para la
sociología de la literatura, ya que la primera al igual que la segunda han partido de la
polaridad que distanciado lo ―extratextual‖ de lo ―intratextual‖, las ideas de la realidad, y
la obra de la vida social. Antonio Candido, en su balance sobre el modo en que ha operado
la sociología de la literatura se acerca a este problema y concluye que el camino está
―fundiendo texto y contexto en una interpretación dialécticamente íntegra, en que tanto el
viejo punto de vista que se explicaba por los factores externos, cuanto el otro, norteado por
la convicción de que la estructura es virtualmente independiente, se combinan como
momentos necesarios del proceso interpretativo‖, porque lo externo o contextual,
desempeña un ―cierto papel en la constitución de la estructura‖ (2007, 26).
El empeño de Candido por querer superar la dicotomía sirve para aclarar las condiciones
de juego en la discusión; sin embargo, el fundir texto y contexto requiere una redefinición
del problema. La idea de la fusión que propone Candido, tiene como presupuesto la plena
existencia de la polaridad que entre texto y contexto. Abonar en la superación de la
discusión no está en el ejercicio de fundir simplemente lo interior con lo exterior, o el texto
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con el contexto, pues en el proceso de creación de una obra no existe tal separación. Por
ello, la vía de superación requiere de una redefinición teórica subyacente a tal polaridad que
cuestione en principio, la distancia entre obra y contexto, y que permita comprender las
ideas entretejidas a la realidad a la vez que la realidad entretejida a las ideas.
Volviendo sobre la forma que ha tomado la discusión en la sociología del conocimiento,
en ―Sociology of Knowledge: New Perspectives‖, Norbert Elias explica que la relación
entre conciencia y sociedad ha ocupado tanto a la antigua filosofía como a las nuevas
ciencias sociales, y cada una por su parte ha esquivado el problema al partir de dos
presupuestos esencialistas que han ahondado la distancia entre un individuo que piensa y la
sociedad que lo construye. En un lado, la filosofía suele caer en la certeza de que el ser
humano ―descubre‖ o ―devela‖ una verdad que es absoluta y por tanto única, lo cual es
posible gracias a el don especialmente humano del entendimiento, es decir, a ciertas
categorías esencialistas que le permiten comprender como ser humano.
Al otro extremo del absolutismo, pero con la misma distancia respecto al problema, las
ciencias sociales han preferido el relativismo. Elias, afirma que la nueva sociología del
conocimiento (la que parte del siglo XX después de Karl Mannheim), queriendo alejarse
del dogmatismo desarrollista del positivismo, ha renunciado a toda noción de un desarrollo
estructurado del conocimiento a largo plazo, y en su deseo de bajar el hombre a la tierra y
teñirlo completamente de lo que se ha llamado ―realidad social‖ ha llegado a plantear una
extrema dependencia del pensamiento a la situación, al grupo social, al periodo, o a la
cultura, relativizando con ello la elaboración de las ideas.
Entre absolutismo y relativismo, la conclusión de Elias nuevamente advierte la dificultad
del punto de partida: el estatismo de la polaridad sujeto y objeto que ha separado el sujeto
de conocimiento del objeto de conocimiento, o el pensamiento de la realidad. El resultado
ha sido la comprensión de un individuo eterno y estático a pesar de verse históricamente en
un escenario en movimiento, lo cual es de por sí una contradicción. A partir de la
evaluación de estas dificultades la pregunta por la elaboración del conocimiento requiere,
según Elias, de un paradigma más flexible con el cual se pueda pensar un individuo
dinámico que ha seguido un proceso de transformación históricamente estructurado a la
igual que la sociedad. Con ello, en la amplitud de la historia humana, además de
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transformarse la forma en la que una sociedad se organiza, en tal proceso también ha
variado la forma en la que el individuo comprende el mundo que observa. Esto quiere decir
que en el proceso histórico el individuo como sujeto no sólo ha conocido esos objetos del
mundo que hoy distinguimos fácilmente, sino que también se ha transformado el modo en
que conoce los objetos del mundo, o lo que es lo mismo, la visión que el individuo tiene del
mundo.
Con estos problemas en juego, la comprensión de la emergencia del pensamiento, y en
este caso de una obra literaria, busca entender cómo Vargas Osorio se comprendía a sí
mismo en relación con el mundo que lo rodeaba, sin desligarse de su participación como
sujeto social en una realidad en movimiento. Lo que hay en la base de esta pregunta es la
idea de que el pensamiento y realidad están entrelazados en la vida de las personas, puesto
que las ideas no nacen en el vacío, sino que se van elaborando a la vez que el individuo se
construye en relación con los otros individuos que lo rodean.
Entender el diagnóstico de crisis con el que Vargas Osorio define el estado de la
sociedad que observó, requiere de la comprensión de este cruce de caminos que se juega
entre la realidad social y unas ideas que no pertenecen a otro mundo que al de la realidad,
de manera que son vividas en la experiencia de las personas. La visión de mundo de Vargas
no se limita a su condición de santandereano que vivió el periodo de transformaciones que
se desarrollaron en la primera mitad del siglo XX colombiano, afirmar esto significaría
volver sobre un determinismo que ha caminado en círculos. El camino que se propone en
este trabajo parte de entender que la forma en la que Vargas Osorio observaba el mundo, la
imagen que él tenía de una cultura americana en formación, y una Europa en decadencia
tiene el efecto de guardagujas que direcciona su visión de mundo. Max Weber, queriendo
abrirse campo fuera de las determinaciones materialistas de su época, y cuidándose de no
caer en el idealismo, plantea que si bien ―son los intereses, materiales e ideales, no las ideas
quienes dominan inmediatamente la acción de los hombres […] las imágenes del mundo
creadas por las ideas, han determinado, con gran frecuencia, como guardagujas, los raíles
en los que la acción se ve empujada por la dinámica de los intereses‖ (1998, 204)
En este orden de ideas, el recorrido que desarrolla este trabajo se ha fraccionado en tres
capítulos que guardan tras de sí un orden intencionado. En el primer capítulo, La crisis y su
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tierra nutricia, hace una reconstrucción histórica de El Socorro de la primera mitad de siglo
a partir de publicaciones periódicas como la prensa y las revistas de la época. Esta primera
parte busca ser lo más descriptiva posible con el fin de hacer explícitos los elementos que
emergieron en la vida social de El Socorro de este periodo a la vez que crecía Tomas
Vargas Osorio. Con tal escenario en transformación el segundo capítulo, La acción, la
novedad y la elaboración de un realismo renovado, reconstruye la visión de mundo de
Vargas a partir del enlace entre la creencia religiosa y la orientación de la literatura hacia el
conocimiento de la cultura nacional forjada en el superrealismo que nació en la definición
del conflicto del hombre americano consigo mismo y con el paisaje. Estos dos aspectos
están presentes en la totalidad de la obra de Vargas, y son la base para la definición de la
crisis del hombre contemporáneo, la cual se profundizará en el tercer capítulo, La crisis y el
efecto orientador del decadentismo europeo. Este capítulo final, analiza la trama de
relaciones que se teje en la obra de Vargas Osorio entre la corriente del decadentismo
europeo, la tradición literaria latinoamericana y la experiencia de ser un socorrano que, por
un lado, es espectador de una sociedad europea en guerras y por otro, es participante de una
serie de transformaciones. Más que conclusiones, este trabajo finaliza con el planteamiento
de nuevas preguntas que surgieron en el recorrido de entender el desarrollo de la literatura
colombiana en relación al mundo americano y al mundo europeo. Además, como propuesta
teórica y metodológica, es el ensayo de un camino que sigue en construcción, con lo cual
este trabajo no pretende ofrecer una última y única afirmación, sino suscitar, si es posible,
nuevas preguntas alrededor de la relación entre las ideas y la realidad.
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2. LA CRISIS Y SU TIERRA NUTRICIA
El escritor más que crear personajes necesita contar hechos, y estos hechos tienen raíces,
consistencia, son nudos de carne y sangre. Transformar los hechos en palabras no quiere
decir ceder a la retórica de los hechos. Quiere decir poner en las palabras toda la vida que
se respira en este mundo, comprimirla y martillarla. La página no debe ser un doble de la
vida, esto sería, por lo menos, inútil; eso sí, debe tener su mismo valor. (Valverde, 2010,
5)
El diagnóstico con el cual el escritor santandereano describe la primera mitad del siglo
XX, visto desde el momento de su producción, es sugerente si se recuerda que en el periodo
de entreguerras, mientras la literatura europea insinúa un sentimiento pesimista que pesa
sobre el futuro del ser humano y la sociedad occidental3, en la literatura latinoamericana la
crisis del modelo del progreso en el cual se había resguardado la ―civilización occidental‖
del siglo XIX propone una mirada más prometedora frente al futuro. Tal optimismo
americano se percibe tanto en el Modernismo del Ariel de José Enrique Rodo de fin de
siglo, como en el americanismo4 de los primeros años del siglo XX.
Sin embargo, no es justo afirmar que la crisis que menciona Vargas Osorio es la misma
crisis europea, pues en una reflexión sobre la literatura latinoamericana después del
Modernismo sería una trampa homologar la llamada crisis del hombre contemporáneo que
Vargas menciona con el sentimiento europeo, como también lo sería si nos encerramos en
la particularidad latinoamericana. En cualquier caso, se obviaría el hecho de que el
Modernismo de fin de siglo instaló la figura de la literatura latinoamericana en el plano
universal, con lo cual se reconoce cierta independencia de esta frente a la tradición europea,
3 La nóvela y el cine Noir (1930-1950) con la relativización de la idea de justicia, el existencialismo sartreano
(1940-1950) a partir del cuestionamiento de la naturaleza humana, y el criticismo y compromiso de la escuela
de Frankfurt en las ciencias sociales (1933-1950) que ponía en tela de juicio la objetividad de la ciencia, por
citar algunos de los ejemplos más conocidos, confluyeron en el cuestionamiento de la idea del progreso del
siglo XIX. 4 Según Hugo Achugart (1994) el americanismo fue una corriente del modernismo que se inclinó por el
problema de lo social. Este se empezó a gestar luego de la reforma universitaria de Córdoba de 1918, la cual
logró un impacto continental que como afirma Arbeláez (Tesis no publicada: ―Germán Arciniegas: un
americanismo por correspondencia‖, 2014) planteó las bases para la comunicación entre los intelectuales de
toda Latinoamérica. En el Americanismo se formuló la pregunta por el ―espíritu‖ particularmente
latinoamericano, a la vez que se ensayaron proyectos culturales y educativos que en Colombia tuvieron lugar
en la década del 30 y el 40 (durante el periodo conocido como la República liberal) con proyectos como la
Biblioteca Aldeana de Colombia (1935-1937) y la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana (1942-1952).
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sin que esto signifique - por lo menos para la primera mitad del siglo XX- la reducción a un
sistema de pensamiento cerrado al interior del continente.
Con estas acotaciones, en este capítulo se partirá de la descripción y el análisis de la
estructura de la sociedad santandereana y las transformaciones que se vivían en ella. Con
ello, se quiere lograr comprender ese ámbito local en el que vivió Vargas Osorio, y que le
abrió la posibilidad de pensar una crisis contemporánea que tiene pretensiones de ser
universal. La descripción de la realidad se abordará en un esfuerzo por entender la forma en
la que el mismo autor pensaba y entendía el mundo en el que vivía. Hoy se sabe que la
forma como los seres humanos piensan es inseparable de la forma en que viven; sin
embargo, el carácter de la relación que hay entre el pensamiento y la vida social no está
definido. Debido a esto, se ha querido hacer uso de la metáfora tierra nutricia utilizada por
Karl Marx en la Introducción a la crítica de la economía política de 1857, ya que su
ambigüedad abre un camino para enlazar el pensamiento y realidad social más allá de la
noción de determinación de uno sobre otro5.
¿A qué crisis se refería este escritor santandereano y cuál es la definición de lo que él
entiende como hombre contemporáneo? Con esta pregunta no se quiere escindir eso que
aparece como intertextual de lo extratexual, de manera que El Socorro, Santander, y en
5 Es común la idea de que en la concepción marxista las ideas y el pensamiento, o, usando su la terminología
de Marx, la superestructura está determinada por las condiciones materiales o la infraestructura. Tal
interpretación inclinada hacia el determinismo materialista de Marx no es errada; sin embargo, es incompleta
pues no expone la complejidad del problema que plantea Marx y Engels en la definición de la relación entre
las ideas y la realidad material. Elias (2009), rescata la ambigüedad de Marx en este tema, y afirma que
mientras en unos casos Marx parece aceptar un determinismo material de las ideas, en otros, el materialismo
se doblega ante la superestructura llegando al límite de lo comprensible. En este trabajo, el Marx ambiguo que
describe Elias puede llegar a ser más provechoso que el determinista, pues en metáforas como la de tierra
nutricia, es en donde se logra entender la complejidad de la relación entre la superestructura y la
infraestructura. A continuación, es pertinente citar el fragmento de la Introducción a la crítica de la economía
política en el que Marx se refiere a la tierra nutricia:
―En cuanto al arte, se sabe que períodos de florecimiento determinados no están absolutamente en relación
con el desarrollo general de la sociedad, ni en consecuencia, con la base material, el esqueleto, digamos, de su
organización. […] La dificultad no estriba sino en la formulación general de tales contradicciones [entre el
desarrollo material y desarrollo artístico]. Se sabe que la mitología griega no ha sido sólo el arsenal del arte
griego, sino su tierra nutricia. […]El arte griego supone la mitología griega, es decir la naturaleza y las
formas sociales moldeadas ya de una manera inconscientemente artística por la fantasía popular. Estos son sus
materiales. No cualquier mitología, es decir, no cualquier elaboración inconscientemente artística de la
naturaleza (el término implica aquí todo lo que es objeto, así pues, también la sociedad). La mitología egipcia
no hubiera podido ser nunca el terreno o el seno materno del arte griego. Pero, en todo caso, hacía falta una
mitología. En ningún caso, en consecuencia, el arte griego podía nacer en un desarrollo social que excluye
toda relación mitológica con la naturaleza, toda relación productora de mitología con ella; que, lógicamente,
demandaría al artista una imaginación independiente de la mitología.‖ (1989, 153-54).
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general lo que estaba sucediendo en la vida social colombiana no es el telón de fondo frente
al cual un hombre aparece escribiendo una obra. Tras esa escena teatral que se ha
reproducido relacionando mecánicamente personajes o sucesos literarios con hechos
―reales‖ sacados de una colección de acontecimientos históricos, está toda esa vida que se
respira, que respira el escritor, que vive como nudos de carne y sangre y que martilla en
palabras.
En este orden de ideas lo que se busca en un texto literario no es la descripción de la
realidad, sino la manera como la vida social era experimentada, es decir comprendida y
sentida, por el escritor quien además no fue puesto en la escena como un hombre adulto ya
hecho para ejercer su labor de escritor, sino que su manera de comprender y sentir en su
calidad de individuo, es el fruto de la interrelación de grupos sociales compuestos por otros
individuos que como él, cargan con formas de relacionarse históricamente elaboradas. De
esta forma la obra de Tomás, en la medida en que nos hace comprensibles sus
preocupaciones más profundas, ilumina también el entendimiento de algunos aspectos del
proceso social colombiano.
2.1 Descripción del problema: La crisis y el sentimiento de angustia
Los cuentos de Vargas construyen en su narración un ambiente de inseguridad que ha
inundado la totalidad de la vida: una aldea desierta por el ataque del paludismo, la turbación
de María entre la tempestad de su viaje en el río, o el inquilinato en el que vive Eugenio
Morantes6 rodeado de personas y encerrado en su soledad, son elementos que disponen un
ritmo desolado y la sensación en el lector de ser espectadores de una vida que en todas las
esquinas desemboca al encuentro con la angustia. Pero esta angustia excede los límites de
las trágicas situaciones del escenario y del paisaje, puesto que este paisaje, más allá de ser
el telón de fondo, conforma la sensación misma de los personajes vistos como hombres de
carne y hueso, quienes experimentan las tensiones de la crisis.
6En el mismo orden de enumeración los cuentos citados son: La aldea negra, Tempestad, y la novela
inconclusa Vida de Eugenio Morantes, de la cual se conserva un fragmento. El segundo cuento apareció por
primera vez en El Tiempo en 1940 (Marzo 24). Es probable los otros hayan sido publicados antes en alguna
revista o periódico como sucedió con el fragmento La sangre y los sueños de su otra novela inconclusa
Hombre de veinte años, el cual fue publicado en Revista de las Indias Vol. 1 No. 1 (1948, diciembre).
Finalmente, los tres relatos se recopilaron en el tomo dos de Obras (1948) bajo la dirección de Jaime Ardila
Casamitjana.
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Es aún más aguda la intensidad de la crisis del hombre contemporáneo cuando este
hombre no es el representante de un grupo social como el indígena que experimenta el
vacío en la literatura indigenista, o cuando este hombre es también un personaje femenino o
un incluso, un niño. Ni la clase, ni la región, ni el género, y tampoco la recurrente mención
a la raza, son para Vargas Osorio los ejes determinantes que cierran el grupo social en el
cual se experimenta la sensación de la crisis. Tanto sus críticos como sus contemporáneos
coinciden en encontrar un elemento de universalidad que atraviesa el estilo, los temas y las
problemáticas del autor santandereano (Castillo Fuentes, 2013; Martín, 1990; Mejía Duque,
1986; Torres Duque, 2010)7.
La crisis para el santandereano es un estado general que corresponde al individuo real,
de materia y espíritu, pero también histórico; es decir, el individuo en su condición de
hombre ―profundamente humano‖, y en su forma de hombre contemporáneo que carga con
el tiempo. La crisis, entonces, adquiere dimensiones universales. Por esto Vargas se
pregunta en su ensayo Nietzsche y Marx (publicado en Huella) ―¿Hacia dónde va la
humanidad?‖ (1990a, 160). Además, la crisis es un estado vivido y sufrido en carne propia
como la enfermedad producida por el miedo que sentía Félix, o la reclusión autoimpuesta
del mismo Morantes en su desprecio por esa ―sociedad fastuosa, elegante y de rígidas
costumbres‖ (1990b, 78).
De esta forma, los personajes construidos por Vargas, entre mujeres y hombres del
campo, campesinos y obreros negros, artistas e intelectuales urbanos, cada grupo con
características distintas, experimentan por igual una sensación de soledad e intranquilidad,
que les confiere la figura de unos personajes ensimismados y reflexivos que tejen sus
conflictos en la medida en que relatan sus recuerdos. Rosalinda recuerda su infancia en el
campo antes de irse a la ciudad en donde reconoció el paso del tiempo y su pesadilla; el
7 Carlos Martín admira de Vargas su ―capacidad intuitiva para captar ondas universales‖ (1990, 37); del lado
de la crítica literaria, Mejía Duque afirma que el valor ensayístico está en la universalidad de los problemas
planteados por Vargas, así como en su lenguaje más limpio y sencillo que se aleja de la solemnidad de la
oratoria vigente en Colombia para la década del 30 (1986, 278); Castillo Fuentes, en un esfuerzo por rescatar
y ―revelar‖ -utilizando las palabras del crítico- las cualidades literarias de Vargas, construye un paralelo entre
la literatura moderna de Proust, Hemingway, y Fitzgerald con lo cual cree concluir la universalidad de las
letras de Tomás; Por último, Torres Duque explica que en la poesía de Vargas se asiste al sentido regional de
una nación pero también al sentido universal de esta (2010, 85), planteando con ello una de las tensiones que
abordó el pensamiento latinoamericano de este periodo como lo afirma Eduardo Devés Valdés (2000).
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negro de Tierra (1990b,) que entre los tragos de ron narra la muerte de Miguel, quien se
suicidó por la nostalgia de haber dejado la tierra del campo para cargar bultos en la ciudad;
o Enrique y César Monzó quienes recuerdan sus amores, el primero desde una casa de
reposo y el segundo en el lecho de su muerte.
Con todo, lo que Vargas quiere expresar con sus personajes no es una nostalgia bucólica,
ya que el recuerdo no es más que una excusa para alimentar el desasosiego de la crisis.
Recordar es el medio por el que los personajes se hacen conscientes su actual estado de
incertidumbre, pues mientras que en el pasado encuentran la fijeza de lo ya ocurrido, en el
futuro hay mancha difusa e irresuelta que los angustia. Con un tono semejante al de sus
cuentos y luego de escrutar el fondo de la discusión de la cultura moderna, el autor lanza la
queja en La familia, ―¡Si tuviera un sistema cerrado como Kant!‖(1990a, 163).
Luego de esta breve descripción cabe preguntarse ¿a qué viene tal sentimiento de crisis,
de angustia, de incertidumbre y desasosiego? Entre 1908 y 1941, esos escasos 33 años que
vivió el escritor santandereano, el panorama mundial no era muy alentador. El recorrido
histórico que había conducido al establecimiento de relaciones tanto económicas como
culturales entre las regiones de todo el globo inició el siglo con la inestabilidad política
producida por el cierre de fronteras nacionales que llevaron a una guerra mundial, en la cual
se sembraron las condiciones que llevarían a la segunda. Lo particular de esta ―era de las
catástrofes‖ (1914-1945), como la llama Eric Hobsbawn, fueron las implicaciones globales
que tuvieron estos conflictos, entre los cuales se pueden enumerar la Revolución Mexicana
en 1910 y la Revolución Rusa de 1917, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis
económica de 1929, y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), además de los conflictos
orientales entre China y Japón a finales de la década del 30.
La comprensión de la amplitud de las consecuencias de estos conflictos del siglo XX es
plausible si se reconoce que tales tensiones concretas adquirieron la forma de guerras
modernas en la medida en que en ellas convergen los desarrollos técnicos de la ciencia, la
industrialización que permitía la mayor producción de maquinarias de guerra con el
aumento de la eficiencia gracias a la división del trabajo, y el carácter masivo de estas
donde se involucró la totalidad de la sociedad. Por estas razones no es extraño que la
sociedad occidental hubiera llegado a concebir los últimos días de la humanidad, y aunque
18
esta haya sobrevivido, dice el historiador inglés, ―el gran edificio de la civilización
decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que los
sustentaban.‖ (Hobsbawn, 1998, 30).
Por su parte, la pequeña ciudad de El Socorro erigida desde la Colonia entre las
ondulaciones de la cordillera oriental en el departamento de Santander, por más trabas y
distancias geográficas tampoco sobrevivió al derrumbamiento de la civilización
decimonónica. Aparentemente tan lejana del foco de la crisis, en El Socorro es posible
identificar las tensiones que hicieron tambalear las bases de la ―civilización occidental‖, y
que además jugaron un papel central en la emergencia de tal sentimiento de angustia que
sugiere la literatura de Vargas. Es llamativa la descripción que Vargas Osorio hace de la
sensación de su época en La familia cuando dice,
La sensación de soledad que, paradójicamente, se advierte en la vida moderna como su nota
espiritual más aguda, se debe a la crisis de los valores sobre los cuales el hombre descansó
por largo tiempo. La quiebra del humanismo, la disolución del racionalismo filosófico y
político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual apoyo, sin una base en qué
sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío, ciego y atormentado (1990a,
245)
¿Cómo es que un hombre nacido en Oiba, criado en El Socorro, y publicado en
Bucaramanga en la década del 30, siente la angustia e incertidumbre que ha sido
relacionada con las respuestas europeas a la crisis de entreguerras como lo es el
existencialismo, o, que incluso, se ha trazado en relación con el sentimiento postmodernista
de los años 80 como Torres Duque (2010) lo señala? La decadencia del poderío económico
y político de Santander después de la Guerra de los Mil Días, fue afín a la acentuación de la
contradicción cultural de una región que política y económicamente era ordenada por el
pensamiento liberal, mientras que en la esfera de las relaciones interpersonales estaba
orientada por una fuerte tradición católica.
Estos aspectos que delinean la particularidad del caso de Santander maduran en un
escenario de transformaciones nacionales que modificaron las relaciones sociales al
transformar la vida cotidiana. Llegando al término de la década del 40 aumentó la
19
población colombiana, iniciando el proceso de transición demográfica8, trazando con ello
una ruptura en la vida cotidiana de las personas ya que el país primariamente rural se
convirtió en un país de ciudades. La ciudad como nuevo centro de numerosos encuentros
sociales incentivo la actividad política, y fue el paisaje de numerosas protestas, discursos y
hasta confrontaciones violentas, como también fue el escenario que posibilitó la
intensificación de la actividad intelectual.
En el transcurso del siglo XX, Bogotá se convirtió en el centro de encuentro de
escritores e intelectuales de las diferentes regiones de Colombia. Ya no se viajaba de la
ciudad de provincia a Europa, sino que primero se pasaba una temporada en la capital
colombiana, donde germinaron las generaciones de intelectuales ampliamente conocidas:
los centenaristas de la década del 10, los Nuevos y los Leopardos9 de los años 20, o los
piedracielistas a finales de los años 30, generación10
de poetas a la cual perteneció Vargas
Osorio. Quisiera dejar en suspenso este clima de transformaciones nacionales ampliamente
conocido en la historia nacional del siglo XX para volver sobre el caso santandereano y las
tensiones sociales que plantearon la tierra nutricia o la condición de posibilidad para la
emergencia de la reflexión de Vargas.
2.2 Santander entre la decadencia y el impulso cultural
8 Este proceso explícitamente se refiere al paso de una fase de la población a otro. Una primera fase en donde
los niveles de mortalidad y fecundidad son altos, y la esperanza de vida baja, y una segunda fase en el que
estos niveles de mortalidad y fecundidad decrecen y aumenta la esperanza de vida. Todo esto enmarcado en
un mejoramiento de las condiciones de vida. En cifras el panorama es el siguiente: para el censo de 1938
Colombia contaba aproximadamente con 8.701.800 habitantes, con una natalidad del 38,3 % y una mortalidad
del 25,1%, lo que precisaba un crecimiento poblacional del 2,2%, ya para el 64 estas cifras se habían
transformado enormemente, el crecimiento poblacional se estabilizo en 2,7% y fue decayendo hasta quedar en
1,8% en 1985, la natalidad aumento a 44% mientras que la mortalidad disminuyó al 14% (Palacios, 2002,
pág. 551) 9 Como la ―Generación del centenario‖ se conoció a los intelectuales que como Baldomero Sanín Cano,
Agustín Nieto Caballero y Tomás Rueda Vargas nacieron en el siglo XIX y vivieron el centenario de la
independencia. A los centenaristas les sigue la generación de la década del 20, la cual se dividió en dos
grupos: por un lado los jóvenes simpatizantes con las ideas liberales se llamaron ―Los Nuevos‖, allí se
agruparon Germán Arciniegas, Eduardo Santos, Rafael Maya y León de Greiff entre otros; de otro lado los
jóvenes conservadores de esta misma década se hicieron llamar ―Los Leopardos‖, y entre ellos se nombra a
Silvio Villegas, Eliseo Arango, Gilberto Álzate Avendaño. Estos últimos se reconocen en la historia de las
letras colombianas por su simpatía con el régimen hispanista del general Franco. 10
En la crítica literaria no se ha llegado a un acuerdo acerca de la definición poetas de Piedra y cielo, se ha
dicho que si bien se pueden identificar características generacionales en términos de edades de los poetas, no
se puede trazar una relación de estilo y de temas entre estos poetas. En los cuadernos de poesía de este grupo
se publicó Regreso de la muerte de Vargas Osorio, a quien algunos han llamado el poeta piedracielista menor,
mientras que otros, en el esfuerzo por rescatar su figura del olvido, han afirmado su total independencia
estilística respecto a Piedra y Cielo.
20
I. Sociabilidad intelectual, literatura y publicaciones periódicas de El Socorro
Con sólo abrir la prensa que se publicaba en El Socorro a inicios de siglo, cualquier
socorrano que supiera leer se informaría detalle a detalle la situación de conflicto que se
sentía en Europa desde el inicio de la llamada Gran Guerra en 1914. Tanto El Patriota de
filiación conservadora, fundado en 1915, como El Fiscal de filiación liberal, fundado en
1914, además de tratar temas de importancia nacional y local daban noticia de la situación
vivida en Europa. La sección de ―cables‖ que posteriormente tomó el nombre de
―Conflagración Europea‖ en El Patriota, y la página de ―Noticias de Europa‖ de El Fiscal,
estaban dedicadas exclusivamente a informar lo que sucedía en el plano global.
El carácter global de la información se mantuvo en la década del 2011
, y con mayor
intensidad en los años 30. En este último periodo se multiplica el número de periódicos de
tal forma que en una población de algo menos de 15.926 habitantes, censados en 1938, se
publicaban cerca de cuatro periódicos y por lo menos una revista por año. Entre 1930 y
1935 se encuentran ejemplares de los periódicos Alma Libre, periódico del Centro Obrero
de El Socorro, del cual se conservan números entre 1933 y 1934; El Demócrata de filiación
conservadora con números en 1932; El Liberal de 1931-1933; El Renacimiento y Juventud
Liberal de 1935, y El Fiscal, cuyo registro llega hasta 1933. Además, aparecen las revistas
de El Jurista de 1934, El Universal de 1934 y El Universitario, órgano de los estudiantes
del Colegio Universitario, del cual se conservan unos pocos números entre 1932 y 1934.
A esto se suma la circulación de periódicos nacionales como El Tiempo de Bogotá, La
Vanguardia Liberal y El Demócrata de Bucaramanga, y revistas como Revista de Las
Indias y Revista Cromos de Bogotá, y Tierra Nativa de Bucaramanga. Las publicaciones
nacionales eran vendidas en Imprentas Unidas, como se sugiere en los anuncios publicados
en Alma Libre (1933, 20 de abril), y en la ―Agencia de Revistas de Luis Uribe Acevedo‖.
La larga lista de revistas ofrecidas por la agencia suplía diferentes intereses y gustos tanto
para hombres y mujeres como para los niños. Entre estas se mencionan la Revista
11
El Fiscal es el periódico que, según los ejemplares que se conservan en la Biblioteca Nacional, logra
mantenerse desde 1914, año de su fundación, hasta los años 30. Sin embargo, de la década del 20 sólo se
conservan unos pocos números de los meses septiembre, octubre y noviembre del año 1920. A partir de esta
fecha la numeración da un salto hasta noviembre de 1931, de manera que se pasa del no. 208 al 624 de dicho
periódico.
21
Dominical, Cromos, Chanchito, Unirismo y El Gráfico, de Bogotá: Revista Todamérica de
La Habana, y de Argentina, la revista para mujeres Para ti, la infantil Billiken, la famosa
Revista Tipperary de literatura policial, y La Chacra, una revista dedicada al hombre del
campo (publicidad en El Universal, Enero 1 de 1934).
Con el incremento de la prensa en El Socorro aumentaron también el flujo de noticias
nacionales e internacionales que circulaban en la pequeña ciudad, y como era usual durante
este periodo los diferentes periódicos tanto liberales como conservadores, continuamente
reproducían artículos publicados en la prensa de las diferentes ciudades colombianas. De
ello se deduce que, por lo menos en lo que concierne al grupo intelectual de la ciudad de El
Socorro, este no estuvo al margen de la dinámica intelectual nacional pero tampoco de la
internacional, pues con Revista de las Indias, dirigida por Germán Arciniegas, en El
Socorro circularon artículos a la orden del día y reseñas de los últimos libros publicados en
Europa y en el continente americano. Carlos Arbeláez (2014) afirma que en esta Revista
coincidieron los intelectuales americanistas que constituyeron en estos años la red
continental americanista. En la revista, se publicaron artículos de personajes como
Fernando Ortiz, Germán Arciniegas, Waldo Frank, Alberto Miramón, Baldomero Sanín
Cano, Rafael Maya, Bejamín Carrión, Alfonso Reyes, entre otros.
Por otra parte, no es insignificante la importancia de las revistas bumanguesas que
circularon en El Socorro. Desde 1904 la Sociedad Pedagódica de Santander, a través de la
revista Lecturas que se extendió hasta 1912, publicaba poetas franceses traducidos por
Francisco Paillie y Emilio Pradilla. Asimismo, se reimprimian artículos de revistas como
La Gaceta de Guadalajara, El Cojo Ilustrado de Caracas, o el Fonógrafo y la Unión
Católica de Maracaibo. Haciendo referencia a lo anterior, España Arenas & Palencia Silva
comentan que ―Lecturas intercalaba traducciones diversas del francés y del inglés, cuentos
de Tolstoi, artículos de Rodó, prosas de José Asunción Silva y poesías de José Santos
Chocano con artículos de moral, materias científicas y glosas pedagógicas‖ (2010, 13).
Además, en las librerías de Bucaramanga, como la del señor Daniel Martínez, no faltaron
revistas como Mercure de France y Les nouvelles littéraires.
Años después la revista Tierra Nativa, fundada en 1926, y Selección, de 1930,
demuestran que tal cosmopolitismo permaneció. En la primera revista, los artículos y las
22
cartas que provenían de revistas extranjeras son una prueba de las relaciones que los
editores mantenían con revistas extranjeras, y en el segundo caso, Díaz Vázquez (2005)
asegura que los editores de la revista llegaron a distribuir algunos números en Nueva York.
La prensa conservadora tampoco quedó fuera de esta dinámica. En la Hojita Parroquial de
Bucaramanga se tradujeron y publicaron artículos que provenían de Nueva York en contra
del protestantismo y la masonería (―El triangulo rojo‖, 11 de julio de 1932).
Esto no quiere decir que no existiera una preocupación regional y nacional. Como lo
muestra Díaz Vásquez, tanto el progreso de la región y la cultura santandereana como el
―patriotismo‖ fueron ejes transversales que trataron las revistas de letras en Santander desde
durante las tres primeras décadas del siglo XX (16). Lo que se quiere hacer notar es que en
términos informativos El Socorro estaba lejos de ser un pueblo aislado y limitado a los
márgenes de su región. Tampoco se deduce de ello la emergencia de la crisis como
asimilación de la crisis europea. Sin embargo, la pista que se puede seguir hasta aquí es la
existencia de un grupo de personas que en El Socorro estaban interesadas por
acontecimientos globales que excedían su rango de visión, y por esto sus preocupaciones
más inmediatas.
Esta situación bastante fructífera de la prensa local responde a la importancia que había
tenido tradicionalmente la prensa en El Socorro desde antes de la Guerra de los Mil Días
que finalizó en 190212
. Diez años luego de la guerra que dejó devastada la región
santandereana, ya eran evidentes los frutos de un proceso de renovación y refundación de la
prensa local que en el nuevo siglo abrió una posibilidad para la profesionalización de la
labor del escritor. Como lo expone Ricardo Arias (2007), durante la década del 20 el
periodismo en Bogotá se convirtió en una empresa económicamente sólida, lo cual hizo de
las letras un oficio, y del escritor un trabajador.
En el caso de El Socorro no se sabe hasta qué punto la prensa constituyó una seguridad
económica para los escritores. Lo que se evidencia en la revisión de prensa es que se usaron
diferentes mecanismos para sostener económicamente las publicaciones periódicas. Esto es
12
Durante la existencia del Estado soberano de Santander (1857-1886) la imprenta del Estado estuvo ubicada
en el Socorro, esto explica la abundancia de impresos que se mantuvo desde el siglo XIX hasta la segunda
mitad del siguiente siglo. En las últimas décadas del XIX se resalta la importancia de El pestalozziano (1875),
La Reivindicación (1882) y el Boletín del Opón.
23
un índice de la dificultad con que subsistían las publicaciones periódicas13
. Lo cierto es que
aunque Vargas Osorio en dos ocasiones tuvo puestos burocráticos y políticos, la mayor
parte de su vida vivió de la prensa mediante la dirección de periódicos como El Liberal de
El Socorro en 1933, La Vanguardia liberal de Bucaramanga en 1936, o enviando artículos
a El Tiempo de Bogotá, y a Revista de las Indias de quienes recibía un pago14
.
Es probable que en Bucaramanga las dificultades económicas que sufría la prensa
socorrana, y por lo tanto Vargas, se minimizaran. En el transcurso del siglo XX se redujo la
importancia de las pequeñas ciudades y con ello la organización departamental centró el
poder en ciudades como Medellín, o Bucaramanga en el caso de Santander. De tal forma,
con el crecimiento del nuevo centro administrativo y político santandereano, se trasladó
también la actividad intelectual profesional logrando mayores posibilidades de desarrollo
allí.
A pesar de las difíciles condiciones económicas que vivía la región santandereana que
obstaculizaron de cierto modo la profesionalización del escritor, es sugestivo el hecho de
que los escritores santandereanos de este periodo quisieran vivir del oficio de escritor, y
más aún, que lo lograran hacer. Se sabe que una buena parte de las revistas de este periodo
fueron financiadas por los mismos escritores que las fundaban. Díaz Vázquez, asegura que
en medio de tal furor por las letras Jaime Barrera Parra, quien sería parte del grupo de El
Tiempo de Bogotá fundó y financió en 1908 Vida y arte, y en 1924 dirigió en Bucaramanga
la revista literaria Motivos; Juan Cristóbal Martínez, afamado cronista amigo de Luis
Tejada, dirigió Paréntesis en 1937; y entre los escritores jóvenes de los años 30 Jaime
13
El Liberal aludía a la solidaridad del partido, El Fiscal ofrecía con insistencia a los lectores un espacio para
promocionar su negocio, y en general casi todos los periódicos enviaban por correspondencia los números y si
no se devolvían en el momento daban por hecho que se habían vendido, con ello forzaban a los lectores a
pagar. 14
Por una anécdota contada por la Sra. Lucila Socorro Dueñas, quien vivió en el inquilinato en el que se
hospedó Vargas Osorio en Bogotá, se sabe que el escritor debía cumplir con el envío de artículos para el
periódico El Tiempo (22 de junio del 2014). Por otra parte, no es un secreto que Eduardo Santos, director de
El Tiempo y amigo del escritor, financió a Vargas Osorio y fue una gran ayuda económica en el clímax de su
enfermedad. En cuanto a la Revista de las Indias, los documentos que existen acerca de la administración de
la revista revelan que a los escritores se les pagaba un monto de dinero por artículo publicado. Entre la lista de
escritores de esta revista, aparece el nombre de Tomás Vargas Osorio junto a un valor de 10 pesos pagados
por unos versos para el no. 27 de Revista de las Indias (BNC, FGA, caja 25, carpeta Revista de las Indias,
pieza 64 C y D).
24
Ardila Casamijtana, fundó y dirigió revista literaria Intenciones en 1936 y Jesús Zarate
Moreno dirigió entre 1939 y 1942 la revista Rumbos.
El mismo Vargas Osorio, cuando se lamenta de la actividad política a la que se vio
forzada su generación y él mismo para suplir sus necesidades económicas, afirma con ello
las ansias del escritor y artista profesional. En una nota titulada Una generación que hace
parte de la sección ―Divagaciones‖ de Huella, Vargas Osorio comenta que
El primer problema con que se encuentra el escritor simplemente literario en el país es que
carece de lectores; a la nación no le interesa sino la política; la virtud, la inteligencia, el
carácter, todos los atributos del hombre superior sencillamente representativo, no son
reconocidos sino a condición de que tales atributos se realicen en función política; el
escritor, que comprende este fenómeno y que, por otra parte, tiene que vivir, se lanza en
esta dirección. Se traiciona a sí mismo a cambio de no perecer. (1990a, 233)
Esta situación pone al descubierto el revés de la hoja, y no sólo para Santander sino para
Colombia en general. Mientras que entre 1920 y 1930 se hacía cada vez más numeroso el
grupo de personas interesadas en las letras, había otro tanto, inmensamente mayor, que no
sabía leer ni escribir. La dinámica de los cafés y la sociabilidad en Bogotá descrita por
Ricardo Arias evidencia la amplitud del grupo de intelectuales de clase media provenientes
de la provincia que en los años de la década del 20 llegaban a Bogotá para participar en la
prensa y las revistas que circulaban en la capital.
Las numerosas novelas, poemas y ensayos que se publicaron eran leídos por aquel
pequeño grupo que conformaba la supuesta ―Atenas Suramericana‖. Más allá de tal morada
ideal del pensamiento, Alcides Arguedas en su diario de viaje de 1929, se encuentra con la
insalubridad, la pobreza, la enfermedad y la marginalidad que abundaba en la ciudad de
Bogotá (citado en Arias, 2007, 14). Así también queda retratada la otra cara de Bogotá en la
―Novela Social‖ escrita en estas mismas décadas -llamada así por Vargas Osorio en La
novela en Colombia en lo que va corrido del siglo actual (1990b, p 177-82)-. En este tipo
de novela se deja a un lado la ensoñación apacible y el elogio del espíritu nacional, para
dejar fluir “un irrestañable pesimismo social, amargo y desilusionado, y en ocasiones hasta
pestilente […]” (Curcio Altamar, 188).
25
En el caso de Santander, a esta contradicción se le sumaron otros aspectos. La vida en
Santander muestra que la inestabilidad que propiciaron las numerosas guerras civiles del
siglo XIX y la constante presencia de violencia, habían disminuido logrando cierto estado
de pacificación que mantuvo un mayor grado de estabilidad durante el desarrollo de las
primeras cuatro décadas del siglo XX. Santander había sido un foco de violencia importante
en el conflicto político que se desató en los Mil Días, y si bien se mantuvo un porcentaje
alto de criminalidad durante los siguientes años, esto se debió más a homicidios por robos y
hurtos motivados por a la grave situación económica15
que a un régimen sistemático de
violencia partidista.
Martínez Botero (2009) y España Arenas & Palencia Silva (2010), coinciden en que
después de la guerra se vivió un ambiente más pacífico motivado por la idea del hombre
civil16
soportada en el recuerdo traumático de las batallas pérdidas por los liberales durante
la guerra. En el féstejo del centenario de la independencia en 1910, recopilado en una
crónica publicada en la revista Lecturas (20 de julio de 1911), las palabras del gobernador
Antonio Barrera hacen evidente esta deseo de pacificación cuando afirma:
¡Santandereanos! Sostenga cada cual sus opiniones dentro del acatamiento y respeto a las
ajenas. Proclamemos hasta la saciedad que la paz de un pueblo es la resultante de sus
virtudes cívicas puestas en armónico ejercicio. En lo sucesivo no serán nuestros caudillos
sino los que en el campo del trabajo y de la industria claven los primeros la bandera de la
concordia autentica (Martínez Garnica (Transcrip.), 2010, 17)
De ello no se deduce que hayan concluido los problemas que agobiaban la región,
tampoco se anularon de los juzgados los hechos violentos, es un hecho innegable que las
confrontaciones entre los conservadores y los liberales persistieran en la prensa y cada vez
15
Johnson (1995) afirma respecto al periodo entre 1899 y 1910 que, dado el Tratado de Wisconsin que dio fin
oficialmente a la guerra en 1902, la intranquilidad no cesó en Santander hasta 1905; sin embargo, después de
este año los datos que se registran corresponden con el aumento de robos y hurtos, los crímenes pasionales
son una constante, y en cuanto a los crímenes políticos, estos resultan ser ambiguos en su clasificación, puesto
que muchas veces correspondían con odios personales que se disfrazaban de oposiciones políticas. 16
Frente a esto es bastante elusivo el artículo que se publico en Tierra Nativa en 1926 citado en España
Arenas y Palencia Silva donde el autor invita a los santandereanos a dejar de llevar consigo siempre un
revolver, puesto que considera que en el periodo de pacificación que se vive por esta época, la costumbre
típicamente santandereana es una evidencia de su ánimo agresivo que ya no resulta pertinente para el ―hombre
civilizado‖. Decía el escritor del artículo que ―La violencia ha sido proscrita. Y en lugar de las bayonetas
pretorianas, que destruyen, cala el pensamiento por medio de la imprenta, que crea y estabiliza‖ (citado por
España Arenas & Palencia Silva, 2010, 23).
26
con mayor intensidad a medida que pasan los años que se alejan de los Mil Días. En la
prensa se registran muertes adjudicadas a confrontaciones políticas y como sucedió a nivel
general en la prensa colombiana la censura no cesó. Sin embargo el clima corriente que se
vivió en estos años no corresponde con una presencia constante de violencia y de guerra
como el que se desarrollará en el transcurso de los años 40 en Santander, en especial en la
provincia de García Rovira, como lo señalan Guevara Cobos & Parra Ramírez (2013) y a
partir del 48 en toda Colombia.
En estos términos se puede decir que Vargas, entre 1908 y 1941, vivió uno de los
periodos más pacíficos en la historia de Santander, lo cual, para algunos estudiosos, incidió
en el desarrollo de la tradición literaria regional que prosperó en las décadas del 20 y el 30
en la región. Esto es lo que creen España Arenas y Palencia Silva, quienes explican que en
Santander hubo un importante impulso cultural en manos del tradicional arrojo de los
proyectos privados. Tanto en la fundación de parroquias en el siglo XVIII, como en la
contrucción de caminos, la fundación de centros educativos como el Colegio Universitario
de El Socorro17
y el Universitario de Guanentá en San Gil y la fundación de industrias, la
iniciativa privada ha sido una pauta repetitiva en el desarrollo de la historia santandereana.
Esto favoreció la empresa editorial santandereana en la primera mitad del siglo XX.
Además de la Imprenta Departamental, se cuentan en Bucaramanga otras tres imprentas
privadas de notable importancia; entre ellas la de los hermanos Uribe resulta ser la de
mayor actividad editorial. La familia Uribe, que provenía de una tradición familiar trazada
por el trabajo en la imprenta18
, funda a inicios del siglo la casa editora La Cabaña. Allí se
publicarán novelas, crónicas y cuentos por iniciativa de sus propios autores, quienes
pagaban por la impresión de sus textos. El primer libro de Tomás, Vidas, es publicado por
esta La Cabaña. Así también, las revistas literarias como Tierra Nativa (1926), Intenciones
17
En la fundación del CUS familias de El Socorro, Chima, Simacota, el Hato, El Palmar, Oiba, Gunacua,
Culatas, Confines, Guapotá, El Paramo y Palmas de El Socorro, participaron con su contribución económica.
Gómez Rodríguez afirma que en el recaudo participaron tanto familias ricas como pobres, y citando al
historiador Horacio Rodríguez Plata dice que ―el origen del financiero fue totalmente patriótico‖ (1185). 18
No hace falta recordar la fuerte tradición artesanal de Santander que explica tal cantidad de periódicos que
se publicaban en El Socorro al mismo tiempo. En esta ciudad, en los años 30 se cuentan tres imprentas:
Imprentas Unidas, Imprenta Diocesana, y la Imprenta de los Comuneros. Por otra parte, la fundación de la
Escuela de Artes y Oficios Damazo Zapata en el siglo XIX, probablemente también impulsó el desarrollo de
los talleres tipográficos en Santander (Díaz Vásquez, 2007, 5).
27
(1937) y Sagitario (1933) se imprimieron en esta casa editorial con el financiamiento de sus
respectivos fundadores.
(Portada de N°. 15 de La Novela Breve de Bucarmanga, Tomado de: Academia de
Historia de El Socorro)
La Cabaña también publicó La Novela Breve en 1923 bajo la dirección de Luis Reyes
Rojas. Esta publicación, paralela a La Novela Semanal bogotana de Luis Enrique Osorio,
fue un proyecto del grupo de intelectuales santandereanos del Rosedal. Los dos proyectos
quisieron publicar novelas cortas de autores nacionales que se venderían como magazines
literarios. Con ello, el género novelístico cobró su lugar de importancia en la literatura
nacional, y después de La Voragine (1924) de José Eustasio Rivera, mostró una fuerte
preocupación por el conflicto de ―la naturaleza típicamente americana‖ (Curcio Altamar,
1975, 186) con un tono de denuncia que la alejaba de la exotización del costumbrismo.
En este sentido, estos proyectos son inaugurales de un proceso de desarrollo de la
literatura colombiana en el que la novela, a la vez que desplazaba la importancia de la
poesía, reducía el carácter noble y aristocrático que la literatura tenía en un país en el que
28
los grandes políticos eran también grandes poetas. Pues bien, como explica Hilda Pachón,
en los años 20 la novela empezó a predominar sobre la poesía, aunque fuera este último
género el vehículo de prestigio en las letras de la agonizante ―Atenas Suramericana‖ (32).
No quiere decir esto que la poesía se estancó. La sola existencia de poetas como León de
Greiff y Luis Vidales lo negarían. Lo que sucedió es que en el país de elegantes poetas,
profetas del lenguaje elevado y cantores a la grandeza de la patria, la religión, y la cultura
clásica, la novela ganó terreno. A diferencia del poema modernista, en la novela la ausencia
del revestimiento de un aura de nobleza, permitió que los conflictos concretos y, por esto
mundanos, de la vida en la selva, en la ciudad o en los campamentos de petróleo
encontraron un espacio oportuno en la literatura. Tal fue el sentido que tomó la ―Novela
Terrígena‖, en los terminos de Curcio Altamar (175), la cual fue ocupando el panorama de
las letras colombianas en el desarrollo de la década del 20.
Con la publicacion de La Novela Breve se advierte que la intelectualidad santandereana
no sólo mantenía estrechas relaciones con la bogotana, sino que desarrollaban una misma
línea de intereses en la creación literaria que se seguía en la literatura nacional. Díaz
Vásquez explica que en las tertulias del Café Inglés y en los recitales del Teatro Garnica de
Bucaramanga reunirán a intelectuales como Aurelio Martínez Mutis, el uruguayo Ernesto
O. Palacios, Porfirio Barba Jacob, la poetisa venezolana Teresa de la Parra y la argentina
Alfonsina Storni con escritores santandereanos entre lo cuales se destacan Manuel Serrano
Blanco, Juancé y Jaime Barrera Parra (65).
El Socorro era un paso obligado para quienes quisieran viajar de Bogotá a Bucaramanga,
de manera que recibió a estos intelectuales en las veladas literarias de los clubes sociales y
literarios de El Socorro. El Fiscal en 1916 anuncia la llegada del poeta caucano Reinaldo
Aguilar (1916, junio 17); en 1918 este mismo periodico anuncia la velada literaria que
recibirá al poeta Carlos Torres Durán en El Socorro (1918, enero 3); Aurelio Martínez
Mutis visitaría la ciudad en 1932 y fue recibido con honores por el Centro literario del
Colegio Universitario (El Liberal, 1932, junio 16); por último, Agustín Nieto Caballero
pasaría por la ciudad de El Socorro siendo reconocido por la prensa por ser fundador del
Gimnasio Moderno de Bogotá.
29
Vargas pudo haberlos escuchado desde sus años de estudiante en el Colegio
Universitario en el Teatro Manuela Beltrán, fundado en 1911, en el salón de Lectura
Murillo Toro, que había sido inaugurado por El Fiscal para los ―admiradores del
periodismo‖ (1915, dic 23); también pudo haber asistido a las salas de lectura del Club La
Tropical de finales de los años 10, o en el Club de El Socorro durante la década del 20. Por
lo demás, no eran solamente intelectuales los que subirían al escenario del Manuela
Beltrán: casi todas las semanas los periódicos anuncian alguna obra de teatro, algún
concierto, confernecias o la lectura de disertaciones de grados de estudiantes entre mujeres
y hombres.
Todo esto comprueba que la actividad intelectual y cultural de la época en la que creció
Vargas tenía un activo movimiento en El Socorro y en Santander. El auge editorial, la
multiplicación de centros de socibilidad, y las redes ya establecidas entre los intelectuales
santandereanos y los bogotanos, le permitió a Vargas introducirse sin dificultad en el
mundo de las letras y participar de movimientos literarios a la orden del día como lo fue
Piedra y Cielo, o de entablar una amistad con Eduardo Santos, quien lo recibió como
escritor en el grupo de El Tiempo y además le ofreció una pensión para poder saldar sus
gastos sin abandonar su oficio de escribir.
Con todo, no hay que olvidar ese revés de la hoja del florecimiento cultural. Si para los
grupos intelectuales y literarios que germinaban durante los años 20 y 30 en Colombia la
contradicción fue un país más rural que urbano, y de más iletrados que lectores, el revés de
la hoja del florecimiento cultural santandereano fue el paisaje de declive de la región
santandereana. Esto suma un elemento más a la comprensión del sentimiento de angustia de
Vargas y es la combinación que se presenta en este periodo entre una decadencia
económica y política de Santander y un importante desarrollo de la tradición literaria de
esta región. Como Vargas Osorio lo hace notar con gran agudeza en una reseña a la novela
Garabato de José Antonio Osorio Lizarazo, al parecer el desarrollo del pensamiento, el arte
y la literatura no necesariamente es dependiente o correspondiente con el desarrollo
económico de la región en la cual se produce tal incremento y cualificación del arte. A
continuación, vale la pena transcribir parte de esta reseña escrita por Vargas Osorio,
30
Muchas veces he tratado de internarme en este vasto y viejo problema de la novela en
Colombia. He pensado que su ausencia casi absoluta de nuestra producción literaria en este
siglo se debe a que la sociedad colombiana no ha alcanzado todavía la profundidad y la
extensión que requiere un género de tan hondo calado humano como es la novela. Pero me
he preguntado después por qué, dentro de otras sociedades americanas que no pueden estar
más desarrolladas que la nuestra, la producción novelística alcanza una cifra considerable
en relación con los intentos esporádicos verificados en Colombia. La respuesta a este
interrogante me ha llevado a ubicar las causas del problema, no en el plano social sino en el
literario exclusivamente: carencia de vocación para el relato, reacción negativa ante las
dificultades de la novela, diletantismo intelectual que busca los caminos ya allanados -
poesía, crónica, historiografía-para llegar más rápidamente al éxito y al nombre. (Revista
de las Indias, Octubre de 1939)
Cabe replantear lo dicho por Vargas a propósito de la comprensión de su obra misma,
¿Por qué la decadencia de Santander, las dificultades económicas que se vivieron durante
estos años y que son retratadas en los diarios de Bartolomé Rúgeles (2005), no impidieron
la multiplicación de revistas culturales y proyectos editoriales, y sobre todo, el nacimiento
de una literatura de una calidad, como lo fue la escritura de Vargas Osorio, Jesús Zarate
Moreno, Ernesto Camargo Martínez o la de un Juan Cristóbal Martínez?
Tal duda plantea una cierta independencia de la literatura respecto a otras estructuras que
moldean la vida social. Sin embargo habrá que dejar planteada la pregunta pues aún hay
aspectos de la situación vivida en Santander durante este periodo por aclarar antes de
anticipar una respuesta. Lo cierto es que Vidas, Huella, El Regreso de la muerte, La
familia, y por lo tanto la crisis y la angustia como experiencia pertenecen a este clima
contradictorio de la vida social de El Socorro, aunque superen estos mismos límites
temporales y geográficos en su calidad de obra literaria, que no se agota dadas las
transformaciones sociales y económicas que se han gestado desde entonces.
II. Desintegración de la hacienda y el orden tradicional
31
Además de la existencia de una basta capa iletrada19
, la otra cara del impulso cultural de
Santander fue el ocaso del prestigio y la importancia nacional de la región liberal. El flujo
de información actualizada, la red tanto nacional como internacional en la que se vieron
envueltos los intelectuales y las revistas de letras, la consolidación de una sociabilidad
intelectual de tipo burgués, con el café y las salas de redacción, la inclinación hacía las
letras de las generaciónes de jovenes santandereanos de la primera mitad del siglo XX y
todos los aspectos que dibujan el florecimiento cultural santandereana se gestaron en una
profunda depresión regional visible desde distintos ángulos.
En un plano superficial se reconocen las precarias condiciones de acceso que sufría la
región santandereana y la imposibilidad económica de solucionar tal dificultad. Con los Mil
Días, la construcción y reparación de caminos se suspendió (Jhonson, 14), de manera que si
los caminos fueron un obstáculo para Santander desde hace siglos la situación se agudizó
en el siglo XX. El problema de los caminos constituye un tema predominante en la prensa
de estos años, en 1909 se lee en Bandera Blanca de El Socorro, bajo el título ―Camino de
«pan de azúcar»‖, que ―El camino de los productos de nuestras tierras calientes con las frías
del antiguo Departamento de Boyacá, es la única fuente de nuestra subsistencia; y sin
embargo, por un abandono incalificable, no poseemos hoy, para sostenerlo, sino las
malísimas trochas (…)‖ (1909, Octubre 21). En otra ocasión se aduce a la idea de Progreso,
afirmando que la construcción de vías es la ―redención económica, fiscal, política y
civilizada‖ (El Fiscal, 1916, septiembre 14).
Un hecho notable de este atraso es la tardía construcción del Ferrocarril de Wilches20
. La
idea de su construcción nació en 1870 con motivo del transporte de café de Santander a la
costa atlántica, sin embargo, la guerra y las dificultades económicas que la sucedieron
retardaron su construcción que se terminaría hasta en 1941, mismo año en el que murió
19
Se sabe que en 1938 el país era en su mayoría rural, menos del 30% de la población residía en las ciudades
(Rueda González & González, 1974, pág. 165). Si se mira el departamento de Santander, en donde el 19% de
la población vivía en ciudades (Rueda González & González, 1974, pág. 162), menos de la mitad de la
población que sumaba a esta fecha 615.710 habitantes sabía leer y escribir, y de estos 209.148 que lo hacían
7.705 vivían en el Socorro. 20
Acerca de la historia del Ferrocarril se puede consultar el libro ―La construcción del Ferrocarril de Puerto
Wilches a Bucaramanga: 1870-1941‖ (Olarte Carreño, 2006). En este libro se pone en evidencia cómo una
región que había iniciado tempranamente el proyecto de modernización de las vías (Robert Agusto Joy
presentó el proyecto en 1869 a la Asamblea Legislativa) dilató la construcción del ferrocarril más de
cincuenta años.
32
Vargas. Por ello, durante las primeras décadas del siglo, muchos de los caminos que
comunicaban las ciudades de la región sólo eran transitables en animales. En los diarios de
Bartolomé Rúgeles (2005) queda registrado cómo este comerciante llevaba a cabo sus
negocios en Bucaramanga y los poblados aledaños en su caballo. Asimismo, Pierre
Raymond menciona irónicamente cómo el proyecto industrial de San José de Suaita de
inicios de siglo quiso sustentar el transporte de sus mercancías sobre la arriería (2002, 780).
Esta ambivalencia del desarrollo cultural santandereano en el seno de una decadencia es
visible en la descripción narrativa de esos pueblos santandereanos de Vargas en ―Cuadernos
de paisajes‖ (Huella, de 1938), que han quedado como estancados en el tiempo.
No, no se extienden ni se ensanchan estos pueblos. Al contrario, han disminuido. En los
alrededores, y ya sumergidas entre una vegetación parásita, se ven ruinas de solares
antiguos. La urbe ha ido extinguiendo la vida de estos burgos que se esconden como
avergonzados de su hidalga y linajuda pobreza. No se siente aquí la trepidación fogosa de la
vida moderna. No se defienden, no atacan a los elementos que lentamente los han ido
destruyendo: se han abandonado a su destino y agonizan dulcemente inmersos en esa
quietud filosófica sobre la cual el tiempo proyecta su sombra larga y sutil. (1990a, 171)
Desde la década del 20, entre los límites de la ciudad de El Socorro se veían las últimas
películas francesas. Había quienes iban al cine Gloria del teatro Manuela Beltrán, y había
quienes iban al Centro Obrero. Se tenía el lujo de escoger entre cuatro periódicos, y todos
sin excepción informarían las noticias del mundo. Si el deseo era leer otros libros o revistas
de otras ciudades se podía asistir al Club de El Socorro o al Salón de Lectura para obreros,
y si no se sabía leer se podía escuchar radio desde la casa en el caso de las familias
adineradas, o en el Centro Obrero. Sin embargo, salir de El Socorro para Bogotá, para
Bucaramanga o para Barranquilla les implicaría a los viajeros un largo y riesgoso trayecto.
Por lo demás, viajar al siglo XIX era más fácil, bastaban unas horas sobre un caballo, en
cualquier dirección a la que apuntaran los caminos de herradura y se llegaba.
En cuanto a la importancia política ésta también se redujo, una mirada sobre los
presidentes de Colombia en el transcurso de su historia muestra que en el siglo XIX
llegaron a la presidencia cinco santandereanos (contando aquí a Norte de Santander, que se
separaría 1909) mientras que en el XX ningún santandereano del sur ha llegado a la
33
presidencia. Este dato curioso solo es el preámbulo que sugiere una mirada profunda sobre
una región de innegable importancia para los procesos políticos y sociales del país durante
el siglo XIX, que quedó relegada en el desarrollo del siglo XX.
Una de las explicaciones que se insinúa es la división política del país durante los años
de la Hegemonía Conservadora que se extendió hasta 1930, y que dejó paralizada a la
región histórica del liberalismo. Sin embargo, el comienzo de la Republica Liberal no
devolvió la importancia política a Santander. De tal situación se deduce que, si bien los
factores económicos y políticos son importantes como descripción de la situación en la que
quedó la región después de los Mil Días, no resuelven la totalidad de la cuestión. Lo que
queda sugerido es que la decadencia de Santander tiene un sentido profundo que yace en en
seno de la crisis del regionalismo santandereano. En este sentido, una pista para entender el
declive de la región se encuentra en el derrumbe de los elementos en los que se soportaba el
prestigio regional de las familias liberales de Santander, dado el avance de una serie de
transformaciones que trastocaron la vida social en la primera mitad del siglo. La
organización que propone la hacienda21
y la sociedad señorial en la que se basaba la
autoridad de las clases altas santandereanas se empezó a quebrar con las transformaciones
que estaba viviendo el conjunto del país. De esta forma, en el desarrollo de los procesos
sociales que matizaron la sociedad santandereana, ni las prebendas otorgadas por
nacimiento, ni las grandes extensiones de tierra constituyeron un símbolo de autoridad.
Frente a esto las familias santandereanas de antaño prestigio respondieron buscando en
su árbol genealógico un origen noble o por lo menos ibérico. Esta tragedia de la sociedad
señorial se sintetiza en la historia del extraño hacendado José María Rueda Gómez o El
Conde de Cuchicute. Este hombre estrambótico, poseedor de una vasta extensión de tierras
entre San Gil y El Socorro, no sólo se vestía a la moda del dandi ya bien entrado el siglo
XX, sino que también se hacía llamar el Conde de Cuchicute debido a un título que había
adquirido en un viaje por Europa. Años atrás, José María con su título de Conde hubiera
pasado inadvertido en El Socorro, o por lo menos hubiera merecido cierto respeto, sin
21
Se ha dicho que Santander era una región de pequeños propietarios y artesanos, sin embargo, Pierre
Raymond en ―Hacienda tradicional y aparcería‖ (2007) demuestra que si bien existió históricamente una capa
de artesanos también hace presencia en la región la hacienda tradicional. Igualmente el caso del conde de
Cuchicute narrado por Gómez Rodríguez en ―El solitario: el Conde de Cuchicute y el fin de la sociedad
señorial‖ (2002) lo confirma.
34
embargo para 1930 su corte señorial parecía algo grotesca, así que no le fue difícil
permanecer en la historia gracias a su locura que le fue reconocida por todo el pueblo.
Con todo lo extraño que este hombre pudiera parecer a sus contemporáneos, su locura no
provenía exactamente de un anacronismo. Según el historiador Rodríguez Gómez (2003),
en la escritura del conde y en muchas de sus posturas se revela su carácter contemporáneo.
De esto, dice el historiador que el Conde era un hombre
de avanzada en muchas posturas, en otras se ubicó como reaccionario. Librepensador y
ateo pero en ocasiones preocupado por la corrección extrema del lenguaje. Inquieto
promotor de proyectos empresariales y comerciales y, a la vez, impenitente lector de los
clásicos griegos y latinos. Miembro de la muy discriminatoria aristocracia local, pero
convivió públicamente con mujeres de humilde origen social. Para estar por encima de esa
encumbrada sociedad de provincia que lo relegó, se inventó un título de nobleza y como tal
se le reconoció. (573)
La incoherencia de José María Rueda es el retrato de la fragmentación de la autoridad de
la sociedad señorial, es por esto que al final de sus días el gran emporio del Conde de por lo
menos mil hectáreas había quedado reducido a 430, su título y su porte de dandy arrogante
darían inicio a un mito popular más cómico que decoroso, y su muerte a manos de un
campesino es la perfecta excusa que enlaza su anacrónica existencia con los procesos de
transformación de la sociedad colombiana.
Entre anticuado y moderno, el Conde de Cuchicute, ilustra perfectamente las
contradicciones en las que emergió la vida social que cultivó a Vargas Osorio. La autoridad
de la hacienda reducida a la nominación de algunos sectores22
y a los restos de grandes
casonas de bareque coincidió, por una parte, con el descrédito del héroe liberal y militar de
la guerra, y por otra, con la organización de una capa de obreros que provenían de las
industrias de cerveza, de tabaco, y de textiles que nacieron en El Socorro y en sus
alrededores.
22
Es pertinente mencionar que algunos sectores de El Socorro mantienen el nombre de antiguas haciendas
familiares a pesar de que la propiedad está totalmente fragmentada, entre estas la Hacienda Majavita y la de
Morros designan dos áreas de este poblado.
35
La combinación de estos factores en la ciudad de El Socorro daría el punto final que
propiciaría la decadencia de la decimonónica región santandereana, decadencia que es
homologable al agotamiento de la tradición de las familias que habían defendido los ideales
liberales durante la guerra de los Mil Días, y que verían amenazadas, además de sus
extensas propiedades, la autoridad que subyacía a su prestigio, su honor y su abolengo.
El ocaso del héroe militar liberal se manifiesta desde el discurso dictado por el
gobernador durante el centenario de la independencia, en donde plantea que en el nuevo
siglo ―los nuevos próceres de 1910 serían los de la ciencia y la industria […]. La mecánica,
la electricidad, la fragua y la aeronavegación serían los nuevos escenarios de las luchas
patrióticas‖ (Martínez Garnica (transcrip.), 2010, 15). Con esto, entierra a los héroes
liberales caídos en la batalla de palo negro, como cerrando una ―era de desatinos […], la de
nuestras matanzas‖ (Martínez Garnica (transcrip.), 11)23
.
Efectivamente, en el siglo XX ni en Santander, ni en ninguna región del país, se cuentan
héroes militares del tipo de Rafael Uribe Uribe, ya que estos pasaron a ser apilados como
adornos de la historia familiar, y tal vez con el mismo ánimo de ennoblecer el origen
familiar. Con esto en juego en la primera mitad del siglo XX, Vargas escribió el poema ―Un
Héroe familiar‖, haciendo evidente la recuperación de su parentesco con el noble militar
liberal Plutarco Vargas como legitimando su linaje. Sin embargo, se admite al final del
poema que este heroísmo es ―un retrato [que] se extenúa‖, y después de describir su porte
de militar liberal de ―potro blanco, blanca ruana‖, de ―mano segura‖ y de figura de macho
que ―enamora a las hembras y las deja abandonadas‖, escribe:
Ya en el patio de mi casa
donde la hierba ha crecido,
donde ya no canta el agua,
no se oye a la media noche,
no se oye a la madrugada
galope de potro blanco
al son de estribos de plata,
23 La cita completa es la siguiente: ―¡Pluguiera a Dios que la losa que va a cubrir estos restos de nuestros
malogrados hermanos cerrara también, para siempre, como losa sepulcral, la era de nuestros desatinos y,
sobre todo, la de nuestras matanzas!‖.
36
que entre las sedas antiguas
y en los cajones del arca
un retrato se extenúa
y se enmohece una espada. (2008, 47-48)
Tomás provenía de una familia que para su generación ya recurría al pasado para forjar
las ruinas de abolengo y la nobleza del linaje en sus apellidos. Vargas era el apellido de una
familia de liberales de El Socorro, y Osorio de una de hacendados de Oiba, sin embargo,
los Vargas Osorio no eran un matrimonio adinerado. Como relatan sus familiares
(González Vargas, 11 de Septiembre de 2014), el padre de Vargas, Joaquín Vargas, era un
músico que fue desheredado por rebelarse contra su familia optando por la filiación
conservadora. Por ello, el noble linaje liberal de Vargas Osorio quedó limitado a su
histórico apellido, y recordando el romancero santandereano que dice “Tu nombre señor
hidalgo, es como el del algodón, primero tuviste el algo, y luego tuviste el don‖ (Citado por
Gutiérrez de Pineda & Vila de Pineda, 40), ya sin el algo, la hidalguía del don y su
prestigio habían desaparecido para el escritor.
Más que hacer una genealogía de la nobleza de Vargas Osorio, lo que se quiere es
comprobar el agotamiento en Santander de los elementos de la tradición de la sociedad
señorial desde la propia experiencia vital del escritor. De manera que, además de
enmohecerse la espada del héroe, se envejeció con ella la autoridad que ostentaba el
apellido en la organización social santandereana. En este punto es pertinente mencionar
que, veinte años después de la muerte de Vargas, las investigaciones de Gutiérrez de Pineda
en torno a la familia santandereana que concluirían en su libro ―Honor, familia y sociedad
en la estructura patriarcal‖ publicado en 1988, comprueba que en la familia santandereana
de mediados de los años 60 aún persiste como tendencia estadística el mecanismo de
control del código de honor, la nobleza y pureza del linaje, y la autoridad patriarcal propias
de la estructura de la sociedad señorial. La vigencia de estos elementos en el ámbito de lo
privado constata el peso de ellos en el proceso histórico de sociedad santandereana.
III. Tradición y transformación en el escenario de la vida pública
37
La creciente aparición de la mujer en estas primeras décadas del XX en la vida pública
de El Socorro, en donde ella pertenecía a las labores del hogar, es una de las
transformaciones que se efectuaron en la vida pública. La prensa muestra la doble cara que
también caracterizó tal situación novedosa de la mujer en esta ciudad, así es como luego del
artículo ―Homenaje a Murillo Toro‖ publicado en la primera página y firmado por OLGA
en el No. 67 de El Fiscal (1915, Dic. 30), se lee ―¿Cuáles son las mujeres más
desgraciadas?‖.
En este segundo artículo se escribe un listado de comportamientos reprobables en la
mujer entre los que se afirma que son desgraciadas ―las que no saben coser sus ropas,
remendar, zurcir, barrer, fregar, guisar, ni confeccionar un simple plato de frisoles‖. En otro
caso se le aconsejaba a la mujer ―escudriñar mejor los misterios de la casa y menos los
chimes de salón, repasar las camisas y las medias y no hacer majaderías‖ (El Fiscal, 1915,
agosto 5), y mientras que en Junio de 1916 se invitaba a los ciudadanos de El Socorro a
asistir a las conferencias dictadas por las estudiantes que dirige María Josefa Garcés (El
Fiscal, 1916, junio 22), un mes antes se les escribía a las mujeres, entre otras notas, que si
no querían disgustar a nadie ―no la echéis de literatas, siendo unas.. Sabias. No importunéis
a los sacerdotes con preguntas frecuentes y necias‖ (El Fiscal ,1916, mayo 4).
Con todo, el disgusto notable en una nota de 1915 en donde se critica la adhesión de las
mujeres en las discusiones públicas, por el caso de las firmas algunas señoras de El Socorro
que intervinieron en las luchas políticas, muestra que la intimidad de ―los misterios‖ del
hogar dejó de ser la única preocupación de las mujeres, con lo cual según la nota se rompía
con ―[…] una tradición muy bella establecida en todas la sociedades de Colombia: la
tradición de recato, de neutralidad natural; de ignorancia completa y necesaria de nuestras
amables señoras en todo lo que se refiere a nuestras luchas políticas y sociales agitadas
siempre por la pasión y el odio, que, si en pechos varoniles es imposible imprimir‖24
(El
fiscal, 1915, 21 de febrero).
24
Para ilustrar mejor esta controversia vale la pena citar el conjunto de la nota: ―Hace días que viene
poniéndose en práctica en esta ciudad un sistema de protestas y de adhesiones que ya causa verdadera alarma.
Nos referimos a las firmas de las señoras puestas generalmente sin conciencia, aunque si con menoscabo de
una tradición muy bella establecida en todas la sociedades de Colombia: la tradición de recato, de neutralidad
natural; de ignorancia completa y necesaria de nuestras amables señoras en todo lo que se refiere a nuestras
38
Asimismo, las lecturas públicas de los ensayos escritos por las estudiantes, quienes
exponían sus ideas en el Manuela Beltrán, la publicación no sólo de poemas, novelas y
cuentos sino también de artículos de opinión escritos por mujeres en Tierra Nativa o El
Fiscal, y la conferencia sobre ―El feminismo y sus ideales‖ dictada por Ofelia Uribe de
Acosta en 1932 (El liberal, 1932, abril 4), en donde se apuesta por la educación superior de
la mujer, son evidencias que además de sugerir el ingreso de la mujer en la vida pública de
El Socorro, confirman el agotamiento de un orden tradicional que se veía amenazado en la
misma experiencia de las personas.
A la vez que la mujer ganaba terreno en el ámbito de lo público, en el transcurso del
siglo XX los intercambios sociales se volvían cada vez más impersonales. Si se miran las
publicaciones periódicas de El Socorro durante el periodo estudiado, se comprueba que en
cuanto a las sanciones y el orden definido en las relaciones personales, empieza a
prevalecer el orden legal no porque este se impusiera sino porque tuvo cabida en tal clima
de transformaciones.
La fundación de El Jurista de El Socorro en 1934, una revista exclusivamente encargada
de los temas jurídicos de la ciudad, anunciaba en sus publicaciones desde las últimas
actualizaciones y reformas en el sistema de leyes, hasta la explicación jurídica de delitos,
junto con el seguimiento de casos que ocurrían en El Socorro. Por otra parte, El Fiscal
desde su fundación en 1914 se encargo de publicar una lista de los presidiarios
especificando los motivos de su captura.
A diferencia de El Jurista, el segundo periódico mencionado no estaba especializado en
la difusión del tema legal, de manera que la sanción hecha pública responde a las
exigencias de justicia por parte de los habitantes de la ciudad. Todo esto demuestra que el
luchas políticas y sociales agitadas siempre por la pasión y el odio, que, si en pechos varoniles es imposible
imprimir, en el generoso y sencillo corazón de la mujer colombiana es una anacronismo.se le canta la tabla a
una sociedad de beneficencia; se sacan al sol los cueros de un reverendo; se hace un meeting ferrocarrilero; se
eleva una petición al ejecutivo […] En fin, se ocurre cualquier tópico de la vida ordinario masculina y al día
siguiente viene infaliblemente la consabida adhesión de las señoras (…) Qué saben ellas de nuestras luchas,
de nuestras ambiciones, de nuestras necesidades? "la mujer honrada, la pierna quebrada y en casa" este adagio
no se refiere solo a la presencia de la mujer fuera del hogar; se refiere también, naturalmente, a su
intervención en asuntos que no son de su incumbencia. (El Fiscal, 1915, febrero 21)
39
revólver, el cuchillo y los demás tipos de armas que portaban los santandereanos en su
cotidianidad, fueron siendo desplazados en las afrentas personales por la acción legal.
La emergencia de una forma legal impersonal que prevaleció sobre el código de honor,
fue históricamente afín a la ampliación y organización de una nueva capa social compuesta
por los obreros de fábricas de El Socorro. Durante este periodo aumentó el número de
fábricas y con ellas, el número de obreros25
, que empezaron a organizarse a través de la
prensa y de un centro. La institucionalización del movimiento obrero se produjo en los años
30, sin embargo, antes de la fecha la organización obrera presentaba ya ciertas ventajas. En
1917 se registra a través del El Fiscal la fundación del periódico obrero El industrial (El
Fiscal, 1917, Sept. 18). Otro claro indicio de ello fue la temprana aparición de luchas
obreras a pocos kilómetros de El Socorro en la nueva ciudadela de San José de Suaita. Esta
ciudadela fue creada para la fábrica de tejidos de los Caballero, y desde 1914 fue escenario
de conflictos entre los trabajadores y los empresarios de la fábrica (Raymond, 2009).
Luego de las elecciones de 1930 que dieron apertura a un periodo liberal, el movimiento
obrero se intensificó, de esta manera se fundó el Centro obrero en 1931 en manos de los
líderes Roque Covelli, Juan B. Ortiz, Juan Esteban Casa entre otros, allí se instaló el cable y
un cinematógrafo (Gómez Rodríguez,251). Además, se funda en 1927 Alma libre, y se
reabre en 1933 como el periódico que se autodenominará el Órgano del obrerismo. Estos
órganos que convocaron especialmente a obreros y campesinos, fortalecieron el
movimiento obrero a lo largo del territorio de Santander en donde se fundaron en el 33
nuevos centros en Guadalupe (―Alma Libre‖, 1933, 12 de Octubre), en San José de Suaita y
en Bucaramanga (―Alma libre‖, 1933, 26 de Octubre).
Como lo hace notar Raymond, es bastante sugerente que la prensa tradicional liberal que
inicialmente se situó del lado de los obreros, haya sido la misma que celebró el final de la
25
En 1938 el censo contaba en el Socorro la existencia de 625 peones y obreros, entre hombres y mujeres, en
industrias varias; en edificaciones y construcción el total de obreros y peones era de 423, y en agricultura y
ganadería sumaban 1.433. En cuanto a las industrias creadas en el transcurso del siglo XX muchas luego de
fundadas quebraban fácilmente, ese fue el caso de la fábrica de tejidos de 1907 y el de las cervecerías que
nacieron en el siglo XIX. Sin embargo, para el directorio creado por El Liberal (1932, sep 22) se enumeran
las siguientes empresas: Sociedad Industrial Franco Belga, Oficina de Teléfonos, Correo Rápido, Compañía
colombiana de Seguros, The Sun Life Insurance of Canada, Compañía Colombiana de Tábaco, Empresa de
Tejidos Samacá, Fábrica de Gaseosas El papagayo, Fábrica de Gaseosas Clausen, Fábrica de Gaseosas Pinto,
Cervecería Imperial, Cervecería La Victoria.
40
huelga de San José de Suaita (2009, 301). Cuando vio afectados los miembros más
cercanos al partido, es decir, los dueños de las empresas, Vanguardia Liberal de
Bucaramanga se inclinó por favorecer a los patronos.
De igual forma, Vanguardia a inicios de los años 30 parece atentar contra el Centro
Obrero de El Socorro. Como lo menciona el articulo ―Alucinaciones mentales‖ publicado
en Alma libre, el periódico bumangués ―venía «haciéndose la ilusión» de que el Centro
Obrero de esta ciudad había sido clausurado […] Magnifico rato de ocio se dieron quienes
por un momento de alucinación mental creyeron ver desaparecer la Institución proletaria
más perfectamente organizada de Santander‖ (1933, Abril 20). Igualmente sucede con El
liberal de El Socorro. Hasta Julio de 1933, ―Alma libre‖ lo declara su colega (1933, Julio
6), incluso El liberal celebran las acciones del centro obrero con la inauguración del Salón
de Lectura (1931, Nov. 5), sin embargo, para Septiembre de 1934 el periódico obrerista de
El Socorro responde a la editorial publicada por El liberal donde se atacaba al movimiento
de conservador‖ (Alma libre, 1934, 7 de Septiembre).
Queda con esto planteada la incomodidad que representaba la organización obrera en
Santander para los liberales, cosa que fue sentida por los obreros de Alma libre como una
traición, como lo insinúa el dicho citado entre comillas al final del artículo de
―Alucinaciones mentales‖: ―Así paga el diablo a quien bien le sirve‖. Por otra parte, desde
el ángulo de los patronos la autonomía adquirida por el movimiento obrero también fue
sentido como una traición: a partir de la caridad, las familias de abolengo en Santander se
habían encargado de amparar las necesidades de sus trabajadores como a su prójimo, y en
expresión de su liberalismo Loaiza (2011), afirma que las familias ricas liberales desde el
siglo XIX habían motivado la politización de los trabajadores y artesanos mediante la
adhesión de este grupo a los espacios de sociabilidad masculina. Con el tiempo, a medida
que el movimiento obrero tomaba forma autónoma, parecía que a los liberales éste ―se les
salía de las manos‖.
En los años 20 quienes organizaban los festejos del trabajo el primero de Mayo con
misa, desfile cívico, bazar de caridad y cine, eran los mismos patronos y sus familias, y
según lo relatado en los diarios de Bartolomé Rúgeles, parecía más una celebración de los
patronos que de los obreros, a quienes se les suplicaba su asistencia. Estos últimos
41
participaban en eventos ―obsequiados‖ por los patronos, incluso fueron los patronos que en
1921 organizaron un obra de caridad que las obreras ofrecían ancianos e indigentes, lo cual,
de acuerdo al ferviente catolicismo, sugiere una especie de agradecimiento religioso por el
trabajo (Martínez Carreño (Transcrip.), 209 y 225).
Una década después, toda la benevolencia del patrón que dibujaba una relación paternal
se debilitaba. Con una organización obrera más madura, el primero de Mayo era ya una
celebración con conferencias políticas organizada por una junta que provenía de los Centros
Obreros existentes (Alma libre, 1933, Ago. 3), y con la nota promovida en 1934 que
convocaba a la unión entre trabajadores fuera de adhesiones políticas, el movimiento obrero
ya no se identificó ni con el liberalismo, ni con el conservadurismo, marcando una fuerte
distancia política con las clases tradicionales. La nota publicada por Alma libre este mismo
año ilustra perfectamente la posición del movimiento:
obreros y empleados y campesinos de Santander: Si queremos sintetizar el sentido que se
propone el presente manifiesto, tenemos que manifestar enfáticamente que nuestro fin
fundamental es alejar las masas trabajadoras del tradicionalismo político, y po eso en este o
mejor dicho dentro de este movimiento el conservatismo, el liberalismo, el comunismo y
todos los demás rótulos banderizos no pueden cotizarse, porque ellos nos dividen como
trabajadores para colocarnos en el campo de los odios políticos y servir de instrumentos
manuales de los comerciantes de los tesoros públicos.(…) (1934, Mayo 24).
Esta posición se mantuvo en 1935 en El Renacimiento, periódico que reemplazó a Alma
Libre después de su cierre. La página de fundación del nuevo semanario obrero de El
Socorro, advierte a sus lectores ―No somos electores‖, pero más allá de entender con esto
un periodismo alejado de la política, lo que plantea es una negación de la labor y la actitud
del político ―calculador‖ de ―apetitos desordenados‖ (El Renacimiento, 1935, Ago. 1). De
esta manera se logró cierto grado de independencia de los obreros respecto de sus patronos,
quienes los empezaron a ver como una amenaza al ver quebrantada la legitimidad de su
autoridad.
Con estos elementos que el siglo XX pone sobre la mesa queda sugerida una serie de
contradicciones del liberalismo tradicional santandereano: motivaron el movimiento obrero,
pero lo desacreditaron cuando su autoridad ya no tenía alcance allí, o cuando sus mismos
42
miembros se vieron afectados. Se presentaban como los aliados del progreso, la
modernización, y la inclusión política de la extensa capa de trabajadores urbanos pero
querían mantener relaciones paternales en el trabajo, y sobre todo su prestigio heredado
familiarmente.
En el nudo de esta contradicción, Vargas Osorio defiende la democracia en las últimas
páginas de La familia de la angustia, y a la vez sepulta la masa, que en sus términos es
―más torpe, más ciega, más irredimible que el hombre, impulsada por un indefinible anhelo
mesiánico que la hará aspirar, aún en los países en donde todavía disfruta de una libertad
relativa, a la esclavitud de la dictadura‖ (1990a, 277). Igualmente, se muestra hostil ante la
solemnidad de vieja data del elegante hombre santandereano26
, crítica esta sociedad pulcra
y de ―rígidas costumbres‖ (Vargas Osorio, 1990b, 78), pero escribe un poema a su
antepasado heroico con la nostalgia de los viejos tiempos. Como no es una apología, este
trabajo tampoco es una crítica a la persona misma de Vargas. Simplemente, son estas dos
caras de la moneda las que hacen posible pensarlo como el mismo lo quería, como un
Hombre de carne y hueso, sujeto a las contradicciones y a las incoherencias de la vida
social de la que es un personaje vivo.
Retomando, la sociedad santandereana en el desarrollo del siglo XX pasó de ser la
gloriosa del liberalismo a caer en una profunda decadencia, su declive no se limita al plano
económico ni al aislamiento geográfico, que por lo demás, es contrarrestado por el auge
editorial y ese ánimo de estar siempre vinculado con Bogotá y con los últimos sucesos del
mundo. En esta línea, lo que se quebró en Santander en el tránsito de siglo fueron los
elementos en los que se soportaba el prestigio regional, lo cuales son correspondientes con
la base de la autoridad de la sociedad señorial.
Por una parte, la fragmentación de la hacienda por la herencia o por el empobrecimiento
de las familias, debido a la guerra y a la reducción de las exportaciones de tabaco, quina y
café que prosperaron en el siglo XIX redujeron del poder y el prestigió al perder el soporte
26
En una carta a Juancé (Juan Cristóbal Martínez) publicada en el segundo tomo de Obras escribe que
―Mientras que en Europa se orientan las modas hacia la simplicidad y sencillez, nosotros concurrimos todavía
a los bailes, dentro de una temperatura de treinta grados, con cuello alto, pechera dura y leotina de oro
cruzando el chaleco de etiqueta. El periodismo nacional sigue estas mismas costumbres. Se escribe con un
estilo solemne. En todos los actos públicos y privados de la vida nacional aparece la solemnidad con su ancha
cola de pavo‖ (1990b, 137).
43
visible del don. En segundo término, la imagen héroe militar liberal emparentada con el
ejercicio del código de honor y el abolengo del apellido, perdió vigencia en la vida pública
en donde prevalecieron las relaciones despersonalizadas bajo un orden legal emergente.
Esto último se produjo paralelamente con el crecimiento de la ciudad que posibilitó el
encuentro y participación de diferentes grupos sociales, como también la aparición de la
mujer en el espacio público como el cine, el teatro, las conferencias y las celebraciones
cívicas. Finalmente, la organización de los trabajadores que antes estaban amparados por el
patrón, y que en el transcurso del siglo y en el panorama político de la Republica liberal,
ganarían autonomía respecto a los partidos tradicionales.
Todos estos aspectos fueron afines a la relajación de la forma de autoridad tradicional
que propicio la decadencia de Santander en el siglo XX, y por su puesto atravesaron la
existencia de un personaje como Vargas Osorio. Carlos Martín (1990) escribe, a propósito
de la vida de Vargas Osorio formada en la ciudad de El Socorro, que esta
ciudad no por ilustre menos provinciana, burgo típicamente castellano, donde su infancia
se impregnó del ambiente tradicional, austero, en contendía actitud de rebeldía, alimentada
por leyendas guerreras que culminaron en el alzamiento de los Comuneros. Ciudad que
guarda la leyenda heroica (…) Ciudad que a través de los tiempos no pierde su austera y
cordial fisionomía. Ahí nació, en Vargas Osorio, el anhelo de libertad, el aire ligeramente
melancólico, la inclinación irrevocable por el cultivo de las bellas letras. Allí, halló la
provechosa compañía de libros. Ahí, se impuso la seriedad del hombre, escribió sus
primeros artículos y pronunció sus primeros discursos (5-6)
Es en el espacio social de El Socorro, que no se limita a sus márgenes geográficos, en
donde nace Tomás Vargas Osorio y desde donde va construyendo su análisis de la crisis del
hombre moderno y tal sentimiento de angustia e incertidumbre. Con todo, la emergencia
del pensamiento no se reduce a la asimilación de una crisis europea recibida mediante el
flujo de información de las prósperas publicaciones periódicas de El Socorro, pero tampoco
al evidente derrumbamiento del prestigio santandereano. Estos, son elementos esenciales
para reconstruir la experiencia de vida desde la cual el escritor santandereano narra su
versión de la crisis, que es ante todo su propia crisis y su propia angustia, que lo abarca
como intelectual y como persona, tal y como él mismo lo afirma en La familia:
44
Yo no me formulo esta cuestión como intelectual -como ser que razona- sino como un
hombre cualquiera, como un hombre que siente. Porque el hombre contemporáneo no cree
ya en la filosofía ni en la ciencia y de continuo se pregunta, al ver que no puede evadirse al
círculo de angustia dentro del cual se agita desesperado, para qué sirven la ciencia y la
filosofía. Un hombre que interroga qué hay más allá de la muerte y se le responde que la
materia no muere sino que se transforma, ¿quedará satisfecho? (1990a, 254)
3. LA ACCIÓN, LA NOVEDAD Y LA ELABORACIÓN DE UN REALISMO
RENOVADO
En la obra de Vargas Osorio se traza un sentimiento generalizado de angustia que él
mismo explica a partir de la crisis de las creencias en las que el ser humano se había
apoyado por largo tiempo27
. Entre estas creencias perdidas están, por una parte, la
incredulidad respecto a la visión de mundo que ofrecía la religión católica a sus creyentes, y
la otra, la duda de si el ser humano era comprensible en la clave europea del Progreso y la
Civilización, es decir, en clave de ciencia y razón. De la primera duda, Vargas esbozó el
problema de la muerte y la salvación, y con la segunda duda concibió la necesidad de
comprender el ser humano desde su ―alma humana‖, lo cual lo llevó a pensar el modo de
ser colombiano en la poesía, la literatura y el arte.
Teniendo en mente estos aspectos presentes en El Socorro y en la obra de Vargas
Osorio, cabe preguntarse ¿Por qué este joven escritor pensó de la forma en que lo hizo?
Partiendo del presupuesto de que el pensamiento y las ideas no nacen en el vacío, sino que
se van elaborando a la vez que el individuo se construye en relación con los otros
individuos que lo rodean, forjando así una visión del mundo que es coherente y lógica para
cierto grupo de individuos, comprender la crisis de la creencia y la angustia del hombre
contemporáneo en los términos de Vargas Osorio exige reconstruir tal visión del mundo. De
27
Para ilustrar la relación de la angustia y la crisis, es pertinente citar una frase de La familia: ―La sensación
de soledad que, paradójicamente, se advierte en la vida moderna como su nota espiritual más aguda, se debe a
la crisis de los valores sobre los cuales el hombre descansó por largo tiempo. La quiebra del humanismo, la
disolución del racionalismo filosófico y político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual apoyo,
sin una base en qué sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío, ciego y atormentado‖
(1990a, 245).
45
esta forma, se reconoce que el escritor no era un sujeto aislado, pero tampoco un reflejo que
reproduce una instantánea de su grupo social, sino un individuo que a la vez que
interactuaba con otros individuos, iba forjando una forma de comprender el mundo.
La reconstrucción de tal visión del mundo requiere, por lo menos en la ciudad de El
Socorro de la primera mitad de siglo XX, la comprensión de la esfera religiosa, ya que era
la religión el modo de ver y vivir en el mundo que ofrecía la tradición. Por ello, en este
capítulo se desarrolla la relación que se construye en la literatura de Vargas Osorio entre la
esfera religiosa y la esfera de la literatura, teniendo como base la realidad social de El
Socorro.
3.1 La esfera religiosa: el individuo activo y la orientación a la vida mundana
Yo, muy conmovido, le hacía preguntas a mi tía. ¿Cuánto duraba el infierno? ¿Cuánto se
podía estar allí? Mi tía replicaba, ahuecando la voz solemnemente, que duraba toda la
eternidad. No comprendía bien aquello. Lo que más me mortificaba era pensar que
aquellas pobres gentes desnudas, entre las llamas retorcidas y rojas de la estampa,
padecieran insufribles dolores. (1990b, 17)
En este breve pasaje del cuento ―Infancia‖ (recopilado en la sección de ―Cuentos
Santandereanos‖, de Obras Tomo II) el hombre que recuerda lo aterrador del infierno y lo
incomprensible de los castigos católicos experimenta con angustia el agotamiento de una
creencia religiosa heredada por tradición. La comprensión de la esfera religiosa será
entendida en los términos de Max Weber, quien afirma que la religión, más allá de ser un
sistema de ideas externo que se impone al individuo como normas de un decálogo, es una
visión de mundo racionalizada que brota del fondo mismo de los individuos. Según Weber,
la religión ofrece a sus creyentes una explicación lógica del mundo que da sentido a su
acción, y que tiene implicaciones tanto pragmáticas como psicológicas en los individuos, lo
cual hace de la creencia un modo de conocer el mundo que procura seguridad al individuo.
Bajo esta comprensión, tras la impresión que le causa la religión al personaje de ―Infancia‖,
se funde el declive de una forma particular de ver el mundo que operaba en la ciudad de El
Socorro, y no sólo eso, a la vez se producen ciertas transformaciones tanto en el modo de
vida como en la forma de concebir al ser humano, que llegan a trastocar la seguridad de los
46
individuos. Esta crisis de la creencia religiosa será abordada desde el problema de la muerte
y la idea de la ―salvación‖ en la obra de Vargas. Luego se ampliará la mirada de esta crisis
con la comprensión de una serie de procesos de una sociedad en transformación.
I. La literatura de Vargas Osorio ante la muerte
Los críticos han relacionado la recurrencia del tema de la muerte en la literatura de
Vargas Osorio con una preocupación del autor por enfrentar el fin de sí mismo (Mejía
Duque, 1986, 248), o lo que es lo mismo, una preocupación por trazar el linde o límite que
separa la vida de la muerte (Torres Duque, 1992; 2010). Lo problemático y angustioso que
parece el fin del ciclo de vida en este autor ha sido resaltado por Mejía Duque como una
―obsesión‖ del autor por el transcurrir del tiempo que guarda allí cierto parentesco con las
preocupaciones del hombre moderno. A esta explicación, Torres Duque ha agregado en las
últimas páginas de La poesía como idilio (1992) que la presencia de la muerte, al ofrecerle
la idea de medida al hombre moderno, construye una imagen del destino que se aleja de la
utopía cristiana orientada a un mundo supramundano del ―más allá‖. En este sentido, la idea
del tiempo, la muerte y el destino del hombre en la obra de Vargas cuestiona la ―salvación‖
católica sin marcar una ruptura total con la creencia, pues la visión de mundo de la religión
católica está presente en la literatura de Vargas Osorio y constituye su reflexión de la crisis,
y esto el crítico lo reconoce afirmando la contradicción del autor santandereano: ―A pesar
de su cristianismo unamuniano, trágico, vacilante, pero quizá más arraigado que el otro,
libre de conflictos, la concepción del mundo en la obra de Vargas es esencialmente pagana‖
(1992, 73).
Lo que Torres Duque ha identificado como concepción pagana del mundo en la
literatura de Vargas es el rompimiento con la idea de la ―salvación‖ católica que asegura la
vida en el más allá después de la muerte y que trae consigo un estado de crisis puesto que la
visión del mundo tradicional se vio trastocada. Cuando, en La familia, Vargas Osorio se
cuestiona por la salvación y duda de la eternidad del hombre, afirmando que son estos
elementos las entrañas de la crisis del hombre contemporáneo, asegura la pérdida del
sentido de trascendencia que le había sido heredada a través de la tradición religiosa:
47
A lo que el hombre aspira con todas sus fuerzas y ansias es a salvarse. El sentimiento de su
salvación es lo que lo ha hecho engendrar la historia. Esta no es, en todas las épocas, sino el
trágico esfuerzo por acallar y vencer esa recóndita conciencia de culpabilidad que hay en él
y que durante algunos periodos humanos se recrudece, se hace más concreta y sensible. ¿De
dónde le viene al hombre esta conciencia de culpabilidad? No puede provenirle sino de la
constatación del hecho inmodificable de su fugacidad en el mundo, de su orgullo que se
rebela contra el tránsito efímero sobre la vida. Ni las civilizaciones ni las culturas han
podido desarraigar del hombre de todos los tiempos este terror atávico, que es lo que lo
hace agitarse y moverse en todas direcciones buscando su salvación, que para él no es otra
cosa que dominar el temor de la muerte, inmunizar contra su poder, poder creer, al fin, en
una vida eterna. (1990a, 266)
La conciencia de la perennidad y de ese límite natural al que está sujeto el ser humano,
al comprobar ―el hecho inmodificable de su fugacidad en el mundo‖, y la idea del tiempo
que en palabras de Torres Duque es la ―idea de la medida‖ (1992, 63), contradicen la
tradición en la medida en que se despoja de la utopía religiosa supramundana basada en el
perdón de los pecados y la salvación en la vida eterna. Con ello la visión teleológica del
mundo propia del católico que orienta su vida a un ―más allá‖ se pone un duda, puesto que
ese ―más allá‖ no existe y la muerte es la prueba de su inexistencia.
Sin embargo, el ser humano no puede morir y comprobar así la inexistencia del mundo
más allá pero si lo puede imaginar, y esto lo realiza el poeta en un acto de creación en el
que se anticipa al hecho de su muerte y la recuerda como en ―Regreso de la muerte‖ y ―La
muerte es un país verde‖, donde acaba por igual el mundo imaginado de la muerte con el
mundo concreto:
¿De qué trémula linde
retornó, el corazón maravillado? (―Regreso de la muerte‖ : 2008, 30)
Me parece haber habitado hace mucho tiempo
Este país y esta suave pradera.
Pero ahora soy un hombre con corazón y memoria
Y me acuerdo de todo, entre nieblas, como un desterrado
Recuerda el aire de la patria vagamente (―La muerte es un país verde‖: 2008, 29)
48
Tal anticipación de la propia muerte ya estaba presente en la poesía latinoamericana de
la primera mitad de siglo. César Vallejo, como Vargas, se adelanta al hecho de su muerte
cuando recuerda en un poema el día en que morirá en París en medio de un aguacero28
. La
confluencia no se reduce a una coincidencia de forma, ella aparece en cierto periodo
histórico en el que el declive de la autoridad religiosa en el mundo terrenal era cada vez
más notoria. Con la anticipación de su muerte, Vallejo vuelve sobre su vida, advirtiendo
con ello la revelación de la nada que es la imposibilidad del armónico paraíso de la
salvación católica, que lo hace volcarse sobre la vida mundana siendo la ―única vida
vivida‖ (Gutiérrez Girardot, 2006, 231). Igualmente, con el Regreso de la muerte a Vargas
se le revela el mundo al que ya estaba habituado a vivir, y de esta forma el ―más allá‖ como
mundo eterno y perfectamente armónico en donde se está en comunión con Dios, pierde su
sentido sagrado, y es por esto que en el poema ―Diálogo‖ el escritor pregunta:
¿Y mis deseos?
¿Y mi sangre?
¿Y mi espíritu?
¿Y lo que yo creía eterno?
¡Bah, Volanderas cenizas! (1939)
¡Bah, Volanderas cenizas! Es la expresión despreciativa de Vargas frente a la tradición
que sacraliza un mundo ―más allá‖ que es eterno. En este sentido, el ser humano en la
mirada de Vargas se entiende dentro de un único mundo posible de vivir, tal y como
Vallejo lo menciona con la ―única vida vivida‖. Por esto, la muerte es un linde, un borde
del abismo, o el límite natural de la vida para el hombre, que le revela la finitud de su
propio cuerpo: ―Una tierra seca, / sin nombre acogerá nuestros huesos.‖ (―Voz‖: 2008, 13),
y con ello también le revela que la única vida posible es la vida en el mundo concreto,
sentido y experimentado.
Tal negación del más allá enfrenta la autoridad de la visión de mundo de la religión
católica que pierde su importancia para la vida en un mundo terrenal. Con ello, el individuo
28
La primera estrofa de ―Piedra negra sobre una piedra blanca‖ dice :
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. (citado en: Gutiérrez Girardot, 2006, 204).
49
para Vargas deja a un lado su pasividad católica que alimenta un ―espíritu‖ para un mundo
inexistente, y lo que busca es afirmarse en su mundo terrenal. Cuando Vargas sacraliza el
oficio del ―poeta auténtico‖ en “Iniciación a la poesía de De Greiff‖ (publicado en Huella
junto a otros textos de crítica), lo hace en la medida en que el poeta, al sumergirse en la
angustia de lo que Vargas llama su autovaloración, llega a la afirmación del ―yo existo‖.
Esto quiere decir que el contenido sacro de poeta no se deduce del canto solemne a la patria
o a la religión, ni en el estrambótico uso del lenguaje, sino en el camino reflexivo por el
cual asegura su propia y llana existencia29
.
En este mismo tono, en las últimas páginas de La familia, el autor santandereano
especifica la crisis del hombre contemporáneo en la necesidad de volver sobre el individuo:
―Pero al terminar, formulamos una última creencia: creemos –aún cuando no hayamos de
verlo- en la resurrección del hombre como señor de un mundo armonioso regido por la
verdad y la justicia‖ (1990a, 278). El sentido de la palabra ―salvación‖ a la que recurre
Vargas en La familia, tiene el sabor de lo que Torres Duque denominó su ―concepción
pagana del mundo‖, puesto que tal salvación no es ya una liberación de los pecados, sino
una liberación del orden moral tradicional y de una lógica científica que restringe el
conocimiento del ser humano. Con todo, Vargas no perdió su ―cristianismo unamuniano‖,
que es también socorrano, y este, es expresado en el sentimiento de angustia que abarca al
ser humano cuando éste ve derrumbarse ante sí las bases de su creencia. Por más aterrador
e incomprensible que le parezcan el infierno y los castigos para el pecador católico,
experimenta la tragedia de la pérdida de la trascendencia religiosa como el mejor de los
creyentes.
Las confluencias que se pueden intuir aquí entre Vallejo y Vargas no es una simple
cuestión de casualidad, sobre todo si se recuerda que al igual que, en la angustia de Vargas,
en los ―desgarramientos‖ de la poesía de Vallejo está presente la tensión de la creencia
religiosa en la pérdida de la trascendencia. El declive de la idea de ascendencia religiosa
29
En el ensayo crítico sobre De Greiff Vargas escribe: ――¿y aquí pensé encallar?‖ Pregunta desolada, puerta
dorada del escepticismo que es un permanente buscar ¿qué? Acaso la imagen de uno mismo, siempre fugitiva,
siempre inasible‖. Más adelante afirma, ―El poeta autentico, el poeta genial se encuentra irremediablemente
dentro de dos puntos opuestos de referencia para su autovaloración, para el hallazgo siempre renovado e
insaciado [sic] de ese ―yo existo‖ en que estriba la obra de pensamiento y la obra de arte‖ (Vargas Osorio,
1990, 196)
50
desacralizó la utopía religiosa de la salvación, y al hacerlo, orientó al individuo sobre la
vida concreta. Este rompimiento con la visión de mundo del catolicismo no solo afectó el
modo en que Vargas entendió al ser humano en su ―destino‖ terrenal, sino que también tuvo
implicaciones en la vida práctica. En la literatura de Vargas se construye esta tensión, y
aunque su obra no es un ―reflejo‖ que ilustra la vida social que se vivía en El Socorro, esta
tensión no nace en el vacío sino que se teje en la experiencia de transformaciones sociales
que emergió con los individuos que como Vargas sintieron agotada la autoridad de lo
religioso.
II. Anticlericalismo
Si se vuelve la mirada sobre la vida social de El Socorro, el anticlericalismo profesado
por liberales y la emergencia de un nuevo grupo de trabajadores que se organizaba en El
Socorro de la primera mitad del siglo XX, permiten reconstruir el fondo de la contradicción
que se gestaba en Santander. En principio, el antagonismo político bajo el que se ha
explicado el anticlericalismo, se expresaba claramente contra personas concretas, curas y
párrocos ―politiqueros‖ (El Fiscal, 1917, 12 de diciembre) y en contra de la ―falsa
educación‖ conservadora (El Fiscal, 1917, 26 de abril). Las polémicas entre la prensa
liberal y la conservadora nunca faltaron en la prensa diaria. En 1917 el director de El Fiscal
acusa a la Hojita popular por incumplir las leyes de la prensa al no poner el nombre del
director sino ―el cura de la catedral‖ (1917, marzo 29). Por su parte, la Hojita Popular de El
Socorro, La Hojita Parroquial o El Firmamento de Bucaramanga, acusaron constantemente
a la prensa liberal de ateos y prohibieron su lectura. Con tono irónico El Fiscal publicó la
siguiente nota en 1917 desafiando los dictámenes religiosos sobre la prohibición de la
prensa liberal: ―Suplicamos a nuestros colegas, los periódicos, malos prohibidos con
excomunión mayor, prohibidos bajo pecado grave y de lectura peligrosa nos correspondan
al canje para hacer propaganda de ellos, antes de que a esta tierra de los comuneros se le
entre el fanatismo predicado en la conferencia episcopal.‖ (1917, 15 de marzo).
Estas confrontaciones se limitaban a avivar odios entre las adhesiones políticas que
nacían como antagonismos entre personas concretas o periódicos concretos. Sin embargo,
el cuestionamiento del orden tradicional legitimado por la religión que se nutrió durante
estos años trasciende el plano de la simple rivalidad política. En algunos fragmentos de la
51
prensa, es notable cómo las críticas exceden la referencia concreta para dirigirse en contra
del estatismo de la tradición religiosa y la jerarquía eclesiástica, que, según un artículo de
El Fiscal, mantiene la sumisión de sus fieles y ―corta[n] el vuelo al pensamiento‖30
(1917, 4
de abril).
Aunque la diatriba vuelve finalmente sobre los curas, la resistencia a creer en el
catolicismo es una afirmación que desafía la autoridad de la religión. En este tono, en un
artículo del periódico liberal (El Fiscal) firmado por A. Conde Henao se lee:
Todas las religiones que se dicen verdaderas, y fuera de las cuales no hay salvación, han
salido a detener o entorpecer el paso; y sus pontífices y sus superiores jerárquicos, ayudados
por sus más ardorosos e inconscientes creyentes que con su oscuro y estrecho criterio
quisieran que en cada hogar hubiera un inquisidor, en cada pueblo un verdugo, y en cada
nación un soberano absoluto, sometidos a las decisiones de los superiores eclesiásticos para
exterminar, torturar y atormentar eternamente a los enemigos de dios y de su santa religión
[…] (1917,15 de Febrero)
Al desafiar la autoridad de la religión, se cuestionó la rigidez de las jerarquías
eclesiásticas, la sumisión del creyente a la palabra divina, y sobre todo su carácter
desactualizado, que, como se afirma en el mismo artículo, es opuesto ―a la ciencia de la
libertad y el progreso humanos‖. Con todo, las fuertes críticas a la religión no implico que
tal anticlericalismo promoviera un ateísmo, de hecho la tendencia más general era que los
liberales eran tan creyentes como los conservadores. Incluso, los liberales negaban los
ataques enunciados por la prensa conservadora cuando ella los tildaba de ―enemigos de
Dios‖ o de ―ateos‖31
.
30
En 1917 se publica un poema, firmado por F. Álvarez Henao, que luego de criticar a los curas a los que
llama ―negros fantasmas pervertidos, cubiertos con la mugre y el harapo‖, afirma el lugar de la religión pero
le niega su valor como creencia:
―hermosa fue la religión de Cristo,
y superó a la religión pagana;
pero a creer en ella me resisto.
De vitanda venganza estoy sediento,
porque estos curas con sus almas vanas
quieren cortar el vuelo al pensamiento‖
Álvarez Henao (El Fiscal, 1917, 4 de Abril) 31
Varios artículos de El Fiscal (de la década del 10 hasta los años 30) y de El Liberal (de los años 30),
estuvieron dedicados al problema del clero, la religión y la política. En particular, llama la atención la
52
Sin embargo, la religión tal y como era profesada había perdido credibilidad, y una de
las razones de ello fue el descrédito de la imagen pasiva de los fieles católicos. En El Fiscal
se afirmó que la religión ofrecía un compendio de deberes pero nunca de derechos, pues
mantenía al pueblo en la ignorancia de los ―derechos del hombre por ser este conocimiento
un pecado tan nefando como abominable, y que solo se perdona teniendo al pueblo entre
rodillas para merecer y recibir la santa bendición‖ (1917, 15 de feb). En otra ocasión se
publican en el mismo diario liberal los siguientes versos:
Tomar la cruz para seguir a Cristo
No es llevar el crucifijo sobre el pecho […]
Y no es tampoco, como lo hemos visto,
Al prójimo negarle su derecho,
Vivir en los santuarios en acecho,
Y en todo tiempo hacia el engaño listo (El Fiscal, 1917, Marzo 22)
Estas citas anticlericales indican que la creencia cristiana no era un problema, lo que
aparecía como conflictivo era la forma práctica de la vida defendida por la religión católica,
lo que quiere decir que el anticlericalismo no era una negación de Dios sino la negación del
modo de vida austero y pasivo del catolicismo, que para los anticlericales debía ser
reemplazado por la acción individual que se sostiene en la afirmación de los derechos del
hombre. De esta manera, la negación del mundo y su estado de quietud, sustentado en la
teodicea de redención cristiana, dejó de corresponder con las necesidades de la vida
concreta de las personas. Por lo menos esto es cierto para cierto grupo social de El Socorro,
para quienes el sufrimiento de la vida mundana, del hambre, el frío y la pobreza ya no tenía
el consuelo de ser el camino a la vida eterna, sino que eran un ―obstáculo para la
civilización y el progreso‖ (El Fiscal, 1917, 12 de abril). Con el objeto de preguntarse por
el futuro de Colombia, en un artículo publicado en El Fiscal se sintetiza esta versión del
anticlericalismo afirmando lo siguiente:
La moral se marchita cuando no muere en el corazón del que tiene el estómago vacío […] la
virtud es un mito para aquel que languidece por la inacción y siente el mordisco del frío en
sus carnes desnudas; el presidio es morada regia para el que en escueta choza vive de un
publicación n°. 116 de El fiscal (marzo de 1917), pues sus páginas se dedicaron al debate sobre el tema de la
religión y la política, concluyendo en la defensa del catolicismo liberal ausente de fanatismos.
53
jornal de hambre; la honra y la fama nada valen para el paria, para el proscripto que lucha a
brazo abierto contra la inclemencia de los suelos y contra la tiranía de los hombres; la
civilización y progreso nada significan para el que lleva el alma oscura y el cuerpo envuelto
en harapos, la vida misma nada vale para el desheredado, y por eso, por las pendientes del
suicidio, va descendiendo lenta, segura, pausadamente la enorme legión de vencidos. […]
Así esta Colombia! despoblada, porque con pordioseros y comunidades religiosas no se
levanta un pueblo; humillada, desmembrada y ultrajada por el extranjero, porque el valor de
sus hijos murió en las sacristías, en los conventos y en las escuelas, lugares donde el
colombiano pierde la vergüenza y encallece las rodillas practicando la triste y lamentable
actitud de los esclavos. […] somos un pueblo ignorante y supersticioso que creyéndonos
larvas caídas del cielo, nos asimos al tronco del fanatismo religioso, donde inmóviles y
estáticos pasamos la vida soñando en que somos crisálidas que mañana romperán su saco
para metamorfosearse en ángeles; para creerlo, nos importa poco el desconocimiento
absoluto que tengamos sobre esas mariposas empíreas. Somos un pueblo demasiado
católico, y eso nos basta para tener todas las miserias y todos los vicios; (1917, 12 de
abril)
La importancia de la acción emergió cuando la vida concreta en el mundo terrenal
adquiría un sentido en la vida de las personas. La aparición en la primera mitad del siglo de
grupos sociales en El Socorro como la corriente feminista y las organizaciones obreras que
buscaban transformar sus propias condiciones de vida revelan el peso que adquirió la
acción en la vida práctica. Entre otras cosas, esto posibilitó que la imagen del futuro, antes
limitada a la utopía de salvación en la vida eterna, adoptara una forma material en el mundo
guiada por la utopía del progreso material de su sociedad, idea que en principio parecía ser
la fuente del bienestar y la felicidad.
Visto desde este ángulo, el anticlericalismo más allá de ser una estrategia política para
atacar al partido conservador, era un síntoma de la pérdida de vigencia del orden social
legitimado por la religión, cuya palabra sagrada quedó ensamblada a un mero formalismo,
perdiendo todo contacto con la vida concreta. La incongruencia entre el orden religioso y la
vida práctica experimentada en El Socorro, lejos de ser una particularidad de esta ciudad, es
una característica que se va elaborando a lo largo del siglo XX en las sociedades modernas.
Por ello, no es forzado relacionar la crisis de El Socorro con el diagnóstico sobre la
54
situación europea que describe Karl Mannheim en 1944 (Diagnóstico de nuestro tiempo).
El aire de familia que se intuye, tiene su lugar en un periodo en el que se reconoce un
mundo cuyas regiones están en constante contacto cultural y económico, reforzando la
interdependencia de las sociedades que en estas regiones se constituían.
Volviendo sobre el libro de Mannheim, este sociólogo húngaro afirma que en los
espacios en los que la religión se escindió del mundo concreto, ésta perdió su sentido como
fuente integradora de la sociedad, pues tal separación convirtió la religión en algo
meramente litúrgico que no concernía a la vida práctica de las personas (1946, 139).
Además, siendo la religión en su sentido sociológico una ética económica, ésta provee un
sistema de reglamentación de la vida que configura el marco de referencia y la motivación
de las acciones de los sujetos; por tanto, orienta la vida práctica de los individuos (Weber,
1998).
Tal diagnóstico propone sobre la mesa una sociedad en transformación, en donde
madura la tensión entre el Volk y el orden tradicional y lo moderno con sus nuevas formas
emergente que empiezan a operar en la vida social. A la luz de este marco analítica, se
podría concluir que en cuanto a la esfera de lo religioso, el desvanecimiento de la
correspondencia entre ley y vida material provocó la pérdida de vigencia del modo de vida
católico en El Socorro, convirtiendo la autoridad religiosa en un modelo arcaico que se
sumó a las viejas casonas, ruinas de la organización de la vieja hacienda.
Tal transformación se produjo lentamente, por esto, a pesar de haber sido expresada esta
tensión en la vida misma de los habitantes de El Socorro, las prohibiciones y censuras
provocadas por la moral católica no dejaron de operar en el escenario social de El Socorro.
Inclusive, los ejemplos citados por España Arenas y Palencia Silva evidencian que la
censura logró desarrollar mecanismos legales modernos dado el avance de ciertas
transformaciones en el nivel de las relaciones sociales. Si en 1923 Juan Cristóbal Martínez
recibió personalmente una llamada del párroco, quien le anunció que había sido
excomulgado debido a la publicación de su libro El último pecado, para 1953 Guillermo
Reyes es citado a juicio por la publicación de La ciudad tiene dos caminos, pues atentaba
contra lo que ahora se denominaba ―la moral pública‖, por lo que también fue excomulgado
en San Gil.
55
Estos hechos confirman nuevamente las contradicciones que envolvieron la vida social
de El Socorro de estas décadas, lo cual hace posible que la prohibición moral del
catolicismo permaneciera vigente, mientras que el modo de vida de la ética católica se
presentara en contradicción con las necesidades de la vida práctica. El mismo epígrafe con
que se inició este apartado es bastante ilustrativo de tal conflicto: la explicación teleológica
de la vida permanece en la imaginación de ese niño que le pregunta a su tía por el infierno,
y, sin embargo, no comprende por qué alguien merece tal destino cuando le afirma ―No
comprendía bien aquello. Lo que más me mortificaba era pensar que aquellas pobres gentes
desnudas, entre las llamas retorcidas y rojas de la estampa, padecieran insufribles dolores‖
(17).
Este personaje del cuento ―Infancia‖ es apenas un niño cuando se obsesiona con la idea
de Dios y los castigos infligidos después de la muerte. La idea de la salvación con el perdón
de los pecados, no lo tranquiliza, todo lo contrario le produce miedo y una sensación de
duda que lo lleva a afirmar la inexistencia de Dios y la inutilidad de los rezos. ―–¿No
duermes?, [le preguntan al personaje], –No rezamos esta noche –Le respondí. –¿quieres que
recemos? –volvió a preguntar. Nos arrodillamos juntos en el lecho y rezamos. Pero Dios ya
no estaba allí.‖ (1990b, 24).
Igualmente con la figura de Eugenio Morantes, un pianista que ocupa una habitación en
esa vieja casona de Bogotá convertida en inquilinato que aún conserva en las salas y
salones, en los ganchos de hierro donde colgaban lámparas lujosas y ―en las habitaciones
superiores las ruinas del antiguo esplendor […] [que se resisten] como pueden a las
necesidades y gustos de los nuevos habitantes‖ (1990b, 77), se percibe la vivencia de esta
tensión, que además de componer el espacio de su vivienda configura los conflictos que
tienen efectos en la manera de sentirse en sí mismo.
Cruzó las piernas –lo que hacía muy raramente– porque hay que decir que Eugenio
Morantes había sido educado en un ambiente conservador y religioso, en donde estaba
prohibido terminantemente cruzar las piernas, fumar cigarrillo y otras cosas que suelen
proporcionar insignificantes, pequeñísimos, inadvertidos placeres. Muchas veces había
pensado el señor Morantes al ver cómo alguien cruzaba una pierna sobre la otra con
56
desenvoltura y casi con elegancia: ―ese hombre está seguro de sí mismo. Tiene confianza en
la vida‖ (90)
El conflicto que se identifica en Morantes entre la norma conservadora y religiosa y los
placeres materiales llega afectar la tranquilidad y la seguridad del individuo como lo
sugiere el pasaje citado. Así como Morantes, Silvina32
, una mujer adulta que sólo conocía
la sensualidad del paisaje del campo, luego de comprender el placer sexual al encontrar una
pareja entre los matorrales, reconoció en el placer la vida que además la condujo a
descubrir las marcas del tiempo en su cuerpo.
Para estos personajes la autoridad religiosa se presentaba como aterradora,
incomprensible, inútil o engañosa, puesto que como individuos experimentan el declive de
una forma tradicional de ver pero también de vivir en el mundo terrenal. Con ello
experimentar el placer cotidiano como el de cruzar la pierna, fumarse un cigarrillo, la
satisfacción sexual, o la acción sobre el mundo con el fin de transformarlo renuevan el
conflicto entre tradición y transformación. De esta forma, al igual que los personajes de
Vargas, cierto grupo social de El Socorro, que escribió en contra de la jerarquía
eclesiástica, dejó de ver en el mundo terrenal un mundo teñido por la impureza; todo lo
contrario, la mundanidad para ellos se sacralizó en la medida en que llenó de sentido la
existencia de estos individuos que buscaron actuar sobre el mundo con una utopía terrenal
trazada por el desarrollo de su sociedad.
Ya conociendo las contradicciones de El Socorro durante este periodo, es de esperar que
esta línea de transformación no haya sido un proceso homogéneo. Lo cierto es que en la
reconstrucción analítica de la experiencia social en El Socorro es posible ver que en el seno
de esta ciudad emergieron una serie de tensiones y transformaciones asociadas a la forma
en la que las personas comprendían el mundo que las rodea. Como la forma de comprender
es inseparable de la forma de vivir, la acción despojada de la lógica religiosa, situó sus
consecuencias en el ámbito de la vida concreta, la cual era regulada por la ley y no por la
justicia divina.
III. Crítica y planificación
32
Del cuento ―Entre los pastos‖ publicado en Revista de las Indias un año después de su muerte en 1942.
57
Siguiendo lo dicho por Mannheim, en las sociedades del siglo XX que atravesaron por
este proceso en el que el mundo terrenal adquiere importancia, la predicción de las
consecuencias más inmediatas de la acción fue una exigencia social, pues sobre la base de
las consecuencias, y no de las intenciones (ética de convicción kantiana), se evalúa la
acción individual (1946, 153). Así, para el individuo del siglo XX orientado a la vida
práctica, el futuro de su sociedad depende de su acción misma, con lo cual el ser humano es
un conductor del futuro de su sociedad.
La esfera de la literatura no quedó ausente de este giro, por esto, durante este periodo la
reducida crítica literaria que se hizo en Colombia se vio en la tarea de planificar el curso
que seguirían las letras. Aunque, el estado de la crítica de la década del 20 a la del 50 no es
muy favorable, ya que, a juicio de algunos intelectuales de la época como Rafael Maya,
Hernando Tellez, Baldomero Sanín Cano, Jorge Zalamea, se la considera casi inexistente
en el panorama de las letras colombianas (Jiménez Panesso,1992), las características que se
pueden encontrar en la reducida crítica resultan ser iluminadoras con respecto a ciertos
detalles ya delineados de este periodo. Por una parte, las causas de los problemas de la
crítica en Colombia son diagnosticadas desde distintos ángulos por los intelectuales de la
época. Para ilustrar esto, vale la pena citar un fragmento sintético que escribe Jiménez
Panesso de la posición de los intelectuales:
Para Rafael Maya, los problemas de la crítica son básicamente doctrinarios. Para Sanín
Cano, pedagógicos. Para Téllez y para Zalamea, son sociales. Téllez los ve anclados en el
subdesarrollo, Zalamea en el desarrollo capitalista. Maya intenta religar otra vez la crítica a
un sistema de verdades ―solidas‖, trascendentes, que le den piso más allá de las veleidades
del momento histórico. Sanín Cano quisiera verla asentada en un humanismo terreno, de
amplitud universal. (195)
La opinión de Téllez expone la contrariedad del periodo entre tradición y
transformación, planteando la necesidad de una crítica neutral. Jiménez Panesso explica
que según Téllez la inexistencia de la literatura como una institución mantenía el mundo de
la literatura bajo el régimen de las relaciones sentimentales del salón, esto perjudicó la
crítica en la medida en que se volvió un problema que afectaba las relaciones sociales de
los intelectuales del salón (195). Por esta razón, Téllez mismo llega a ubicar la crítica como
58
una empresa de la razón que debe despojarse de toda relación sentimental que mantenía
estancado el desarrollo de la crítica literaria.
En cuanto a Vargas Osorio, se puede decir que su crítica literaria33
se basó en una
―empresa de la razón‖, puesto que así como elogió a León de Greiff no dejó de afirmar la
necesidad de superar la novela social (―La novela colombiana en lo que va corrido del siglo
actual‖) o, la de ubicar a Guillermo Valencia en un época cultural que ya había concluido
(―Guillermo Valencia ante la crítica‖). Más aún, la noción que Vargas tenía de la crítica se
puede acercar a la que años más tarde, Jorge Gaitán Durán enunciaba cuando afirmaba que
―[…] nuestro oficio es comprender o intentar comprender el encadenamiento de la historia,
deberemos explicar sin reposo y afrontar la tragedia de las sociedades capitalistas de
nuestros siglo‖ (citado por Jiménez Panesso, 196).
Como crítico literario, Vargas comprendía las obras literarias dentro de una época
cultural que se caracteriza por una ―manera de ver propia, es decir, [con] su propio sistema
de valoración y estimación‖ (1990a, 291); fuera de esta particular manera de ver, no es
comprensible para Vargas la obra de Guillermo Valencia. Con todo, ubicar las obras dentro
de su propia lógica no le impide a la crítica, según la mirada de Vargas, evaluar ―el
significado que ella pueda tener dentro de la cultura y mida su proyección en el tiempo y en
el espacio‖ (1990a, 291).
Bajo tal comprensión del oficio crítico, la crítica literaria también está orientada al
desarrollo de la misma creación literaria, y en este sentido Vargas busca en la crítica una
evaluación y guía, es decir, una forma de planificación de la literatura. En ―Iniciación a la
poesía de de Greiff‖, y especialmente en ―La novela colombiana en lo que va corrido del
siglo actual‖, el crítico recorre analíticamente las obras literarias para usarlas como
materiales que guíen la superación de estas en el desarrollo de la literatura colombiana. En
33
Aunque, por ahora no se conoce ningún texto de Vargas que estudie la crítica en Colombia, sus textos de
crítica publicados en ―El Tiempo‖, en ―Revista de Indias‖ y en una sección de ―Huella en el Barro‖, permiten
intuir la noción que este escritor tenía de la crítica literaria. Para el caso del presente estudio las anotaciones
que se harán en torno a la crítica literaria del autor santandereano tendrán como objetivo concluir el giro que
se dio en la forma de ver el mundo en cuanto a las tensiones que emergieron en la esfera religiosa. Sin
embargo, es claro que este aspecto poco trabajo del escritor santandereano y rescatado por Baldomero Sanín
Cano en ―Actualidades de la poesía colombiana‖ (1978, 366), merece un estudio con mayor detenimiento.
59
cuanto a la poesía, busca orientar al poeta hacia la ―genialidad‖, que es la búsqueda
reflexiva de ―formas más puras y eternas‖, lo cual permite un equilibrio de la seducción de
la retórica engañosa (1990a, 120). Por otra parte, orienta al novelista a plantearse el
―conflicto con la naturaleza exterior y la suya propia‖, y escribir la ―novela bárbara‖
(1990b, 181).
Es de esperar que Vargas Osorio no fuera el único en usar la crítica en su versión
planificadora. En 1936 Fernando Alegría, poeta y crítico chileno, escribió en Revista
Atenea un artículo en el que daba a la crítica el lugar de guía futura para la producción
literaria, afirmando que en ―Tiempos como los nuestros, en que críticos y comentaristas
juegan un rol de tanta importancia como los propios creadores de arte, nos están indicando
el carácter de nuestra ubicación social‖, y luego escribe que la tendencia actual de la
literatura de plantearse el problema del paisaje ―no viene a ser sino la base movilizable de
toda una producción literaria que ha necesitado de las visiones primeras de la crítica para
sustentarse en su desplazamiento futuro‖ (64). En este mismo tono, Gaitán Durán escribe
en 1959: ―Nunca habíamos tenido tan grande oportunidad de operar eficazmente en nuestro
país‖ (citado por Jiménez Panesso, 196).
Con esto, es claro que el declive de la visión de mundo de la religión católica sacralizó el
mundo terrenal y con ello situó a los individuos en la tarea activa que los comprometía con
el desarrollo de su sociedad, lo cual significó para Vargas Osorio el desarrollo de la
literatura colombiana. En este sentido, la importancia que tuvo la elaboración de una crítica
literaria neutral para la generación de intelectuales de los años 20 y 30, emergió debido al
lugar que adquirió la literatura y las artes cuando se cuestionaron los soportes de la
existencia dado el agotamiento de la religión, del Progreso, de p mayúscula, y de la ciencia.
Para comprender tal importancia en la comprensión que Vargas tenía de la literatura y su
relación con el mundo, antes es necesario reconstruir ciertos aspectos y problemas que
estaban presentes en la tradición literaria colombiana que el autor santandereano conoció.
En lo que sigue del capítulo se explicarán estos elementos que emergían en la tradición
literaria colombiana, y su enlace con las tensiones de la creencia religiosa.
3.2 La esfera literaria: El realismo renovado
60
I. La novedad
Con el Modernismo, la literatura finaliza el siglo XIX en todo el mundo occidental.
Técnicamente el término con el que se designó este periodo en las artes y las letras, quiere
hacer referencia a lo nuevo, lo que rompe los esquemas de la tradición e inaugura la
novedad. La ruptura como una sensación de agotamiento de los viejos modelos explicativos
fue transversal a toda expresión modernista en el mundo occidental, y por supuesto la
intelectualidad latinoamericana no fue la excepción. En esta latitud el deseo de ruptura del
Modernismo estuvo trazado por la esperanza en la transformación. Así intelectuales como
José Enrique Rodó con el Ariel, José Martí con Nuestra América, o La raza cósmica de
José Vasconcelos, despojados de los formalismos teóricos del siglo XIX, pensaron el siglo
XX como el siglo del desarrollo de la cultura de América Latina.
Esta corriente de ideas, que unió la ruptura con la utopía fue la guía para los intelectuales
latinoamericanos de todo el siglo XX. Como Devés Valdés (2000) lo afirma, constituyeron
la base para pensar América Latina tanto en las épocas orientadas a la modernización como
las orientadas a la identidad. De esta manera, los intelectuales colombianos de los años 20
animados por tal ―espíritu de renovación‖ y ruptura del modernismo, poco a poco
reemplazaron ese ―espíritu de moderación y timidez‖ que menciona Silvio Villegas (citado
por Arias, 2007, 129) y que, según Gutiérrez Girardot fue la característica más notable de
los intelectuales colombianos de las primeras décadas del XX.
Es cierto que el movimiento de las Vanguardias latinoamericanas de los años 20, tuvo
en reducido desarrollo en Colombia tanto en la incapaz ―rebeldía de los Nuevos‖ (Gutiérrez
Girardot, 1982, 495) como en la dificultad de las artes plásticas, por extender la creación
como ―inspiración intima‖ sobre esa veneración academicista del neocostumbrismo hispano
(Medina, 2014, 341). A pesar de ello, en Colombia la utopía de la transformación con la
renovación fue un sentimiento que se extendió más allá de las adhesiones políticas. Por más
retrógrados que nos parezcan hoy los ―Leopardos‖, Ricardo Arias demuestra que para los
años veinte su conservadurismo era tan renovador como el de los liberales de ―Los
Nuevos‖. Es bastante ilustrativa la declaración que hace Eliseo Arango, uno de los
leopardos, cuando afirma que ―lo que nos animó a unirnos en grupo fue el prejuicio, muy
difundido en la universidad, de que las ideas conservadoras eran atrasadas, mandadas a
61
recoger. Queríamos, entonces, darle una fisionomía intelectual al partido conservador
presentándolo como amigo del progreso, de la cultura, de la civilización‖ (citado por Arias,
114).
Ni Luis Tejada y León de Greiff en la renovación de la poesía, ni Pedro Nel Gómez y los
demás jóvenes de la exposición de arte de 1924, son casos aislados de la vida social
colombiana y por esto, a la vez que fueron la fiel figura del intelectual pedante de una
sociedad aristocrática, constituyeron con los mismos materiales que les ofrecía esta
sociedad, su propia contradicción en términos artísticos. Sin embargo, no fue simplemente
una cuestión de estrategia y voluntad de ruptura lo que llevó a ciertas transformaciones
formales y conceptuales en la literatura y el arte, tras esa intención de querer ―cambiar‖ el
curso de la literatura y las artes buscando con ello la utopía de la cultura propiamente
latinoamericana, se encuentra ese giro en la forma de concebir el mundo.
Además de concebirse como individuos de acción que pueden planificar el curso de las
letras y las artes, la conciencia del fluir del tiempo se orientó por la idea de la ―actualidad‖,
lo que significó estar continuamente al borde de lo nuevo. Mannheim explica que esta
conciencia de la actualidad en el pensamiento de la primera mitad del siglo XX deviene de
la preservación de ciertos elementos de la idea de progreso del positivismo del siglo XIX,
sin embargo, estos intelectuales ya no concebían un desarrollo teleológico puesto que la
novedad se planteó en la reinterpretación del pasado apelando a ―la intuición y a la
imaginación creadora‖ (Mannheim, 167).
En una corta descripción de su generación, Vargas Osorio narra esta correlación
espontánea entre la nueva generación de intelectuales colombianos y la conciencia de la
actualidad que se experimentaba en la ―vida nacional‖, de esto dice:
Repentinamente el tiempo se había hecho sensible en la vida nacional, que antes, hasta
pocos días antes, fuera un estuario pálido y quieto. Y con esta conciencia del tiempo nuevo
apareció, por fin la historia nueva. […] Muchachos de 20 años, fascinados por lo que, de
manera confusa, presentían en la perspectiva del tiempo nuevo. (―Una Generación‖: 1990b,
231)
62
Asistir a la quietud aplastante de algunos pueblos de Santander (narrados en las
―Descripciones de paisajes‖, en Huellas) no le impidió a Vargas vivir en carne propia,
como uno de sus personajes, ―el naufragio de las cosas arrojadas por la turbia marea de las
horas y de los minutos […]‖, experimentando como cronista la ―más íntima entraña de
comedia y tragedia de la vida contemporánea […]‖ (1990b, 149)34
.
II. Búsqueda del modo de ser latinoamericano
En América Latina, esta búsqueda de la ruptura y la renovación estética se produjo en
contrapunto con la búsqueda de la realidad social, que identificaba la especificidad de la
cultura propiamente latinoamericana. Es decir que, a la vez que estos intelectuales se
afanaron por situarse a la vanguardia de las formas estéticas universales, queriendo superar
esa imagen de ―atraso‖ y ―provincianismo‖ con la que se había pensado el arte
latinoamericano, se plantearon el problema de la identidad y con esto, buscaron definir el
carácter nacional y la forma de ser específica del hombre latinoamericano.
En este sentido, los primeros cuarenta años del siglo XX, periodo que Devés Valdés ha
caracterizado como un periodo identitario35
(2000), no se reduce a un énfasis en la
identidad puesto que preguntarse por lo autóctono para estos intelectuales significó, por una
parte, la reivindicación de lo social entendiendo por esto ―[…] el problema del campesino,
del indio, del interior, de la sierra‖ (97), y por otra, el problema del desarrollo de las artes y
34
El párrafo completo de una nota sobre el periodismo dice: ―En las redacciones de los diarios, playas donde
los teléfonos y las máquinas de escribir recogen el naufragio de las cosas arrojadas por la turbia marea de las
horas y de los minutos, la existencia del periodista está dividida siempre por un máximo denominador que es
la emoción. En vano querrá evadirse a la garra del suceso. No hay nadie, ni siquiera el médico, que esté tan
vinculado a la más íntima entraña de comedia y de tragedia de la vida contemporánea como el cronista que en
cinco minutos tiene que urdir un reportaje sobre la caída de un gabinete o sobre el suicidio de una modistilla‖.
(1990b, 149) 35
Devés Valdés plantea en su libro, ―El pensamiento latinoamericano en el siglo XX entre la modernización y
la identidad‖ (2000) que la historia del pensamiento latinoamericano ha oscilado entre dos ejes que han
orientado, en diferentes periodos el conocimiento sobre esta región. Estos ejes son el afán modernizador y la
reivindicación de la identidad. El primero identifica aquellos periodos en los que los países más avanzados en
términos de productividad y eficiencia, y de desarrollo científico y tecnológico, se han ajustado como modelo
para los países latinoamericanos, con lo cual el pensamiento latinoamericano ha girado en torno a la
modernización. El segundo, se refiere a los periodos en los que se ha hecho énfasis en la reivindicación de una
cultura propia, económicamente independiente y con un destino autónomo. Como el mismo Valdés lo explica,
estas dos tendencias son una guía para entender el desarrollo del pensamiento latinoamericano en el siglo XX,
más no son tendencias estrictas, lo cual quiere decir que un periodo modernizador también se plantea
problemas de la tendencia identitaria.
63
la letras latinoamericanas, el cual era evaluada en términos de semejanzas o diferencias
teniendo como punto de referencia a Europa.
Es así como los intelectuales de este periodo, al tomarse a sí mismos como objetos del
pensamiento y de la renovación, se introducen en el nudo de la tensión entre localismo y
universalismo. Ésta orientación hacia la identidad y la definición de una cultura autóctona,
no fue un aspecto al que desembocó el pensamiento latinoamericano por sí mismo. Como
lo insinúa brevemente R-H Moreno-Durán, lo que sucedía del otro lado del océano tuvo
efectos que encaminaron en cierto sentido los problemas del pensamiento latinoamericano
de las primeras décadas del XX. El autor colombiano afirma en su recuento histórico sobre
la literatura latinoamericana:
Sabido es que Europa dio por sentada desde siempre su universalidad. El hombre por
excelencia era europeo. Todas las pretensiones que no estuvieran signadas por el marco de
esta cultura debían acceder a su universalidad o perecer. Sin embargo, las crisis del
racionalismo –el existencialismo y el historicismo, entre otras- pusieron en evidencia los
supuestos y errores de una cultura que usufructuó siempre los privilegios de ser a la vez
única e integral, excluyente y totalitaria. Con esta profunda fisura en el pensamiento
moderno se acentuó la preocupación de América Latina por la definición de su modo de ser,
de su expresión, de su identidad ante el mundo. (2002, 49)
A partir de la anterior anotación, se complejiza la tensión entre lo local y lo universal ya
que, que en el proceso de conocimiento, ni la cultura europea, ni la latinoamericana es
perfectamente autónoma. Si bien la cultura europea no tuvo el efecto de ―influencia‖ en el
pensamiento latinoamericano, como idea si tuvo un efecto orientador de las preguntas que
se empezaron a hacer estos intelectuales en torno al conocimiento de sí mismos. Lo que se
quiere hacer notar, es que la imagen o la idea de Europa y de la cultura europea que tenían
los intelectuales latinoamericanos, actuó como punto de referencia y de comparación más
no como punto de llegada, con lo cual es un elemento más que suscita y alimenta
reflexiones que ya estaban plantadas, o como diría Unamuno ya flotaban en el ambiente36
de los latinoamericanos.
36
Esta referencia de Miguel de Unamuno se encuentra en el ensayo ―Pirandello y yo‖ en donde el escritor
propone la pregunta por las confluencias que se producen en la literatura. La cita completa dice: ―Es un
64
Tal efecto orientador se hace evidente en la reformulación del modo en el que se
comprende el ser humano vista a través de la ―indagación por cuenta propia‖ propuesta por
los artistas de la exposición de Bogotá de 1924, una de las pocas exposiciones
vanguardistas en la Colombia de los años veinte según Medina (341), y en el conflicto
interior de los personajes construidos en La vorágine, novela inaugural en la literatura
colombiana debido a la forma en la que problematiza la relación del ser latinoamericano y
el paisaje. Desde estos dos ángulos, el arte y la literatura, se advierte la inconformidad que
hace explícita Vargas Osorio frente al modo en que la cultura occidental ha querido
explicar al ser humano, cuando señala que a pesar de los desarrollos en medicina, química,
y las demás ciencias, el ser humano es aún un ser desconocido para él mismo:
Sostiene Carrel, que nada sabemos del hombre. A medida que han ido progresando
prodigiosamente las ciencias de la materia inerte -la física, la química, la mecánica- no se
ha dado un solo paso en las ciencias de la vida. La ciencia y la filosofía han seguido el
mismo camino, separándose del hombre, sustituyéndolo por medio de representaciones
relativas y accidentales que cambian y se transforman constantemente. (1990a, 256)
Las ciencias que habían liderado el conocimiento de lo humano en el siglo XIX
aparecían a los ojos de Vargas y los intelectuales de la época, como sistemas abstractos que
rodeaban al individuo pero no lo entendían en su sentido total de hombre de carne y hueso.
Tales sistemas totales perdieron fuerza cuando resultaron ser esquemas que forzaban la vida
misma para ser explicada bajo sus términos, y no era específicamente porque la ―mágica‖
realidad latinoamericana no fuera aprehensible por medio de la razón, tal y como lo creía
Germán Arciniegas37
, sino porque en el esfuerzo de explicar la vida social científicamente y
de manera holística bajo ciertas categorías, se había dejado de lado la vida humana misma.
Así lo expone Nieto Arteta cuando afirma que ―El sistema destruye la vida, la hace
esquemática, la aniquila. Es como una férrea camisa de fuerza aplicada imperiosamente a la
realidad‖ (citado por Cataño, 2013, 172). Por su parte Vargas Osorio en la misma dirección
fenómeno curioso y que se ha dado muchas veces en la historia de la literatura, del arte, de la ciencia o de la
filosofía, el que dos espíritus, sin conocerse ni conocer sus sendas obras, sin ponerse en relación el uno con el
otro, hayan perseguido un mismo camino y hayan tramado análogas concepciones o llegado a los mismos
resultados. Diríase que es algo que flota en el ambiente. O mejor, algo que late en las profundidades de la
historia y que busca quien lo revele.” (Unamuno, 2012, 290) 37
Esta es la impresión que deja Arciniegas en ―La cita de las magias‖ en El continente de los siete colores
publicado en Editorial Sudamericana de 1965.
65
afirma en La familia de la angustia que ―La quiebra del humanismo, la disolución del
racionalismo filosófico y político, dejaron al hombre moderno sin un punto de espiritual
apoyo, sin una base en qué sustentar la razón íntima de su existencia, girando en el vacío,
ciego y atormentado‖ (1990a, 245).
Frente a la rigidez teórica del Positivismo del XIX, estos intelectuales reaccionaron por
medio del ensayo y la reflexión. Nieto Arteta escribía en una carta en 1938 a Samuel de
Sola Roncallo, que quería huir de toda sistematización y comprender los hechos
sencillamente, sin ideas preconcebidas, ―(…) sin la torturante camisa de fuerza del sistema‖
(citado por Cataño, 2013, 171), y Vargas afirmaba el necesario retorno de los ―próceres del
espíritu‖ respondiendo a esta dificultad del cientificismo por explicar la existencia humana
más allá del proceso natural de la materia (Vargas, 1990, pág. 245). Teniendo esto en
mente, no es una simple cuestión de casualidad que los dos intelectuales además de
desarrollar su pensamiento en la forma de ensayo, también hayan sido poetas.
Diez años atrás esta inconformidad ya causaba efectos, y fueron la literatura y el arte de
ruptura de los años veinte los formatos que sustituyeron a la ciencia para hablar, de lo que
Curcio Altamar designa como lo ―entrañablemente humano‖. Con ello, el crítico
colombiano caracterizó las obras literarias que propusieron un camino hacía la experiencia
interior de los personajes, eludiendo ―[…] los vahos ensoñadores utilizados por el
costumbrismo romántico así como los devaneos de la literatura pura al uso de los
modernistas‖ (213). En esta misma dirección corría el arte de ruptura. La consigna de los
jóvenes artistas de la exposición de 1924 realizada en Bogotá, es la fiel expresión de la
importancia que adquirió la interioridad humana. En el discurso de inauguración de la
exposición dictado por Arciniegas, éste celebra la rebeldía de estos artistas, que al huir de
las academias encontraron la libertad que dio sinceridad a sus obras, pues ―Era preciso
obrar de acuerdo con las propias vibraciones, era preciso ser sinceros.‖, luego afirma que en
las academias clásicas no hay sinceridad, ―porque el clásico no pone a nivel sus
concepciones con su propia alma, sino con la opinión o con la teoría de otro, con algo que
está afuera de la conciencia personal‖ (Citado por Medina, 2000, 341).
A pesar del fracaso de las vanguardias artísticas durante estos años, lo expuesto por
Arciniegas en el discurso sugiere que para cierto grupo de intelectuales y artistas, el
66
individuo como experiencia interior fue objeto inspirador del arte, y no sólo eso, este arte
producido de acuerdo a sus ―propias vibraciones‖ se asumió como lo verdadero, y por esto
―real‖: no es un ―recorte de arte para que meditéis, sino un recorte de vida‖, afirmaba
Arciniegas (Citado por Medina, 2000, 342).
Tal idea de la creación artística, coincidió con el proyecto cultural e identitario que había
nacido a partir de las rupturas que formuló el Modernismo respecto al sistema teleológico y
empirista del positivismo. Sin embargo, distanciándose por igual de la corriente modernista,
estos intelectuales buscan acabar con todo idealismo para acercarse, mediante la literatura,
a la realidad social y a la vida tal como es. De esto se sigue que, si el ser humano no era
reducible a un sistema preconcebido, su futuro desarrollo estaría marcado por una esencia
propia, o un espíritu propio que lo identificaría como ser latinoamericano, pero esta
autenticidad sólo era comprensible en la vida misma latinoamericana, que no era sólo un
cuadro de costumbres sino una especificidad interior, un modo de sentirse y ser en relación
al paisaje. En esta lógica, ni el empirismo positivista ni el espíritu idealista daban
soluciones a estos intelectuales, de manera que pusieron la mirada sobre lo
―entrañablemente humano‖, y desconocido por el mismo hombre, entendiendo por esto
aquello ―espiritual‖ que, en el flujo de la vida diferenciaba al europeo del latinoamericano,
y que motivaría a estos intelectuales a pensar la cultura y el ser nacional en la interpretación
de la realidad social.
Con estos elementos en juego, la literatura colombiana, a partir de la novela terrígena de
los años veinte, escrita con un nuevo tipo de realismo, desarrolló la tensión experimentada
psicológicamente por el ser humano con el paisaje latinoamericano. Respecto a esto, Curcio
Altamar afirma que la novela terrígena fue el primer logró de la búsqueda de una
autoexpresión americana en la medida en que ésta se despojó de todo romanticismo e
idealismo, lo que le permitió situar su mirada en la vida concreta de los personajes en
donde se reconstruyó el conflicto con el paisaje típicamente latinoamericano y consigo
mismos como seres humanos.
Con la reconstrucción de estos dos conflictos que involucran al ser humano y al paisaje
en comunión se quiso comprender el modo de ser latinoamericano desde la vida misma:
para Arturo Cova la selva no es un telón de fondo, ni es visible en su totalidad, en ―La
67
Vorágine‖ (1924) la selva es narrada según la medida de la experiencia psicológica del
personaje que la vive. Es por esta razón, que Curcio Altamar afirma que
No envuelve despropósito alguno suponer en esta penetración onírica y subconsciente de la
selva, y en el animismo poético, un intento –preconcebido o no- de alcanzar, más allá de las
apariencias, un mundo selvático superreal, reflejado en las zonas oscuras y profundas de la
conciencia ilógica. (181-82).
Se resaltó a propósito la palabra superreal, pues en ella se condensa el nuevo sentido
que adquirió de la relación paisaje y ser latinoamericano. Si el realismo costumbrista que
detallaba un paisaje y unos personajes exóticos fue afín a las corrientes filosóficas del siglo
XIX, el superrealismo con la que el crítico caracteriza este tipo de realismo de la novela
terrígena, será correspondiente con los nuevos problemas que se plantearon alrededor de la
interioridad humana, la vida concreta y el ser nacional.
Siguiendo esto, el paisaje exótico que había sido la manifestación de lo auténticamente
latinoamericano tanto en las crónicas de indias, las expediciones botánicas, los relatos de
viajeros y en el realismo costumbrista del siglo XIX, permaneció en el superrealismo. Con
todo, obras como ―La Vorágine‖ se evidencia como la novela terrígena renovó el
tratamiento literario de la relación ser y paisaje de forma tal que el escenario de la
naturaleza invadió a los personajes situándolos en el conflicto humano que en esencia
expresa la ―tragedia americana‖ (Curcio Altamar, 176). A partir de esto ―La Vorágine‖ fue
una ruptura en la narrativa hispanoamericana, pues además de ser una novedad en su forma
superrealista, sembró el camino para comprender el modo de ser latinoamericano, y lo hizo
mediante la reformulación de elementos que marcaban una pauta en la tradición literaria
latinoamericana. De esta forma, los críticos y escritores de este periodo dirigieron su
atención al tratamiento del paisaje, que como Mario Llerena (1949) lo afirma, fue la
herramienta que permitió la independencia de las ―influencias‖ europeas puesto que al unir
el aspecto humano y geográfico abrió camino a la producción de personajes propiamente
americanos.
Vargas fue un intelectual comprometido en todo sentido con la búsqueda del ser
nacional. Este joven liberal participó de la efervescencia política que inició la República
68
Liberal, incluso se adhirió al escuadrón de ―Galanteadores de la muerte‖, nombre con el
que se autodefinieron grupo de jóvenes nacionalistas e intelectuales que se propusieron
como voluntarios dispuestos a recibir instrucción militar para la guerra con Perú38. Por otra
parte, perteneció al grupo de poetas de ―Piedra y cielo‖, que mostraron un especial interés
por recuperar la tradición de poesía nacional enlazada a la poesía hispana. En un artículo de
―El tiempo‖ titulado ―Jorge Rojas y el piedracielismo‖ (1950, 2 de septiembre), José
Hurtado García escribe que los piedracielistas volvieron sobre la generación española del
98, a la vez que admiraron a Rafael Pombo, José Eusebio Caro, Porfirio Barba Jacob y a
Gregorio Gutiérrez González. Asimismo, Carlos Martín señala que la poesía
latinoamericana de Cesar Vallejo, Vicente Huidobro, Carlos Pellicer, Pablo Neruda,
Gabriela Mistral entre otros poetas, también coincidió en las lecturas de los piedracielistas,
y continúa diciendo:
Así nos despertamos a la nueva conciencia americana de autodefinición y de anhelo por
conocer y definir la tierra y su habitante. Conciencia que constituye nuestro gran hallazgo,
el descubrimiento de la inmensa cantera de materiales autóctonos, efectuado por primera
vez, en forma colectiva, después de algunos pasos perdidos, en tal sentido, dentro de la
evolución lírica de la patria. (1993, 97)
38
Esta anécdota se puede corroborar en las páginas del diario bogotano ―El tiempo‖ (1932, 18 de Septiembre),
donde se lee: ―Un numeroso grupo de jóvenes intelectuales residentes en Bogotá, acaba de constituir un
pelotón de voluntarios bajo el nombre "Galanteadores de la muerte" con el objeto de solicitar del ministerio
de la guerra se proceda a darle instrucción militar para marchar aceleradamente hacia las fronteras
amazónicas. El pelotón está compuesto por las siguientes plazas: Falminio Lombana Villlegas, […] Tomas
Vargas Osorio, Jorge Ramírez, Luis Enrique Cabrera, Darío Samper, Miguel Serrano, Leopoldo Gil Jaramillo
[…] Eduardo Zalamea Borda […].Hoy a las tres de la tarde, se organizara el pelotón por escuadrones en el
parque Santander, de donde desfilara hacia el ministerio de la guerra a poner en manos del ministro la
solicitud de instrucción y armamento adecuado para sus ejercicios. Allí permanecerán hasta que su solicitud
les sea sustanciada. Según nos lo manifestó un núcleo numeroso de sus miembros, el pelotón ha designado
como madrinas de guerra a las señoritas Lucia Olaya Londoño, Leonor Camargo Patiño y señora Gloria
Rodríguez de Echeverri Cortés. Estas distinguidísimas damas estregaran al Galanteadores de la muerte el
pabellón nacional que ha de acompañar al cuerpo."
69
(Imagen tomada de El Tiempo: 1964, 26 de Octubre)
Vargas no ignoró la importancia de La vorágine en la literatura hispanoamericana, y
coincidió con los demás intelectuales en afirmar que ―Por primera vez vemos aparecer al
hombre –―de carne y hueso‖- en La vorágine‖ (Vargas Osorio, 1990b, 180), en íntima
relación con el paisaje pero también con su propia naturaleza humana, incomprensible
dentro de los estrechos esquemas racionales y lógicos. Junto a esto, también admitió que
tales conflictos, con el paisaje y consigo mismos, eran temas imprescindibles de la novela
colombiana, ya que son estos los problemas del hombre americano y de la cultura
americana, la cual está en proceso de modelación según el escritor santandereano. En esta
línea, escribe Vargas Osorio:
Por mucho tiempo, la novela colombiana no podrá conocer otro ámbito, ni otro conflicto,
que los anteriores. Es el nuestro un mundo elemental en que las fuerzas no han encontrado
todavía su caz, su cauce, su lecho. Elementales la flor y el alma. No podría ser la nuestra
una novela proustiana, morosa, de lentos matices, de internas y musicales modulaciones que
circulan como una sangre vaga a través de innumerables páginas; ni podría ser tampoco una
70
novela huxleiana, eminentemente cerebral, fina, sutil como un binomio algebraico. Tiene
que ser necesariamente una novela de conflicto cósmico en que entren en juego fuerzas
primordiales, caóticas y confusas, sentimiento y pasiones que no han sido todavía domados
por la cultura. No hay que olvidar que el hombre americano se encuentra en su primer día.
Yo abogo por una novela bárbara (1990b, 181).
Esta comprensión del paisaje no sólo orientó la obra de crítica de Vargas, también marcó
la pauta de su narración literaria. Torres Duque y Mejía Duque, ya habían señalado la
presencia indudable de este tema en la obra de Vargas Osorio. El primero señala que la
relación ser y paisaje configuró la reflexión sobre la cultura, encontrando una especial
atención de Vargas por la cultura y el ser santandereana39
. En cuanto a Mejía Duque, éste
expone cómo la comprensión del lazo conflictivo entre ser y paisaje construye la
descripción narrativa sin escindir la acción de los personajes de su entorno. De esta forma
el paisaje en la obra de Vargas se va formando en la narración a medida que se elaboran las
sensaciones más humanas, permitiéndole al lector seguir la desolación de La aldea negra,
en donde ―Todos los días el agua subía un poco. Por las noches los hombres y las mujeres
de la aldea la oían rugir como una bestia hambrienta‖ (Vargas Osorio, 1990, 53); o la
incomodidad de un trabajador con paludismo que espera su muerte en un día soleado del
campamento para la construcción del ferrocarril, ―Las horas eran largas, y por entre las
rendijas de las tablas se podía ver el sol, un sol que penetraba en todas partes ardiéndolo
todo (…) El día era interminable, el día de fuego abrasador y terrible‖(1990, 71).
Por último, cabe mencionar el proyecto de Geografías literarias que realizó Vargas en
compañía de Eduardo Carranza, y que fue publicado en diferentes entregas de la Revista de
las Indias en 1941. En esta serie, varios escritores elaboraron descripciones del paisaje de
las diferentes regiones colombianas, planteando un contrapunto entre el paisaje y los
hombres y mujeres que lo habitan, tal y como Vargas lo hizo en sus cuentos. Basta citar un
ejemplo más que se encuentra en el cuento ―Riel‖ de Vidas menores:
―El tren descendía a buena marcha, despedazando el paisaje, cortándolo en dos, como hace
un río. (…) De debajo de la tierra honda, venían vahos cálidos que encendían las mejillas y
39
En esta misma línea se desarrolla la tesis de grado de Francis Elena Goenaga, ―El hombre y el paisaje en
Vargas Osorio‖ (1989), quien concluye que en el problema del paisaje Vargas busca entender al hombre
contemporáneo, con lo cual ofrece un cuadro interpretativo de la cultura contemporáneo.
71
engrosaban un poco los dedos de las manos. (…) El Magdalena estaba cercano. Esto se
conocía en la mayor estatura de los hombres y de los árboles que sostenían en troncos
robustos cubiertos de polvillo dorado sus cabezotas bamboleantes. Los hombres eran
delgado, cerreros, de caderas enjutas. Había para estar tranquilo. Los hombres deben ser
delgados y fibrosos, con los rostros poblados por barba oscura y abundante. Se iban todas
las filosofías sobre el hombre, en presencia del hombre. Felix apostaría a que ningún
filosofo ha visto nunca a un hombre‖ (Vargas Osorio, 1990, 58-59)
3.3 Una conclusión provisional y una nueva pregunta
En la vida social de El Socorro se experimentada una tensión entre tradición y
transformación que se vio expresada en el seno de la experiencia humana con el giro de un
modo de vida pasivo y orientado por fines religiosos, hacía un modo de vida activo y
orientado a la realización práctica. En el fondo de esta transformación se expuso el declive
de la creencia en la ―salvación‖ y el mundo armónico ―más allá‖ del terrenal que también
cuestiono el destino o la utopía religiosa de la ascendencia y redención. El ser humano que
vivió como participante y no como reflejo esta transformación, la experimentó en su
tensión y conflicto.
Vargas como ser humano se sumó a estos participantes del conflicto, y como intelectual
reflexionó sobre tal tensión. En el esfuerzo por pensar en los términos en que Vargas pensó,
es decir, desde su visión de mundo, la comprensión del sentimiento de angustia emergió con
el declive de la utopía religiosa que Vargas construyó desde la literatura con la noción de
linde que le permite anticipar su muerte. Con un individuo limitado y efímero, tal individuo
bajo del paraíso religioso y se situó como hombre de carne y hueso en el mundo terrenal, y
con la ausencia de un ―alma‖ pura, este hombre de carne y hueso fue un ser desconocido
para el mismo ser humano.
En un camino paralelo, la literatura latinoamericana se había preguntando desde el
costumbrismo por la definición particular del ser humano latinoamericano marcando una
importancia en la especificidad del paisaje, y en la década del veinte la ―novela terrígena‖
había trazado una nueva marcha en la definición de tal humano abriendo la grieta de lo
interior, que era la misma abertura que exponía los conflictos del ―hombre con el hombre‖.
Vargas leyó este proceso que seguía la literatura colombiana bajo la nota de una pregunta
72
existencial que venía de la decadencia de la creencia religiosa. En este sentido la
sacralización del mundo terrenal que también sacralizó el placer de lo mundano, dejó al ser
humano sin su ―alma sagrada‖ pero lo volcó sobre un ―espíritu‖ que se entendió en la
compleja relación del hombre y el paisaje que venía tratando la literatura. De esta forma, la
angustia religiosa que había abierto una grieta en Vargas se entrelazó con el proceso de la
literatura, siendo está última el vehículo que el escritor encontró para ahondar en el
conocimiento del hombre de carne y hueso.
En medio de este proceso, que llevó a darle un lugar sagrado a la literatura como fuente
de respuestas existenciales, fueron recibidos por los escritores y lectores colombianos los
personajes de una notable profundidad psicológica creados por las novelas de Dostoievski,
la exaltación del hombre de Nietzsche, la definición existencial del hombre de carne y
hueso de Unamuno, y otros más escritores europeos que, como Bergson, Spengler y Ortega
y Gasset, confrontaron la razón occidental y el positivismo, planteando la decadencia de
occidente que inclinó la balanza hacía lo cultural y aquellos aspectos irracionales del ser
humano. La familia y otros textos de crítica escritos por Vargas Osorio están escritos
―sobre los hombros‖ de los autores que trataron la decadencia europea, no sólo por la
constante referencia a estos nombres en sus libros, sino porque la formulación de la crisis y
el modo en que Vargas intuye el futuro de América Latina contiene la idea de la
decadencia.
Hasta ahora el texto ha ignorando el carácter universal y la presencia del Decadentismo
europeo que conforman la definición de la crisis del hombre contemporáneo. Su
importancia es innegable, pues además de permitir una comprensión abarcadora de la obra
del autor, permite entender la tensión permanente en el pensamiento latinoamericano entre
lo ―local‖ y lo ―universal‖, planteando así el problema de la ―influencia‖, la copia o el
―pensamiento dependiente‖.
73
4. LA CRISIS Y EL EFECTO ORIENTADOR DEL DECADENTISMO
EUROPEO
Este capítulo busca explicar la emergencia del diagnóstico de crisis del escritor
santandereano con base en los elementos de la realidad social y la tradición literaria que
estaban en juego en el periodo en el que vivió Tomás Vargas Osorio. Una breve mirada
sobre textos como el libro La familia de la angustia, el ensayo ―Nietzsche y Marx‖,
publicado en Huella, y el conjunto de reflexiones sobre la literatura europea, demuestra que
en la formulación de la crisis del hombre contemporáneo enunciada por Vargas Osorio
habían claras pretensiones universales, que excedían el campo particular del escenario
latinoamericano. Con ello, se plantean la necesidad de abordar la manera en que el escritor
santandereano hace una recepción de la literatura decadentista, y el efecto orientador que tal
lectura causo en las cavilaciones de Vargas. La pregunta que guiará la lectura se puede
resumir en ¿cómo las ideas decadentistas, o más aún, la idea que Vargas Osorio tiene de la
realidad y la cultura europeas de entreguerras, orientó sus reflexiones y el planteamiento de
la crisis del hombre contemporáneo?
4.1 Pretensiones universales de un intelectual marginal
Los escritos de Sören Kierkegaard, André Gide, Paul Verlein, Fiódor Dostoievski,
Miguel de Unamuno, Gabriele D’Annunzio, Friedrich Nietzsche, e incluso Aldous Huxley
y el médico Alexis Carrell, fueron lecturas de primera mano del escritor santandereano
Tomas Vargas Osorio. Sus ensayos que trazan una reflexión acerca del hombre y la
sociedad moderna, llevan el sello de esta corriente antiracionalista y antilógica, a la que él
mismo llamó ―la familia de la angustia‖. A pesar de las enormes diferencias que pueden
encontrarse entre algunos de ellos, el tema transversal a estos autores fue la afirmación de
la decadencia de los valores de la civilización europea que los llevó a replantearse tanto la
figura de la ciencia como base del progreso humano y la armonía social, como la imagen
del individuo civil que es capaz de controlar sus pasiones.
Tales lecturas tuvieron un efecto orientador en las reflexiones de Vargas, alimentando
así la comprensión de la crisis que, según el escritor, se desencadenaba, afectando no sólo
en el hombre americano, sino también en el hombre contemporáneo occidental. Tal y como
74
lo hicieron los intelectuales de su generación, el escritor santandereano escribe sus obras en
la tensión entre localismo y universalismo ya que, a la vez que se cuestiona por el modo de
ser latinoamericano, sus ensayos están escritos con la pretensión de definir las condiciones
universales para el hombre de la época.
El diagnóstico de crisis general de Vargas Osorio emerge en un ambiente intelectual
preocupado por la producción de una ―cultura propia‖40
, junto a ello, en el fondo de la vida
nacional de la década de los años 30 se está produciendo un sentimiento nacionalista que
tendrá su esplendor después de los años 40 en todos los países latinoamericanos. Vargas
Osorio se refiere a esta ―cultura propia‖ como una ―Cultura de barro‖, y planteando el
problema de la formación de una identidad latinoamericana que brota de diferentes raíces
escribe:
La cultura rudimentaria del indio, hacia la cual se vuelven algunos ojos, no puede ser la
nuestra, porque no la hemos creado nosotros y en verdad estamos tan distantes de ella como
lo estamos realmente de la cultura occidental. Esa es la tragedia espiritual del americano.
[…] el americano no cree. No puede creer en el sol, en esa conmovedora mitología de
museo del indio, ni puede creer tampoco de modo sincero, profundo, radical, en esa otra
mitología que constituyen los ―valores‖ de la cultura europea que aparenta aceptar pero que
desde lo íntimo de su ser repugna. (―Cultura de Barro‖: 1990a, 226)
Más allá de las críticas que hoy se le puedan hacer en cuanto a su comprensión de lo
indígena, lo que nos interesa hacer notar es que en la pregunta por lo americano ni lo
indígena ni lo europeo responden a esa especificidad americana. Con ello, la tragedia
americana se resume en que no puede creer en ninguna de las dos culturas ya que ―está
equidistante de las dos culturas entre las cuales le ha tocado nacer y existir‖ (226). Con esta
definición que realiza Vargas Osorio de ―lo americano‖, el formato universal en el que el
autor expone la crisis contemporánea exige desechar toda concepción que lo juzgue de
europeizante o dependiente.
40
Los ensayos de crítica sobre la literatura nacional, las descripciones del paisaje nacional, la definición de
una ―novela bárbara‖ como novela americana y su preocupación por la modelación de lo que él llamo una
―cultura de barro‖ (ensayo que hace parte del libro Huella), son ejemplos que comprueban tal orientación
hacia una cultura propia.
75
Otro camino para explicar esta pretensión de universalidad es el que propone Gutiérrez
Girardot (1983) al evaluar en su contexto cultural e histórico el modernismo
latinoamericano de fin de siglo. El crítico colombiano explica, en un libro que lleva el título
de esta corriente, que el Modernismo instaló a la literatura latinoamericana en el panorama
universal de las letras, constituyendo el punto sobre el cual se apoyaron escritores europeos
para realizar su obra. Con esta apertura universal, que según el autor es surcada por el
proceso de homogeneización del capitalismo y la desmitificación del mundo debido al
avance de la secularización, las especificidades evidentes de las metrópolis
latinoamericanas, ―oscuramente originales‖, usando las palabras que cita de José Luis
Romero (citado en Gutiérrez Girardot, 22), contradijeron la idea de que estas metrópolis
eran mediocres imitaciones europeas. Aún más, Gutiérrez Girardot explica que con el
Modernismo se esbozó la existencia de un ―espíritu latinoamericano‖ que no sólo era
diferente al europeo sino que también lo igualaba en complejidad y contenido. Sobre esta
base se tuvo la pretensión, como en la Raza Cósmica de José Vasconcelos, de constituir la
síntesis novedosa y por tanto, superadora de la ―vieja‖ cultura europea.
En este sentido, el Modernismo forjó un puente que permitió pensar tanto lo universal
como lo propio, ya que no negó las raíces europeas, y con el indigenismo y la
―mestizofilia‖, como la llama Déves Valdés (109), tampoco negó las raíces indígenas.
Como hijos del modernismo, para la generación de intelectuales colombianos de la década
del 30, el vuelco que se realizó sobre la interpretación de la realidad y la cultura nacional,
no implicaba una escisión total con el desarrollo del pensamiento occidental. Incluso no es
absurdo decir que su nacionalismo partía de una concepción universal del desarrollo de la
vida humana, por lo tanto no resultaba contradictorio citar a René Maunier para llegar al
nativismo, tal y como lo hizo Arciniegas, o entablar una crítica a la filosofía del derecho
alemana para entender el origen de la norma allá y en Colombia como lo hizo Nieto Arteta,
o sobre la base de una disertación acerca de la crisis del humanismo renacentista y la
decadencia de los valores europeos, comprender la posición existencial en la que se
encuentra el colombiano del cuarenta, como lo hizo Vargas Osorio.
Por otra parte, pasando al plano de la vida social, una mirada sobre la prensa y las
revistas que circulaban en El Socorro de la primera mitad del siglo XX confirma que el
76
histórico poblado santandereano, a pesar de estar atado desde muchos flancos al siglo XIX,
permanecía al tanto de las noticias y las ideas que circulaban en todo el continente
americano y del otro lado del Atlántico. De modo que es comprensible la naturalidad con la
que Vargas Osorio reconstruía la historia de la civilización europea, opinaba sobre André
Gide, Senancour, Leopardi y otros más, y sin ningún obstáculo explicaba la disputa entre
Nietzsche y Marx, disputa que, según el santandereano, había formulado la contradicción
que enfrentaban los seres humanos del siglo XX.
A partir de lo anterior, es plausible concluir que el escritor santandereano se sentía tan
igual al europeo como diferente de éste: tan igual como para evaluar su experiencia
histórica y su cultura, y tan diferente como para saber que el desarrollo futuro americano no
se dibuja en clave europea. ―Teoría y sentimiento de lo colombiano‖ es el ejemplo que
mejor ilustra esta posición desde la que pensaba el santandereano; allí, escribe que ―Hay un
gran engaño óptico al juzgar a Colombia desde sus más grandes ciudades‖, pues las
ciudades colombianas, según Vargas, ya están de algún modo ―fuera de lo nacional íntimo
y auténtico […] porque estas ciudades nuestras podrían ser trasladadas a cualquier parte sin
que fuertes rasgos distintivos las diferenciaran de las ciudades del mundo […]‖ (1990b,
185). En el corto pasaje es claro que tal ―complejo de inferioridad‖ con el que Gutiérrez
Girardot caracteriza a los intelectuales latinoamericanos cuando se relacionan con Europa41
no opera en Vargas Osorio, no sólo porque el escritor iguala las ciudades colombianas a las
del mundo, y conciba la idea de una particular ―alma nacional‖, también porque su
nacionalismo no ignora la filosofía, la historia y la experiencia europeas.
Los ensayos de Vargas pueden ser acusados de carecer de precisión histórica y no están
exentos de errores que para un conocedor de la filosofía moderna serían imperdonables; sin
embargo, estos detalles no son el centro de interés del presente trabajo ya que estas
imprecisiones y errores no le impidieron hacer una reflexión sobre lo que este escritor
latinoamericano concebía como la crisis de su época, y es precisamente este último punto el
que se quiere llegar a comprender. Con esta claridad, su lectura de la filosofía, la historia y
41
Ver por ejemplo: Gutiérrez Girardot, R. (1985) El problema de una periodización en la historia literaria
latinoamericana En Pizarro, A (coord.) La literatura latinoamericana como proceso. Buenos Aires: Centro
editor de América Latina.
77
la literatura europea constituyen un interés en tanto que son herramientas de las que Vargas
Osorio se vale para pensar y evaluar el mundo que lo rodeaba.
4.2 Europa “vieja” y América superreal en formación
A finales del siglo XIX en el mundo occidental tuvo resonancia la idea de que Europa
era el continente viejo, con una cultura ―senil‖, ―anticuada‖, ―moribunda‖ y ―decadente‖
(Arthur Herman, 1998, 53). Por el contrario, América era el continente de la novedad y de
la juventud, que se encaminaba a su esplendor. Herman explica que la idea de decadencia
de la cultura europea en su sentido de ocaso y caída provenía de la idea del ―Progreso‖ y la
―Civilización‖, es decir, de la misma idea que antes le permitió concebirse como la cultura
superior y más ―avanzada‖ que otras culturas inferiores y ―atrasadas‖. Esto sucedió puesto
que la sociedad, al igual que todo organismo, después de llegar al equilibrio armónico de su
maduración, descendería a su decadencia, de modo que si en el siglo XIX se asistía al
último estadio del desarrollo social, el estadio científico, lo que vendría luego era la
declinación de la cultura.
En medio de tal pesimismo en gestación nació una corriente que desde las artes y las
letras se opuso a la idea del progreso y la civilización resumida en la triada verdad, belleza
y bondad. Con visos de romanticismo, elogiaron el pasado pre-moderno y volvieron sobre
la magia y el misticismo, acabaron con la racionalidad y la simetría para refugiarse en los
sentimientos, las pasiones y los instintos. La hermandad revolucionaria de los artistas
prerrafaelistas de mitad del siglo XIX expresó tal descontento en sus pinturas retratando los
excesos de amor de William Shakespeare o la ―primitiva fe‖ de escenas religiosas que
obviaron las convenciones para retratar a los personajes bíblicos con un sentido más
humano42
.
No pasó mucho tiempo para que los conocidos ―poetas malditos‖ también expresaran su
descontento frente a la idea de la civilización desde la poesía, género que aún guardaba el
aura de solemnidad destinado a los espíritus más elevados. Estos poetas franceses
injuriaron la belleza, elogiaron la carroña y la podredumbre de París, la perversión humana
42
Acerca de este tema: Gombrich, E. (2008) ―Revolución permanente: el siglo XX‖. En La historia del arte
(págs. 499-533) Nueva York: Phaidon.
78
y la maldad, se opusieron a toda institución y convencionalismo, y con ello desafiaron la
Academia de las Letras Francesas. A partir de este movimiento, la idea de la decadencia
configuró un movimiento artístico que se llamó el decadentismo, y siguiendo lo dicho por
Laura Uscátegui (2012), con el ocaso elevado a arte le atribuyeron a la décadence un (175).
De esta forma, el juicio negativo que asediaba la noción de decadencia y que provenía del
Progreso quedó anulado, el ser humano ya no caminaba en dirección a su perfección y esto
no paralizó la creación artística.
La constitución de la noción de decadencia como un estilo artístico, según lo dicho por
Uzcátegui, envolvió una nueva noción de arte que lo separó de la idea de la civilización con
el lema del l’art pour l’art. Tal lema escindió el arte de la belleza y la armonía de la
naturaleza y el orden natural, situándose en contra de la literatura como mimesis de lo real
vigente en los naturalistas y realistas; además, rompió el esquema de una literatura escrita
para el lector. En este sentido es ilustrativa la posición de Charles Baudelaire (escritor
inspirador del decadentismo) cuando rechaza la literatura de folletín escrita para divertir al
lector, ya que para él el escritor escribe con la inspiración de sí mismo y por esto escribe
con la agonía y el hastío que le produce la sociedad. Con ello, el lector más que adorarlo,
debe experimentar la misma sensación de asco del poeta.
Lo que sigue después del decadentismo en el siglo XX exige entender las rupturas de los
decadentistas. Tal y como lo explica Arthur Herman, tanto el superhombre de Nietzsche,
las novela moderna europea, como el psicoanálisis de Freud, tienen su raíz en la idea de la
decadencia del siglo XIX43
. El estallido de la Primera Guerra Mundial que en pocos años
concluiría en regímenes totalitarios que abrirían paso a una Segunda Guerra, tampoco son
hechos ajenos a este pesimismo europeo de fin de siglo. Por otra parte, las letras americanas
no obviaron la decadencia, el dandismo aristocrático de De sobremesa de José Asunción
43
Herman, incluso, llega a trazar la relación entre la crisis decadentista del XIX y el completo desencanto de
los años 80 que dio nacimiento a las corrientes postmodernas y posestructuralistas actuales. Para el presente,
trabajo el amplio rango histórico de Herman resulta ser bastante interesante, ya que los especialistas en la obra
Vargas Osorio han relacionado el sentimiento de angustia y crisis con las ―deconstrucciones‖ y la crisis de la
modernidad de la segunda mitad del siglo XX. De lo anterior no se concluye que Vargas Osorio sea un
posestructuralista (Torres Duque, 73). Como se ha querido mostrar, sus características como escritor y
pensador tiene lugar en los problemas del pensamiento latinoamericano de la primera mitad del siglo XX. Sin
embargo, lo que tal relación advierte es la importancia de estos primeros años del siglo XX para la
comprensión de la crisis y el nuevo desencanto frente a la modernidad que nacería a finales del siglo pasado,
y que aún hoy, mantiene su vigencia.
79
Silva en Bogotá o su mismo poema de El mal de siglo son una muestra de este paralelo que
se vivía en los dos continentes. Ya entrado el siglo XX en la obra de Tomás Vargas Osorio
sea hace evidente su simpatía con el Decadentismo europeo. Las numerosas citas de autores
de esta corriente son índice de ello, y aún más, en sus reflexiones se percibe el influjo de
esta corriente que alimenta su concepción del ser humano ―a espaldas de la ciencia‖ y su
comprensión de la crisis. En La familia de la angustia Vargas se refiere al estado que se
vive en su época de esta forma:
La anarquía espiritual, mental y ética en que se encuentra actualmente el hombre -y que
tiene en la historia contemporánea su más sensible y exacto reflejo- proviene precisamente
de su divorcio de los valores del humanismo. No encontrando en ellos respuesta a sus
preguntas, no hallando en él la verdad, su propia verdad, se ha replegado sobre lo que siente
que hay más verdadero en sí mismo, es decir, sobre sus instintos y pasiones primarias. La
razón, la fidelidad, el amor, la voluntad, la tolerancia -dice Ramón Fernández- no tiene ya
fuerzas coercitivas sobre el hombre. (1990a, 258)
Vargas compartía con los decadentistas la negación del molde racional bajo el que se
había explicado al ser humano y sobre esta base plantea una cultura contemporánea en
crisis, ya que el individuo ha perdido el soporte sobre el cual sostenerse, y -usando una de
sus metáforas- ha quedado cara a cara frente al abismo. El pasado y la tradición son figuras
angustiosas, pues estos son la fotografía de los restos de ideas abstractas y de sistemas
explicativos rígidos y vacíos de realidad. De esta forma, ni la fe católica, ni la razón, ni la
ciencia responden las preguntas del sentido de la existencia y la vida humana, es por esto
que el ser humano se ha replegado sobre sus instintos y pasiones, volviendo sobre lo
primitivo que persiste en el hombre contemporáneo y que contradice la idea de la
civilización.
La angustia del hombre contemporáneo, y la de Vargas mismo como voz de este, tiene
su raíz en el esfuerzo por virar la orientación del pensamiento en dirección a ―nuevos
horizontes humanos‖ que le permitan al ser humano afirmar su propia existencia porque, en
palabras de Vargas, ―El hombre contemporáneo no cree ya en la filosofía ni en la ciencia y
de continuo se pregunta, al ver que no puede evadirse al círculo de angustia dentro del cual
se agita desesperado, para qué sirven la ciencia y la filosofía‖ (La familia: 1990a, 254). La
80
necesidad de volver sobre lo humano más allá de la ciencia y la razón es una tarea
inaplazable para el individuo del siglo XX. Este hombre contemporáneo de Vargas Osorio,
no tiene de dónde aferrarse para explicar el sentido de su existencia porque se encuentra en
pleno desconocimiento de lo que él mismo es.
La creación poética en la lógica de Vargas parte de esta necesidad del hombre
contemporáneo de afirmar su existencia, y para esto investiga en el misterio del sí mismo,
en lo que es parte de la incertidumbre y lo desconocido. En este camino Vargas explica que
el poeta moderno cae en la angustia porque lo que existe, lo dado y lo conocido no basta,
―los valores no son suficientes y a veces ni la vida misma […]‖ (―Iniciación a la poesía de
León de Greiff‖: 1990a, 196). Pero el poeta no utiliza la ―razón‖, ni la ―lógica‖, ni la
creencia religiosa, se sitúa en contra de la ciencia y de la técnica y por esto se despoja de la
artificialidad de la retórica, rompiendo con ello el lazo que lo une a la tradición de la
poesía. De esta forma, el poeta queda al borde del abismo de lo que no se conoce. Entonces
el poeta debe dudar y, como los profetas y sacerdotes, se enfrenta a lo desconocido
ejerciendo un ―oficio divino‖. Esto hace del poeta moderno un ―hombre de las cavernas, un
anticivilizado en la manera de percibir el mundo y comprenderlo‖ tal y como lo dice
Vargas Osorio en ―Naturaleza y dirección de la poesía «moderna»‖ (1990a, 183).
La locución ―pienso, luego existo‖ con la que Descartes afirmó la existencia individual
en el siglo XVII, para el poeta moderno es entonces un enunciado vacío y errado que no le
dice nada de sí mismo. Una aserción más cercana a Vargas diría: ―sufro, siento, vivo, luego
existo‖. Situándose en contraste con el padre del racionalismo y sujetándose a la familia de
la angustia, Vargas escribió
Karamasov no dice como Descartes: ―pienso, luego existo‖. No. ¡Y qué iba a decirlo! La
idea, la razón, la lógica, no son la vida. Karamazov no llegó a la conciencia plena y
maravillosa de su existir por el puente falso de la lógica, ni del conocimiento científico, ni
de las matemáticas, sino por los mismos caminos misteriosos de la vida, llenos de meandros
sombríos, de acantilados, de contradicciones abismales. ―pienso, luego existo‖ es un
silogismo estúpido. (…) ¡Existo! Y nada más. (1990a, 269).
Sin la filosofía, sin la ciencia y sin la religión, Vargas busca en la sacralización del
oficio del poeta una base en que sustentar la existencia: ―[…] la poesía es pues
81
primordialmente, un oficio divino‖ (1990, 184). Este lugar sagrado que ocupa la literatura
para Vargas nos devuelve a la idea del l’art pour l’art del Decadentismo, puesto que con
este lema el eje de la inspiración pasó al escritor mismo en su experiencia vital
despojándose de los convencionalismos de la moral y el deber ser. De esta forma, el
Decadentismo alimentó la idea de la creación como inspiración del ―alma humana‖ y, en
este sentido, fue la literatura y no la religión ese refugio que permitió forjar el sentido de la
existencia humana. Respecto a este aspecto, Gutiérrez Girardot (1997) anota que los poetas
piedracielistas –y aquí, Vargas es indesligable del grupo de 1939- marcan un antes y un
después en la historia de la poesía colombiana, ya que al enfrentarse y retar la poesía
solemne y retórica de Guillermo Valencia construyeron el camino que haría posible una
poesía por la poesía, o un arte por el arte.
Hay que decir además, que lo particularmente latinoamericano del influjo decadentista
en la poesía de Vargas Osorio y en el Piedracielismo colombiano se comprende en la
afinidad que se construyó en el santandereano entre la idea de la inspiración vital del
escritor y la orientación hacía la búsqueda del modo de ser latinoamericano que motivó la
recuperación de la tradición de poesía nacional y de la española que llevaron a cabo los
piedracielistas. De esta forma, escribir con la inspiración del ―alma humana‖ significó para
Vargas Osorio expresar el alma nacional en el conflicto del hombre latinoamericano
consigo mismo y con el paisaje, de ahí que una de sus preocupaciones puntuales fuera la
definición de la geografía literaria santandereana, en donde se comprende el paisaje a la vez
que el ser santandereano, tal y como lo explica Torres Duque (2010).
En esta lógica, el decadentismo surtió un efecto orientador que se amplió hacía la
dirección de lo nacional en Vargas Osorio sin que la literatura perdiera su lugar sacralizado.
Con ello el novelista colombiano busca en el conflicto del hombre con el paisaje y del
hombre con el hombre, el modo de ser colombiano o argentino, ya que la razón, la
medicina, la química y la física no le han bastado para conocer eso particular de sí mismo
que construye la diferencia cultural entre el latinoamericano y el europeo, pero también
entre el colombiano y el peruano. En la obra de Vargas la búsqueda del modo de ser
latinoamericano (un elemento recurrente en la tradición literaria colombiana y
latinoamericana) está enlazada con el desprecio decadentista por la ciencia y la razón, que
82
forjó un camino para pensar la realidad latinoamericana con tintes de novedad y dio
apertura a la nueva verosimilitud del ―superrealismo‖. Y así la poesía y la literatura ―de
espaldas a la ciencia‖ son un camino que para Vargas devuelve al ser humano el sentido de
su existencia, no sólo para el latinoamericano sino también para Unamuno, Gide, Valéry,
Mallarmé y los otros escritores contemporáneos que compartieron con Vargas el
sentimiento de la angustia.
En la vida de Vargas Osorio confluyó el declive de la creencia religiosa que se vivió en
el modo de vida del socorrano, el fracaso de la idea del ―progreso‖ y la ―civilización‖ que
motivó la esperanza de una nueva cultura americana en formación, y por último la
orientación del decadentismo a explorar lo ―entrañablemente humano‖ en lo que se
comprendió lo irracional, lo primitivo, los sentimientos y las pasiones. En este cruce de
caminos el escritor santandereano observa desde El Socorro una Europa en guerra que
viene de un profundo pesimismo frente al futuro, en contraste con una América en la que
avanzaba la industrialización, el crecimiento de las ciudades y de la población, y que viene
de la convicción de ser una cultura en formación, por lo tanto es optimista frente al futuro.
Con estos aspectos en juego el decadentismo europeo se reconfigura bajo la mirada del
escritor santandereano, quien lee la historia y la experiencia europea en clave de una
preocupación por el futuro nacional.
4.3 Un problema nacional: ¿“civilización mecánica” o desarrollo espiritual?
Mientras las noticias de guerra que llegaban a los periódicos socorranos desde el otro
lado del Atlántico expresaban el derrumbe del Progreso de Europa, en Colombia se vivía un
periodo más pacífico que confluyó con el avance de un proceso de transformación tanto en
las condiciones materiales de vida como en las relaciones sociales. El Socorro de la década
del 10 que Vargas conoció en sus primeros años de vida era casi irreconocible treinta años
después, cuando los carros, los buses públicos y las avionetas habían reemplazado los
caballos y las mulas de carga. Para la época en la que Vargas dirigió El Liberal¸ en 1933, el
declive de la hacienda y del heroico liberalismo santandereano ya se hacía notar, de manera
que los apellidos hispanos que revestían de honor a las familias quedaban reducidos a mitos
del pasado.
83
Vargas reflexionó sobre la experiencia de estas trasformaciones y advirtió la rapidez que
regía la sociedad moderna en una nota sobre los periodistas, se sintió más conmovido por
observar el paisaje desde un tren que en los versos de Virgilio44
, y en las ―Notas sobre el
Obermann‖ afirmó la imposibilidad de comprender la naturaleza con tal romanticismo
como lo hacía Senancour. Sobre el periodista dijo que estaba más expuesto a la crisis
contemporánea, y de los viajes en tren y el paisaje expresó la nostalgia de no poder
sorprenderse ante nada y encontrar entre la naturaleza y el hombre el obstáculo del ―invento
mecánico‖ (1990b, 178). En estos comentarios acerca de la vida contemporánea Vargas
Osorio se mueve entre el pesimismo y el optimismo frente a la transformación. Esta doble
cara que expresa la lectura del autor santandereano pone sobre la mesa la dificultad y la
duda que emergen al evaluar el ―progreso‖ o desarrollo de la modernización en la sociedad
colombiana.
―¡Si tuviera un sistema cerrado como Kant!‖ (1990a, 163), si el desarrollo material
asegurara la felicidad y el desarrollo del espíritu a través de las artes, si la química hubiera
encontrado el elixir de la vida, o si por lo menos pudiera creer sin dificultades en la
salvación cristiana, el hombre contemporáneo no se ahogaría en la duda y en la angustia de
no creer en nada. Entre las notas recopiladas en Obras tomo II en la sección de ―Bitácora‖
se lee:
Lo mejor es quedarse en casa. Ver amanecer todos los días desde la misma ventana.
Destruir los ferrocarriles, los barcos y aviones. Así el mundo volvería a recobrar su antiguo
prestigio de cosa lejana y desconocida, y el hombre podría tener nuevamente el anhelo de
los ferrocarriles, de los barcos y de los aviones, para ir a descubrirlos. (1990b, 142)
Con este mismo tono, en La familia afirma:
Quiérase o no, el hombre necesita descansar sobre ciertos dogmas. Su felicidad depende de
la fuerza con que se aferre a una creencia cualquiera. Bien que crea en la belleza y en la
divinidad del mundo ―en sí‖ como pagano, o que crea en la inmortalidad del alma como
cristiano, el hombre es feliz -o ha sido feliz- mientras tuvo estas creencias. Pero la razón lo
divorció de ellas. Al dogma pagano de la belleza del mundo, de su unidad y simplicidad, la
44
Vargas Osorio escribe en una nota sobre un texto de Julio Camba que reflexiona sobre el turismo
contemporáneo: ―Jamás he podido leer una estrofa de Virgilio hasta el fin, y en cambio me siento
perfectamente instalado en un tren, a ochenta kilómetros por hora‖ (1990b, 141)
84
razón opuso la concepción científica del universo; al dogma cristiano de la inmortalidad del
alma, la razón opuso la tesis (ya profundamente revaluada -¡hasta eso!- por la química y la
biología modernas), de la inmortalidad de la materia. No puede el hombre reposar dichosa y
confinadamente sobre tales postulados. (1990a, 257-58)
Pero no es así, el hombre contemporáneo no encontrará en la tradición o en el pasado el
alivio porque la historia para Vargas no se repite, se ―actualiza‖, y al hacerlo renueva
―antiguas experiencias‖ que han trazado la historia de la humanidad45
. Estas experiencias
son para el autor santandereano las que se derivan de la oposición ―Naturaleza‖ y ―Espíritu‖
que se origina en el tránsito histórico de la Edad Media al Renacimiento, periodo en el que
se opusieron las dos grandes tradiciones de occidente, Cristianismo y Paganismo: de una
negación espiritualista del mundo se pasa a una afirmación de este y de una negación del
cuerpo humano se pasa a una afirmación de este.
Siguiendo la reconstrucción histórica realizada por Vargas, después del Renacimiento la
lucha entre cuerpo y espíritu como dos sistemas de valores contrapuestos deja como residuo
la dualidad del ser humano entre la naturaleza y el espíritu de la cual es hijo el pensamiento
moderno y con esto el ―drama que encontramos en el fondo de nuestra cultura‖ (1990a,
250). Tal dualidad cuerpo y espíritu configura las ―dos familias‖ de ideas en conflicto: ―De
un lado, los hijos de la naturaleza con su ciencia, su humanismo, su arte plástico, sus
valores ―divinos‖; del otro, lo hijos del espíritu con su intuición, con su humanidad, su
sabiduría y sus valores místicos‖ (Vargas Osorio, 1990, 252).
La ―familia de los hijos de la naturaleza‖ con su orientación a la ciencia, el progreso y la
armonía o el orden, deja de lado los sentimientos más profundos, ese misterio de lo humano
que lo hace irracional, y aquello ―entrañablemente humano‖ que Dostoievski expresó sin
recurrir a los esquemas racionales y lógicos. Tal familia fue la guía durante el siglo XIX, y
45
En el capítulo anterior se explicó la noción de tiempo histórico que se desarrolla en Vargas, para quien el
ser humano está constantemente al borde de la novedad que construye la idea de futuro. En una artículo de
crítica sobre la literatura de Miguel de Unamuno (―Unamuno‖, en Huella), Vargas sintetiza esta idea del
tiempo como ―actualización‖, la cita dice:
―La eternidad es una circulación del espíritu a través de todos los hemisferios del tiempo, es una calidad
transferible. De ello proviene aquel concepto popularísimo de que la historia se repite; pero no es que se repita
propiamente, sino que la historia posee la virtud de actualizar antiguas experiencias: lo mismo la historia
social y política que la historia literaria y estética.‖ (1990a, 188)
85
a esta respondieron los intelectuales que conforman la ―familia de la angustia‖, que en
palabras de Vargas conforman una ―[…] familia de atormentados y antirracionalistas, de
antilógicos. La vida, el hombre, es el binomio filosófico de este grupo de locos y profetas,
que alcanzaron el más alto grado de la sabiduría a espaldas de la ciencia (1990a, 207).
La tensión entre estas familias de ideas madura en el desarrollo del siglo XX hasta
desembocar en la crisis contemporánea, donde el hombre ya no se puede concebir, o no
puede ―creer‖, en los términos de Vargas, en su unidad. Con el conflicto de familias, el
autor santandereano toma distancia respecto a estas dos experiencias y duda de ellas como
posibilidades de superar la crisis, y en esta lógica se pregunta por cuál camino seguir, si el
del espíritu o el de la naturaleza:
Ha llegado para el hombre contemporáneo el momento de la opción entre una y otra de
estas dos grandes familias de la cultura. Conviene, pues, tomar posiciones previas.
¿Retornará el hombre moderno al humanismo, al racionalismo filosófico y político,
descansará al fin sobre una concepción científica del mundo y de sí mismo, o bien, escogerá
la ruta de los valores contrarios? (1990a, 253)
Luego de esta pregunta, afirma que existe una incapacidad en el hombre para elegir entre
estas dos opciones, por tanto debe ser la cultura quien elija el camino por él y guiarlo en
una decisión: ―El sentido trágico de la vida actual reside en la incapacidad del hombre para
decidirse en uno y otro sentido. La misión de la cultura debe ser por ello, la de obligarlo a
una decisión radical, ya sea en la dirección de la naturaleza o en la del espíritu‖ (1990a,
253).
De esta forma, con La familia, su último ensayo publicado como libro, Vargas Osorio
vuelve sobre el problema que había tratado antes en sus notas periodísticas y que se centra
en la dificultad de evaluar el progreso material y la modernización sintiéndose tan parte de
los ferrocarriles, los teléfonos, los relojes y los carros. Ahora bien, al adjudicarle tal
―misión‖ a la cultura queda en el eco la idea del fracaso de la cultura europea en
contraposición a la joven cultura en formación.
Si las lecturas decadentistas entrelazadas con la búsqueda del modo de ser
latinoamericana encarnado en el ―alma humana‖ alimentaron en Vargas el replanteamiento
86
de lo que es el ser humano en términos de civilización y barbarie, esta misma idea de la
decadencia y el agotamiento de la cultura europea, leída desde la década del 30, coincidió
con la innegable imagen de fracaso espiritual de una Europa transformada por el desarrollo
material y el avance de la ciencia, pero sumida en guerras. Europa no sólo había salido de
una guerra y pasaba a la segunda, sino que además las masas de trabajadores y obreros que
aparecieron en las ciudades luego del acelerado desarrollo industrial, científico y técnico
del siglo XIX europeo, habían desembocado en la implantación de regímenes autoritarios
que en toda Europa dominaban con ―el látigo, el sable y el terrón de azúcar‖, como escribió
Vargas usando las palabras de Max Scheler en las últimas páginas de La familia (1990a,
278).
Lo que el autor santandereano veía desde su ángulo era el fracaso de la experiencia
europea que no logró mantener la libertad y el amor al individuo, propios del modelo ideal
del humanismo renacentista, con la arremetida de las masas del siglo XX que ya sentían la
angustia de la decadencia. Con esta lectura, Vargas identificó la decadencia y el
agotamiento de la cultura europea, haciendo una relectura del decadentismo a la luz de una
realidad histórica que había cambiado, y no sólo eso, a la luz de una ―cultura de barro‖
americana que estaba en proceso de formación y que debía mirar a su antigua madre ya no
para imitarla como fue el caso del positivismo, sino para aprender de su experiencia. Con
esta forma de ver, América ya no corría a destiempo sino paralela a Europa, y, como lo
explica Hugo Achugar (1994) en el periodo de entreguerras el intercambio cultural entre las
dos orillas del Atlántico pareció un intercambio de iguales:
Lo que parece ser común a todo el periodo de entreguerras es la consolidación de una nueva
conciencia mundial. Es decir, el surgimiento de la conciencia de que la realidad económica,
política, artística e ideológica se ha vuelto un fenómeno de carácter mundial, donde los
diferentes países y pueblos tienen tareas asignadas de modo preciso. La misma
modernización y revolución tecnológica, tanto de los medios de producción como de los
medios de comunicación masiva como de transporte, empiezan a hacer realidad cotidiana la
experiencia de la simultaneidad, la interdependencia y la cercanía espacial del mundo. Una
catástrofe económica fuera de América Latina tiene consecuencias inmediatas o casi en la
región, un pronunciamiento político en Europa inspira o repercute en el discurso político
87
local, un manifiesto artístico es rápidamente respondido o asimilado por nuestros artistas.
(640)
En la prensa Vargas leía cómo las masas de obreros europeos constituyeron los
conflictos sociales del siglo XX, a los que se unieron los intelectuales, pero en su vida
cotidiana fue participante de tal crecimiento demográfico y excitación política tanto en las
calles de El Socorro, como en las de Bogotá y Bucaramanga. El crecimiento de las ciudades
colombianas fue una transformación que atravesó la vida de Vargas. La Bogotá de la
década de 1910 que mantenía toda una estructura colonial, y seguramente, la ―vida de
convento, de chismes y de distancia del mundo‖ con la que José Asunción Silva describe la
Bogotá de finales de siglo en una carta a Sanín Cano (citado por Carranza, 1995), a finales
de los años 20, con la intensificación de la migración y la modernización cambió
notablemente. De 100 mil habitantes, que se calcula aproximadamente vivían en Bogotá en
1910, al inicio de los veinte había aumentado a 120 mil mientras que para finalizar esta
década ya eran más de 240 (Arias, 12). De esta forma, el crecimiento demográfico empezó
a adquirir una dimensión exponencial y Vargas asistió como un participante más a tal
escenario.
Tales cambios llevaron a que la sociabilidad intelectual que Vargas conoció en Bogotá y
Bucaramanga se concentrará en el espacio público de los cafés, con lo cual dejó de ser un
espacio de un pequeño grupo de elite. Ricardo Arias explica que en los años veinte, el
espacio de la sociabilidad intelectual paso de las salas y comedores de las grandes casonas
del centro de Bogotá, que caracterizó las relaciones de los intelectuales y poetas de fin de
siglo como José Asunción Silva y a la generación de los Centenaristas, al espacio público
de las librerías y cafés de la calle 12. Nuevos intelectuales de la provincia llegaron a Bogotá
para ingresar a la Universidad Nacional o encontrar un lugar en la prensa, según Arias esto
dio un carácter más móvil al espacio social de los intelectuales, de manera que las
discusiones políticas, artísticas e intelectuales que se daban en la prensa inauguraron
nuevos apellidos y nombres desconocidos antes. Por su parte, el espacio del café propició el
encuentro de contertulios de diferente ―talla‖ en el campo intelectual, como también de
diferente origen social, lo que permitió el nacimiento de un nuevo tipo de intelectual en los
términos de Hilda Pachón (1993).
88
Además de estudiantes y hombres de letras, masas de trabajadores se movieron hacia las
ciudades ocupando los puestos de trabajo de las nuevas empresas e industrias. Con una
capa de trabajadores y obreros que crecía cada vez más en los centros urbanos la agitación
política se agudizó, lo que hizo que las calles de las ciudades además de ser escenarios de
procesiones religiosas, celebraciones patrias y encuentros intelectuales fueran el espacio
favorable para manifestaciones políticas y marchas sociales. A su vez, las políticas
liberales que iniciaron la década del 30 dieron legitimidad a la organización de centros
obreros, y poco a poco su autonomía respecto a los partidos políticos tradicionales fue
ineludible.
Con esta realidad ante sus ojos, un intelectual liberal que conocía perfectamente la
experiencia europea como lo fue Vargas, advirtió el peligro que la ―masa‖ representaba
para la construcción de la democracia y del ―hombre libre‖, pues la ―masa‖ también estaba
presa de la crisis, y en palabras de Vargas, presa del ―[…] universal resentimiento contra
las instituciones de la civilización y la cultura que no pudieron proporcionarle al hombre la
radical solución de sus conflictos espirituales y vitales. Las masas vengativas –esclavas
pero poderosas- se revuelven vengativas contra todo aquello que un día cifró el ideal y la
esperanza del espíritu‖ (La familia: 1990a, 278).
Sin embargo, América no es Europa, ni está en camino de serlo ¿Seguir el camino del
desarrollo material o buscar el desarrollo del espíritu? ¿Seguir el camino del utilitarismo o
encontrar uno nuevo en la particularidad del ―alma nacional‖ que sea correspondiente con
la realidad superreal americana? En esta lógica, la experiencia y la idea de una Europa en
decadencia leída desde Vargas Osorio orienta como guardagujas la definición de sus
problemas que son los problemas sociales que se empiezan a presentir en América Latina.
Weber ya había hecho explícita esta relación entre las ideas y la llamada realidad diciendo
que ―Son los intereses, materiales e ideales, no las ideas quienes dominan inmediatamente
la acción de los hombres. Pero las imágenes del mundo creadas por las ideas, han
determinado, con gran frecuencia, como guardagujas, los raíles en los que la acción se ve
empujada por la dinámica de los intereses‖ (1998, 204).
Vargas sabía que América no está obligada por ley histórica a repetir el esquema
europeo, pero sí advierte que hay procesos paralelos en los dos lados del Atlántico, y en ese
89
sentido para esa ―América en formación‖ que imagina Vargas, el periodo que se vive es
crucial para definir el camino hacía su propia utopía, que es el camino hacia la democracia
y la revitalización del individuo ―como señor del mundo armoniosos regido por la verdad y
la justicia‖ como conclusión de la angustia (La familia: 1990a, 278). Para finalizar, es
interesante anotar que 10 años más tarde, ya muerto Vargas y con numerosas dictaduras
gobernando en los países latinoamericanos, Germán Arciniegas, quien como Vargas creció
en el furor de la identidad que trazó la preocupación por un proyecto social y cultural
nacional, pero también en el ―cambio de paradigma‖ que según Devés Valdés (2000) volvió
la orientación hacia la independencia económica y una modernización propiamente
latinoamericana, advirtió en Entre la libertad y el miedo la necesidad que tiene el individuo
de actuar sobre su realidad, a pesar del miedo a la muerte, todo con miras a reconstruir,
guiando intelectualmente a la masa, lo que para él era el edificio derrumbado de la libertad
y la democracia.
90
5. CONSIDERACIONES FINALES
El desarrollo del texto estuvo trazado por el objetivo de plantear la emergencia del
pensamiento sin separar la forma de pensar de la forma de vivir, ya que esos mundos que
parecen estar separados como dos ―funciones‖ diferentes que ejecuta el ser humano, en el
plano de la vida están entrelazados determinándose el uno al otro. El esfuerzo por
entrelazar unas corrientes de pensamiento que estaban en juego con ciertos elementos
emergentes en la realidad social, ha sido también un esfuerzo por entender al autor
santandereano en sus propios términos, y poder seguir su lectura del decadentismo europeo
o del Modernismo latinoamericano a partir de su visión de mundo. El resultado de ello fue
entender estas corrientes como elementos orientadores de las cavilaciones de Vargas y no
como ―influencias‖, para así poder resaltar la particularidad de este autor.
Con la comprensión de la crisis de Vargas se comprobó que su visión del mundo se forjó
en la afinidad que enlazó unas imágenes del mundo creadas por las ideas, con un proceso
de transformaciones que se venían gestando en la sociedad colombiana. Con ello, la
emergencia de su diagnóstico de crisis, se produce en el cruce de caminos entre la
modernización de las ciudades colombianas el crecimiento de la población, pero también en
desarrollo de la duda frente a la autoridad de la creencia religiosa que coincidió con la idea
optimista de una cultura americana en formación, que a la vez observaba una Europa de
entreguerras afirmando su decadencia con gobiernos totalitarios soportados por una enorme
masa.
Este encuentro de diferentes elementos en juego dio emergencia a una lectura de la crisis
que mezclaba una tensión cristiana por la pérdida de trascendencia humana con una
preocupación por el futuro político y social de la sociedad. En síntesis, la crisis de Vargas
fue la situación de una sociedad y unos individuos que se proyectaban al futuro sin el
soporte de una sólida utopía, pues sus creencias y sus mundos ideales heredados por la
tradición eran cuestionados. La utopía religiosa de la ―salvación‖ perdió su sentido para
unos sujetos regidos por el tiempo y el límite que este impone con la muerte, pero también
lo había perdido la utopía del progreso que veía sus últimos frutos en las efectivas
máquinas de muerte de las guerras del siglo XX. Santander, y en general la sociedad
colombiana, estaba por experimentar los cambios del progreso técnico y la modernización
91
en el transcurso de vida de Vargas Osorio, de manera que con la imagen de la experiencia
europea tal utopía fue cuestionada en la obra del autor santandereano.
Con todo, la cultura americana seguía mirando optimista al futuro. Su idea de ser una
cultura en formación que mostraría su modo de ser a través del arte y la literatura fue un
camino que para Vargas logró ir al fondo del problema: el conocimiento del ser humano.
Sus esfuerzos en el plano literario de la crítica y la ficción estuvieron marcados por la
búsqueda de entender los sentimientos y la irracionalidad del ser humano ubicado en el
paisaje colombiano del Magdalena, de las ciudades o de los pueblos santandereanos. Con
esto, su apuesta literaria se definió a partir de un deseo de renovación del realismo que
tomó la forma de superrealismo, pues se concibió la realidad desde el interior caótico del
ser humano alejándose de los moldes tradicionales, pero con el cuidado de no hacer un
relato de fantasía.
La particularidad de su lectura Decadentista se sugiere en la persistencia de su
cristianismo santandereano. Y es probable que esta característica pueda hacer comprensible
la forma en la que concibieron el mundo buena parte de los intelectuales de este periodo. La
ciencia y el progreso técnico que ella había traído para Europa, estaba por ver su desarrollo
en América Latina. Por el contrario la religión católica era una referencia existencial para
los latinoamericanos de manera que la crisis religiosa fue sentida hondamente por estos.
Nicolás Gómez Dávila, un intelectual contemporáneo a Vargas, y que como Vargas fue un
ávido lector de Nietzsche, escribió años después: ―Grave socialmente es la desaparición de
convicciones religiosas porque la pérdida del sentido de la transcendencia desequilibra y
perturba todos los actos humanos‖ (citado por Mejía Mosquera, 2000, 102). En esta línea,
un camino que queda abierto con este trabajo es el análisis del cristianismo que en el grupo
de escritores e intelectuales latinoamericanos de este periodo jugó un papel importante en
su manera de comprender el mundo.
Este trabajo se limitó a reconstruir la trama de relaciones que dieron emergencia a la forma
en la que Vargas Osorio comprendió el mundo que lo rodeó. Teniendo en cuenta que
pensamiento y realidad material están entrelazados, el siguiente paso que se podría seguir a
partir del presente trabajo es plantear cómo esta visión del mundo vuelve sobre las acciones
de los sujetos planteando cursos de acción y transformación. Un camino posible estaría en
92
el análisis de las políticas culturales de la Republica Liberal a la luz la visión del mundo que
se describió aquí, buscando plantear la forma en que las ideas se tradujeron en proyectos de
acción estatales que involucraron a los intelectuales.
93
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