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NOS HICIMOS A PULSO.

Memoria de los hijos de los enfermos de lepra en el Lazareto de Contratación en Santander.

Trabajo de Grado para optar al título de Antropóloga

Autora

Natalia Botero Jaramillo

Código: 473154

Director

Carlos Guillermo Páramo

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGIA

Bogotá, Octubre de 2009

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Agradecimientos:

A todos los contrateños, guacamayeros y guadalupeños,

A mi familia, mis amigos y profesores

A mi orientador y mi guía en este trabajo de grado.

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INDICE

Página

INTRODUCCIÓN 5

PRIMER CAPITULO. Recordando voy por Contratación 13

Contratación Interna. 13

Contratación Externa. 20

Cotidianidad, legalidad y no legalidad. 24

SEGUNDO CAPÍTULO. Genealogía Del asilamiento. 32

De la política a la medicina como política. Lepra, Estado y Ciencia. 32

Los salesianos y los lazaretos. 45

Los asilos para hijos de enfermos. 53

TERCER CAPITULO. Historia Oral del asilo y de los asileños. 61

Los asilos y los lazaretos. 63

Los hijos de la lepra: la separación de padres e hijos. 65

La política de la Zanahoria y el Garrote: disciplina y rutina diaria en el asilo. 67

La peluca de San Antonio, los castigos. 71

Las fiestas, el teatro y la música. 72

Contando las cebollitas de Egipto. 73

Estudio, trabajo y rezo. 74

La legión de María. Sistema de preferencias. 76

Nos plaquiaban. Exámenes y prácticas médicas en el asilo. 77

Mi madre María Auxiliadora. La devoción religiosa y la familia. 78

Llegó la hora. Saliendo del asilo… 80

El terremoto: se van para la casa, se acaba el asilo. 82

NOS HICIMOS A PULSO. 84

BIBLIOGRAFIA. 89

FOTOS 93

GRÁFICOS 102

MAPAS Y PLANOS 104

Anexo 1 106

Anexo 2 109

Anexo 3 110

Anexo 4 115

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RESUMEN

Este trabajo realiza una aproximación desde la antropología histórica a la memoria de los

hijos de los enfermos de lepra en el lazareto de Contratación, Santander. Tomando los

conceptos de liminalidad y de contaminación se analizó la condición histórica y social de los

hijos de los enfermos de lepra, explorando cómo para el Estado, la medicina y la

congregación salesiana se configuró el problema de la niñez en los lazaretos, en especial

de los sanos, creándose una serie de instituciones y de prácticas de poder para controlar a

la población, frente a las cuales existieron una serie de estrategias y respuestas por parte

de los contrateños. A través de la historia social, la vida cotidiana y la memoria de los

contrateños este trabajo busca aproximarse a las tensiones y paradojas vividas en estos

lugares, para pensar en cómo se construyeron los contrateños como personas, como

comunidad, y cómo estas experiencias están vivas o silenciadas en su memoria. Para la

realización de esta investigación se desarrollaron metodologías tales como observación

etnográfica; entrevistas semi-estructuradas con relatos de vida, y entrevistas temáticas

sobre el territorio, las fiestas y la vida cotidiana; se consultaron y analizaron fuentes

documentales primarias y secundarias sobre lepra y lazaretos, y se desarrolló una

metodología de cartografía social con elaboración de dibujos, planos y mapas, y recorridos

sobre el territorio.

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INTRODUCCIÓN

En el 2007 llegué por primera vez a Contratación y sin haberme percatado de la inminencia

del contagio, me fui dejando envolver por el trabajo de campo: por las historias sobre el

lazareto y la lepra que me abrían imágenes y experiencias de otras épocas, con personajes

cargados de recuerdos, de penas y alegrías, con lugares y caminos llenos de pasados. Allí

se fue elaborando una red en la cual quedé atrapada y en donde fui picada por la araña1,

por eso que llaman lepra. Y como muchas personas que sin tener la enfermedad la viven,

quiero compartir con ustedes esta experiencia.

En este camino de dos años se fueron elaborando rutas de investigación que contemplaron

búsqueda de documentación en archivos, etnografía, entrevistas con relatos de vida y

recorridos por el territorio. Todas estas vivencias se entretejieron en la construcción de una

historia social de Contratación, en especial de los asilos para hijos sanos de enfermos de

lepra. Con cada viaje entraba más y más en las historias de personas y lugares sobre el

aislamiento, el control, la medicina y la higiene. Sin embargo, en estas narraciones saltaban

anécdotas donde había risas, amor, aventura y odio.

Al indagar en la memoria social de los contrateños fueron apareciendo las tensiones entre

ellos, como sujetos con capacidad de actuación2, y la institución3. En todos los relatos

estuvieron presentes los conflictos y las tensiones vividas por las personas en los asilos y

en el lazareto, lo cual dibujaba la complejidad de la vida cotidiana en la que constantemente

1 En Contratación una forma para decir que una persona tiene lepra es usando la expresión ―lo picó la araña‖.

2 Quiero hacer una aproximación al concepto de ―capacidad de agencia‖ trabajado por Abadía y Oviedo (2008),

para estudiar dentro de una institución, trabajada en su contexto histórico, qué tantas posibilidades de actuación tiene un sujeto y éste como actúa. Teniendo presente que las instituciones limitan la capacidad de agencia de los sujetos por medio de las normas, la vigilancia, el castigo, etc., estos tienen la posibilidad de actuar dentro de la misma de diferentes maneras: ya sea por medio de actos de acepten la norma, o aquella que la subviertan o la resistan. 3 Goffman en Internados (2004) identifica las instituciones totales como aquellas donde el individuo en un mismo

espacio desarrolla actividades de la vida moderna como dormir, trabajar y recrearse. El Lazareto es trabajado aquí como un campo que se compone de múltiples instituciones totales. Los asilos para hijos sanos de enfermos de lepra son un ejemplo de esto. Dentro de estas instituciones se presentan una serie de ajustes tanto por parte de ésta, como por parte del interno. Es así que a través de la categoría de ―ajustes primarios‖ se definen todas aquellas normas y prácticas que la institución dispone para el interno. Y por ―ajustes secundarios‖ se define cómo el interno responde a la institución; estas respuestas pueden ser de subversión a la norma, evasión o aprovechamiento de ésta. Uno de los aportes de Goffman es describir y visualizar las relaciones y problemas desde la interacción y el cotidiano.

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se negociaban, se negaban, se aceptaban y se subvertían las normas, la vigilancia y el

control.

En este trabajo se hizo preciso entender de qué manera se configuró el lazareto como un

lugar para el aislamiento de los enfermos desde la medicina, la religión y el Estado,

considerando la legislación, las medidas higienistas, la religión y la educación. De este

modo se buscó explorar en las voces de los contrateños, en sus vivencias de la enfermedad

y del lazareto, su cotidianidad y sus trayectorias de vida, cómo vivían, qué tensiones

afrontaban, qué aceptaban y a qué se resistían.

En torno a esta reflexión, con los asileños4 trabajamos en el territorio, caminándolo, re-

conociéndolo, nutriéndolo de historias y pensándolo, para ver de qué manera en él, por un

lado, se reflejaban las políticas higienistas y de control de la enfermedad y, por otro, cómo

los contrateños se apropiaban de él, lo conocían, le daban un sentido y en él construían sus

vidas.

Es así como me propongo introducir al lector en una caminata por el territorio del pasado y

el presente de Contratación a través de historias, fotografías y mapas. Reconozco que aún

no he caminado todo y que, aunque desde el comienzo del trabajo en campo me aventuré

en compañía de contrateños y de guacamayeros a recorrer caminos, calles y ruinas,

indagando y registrando, son ellos quienes finalmente conocen su territorio. Algunas veces

los relatos bastaron para recorrer caminos en los que se indicaban los ―desechos‖, que

fueron lugares identificados por los contrateños, por los cuales se podían entrar y salir del

lazareto burlando los retenes. Al preguntar cuáles había, solo era necesario acercarse a la

puerta o a la ventana para ver frente a nuestros ojos los cerros que circundan el pueblo;

entonces, con la mano alzada, ellos me mostraban los lugares y sus historias, por lo cual

podría decir que muchos contrateños hicieron estos recorridos conmigo —al calor de un

tinto— con sus recuerdos y narraciones.

4 Así se les llama comúnmente a las personas que estuvieron en los asilos, por parte de contrateños y

guacamayeros.

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La vida se significa y se resignifica en las experiencias y en los recuerdos de esas

experiencias. Es importante señalar que en muchos casos, cuando hacía una pregunta

abierta, como por ejemplo cómo era la vida en tiempo del lazareto, los contrateños

comenzaban a hablar sobre el tráfico de licores, el consumo de chicha, los matrimonios

entre sanos y enfermos, las escapadas, los hijos… Estas narraciones me hicieron sentir que

tras ellas había una preocupación de los sujetos por tener las riendas de la vida en manos

de quien la vivía y no de quien la reglamentaba, por elaborar estrategias que les permitieran

hacer más llevadero el día a día, con formas de resistencia aparentemente pequeñas:

estrategias que realmente molestaban al Estado, a los curas y a los médicos e higienistas,

que en sus informes se quejaban, pedían más control y sacaban una normatividad extensa

para fijar en el papel lo que en la vida social no se pudo fijar completa y rotundamente.

Para esto fue importante entender los discursos y las prácticas provenientes del Estado, la

medicina y la religión a través de la revisión, recolección y análisis de fuentes documentales

tales como la Revista de Higiene, la Revista Colombiana de Leprología, los Informes de

Lazareto, el Diario Oficial, y otra serie de documentos sobre lepra y lazaretos conservados

en la Biblioteca Nacional, la Academia Colombiana de Medicina y el Ministerio de Salud;

también se consultaron libros y publicaciones de médicos que se fueron recopilando durante

mi trayectoria de investigación. Para entender el carácter de la congregación salesiana,

especialmente en como ella se define y establece su sentido, finalidad y prácticas, me

acerqué a la lectura y análisis de textos producidos por autores salesianos, consultados en

el Centro Histórico Salesiano del Colegio León XIII, incluyendo aquellos que hablaban

específicamente de la historia de los salesianos en los lazaretos (Véase Ortega, 1938;

Reyes, 2004).

La croniquilla de Contratación de Álvaro Ruiz Arenas (1998), logra ser una obra que reúne

la complejidad de la vida y de la historia de esta comunidad. Este texto consigue dar una

apertura a este universo al lector más ignorante sobre el tema, y a la vez, a aquel lector que

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ya le ha regalado un par de años de su vida a la investigación continua deleitándole,

haciéndole reír, causándole asombro y la necesidad de recurrir incontables veces a él.

Fue así como La croniquilla de Contratación (1998), y mis primeros a viajes al municipio

hicieron que me apasionara por la historia social de esta población, viéndome en la

necesidad de realizar varias rutas de investigación para poder conocer y aprehender

aunque fuese un poco de ese universo. Metodológicamente desarrollé varias técnicas de

investigación cualitativa, como observación etnográfica en el municipio de Contratación,

entrevistas semi-estructuradas con relatos de vida y entrevistas temáticas sobre el territorio,

las fiestas, celebraciones y la vida cotidiana, realizadas a contrateños y guacamayeros en

estos municipios y en Bogotá, y a un sacerdote de la congregación salesiana. También

desarrollamos una metodología de cartografía social5 donde se realizaron varios recorridos

por caminos, predios, ruinas, calles y monumentos, hicimos una serie de dibujos y planos

sobre el asilo y el lazareto, y sobre mapas dibujamos diferentes lugares significativos para la

memoria social de los pobladores. En todas las actividades se narraron historias en torno a

estos lugares de memoria se contaron anécdotas, se habló desde el conocimiento local

sobre legislación, medidas políticas, discursos médicos e higienistas que incidieron en la

organización del territorio y el control de la vida social, y a su vez de las tensiones y las

formas en que los lugareños se apropiaron del territorio, de las relaciones y prácticas

sociales.

Finalmente concluyo6 con este documento, intentando reproducir en el mismo lo que decía

anteriormente, la complejidad de la vida y de la historia social de los contrateños, de los

lazaretos y de la lepra en Colombia y reflexionando sobre las paradojas y ambivalencias.

En el primer capítulo nos aventuramos –contrateños, lectores y yo- a un recorrido por el

5 Pese a no haberme basado en un texto especifico sobre cartografía social, reuní varias experiencias

encontradas en algunos textos como el de Pilar Riaño, Jóvenes, memoria y violencia en Medellín (2006) y en las discusiones del curso de Laboratorio en Antropología Histórica. 6 O más bien dar un alto en el camino, porque es necesario detenerse por un momento, organizar la información,

dejar de ir a campo, como una vez mi director me recomendó pertinentemente, para escribir, reconociendo que no es un documento perfecto, pero que si era necesario escribirlo en el momento.

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territorio y por el tiempo de Contratación, reuniendo historias y experiencias de vida en torno

de algunos lugares significativos para ellos y en torno de algunas situaciones como el tráfico

de licores, la vida nocturna, los juegos, la presencia de sanos y especialmente de niños

dentro del lazareto, el matrimonio entre sanos (as) y enfermos (as) y la fiesta de la Virgen

María Auxiliadora. Todos estos lugares y situaciones muestran cómo era la vida de los

contrateños cuando existía el lazareto, tanto las tensiones con las normas y la organización

de la institución, como las estrategias para vivir dentro de la misma.

En el segundo capítulo hay una aproximación a los discursos y prácticas por parte del

Estado, la medicina y la congregación salesiana, intentando reconstruir la historia del

lazareto desde la lente de éstas y sobre todo intentando entender el carácter y las lógicas

de las mismas, con la intención de traer a la reflexión el deber ser que se proponía para los

contrateños, especialmente para los asileños, en el lazareto y en los asilos.

El tercer capítulo es un ejercicio de historia oral en el que los relatos de vida de los asileños,

de dos empeladas del asilo y de un cura salesiano se conjugan para reconstruir la historia y

vida al interior del asilo, y de sus vida atravesadas por la vivencia de la lepra en sus familias

y en ellos mismos7; aproximándonos no solo al momento en que estas personas viven en

los asilos, sino al antes y al después de los mismos. Específicamente se trabajó con el Asilo

San Bernardo del Guacamayo para hijos sanos de enfermos de lepra, como un lugar que

ancla estas narraciones, aunque en este trabajo se intenta dar cuenta de los asilos en

general.

Si bien en Colombia no ha existido un conceso sobre como referirse a la lepra, si llamarla

enfermedad de Hansen y al enfermo, enfermo de Hansen, me dispenso si alguien puede

7 Considero pertinente reflexionar sobre el carácter social de las enfermedades, específicamente de la lepra que

ha tenido una historia específicamente marcada por el estigma, el ostracismo y la situación específica de los lazaretos. Partiendo de la consideración de que las enfermedades son construcciones sociales y no solo patologías que tienen un desarrollo únicamente en una dimensión biológica, en algunos casos me atrevo a hablar de la vivencia de la lepra por personas que biomédicamente no son enfermas de lepra, pero que por sus experiencias sociales de vida la han vivido en tanto han estado en los lazaretos, en los asilos, han sido discriminados por ser hijos o familiares de un enfermo de lepra, o han tenido, en muchos casos evitar el posible estigma, que ocultar su procedencia.

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sentirse chocado con las palabras ―lepra‖ y ―enfermo de lepra‖ o ―leproso‖8. Considero

importante explicar que las utilizo en este trabajo por varios motivos: pese a lo difícil que

han sido históricamente los procesos de estigmatización y de ostracismo para los enfermos

y sus familias, considero que estas palabras precisamente evidencian una historia y los

significados que en determinados momentos han tenido. Ha sido evidente el uso de estas

palabras en las fuentes documentales consultadas, y en la mayor parte de las personas

entrevistadas era común el uso de las mismas, tal vez no con la intención de reproducir la

carga semiótica contenida en los documentos y en la historia de éstas, sino por el contrario

refiriéndose en muchos casos a sus amigos, familiares e inclusive a sí mismos como

enfermo de lepra o leproso con espontaneidad.

No podría terminar esta introducción sin dar mis más sentidos y profundos agradecimientos

a los contrateños, guacamayeros y guadalupeños, dedicando a ellos este trabajo.

Igualmente quiero reconocer y agradecer a muchas personas que me han ayudado y

apoyado en este proceso, ya sea con una referencia, una pregunta o un aporte, ya sea con

el consuelo, los consejos y los ánimos en los momentos difíciles, ya sea con la disposición

de leer o de escuchar mis historias y de responder a mis dudas, ya sea con el apoyo

económico, material y/o simbólico a este trabajo. Por todo esto y mucho más agradezco a

mi familia, a mis amigos y compañeros de estudio y de trabajo9, al grupo de investigación de

Antropología Médica Crítica, a mis profesores, especialmente a Carlos Miñana y Marta

Saade quienes me instruyeron metodológica y teóricamente; a Augusto Gómez quien me

escuchó en repetidas ocasiones ayudándome a entender los problemas; a mi director

Carlos Páramo por sus consejos oportunos, por su guía, reprensiones y consejos, y por

aceptar la dirección de esta tesis; a la profesora Claudia Platarrueda por todo el tiempo en

que trabajé a su lado y en cual crecí como investigadora. Agradezco a los estudiantes de la

Universidad Nacional y Externado que compartieron algunas experiencias de campo

conmigo. Agradezco a Mónica, del Centro Histórico Salesiano por su ayuda. Muy

8 De aquí en adelante dejaré de utilizar las comillas para estas palabras, recordándose la aclaración hecha.

9 Entre mis amigos quiero resaltar a Caro, María, Sergio, Felipe, Jorge, Martín, Jefferson y Catalina.

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especialmente agradezco a Hubert Báez, Jairo Peña, Alexandra, doña Inés, Álvaro Pinzón,

Gonzalo Ruiz y Jaime Martínez quienes en Contratación, Bogotá y Agua de Dios me

brindaron su ayuda, compañía y consejo; y vuelo a las personas que entrevisté, con las que

charlé, compartí un tinto, fui a una caminata… a Pedro Pablo Vanegas, Pascual Carrillo,

Ricaurte Pinzón, Jorge Bohórquez, Antonio Ruiz, Antonio Paredes, Rosa y María Otilia, las

Señoritas Ojeda, la señorita Helena, Rosendo Chacón, doña Olivia, doña Oliva, Rosario

Chacón, Hernando Marín, Che María, el padre Mario, el doctor Daguer, Abel Parra, Pablo

Emilio Cifuentes, Julio Sánchez, el Mono Emilio y doña Mariela, Juan Poblador, Carmelo

Gaona, Álvaro Ruiz Arenas y doña Evelia, a Marisol y doña Carmen que desde Ecuador me

dieron un motivo más para seguir esta investigación. Quiero hacer un reconocimiento a

Daniel Chacón por el trabajo durante muchos años de recolección y formación de un archivo

fotográfico de Contratación, hoy propiedad del Concejo Municipal de Cultura, a ellos

agradezco por facilitar la inclusión de varias fotos en este trabajo. Finalmente agradezco a

todas las personas que tanto en los documentos, como en el trabajo de archivo y en el

trabajo de campo hicieron posible este trabajo.

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PRIMER CAPITULO

Recordando voy por Contratación

Muchos contrateños recuerdan la cartografía del lazareto con una marcada división entre el

adentro y el afuera. Esta división definida por el ―cordón sanitario‖ y los retenes o puestos

de control que organizaban el espacio delimitando el lugar para los enfermos, denominado

por los contrateños ―Contratación interna‖ y los lugares para los sanos denominados

―Contratación externa‖. Esta división territorial procuraba definir un orden mediante el cual

los enfermos fueran aislados y los sanos como el personal médico y administrativo,

familiares y vivanderos que por diferentes razones estaban en el lazareto, se mantuvieran

distanciados de los enfermos, viviendo y permaneciendo en lugares específicos (Véase

Anexo 1 y 2).

Contratación Interna.

La ciudad de calles tortuosas, ciegas, taponadas, de casas en caótica disposición, sin duda el reflejo externo, mental y anímico de aquellos lazarinos primeros, trajinantes en el viacrucis dolorido de la reclusión. (Ruiz Arenas, 1998 p. 14). (Véase foto 1)

Circundado por montañas se encuentra el pueblo de Contratación. Sus calles empedradas

dibujan rutas y caminos tortuosos, que se articulan, por lo menos en sus calles principales,

con la plaza donde se encuentra la iglesia, la casa cural, algunas casas de dos plantas y el

antiguo Asilo San Evasio, hoy Instituto Técnico Industrial.

La plaza

Actualmente el centro de la plaza exhibe un monumento con una gran moneda que deja ver

dentro de sus inscripciones la cruz que identificó a los lazaretos. La Coscoja, como se solía

llamar antiguamente a esta moneda de circulación exclusiva para los lazaretos, comenzó a

pasar de mano en mano desde 1921 (Ruiz, 1998:50), aunque la idea de su creación vino

con el gobierno del General Reyes, a principios del siglo XX (ver Ley 8 de 1905, Decreto

1562 de 1906, Decreto 1452 de 1907, Decreto 2209 de 1918, Decreto 68 de 1919 y Decreto

831 de 1928, en República de Colombia, 1937, p: 227-232, Ruiz Arenas, 1998, p: 22,

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Obregón, 2002:229). Este monumento les recuerda a muchos contrateños el aislamiento y

la exclusión, y al respecto se refieren al Lazareto como a una ―república independiente‖ o

―república aparte‖. Don Rosario Chacón llegó junto con su familia de Paipa, Boyacá, al

lazareto de Contratación siendo niño. Con 83 años, de los cuales 78 ha vivido en el pueblo,

don Rosario es una de las personas más antiguas que hay allí viviendo y recordando

historias del lazareto y del municipio:

Esto aquí era una república aparte, prácticamente era una república. Aquí no había alcalde, había un corregidor, un administrador y un médico director, quienes prácticamente mandaban en el municipio. También había juez municipal y juez promiscuo, o sea que si había un crimen o un asesinato, el segundo era el que hacía la sentencia y toda esa joda, porque el juez municipal no podía hacer eso. Y había una cárcel, y aquí los mismos enfermos, por ejemplo, si alguno mataba a una persona, el juez promiscuo le hacía una sentencia y lo juzgaba, y lo echaban a la cárcel, ahí donde es la policía, ahí era la cárcel (Entrevista a don Rosario, Contratación, mayo 2009).

Don Rosario cuenta que antes de existir la gran moneda, allí había una pila de agua de la

que se abastecía una buena parte del pueblo. Él nos cuenta que ―de día y de noche estaba

cayendo agua. En burro se cargaban los barriles y las cantinas en las que se guardaba el

agua. Decían que ese era el acueducto de las tres ‗b‘: bobo, burro y barril.‖ (Véase foto 2)

Junto al atrio de la iglesia existía un lugar llamado ―La Piedra de los Aburridos‖ o ―El

Desplumadero‖ (Ruiz, 1998: 55). Este ha sido un sitio de reunión de muchos contrateños a

lo largo de los años, en donde se contaron y se cuentan chismes e historias. En este lugar

reafirmé que la memoria de los contrateños sobre el lazareto permanece, que se revive con

el encuentro de amigos que conversan sobre sus días, recuerdan anécdotas de sus

familias, echan cuentos que no vivieron pero que escucharon, relatos que todos saben pero

que se repiten causando nuevamente asombro, tristeza, expectativa y risas. La memoria se

inserta en la oralidad, las historias son narradas, se debate sobre ellas, se exponen otras

versiones, se confrontan, se complementan, se traen al presente, mueven el pensamiento,

crean sentidos de pertenencia.

Dicen que el Mono Emilio sale a un escenario y todo el público estalla en risas. Aquellos

que ya lo han visto actuar por muchos años lo admiran por su espontaneidad y no se

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cansan de su actuación, pues, como él dice, no hay papel que se aprenda de memoria y

cuando sale, improvisa. Es oriundo de Piedecuesta, Santander, a la edad de 14 años se

enfermó al parecer de apendicitis y fue llevado a Bucaramanga para la operación, allí le

hicieron exámenes médicos después de los cuales el doctor le dijo: ―Tiene que irse para el

lazareto de Contratación, usted es enfermo de lepra‖. Él contaba, ―yo me puse a llorar, a

gritar y toda esa joda, pero el médico me dijo ‗deje, no haga escándalos (…) ahí se sabe si

se alienta o se muere‖. Fue internado en el asilo San Evasio para niños enfermos, y desde

allí comenzó a interesarse por el teatro y a actuar en obras que los salesianos promovían

(Contratación, abril de 2007). En sus charlas y entrevistas el Mono Emilio siempre narraba

historias cotidianas del pueblo, de las bromas que le hacían a la gente, de los juegos, los

bailes y los bares, también de las muchachas. Esta es una de sus tantas anécdotas que

muestra esa vida en el pueblo:

Los patos10 nos llamaban a nosotros. Eso nos quedábamos hasta las once, doce o una de la mañana echando jeta por ahí, sentados en la piedra de los aburridos o se iba donde Pedro Carreño para jugar lotería y hueca11, y beba tinto y juegue esa joda. Y había el juego del tororó12, eso sí era mucho lo bravo, eso muchos el subsidio lo perdían ahí. Era bonita la vida, pa‘ uno era bonita, se lo pasaba uno por ahí en la calle. Eso sí, había que tener las tres herramientas: sombrero, ruana y linterna. (Charla con el Mono Emilio, Contratación, mayo de 2009)

Las calles y los ríos de gentes

Recorriendo las últimas casas del pueblo se pueden ver cercos de piedra que bordean y

delinean las formas irregulares de las calles, algunos cimientos de casas que

desaparecieron, y otras que están solas y abandonadas. Estos vestigios dan cuenta de que

el pueblo se ha reducido, lo cual reafirma los recuerdos de los contrateños, quienes

describían que en tiempos del lazareto las calles de Contratación eran inundadas por ―ríos

de gentes‖. (Véase foto 3)

10

―Pato‖ aquí quiere decir una persona vaga, del pueblo que mantiene sin mucho oficio por las calles. 11

―Hueca‖ es un juego de mesa que es similar al parqués pero con reglas distintas. Se utiliza el mismo tablero, y las cuatro fichas por cada jugador. Sin embargo, se usa un solo dado, pueden existir alianzas por parejas y si uno gana, gana la pareja. Más adelante ahondaremos en este juego. 12

―Tororó‖ es un juego de mesa en el que se usan las cartas del naipe, y se juega como el póker pero modificando sus reglas.

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Cuando hablé con don Rosario sobre Contratación se puso de pie, tomó un almanaque que

estaba colgado y mostrándome esta foto me contó:

Eso era muchísima la gente que había. Esto tiende a acabarse, porque ya la ciencia dijo que la lepra no era prendediza y al enfermo ya no lo obligan a quedarse como antes13 (…) pudo haber más de veinte mil habitantes. Como el caso mío, de ser sanos y vivir con enfermos, aquí había muchos. (Contratación, mayo de 2009)

De veinte mil habitantes el pueblo pasó actualmente a tener menos de cuatro mil. Las

personas envejecen, los jóvenes una vez terminan el colegio procuran salir a Bogotá o

Bucaramanga para conseguir un trabajo, estudiar y hacer una nueva vida. El pueblo está

lleno de niños y de ancianos, sin embargo, una vez crecen, los niños salen del colegio y se

van. Los ancianos viven en el recuerdo ambivalente del lazareto, ya que fueron tiempos

bonitos y difíciles a la vez. Se rememora la prosperidad que tuvo el lazareto, su importancia

para la región, pero también se recuerda el aislamiento y el escrúpulo. En estos recuerdos

la representación del lazareto no es unívoca, por el contrario está llena de matices, salta

entre la felicidad y la tristeza, lo bueno y lo malo.

Eso se acabó [en 1961, el lazareto pasó a ser municipio de Contratación]. No recuerdo la fecha, pero sucedió hace como 40 años cuando le dieron al enfermo cédula, porque cuando eso el enfermo no tenía cédula. Usted entraba aquí, tenía cédula, pero no la que tenía de afuera, porque aquí no le daban, ni tenía derecho a votar, ni esa joda. Por eso le digo que esto era una república aparte, había policía enferma y también había policía sana, esa era la que custodiaba los retenes pa‘ que los enfermos no se salieran.

Este cambio fue arrecho, porque antes ninguno pagaba impuestos porque anteriormente todo lo pagaba el Estado. Entonces esto cambio de esa joda a municipio, nos tocó empezar a pagar impuestos. Eso fue bastante el cambio. (Entrevista a don Rosario, Contratación, mayo de 2009)

Pero esto era muy bonito porque no había eso de política ni nada, como no se podía votar por nadie. Por ejemplo, que uno si llegaba ya mayor de edad al lazareto le quitaban la cédula y se la rompían14, uno no era ciudadano, uno era

13

Es interesante percibir como en muchos contrateños hay una apropiación del discurso médico para rebatir las ideas del contagio que han causado el miedo y la exclusión a esta población. Un contrateño al hablar citando a la ciencia y la medicina, elabora una estrategia mediante la cual toma el discurso validado por el poder del conocimiento, modificándolo para que sea conveniente a sus intereses y con este acto subvirtiendo las relaciones de poder de la ciencia y la medicina. 14

Para los enfermos de lepra que estaban recluidos en los lazaretos, había una cedula especial donde se incluía información como: le leprocomio de…, número, nombre y apellidos, naturaleza, fecha de ingreso, edad (probablemente edad a la cual ingresó al lazareto) y firma. Incluía también una foto del rostro de la persona y el documento tenía un sello que decía: Lazareto de… y ESTADISTICA. En ―INFORME sobre lepra…‖ (1935: 66) se hace una referencia a la entrega de cédulas de identidad a los enfermos de lepra argumentando que ―será muy

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ahí como un animal… (Entrevista Mono Emilio, Contratación, abril de 2007)

En la memoria de los contrateños es significativa la pérdida de ciudadanía que tenían los

enfermos al interior de los lazaretos. La posibilidad de votar como una forma de ejercicio de

la ciudadanía es un tema recurrente cuando se pregunta por el antes y el después de 1961,

como también la mención a objetos como la cédula y la moneda, que estaban marcados

con una cruz, símbolo del lazareto. Estos son vistos como una forma que reproducía la

exclusión, que rotulaba e identificaba a los enfermos como tal y que era un elemento más

que los diferenciaba de la sociedad nacional.

La Ley 148 de 1961 reformó la legislación sobre lepra, devolviendo a los enfermos el

carácter de ciudadanos, y transformando los lazaretos en municipios (Obregón, 2002:360-

368 y Ruiz Arenas, 1998:170-172).

El parque Federico Lleras

Fue construido en honor a uno de los más reconocidos leprólogos del país. Su formación

profesional correspondió a la medicina veterinaria, pero su pasión se encauzó hacia la

bacteriología, especialmente en el estudio del bacilo de Hansen. Su objetivo consistió en

intentar cultivar el bacilo en el laboratorio, conociendo ―el significado potencial de lograr el

cultivo del bacilo de Hansen, con la meta última de producir una vacuna‖ (Obregón,

2002:288). En 1935 Lleras afirmó haber cumplido su objetivo y con esto obtuvo un gran

reconocimiento no solo a nivel nacional sino internacional. No obstante, otros científicos

posteriormente intentaron repetir sus trabajos sin éxito alguno, por lo cual se concluyó que

tales resultados fueron producto de la contaminación de sus muestras; aún así su fama

persistió y en muchos lugares se le dieron reconocimientos15. (Véase foto 4)

En la mitad de este parque hay una estatua del ilustre investigador. Sin embargo, muchos

contrateños recuerdan con indignación a este científico, pues fue quien sostuvo que la lepra

fácil establecer una vigilancia permanente y efectiva sobre todos los recluidos y se podrá por lo tanto evitar el crecido número de fugas que en la actualidad se registra y controlar la aplicación de los tratamientos‖. 15

Como el Departamento Nacional de Higiene quien apoyó todos sus proyectos, el Dispensario Antileprosos de Cundinamarca del cual fue director, y el Instituto Dermatológico Nacional el cual lleva su nombre y la Academia Colombiana de Medicina de la cual fue director en 1936 (Obregón, 2002:286:292; 2004, 2005).

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18

era hereditaria, por lo cual se debía promover la esterilización de los enfermos16.

El viejo Lleras, que allí lo tienen en el parque, en la estatua de ahí, se inventó la joda de capar a los leprosos para que no engendraran hijos. Como no pudieron probar esa vaina, entonces se inventaron la inyección y los esterilizaban. Nacía el criaturo e inmediatamente se lo quitaban a la mamá, no lo dejaban mamar teta; a los barones los echaban pa‘ Guacamayo y a las hembras pa‘ Guadalupe, pa‘ que no mamaran más leche de esa de enfermo de lepra. Había mucho escrúpulo en ese tiempo. (Entrevista Che María, Contratación, abril de 2007)

En bastantes ocasiones su blanca estatua fue ―adornada‖ con desperdicios que muchos

contrateños tiraban indignados. En frente de este parque hay una edificación donde

funcionó la oficina de desinfección.

Ahí era donde funcionaban todas las oficinas de lo que era el Lazareto, ahí estaban todos los consultorios donde el médico consultaba los enfermos. Y a la parte posterior del Parque Lleras, allá era donde estaba la desinfección; eso eran unas calderas grandes donde echaban una tanda de menjurjes, químicos y yo no sé que más, y le metían candela en esa joda, lo metían en un cuarto y allá echaban todos los objetos de las personas, por decir la maletica que usted traía pa‘ desinfectarla y le daban una boletica que decía ―Desinfección‖. Había gente que también se quería meter allá para desinfectarse, ¿no? Pero eso si se metía usted no aguantaba ni cinco minutos allá con esos gases.

Había mucha gente que venía, gente a visitar a los enfermos. Una vez me contaron de un señor que vino por aquí para que un enfermo le vendiera una tierra. El hombre no se quiso tomar ni una gaseosa, no se quiso tomar nada, le firmó al señor la escritura para la venta, pagó y se fue. Allá afuera de los retenes había una casita que se llamaba… en el Tirano. Fuera del cansancio, el viejo llevaba hambre, era por ahí tres o cuatro de la tarde, entonces pensó aquí me deben de vender alguna joda pa‘ la sed ¿no? Entonces entró y había una señora.

— ¿Qué tiene de tomar?

— Hay guarapo, hay cerveza, y gaseosa.

— Véndame un guarapito.

Había una totuma de esas de calabazo y tenía un boquete, entonces el hombre le dijo:

— Hay mi señora, ¿Por qué no me sirve en la totumita esa desboquetada?

La señora le pasó el guarapo en la totuma desboquetada y se lo largó, y le dice un tipo… él no se había dado cuenta y atrás habían unos sentados que parecían unos monstruos jartando guarapo... y le dijo el hombre que le bajaban las orejas:

— ¡Ay, el señor tiene el gusto mío! Le gusta por el boquetico.

16

Pese a no haber encontrado ninguna referencia en los escritos revisados sobre Lleras que hablaran de este tema (Obregón 2002, 2004, 2005; Espinosa, 1998), es importante preguntarse ¿por qué los contrateños piensan y recuerdan esto? y ¿qué tanto tuvo que ver su intención por encontrar una vacuna para la lepra, con la relación que se hace de esta con la esterilización de muchas personas? (Cf. Obregón, 2002; 2004)

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19

Y salió el hombre pero disparado, él creyendo que por el boquete tal vez ninguno había bebido ¿no? (Entrevista Rosario, Contratación, mayo 2009)

Los Suspiros

En las afueras del pueblo, donde hay una estatua de la Virgen están Los Suspiros. Un día

fui en compañía de don Pascual a conocer este lugar. Pascual fue un asileño del

Guacamayo. Hijo de padres enfermos de lepra lo llevaron al asilo cuando tenía tres años y

medio de edad. Él cuenta que este lugar ha sido recordado por dos cosas: porque fue un

cementerio y porque ese era el lugar donde los padres, sobre todo aquellos que por la

enfermedad no podían caminar mucho, iban a despedir a sus hijos asilados en el

Guacamayo.

Álvaro Ruiz describió a Contratación como el lugar donde ―revolotea la tatagua‖, en un

momento en que la muerte por la peste de gripa llenó el cementerio de cadáveres,

obligando ―al escogimiento improvisado de un potrero para camposanto. El lugar

mencionado estuvo en el barrio Los Suspiros, por ahí donde hoy existe una casa frente a

una pequeña plazuela. Muchos cuerpos anónimos esperan allí la trompeta del Arcángel…!‖

(1998: 52). (Véase foto 5)

Recordado como sitio de encuentro y despedida, lugar de frontera, límite emocional, Los

Suspiros marca un espacio en la memoria donde se recuerda tanto a quienes se fueron de

la vida, como a quienes están lejos de sus familias. Aquí los padres despedían a sus hijos,

dando un adiós que podía durar meses, años o toda una vida.

Monte Redondo

Este lugar marcó uno de los límites del lazareto, uno de esos sitios de frontera construidos y

apropiados socialmente. Monte Redondo es otro de estos puntos de encuentro entre padres

e hijos asilados. Allí muchos conocieron por vez primera a sus padres… otro espacio de

sentimientos y de conflicto, otro más que marca la memoria de muchos contrateños, en

especial de los asileños.

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Don Juan Poblador también fue asileño del Guacamayo. Actualmente vive en Contratación,

aunque por muchos años fue ciudadano del mundo viajando por diversos lugares como

marinero y como cantante. De hecho, el canto lo cultivó en el asilo, gracias a la formación

en música de los salesianos nació su gusto por el canto gregoriano. En una ocasión

realizamos con don Juan una experiencia de cartografía social con el mapa del lazareto de

1925, durante la cual se iban ubicando algunos lugares significativos para la memoria (Ver

Anexo1). Al llegar a Monte Redondo paró un momento, se quitó las gafas y dejó ver sus

ojos brillantes de mirar perdido en algún lugar del recuerdo. Mientras relataba esta historia

reía, los que estábamos con él lo hacíamos también, pero su risa no era escandalosa, creo

que era más bien para disimular y mitigar un poco la tristeza que debió sentir al recordar

este momento:

Ahí llegaban los padres de familia para encontrarse con nosotros los asileños, trayéndonos piquete17 y comida. Cuando daban el permiso tanto en el asilo como en la dirección del sanatorio, dejaban ver a los padres con los niños. Una vez me dieron permiso. Cuando conocí a mi mamá, ya con uso de razón, yo decía que no tenía mamá. Entonces las monjas me dijeron: ―Si no va, entonces le zampamos‖18. Pa‘ que no me pegaran fui. [Mi mamá] sacó un canasto con gallina, y con todo eso me gustó tener mamá‖. (Contratación, mayo 2009)

Contratación Externa.

El pueblo terminaba donde comenzaba el aislamiento. Para los hijos sanos de los enfermos

de lepra se habían construido los asilos de Guadalupe y de Guacamayo, dos lugares

vecinos a Contratación, pero separados. En la década de 1930 se construyó el Asilo San

Bernardo en el antiguo corregimiento San Juan del Guacamayo, que pertenecía al municipio

de la Aguada (Gómez Plata, 1941: 51). Ahora solo quedan las ruinas del asilo, y pese a que

muchas de sus paredes ya han desaparecido, cuando caminaba por entre ellas junto con

muchos asileños su memoria se erigía, y a través de las historias se reconstruía el asilo y

así las ruinas se hicieron dormitorios, salones, patios, talleres y teatro. En 1965 este

17

―Piquete‖ se llama en el departamento de Santander a la Carne asada, usualmente acompañada de yuca o papa. 18

―Zampar‖ significa golpear.

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21

corregimiento se transformó en municipio, siendo su fundador el padre salesiano Juan

Bautista Solieri. (Véase foto 6)

Camino al Lazareto

El municipio de Guadalupe fue fundado en 1715. En 1911 se construyó el asilo, donde

actualmente está la Escuela Normal. Uno de los caminos obligados para llegar al Lazareto

era el que atravesaba Guadalupe. Muchas personas recuerdan el paso por este pueblo

como algo incómodo, donde sentían el escrúpulo y el recelo que los guadalupeños tenían

hacia los enfermos. Che María actualmente vive en el sanatorio para hombres enfermos

San Juan Bosco en Contratación. Oriundo de Sardinata, Norte de Santander, fue traído

desde muy pequeño junto a su madre, que había sido diagnosticada enferma de lepra, pero

A él le diagnosticaron la enfermedad una vez llegó al lazareto. En su relato de vida describe

cómo fue el viaje y el paso por Guadalupe:

Tenía tres años y medio cuando nos echaron a mi madre y a mí. En ese tiempo eran muy bravos con el leproso, era uno como un criminal. Nos tocó irnos al Lazareto, eran cuatro días de Cúcuta a Guadalupe, por lo que en ese tiempo no había carretera. Llegamos a Guadalupe a las 6 de la tarde y no nos dieron posada porque eran muy escrupulosos en ese tiempo. En una pesebrera grandotota, donde se guardaban los aperos para las bestias y toda esa joda, nos quedamos ahí en el puro piso, al otro día nos vinimos, salimos a las 6 de la mañana a Guadalupe, la Policía debía venir por nosotros. Cuando llegó a las 7 de la noche a recogernos de ahí —porque la Policía que venía de Cúcuta llegaba hasta Guadalupe y no pasaba más pa‘ca— fueron 10 policías enfermos de lepra y otros 10 de los sanos, para traernos hasta Contratación. (Contratación, abril de 2007)

El retén del río

Para ir de Guadalupe a Contratación debieron llegar hasta el río Suárez, el cual se debía

pasar en balsa y con cabuya19. Esta era la forma de atravesar el río hasta que fue

construido el puente Carlos Gómez Plata en 1943 en nombre del Jefe de la Sección de

Lepra del Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social. Veinte años más tarde fue

19

Por la turbulencia y la fuerza del rio, se debía atravesar una cabuya o un lazo de lado a lado del rio y con esta ayudar a dirigir la balsa. Se cuenta que en este rio murieron muchos enfermos, en algunos casos los que se habían volado del Lazareto, que se aventuraban a pasar nadando en él.

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22

sustituido por otra construcción a la que se le dio el nombre de Julián Figueroa, en honor al

padre salesiano (Ver Anexo 1).

El río marcaba uno de los límites geográficos en el cual comenzaba y terminaba el

aislamiento. Tanto por la fuerza y el peligro que representaba el curso del rio por este lugar,

estrecho, rocoso, profundo y rápido, como por el primer retén que encontraban los enfermos

una vez conseguían atravesarlo, este lugar marcó una frontera que los contrateños no

olvidan. Este retén fue construido cuando el perímetro del lazareto llegaba hasta el río y se

delimitaba por éste. Sin embargo, en 1926 cuando se redujo el área de aislamiento, se

eliminaron los retenes que había y se edificaron unos nuevos según el perímetro

establecido. Pero al parecer, se continuó manteniendo este retén por ser un lugar

estratégico para el control de la entrada y salida de personas al lazareto20 (Véase Anexo 1).

Pasando este puesto de control, los enfermos continuaban el camino para subir las

montañas empinadas y llegar al cerro de La Cruz, donde estaba el retén de Casa de Zinc, al

cual se debía llegar para entrar al lazareto. Por éste se llegaba a la Administración y se

hacía la admisión de los enfermos. Che María continuó contando cómo fue recorrer este

camino con su madre:

Había unos que tuvieron que subir en bestia porque venían mucho malos. Llegamos a las 11 de la noche, nos tocó esa noche quedarnos en [el retén de] Casa de Zinc. Llegamos y ahí le dieron el subsidio a mi mamá.

A mí me echaron al asilo [San Evasio], me declararon enfermo aquí y el colegio este (señalando el actual colegio ITIS) que fue hecho por el gobierno para niños enfermos de lepra. Habíamos 246 muchachos enfermos menores de 15 años. Había niños que de 3, 4 años en adelante ya estaban agravados de lepra; en ese tiempo había muchos niños, muchos casos, ahora no se ve eso casi. (Contratación, abril de 2007)

Don Álvaro Ruiz (1998) describe cómo era la entrada de los enfermos al lazareto. El camino

por el que llegaban era visible desde el pueblo, por lo que muchos contrateños con

20

En el taller de Cartografía Social Don Juan habla de este retén: ―Las bestias las lanzaban al rio, pero las personas y la mercancía las pasaban en balsas que construían ahí mismo. Al pasar al otro lado ya encontraban el primer retén‖ (Contratación, mayo de 2009). En una charla con el Mono Emilio también nos habla de este retén: ―Pero ya entonces pusieron otro retén en el rio, entonces ya le costaba a uno volarse porque si pasaba en un retén iban y lo prendían en el otro‖ (Contratación, mayo de 2009).

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curiosidad, algunos con miedo, otros con expectativa, esperaban, mirando hacia este

sendero para bajar la procesión de enfermos:

De la garganta del cerro pesadamente rueda una heterogénea caravana de hansenianos21 (…) Ancianos apergaminados, hombres maduros, jóvenes madres, núbiles doncellas y hasta niños de brazo completan el cuadro (…) Varios enfermos cargan su equipaje, lo traen consigo: una estera chingalé, una toalla, la cobija, y algunos, un gallo fino, pinto, tuerto, con una espuela mocha, y un perro flaco, acabado como la honradez. (...) Siempre hay escenas tristes y conturbantes. La madre que descubre dentro del grupo a su hija querida, el hijo reconoce a su progenitor (…) Lo paradojal: ver al esposo que no quiso seguir a su consorte cuando la echaron al sacrificado exilio (…) atenazado por prejuicios, escrúpulos, y creía, por equivocación, ser exento de la fatal dolencia. (1998: 97-98)

Acercándonos a la Contratación Interna

La Administración, ubicada en el cerro de Guadalupe, era el lugar donde se manejaba el

lazareto. Allí llegaban los medicamentos, se administraba el dinero, se cambiaba la moneda

interna por la nacional, y se llevaban las estadísticas. (Véase foto 7)

Cerca a la Administración quedaba el Cuartel de Policía. Allí estaba la policía sana,

encargada de custodiar los límites del lazareto, impidiendo la entrada y salida de los

enfermos, así como la de los familiares sanos de enfermos y de los vivanderos. Para la

Contratación Interna estaba la policía enferma o ―PÑ‖, como muchos contrateños los solían

llamar: ―Policía Ñoca22‖.

La Casa Médica era el hogar de los médicos del lazareto, que junto a la Administración y al

Cuartel se situaban fuera del poblado, constituyéndose como lugares para sanos. Hoy el

edificio de la Administración, que por mucho tiempo fue el centro de control del lazareto, es

una vieja casona con el techo cayéndose a piticos. La Administración, al igual que el Asilo

de Guacamayo agonizantes en sus ruinas, recuerdan el pasado del lazareto y de

21

La lepra llamada también como enfermedad de Hansen, por el médico noruego Gerhard Henrick Armauer Hansen, quien en 1873 descubrió el bacilo causante de la enfermedad. En muchos países se usa el término de enfermedad de Hansen como una forma políticamente correcta de referirse a la lepra. 22

―Ñoco‖ se autodenominan jocosamente algunos pacientes de Hansen con discapacidad o deformidad en las manos tipo ―garra‖. El bacilo de Hansen afecta principalmente la piel y el tejido nervioso periférico de manos y piel. La perdida de la sensibilidad protectora predispone al enfermo de herirse o quemarse, afecciones que se pueden ulcerar e infectar hasta comprometer los huesos (osteomielitis de las falanges) ocasionando perdida de la longitud de los dedos, deformándolos, dejando la uñas a 3 o 4 centímetro de distancia del dorso o palma de la manos. (Entrevista al Doctor Daguer, Contratación, mayo de 2009).

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instituciones que dejaron de existir, en cuanto otras, como los colegios y los hospitales, se

mantienen, siguen su función de enseñanza y de práctica médica.

Cotidianidad, legalidad y no legalidad.

Porque aquí éramos como un campo de concentración, aquí había Reténes en todas las salidas y uno no podía salir sin un permiso, al enfermo no lo dejaban salir, sino al sano, que le daban tres días de permiso. Yo me acuerdo que me volé tres veces de aquí, salía uno a las 2 de la mañana aquí por aquel desecho (con su mano indicando uno de los extremos del pueblo). Había una persona que era especial para sacarlo a uno, se le pagaba 50 centavos y lo sacaba a uno. (Entrevista con el Mono Emilio, Contratación, abril de 2007)

La vida de los lazaretos era mucho más compleja de lo que a simple vista se puede

observar. Si se leen los documentos más allá de los datos, es posible deducir que existe

una fuerte y recurrente preocupación por parte de legisladores y médicos de reglamentar y

controlar no solo los espacios, sino también la vida social en los lazaretos. En la memoria

social se inscribe lo legal, pero a su vez está cargada de recuerdos e historias sobre actos

no legales, que no por estar fuera de la ley significa que no sean legítimos.

Las imposiciones del Estado, la medicina y la religión sobre el lazareto y quienes habitaban

en él para hacerlo un lugar de aislamiento, de medicalización y de control de la vida social

de los enfermos, generaron una serie de conflictos y tensiones que están presentes en la

memoria social de los contrateños. En sus relatos de vida se fueron entretejiendo sus

vivencias desde las experiencias cotidianas, dejando entrever en éstas distintas formas de

resistencia, y una historia social que va más allá de la ley. Esto me llevó a privilegiar la

categoría de contrateños, en algunos casos, por encima de la de sano y enfermo, ya que

pese a que tal distinción es fundamental para entender la vida de muchas de estas

personas y la historia de los lazaretos, hubo en sus narraciones momentos de la vida social

en los que se desdibujaron tales categorías o por lo menos se luchó para que no impidieran

hacer lo que ellos querían para sus vidas. Ejemplo de lo anterior es el amor que surgió entre

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don Álvaro y Doña Evelia. Él es enfermo y ella es sana. Cuando se conocieron estaba

prohibido el matrimonio entre sanos y enfermos, y pese a esto se casaron23.

Es así como las historias de los contrateños se recordaron, se escucharon y se escribieron

trenzando sus recuerdos con el cordón sanitario, los desechos y caminos, mojando la

palabra con guarapo, aguardiente y cerveza, poniéndole nuevas reglas a la vida como al

parqués con la hueca, dándoles picante a los encuentros, el coqueteo de la enferma al sano

y viceversa, pariendo criaturas como historias, perpetuando sus recuerdos y sus

existencias, en las que se construyen y se construyeron ellos, su memoria y este trabajo.

Voladas, contrabando, chicha y juego

Cuando se habló con los contrateños sobre los retenes, necesariamente se contaron las

historias de las voladas. No obstante a la prohibición para los enfermos de traspasar el

perímetro del lazareto y a las restricciones que se impusieron para los sanos, tanto unos

como otros usaron los desechos. ―El sano no podía entrar sino con permiso y por solo tres

días, y el enfermo no podía salir del lazareto‖. Estos desechos eran caminos por donde los

enfermos podían burlar los retenes custodiados por la policía. Para pasar por ellos en

muchos casos se pagaba a un ―desechero‖ o baquiano, quien ya conocía la ruta y el

momento propicio para salir del lazareto sin ser descubierto. La Policía Nacional era la

encargada de vigilar el cordón sanitario. A ellos, por cada persona que cogieran intentando

entrar o salir de forma no legal al lazareto, les daban un día libre como recompensa. A quien

atrapaban le imponían una sanción: si era sano, era expulsado del lazareto, y si era

enfermo, debía pagar una multa, unos días en la cárcel o unos días arreglando las calles del

pueblo.

Un día cuando charlaba con el Mono Emilio tocamos el tema de los desechos. Desde el

interior de su casa salimos hasta la puerta, donde me indicó unos lugares en el paisaje

mientras me contaba:

23

Más adelante se ampliará esta historia.

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Le voy a mostrar porque yo me volé varias veces por aquí. Mire: por esta hondonada [que está en zigzag], por ahí hay un camino. Ese era un desecho, la Administración es esa casa que se ve ahí, vieja. El desecho quedaba lejos del retén, salía al aliñadero, echando por el Aliñadero bajan al retén de Casa de Zinc. Cuando yo me volé fue para ir a ver a la familia, ahí salí por un desecho, pero devuelta dije no, yo no me meto por el desecho, entonces me vine por el retén. Llegue al retén y allá, en un libro grandote donde le ponían a usted fulano de tal salió el día tal a las 3 de la tarde —a usted no le daban permiso sino por tres días— entonces allá buscaban el nombre de uno y claro yo no estaba. Entonces llegó la Policía y yo les expliqué:

— No, es que yo me fui por el desecho.

Entonces se calentaron, dijeron: ―No, no puede ser porque nosotros permanecemos por allá hasta las 2 de la mañana.

Como a ellos les daban día de descanso por cogerlo a uno, se la pasaban en esas lomas acurrucados. Pero entonces el que lo guiaba a uno sabía que a las 2 de la mañana se iban para el retén y uno se volaba. Entonces no me habían encontrado en el libro y yo les dije que me había volado allá. Y no, eso se calentaron, que era mentiras, entonces llamaron a otro policía y dijo: ―Bueno, vaya entréguelo, tocaba entregarlo aquí en el [Sanatorio de] San Juan Bosco‖. (Contratación, Mayo de 2009)

Los desechos se recuerdan con mucha precisión (Véase Anexo 1). Fueron utilizados por los

voceros de estas historias en múltiples ocasiones, en muchos casos pagando un desechero

o en otros siguiendo las indicaciones que familiares y amigos daban, donde gracias al

reconocimiento del territorio se sabían las rutas de memoria. En estos relatos también se

habla sobre el contrabando de productos como la cerveza y el aguardiente, que eran

permitidos en el territorio nacional, pero prohibidos y judicializados en los lazaretos.

Aquí venía mucho contrabandista a traer aguardiente, cerveza y cosas que no vendían acá, que por lo tanto eran contrabando. El contrabando era más que todo de Guadalupe con el aguardiente, porque en Guadalupe había estanco público. La venta de aguardiente era legal, pero lo que vendía el gobierno, entonces había estanco y el estanco era oficial. Entonces usted compraba en Guadalupe botellas de aguardiente que valían por ahí a 50 centavos, aquí se vendían a uno con cincuenta o a dos pesos. Un ron de 50 centavos, aquí lo vendían a dos pesos porque no lo había y era algo que como era vedado, entonces todo el mundo lo quería.

La cerveza la entraban de contrabando. Aquí venían para los enfermos los cigarrillos Piel Roja subsidiados. Como eran más baratos aquí, muchos los compraban para venderlos en Guadalupe. Por el lado de Chima había varios desechos por los que se traían cargas de cerveza tarde de la noche y con la guía de algún desechero. Algunas personas se cargaban al hombro los bultos de cerveza hasta una tienda, pero había que conocer bien el camino. Recuerdo que una noche fui a acompañar a una pareja para que se cargaran un bulto que traía 72 botellas, eran tantas y estaban tan bien puestas que el bulto quedaba

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cuadrado. Ellos le ponían un pretal y sobre la espalada se lo cargaban y así lo traían hasta el pueblo. (Cartografía Social, Ricaurte, Contratación, mayo 2009).

Para quienes contrabandeaban también hubo sanciones. Aparte de quitarles el producto, si

era sano lo sacaban del lazareto y si era enfermo lo castigaban quitándole el subsidio o

enviándolo a otro lazareto.

Los vivanderos llegaban todos los días, con excepción del miércoles, a vender sus

productos. Provenientes en su mayoría de las poblaciones vecinas, había algunos que

llegaban desde Moniquirá con almojábanas, arepas y quesos, y otros desde Vélez con

dulces y bocadillos. Había algunos que aprovechaban su situación para entrar contrabando

al lazareto.

Había grupos de arrieros. Traían papa, maíz y dos o tres cargas de cerveza. La carga que era bien pasaba por el retén y el resto se quedaba en La Vega y ya la pasaban de otra forma, entonces se la vendían a un tipo que se encargaba de pasarla. Ese era el sistema del contrabando.

Los vivanderos tenían pases, los renovaban cada rato. En el Parque Centenario (la plaza) había toldos, eso era bonito. En tiempo de Navidad las mujeres de la Aguada al estilo veleño: con sus blusas blancas adornadas muy bonitas, la falda negra plisada y de sombreros blancos cantaban guabinas en la plaza. (Cartografía Social, Ricaurte, Contratación, mayo 2009)

Don Rosario cuenta que en principio era permitido vender guarapo en Contratación. Cerca a

la Virgen de Los Suspiros había unas pipas grandototas que eran llenadas para las fiestas.

―Hacían guarapo pa‘ todo el que quisiera beber, era solo meter usted la cuchara y beber‖.

Sin embargo, fue prohibido cuando llegó una comisión del ministro Jorge Bejarano24 y vio

―eso la gente jartando gratis guarapo día y noche‖. Pero como me decía el Mono Emilio en

una charla:

De contrabando eso sí era mucho lo bonito. En mi tiempo había muchas guaraperías y uno se encerraba a beber. Cuando eso la policía decomisaba el guarapo. Pero cuando ellos llegaban a una casa, debían esperar en la puerta hasta que la persona les dijera que podían entrar, así que esto se aprovechaba

24

Pese a que en la entrevista don Rosario no conoce el año exacto en que esto sucedió, se podría decir que fue en algún año entre finales de la década de 1940 y comienzos de 1950. Jorge Bejarano ―Fue director Nacional de Sanidad; el primer ministro de Higiene, en 1947, y presidente de la Sociedad de Pediatría y Cirugía. Perteneció a la Academia Colombiana de Ciencias Exactas y Naturales, y a la Academia de Medicina de Nueva York. Entre sus obras están: Conferencias sobre los problemas de la raza en Colombia (1920), Alimentación y nutrición en Colombia (1950) y La Derrota de un vicio: origen e historia de la chicha en Colombia (1950).‖ (Uribe Gómez, 2006:42).

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para esconder el guarapo donde fuera.

Allá pa‘ lado de la casa había un viejito que tenían una guarapería, don Pedro Elías, que tenía unas pipas grandes de guarapo. Don Pedro era un viejito chiquitico: eso la piel le forraba el mero hueso. Entonces, cuando llegaba la policía las hijas lo empelotaban y lo zampaban entre la pipa llena de guarapo. A los guardas le decían: ―Siga‖. Entonces los policías entraban y veían allá metido al viejito, ―¡esto es guarapo!‖, decían. ―¡Sí!, pero ustedes verán: ése fue el remedio que el doctor le dio a mi papá, ustedes verán si lo botan para acusarlos‖. Entonces los policías sin nada que hacer se iban, las muchachas sacaban al viejo, lo bañaban y seguían vendiendo guarapo. (Contratación, mayo de 2009)

Aquí el guarapo era mucho sucio. Como era de contrabando. Uno iba allá donde misia Chinca, ¡guarapo más puerco! Eso Chinca tapaba los jarrones de barro con las pantaletas y decía:

— ¡Ah! pero es que ustedes sí que son desagradecidos, eso es para colarlo, para que no se me le vaya ninguna paja. (Contratación, abril de 2007)

Entre chicha, aguardiente y cerveza, muchos contrateños jugaban lotería y hueca.

Actualmente se continúa jugando hueca y es común ver, sobre todo a hombres, en el

Sanatorio o en algunas cafeterías, alrededor de una mesa adecuada con bordes altos para

no dejar caer el dado, rodando en las tardes contrateñas apuestas e historias. Cuentan que

antiguamente la gente solía apostar de todo. Muchos perdieron sus subsidios, sus casas,

animales y hasta la mujer.

El matrimonio entre sanos y enfermos

Muchos matrimonios se sucedían entre sanos y enfermos. Pese a la prohibición por parte

de la ley, muchas parejas jóvenes salieron de los confines del lazareto y consumaron su

matrimonio en poblaciones cercanas a Contratación, o a las escondidas con curas que

preferían el casamiento al amancebamiento, situación muy común en los lazaretos.

Esposos desde hace más de 50 años, don Rosendo y doña Oliva cuentan cómo era el

matrimonio entre sanos y enfermos. Aunque no fue el caso de ellos, describen cómo era

para estas parejas:

Hasta el 50 le tocaba a uno a escondidas: un enfermo para casarse con una mujer sana o un sano para casarse con una mujer enferma. Les tocaba salir por fuera del retén, por allá a escondidas y decirle al padre ―yo me quiero casar‖. Hay unos que se casaron en San Pablo, otro en Guadalupe o si no otros allá, al

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borde de una quebrada, por allá en una casa, en una choza. Pero aquí, aquí al enfermo con el sano no (Contratación, enero de 2008).

Sobre este tema don Rosario cuenta:

Si un enfermo se enamoraba de usted, usted no podía casarse con ese enfermo: no lo casaban. Para usted casarse con él se debía salir por fuera de los desechos por allá, a Guadalupe, a Chima o a Guacamayo, que son los tres poblados más cercanos, casarse por allá. O había un padre, Bruno Orjuela, que los casaba aquí en el pueblo por allá en cualquier casa humilde, en un trapiche. Eso era lo que más prohibían, no tomar licor, ni casarse con una persona enferma. Pero eso era lo que más hacían (Contratación, mayo de 2009).

Don Rosario se había conocido con su esposa desde la infancia en el pueblo donde nació

(Paipa, Boyacá). Pero solo años más tarde se reencontraron en el lazareto. Ella había

llegado por ser enferma y él porque sus padres lo eran.

Ella una vez me comentó que de una vez que me vio me puso el ojo, se enamoró de yo (…) yo me casé el 22 de febrero de 1947, antes de la toma de Bogotá, cuando mataron a Gaitán. Yo duré casado con mi esposa cincuenta… me hicieron falta veinte días para cumplir cincuenta y dos años de matrimonio, cuando ella murió. Tuvimos once hijos, ocho mujeres y tres varones. De todos mis años de casa solo hubo un disgusto, el resto fue una sola luna de miel. (Contratación, mayo de 2009)

En julio de 2007 viajé a Contratación con un estudiante de Historia de la Universidad

Industrial de Santander que iba a hacer un trabajo sobre matrimonios entre sanos y

enfermos. Acompañé la realización de las entrevistas, que quedaron solo en mis recuerdos

y en lo poco que registré en el diario de campo. Entrevistamos a don Álvaro Ruiz, el autor

del libro La Croniquilla de Contratación (1998), quien como historiador local supo apropiarse

muy bien de la historia llevando la voz líder en la entrevista. Sin embargo, sus dudas

saltaban y en gritos llamaba a su esposa, Evelia, que en la cocina silenciosamente hacía

sus labores. Doña Evelia respondía con muchísima propiedad y actitud a las preguntas de

don Álvaro. A los dos días tuve la oportunidad de hablar con doña Evelia en un momento de

fuga, donde mi compañero continuaba la entrevista con don Álvaro. Ella me contó

rápidamente su historia.

Doña Evelia llegó desde muy pequeña a estas tierras después de una travesía con sus

padres, en la que primero llegaron a San Vicente del Chucurí y luego a la vereda de San

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30

Pablo25, que fue la antigua colonia agrícola del lazareto, para finalmente llegar al lazareto. A

su padre le diagnosticaron la lepra estando en San Pablo, por lo cual los llevaron al pueblo;

el padre muere y doña Evelia ya adolescente, conoce a don Álvaro. Él la conquistó a través

de cartas que ella aún conserva. Ambos se enamoraron, pero la familia de doña Evelia se

oponía a este amor.

Cuando le pregunté a doña Evelia por qué su familia se oponía, no dejaba de pensar en que

don Álvaro es enfermo de lepra y, aunque esperaba una respuesta que había construido

desde dicho pensamiento, me sorprendí cuando doña Evelia me respondió que ―se oponían

porque don Álvaro era muy tomador‖.

Un día don Álvaro le preguntó a ella ―Evelia, ¿usted me quiere?‖. A lo que ella respondió

―Yo sí lo quiero‖ y entonces él le dijo ―casémonos el miércoles‖. Y con esta determinación

salieron para San Pablo, donde para esos días estaba por coincidencia el cura del pueblo

allá para que los casara, pese a que en el lazareto era prohibido el matrimonio entre sanos

y enfermos. En la relación entre doña Evelia y don Álvaro se había desdibujado la

enfermedad, importaba más el amor —a ella le preocupaba más si él era tomador y el luto

que debía llevar por la muerte de su padre— que el escrúpulo y la ley que prohibía ese

casamiento.

El monumento a la Virgen María Auxiliadora y la pertenencia al Lazareto

El 24 de mayo se celebra con gran pompa la fiesta de la Virgen María Auxiliadora en

Contratación. Por motivo de esta fiesta decidí viajar para así vivir esta celebración junto con

los contrateños. En ese fin de semana varios contrateños con los que hablé, como don

Juan, el Mono Emilio y don Rosario, me contaron que en la década de 1950 llegó la noticia

25

Actualmente San Pablo es una vereda del municipio de Contratación (www.Contratación-santander.gov.co).

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31

de que iban a acabar el lazareto26. Muchos contrateños preocupados con tal noticia pidieron

al padre Guillermo, párroco en ese entonces del lazareto, que hiciera algo para evitarlo:

Según la legislación nacional sobre lepra, querían dejarnos en un solo Lazareto, o Agua de Dios o Contrata, y creían que era mucho mejor trasladar los enfermos de Contratación a Agua de Dios. Ese fue el motivo. A mediados del 55. Le pidieron al padre Guillermo que lo evitara. El padre hizo la propaganda de que pidiéramos a la Virgen María y que ella no dejaría que se acabara el pueblo. (Cartografía Social, Juan Poblador, mayo de 2009)

El padre hizo la petición un 24 -que era su día- a la Virgen María Auxiliadora en Los Suspiros, para que hiciera el milagro y no dejara acabar el Lazareto, y que él le hacía un monumento arriba en la loma. Hizo la promesa, y a poquito tiempo dijeron que no, que ya no iban a acabar con esto. (Entrevista Mono Emilio, Contratación, abril 2007)

Se terminó de construir en 1959, se terminó por completo. Lo construyó la comunidad salesiana con los enfermos de lepra. Eso fue hace más de 54 años y todos los sábados últimos del mes de mayo va la peregrinación allá arriba, desde cuando eso.

Cuando el mandato de Rojas Pinilla se le dio la libertad al enfermo de lepra de tener cédula y de que se podía ir para donde se le antojara y acabó con esto; eso la población quedó poquiticos, entonces el cura mandó a hacer el monumento aquel, arriba, para que la Virgen no dejara acabar esta vaina, porque todo mundo yéndose, al que se le dio la libertad se fue y no volvieron a recoger más. (Entrevista Rosario, Contratación, mayo de 2009)

El monumento a María Auxiliadora no sólo nos habla del fervor religioso a esta virgen,

gracias a la presencia de la comunidad salesiana que educó moral y socialmente a los

contrateños, sino que también nos habla de cómo ellos, a través del milagro de la Virgen, se

resisten frente a la idea de acabar con el Lazareto, y más que acabar con él, acabar con la

población, con la comunidad que allí habían constituido al reconstruir sus vidas.

Desde la construcción del monumento a la Virgen María Auxiliadora en el cerro de

Guadalupe, todos los años se realiza una fiesta en torno a la madre y patrona de los

salesianos y de muchos contrateños devotos y admiradores de ella. Los contrateños todos

los 24 de mayo asisten masivamente a aquel cerro que representa la pertenencia que los

lugareños sintieron y sienten hacia Contratación. (Véase foto 8)

26

Hasta el momento no he encontrado en ningún documento escrito esta información. Sin embargo es algo que se guarda en la memoria de los contrateños, que configura las historias que explican el por qué la construcción de este monumento, bastante querido por ellos.

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32

SEGUNDO CAPITULO

Genealogía del aislamiento

De la política a la medicina como política. Lepra, Estado y Ciencia.

Desde finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, a través de la legislación

y los discursos médicos en Colombia se concibió la lepra como entidad médica, que debía

ser controlada con el aislamiento obligatorio de los enfermos. En 1833, Francisco de Paula

Santander, presidente de la república, publica la ley sobre lazaretos27 en la cual dispone

para la Nueva Granada el establecimiento de tres lazaretos, disponiendo fondos públicos de

para el establecimiento y conservación de los mismos. Además de esto, se determinó

mediante esta ley que el poder ejecutivo era quien debía hacer efectiva tal empresa,

llevando las cuentas y teniendo en su cargo reglamentar estos lugares (Santander, [1833]

1940).

Santander decretó también el primer reglamento específicamente para el lazareto del tercer

distrito, ubicado en ―las inmediaciones de la ciudad de Cartajena, en la isla denominada

Tierra-bomba‖. Este reglamento dispuso algunas directrices, que se reiterarían durante la

primera mitad del siglo XX, tales como: cuarteles o barrios para sanos y otros para

enfermos separados por sexos, para las personas que fueran enfermas de lepra ―sin

excepción alguna […] serán conducidas al lazaretos‖, la denuncia de los enfermos por parte

de los pobladores, especialmente de los ―profesores de medicina‖, la posibilidad de que el o

la conyugue del enfermo, con conocimiento ―del peligro a que espone su salud‖ estuviera en

el lazareto, exámenes cada seis meses de los habitantes del leprosorio. Para los hijos

sanos de los enfermos de lepra se dispuso:

―si los mismos tuvieren hijos pequeños, o les nacieren después de estar en el lazareto, i estuvieren sanos, se les quitarán inmediatamente i se entregarán a algún individuo de la familia que quiera recojerlos i criarlos, o se enviarán entre

27

Diana Obregón (2002) resalta que para la segunda mitad del siglo XIX se fue dejando de usar la denominación de ―hospital de San Lázaro‖, reemplazándola con el de ―lazareto‖. Esta palabra viene del italiano ―lazzaretti‖, que en el siglo XIV significó el lugar de cuarentena durante las epidemias de la peste. Es importante pensar en el significado que históricamente ha tenido esta palabra, pues hace referencia a sitios de aislamiento, de cuarentena, que para el caso de la lepra fueron espacios de confinamientos vitalicios.

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33

personas caritativas que se encarguen de su crianza; u si esto no puede conseguirse se pagarán nodrizas de las rentas del establecimiento para que tomen a su cargo las criaturas, procediéndose en el particular por la junta gubernativa con la posible economía.‖ (Santander, [1935] 1940:10).

Al interior del leprosorio se dispuso: el registro de quienes llegasen, las raciones de comida

con algunas prohibiciones de alimentos que pudiesen agravar la enfermedad, como también

la prohibición de beber licores ―espirituosos o fermentados‖, la implementación de algunas

prácticas de aseo de casas y espacios comunes, y las prácticas recreativas ―honestas‖. Se

dispuso también la creación de escuelas de enseñanza primaria una para hombres, otra

para mujeres, y la aceptación de visitas de amigos y familiares con algunos requerimientos

(Santander, [1833] 1940).

Aunque este reglamento se diseñó exclusivamente para el lazareto en Tierra-bomba,

encuentro importante la consideración del mismo para pensar cómo en el siglo XIX se

comenzó a legislar sobre los lazaretos y sobre la vida al interior de estos, con algunas

disposiciones que posteriormente, para la primera mitad del siglo XX, se complementarían y

complejizarían. Con este primer reglamento se reunieron las ideas del Estado para el

manejo de la enfermedad en una república en conformación, que asumió la lepra desde sus

inicios como un problema público y político28.

En respuesta a la necesidad de darle un tratamiento a la población enferma se crearon en

esta época los principales lazaretos que tuvo Colombia29. En 1778 el gobierno virreinal

realizó el primer censo de lepra, a partir del cual se decidió fundar un ―hospital-Lazareto‖ en

la misma real Villa del Socorro (Acosta Ortegón, 1941: 293), mas tarde, para 182 se fundó

en la vega del rio Suarez el lazareto en el sitio llamado el Curo30 (Véase Ramón Peñuela,

28

Aunque para Obregón los lazaretos ―eran parte de un proyecto filantrópico. Para estos legisladores, los leprosos eran objeto de compasión y caridad‖ (2002:184), considero que aunque social y de alguna forma políticamente se continuaban algunas consideraciones filantrópicas con valoraciones religiosas y morales de la enfermedad; la lepra fue un problema político que supero la compasión y la caridad, y se erigió, desde las primeras décadas de la república como un asunto de Estado, con un manejo político y con ciertos aspectos médicos integrados al mismo. 29

Caño de Loro (o Caño del Oro), Contratación y Agua de Dios (Véase Espinosa, 1998:32-34). 30

Pese a que en el documento de Santander de 1833, se habla de tres lazaretos ―el primero comprenderá las provincias de Bogotá, Cazanare, Neiva, Pamplona, Socorro, Tunja i Vélez: el segundo las de Antioquia, Chocó, Buenaventura, Popayán i Pasto: el tercero las de Cartajena, Rioacha, Monpós, Mariquita i Santa Marta.‖ No

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34

1822 en Acosta Ortegón, 1941: 293). Sin embargo, para 1861, por un decreto de la

Asamblea del Estado de Santander que autorizaba al gobernador para ―establecer el

Lazareto en la provincia del Socorro, en la forma que crea conveniente‖ (Acosta Ortegón,

1941: 299), se trasladó el lazareto para el sitio denominado ―La Contrata‖ del cual proviene

el nombre de Contratación.

Ocho años más tarde, la Asamblea Legislativa de este estado ordenó de nuevo la

construcción de un hospital para asistir a los enfermos de lepra de la aldea-lazareto de

Contratación. Para el Estado de Cundinamarca, en 1857 y más tarde en 1867, se promulgó

una ley ordenando la fundación de un lazareto. En este mismo año se compraron los

terrenos de Agua de Dios, cerca a Tocaima, un pueblo que por sus aguas termales había

atraído la presencia de muchos enfermos a esta región. Los primeros afectados

comenzaron a llegar a este territorio en 1870 y un año más tarde la Junta de Beneficencia

de Cundinamarca asumió este lazareto bajo su cargo. Los lazaretos, más que instituciones

médicas, fueron en esta época lugares para separar y ocultar a los enfermos de lepra

(Véase Obregón, 2007: Capítulo 2).

Durante el quinquenio del General Reyes (1903-1908) se concretaron estas preocupaciones

por el control de la lepra, articuladas con los discursos sobre modernización y progreso de

la nación (Obregón, 2002, Platarrueda, 2007). Con la Ley 14 de 1907 (véase República de

Colombia, 1937:5-7) la lepra se consideró una enfermedad de calamidad pública,

instituyéndose la reclusión obligatoria de los enfermos en los lazaretos de Contratación,

Agua de Dios y Caño de Loro31. Desde ahí hasta finales de la década del cuarenta se

produjo una amplia legislación sobre aislamiento (véase Resolución N° 13 de 1919,

Resolución N° 105 de 1919, Resolución N° 4 de 1920, Resolución N° 96 de 1932, Ley N° 32

de 1932, Resolución N° 60 de 1933, Resolución N° 66 de 1936, Decreto N° 638 de 1930 en

República de Colombia, 1937: 171-189).

queda muy claro si el primero fue en la provincia del Socorro, muy seguramente el Curo, un antiguo lazareto anterior a Contratación, ubicado cerca al rio Suarez (Véase Santander [1833] 1940). 31

En 1789 del Hospital de San Lázaro en Cartagena, que había sido fundado en el siglo XIX, se trasladó al sitio de Caño de Loro en la Isla de Tierra Bomba (Platarrueda, 2004: 16).

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35

Los congresos internacionales sobre lepra, ocurridos en 1897 y 1909, insistieron en el

aislamiento como la mejor medida para impedir la propagación de la enfermedad. Esto

promovió su obligatoriedad y vigilancia, como se estaba practicando en Noruega (Obregón,

2002, Maldonado, 1949: 24). El conocimiento médico que se generó internacionalmente

sobre la enfermedad se articuló con las formas de control en Colombia. Fue así como el

confinamiento se instituyó, y con éste una serie de prácticas higienistas que se

implementaron en los lazaretos.

A finales del siglo XIX y principios del XX, las estadísticas de lepra en Colombia señalaban

un aumento en el número de enfermos, el cual llegó a 30.000 personas. Este fenómeno,

que Obregón denomina ―la retórica de la exageración‖, se dio como una estrategia para

acelerar el proceso de medicalización y al mismo tiempo para captar ayudas económicas

destinadas al sostenimiento de los enfermos32 (2002: 184). ―El gobierno aprobó leyes

severas que establecían como obligatorio el aislamiento de los leprosos, el Estado

colombiano tomó el control de los lazaretos y los médicos efectuaron los primeros intentos

de medicalización de la lepra‖ (2002: 204).

La lepra vivió una transformación en su concepción y manejo, en el cambio del siglo XIX al

siglo XX, con la medicalización y con esta la constitución de una política diferente que se

hizo desde el laboratorio. Confrontando a Noguera (2003) quien afirma que para la primera

mitad del siglo XX hubo una politización de la medicina y una medicalización e higienización

de la política, Latour (1980) no ubica el papel de la ciencia en un espacio/tiempo fijo, sino

que asevera que la ciencia es política. Para Latour, lo que se hace en el laboratorio es

política y rebatiendo la imagen del médico o del científico aislado del mundo en un

laboratorio o en una clínica, él nos mueve a pensar en que estos espacios aparentemente

aislados, están profundamente conectados con el mundo y sobretodo lo toman y lo

intervienen.

32

Este fenómeno respondía a una lógica mediante la cual era conveniente hacer más visible la enfermedad para captar el interés de la sociedad y de los políticos y así incentivar la investigación, la presencia de la comunidad médica en los lazaretos y la captación de dinero para el mantenimiento de estos lugares.

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36

“La ciencia es política ejercida con otros medios” (Clausewitz citado en Latour,

1980:65). En el siglo XIX el manejo de la lepra fue un manejo político, que pese a contar

con la presencia de médicos en los lazaretos y con algunas prácticas de vigilancia y

diagnostico de la enfermedad, consignados en algunos documentos como el de Santander

en 1833, solo hasta el descubrimiento del bacilo por Hansen, la lepra no solo se asumió

como una entidad médica y patológica, sino que la política se construyó a partir de la

ciencia. Por esto no negamos una dimensión política que atravesó el manejo de la lepra a lo

largo de su historia, sino que intentamos matizar, entendiendo las concepciones bajo las

cuales se construía y se constituía la misma.

La medicina se ocupó de la lepra, construyendo un conocimiento médico que avalaba el

paradigma bacteriológico. De este modo se transformó la percepción sobre la enfermedad,

que pasó de ser un problema político nutrido por la caridad y filantropía, a un asunto

biomédico como política de Estado. Este hecho reforzó las ideas de aislamiento, que se

alimentaban además de las teorías predominantes sobre el carácter contagioso de la

enfermedad. No obstante, tanto social como científicamente la lepra continuaba teniendo un

carácter ambiguo, en discusión y debate constante, atravesada por su legado de exclusión,

estigma y ostracismo, y permeada por una serie de creencias. Por lo que permaneció y

permanece en algunos contextos la discusión sobre la herencia o el contagio33.

Sin embargo, fue el paradigma bacteriológico, y no la ―heredabilidad‖, el que dio forma al sistema carcelario y policivo del lazareto, con sus retenes y rituales de desinfección persecutores de la contagiosidad de la lepra. En ese sentido es que se explica por qué ha sido el contagio y no la herencia el receptor de una tradición de resistencia local frente a la exclusión que resultó del extrañamiento al que fueron expuestos los enfermos. (Platarrueda, 2007: 160)

Claudia Platarrueda (2007) aborda la discusión de los disensos y los consensos sobre la

lepra, su carácter contagioso o hereditario y las representaciones sociales del lazareto y de

la enfermedad. En muchos de los relatos de contrateños (de aquellos que son enfermos y

de aquellos que a pesar de no tener la enfermedad comparten la vivencia de ésta) se

33

Actualmente la medicina considera la lepra como una enfermedad contagiosa, que, sin embargo, tiene un nivel de contagio muy bajo. La forma de transmisión de la enfermedad se da por aspersión aérea de secreciones nasales (Dynamed, EBSCO, base de datos en línea).

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37

encuentran posturas en las que se rebate y se niega el carácter contagioso de la

enfermedad, apoyándose en muchos casos, inclusive, en la idea de la herencia, y en otras

se niega tanto el carácter contagioso como heredable, explicando la tenencia de la

enfermedad por excesos o ―desmandes‖34, como muchos suelen llamar.

Don Rosario, como gran narrador de historias sobre el lazareto, que han sido sus propias

vivencias y que han generado en él actitudes muy específicas sobre la enfermedad, cuenta:

La lepra no es prendediza porque mi papá sufrió de lepra, después mi mamá resultó enferma y yo soy sano, me casé con mi esposa y ella también era enferma. Entonces si la lepra fuera prendediza, imagínese usted, papá enfermo, mamá enferma y mi esposa enferma. La lepra no es prendediza, la lepra se contrae por medio de desmandes que uno hace en la vida. Cuando uno está muchacho hace muchas piruetas, y a todo momento el cuerpo no está para aguantar cualquier desmando, entonces se puede contraer la enfermedad. (Entrevista Rosario Chacón, Contratación, mayo 2009).

En estas formas de negar el contagio de la enfermedad y de explicar otras maneras como

se adquiere, subyace una resistencia por parte de los contrateños al escrúpulo y sobre todo

al aislamiento y la segregación de enfermos y sanos. En muchos de estos relatos se

condena la separación de la familia por las nociones de contagio, y a su vez, la convivencia

de enfermos con esposas o esposos, con hijos sanos o enfermos se presenta como un

argumento para refutar estas ideas.

Doña Oliva y don Rosendo se conocieron, se enamoraron y se casaron en Contratación

durante sus años de juventud. Doña Oliva había llegado al lazareto de un año de edad

porque a su madre le habían detectado la lepra. Llevada a la fuerza, la madre de doña Oliva

llegó solo con su hijita porque su familia se había negado a irse con ella. A los cinco años

doña Oliva fue internada en el asilo de Guadalupe35, pero a los diez años le descubrieron la

enfermedad, por lo que fue devuelta a Contratación. En cuanto a don Rosendo, él llegó

enfermo cuando tenía 14 años de edad con la esperanza de que a los seis meses se

mejorara y se devolviera a su tierra. Sin embargo, como él dice ―resulta que los seis meses

34

La palabra ―desmandes‖ significa ―excesos‖, cosas que no se deben hacer. 35

En este asilo, ubicado en el Municipio de Guadalupe, vecino de Contratación, se internaban las hijas sanas de los enfermos de lepra.

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no se han cumplido‖. Producto del matrimonio nacieron cuatro hijas, que no son enfermas

de lepra, por lo cual doña Oliva, mientras me mostraba un álbum familiar, dijo:

Antes decían que la enfermedad era contagiosa ¿no? Eso se sabía y por eso era el miedo. Yo a veces pienso que la enfermedad podría ser hereditaria, pero prendediza no, porque nuestras hijitas nacieron cuando nosotros estábamos bien abrazados en la enfermedad y ahora uno dice que están bien. (Entrevista Oliva y Rosendo, Contratación, Enero 2008).

Desde la primera mitad del siglo XX el aislamiento se institucionalizó en el lazareto con la

consolidación de un cordón sanitario y la creación de retenes o puestos de control que

circunscribieron un área para la concentración de los enfermos (Ver Anexos 1 y 2). Esta

zona contó con hospitales-sanatorios para hombres y para mujeres, así como asilos para

niños y niñas enfermos dentro del Lazareto. Fuera de allí se construyeron asilos y

preventorios para alojar a los hijos e hijas sanas de los enfermos, como una forma de

separar y organizar a la población no solo entre sanos y enfermos, sino también entre

sexos.

Asimismo, se idearon para los lazaretos una serie de normas que prohibían el matrimonio

entre sanos y enfermos, restringían la convivencia de los sanos en el lazareto y obligaban a

la separación entre los hijos y sus padres enfermos. De este modo, en el lazareto se

organizaron lugares con fines y funciones específicas, y a la población se le distribuyó en

los mismos, creando espacios de aislamiento, ya no solo para los enfermos, sino para los

sanos36.

Esta preocupación por la niñez en los lazaretos apareció desde el siglo XIX en médicos,

religiosos y funcionarios del Estado, quienes comenzaron a plantear la necesidad de

construir asilos y escuelas para atenderlos (Gómez Plata, 1941ª,b; Sociedad Salesiana

36

La Ley 20 de 1927 ordena que los hijos sanos de los enfermos de lepra deberían estar en asilos que ―funcionaran en lugares cuya distancia impida el trato fácil con los enfermos‖. Los niños y niñas debían estar en estos asilos hasta la edad de 15 años; posteriormente se aumenta hasta 18 años, cuando se les daba la salida. El Estado fue el encargado, junto con la comunidad salesiana, de tomar cuenta de ellos proporcionándoles ―la instrucción conducente a que en adelante puedan subvenir por sí mismos sus necesidades‖ (República de Colombia, 1937: 13).

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39

(s.f)). El aislamiento de los hijos de los enfermos y la separación de los niños sanos con los

enfermos37 fue un tema presente en decretos y leyes hasta la década de 1950 (Véase Ley

N° 32 de 1932, Ley 32 de 1918, Ley 20 de 1927, Decreto N° 812 de 1930, Resolución N°

174 de 1932, Resolución N° 151 de 1933 en República de Colombia, 1937:15-18,189-193).

De hecho, para las décadas de 1930 y 1940, los asilos se insertaron en la Campaña

Antileprosa como una de las medidas profilácticas de la estructura ―trípode‖ que dicha

campaña implementaba.

Desde el punto de vista médico, la profilaxis de la lepra debe hacerse por la acción coordinada de las tres instituciones fundamentales: leprosorio, dispensario y preventorio (Maldonado, 1949: 41,61-63 y 85). (Véase gráfico 1)

Internacionalmente, en el ámbito médico y político se insistía y se enfatizaba en la

necesidad de la profilaxis de la lepra a través de la separación precoz de los niños de sus

padres (Maldonado, 1949:25).

Esta idea reforzaba la conveniencia de los preventorios dentro la Campaña Antileprosa, la

cual buscaba controlar la enfermedad a través de la profilaxis como una medida que

resultaba además económica38 frente al alto costo que tenían los lazaretos dentro del

presupuesto para la salud, sobre todo por el pago de la ración, que era un subsidio que el

gobierno había dispuesto para los enfermos. En el siguiente gráfico se puede observar que

cerca del 75% de los gastos el Departamento Nacional de Higiene para el año de 1932

estaba destinado a los lazaretos, siendo el pago de las raciones el 52% del presupuesto

total. (Véase gráfico 2)

La construcción de asilos y preventorios tuvo una significativa respuesta por parte de

diferentes entes a nivel nacional. Los departamentos de Caldas, Antioquia, Cauca y

Cundinamarca construyeron asilos, preventorios y hogares-escuela (Gómez Plata, 1940ª,

37

Desde la Ley 14 de 1907, en el artículo 4, el gobierno se hace cargo de los niños que residan en los lazaretos, los sostendrá y educará, y ―por ningún caso estarán en un mismo local los niños enfermos de lepra con los no leprosos‖. Ver también Ley 32 de 1918, artículos 20 y 21 (República de Colombia, 1937: 4,10). 38

Obregón señala el papel jugado por la Campaña Antileprosa como un modo de concebir la higiene pública a la luz de la racionalidad económica, frente al problema los lazaretos estaban representando para el presupuesto de la salud y la higiene en Colombia, sobre todo para las décadas de 1930 y 1940 (2007:272).

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1942), y fundamentaron estos proyectos no solo en la lucha biomédica por el control de la

enfermedad, sino también en consideraciones caritativas y religiosas, así como en ideas de

protección de la infancia39.

Los asilos fueron importantes para pensar la configuración del aislamiento como mecanismo

de control de la enfermedad por parte del Estado y de las comunidades religiosas, como los

salesianos, quienes estuvieron en los lazaretos.

De manera cada vez más firme, los lazaretos iban convirtiéndose en instituciones médicas y algunas de las órdenes religiosas fueron instrumentales en este proceso, convirtiéndose en eficaces difusoras de prácticas higiénicas y de desinfección en los lazaretos. (Obregón, 2002:223).

Aunque la lepra se medicalizó y adquirió una dimensión biomédica, su relación con lo

religioso permaneció, pero transformándose. Para comienzos del siglo XX, el vínculo entre

las comunidades religiosas y los enfermos, que hasta el siglo XIX había estado mediado por

sentimientos como la caridad y la compasión cristianas, en las que las comunidades

religiosas eran las que prestaban ayuda y asistencia a los enfermos, sumó sus esfuerzos

con la biomedicina en el tratamiento y el control de la enfermedad. La caridad se tradujo en

filantropía y se alió a las prácticas médicas e higienistas.

Para la década de 1930 se concluyó el carácter contagioso de la lepra, la necesidad de

privilegiar la profilaxis sobre el tratamiento, y la susceptibilidad de los niños hacia el contagio

de la enfermedad (INFORME sobre lepra…; Burnet; Parra 1935; Gómez Plata, 1942). Fue

así como se consideró la separación de los niños sanos de sus padres, enfermos en asilos,

como una forma de ―romper la cadena leprótica‖, para prevenir el contagio y, puesto en

lenguaje de médicos y funcionarios del Gobierno:

39

Desde mediados del XIX comenzó a constituirse en Europa y Estados Unidos ideas sobre la infancia, especialmente sobre los derechos del niño. La niñez se constituyó como una categoría para pensar una parte de la sociedad, los niños, quienes debían ser reconocidos y poseer derechos diferenciados. A finales del siglo XIX y en todo el transcurso del XX el tema de la niñez se afianza en los países Latinoamericanos. Sin embargo, las posiciones radicales de algunos literatos, psicólogos, pedagogos, etc., que plantearon derechos para los niños donde los liberaba del maltrato, la imposición de los adultos, la mala educación, la imposición de la religión, etc., fue asumida por los Estados de forma distinta, constituyendo un sistema de protección profundamente impositivo sobre lo que desde los adultos se quería del niño (Rojas Flores, 2007).

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Salvar la salud, y reincorporar a la sociedad, lo repito, el único valor humano cierto que puede salvarse de la grave calamidad social de la lepra, y además permitirá un mayor tiempo de control y conclusiones de importancia desde todo punto de vista. (Otálora: 1938: 22).

La Campaña Antileprosa también hizo énfasis en la creación de dispensarios y, aunque en

los lazaretos seguía manteniendo el aislamiento obligatorio de los enfermos

―reconocidamente contagiosos‖ (véase Ley N° 32 de 1932 y Ley 60 de 1933, República de

Colombia, 1937:181-185, Obregón, 2002:272), enfocó sus esfuerzos más en la profilaxis

que en el tratamiento de los enfermos.

No es el tratamiento el punto céntrico de la lucha antileprosa, es la profilaxis; y la primera medida de esta clase a que ha de atenderse es evitar la propagación de la enfermedad en los niños. (Parra, 1939:65).

En las décadas de 1940 y 1950 se articularon todas estas formas de ―lucha antileprosa‖: el

aislamiento de los enfermos contagiosos, los preventorios infantiles y los dispensarios, para

dar a los lazaretos la coherencia que les permitiera dejar de ser lugares

desordenados/contaminados, ya que desde su origen no habían tenido una planeación

científica y no se lograban definir ni como colonias agrícolas ni como sanatorios, modelos

internacionalmente difundidos para el asilamiento y control de los enfermos(véase Charria,

1940, Maldonado, 1949: 41,61-63;).

Si bien no se ha logrado establecer claramente quiénes, cómo y cuándo se asentaron por

vez primera en la región donde se encuentra Contratación, sí se tiene la certeza entre sus

pobladores de que fue uno, tal vez el último de muchos intentos por encontrar un territorio

en el cual construir un techo y resguardarse allí. Sin embargo, nadie quería a los enfermos

en sus linderos, nadie quería que estos errantes pasaran por sus tierras, ni tocaran sus

fuentes de agua o habitaran en sus poblados. Por lo que después de mucho caminar y

mucho errar llegaron a un pequeño valle incrustado entre montañas de la Serranía de los

Yariguíes, donde había tanta vegetación como peñascos. En ese lugar fue donde pudo

nacer y crecer Contratación, y aunque muchos de sus habitantes no nacieron ahí, llegaron a

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crecer, vivir y morir, algunos con la esperanza de la curación, muchos obligados a dejar sus

casas, denunciados y traídos por la Policía, exiliados de sus tierras, despedidos de sus

trabajos, algunos abandonados por sus familias y otros con la familia a cuestas llegaban y

ya adentro intentaban construir una vida.

No eran ni sanatorios ni colonias agrícolas. La preocupación de los médicos e higienistas

por ordenar y reordenar el lazareto, también sus constantes quejas, se evidencian en los

documentos legales y biomédicos como informes, leyes y decretos. Pero además se puede

entrever en la cantidad de producción de dichos documentos, sobre todo aquellos que son

legislativos, en los cuales se reiteran las mismas normas en diferentes leyes y decretos a lo

largo de la primera mitad del siglo XX. Algunas de estas disposiciones versaban sobre la

construcción de predios, la criminalización de muchos actos que para el resto de la

sociedad colombiana no eran delictivos, pero que para el enfermo y su familia eran causa

de penas judiciales y multas. En la Revista de Higiene fueron recurrentes las denuncias

sobre la mala organización, la masiva presencia de sanos dentro de los lazaretos, la

promiscuidad en que vivían enfermos y sanos, los vicios de la población, etc.

Como ya hemos dicho, Colombia disfruta en el exterior de la perjudicialísima reputación de país leproso, no tanto por el número de enfermos afectados sino por el modo como están organizados en los lazaretos, que no corresponden ni al concepto científico del verdadero sanatorio ni al de colonia-sanatorio, como la de Culion, en Filipinas. (Benchetrit, 1960: 31).

Los lazaretos no tienen una organización que permita utilizarlos como centros de tratamiento. (Maldonado, 1949: 18).

A nadie, medianamente entendido en la historia de la lepra en Colombia, le es desconocido el origen de nuestros leprocomios (…) El intercambio o tráfico entre sanos y enfermos continuó allí y estos mantenían vivo contacto con sus familiares.

Los leprocomios de Agua de Dios y Contratación tuvieron orígenes casuales, se formaron oficialmente cuando ya muchos enfermos se habían constituido en población, atraídos, o por la benignidad del clima, o por el ansia de huir a una persecución vergonzosa y anticristiana, como sucedió en Agua de Dios, tierra prometida a donde se dirigieron los enfermos de Tocaima.

El origen que hemos recordado sirve para darse cuenta de cuántos vicios de formación ofrecen nuestros leprocomios y como ellos no pueden considerarse como establecimientos modelos, ni lo serán rigurosamente. (Charria, 1940: 96-97).

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Medidas como el aislamiento obligatorio y disposiciones sobre la regulación de la población

sana dentro de los lazaretos fueron establecidas en varios documentos normativos. Se

permitió que sanos hasta con un segundo grado de consanguinidad pudieran convivir con

los enfermos, pero bajo la condición de que deberían someterse a las reglas del

aislamiento. La entrada y salida de personas al lazareto fue controlada y era necesario

tramitar permisos, habiendo multas para quienes violaran estas normas (véase Resolución

N° 105 de 1919, Resolución N° 96 de 1932, Resolución N° 66 de 1936, Ley 32 de 1918,

Decreto N° 638 de 1930, República de Colombia, 1937:175-179, 180-181, 186-189).

La Ley 14 de 1907 fue una de las primeras que implementó medidas drásticas y precisas

para el control de la lepra (República de Colombia, 1937: 5-7). Esta ley prohibió el

matrimonio entre sanos y enfermos, hizo obligatoria la desinfección de artículos y

documentos que salían del lazareto, impuso la expedición de un pasaporte o identificación

para los enfermos mediante el cual se certificaba que lo eran, dictaminó procedimientos

para la ―extirpación de los focos de infección‖40, reguló la entrada de sanos a los lazaretos

—tanto familiares como vivanderos— y penalizó las fugas con castigos como el traslado a

otro lazareto o el no pago de la ración.

Posteriormente se dictaminaron otras leyes generales para los lazaretos. La Ley 32 de

1918, la Ley 20 de 1927 y la Ley 32 de 1932 que reiteraron y complementaron la mayor

parte de las disposiciones establecidas en la anterior ley y emitieron algunas nuevas. Por

ejemplo la Ley 32 de 1918, destinó un dinero para la construcción de una plaza de mercado

que controlaría el tránsito de los vivanderos dentro del lazareto; la Ley 20 de 1927

reglamentó la separación de los sexos entre los enfermos con el fin de organizar los

lazaretos; y la Ley 32 de 1932 con las medidas para proceder con los ―curados sociales‖ y la

fundación de Dispensarios Antileprosos (República de Colombia, 1937: 8-18).

Para los enfermos que tuvieran consigo hijos sanos se dispusieron algunas providencias para hacer efectivo el aislamiento de estos niños, como la

40

Esto significó la desinfección de los lugares de habitación y los objetos de los enfermos una vez les era diagnosticada la enfermedad.

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suspensión del derecho a recibir la ración, con la Resolución 15 de 1933 (República de Colombia, 1937: 191-193).

El perímetro de los lazaretos se delimitó con el establecimiento de un cordón sanitario y con

diferentes retenes o puestos de control. El primer documento oficial que demarcó los límites

del lazareto de Contratación fue el Decreto 372 de 1910; después, en 1926 el Decreto 777

de ese mismo año redujo el área del lazareto. En 1934, con el Decreto 2116, se definieron

nuevamente los linderos (véase República de Colombia, 1937: 95-98; República de

Colombia, 1934: 419-423).

Para este trabajo se realizaron algunas actividades de Cartografía Social en dos salidas de

campo, la primera en marzo y la segunda en mayo del 2009, en las que se trabajó con un

mapa de Contratación del año 1925, titulado ―Para la reducción del perímetro del Lazareto

de Contratación”, en el cual se mostraban los retenes y el cordón sanitario anteriores a la

reducción del perímetro y los que se crearon41 (Ver Anexo 1). En estos trabajos se vio cómo

con el paso del tiempo se fue modificando la ubicación de los retenes y cómo se fue

estrechando más y más el perímetro del lazareto. A partir de las experiencias de vida y la

memoria, los contrateños que participaron en este ejercicio fueron identificando rutas y

caminos, se reconocieron quebradas y cerros, se discutió el nombre y la localización de los

retenes y su período de permanencia.

Don Ricaurte Pinzón fue el registrador del pueblo. Contrateño de nacimiento, creció en el

asilo para hijos sanos de enfermos de lepra, de donde se fugó a los 15 años para salir hacia

diferentes pueblos y ciudades, como Socorro, Guadalupe, San Vicente de Chucuri,

Bucaramanga y Bogotá, pero regresó a Contratación en la década de 1970, cuando tomó el

cargo de registrador. Con él realizamos varias actividades de Cartografía Social en marzo y

en mayo de 2009. Don Ricaurte describió el cordón sanitario como ―una línea real e

41

En vista de la ausencia de manuales de Cartografía Social, se construyó una metodología de trabajo a partir de algunas investigaciones en antropología (como por ejemplo el libro de Pilar Riaño, Jóvenes, memoria y violencia en Medellín (2006)) y del curso de Laboratorio en Antropología Histórica del primer semestre del año 2009 a cargo de la profesora Marta Saade. En este trabajo se hicieron dibujos y planos de los asilos, además se trabajó con un mapa del lazareto, el cual fue reproducido en tamaño de un cuarto de pliego, sobre el que se puso un acetato y los participantes se encargaron de identificar lugares señalándolos con marcadores, rayando y dibujando a partir del mapa, contando historias sobre sus experiencias de vida y sobre estos lugares.

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imaginaria. Antiguamente los retenes quedaban separados, pero con el tiempo se fueron

acercando más y más al pueblo. ¿Se da cuenta usted de que ya se cerró el círculo?‖.

(Véase mapa 1)

Los salesianos y los lazaretos.

Colombia pide a Don Bosco y sus hijos la educación de la juventud, se ha hecho mucho, pero falta mucho por hacer. Colombia pide esencialmente a los hijos de Don Bosco la formación de buenos trabajadores y expertos promotores del adelanto de la agricultura. Tenemos amplios espacios para la vida misionera, en su sentido real. También en este campo Colombia espera la presencia de los salesianos (Palabras del Dr. Rafael Núñez en Reyes, 2004: 85).

Los primeros salesianos llegaron desde Turín, Italia, en 1890, gracias a la petición que el

gobierno colombiano hizo ante la Santa Sede42. Se pactó el contrato entre el superior de los

salesianos, don Rúa, y el general Vélez con el fin de ―promover la educación religiosa,

científica y artística de la juventud colombiana, abriendo escuelas de artes y oficios‖ (Reyes,

2004: 58, Ortiz, 1938: 3). El gobierno eximió a la comunidad de pagar algunos impuestos y

se les ofrecieron algunos beneficios, por ejemplo el derecho al uso de locales, muebles,

máquinas y útiles de los talleres de oficios, como mecánica, carpintería, sastrería y

zapatería, que estos mismos debían implementar en la educación de los jóvenes.

En la época de La Regeneración (1878-1886), la Iglesia retomó su presencia y poder en los

ámbitos políticos, sociales y económicos que durante la Independencia y los gobiernos

liberales radicales había perdido. Con la Constitución de 1886 y el concordato de 1887, se

instituyó al catolicismo como la religión de la nación, considerada como un elemento

esencial del orden social y la encargada de la organización y dirección de la educación

(Reyes, 2004: 52).

Los primeros salesianos llegaron a Colombia en este nuevo panorama político encabezados

por los padres Miguel Unía y Evasio Rabagliati. Fundaron el colegio León XIII en Bogotá y

de allí comenzaron a expandir por varios lugares del país su obra, que consistió en la

42

Inicialmente, el superior de los Salesianos, don Miguel Rúa, se negó a esta petición argumentando no tener suficiente personal. Sin embargo, el gobierno insiste a través del papa León XIII, a quien los salesianos debían atender por obligación, gracias a la persuasión que el general Joaquín Vélez hace al Sumo Pontífice.

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fundación de casas donde impartían la educación en artes y oficios, propuesta educativa

novedosa para la época y motivo por el cual el presidente Rafael Núñez hizo el llamado a la

comunidad. (Sociedad Salesiana de Colombia, 1990: 3)

Los salesianos surgieron en 1858 como comunidad en Italia. Su fundador fue Don Bosco,

cuya vocación de trabajo estuvo enfocada en la educación de los jóvenes más pobres. El

contexto en que Don Bosco vivió fue el del surgimiento del capitalismo en Europa, sobre

todo en Italia, donde el desarrollo industrial comparado con países como Francia, Inglaterra

y Alemania fue tardío43. El desarrollo del capitalismo provocó un masivo éxodo de

campesinos a las ciudades que se industrializaban velozmente. Sin embargo, todos estos

cambios y transformaciones, el crecimiento de las urbes y la implementación de las

máquinas en las industrias manufactureras, causaron que la clase obrera, que surgía en

este momento, pronto se viera sumida en la pobreza, la explotación de su trabajo y el

desempleo (Peressón, 2000ª).

El padre salesiano Peressón en el documento Don Bosco y el trabajo (2000ª), hace un

breve recorrido por el siglo XIX en Europa, explicando el contexto de Don Bosco, las

preocupaciones y la influencia que éste suscitó en su trabajo como religioso. En esta

historia construida por el salesiano, Don Bosco identificaba los problemas de la clase obrera

resumidos en la pobreza, el desempleo y con éstos, los vicios y el olvido de la religión.

Peressón44 comprende la obra de Don Bosco, como una labor por mejorar las condiciones

de vida de los trabajadores, concentrándose su preocupación principalmente en los niños y

jóvenes que comenzaban a trabajar desde muy temprana edad, y que por su inocencia y su

falta de conocimiento en los oficios eran explotados por los patrones. Afirmando que Don

Bosco orientó la atención en esta población específica no solo por sus condiciones

43

Peressón señala los años de 1845 a 1870 como la época en la que Italia pasó al capitalismo industrial (2000ª: 16). 44

Peressón (2000ª) identifica en la obra de don Bosco algunos aspectos que relaciona con los conceptos y sucesos en este siglo por Marx, y que se desarrollaron en el siglo XIX como lo fueron la conciencia y la lucha de clase.

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materiales, sino también por la posibilidad que él veía en la infancia de formar y encauzar

por el camino de la religión (2000a).

Una primera característica del espíritu Salesiano: Urgencia de comprender nuestros tiempos y de ser fieles a la realidad histórica en que vivimos, como condición de nuestra fidelidad al Espíritu del Señor que nos interpela desde los signos de los tiempos y de los lugares. (Peressón, 2000a: 37).

La opción evangélica de Don Bosco hacia los jóvenes se desarrolló por medio de la

educación, especialmente de la educación en y para el trabajo. El trabajo se vio entonces

como un instrumento educativo, viendo en éste la potencia de formación de la personalidad

y de transformación de la sociedad, ―consciente de que la historia de la humanidad es en

gran medida la historia del trabajo, y del valor y función del trabajo para el bienestar de las

personas y de la nación‖ (Peressón, 2000a: 45).

Este sentido y filosofía del trabajo de los salesianos se implementó en las diferentes casas y

colegios que construyeron en Colombia. Sin embargo, gran parte del trabajo de la

comunidad se vio abocado a los lazaretos gracias al interés del padre Miguel Unía en los

enfermos de lepra. Existe una anécdota45 conocida por los padres salesianos sobre cómo el

padre Unía conoció y se interesó por estas personas. Esta historia fue relatada por el padre

Mario, quien actualmente trabaja en la parroquia del 20 de Julio en Bogotá. Este salesiano

estuvo haciendo uno de sus años de tirocinio46 en el asilo para hijos sanos de enfermos de

lepra, San Bernardo del Guacamayo, para el lazareto de Contratación.

Llegó un padre salesiano de Italia con las ganas de trabajar acá. Se fue a la diócesis, al despacho del señor arzobispo para identificarse como sacerdote y que le dieran las licencias de confesión y ahí ocurrió una cosa muy extraña. Él estaba esperando a que lo llamaran cuando salió un curita joven, pero hecho una furia, como triste, como preocupado, entonces este padre se le acercó, lo saludó y le dijo:

- ¿Qué le pasa?

45

Esta anécdota está consignada además en los textos de Ortega (1938) y Reyes (2004). 46

―El tirocinio es una etapa de intensa confrontación vital con la acción salesiana en una experiencia educativo-pastoral. En él, el salesiano joven se ejercita en la práctica del sistema preventivo y, sobre todo, en la asistencia salesiana.‖ (Sociedad Salesiana www.sdbcob.org). El tirocinio es una palabra de origen italiano que significa ‗aprendizaje‘ o ‗práctica docente‘. Su duración es de tres años y se considera como la última etapa de la formación inicial de los salesianos.

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- Es que acabo yo de llegar de graduarme en Roma, y en lugar de mandarme para una parroquia me mandan [a Agua de Dios] con los leprosos.

- Yo de eso no sé nada.

El padre ni había oído hablar de los leprosos, entonces le preguntó qué era eso.

- Aquí en Colombia hay enfermitos de lepra, en algunos pueblos había unos concentrados y otros regados, pero como ya se sabe que la lepra es contagiosa, entonces comenzaron a reunirlos en Agua de Dios.

Y ahí él quedó con la intriga en la cabeza y llegó al colegio ya tardecito; después de la cena le pidió al padre director de la casa que le diera permiso de ir a Agua de Dios, que él quería conocer que era eso, el padre lo autorizó, se fue allá y conoció a los leprosos. La lepra es una enfermedad terrible en el sentido de que lo primero que deforma es la nariz, comienza a aplastarse la nariz, se crecen las orejas, por eso la llama elefantiasis, porque tienen orejas de elefante, por decir, y luego comienza a demostrarse en las falanges de los dedos hasta caérseles una después otra hasta que termina cayéndose los dedos, y después la mano, hay muchos que ya no tienen sino el ñoquito de los brazos. Le impresionó verlos, pero sobre todo encontrarse con muchos niños allí en el pueblo que nadie los atendía… él se preocupó, conoció el pueblo por todos sus recovecos y encontró una casita y después vino a contarle al provincial lo que había visto y sobre todo que los niños no tenían quién los atendieran ni nada… (Entrevista al padre Mario, Bogotá, mayo de 2009).

Miguel Unía, llamado ―el Padre de los leprosos‖, fue nombrado capellán de Agua de Dios,

donde estuvo hasta 1894, cuando enfermó y debió regresar a su tierra natal, Italia, donde al

poco tiempo moriría. Él justificaba su presencia y trabajo en ―el país de la muerte‖, como

llegó a describirlo, por un llamado de Dios y como una muestra de sacrificio, abnegación y

cariño a los leprosos. Su labor fue descrita por un periodista que visitó el lazareto:

En la ceremonia del Lavatorio de los Pies, besa con cariño las llagas purulentas de los niños leprosos, tanto los sanos como los enfermos detienen el aliento ante ese acto de cariño y humildad; luego quieren representar la Cena de Pedro: prepara y lleva platos de comida a los enfermos que yacen en su lecho. (Reyes, 2004: 77).

Uno de los sentidos de la presencia de los salesianos en los lazaretos era la misión, llevar la

palabra de Dios a los otros47, a aquellos que por su condición de enfermos y probablemente

47

Las misiones religiosas históricamente se han implementado en las colonias de occidente para reducir a los salvajes, civilizarlos y convertirlos al cristianismo. Esta categoría de ―salvaje‖ es aquella que encierra al otro, y en esta se puede incluir al enfermo, quien es diferente y anormal por su condición, y el cual debía recibir además de la ayuda de la caridad cristiana, la religión. La lepra como enfermedad cargada de metáforas religiosas ha sido relacionada con el pecado, así que quien la adquiere es porque ha sido pecador, o bien con el purgatorio y la salvación, pues si bien quien tiene la enfermedad ya está viviendo el purgatorio en vida, con lo cual consigue la salvación.

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desconocedores de la religión debían ser cristianizados, siendo éstos además valorados

como sufridores y desgraciados por su misma condición, y por la ausencia de religión. El

padre Unía persuadió con esta razón a su superior, el padre Rúa, para continuar el trabajo

de los salesianos con los enfermos de lepra, que había sido cuestionado por este religioso

como algo que se salía de la misión de la comunidad:

Esas almas, redimidas por la sangre de nuestro señor Jesucristo, son las más desgraciadas del mundo, porque, además de los dolores físicos, sufren moralmente al verse sin sacramentos ni sacerdotes, lo mismo que los salvajes de la Tierra del Fuego. (Reyes, 2004: 77).

El padre Evasio Rabagliati llegó al Lazareto de Contratación en 1897, con lo cual se

consolidó allí la presencia salesiana. Este padre fue uno de los salesianos que más influyó

en el escenario político nacional, en especial en lo concerniente a los lazaretos. Él fue quien

promovió varias ideas de creación y reorganización de estos lugares en el país; inicialmente

apoyó la idea de la construcción de un ―gran lazareto‖48, sin embargo, esta propuesta fue

desaprobada por el Senado y la Cámara, y el mismo padre mudó su opinión con la visita al

doctor Hansen –quien identificó el bacilo causante de la enfermedad- en Noruega.

Posteriormente apoyaría la idea de construcción de lazaretos departamentales, y por

múltiples inconvenientes con políticos de los departamentos, decidió enfocar sus esfuerzos

en el mejoramiento de los ya existentes.

La visita del padre salesiano al doctor Hansen fue de gran importancia para el control y

manejo de la lepra en Colombia desde finales del siglo XIX. En 1898 el padre Rabagliati

realizó el viaje en compañía de un médico con el apoyo del gobierno y la Junta del Gran

lazareto. El objetivo de esta travesía era conocer la experiencia de Noruega en el manejo de

la lepra, cómo estaban diseñados los lazaretos, quién los financiaba, cómo se trataba la

enfermedad y sí había posibilidad de cura, y en especial de entrevistarse con el doctor

Hansen.

48

Esta idea era la de la construcción de un único lazareto nacional para allí aislar a todos los enfermos de lepra del país.

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Hansen dejó algunos puntos claros sobre la enfermedad; en primera instancia que ésta era

contagiosa. Respecto a la posibilidad de curación, el doctor fue explícito: ―Jamás he

prestado fe a ninguna curación‖ (Ortega, 1938:95), por lo cual recomendó que la mejor

forma de manejar la enfermedad era con el aislamiento rotundo y obligatorio49 de los

enfermos en los lazaretos. El doctor Hansen expuso algunas medidas esenciales para

controlar la enfermedad, como la denuncia de cualquier enfermo que fuese identificado50 y

la promoción de la higiene. En definitiva, sostuvo, ―el mejor remedio es la higiene, mucha

higiene‖, tanto de las personas sanas para no contraer la enfermedad, como de los

enfermos y del personal que trabajaba en los lazaretos (Ortega, 1938: 191-205).

Con base en la higiene, el doctor Hansen enfatizó en cuestiones muy específicas, como el

baño frecuente, los paseos, la ventilación, una buena calidad en los alimentos y la absoluta

abstención de licores. ―El trabajo, terminó diciendo, es parte de la higiene‖ (Ortega,

1938:200), por lo que los enfermos, dependiendo de las condiciones de su estado, debían

trabajar para así mantenerles ocupados y distraídos, además de ―aliviarlos moralmente‖. El

padre Rabagliati, después de esta visita presentó un informe a la Sociedad de San Lázaro y

comunicó las conclusiones de su viaje al presidente, proponiendo el modelo noruego de

tratamiento de la lepra como el camino a seguir por la nación colombiana ―para la salvación

de la república‖.

La Guerra de los Mil Días paralizó el país, detuvo los proyectos para el control de la lepra y

los lazaretos existentes vivieron un momento de angustia, hambre y olvido. En 1902, como

estrategia para llevar más recursos a los enfermos, el padre Rabagliati creó el Banco de los

Leprosos, con el que convocó a la sociedad nacional e internacional a invertir en dicho

49

El doctor hizo la salvedad de que para personas pudientes este aislamiento podía ser en el mismo hogar del enfermo con una serie de restricciones que evitaran el contacto del enfermo y sus objetos personales con personas sanas, y para los más pobres señaló la obligatoriedad de ser internados en lazaretos sin ninguna posibilidad de ver a sus familiares, a menos de que algún motivo lo ameritara y con el permiso de las autoridades médicas (Véase Ortega, 1938). 50

En el caso de Noruega, el doctor Hansen pidió a todos los médicos que le hicieran la denuncia a él mismo de todos pacientes enfermos de lepra.

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51

banco con el fin de ―dar casa, vestido y alimento a los leprosos de Colombia‖ (Reyes, 2004:

124).

El General Rafael Reyes llegó a la Presidencia en 1904. Fue con este gobierno donde más

se intensificaron las medidas de control y aislamiento de los enfermos de lepra en los

lazaretos (Obregón, 2002, Platarrueda, 2007). La relación entre el General y la comunidad

salesiana fue variable, en especial con el padre Rabagliati, siendo en principio de

colaboración y luego de discrepancia, lo que llevó a la petición por parte del General de

expulsar del país a este religioso. Mientras el padre estuvo de la mano con el General tuvo

una fuerte influencia en el manejo que se le dio a la lepra en el país. Fue él quien propuso

mejorar el Lazareto de Agua de Dios, implantando el sistema de hospital como se tenía en

Noruega, y no de población como se había dado en Colombia51 (Ortega, 1938: 402-414,

Reyes, 2004: 132-138).

El General Reyes redujo la acción del padre a simple empleado público. Su disgusto frente

a él se debía a la imagen que el cura había ayudado a construir de Colombia como ―un país

infectado por la lepra‖52 y como ―la primera potencia leprosa del mundo‖ (Martínez, 2006:

52-56). Esta imagen que se había venido construyendo desde la última década del siglo

XIX, con los informes de la Junta Directiva del Gran Lazareto Nacional y otros órganos que

hablaban de la enfermedad, con la Exposición de Paris en 1901 en la cual Colombia se

mostró como el país con más casos de lepra en el continente americano ―la parte

correspondiente a Colombia en el mapamundi estaba señalada con una gran mancha

amarilla, como la gran leprosa del continente americano‖ (Vélez, 1989:230, en Martínez,

2006:58), sirvió para captar recursos destinados al sostenimiento de los lazaretos y a la

construcción de otros proyectos. Sin embargo, este hecho se convirtió en la carta de salida

51

Por la falta de apoyo a la iniciativa de construcción de lazaretos departamentales por parte de los departamentos (idea inspirada después del viaje a Noruega, ya que en este país se habían construido varios lazaretos que encerraban un número pequeño de enfermos para mantener las condiciones higiénicas, sobre todo en relación con el aire y su buena circulación), el padre Rabagliati vuelve a la idea de un solo lazareto, que sería Agua de Dios por sus condiciones geográficas de ubicación y clima. 52

Recordemos que la comunidad médica también participó en la difusión de esta exageración como una estrategia para medicalizar la enfermedad.

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52

del padre Rabagliati a solicitud del General Reyes, quien para contrarrestar esta imagen de

Colombia, impulsó una campaña para informar a la comunidad internacional de que:

En Colombia no había más de cuatro mil leprosos y que estos se hallaban recluidos en los lazaretos, donde eran atendidos según las normas eficaces del doctor Hansen; que la lepra existe en Colombia como en todos los países tropicales y que puede contagiar a las personas abandonadas y sin recursos. (Reyes, 2004:148).

Mientras Rabagliati trabajaba para el gobierno con la organización y creación de nuevos

lazaretos, así que la dirección de la congregación fue asumida por el padre Aime (declarado

como provincial de los salesianos), quien consideró la labor en los lazaretos como

secundaria, como una excepción de la comunidad. Este cuestionamiento del papel de los

salesianos en Colombia por su énfasis en los lazaretos se entrevió además en la

preocupación de los padres que estaban en estos lugares por explicar la importancia del

trabajo con los enfermos, como un llamado divino en el que se lograba rescatar el sentido

de la comunidad:

¿Cómo compaginar el apostolado de los lazaretos con el carisma educativo-pastoral de Don Bosco? Decían las antiguas Constituciones de los Salesianos: el fin de la Sociedad Salesiana es que los socios, mientras se esfuerzan por alcanzar la perfección cristina, se dediquen con celo a toda la obra de caridad hacia los jóvenes, especialmente los más pobres. (Reyes, 2004:131).

Uno de los medios para sustentar el trabajo pastoral de estos salesianos en los lazaretos

fue la concepción de los enfermos, jóvenes y adultos como personas pobres y marginadas

de la sociedad. El trabajo con los jóvenes estaría contenido en los oratorios53, escuelas y

asilos para hijos de los enfermos. De esta forma se argumentó una coherencia entre el

trabajo en los lazaretos y la misión de la comunidad: ―Se trata, si vamos más a fondo, de un

apostolado especial dentro del carisma salesiano‖ (Reyes, 2004: 32).

53

Los ―oratorios‖ son como se conocen a una experiencia educativa fundada por Don Bosco, quien decide convocar a niños y jóvenes podres los domingos a una sesión informal de catequesis, donde además se les enseñaba a leer, a escribir y se jugaba con ellos, apartándoles de la calle y sus peligros (Sociedad Salesiana www.sdbcob.org) .

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53

Los asilos para hijos de enfermos.

Los salesianos, aparte de haber sido los encargados de construir hospitales y sanatorios en

los lazaretos, fueron los autores de la creación y construcción de asilos, escuelas y oratorios

para niños y jóvenes hijos de enfermos, huérfanos y residentes en los mismos centros de

reclusión. Como ya se anotó, la preocupación por la niñez, su cuidado y educación, se

remontó a la llegada del padre Unía a Agua de Dios. Allí el padre acompañó la construcción

en 1892 del Asilo Santa María, donde se albergarían los hijos de los enfermos54. En 1905 se

fundó el asilo Miguel Unía para los niños leprosos, iniciativa del padre Luis Variara, quien

había venido desde Italia por petición del padre Unía para colaborar con la misión y,

especialmente, para conformar la banda de música en el lazareto55.

Las Hijas de María Auxiliadora fundaron el primer oratorio en Contratación, que contó con la

presencia de ―setenta participantes, adultas en su mayoría y enfermas‖ (Reyes, 2004: 108).

Estas religiosas salesianas llegaron a Colombia en 1897 y al año siguiente a Contratación,

convidadas por el padre Rabagliati para colaborar con la misión de sus equivalentes

masculinos y hacerse cargo de las mujeres de los lazaretos. En ese mismo año las

hermanas aceptaron la propuesta del gobierno para la organización de una escuela que

inició con cincuenta y dos alumnas, muchas de ellas enfermas de lepra (Reyes, 2004)56.

En 1905 se abrió el asilo María Auxiliadora para niñas enfermas y huérfanas, pese a que el

gobierno estaba en desacuerdo con la presencia de estas niñas57 dentro de los lazaretos.

Seis años después se construyó el asilo para niñas sanas en Guadalupe, Santander, ―con el

fin de preservarlas del contagio‖. En 1929 se fundó dentro de Contratación el asilo Santa

54

La idea inicial de este asilo fue la de internar a los niños sanos. Sin embargo, fue convertido en escuela primaria para niños tanto sanos como enfermos (Gómez Plata, 1942: 56). 55

Estas iniciativas de la comunidad salesiana tenían el apoyo del gobierno, en especial de la Junta Central de Higiene. Para este caso específico, la Junta emitió un acuerdo por medio del cual dispuso la creación de este asilo (Revista de Higiene, Vol. 23 6-7 1942: 39). 56

En un artículo de la Revista de Higiene, aparece que fue en el año de 1938 que se dio el traslado de esta Sala cuna al asilo de San Bernardo, que anteriormente funcionaba en el Hospital Mazzarello, para enfermos, dentro de Contratación. En este mismo artículo se menciona el año de 1934 como el año en el que se fundó como tal el asilo (Revista de Higiene, Vol. 23 6-7 1942: 39). 57

Es necesario aclarar y resaltar que estas niñas que se consideraban huérfanas eran sanas.

Page 54: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

54

Catalina para niñas enfermas de lepra. Años más tarde, en 1971, se convertiría en el

Instituto Comercial Laura Vicuña.

En 1906 se edificó el asilo San Evasio para niños enfermos dentro del lazareto de

Contratación. Cinco décadas más tarde, en 1950, el padre Giua lo transformó en local para

escuelas y en oratorio dominical, y en 1962 el padre Trabuchi inició en este predio el actual

Instituto Técnico Industrial con talleres de carpintería, radiotécnica y escuela nocturna para

adultos. Para los niños sanos hijos de enfermos de lepra, el padre Solieri creó en 1925 el

asilo San Bernardo, con capacidad para cuatrocientos niños, ubicado fuera del lazareto en

lo que actualmente es el municipio del Guacamayo, Santander. En 1939 las Hijas de María

Auxiliadora entraron a este asilo para ayudar en el atendimiento de la sala cuna, párvulos,

enfermería, ropería y cocina (Sociedad Salesiana, (s.f)) 58.

Educación salesiana: sistema preventivo

El trabajo de los salesianos consiste en la educación y la misión, fundamentado en el

―seguimiento de Jesucristo e inspirados en el sistema preventivo de San Juan Bosco‖.

Como Iglesia, su propósito es ―llevar amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más

pobres y abandonados‖ (Sociedad Salesiana, 1990). Como parte de la labor educativa es

fundamental destacar el ―Sistema Preventivo‖ que surgió de la experiencia pedagógica de

Don Bosco como una respuesta al ―sistema represivo‖ de educación que primaba en Europa

en el siglo XIX, inspirado en el amor y en la prevención de los peligros a los que los jóvenes

estaban sometidos (Toti, (s.f)).

Este sistema educativo fue implementado por Don Bosco durante la mayor parte de su vida,

y más que ser una propuesta pedagógica consignada en el papel, estaba presente en la

experiencia de su vida. Sobre esto escribió solo un pequeño folleto de doce páginas y lo

hizo por petición de sus superiores (Don Bosco en Toti, (s.f)). Él definió este método como

58

En un artículo de la Revista de Higiene, aparece que fue en el año de 1938 que se dio el traslado de esta Sala cuna al asilo de San Bernardo, que anteriormente funcionaba en el Hospital Mazzarello, para enfermos, dentro de Contratación. En este mismo artículo se menciona el año de 1934 como el año en el que se fundó como tal el asilo (Vol. 23 6-7 1942:39).

Page 55: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

55

―ex-presivo‖ a diferencia del ―re-presivo‖, sistema que imperaba en la educación de su

época y que era fuertemente coercitivo (Peressón, 2000b). Este modelo educativo fue

definido por su creador como un sistema basado en el amor y en la razón, que daba a

conocer la reglas y prescripciones de la casa, pero al contrario del sistema represivo (que

buscaba las fallas para el castigo), en este había que prevenirlas ejerciendo vigilancia sobre

los alumnos, tratándolos con amor y permitiendo en ellos ciertos espacios para su

distracción y su formación, como por ejemplo el patio de recreo, donde se debía

implementar el deporte, la música, las artes y el teatro.

En el libro salesiano Disciplina, según el espíritu de San Juan Bosco (1946) se definió la

disciplina como un elemento importante para asegurar el orden y con éste el buen resultado

de los propósitos. Allí se consignaron algunas ideas sobre cómo debía ser la educación

salesiana y el trato a los jóvenes, como por ejemplo la prevención de la indisciplina. A la vez

se enfatizaba en la organización y la regularidad de las actividades como comer, dormir,

estudiar, hacer deporte, rezar, etc., y en sus horarios. Era importante prevenir las faltas por

medio de la vigilancia y evitar en la medida de lo posible los castigos, sobre todo aquellos

que implicaran violencia física. Sin embargo, los castigos eran considerados por Don Bosco

como medicina, como un remedio para curar una enfermedad. En dicho documento se

indicaron las faltas que no se podían perdonar y los castigos que no debían usarse como,

por ejemplo, las sanciones generales (a todos los alumnos), echar de la clase a un alumno,

aquellas amonestaciones humillantes y en público, correctivos penosos, los golpes y la

prohibición de las visitas de sus familiares (Anónimo, 1946:100). Don Bosco condenaba los

castigos de fuerza por ser estos poco eficientes para corregir al joven:

No detestamos el castigo corporal por ser ―demasiado grave para nuestras costumbres delicadas‖, sino precisamente por ser demasiado ligero, demasiado superficial, ya que los recursos pedagógicos deben ir, como la Pedagogía misma, a las profundidades del alma (Anónimo, 1946: 102).

Algunas actividades importantes y complementarias al sistema preventivo fueron la

gimnasia, el deporte, la música, la danza y el teatro, y la comunicación social. Don Bosco

Page 56: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

56

había promovido en su labor educativa todas estas actividades, siendo algunas de ellas

innovadoras para su época, como el teatro, que durante el siglo XIX fue considerado por

muchas comunidades educadoras como algo ―contrario a la honestidad y las costumbres‖

(Sociedad Salesiana de Colombia, 1990). Todos estos aspectos del sistema educativo

implementados por Don Bosco e institucionalizados por la comunidad salesiana fueron y

son la definición de su trabajo de enseñanza. La literatura sobre educación producida por

ellos mismos se ha encargado de resaltar estos aspectos de su modelo, sus buenos

resultados y la genialidad del religioso, quien en su práctica fue creando esta pedagogía.

Este sistema, que le daba importancia a la formación para el trabajo, se implementó en los

asilos para niños y se conjugó con la preocupación del Estado y de los médicos por separar

esta población de las personas enfermas. A lo largo de diferentes documentos, como

informes de lazaretos y artículos en la Revista de Higiene, médicos y funcionarios mostraron

esta preocupación y su consideración sobre los niños sanos:

Hay en Contratación una infinidad de niños, la mayor parte que viven con sus allegados enfermos, y aunque la generalidad no disfruta de ración, creemos que toca al gobierno, como encargado de velar por la salubridad pública, la misión de protegerlos, retirándolos de dicho lugar de alguna manera, aunque para ello sea necesaria la fundación de algún asilo especial donde recogerlos. ¡Será este el único modo de salvar esas existencias, que de otro modo serán perdidas para la patria y para la sociedad, condenadas como están a ser presa de la más terrible desgracia en no lejano día! (Alfonso, 1889)

Se debe implementar un sistema que ha de incorporarlos a la vida social, sin desvincularlos de la familia […] El esfuerzo ingente del gobierno para salvar la salud y reincorporar a la sociedad, lo repito, el único valor humano cierto que puede salvarse en la grave colonialidad social de la lepra, y además permitirá un mayor tiempo de control y conclusiones de importancia desde todo punto de vista. (Otálora, 1938:20-22).

Los llamados de médicos y funcionarios vieron un eco en el ánimo de los salesianos para

trabajar con la niñez y la juventud de los lazaretos. De hecho, el lenguaje con el cual estos

se refirieron a los asilos y los niños, en los informes de los lazaretos, en la Revista de

Higiene y la Revista Colombiana de Leprología, mostraba valoraciones de tipo religioso, que

fueron muy similares a las motivaciones de los salesianos para el tratamiento de la niñez.

Así, se apelaba a un ―natural sentimiento de filantropía‖, para emprender una ―cruzada

Page 57: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

57

nacional‖ y una ―cruzada sentimental‖, y ―salvar a millares de niños sanos‖, que como

―náufragos que vencieron la tormenta‖ se les debe capacitar en un ―arte u oficio para la vida‖

con el objetivo de ―reincorporar en la sociedad a los niños indiscutiblemente sanos y corregir

los prejuicios sociales que han condenado al asilamiento a estos futuros ciudadanos,

productores de riqueza y miembros útiles de la sociedad‖. De esta manera se podía

―conservarlos libres de la terrible enfermedad y hacerlos unidades útiles a la familia y a la

patria‖ (Charria, 1940:95-98, Gómez Plata, 1940ª: 26, 1940b: 100, 1941ª: 36-57; Parra,

1939: 65-77, Chala & Lleras, 1940: 215-217; Maldonado, 1949:22).

Tanto el Estado, como la medicina y la comunidad salesiana fueron partícipes de los asilos

de distintas maneras de los asilos. El Estado asumió el sostenimiento de estos, y pese a

que en los asilos para los niños sanos no se contaba con la presencia de médicos

permanentes, todos los años se hacía una visita donde se examinaban a todos los internos

en búsqueda de nuevos casos de lepra59. El trabajo de la comunidad salesiana con estos

niños se enfatizó en brindarles una educación que les permitiera el aprendizaje de un arte y

oficio que los capacitara para ―abrirse paso en la brega cotidiana‖, dándoles los medios

necesarios para tal fin (Gómez Plata, 1941b:276). El hecho de que estos niños fueran sanos

fue muy importante al considerárseles como lo ―único‖ que se podía ―salvar‖ de un lazareto.

Por lo que a diferencia de los niños enfermos, los niños sanos recibieron una educación

enfocada en la moral y el trabajo, ambos como constructores de un modelo de hombre, que

no pese a las desgracias de la vida y a un destino en ―la tierra del dolor, tienen la posibilidad

de salvación‖ (Parra, 1939; Otálora, 1938: 20)

Algunas disposiciones para los asilos

59

En el año de 1940, un grupo de 51 niños del Asilo de San Bernardo del Guacamayo fueron llevados a una excursión a Bogotá, en la que ofrecieron una velada ―lirico-literaria‖ a los señores ministro y secretario de Trabajo, Higiene y previsión Social y el Jefe del Departamento de Lucha Antileprosa (Gómez Plata, 1940b) y en el Instituto Lleras se les practicaron exámenes clínicos y de laboratorio para establecer si eran enfermos o no de lepra (Chala & Lleras Restrepo, 1940). En este último artículo, se describen los procedimientos médicos que se les practicaban a los niños.

Page 58: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

58

En 1931 se crearon las Cajas de Auxilio para los niños sanos y enfermos, que fueron unas

cajas de ahorro en las que el Estado depositaba un dinero por cada niño durante su estadía

en el asilo, siendo este entregado al adolecente en el momento de su salida con el fin de

―prestarle un apoyo‖ y facilitar su reinserción a la sociedad nacional (véase Decreto N° 2087

de 1931, Decreto N° 1153 de 1932 y Decreto N° 1662 de 1934 en República de Colombia,

1937: 149-155). Sin embargo, el doctor Ricardo Parra aseveró que estas cajas de auxilio

fueron creadas como una estrategia para que los padres accedieran a llevar a sus hijos a

los asilos, argumentando que de esta forma en ellos se iba a ―halagar su interés‖ como ―el

único modo que ha podido convencerlos para que los entreguen‖. Irónicamente, el médico

reconoce más adelante que esta medida solo surtió efecto por unos cuantos meses (Parra,

1935: 171, 1939: 74).

Pese a que el proyecto de creación e implementación de los asilos se consideró como una

medida importante y efectiva para la lucha antileprosa, especialmente en la profilaxis,

algunos médicos estuvieron en contra de estas instituciones ya que consideraban que las

mismas provocaban una conciencia de inferioridad en los niños y los estigmatizaba, además

de considerar que estaban lejos de prepararlos para la vida (Parra, 1935; Gómez Pinzón,

1935).

En muchos informes se registraron algunas medidas que se llevaron a cabo y otras que se

recomendaban, para disminuir la probable estigmatización de estos niños sanos hijos de

leprosos, como por ejemplo ―la mayor parte de los niños son bautizados en otra

poblaciones, para que no tengan el estigma de su nacimiento (…)‖ (Parra, 1939: 68) y se

procuraba que antes de que salieran definitivamente de los asilos, fueran pasados por un

lugar intermedio que en cierto modo hiciera ―olvidar su extracción‖ (Gómez Pinzón, 1935:

17).

Antes de la salida del asilo, a algunos jóvenes se les llevaba a otras instituciones educativas

como un paso intermedio para después sacarlos a la ―sociedad‖, mientras que a la mayoría

se les hacia prestar servicio militar. Este paso del asilo a la sociedad nacional, si lo

Page 59: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

59

consideramos como un paso ritual, tuvo una instancia, dentro de ese proceso, de

liminalidad. Turner (1988) define la liminalidad como un momento del rito de pasaje donde

hay una condición en que la persona no corresponde a ningún sistema de clasificación. Fue

así como muchos asileños tuvieron que pasar por instancias intermedias, como el paso por

otros colegios, para pasar de ser hijos de enfermos de lepra, separados de sus padres e

internados en un asilo, a ser hombres ―útiles a la familia y a la patria‖. Consientes de los

posibles problemas que debieron afrontar estos niños y adolecentes, tanto funcionarios

como salesianos dispusieron una serie de medidas mediante las cuales se les pudiera

educar y formar para reintegrarlos a la sociedad nacional, permitiéndoles así

proporcionarles un estatus social claro y definido.

Para los asilos y las casas hogares se emitió un reglamento en 1942 (Véase Anexo 3). En

este documento se establecieron algunos aspectos que definían el carácter del asilo, su

organización, su manejo y actividades. El objetivo de los asilos era ―recoger, sostener,

educar e instruir niños menores sanos‖; en las condiciones para la admisión, se fijaron

límites de edad ―para los varones de 12 años y las niñas de 13 años‖ y preferencia para

aquellos ―nacidos en los leprosorios, los que se encontraran en focos que ofrezcan mayor

peligro de contagio, los más necesitados‖. Las bajas y salidas que podían ser por

―fallecimiento, enfermedad de lepra, límite de edad (entre los 15 y los 18 años), solicitud de

parientes y persistente indisciplina‖. Se estipularon los cargos para la dirección y

administración del asilo y para el personal de las escuelas; sobre la enseñanza se

establecieron los cursos de ―jardín infantil, enseñanza primaria, pequeñas labores y trabajo

de campo, artes y oficios‖, la educación religiosa, moral y cívica debía estar presente en

todos los años de estudio y del trabajo de los internos dentro de la institución.

Estas fueron tanto las ideas como las normas que configuraron desde el Estado, la

medicina y la congregación salesiana a los asilos como una institución dentro de los

lazaretos, encargados del cuidado, la formación y la vigilancia de los hijos de los enfermos

de lepra. Especialmente para el caso de los hijos sanos, fueron claras las intenciones de

Page 60: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

60

separarlos de sus familias, bajo los discursos médicos que aceptaban la idea del contagio

de la lepra, considerándola como ―una enfermedad de la edad escolar‖ (Parra, 1935: 165)

aseverando entonces que ―los niños son mucho más sensibles que los adultos‖ (Burnet,

1935: 157). Los asilos se insertaron a la campaña antileprosa, en la que fueron además de

lugares de control y vigilancia médica, instituciones formadoras de sujetos. Por medio del

sistema educativo salesiano estos niños eran educados en artes y oficios, lo que les daba

algunas condiciones para sacarlos de los lazaretos, vistos como lugares de contaminación,

a la sociedad nacional, en que la deberían estar por su condición de sanos, ―pese‖ a su

procedencia.

Fue explícita, en los documentos de médicos y funcionarios, la intención de dichos asilos

por formar ciudadanos ―aptos‖ para la patria, alejándolos de sus familiares con quienes

tenían ―un seguro contagio‖ y de los lazaretos. Por esto se implementaron varias medidas y

estrategias para que tal fin fuese efectivo. Los niños eran registrados en otros municipios

para ocultar su procedencia; en el asilo se les formaba para el trabajo y para que se

―defendieran en la vida‖.

―es natural aspiración patriótica impulsar Escuelas Hogares, al par de aquellos Asilos, para dotarlas de todo los medios que les permitan realizar la tarea trascendentalísima que les incumbe: armar de las mejores armas a esos niños para el combate diario.‖ (Gómez Plata, 1941b:277)

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61

TERCER CAPITULO

Historia Oral del asilo y de los asileños

Estas son las experiencias de vida de seis asileños, de un padre salesiano, de un profesor y

dos empleadas del asilo, que fuimos consignando a los largo de los dos años de trabajo en

campo, en los que realizamos entrevistas con relatos de vida, recorridos por las ruinas de

los asilos, talleres de cartografía social y conversaciones informales. Adicional a esto

incluyo el diario de Don Ricaurte60.

Estas experiencias de vida fueron registradas en mayor parte a través de la oralidad, y

algunas técnicas empleadas en el trabajo de campo que ayudaron a estimular la memoria.

Junto a los contrateños construimos una historia oral del asilo en la que se exploraron

dimensiones de la vida social y cotidiana de los asileños; sus trayectorias de vida, sus

diferentes pasos por el asilo y una descripción de cómo era la vida al interior del mismo.

En la historia oral del asilo y de los asileños hay un proceso de construcción de historia

social a partir de la memoria61. Sin embargo, la memoria como un tejido que se encuentra

compuesto por finos hilos que forman una red, tiene aspectos propios de la subjetividad y

de las particularidades en las trayectorias de vida de los sujetos, y al mismo tiempo

aspectos comunes y recurrentes que nos recuerdan que toda memoria individual es social.

Esto implica considerar siempre el presente y los procesos de recuerdo y olvido del pasado

(véase Wachtel, 1999: 75). Por esto en esta historia dimos voz a todos ellos, permitiéndoles

describir y contar las particularidades en sus vidas y los aspectos generales, su presente y

su pasado, lo que significó conceder a cada una de las personas el espacio y la palabra

para describir su vida y así, parte de la vida e historia de su comunidad.

60

El diario de Don Ricaurte se transcribió en su mayor parte y se incluirá en su totalidad como Anexo 4 en este trabajo. Él mismo fue quien ofreció su diario y dio la autorización de ser incluido en este proyecto. 61

Cuando se trabaja Historia Oral hay un proceso de recolección de información en el que se intenta abarcar cierto número de población delimitado por los alcances del proyecto, pero también por la recurrencia en la oralidad. Es decir que el carácter social de la memoria implica lugares comunes en la misma, y la historia oral no se escapa de esto. Es así como Bom Meihy (2005), utilizando un concepto del campo de la economía, llama ―ley de las ganancias decrecientes‖ al momento en que en la investigación las historias orales son muy similares, recurrentes y con lugares y situaciones comunes. Es interesante explorar ese carácter de la historia oral que es dinámico, pero al mismo tiempo goza de redundancia, gracias al carácter social de la memoria.

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62

De esta forma construimos una historia del asilo con múltiples voces, trayectorias y puntos

de vista. Esta historia fue dividida en varias partes para describir momentos, prácticas y

actividades que configuraron el asilo y que acontecieron en la vida de estas personas,

importantes para conocer no solo la institución, sino también para adentrarnos en las

vivencias y en la memoria de estos sujetos.

Los relatos de don Ricaurte y don Pascua Carillo, ambos asileños, están presentes a lo

largo de esta historia. Les dimos relevancia gracias al amplio trabajo que con ellos

realizamos y a la riqueza y belleza contenida en sus relatos y descripciones. Con don

Pascual hicimos entrevistas, charlas, caminatas por Contratación y recorridos por las ruinas

del asilo San Bernardo en enero y abril de 2008. Con don Ricaurte realizamos entrevistas,

dos actividades de cartografía social que hicimos en Guacamayo y en Contratación en

marzo y mayo de 2009. Él fue quien me enseñó a jugar hueca y compartió conmigo

momentos muy agradables, otros muy emotivos y algunos melancólicos por las historias

que contaba.

En abril de 2007 realicé mi primer viaje a campo al que fui decidida a adentrarme en la

historia de la comunidad. Me aventuré a hablar y a entrevistar a diferentes personas. Fue en

ese momento en el que conocí a de don Julio Sánchez, cuya historia incitó mi interés por los

asilos para niños. Con don Hernando Marín hicimos una entrevista en la que no sólo él

habló de su vida, sino también de política, en marzo de 2009. A don Antonio Ruiz le hice

una entrevista en abril de 2008. Con Abel Parra recorrimos las ruinas del asilo San

Bernardo en marzo de 2009. Con don Juan Poblador hicimos varias caminatas por

Contratación, charlas y un ejercicio de cartografía social en abril de 2008 y mayo de 2009.

Con Don Jorge Bohórquez fuimos a Guacamayo, leímos poemas, hicimos una entrevista y

un ejercicio de cartografía social con el plano del asilo en marzo y mayo de 2009. Todos son

asileños, y don Abel no sólo es asileño, sino que fue profesor del asilo por algunos años.

Page 63: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

63

El padre Mario fue entrevistado en Bogotá, en mayo de 2009. Doña Rosa y doña Graciela,

llamadas comúnmente ―las señoritas Ojedas‖ habían sido empleadas del asilo; a ellas las

entrevistamos en Contratación en mayo de 2009.

Los asilos y los lazaretos.

Los hijos sanos de los enfermos de lepra debían ser llevados a dos asilos (Asilo San

Bernardo del Guacamayo para los niños, y asilo de Guadalupe para las niñas), en lo que se

denominó la Contratación Externa62. Mediante las leyes higienistas, articuladas con los

trabajos de los salesianos se implementó la creación de asilos con los cuales se intentaba

organizar la población de los lazaretos, distribuyéndola y reacomodándola, especialmente

los sanos, para separarlos de los enfermos y diferenciarlos por sexos. Como congregación,

los salesianos en los lazaretos desarrollaron sus propuestas de trabajo con población

pobre63, especialmente con los jóvenes, implementando la construcción de instituciones

médicas y educativas como hospitales y especialmente los asilos. Así mismo en estos

lugares no sólo se desarrollaron las ideas de los religiosos, sino que fueron lugares de

implementación de políticas médicas e higienistas que buscaban controlar la enfermedad,

siendo el asilamiento una de los requerimientos fundamentales promovidos por el Estado y

la institución médica.

Los hijos sanos de los enfermos de lepra tuvieron una consideración especial por ser, en

lenguaje de médicos, funcionarios y religiosos, el ―único valor humano‖ digno de rescatar

dentro los lazaretos. Por esta razón los asilos para niños sanos, a diferencia de los asilos

para niños enfermos, contaron con una formación más profunda, amplia y exhaustiva en

educación escolar y en formación para el trabajo.

62

Concepto utilizado en el capítulo 1 de este trabajo, con el que los contrateños diferenciaban el lugar de los enfermos, dentro del cordón sanitario, siendo esta la ―Contratación Interna‖ del lugar de los sanos fuera de este. 63

Como se trabajó en el capítulo 2, los salesianos que se interesaron por los lazaretos fueron criticados por que el trabajo con enfermos no hacia parte de la misión de la congregación. Por esto muchos salesianos como el padre Rabagliati y el padre Unía buscaron como acomodar la misión de la comunidad con el trabajo en los lazaretos. Así se argumentó la consideración de los enfermos como personas pobres y vulnerables, y la necesidad de educarlos y evangelizarlos, especialmente a los jóvenes.

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64

Sin embargo, escudriñando entre la memoria de los contrateños se dilucidó una historia

social del lazareto, especialmente de los asilos, en la que surgieron tensiones y

negociaciones entre la institución y los sujetos. A través de las percepciones, las

apreciaciones, los sentimientos, las emociones y los recuerdos de los asileños,

especialmente de su paso por el asilo, se fueron dilucidando una serie de actos y de

respuestas de los asileños hacia las prácticas de sujeción y de coacción de la institución64.

El asilo San Bernardo

El asilo San Bernardo comenzó su funcionamiento en la década de 1930, para los hijos

sanos de los enfermos de lepra. Inicialmente estaba dispuesto para niños mayores y

jóvenes65, y aproximadamente en 1938 fue construida la sala-cuna y párvulos66, manejados

por las Hijas de María Auxiliadora. Para 1961, con el cambio de los lazaretos a municipios,

el asilo pasó a ser colegio internado y se decidió enfocar la enseñanza técnica hacia la

formación agropecuaria. Pero en 1967 ocurrió un terremoto en esta región que destruyó

parte del asilo, cuentan muchos asileños que ese mismo día los internos fueron enviados a

sus casas y el colegio fue cerrado. El predio quedó abandonado y actualmente está en

ruinas.

En enero y abril del 2008, y en marzo de 2009 realicé junto con algunos asileños recorridos

por las ruinas del asilo San Bernardo, en las que ellos iban sobre el terreno y los pocos

escombros que aún quedaban, identificando los lugares y las partes de las que se

64

Foucault (1988, 2000, 2003, 2006) a través del estudio del poder busca ver las formas en que se construye el sujeto. Con el concepto de anatomo-política y biopolítica, con una perspectiva histórica, considera las formas en que se ha ejercido el poder sobre los sujetos. Sin embargo, es importante considerar la pertinencia de estos conceptos para estudiar lo que sucedió con los enfermos de lepra y sus hijos en los lazaretos, pero sin aplicarlos de forma acrítica y lineal. Por el contrario, es importante ver como distintas formas del ejercicio del poder pueden ser vistas en la historia del lazareto, y a su vez como podemos apoyarnos de otros teóricos como Goffman, que estudian la institución desde adentro, logrando dilucidar otras relaciones y tensiones que Foucault, por su metodología, objetivos y perspectiva no nos ofrece. De esta manera consideramos unas prácticas de ejercicio de poder sobre los sujetos, y sobre la población, pero intentando aproximarnos a la filigrana de la vida dentro de la institución. Por medio de lo que Goffman (2004]) denominó ―Ajustes secundarios‖ se trabajaron las respuestas que los sujetos daban a las normas y obligaciones de la institución. 65

Aunque no se sabe bien la edad, por lo referido en las narraciones se calcula que en el asilo entraban los niños de más o menos siete años. 66

En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra ―párvulo‖ significa ―dicho de un niño: de muy corta edad‖ (www.rae.es). Según los relatos de los asileños, párvulos refería al lugar donde eran asilados los niños entre 3 y 7 años, aproximadamente.

Page 65: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

65

componía el asilo, y narrando historias y anécdotas sucedidos en el mismo. En marzo de

2009 realicé el primer ejercicio de cartografía social con don Ricuarte y don Jorge, en el que

ellos mismos dibujaron sobre una cartulina el asilo y sus partes. Posteriormente, durante la

salida de campo en mayo de 2009, trabajamos sobre una reproducción del plano

arquitectónico del asilo que data de 192567. (Véase plano 2 y véase foto 9)

El asilo estaba divido en dos partes. En un lado estaban los salesianos con los niños

mayores y los jóvenes, y en la otra parte estaban las monjas, quienes manejaban la

salacuna, los párvulos y un pequeño internado para niñas de la región. Estas niñas eran

sanas y por lo regular eran de familias campesinas que vivían en los municipios cercanos al

lazareto. A cargo de las monjas estaban las empleadas del asilo, que eran mujeres sanas,

algunas campesinas, otras hijas de enfermos de lepra provenientes del asilo de Guadalupe,

encargadas de la cocina y la ropería para todo el asilo. La parte de los salesianos contaba

con tres dormitorios llamados Domingo Savio, San Luis y San Juan Bosco, donde se

organizaban los niños y jóvenes por edad y por estatura. Entre cada dormitorio había

huertas donde se cultivaban algunas hortalizas para el asilo. Además de los dormitorios

había un patio interno, salones para los talleres de formación en oficios, y salones de

estudio. El asilo contaba con tres comedores: uno para los salesianos, otro para los

profesores (que no en todos los casos eran salesianos) y otro para los asileños. Cada

comedor tenía un torno por donde se pasaba la comida desde la cocina sin que los hombres

tuvieran contacto alguno con las monjas y las empleadas. La ropería también se manejaba

por torno y quedaba cerca de los comedores y la cocina.

Los hijos de la lepra: separación de padres e hijos.

Pascual * Mi nombre es Pascual y nací en Contratación, pero por cuestiones de salubridad

mi registro se hizo en el Guacamayo, a donde íbamos a parar todos los hijos de

67

Es importante anotar que el arquitecto de este plano J. Buscaglione, fue un padre salesiano italiano, que llegó a Colombia en 1910 para diseñar algunas obras civiles y eclesiásticas (García Estrada, 1998). Entre sus obras, que son importantes para considerar en este trabajo, se encuentran el ―Croquis para la reducción del perímetro‖, los planos arquitectónicos de la ―Escuela de niñas‖, el ―Asilo de niñas‖, el ―Hospital M. Mazzarello‖ y el diseño de algunas estructuras como el Acueducto, el Tanque, y el Altar para la Iglesia, todos estos para el Lazareto de Contratación, en el año 1925 (Estos planos se encuentran en el Archivo Histórico de los Salesianos en el Colegio León XIII, en Bogotá).

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66

los enfermos de lepra. Mi papá era oriundo de Ocaña, Norte de Santander y mi

mamá de Vélez, Santander. Por lo que yo supe, mi papá llegó al Lazareto en

1943, debido a que había salido con lepra por desmandos como bañarse

acalorado o porque de pronto durante el trabajo lo cogían aguaceros. Mi mamá

era vivandera; ella se venía de Vélez a la 4 y llegaba a Contratación a las 8 de la

mañana con quesos, arepas, bollos, cuajada y otras cosas para vender en la

plaza. Pero en esa época todavía era sana, entonces debía permanecer en el

Lazareto por máximo tres días con permiso.

Yo soy el mayor de seis hermanos, ninguno de nosotros tenemos lepra, o no

sabemos ¿no? Porque decimos que ninguno es enfermo, vivimos como sanos,

vivimos muchas veces al pie de enfermos y nunca ha habido contagio, ni

tampoco consideramos que sea heredable. Mis papás me tuvieron el 25 de

diciembre de 1945, pero ellos se casaron cuando yo tenía tres años y medio,

porque debía aparecer registrado y legitimado con el matrimonio. Ahí fue

cuando me llevaron para Guacamayo, mi mamá me llevó a párvulos con las

monjas porque aun era muy pequeño. Mamá dijo ―voy a comprarle un carrito al

pueblo‖, yo la esperé todo el día y sólo hasta el día siguiente entendí que no iba

a volver.

Ricaurte * Por el lado paterno la familia era de La Bateca, Norte de Santander. Llegaron a

Contratación debido a que el abuelo tenía no sé si una llaga en el pie, tal vez

varicosa, pero en ese momento se pensaba que era lepra. Aquí montaron una

curtiembre y mi papá entró a trabajar al Sanatorio. Lo que pasó con mi mamá

fue un caso escandaloso para esa época. Ella una china de 13, 14 años, se dejó

seducir por mi papá, un tipo bien simpático que sabía leer y escribir. Él la preñó

y de ahí salimos mi hermano y yo.

Resulta que el abuelo no dio bacilo de lepra, entonces todos se regresaron para

la tierra de ellos, y le dijeron a mi mamá que no se preocupara que ellos se iban

a instalar nuevamente en La Bateca y que después volvían o mandaban por

nosotros. Ellos se fueron y no volvieron. Entonces mi mamá se juntó con un

señor Pinzón que era asileño del San Evasio. Tuvieron un hijo. Para no echarlo

al asilo porque ese sí era hijo de enfermo, me legitimaron a mí para ir en

reemplazo de él.

La abuela tenía una guarapería y sancochería. Ella estaba llena de hijos, mi

mamá, mis tías y todas con hijos, lo que abundaba era la pobreza. Para alivianar

la situación se deshacían de los chinos llevándolos al asilo, y cuando el chino no

tenía familiares enfermos, entonces lo hacían reconocer por uno que sí fuera

enfermo para poderlo llevar. Había enfermos que fueron reconocidos por

legitimar hijos, estaba Roberto Murillo, el Mono Peñaranda y los Ordoñez.

Todavía y a pesar de contar con una edad de más de 50 años, no he podido

olvidar el día en que mi madre me llevó al asilo San Bernardo del Guacamayo y

me entregó como Judas entregó a Jesucristo al padre Alberto Cortés, director de

ese reclusorio, cura salesiano apestoso a cebolla y ajo como todo boyacense,

negociante y explotador de menores, y de quien siempre he recordado de mala

gana, pues este personaje ha sido causa de muchas de mis malas pesadillas.

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67

Entramos al mentado asilo pasado el medio día, hora de la entrega. Lloré toda la

tarde y parte de la primera noche hasta que por el cansancio me quedé dormido.

Tal vez en mi inocencia creía que estaba soñando, pero era la cruda realidad. Mi

madre no estaba a mi lado y qué terrible dolor, al despertar comprendí y sentí

una soledad que me partió el corazón en pedazos. Ya no había escapatoria y

comencé a aguantar y a sufrir las mofas y las burlas de los compañeros por mi

triste y haraposa vestimenta, por lo cual mi arrugado sombrero fue a parar a una

de las apestosas letrinas que tenía el establecimiento.

Tenía escasos 6 años, por lo tanto extrañaba a mi madre y a mi hermano menor

que estaba pequeñito, cada vez que lo recordaba lloraba y lloraba, hasta que

cualquier día el padre director viéndome tan afligido y tan pequeño, ordenó que

fuera llevado a la sesión de los párvulos, los cuales eran cuidados y vigilados

por monjas; esto alivió un poco mi tristeza. Sor Isabel Beltrán me recibió, me

consoló y me presentó a mis nuevos compañeritos, los que me hicieron olvidar

en parte la tan añorada casa materna. Hasta aquí llegó el ciclo de mi llegada al

Guacamayo; nunca he sido capaz de perdonar la actitud de mi madre por los

sufrimientos de la época que endurecieron mi alma y mi corazón y me causaron

traumas psicológicos los que nunca pude superar. Interiormente culpaba a mi

progenitora de todo lo malo que me sucedía.

Mi mamá se murió y aun así no he sido capaz de perdonarle que me haya

llevado al Guacamayo, eso fue terrible. Había mucho sufrimiento, se aguantaba

de todo, hambre, desnudez, desarraigo de la familia, regaños, castigos y

maltratos porque los curas venían de la guerra, eran italianos y alemanes,

venían con un ego de superioridad y nosotros no éramos nada. La mayor parte

de los nosotros, ahora ya viejos y muchos muertos, nos tocó lucharla, nos tocó

hacernos a pulso.

La política de la Zanahoria y el Garrote: disciplina y rutina diaria en el asilo.

Hernando * En el año 54 (1954) trajeron a mi mamá desde San Joaquín, Santander, al

lazareto con policía. Mi hermano y yo quedamos en el pueblo volando, yendo de

casa en casa de nuestros familiares. Sin embargo, unas monjitas del hospital

Mazzarelo68 le sugirieron a mi mamá que fuera por nosotros y nos llevara al

asilo San Bernardo. Le dieron el permiso y nos trajo. Cuando eso tendría como

unos seis años y mi hermano tendría unos cuatro. Cuatro años más tarde me

trajeron para Contratación porque resulté con la enfermedad de Hansen,

mientras que mi hermano sí continuó allá.

Quitando lo malo, la educación en el Guacamayo era buena porque recibíamos

orientación salesiana; los curas lo formaron a uno, porque uno sin papás, con la

mamá recluida, no tenía a donde más acudir. Le daban a uno oportunidades

para estudiar, porque además a mí sí me gustaba el estudio, me gustaba leer y

ponerle atención a las clases. Estuve seleccionado para irme a estudiar al

68

Este es el hospital o sanatorio para mujeres enfermas de lepra en Contratación.

Page 68: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

68

Colegio León XIII en Bogotá; ya estaba pronto para irme cuando se me atravesó

esa cuestión de la enfermedad, entonces tocó irme para Contratación.

La formación era muy buena, uno se daba cuenta que muchos de los que salían

del Guacamayo les iba bien en el panorama nacional, a ellos se los llevaban

para el ejército y la naval. Me he dado cuenta que allá le enseñaban a uno a ser

honesto, lo entrenaban a pa´ la guerra, como se dice, para enfrentar la vida. Si

uno se portaba bien, le iba bien, pero si uno se portaba mal, le iba muy mal. Por

eso era la política de la Zanahoria y el Garrote porque por un lado la formación

era excelente, pero por el otro los castigos eran demasiado fuertes.

Dependiendo de la falta se aplicaba el castigo. Las más graves eran fugarse del

asilo, eso era algo casi imperdonable, y robar. Los castigos eran que le rapaban

el pelo a uno; para ese tiempo eso era un castigo terrible. Otro era hacer

flexiones o dar vueltas al patio corriendo por una hora. A algunos salesianos se

les iba la mano: daban patadas, puños y cachetadas.

Padre Mario * En el año de 1952 me dieron el mandato de ir al asilo de Guacamayo para

hacer mi primer año de tirocinio, porque mi salud era muy buena. Todo el mundo

me dijo que pidiera cambio, que no fuera, que dijera que estaba enfermo, pero

yo tenía un compañero que prefirió salirse antes que ir allá y me dije que no, que

yo iba porque no quería retirarme de la comunidad.

El asilo de Guacamayo quedaba como a tres horas a caballo de Contratación,

porque cuando eso era a caballo. Por allá estuvieron lo salesianos con el asilo,

pues en ese tiempo había mucho chino y no había quién los atendiera, sobre

todo que no querían reunirlos con los leprosos, por el contagio. Pero ahí lo

curioso: eran todos niños sanos hijos de leprosos, aunque ellos podían resultar

con lepra en cualquier momento de la vida.

El asilo empezó siendo un rancho de paja, pero fue creciendo y se construyeron

salones y dormitorios. Las Hijas de María Auxiliadora, fundadas por el propio

Don Bosco se encargaban de los niños más pequeños. Así cuando un niño

nacía sano de padre leproso se lo quitaban a los ocho días de nacido, de ahí lo

educaban las hermanas y a los ocho añitos nos los pasaban a nosotros (los

Salesianos) para comenzar la primaria. Ellos se debían quedar por lo menos

hasta los 15 o los 18 años, cuando se les daba la libertad para que se fueran y

buscaran trabajo. Para esto se les preparaba bien; había unos talleres, porque

no solamente se les daba clase, sino que también aprendían cosas para

defenderse en la vida.

Me acuerdo mucho que lo primero que me tocó fue la vigilancia del comedor, del

desayuno almuerzo y comida. Ese era un momento azaroso y delicado. Así que

cuando llegué los saludé y les dije: ―bueno, lo primero que me dijeron era que

tenía que tener garrote en mano y eso no entra dentro de mi sistema, eso no me

gusta, así que no traeré garrote y les voy a pedir que ustedes me colaboren y se

porten muy bien‖. Pero no habían pasado ni ocho días - y contra todos los

anhelos de mi formación- cuando conseguí una vara de café, que es la más

dura.

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69

Ahora pienso que desafortunadamente las cosas duras pasaban porque a los

niños les faltaba el cariño, porque desde muy pequeños se les quitaba de sus

padres, y a un niño le hace falta afecto, así no sea con palabras… los

desordenes que podían armar de vez en cuando eran por esa razón; pero solo

ahora lo analizo… (Véase foto 10)

Pascual * La vida dentro del asilo era una vida de mucha disciplina. Lógico que con los

Salesianos usted tenía que levantarse a las 5 de la mañana, tenía que pasar a

una hora de estudio, después el desayuno, un rato de recreo y a recibir las

clases diarias. A las 11:30 era el almuerzo, después salía uno a una hora de

recreo y en la tarde otra vez a recibir clases. Así era para hacer uno 1A, 1B, 2A,

2B, 3A, 3B, 4A, 4B, 5A, 5B de primaria, ya entonces seguía la educación

industrial, porque estaban los talleres de sastrería, ebanistería, mecánica

eléctrica y el que a casi nadie le gustaba, agricultura. Los mismos salesianos

impartían la educación, era hasta una formación muy buena porque el que

trataba con un muchacho del Guacamayo se encontraba con una persona muy

instruida. Y en cuanto a la vida, pues dijéramos así, la manera de vivir pues sí,

al principio se vivía descalzo, el cambio de ropa era cada ocho días, los sábados

era el día del baño, del aseo, del arreglo de dormitorios y del cambio de ropa. Le

digo que andábamos descalzos porque los alpargates que mi papá o mi mamá

nos llevaban, no los gastábamos el par a la vez si no que utilizábamos un solo

alpargate y el otro nos lo colgábamos en la pretina para tratar de ahorrarlo. Ya

después vinieron unos padres alemanes y nos trajeron tenis y medias, mejoró la

alimentación, cambiábamos de ropa más frecuentemente, ya había más orden,

más disciplina, había más aseo y se sentía como más la urbanidad69.

El asilo se componía de la salacuna, en que estaban los puros pequeñitos y

párvulos, que eran manejados por las monjas. Después estaba lo que era de los

curas, donde había tres grandes dormitorios que eran Domingo Savio, San Luis

y San Juan Bosco, todos por órdenes de edad y de estatura. Cada uno tenía su

cama, pero lo que sucedía era que el frio era tan intenso, que uno se orinaba en

la cama. Al principio se recibía atención, pero como veían que era un vicio,

entonces ya no. Ya le tocaba a uno personalmente lavar la sabana, poner el

colchón al sol y en tiempos de invierno ¿qué sol había? Los colchones los

debíamos sacar al cuarto de las esteras, que quedaba detrás de uno de los

dormitorios, pero eran tantos que no se alcanzaban a secar, se engusanaban,

se podrían. Entonces había que dormir sobre el catre, permanecer todo el día

con la ropa orinada y así ir a misa, al comedor, al estudio. Lo que sí lo obligaban

a uno era a bañarse en una piscina a las 5 de la mañana ¡Los miones a la

piscina!

Usted entraba al taller que le gustaba, todos encaminados a que el muchacho

después de que hiciera quinto de primaria adquiriera conceptos y conocimientos

avanzados. Eso fue una cosa muy buena porque cualquier muchacho cuando

salía y se iba a trabajar a una finca –porque por lo general los trabajos eran en

69

Probablemente el padre Camilo Branvilla y Enrique Shuarz. Algunos Asileños contaban que ellos usaban unos zapatos de caucho y sin medias, que eso por el sudor del pie daba mucha pecueca, que el olor a pecueca en el asilo era insoportable.

Page 70: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

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fincas- entonces lo apreciaban a uno porque sabía leer, escribir y hacer algún

oficio.

Cuando comenzó el bachillerato industrial, el padre Branvilla nos llamó a cada

uno para preguntarnos en qué taller queríamos ingresar. En mi caso le dije al

padre que mi madre quería que aprendiera sastrería, que por eso le decía que

elegía ese taller así no me gustara de a mucho, pero entonces el padre me dijo

que el problema no era que no me gustara, sino que por lo pequeño podía no

ser apto para la máquina. Por lo que fuimos a ensayar y logré alcanzar los

pedales, así que comencé en ese taller donde nos enseñaron a cocer desde

calzoncillos hasta sotanas para los curas, de esas de 40 botones, a hacer

overoles, piyamas, pantalones y camisas. Sin embargo, un día estaba en el

taller planchando un pantalón que había cocido y un chino me empezó a

molestar, salí corriendo detrás de él dejando la plancha encima del pantalón.

Cuando regresé ya se había quemado hasta la mesa de planchar. Por eso tuve

que retirarme del taller y me pasaron para agricultura. Ahí la cosa era más libre,

ya era otro el tratamiento porque uno podía salir al campo a cultivar, tocaba

duro, pero la pasábamos mejor.

En agricultura todas las tardes nos tocaba ir al campo, nos daban un azadón

para desyerbar los potreros, arreglar los cultivos de maíz, de papa, cebolla,

tomate o lo que fuera. Me pareció muy bonito porque entre otras cosas nos

dejaban llevar guarapo, un guarapo bien fresquito que nos preparaban las

empleadas del asilo. Yo fui muy bueno para echar azadón, eso fue lo único que

aprendí bien en el asilo.

Fui eternamente sancionado, me decían que era indisciplinado, pero yo era un

muchacho estudioso. Los sábados después del baño nos llevaban a un salón

para leernos las notas del estudio y del comportamiento. Comenzaban siempre

por lo grados menores, primero A, primero B. entonces cada vez que el padre

llegaba al año en que estaba decía enérgicamente ¡Carrillo Fontecha José

Pascual! Cinco menos en conducta, y me tocaba pasar adelante. Todas las

semanas presentaban una película en el teatro; pero el castigo por la mala

conducta era dejarnos sin película, o mejor dicho nos llevaban al teatro y nos

hacían sentar atrás de espaldas a la pantalla. Pero para eso nosotros nos

hacíamos los dormidos y en los momentos en que estaba la película

emocionante sacábamos un espejo y así mirábamos un poco. Lo grave de eso

era uno dejarse pescar porque ahí si lo encerraban en un cuarto y uno

escuchaba las risas de los chinos; eso sí era un martirio, sobre todo cuando

eran las películas de Tarzán o del Llanero Solitario.

En fin de año estábamos en un acto del asilo, cuando escuché el nombre de

―¡Carrillo Fontecha José Pascual!‖, me llamaron una, dos, tres veces. Pensaba

―¿Para qué me llamaran? Juepuerca sólo me llaman para el cinco menos en

conducta‖. ―¡Que tenga la bondad de pasar adelante que le van a dar el premio

de los mejores agricultores!‖ Sin poderlo creer, pasé y me dieron un pantaloncito

y una correíta. Lo que es ganar un premio. (Véase foto 11)

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71

La moda era una camisa de manga larga que podía ser cerrada. Cuando nos

llevaban de paseo donde había yuca, maíz, caña o naranjas, allá estábamos

nosotros echándolas en las bolsas que con amarrando las mangas y el cuello de

las camisas hacíamos. Por eso nos llamaban ―las Langostas‖. Había gente de

las fincas que salían a echarnos plomo, porque cuando eso no era la roya la que

devastaba con los cultivos, sino ―las Langostas‖. Por eso sabíamos que

camiseta era la apropiada para los paseos.

Nosotros cargábamos una bolsita de sal y una navaja hecha de de los zunchos

de las cajas, que en ese tiempo eran metálicos. Con eso desojábamos la caña,

la yuca, la arracacha. Cazábamos también grillos, los ensartábamos en una

varita, prendíamos candela y los asábamos; eso sabia como cuando usted suda

la gallina hoy y la deja hasta mañana para calentarla a la brasa. O cogíamos

―pececitos jaboneros‖ de las quebradas y cuando en el comedor nos servían

algunas veces la sopa bien caliente, los metíamos debajo del plato y cuando ya

terminaba la lectura, que por lo regular era un libro de literatura, ya se podía

comer el pescado o lo echábamos a la sopa y nos lo comíamos.

Ricaurte * En nuestro encierro vivíamos siempre deseosos de que nuestros familiares nos

visitaran y nos trajeran algo de comer, pero parecía que para ellos no

existíamos, porque nunca se imaginaban de nuestras hambres. Actualmente,

recordando ese pasado y con relación a mis hijos, trato de satisfacer cualquier

antojo por costoso que sea, no quiero que ellos pasen las hambres que yo sufrí.

Cuando salíamos a paseos dominicales siempre vigilados, aprovechábamos

para desquitarnos de nuestras hambres atrasadas robando frutas. Como si se

tratara de langostas, atracábamos sin compasión los solares, sin respetar

propiedad por la que pasáramos. La gente nos tenía miedo, ya que a nuestro

paso arrasábamos con cuanto árbol frutal encontrábamos a nuestro camino.

Siempre estábamos hambrientos, la alimentación era muy mala, el clima frío

ayudaba a que nuestro organismo nos solicitara comida. Había el deseo intenso

de una naranja, una guayaba, un pedazo de panela, pero qué difícil conseguir

esos sabrosos manjares.

Del menú diario ni que hablar: torta de maíz para el desayuno, todos los días

yuca y arracacha; todo preparado como para presidiarios. La administración

tenia ato lechero, pero el producto era para alimentación del personal

eclesiástico y el resto de profesores salesianos. El sobrante se vendía a los

lugareños del pueblo. Tenía también gallinero, pero los huevos eran para

comercializarlos, había porqueriza pero jamás comíamos carne de cerdo.

(Véase foto 12)

La peluca de San Antonio, los castigos.

Pascual * Yo me volé dos veces del Guacamayo. La última vez que lo hice no había

llegado a la casa y ya la policía estaba esperándome. Mamá me dijo, mijo

tómese esta aguadepanela y regrésese con la policía otra vez pal‘ Guacamayo.

En la primera volada tenía 12 años, en la segunda tenía como quince y fue

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cuando me sancionaron por haberme volado. Me dieron una tanda70

inmarcesible, me colocaron un vestido de mujer, me hicieron la peluca que

nosotros llamamos de San Antonio71 y el cura me dijo, ―hágase allá, se viene de

rodillas con el vestido hasta aquí y me pide perdón, porque vamos a poner en

práctica la parábola del hijo pródigo‖. Yo hice eso, y cuando llegué donde el

cura, él me metió la cabeza entre las piernas y sacó del bolsillo una braga72 y no

recuerdo cuantos latigazos me dio.

Lo hacían pararse a uno en una columna para que todo mundo lo viera, se

burlara y se diera cuenta que uno se había volado del asilo. Claro que después,

cuando ya recibió el nombre de colegio, ya eso no sucedía, porque ya la

atención era más digna, ya era más benéfica, ya había un interés por el cual uno

debía permanecer allá que era el estudio, la formación, y ya existía más aprecio

de los salesianos. Entonces ya no pensaba uno en eso, en volarse.

No dejaba de haber peleas entre compañeros, pero eso tampoco lo permitían

los salesianos, porque el muchacho que peleaba o que lo vieran peleando lo

castigaban. Pero de todas maneras nosotros teníamos que definir un problema

por medio de los puños. Entonces buscábamos dos testigos, uno para cada uno

y nos citábamos en el cuarto de las esteras o en un pabellón que había, donde

no nos viera ningún salesiano. Nos agarrábamos, nos dábamos a puño limpio a

ver cuál de los dos primero se afligía. Al otro día los testigos daban el resultado

de la pelea: ganó fulano de tal porque le reventó la nariz, la boca, porque le dejó

el ojo negro, así se concluía quién era el ganador.

Las fiestas, el teatro y la música.

Ricaurte * La navidad para nosotros los internos tenía cierta importancia, más que todo por

el regalo y la cena de media noche, en la que por única vez en el año

probábamos la natilla y un huevo al desayuno. Don Dámaso Mediano, un viejo

salesiano de origen español, viajaba del mes de septiembre de cada año hacia

la ciudad de Bogotá, recorría toda la ciudad pidiendo limosnas en las empresas

donde le regalaban saldos de distinta clase, de distintas características como

jabones, dentífricos, cepillos dentales, juguetería de plástico y caramelos. De

cada cosita formaban un paquetico que a cada pelado nos entregaba el viejito

disfrazado de Papá Noel el 24 de diciembre en la noche. Tal vez este sea el

único recuerdo grato de mi infeliz niñez.

Pascual * En las fiestas por lo general se hacían bazares, algunas veces había toros, y

para esos días la comida y la ropa eran especiales. Al desayuno daban tamal,

mojicón, caldo de huevo con papa, queso, galletas. Era un desayuno muy

bueno, el almuerzo también. Que yo recuerde, las fiestas que se celebraban

eran la del director, la de María Auxiliadora, la Semana Santa y la Navidad. Para

la fiesta del director montaban las corralejas, el chino que quisiera salir a torear

lo dejaban, la comida era súper especial y en la cancha interna nos hacían una

70

Una pela, golpiza. 71

La peluca de San Antonio consistía en rapar la cabeza dejando tan solo un aro de cabello. 72

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española Braga tiene como uno de sus significados: ―Cuerda con que se ciñe un fardo, un tonel, una piedra, etc., para suspenderlo en el aire.‖ (www.rae.es).

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piñata. Esa era una verdadera olla de barro que verdaderamente debíamos

romper cayendo por doquier caramelos y cositas. Algún muchacho resultaba

descalabrado, pero eso era el gusto. Otra fiesta muy buena era la de María

Auxiliadora: hacían olimpiadas deportivas y a los ganadores se les daban unos

bonos para cambiarlos por una gaseosa que se llamaba Chivo Clausen. (Véase

foto 13)

Contando las cebollitas de Egipto73.

Rosa * Mi familia es de Bucaramanga y yo vivía allá con mi papá, pero teníamos un

hermano enfermo aquí en Contratación. A mí me asilaron porque un día íbamos

con mi papá a Chiquinquirá para visitar la virgen, pues él era muy devoto de ella.

Pero entonces pasamos por el lazareto para ver a mi hermano y ahí fue donde

me agarraron para llevarme a Guadalupe. Qué tristeza. En el asilo estudié lo

elemental, pues en mi época no había bachillerato ni nada de eso. Cuando tenía

11 años me sacaron para el asilo del Guacamayo a trabajar, a buscarme la yuca

como digo yo. En ese momento Chela (Graciela) ya estaba allá.

Graciela * Yo nací en Guacamayo, o mejor dicho en una vereda que se llama La Laguna.

Llegué a trabajar al asilo como por el año de 1946. Me faltaban dos meses para

cumplir los 15 años. Los salesianos, cuando necesitaban, buscaban niñas

campesinas de la región o mandaban a pedir niñas a Guadalupe. Mi mamá me

decía que no fuera porque eso era muy pesado, ella lloraba para que no me

fuera, pero me fui.

Nosotras éramos las empleadas del asilo manejadas por los salesianos y las

salesianas. La vida era muy disciplinada, por lo menos en horas del almuerzo

cuando entraban al comedor los muchachos eran en fila y callados, el que no

rezara no recibía los alimentos, no podían ni hablar.

Nuestra nomina era de 10 centavitos por mes, eso no alcanzaba pa‘ nada. Pero

aun así servía de alguito pa‘ enviarle a mi mamá o a mi tía. A parte que era

poquito salimos sin un peso, porque no hubo liquidación ni pensión por el asilo.

Rosa * Nosotras teníamos nuestro reglamento y nuestra rutina aparte. Teníamos nuestras

horas de ir a la iglesia, al trabajo y a dormir. Por lo menos en la noche después

de rezadas las oraciones nadie podía hablar, ni las mismas monjas, así se

pensara alguna cosa tocaba callarla.

Fuera el día que fuera, tocaba madrugar. Si era a la panadería nos

levantábamos a la una de la mañana, y si era a la cocina o a la lavandería a las

tres o cuatro de la mañana. Todos los días así, hasta las 7 de la noche. Ropa y

comida la pasábamos por torno. Ni nosotras, ni los muchachos nos veíamos la

cara. Lo único para lo que nos dejaban ir a la otra casa era cuando había teatro

o fiestas importantes. Los muchachos se hacían siempre adelante y nosotras

atrás resguardadas por las monjas, que siempre nos estaban cuidando. No es

73

Esta expresión fue dicha por la Señorita Rosa durante la entrevista, al preguntarle qué significaba nos dijo que era cuando una persona recordaba su pasado, que esta era una expresión familiar.

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como ahora que las muchachas son brinque aquí brinque allá. Nosotros hemos

tenido vida de monjas.

La Navidad, eso sí era muy bonito. Papá Mediano, un cura salesiano iba a pedir

a Bogotá todos los años lo que sobraba de las fabricas: que muñecas, que

carritos, que jaboncitos, o lo que fuera y lo seleccionaban por grupos. Hacían su

bolsadita para cada dormitorio y entonces por la noche, saliendo de misa de

media noche los muchachos debían ir a buscar en la cabecera de las camas su

regalito. Eso los niños no veían la hora de salir de la iglesia, salían todos

embalados para ver lo que traía Papá Noel. (Véase foto 14)

Estudio, trabajo y rezo.

Antonio * De un pueblo de Boyacá me trajeron a asilo a los 12 años, cuando a mi padre se

le descubrió la lepra y lo mandaron a Agua de Dios. Allí la vida me pareció

supremamente hermosa, teníamos de todo: primero formación, educación moral

de primera, teníamos protección, comida, distracción, estudio. La relación entre

los salesianos y los muchachos era de primera. El sistema educativo era muy

bueno, sobre todo para los que estaban desde pequeñitos. Antes del asilo yo no

había tenido escuela, un hermano me había enseñado escasamente a leer y a

escribir, y cuando llegué hice un examen para ver en qué grado me ponían.

Quedé en tercero B y de ahí hasta quinto fueron solo tres años. Luego elegí el

taller de carpintería, pero no había demanda en ese trabajo, así que a los 18

pasé a trabajar con los salesianos en ganadería y desde entonces trabajo en

eso.

Había cosas que los salesianos no perdonaban. Si usted le robaba a un

compañero, eso era un castigo terrible, por ejemplo los ponían a hacer flexiones,

por decir algo 500, podíamos todos quedarnos dormidos y el castigado hasta las

12 de la noche cumpliendo su castigo. Pero así era nuestro pequeño mundo,

había una disciplina rígida, pero aquí lo teníamos todo, aquí no nos faltaba

nada, de pronto había la falta de los papás, pero para eso nuestros padres eran

los curas.

Se hacía lo que ellos mandaran. En el Guacamayo ellos eran gente muy

organizada e influyente, ellos escogían el alcalde, ellos daban la posada, la

comida, tenían los caballos para ir a las poblaciones vecinas, eran los dueños

de casi todo esto. Del asilo salían muchachos supremamente preparados para

el ejército, si se presentaban 40 muchachos, 40 muchachos se llevaban. Como

yo estaba trabajando con la ganadería para ellos, el día del reclutamiento me

dijeron ―usted no va‖, y eso sí era lo que ellos dijeran. Los militares les decían,

bueno de estos muchachos ¿cuál no quiere que nos llevemos?

Abel * En el Guacamayo había estudiado una parte de la primaria, después la completé

en Bogotá porque yo quería ser salesiano y entonces me fui para el Teologado.

En el año 1958 llegó el padre Jesús Becerra solicitando un profesor. El único

disponible era yo, además siendo santandereano. Entonces me fui en ese

mismo año a trabajar al asilo, esa era la modalidad que había, ya que cuatro

años más tarde lo transforman en colegio. Los niños eran como unos mil

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quinientos, y aparte de estos, en el lugar que correspondía a las monjas había

100 niñas internas que venían de todas partes, como de Cachipay, la Aguada.

Hubo mucha gente que supo aprovechar esto. Yo conozco grandes

profesionales: hay abogados, médicos, militares, y como le decía ahora esto

produjo de todo, hasta guerrilleros. La pedagogía que ellos implementaban era

muy completa. Desde niño se les enseñaba a ser responsable y a ser una

persona disciplinada, cosa que ya no se les enseña a los niños de hoy. La

disciplina era lo máximo, una disciplina que no conocía en ninguna parte, ni

siquiera en el Colegio León XIII. Cuando sonaba el primer pitazo todo mundo a

correr, cuando se daba el segundo no se oía ni una mosca. Este patio interno

fue testigo de las revistas que se presentaban en ese entonces y que jamás

volví a ver. (Véase foto 15)

Ricaurte * Como llegué tan pequeño me correspondió pasar por todos los niveles o modelos

de preparación estudiantil existentes en el reclusorio. Estuve con los párvulos

año y medio aproximadamente, nivel que administraban las monjas, hoy día

llamadas salesianas, allá conocí a Angélica, la cual hoy día es alcohólica

desanda74 de Contratación; ella era la encargada de cuidarnos a toda hora,

desde el amanecer hasta la hora de acostarnos.

Cumplido el ciclo de estadía con las monjas fui trasladado al grupo de Domingo

Savio. Integrado a ese grupo empecé a estudiar en forma: en la mañana clases

y en la tarde cargar leña para la sesión de la cocina. En ese tiempo allá no se

utilizaba gas, tampoco electricidad, esta era para tres horas en la noche,

únicamente de seis de la tarde a nueve de la noche, hora en que terminaba toda

acción en el reclusorio. Puede notarse que no había televisión ni radio; todo era

estudio, trabajo y rezo.

Al llegar al taller de sastrería había crecido en todo, en edad, en estatura y en

conocimiento, y a pesar de la ingenuidad lógica motivada por el encierro de

varios años, de todos modos ya me defendía de mis compañeros y de mis

profesores alegando, vociferando cuantas veces se presentaba la oportunidad.

En esa edad empieza uno a leer lo que llega a nuestras manos y se comienza a

acumular y a adquirir la verdadera cultura. Para nosotros la lectura de libros,

novelas profanas era prácticamente prohibida, solo se permitía leer libros

aceptados por la iglesia. Sin embargo, en las visitas a Contratación

encontrábamos libros escritos por José María Vargas Vila, que por esos años

estaba de moda. También llegaba a nuestras manos la revista Lux, dedicada

exclusivamente en su contenido a temas sexuales.

Gozo de buena memoria y recuerdo con claridad como la clerecía nos daba

consejos de que nunca fuéramos liberales, de que deberíamos salir

debidamente preparados para ser ―buenos conservadores‖, que los liberales

como el doctor Darío Echandia y Jorge Eliecer Gaitán eran masones, enemigos

de la iglesia y quienes lo seguían políticamente eran excomulgados. Claro está

que estas manifestaciones, más que todo eran pronunciadas por lo clérigos y

74

Tal vez Don Ricaurte quiso decir ―desana‖ que significa algo así como ―recaer‖ para referirse a la persona alcohólica que deja de tomar, pero que después vuelve a hacerlo.

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76

laicos nacionales, ya que los extranjeros tenían una cultura más adelantada, lo

cual les permitía entender que el asunto político no iba con ellos.

De todos modos hacían lo posible por lavarnos el cerebro, martillándonos en la

cabeza a los señores Laureano Gómez y Ospina Pérez, y su cabila de

seguidores. Estos eran hombres defensores de la religión y de la libertad y de la

tradición en conjunto, por lo tanto, por lo regular no se mencionaban las

matanzas políticas que por esa época eran el pan de cada día. Vi con mis

propios ojos y con la ingenuidad de mi edad cómo llegaban, así fuera de paso,

las manadas de godos, chulavitas, armados por el gobierno del doctor Laureano

Gómez que se dirigían a Santa Helena del Opón a matar liberales y a robar todo

lo que encontraban en su camino. Me parece estarlos mirando desfilar todos

descalzurriados y maltrajados vistiendo chaquetones de color caqui y calzando

cotizas o alpargatas los unos, y los otros descalzos. No he olvidado la especial

atención por parte de la dirección del reclusorio que hasta una corneta les regaló

y cuando fue la hora de despedirse, la santa bendición les echaban para que les

fuera bien matando liberales, situaciones que el destino nos convierte en

testigos presenciales al inicio de nuestras existencia y que posiblemente no

podremos olvidar nunca. No se olvida porque luego el mismo tiempo le muestra

con hechos la realidad.

La disculpa es que eran otros tiempo, otras situaciones, con otros actores. Esos

recuerdos comparados con la actualidad, dejan un resquemor dentro de nuestro

ser y con toda razón podemos testificar que las desigualdades siempre han

existido y que a nosotros nos correspondió por ser víctima de una sistema

avalado por el estado y la religión.

Particularmente no tengo nada que agradecer a mis ―distinguidos‖ profesores,

debido a sus rudimentarios métodos para educar. La cartilla Alegría de Leer en

su contenido traía una imagen de un niño con un gorro en el que había un

letrero en el que decía ¡burro! En la parte de abajo una frase que decía ¡la letra

con sangre entra! Esta representación era comúnmente aplicada por la mayor

parte de nuestros educadores, sin que esto causara sonrojo, pues parece que

esto se aplicaba como doctrina. Esta clase de tratamiento crea en el adolecente

un permanente estado de rebeldía y de dudas inmensas con relación a las

tantas veces explicada existencia de un dios supremo; se hace inaceptable que

sus promotores y representantes golpeen y castiguen, atropellen física y

moralmente a sus congéneres, valiéndose de su autoridad y condición, sin tener

en cuenta que se abusaba de niños prácticamente indefensos, ya que los

familiares no tenían conocimientos de esa situación de maltrato continuo, ni

mucho menos capacidad intelectual de denunciar esta clase de hechos ante la

autoridad competente.

La legión de María. Sistema de preferencias.

Jorge * Hasta los 7 años vivía en Bogotá, pero mi mamá trabajaba como empleada de

servicio y me llevó donde mi madrina para que ella me cuidara. Aquí en

Contratación todo mundo le decía a mi madrina que qué hacía con ese chino

ahí, que mejor lo llevaran al Guacamayo donde por lo menos tenía educación y

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77

en cierta forma buena. Yo estuve en el Guacamayo desde 1959 hasta 1967,

cuando ocurrió el terremoto y se acabó.

Cuando yo estuve ya no era más asilo, sino colegio agropecuario. Sin embargo

seguía funcionando como internado, pues allí nos daban el vestido, la comida y

el estudio. Cuando entrábamos nos daban un número, recuerdo que el mío era

el 149, y le cuento como dato curioso que con ese número me he ganado varios

chances. La ropa tenía el número y así se controlaba para llevar y reclamar las

ropas en la lavandería, donde además reclamábamos una prenda nueva si se

nos dañaba la que teníamos. Allá manteníamos descalzos y solo para fiestas

nos daban un par de tenis, aunque mi mamá me mantenía siempre con un

parcito de zapatos. Sin embargo, yo dejé de usar los zapatos que mi mamá me

daba porque mis compañeros me molestaban por tener los pies blancos,

apodándome ―patas de leche‖, en comparación con los de ellos que eran negros

y llenos de callos. Yo fui un niño como de papi y mami, pues mi mamá en

Bogotá trabajaba con una familia pudiente, y todos los años me visitaba

trayéndome buenos regalos.

La tal Legión de María era un grupo como de 15 muchachos que organizaban

los curas, donde estaban los sapos, lambones, los metidos, los que les hacían

los favores a los curas. Estos eran los queridos, en quienes los curas tenían

mucha confianza y privilegios. Decurión se llamaba al muchacho servidor en los

comedores de los curas, a estos les iba muy bien porque podían comer más y

mejor. Había un distanciamiento entre los asileños que hacían parte de la

Legión de María y los que no.

A mí me paso un cacharro con el padre Becerra. Todos los jueves en la tarde

nosotros debíamos ir a veces hasta lugares lejísimos. Un día el director padre

Becerra me dijo ―Bohórquez, se me presenta en la dirección el jueves después

del recreo del almuerzo‖. Y claro, a mí me cogió la tembladera, pensando en lo

que el padre me iba a hacer. Ese día fui después del almuerzo a esperar muerto

del miedo en frente de la dirección, y cuando todos los chinos se fueron para el

trabajo, el padre abrió la oficina, que además tenía un cuarto contiguo donde

dormía el director. Me dijo ―siga y siéntese ahí‖, entró el cura pa‘ la pieza y de

allá saco una gaseosa y unas galletas, las puso en la mesita y cuando las vi,

pensé a qué horas me la va a hacer, porque uno ya sabía. El cura volvió a entrar

al cuarto y volvió con un tablero de ajedrez. Yo descansé. Me dijo ―vamos a

jugar pero usted no tiene derecho a ganarme, porque yo soy el director‖; yo le

dije ―no padre, juego es guerra‖. Entonces él quería que yo le enseñara a jugar

porque él no sabía, pero me tenían como el consentido del padre.

Nos plaquiaban75. Exámenes y prácticas médicas en el asilo.

Pascual * Todos los años nos hacían un chequeo médico para tomarnos placas. Nos

tocaba a todos los chinos, por grupos nos organizaban según el curso de la

escuela y nos plaquiaban las orejas, los codos y la nariz. A usted lo desnudaban

completamente y le miraban el cuerpo a ver si tenía manchas, las muestras de

75

Con esta palabra Don Pedro y muchos contrateños hablan de las muestras que son tomadas en placas de laboratorio para hacer el examen bacteriológico en el que se mira si hay presencia o no del bacilo de Hansen.

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78

la nariz las tomaban hurgandola con un copito hasta hacerla sangrar. Decíamos

que a fulanito lo apagaron cuando salía con lepra, porque lo sacaban del asilo y

lo mandaban pal‘ San Evasio.

En Contrata hubo un chino que siempre mantenía sucio, era un negrito, le

decíamos ―el gordito de oro‖, el hijo de Ramiro Camacho. No se bañaba, olía feo

y donde le picaba por decir un zancudo, una mosca o alguna cosa comenzaba

con la uña a rascarse hasta que el mismo se iba formando una llaga. Le

decíamos ―por dios camine y se baña‖, yo me lo llevaba y lo hacía bañar a la

brava en la pila y al rato llegaba la mamá a pelear conmigo. Yo le decía, ―ah,

juepuerca, pero señora colabórenos porque es que nosotros no podemos así, el

muchacho huele muy feo‖. Terminó picado, el chino es enfermo de lepra, pero

después de todo para él ese era el objetivo: resultar enfermo de lepra; lo logró

porque a ellos se le daba el subsidio.

Ricaurte * Por ese tiempo resulté contagiado de una enfermedad llamada tiña, muy

mentada por ser comparada con la envidia. Esto llevó a que me tusaran raspado

con barbera. La tiña era unos manchones sobresalientes en el cuero cabelludo,

semejaban a los empeines que salen de la cara, muy difíciles de curar. Otro

número de reclusos y yo fuimos víctimas de sor Anita, una monja vieja

encargada de la enfermería. Para hacer ensayos de gran enfermera trajo acido

muriático y con una pluma de gallina nos lo untó en cada una de las manchas.

Al otro día amanecimos con la cabeza completamente ampollada y la cara

hinchada, la quemadura fue terrible. Desde ese desgraciado día llevo

escondidas en mi cabellera incontables cicatrices por causa de los inventos de

Sor Anita, quien en los infiernos debería estar pagando esa atrocidad.

Mi madre María Auxiliadora. La devoción religiosa y la familia.

Julio * Nací el 4 de abril de 1941 en Contratación, a pesar de que fui registrado en la

Aguada, de donde era mi padrino. Mi papá fue por mucho tiempo inspector de

policía y prefecto del Lazareto, de 11 hijos que tuvieron con mi mamá tres

hombres fueron llevados al Guacamayo y tres mujeres a Guadalupe, para dar

ejemplo.

Como los salesianos sabían tanto de música, si le veían a uno la actitud de

músico le daban a tocar algún instrumento. Junto a ellos yo aprendí muchísimo

de música, me enseñaron a tocar instrumentos como el piano y el violín. Sus

enseñanzas en música fueron maravillosas, nuestra banda era una de las más

reconocidas del departamento.

Los padrecitos nos decían al grupo de música que nuestros enemigos eran el

trago, por aquello de la voz, y cualquier placer, y más para nosotros, que

éramos asilados, personas reprimidas que no conocíamos nada del mundo

porque éramos muy vigilados y habíamos estado encerrados desde pequeños.

Tratándose de mujeres, decían que ellas eran como el diablo, y por medio de las

coplas nos enseñaron a decir que: ―ellas son el diablo/el diablo son las

mujeres/ellas están deseando/que uno se las lleve‖. Aparte de la música, estaba

en teatro y en sastrería. Me gustaba estar siempre activo y los salesianos nos

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79

mantenían ocupados. Yo fui un protegido de los curas. Los muchachos me

echaban vainas por eso, me decían, ―ah ¿y usted qué sabe de la arracacha

podrida y de las habas con gusanos?‖

Las salesianas desde muy chiquitico me enseñaron a no tener a nadie, a amar

mucho a María Auxiliadora pero de una forma casi de locura, también más

porque ellos conocieron a Don Bosco y todo lo que significaba la virgen para él,

además de sentir la ausencia de las madres que habían dejado al otro lado del

mundo, llenando el vacío con María. Y así llegué a los 12 años pensando que mi

madre era la virgen María Auxiliadora, pero a esa misma edad fui sacado del

asilo con mi hermanito para ir a conocer a mi familia, a mi madre.

Había llegado el día de salir del internado para ir a Monte Redondo76, un lugar

que servía como punto de encuentro para que los niños que llegaban del

internado de Guacamayo pudieran encontrarse con sus padres y familiares, en

especial aquellos a los que la enfermedad de la lepra había afectado lo

suficiente para no poder movilizarse.

En Monte Redondo, Jorgito y yo nos encontramos con Clarita. Los salesianos

nos habían dicho que íbamos a conocer a nuestras familias, a nuestra madre.

Le dije a Clarita ―mamá‖ con la idea esa, pero realmente creía que mi mamá era

María Auxiliadora. Clarita me respondió que ella no era nuestra madre, que ya la

íbamos a conocer, pues tenía un ―perforato77‖ en el pie que le impedía caminar

mucho. Le dije a Clarita que menos mal, porque mi madre era María y le mostré

una estampita que nos habían regalado en el asilo, describiendo la virgen como

una mujer de cabello largo y rubio, de ojos azules y tez blanca. Clarita se rió y

nos advirtió que no fuéramos a importunar a mamá, que ella no era así, por el

contrario era una mujer boyacense; nos pidió que no nos fuéramos a burlar pues

tenía una mano sin algunos dedos, causada no por la lepra directamente, pues

ella tenía de la liza78, sino por los oficios de la casa y la lavada de tantos

pañales, por lo que sus manos se fueron deteriorando.

En ese momento me sentía confundido, pues mi madre era la Virgen y no

entendía muy bien aquella noticia de que iba a conocer a mi madre. Entonces

llegamos donde mi mamá nos estaba esperando. Ella dijo ―Bendito sea el señor

santísimo‖. A nosotros ya nos habían hablado de arrodillarnos frente a nuestra

madre, pero entonces nosotros lo hicimos por el bendito, pensando que debía

76

Este lugar, al igual que Los Suspiros, fue descrito en el Primer Capítulo. Ambos eran sitios a las afueras del pueblo donde se reunían los padres con los hijos asilados en el Guacamayo. 77

Perforato es una palabra que el mismo entrevistado definió como una herida que es causada por tener un miembro del cuerpo en una misma postura por mucho tiempo, común en los enfermos de lepra por la pérdida de sensibilidad que causa la enfermedad. 78

La lepra liza es uno de los tipos de lepra descritos por la comunidad. Muchos de ellos refieren esta enfermedad como la que menos deformaciones causan en comparación a la lepra tuberculosa. Sin embargo, a nivel médico la lepra que denomina liza es aquella que tiene más presencia del bacilo, sobre todo en extremidades como las manos y los pies, lo que aumenta la posibilidad de deformación de estas partes. (esta información fue dada por un médico leprólogo del sanatorio en Contratación). Por lo que he percibido en las entrevistas, cuando los asileños hablan de sus padres sobre la enfermedad, la mayoría de ellos hablan de que sus padres eran enfermos, pero de la liza. Da la impresión de que la lepra liza por ser menos visible, es una lepra que puede tener una mayor aceptación social, por todo el miedo, el escrúpulo y la exclusión social hacia los enfermos que tienen signos notorios de la enfermedad, sobretodo en el rostro (como sucede con la lepra tuberculosa).

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ser a él por quien nos arrodillamos y no frente a esta señora, y le dijimos

―señora‖ hasta la hora que nos fuimos, porque la palabra ―mamá‖ no nos había

enseñado a decirla. (Véase foto 16)

Pascual * Muchos de nuestros papás iban a visitarnos hasta Los Suspiros; algunos que

podían, hasta el retén de La Colorada a más o menos tres kilómetros del pueblo

y otros sí iban hasta el Guacamayo porque podían caminar bien y, por ejemplo,

mi mamá sí iba hasta el asilo. Ella como que tenía buenas condiciones de salud,

pese a que salió picada de lepra. Mamá traía almuercito, me sacaba al pueblo y

me dejaba algunos centavitos, unos dos o tres centavos. Las mamás siempre

llegaban con mucha comida, canastados con gallina, papa y yuca. La consigna

era comernos todo, pero, claro, toda esa pilada de comida hacía que por la

noche hubieran unas vomitonas pero tenaces, sin embargo, esa era la consigna

para no dejar devolver a la mamá pero con ningún bocadito de comida.

Ricaurte * En junio del 48, dos años después de mi reclusión, mi mamá fue a visitarme con

mi padrastro don Guillermo, era su primera día y única visita. El primer contacto

con ellos desde aquel doloroso día que fui llevado y entregado al padre Alberto

Cortés. En ese momento me olvidé de todo lo que había sufrido y el abrazo que

nos dimos con mi mamá me hizo sentir completamente feliz, no le di tiempo de

nada, inmediatamente empecé a darle quejas y le manifesté muy sentidamente

que por ningún motivo seguiría viviendo más tiempo separado de ella y que

deseaba de todo corazón volver a mi hogar, a mi querida Contratación. Esa

tarde me fugué, me vine con ellos pensando muy alegre que jamás volvería.

Ohh libertad, que lindo sentirme libre de la mirada de esos odiados curas que

tanto me habían humillado y hecho sufrir.

Pero qué puta desilusión: a los 15 días de mi desaparición del internado

(presidio)79; mi padrastro fue notificado por la dirección del sanatorio que debía

regresarme inmediatamente al presidio, so pena de perder el subsidio que como

enfermo de lepra recibía. Único medio de subsistencia que la familia tenía como

entrada monetaria para sus gastos diarios. No valieron las lágrimas, y como no

teníamos palancas no había alternativa, éramos tan miserables y tuve que

regresar. Pero me dediqué a planear durante varios años para convertirme en

un experto y salir definitivamente de ese horrendo lugar.

Llegó la hora. Saliendo del asilo…

Pascual * En el comedor estábamos acostumbrados a cantar y a hacer algarabía. El padre

Becerra permitía eso porque él consideraba el canto como una forma de alegrar

a dios. Pero el padre tuvo que irse por un tiempo y llegó un cura Barreto para

asistirnos. A él si no le gustó eso de que estuviéramos contentos y de que

cantáramos, así que nos sancionó y no nos permitió ni ir a misa, ni a estudiar, ni

al comedor, ni a los talleres ni nada, y como castigo permanecer en una

columna. Pero al medio día nos pusimos a charlar con los compañeros para ver

79

Los paréntesis están en el escrito original del diario de Don Ricaurte, se decidió transcribirlo con la mayor fidelidad. Es importante notar como el habla del internado, y lo llama como tal, pero en este paréntesis deja ver su consideración del mismo como un presidio. La historia de Don Ricaurte aquí descrita corresponde tanto a su diario, como a las charlas y caminatas que se hicieron en las ruinas de asilo en Guacamayo, en marzo de 2009, y el taller de cartografía social hecho en mayo de ese mismo año.

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81

si le hacíamos una celebración a otro compañero que se llama Anselmo

Palacios que estaba cumpliendo años, pero nos vieron charlando y de una vez

el padre Barreto supuso que nosotros estábamos conspirando contra el asilo por

el hecho de haber sido sancionados. Inmediatamente nos reunieron con el

padre Roggero, y el padre Barreto solicitó nuestro retiro, poniendo un ultimátum:

era él o era nosotros. El padre Roggero nos dijo que lo sentía pero que lo mejor

era retirarnos; que, sin embargo, él nos iba a dar la libreta de ahorros, el

certificado de estudios y algo de ropita, para que saliéramos del asilo sin ningún

resentimiento.

Nos pusieron una fecha para irnos, dejándonos unos días como de

entrenamiento para que nosotros superáramos el aislamiento. Entonces lo único

que íbamos a hacer al asilo era a recibir las comidas y a dormir. Así estuvimos

hasta que llegó las 7 de la mañana del 22 de abril de 1962, cuando arrancamos

con nuestros chiritos. Durante el camino cantábamos un poco, reíamos otro y

llorábamos otro tanto, yo les dije pero ¿Por qué vamos a llorar si nosotros ya

somos capaces de defendernos?

Gastamos todo el día para llegar a Contratación, nos sentíamos capaces de

enfrentar la vida, nos sentíamos bien preparados, pero en ese momento también

sentíamos el miedo de llegar y explicar a nuestros padres el por qué estábamos

allí. ―¿Qué le pasó?‖ Fue lo primero que dijeron mis papasitos y les conté que lo

que nos había sucedido, y mi padre me dijo que me tranquilizara que lo que

había aquí eran potreros para trabajar. Cuando me entregaron el dinero de la

Caja de Ahorros en el Socorro, no tuve la precaución de comprarme la

maquinita de cocer para seguir trabajando. En cambio supe de otro muchacho

que salió conmigo también, ese si la compró y más tarde se hizo un sastre

famoso en la capital.

Tuve muchos trabajos como muchos asileños. Viajé por varios lugares,

Bucaramanga, Bogotá, Santa Helena… yendo y viniendo, oscilando entre

Contratación y el mundo de afuera. De muchos trabajos acabé siendo profesor

de educación física en el colegio salesiano de Contratación.

Ricaurte * Mi primo Saúl y yo, con mucho tiempo de anticipación planeamos cómo volarnos

del reclusorio. Tuve que poner en práctica todo mi sistema de convicción

desarrollado hasta el momento para convencer a mi primo de fugarnos un día

domingo después de misa. Mi primo tenía miedo pues si éramos sorprendidos

seriamos rígidamente castigados y ese castigo infundía temor. Comenzaba con

una azotaina del que nuestro trasero quedaba completamente amoratado, luego

rapada de cabeza y el escarnio público al ser mostrado ante todos los

compañeros con un vestido de dama y con alguien a nuestro lado pregonando

que quien se fugara era un cobarde, desagradecido, alejado de Dios.

De todos modos logramos superar todos esos temores y cumplidamente ese

domingo que habíamos programado, nos fugamos. Luego de la misa había

tiempo de recreo en los patios o canchas ubicadas en la parte de afuera del

reclusorio, esto en parte nos facilitó la fuga. Atravesamos el camino que

conduce hacia el poblado del Guacamayo, y tomamos como vía de escape una

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82

quebrada arriba y nos llevó a las afueras del poblado y seguimos el camino de

herradura que nos conducía a Contratación, meta de nuestra escapada.

Corrimos y corrimos sin parar, sin descanso alguno, pues nos parecía o

imaginábamos que nos perseguirían para darnos alcance y regresarnos otra vez

al odiado reclusorio; cada minuto, cada segundo era contabilizado mentalmente

y nuestras piernas se movían rítmicamente, veloces, sin sentir cansancio. Al

cabo de una hora larga llegamos cerca de un retén de la Policía Nacional en el

sitio llamado La Colorada, seguimos una senda por un potrero hasta encontrar

una quebrada, subimos la quebrada abajo hasta llegar un camino real que

llevaba a la finca llamada Monte Redondo, por el cual pasamos y en pocos

minutos entramos triunfantes a Contratación.

El retén era una barrera psicológica y real para encerrar al enfermo de Hansen

para que no se regara el contagio de la enfermedad, pues de tiempos

inmemoriales se ha creído que la lepra es contagiosa. Al llegar al hogar materno

lo primero, el saludo, y luego la mentira, ―que venía con permiso a visitar la

familia‖, mentira que al día siguiente fue descubierta al informar que nos

habíamos fugado del reclusorio e inmediatamente fui enviado a trabajar en una

finca fuera de Contratación donde estuve seis meses laborando en distintas

ocupaciones y donde logré ahorrar para comprar mi primera muda de ropa y

calzado, producto de mi primer trabajo y donde comienza el verdadero sentido

de la vida para mí, es el comienzo de vivir en libertad, de ir pensando cuál sería

mi futuro y de tener sueños amorosos, ilusionarme pensando que todo se

consigue fácilmente la fama, el dinero y el poder y todo lo humano en el

transcurso de su existencia, todas esas vanidades que acompañan al ser

humano.

Lo anterior puede ser causa para que se piense que soy un resentido social,

pero verdad que no. Lo que realmente sucede es que se encadenan

demasiadas situaciones acompañadas con la extrema pobreza vivida en esos

tiempos y los cuales hay que citar por su verdadero nombre. No sé, no entiendo

ni comprendo por qué mis padres fueron tan desprendidos de nosotros y todavía

ya en mi vejez me parece que ese tiempo no fue realmente vivido por mí, sino

que se trató de una muy mala pesadilla de la que no he podido despertar. Todo

esto me ha llevado a anidar dentro de mí cierta rebeldía hacia el Estado, ante la

religión y ante la sociedad. He aprendido a ser hipócrita, ocultando mi verdadera

personalidad ya que la hipocresía ha sido practicada desde tiempos

inmemoriales por todas las jerarquías llámense religiosas, políticas y militares, o

sociales. A medida que transcurrimos en el camino de la vida nos acompaña la

hipocresía y más la practicamos.

El terremoto: se van para la casa, se acaba el asilo.

Antonio * Los salesianos se retiraron no por la caída del colegio exclusivamente, sino que

tuvo otros motivos. El fin mediante el cual se había instituido la comunidad

salesiana era un fin muy social: recoger gente pobre y educarla, obviamente con

el patrocinio del gobierno. Resulta que a través del tiempo que ellos estuvieron

aquí fueron amasando una riqueza vastísima. Los salesianos que mandaban

para manejar los muchachos muchas veces eran castigados de otros colegios,

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83

pero estando unos dos o tres años en el asilo fueran salesianos, coadjutores80 o

aspirantes al sacerdocio, se retiraban. Por lo que la división general de Turín en

Italia creyó como indispensable acabar con esta casa porque estaba siendo

propiciadora de pérdida de vocación, entonces esto se sumó a la acumulación

de dinero y tierras, y a los daños del temblor, dando motivos para salir de una

vez por todas de eso.

Los salesianos llegaron a ser los dueños de todas estas tierras en parte por el

fanatismo religioso de la gente. El gobierno les había dado un pedacito para que

construyeran el asilo, pero con el tiempo si los curas le decían a un vecino que

les vendiera, esa persona no solo les vendía, sino que les daba más barato por

ser religioso. El difícil sopesar que hubiera sido mejor, porque por un lado la

educación en el Guacamayo hubiera sido mejor, pero económicamente la región

habría podido estar por debajo de cero.

Rosa y Graciela * No sabemos por qué dejaron caer el asilo, eso se cayó con el temblor

pero solo fue una parte. El temblor fue como a las 5 de la mañana, y a la hora el

padre director Becerra ya les estaba diciendo: ―bueno mis queridos niños cada

cual coge su ropita y si tienen papá, mamá, tíos, primos o los que sea se van y

los buscan‖. Ahí todos los muchachos fueron a la ropería a buscar su taleguita

de ropa y se fueron. Y nosotras nos fuimos para Bogotá porque dijeron que ya

no se necesitaban más empleadas.

Pascual * Pero lo que no se entiende es por qué acabaron esto con tantas tierras que

tenían, que se podría decir las mejores del departamento con todos los climas

para todas las clases de cultivo, con buen ganado, cría de cerdos y de aves de

corral.

Salí cinco años antes de que se acabara el asilo por una serie de sismos, que

sin embargo, no causaron los daños suficientes para que eso se acabara. De

pronto creo yo que los salesianos tuvieron alguna desatención por parte del

gobierno, por eso aprovecharon la situación para mandar a los muchachos a sus

casas con la excusa de que ya no podían tener más ahí por el deterioro de las

instalaciones. Después del abandono del colegio, poco a poco la gente fue

destruyéndolo, se fueron robando las puertas, el techo, la maquinaria, los

muebles. Se robaron hasta las últimas 19 gallinas que yo supe donde hicieron el

sancocho aquí en Contratación, de tal manera que la gente se llevó todo menos

la tierra porque esa si no se la podían llevar y así murió, así se acabó el dichoso

asilo del Guacamayo. (Véase foto 17)

Julio * Así esa era la vida de un asilado, mientras tanto aquí el leproso sufría sus

incomodidades.

80

Don Bosco comenzó a utilizar el término de ―coadjutor‖ para referirse a los salesianos religiosos laicos de su congregación y así evitar el uso del término fraile ( www.sdbcob.org).

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84

NOS HICIMOS A PULSO

De la Aguada, Guadalupe, Guacamayo… aparecían registrados estos niños y niñas sanos

hijos de enfermos, como una forma de esconder su condición y ocultar su origen. Cuando

llegaba la hora de salir del asilo, algunos jóvenes sobresalientes eran llevados a otros

colegios e instituciones salesianas, otros continuaban en el asilo pero asumiendo otras

labores y la mayoría eran enviados a prestar servicio militar. Estos lugares y momentos

representaban puntos intermedios entre los asilos y la vida fuera de los mismos. Una vez se

pasaba por esta instancia intermedia, estos jóvenes eran ―reintegrados a la sociedad‖, los

cual representaba una de las finalidades primordiales de la institución, para lo cual era

necesario sacarlos del ―foco de infección‖, alejándolos de sus padres y del lazareto,

proveyéndoles educación, cuidados y vigilancia, administrándoles controles médicos

periódicos para identificar nuevos casos, y formándoles en artes y oficios para que una vez

salieran del asilo pudieran ―defenderse en la vida‖.

La salida del asilo era para los asileños un rito de paso que implicaba un momento de

liminalidad. Como se refirió anteriormente, Turner (1988) considera este concepto como una

condición en que las personas escapan a las clasificaciones y a lo establecido social y

culturalmente. El ritual de transición se caracteriza por la inestabilidad, la cual debe ser

superada para retornar a la estructura, a la que se vuelve ya transformado.

Los roles y situaciones liminales son considerados peligrosas porque no tienen una posición

clara y una correspondencia a una estructura o forma definida (Turner, 1988:115). Este

carácter de peligrosidad está determinado por el desorden que representa la liminalidad.

Por su parte, Douglas (1973: 132) relaciona la contaminación con el peligro, y éste se

relaciona tanto con el desorden como con los momentos de transición. Para los asileños, el

momento de salida del asilo, el paso por otras instancias e instituciones y la integración con

la sociedad nacional significaron un rito de pasaje, en el cual los jóvenes pasaban de su

condición de asilados, hijos de enfermos de lepra, a ciudadanos.

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85

Sin embargo, si extendemos el análisis de la liminalidad no solo a los ritos de paso, sino a la

condición misma de los asileños, podemos pensar en el carácter liminal de estos sujetos.

Ser hijos de enfermos de lepra significaba para estos niños una situación dentro de los

lazaretos problemática y peligrosa. En los lazaretos no sólo se tenía el problema de

asegurar el control de la enfermedad conteniendo una población enferma que procuraba de

múltiples maneras construir una vida dentro de los lazaretos (trabajando, bebiendo,

jugando, teniendo familia) sino también controlar y reordenar a la población sana que hacía

presencia en estos lugares, ya fuese como familiares, hijos o vivanderos. Los sanos en la

Contratación Interna eran contraproducentes para las medidas de aislamiento obligatorio de

los enfermos.

Cuando se inició la campaña antileprosa, se enfatizó en la prevención y sobre todo en la

atención a los hijos sanos de los enfermos de lepra. Pese a que los lazaretos cumplían con

el aislamiento, esta campaña resaltó el papel de los asilos y los dispensarios por ser estos

quienes daban soluciones, permitiendo controlar y evitar la enfermedad. De alguna manera

había que encargarse de la población enferma a la que había que proveer de los

tratamientos hospitalarios, los cuidados y los medios mínimos de manutención dentro de los

lazaretos.

La presencia de sanos en los lazaretos, y el desorden de los mismos, implicó el desarrollo

de una serie de medidas para intentar reorganizarlos, permitiendo así el control de la

enfermedad a través de la reglamentación de la vida social, y del control sobre los espacios.

Es importante considerarlos como lugares en los cuales se ejercían prácticas de poder de

diferentes maneras. Foucault (1988, 2000, 2003, 2006) identifica distintas formas de

ejercicio de poder, como lo son la vigilancia-corrección y los dispositivos de seguridad, las

cuales se diferencian en sus técnicas, sentido y fines. Mientras que la primera trabaja sobre

el cuerpo individual, la segunda lo hace sobre la población, habiendo en ambas

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86

tratamientos sobre el espacio, aunque de forma distinta81. Sin embargo, para este estudio

consideramos útiles estas concepciones sobre el poder, en tanto de manera conjunta sirven

para analizar lo que sucedía en los lazaretos.

Hay que separarse, sin embargo, de la periodización que hace Foucault y del tratamiento

que da al tema de la lepra, estudiándola en la Europa del Medioevo. Pensar el poder desde

el control tanto de los cuerpos como de las poblaciones y sobre el espacio nos lleva a

pensar en diferentes formas de ejercicio del poder dentro de los lazaretos, tanto en la

distribución de los espacios como en las prácticas de las diferentes instituciones que

componían la Institución, como el hospital y los asilos. Así podemos ir viendo cómo se

ejercía el poder basado en el conocimiento médico e higienista y en el deber ser.

La disciplina, la coerción, la vigilancia y la regulación (Foucault 2000, 2003, 2006), eran

ejercicios de poder expresados en diferentes situaciones, lugares y actores en torno a los

lazaretos, los enfermos y sus familias. Para el caso de los asilos fueron claras las

intenciones de reorganización de la población en el espacio: los hijos sanos y enfermos, y

las niñas y los niños tenían sus instituciones de asilo para hacer efectivo el aislamiento, la

organización y disposición de sus cuerpos en espacios específicos que permitieran el

desarrollo de los fines de la institución.

Fue así como los asilos proveyeron a los niños alimentación, techo y cuidados.

Especialmente a los hijos e hijas sanas impartieron educación y formación en artes y oficios.

También en estos lugares, se impartieron prácticas de control médico: en el caso de los

hijos sanos con la identificación de nuevos casos y en el caso de los hijos enfermos con la

administración de tratamientos para combatir la enfermedad.

El énfasis en la formación y en la educación para el trabajo, sobre todo de los sanos,

caracterizaba la función de estos asilos y el papel desempeñado por los salesianos era

coherente con la filosofía de la congregación. Implícitamente en las prácticas disciplinarias,

81

En la segunda forma de poder, en la que se trabaja sobre la población, el tratamiento que se le da al espacio, es a través de la circulación (Véase Foucault, 2006).

Page 87: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

87

de vigilancia y de formación, se promovía un deber ser para los hijos sanos de los

enfermos.

El Estado y la institución médica y religiosa asumieron la responsabilidad sobre los hijos de

los enfermos de lepra, implementando una serie de medidas para fijar un carácter y una

condición que permitiera a estas personas recomponerse en la sociedad, según su

condición biomédica: quien era enfermo debía integrarse al lazareto, quien era sano debía

integrarse a la sociedad nacional. Esta responsabilidad implicó afrontar la liminalidad de

estos sujetos transformándolos y dándoles los medios materiales, mentales y espirituales

para reincorporarlos a la sociedad, que en términos de Turner (1988) sería la estructura.

Sin embargo, considerando los relatos de vida de los asileños, en espacial de sus

experiencias en el asilo San Bernardo del Guacamayo, fueron recurrentes las tensiones

vividas y recordadas entre los asileños y la institución: entre el deber ser y lo que fue.

Entrar en la mentalidad de la congregación salesiana, a su vez, fue ingresar en el plano de

los ideales tanto de sí misma, de su trabajo, como de sus productos. Fue así como el

sentido de la congregación, fundado en la experiencia y en el carisma de Don Bosco,

promovía el amor como fundamento del trabajo religioso, y a su vez una serie de estrategias

para llevar a cabo las empresas promovidas por la congregación, en la que se consideraba

muy especialmente la educación para el trabajo82 y el sistema preventivo.

Encontramos en la historia oral de la institución una multiplicidad de experiencias en las que

se pueden leer tensiones de diferentes índoles, las cuales sin embargo, se conectan con el

problema de estos niños y jóvenes, los cuales fueron sanos en la ―república de enfermos‖.

Como su condición era liminal y peligrosa, era necesario que pasaran por una serie de

discursos y prácticas que les permitiera reordenarse en el mundo, y así instalarse en la

―república de los sanos‖. Tejiendo fino en la memoria de los contrateños, los asileños, las

empleadas del asilo y un cura salesiano, encontramos tanto en la vida social y cotidiana de

82

La educación para el trabajo, promovida desde el siglo XIX por la congregación salesiana, fue tal vez uno de los motivos principales por los cuales fue esta fue invitada por el gobierno de Colombia.

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la comunidad, como al interior del asilo, una serie de tensiones, negociaciones y prácticas

de resistencia que entraban a confrontar los ideales de la institución y la vida de estas

personas.

Con los relatos de vida nos aproximamos ya no al deber ser contenido en las prácticas y

discursos de médicos, funcionarios y religiosos, sino a lo que fue la vida al interior del asilo y

lo que fue el asilo para la vida de estas personas. En estos encontramos resistencias a los

ejercicios de poder, las cuales podían contraponerse al mismo y/o aprovecharse de él.

Valga aclarar que estas resistencias, más que actos radicales en contra del poder, fueron

prácticas que se dieron dentro de los asilos y del lazareto, las cuales sacudieron los

dispositivos de vigilancia, control y coerción, agitando los ejercicios de poder y a quienes los

prescribían y ejercían, pero que no fueron lo suficientemente cabales para acabar con estas

instituciones.

La memoria de los contrateños dejó entrever el carácter ambivalente y paradójico del

lazareto y los asilos, y de las percepciones sobre los mismos. Fue así como estas

instituciones significaron para los contrateños el hogar y la prisión, el arraigo y el destierro,

el amor y el odio. Esto nos lleva a pensar las tensiones mas allá de la pretensión de acabar

con el lazareto, entendiendo lo que éste representó y cómo configuró sus vidas. Estas

tensiones finalmente configuraron al lazareto y los asilos como estos lugares de memoria

complejos y heterogéneos, y a sanos y enfermos como contrateños que recuerdan cómo se

hicieron a pulso.

Page 89: Nos Hicismos a Pulso_Tesis_Natalia Botero

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Sociedad Salesiana: www.sdbcob.org

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93

FOTOS

1. Fotografía del pueblo de Contratación, desde el cerro de Guadalupe. Contratación, Santander. Tomada en mayo 2009.

2. Fotografía del Monumento de la Moneda en la plaza de Contratación, Contratación, Santander. Tomada por Catalina Quiroga en mayo de 2009.

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3. Foto ―Lugares 1926‖. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander, 1926.

4. Fotografía del Parque Federico Lleras. Archivo fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander.

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5. ―Casa Milton‖. Archivo fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander. Este lugar es conocido como Los Suspiros.

6. Ruinas del Asilo San Bernardo del Guacamayo. Guacamayo, Santander. Tomada en marzo de 2009.

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7. ―Curas‖. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander (1950 aproximadamente).

8. Peregrinación al Cerro de la Virgen. Contratación, Santander. Tomada el 24 de mayo de 2009.

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9. Fotografía del ―Asilo San Bernardo‖. Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander (1955 aproximadamente).

10. Comedor, asilo ―San Evasio año 1948‖. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander.

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11. ―Guacamayo‖. Foto de los niños del Asilo San Bernardo del Guacamayo. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander. (1950

aproximadamente).

12. Foto ―Curas‖. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander. (1955 aproximadamente).

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13. ―Curas 019‖ Día de los Faroles. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander. (1950 aproximadamente).

14. Foto del Álbum de Rosa y Graciela, de las empleadas del asilo San Bernardo del Guacamayo (aproximadamente 1950). Obtenida en Contratación, Santander en mayo de

2009.

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15. ―Revista‖ Asilo San Bernardo del Guacamayo. Archivo Fotográfico, Concejo Municipal de Cultura de Contratación, Santander. (1960, aproximadamente).

16. Foto del Álbum Familiar de un Asileño de San Bernardo del Guacamayo. Obtenida en Contratación en mayo de 2009. (1960 aproximadamente).

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17. Vista del municipio del Guacamayo y de las ruinas del Asilo San Bernardo. Guacamayo, Santander. Tomada en enero de 2008.

18. Don Ricaurte en la ruinas del asilo San Bernardo. Guacamayo, Santander. Tomada en marzo de 2009.

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GRÁFICOS

1. ―El problema de la Lepra‖ (Enciso, 1932: 271).

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2. ―Gasto del Departamento Nacional de Higine‖ (Enciso, 1932: 277).

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MAPAS Y PLANOS

1. Mapa del Taller de Cartografía Social. Contratación, Santander. Realizado en mayo de 2009.

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2. Plano del ―Asilo para niños sanos San Bernardo‖, 1925. El original se encuentra en al Archivo Histórico Salesiano en el Colegio León XIII de Bogotá.

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Anexo 1.

Ejercicio de Cartografia social con don Juan Poblador, realizado en mayo de 2009 en

Contratación, Santander. En este ejercicio se tomó el mapa ―Croquis para la reduccion del

perimetro del Lazareto de Contratación‖, de 1925, cuyo original se conserva en el Centro

Historico Salesiano del Colegio Leon XIII en Bogotá, y sobre el mismo con lapiceros de

colores se dibujaron e indicaron lugares, caminos, rios, retenes, etc., en tiempos de

Lazareto, con base en la memoria social de los contrateños y en la experiencia de vida de

don Juan.

Con puntos rojos se marcaron los retenes o puestos de control. Muchos de estos estuvieron

existieron en la epóca en que don Juan estuvo viviendo en el Lazareto. Sin embargo,

algunos de los retenes que fueron indicados por don Juan existieron y desaparecieron, pues

recordemos que el perimetro del lazareto cambió varia veces y por ende la ubicación de los

retenes. Con café oscuro se marcaron los caminos. Con azul se marcaron los desechos.

Con verde, se indicaron algunos lugares importantes y significativos para la memoria. Con

violeta y en linea punteada se marcaron tres quebradas, que don Juan indicó y que no

aparecian en el mapa.

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1. Paso del Rio Suárez por el camino que va de Guadalupe a Contratación.

2. Puente sobre el rio Suárez. Se construyó a mediados de la década de 1940. La gente lo llama el del ―Curo‖.

3. Retén del Rio. Mire aquí está el Retén y aquí había gente que habitaba porque a diario debía de haber unos balseros para pasar la mercancía para atender la gente, que pasaban de aquí hacia Guadalupe y que venían de Guadalupe hacia Guacamayo, ahí tenía que haber viviendas por lógica. Entonces debía haber un asentamiento ahí.

4. Antiguo camino a Guacamayo.

5. Camino Guacamayo-Guadalupe.

6. Retén Macaligua, quedaba por el camino real. Este fue el primer camino a Contratación inclusive ese fue el primer Retén acá. Se mantuvo hasta que estuvo el Retén de Casa de Zinc por la vía a Guadalupe o Tambosuco. Después este Retén se fue…

7. Retén de la Colorada.

8. Retén de La Cruz.

9. Cerro de la Virgen.

10. Carretera actual Guadalupe-Contratación.

11. Retén loma verde.

12. Retén de San Vicente.

13. Retén.

14. Retén del Morro. El segundo de los que iría por los caminos de chima, y había otro, el de la piedra, con un camino antiguo que desde allá se traía el plátano y la yuca, camino de la piedra. Entre el límite de Chima y Contratación, y actualmente todavía traen el plátano y la yuca de allá.

15. Camino de la montaña.

16. Retén San Juan. Después del Retén del Morro, lo trasladaron a Canchali, el nombre del Retén me parece que es San Juan.

17. Retén Loma de Paja, uno de los más antiguos que estaba en el camino entre Contratación y la Aguada, porque en ese tiempo Guacamayo era un corregimiento de la Aguada.

18. Camino antiguo a Guacamayo.

19. Monte Redondo.

20. Retén, puede ser el que llaman ―Placitas‖.

21. Desecho de la Colorada.

22. Desecho. Era uno de los desechos más usados por los vivanderos, sobre todo aquellos que venían de Guadalupe. De allí se traía el aguardiente.

23. Desecho entre Tambosuco, pasaba por el muro de las monjas. Hace referencia al muro de tapia que encierra el antiguo Asilo Santa Catalina.

24. Puente San Ignacio, primer puente construido sobre el Rio Suarez, construido por los españoles, tumbado en el conflicto bipartidista, quedando aun hasta ahora los arcos del puente antiguo.

25. Alto del Curo.

26. Quebrada la Rayada.

27. Quebrada las Cuevas.

28. Quebrada Las Margaritas. De estas últimas tres quebradas se abastece de agua el pueblo.

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Anexo 2.

―CROQUIS. Del perímetro en proyecto para el leprocomio de Contratación con seis retenes.

1934‖. Publicado en: República de Colombia. (1934) Decreto Número 2116 de 1934.

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Anexo 3.

―Reglamento del Asilo.‖ Este Reglamento es una fuente documental cuyo registro

fotográfico me fue facilitada por el Comité de Cultura de Contratación en marzo de 2007.

Fue firmado en Bogotá, en Julio de 1941 por el Jefe del Departamento de Lucha

Antileprosa, Carlos Gómez Plata. Aquí presentamos su transcripción.

REGLAMENTO PARA ASILOS Y CASAS HOGARES.

ARTICULO 1°. – Los Asilos y Casas Hogares tienen por objeto recoger, sostener, educar e

instruir niños menores sanos hijos de enfermos de lepra, cuando no tengan

padres ni parientes que, por sus condiciones de buena salud y medios

económicos suficientes, puedan cumplir tales fines, bajo la vigilancia de las

autoridades sanitarias competentes.

Parágrafo. – En atención a la finalidad primordial que se proponen los Asilos y Escuelas

Hogares, los niños internos a que se refiere el Art. Anterior deberán

permanecer en los Preventorios, Asilos o Escuelas Hogares un mínimo de 5

años, salvo los casos contemplados en el Art. 6.

ADIMISIONES Y MATRICULAS.

ARTICULO 2°. Los límites de edad para las admisiones serán:

a) .- para los varones, 12 años.

b) .- para las niñas, 13 años.

Parágrafo.- Estos límites podrán ampliarse, excepcionalmente, si así lo dispusiere la entidad

directiva de la Escuela, por motivos profilácticos, administrativos, o

económicos, con la aprobación de la autoridad sanitaria competente.

ARTICULO 3°. – Todos los niños nacidos en los Leprosorios serán admitiditos en las

Escuelas Hogares, acompañados de una ficha que resuma la historia clínica

y bacteriológica del interno, tan completa como sea posible, especialmente

en lo relacionado con sus padres y parientes, y sobre todo, a la madre, caso

en que se indicara la forma de la enfermedad de ésta, el curso que tuvo el

embarazo, etc.

Esta historia llevará la firma del Director del Leprosorio respectivo.

ARTICULO 4°.- Los niños sanos de la misma clase, procedentes de otros lugares,

ingresarán a las Escuelas Hogares con los mismos requisitos indicados en el

Art. Anterior, en cuyo caso la guía o historia clínica y bacteriológica, será

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111

expedida por el médico encargado de la campaña antileprosa de la región de

donde procediere el niño.

Parágrafo. 1. Cuando no fuere posible obtener la guía en la forma indicada, por no existir

médicos oficiales, cualquier médico titulado, podrá, expedirla y, en caso de no

existir ninguno en la región el asunto quedará bajo la responsabilidad del médico

encargado de la dirección sanitaria de la Escuela.

Parágrafo. 2. El orden de la preferencia en la admisión de los menores será la siguiente:

a).- los nacidos en los Leprosorios;

b).- los que se encontraran en focos que ofrezcan mayor peligro de contagio, a

juicio de la autoridad sanitaria competente;

c).- los más necesitados, por falta absoluta de recursos de apoyo;

d).- los de más tierna edad;

e).- Los que no puedan ser sometidos a vigilancia adecuada.

ARTICULO 5°. – Todos los menores recogidos en las Escuelas Hogares, serán inscritos en

el libro general de matrículas, por orden cronológico, y sus fichas respectivas

catalogadas en un archivo especial, por orden alfabético. En el mismo

archivador se guardará, también la historia futura del interno.

BAJAS Y SALIDAS.

ARTICULO 6°.- Los internos serán dados de baja o saldrán de las Escuelas Hogares o

Asilos, por los siguientes motivos:

a).- fallecimiento;

b).- enfermedad de lepra;

c).- límite de edad, establecido en el Art. 7°;

d).- colocación ventajosa o matrimonio;

e).- solicitudes de parientes, personas o entidades extrañas, reconocidamente

sanas, de buena conducta y con capacidades económicas suficientes para

sostenerlos y educarlos, con el compromiso, también, de sujetarlos a la

vigilancia periódica de las autoridades sanitarias competentes;

f).- persistente indisciplina, o malos hábitos inveterados si se trata de mayores

de 15 años que se hayan resistido a todos los medios de corrección permitidos.

Parágrafo.- Para los casos de los apartes c.d.e.f. deberá oírse el concepto del

Juez de Menores, o de la autoridad que haga sus veces, cuya aprobación de la

medida tomada equivaldrán a la de los padres, tutores, parientes o

responsables. Es necesario, igualmente, en estos casos, la autorización de la

autoridad sanitaria competente y la del Jefe de la Lucha Antileprosa.

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112

ARTICULO 7°.- Los límites de edad para la salida a que se refiere algunos apartes del Art.

Anterior, serán los siguientes:

a) Para los varones, 16 años.

b) Para las niñas, 18 años.

Parágrafo.- la dirección general de la Escuela o Asilo podrá alterar estos límites,

excepcionalmente, si se presentare motivos de orden profiláctico, económico o

administrativo que así lo exijan, de acuerdo, en todo caso, con la autoridad

sanitaria del Departamento de Lucha Antileprosa.

ARTÍCULO 8°.- DIRECCION Y ADMINISTRACION

La Dirección General del Asilo o Escuela Hogar será ejercida por la Sociedad o

Junta legalmente autorizada, la cual organizará un régimen interno apropiado,

de acuerdo con un Reglamento expedido por la misma y sometido a la ulterior

aprobación de las autoridades educativas y sanitarias competentes.

Parágrafo.- Ningún miembro de la Dirección General podrá ejercer en las Escuelas o Asilos

referidos, cargo alguno remunerado.

ARTICULO 9°.- DEL PERSONAL DE LAS ESCUELAS.

Los Asilos o Escuelas Hogares tendrán el siguiente personal: un Director, que

debe ser maestro con diploma oficial; un médico encargado de la dirección

sanitaria del internado, y del examen periódico de los alumnos, que será uno de

los Médicos Visitadores de los Dispensario Antileprosos.

Personal suficiente, para los diversos servicios.

El Director se encargará de dar a los alumnos la enseñanza primaria, según el

pensum oficial y de acuerdo con el programa elaborado por la Dirección

General; el médico, fuera del examen periódico de los alumnos, se encargara

del régimen dietético, de dirigir la sanidad del establecimiento y de súper vigilar

la educación física de los niños.

El Subdirector- Ecónomo dará instrucción práctica de campo a todos los internos

que estén en edad adecuada de acuerdo con las indicaciones médicas,

comprendiendo esa instrucción en mayor número de actividades tales como

agricultura menor, fruticultura, jardinería, horticultura, crianza de animales

domésticos, etc. Y deberá presentar una fianza para garantizar el manejo de los

fondos del establecimiento.

DE LA ENSEÑANZA

ARTICULO 10.- En las Escuelas Hogares habrá los siguientes cursos:

a).- jardín infantil;

b).- enseñanza primaria de acuerdo con el programa oficial;

c).- escuela de enseñanza domestica en todas su múltiples actividades;

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113

d).- pequeñas labores y trabajos de campo;

e).- artes y oficios.

Parágrafo.- En el caso de cualquier interno mostrare grandes adiciones por las lepras, artes

o ciencias, la Dirección General procurara su instrucción fuera del

establecimiento, costeando todos los gastos.

En las Escuelas será creado, también, un curso de cultura física dentro de los

derroteros modernos.

ARTÍCULO 11.- La educación religiosa, moral y cívica hará parte de todos los años de

estudio.

ARTICULO 12.- Anualmente se hará, por la dirección general de la escuela, un

Presupuesto, de rentas y gastos del establecimiento, que se someterá a la

apropiación de la entidad de quien dependa económicamente la Escuela Hogar.

ARTICULO 13.- Las Escuelas tendrán los empleados necesarios para los diversos ramos y

servicios, manteniéndose, en todo caso la más rigurosa economía dentro de una

norma de trabajo justa, equitativa y racional.

ARTÍCULO 14.- Todos los empleados al servicio de las Escuelas Hogares deberán

presentar ante la entidad que los nombre un certificado del médico encargado

de la dirección sanitaria del establecimiento, en que conste que no sufren

enfermedad infecto contagiosa.

ARTÍCULO 15.- Los internos mayores de 12 años que presenten servicios eficientes a la

Escuela recibirán una gratificación nunca inferior al 30% del salario que se le

pagaba por idéntico trabajo al empleado extraño. Si se trata de obras ejecutadas

por ellos en los talleres, se les reconocerá un 20% sobre la utilidad que se haga,

y el 80% restante ingresara a formar el acervo de la Caja y Fondo rotario que

mantendrá cada Escuela en alguna entidad bancaria, con destino a incrementar

los mismos talleres, para dotarlos de materias primas y para crear otros nuevos.

Parágrafo. La mitad del porcentaje referido le será entregado al alumno para ayudar a sus

gastos personales y la otra mitad se le depositara en una Caja de Ahorros, para

serle entregada cuando se retire del establecimiento.

ARTICULO 16°.- Los alimentos de los internos serán sanos y abundante y de acuerdo con

el régimen indicado por el médico competente.

ARTICULO 17°.- La entidad directiva de la Escuela procurara dar el mayor desarrollo

posible a la producción del suelo a las pequeñas industrias explotadas y

manufacturadas en las Escuelas, teniendo estos como fin aliviar los gastos de

sostenimiento, y el brindar a los internos ocasión de adquirir conocimiento, para

la vida practica futura.

ARTICULO 18°.- Si hubiere abundancia de productos cultivados o fabricados en la Escuela,

esos excedentes deberán venderse y su valor se distribuirá teniendo en cuenta

lo establecido en el Art. 15 y el parágrafo del mismo.

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ARTICULO 19°.- La Dirección General rendirá semestralmente un informe de carácter

general sobre la marcha de la Escuela, al Jefe del Departamento de Lucha

Antileprosa.

ARTICULO 20°.- Todo caso no contemplado en este Reglamento será resuelto por la

Dirección General de la Escuela, en asocio de las autoridades sanitarias

competentes y consultando, si así lo estimares necesario, al Jefe del

Departamento de Lucha Antileprosa.

Bogotá, julio de 1.941.

(Firmado por)

CARLOS GÓMEZ PLATA

Jefe del Departamento de Lucha Antileprosa.

Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión social.

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Anexo 4.

―Diario de un Asileño‖. Se incluyó la transcripción del diario de don Ricaurte Pinzón, quien

autorizó su inclusión en este trabajo de grado. Considero importante resaltar el esfuerzo que

don Ricaurte hizo, ya que ha sido una de las pocas personas que en Contratación ha escrito

su historia.

RICAURTE PINZÓN

CONTRATACIÓN, SANTANDER

Regularmente se oye decir que las heridas sólo con el tiempo se curan, pero las cicatrices

permanecen imborrables como fiel copia para demostrar y recordar que alguna vez en el

pasado fuimos lastimados y maltratados física y espiritualmente.

En lo espiritual las heridas y cicatrices son inseparables, pues nos acompañan para siempre

por toda la vida, ya que el daño causado no tiene curación y si la heridas se infringieron en

la edad de la niñez difícilmente sanaran y su recuerdo nos acompañará hasta la muerte

porque los malos momentos sufridos desde la niñez llegan a nuestra mente con más fuerza

que los estados de alegría y felicidad que en ese tiempo hubiésemos podido disfrutar.

Todavía y a pesar de contar con una edad de más de 50 años, no he podido olvidar el día

en que mi madre me llevó al asilo San Bernardo del Guacamayo y me entregó como Judas

entregó a Jesucristo al padre Alberto Cortez, director de ese reclusorio, cura salesiano

apestoso a cebolla y ajo como todo boyacense, negociante y explotador de menores, y de

quien siempre he recordado de mala gana, pues este personaje ha sido causa de muchas

de mis malas pesadillas. Entramos al mentado asilo pasado el medio día, hora de la

entrega. Lloré toda la tarde y parte de la primera noche hasta que por el cansancio me

quedé dormido, tal vez en mi inocencia creía que estaba soñando, pero era cruda la

realidad, mi madre no estaba a mi lado y que terrible dolor. Al despertar comprendí y sentí

una soledad que me partió el corazón en pedazos. Ya no había escapatoria y comencé a

aguantar y a sufrir las mofas y las burlas de mi triste y haraposa vestimenta, por lo cual mi

arrugado sombrero fue a parar a una de las apestosas letrinas que tenía el establecimiento.

Para mí esto era peor que el infierno, me daban empujones, me pellizcaban y me gritaban

―tiñoso‖ y ―pañoso‖, por unas manchas que llevaba en la cara y en la cabeza. Era tanto el

tormento que uno de mis primos se apiadó de mi triste condición y se dedicó a consolarme y

a defenderme de los fastidiosos compañeros de reclusión.

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116

Tenía escasos 6 años, por lo tanto extrañaba a mi madre y a mi hermano menor que estaba

pequeñito. Cada vez que lo recordaba lloraba y lloraba, hasta que cualquier día el padre

director viéndome tan afligido y tan pequeño, ordenó que fuera llevado a la sesión de los

párvulos, los cuales eran cuidados y vigilados por monjas, esto alivió un poco mi tristeza.

Sor Isabel Beltrán me recibió, me consoló y me presentó a mis nuevos compañeritos los

que me hicieron olvidar en parte la tan añorada casa materna. Hasta aquí llegó el ciclo de

mi llegada al Guacamayo, nunca he sido capaz de perdonar la actitud de mi madre por los

sufrimientos de la época que endurecieron mi alma y mi corazón y me causaron traumas

psicológicos los que nunca pude superar. Interiormente culpaba a mi progenitora de todo lo

malo que me sucedía.

Con los párvulos estuve casi dos años, tiempo más que suficiente para adaptarme al

sistema y condiciones de vida existentes en el reclusorio. Luego fui trasladado y separado

de los párvulos en la nueva sesión que correspondió el grupo de Domingo Savio. La

disciplina era rígida al estilo reclusorio, toda actividad era haciendo cola en fila ordenada y

en silencio, y violar cualquiera de estas reglas acarreaba castigo inmediato y sin

consideraciones de ninguna especie, el método para aplicarlo era lo de menos,

coscorrones, golpes con la mano, palmadas en la cara, vejaciones, ejercicios que producían

cansancio en corto tiempo, etc, etc.

Recibimos educación, ¿si? ¡Pero a qué precio! El precio fue muy alto por los métodos para

impartirla existentes en la época. La educación dictada en ese tiempo por profesores

venidos de la Europa de la posguerra era la mejor, en un solo paquete recibíamos

educación primaria, secundaria y aprendizaje de talleres en un periodo aproximado de 12

años. Digo que el precio fue muy alto, no por el valor en dinero, pues el Estado pagaba

nuestra estadía a la comunidad salesiana, sino porque los educandos pertenecíamos a la

clase baja y nuestros profesores lo sabían y se aprovechaban de esa condición para

atropellarnos en casi todos nuestros derechos más fundamentales.

No existía una oficina de derechos humanos, no teníamos a quien darle nuestras quejas, ni

a quien reclamar, era una situación compleja, pareciera que no existía Dios, pues sus

representantes en la tierra no practicaban lo que Jesús predicó: amar al prójimo como a sí

mismo, y pareciera que no fueran emisarios de Dios sino enviados de Satanás. Éramos

atropellados física y mentalmente, los métodos de la época y los utilizados por la totalidad

del profesorado eran muy rudimentarios, como mencioné antes, se utilizaban los golpes, las

azotainas y los ejercicios agotadores, y qué decir en lo referente a la parte sentimental:

insultos, frases humillantes y el famoso recordar con relación al origen de nuestra

existencia, ¡hijo de leproso tenía que ser! ¡Desagradecido! ¡Aprendiz de masón!, y esa

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extraña palabra la asimilábamos como ―ateo‖ y ―alejado de Dios, palabras ofensivas y

humillantes que comprendí con el tiempo. Como puede verse a simple vista no existía el

afecto y esto hace que el niño vaya creciendo y a la par vaya endureciendo sus

sentimientos con el tiempo, facilitándose el desvió hacia la delincuencia.

El baño de todo el cuerpo era únicamente el día sábado, el cual era para todos al igual que

el cambio de ropa, no había una segunda muda, el cambio era cada ocho días y no era

más. Ese baño era en la piscina y se hacía en grupo y por turno a distinta hora. La primera

zambullida en dicha piscina fue horrorosa pues como yo desconocía esa forma de baño, al

ver semejante cantidad de agua salí corriendo y los otros pelados me persiguieron, me

agarraron de pies y manos, ―uno, dos y tres‖ y al agua. Esa tarde fui el motivo de diversión

de mis fastidiosos compañeros y no he podido olvidar ese odioso momento.

Alguna vez conversando con mi media hermana nos referimos con claridad a los

sufrimientos durante nuestra niñez y a la clase de padres y familiares que nos

correspondieron por aquello del destino, llegando a la conclusión de que no teníamos

familia y posiblemente tampoco tuvimos infancia. Mi llamada hermana fue entregada a las

monjas que regentaron el asilo de María Auxiliadora en Guadalupe cuando apenas tenía 1

año escaso de edad y vino a reencontrase con mi madre a los 16 años, ¿puede alguien

humanamente sentir cariño o amor por la madre que lo entrega a personas extrañas sin

volver si quiera a preguntar por el destino, el estado de salud y comportamiento de sus

hijos? Es duro analizar la realidad, pero con el tiempo he comprendido a medias la

indolencia de nuestra familia que por motivos de pobreza extrema hubiesen actuado de esa

forma…

Por lo regular estos años me sentí sin familia y fui creciendo convencido de que Dios me

estaba haciendo pagar un delito o pecado que no había cometido y para qué negarlo, esto

ayudó a que más tarde empezara a dudar de su existencia.

Hablemos de la alimentación: el menú diario ni que hablar, sopa de maíz, cuchuco, torta de

maíz para el desayuno, todos los días yuca y arracacha, todo preparado como para

presidiarios. La administración tenia ato lechero, pero el producto era para alimentación del

personal eclesiástico y el resto de profesores salesianos. El sobrante se vendía a los

lugareños del pueblo. Tenía también gallinero pero los huevos eran para comercializarlos,

había porqueriza pero jamás comíamos carne de cerdo.

En nuestro encierro vivíamos siempre deseosos de que nuestros familiares nos visitaran y

nos trajeran algo de comer, pero parecía que para ellos no existíamos, porque nunca se

imaginaban de nuestras hambres. Actualmente recordando ese pasado y con relación a mis

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118

hijos, trato de satisfacer cualquier antojo por costoso que sea, no quiero que ellos pasen las

hambres que yo sufrí. Cuando salíamos a paseos dominicales siempre vigilados,

aprovechábamos para desquitarnos de nuestras hambres atrasadas robando frutas que

como si se tratara de langostas atracábamos sin compasión los solares, sin respetar

propiedad por la que pasáramos, la gente nos tenía miedo, ya que a nuestro paso

arrasábamos con cuanto árbol frutal encontrábamos a nuestro camino, siempre estábamos

hambrientos, la alimentación era muy mala, el clima frio ayudaba a que nuestro organismo

nos solicitara comida, había el deseo intenso de una naranja, una guayaba, un pedazo de

panela, pero que difícil conseguir esos sabrosos manjares.

La relación con mis primos, también victimas del famoso internado y que fueron llevados tal

vez más pequeños que yo, era amistosa más que familiar, ya que en un lugar como aquel

existía la frase ―defiéndase como pueda‖. A pesar de estar en diferentes grupos

procurábamos en las horas de recreo encontrarnos, intercambiar saludos y teníamos

charlas y comentarios respecto de nuestra lamentable condición. Con el primo Saúl nos

correspondía estar juntos más tiempo porque pertenecíamos al mismo curso y dormitorio, y

además fuimos entregados casi en el mismo tiempo.

En junio del 48, dos años después de mi reclusión, mi mamá fue a visitarme con mi

padrastro don Guillermo, era su primer día y única visita. Este fue el primer contacto que

tuve con ellos desde aquel doloroso día que fui llevado y entregado al padre Alberto Cortés.

En ese momento me olvidé de todo lo que había sufrido y el abrazo que nos dimos con mi

mamá me hizo sentir completamente feliz, no le di tiempo de nada, inmediatamente empecé

a darle quejas y le manifesté muy sentidamente que por ningún motivo seguiría viviendo

más tiempo separado de ella y que deseaba de todo corazón volver a mi hogar, a mi

querida Contratación. Esa tarde me fugué, me vine con ellos pensando muy alegre que

jamás volvería. ¡Ohh libertad!, que lindo sentirme libre de la mirada de esos odiados curas

que tanto me habían humillado y hecho sufrir.

Pero que puta desilusión, a los 15 días de mi desaparición del internado (presidio); mi

padrastro fue notificado por la dirección del sanatorio que debía regresarme inmediatamente

al presidio, so pena de perder el subsidio que como enfermo de lepra recibía, único medio

de subsistencia que la familia tenía como entrada monetaria para sus gastos diarios. No

valieron las lágrimas y como no teníamos palancas no había alternativa, éramos tan

miserables que tuve que regresar. Pero me dediqué a planear mi fuga durante varios años,

para convertirme en un experto y salir definitivamente de ese horrendo lugar.

Gozo de buena memoria y recuerdo con claridad como la clerecía nos daba consejos de

que nunca fuéramos liberales, de que deberíamos salir debidamente preparados para ser

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119

―buenos conservadores‖, que los liberales como el doctor Darío Echandia y Jorge Eliecer

Gaitán eran masones, enemigos de la iglesia y que quienes lo seguían políticamente eran

excomulgados. Qué horror, claro está que estas manifestaciones más que todo eran

pronunciadas por lo clérigos y laicos nacionales, ya que los extranjeros tenían una cultura

más adelantada lo cual les permitía entender que el asunto político no iba con ellos.

De todos modos hacían lo posible por lavarnos el cerebro, martillándonos los señores

Laureano Gómez y Ospina Pérez, y su cabila de seguidores. Estos eran hombres

defensores de la religión y de la libertad y de la tradición en conjunto, por lo tanto, por lo

regular no se mencionaban las matanzas políticas que por esa época eran el pan de cada

día. Vi con mis propios ojos y con la ingenuidad de mi edad como llegaban, así fuera de

paso, las manadas de godos, chulavitas, armados por el gobierno del doctor Laureano

Gómez que se dirigían a Santa Helena del Opón a matar liberales y a robar todo lo que

encontraban en su camino. Me parece estarlos mirando desfilar todos descalzurriados y

maltrajados vistiendo chaquetones de color caqui y calzando cotizas o alpargatas los unos,

y los otros descalzos; no he olvidado la especial atención por parte de la dirección del

reclusorio que hasta una corneta les regaló y cuando fue la hora de despedirse, la santa

bendición les echaban para que les fuera bien matando liberales, situaciones que el destino

nos convierte en testigos presenciales al inicio de nuestras existencia y que posiblemente

no podremos olvidar nunca. No se olvida porque luego el mismo tiempo le muestra con

hechos la realidad.

Como llegué tan pequeño me correspondió pasar por todos los niveles o modelos de

preparación estudiantil existentes en el reclusorio. Estuve con los párvulos años y medio

aproximadamente, nivel que administraban las monjas, hoy día llamadas salesianas; allá

conocí a Angélica la cual hoy día es alcohólica desanda de Contratación, ella era la

encargada de cuidarnos a toda hora, desde el amanecer hasta la hora de acostarnos.

Cumplido el ciclo de estadía con las monjas fui trasladado al grupo de Domingo Savio.

Integrado a ese grupo empecé a estudiar en forma: en la mañana clases y en la tarde

cargar leña para la sesión de la cocina, en ese tiempo allá no se utilizaba gas, tampoco

electricidad, esta era para tres horas en la noche, únicamente de seis de la tarde a nueve

de la noche hora en que terminaba toda acción en el reclusorio. Puede notarse que no

había televisión ni radio, todo estudio, trabajo y rezo.

Por ese tiempo resulté contagiado de una enfermedad llamada ―tiña‖, muy mentada por ser

comparada con la envidia, esto llevó a que me tusaran raspado con barbera. La tiña era

unos manchones sobresalientes en el cuero cabelludo, semejaban a los empeines que

salen de la cara, muy difíciles de curar. Otro número de reclusos y yo, fuimos víctimas de

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120

sor Anita, una monja vieja encargada de la enfermería. Para hacer ensayos de gran

enfermera, trajo ácido muriático y con una pluma de gallina nos untó en cada una de las

manchas, al otro día amanecimos con la cabeza completamente ampollada y la cara

hinchada, la quemadura fue terrible; desde ese desgraciado día llevo escondidas en mi

cabellera incontables cicatrices por causa de los inventos de Sor Anita quien en los infiernos

debería estar pagando esa atrocidad.

Otro año más y me entregaron al grupo de San Luis Gonzaga, clases en la mañana y en la

tarde labores agrícolas, y entre los once y trece años de edad pasé a taller de sastrería,

entré al quinto curso que allá equivaldría como hoy día a undécimo, parece que para la

época esa clase de educación no estaba reconocida por el Ministerio de Educación, la

comunidad salesiana parece que no hizo gestión para lograr el dicho reconocimiento.

Al llegar al taller de sastrería había crecido en todo, en edad, en estatura y en conocimiento,

y a pesar de la ingenuidad lógica motivada por el encierro de varios años, de todos modos

ya me defendía de mis compañeros y de mis profesores alegando, vociferando cuantas

veces se presentaba la oportunidad. En esa edad empieza uno a leer lo que llega a

nuestras manos y se comienza a acumular y a adquirir la verdadera cultura. Para nosotros

la lectura de libros, novelas profanas era prácticamente prohibida, solo se permitía leer

libros aceptados por la iglesia, sin embargo, en las visitas a Contratación encontrábamos

libros escritos por José María Vargas Vila que por esos años estaba de moda, también

llegaban a nuestras manos la revista Lux dedicada exclusivamente en su contenido a temas

sexuales.

El cine en el reclusorio constaba de una vieja máquina proyectora de películas, las cuales

en su mayoría eran de vaqueros y de vidas de santos. A través de la vida nunca he tenido

o sentido esa grata añoranza que la mayoría sienten cuando recuerdan o hacen

reminiscencia de esos años escolares, porque esos años para la gran mayoría han sido los

mejores de su vida, siempre reunidos con sus familias en sus respectivos lugares y gozando

de un modelo de educación sino perfecta, por lo menos asequible para todo tipo de

estudiantes, y sobre todo con un trato de camaradería y amistad entre los profesores y

alumnos. Además bien vestidos, calzados y bien aseados. Pero para nosotros nada de eso

existió, siempre descalzos, mal trajeados, pesimamente aseados y mal abrigados en un

clima como el del Guacamayo, pero más que todo hambreados porque nunca supimos de

una lonchera para las medias nueves o para las onces, o que llamamos ahora refrigerio. La

disculpa es que eran otros tiempo, otras situaciones, con otros actores.

De todos modos esos recuerdos comparados con la actualidad, dejan un resquemor dentro

de nuestro ser y con toda razón podemos testificar que las desigualdades siempre han

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existido y que a nosotros nos correspondió por ser víctima de una sistema avalado por el

Estado y la religión. Particularmente no tengo nada que agradecer a mis ―distinguidos‖

profesores, debido a sus rudimentarios métodos para educar. La cartilla Alegría de Leer en

su contenido traía una imagen de un niño con un gorro en el que había un letrero en el que

decía ¡burro! En la parte de abajo una frase que decía ¡la letra con sangre entra! Ésta

representación era comúnmente aplicada por la mayor parte de nuestros educadores, sin

que esto causara sonrojo, pues parece que esto se aplicaba como doctrina. Ésta clase de

tratamiento crea en el adolecente un permanente estado de rebeldía y de dudas inmensas

con relación a las tantas veces explicada existencia de un dios supremo; se hace

inaceptable que sus promotores y representantes golpeen y castiguen, atropellen física y

moralmente a sus congéneres, valiéndose de su autoridad y condición, sin tener en cuenta

que se abusaba de niños prácticamente indefensos, ya que los familiares no tenían

conocimientos de esa situación de maltrato continuo, ni mucho menos capacidad intelectual

de denunciar esta clase de hechos ante la autoridad competente.

En esos tiempos parece increíble pero no se mencionaban los derechos humanos, también

azotaba al país una confrontación política atroz y sobretodo sangrienta, por la que matar

liberales no era pecado, todo sucedía y no éramos ajenos, ya teníamos conocimiento de la

tragedia que vivía el país la cual mirábamos pasar sin que a nosotros nos afectara.

Mis recuerdos me llevan a creer que nunca gocé de simpatía por parte de mis profesores en

la época nefasta de mi internado, me enrostraban que mi mirada era maliciosa y burlona,

esto muchas veces me hizo acreedor a inmerecidos castigos, por una simple mirada

bastaba para convertirme en cómplice indirecto de las embarradas de mis compañeros. Me

refiero a la época nefasta porque siempre he estado convencido que el internado equivalía

a estar pagando una pena de presidio sin haber cometido delito alguno y en verdad era la

muestra exacta de un presidio, salón enorme para el comedor, salones grandotes para el

dormitorio llenos de camastros o catres de hierro y alambra, aulas de clase y salón de

estudio también inmensos, patios interiores y externos, portones con cerrojo y acero,

inodoros y letrinas para cada sesión y dormitorio, capilla, corredores internos y encuadros.

Taller de sastrería, taller de carpintería, talabartería, sección de agricultura y cargadores de

leña. ¿No les parece a ustedes ésta descripción una cárcel o presidio?

En la parte educativa fui un alumno aplicado, mis profesores con cierta displicencia me

citaban como un tipo inteligente pero al mismo tiempo irreverente y desinteresado en los

aspectos religiosos. Estas citas me ubicaban entre los malos y por lo tanto entre mis

compañeros sin saber que era, decía que yo era un masón. En esa edad discutía y alegaba

con los de mi edad y estatura y no dudaba en enfrentarme a trompadas las veces que fuera

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necesarias, con tal de hacer valer lo que defendía. Por lo regular casi a diario había riñas y

trompadas por cualquier motivo o circunstancia. El estar recluido en gran número de chicos

hace que se presenten conflictos por motivos elementales y que terminan en riñas, al crecer

y llegar a la edad entre los 15 y 18 años fui un muchacho cansón, pelietas, casi podía decir

que terrible, tratando de hacerse respetar con demostraciones agresivas conocidas por

unos y mal recordadas por otros.

No he mencionado la navidad que para nosotros los internos tenía cierta importancia, más

que todo por el regalo y la cena de media noche, en la que por única vez en el año

probábamos la natilla y un huevo al desayuno. Don Dámaso Mediano, un viejo salesiano de

origen español viajaba el mes de septiembre de cada año hacia la ciudad de Bogotá

recorría toda la ciudad pidiendo limosnas en las empresas donde le regalaban saldos de

distinta clase, de distintas características como jabones, dentífricos, cepillos dentales,

juguetería de plástico y caramelos. De cada cosita formaban un paquetico que a cada

pelado nos entregaban el viejito disfrazado de Papá Noel el 24 de diciembre en la noche.

Tal vez este sea el único recuerdo grato de mi infeliz niñez.

Ahora hago comparaciones entre la niñez de mis hijos y la mía y debo decir con toda

sinceridad que la distancia es enorme: su familia acompañándolos, ellos con sus regalos y

juguetes, ropa nueva, música, alegría, todos integrados y nosotros nada de eso. Esto era

toda nuestra navidad, nuestras familias no sabían como la habíamos pasado, y creo que ni

les importaba todo eso, no tiene ni de lejos a los tiempos actuales. El olvido o abandono por

parte de los familiares hacia que los lazos de amistad entre los pelados fueran muy fuertes,

haciendo que todo se compartiera, un pedazo de panela, un pan y hasta los útiles de aseo,

los jabones, todas esas cosas.

En el tránsito de vida al encontrarse con cualquiera de esos compañeros de reclusión es

como encontrarse con un hijo o con un hermano muy querido. En varias oportunidades en el

trayecto de mi vida tuve la oportunidad de tener esos inesperados encuentros, en especial

en el ejercito prestando servicio militar; en una compañía de lanceros me encontré no con

uno sino con seis excompañeros los cuales pertenecían a un contingente anterior al mío,

este afortunado encuentro hizo más llevadera mi vida en el cuartel siendo yo recluta para

ellos, fueron muy formales con migo. A unos por el apellido a otros por el alias o por el

sobrenombre los recuerdo: a ―Secante‖, a ―Zancudo eléctrico‖ a ―Coy‖ y también a ―Majuña‖.

También divertido encontrarnos y hacer recuerdos hasta de las más mínimas hazañas en

los tiempos del reclusorio, pensar que el mundo no es tan grande para cualquier día de la

vida estar cara a cara con sus antiguos amigos en el sitio menos imaginado, el cuartel,

prestando servicio militar.

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Así como no he podido perdonar a mi mamá y a mi padrastro, tampoco he podido perdonar

ni perdonaré a mi papá y a toda su familia. Cuando llegan a mi mente la cadena de

recuerdos y enumero la cantidad casi interminable de sufrimientos y abusos de los que fui

víctima siendo un niño, siempre culpo a toda mi familia paterna, nadie más que ellos, mis

abuelos, mis papás, mis tíos, todos ellos fueron culpables de la miseria y pobreza que con

mi mamá tuvimos que pasar. Nos abandonaron y nunca supimos nada de su existencia. Mi

abuelo con uno de sus hijos trabajaba el curtiembre y mi papá era empleado del sanatorio,

eran muy unidos y eran oriundos de La Bateca, Norte de Santander. Cuando resolvieron

regresar a su tierra de origen se fueron prometiendo volver por nosotros pero nos

quedamos esperándolos toda la vida. Los odio a muerte, no abrigo ningún sentimiento

familiar hacia ellos y por lo tanto en la actualidad no quiero saber nada de su existencia, los

aborrezco como a enemigos acérrimos.

Tengo los peores tratamientos verbales hacia ellos porque engañaron a mi mamá, persona

corta de espíritu y además analfabeta, sin ninguna experiencia en todos los aspectos de la

vida, la abandonaron a su surte con sus dos hijos en la más angustiosa pobreza, le

prometieron que tan pronto se instalaran en su pueblo de origen, regresarían o enviarían a

alguien para que nos llevara y pudiéramos reunirnos con ellos. Pero esto nunca sucedió.

Jamás regresaron y nos quedamos esperándolos y que falta que nos hicieron, crecimos sin

papá, mal comidos, mal vestidos y mal calzados, sin ningún apoyo económico,

prácticamente abandonados hasta de Dios, podemos decir.

El rencor contra los familiares paternos me fue llegando a medida que iba creciendo en

edad y en conocimientos, y fue creciendo con el devenir del tiempo, de acuerdo a las

penalidades que acosaban a mi pobre existencia y se anidó dentro de mí un sentimiento de

odio en su contra, del cual no he podido desprenderme y creo con toda seguridad que los

odiaré hasta la muerte.

Me parece que es imposible perdonar en estas circunstancias, pues se trata de personas

que tuvieron un mal comportamiento con sus hijos y además eran personas que tenían o

habían recibido por lo menos educación primaria, que para esos tiempos era más que

aceptable dicha preparación. Además la falta de padre en el hogar trae consecuencias

graves que afectan el comportamiento de los hijos en relación con las demás personas que

los rodean, y para agregar algo más hay que tener en cuenta que estos familiares se

aprovecharon de la ingenuidad del estado, de la pobreza en la que por ese tiempo vivían los

familiares maternos de mi madre, adicionando a todo el estado de indefensión, con apenas

15 o 16 años y con dos hijos acuestas, sin entradas económicas para cubrir los más

elementales gastos para sostener a sus pequeños hijos.

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Lo anterior puede ser causa para que se piense que soy un resentido social, pero verdad

que no, lo que realmente sucede es que se encadenan demasiadas situaciones

acompañadas con la extrema pobreza vivida en esos tiempos y los cuales hay que citar por

su verdadero nombre. No sé, no entiendo ni comprendo porque mis padres fueron tan

desprendidos de nosotros y todavía ya en mi vejez me parece que ese tiempo no fue

realmente vivido por mí, sino que se trato de una muy mala pesadilla de la que no he podido

despertar, todo esto me ha llevado a anidar dentro de mí cierta rebeldía hacia el estado,

ante la religión y ante la sociedad. He aprendido a ser hipócrita, ocultando mi verdadera

personalidad ya que la hipocresía ha sido practicada desde tiempos inmemoriales por todas

las jerarquías llámense religiosas, políticas y militares, o sociales. A medida que

transcurrimos en el camino de la vida nos acompaña la hipocresía y más la practicamos.

Somos hipócritas con nuestros padres, somos hipócritas con nuestros semejantes, con

nuestras esposas y compañeros y con nuestros hijos y somos hipócritas sí, porque tratamos

de aparentar lo que no somos, porque somos desleales con nuestros amigos y porque no

fundamentamos con valores nuestra verdadera personalidad.

El mentado sacerdote, el padre Alberto Cortés, en alguno de mis renglones escritos le di

tratamiento de ―negociante y explotador de menores‖, es la pura verdad. El gobierno

nacional pagaba a la comunidad salesiana nuestra estadía en el llamado asilo, sin embargo

el padre Alberto como director del plantel explotaba sin misericordia a cada uno de los

internos. Todos tenían que trabajar en distintas labores, cargando leña, otros en labores

agrícolas, también en los talleres de carpintería, talabartería y sastrería, ninguno de estos

trabajos era remunerado, pero al estado si le era cobrado por parte de la comunidad. Este

sacerdote llego a enriquecer tanto a la comunidad que alcanzó a enriquecerse

personalmente con el trabajo de los muchachos y llegar a ser dueño de la mejor finca o

hacienda en la región del Opón, cuando la comunidad salesiana decidió pedirle cuentas,

resolvió retirarse de dicha comunidad y convertirse en un cura diocesano, y ese habilidad

para poder conservar su riqueza amasada. Su hermana carnal vivía por esa época en el

barrio 20 de Julio y allí administraba unas canchas de tejo, a ese lugar fueron a parar

muchos muchachos del internado para ser explotados siendo ayudantes de dicha señora,

póngase a pensar que si así se comportaba el director del plantel ¿Cómo serian sus

subalternos?

En los terrenos aledaños al internado había establos y por tanto hacían función de ordeño,

oficio que correspondía ejercer a los muchachos, además de racionar las vacas y apartar

los terneros había que limpiar el establo, acarrear el pasto y la caña para picar, y finalmente

racionar. Otros pelados repartidos en tres grupos o cuadrillas se encargaban de las labores

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agrícolas, rocería de potreros, siembra de yuca y arracacha para el consumo de los

internos, el resto de muchachos se repartían en cuatro talleres, sastrería, carpintería y

talabartería con lo anterior se ha demostrado que en su totalidad los muchachos o

educandos tenían que trabajar para la comunidad salesiana sin devengar ningún salario y

con una rigidez casi que de preparación militar, todo eso era tan parecido a un cuartel, sus

salones inmensos y sus patios peor de grandes y su regentes y malcarados semejaban la

panorámica de un campo de entrenamiento militar.

Muchos tiempo después cumplidos los 18 años fui decretado para prestar el servicio militar,

nada extraño para mí, me parecía sino mejor, por lo menos igual a mis años en el asilo del

Guacamayo. Creo que por esa época me pico un bicho llamado Pito, que transmite la

enfermedad de chagas, enfermedad mortal que más luego informare de su contagio,

consecuencias y tratamiento.

La volada

Con el primo Saúl con mucho tiempo de anticipación planeamos cómo volarnos del

reclusorio, tuve que poner en práctica todo mi sistema de convicción desarrollado hasta el

momento para convencer a mi primo de fugarnos un día domingo después de misa. Mi

primo tenía miedo pues si éramos sorprendidos seriamos rígidamente castigados y ese

castigo infundía temor. Comenzaba con una azotaina del que nuestro trasero quedaba

completamente amoratado, luego rapada de cabeza y el escarnio público al ser mostrado

ante todo los compañeros con un vestido de dama y con alguien a nuestro lado pregonando

que quien se fugara era un cobarde, desagradecido, alejado de Dios.

De todos modos logramos superar todos esos temores y cumplidamente ese domingo

programado nos fugamos. Luego de la misa había tiempo de recreo en los patios o canchas

ubicadas en la parte de afuera del reclusorio, esto en parte nos facilitó la fuga. A

travesamos el camino que conduce hacia el poblado del Guacamayo, y tomamos como vía

de escape una quebrada arriba que nos llevó a las afueras del poblado y seguimos el

camino de herradura que nos conducía a Contratación, meta de nuestra escapada.

Corrimos y corrimos sin parar, sin descanso alguno, pues nos parecía o imaginábamos que

nos perseguirían para darnos alcance y regresarnos otra vez al odiado reclusorio; cada

minuto, cada segundo era contabilizado mentalmente y nuestras piernas se movían

rítmicamente, veloces, sin sentir cansancio. Al cabo de una hora larga llegamos cerca de un

retén de la Policía Nacional en el sitio llamado ―La Colorada‖, seguimos una senda por un

potrero hasta encontrar una quebrada, subimos la quebrada abajo hasta llegar un camino

real que llevaba a la finca llamada ―Monte Redondo‖, por la cual pasamos y en pocos

minutos entramos triunfantes a Contratación.

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El retén era una barrera psicológica y real para encerrar al enfermo de hansen para que no

se regara el contagio de la enfermedad, pues desde tiempos inmemoriales se ha creído que

la lepra es contagiosa. Al llegar al hogar materno lo primero el saludo y luego la mentira,

―que venía con permiso a visitar la familia‖, mentira que al día siguiente fue descubierta al

informar que nos habíamos fugado del reclusorio e inmediatamente fui enviado a trabajar en

una finca fuera de Contratación donde estuve seis meses laborando en distintas

ocupaciones y donde logré ahorrar para comprar mi primera muda de ropa y calzado,

producto de mi primer trabajo y donde comienza el verdadero sentido de la vida para mí, es

el comienzo de vivir en libertad, de ir pensando cual sería mi futuro y de tener sueños

amorosos, ilusionarme pensando que todo se consigue fácilmente la fama, el dinero y el

poder y todo lo humano en el transcurso de su existencia, todas esas vanidades que

acompañan al ser humano.

Esto pensaba pero la realidad era otra, tanto el yo físico y mi espíritu estaban en esa edad

en la más completa oscuridad, falta de conocimientos básicos para subsistir en un mundo

que no conocía pues el tiempo que estuve encerrado no me permitió mirar paulatinamente y

realmente que a medida que el ser o la persona crece debe ir acomodándose para subsistir

en la competencia diaria, para lograr conseguir lo básico y lo primordial para vivir

dignamente como son la comida, el vestuario y la salud. En medio de esa obscuridad

estaba la parte intelectual, pues mis conocimientos apenas llegaban a lo básico,

prácticamente había aprendido casi correctamente a rezar pero de la realidad de la vida no

sabía nada, y sin darme cuenta empezaba a aprender tardíamente.

Durante algún tiempo acompañé al primo Luis Eduardo, de él aprendí varias cosas

importantes, él era trabajador, comerciante, parrandero como buen músico, muy buen

amigo y muy bien parecido, con él recorrí casi todas la veredas comprando ganado, mi

primo me ayudó para que me emplearan como auxiliar y ayudante en la casa médica lo cual

me convertiría en empleado público y devengaba un salario de 50 pesos mensuales en el

año 1956. En este empleo no estuve enganchado mucho tiempo y se trataba de laborar

haciendo varios oficios, desde acompañar a los médicos hasta el sitio llamado El Tirano

cuando salían a disfrutar de vacaciones o compensatorios y cuando salían hacia la ciudad

de Bogotá, debíamos hacer el mercado y transportar pasto para racionar las bestias que se

tenían para el servicio de la casa médica. También estábamos disponibles a toda hora para

hacer mandados y para acompañar a los médicos de turno cuando tenían que visitar algún

enfermo.

La salida hacia el sitio El Tirano, en el municipio de Guadalupe, era a las dos de la mañana

pues el recorrido era de diez horas de ida y regreso, como éramos dos empleados nos

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turnábamos para esa clase de oficios, el cual aprovechábamos para conseguir por lo regular

una docena de botellas de aguardiente Superior que traíamos de contrabando ya que aquí

en el pueblo era prohibida su venta. Además a nosotros no nos requisaban en los dos

retenes que había para ingresar al leprocomio, esta actividad nos permitía darnos ciertos

lujos personales como comprar ropa, calzado y participar en pequeñas tomatas y fiestas al

igual que vernos rodeados de amigos.

Por ese tiempo ayudábamos a un amigo que laboraba al igual que nosotros en la

administración externa del sanatorio, que se llevara a vivir con él a su novia, para lo cual

tuvimos que ir hasta la vivienda del padre de la afortunada y prácticamente sacarla del lugar

a escondidas o como hablando en lenguaje actual, raptarla o llevarla secuestrada, y esa

misma noche nuestro amigo anocheció y amaneció llevándose consigo a su adorada media

naranja.

Ahora ya viejos nos hemos vuelto a encontrar después de muchos años y estuvimos

recordando los dorados años en que nada nos atajaba y poco nos importaban los

desafueros que cometíamos ignorando toda norma de convivencia, sin sentir remordimiento

alguno, bendita juventud. Esto me hace recordar a un anciano victima de mi lenguaje,

siendo yo un pelado de cinco años… don Valentín Angarita padre y abuelo de algunos de

mis contemporáneos; limpiaba la calle casi a diario (frente a su vivienda); yo llegué y paré

frente a el anciano diciéndole: ―esta tiene pelos y esta tiene crin y estas son las barbas de

don Valentín‖. El viejito rastrilló contra el empedrado su también vieja macheta, cogiéndome

desprevenido y con su filo romo me arrancó de un solo tajo la uña del dedo chiquito del pie

derecho ¿Pueden imaginarse la que vino después? Ni siquiera contar la verdad de lo que

me había sucedido, y como siempre contar mentiras, inventar que me tropecé y que se me

cayó la uña así no más.

Parece que estuviéramos completamente dispuestos, que todo para nosotros es claro, que

sabemos todo, que nadie puede contradecirnos y que todo es fácil y que el mundo es muy

pequeño para nosotros, además, todas las mujeres que miramos están perdidamente

enamoradas de nuestra presencia y elegancia. Cosas de muchachos, por las que todos

hemos pasado, pero con el tiempo miramos con realidad y nos damos cuenta que estamos

completamente equivocados y que todos esos estados son imaginarios, que nada de eso es

real y que andamos en la más complicada oscuridad e ignorancia.

Lleno de ilusiones y buscando más la aventura que el deseo juicioso de trabajar, renuncié a

mi empleo seguro y bien remunerado de acuerdo a mis capacidades de la época y pasé

hacia el municipio del Socorro, donde sufrí una de mis primeras desilusiones; se me acabó

el poco dinero que llevaba y quedé completamente varado… sin trabajo ni empleo

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deambulé y recorrí casi todas las calles de la ciudad buscando quien me ocupara, pero todo

fue inútil. Yo no sabía ningún arte ni oficio y todos me miraban so penamente mi edad, mi

falta de conocimiento y mi forma de pedir y mirar las cosas.

Como caído del cielo me encontré con el doctor Jorge Samuel Meneses, eminente abogado

guadalupeño que me oyó y me llevó para su casa en el Municipio de Guadalupe, donde

permanecí seis meses aproximadamente, en ese corto tiempo hice una entrañable amistad

con todos los hijos del doctor Meneses, la cual ha perdurado hasta la actualidad. Tengo

grandes recuerdos de la estadía en ese hogar, el trato amable de todo el grupo familiar en

especial de Doña Chava, la esposa del doctor. Algo que nunca olvidaré es la hora de las

comidas, todos incluyendo los trabadores nos sentábamos a la mesa y almorzábamos o

cenábamos en compañía de toda la familia.

De Guadalupe partí para Socorro nuevamente a buscar a un excompañero de reclusorio

llamado Plinio Sánchez. Con este amigo fuimos a parar a San Vicente de Chucuri, la tierra

prometida de Santander, donde necesitaban manos laboriosas para trabajar en las labores

agrícolas pero también la tierra más violenta y sufrida por las persecuciones políticas de la

época.

Allá llegué con mi amigo y nos paramos en la ―Esquina de los Varados‖ que quedaba cerca

de la plaza. A esta esquina llegaban los finqueros o los mayordomos a contratar los

trabajadores o recolectores de café en tiempo de cosecha. Éramos muchos los que

llegábamos buscando al mejor patrón, la vereda más cercana y por qué no, donde fuera

buena la alimentación. Fuimos contratados para recolectar café en una finca ubicada en la

Vereda Llana Fría, allí estuvimos hasta la terminación de la cosecha en esa región, nunca

salimos al pueblo y nuestros patrones nos traían los encargos como la prensa, el mecato y

los útiles de aseo. Los sábados no trabajamos sino medio día y el domingo bajábamos a

una tienducha veredal a tomarnos unas polas y a departir amigablemente con trabajadores

de otras fincas.

El trabajo era duro desde que empezaba a clarear al día hasta que oscurecía, tomando

solamente los alimentos y muchas veces no importaba que lloviera, había que cumplir con

la tarea mínima: costalado de café de cinco arrobas, de lo contrario debía uno sentirse

apenado con los patrones y con los demás recolectores. En una finca de regular extensión

laboraba 20, 30 y a veces hasta 40 trabajadores. A pesar de lo fastidioso, el trabajo tenía su

atractivo ameno y placentero, pues entre el personal había cantores y copleros, cuenta

chistes y cuenteros, los había muy amigables como también serios y poco comunicativos.

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Como hacía poco había pasado la violencia política se escuchaba bastantes historias y

relatos de personajes tétricos como el inventado CABO FLORIDO, asesino uniformado

enviado por el gobierno conservador para exterminar a los liberales de la región de San

Vicente. Dicho sujeto lo conocí pero en fotografía publicada por Vanguardia Liberal…

Alguna vez publicaron un reportaje donde mencionaba algunos de los tropeles cometidos

por el funesto personaje, pero en todo caso su historial era narrado por aciagos y enemigos,

condenado por unos y elogiado por otros, todo según el color político de quien narrara sus

crímenes o sus hazañas.

A medida que se hizo mi estadía más larga en la región fui aprendiendo que habían veredas

liberales y veredas conservadoras, como también estaban igualmente repartido los

establecimientos públicos como cafés, bares y hasta las personas de alguna manera se

identificaban políticamente ya fuera con las prendas de vestir o con utensilios como peines,

bolígrafos y plumas en los sombreros lo cual a simple vista era reconocido a que política

pertenecía cada quien. Habían demasiados asesinatos muerte violentas por causas

políticas tanto en los campos o área rural, como también en lo urbano. Recuerdo que en

esa época fue asesinado el mismo alcalde municipal, un señor de apellido Calvete que fue

directamente apuñaleado en un bar de la zona de tolerancia, cuando buscaba a unos

músicos para darle serenata a su señora esposa ya que el día siguiente cumplían años de

casados. También en los campos esporádicamente ocurrían asesinatos y por lo regular

eran de carácter político.

Estuve ese final de cosecha deambulando, laborando en varias fincas y cuando llegó

diciembre con los ahorros compré ropa y buen calzado y demás complemento necesario,

con el resto de dinero viajé a Contratación a pasar fiestas de final y principio de año. Los

meses siguientes fueron para mí el despertad de la juventud, porque pude disfrutar de la

mal llamada libertad y digo disfrutar, porque pude hacerme ver ante mis amigos como todo

un varón, pues me sentía capaz de medirme a las trompadas con cualquiera, podía fumar,

beber, jugar billar, parrandear y asistir a reuniones que terminaban en festivales bailables.

Tenía amigos a granel, siempre en el trayecto de mi vida me fue fácil conseguirlos, hacerme

extrañar y odiar por todo el mundo según el decir de la gente.

Pasado el primer semestre del año 1958, creo que en el mes de agosto inventé viaje otra

vez hacia San Vicente; con mi amigo Ramiro Vanegas emprendimos el anunciado viaje, ya

que por anticipado Ramiro me consultó, como si yo fuera muy experto, si él podía

aventurarse conmigo hacia un destino seguramente desconocido para él, en el que yo

aparecía como experto. Con Ramiro éramos amigos y nos conocíamos desde cuando llegó

a Contratación, trabajaba con otro amigo llamado Ciro Báez en el taller de carpintería del

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señor Secundino Quintero uno de los pocos maestros de la verdadera carpintería y

ebanistería de la época en nuestro pueblo.

Desde ese tiempo con Ramiro hemos estado ligados en una entrañable amistad siendo con

toda seguridad la persona a quien verdaderamente aprecio y estimo como si se tratara de

un hermano, pues su comportamiento hacia mí así lo ha demostrado, en varias

oportunidades he recibido su ayuda desinteresada y en su casa siempre he sido bien

recibido, he sido participe de sus invitaciones y atenciones y a pesar de las diferencias

económicas entre los dos nunca ha cambiado en su trato y comportamiento para conmigo.

Estando yo prestando el servicio militar en el Batallón Ricaurte de Bucaramanga, fue la

persona que me tendió la mano y llegué ―como Pedro por su casa‖ a la vivienda donde

habitaba con su señora madre y donde tenía un taller de fotografía: viajamos a pie de

Contratación a Guadalupe donde pernoctamos en casa de mi prima Victoria que por ese

tiempo residía en esa población.

Era obligatoria el transitar a pie porque no había carretera en esos años, el transporte a pie

o en bestia cabalgar. Al día siguiente nos embarcamos en un destartalo bus que nos llevó a

la ciudad de Bucaramanga y de allí tomamos otro vehículo de mejor condición y apariencia

en el cual llegamos a nuestro destino, San Vicente de Chucuri. Íbamos programados para

llegar un día sábado; el domingo muy puntuales nos paramos en la esquina de los varados,

después de cierto tiempo y de averiguar nos contrató un señor llamado Joaquín Moreno

residenciado en la parte baja de la vereda Llana fría. Allá llegamos con mi amigo Ramiro, yo

todo un experto y él como un novato. La casa de paredes de bareque, columnas de madera

y el techo de palma de iraca con pisos de tierra, sin sanitario y lógicamente sin servicio de

electricidad, el agua un pozo adonde uno se bañaba a potadas con una totuma; cómo

podemos observar todo esta era nada agradable para el diario vivir. De todos modos esta

sería nuestra vivienda durante algún tiempo.

En esa edad uno hace castillos en el aire y se hace demasiadas ilusiones y también hace

cuentas largas con el dinero que todavía no se ha ganado, a mí por lo menos eso me

sucedía y más cuando se llega de primera vez a una finca, todo es desconocido el genio de

los dueños de la casa, hasta el sistema de alimentación y sobre todo el dormitorio; Ramiro a

estas alturas recordará y hará comparaciones del dormitorio de esa época al de la

actualidad. A mí me pareció estarlo viendo, era un zarzo o cañizo elevado; de colchón,

costales de empacar café y si no llevaba cobija o frazada se arropaba con los mismos

costales. Como podemos ver la situación era difícil y ese era el entrono, debíamos

acomodarnos y olvidarnos de toda la comodidad.

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De todas maneras la vida nos fue enseñando poco a poco a mirar con buenos ojos las

dificultades que iban apareciendo. Con el transcurso del tiempo cuando terminaba la

jornada diaria, luego de la hora de la comida o cena cogíamos muy temprano a dormir, en

tal especial el dormitorio, mientras quedábamos en brazos de Morfeo yo empezaba a

recordar y ponía a mi mente a recorrer el interminable laberinto recorrido desde el día que

mi madre me entregó traicioneramente al director del reclusorio en el Guacamayo,

lentamente deambulada por todos los sitios ya transitados sin darle mucha importancia ni

trascendencia a la vivienda hasta el presente haciéndome ilusiones de los torrentes de

dinero que me llegarían con el tiempo e ingenuamente creía que mas luego sería un gran

finquero o que encontraría un buen puesto, y podría casarme con una mujer muy rica y

tendría una familia numerosa con la que disfrutaría las riquezas acumuladas del fruto de mi

trabajo y mis negocios. A la madrugada nos despertaba el canto impertinente del gallo

manda más del gallinero. Se acercaba la hora de dar comienzo a una nueva jornada, a

compartir con Ramiro el corte y tratar de ganarle en la cantidad recolectada. (Véase foto 18)


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