Parroquia de san Eugenio y santa Inés Valencia
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Cantos para la celebración:
• Entrada: Un solo Señor… 212
• Ofertorio: Este pan y vino, Señor… 89
• Comunión: Una espiga dorada por el sol… 207
• Adoración del Niño: Campana sobre campana… 35 /
Dime Niño de quién eres… 64
Oración colecta: Oremos (pausa). Al celebrar hoy la
fiesta del bautismo de Jesús y verle tan humano,
en medio de nosotros, con todas nuestras
debilidades, transforma, Padre, nuestras vidas para
parecernos a Él. Te lo pedimos por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de
los siglos. Amén.
PROCLAMACIÓ DE LA PARAULA
Primera lectura y evangelio. El agua es un símbolo utilizado frecuentemente por los profetas para anunciar la gracia de Dios que debía llegar por medio del Mesías; cumpliendo estas profecías, Jesús descendió a las aguas del Jordán para que, desde entonces, los que sean bañados en el Bautismo renazcan a la nueva vida de los hijos de Dios por medio del sacramento del agua y con el don del Espíritu Santo.
Libro de Isaías 42, 1-4. 6-7 Salmo 28
El Señor bendice a su pueblo con la paz Segunda lectura. La predicación de los apóstoles anunciaba la obra de salvación realizada por Jesucristo, cuya vida pública comenzó en el bautismo que recibió en el Jordán de manos de Juan el Precursor.
Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38
Evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Josep Ribera: El bautismo de Cristo. 1644-46
Oración poscomunión: Oremos (pausa). Hoy te damos
gracias, Padre, por Jesús de Nazaret Hijo tuyo y
hermano nuestro. Él es nuestro camino, verdad y
vida. Gracias, Señor.
Reconocernos como hijos / Fernando Torres
Con la fiesta de hoy se cierra el ciclo de la
Navidad. Jesús ha crecido, se ha hecho grande y sale de
su pueblo. Deja a su familia y orienta su vida en una
nueva dirección. Lo primero de todo es dirigirse al
desierto. Allí se encuentra con Juan el Bautista. Y
decide bautizarse. El bautismo de Juan implicaba un
real cambio de vida. El que se bautizaba no se obligaba
a formar parte de ningún grupo, no se convertía en
discípulo de Juan. Pero se comprometía a volver su
corazón al Señor, a convertirse, a cambiar su vida para
estar preparado ante la venida del Mesías, del enviado
de Dios. Bautizarse era abrir el corazón a la presencia
de Dios.
Jesús dejó su pueblo y se hizo bautizar por Juan.
Allí en el desierto meditó, sin duda, la Palabra de Dios.
Es posible que se encontrase con este mismo texto
profético que leemos en la primera lectura de este
domingo. Y se sentiría totalmente identificado con lo
que en ese texto se dice. Ése sería su estilo de vida. Sin
gritar, sin destruir a nadie, respetando a todos, pero
proclamando con firmeza la ley de Dios, el derecho de
los hijos de Dios. Su palabra sería luz para las naciones,
palabra liberadora para los oprimidos y sanadora para
los enfermos. Jesús se sintió llamado por Dios para una
misión. No sólo eso. Experimentó y sintió
profundamente que Dios era su Padre. Desde entonces,
esa experiencia profunda no le abandonó en ningún
momento. Le dio la fuerza para cumplir su misión hasta
la entrega final en la cruz. El Evangelio expresa esta
realidad profunda diciendo que Jesús, al bautizarse oyó
una voz de lo alto que decía: “Tú eres mi Hijo amado.
En ti me complazco.”
Lo que vino después de aquel bautizo, lo iremos
viendo y reflexionando en los próximos domingos.
Pero su resumen final está en el texto de los Hechos de
los Apóstoles de la
segunda lectura: “pasó
haciendo el bien y
sanando a los oprimidos
por el diablo, porque
Dios estaba con él”.
¿Qué más se podría decir
de Jesús?
A Jesús el bautismo
de Juan le hizo
encontrarse con su propia
llamada y vocación. A
nosotros nos hace falta
volver a recordar y
revivir nuestro Bautismo
para descubrir nuestra auténtica y más profunda
llamada a ser hijos de Dios, a vivir en todo momento
como tales hijos. También la primera lectura es todo un
programa de vida si queremos ser consecuentes con
nuestro bautismo. Y lo mejor que se podría decir de
nosotros al final de nuestra vida es que pasamos
haciendo el bien a todos porque Dios estaba con
nosotros. ¿Qué otra cosa son los santos? Y todo porque
nos sentimos hijos de Dios, porque no tenemos otro
dueño más que el que quiere nuestra libertad y nuestra
felicidad, el que nos quiere hijos y hermanos unos de
otros.
El Espíritu de Jesús / José Antonio Pagola
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan
lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios, que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús, no con agua, sino con su Espíritu.
Sin ese Espíritu, todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece, la fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta, el amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu, la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos
crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias pastorales lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No hemos de engañarnos. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
Intenciones de las Eucaristías semanales
Martes día 9. En sufragio de Rafael Comeche (5º
aniversario) y Julio Esteban.
Miércoles día 10. En sufragio de Mª Pilar León (1r
mes de su fallecimiento).
Viernes día 12. En sufragio de Miguel Leal y Josefa
(matrimonio).