Proyecto ANZORC-CESPAZ
Programa de participación y reparación colectiva de las víctimas
Estado del arte
Sujeto campesino, territorialidad y reparación colectiva
CESPAZ-ANZORC
INTRODUCCIÓN
El siguiente estado de arte se construye en el marco del proyecto “Construcción
participativa de lineamientos conceptuales, políticos, técnicos y metodológicos para el
desarrollo de Procesos de Reparación Colectiva de comunidades y organizaciones
campesinas”, que se ha construido conjuntamente entre el equipo técnico y profesional
del proyecto, el Centro de Estudios para la Paz - CesPaz y la Coordinación Nacional de
ANZORC, con la intención nacional de construir procesos de paz territorial, sobre la
base del reconocimiento de los derechos de las víctimas campesinas en su dimensión
colectiva y la garantías de su reparación integral, de forma que se sienten los cimientos
de una paz sostenible. Se asume que la implementación de este proyecto puede
significar un aporte al reconocimiento del campesinado como sujeto político y de
derechos.
La pregunta por la reparación colectiva del campesinado, conduce necesariamente a la
pregunta por la constitución del sujeto campesino y su historicidad, la territorialidad
campesina y el cambio social enmarcado en el contexto de la violencia. La violencia ha
hecho evidente una trasformación de las relaciones territoriales y los procesos
fundados en las distintas dinámicas regionales, geográficas y sociales, y es necesario
identificar las causas estructurales que permitieron dinamizar y profundizar la guerra,
la desigualdad y la marginación social del campesino, pues permite abrir un margen de
análisis sobre la reparación colectiva del sujeto campesino.
Así pues, el estado del arte se conformará por 3 categorías:, sujeto político del
campesinado, territorialidad campesina y reparación colectiva del campesinado,
categorías que se separan por motivos de orden metodológico, pero que, en el orden
analítico, se entrelazan estrechamente y que constituyen temas transversales para su
interpretación.
Dichas categorías buscan dar cuenta de las principales tendencias teóricas, los
principales debates, ejes y posturas, con motivo de delinear propuestas que sirvan de
ruta para el diseño de la implementación del acuerdo de paz, especialmente sobre el
punto 5 de Víctimas.
En un primer momento se expondrá la categoría de reparación colectiva del
campesinado; en un segundo momento se estudia al campesinado como sujeto político
de derechos; como tercer apartado se desarrolla la territorialidad campesina. Por
último, se presenta una articulación de las tres categorías anteriores bajo la experiencia
nacional de la ANUC para la comprensión amplia y compleja del relacionamiento
inalienable e indivisible que se deben tener en cuenta en la construcción de ruta para la
reparación.
Palabras clave: Sujeto campesino – Territorialización campesina – Patrimonio campesino
– Cultura campesina – Patrimonio genético – Semilla – Servicios ambientales – Estructura
de la propiedad de la Tierra – Marco jurídico administrativo – Mapa institucional – Estado
– Capital-Reparación colectiva-Organización campesina
SUJETO POLÍTICO CAMPESINO
A continuación, se identificarán posicionamientos que, enfrentados bajo órdenes
epistemológicos distintos, ven al campesino desde lógicas que anulan o potencian las
particularidades de dicho grupo social. A partir de una dimensión económica, política,
cultural y/o social, las múltiples miradas permiten ver la posible correlación de fuerzas
que se teje alrededor de la categoría campesinado.
El rastreo de dicha categoría muestra dos discursos dominantes sobre el tema, aquel
que corresponde primero a discursos hegemónicos y segundo a discursos subalternos.
En el marco de los discursos hegemónicos se identifican tres variantes.
1. Visión institucional cuya percepción ha radicado históricamente en negar, no
solo nominal sino también legalmente, el reconocimiento del campesino como
sujeto de derechos de especial protección, a la vez que se le señala como un
pequeño productor, es decir, bajo una visión economicista.
2. Visión descampesinizadora del campo, donde los campesinos son obstáculos
para el desarrollo y progreso del país, en tanto los niveles de productividad en
términos de eficiencia, no corresponden con las formas y contenidos impuestos
por el modelo de desarrollo neoliberal:, individualidad, competitividad y
crecimiento; los lazos de solidaridad, la economía campesina, comunitaria y
familiar, no caben bajo este precepto, por ello se apoyan en una legislación anti
rural/campesina que auspicia la industrialización y la descampesinización del
campo. Además de ello, a esta variante se le puede anexar la postura que señala
a los campesinos como agentes que afectan negativamente los ecosistemas y su
biodiversidad. puede interpretarse que esta postura se trata de una concepción
que defiende la agricultura empresarial o agroindustrial como la única capaz de
responder a exigencias de calidad y competitividad en un mundo globalizado, lo
que deja al margen de la historia al campesinado.
3. Visión estigmatizadora. Allí se ubican actores de la escena nacional que han
profundizado la imagen análoga de “campesino igual a guerrillero”
y/o“narcotraficante”. Opiniones como las construidas por los terratenientes,
medios de comunicación hegemónicos y reforzado (y recrudecido) por el
accionar violento de los paramilitares, sirven como estrategia de dominación y
subordinación de los campesinos y del proyecto de vida que representan.
No obstante, estas variantes tienen vínculos estrechos ya que representan una
expresión que explica los orígenes del conflicto social y armado: el desconocimiento en
la escena política de la alteridad, de lo diferente y lo plural, además de una alta
concentración de la tierra que lo excluye tanto del proceso productivo como de la
dinámica socio política. Se impone un orden violento, con las múltiples variantes y
matices que este puede tener, para impedir un proyecto del que emergen alternativas
que buscan construir una nueva forma de sociedad que contemple la existencia de
expresiones territoriales diferentes, como las ZRC.
Ahora, en los discursos subalternos se encuentra en general la visión campesinista. Ella
contiene, , la contra respuesta a las variantes de los discursos hegemónicos.
1. Visión del reconocimiento político del campesinado: contempla las luchas e
iniciativas de reconocimiento especial a los derechos de las comunidades
campesinas, como el derecho a la tierra y a la territorialidad campesina, en las
cuales el campesino es cultura, heterogeneidad, identidad, tradición, soberanía
alimentaria y territorial.
2. Visión productiva de la economía campesina, familiar y comunitaria
3. ZRC como territorios de paz y reconciliación están las ZRC como una forma de
asociación solidaria que contribuyen al desarrollo con sostenibilidad socio-
ambiental y alimentaria
4. Visión La relación indisoluble entre las políticas anticampesinistas, el conflicto
armado y los cultivos de uso ilícito
Así pues, mencionados las dos grandes visiones se procederá a identificar a
profundidad cada uno de ellos denotando en el transcurso del apartado, las relaciones
que cada una de ellas presenta con las demás.
Discursos hegemónicos
1. Mirada institucional
La postura hegemónica del Estado colombiano ha negado e invisibilizado al sujeto
político del campesinado, sus procesos de configuración y su territorialidad. La
deficiente protección jurídica del campesinado en la Constitución Política de 1991
denota el posicionamiento del Estado para defender los intereses del sujeto campesino,
así como el desarrollo de sus leyes sobre política agraria. El enfoque establecido en la
Carta Política, reconoce al campesino como sujetos en función de su vocación
productiva, “Artículo 64. Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la
propiedad de la tierra de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa […]”
(Constitución política de Colombia). Se limita a reconocer al campesino una función
social “productiva” y como fuerza de trabajo antes que como grupo social con identidad
y prácticas propias.
Sin embargo, y pese a la única referencia en la carta magna sobre los campesinos,
Colombia es especialmente rural. Según el PNUD (2011), desde el siglo XIX hasta la
actualidad se ha establecido un poder político y económico basado en la tierra, que
implica la configuración de un modelo especifico de uso y tenencia de la misma, basado
en el latifundio. Este modelo, trae consigo exclusión en el acceso a la tierra a la mayoría
de campesinos y funciona como el soporte de múltiples conflictos. Dicha situación se
caracteriza también por una baja participación campesina debido a los restringidos y
limitados mecanismos institucionales para su inclusión. (PNUD, 2011, p. 40)
La configuración de un modelo excluyente y latifundista, basado en la concentración de
la tierra y la violencia abanderada por elites políticas, militares y criminales, se
profundizó a partir de la inserción del modelo neoliberal en la década de los años
setenta. Dicho modelo posicionó al mercado como el mecanismo privilegiado para la
asignación de recursos y la coordinación social (Londoño, 1994, pág. 18). De allí que las
soluciones al problema del acceso, uso y tenencia de la tierra, se delegaran a un mercado
puesto en función de la productividad, la eficiencia y la inserción a dinámicas
internacionales (Zuluaga, 2006, pág. 36). Para tal fin, la política pública se orientó a
otorgar subsidios y subvenciones directas a los grandes productores, creando mayores
inequidades en la sociedad rural, y reduciendo la posibilidad de que los campesinos
pudiesen vivir con sus formas de asociación y producción. (PNUD, 2011, p.33)
Lo anterior se fundamenta en el imaginario tecnocrático que cree que el campesino
“pobre y atrasado” se enfrenta al agente rural moderno de espíritu empresarial, de allí
que necesite de un trabajo productivo en lugar de territorios-vida. Según Salgado
(2002) y el PNUD (2011), bajo este modelo se opone la cultura campesina a la cultura
moderna y se crea un sujeto no reconocido ni valido para la interlocución. La ausencia
de reconocimiento institucional y social del campesinado está relacionada entonces con
el imaginario de un campesino desvalido al cual se le relega a un papel subsidiario, sin
derechos ni garantías propias.
Adicionalmente, se puede decir que las políticas agrarias se han sustentado en una
institucionalidad precaria, deteriorada, corrupta, y orientada en función de los
intereses de los grupos de poder en el sector rural que de las necesidades de los
campesinos. Esto se puede ver con cuestiones tales como los intentos históricos de
reforma agraria que se han erigido en proyectos estructurales de contrareforma
agraria, como lo fue el pacto de Chicoral, el escándalo de agro ingreso seguro que relega
el papel del campesino al de peón o trabajador rural de los proyectos de la
agroindustria, y la actual y controversial Ley de Zonas de Interés de Desarrollo Rural,
Económico y Social (ZIDRES), la cual se trata de un instrumento que legalizaría la
acumulación irregular de predios por parte de empresas nacionales y extranjeras,
causando efectos negativos en términos de concentración y expropiación de tierra (Ley
1776 del 2016).
Sumado a ello, el Estado central ha legalizado el despojo de tierras a favor de la clase
dominante con un sinnúmero de leyes, entre las cuales Renán Vega (2012) menciona:
La ley 791 de 2002, que reduce a la mitad el tiempo estipulado para la prescripción
ordinaria y extraordinaria, con lo cual se acorta el plazo requerido para alcanzar la
legalización de un predio ante los estrados judiciales; la ley 1182 del 2008, que
instituye el “saneamiento de la falsa tradición”, una figura con la que se posibilita la
legalización de predios de más de 20 hectáreas adquiridos de manera ilegal, siempre
y cuando no se presente ante un juez alguna persona que alegue en contra de esa
solicitud y con pruebas; la ley 1152 o Estatuto Rural establece la validez de los
títulos no originarios del Estado registrados entre 1917 y 2007, con lo cual permite
la solución de los litigios a favor de los grandes propietarios y de quienes han robado
tierras en los últimos 90 años.
2. Visión Descampesinizadora del campo
El sistema y régimen político ha privilegiado históricamente la voz de las élites y el
empresariado rural sobrerrepresentados en cargos de la Rama Ejecutiva y legislativa
con margen de decisión sobre la materia. De allí que los campesinos sean quienes tienen
menos oportunidades de acceso a los recursos políticos o al sistema de toma de
decisiones. Han quedado sin voz, sin representación y sin posibilidades de decidir sobre
sus oportunidades y su calidad de vida. (PNUD, 2011, p. 40)
Por su parte, el capital financiero, las corporaciones transnacionales y los sectores
privados nacionales, reterritorializan espacios y generan procesos de
descampesinización acelerada, a través de mega-proyectos como represas, minería de
cielo abierto, ganadería extensiva, especulación, plantaciones de monocultivos, entre
otras, y buscan la instrumentalización del sujeto campesino para sus intereses
productivistas, relegando las dinámicas que median los territorios campesinos y más
aún, las configuraciones históricas de territorialidad campesina.
Las organizaciones sociales, campesinas y comunitarias han sido debilitadas y
desarticuladas tanto por la violencia que se ha ensañado contra sus líderes, motivada
por intereses diversos sobre el territorio, su población y sus recursos, como por las
necesidades del gran capital. Este se caracteriza por ser un proceso de privatización y,
consecuentemente, de despolitización del territorio, que se apalanca en la articulación
de las comunidades agrarias a los circuitos internacionales con la incorporación de
estas a proyectos productivos agroindustriales (Guerrero, 2011). La inversión de
capital entonces, fractura, disocia y desplaza, una vez más, a las formas de vida y de
organización en los territorios.
Sobre esto, Ruiz (2008) y Loingsigh (2010) afirman que las comunidades rurales
quedan insertadas en la dinámica del mercado de tierras mediante alianzas estratégicas
que “apropian sin expropiar”. Los territorios campesinos entran al mercado por compra
directa o mediante el esquema de alianzas productivas. Arias (2015) afirma que el
capítulo de agricultura del Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018, facilita el acceso a
tierras a inversionistas para la puesta en marcha de conglomerados productivos que
integren vertical y horizontalmente la producción, transformación y comercialización
lo que generaría la descomposición de las formas de producción campesinas.
Además, con la ley 223 de Zonas de Interés de Desarrollo Rural, Económico y Social
(ZIDRES), bajo la figura de contratos de leasing, se permite transferir los territorios
campesinos a las empresas que invierten en producción, es decir, sustituye el incentivo
a la producción agropecuaria por un estímulo a la acumulación, dándole paso a la
especulación con la tierra en el mercado financiero internacional.
Sin embargo, el mercado de tierras y la inserción del gran capital en los territorios no
solo se ha desarrollado bajo un marco legal. Con el fin de reemplazar las estructuras
productivas tradicionales de los campesinos por formas de producción intensivas, se
han usado procedimientos violentos de despojo, como asesinatos, masacres, torturas y
desplazamiento forzado. Según Renan Vega (2012) la expropiación violenta llevada a
cabo por empresarios capitalistas, narco-paramilitares y multinacionales, reciben el
consentimiento del Estado para impulsar un acelerado proceso de acumulación de
capital en el campo a costa del robo a los campesinos y la destrucción de la naturaleza.
Las tierras de campesinos se disponen, mediante la usurpación violenta, a ser tierras
para ganadería extensiva, tierras para sembrar cultivos de exportación y
agrocombustibles, tierras para la explotación mineroenergética, tierras para construir
represas y tierras para multinacionales (Vega, 2012). Un ejemplo de ello es el
desplazamiento de centenares de personas de las comunidades de Jiguamiandó y
Curvaradó, en el departamento del Chocó, para desarrollar el proyecto agroindustrial
de aceite de palma; el desplazamiento y la afectación social y ambiental causada por la
construcción de la hidroeléctrica Urrá en Córdoba; los impactos derivados de los nexos
entre la Federación Nacional de Ganaderos en el Norte de Santander con el Bloque
Catatumbo de los paramilitares; el apoyo económico a los paramilitares por parte de
las multinacionales bananeras CHIQUITA BRANDS y su filial BANADEX, y las
comercializadoras SUNISA S.A , CONSERVA S.A, UNIBAN, TROPICAL S.A, PROBAN,
BANAFRUT, BAGATELA S.A y AGRICOLA RIOVERDE, que incidió en las formas de
victimización a los campesinos, a los trabajadores sindicalizados y a militantes de
partidos políticos de izquierda (Dávila, 2016).
Lo anterior significa que la acumulación por desposesión es un modelo vigente en
Colombia, el gran capital legaliza mediante distintos recursos la inequitativa
distribución de la tierra, su concentración y fraccionamiento, a la vez que impulsa un
enfoque territorial oficial para el desarrollo rural que crea nuevos espacios de
acumulación. La organización de dichos espacios trae consigo la modificación de la
tenencia de la tierra y el cambio del uso de ella, es decir, las inequidades siguen
fluctuando entre los menos favorecidos puesto que el control del uso del territorio
permite imponer una lógica socio espacial y productiva en el terreno.
3. Estigmatización y criminalización del campesino
Esta postura se ha ido tejiendo mediante mecanismos violentos de persecución y
señalamiento desde el origen de las luchas campesinas por la tierra. El CNMH (2016),
destaca entre los actores históricos que atentaron contra el campesinado a
terratenientes, narcotraficantes, miembros de fuerzas armadas y de policía;
autoridades locales y en general, estructuras paramilitares, que usaron estrategias de
guerra sucia, como la estigmatización y satanización de los campesinos, para justificar
la violencia agenciada en su contra, limitar la democracia a sus intereses y socavar las
reivindicaciones del campesinado y las posibilidades de reconocérsele una identidad
propia.
Los campesinos al ser señalados de ladrones de tierras, ladrones de ganado, miembros
o auxiliadores de las guerrillas, sufrieron afectaciones que resultaron en el
debilitamiento y la fractura de las organizaciones sociales; en la perdida de unidad
campesina, en la desintegración de sus territorios, de sus comunidades y de sus
familias; en la destrucción de sus formas de trabajo, de vida y alimentación. Fueron
violentadas sus formas de producción y de distribución de sus productos; perdieron sus
costumbres, sus tradiciones culturales, estéticas y folclóricas; y finalmente, se les
destruyó, en algunos casos, las formas de relación y de comunicación social, sus valores
éticos y la dignidad humana. (CNMH, 2016, p.8). Esto significa que las afectaciones
impactaron directamente en la constitución misma del campesinado y profundizaron
el proceso de descampesinización auspiciada por el gran capital.
Casos que pueden ejemplificar dicho escenario se expresan en las experiencias vividas
por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), una organización víctima
que espera reparación colectiva y asistencia en la medida que fueron declarados como
objetivo militar por diversos actores como los grupos al margen de la ley y, en muchos
periodos, perseguidos y estigmatizados por la misma estatalidad. Dichos actores
lograron destruir, fracturar y diezmar la organización y los procesos llevados a cabo
por esta. (CNMH, 2016)
Por otro lado, se puede identificar las vicisitudes que han tenido que sufrir los procesos
de la figura de las Zonas de Reserva Campesina. El discurso guerrerista que se consolidó
durante el Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010), cuyo sustentó se basó en la apuesta
política de resolver militarmente el conflicto armado, tuvo a la orden del día el lenguaje
estigmatizador hacia toda expresión social o política que supusiera oposición a la
política gubernamental. Los funcionarios del más alto nivel de su gobierno, trataban de
“pequeños caguanes”, a dicha expresión de ordenamiento alternativo, poniendo en
evidencia la percepción de las organizaciones campesinas impulsoras como “aparatos”
de la guerrilla de las FARC (Méndez , 2012). En el año 2013, el entonces Ministro de
Agricultura Juan Camilo Restrepo y el presidente del gremio ganadero Fedegán Jose
Félix Lafaurie, calificaron a las ZRC como nuevas “repúblicas independientes”,
asociándolas con territorios de influencia de las FARC o como “enclaves políticos
excluyentes de campesinos catequizados por la subversión” (El Espectador, 2013).
Señalamientos de este tipo aún continúan en la actualidad ambientadas por el acuerdo
de paz entre el Gobierno y las FARC. Los señalamientos impartidos desde el Centro
Democrático quienes afirmaba que el gobierno nacional le entregaría “al terrorismo” la
definición de las áreas de las Zonas de Reserva Campesina, las cuales se convertirían en
sus zonas de retaguardia estratégica y control territorial. Para ellos, las FARC buscan
convertir las ZRC en corredores geoestratégicos para la movilización militar, de tráfico
de armas, drogas, contrabando, además del adoctrinamiento de las comunidades que
hagan parte de las “narco-repúblicas independientes”.
No obstante, la estigmatización de la figura de ZRC hace evidente una fuerte
persecución y judicialización a los líderes. En el caso de la ZRC del Valle del Rio
Cimitarra (ACVC) y la de Calamar, los líderes fueron acusados de supuestos vínculos
con la guerrilla, y que más adelante se pondría en evidencia el carácter de montaje
judicial promovido por Ejército Nacional (Revista noche y niebla No 48, 2013), así como
amenazas de grupos que se hacen llamar paramilitares, que amenazan de muerta a
integrantes de la organización (Agencia Prensa Rural, 27 de noviembre de 2016).
Sumado a ello, el Poder Judicial también ha fallado en detrimento de la constitución de
las ZRC, ejemplo de ello es la sentencia T-052 de 2017 en donde se solicita al INCODER
impulsar la solicitud de ampliación de los resguardos Indígenas Motilón Barí y
Catalaura La Gabarra antes de dar vía libre a la constitución de la ZRC solicitada por las
organización campesina ASCAMCAT.
Discursos subalternos.
Desde la visión campesinista el “territorio” se constituye como elemento central del
sujeto campesino en tanto éste, más que “tierra” como unidad productiva, hace alusión
a las múltiples relaciones que existen entre el grupo humano y el ambiente, de manera
que el territorio se configura como el espacio vital sin el cual el sujeto campesinado deja
de existir; el territorio configura y es configurado por el campesino, en razón de esto, la
identidad campesina se encuentra estrechamente ligada a éste. En ese sentido, los
problemas que surgen alrededor del territorio sobrepasan lo relativo al acceso y uso, y
abordan tensiones en torno a la apropiación simbólica y cultural del mismo, así como
tensiones relativas al efectivo control político del territorio como espacio vital.
Esta postura ubica al campesino como subjetividad que crea en su cotidianidad al
territorio rural y su respectiva territorialidad a través de su relacionamiento con el
espacio desde un conjunto de relaciones sociales, de producción y personales. Ello
desborda la lógica sobre la cual están planteadas las políticas de tierras desde los
enfoques institucional-desarrollista, en tanto estas nada más ven al campesino como un
productor sobre dinámicas de propiedad privada y de explotación utilitarista, y ven la
tierra como un producto de mercado que es escaso y requiere de competitividad para
su correcta utilización.
Así pues, la lucha por el territorio desde los campesinos implica la modificación de las
relaciones sociales, la constitución de un sujeto político y la pretensión por articular un
orden social diferente. Dicha configuración de un sujeto político, como ya se dijo, se
define no sólo a partir de su posición en el proceso productivo basado en el sector
agropecuario, sino también, como actor social inmerso en relaciones de poder que, a
través de sus acciones directas y discursivas crean y consolidan un tejido social sólido.
1. Visión del reconocimiento político del campesinado
Ante los abusos a los derechos básicos que los campesinos y las poblaciones rurales son
víctimas, como la exclusión, el acaparamiento de tierras, la privatización de las semillas,
la represión y criminalización a dirigentes campesinos, los daños a la salud por los
transgénicos y agrotóxicos, y las trasformaciones trágicas en sus comunidades,
organizaciones y territorios por motivo de la incursión del gran capital, “La Vía
Campesina” ha impulsado desde el 2012 -aprobado por el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU en el 2015- una Declaración internacional de los derechos de los
campesinos para superar y cubrir los vacíos y limitaciones en materia legislativa de
derechos humanos de esta población, y funcionar como instrumento internacional que
haga respetar, proteger, cumplir y defender los derechos del campesinado. Cabe decir
que se inspira, no solo en el ánimo de proteger la población que trabaja en el campo,
sino también por proteger la vida humana en el entendido de que el trabajo campesino
constituye el sustento vital de todas las personas (Vía campesina, 2009).
Así pues, las más de 180 organizaciones campesinas de pequeños y medianos
productores, pueblos sin tierra, migrantes, pescadores y trabajadores agrícolas de todo
el mundo, que se congregan en el movimiento internacional Vía Campesina, -
especialmente ANZORC, CNA, FENSUAGRO, FENACOA, APMCAFÉ, PCN y la ACVC para
el caso Colombiano- buscan con dicha declaración el reconocimiento del campesinado
como sujeto de especial protección constitucional, lo que significa posicionar los
derechos del campesinado, como el derecho a la vida y a un nivel digno, el derecho a la
tierra y al territorio, el derecho a las semillas y al saber y práctica de la agricultura
tradicional, el derecho a los medios de producción agrícola, el derecho a la información
y a la tecnología agrícola, el derecho a la protección de valores en la agricultura, el
derecho a la diversidad biológica, el derecho a la preservación del medioambiente, el
derecho al acceso a la justicia, la libertad de asociación, opinión y expresión, y la libertad
para determinar el precio y el mercado para la producción agrícola. (Vía campesina,
2009)
A este respecto, también existen iniciativas más locales respecto al reconocimiento del
sujeto político del campesinado, como las mesas de interlocución entre el gobierno
nacional y las organizaciones campesinas del Cauca, con la Asociación Nacional de
Usuarios Campesinos – ANUC, con el Proceso de Unidad Popular del Sur Occidente
Colombiano – PUPSOC y con el Comité de Integración del Macizo Colombiano - CIMA;
de otro lado, el escenario de negociación que emergió tras el paro promovido por la
Cumbre Agraria Étnica y Popular.
En el contexto de transición de paz que vive Colombia, este tipo de avances legislativos
en materia de derechos para el campesinado, cobra especial trascendencia pues
representa un soporte real para el eje transversal de los acuerdos, que consiste en dotar
y garantizar derechos económicos, sociales, culturales, ambientales y políticos al
campesinado, como grupo social históricamente marginado, excluido, violentado y no
reconocido. Aquí se puede ubicar también la propuesta de reforma constitucional del
senador Alberto Castilla sobre el reconocimiento político del campesinado.
En ese sentido, el reconocimiento por los derechos campesinos se articula
estrechamente con la lucha por el fortalecimiento de las ZRC, pues contiene una
reivindicación propia de los campesinos por el reconocimiento de sus formas de
producción, de organización territorial, de su identidad y territorialidad propia, y más
que todo, su importancia como iniciativas agrarias que contribuyen a la construcción
de la paz, a la garantía de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de los
campesinos, al desarrollo con sostenibilidad socioambiental y alimentaria, y a la
reconciliación de los colombianos (Acuerdo de paz, 2016).
2. Mirada productiva de la economía campesina, familiar y comunitaria
A diferencia de los discursos de guerra que aseveran que la economía campesina
representa un obstáculo para el desarrollo, desde esta mirada, Vander Ploeg (2010)
registra la importancia de las economías campesinas en la producción de alimentos de
buena calidad, la conservación de la biodiversidad, el abastecimiento de alimentos para
una población creciente sin deteriorar la base de los recursos naturales, y la
consolidación de mercados locales y redes de cooperación en zonas rurales
(Santacoloma, 2015). De allí que se le atribuya un papel clave en el desarrollo sostenible
desde la agroecología, sustentado por su forma de trabajar como por el conocimiento y
manejo de los recursos naturales
Para Chayanov (1974), Scalerandi (2010) y Berry (2014), pese a que la agricultura
campesina combina los factores clásicos de producción, a saber, tierra, trabajo y capital,
se diferencian de la empresa clásica capitalista en tanto sustentan su producción en el
uso eficiente de mano de obra familiar, en la utilización de saberes ancestrales, la
diversificación de cultivos, el flujo permanente de ingresos e innovaciones tecnológicas,
Estos factores permiten aportar en las economías locales, en los entornos ambientales
que rodean a estos sistemas de producción y en la distribución del ingreso.
Del mismo modo, en estos sistemas productivos basados en la agricultura familiar, se
encuentran posiciones emancipadoras frente al modelo económicos dominante
personificando alternativas de participación, producción, circulación y
comercialización de los productos. Ejemplo de ello son las ZRC que, desde este
entendido, se identifican como una figura de avance hacia lógicas de
desmercantilización. Son impulsadas como espacios para la protección del pequeño
campesino, un modelo dentro de la institucionalidad y la ley que permite contrarrestar
las tendencias nocivas del modelo de desarrollo que contribuyan al cierre de la frontera
agrícola, al fortalecimiento de la economía campesina y a la agricultura familiar
(Acuerdo de paz, 2016)
Las ZRC representan para la mirada campesinista, una alternativa dentro del marco
político actual del país en la medida que presentan la oportunidad de reconstituir
territorios que han sido afectados por el despojo histórico a sus integrantes, y actúa
como escenario de los mecanismos de recampesinización en tanto pretende ofrecer una
alternativa a través de la resignificación del territorio, la búsqueda de la soberanía
alimentaria, la gobernabilidad, la promoción de la economía campesina y la generación
de autonomía y resistencia.
3. ZRC como territorios de paz y reconciliación
En contraposición a los discursos de guerra, la lucha campesina de la ANZORC y los 66
procesos de ZRC afiliados a ella, conciben las ZRC como territorios de paz y convivencia,
en la que el campesino despliega su condición de sujeto económico, social, político y
cultural relevante para la vida del país y para el desarrollo rural sostenible, en tanto
contribuye, mediante formas particulares de territorialidad, al abastecimiento
alimentario, al desarrollo rural sostenible y a la protección ambiental. (Méndez, 2012)
Estos territorios campesinos, desarrollan experiencias de autonomía territorial,
marcada por una relación especial con la tierra, el territorio, el trabajo, la organización
comunitaria, la autorregulación y la solidaridad, que les otorgan capacidades para la
gestión de alternativas de desarrollo endógeno en articulación con la institucionalidad
y con otros procesos de autonomía territorial. (Méndez, 2012). A su vez, son espacios
que defienden la diferenciación cultural, contribuyen a la desconcentración de la tierra
y su equitativa distribución y resisten al modelo hegemónico de sociedad.
Con la firma e implementación del acuerdo final entre las FARC-EP y el Gobierno
Nacional, las ZRC cobran un valor estratégico y determinante como escenarios ideales
para construir la paz y reconciliación, a la vez que representan una figura que permite
el anclaje territorial de los acuerdos y, en especial, de los puntos de la Reforma Rural
Integral y la solución al problema de las drogas ilícitas. El Acuerdo de Paz posiciona la
necesidad de avanzar en el reconocimiento y el apoyo a las ZRC para lograr la
transformación estructural del campo en tanto constituyen un ordenamiento socio-
ambiental sostenible. Además, funcionan como formas de asociación solidaria y como
figura para la estabilización social y ambiental, y el fortalecimiento de la económica del
campesinado y la agricultura familiar.
En relación a lo anterior, el acuerdo enfatiza el papel que se debe tener en torno a las
ZRC en los siguientes términos: el Gobierno promoverá el acceso a la tierra y la
planificación de su uso en las ZRC, haciendo efectivo el apoyo a los planes de desarrollo
de las zonas constituidas y de las que se constituyan, en respuesta a las iniciativas
representativas de las comunidades y organizaciones agrarias. Es decir, posiciona a la
ZRC como instrumento esencial para la democratización de la tierra, su
desconcentración y distribución equitativa, a la vez que permite avanzar en materia de
sostenibilidad socio-ambiental, la conservación de los recursos hídricos y de la
biodiversidad, y la compatibilidad entre vocación y uso del suelo rural. De esta manera
se promueve la economía campesina, contribuye al cierre de la frontera agrícola, aporta
a la producción de alimentos y a la protección de las Zonas de Reserva Forestal.
En este mismo sentido, la constitución de las ZRC estará acompañada de procesos de
formalización de la propiedad, esto deja ver nuevamente el reconocimiento atribuido a
dicha figura para regularizar y democratizar la pequeña y mediana propiedad rural.
Asimismo, ubica un rol central en las ZRC para proteger los derechos de los campesinos
al permitir plantear cuales son las expectativas de los y las campesinas frente al acceso
efectivo a los derechos económicos, sociales y culturales, a través de la formulación del
Plan de Desarrollo Sostenible. Y al priorizar estos territorios en cuando a la
formalización de la tierra y la redistribución equitativa. Por otro lado, también se erigen
como instrumentos válidos de interlocución en los procesos de sustitución de cultivos
declarados ilícitos, siempre y cuando las zonas coincidan con las zonas afectadas por
dichos cultivos, siendo tarea del PNIS apoyar los planes de desarrollo de las ZRC.
Así pues, las ZRC desde esta postura, son iniciativas agrarias que contribuyen a la
construcción de paz, a la garantía de los derechos políticos, económicos, sociales y
culturales de los campesinos y campesinas, al desarrollo con sostenibilidad socio-
ambiental y alimentaria y a la reconciliación de los colombianos y colombianas.
(Acuerdos de paz, 2016)
4. La relación indisoluble entre las políticas anticampesinistas, el conflicto
armado y los cultivos de uso ilícito
Esta mirada busca desmitificar los nexos vinculados a la calumnia, el desprestigio y la
estigmatización histórica que sectores y fuerzas políticas han ejercido contra los
campesinos. Señalamientos injustos y descontextualizados de la realidad concreta de
muchos trabajadores y trabajadoras rurales que por décadas han sido invisibilizados y
olvidados por la ciudad, el Estado y la política antidrogas, hoy encuentran en los
acuerdos de paz de la Habana una herramienta que clarifica la relación existente entre
el conflicto armado interno y el problema de las drogas ilícitas. Así mismo especifica
que los cultivadores de coca, marihuana o amapola, solo constituyen el eslabón más
débil de la cadena productiva, y debe dársele un trato especial y diferencial.
En el acuerdo se establece que el conflicto interno en Colombia tiene historia de varias
décadas que antecede y tiene causas ajenas a la aparición de los cultivos de uso ilícito
de gran escala, y a la producción y comercialización de drogas ilícitas (Acuerdos de paz,
2016). Adicional a ello, afirma que la persistencia de los cultivos está ligada a la
existencia de condiciones de pobreza, marginalidad, débil presencia institucional, y la
existencia de organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico.
Las regiones y comunidades del país que se han visto más afectadas por el cultivo han
sido especialmente aquellas en condiciones de pobreza y abandono, donde no hay
infraestructura vial, no hay sistemas de riego ni drenaje, ni existen mínimas condiciones
que permitan sobrevivir por medio de la producción y comercialización de otro tipo de
cultivo. Lo que se confirma con los años es que la política antidrogas y el abandono
sistemático de los territorios, ha incidido en la profundización de su marginalidad, de
la inequidad, de la violencia en razón del género y en su falta de desarrollo. (Acuerdos
de paz, 2016)
Con lo anterior se deduce que los campesinos solo constituyen el eslabón más débil de
la cadena del narcotráfico y que han sido forzados por la indiferencia, inoperatividad e
ineficiencia del Estado y de la política de desarrollo rural a la producción de cultivos de
uso ilícito para garantizar el sustento de sus familias. Como consecuencia de ello, con
los acuerdos se plantean alternativas a la política antidrogas que se venía
desarrollando, que conduzcan a mejorar las condiciones de bienestar y buen vivir de
las comunidades en los territorios afectados por los cultivos de uso ilícito.
La solución frente a los cultivos de uso ilícito, constituye un capítulo de la Reforma Rural
Integral de los acuerdos de paz, en tanto la transformación del campo y la reactivación
de la economía campesina, pasa por brindar alternativas para las comunidades que
habitan estas zonas afectas. Lo que significa desplegar una construcción conjunta,
participativa y concertada de planes y programas que permitan realmente dar una
salida sostenible al problema.
En correlación a lo anterior, la Coordinadora Nacional de Coca, Marihuana y Amapola -
COCCAM, surge como respuesta a los efectos negativos de la política antidrogas contra
cultivadores y recolectores y demás trabajadores y trabajadoras que viven de los
sistemas productivos de coca, amapola y marihuana tales como los daños ambientales,
económicos y sociales de la fumigación indiscriminada con glifosato durante décadas;
así como su estigmatización, judicialización y privación de la libertad. En el proceso de
implementación del Acuerdo de Paz, han dado muestras de voluntad de reconciliación
y un claro compromiso con la sustitución de los cultivos declarados ilícitos, tal como se
vio con los preacuerdos establecidos en el marco de los PISDA -Planes Integrales
Comunitarios y Municipales de Sustitución y Desarrollo Alternativo, realizados en
Putumayo, Meta,
TERRITORIALIDAD CAMPESINA
A continuación, se presenta el posicionamiento transversal entorno al espacio y el
territorio (sin ser objeto de este estudio la diferenciación entre ambos), que permite a
la investigación indagar íntegramente la categoría analítica de territorialidad.
El territorio ha sido un tema central a lo largo de la historia colombiana. Desde el siglo
XIX hasta la actualidad, se ha mantenido un patrón de uso y tenencia de la tierra
específico: el latifundio, lo cual ha traído como consecuencia un sistemática y sostenida
exclusión de pequeños productores y campesinos, aunado a las dinámicas de
desplazamiento y despojo consustanciales a ella. Por lo anterior el territorio se ha
configurado con un escenario de poder y simultáneamente un eje de análisis en la
articulación de las dinámicas sociales, políticas, culturales y económicas de nuestro
país.
1. Territorialidad restringida estatal
La noción hegemónica del territorio, plasmada en políticas de Estado dominantes y
antecampesinistas, han desarrollado una mirada estratégica del territorio como lugar
físico. Es decir, hacen referencia al espacio como objeto de cuantificación cartografiable
y, en esa misma vía, neutro y despolitizado. De esta manera el espacio queda desligado
de su sentido social y político pues deja de considerar las conflictividades de los
diferentes tipos de territorio contenidos en un determinado proyecto de desarrollo
territorial (Manzano, 2011, pág. 5). A la vez, pierde la riqueza de la multiescalaridad y
las relaciones sociales que producen el territorio pues niega la vivencia territorial.
En este caso, el territorio entonces, pasa a ser instrumentalizado con el fin de privilegiar
y procesar los intereses de órganos gubernamentales y agencias multilaterales, dejando
entrever las relaciones de poder y dominación de un proyecto de nación concomitante
a los intereses del gran capital, el cual se enmarca sobre un proyecto político, económico
y social que no atiende a las necesidades de los pequeños y medianos campesinos sino
a una escala de productividad y acumulación del capital. Ejemplo de ello puede verse
con el borrador del proyecto de ‘Ordenamiento social de la propiedad, tierras rurales y
otras disposiciones” del Ministerio de Agricultura a cargo del ministro Aurelio Iragorri,
donde abre la puerta a particulares para que acumulen más tierra de la que establecía
la anterior ley 160 del 94 y no se observa una clara intención de favorecer las
aspiraciones de los campesinos y trabajadores rurales a hacerse a la propiedad de la
tierra. La propuesta plantea que las tierras terminen siendo usufructuadas para
beneficios de grandes empresas mineras y petroleras en detrimento de la seguridad de
las comunidades y su derecho a la tierra y el territorio, no solo para su uso sino para
acceder efectivamente a la propiedad de la tierra. (El tiempo, 19 abril, 2017)
Lo anterior, responde a dinámicas violentas de despojo y acumulación que implica “la
penetración de un orden preexistente y algún terreno geográfico para la toma de
ventaja de aquel poder” (Harvey, pág. 22), robando así los valores de uso que se han
producido a partir del tejido de la vida que conllevan a procesos de
desterritorialización.
2. Territorialidad superpuesta
Esta postura comprende que el espacio se erige como una demanda de la comunidad,
que propicia la organización de la misma en torno a la consolidación y defensa del
mismo. De tal suerte que dicho espacio insta al reconocimiento de la comunidad como
actor social en torno a una demanda concreta: la lucha por la configuración del espacio
y por tanto suscite la constitución de un sujeto político colectivo que genera acciones y
consolida relaciones dentro de su territorio. A partir de ello el espacio es entonces un
espacio social, es decir, presupuesto, medio y producto para el proceso de producción
y reproducción social (Múnera,2004, p. 60), que se ve cargado de sentido políticos
(Lefebvre, 1985, p. 85), en tanto es un catalizador del reconocimiento, organización y
lucha de los sujetos por su territorio y dinámica propia.
Así pues, no se puede entender al espacio como un simple contenedor físico y estático
de los procesos sociales, ni a la comunidad como productora única de su realidad, tanto
la comunidad como el espacio se condicionan y producen mutuamente. El espacio
propicia el reconocimiento de la comunidad y simultáneamente el espacio es producido
por la acción y dinámicas que desarrolla la misma. El territorio constituye entonces un
espacio vivido que se resiste a ser subsumido en el espacio representado del
ordenamiento territorial oficial (Lefebvre, 1985, p. 85).
La espacialidad además de constitutiva de la dinámica de la comunidad se establece
como una resistencia ante la funcionalización del mismo, para la acumulación del
capital (Harvey, 2003), lo que genera una dialéctica de dominación y resistencia. Dicha
resistencia está apalancada en las experiencias vividas en el territorio que generan
constantemente una producción del espacio, así como una constitución del sujeto
político colectivo, caracterizado políticamente por la constante participación y lucha
por y desde el espacio.
De lo anterior se desprende que el territorio como tal está intrínsecamente cargado de
significados e identidades, así como de antagonismos. La interacción con el espacio
genera una acción social que a su vez configura identidades y resistencias frente a las
estructuras espaciales funcionalizadas u ordenamientos territoriales que pretenden
implantarse. En este sentido hay una lucha por el espacio y su uso la cual está articulada
por las expresiones organizadas de la subjetividad política que se disputa el territorio,
constituyendo una dialéctica constante por el espacio entre una dominación y una
resistencia.
Así, la concentración y la distribución del poder, que determinan el control del
territorio, se enmarcan sobre las estrategias de darle un sentido al territorio bajo
consideraciones de orden socio-histórico y espacio-temporal de poder. Estos elementos
últimos no pueden desprenderse ni independizarse el uno ni el otro, puesto que
conjugan la totalidad del concepto de territorio. El sistema actúa entonces como un
poder trasversal a las relaciones insertas en una relación social, generando una
distribución, una territorialidad y una estructura de poder.
De allí que la disputa territorial desde las diferentes lógicas sociales de relacionamiento
naturaleza-espacio conlleven a una dinámica de territorialidades superpuestas.
(Oslender, 2010, pág. 197). Es decir, como el territorio tiene diferentes significaciones
y relacionamientos para distintos grupos sociales, emergen territorialidades que se
superponen al Estado sin excluirse, emergiendo así una “territorialidad superpuesta”.
Es la contestación política que desafía la soberanía territorial del Estado de donde
surgen nuevos modelos de régimen territorial. Esta serie de luchas en el espacio
evidencian la mediación de los diferentes sujetos colectivos en la producción territorial
y coloca de facto la producción del mismo más allá de la esfera institucional. Así, a pesar
de que históricamente se asocie el poder del estado a la soberanía territorial, el Estado
solo es una forma más de territorialidad.
A diferencia de la apropiación territorial capitalista, la apropiación campesina tiene
como elemento central la población, quien produce formas de vida heterogéneas: “En
estos territorios pueden nacer, aunque esto no es ciertamente lo más común sino apenas
una tendencia, poderes otros, no jerárquicos, “poderes no estatales” (Zibechi, 2007);. Esos
poderes y esos territorios son espacios de paz y no de competencia, son potencialmente
anticapitalistas (Zibechi, 2007); son territorios complejos y diversos que sólo pueden
existir conviviendo con el entorno, sede de relaciones sociales heterogéneas que, en
ocasiones, se convierten en “territorialidades emancipatorias” (Zibechi, 2007).
En relación a lo anterior, las ZRC se erigen como una alternativa territorial y una
territorialidad superpuesta pues presentan la oportunidad de reconstituir territorios
que han sido afectados por el despojo histórico de sus integrantes, actuando como
mecanismos de recampesinización, en tanto pretende ofrecer una alternativa a través
de la resignificación del territorio, la búsqueda de la soberanía alimentaria, la
gobernabilidad, la promoción de la economía campesina y la generación de autonomía
y resistencia por un proyecto de organización diferente de uso, acceso y propiedad.
REPARACIÓN COLECTIVA DEL CAMPESINADO
Por último, la tercera categoría de análisis que se convino es la reparación colectiva del
campesinado. Esta una apuesta política y estratégica de las organizaciones campesinas
en el actual marco del proceso de construcción de paz, que se guía por principios de
verdad, justicia, reparación y no repetición. Contiene en sí misma los dos marcos
conceptuales anteriores, a saber: el sujeto político colectivo del campesinado y la
territorialidad campesina.
Lo anterior desde la lógica de evidenciar el vínculo estrecho para la reparación entre la
constitución del campesinado como sujeto colectivo y su trayectoria, así como los daños
colectivos causados por distintos agentes en el marco del conflicto armado colombiano.
En otras palabras, cuando se espera recolectar y clasificar las diferentes expectativas
de reparación de las comunidades y organizaciones campesinas, es obligatorio atender
el proceso histórico de su constitución, su historicidad, su territorialidad y los distintos
órdenes de afectación a los cuales han sido sometidos, violentados y transformados.
En ese orden de ideas, en el presente apartado se pondrán sobre la mesa los diferentes
enfoques de la reparación colectiva que atienden a aspectos, conceptos y acciones
diferentes dependiendo al posicionamiento de valoraciones y marcos conceptuales y
legales determinados. Así se encuentran diferentes enfoques definidos a partir de las
necesidades y prioridades puntuales de cada intervención de reparación colectiva.
Puede identificarse 4 enfoques, a saber (1) Enfoque de derechos, (2) enfoque de daño o
afectación, (3) enfoque diferencial (4) enfoque transformador
Enfrentamientos, interrelaciones y complementariedades: enfoques de la
reparación colectiva
1. Enfoque de derechos
El enfoque de derechos representa el marco de actuación estatal, gubernamental y
ciudadana, instituido por la Constitución Política de 1991 que otorgó a los ciudadanos
la titularidad de los derechos y al Estado la obligación de su garantía, protección y
respeto. Tanto la Constitución como los desarrollos emitidos por la Corte
Constitucional, han establecido una jerarquía en la que se asigna como principio de
actuación estatal, la obligación de la vigencia real y su condición inalienable de los
derechos humanos para todos, especialmente para quienes han sido vulnerados y
despojados de los mismos como consecuencia del conflicto armado (PAPSIVI, 2012, p.
20). Así mismo, integra las normas, principios, estándares y propósitos establecidos por
los sistemas de Derechos Humanos en programas que promueven el desarrollo integral
de las comunidades. (OIM, 2012, p.38).
Este enfoque en materia de las políticas de reparación a las víctimas se erige como una
guía de acción ética, política, jurídica y humana que protege de la violencia y orienta en
la consecución de la dignificación de la vida humana, mediante la ampliación y garantía
de las condiciones reales para el ejercicio y disfrute pleno de los derechos. El Programa
de Atención Psicosocial y Salud Integral a Víctimas, y la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación señalan que este enfoque significa la comprensión de las
víctimas como sujetos de derechos, que buscan la superación de los hechos de
victimización al tener acceso a la verdad, la justicia y la reparación integral (PAPSIVI,
2012, p.21) y apuntan a la restitución de los derechos colectivos o de los derechos
individuales con impacto colectivo.
A diferencia del enfoque de daños, el enfoque de derechos se centra en un factor
fundamental basado en la comprensión de las víctimas como sujetos de derechos. Con
ello se logra avanzar en la construcción de exigencias de tipo identitario y de
reconocimiento ya que se reivindica a un sujeto histórico y social construido en una
dinámica de relaciones que permiten ver la construcción de un sujeto colectivo de
derechos. No obstante, se puede rastrear una conexión entre el enfoque de derechos, el
enfoque diferencial y el enfoque de daño, en tanto el proceso de reparación guarda
relación con los derechos humanos fundamentales: el derecho a la vida y el derecho a
la salud, a la educación, al trabajo creativo, al reconocimiento diferencial, a la
participación política.
Adicionalmente, si bien el enfoque de derechos se centra en la recuperación y garantía
de derechos, abordar la reparación desde la noción de daño significa apoyar y facilitar
procesos en los que las comunidades vuelvan a tejer su mundo compartido y
restablecer lo quebrantado de manera activa, que sobrepasa los límites de recuperar y
garantizar derechos.
2. El enfoque de daño o afectación
Este enfoque tiene por objetivo analizar las consecuencias hostiles causadas a las
víctimas en términos de los hechos victimizantes; los derechos violados y sus
consiguientes impactos; y las pérdidas y daños psicosociales y culturales generados por
las violaciones (OIM, 2012, p.36). El enfoque de daño busca la construcción de medidas
que permitan mitigar los efectos negativos de las afectaciones soportadas por los
sujetos de reparación colectiva y la realización de acciones interesadas a reparar la
dignidad humana, generar condiciones para la exigencia de los derechos, y devolver a
las personas y comunidades la autonomía y el control sobre sus vidas y sus historias. La
comprobación y la existencia de los daños materiales y morales son los que en términos
legales sustenta la obligación de estado a reparar. Sobre este enfoque se puede ubicar
al Ministerio de Salud y Protección Social (2004).
3. Enfoque diferencial
Desde este enfoque se reconocen enfáticamente los impactos diferenciales en
colectivos que por motivos de sus características particulares representan un mayor
grado de vulnerabilidad. Para este enfoque, análisis desarrollados por Codhes, la ley
1448 de 2011 y las orientaciones jurisprudenciales que han hecho la corte
constitucional, sustentan una relación directa con el enfoque de los derechos pues
existe una conexión de los derechos humanos de las personas según sus especificidades
étnicas, culturales, sociales, de género o generación, e impone acciones específicas para
los distintos grupos poblacionales que han sido víctimas del conflicto armado en
función de dichas especificidades. De esta forma, el enfoque permite caracterizar a la
población víctima, identificar sus derechos específicos y las situaciones de
vulnerabilidad para implementar acciones que prevengan, protejan y reestablezcan sus
derechos a través de medidas de atención, asistencia y reparación integral. (PAPSIVI,
2012, p.24)
4. Enfoque transformador
Este enfoque está dirigido a armonizar el deber estatal de reparar a las víctimas con la
justicia distributiva. Su fundamento es trascender las aspiraciones de restituir y
restaurar a las víctimas a la condición anterior al hecho victimizante, por lo general
contextos que permiten la discriminación y marginación, hacia la trasformación
precisamente de dichas situaciones de aislamiento y pobreza ha condiciones de calidad,
prosperidad, igualdad y calidad. (OMI, 2012, p. 38). Es decir, se trata de eliminar los
esquemas de discriminación, a la vez que busca el fortalecimiento de las capacidades
comunitarias e institucionales de interrelación y autogestión, construyendo así
ambientes democráticos basados en la confianza. Bajo este enfoque se puede identificar
desarrollos del Programa Institucional de Reparación Colectiva- PIRC, Sanchez y
Uprimmy (2009)
El enfoque de derechos, diferencial y el de daño, corresponden a un marco correctivo-
restitutivo, en contraposición al enfoque trasformativo, pues este posee una línea
propositiva transformadora. Mientras que los tres primeros enfoques abogan por la
reconstrucción de la dignidad de las víctimas, facilitar procesos en los que las
comunidades vuelvan a tejer su mundo compartido, restablecer lo quebrantado de
manera activa, recuperar y garantizar derechos de manera diferencial, el enfoque
transformador asegura que los hechos violentos están enmarcados no solo en las
características particulares de las víctimas o situaciones de excepción que han
vulnerado comunidades, sino que dicha situación responde como consecuencia de todo
un orden social, económico, político y cultural histórico. De allí que se busque
transformar las relaciones de poder que profundizan situaciones de sumisión,
marginación, desigualdad y pobreza.
Siguiendo ese orden de ideas, el desarrollo teórico de la reparación transformadora
(Upimny y Saffon, 2009), parte por señalar que el modelo imperante para las
reparaciones a víctimas es la reparación con enfoque restitutivo (que como ya se
mencionó, abarca el enfoque de derechos, el enfoque de daño y el enfoque diferencial)
cuyo principal objetivo es devolver a las víctimas a la situación en la que se
encontraban antes de la violación de sus derechos humanos. Dicha reparación,
contempla una forma de justicia correctiva, que debe ser integral y proporcional al daño
sufrido por la víctima y, si la restitución total no es posible, se recurre a mecanismos
sustitutos y complementarios, como la compensación y las medidas de rehabilitación y
satisfacción (Uprimny y Saffon, 2009, p.31).
Sin embargo, este enfoque solo es adecuado para sociedades democráticas y reguladas
por principios de justicia, es decir, es problemática para sociedades desiguales insertas
en una crisis política y humanitaria, en la cual los procesos de victimización han
afectado esencialmente a las poblaciones pobres y excluidas (Uprimny y Saffon, 2009,
p.32). Para Colombia un enfoque así es problemático ante la situación proveniente de
la estructura social de exclusión y de las relaciones desiguales de poder que se
encuentran en la base del conflicto social y armado. En ese sentido, elegir un enfoque
restitutivo de las reparaciones resulta limitado; supone devolver a las víctimas a una
situación de vulnerabilidad y carencias, sin garantizar la no repetición de situaciones
de victimización pues se dejarían intactas muchas condiciones en si misma injustas.
Por tal sentido proponen “reparaciones transformadoras” o “reparaciones con vocación
transformadora" desde una perspectiva de justicia distributiva que trata de repensar la
distribución justa de los bienes y las cargas en la sociedad, y plantea cuestiones como
la erradicación de la discriminación, la igualdad real de oportunidades, la participación
política, la existencia de una ciudadanía incluyente, el respeto por la diferencia y la
pluralidad (Uprimny y Saffon, 2009, p.52).
Esta propuesta se constituye como una oportunidad para impulsar una transformación
democrática que trasformaría las relaciones de subordinación, exclusión y desigualdad
social que alimentan las crisis humanitarias y la victimización desproporcionada de los
sectores más vulnerables (Uprimny y Saffon, 2009, p.34). Es decir que las reparaciones
a víctimas no deben enfrentar solo el daño que fue ocasionado por los procesos de
victimización, sino que deben enfrentar las condiciones de exclusión en que vivían las
víctimas y que permitieron o facilitaron su victimización. (Uprimny y Saffon, 2009,
p.36).
Para este enfoque, es importante la memoria colectiva sobre lo ocurrido puesto que es
fundamental para la construcción del nuevo orden la base del rechazo de los hechos
victimizantes, de la estigmatización del régimen que las permitió o perpetuó, y de la
garantía de que no se relegarán al pasado. Adicionalmente se esgrime la necesidad de
combinar los diferentes componentes de la reparación ya que estos no son excluyentes,
sino que, por el contrario, son complementarios, a saber, restitución, compensación,
rehabilitación, satisfacción y garantías de no repetición, las cuales deberán
contemplarse según sea el caso.
Es fundamental la apreciación que desarrolla con respecto a la contrarreforma agraria
que acentúa la concentración y el acaparamiento de la propiedad rural, además de
representar el problema de la desigual distribución de la tierra en unas manos en
detrimento de los más vulnerables por medio de la violencia, el despojo y el
desplazamiento. La insistencia en la restitución podría considerarse incompatible con
el enfoque de transformación democrática de las reparaciones, pues su principal
objetivo parecería ser devolver a las víctimas a la situación en la que se encontraban
con anterioridad a la violación, incluso si esa situación se caracteriza por la precariedad
material y/o la exclusión social o política. Así pues, la restitución podría contribuir al
logro de una distribución más equitativa de la tierra. (Uprimny y Saffon, 2009, p.64)
Bajo esa misma linea teórica y argumentativa, Juan Federico Giraldo, Javier Lautaro
Medina -investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular- y Juan Manuel
Bustillo -investigador de la Comisión Colombiana de Juristas investigadores del CINEP-
, cobran especial relevancia pues construyen asimismo una propuesta transformadora
desde un enfoque comunitario para la reparación colectiva del campesinado, lo que
quiere decir que, además de buscar el resarcimiento del daño a las víctimas, busca la
superación de las causas estructurales que están en la raíz del conflicto armado, como
la exclusión, la desigualdad y la pobreza, de tal manera que además impacte
favorablemente al conjunto de la comunidad. Implica la traducción en medidas de
justicia distributiva que favorezcan el reconocimiento de los derechos de las víctimas,
de la economía campesina y del papel del campesinado en la política y en la vida
económica nacional (CINEP, 2015, p. 26). Dicho esto, cabe señalar que las causas
estructurales, como el limitado acceso a la tierra y a los recursos productivos, la
vulneración de derechos y la ausencia de reconocimiento y representación política del
campesinado, acompañan el despojo, el desplazamiento forzado y los hechos
vinculados específicamente al accionar violento de grupos diversos que disputan sus
territorios.
Adicionalmente señalan que existen obstáculos a la reparación colectiva del
campesinado vinculados a la oposición de sectores interesados en profundizar los
beneficios derivados del despojo territorial, la marginación política, la frágil presencia
institucional, la concentración y el acaparamiento de tierras. A lo anterior se suma el
sesgo anticampesino de las políticas públicas de desarrollo rural pues estas fomentan
la actividad económica basada en la agroindustria y los proyectos extractivos (CINEP,
2015, p.6).
En la misma vía que Uprimny y Saffon, Giraldo, Medina y Bustillo crítican el concepto
de reparación integral en la medida que éste carece de una apreciación del contexto
social y político en el que se producen las violaciones de derechos humanos y por ello,
limita la forma en que se deben implementar las medidas de reparación. (CINEP, 2015,
p.7). En ese sentido, la construcción de una política de reparación debe ser desde una
perspectiva trasformadora para el sujeto colectivo del campesinado, y debe tener en
cuenta los instrumentos de derechos humanos de las Naciones Unidas, los instrumentos
del Sistema Interamericano de Derechos Humanos y aprovechar los adelantos de la
normatividad interna como lo es la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras ( CINEP,
2015, p.9 ), garantizando a la vez, como pilar fundamental, la plena participación de las
comunidades y organizaciones campesinas y la articulación y complementariedad de
las reparaciones tanto con las políticas sociales como con las políticas púbicas, pues
solo de esa forma se garantizaría la sostenibilidad de los efectos buscados con la
reparación ( CINEP, 2015, p.11 ).
Otra afirmación importante que se puede sostener a partir de estos autores
corresponde a que la reparación colectiva, busca resarcir los elementos de una
identidad colectiva afectada por las violaciones a los DDHH. (CINEP, 2015, p.23) y por
ello las organizaciones campesinas pueden ser consideradas como sujetos de
reparación colectiva, pasando primero, necesariamente, por reconocerse a sí mismas
como sujetos con identidad colectiva, con unidad de sentido.
Para reforzar y ampliar el sentido de este último punto es vital rescatar en gran medida
el proyecto desarrollado por el Centro de memoria histórica “Campesinos De Tierra Y
Agua: Memorias sobre sujeto colectivo, trayectoria organizativa, daño y expectativas de
reparación colectiva en la Región Caribe 1968-2015. Con él se deja claro que, desde todo
un universo de perspectivas, experiencias vividas y procesos territoriales de
comunidades y organizaciones, se logra reconstruir el campesinado como sujeto
colectivo. Además, se identifica los daños colectivos agenciados por diferentes actores
en el marco del conflicto armado en aras de explorar las expectativas de reparación que
como sujeto colectivo tiene el campesinado, relacionadas a la deuda histórica del Estado
respecto a sus derechos vulnerados, los mandatos de la ley 1448 de 2011, y las
oportunidades que se advierten con la firma de los acuerdos de paz (CNMH, 2016, p. 4).
Por otro lado, este documento presenta el marco conceptual desde el cual se desarrolla
el trabajo de investigación desde la perspectiva de la memoria histórica, a saber,
comunidad-territorio, sujeto colectivo y daño colectivo. Y también da cuenta de la
estrecha relación de los campesinos y su territorio; de las organizaciones como pilares
en el proceso de construcción del sujeto colectivo y de la comunidad; y de las
trayectorias organizativas vinculadas a la lucha por la tierra que fueron afectadas por
la violencia lo que degeneró en la desarticulación y despolitización de las
organizaciones y de los procesos comunitarios (CNMH, 2016, p.5-7).
La riqueza de las narraciones permite diferenciar dos procesos para comprender la
relación de la comunidad y de la organización. Por un lado, hay comunidades que,
conforme van avanzando en la necesidad de organizarse para resolver necesidades
propias del proceso de colonización y ocupación. Por el otro, son las diferentes
organizaciones los que, por medio de recuperación de tierras y reivindicaciones de
derechos, construyen vida comunitaria y posibilitan el proceso de construcción del
sujeto colectivo campesino. (CNMH, 2016, p.14).
Con respecto a la afectación comunitaria se pone de presente que la violencia limitó la
democracia, socavó las reivindicaciones campesinas, rompió el tejido social,
comunitario y organizativo de los campesinos, y restringió las capacidades de
movilización, acción y lucha del campesino. Es por ello que se encuentra como elemento
común la identificación de las comunidades, las organizaciones y el sujeto colectivo
campesino como sujetos de reparación colectiva en términos de reconocimiento del
campesinado como sujeto colectivo de derechos, lo cual implica la atención real y
efectiva a las reivindicaciones históricas por condiciones de vida digna que permita
habitar, laborar y, para algunos, retornar al campo, y realizar acciones orientadas a
establecer la verdad de lo sucedido, entre otras cosas . (CNMH, 2016, p.24)
4.1. Enfoque transformador en los Acuerdos de paz
Resarcir y satisfacer los derechos de las víctimas, constituyó el eje central del acuerdo
de paz. Por tal motivo, lo pactado dedica un acápite especial en el que crea un sistema
donde se busca dar una respuesta integral a todas las victimas por medio de distintos
mecanismos y medidas de verdad, justicia, reparación y no repetición. Este Sistema
parte por reconocer a todas las víctimas del conflicto, no solo en su condición de
víctimas, sino también, en su condición de ciudadanos con derechos (Acuerdo de paz,
2016). A la vez, posiciona el protagonismo de la participación de las víctimas en la
discusión sobre la satisfacción de sus derechos por diferentes medios y en diferentes
momentos.
Dicho esto, para la determinación de la reparación de las víctimas, el acuerdo enfatiza
en que las víctimas tienen derecho a ser resarcidas por los daños que sufrieron a causa
del conflicto, y además y principalmente, restablecer sus derechos y transformar sus
condiciones de vida en el marco del fin del conflicto, como condición para la
construcción de una paz estable y duradera. Desde esta perspectiva, y en el marco del
fin del conflicto, el Gobierno Nacional y las FARC-EP, se comprometen a contribuir de
manera directa a la satisfacción de los derechos de las víctimas y de las comunidades
mediante acciones concretas de reparación (Acuerdos de paz, 2016). Lo interesante del
mismo acuerdo, es que reconoce que los daños causados por el conflicto no solo fueron
de carácter individual o particular, sino que las comunidades y territorios también
fueron afectados y violentados.
Esto último tiene un desarrollo amplio con planes de reparación colectivo de carácter
territorial y nacional. En los planes de reparación colectiva con enfoque territorial, se
propone contribuir a transformar las condiciones de vida de las comunidades para que
puedan reconstruir sus proyectos de vida. Estos planes incorporan elementos tales
como medidas materiales y simbólicas, medidas de convivencia y reconciliación, así
como la articulación a los diferentes planes y programas acordados en el acuerdo y a
los esfuerzos de verdad y justicia. La participación activa de las víctimas y sus
organizaciones, será precisamente la base para la reparación.
Adicional y paralelamente, los planes nacionales de reparación colectiva, buscan a su
vez reconocer a los colectivos las especiales características de su victimización,
recuperar su identidad y su potencial organizativo, y reconstruir sus capacidades para
incidir en el desarrollo de políticas locales y nacionales en el marco de la legalidad. Así
mismo, contribuyen a la convivencia, la no repetición y la reconciliación.
BIBLIOGRAFÍA
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