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no.16 Primavera - Verano 2012
editaDiputación de Salamanca
presidente Francisco Javier Iglesias García
diputado de turismo y patrimonio Antonio Gómez Bueno
C/ Felipe Espino, 137002 SalamancaTlf.: 923 293 [email protected]
coordinaciónJosé L. Crego
colaboradoresA Mano Cultura, Luis Miguel Mata, Francisco Morales, José Antonio Sánchez Paso, Raúl de Tapia, Emilio Vidal Matías, José Luis Yuste.
fotografíasSergio Ampudia, Víctor Casas, Miguel Corral, Egido Pablos, Agustín Fernández Albalá, Oscar J. González, Agustín González Julián, Francisco Martín, Adrián Mateos, José Agustín Sánchez, Santiago Santos, Vicente Sierra Puparelli.
diseño y maquetaciónAlter Bi
imprimeGráficas Lope
portadaCamino Asentadero-Bosque de los Espejos (Fotografía: Francisco Martín).
La Diputación de Salamanca no se hace responsable de la opinión de los colaboradores. Queda prohibido reproducir total o parcialmente el contenido de la publicación sin autorización expresa del editor.
Ejemplar gratuito. Prohibida su venta.Depósito Legal: S. 51-2004
www.lasalina.es/turismo
Robledales. Paisajes de clorofila (pg.08)
Candelario, Quilamas, Sierra de Francia o El Rebollar, toda la franja meridional salmantina ofrece un sugestivo paseo entre robles y rebollos.
Arribes y SierrasEl nuevo aceite (pg.18)
Dos comarcas salmantinas de tradición olivarera, las Arribes y las Sierras de Francia y Béjar, han apostado por la calidad y el oleoturismo.
Béjar, alma de blues (pg.26)
A mediados de julio, aficionados y melómanos tienen una cita obligada; llega el festival internacional de blues de Béjar.
Los Arapiles Campo de batalla (pg.04)
El 22 de julio se conmemora el bicentenario de la batalla de Los Arapiles, o de Salamanca, que supuso el principio del fin de Napoleón.
Ledesma muda la piel (pg.12)
Tras un vigoroso proceso de renovación, una ruta urbana descubre la nueva Ledesma, la del patrimonio y la emoción.
Camino Asentadero Bosque de los espejos (pg.22)
Entre Sequeros, Las Casas del Conde y San Martín del Castañar discurre este camino de arte en la naturaleza, toda una tentación.
Cielos mudéjares (pg.30)
En las tierras orientales varios templos de humilde factura esconden uno de los tesoros mejor guardados del patrimonio artístico salmantino.
Revista turística de Salamanca
EN P
RIM
ERA
PERS
ONA
Monolito sobre el Arapil Grande; al fondo, el Arapil Chico y la ciudad de Salamanca.
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Los Arapiles* Por Francisco Morales. Fotografía: Santiago Santos
Campo de batalla
tados unos metros sobre el terreno que
les rodea, dos colinas que el caprichoso
destino predestinó para ser centro del
mundo en un momento de la historia.
Dos caminos naturales, uno “civilizada”
y recientemente asfaltado, se cruzan, hoy
como ayer, a la sombra de los dos alcores
hiriendo la limpia geografía a la que se la
añadió una posterior línea de ferrocarril
ahora abandonada. El silencio impera y,
en ocasiones, sobrecoge cuando el recuer-
do de lo allí pasado produce escalofríos.
Sucedió un 22 de julio de hace ahora dos-
cientos años, cuando cien mil hombres se
enfrentaron entre sí durante un largo día a
sangre y fuego, a bayoneta calada, con el
único premio de la vida o la muerte. Mas
conviene retroceder unas cuantas jorna-
das mientras se peregrina al más alto de
los promontorios para intentar escudriñar,
con la mirada que el tiempo nos ofrece, la
llegada de las cansadas tropas y poder así
recordar con emoción lo que allí se vivió.
A escasos ocho kilómetros de
Salamanca se encuentran las
poblaciones de Arapiles y Cal-
varrasa de Arriba y, entre una y otra, el
abierto campo de cambiante color: color
verde de las primaveras bien llovidas, co-
lor dorado de las espigas trigueras que
ondean bajo el sol primero, color cárde-
no de la tierra ya desnuda y preparada
para próxima cosecha. Y en medio, Los
Arapiles, el Grande (898 metros) y el
Chico (897 m.), dos tesos apenas levan-
Los Arapiles
con las encinas tronchadas y cundida la
tierra de caballos y hombres muertos –
al decir del tío Pascualón-, en éste que
vivimos tan sólo sopla el viento sobre lo
que hoy es enorme monumento funera-
rio abierto a todos los los cielos, punto de
encuentro para estudiosos de la historia
militar y lugar de meditación sobre la, a
veces, triste condición humana.
Mientras tanto, los días pasan por el Si-
tio Histórico del Campo de Los Arapi-
les, al pie de cuyas laderas discurren en
paz los peregrinos; unos, hacia el sur, se
dirigen hacia el sueño eterno de Teresa,
la santa andariega nacida en Alba tras
la muerte; otros, hacia el norte, por el
otro extremo y algo más lejano marchan
a la llamada de Santiago, el apóstol con
el que la carmelita reformadora comparte
el patronazgo de España, como fuera
confirmado por las Cortes de Cádiz,
precisamente y también en el año 1812.
Los Arapiles, en fin, un año, un campo
de batalla y dos caminos a recordar. A la
hora de las dos y media. Muerte y vida,
guerra y paz.
Grabado iluminado “Batalla de Salamanca”, de W. Heath/Clarke. El Arapil Grande con el monolito en la cima.
Atardecer en la ermita de Nuestra Señora de la Peña, Calvarrasa de Arriba. Abajo, paneles informativos en el teso de S. Miguel; al fondo, los dos Arapiles.
Eran las dos y media de un canicular día cuando cien mil hombres se enfrentaron
abierto; pero nada siento, sino la inmen-
sa paz que agradezco a los que por ella
murieron; pero nada sufro, sino al pro-
pio hombre queriendo romper el regalo
de la armonía. Y esta es la disyuntiva en
la que se mueve el género humano: paz
o guerra, aunque para conseguir la pri-
mera sea necesaria, desgraciadamente,
no olvidar la segunda.
No pudiéndose retener lo que es fugaz,
bien se optó por respetar el escenario en
el que tuvo lugar la batalla al que, junto
a las ya citadas, se asoman y circundan,
como entre bambalinas, las poblaciones
de Miranda de Azán, Las Torres, Santa
Marta, Carbajosa de la Sagrada y Te-
rradillos. Y si en aquél tiempo “las balas
iban rasas y las granadas con ellas” no
dejando tomillos ni tampoco carrasqueras,
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Francisco Morales es coronel (R) del Ejército del Aire, licenciado y Premio de Grado en Historia del Arte, y miembro del Centro de Estudios Salmantinos.
Eran pues las dos y media de un cani-
cular día de pleno estío cuando la gran
batalla se inició y que hasta que la luz
del sol declinó, se prolongó. Cien mil
hombres se enfrentaron, más de 10.000
fallecieron o fueron heridos.
Subido al Grande Arapil, sentado en la
grada del obelisco que recuerda tan his-
tórico avatar, intento hacer mía la historia
mirando por encima de los surcos abier-
tos en un campo en el que el valor tuvo su
asiento. Enfrente, al alcance de la vista,
el puesto de mando enemigo a cuyas de-
cisiones debo anticiparme. Abajo, tronar
de cañones, olor de pólvora, jinetes al ga-
lope, cruzar de sables, gritos enardecien-
do al combate, ayes lastimeros, estertores
últimos…; quiero entonces advertir, pa-
rar, hacer ver… pero nada veo, sino la
paz de un campo laboreado; pero nada
escucho, sino el quedo sonido del campo
y Encinas de Abajo. Al amanecer del día
siguiente continúan con su marcha en
paralelo salpicada con pequeñas escara-
muzas; sin saberlo, se dirigen al definitivo
encuentro en la ondulada planicie de Los
Arapiles, cuyo promontorio más elevado
es tomado por el francés, ocupando el
menor los aliados.
Las alturas del sierro,
“Peñasagudas” bien cerca
el teso de la “Cabaña”,
también el de la “Cuquera”,
las peñas del “Castillejo”
que tienen buena defensa
pasaron a la “Atalaya”
de Mirandilla, bien cerca
colocaron los cañones
hora de las dos y media
(Copla del Tío Pascualón)
Todo sucedió en el marco de la llamada
Guerra Peninsular (1808-1814) –“de la
Independencia” para nosotros-, en la que
Francia y Gran Bretaña dirimían sus cui-
tas y ansias de dominio al tiempo que Es-
paña y Portugal defendían su libertad ante
el invasor francés. Al mando de las tropas
aliadas –británicos, portugueses, españo-
les…- se encontraba el siempre dubitativo
Arthur Wellesley, lord Wellington; al fren-
te de las francesas, el mariscal francés Au-
gust Marmont. Tomada la decisión por el
inglés de pasar a la acción, cruza el río
Águeda el 13 de junio, toma Salamanca
dos semanas después e inicia una marcha
de persecución, de ida y vuelta, tras el
ejército francés que se había dirigido al
río Duero, llegando de nuevo al Tormes
el 21 de julio. Bajo un fuerte aguacero los
aliados pasan la noche en los alrededores
de la capital salmantina, mientras que los
napoleónicos lo hacen en los de Huertas
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I nabarcable,
luminoso, em-
baucador…
un robledal cosecha epítetos como
acto reflejo, inconscientemente. Los
ojos están acostumbrados a verlos de-
rramarse por las faldas de la sierra o
que la niebla gatee sobre ellos cuando
se inaugura la mañana. Reconocemos
un entramado denso de troncos y ra-
mas, engalanados con verdes de prima-
vera a verano, velados de amarillos en
el otoño, hasta teñirse de gris en el in-
vierno. Cuando los líquenes cubren su
desnudez durante los fríos, centellean
resplandecientes los días de lluvia. Pero
el verdor, esa adicción del paisaje por
la clorofila, es su personalidad.
Más allá de la presente postal de tiempos
y tonalidades está la dimensión del espa-
cio. Esa idiosincrasia del robledal sufre
gratas distorsiones sobre el topográfico de
la provincia. Su condición de bosque en-
treverado, a medio camino de las encinas
y las hayas, le permite dibujarse de varia-
dos estilos según donde nos encontremos.
Así, existe la floresta norteña, de conta-
gios atlánticos atrapada en las Quilamas
y Sierra de Francia. La Honfría, junto
a Linares, ejemplifica esta singularidad
donde nos encontramos las espectacula-
res azucenas silvestres o las peonías, esas
rosas de monte que tanto gustan a las
serranas. La proximidad del pico Cer-
vero incita a su atenuada ascensión;
* por Raúl Tapia, Fundación Tormes-EB Fotografía: Imágenes Naturales
dePaisajes clorofila
Robledales
Robledales y charca en Agallas, El Rebollar. Trepador azul en vuelo (Foto Oscar J. González).
PAIS
AJES
de enterrar bellotas para el largo invier-
no. El escaso olvido de su basta memoria
permite la germinación tan sólo de algu-
nas de ellas, ayudando en la regeneración
más espontánea.
Mas si queremos ahondar en el uso atá-
vico de las riquezas del campo, Peñapar-
da es la elección. El toque de su pandero
cuadrado nos relata vivencias cantadas a
la intimidad del fuego. Percusión de ro-
ble y cabra: la música de los emboscados.
Esta localidad esconde además, entre sus
chirpiales y brinzales, una vieja cantera
de piedras de molino. Todavía se ven al-
gunas muelas petrificadas en el tiempo,
detallando el esfuerzo del brazo para
arrancarlas de la roca madre y la atina-
da inteligencia de quien supo descifrar la
idoneidad del roquedo. El silencio de las
mazas y cinceles lo rellenan los leves sil-
bidos de agateadores y trepadores, aves
sabias que buscan su avituallamiento
entre los líquenes de las cortezas.
Este deambular deja para el final un
lugar tímidamente conocido y no muy
transitado. El Payo se baña de los arro-
yos que crían al Águeda. La impetuosa
luz entre la hojarasca apela a Sorolla
mientras el agua llama a Monet, riendo
en cada minúscula cascada. Quizás sea
el secreto de este lugar: agua y luz con-
formando una trinidad pagana con los
robles centenarios. Allí los regatos hue-
len a fertilidad, provocando una sensa-
ción de lugar primigenio. Igual son tam-
bién los trinos y canturreos, la tonadillas
de los petirrojos y herrerillos los que le
dan una patina de autenticidad.
Bajo esta alquimia, podemos cerrar la
vivencia con un paseo nocturno, aguan-
tar hasta que marche el día y dejarnos
conquistar por cárabos y autillos. En-
tonces sí conoceremos los robledales,
entonces sabremos por qué son encruci-
jadas para encontrarse.
invita a la contemplación. La Dehesa
cercana, que trepa pareja a los arroyos y
riberas del Cuerpo de Hombre, pasa del
monte en madurez a una juventud inci-
piente según nos aproximamos a Hoya
Moros. Hasta allí, el maridaje de bolos
graníticos y difíciles rebrotes se dejará
conquistar por la montaña altiva.
Estas tierras son también queridas por
los castaños que bordean la carretera
vieja que baja a Extremadura, en un
Asentadero-Bosque de los Espejos,
que revoletea también por Sequeros
y las Casas del Conde, permite el acer-
camiento a un privilegio que la naturale-
za ha querido dejar olvidado. El carballar
cuenta la historia pasada, aquella que ha-
bla de los glaciares de Béjar, lenguas de
hielo que un día se retiraron.
Y aquí, en las lomas que circundan la
villa ducal hallamos unos melojares dife-
rentes. Candelario abre sin duda este se-
gundo capítulo, con arboledas de media
montaña. Los prados, mantenidos por
vacas y pastores, tienen costuras de pie-
dra y roble. Aún se mantienen los muros
vivos, donde el granito de las morrenas
se minimaliza en forma de vallas. Es
en estas lindes donde no llega el diente
del ganado y el rebollo pervive a salvo,
orquestando un paisaje en mosaico que
desde sus más de mil cua-
trocientos metros seremos testigos
de la transición y diversidad de los
paisajes salmantinos.
Ya en la sierra de Francia, es ineludible
el paseo por tres enclaves. El primero nos
cita en Cepeda, junto al arroyo de San
Pedro, donde un puente de fábrica aus-
teramente bella nos pone a los pies de
ejemplares centenarios. Bien cerca tene-
mos el segundo, en la Herguijuela, don-
de su haya nos anuncia una flora donde
vendimiar imágenes nuevas con nuestras
cámaras. Algo nos dice al acercarnos al
lugar que hay algo distinto, ya cuajado del
espíritu de las tejedas. Pero el tercero
de los enclaves gana el órdago de la exce-
lencia. Y es que San Martín del Castañar
goza de un auténtico valle de carballos, el
roble cantábrico. Sin duda el Camino del
recorrido que atraviesa Cantagallo,
Puerto, Peñacaballera, El Cerro y Lagu-
nilla, para arrimar la ruta hasta Monte-
mayor del Río. El castillo se eleva sobre
el pueblo para estar a la altura estética
del lugar. Cualquiera de estas localidades
bien merece un receso, y Montemayor
obliga a conocer su cestería tradicional.
Desde el extremo meridional de Sala-
manca saltamos al suroeste, donde El
Rebollar adquiere mayúsculas. La vege-
tación se convierte en nombre propio al
bautizar a esta comarca. Mucho hay por
ver y andar junto a la raya con Portugal.
La distancia y el aislamiento han facilita-
do la pervivencia de usos y costumbres,
de folclore y gastronomía. Estos empare-
jamientos nacen de la utilización atávica
de los recursos naturales, que llegan a
nosotros bajo la nomenclatura de la tra-
dición. Su representación museística se
puede visitar en Navasfrías. Allí su museo
recoge fotogramas tangibles de un tiempo
que no volverá a ser. Hacerse montaraz es
en extremo sencillo, en un territorio fre-
cuentado por perdederos a vista de pájaro
desde el pico Jálama. La soledad del pa-
seo facilitará el encuentro con los arren-
dajos, aliados del roble con su costumbre
... engalanados con verdes de primavera a verano, velados de
amarillos en el otoño
Frondosidad de helechos entre los rebollos, Sierra de Francia. Flor de peonía o duelecabezas.
Micropaisajes de líquenes y musgos. Arriba, laderas del pico Jálama, El Payo.
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Las peonías, esas rosas de monte que tanto gustan a
las serranas
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Ledesmamuda la piel* Por Emilio Vidal Matías. Fotografía: Francisco Martín
En los accesos reciente-
mente se han acondicio-
nado aquí y allá pequeños
aparcamientos para no
perturbar el goce de quien
llega ávido de respirar tran-
quilidad y armonía. Deam-
bular por sus calles es una
búsqueda sensorial, destina-
da al disfrute y la contem-
plación de una villa histórica
en la que reencontrarse pau-
sadamente con la paz de sus
calles y una insinuante invita-
ción a la serenidad interior.
Durante el recorrido, la mirada
del visitante no se verá pertur-
bada por canalones, bajantes,
cables, aparatos de climatiza-
ción o rótulos comerciales; todo aparece tocado por
una mano melodiosa que los ha ordenado a su gusto
y antojo, sin que alteren una escena que resulta cau-
tivadora, buscando la belleza del paisaje urbano. Se
reconfortará descubriendo cómo se armonizan calles,
espacios libres y jardines, y prestando especial aten-
ción a los muros, perfiles, movimientos y encrucijadas.
Después le cuentan que la implicación de los vecinos
y el sentido de pertenencia de la ciudadanía han obra-
do el milagro. El cambio de lo subjetivo a lo colecti-
vo, vivir con la sensación de compartir han sido
1514
solemne de siglos de historia ha surgido
un nuevo escenario en el que palacios y
viviendas han sido vestidos de gala, con
una nueva piel para mirar de frente a la
modernidad. Es la nueva Ledesma, la del
patrimonio y la emoción, la de la expe-
riencia y el futuro.
atalaya, la villa también se revela como
bienhechora de los encinares próximos,
que se propagan hasta enseñorearse de
una parte importante de la provincia.
Su conjunto histórico se perfila como un
rincón en el tiempo, ceñido por la con-
fluencia de vías de trazado antiguo que
acudían hasta él para sortear y vadear el
Tormes. Río y caminos se abrazan a la
colina, hasta el punto de determinar su
estructura de defensa y condicionar el
asentamiento de los primeros pobladores.
Felizmente para propios y visitantes, la
señorial dama ha abandonado sus viejos
ropajes medievales anclados en el tiem-
po y ha asistido a un vigoroso proceso de
renovación urbana. Sobre una atmósfera
E ntre las diversas formas de aden-
trarse en la provincia de Sala-
manca para conocer sus tierras
y sus gentes quizá ninguna resulte más
sugerente que el recorrido por los con-
juntos históricos. Son doce núcleos ur-
banos distintos y complementarios, que
instruyen a los viajeros en el arte de in-
terpretar lo que a su paso encuentran.
Eso sí, todos ellos reverencian al prin-
cipal, la ciudad de Salamanca, que por
su categoría ostenta el rango de ciudad
Patrimonio de la Humanidad.
La altiva Ledesma es uno de estos muni-
cipios elegidos. Alzada sobre un promon-
torio, gobierna un paisaje de peñas gra-
níticas a orillas del río Tormes. Desde esa
Es la nueva Ledesma, la del patrimonio y la emoción, la de la experiencia y el futuro
Subida al adarve desde el patio de armas de la Fortaleza. Arriba: casa de San Nicolás y calle Paños (Foto Agustín F. Albalá).
Palacio de la familia López Chaves. Página anterior: acceso al casco antiguo desde el aparcamiento de El Castillo.
Ledesma
fundamentales para llevar a buen puerto este pro-
yecto de renovación urbana y recuperación social.
Absorto en esas meditaciones, el viajero no ha
reparado en una presencia silenciosa que le es-
colta desde el comienzo de la visita. Delicadas
señales y marcas situadas en calles y edificios
han sido destinadas a poner acentos al recorri-
do. Una señalización le acompaña sutilmente
en su deambular, formando parte de la ruta ur-
bana circular en la que todo ha sido dispuesto
para insinuar, sugerir o explicar los secretos
mejor guardados. Todo ello, susurrado en
forma de delicadas y pequeñas historias, que
desvelan incógnitas y misterios.
El itinerario se encuentra jalonado por cua-
tro espacios de interés principal y un faro,
que articulan en torno a ellos las claves
esenciales del recorrido. El principal es la
Plaza Mayor, en la que se dan cita los tes-
timonios esenciales del poder y la vida ofi-
cial: la iglesia de Santa María, los palacios y
los edificios concejiles. En este marco se ha
dado tradicionalmente cobijo a los aconte-
cimientos festivos y lúdicos más relevantes,
en los que participaban activamente los
habitantes de los barrios extramuros.
Desde allí, el Arco de los Roderos facilita
el acceso al mirador del Tormes, que con-
forma el segundo de los espacios. Este al-
tozano se encuentra suspendido sobre la
muralla que rodea la villa; desde allí es
posible vislumbrar la hendidura del río y
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Mirador del río Tormes desde un cubo de la muralla. Arriba: señal interpretativa de la ruta urbana. Página siguiente: la calle Toro, tras el proceso de renovación.
la leyenda del inocente Nicolás y el pér-
fido wali Galofre, que tuvo este emplaza-
miento como marco.
Concluido el recorrido y fatigado por el
deambular, el viajero se adormece por
el sopor, tras haber comido en alguno
de los restaurantes, situados extramu-
ros, que históricamente han recibido
a los visitantes del mercado medieval.
Mientras, por su mente desfilan imá-
genes de la metamorfosis contemplada.
Una realidad que aparece bañada por
una luz radiante que transmuta la piel
de la villa, dando paso a una nueva epi-
dermis acogedora desde la que penetrar
en el interior y captar su esencia. Al fi-
nal, el visitante percibe que el primer
elemento de tacto son los pies y descu-
bre que sentir esa nueva epidermis es el
sentido último del viaje.
El tercer espacio, el de la plaza de la For-
taleza, nos propone una invitación esce-
nográfica en un marco presidido por la
construcción militar y secundado por
los principales protagonistas del devenir
histórico: el cerco amurallado sobre el
que se asienta; el escudo concejil y via-
jero que preside la entrada; y el verraco,
un tótem perteneciente al primer pobla-
miento de Ledesma.
Finalmente, San Nicolás da nombre a
la única puerta de la muralla que per-
manece en pie. Desde este cuarto espa-
cio se accede a su adarve, convertido en
mirador privilegiado para contemplar la
vega del Tormes y especular en torno a
los berrocales que hicieron de Ledesma
un castro defensivo. Este paseo de Alon-
so Andrea, que así se llama, inmortaliza
la vida heroica y quijotesca de este ledes-
mino que ha sido honrado por la fantasía
popular venezolana de Caracas.
Antes de acceder al siguiente lugar em-
blemático resulta indispensable aceptar
la invitación que nos ofrece el paseo y
visitar el centro de interpretación histó-
rica “Bletisa”, la Ledesma romana, que
sin lugar a dudas constituye el faro de
la visita. En su interior la ruta urbana
alcanza otra dimensión y sus elementos,
aparentemente desconectados, adquie-
ren nuevo sentido. Unos y otros enca-
jan, formando un mosaico temporal
por el que desfilan la leyenda, la histo-
ria con mayúsculas y personajes como
el Padre Petisco, representante de una
villa ilustrada y acogedora.
Una ruta urbana susurrada en
forma de delicadas y pequeñas historias
A somada al Mediterráneo, no
podía ser de otra manera. Es-
paña, como el resto de países
que perfilan el Mare Nostrum, verdearía
sus aguas si en ellas reflejase el color de
sus olivos. Desde el pórtico levantino las
manchas de olivares se extendieron al
resto de las tierras peninsulares, inclui-
dos los valles meridionales de la mese-
ta castellana. Y si este árbol centenario
conquistó el paisaje, el zumo de su fru-
to se convierte en ingrediente rey de la
dieta y unción en la despedida final. En-
tre sus múltiples aplicaciones, el versátil
aceite también es luz, como sucede en
la localidad salmantina de Miranda del
Castañar cuando, en la noche de cada
7 de septiembre, la Virgen de la Cuesta
recorre entre candiles y faroles el camino
que separa su ermita de la iglesia.
Precisamente, esta villa condal está en-
clavada en una de las dos comarcas oliva-
reras que acoge la provincia de Salaman-
ca, en concreto las Sierras de Francia y
Béjar, reconocidas como Reserva de la
Biosfera por la UNESCO. La otra son
Las Arribes, en los límites con el vecino
Portugal y con declaración de Parque
Natural. Cada una de ellas presenta
personalidad paisajística propia y ambas
pueden presumir de aportar indudables
argumentos en torno a la nueva cultura
del aceite y el oleoturismo.
Salamanca, con seis almazaras ubicadas
en Ahigal de los Aceiteros -etiqueta de
ecológica-, Aldeadávila de la Ribera y
Villarino en Las Arribes, Garcibuey, La-
gunilla y Sotoserrano, en las Sierras, ha
apostado decididamente por la calidad
de su aceite virgen extra. Y, junto a ello,
enarbola la bandera la defensa de un
paisaje, una biodiversidad y una forma
de vida, al tiempo que evita la conde-
na de ese árbol de estética caprichosa y
longevidad desafiante.
Se muestran aquí los olivares, por lo ge-
neral, en parcelas aterrazadas, ganadas
desde tiempos remotos a base de esfuer-
zo y tesón por quienes se empeñaron en
hacer cultivables aquellas laderas al abri-
go de vientos insanos. Es peculiaridad
Arribes y Sierras
* Por José Luis Yuste
El nuevo aceite
Aceite de oliva virgen extra salmantino,sinónimo de calidad (Foto Santiago Santos).
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Aceitunas de la variedad Manzanilla Cacereña (Foto José A. Sánchez).
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predios nos ofrecen; conocer a sus gentes,
sus pueblos, su singular arquitectura en al-
gunos casos, sus costumbres y tradiciones.
La cata es otro elemento fundamental
para que gastrónomos y cocineros pue-
dan apreciar las virtudes, en este caso, del
aceite de oliva salmantino. También per-
mite adentrar en este particular mundo
a aficionados y profanos en la materia, y
al tiempo familiarizar a los escolares con
este fruto esencial de la dieta mediterrá-
nea. Ahí se diferenciarán las característi-
cas organolépticas que confieren persona-
lidad al zumo de la aceituna que debe ser,
como atributos positivos, frutado, amargo
y picante, todo ello en sus diferentes ma-
tices. Color, sabor, fragancia, densidad...
relación, en Villarino de los Aires saben
de la Cornicabra, con matices sobre la to-
ledana. En la Sierra de Francia no se olvi-
dan de la Ocal, hablando de su reciedum-
bre ante las heladas y haciendo guiños a
su recuperación.
En época de fríos, allá por noviembre o
diciembre, se apañan las aceitunas. Pre-
feriblemente a mano, ordeño,
las de verdeo, o vareando
de la provincia, en la que predomina la
variedad Manzanilla Cacereña, buena para
verdeo y con aceituna destinada a mesa,
como lo ponen de manifiesto las cantida-
des que recogen Lagunilla, Sotoserrano y
Valdelageve, sin que ello suponga renun-
cia de almazara. No faltan autóctonas. De
hecho, el Banco de Germoplasma Vege-
tal de Córdoba ha catalogado la Zor-
zal de Arribes y, aunque no for-
me parte de la selecta
son elementos que cuentan. Catas se
desarrollan ya en la Sierra de Francia,
donde junto con la de Béjar, se acaba de
presentar la I Ruta Oleoturística; también,
a nivel privado, en algunos puntos de Las
Arribes, donde existen almazaras de
los siglos XVIII, como la de Ahigal de los
Aceiteros o el Lagar del Mudo, converti-
do éste en espacio museístico en torno
al aceite, en San Felices de los Gallegos.
Ambas localidades están unidas por el
GR-14, Senda del Águeda, que pone ca-
mino hacia Santiago.
En este proceso hacia una nueva cultu-
ra del aceite en las tierras salmantinas
resulta vital que se consoliden los pro-
yectos de dinamización existentes, me
dice el experto que ha sido mi guía en
esta incursión oleícola; en concreto, que
la marca de calidad Tierra de Sabor lo
acoja ya desde la próxima campaña, y
que fructifiquen los trabajos encamina-
dos a conseguir una Denominación de
Origen: Duero Internacional y crear un
Panel Internacional. Que sea.
-bien manual, bien con medios mecáni-
cos- las destinadas al lagar. Allí, huyendo
de que se atrojen, se desarrollarán todos
esos pasos del proceso de extracción oleí-
cola cada vez más automatizado y con
mayores controles que garanticen la ca-
lidad que se pretende: limpieza y lavado,
recepción en tolvas, molturación en el
molino, paso por la batidora para calen-
tar la masa, centrifugación con separación
de aceite y alperujo, decantación… hasta
llegar al exquisito zumo oleoso. Sin duda,
una gratificante vivencia para el visitante.
Lo mismo que lo será recorrer las zonas
olivareras salmantinas, los terrenos que al-
bergan esos árboles más sugerentes cuan-
to más añosos, experiencia que permitirá
conocer in situ los entresijos de su ubica-
ción, los microclimas, características de
los terrenos, los porqués de un modo de-
terminado de recolección, los avances en
este sentido para evitar defectos al fruto. Y,
desde ahí, completar el disfrute con las es-
tampas serranas o arriscadas que aquéllos
Las Sierras de Salamanca estrenan Ruta Oleoturística
... parcelas aterrazadas, ganadas desde tiempos
remotos a base de esfuerzo y tesón
Labranza del olivar. Derecha, recolección de aceituna tras el vareo (Foto Víctor Casas). Abajo: olivos en bancales (Foto Vicente S. Puparelli).
El museo del aceite “El lagar del Mudo”, en S. Felices de los Gallegos (Foto Francisco Martín); el zumo de la aceituna, tras la extracción (Foto Miguel Corral).
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E ste camino circular de arte y
naturaleza, denominado Asen-
tadero- Bosque de los espejos,
recorre diversos paisajes de la Sierra de
Francia y une tres pueblos: Sequeros, Las
Casas del Conde y San Martín del Cas-
tañar. Convive con otras rutas (tramo de
GR -184 y la senda circular San Martín
del Castañar) y en su transcurrir ofrece al
caminante sorpresas, reflejos, metáforas
y espejos, repartidas por el bosque y las
piezas escultóricas ocultas en él. Reme-
mora cuentos inmemoriales e invita al ca-
minante al juego de imaginar significados
para lugares que no fueron inventados,
sino que ya eran antes de que los pies de
alguien llegaran hasta allí.
Puede iniciarse en cualquiera de los
municipios citados, siguiendo el sentido
aconsejado. En este paseo, más literario
que real, salimos desde Sequeros para
evitar subidas pronunciadas. Dejamos la
ermita del Humilladero y llegamos has-
ta un espacio ganado para la naturaleza
y las personas. Donde ahora aparece la
silueta de una casa que abraza a un ár-
bol (La casa del árbol, de Luque López) se
asentó durante año un vertedero. Ahora,
anulado y convertido en un lugar de
juego y encuentro, la casa protege al
árbol con la promesa de conservar
y repoblar. Si la naturaleza es tan
vulnerable, nosotros, reflejo de la
naturaleza, también.
El camino desciende hacia Las Casas del
Conde y se desenvuelve entre robles,
castaños, acebos y madroños. Es
alegre y frondoso, donde enor-
mes rocas se cubren con
musgo espeso que
aparece mullido
y aterciopelado
en el tiempo
húmedo.
Camino Asentadero
* Por A Mano Cultura
Bosque de los espejos
El paisaje estaba ahí. Los árboles, las sombras, las torrenteras delgadas, los narcisos en invierno, los madroños que nunca amarillean. Había también, sobre esta misma geografía, otras sendas para pasear, para inventar historias y recrearlas.
San Martín del Castañar
Las Casas del Conde
Sequeros
Pasarela sobre el arroyo Buenamadre (Foto F. Martín).
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madera lo que esta parecía guardar en
sus entrañas.
Al abandonar Las Casas del Conde se
encuentra un sorprendente Calvario en
medio de un robledal. Las cruces de gra-
nito se confunden con las ramas en un
juego de reflejos que se acrecienta en la
caída de la tarde.
Hasta San Martín del Castañar el traza-
do se empina, y vuelven a aparecer los
Mochuelos blancos que observan desde
las peñas y una puerta doméstica (Al otro
lado, de Manuel Pérez de Arrilucea) que
no da entrada al dormitorio… Ahí está
para hacer sonreír, imaginar, para tras-
mitir sensaciones imprevistas: “Pasa por
esta puerta que da a la naturaleza aun-
que creas que vienes de ella”. ¿Cuál es
el dentro y cual el fuera? ¿Por qué te em-
peñas en atravesar puertas que no van a
lugares nuevos? Lo insólito y lo inespe-
rado nos provoca. El camino desemboca
se encaraman en las rocas, y Efímeras
magentas (de José Antonio Juárez), que se
adhieren a los muros de las viviendas de
Las Casas del Conde cuando el cami-
no se cuela por sus callejuelas. En este
pueblo se puede admirar el trabajo de
un artesano que termina sacando de la
En este tramo las intervenciones artísticas
parecen lanzar, desde el humor, pregun-
tas al caminante: una roca cosida con una
desproporcionada aguja (A puntadas, de
Luque López), búhos extrañamente blan-
cos (Mochuelos, de Pablo Amargo) que jue-
gan con el vacío para lograr sus formas,
Sorpresas, reflejos, repartidos por el bosque,y las piezas escultóricas
ocultas en él
Entre San Martín y Seque-
ros existe una variante, que
conduce hasta Las pozas del
Caraba, desembocando cer-
ca de Las Casas del Conde.
Ahí el bosque se cierra y
se hace más húmedo. En-
contramos cerca del agua,
donde los narcisos hacen
un jardín, un árbol de pa-
labras (Del reflejo de las pala-
bras, de Luque Lópe) que
brillan y reflejan el bosque.
Una llamada a evocar al
muchacho que se miró
en el agua y se enamoró
de su imagen ahogándose
en su espejismo. Las flores luminosas re-
cuerdan su nombre y su belleza efímera.
La llegada a Sequeros, desde donde par-
timos, se hace en un descenso suave has-
ta la ermita. Un paseo por los soportales,
el teatro y la gastronomía completan una
ruta donde el caminante se puede llevar
la experiencia de haber caminado entre la
realidad y sus espejos. Espejo y puerta
para pasar al otro lado.
Les ponemos nombres a los caminos y se
incorporan elementos que nos invitan a
mirar el paisaje con otras referencias. Poe-
sía, misterio, juegos de espejos, peregrinos,
todo para realzar una naturaleza espléndi-
da que, en cualquier época del año, nos da
la ocasión de encontrar entre su vegeta-
ción un reflejo de nosotros mismos.
en las proximidades de S. Martín, con la
posibilidad de entrar al pueblo y disfru-
tar de un urbanismo serrano incompara-
ble y de unos dulces celestiales.
Continuado la ruta, nos sorprende una
sólida construcción entre torre y estante
(Torre de intercambio, de Jesús Palmero) que
refleja la luz en sus metales y nos invita
a depositar un recuerdo, a dejar un testi-
monio del recorrido para otros caminan-
tes. Una pasarela de madera serpentea
sobre un arroyo, y permite un divertido
juego sorteando los árboles.
Proseguir hacia el punto de partida es re-
correr ahora una parte de un antiguo ca-
mino, El asentadero de los curas, llamado así
por una gran roca en forma de banco que
acogía conversaciones de los párrocos del
contorno. Se conservan en este tramo al-
gunas de las piezas que formaron parte
de esta narración: una ciudad y una ca-
beza talladas en la roca, una pluma, una
vidriera que recuerda el lugar que ocupó
la ermita de Santa Lucía, unos pájaros
realizados en cerámica, todas realizadas
por artesanos de la zona.
Página anterior: Luna llena en el barrio del Castillo Alto; la Moza de Ánimas, rezando su letanía.
Algunas de las obras del camino: A puntadas. Arriba, Del reflejo de las palabras, y Al otro lado. Página anterior, Mochuelos (Fotos Francisco Martín).
Templo parroquial de Las Casas del Conde. Arriba, La casa del árbol (Fotos F. Martín).
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* Por José A. Sánchez Paso
alma de Béjar,blues
El fibber bejarano es un blusero cas-
tizo que se alimenta de vino y cal-
derillo -el humeante guiso de carne
de vacuno y patatas pimentonadas típi-
co de la ciudad ducal–; es también aquel
que sestea bajo los castaños, mientras
tararea en inglés meseteño romances de
ausencia que un negro en un balancín
musitaba en el delta del Mississippi, con
un solo diente y una armónica.
Sirva todo lo dicho para hacerle memo-
ria al lector de que vuelven las noches de
blues un verano más a Béjar, en la cita
inexcusable para todos los aficionados a
la más popular música negra del último
siglo. En esta edición 2012 una decena de
artistas subirán a distintos escenarios
de la ciudad los días 13 y 14 de julio para
dar cumplida razón al XII Festival Inter-
nacional de Blues. Este acontecimiento
musical se ha ganado a pulso un lugar de
honor en el circuito blusero de nuestro
país, y constituye al mismo tiempo una
referencia cultural veraniega en las lin-
des serranas de Salamanca.
Desde que comenzó el milenio, el buen
signo de la música nacida en Nueva Or-
leans se instaló en el exótico hábitat del
albero de la plaza de toros de El Casta-
ñar, un emblemático recinto que data de
los primeros años del siglo XVIII. Igual
que en otros sagrados y legendarios es-
cenarios se recrean las tragedias griegas,
sobre las irregulares gradas pétreas de
este coso histórico se remansarán las olas
eléctricas del blues migratorio que
E stamos a las puertas del gui-
tarrazo negro que anuncia el
comienzo de una nueva edi-
ción del Festival Internacional de Blues
de Béjar, ese relámpago nocturno que
incendia El Castañar, el monte umbroso
a la vera de la ciudad textil, y que tarda
en apagarse un par de días.
Intuyéndolo, el fibber -para entendernos, el
seguidor habitual del festival- se enfunda
en la ropa más cómoda, se desaliña de for-
ma cuidadosa y se mira en el espejo antes
de emprender la marcha hasta ese hervi-
dero del blues en que durante una sema-
na se convierte Béjar. El fibber, digámoslo,
no es el británico que se nutre de cerveza
ante un escenario playero de Benicassim,
como el vulgo equivocadamente cree.
27
Eugene Hideway en el festival bejarano (Foto Egido Pablos).
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conciertos que tendrán lugar en el isabe-
lino teatro Cervantes y en el café-bar La
Alquitara. Para los muy aficionados que
pretendan además adentrarse en los se-
cretos del género se programa un curso
intensivo de aprendizaje, que tiene lugar
a cargo de músicos profesionales en el al-
bergue de Llano Alto, a escasa distancia
de El Castañar.
Por sí mismo el Festival sería motivo
más que sobrado para pasarse por Béjar
vendrán desde distintos lugares del mun-
do. En ediciones anteriores, pasaron por
allí artistas como Elliott Murphy, Buddy
Miles, Joe Turner, Popa Chubby, Canned
Heat, Anna Popovic, John Lee Hooker
Jr., Javier Vargas, Deborah Coleman, Ten
Years After, J. Teixi Band, Phil Guy, The-
Yardbirds, Javier Campillo, The Fabulous
Thunderbirds o Raimundo Amador.
Previamente, a lo largo de toda la sema-
na, el festival irá ganando ambiente con
a mediados de julio. El lector se dará de
bruces con toda la música, la iconogra-
fía y la emoción que produce el blues en
las noches veraniegas bajo los castaños
y las estrellas. Pero como no solo de pan y
blues vive el hombre, el visitante también
podrá disfrutar de los atractivos turísticos
de una de las zonas más sugestivas de Cas-
tilla y León, incluyendo los tres conjuntos
históricos que se apiñan en la comarca: el
propio Béjar, Candelario y Montemayor
del Río, éste último con su castillo, ahora
musealizado como centro de interpreta-
ción del medievo. A muy poca distancia
se encuentran el balneario de Baños de
Montemayor y el barrio judío de Hervás,
y alargando más la mano se puede to-
car la belleza de tantos parajes y pueblos
de la Sierra de Francia. Si el lector fuera
andariego, siempre es posible calzar las
botas y trepar a las cumbres montañosas
de la sierra de Béjar, o acercarse a la esta-
ción de esquí de La Covatilla.
Sin salir de Béjar, por aquello de que el
blues es de costumbres nocturnas, duran-
te el resto del día se dispone de tiempo
para visitar el museo de Mateo Hernán-
dez, considerado el mejor de escultura
animalística del siglo XX; el museo judío
David Melul, o el museo Valeriano Salas,
con una colección de piezas orientales
sorprendente. También la ciudad brinda
un paseo por la esplendorosa y comercial
calle Mayor, donde la burguesía textil
construyó unas galerías acristaladas que
compiten entre sí, desembocando en la
Plaza Mayor, con el palacio ducal de los
Zúñiga en lo alto y el casco viejo detrás.
Si la calor aprieta y la modorra aplaca el
entusiasmo, uno siempre puede despabi-
larse acudiendo a darse un baño en las
aguas del Tormes en Puente del Congos-
to, o refugiarse en las numerosas piscinas
públicas que existen en la comarca. Todo
vale para reponer fuerzas que permitan
encarar los latigazos del blues noctur-
no en la plaza de toros de El Castañar,
esa especie de barreño de miel donde
el buen blusero se embadurna de los
doce compases, hasta quedar lo sufi-
cientemente pringoso como para que
los dedos ya no le chasquen.
Acabado el Festival, en ese dulce es-
tado y con la lengua pegajosa, el fibber
regresa, como los osos, al rincón escon-
dido del que salió, bosteza relamién-
dose y se duerme de nuevo. Por sus
ojos, todavía plateados por el último
guitarrazo, desfilan ritmos, imágenes y
sensaciones, cálidos recuerdos de una
noche bejarana bajo las estrellas.
De arriba abajo: Eugene Hideway Band (Foto Egido Pablos); jam session al aire libre; plaza de toros de El Castañar, principal marco del festival (Foto Sergio Ampudia).
Público en uno de los conciertos (Foto Adrián Mateos); actuación de Angela Brown (Foto Egido Pablos).
En la próxima edición estrenará el sello de Fiesta de Interés Turístico Regional
El festival internacional de blues, ese relámpago nocturno que incendia
El Castañar
Toda la música, la iconografía y la emoción que produce el blues
Béjar
Cielos
* Por Luis Miguel Mata. Fotografía: Nodal Imagen
mudéjares
A l este de la capital se extienden tierras llanas, de horizontes diáfanos y prolija
producción agraria. Limitan con la vecina provincia de Ávila y aglutinan espa-
cios de las denominadas comarcas de las Villas, Tierras de Alba y Peñaranda.
Los pueblos mantienen un carácter plenamente castellano: la plaza mayor organiza y
ocupa el centro del caserío, mientras la iglesia destaca como elemento singular, protago-
nizando el perfil de la localidad y la vida cotidiana de los habitantes.
En esos templos de humilde factura se esconden curiosamente unos de los tesoros me-
jor guardados del patrimonio artístico de Salamanca. Nos referimos a las magníficas
cubiertas y artesonados del mudéjar, que cubren muchas de sus naves.
El término mudéjar tiene su origen en el vocablo árabe ”mudaÿÿan”, que se traduce
como “domesticado, o aquel al que se le ha permitido quedarse”, haciendo referencia a
los musulmanes que permanecieron en estos lugares del interior de Castilla, sometidos
a los cristianos. En claro ejemplo de convivencia y permisividad, conservaron su modo
de vida, costumbres, lengua y religión en un entorno de predominancia cristiana.
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de gran plasticidad y valor estético, donde
el arco de medio punto protagoniza los
elementos decorativos.
En el interior las naves se cubren hacien-
do uso de una solución ingeniosa, carac-
terizada por su gran ligereza y economía
constructiva, en forma de techumbres y
De tal modelo de concordia surgió el
vocablo que ha pasado a definir el estilo
artístico que impulsaron estos alarifes ex-
pertos en el uso del yeso, el ladrillo y la
carpintería de madera. Nace, así, un estilo
artístico único y genuinamente hispano
caracterizado por su sencillez, bajo coste,
ligereza y rapidez constructiva, donde se
aunaba la herencia andalusí y la tradición
cristiana. Ábsides, paramentos y altivas
torres campanario se levantan de fábrica
de ladrillo macizo, cubiertos de frisos y ar-
querías ciegas, en un juego de volúmenes
uno de los tesoros mejor guardados del patrimonio artístico de Salamanca
Lazos, atauriques, mocárabes,
estrellas y chellas
Naves interiores de la iglesia de Macotera. Página anterior: artesonado, parroquial de Cantaracillo.
De arriba abajo: detalles de los artesonados de los templos de Macotera y Rágama (Fotos A. G. Julián).
artesonados del mudéjar. Atrás quedan
las pesadas bóvedas de piedra que no po-
drían ser sustentadas por estos muros de
tapial o mampostería de ladrillo; apare-
cen cubiertas planas o en forma de artesa
invertida, donde la madera cobra todo el
protagonismo de la edificación.
Aunque predomina su diseño austero y
sencillo, a veces se hacen complejas y apa-
recen repletas de elementos de tradición
islámica como lazos, atauriques, mocá-
rabes y estrellas, utilizados siempre para
cubrir naves centrales, capillas mayores o
laterales o espectaculares sotocoros.
El gran éxito de este sistema de cerra-
miento perduró en el tiempo y se perpe-
tuó en otros estilos constructivos poste-
riores, como en el Renacimiento.
En esta porción del oriente salmantino
son muchas las localidades que enga-
lanan sus templos con este tipo de cu-
biertas. Recomendamos al viajero que
sucumba a la tentación de descubrir por
sí mismo estas humildes joyas de influen-
cia mudéjar. Sin ánimo de menospreciar
otras, les animamos a que visiten las de
Macotera, Cantalpino, Villoria, Rága-
ma, Cantaracillo, Zorita de la Frontera,
Tordillos, Galinduste, Terradillos, San
Cristóbal de la Cuesta o San Morales.
La villa de Macotera esconde en su tem-
plo, dedicado a Nuestra Señora del Casti-
llo, una de las más bellas techumbres mu-
déjares de esta provincia, fechada entre
los siglos XV y XVI. Su nave central
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Mocárabe (elemento decorativo colgante). Abajo, ábside de la iglesia de Peñarandilla.
tada con un racimo de mocárabes central.
La belleza de su policromía, sus dorados
y la abundancia de sus elementos decora-
tivos le otorgan una belleza incontestable.
En Zorita de la Frontera la iglesia, bajo
la advocación de San Miguel Arcángel,
adorna la nave central con una cubierta
de par y nudillo, con seis tirantes apoya-
dos sobre canecillos y notables elemen-
tos decorativos que aportan notoriedad
a esta armadura medieval. El pueblo de
Tordillos cierra esta somera e incompleta
relación de templos de interés con tan pe-
culiares tipos de cubrición. Su parroquial
adorna la capilla mayor con una pequeña
estructura ochavada, sustentada con dos
tirantes, con lazo de ocho, en agradable
interacción con una serie de flores blan-
cas talladas que rompen su monocromía.
A partir de este repaso inconcluso, amigo
lector y viajero, queda en sus manos la ta-
rea descubridora de estas joyas religiosas,
donde la madera se torna arte.
Otro de los hitos de la misma
se encuentra en la iglesia de
Cantaracillo, con una arma-
dura en la que destacan las
ruedas de lazo de dieciséis y
los racimos de mocárabes.
En Cantalpino, el templo
de San Pedro esconde una
estructura ochavada de par
y nudillo, con cuatro pares
de tirantes, con interesantes
entrelazados geométricos y
racimos de mocárabes. Vi-
lloria y su parroquial –también dedicada
a San Pedro- presenta una cubierta del
siglo XVI, en la que predomina la armo-
nía derivada del carácter monócromo de
la madera y de su sencillo diseño.
Cerca del límite con las tierras abulenses
de La Moraña se sitúa otra de las más
bellas techumbres mudéjares de Sala-
manca. En la localidad de Rágama su
templo parroquial cubre la capilla del
Evangelio con una estructura de perfecta
forma octogonal, con lazo de diez, rema-
se remata con una estructura ochavada y
de limas, con seis pares de tirantes, reple-
ta de mocárabes, estrellas y chellas.
Su compleja estructura de lazos delica-
damente dorados y su excelente estado
de conservación le otorgan una gran be-
lleza que se completa con los dos mag-
níficos alfarjes (cubiertas planas) que
adornan el sotocoro, con un friso y espec-
taculares mocárabes que cuelgan del te-
cho. Una visita ineludible para iniciar esta
singular ruta artística.
Patrimonio de la Humanidad