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Sonetos consentidos
Alicia Gutiérrez
Sonetos Poesía Literatura
1
Aún mantengo todo lo prometido, la quietud, la constancia, el embeleso, comprender sin pensar, cargar sin peso, poner hilo de seda a lo sentido. Con el tiempo que pasa dilapido el placer de mirar, el contrapeso de todo lo fugaz, y soy por eso algo más que real, lo sugerido. Es tan frágil y leve mi doctrina que merece pasar como una onda que ni levante el polvo ni defina; contenida y callada, que se esconda, que no busque encontrar la medicina del ser capaz ni la verdad redonda.
2 Parquedad y templanza, paz mediana, la prudencia y mesura, lo discreto, eludir el temor dispuesto al reto, que apenas se despierte la profana emoción de saber: meta liviana, sensación de verdad, hilo secreto, constante vaguedad, principio escueto, razón de subsistir, causa lejana. Nunca tendrás de todo lo soñado algo más que una imagen diluida de aquel fervor apenas contestado. La vida sin valor casi no es vida: tener, morar… El fruto revelado siempre brotó después de la caída.
3
Si al menos te quitara de mi mente, si pudiera pensar sin tu presencia estaría tranquila y mi conciencia saldría de su estado de indigente. Si contigo lo hablara abiertamente perdería, lo sé, cierta querencia que de ti es mi sola pertenencia escasa, parca y casi siempre ausente. Y no temo la vida más amarga por terminar con tanto desaliento porque así la padezco opaca y larga. Debiera, pues, decirte lo que siento para poder librarme de esta carga, y lo demás que se lo lleve el viento.
4
Ha tenido esta tarde el abandono de las nubes difusas, de la espera que a veces se solaza, la somera e insulsa ambigüedad del medio tono que apenas quiere hacer. Mas me perdono porque al volver el sol seguí la hilera de los árboles pares, la vereda de la escueta verdad. Te lo menciono pues no puedo creer que tu certeza, ese algo más sentido que pensado, más manzana o membrillo que cereza, quiera vivir sin mi. Doy por sentado que ni alarmas, cautelas o torpeza puedan desalentar tanto cuidado.
5
Miro el tiempo y los jugos que destila, el candor de la miel, de la granada, el azul ultramar de la alborada, el extenso clamor de clorofila. Qué constante la luz que nos perfila, el alma general que nos traslada junto al agua y al pez, a la delgada noción de realidad que nos vigila. Somos el fiel, el grial, sabiduría, llevamos el minúsculo testigo que sueña y que define, que diría que están la vanidad, dolor, castigo, al lado del amor y la utopía y que se hacen bondad si estoy contigo.
6
Si pudiera decirte que te quiero sin que nada cambiara en nuestras vidas, sin siquiera curarte las heridas sin que acudas a mí si desespero. Si supieras que siempre considero que doy mis esperanzas por perdidas… No levanto promesas tan sentidas; nada cambio, de nada me apodero. Compruebo lo que esconden tus enojos temiendo se te escapen de la boca los “te quiero” que dices con los ojos. Yo sé dónde la vida nos coloca: antes negar que provocar despojos, y comprobar que siempre se equivoca.
7
Soy el ciego que sustenta en la mano el perfume de una fruta incolora que no logro alcanzar, se me evapora a poco que la aspiro o la desgrano. Será que sólo accedo a lo profano de este mundo velado en donde aflora sonido, tacto, olor, pero atesora el suceso de luz y lo hace arcano. Lleva la realidad tanta espesura que no tengo sentido que elabore de tal intensidad la conjetura; salvo el toque de gracia que incorpore al momento fugaz de la criatura la emoción y esplendor que me enamore.
8
Tu perfil es la forma que atesoro como un bello trazado en la ventana, con sustancia de sombra tan liviana que casi no distingo lo que exploro. Tu cuerpo es el espacio donde moro, la noche que nos guarda ¡tan ufana! Una línea nos une meridiana, y el tiempo que vigila es insonoro. Quiere el sueño robarme de la aurora, de verte en la ventana comprendido, y acude con promesa tentadora. No sabe que otro sueño he perseguido, que celo como Diana, aquí y ahora, y que dormir será tiempo perdido.
9 He visto la magarza esta mañana con pétalos cargados de rocío alhelíes que nacen junto al río, hinojos y arrayán en plena grana. Los berros han nacido donde mana la fuente de dos cuartas que el estío deja en chinitas pardas; desafío: es tan joven, tan clara, tan liviana. Las pequeñas orquídeas, la brecina, se reparten la sombra del aliso; el torvisco y jazmín bajo la encina… Está brotando gracia y no hay permiso que pueda doblegar tal disciplina ni cabeza que sepa lo que piso.
10 Cualquier perplejidad, cualquier indicio por muy débil que venga a la memoria levanta mi inquietud, casi la euforia, para dejarte entrar por un resquicio del endeble disfraz de mi artificio, que quiere camuflar toda tu historia, viviendo sin vivir pena ni gloria antes que malgastar mi amor y juicio. Mas te cuelas como un dulce aliado que ignorase el revés de nuestra vida, que no hubiese aterido ni menguado, que me acusó mientras estaba herida sin tener ni argumento ni cuidado, y pregunta por qué soy la que olvida.
11 Vámonos a la mar, a Sirio, a Umbría... Que nada nos detenga, ni las graves constancias del deber, ni los suaves deleites de la piel, falsa ambrosía cuando escondida espera todavía la línea que sella las verdades, el engarce de todo lo que sabes, la fatal voluntad de la osadía. Destila el corazón, el falso goce, abandona tus lastres gota a gota, sutil es la verdad de quien conoce; y sin temor a la isla más remota, ni al canto de sirena o quien lo esboce,
que es tu primer deber la tierra ignota.
12
Yo no sé por qué estás en todas partes. Si no soy quien te llama, ¿por qué acudes? Hasta los pensamientos me sacudes y me lo ocupas todo sin pensarte. ¿Quién ordenó este tiempo para amarte? No fui yo quien pidió solicitudes que camuflan avaras inquietudes tras la vana obsesión de sublimarte. No soy dueña de mi pues si lo fuera te guardara tan lejos de mi vida como cauta a mi alma protegiera. Y por eso me quiero contenida, pues si dueña no soy, aunque quisiera, puedo robarte mi alma desvalida.
13 Qué fácil escribir de toda ausencia. El tiempo opaco y obvio, casi grave, de paso lento, vano, de que acabe con la cordura fiel de mi paciencia, de no saber cuál es la diferencia entre lo que se gusta y lo que sabe, de habitar el espacio donde cabe mi privación o tú, y mi adherencia. Qué difícil hablar de tu abundancia. ¿Para qué compartir lo que consigo? Perdidos el temor y la distancia no necesito a nadie por testigo; hasta le robo al tiempo su arrogancia. Nada es preciso ya si estoy contigo.
14 Un soneto a mano de la esgrima: cada verso como una floreada que baile limpia, cierta y afilada; mejor templar que reasentar la rima. Parar, blandir, la treta que me anima; saber marcar, la meta intencionada. Decir, poner al filo de la espada el ánima que de esta forma imprima. Mirar sin ver detrás de la celada para salir temblando a la palestra a recibir la certera estocada de quien se cubre bien y apenas muestra una sutil razón, mas bien armada y fácil de encontrar: tu propia diestra.
15
No vengas a decirme que todo se interfiere cuando estoy disfrutando, pensando en otras cosas, ya sea el color del cielo, la forma de las rosas, o cualquier otro asunto que mientras considere. Voy tranquila y serena porque nada me hiere. Tú paseas a mi lado, yo me siento dichosa; quiero mirar la tarde, por cierto, deliciosa, ser feliz, distraerme, que nada la acelere. Y vienes a decirme que trabaje y escriba, que los dones que tengo los olvido sin tino como si gozar fuera dejarme a la deriva. Permite que te diga, y con esto termino, que nada como tú para sentirme viva. Y para que te calmes, ahí va un alejandrino.
16
¿Qué es peor el saberte o suponerte? Le es igual a la forma de mi herida, pues la cierro con mente suspendida y se abre voraz sólo con verte. Es tan frágil que temo se despierte, y no quiero pasar así la vida, dolorida, partida, contenida; sin poderla curar, sin retenerte. Amo la soledad. Gozo el paisaje. Que la vista descanse en la llanura, el bálsamo, solaz de mi vendaje. Necesito encontrar sin ti la cura, silenciar y olvidar este bagaje de fervor, de emoción y de ternura.
17
Deja de protestar, por dios, Proteo, que yo sola me miro sorprendida; sin voluntad ni fuerza voy vencida: Eurídice agotada por Orfeo. En río se ha transmutado Alfeo, cuando me supo en fuente convertida. Me ha encontrado, asumido. Derretida. Clama a Eros que frene el parpadeo. A Artemisa y Orión también convoco: robadle su carcaj, las flechas, ¡todo! A ese Niño maldito, ciego, loco, disparad sin piedad; no me equivoco. Para librarme de él no veo otro modo que pruebe su veneno poco a poco.
18
Si mi intención la realidad altera porque limite al éter con su norma, me parece que se convierte en forma cualquier cosa que mi alma considera. ¿He trazado una línea verdadera? ¿Atributo, señal, indicio, horma? ¿Estela o haz que al espacio transforma sin importar si es falsa o es certera? Y si tiene sustancia el pensamiento, como brizna fugaz, pero completo, será siempre llevado por el viento. ¿Cómo puedo aceptar lo que interpreto? Siempre vivo, tenaz, en movimiento… ¿Cómo asumir el acto que acometo?
19
En cada poro de la piel me habitas, por cada poro de la piel me dueles. Tú me habitas a poco que me anheles, me dueles por ausencias infinitas. Mis dichas y mis penas precipitas, las sufres y las gozas como sueles, sin dejarme saber, sin que desveles, el grado de mi ser que necesitas. Te sientes tan culpable y tan querido que quisieras pausar para olvidarme sin tener que perder lo poseído. No me pidas que intente conformarme, pues no acepto la vida sin sentido ni cabe en el amor ningún desarme.
20
Sospecho que el Edén tiene una puerta que nunca se cerró, disimulada. Entre rosas y olivos la alborada enciende el corazón y me despierta. Jardín veraz de la cancela incierta que conocen las aves, que lograda hace ignorar caminos; la jornada se detiene, se rinde a quien la advierta. Huerto para apreciar lo más velado que reclama los planos y los días, el tiempo contenido y alcanzado. Te lo quiero decir por si podías entender mi fervor y mi cuidado, la sustancia sutil de mi osadía.
21
Si supiera que sirven estos versos para cosa más útil que la nada de mantener el alma encandilada en el revés del mundo, en el anverso… Porque no hay otra cosa si converso sólo conmigo, y la palabra dada me es igual si va entera o mutilada o si es parte veraz del universo. Está siempre detrás de mí la duda, que pregunta si es cierto lo que hago o más cierto será quedarse muda. Entre hacer y no hacer sólo divago, la pretensión de mi verdad desnuda y el pequeño placer que satisfago.
22
¿Quién eres tú que con su amor me llama más allá de la noche y el deseo? El constante testigo que poseo que me da mucho más que me reclama. Incapaz de tejer ninguna trama, soy fruto del azar, soy su trofeo. Y no puedo cambiar por más que ideo: en su esplendor mi tiempo se derrama. No tengo voluntad que sirva al caso. Para hacerme salir de su medida en la mera intención ya veo fracaso; y siendo su presencia tan sentida, desde el amanecer hasta el ocaso, ve mi alma la nada o su venida.
23
El río de la infancia, la serena quietud del agua oscura, de la umbría; libélulas brillantes, mediodía, relámpagos del aire, arde la arena. La orilla se remansa, la colmena se expande tan ruidosa, tan bravía… La sombra que me ampara es, todavía, mi guarida en el mundo limpia y plena. La caña siempre espera distraída: se me escapan los barbos, toda urgencia. De igual modo que yo, correspondida, reverberan la orilla y la secuencia, pues no hay tiempo en el agua preferida mientras cambia la luz, la complacencia.
24
¡Ay Quevedo, qué mente esclarecida! No te has perdido nada con tu ausencia, por más que haya cambiado la apariencia tenemos la misma alma o repetida: los mismos respirando por la herida, la misma potestad sin excelencia, los mismos mudos ahítos de paciencia la misma áspera patria desmedida; en las mismas pavesas sostenidos, nación, razón, orgullo desdentado, con las mismas premisas desmentidos; el mismo oro: él mismo es diputado; la misma honestidad aun sin sentido, exacto el mismo polvo enamorado.
25
¿Qué le pasa al espacio cuando vienes? Se coloca, se ordena mansamente, o se vuelve invisible de repente, nada veo de aquello que contiene. Cuando entras el tiempo se mantiene ciñéndose a tu forma impunemente: si te mueves, se mueve congruente, ya te has ido y lento sobreviene. ¿Qué sucede a las noches y las horas que se encogen o estiran anhelosas convirtiendo segundos en demoras? Que no existe la norma de las rosas: si confundo las tardes con auroras y eres tú la medida de las cosas.
26
¡Pobres mirlos perdidos! La tibieza de mi fresno encendido no os ampara, parece que os deslumbra luz tan clara, su fina voz y su delicadeza se os antojan distantes, su entereza, el rumor de rivera y la almenara, ingravidez caduca, la mampara de amarilla y efímera belleza. Desvalidos y no puedo hacer nada. Sois del cedro, del oscuro silente. Aprendéis a silbar con la miríada del aire en sus agujas, y la frente recóndita y oscura que os guardaba, la han cortado sin más, o simplemente.
27
El deber es el medio que construye, nos da las contingencias y la trama, nos dice que es de ley lo que reclama, nos doma, nos contiene, nos instruye. Cuando sabes que el tiempo se diluye como el agua que pasa, como flama, todo afán de aprehender se nos derrama: un segundo en las manos y concluye. Nada se puede asir sino el reclamo de una gota de paz, de opción, de goce; buscar la paridad del ser, el gramo que el peso de las almas reconoce, que nunca abarcarás de un solo tramo que haremos sucumbir al menor roce.
28
No creas que porque altere mi rutina ando lejos de ti, tal vez ausente, pero es duro tu afán y no consiente que pueda yo agrietar su disciplina. Y ves que no soy yo quien subordina el sentir al deber, quien inconsciente apaga su fervor, la voz, la fuente, quien se vuelve banal, quien se termina. Que no te extrañe, pues, si el pensamiento lo cambio de lugar porque aterido apenas ve la diana y sufre al viento. No hay amor en la vida dolorido que no deje escapar algún lamento y quiera abandonar lo más querido.
29
La granada cercada de membrillos aparece con esa piel dorada que la suerte a veces nos regala si de pronto abrimos el pestillo y en medio de planetas amarillos le llega el sol de tarde ya inclinada, la que esparce la luz parca y templada que la ensalza sin levantarle el brillo. Esta reina forrada de madera que esconde su tesoro todavía, que nos mantiene en ascuas a la espera de probar su color, su simetría, nos niega su favor de esta manera: ha escondido su olor, ¿cómo sería?
30
Está el sosiego unido a la manera de mirar con quietud, se corresponde con no querer ver más, que no se ahonde en el valle profundo. La ladera tan a mano y suave que no altera argumentos ni espacios donde ronde el enigma ni todo lo que esconde, sino la ingenua flora, tan somera: casi todo al alcance de la mano, porque el casi es insecto que se queda distraído en el polen más cercano a distinguir colores, y se hospeda en el hueco tan frágil como humano de querer existir como la seda.
31
Me dejé sorprender por un detalle que apenas expresaba más soltura que el pájaro curioso en la angostura que vela la corriente, la hoz, el valle; o el insecto febril que apenas halle el néctar y la flor, va y se asegura de que la piel es piel, tersa, ternura, y el fruto provisión en cuanto estalle. ¡Ay fatal condición! Alarma, herida. Desnuda timidez de quien se siente ingrávida y veraz, mas sorprendida por un susto menor pero evidente, por una brizna apenas sostenida, por un neblí, por un dedo en la frente.
32
Donde quiera que estés quiero decirte que no noto que salgas de mi lado, que te quiero bien cerca y aferrado sin dejarte partir, sin diluirte.
Y si piensas en aire convertirte yo seré como un pájaro obstinado que acudirá en tu ayuda, tu aliado, y tendrás un lugar donde adherirte.
La vida, que me mira interesada y me ofrece falaz lo sucedido, exige que le aguante esta jugada,
mas ni tiemblo ni siento mi latido: estoy vagando en medio de la nada, sin saber si soy yo quien se ha perdido.
33
Vibra la mismidad y se atempera si percibe las pautas y los ríos; la razón frenará sus extravíos, su condición tenaz los persevera. Desconfío de la sutil ladera de los verbos como si fueran míos, de acudir a gustar los desafíos: verbos o amor como si los tuviera. No es lo mismo decir que hacer verdades, ni siquiera mostrar su cercanía. ¿Lo creías poseer? De pronto mengua: la hermosura, el temblor, son vanidades. ¿Constancia en el amor? Un todavía.
¿Cuál es mi corazón? ¿Cuál es mi lengua?
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No importa donde estés, a mi cuidado sigue el aire, la forma de la rosa, la línea que trazó la mariposa, cualquier temblor en un momento dado. Tu ausencia tiene un don muy ajustado, permite el proceder de cada cosa, da a mi modo la parte más celosa, como al río su fuerza de obstinado. Soy quien puede nombrar, quien cada día comprueba las estrellas una a una, quien ordena los trazos de armonía. Soy quien sufre sin compasión alguna, soy quien nace y se muere todavía, y quien sostiene toda tu fortuna.
35
Si contara las horas que te espero podría hacerme un vestido cada día. Penélope me mira y me porfía porque aguarda con saña y desespero. Las horas son la trama, considero, cada minuto un hilo, nadería… Penélope me mira y desconfía de este modo tan raro en que te quiero. No es la espera un pasar sino un tejido que se forma anudado entre los dedos y aparece conforme a lo querido. Tejer sin ti no es tiempo, lo concedo. Penélope por fin lo ha comprendido: que en la noche la trama desenredo.
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No me olvides, copero, ven y escancia, llena también mi copa de ambrosía, que los cautos esperan todavía escuchar de mi voz la consonancia del poder y el tener. Mas la distancia de mostrar sin temor copa vacía, herida sin crueldad, verdad impía, me libra de su celo y discrepancia. Dame el aire, la luz que reverbera en la tenaz zozobra del camino, lo que no puede asirse, lo que impera por encima y al margen del destino, lo que tiene sustancia verdadera. Mira que yo también conozco el vino.
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Ya sé que la distancia es tiempo plano que sucede sin huella ni presencia, inocuo duermevela que silencia, que apaga los sentidos, sueño vano. Pero si miro al tiempo y lo desgrano gotearán los segundos sin clemencia, el inútil recuento de tu ausencia uno a uno pasando por mi mano. Tu tiempo con mi tiempo una pulgada, el canto de la alondra, la eufonía, una línea muy tenue y muy delgada, un suspiro que apenas estaría un instante en mi boca, y aun colmada será mucha distancia todavía.
38
A Montserrat del Amo
Qué frío está Madrid, Montse, y callado. Sin ti parece menos pues ignora que ha perdido tu afán en punto y hora para quererlo bien: el bien probado.
Para seguir tu rumbo entré en el Prado a recordar la fe conmovedora que siempre regalaste a quien te añora como un don vertical, sin más cuidado.
Poder mirar lo humano y lo divino con tanta convicción no necesita ni un abrigo, ni bolsa, ni camino;
los conocías tan bien que mi visita se ha quedado sin brújula y destino. Cómo duele llegar sola a la cita.
39
Qué breves son las horas, un momento del paso de las aves, la secuencia del pétalo en la rosa, la evidencia de la gota al caer, hasta un fragmento de la fruta menuda, el mismo acento del bocado conciso, de la esencia, tener su ser, probar su consistencia, palpar, saber, el único argumento. La rendija del tiempo que se cuela, tan estrecha que apenas se constata, es tan sólo la línea paralela de la recta de luz que lo delata y galopa con paso de gacela. Todo es fugaz cuando de ti se trata.
40
Te esperaba y el tiempo se detuvo, no porque me sobraran los minutos sino porque cercana a lo absoluto una ventana abrí que me entretuvo. Debió ser un quizá que me contuvo. A mi lado un insecto diminuto echó a volar hasta alcanzar el fruto y tal vez fuera yo quien lo sostuvo. No tuve que mirar ninguna cosa, sin pensar ni querer, mas fui testigo: todo se me acercó sin ser curiosa. No sé si entenderás lo que te digo. Lo pude poseer sin ser celosa y no lo alcanzaré si lo persigo.
41
Lo tenue, lo tranquilo, lo querido, la mera pauta, el sol, la consistencia el humilde rincón, su complacencia sin alterarle un ápice el sonido. Las alondras, jazmín, lo comedido, impávido y veraz, sin providencia, laurel en flor, sabor de la clemencia, la vaguedad del tiempo indefinido. Lluvia exterior y dentro la tibieza, fruta en la fuente azul de porcelana, espera el té, me acecha la pereza; el paisaje está abierto en la ventana sin atreverse a entrar, naturaleza. Mi cabeza en tu hombro, miel profana.
42
Ven deprisa a ceñirme la cintura. No quiero que se escape la mañana en la mera rutina cotidiana que me entrega a deberes con premura. Si lo que debo urdir es conjetura que te incline a esta labor liviana, carezco de razón que no sea vana a menos que argumente desmesura. Te palpo con mi densa complacencia, como ciega buscando lo vivido, y me lleva el fervor a la exigencia. Que cuando el tiempo pase repetido y olvide toda luz, toda emergencia, te tenga en mi cintura y mi sentido.
43
Veo la nube del fondo, en la llanura, con tan clara intención, tan decidida a dejarse verter, a ser rendida en todo su esplendor, furor, frescura, que comparto con toda otra criatura la ansiedad de beber, la indefinida constancia de la sed, tan desvalida que nos hace soñar que se apresura. Y pregunto si en medio de la nada tengo el don y supiera dónde brota para hacerme llover, y así, enredada en tu amor y en esa fuente ignota hiciera yo manar, desconcertada, de tal fervor al menos una gota.
44
Dime cómo te nombro, cómo escribo lo bello de mi vida, lo cercano que tengo el paraíso, lo profano de mi ser con tu ser, pues no concibo las palabras si tú eres el motivo: se niegan a encontrarse con mi mano, si las busco doy más que lo que gano, si las pierdo son más que lo que vivo. Y qué pronto aparecen en tu ausencia, me esperan en las puertas en racimo, sin quererse ocultar, sin resistencia, me tropiezo con ellas, me lastimo. Qué fáciles se dan a la impaciencia, qué arduas a lo que amo y lo que mimo.
45
De impaciencia o espera contenida va la tarde sin sol, sin consecuencia. La luna, mes en mes, en contingencia; el alma a cualquier sed desprevenida. Yo quiero estar entera y voy partida por lo sutil, lo intacto: tu querencia. Por querer ver, doblar mi dependencia, e insistir, y lograr, y ser rendida. Fluye el tiempo, los seres, los errores; inconsciencias tan breves como hermosas; tan torpes y tan ruines los favores; tan bellas las costuras, tan tediosas. Perdido el corazón y sus labores en la poca importancia de las cosas.
46
He estimado, de todo lo vivido, con igual densidad, el mismo peso, el color, el olor o el embeleso que la espina o pesar que he conocido. Nunca supe de todo lo sentido si es fruto del azar o mi proceso, pues todo daño ignoro, todo beso me vino por afán desconocido. Y si dueña de mí, considerara, que puedo hacer o amar cual si tal cosa, ahora sé que me engaño. Simple y clara se mantiene esa línea poderosa que nos hace y deshace, que cortara; y sin saber por qué, yo soy la rosa.
47
Cuánta bondad de pronto inesperada. El hábito falaz de la tibieza une al denso sopor de la pereza la opacidad que tengo bien ganada. Y de pronto la vida colocada: el bien con bien, espíritu y cabeza. Se ha dormido mi mal, sólo bosteza o se oculta detrás de la celada. Qué condición o gracia he despertado que pide contemplar cuanto respira sin tener que ordenar, sin menoscabo ni noción de verdad o de mentira, que lleva a comprobar que cuanto invado es por fin del color con que se mira.
48
Con mi piel en tu piel, la madrugada. Dormitas y la noche se ha tendido. Yo siento arquitectura y contenido, alejando el confín de la velada. Tu corazón lo tengo por almohada y templado se acopla con mi oído: del pétalo y el aire oigo el latido, la ronda que hace el mundo por la nada. La calma de tu pecho es mi universo, tan absorta me tiene contenida. Todo es provisional, todo es diverso; mas tu calma conoce la medida que ordena lo incoherente y lo disperso en un precioso instante de la vida.
49 Qué impaciencia camino de la fuente cuando el calor aprieta y reverbera, por si el agua que vierte poseyera sabor, olor, frescor tan inmanente que no cupiera duda suficiente por dejar de probar, que cometiera la imprudencia fugaz, perecedera, de ese sorbo veraz; y consecuente al tenerlo en mis labios contenido me hiciera confirmar lo sospechado, no lo turbio, salobre o corrompido, sino fresco, sentido, entusiasmado, la extraña perfección, lo requerido: ser mejor lo real que lo soñado.
50 Dime que estás sin duda en esa rama que los pájaros mecen, en la gota que marca los segundos, en la ignota explicación que al fin nos dé la trama de todo lo que somos, en la flama que temblando en los campos alborota al aire y a la imagen, en la mota de los rayos de luz de la ventana. Te pregunto si tienes la certeza del bien y el mal, si su razón serena, si es igual lo que acaba y lo que empieza, y si has probado esa sustancia plena a pesar de mi ausencia y mi tristeza. Y dime que morir valió la pena.
Agradecimientos: A Mª José Vega que me enseñó qué
es un soneto, y a Sole Fernández que le dio el título a este libro.
M-‐‑2015
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