TREGUASNamor OMAN
TREGUASEl trabajo fotográfico de Namor Oman se mueve en dos líneas de
marcada contemporaneidad. Las imágenes fotográficas tomadas
con la cámara del teléfono móvil y el arte efímero y casual.
En la exposición Treguas su mirada se posa para hablar de una cotidianidad
emocional y aleatoria que encuentra en detalles en la ciudad. Señalética
contradictoria, rastros de algo que se pintó para no permanecer, imágenes
fuera de orden que visten lo urbano, son algunos de los detalles que parecen
cobrar vida ante el atento ojo del autor que, a través de la foto, pone de
manifiesto su necesidad de encontrar escapes visuales, oasis, un descanso
en la belleza de lo que se creó para no continuar pero sí para contar.
Arquitecto de profesión y procedente de una familia de fotógrafos, la
observación de lo peculiar, la perspectiva y los diferentes planos de la
realidad plantean en una disyuntiva entre el movimiento y la rapidez
que marca el ritmo de nuestras ciudades y nuestras vidas con la
captación del instante en lo transitorio, en lo pequeño, en el detalle.
La ciudad como lienzo marca la columna vertebral de una exposición en
la que el artista crea las condiciones para que aparezcan las imágenes que
acechan en la ciudad y luego las combina y crea composiciones intuitivas
que, a modo de cofre de los tesoros, descubre en la red de Instagram.
Leticia Vargas Alonso.
Comisaria.
Namor OMAN@namor_oman
Procedo de una familia de fotógrafos. Uno de mis tatarabuelos ya lo era,
y lo fue su hijo que, además de fotógrafo de estudio —e itinerante— fue
reportero gráfico y reportero de guerra. Mi abuela, hija del anterior, fue
modelo fotográfico y una excelente retocadora. En la familia hay hoy en
día fotógrafos aficionados y profesionales. Posar y disparar fueron parte
de lo cotidiano; siempre he sentido —y observado a mi alrededor— ese
interés por mirar, escudriñar el detalle, captar y discernir cuanto se
desplegaba ante nuestros ojos. Y siempre lo he hecho de modo natural.
Nací, me crié y vivo hoy en día en una ciudad ubicada en un paraje
geográficamente maravilloso: una península del norte de España que mira
cómo se despliega al sur una bahía que es como un prado azul y, más
allá, verdes colinas perezosas que se van desperezando para convertirse
en picos rocosos en el horizonte. Da lo mismo que haga un sol de justicia
o tormenta, que sea de día o de noche: Mirar y observar este panorama
es hipnótico y, no solamente no me cansa, sino que me embelesa. Y la
ciudad desparramada en ese paraje sin par es una ciudad peculiar donde
las haya, renacido su corazón de las cenizas de la destrucción por el fuego,
una ciudad extraña y adictiva que tiene siempre un espejo poderoso en el
pasado, un pasado recopilado en fotografías que siempre se antoja bello.
Todo está dicho (revelado), pero como nadie escucha (mira), hay que repetirlo (mostrarlo) cada mañana.
André Gide (Namor Oman)
““
Mi vocación por la arquitectura no puedo desligarla totalmente de esa afición
por el espacio, los puntos de vista, las perspectivas, los primeros, segundos
y terceros planos de las fotografías que he visto en casa desde pequeño,
aunque tal vez sea mi fascinación por las ruinas desde niño, por lo sin-valor
y abandonado o ignorado, lo que me hizo convertirme principalmente en un
“médico de espacios”, aunque disfruto también de la creación ex novo.
La arquitectura, como cualquier formación centrada en la observación y la
creación, las proporciones y desproporciones, hace que la sensibilidad se
afine de modo que lo horrible es horrendo y lo bello sublime, y que tanto
lo uno como lo otro puedan esconderse o florecer en cualquier lugar.
Mirar detenidamente y embelesarme y proyectarme son dos atributos que
me parecencasi innatos.
Así pues, voy por la vida observando todo, voraz —y no observan solo los ojos—.
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