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Vasili Grossman
Vida y destino
Brenda Pérez Zapater
2º doble grado
06/03/2014
Literatura y análisis de texto
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“Durante mil años, Rusia había sido el país de la autocracia y el despotismo ilimitado, el
país de los zares y sus favoritos. Pero en esos mil años de historia rusa nunca había
existido un poder comparable al de Stalin” (Grossman, 1959: 978). Tras la muerte de
Lenin en 1924, comenzará una lucha constante entre Stalin y Trotski por hacerse con el
poder que desembocará en nueva etapa en la construcción del Estado soviético en
manos de Stalin. Implanta una auténtica dictadura personal y su objetivo se centra en la
construcción del socialismo en un solo país. Construyó un Estado basado en unos
principios, que en ocasiones se asumían como algo procedente de un Dios: “Parecía
aceptar la ira del Estado como se acepta la ira de la naturaleza o de Dios” (Grossman,
1959: 343). Grossman destaca a lo largo de su novela una de las purgas que más
muertes produjo: la Gran Purga de 1937. “Fue en la Noche de los cuchillos largos donde
Stalin encontró la idea para las grandes purgas del Partido en 1937” (Grossman, 1959:
511). “Nada había cambiado en su actitud hacia las personas caídas en desgracia en
1937” (Grossman, 1959, 1044). “Nada devolvería la vida a las víctimas de la
colectivización o a los fusilados en 1937” (Grossman, 1959: 1044). “Le relató que en
1937 ejecutaban cada noche a cientos de sentenciados <<sin derecho a
correspondencia>>, que cada noche las chimeneas del crematorio de Moscú humeaban
y los Komsomoles, movilizados para ayudar con las ejecuciones y el transporte de
cadáveres, acababan volviéndose locos” (Grossman, 1959: 1070).
En 1929, Grossman acabó los estudios de Química en la universidad de Moscú, aunque
sin mucho entusiasmo. Un ejemplo de ello será cuando en 1935 la abandona por
completo para dedicarse a algo que le gustaba más: escribir. En 1937 es admitido en la
Unión de Escritores Soviéticos y, como la mayoría de jóvenes, presenta una devoción
hacia el nuevo poder de Stalin. Se declara marxista, aunque su carácter humanista le
lleva a ser considerado por sus amigos como un menchevique. Cree en la Rusia
soviética y era un escritor soviético más; pero, con el paso del tiempo, con la batalla de
Stalingrado y el final de la Segunda Guerra Mundial, Grossman abandona esa fe que
tanto tenía en el Estado soviético y se convierte en uno de los mejores periodistas
militares. Muchos críticos como Tzvetan Todorov, citado por Robert Chandler en
librosparaentenderelmundo.blogspot.com, divide la vida de Grossman en dos:
“Grossman es el único ejemplo [...] de un escritor soviético establecido que cambió de
parecer completamente. El esclavo que llevaba dentro murió, y surgió un hombre libre”.
Teniendo en cuenta que Grossman procedía de padres judíos, una de las causas de ese
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cambio podemos encontrarlas a partir del Holocausto judío, no solo llevado a cabo por
los nazis, sino también por el propio Stalin. “La primera mitad del siglo XX entrará en
la historia de la humanidad como la época del exterminio total de enormes extractos de
la población judía, un exterminio basado en teorías sociales o raciales. Hoy en día se
guarda silencio sobre ello con una discreción comprensible” (Grossman, 1959: 261).
Grossman fue uno de los primeros que comunicó al mundo las atrocidades de los
campos de exterminio nazi, además sus testimonios fueron considerados como prueba
para los juicios de Núrenberg.
La novela Vida y destino relata la batalla de Stalingrado (1942-1943), el enfrentamiento
bélico de dos estados totalitarios: el Ejército Rojo de Stalin y el nazismo de Adolf
Hitler. Cuenta también la vida de sus gentes, de soldados y generales, de las mujeres
tanto rusas como alemanas, de familias, de prisioneros políticos durante la guerra; cómo
esa gente sencilla, normal y corriente se enfrenta a las dificultades que trae consigo el
conflicto bélico, al dolor y el sufrimiento ante los horrores del enfrentamiento.
Grossman también fue una de esas personas que experimentó la dureza de la guerra. No
por medio de armas y tanques, pero sí en primera línea. Trabajaba como corresponsal de
guerra para el periódico del ejército soviético: Estrella Roja, cubrió todas las batallas
desde la defensa de Moscú hasta la caída de Berlín, lo que le convirtió en un valeroso
cronista de guerra. Grossman quiso contar esa realidad a través de la novela, una novela
basada en un hecho de la historia: la batalla de Stalingrado. La historia la cuentan los
vencidos y Grossman no quiso que fuera así. Basado en sus testimonios, experiencias y
vivencias, hizo algo que no se hacía en ese momento: hacer literatura que no ensalzara
los regímenes totalitarios ni su poder. Se establecía una relación recíproca entre el
Estado y el escritor, mientras el primero le otorgaba el privilegio de ser escritor y gozar
de una buena vida, el escritor debía hacer literatura que agradara al régimen, es decir,
que fuera un vehículo para ensalzar el poder y la figura de quien lo ocupara. Durante la
época de los totalitarismos se manifestó la literatura de exaltación nacional, por lo que
se produce cierto retorno al romanticismo.
Grossman fue más allá, hizo una novela de denuncia a la realidad que le rodeaba. La
terminó en 1960, sin embargo, no se publicó hasta 1980, pero no en Rusia, sino en
Occidente. Rusia estaba todavía inmersa en uno de los regímenes más autoritarios
caracterizados por la fuerte censura y el control de toda información. Por ello,
Grossman cayó en el ostracismo: pasó a ser una persona incómoda para las instituciones
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y por lo cual se le podía excluir de la comunidad. Su novela y todos y cada uno de los
ejemplares o copias que tenía fueron confiscados por el régimen de Jrushov. Eso
demuestra que Vida y destino recoge algo que el Estado no quería que saliese a la luz,
una verdad que querían mantener oculta. Aunque Vasili Grossman no llegara a ver su
obra publicada a causa de un cáncer que acabó con su vida, Vida y destino logró ver la
luz. Millones de personas pudieron leer, entender y saber una parte de la historia
soviética, un punto de inflexión en el mundo y la humanidad con la rendición del
ejército nazi en la batalla de Stalingrado el 2 de febrero de 1943, la victoria de los
aliados en la Segunda Guerra Mundial: “Aquella noche, en la orilla izquierda del Volga,
la gente vio cómo el cielo de Stalingrado se iluminaba con bengalas de diferentes
colores. El ejército alemán se había rendido” (Grossman, 1959: 1008). La novela
testimonial de Grossman deja en tela de juicio que, a pesar del triunfo del Ejército Rojo,
el comunismo no es el héroe de esa batalla, porque las muertes que se ha llevado por
delante con ese falso socialismo son incluso mayores que las que se llevó la guerra: “Te
tendrán aquí, sin dejarte dormir durante tres días, y después comenzarán a pegarte. Nada
de esto se parece mucho al socialismo, ¿no? (Grossman, 1959: 993).
En ese momento, el realismo socialista se impone a la literatura soviética. Grossman
escribe una novela realista en tercera persona, algo que se diferencia de un texto del
romanticismo donde prevalece la primera persona y el autor habla desde un yo y donde
pone de manifiesto sus sentimiento y sus pasiones. En el caso del realismo como es la
novela Vida y destino, el autor, en este caso Grossman, siempre partirá del concepto de
verdad o, más bien del de verosimilitud, es decir, que aunque no esté basado en una
realidad, nosotros pensemos que es verdad, creamos que es verdad. Y eso es lo que hace
Grossman, superpone una serie de historias particulares que no se basan en algo real,
pero sí son historias que pudieron darse durante la batalla de Stalingrado. Una novela
realista, por tanto, se opone totalmente a los principios que caracterizan las novelas de
ficción, ya que estas no son más que interpretaciones diferentes sobre las cosas.
Basándonos en la teoría del simulacro de Baudrillard, una novela de ficción englobaría
un simulacro de la realidad, una especie de imitación en la cual domina una mera
apariencia de verdad, pero solo apariencia porque no deja de ser imitación.
A pesar de ser, como hemos dicho, una novela realista, hay algo que comparte con los
principios del romanticismo: la exaltación del espíritu nacional. Grossman con Vida y
destino está haciendo literatura nacional en donde se aprecia un sentimiento de patria,
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de nación, un sentimiento hacia su país y la guerra. “La conciencia nacional es una
fuerza potente y maravillosa en tiempos de adversidad. Es maravillosa no porque sea
nacional, sino porque es humana; es la manifestación de la dignidad del hombre, de su
amor por la libertad, de su fe en el bien” (Grossman, 1959: 847).
En la novela de Vida y destino vamos a encontrar una gran hipertextualidad, se va a
recurrir constantemente a diferentes obras o autores rusos como Dostoievski: “E incluso
un genio como Dostoievski vio un judío usurero allí donde debería haber visto los ojos
despiadados del contratista, el fabricante y el esclavista ruso” (Grossman, 1959: 616);
Tolstói: “¡Tolstói dudaba de su inmenso trabajo como escritor!” (Grossman, 1959: 595)
y a su novela Guerra y paz, la cual comparte cierto parecido con Vida y destino y la cual
podría servir de influencia para Grossman. También nombra a Chéjov, Pasternak,
Bulgákov, Solyenitzin,Turguéniev, Chíchikov, Gógol o Sholojov. Hace alusión al padre
del romanticismo alemán, Goethe, en varias ocasiones: “Lamento mucho que no nos
hayamos conocido en nuestra época de estudiantes –dijo Liss-; en nuestros años de
aprendizaje, como dijo Goethe” (Grossman, 1959: 612). Y también hace mención del
movimiento pionero del romanticismo: el Sturm und Drang: “¡Enemigo! Qué palabra
tan clara y sencilla. Volvió a pensar en Chernetsov, en su miserable destino durante esa
época de Sturm und Drang” (Grossman, 1959, 499).
En 1929 se desata una gran crisis económica mundial a partir de un acontecimiento: el
crack del 29, conocido como la “Gran Depresión”. Sus repercusiones a nivel global
harán del siglo XX uno de los más recordados en la historia: crisis económica, política,
de valores… Trajo consigo un pensamiento y un escepticismo hacia las democracias
modernas porque la gente ponía en duda que estas pudieran resolver sus problemas. El
resultado fue una radicalización de posturas que provocó que la confianza de los
ciudadanos se depositara en regímenes autoritarios. Entra así la etapa de los estados
totalitarios en el mundo como, por ejemplo, la Alemania nazi de Adolf Hitler o la Rusia
estalinista, que son los dos estados totalitarios en los que se va a centrar la novela.
Con Vida y destino, Grossman hace ver que el fascismo alemán hizo cosas terribles,
pero el régimen soviético no se quedó muy atrás. Tanto unos como otros privaron al
hombre de algo que le pertenece: la libertad. “El hombre no renuncia a la libertad por
propia voluntad” (Grossman, 1959: 264). El fascismo hace que los hombres dejen de ser
hombres. “Cuando el fascismo vence, el hombre deja de existir, quedan solo criaturas
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antropoides que han sufrido una transformación interna” (Grossman, 1959: 111). Eso es
lo que ocurrió con la población cuando ambos regímenes ocupaban el poder. Y, “bajo el
fascismo, al hombre que desea seguir siendo hombre se le presenta una opción más fácil
que la de conservar la vida: la muerte” (Grossman, 1959: 682). Anulaba a los seres
humanos de sus derechos básicos, de actuar de forma libre y de obligarles a pensar en
torno a una ideología fijada por el Estado. Si te salías de esas reglas, tu vida que, aunque
ya no se podía considerar como tal, vería su fin. Te acusarían de estar en contra de los
principios del Partido, del sentimiento nacional; y acabarían por acabar contigo, por
acabar con un obstáculo para seguir imponiendo sus ideales sin importar lo que es justo
e injusto, moral o inmoral. Cabe destacar la diferencia que Grossman hace entre vida y
existencia cuando habla de Sofia Ósipovna: “Su vida se había acabado, interrumpido,
pero la existencia seguía, se prolongaba. Y aunque aquella existencia era miserable, el
pensamiento de una muerte cercana le colmaba el corazón de terror” (Grossman, 1959:
242).
La ambición por el poder, el egoísmo de ser más y mejor que nadie llevará a una cosa:
el sufrimiento de los de abajo. Con el fascismo toda la libertad del individuo queda
completamente anulada. Y en muchas ocasiones cuando se te acaba la libertad como
individuo se te acaba la vida. “Creo que la vida puede definirse como libertad. La vida
es libertad. El principio fundamental de la vida es la libertad. Ahí está la barrera, en el
límite entre libertad y esclavitud, entre materia inerte y vida” (Grossman, 1959: 878).
Durante la batalla de Stalingrado y en general durante la Segunda Guerra Mundial, la
población carecía de un derecho fundamental que le pertenece, estaban obligados a
actuar porque sí de una determinada manera, que era la que dictaba el régimen. Las
conversaciones de la gente estaban siempre condicionadas por lo que se puede decir y
por lo que no. Si alguna vez salía a relucir algún tema del que no se podía hablar,
rápidamente se intentaba cambiar de tema como si nada hubiera pasado. A lo largo de la
novela lo vemos en diferentes ejemplos, uno de ellos las conversaciones que tenía
Shtrum en Kazán en cada de Sokolov con Madiárov y Karímov. “¡Cuánta mediocridad
hay por todas partes! Cuántas personas tienen miedo de defender su derecho a ser
honestas, cuántas se dan por vencidas, cuánto conformismo, cuántos actos mezquinos”
(Grossman, 1959: 1045).
Grossman a lo largo de su obra deja claro lo duro que es vivir sin libertad: “¡La vida sin
libertad! Era una enfermedad. Perder la libertad es como perder la salud” (Grossman,
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1959: 800). La población que no se veía afectada porque todavía no se les había quitado
esa libertad actuaba sin pensar siquiera en la gente a la que sí. Pero cuando se
encuentran en la misma piel comienzan a replantearse algunas cosas. Eso es lo que le
pasa a Krímov en Vida y destino, empieza a pensar y a tener dudas sobre Stalin, sobre
ese derecho que tenía de privar así a la gente de la libertad, a torturarles y a fusilarles; a
encarcelar a todo el que le venía en gana: mencheviques, socialistas, revolucionarios,
miembros de la guardia blanca, jefes kulaks, bolcheviques leninistas, “enemigos del
pueblo”… Te hace pensar en su sufrimiento, en la vida que les espera y piensas en sus
madres, en sus mujeres, en sus hijos; porque no solo sufre el que sufre físicamente, sino
también aquellos que están a tu alrededor.
Grossman no solo hace mención de la libertad de las personas, alude también a la
libertad de prensa, a la libertad de obtener información al margen del Estado: “¿Os
imagináis un periódico así? ¡Un periódico que ofrece información!” (Grossman, 1959:
348). Se plantea el poder abrir un periódico y encontrarte información de todo tipo, pero
que sea verdad, de las cosas buenas y también las malas, “en pocas palabras, os enteráis
de todo lo que pasa en el país” (Grossman, 1959: 348). Durante el auge de las
dictaduras totalitarias la censura era una de los rasgos de estos regímenes, suprimían
todo aquello que no les interesaba o que pudiese dañar la imagen del poder. La prensa
era utilizada como un medio propagandístico del régimen.
Sin embargo, Grossman hace mención de que por mucho que la libertad pueda ser
arrebatada o aplastada nunca será aniquilada porque la aspiración innata del hombre a la
libertad es invencible. “Había sido reprimido, pero existía. El hombre condenado a la
esclavitud se convierte en esclavo por necesidad, pero no por naturaleza” (Grossman,
1959: 264).
Pero Grossman, como ya hemos dicho anteriormente, no solo critica el fascismo
alemán. Critica también su propio régimen soviético. En ambos casos la diferencia de
principios es nula. Tanto el nazismo de Hitler como el bolchevismo de Stalin comparten
muchas más cosas de las que se cree. Y Grossman consigue transmitir esa esencia de
similitudes que ambos comparten, una esencia que tanto si ganan unos u otros
continuarán “desarrollando bajo otra forma, pero conservando la misma esencia”
(Grossman, 1959: 504). Se podría decir que existe al menos una diferencia: los nazis
basaron su totalitarismo en la idea nacional, y los comunistas en el concepto de clase.
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Pero Grossman nos muestra que el internacionalismo de los comunistas degenera en un
nacionalismo estatal que ya no se diferencia de la ideología nazi. Hay un momento
donde Liss, un representante de la SD en un campo de concentración alemán, le dice a
uno de los fundadores del Partido bolchevique, Mijaíl Sídorovich Mostovskói: “Cuando
nos miramos el uno al otro, no solo vemos un rostro que odiamos, contemplamos un
espejo. Esa es la tragedia de nuestra época. ¿Acaso no se reconocen a ustedes mismos,
su voluntad, en nosotros? ¿Acaso para ustedes el mundo no es su voluntad?”
(Grossman, 1959: 501-502). La conversación continúa y el parecido entre el fascismo
alemán y el comunismo de Stalin va aumentando. Ambos comparten el Estado del
Partido: “Su Estado-Partido, exactamente del mismo modo que el nuestro, establece un
plan, un programa, y se apodera de la producción (Grossman, 1959: 509); la defensa del
nacionalismo como “el alma” de su época y “la fuerza más poderosa del siglo XX”
(Grossman, 1959: 510). Comparten una realidad que les odia: la democracia; ambos
quieren imponer sus ideales y principios en la sociedad, desarrollaron el terror como
instrumento para mantener su poder. Tanto el nazismo como el estalinismo estaban
basados en los principios teóricos de autores como Marx, Hegel, Bujarin, Krupp,
Stinnes o Maxwell. Los dos intentan acabar con la individualidad a favor de una
colectividad. Algo que podría remontarnos a uno de los principios románticos: el
concepto de nación por encima del resto. Para construir esa fuerza totalitaria, se crea un
enemigo con el objetivo de mantener al pueblo unido. Un enemigo común genera un
sentimiento común. “¡Lo principal es movilizar la furia de las masas contra los
enemigos!” (Grossman, 1959: 290). Es necesario crear un sentimiento de odio y
repugnancia. “Fue precisamente en una atmósfera de odio y repulsión como se preparó
y se llevó a cabo la aniquilación de los judíos ucranianos y bielorrusos” (Grossman,
1959: 260). Y eso es algo que ambos regímenes desarrollaron. “Para construir el
socialismo en un solo país era necesario privar a los campesinos del derecho a sembrar
y vender libremente, y Stalin no vaciló: liquidó a millones de campesinos. Nuestro
Hitler advirtió que al movimiento nacionalsocialista alemán le estorbaba un enemigo, el
judaísmo, y decidió liquidar a millones de judíos”. Y en ambos casos, todo aquel que
era enemigo era tratado como ganado, “ganado que mandaran al matadero” (Grossman,
1959: 104). El odio, por tanto, que ambos suscitaban hacia el otro era por verse a ellos
mismos en los otros.
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Los campos de exterminio, que en ocasiones se comparan con los campos de la muerte:
“Noche y día los convoyes avanzaban en dirección a los campos de concentración, a los
campos de la muerte” (Grossman, 1959, 15), es otra de las similitudes que encontramos
entre ambos regímenes. Se entendía como un proceso de desinfección de “los enemigos
del pueblo”, de todo aquel que estuviera en contra del régimen. En esa “campaña para el
exterminio masivo de personas” (Grossman, 1959: 260), la vida de los prisioneros era
tan sencilla como complicada. En cualquier momento la muerte podía llamar a su puerta
sin avisar, su destino podía decidirse el día menos pensado. Ellos no decidían su
destino, eran otras personas las que decían cuando mandaban “ese ganado al matadero”.
En medio del frío, del hambre, de las enfermedades aflora el sufrimiento de las
personas, el dolor profundo del alma: “¿Sabes qué? Alguien debería escribir un tratado
sobre los tipos de angustia en los campos. Una te oprime, otra te agobia, la tercera te
ahoga, no te deja respirar. Y hay una especial, una que ni te ahoga ni te oprime ni te
agobia, sino que desgarra al hombre por dentro, como un monstruo de las profundidades
del mar que de repente sale a la superficie” (Grossman, 1959: 216). Las personas de los
campos ya no tenían futuro, solo una vida pasada. En los campos la vida de los
prisioneros se igualaba, da igual quién hubieras sido en tu vida pasada, ahora ya no
importaba. Y aunque las diferencias siempre existan, como lo por ejemplo las de los
generales de rango superior frente a los soldados del último nivel. Los primeros gozan
de buenas comidas, de vodka, de buenas camas, música… mientras que los soldados
heridos están tumbados en el suelo. Hay un momento donde se dice: “Estamos en
guerra-dijo, como quien dice <<Estamos de vacaciones en un balneario>> (Grossman,
1959: 75), la muerte es igual para todos, nos iguala, tanto a ricos como a pobres: “Eran
cara y cruz, incluso en el aspecto físico: el comandante era un hombre sencillo, hijo de
campesinos, mientras que el comisario llevaba guantes y un anillo en un dedo. Ahora
yacen el uno al lado del otro” (Grossman, 1959: 45).
En tiempos de conflicto todo se justifica en nombre del bien. Grossman nos hace
reflexionar sobre qué es realmente el bien y el mal. “A menudo se dice que es un
pensamiento y, ligado a ese pensamiento, una acción que conduce al triunfo de la
humanidad, o de una familia, una nación, un Estado, una clase, una fe (Grossman, 1959:
514). ¿Pero qué es la fe, lo que uno cree y quiere hacer creer a los demás? Como se dice
en Vida y destino: “Aquellos que luchan por su propio bien tratan de presentarlo como
el bien general” (Grossman, 1959: 514). A lo largo de la historia siempre ha habido
alguien que ha querido imponer su bien, es decir, lo que para ellos era correcto y lo
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bueno; desde el cristianismo hasta la esclavitud de los negros, desde los conflictos
bélicos como la Batalla de Stalingrado hasta morir y matar por la religión y en nombre
de Dios, de “su” Dios. “Cada época crea un Dios a su propia semejanza” (Grossman,
1959: 1073). El mundo parece así una lucha constante de todos contra todos, de querer
imponer su bien por encima del de los demás. Aunque nadie ha dicho que para hacer el
bien hay que pasar por el mal; el fin justifica los medios Y, hoy en día, también nos
enfrentamos a alguien que quiere imponer su bien: EE.UU. Un país que actúa siempre
por la patria y en nombre de la verdad; de que su bien y sus valores son los buenos y los
que el resto del mundo debe asumir como propios. Actuar como guardianes de la
justicia y el bien cuando ni ellos mismos son justos en sus actos. Pero, además, ¿quién
es nadie para juzgar lo que es bueno y es malo? El bien reside en el interior de cada uno
de los seres humanos. “El bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los
maestros religiosos ni de los profetas, no está en las doctrinas de los grandes sociólogos
y líderes populares, no está en la ética de los filósofos. Son las personas corrientes las
que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de
modo natural y espontáneo” (Grossman, 1959: 517). El resultado de esa imposición será
la muerte de millones de inocentes que no comparten su concepto de bien y de aquellos
en nombre de ese ideal. Si hay algo que la historia ha dejado claro es que no se puede
imponer una verdad única.
“Uno de los medios de los que se sirve el fascismo para actuar sobre el hombre es la
total, o casi total, ceguera” (Grossman, 1959: 263). Ceguera ante lo que se está haciendo
en el nombre del bien, pero ¿qué hay de bien cuando la población vive sometida,
esclavizada y la muerte se convierte en algo deseable? Hombres que sufren por ser
humanos, así era la vida de los judíos: “La vida de los judíos bajo el fascismo era
horrible, y los judíos no eran ni santos ni malhechores, eran seres humanos” (Grossman,
1959: 244). El pueblo tenía miedo de una máquina de matar como era el fascismo. Una
especie de árbitro que decidía la vida o la muerte de las personas. “La experiencia había
mostrado que la mayor parte de la población, tras ser expuesta a empresas similares,
está dispuesta a obedecer hipnóticamente todas las indicaciones de las autoridades”
(Grossman, 1959: 260), aceptando de alguna forma a un régimen que hacía atrocidades.
“Hay otros seres cuya moral se ha atrofiado, seres dispuestos a consentir cualquier
crimen con tal que no se sospeche que están en desacuerdo con las autoridades”
(Grossman, 1959: 96). “En ese tiempo, una de las particularidades más sorprendentes de
la naturaleza humana que se reveló fue la sumisión” (Grossman, 1959: 261). Aceptaban
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la vida a la que se enfrentaban, en las condiciones que tenían y eran las propias víctimas
las que regulaban la vida que habían decidido por ellos, “millones de seres humanos
vivieron en campos gigantescos, no solo construidos sino también custodiados por ellos
mismos” (Grossman, 1959: 261). El abandono de unos principios morales y éticos, más
aún, de algo propiamente humano.
Grossman no solo cree que “la sumisión de las masas es un hecho irrebatible”
(Grossman, 1959: 261), también había entre esos testigos sumisos valentía y resistencia
por parte de los condenados para salvar una vida que no tenía por qué ser la suya.
Constantemente se alude al título de la novela: Vida y destino. La población estaba
pensando a todas horas en su destino, en el futuro inmediato de su vida, en el destino de
su vida; en “la fuerza del destino, una fuerza que no conoce la indecisión” (Grossman,
1959, 398). Se planteaban qué sería de ellos, “la percepción omnipresente de un destino
despiadado” (Grossman, 1959: 332). Tanto civiles como soldados, prisioneros de los
campos de concentración alemanes, prisioneros de los campos rusos, madres, hijos,
familias enteras pasaban la vida aguardando su destino, pensando en aquellos que, como
ellos, aguardaban el mismo destino, “personas oprimidas por el mismo dolor y guiadas
por un mismo destino” (Grossman, 1959: 466). Hay un momento en la novela donde,
referido a los habitantes de los barracones de los campos, se dice: “Aquella
muchedumbre plurilingüe no se comprendía entre sí, pero todos estaban unidos por un
destino común” (Grossman, 1959: 13). Creían que estarían mejor con aquellas personas
que compartieran su situación, encontrar cobijo en aquellos que están como tú, que
pasan por lo mismo y lo sienten: “Me sentía así porque todo el mundo a mi alrededor
compartía mi destino” (Grossman, 1959: 100). De hecho, hay una parte de la obra
donde se dice: “Lo cierto es que los amigos se encuentran la mayoría de veces entre
aquellos que comparten el mismo destino, la misma profesión, los mismos objetivos,
pero concluir que es esa comunidad lo que determina la amistad sería un tanto
prematuro” (Grossman, 1959: 454). Otro ejemplo es el de Liudmila cuando va en el
barco en busca de su hijo Tolia: “Liudmila Nikoláyevna imaginó que entre gente unida
por un mismo destino, marcada por el cansancio y la desgracia, le sería más fácil
respirar” (Grossman, 1959: 168). En esos momentos, durante la batalla de Stalingrado,
“la guerra era el árbitro de todos los destinos, incluso del destino del Partido”
(Grossman, 1959: 130). “El triunfo en Stalingrado estableció el resultado de la guerra,
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pero la tácita disputa entre el pueblo y el Estado, ambos vencedores, todavía no había
acabado. El destino del hombre, su libertad, dependía de ella” (Grossman, 1959: 837).
También habla del destino de los judíos en particular. En los campos de concentración
nazis, “las alambradas del campo, los muros de las cámaras de gas, la arcilla de un foso
antitanque unía ahora a millones de personas de edades, profesiones y lenguas
diferentes, con intereses materiales y espirituales dispares, creyentes fanáticos y
fanáticos ateos, trabajadores, parásitos, médicos y comerciantes, sabios e idiotas,
ladrones, idealistas, contempladores, buenos, santos y crápulas. Todos estaban
destinados al exterminio” (Grossman, 1959: 609). El antisemitismo se adoptó como una
ideología de Partido y del Estado, pero que “solo atestigua que en el mundo existen
idiotas, envidiosos y fracasados” (Grossman, 1959: 619) que se dejan llevar por un
régimen totalitario y ven en los judíos la causa de sus desgracias en lugar de verla en las
estructuras sociales y en el Estado. “El antisemitismo ocupa un lugar particular en la
historia de la persecución a las minorías nacionales. Es un fenómeno único porque el
destino histórico de los judíos es único” (Grossman, 1959: 617). Pero no solo existe ese
caso de persecución de la población. La historia está marcada por un continuo intento de
eliminar a un grupo de la sociedad: a los indios en la conquista de América, a los negros
tratándolos como esclavos, a los herejes durante la Inquisición, a los tutsis por los hutus
en Ruanda, a los kurdos y los armenios por los turcos… Pero en cuanto al intento de
aniquilar a los judíos no es la primera vez. Como refleja el libro: Dispara, yo ya estoy
muerto de la escritora Julia Navarro, durante la Rusia zarista ya se empezaron a
perseguir a los judíos por ser considerados por el zar como causantes de las revueltas
que surgían en contra del régimen. Eran conocidos como los pogromos y desembocaron
en la emigración de muchos judíos a Palestina, la tierra de sus ancestros, lo que a la
larga será una de las causas del conflicto palestino actual. “La nación soviética se ha
quedado sola en su lucha contra el fascismo alemán, que ha restaurado los procesos
medievales contra las brujas, los pogromos judíos, las hogueras de la Inquisición, las
mazmorras y las torturas” (Grossman, 1959: 1059).
En esos tiempos inolvidables en los que mueren personas que serán olvidadas y donde
todo está destinado por y para la guerra: “Antes de la guerra te preparan para la guerra,
durante la guerra todo es para el frente y después de la guerra nos incitarán a remediar
las consecuencias de la guerra” (Grossman, 1959: 347), hay algo que sale a relucir en
las personas: la bondad y el amor. La bondad de Sofia Ósipovna con David cuando lo
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abraza contra su pecho en la cámara de gas y tiene el sentimiento de que es su madre; la
bondad de la una campesina ucraniana que da cobijo a un prisionero alemán
abandonado a punto de morir a causa del hambre; la bondad de la mujer que se acerca a
un soldado alemán y le dice con un trozo de pan: “Ten, come”.
Hay un momento de reflexión sobre la literatura: “Un poco como Tolstói: él dudaba, le
atormentaba la cuestión de si la literatura sirve a la gente, si los libros que se escribían
eran o no necesarios” (Grossman, 1959: 891). La literatura de Grossman nos ayuda a
entender la realidad de ese momento. Nos hace reflexionar sobre cosas la libertad de las
personas como individuos. Sin sus testimonios quizá no se sabría toda la verdad de lo
que pasó, de la realidad que “aunque esta vida era inverosímil, era la única real y todo lo
que había ocurrido con anterioridad se había vuelto irreal” (Grossman, 1959: 318).
Gracias a la valentía de Grossman, de hacer una novela en la que denunciaba aquello
con lo que no estaba de acuerdo, nos encontramos ante un Vida y destino que nos ayuda
a conocer el mundo que nos rodea, a valorar la vida y a asumir que, como personas
libres que somos, tenemos la capacidad de elegir lo que es el bien y el mal.
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Referencias
-Grossman V. Traducción de: Rebón M. (2007) Vida y desino. Barcelona. Galaxia
Gutenberg. Círculo de Lectores.
-Margelí I., Rebón M. (2008) Sobre vida y destino. Barcelona. Galaxia Gutenberg.
Círculo de Lectores.
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de: http://librosparaentenderelmundo.blogspot.com.es/2010/08/biografia-de-vassili-
grossman-por.html
-Rodrigo (2008) Vida y destino- Vasili Grossman. Recuperado de:
http://www.hislibris.com/vida-y-destino-vasili-grossman/
-Rocca Rivarola M. ¿Totalitarismo o dictadura terrorista? El nazismo y el estalinismo
en el debate desde la historiografía y la teoría política. Recuperado de:
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-Larequi E. (2007) Vida y destino. Recuperado de:
http://www.labitacoradeltigre.com/2007/12/13/vida-y-destino/
-Mayos Solsona G. (2010) Baudrillard y la sociedad simulacro. Recuperado de:
http://w2.bcn.cat/bcnmetropolis/arxiu/es/paged9fa.html?id=21&ui=363