durante la guerra civil española, cerca de 200 000 hombres ...descargar.lelibros.online/paul...

2295

Upload: trinhtuong

Post on 04-Nov-2018

217 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • Durante la Guerra Civil espaola, cerca de 200 000 hombres y mujeresfueron asesinados lejos del frente, ejecutados extrajudicialmente o trasprecarios procesos legales, y al menos 300 000 personas perdieron la vidaen los frentes de batalla. Un nmero desconocido fueron vctimas de losbombardeos y los xodos que siguieron a la ocupacin del territorio porparte de las fuerzas militares de Franco. En el conjunto de Espaa, tras lavictoria definitiva de los rebeldes a finales de marzo de 1939, alrededor de20 000 republicanos fueron ejecutados. Muchos ms murieron de hambre yenfermedades en prisiones y campos de concentracin, donde se hacinabanen condiciones infrahumanas. Otros sucumbieron a las duras condiciones delos batallones de trabajo. A ms de medio milln de refugiados no les quedms salida que el exilio, y muchos perecieron en los campos deinternamiento franceses. Varios miles acabaron en los campos deexterminio nazis. Todo ello constituye el holocausto espaol. El propsitode este libro es mostrar, en la medida de lo posible, lo que aconteci a lapoblacin civil y desentraar los porqus.

  • Paul PrestonEl holocausto espaol

    Odio y exterminio en la guerra civil y despus

    ePub r1.2Titivillus 20.05.15

  • Ttulo original: The spanish holocaustPaul Preston, 2011Traduccin: Catalina Martnez Muoz

    Editor digital: TitivillusePub base r1.2

  • Este libro est dedicado a la memoria de tres personascuyo trabajo ha modificado la percepcin

    de muchos de los asuntos que en l se abordan:Tomasa Cuevas, Josep Benet y Gabriel Cardona

  • Agradecimientos

    La gestacin de este libro abarca un perodo de muchos aos. La crueldad de sucontenido ha hecho que fuera muy doloroso de escribir. Tambin su metodologaha resultado complicada, a la vista de la magnitud de tantos aspectos de larepresin practicada en ambas zonas durante la guerra, y en toda Espaa una vezterminada la contienda. Lo cierto es que no habra podido escribirlo sin elesfuerzo pionero emprendido por numerosos historiadores espaoles, de cuyaspublicaciones se da cuenta en las notas que acompaan al texto.

    Sin embargo, adems de poder acceder a los libros y artculos de todos, enmuchos de los casos he tenido el placer y el privilegio de mantener unacorrespondencia muy fructfera con los propios historiadores, gracias a la cual hepodido aprender mucho acerca de los lugares y temas en los que son expertos. Sugenerosa disposicin a compartir conmigo tanto ideas como documentos me haresultado muy alentadora en esta inmensa tarea. Por tanto, me gustara dar lasgracias a:

    Jess Vicente Aguirre Gonzlez (Logroo)Mercedes del Amo (Granada)Fuensanta Escudero Andjar (Murcia)Antonio Arizmendi (Madrid-Calahorra)Merc Barallat i Bars (Lleida)Encarnacin Barranquero Teixera (Mlaga)Arcngel Bedmar (Lucena, Crdoba)Juan Bosco Trigueros Galn (Ronda)Miguel Caballero Prez (Granada)Miquel Caminal Badia (Barcelona)Jos Ramn Carbonell Rubio (Sagunto, Valencia)Luis Castro Cerrojo (Burgos)Francisco Cobo Romero (Jan)Manuel Delgado (Barcelona)Francisco Eslava Rodrguez (Carmona)Jos ngel Fernndez Lpez (Miranda de Ebro)

  • Manuel Fernndez Trinidad (Centro de Desarrollo Rural, La Serena,Badajoz)

    Jos Mara Garca Mrquez (Sevilla)Antonio Garca Rodrguez ( Antonio Lera ) (Carmona)Carlos Gil Andrs (Logroo)Gutmaro Gmez Bravo (Madrid)Esteban C. Gmez Gmez (Jaca)Eduardo Gonzlez Calleja (Madrid)Edgar Gonzlez Ruiz (Mxico)Cecilio Gordillo Giraldo (Sevilla)Jordi Guix Coromines (Barcelona)Jos Luis Gutirrez Casal (Badajoz)Jess Gutirrez Flores (Santander)Ivn Heredia Urziz (Zaragoza)Claudio Hernndez Burgos (Granada)Fernando Hernndez Snchez (Madrid)Jos Hinojosa Durn (Cceres)Cay etano Ibarra Barroso (Fuente de Cantos)Javier Infante (Salamanca)Dolores Jaraquemada (Vilafranca de los Barros, Badajoz)Jos Mara Lama (Zafra)Mnica Lanero Tboas (Coria, Cceres)Carlota Leret ONeill (Caracas)Antonio Lera (Carmona)Pedro Lpez Peris (Teruel)Antonio D. Lpez Rodrguez, (La Serena, Badajoz)Vctor Lucea Ay ala (Uncastillo, Zaragoza)Paqui Maqueda Fernndez (Carmona)Jorge Marco (Madrid)Isabel Marn Gmez (Murcia)Manuel Martn Burgueo (Llerena)Aurelio Martn Njera (Fundacin Pablo Iglesias, Madrid)Alvaro Martnez Echevarra y Garca de Dueas (Madrid)Vicente Moga Romero (Melilla)Juan Carlos Molano Gragera (Montijo, Badajoz)Francisco Moreno Gmez (Crdoba)Jess Navarro (Novelda)Carmen Negrn (Paris)Encarna Nicols (Murcia)Jess Nez (Cdiz)Pedro Oliver Olmo (Ciudad Real)

  • Toni Orensanz (Falset)Miguel Ors Montenegro (Elche)Manuel Ortiz Heras (Albacete)Santiago de Pablo (Vitoria)Luca Prieto Borrego (Mlaga)Josep Recasens Llort (Tarragona)Manuel Requena Gallego (Albacete)Manel Risques i Corbella (Barcelona)Ricardo Robledo (Salamanca)Javier Rodrigo (Zaragoza)scar J. Rodrguez Barreira (Almera)Jos Ignacio Rodrguez Hermosell (Barcarrota, Badajoz)Francisco Rodrguez Nodal (Carmona)Fernando Romero Romero (Cdiz)Olvido Salazar Alonso (Madrid)Juan Jos Snchez Arvalo (Sada)Pepe Snchez (Ronda)Francisco Snchez Montoya (Ceuta)Glicerio Snchez Recio (Alicante)Luis Miguel Snchez Tostado (Jan)Fernando Sgler (Cdiz)Emilio Silva (Madrid)Josep Maria Sol i Sabat (Barcelona)Xos Manuel Surez (Ferrol)Josep Termes i Ardevol (Barcelona)Maria Thomas (Madrid)Manuel Titos Martnez (Granada)Joan Maria Thoms (Tarragona)Marco Aurelio Torres H. Mantecn (Tlacopac, Mxico D. F.)Juan Bosco Trigueros Galn (Ronda)Alejandro Valderas Alonso (Len)Manuel Velasco Haro (Los Corrales, Sevilla)Francisco Vigueras Roldn (Granada)Joan Villarroya i Font (Badalona)

    Para un historiador que vive en Londres, no es nada fcil estar al corriente dela avalancha de informacin relacionada de una u otra manera con el asunto queaqu nos ocupa. En este sentido, estoy especialmente agradecido a Javier Daz ySussanna Angls i Querol, de Mas de las Matas (Teruel). Todo el que se ocupe deestudiar la represin y la memoria histrica tiene una deuda con ellos por lasasombrosas actualizaciones diarias que ofrecen de las publicaciones y los

  • acontecimientos desde La Librera de Cazarabet y su boletn El Sueo Igualitario.Deseo mencionar especialmente a un grupo de amigos y colegas, con

    quienes he mantenido frecuentes y fructferas conversaciones a lo largo de losaos tanto en Espaa como en Londres. A todos ellos estoy inmensamenteagradecido por su ay uda y su amistad:

    Fernando Arcas Cubero (Mlaga)Miguel ngel del Arco Blanco (Granada)Montse Armengou i Martn (Barcelona)Nicols Belmonte (Valencia)Julin Casanova (Zaragoza)ngela Cenarro (Zaragoza)Javier Cervera Gil (Madrid)Jos Luis de la Granja Sainz (Lujua, Vizcay a,)Alfonso Domingo (Madrid)Carlos Garca Santa Cecilia (Madrid)David Ginard i Fern (Mallorca)Carmen Gonzlez Martnez (Murcia)Ian Gibson (Madrid)Mara Jess Gonzlez (Santander)Angela Jackson (Mar, Tarragona)Emilio Majuelo (Navarra)Josep Massot i Muntaner (Baleares)Antonio Miguez Macho (Santiago de Compostela)Conxita Mir (Lleida)Ricardo Miralles (Algorta)Enrique Moradiellos (Cceres)Pelai Pags i Blanch (Barcelona)Hilari Raguer (Barcelona)Alberto Reig Tapia (Tarragona)Mariano Sanz Gonzlez (Madrid)Ismael Saz (Valencia)Sandra Souto Kustrin (Madrid)Chon Tejedor (Oxford)Francesc Vilanova i Vila-Abadal (Barcelona)Ricard Vinyes i Ribas (Barcelona)ngel Vias (Bruselas)Boris Volodarsky (Viena)

    Asimismo doy las gracias a mis colegas del Caada Blanch Centre forContemporary Studies, de la London School of Economics:

  • Peter AndersonJerry BlaneyAna de MiguelSusana GrauDidac Gutirrez Peris

    Su ayuda ha permitido en muchos sentidos que este libro pudiera avanzar a lavez que cumpla con mis compromisos docentes y de gestin.

    Con dos de mis amigos, el intercambio de ideas y material ha sido casi diario.He aprendido muchsimo de ellos y me gustara agradecerles de todo corazn suamistad y su disposicin para compartir conmigo su conocimiento enciclopdico:

    Francisco Espinosa Maestre (Sevilla)Jos Luis Ledesma (Zaragoza)

    Por ltimo, quisiera dar las gracias a Linda Palfreeman por su minuciosalectura del texto. Tambin estoy en deuda con Helen Graham, Lala Isla, y mimujer, Gabrielle, por sus inteligentes comentarios a lo largo de los aos que hededicado a la elaboracin de este libro. No obstante, Gabrielle es la nica queconoce el coste emocional que ha supuesto la inmersin diaria en esta crnicainhumana. Sin su comprensin y su apoyo, la tarea habra resultado todava msardua.

  • Prlogo

    Durante la Guerra Civil espaola, cerca de 200 000 hombres y mujeres fueronasesinados lejos del frente, ejecutados extrajudicialmente o tras precariosprocesos legales. Murieron a raz del golpe militar contra la Segunda Repblicade los das 17 y 18 de julio de 1936. Por esa misma razn, al menos 300 000hombres perdieron la vida en los frentes de batalla. Un nmero desconocido dehombres, mujeres y nios fueron vctimas de los bombardeos y los xodos quesiguieron a la ocupacin del territorio por parte de las fuerzas militares de Franco.En el conjunto de Espaa, tras la victoria definitiva de los rebeldes a finales demarzo de 1939, alrededor de 20 000 republicanos fueron ejecutados. Muchosms murieron de hambre y enfermedades en las prisiones y los campos deconcentracin donde se hacinaban en condiciones infrahumanas. Otrossucumbieron a las condiciones esclavistas de los batallones de trabajo. A ms demedio milln de refugiados no les qued ms salida que el exilio, y muchosperecieron en los campos de internamiento franceses. Varios miles acabaron enlos campos de exterminio nazis. Todo ello constituye lo que a mi juicio puedellamarse el holocausto espaol . El propsito de este libro es mostrar, en lamedida de lo posible, lo que aconteci a la poblacin civil y desentraar losporqus.

    La represin en la retaguardia adopt dos caras, la de la zona republicana y lade la zona rebelde. Aunque muy distintas tanto cuantitativa comocualitativamente, ambas se cobraron decenas de miles de vidas, en su mayorade personas inocentes de cualquier delito, incluso de haber participado en formaalguna de activismo poltico. Los cabecillas de la rebelin, los generales Mola,Franco y Queipo de Llano, tenan al proletariado espaol en la mismaconsideracin que a los marroques: como una raza inferior a la que haba quesuby ugar por medio de una violencia fulminante e intransigente. As pues,aplicaron en Espaa el terror ejemplar que haban aprendido a impartir en elnorte de frica, desplegando a la Legin Extranjera espaola y a mercenariosmarroques los Regulares del Ejrcito colonial.

    La aprobacin de la conducta macabra de sus hombres se plasma en el diario

  • de guerra que Franco llevaba en 1922, donde describe con el may or esmero lasaldeas marroques destruidas y a sus defensores decapitados. Se recrea alexplicar cmo su corneta, apenas un adolescente, le cort la oreja a unprisionero[1]. El propio Franco dirigi a 12 legionarios en un ataque del quevolvieron ondeando en sus bay onetas las cabezas de otros tantos harqueos amodo de trofeo[2]. Tanto la decapitacin como la mutilacin de prisioneros eranprcticas frecuentes. Cuando el general Primo de Rivera visit Marruecos en1926, todo un batalln de la Legin aguardaba la inspeccin con cabezas clavadasen las bayonetas[3]. Durante la Guerra Civil, el terror del Ejrcito africano sedespleg en la Pennsula como instrumento de un plan framente urdido pararespaldar un futuro rgimen autoritario.

    La represin orquestada por los militares insurrectos fue una operacinminuciosamente planificada para, en palabras del director del golpe, el generalEmilio Mola, eliminar sin escrpulos ni vacilacin a todos los que no piensencomo nosotros . Por contraste, la represin en la zona republicana fue unarespuesta mucho ms impulsiva. En un principio se trat de una reaccinespontnea y defensiva al golpe militar, que se intensific a medida que losrefugiados traan noticias de las atrocidades del Ejrcito y los bombardeosrebeldes. Resulta difcil concebir que la violencia en la zona republicana hubieraexistido siquiera de no haberse producido la sublevacin militar, que logr acabarcon todas las contenciones de una sociedad civilizada. El desmoronamiento de lasestructuras de la ley y el orden a que dio lugar el golpe propici a un tiempo elestallido de una venganza ciega y secular el resentimiento inherente tras siglosde opresin y la criminalidad irresponsable de los presos puestos en libertad ode individuos que hallaron la ocasin para dar rienda suelta a sus instintos. Poraadidura, como en cualquier guerra, exista la necesidad militar de combatir alenemigo interior.

    No cabe duda de que la hostilidad se fue recrudeciendo en ambos bandosconforme avanzaba la Guerra Civil, alimentada por la indignacin y el deseo devenganza ante las noticias de lo que ocurra en el bando contrario. Sin embargo,est claro tambin que el odio oper desde el principio, un sentimiento que semanifest ya plenamente en la sublevacin del Ejrcito en el destacamento deCeuta, en el norte de frica la noche del 17 de julio, as como en el asedio alCuartel de la Montaa en Madrid por parte de una turba republicana el 19 dejulio. Los primeros cuatro captulos del libro buscan explicar cmo se instigaronesos odios, estudiando la polarizacin de los dos bandos tras los empeos de laderecha por obstaculizar las ambiciones reformistas del rgimen democrticoestablecido en abril de 1931, la Segunda Repblica. Se centran en el anlisis delproceso por el que la obstruccin de la reforma condujo a una respuesta an msradicalizada de la izquierda. En esos captulos se aborda tambin la elaboracin

  • de las teoras teolgicas y raciales que esgrimi la derecha a fin de justificar laintervencin del Ejrcito y el exterminio de la izquierda.

    En el caso de los militares rebeldes, el programa de terror y aniquilacinconstitua el eje central de su plan y de los preparativos para llevarlo a cabo. Enlos dos captulos siguientes se describen las estrategias de su puesta en prctica, amedida que los sublevados imponan el control en reas de muy distintaidiosincrasia. El captulo 5 se ocupa de la conquista y la purga de la Andalucaoccidental Huelva, Sevilla, Cdiz, Mlaga y Crdoba, donde la superioridadnumrica del campesinado sin tierra llev a los conspiradores militares aimponer de inmediato el reinado del terror; una campaa que supervis elgeneral Queipo de Llano, quien emple a las tropas embrutecidas en las guerrascoloniales africanas y cont con el apoy o de los terratenientes locales. El captulo6 aborda una aplicacin similar del terror en las regiones de Navarra, Galicia,Len y Castilla la Vieja, todas profundamente conservadoras y en las que elgolpe militar triunf casi de inmediato. A pesar de la escasa resistenciaizquierdista de la que tenemos constancia, la represin en esas zonas, bajo lajurisdiccin absoluta del general Mola, alcanz una magnitud sumamentedesproporcionada, si bien menor que en el sur. Tambin se recoge en estecaptulo la represin en las islas Canarias y en Mallorca.

    El afn exterminador de los rebeldes, que no su capacidad militar, hall ecoen la extrema izquierda, sobre todo en el movimiento anarquista, con una retricaque abogaba por la necesidad de purificar una sociedad podrida. Por ello, loscaptulos 7 y 8 analizan los efectos que tuvo el golpe en el bando republicano,contemplando de qu modo el odio suby acente nacido de la miseria, el hambre yla explotacin desemboc en el terror que asol tambin las zonas controladaspor los republicanos, con especial intensidad en Barcelona y Madrid.Inevitablemente, su blanco no fueron solo los acaudalados, los banqueros, losindustriales y los terratenientes, a quienes se consideraba los instrumentos de laopresin. No requiere explicacin el hecho de que ese odio se vertiera tambinsobre la clase militar identificada con el levantamiento. Tambin se descarg, amenudo con mayor fiereza, contra el clero, un estamento acusado deconnivencia con los poderosos, as como de legitimar la injusticia mientras sededicaba a amasar riquezas. A diferencia de la represin sistemtica desatadapor el bando rebelde para imponer su estrategia, la catica violencia del otrobando tuvo lugar a pesar de las autoridades republicanas, no gracias a ellas. Dehecho, los esfuerzos de los sucesivos gobiernos republicanos para restablecer elorden pblico lograron contener la represin por parte de la izquierda, que, entrminos generales, en diciembre de 1936 ya se haba extinguido.

    Los captulos que siguen, el 9 y el 10, estn dedicados a dos de los episodiosms sangrientos de la Guerra Civil espaola, que por aadidura guardan unaestrecha relacin entre s, pues remiten al asedio de los rebeldes sobre Madrid y

  • la defensa de la capital. El captulo 9 trata de la estela de muerte que dejaron lasfuerzas africanistas de Franco la llamada Columna de la Muerte en surecorrido de Sevilla a Madrid. A su paso no dejaba de anunciarse que la barbariecon que las tropas asolaban las ciudades y pueblos conquistados se repetira enMadrid si la rendicin no era inmediata. En consecuencia, despus de que elgobierno republicano se trasladara a Valencia, los responsables de la defensa dela capital tomaron la decisin de evacuar a los prisioneros de derechas, enespecial a los oficiales del Ejrcito que haban jurado unirse a las fuerzasrebeldes en cuanto les fuera posible. El captulo 10 analiza la puesta en prcticade dicha decisin, las clebres masacres de derechistas en Paracuellos, a lasafueras de Madrid.

    En los dos captulos siguientes se plantean dos ideas contrapuestas de laguerra. El captulo 11 trata de cmo se defendi la Repblica del enemigointerior, que no solo comprenda la pujante Quinta Columna dedicada alespionaje, a la subversin, y a contagiar el derrotismo y el abatimiento, sinotambin a la extrema izquierda del sindicato anarquista CNT y el POUMantiestalinista. Estos grupos radicales haban decidido hacer de la revolucin suprioridad, lo que perjudicaba seriamente el esfuerzo blico de la Repblica. Aspues, el mismo aparato de seguridad que haba puesto fin a la represindescontrolada de los primeros meses se ocup luego de los elementos extremistasde uno y otro signo. En el captulo 12 se analiza la deliberadamente lenta yfarragosa campaa de aniquilacin que Franco llev a cabo a su paso por el PasVasco, Santander, Asturias, Aragn y Catalua, y que demuestra cmo suestrategia blica era una inversin en terror para facilitar el establecimiento de laposterior dictadura. Por ltimo, el captulo 13 analiza la maquinaria de juicios,ejecuciones, crceles y campos de concentracin con que despus de la guerrase consolid esa inversin.

    La intencin era asegurarse de que los intereses del antiguo rgimen novolvieran a cuestionarse, como haba ocurrido entre 1931 y 1936 a raz de lasreformas democrticas emprendidas por la Segunda Repblica. Cuando losmilitares pusieron en prctica el llamamiento del general Mola para eliminarsin escrpulos ni vacilacin a todos los que no piensen como nosotros y el clerolo justific, no fue porque estuvieran comprometidos con una cruzada intelectualo tica. La defensa de los intereses de las clases poderosas tena que ver con el pensamiento solo en la medida en que las fuerzas liberales progresistas y deizquierdas cuestionaban los principios de la derecha, recogidos en el lema delprincipal partido catlico, la CEDA: Patria, orden, religin, familia, propiedad,jerarqua ; todos ellos elementos intocables de la vida social y econmicaespaola antes de 1931. Patria implicaba que los nacionalismos regionales nocuestionaran el centralismo espaol. Orden equivala a que no se tolerara laprotesta pblica. Religin se traduca en el monopolio de la educacin y la

  • prctica religiosa por parte de la Iglesia catlica. Familia llevaba implcitas lasumisin de las mujeres y la prohibicin del divorcio. Propiedad significabaque la tierra deba seguir en manos de quien estaba. Y jerarqua velaba por elsacrosanto orden social existente. A fin de proteger los pilares de ese rgimen, enlas reas ocupadas por los rebeldes las vctimas inmediatas no fueron solo losmaestros de escuela, los masones, los mdicos y los abogados liberales, losintelectuales y los lderes de los sindicatos, es decir, los posibles diseminadores delas ideas. La matanza se extendi tambin a quienes habran podido recibir lainfluencia de sus ideas: los miembros de un sindicato, los que no iban a misa, lossospechosos de votar al Frente Popular, las mujeres que haban obtenido elsufragio y el derecho al divorcio

    Cmo se tradujo todo ello en cantidad de muertes es imposible de precisarcon exactitud, aunque en lneas generales las cifras son claras. As pues, en ellibro aparecen con frecuencia cantidades indicativas, basadas en las profusasinvestigaciones que han llevado a cabo en toda Espaa distintos historiadoresautctonos a lo largo de los ltimos aos. Sin embargo, a pesar de sus notablesresultados, sigue sin ser posible presentar cifras definitivas del nmero total de lasmuertes provocadas tras las lneas de batalla, sobre todo en la zona rebelde. Elobjetivo debera ser siempre, en la medida de lo posible, basar las cifras devctimas de los dos bandos en los fallecidos que fueron identificados. Gracias alos esfuerzos que las autoridades republicanas hicieron entonces por identificarlos cadveres, y por las investigaciones que posteriormente llev a cabo el estadofranquista, el nmero de rebeldes asesinados o ejecutados por los republicanos seconoce con relativa precisin. La cifra ms reciente y fiable, proporcionada porel especialista ms destacado en la materia, Jos Luis Ledesma Vera, asciende a49 272 vctimas. No obstante, la incertidumbre acerca del alcance de losasesinatos en el Madrid republicano podra ver aumentada esa cifra[4]. Inclusoen las zonas donde se llevaron a cabo estudios fidedignos, el hallazgo de nuevosdatos y las exhumaciones de las fosas comunes hacen que el nmero debarevisarse de continuo, si bien dentro de mrgenes relativamente estrechos[5].

    Por el contrario, calcular el nmero de los republicanos exterminados por laviolencia rebelde ha entraado un sinfn de dificultades. En 1965, los franquistasempezaron a pensar lo impensable: que el Caudillo no era inmortal y que habaque mirar hacia el futuro. Sin embargo, hasta 1985 el gobierno espaol noemprendi actuaciones, aunque fueran tardas y titubeantes, para proteger losrecursos archivsticos del pas. Millones de documentos se perdieron durante esosveinte aos cruciales, entre ellos los archivos del partido nico, la Falange, los delos cuarteles de Polica provinciales, los de las crceles y los de la principalautoridad local del rgimen franquista, el Gobierno Civil. Caravanas de camionesse deshicieron de los registros judiciales de la represin. Aparte de ladestruccin deliberada de archivos, hubo tambin prdidas involuntarias ,

  • cuando algunos ayuntamientos vendieron toneladas de documentos para elreciclaje del papel[6].

    No fue posible realizar una investigacin en toda regla hasta despus de lamuerte de Franco. Al acometer la tarea, los estudiosos no solo hubieron de hacerfrente a la destruccin deliberada de abundante material de archivo por parte delas autoridades franquistas, sino tambin al hecho de que muchas muertes secorrespondieran con registros falsos o, directamente, no quedara constancia deellas. A la ocultacin de crmenes durante la dictadura se sumaban el temor queprevaleca en los posibles testigos y la obstruccin a las investigaciones,especialmente en las provincias castellanas. Con frecuencia la documentacindesapareca misteriosamente y los funcionarios locales negaban la posibilidad deconsultar el registro civil[7].

    Muchas ejecuciones de los militares rebeldes recibieron un maquillaje depseudolegalidad a travs de procesos judiciales, aunque en realidad sediferenciaban poco de los asesinatos extrajudiciales. Las sentencias de muerte seobtenan tras juicios que duraban unos minutos, en los que, adems, a losacusados no se les permita defenderse[8]. Las muertes de los asesinados en loque los rebeldes llamaban operaciones de castigo y limpieza obtenan unams que cuestionable justificacin legal por aplicacin del bando de Guerra .Dicho bando tena el propsito de legalizar la ejecucin sumaria de quienes seresistieron al golpe militar. Las muertes colaterales de muchas personasinocentes, desarmadas y que ni siquiera opusieron resistencia, entraron tambinen esa categora. Asimismo, existieron las ejecuciones sin formacin decausa , aplicadas, por ejemplo, a quienes cobijaban a un fugitivo. En estoscasos, los asesinatos respondan meramente a rdenes militares. Adems, serealizaron esfuerzos sistemticos con el fin de ocultar lo ocurrido. Con talpropsito, los prisioneros eran transportados lejos de sus lugares de origen,despus eran ejecutados y enterrados en fosas comunes[9].

    Por ltimo, cabe mencionar que un nmero significativo de muertos nuncafue registrado de ningn modo. Fue el caso, por ejemplo, de muchos de los quehuan ante la amenaza de las columnas africanas de Franco. A medida queocupaban ciudades y pueblos, las columnas asesinaban tambin a los refugiadosde otras procedencias, cuy os nombres o lugares de nacimiento se desconocan.Tal vez el nmero exacto de los asesinados en campo abierto por los escuadronesmontados de falangistas y carlistas no se sepa nunca. Del mismo modo, esimposible determinar el paradero de los miles de refugiados de Andalucaoccidental que murieron en el xodo posterior a la cada de Mlaga en 1937; o elde los refugiados en Barcelona, procedentes de todas las regiones de Espaa, queperdieron la vida al huir hacia la frontera francesa en 1939; o el de los que sesuicidaron tras esperar en vano a ser evacuados de los puertos del Mediterrneo.

  • A pesar de todo, las investigaciones exhaustivas llevadas a cabo permitenafirmar que, en trminos generales, la represin de los rebeldes fueaproximadamente tres veces superior a la de la zona republicana. Hoy por hoy,la cifra ms fidedigna, aunque provisional, de muertes a manos de los militaresrebeldes y sus partidarios es de 130 199. Sin embargo, es poco probable que lasvctimas ascendieran a menos de 150 000, y bien pudieron ser ms. En algunaszonas se han llevado a cabo estudios solo parciales; en otras, apenas se hainvestigado. En varias regiones que estuvieron bajo el control de los dos bandos, ydonde las cifras se conocen con cierta precisin, la diferencia entre el nmero demuertes por obra de los republicanos o de los rebeldes es asombrosa. Por citaralgunos ejemplos, en Badajoz hubo 1437 vctimas de la izquierda, contra las 8914vctimas de los rebeldes; en Sevilla, 447 vctimas de la izquierda y 12 507 de losrebeldes; en Cdiz, 97 vctimas de la izquierda y 3071 de los rebeldes; y enHuelva, 101 vctimas de la izquierda, frente a 6019 de los rebeldes. En lugaresdonde no hubo violencia republicana, las matanzas rebeldes alcanzan cifras dedifcil comprensin: Navarra, 3280; Logroo, 1977. En la may or parte de loslugares donde los republicanos ejercieron una represin may or, como Alicante,Gerona o Teruel, la diferencia entre las vctimas de los dos bandos se cuenta encentenares[10]. La excepcin es Madrid. Los asesinatos que se cometieron a lolargo de la guerra, mientras la capital estuvo bajo el control de los republicanos,parecen estar cerca de triplicar los producidos tras la ocupacin de los rebeldes.El clculo preciso se ve obstaculizado, no obstante, por el hecho de que la ciframs citada sobre la represin en Madrid despus de la guerra, de 2663 muertes,se basa en un estudio de los que fueron ejecutados y enterrados en un soloemplazamiento, la Almudena o cementerio del Este[11].

    Aunque superada por la violencia franquista, la represin en la zonarepublicana antes de que el gobierno del Frente Popular le pusiera coto alcanztambin una magnitud espantosa. Forzosamente desigual tanto en escala como ennaturaleza, las cifras ms elevadas se registraron en Toledo y el rea al sur deZaragoza, desde Teruel hasta el oeste de Tarragona, que estuvo bajo controlanarquista[12]. En Toledo, 3152 derechistas fueron asesinados, de los que un 10por ciento pertenecan al clero, casi la mitad de los eclesisticos de laprovincia[13]. En Cuenca, el total de las muertes asciende a 516, de las que 36, el7 por ciento, eran curas, casi una cuarta parte del clero de la provincia. En laCatalua republicana, el exhaustivo estudio de Josep Maria Sol i Sabat y JoanVilarroyo i Font contabiliz 8360 vctimas. Este dato se corresponde con lasconclusiones a las que lleg la comisin que cre la Generalitat de Catalunya en1937, y por ende da una muestra del celo de las autoridades republicanas parallevar a cabo un registro riguroso; dirigida por el juez Bertran de Quintana,investig todas las muertes tras las lneas de combate, a fin de promover medidas

  • contra los responsables de las ejecuciones extrajudiciales[14]. Semejanteproceso habra sido inconcebible en el bando rebelde.

    Los estudios recientes que no se limitan a Catalua, sino que abarcan lamayor parte de la Espaa republicana, han desautorizado radicalmente lasacusaciones propagandsticas que los rebeldes hicieron en su momento. El 18 dejulio de 1938, en Burgos, el propio Franco asegur que en Catalua haban sidoasesinadas 54 000 personas. En el mismo discurso, afirm que en Madrid habaotras 70 000 vctimas, y 20 000 ms en Valencia. El mismo da, declar a unperiodista que en la zona republicana se haban producido ya un total de 470 000asesinatos[15]. Para probar ante el mundo la iniquidad del enemigo, el 26 de abrilde 1940 Franco inici una ingente investigacin a cargo del estado, la CausaGeneral, un proceso informativo, fiel y veraz que pretenda establecer laverdadera magnitud de los crmenes cometidos por el bando republicano, y quefoment las denuncias y las exageraciones. Aun as, Franco se llev unatremenda decepcin cuando, basndose en la informacin recabada, y pese aemplear una metodologa que inflaba las cifras, la Causa General concluy queel nmero de muertes era de 85 940. A pesar de las exageraciones y de incluirmuchas duplicaciones, la cifra qued tan por debajo de las afirmaciones deFranco, que durante ms de un cuarto de siglo se omiti en las edicionespublicadas de las conclusiones de la Causa General[16].

    Una parte fundamental de la campaa represora de los rebeldes, aunquesubestimada la persecucin sistemtica de las mujeres, no queda reflejadaen los anlisis estadsticos. El asesinato, la tortura y la violacin eran castigosgeneralizados para las mujeres de izquierdas (no todas pero s muchas), quehaban emprendido la liberacin de gnero durante el perodo republicano. Lasque sobrevivieron a la crcel padecieron de por vida graves secuelas fsicas ymentales. Otras miles de mujeres fueron sometidas a violaciones y otras formasde abuso sexual, a la humillacin de que les raparan la cabeza o de hacerse susnecesidades en pblico tras la ingesta forzosa de aceite de ricino. La mayora delas republicanas sufrieron tambin graves problemas econmicos y psicolgicosdespus de que sus esposos, padres, hermanos e hijos murieran asesinados o sevieran obligados a huir, lo que a menudo provocaba que las arrestaran a ellas, afin de que revelaran el paradero de los hombres de la familia. En cambio, esaclase de vejaciones sobre las mujeres fueron relativamente escasas en la zonarepublicana. No quiere decirse con ello que no se produjeran. Los abusossexuales que padecieron aproximadamente una docena de monjas y la muertede 296, algo ms del 1,3 por ciento de todas las religiosas que haba en la Espaade la poca, aunque vergonzoso, sigue siendo de una magnitud significativamenteinferior a la suerte que corrieron las mujeres en la zona rebelde. El dato nosorprende si se tiene en cuenta que el respeto hacia la mujer era uno de los

  • pilares del programa reformista de la Repblica[17].Una visin estadstica del holocausto espaol no solo falla por su base, es

    incompleta y difcilmente llegar a concluirse nunca. Adems, no consigueplasmar el horror que hay detrs de las cifras. El relato ofrecido a continuacinincluye muchas historias individuales de hombres, mujeres y nios de los dosbandos. Presenta algunos casos concretos pero representativos de vctimas ycriminales de todo un pas. Con ello espera transmitir el sufrimiento que laarrogancia y la brutalidad de los oficiales que se alzaron el 17 de julio de 1936desataron sobre sus conciudadanos. As provocaron la guerra, una guerrainnecesaria y cuyas repercusiones se dejan sentir an hoy en Espaa.

    Innecesario es decir que esta es una obra cientfica y que los hechos delpasado pertenecen a la Historia. La divulgacin documentada y veraz de losinnumerables casos mencionados de personas responsables de actos de violenciadurante la represin no puede ofender el honor de los allegados, cuyossentimientos respetamos. La misin del historiador estriba en buscar la verdad,con independencia de los sentimientos que su trabajo pueda despertar. Todos losallegados de unos y otros cuentan con nuestro respeto y nuestra comprensin.

  • Primera parte

    Los orgenes del odio

    y de la violencia

  • 1

    Los comienzos de la guerra social:

    1931-1933

    Un terrateniente de la provincia de Salamanca, segn su propia versin, al recibirnoticia del alzamiento militar en Marruecos en julio de 1936 orden a susbraceros que formaran en fila, seleccion a seis de ellos y los fusil para que losdems escarmentaran. Era Gonzalo de Aguilera y Munro, oficial retirado delEjrcito, y as se lo cont al menos a dos personas en el curso de la GuerraCivil[1]. Su finca, conocida como la Dehesa del Carrascal de Sanchiricones, seencontraba entre Vecinos y Matilla de los Caos, dos localidades situadas,respectivamente, a 30 y 35 kilmetros al sudoeste de Salamanca. Si bien estapresunta atrocidad supone una excepcin extrema, los sentimientos que pone demanifiesto eran bastante representativos de los odios incubados lentamente en laEspaa rural durante los veinte aos anteriores al alzamiento militar de 1936. Lafra y calculada violencia de Aguilera reflejaba la creencia, muy extendidaentre las clases altas del medio rural, de que los campesinos sin tierra eran unaespecie infrahumana. Esta idea se haba generalizado entre los grandesterratenientes de los latifundios espaoles desde que haban estallado los durosconflictos sociales de los aos comprendidos entre 1918 y 1921, el llamado trienio bolchevique . Las revueltas peridicas de los jornaleros en esos aosfueron sofocadas por los defensores tradicionales de la oligarqua rural, laGuardia Civil y el Ejrcito. Hasta entonces se haba vivido una calma tensa, en elcurso de la cual la miseria de los campesinos sin tierra se vea aliviada de vez encuando por la condescendencia de los amos, que hacan la vista gorda a la cazafurtiva de conejos y a la recoleccin de los frutos cados de los rboles, o queincluso regalaban comida. La violencia del trienio indign a los terratenientes,que jams perdonaron la insubordinacin de los braceros, a quienes tenan poruna especie inferior. As las cosas, ese paternalismo, que paliaba en parte lasbrutales condiciones de vida de los peones agrcolas, concluy sin previo aviso de

  • la noche a la maana.La oligarqua agraria, en desigual asociacin con la burguesa industrial y

    financiera, haba sido la fuerza dominante tradicional del capitalismo espaol. Eldoloroso y desequilibrado proceso de industrializacin empezaba a desafiar sumonopolio. La prosperidad alcanzada por la Espaa neutral mientras en Europase libraba la Primera Guerra Mundial anim a industriales y banqueros a disputarel poder poltico a los grandes terratenientes, pese a lo cual, ante el peligro querepresentaba un proletariado industrial y militante, no tardaron en restablecer unaalianza defensiva. En agosto de 1917, la dbil amenaza de la izquierda fueaplastada sangrientamente por el Ejrcito, que en apenas tres das acab con lahuelga general revolucionaria. Desde entonces, y hasta 1923, cuando el Ejrcitointervino por segunda vez, el descontento social cobr visos de guerra civil nodeclarada. En el sur se produjeron las sublevaciones rurales del llamado trieniobolchevique , de 1918 a 1921. En el norte, los industriales de Catalua, el PasVasco y Asturias, que intentaron sortear con despidos y recortes salariales larecesin inmediatamente posterior a la guerra en Europa, se enfrentaron aviolentas huelgas, al tiempo que Barcelona se vea sumida en una violenta espiralde provocaciones y represalias.

    Este clima de incertidumbre e inquietud hizo que la clase media se mostrarareceptiva a las ideas diseminadas desde antiguo por los catlicos de extremaderecha, que aseguraban la existencia de una conspiracin secreta entre judos,masones y las internacionales de la clase obrera ideada con el fin de destruir laEuropa cristiana y que tena a Espaa como principal objetivo. La nocin de estaconjura diablica concebida para la destruccin de la cristiandad se remontaba ala temprana Edad Media en la Espaa catlica. A lo largo del siglo XIX, laextrema derecha espaola se sirvi de dicha creencia con el propsito dedesacreditar a los liberales, a quienes consideraba responsables de unos cambiossociales muy dainos para sus intereses. Se relacionaba a los liberales con losmasones (que eran relativamente pocos en Espaa) y se los describa comoinstrumento de los judos (que eran casi inexistentes). De acuerdo con estafantasa paranoica, tan siniestra alianza tena por objetivo instaurar la tirana judasobre el mundo cristiano. A medida que el siglo XIX tocaba a su fin, estasopiniones empezaron a expresarse con creciente vehemencia, como reaccin alos caleidoscpicos procesos de rpido crecimiento econmico, convulsin social,agitacin regionalista, un movimiento reformista burgus y el surgimiento de lossindicatos y partidos de izquierdas. Tan singular y alarmante manera de explicarel desmoronamiento de las certezas relativas de una sociedadpredominantemente rural, as como la desestabilizacin de la sociedad espaola,tuvo no obstante un efecto tranquilizador, al trasladar la culpa a un enemigoextranjero sin identificar. Se argumentaba que, sirvindose de la intermediacinvoluntaria de los masones, los judos controlaban la economa, la poltica, la

  • prensa, la literatura y el mundo del espectculo, que utilizaban para propagar lainmoralidad y la brutalizacin de las masas. Esta era la visin que fomentabadesde haca tiempo el diario carlista El Siglo Futuro. En 1912, Jos Ignacio deUrbina, con el respaldo de 22 obispos espaoles, fund la Liga NacionalAntimasnica y Antisemita. El obispo de Almera escribi: Todo est preparadopara la batalla decisiva que ha de librarse entre los hijos de la luz y los hijos delas tinieblas, entre el catolicismo y el judasmo, entre Cristo y Belial [2]. Unavez presentada la situacin en estos trminos, no se juzg necesario ofrecerpruebas fehacientes. No poda esperarse una prueba fehaciente de un enemigode naturaleza y poder tan formidables, puesto que se trataba del mismsimoMaligno. Era demasiado hbil para dejar rastro.

    En Espaa, como en otros pases europeos, el antisemitismo se intensific apartir de 1917. Se estableci como axioma que el socialismo era una creacinjuda y que la Revolucin rusa se haba financiado con capital judo, y la ideacobr una credibilidad espuria en razn de los orgenes judos de destacadosbolcheviques, como Trotsky, Martov y Dan. Las clases medias y altas espaolasreaccionaron con indignacin y espanto a los diversos estallidos revolucionariosque amenazaron sus posiciones entre 1917 y 1923. Los temores de la lite seapaciguaron temporalmente en 1923, cuando el Ejrcito volvi a intervenir y seinstaur la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Como capitn generalde Barcelona, Primo de Rivera era ntimo de los barones catalanes de la industriatextil y comprenda que se sintieran atacados, y como proceda de una adineradafamilia de terratenientes de Jerez, tambin comprenda los temores de loslatifundistas. Era, por tanto, el guardia pretoriano ideal para la coalicinreaccionaria de industriales y terratenientes que se consolid a partir de 1917.Mientras permaneciera en el poder, Primo de Rivera ofrecera seguridad a lasclases medias y altas. Aun as, y pese a cierta colaboracin del rgimen con elPSOE y la UGT, sus idelogos se esforzaron con ahnco en construir la nocin deque, en Espaa, dos grupos polticos y sociales, incluso morales, estabanabocados a librar un combate a muerte, movidos por una mutua e implacablehostilidad. Concretamente, y como anticipo de la funcin que ms tardedesempearan para Franco, estos propagandistas pusieron todo su empeo enadvertir de los peligros que representaban judos, masones e izquierdistas.

    Esas ideas deslegitimaban en lo esencial a todo el espectro de la izquierda,desde los liberales de clase media, hasta los anarquistas y los comunistas,pasando por los socialistas y los nacionalistas. Para ello se borraron lasdiferencias que los separaban y se les neg el derecho a ser consideradosespaoles. Las denuncias contra esta anti-Espaa se voceaban en losperidicos de la derecha, en el partido nico del rgimen, Unin Patritica, ascomo en las organizaciones cvicas y en el sistema educativo. Tales iniciativasgeneraron gran satisfaccin con la dictadura, que se converta en un baluarte

  • contra la supuesta amenaza bolchevique. Sobre la premisa de que el mundo sedivida en alianzas nacionales y alianzas soviticas , el influy ente poeta de laderecha, Jos Mara Pemn, declar: Es tiempo de escoger definitivamenteentre Jess y Barrabs . Proclam igualmente que las masas o son cristianas oson anrquicas y demoledoras y que el pas se hallaba dividido entre una anti-Espaa integrada por valores heterodoxos y extranjeros, y la Espaa real con susvalores religiosos y monrquicos tradicionales[3].

    Otro veterano propagandista del rgimen de Primo de Rivera, Jos Pemartn,relacionado como su primo Pemn con la extrema derecha de Sevilla, tambinsostena que Espaa estaba amenazada por una conspiracin internacional urdidapor la masonera, eterna enemiga de todos los gobiernos de orden del mundo .Despreciaba a los izquierdistas, a quienes tildaba de dogmticos alucinados porlo que ellos creen ser las ideas modernas, democrticas y europeas: sufragiouniversal, Parlamento soberano, etc., etc. Estos no tienen remedio, estnenfermos mentalmente por la peor de las tiranas: la ideocracia, o tirana deciertas ideas . El Ejrcito tena el deber de defender a la nacin de estosataques[4].

    Pese al xito temporal en su intento por anestesiar el desasosiego de las clasesmedias y dirigentes, la dictadura de Primo de Rivera fue relativamente breve. Subenevolente tentativa de atemperar el autoritarismo con paternalismo terminpor distanciar, sin proponrselo, a los terratenientes, los industriales, la jerarquaeclesistica y algunos de los cuerpos de lite del Ejrcito. Su proyecto dereforma de los procedimientos de promocin militar propici que el Ejrcito sequedara al margen cuando, tras su dimisin en enero de 1930 y los brevesgobiernos de Berenguer y AznarCabaas, una gran coalicin de socialistas yrepublicanos de clase media lleg al poder el 14 de abril de 1931 y se proclamla Segunda Repblica. Tras la salida del dictador, fue el doctor Jos MaraAlbiana, un excntrico neurlogo valenciano y fantico admirador de Primo deRivera, quien abander la defensa de los intereses de las clases privilegiadas.

    Albiana, autor de ms de veinte novelas y libros sobre neurastenia, religin,historia y filosofa de la medicina, y poltica espaola, junto a algunos volmenessobre Mxico de corte levemente imperialista, estaba convencido de la existenciade una alianza secreta que trabajaba en la oscuridad, fuera del pas, con elpropsito de destruir Espaa. En febrero de 1930 distribuy diez mil ejemplaresde su Manifiesto por el Honor de Espaa , en el que declaraba: Existe unsoviet masnico encargado de deshonrar a Espaa ante el mundo resucitando laleyenda negra y otras infamias fraguadas por los eternos y escondidos enemigosde nuestra Patria. Ese soviet, de gentes desalmadas, cuenta con la colaboracinde polticos despechados que, para vengar agravios partidistas, salen al extranjeroa vomitar injurias contra Espaa . Se refera a los republicanos exiliados por ladictadura. Dos meses ms tarde lanz su Partido Nacionalista Espaol, que

  • describi como un partido exclusivamente espaolista, inspirado en unnacionalismo patritico y combativo , con el objetivo de aniquilar a losenemigos interiores de la Patria que son aliados de sus enemigos exteriores . Laimagen fascista se la proporcionaron las camisas azules y el saludo romano desus Legionarios de Espaa, un voluntariado ciudadano con intervencin directa,fulminante y expeditivo en todo acto atentatorio o depresivo para el prestigio dela Patria [5].

    Albiana no fue ms que uno de los primeros en sealar que la cada de lamonarqua haba sido el primer paso en la conjura judeomasnica y bolcheviquepara apoderarse de Espaa. Estas ideas alimentaron la paranoia con que laextrema derecha recibi el advenimiento de la Segunda Repblica. Latransferencia del poder al Partido Socialista y sus aliados de las clases medias,abogados e intelectuales de distintos partidos republicanos, estremeci a laderecha espaola.

    La coalicin republicano-socialista se propona emplear la cuota de poderinesperadamente conquistada para construir una Espaa moderna, destruir lainfluencia reaccionaria de la Iglesia, erradicar el militarismo y emprender unareforma agraria con el fin de mejorar las penosas condiciones de vida de losjornaleros.

    Fue inevitable que esta ambiciosa agenda despertara las expectativas delproletariado urbano y rural, al tiempo que generaba temor y hostilidad en laIglesia, las Fuerzas Armadas y la oligarqua terrateniente e industrial. Los odioslarvados entre 1917 y 1923, que culminaron en un estallido de violenciageneralizado en 1936, formaban parte de un proceso largo y complejo que seaceler radicalmente en la primavera de 1931. El miedo y el odio de los ricosencontraron, como siempre, su primera lnea de defensa en la Guardia Civil. Sinembargo, cuando los terratenientes bloquearon los intentos de reforma, lasesperanzas frustradas de los jornaleros hambrientos solo pudieron contenerse conuna creciente brutalidad.

    Fueron muchos los que, en la derecha, interpretaron la instauracin de laRepblica como prueba de que Espaa era el segundo frente de batalla en laguerra contra la revolucin mundial, una creencia alimentada por los frecuenteschoques entre trabajadores anarcosindicalistas y las fuerzas del orden. Ladecidida actuacin contra la extrema izquierda por parte del ministro de laGobernacin, Miguel Maura, no impidi que el peridico carlista El Siglo Futuroatacara al gobierno o proclamara que la legislacin progresista de la Repblica sehaba dictado desde el extranjero. En junio de 1931, este diario declar que tresde los ministros ms conservadores, Niceto Alcal Zamora, el citado MiguelMaura y el ministro de Justicia, Fernando de los Ros Urruti, eran judos, y que lapropia Repblica era la consecuencia de una conspiracin juda. La prensacatlica en general aluda con frecuencia al contubernio judeomasnico y

  • bolchevique. El Debate, un diario de tirada masiva y de tendencia catlica msmoderada, se refera a De los Ros como el rabino . La Editorial Catlica,propietaria de un importante conglomerado de publicaciones peridicas entre lasque figuraba El Debate, no tard en lanzar dos revistas profundamenteantisemitas y antimasnicas conocidas como Gracia y Justicia y Los Hijos delPueblo. El director de la satrica y difamatoria Gracia y Justicia sera ManuelDelgado Barreto, antiguo colaborador del dictador Primo de Rivera, amigo de suhijo Jos Antonio y temprano patrocinador de la Falange. La revista lleg aalcanzar una tirada semanal de 200 000 ejemplares[6].

    La Repblica iba a encontrar de partida una violenta resistencia no solo en laextrema derecha sino tambin en la extrema izquierda. El sindicato anarquista, laConfederacin Nacional del Trabajo (CNT), reconoci que muchos de susmilitantes haban votado por la coalicin republicano-socialista en las eleccionesmunicipales del 12 de abril, cuya victoria haba alimentado la esperanza delpueblo. En palabras de un lder anarquista, se sentan como nios con zapatosnuevos. La CNT, que no esperaba cambios reales de la Repblica, aspiraba acontar con mayor libertad para difundir sus objetivos revolucionarios y seguiralimentando su encarnizada rivalidad con el sindicato socialista, la Unin Generalde Trabajadores (UGT), al que los miembros de la CNT consideraban unsindicato esquirol por su colaboracin con el rgimen de Primo de Rivera. En unapoca de paro masivo, cuando un gran nmero de emigrantes regresaron deAmrica y los obreros de la construccin perdieron el trabajo al concluir lasgrandes obras pblicas emprendidas por la dictadura, el mercado laboral era unautntico polvorn. La Federacin Anarquista Ibrica (FAI), el ala ms dura de laizquierda, supo explotar la situacin al afirmar que la Repblica, como lamonarqua, era tan solo un instrumento al servicio de la burguesa. La breve lunade miel concluy apenas dos semanas despus de las elecciones, con la brutalrepresin policial de las manifestaciones del 1 de mayo convocadas por CNT-FAI[7].

    A finales de mayo, cerca de un millar de huelguistas del puerto de Pasajesllegaron a San Sebastin con la aparente intencin de saquear los adineradosbarrios comerciales. Previamente alertado, el ministro de la Gobernacin,Miguel Maura, despleg a la Guardia Civil a la entrada de la ciudad. Losenfrentamientos arrojaron un saldo de ocho muertos y numerosos heridos.

    A principios de julio, la CNT convoc una huelga general en el sistematelefnico nacional, principalmente con la intencin de desafiar al gobierno. Sinembargo, la huelga fracas tanto por no recibir el apoyo de la UGT, que laconsideraba una lucha estril, como por la contundencia de las medidaspoliciales.

    El director general de Seguridad, el atildado e imponente ngel Galarza

  • Gago, del Partido Radical Socialista, orden que se disparara a matar a todoaquel a quien se sorprendiera atacando las instalaciones de la compaatelefnica. Era comprensible que Maura y Galarza trataran de preservar laconfianza de las clases medias, y fue inevitable que dicha actitud consolidara laviolenta hostilidad de la CNT tanto hacia la Repblica como hacia la UGT[8].

    Segn el gabinete republicano-socialista, las actividades subversivas de laCNT constituan un acto de rebelin. Segn la CNT, las huelgas y lasmanifestaciones legtimas se sofocaban con los mismos mtodos dictatorialesempleados por la monarqua. El 21 de julio de 1931, el gobierno acord lanecesidad de un remedio urgente y severo . Maura redact una propuestapara desarrollar un instrumento jurdico de represin . El ministro de Trabajosocialista, Francisco Largo Caballero, propuso un decreto para declarar ilegaleslas huelgas. Ambos decretos terminaron por fundirse el 22 de octubre de 1931 enla Ley de Defensa de la Repblica, una medida que fue acogida con entusiasmopor los miembros socialistas del gobierno, sobre todo porque se perciba comodirectamente contraria a los intereses de sus rivales de la CNT[9]. De poco sirvi.La derecha sigui atribuyendo las acciones violentas de los anarquistas alconjunto de la izquierda, incluidos los socialistas a pesar de que las denunciaronpblicamente, y a la propia Repblica.

    El hecho de que la Repblica empleara el mismo aparato represivo y losmismos mtodos que la monarqua no bast para apaciguar a la derecha. Lo queesta buscaba era que la Guardia Civil y el Ejrcito intervinieran contra losanarquistas en defensa del orden econmico vigente. Por tradicin, el grueso delos oficiales del Ejrcito vea como una de sus principales funciones laprevencin de cualquier cambio poltico o econmico. La Repblica trat deemprender una reforma que permitiera la adaptacin de las Fuerzas Armadas,tanto en su presupuesto como en su mentalidad, a las nuevas circunstancias delpas. Uno de los ejes del proy ecto era la racionalizacin del cuerpo de oficiales,excesivamente numeroso. Los ms afectados seran los duros e intransigentesoficiales de las colonias, los llamados africanistas , que se haban beneficiadode una serie de ascensos tan vertiginosos como irregulares por sus mritos encombate. Su oposicin a las reformas republicanas inaugur un proceso en virtuddel cual la violencia de la reciente historia colonial espaola hall el camino devuelta a la metrpoli. El rigor y los horrores de las guerras tribales en Marruecoshaban endurecido a estos hombres y los haban convencido de que, tras sucompromiso por combatir en defensa de la colonia, solo a ellos concerna eldestino de la patria. Mucho antes de 1931 esta conviccin ya haba generado enlos africanistas un profundo desprecio tanto por los polticos profesionales comopor las masas pacifistas de la izquierda, a quienes perciban como un obstculopara el xito de su misin patritica.

    La accin represiva del Ejrcito y la Guardia Civil en el largo proceso de

  • conflictos sociales, principalmente en las zonas rurales, se vea como una piezacentral de dicho deber patritico. Sin embargo, entre 1931 y 1936 varios factoresse combinaron para ofrecer a los militares unos argumentos convincentes enfavor del uso de la violencia contra la izquierda. El primero fue el intento, porparte de la Repblica, de quebrar el poder de la Iglesia catlica. El 13 de octubrede 1931, Manuel Azaa, ministro de la Guerra, y posteriormente presidente delpas, afirm que Espaa ha dejado de ser catlica [10]. Aun suponiendo queesto fuera cierto, eran muchos los catlicos devotos y sinceros. As, la legislacinanticlerical de la Repblica proporcion una aparente justificacin para laacendrada hostilidad de quienes ya tenan abundantes motivos para buscar sudestruccin. Sin prdida de tiempo, la prensa empez a lanzar la biliosa retricade la conspiracin judeomasnica y bolchevique. Por otro lado, la naturalezagratuita de algunas medidas anticlericales favoreci el reclutamiento de muchoscatlicos de a pie para la causa de los poderosos.

    La cuestin religiosa aliment asimismo un segundo factor decisivo paraestimular la violencia de la derecha, como fue el enorme xito en la propagacinde las teoras de que izquierdistas y liberales no eran espaoles ni casi humanos,elementos que suponan una amenaza para la existencia de la nacin y que, portanto, deban ser exterminados. Libros que vendieron decenas de miles deejemplares, diarios y semanarios machacaron hasta la saciedad la idea de que laSegunda Repblica era una creacin extranjera y siniestra, y haba quedestruirla. Este concepto, que hall un terreno abonado en el miedo de laderecha, se basaba en la opinin de que la Repblica era fruto de unaconspiracin planeada y organizada por los judos y llevada a cabo por losmasones con ay uda de los lacay os de la izquierda. La creencia en esta poderosaconspiracin internacional o contubernio , una de las palabras favoritas deFranco, justificaba el uso de cualquier medio que garantizara la supervivencianacional. Los intelectuales y sacerdotes que contribuy eron a esa propagandalograron sintonizar con el odio a los jornaleros de los latifundistas y el miedo a losparados de la burguesa urbana. Gonzalo de Aguilera, como tantos otros militaresy sacerdotes, era un lector voraz de esta clase de libros y de la prensa dederechas[11].

    Otro de los factores que fomentaron la violencia fue la reaccin de losterratenientes a los diversos intentos de reforma agraria emprendidos por laSegunda Repblica. En la provincia de Salamanca, los lderes del Bloque Agrario,Ernesto Castao y Jos Lamami de Clairac, incitaron a los terratenientes a nopagar sus impuestos ni sembrar sus tierras. La intransigencia radicaliz la posturade los jornaleros[12]. En los latifundios del sur de Espaa las leyes agrarias sedesobedecieron sistemticamente. A pesar del decreto del 7 de may o de 1931,que impona el laboreo forzoso, los jornaleros sindicados se encontraron con un

  • cierre patronal, que o bien dejaba la tierra sin cultivar, o bien les negaba eltrabajo al grito de: Comed Repblica! . Y a pesar del decreto del 1 de julio de1931, que impona una jornada de ocho horas en el campo, los bracerostrabajaban diecisis horas, de sol a sol, sin cobrar por las horas extra. Lo cierto esque reciban salarios de miseria. Aunque los jornaleros en paro se contaban pordecenas de miles, los terratenientes proclamaron que el desempleo era unainvencin de la Repblica[13]. La recogida de bellotas, normalmente comidaspor los cerdos, o de aceitunas cadas de los olivos, o de lea, o incluso de aguapara abrevar a los animales, se denunciaron en Jan como actos de cleptomana colectiva [14]. Los campesinos hambrientos a los que sesorprenda in fraganti eran brutalmente apaleados por la Guardia Civil o losguardas armados de las fincas[15].

    Con las expectativas que despert la llegada del nuevo rgimen, loscampesinos sin tierra abandonaron la apata y el fatalismo que haban marcadosus vidas hasta entonces. A medida que iban viendo cmo se frustraban susesperanzas por las tcticas obstruccionistas de los terratenientes, la desesperacinde los peones hambrientos solo pudo contenerse intensificando la represin de laGuardia Civil. Los propios guardias a menudo recurran a las armas llevados porel pnico a ser aplastados por la muchedumbre enfurecida. La prensa dederechas daba cuenta con indignacin de incidentes relacionados con la cazafurtiva o el robo de cosechas, y con la misma indignacin informaba la prensa deizquierdas del nmero de campesinos muertos. En Corral de Almaguer (Toledo),el 22 de septiembre los braceros hambrientos trataron de boicotear un cierrepatronal invadiendo las fincas para trabajar la tierra. La Guardia Civil, queintervino en apoyo de los amos, mat a 5 jornaleros e hiri a otros 7. Cinco dasms tarde, en Palacios Rubios, cerca de Pearanda de Bracamonte, en laprovincia de Salamanca, la Guardia Civil abri fuego contra un grupo dehombres, mujeres y nios que celebraban el xito de una huelga. Los guardiasempezaron a disparar cuando los vecinos se pusieron a bailar delante de la casadel cura. Dos trabajadores murieron en el acto y otro dos, poco despus[16]. Elcaso desat la ira de los trabajadores. En julio de 1933, el editor del peridicosindical Tierra y Trabajo, Jos Andrs y Mans, present una denuncia ennombre de la delegacin salmantina de la Federacin de Trabajadores de laTierra (de la UGT) contra un cabo de la Guardia Civil, Francisco Jimnez Cuesta,por cuatro delitos de homicidio y otros tres de lesiones. Jimnez Cuesta fuedefendido con xito por Jos Mara Gil Robles, lder del partido catlicoautoritario Confederacin Espaola de Derechas Autnomas (CEDA). Andrs yMans fue asesinado ms tarde por los falangistas, a finales de julio de 1936[17].

    En Salamanca y otros lugares se perpetraron actos violentos contra losafiliados a los sindicatos y los terratenientes: un anciano de setenta aos muri

  • apaleado a culatazos por la Guardia Civil en Burgos, y un terrateniente resultgravemente herido en Villanueva de Crdoba. A menudo, estos incidentes, que nose limitaron al centro y sur del pas, sino que proliferaron tambin en las tresprovincias de Aragn, comenzaban con invasiones de fincas. Grupos decampesinos sin tierra acudan al seor en busca de trabajo o a vecesdesempeaban por su propia iniciativa algunas tareas agrcolas y luego exigan elpago de las mismas. En la mayora de los casos eran expulsados por la GuardiaCivil o por los guardas armados de las fincas[18].

    En realidad, la actitud de los terratenientes era solo un elemento de laevidente hostilidad de las fuerzas de la derecha hacia el nuevo rgimen.Ocupaban la primera lnea de defensa contra las ambiciones reformistas de laRepblica, pero haba respuestas igual de vehementes a la legislacin sobre laIglesia y el Ejrcito. De hecho, las tres cuestiones se presentaban con frecuenciaentrelazadas, pues eran muchos los militares que procedan de familias catlicasy latifundistas. Todos estos elementos hallaron una forma de expresin endiferentes formaciones polticas de nuevo cuo. Entre las ms extremistas y msabiertamente comprometidas con la destruccin de la Repblica en el menortiempo posible figuraban dos organizaciones monrquicas: la carlista ComuninTradicionalista, y Accin Espaola, fundada por partidarios del exiliado AlfonsoXIII como una escuela contrarrevolucionaria de pensamiento moderno . A laspocas horas de proclamarse la Repblica, los conspiradores monrquicoscomenzaron a recaudar fondos con el fin de crear un peridico que propagara lalegitimidad del alzamiento contra la Repblica, instilar en el Ejrcito el espritu derebelin y constituir un partido poltico legal desde el que urdir la conspiracincontra el rgimen y organizar el levantamiento armado. Dicho diario, AccinEspaola, alimentara asimismo la nocin de la siniestra alianza entre judos,masones e izquierdistas. En el plazo de un mes sus fundadores lograron recaudaruna suma sustancial para la proyectada sublevacin. Su primera tentativa fue elgolpe militar del 10 de agosto de 1932, la llamada Sanjurjada , cuyo fracasofortaleci la determinacin de que el segundo intento estuviera mejor financiadoy triunfara sin paliativos[19]. Algo ms moderada era la formacin monrquicaconocida como Accin Nacional y posteriormente rebautizada como AccinPopular, cuyo objetivo consista en defender los intereses de la derecha en elmarco legal republicano. Extremistas o catastrofistas y moderadoscompartan en todo caso muchas de las mismas ideas. Sin embargo, tras el fallidogolpe militar de agosto de 1932, estos grupos se separaron por sus discrepanciassobre la eficacia de la conspiracin armada contra la Repblica. AccinEspaola constituy su propio partido poltico, Renovacin Espaola, y otro tantohizo Accin Popular, reuniendo a diversas formaciones de ideologa afn en laCEDA[20]. Un ao ms tarde las filas de los catastrofistas crecan con la

  • aparicin de distintas organizaciones fascistas. Lo que tenan en comn todas ellasera que se negaban a aceptar que la instauracin de la Repblica fuera elresultado incruento de un plebiscito democrtico. Pese a su fachada enapariencia leal a la Repblica, tanto los lderes de Accin Popular como los de laCEDA proclamaban a menudo y sin restricciones que la violencia contra elrgimen republicano era completamente legtima.

    Apenas tres semanas despus de la proclamacin del nuevo rgimen, cuyogobierno se distingua principalmente por su timidez a la hora de afrontar losproblemas sociales, Accin Nacional se constitua legalmente como unaorganizacin de defensa social . Su creador fue ngel Herrera Oria, editor deldiario El Debate, una publicacin de corte catlico militante y hasta la fechamonrquica. Herrera, que era un estratega de notable inteligencia, fue el cerebroen la sombra del catolicismo poltico en los primeros aos de la SegundaRepblica. Accin Nacional aglutin a las dos organizaciones de la derecha quehaban combatido contra el creciente poder de las clases trabajadoras urbanas yrurales durante los veinte aos precedentes. Su liderazgo se apoy en laAsociacin Catlica Nacional de Propagandistas (ACNP), una lite de influenciajesuita integrada por cerca de 500 prominentes y talentosos catlicos de derechascon influencia en la prensa, la judicatura y las profesiones liberales. Estaorganizacin encontr un apoyo masivo en la Confederacin Nacional Catlico-Agraria (CNCA), una importante formacin poltica que proclamaba su sumisin completa a las autoridades eclesisticas . La CNCA goz de un apoyoconsiderable entre los propietarios de pequeos minifundios del norte y el centrode Espaa y, a semejanza de otros grupos europeos, se estableci durante laPrimera Guerra Mundial como parte de una iniciativa destinada a combatir lapujanza de las organizaciones de izquierdas[21].

    El manifiesto de Accin Nacional proclamaba que las avanzadas delcomunismo sovitico y a empezaban a escalar las ruinas de la monarqua.Tachaba a los respetables polticos burgueses de la Segunda Repblica de dbilese incapaces de controlar a las masas: Es la masa que niega a Dios, y, por ende,los principios de la moral cristiana; que proclama, frente a la santidad de lafamilia, las veleidades del amor libre; que sustituye a la propiedad individual,base y motor del bienestar de cada uno y de la riqueza colectiva, por unproletariado universal a las rdenes del Estado . Sealaba igualmente la insensatez ultranacionalista, anhelosa, sean las que fueren las cordiales palabrasde ahora, de romper la unidad nacional . Accin Nacional se presentabainequvocamente como la negacin de todo aquello sobre lo que, a su juicio, seasentaba la Repblica. Al grito de: Religin, patria, familia, orden, trabajo ypropiedad , declar la batalla social que se libra en nuestro tiempo para decidirel triunfo o el exterminio de esos principios imperecederos. En verdad, ello no seha de decidir en un solo combate; es una guerra, y larga, la desencadenada en

  • Espaa [22].En 1933, cuando Accin Popular se haba transformado en la CEDA, sus

    anlisis empezaron a ser todava menos comedidos: Las turbas, siempreirresponsables por razn de su incoherencia, se aduearon de los resortes degobierno . Incluso para la organizacin de Herrera, leal al rgimen, la Repblicaera consecuencia de la revolucin desatada cuando la locura contagiosa de losms exaltados prendi como chispas en el material combustible de losdesalmados, de los perversos, de los rebeldes, de los insensatos . En ello ibaimplcito que los defensores de la Repblica eran seres infrahumanos y por tantohaba que eliminarlos como a bichos pestilentes. Las cloacas abrieron susesclusas y los detritus sociales inundaron las calles y las plazas, se agitaron yrevolvieron como en epilepsia [23]. En toda Europa, las lites amenazadas y susmasas de seguidores expresaban el temor a la izquierda mediante el uso deltrmino extranjero , y lo describan como una enfermedad que pona enpeligro a la nacin y exiga de sus ciudadanos una profunda tarea de purificacinnacional.

    Tanto en ese momento como en fechas posteriores, la continua reiteracin dela derecha de su propsito de aniquilar a la Repblica se justific por los artculosanticlericales que se incluyeron en la Constitucin. Sin embargo, elenfrentamiento era muy anterior al debate sobre los apartados religiosos delborrador constitucional. La animadversin de la derecha catlica por lademocracia ya haba quedado ampliamente demostrada en el entusiasta apoyoque prest a la dictadura de Primo de Rivera. La derecha odiaba a la Repblicapor ser democrtica mucho antes de que tuviera la oportunidad de denunciar suanticlericalismo. Adems, quienes se oponan a la Repblica por razonesreligiosas, lo hacan tambin por razones sociales, econmicas y polticas,especialmente por centralismo en este ltimo caso[24].

    De todos modos, la cuestin religiosa ofreci una buena excusa para elevar latemperatura del conflicto en el plano verbal y material. El domingo 10 de mayode 1931, la reunin inaugural del Crculo Monrquico Independiente, en la callede Alcal, se clausur con una provocativa emisin del himno nacional a travsde altavoces colocados en la va pblica. La provocacin indign a las multitudesrepublicanas que volvan de un concierto vespertino en el madrileo parque delRetiro. Hubo disturbios, se quemaron coches y se asaltaron las oficinas del diarioABC en la vecina calle de Serrano. La feroz reaccin popular desencaden lafamosa quema de iglesias que tuvo lugar en Madrid, Mlaga, Sevilla, Cdiz yAlicante entre el 10 y el 12 de mayo. La respuesta de la muchedumbre puso demanifiesto hasta qu punto la gente identificaba a la Iglesia con la monarqua ylos polticos de derechas. La prensa republicana afirm que los incendios eranobra de provocadores de la organizacin esquirol antiobrera Sindicatos Libres, en

  • un intento por desacreditar al nuevo rgimen. Incluso se dijo que los jvenesmonrquicos de la Conferencia Monrquica Internacional (CMI) habandistribuido panfletos en los que se incitaba a las masas a atacar las iglesias[25].

    No obstante, eran muchos los que, en la izquierda, estaban convencidos deque la Iglesia era parte integrante de la poltica reaccionaria en Espaa, y nocabe duda de que en algunos lugares los ataques contra sus sedes fueron lideradospor los ms exaltados de entre ellos. Para la derecha, la identidad de losverdaderos culpables careca de importancia. La quema de las iglesias sirvipara confirmar y justificar los odios que y a existan antes de la proclamacin dela Repblica. Pese a todo, el ministro de la Gobernacin, Miguel Maura,manifest con pesar que los catlicos madrileos no consideraron ni un soloinstante obligado, ni siquiera oportuno, hacer acto de presencia en la calle endefensa de lo que para ellos deba ser sagrado . Aunque hubiera agentesprovocadores en los atentados contra las iglesias ocurridos entre el 10 y el 12 demayo, es razonable suponer que estos actos fueron tambin demostraciones de laanimosidad popular contra aquellos a quienes se perciba como enemigos de laRepblica. En muchos pueblos se produjeron graves enfrentamientos cuando losfieles salieron a proteger las iglesias de los grupos que intentaban profanarlas.Poco despus, ese mismo mes de mayo, cuando el gobierno provisional decretel fin de la educacin religiosa obligatoria, se firmaron numerosas peticiones enseal de protesta y en los pueblos ms pequeos del sur del pas se apedre a loscuras[26].

    Aunque la mayor parte de Espaa segua en calma, en los latifundios del sury otras zonas dominadas por la CNT se perciba un clima de guerra civil nodeclarada desde los primeros das de la proclamacin de la Repblica. MiguelMaura declar que, en los cinco meses transcurridos desde mediados de mayode 1931 hasta la fecha de su dimisin, en el mes de octubre, tuvo que enfrentarsea 508 huelgas revolucionarias. La CNT lo acus de haber causado la muerte de108 personas con sus medidas represivas[27]. El ejemplo ms grfico fue lasangrienta y proftica culminacin de un perodo de agitacin anarquista enSevilla. Tras una serie de huelgas revolucionarias, el sindicato CNT hizo unllamamiento a la huelga general el 18 de julio de 1931. La convocatoria ibadirigida no solo a los patronos locales sino tambin a la UGT, el sindicato rival dela CNT en la ciudad sevillana. Hubo violentos enfrentamientos entre huelguistasanarquistas y comunistas, por un lado, y esquiroles y la Guardia Civil, por otro.En la reunin del Consejo de Ministros del 21 de julio, el ministro de Trabajo, elsocialista Francisco Largo Caballero, exigi a Miguel Maura que actuara conenerga para poner fin a los desrdenes, pues estaban daando la imagen de laRepblica. Cuando el presidente, Niceto Alcal Zamora, pregunt si todosestaban de acuerdo en que se tomaran medidas enrgicas contra la CNT, la

  • respuesta del gabinete fue unnime. Maura le dijo a Azaa que ordenara lademolicin, con fuego de artillera, de una casa en la que los anarquistas sehaban refugiado en su huida de las fuerzas del orden[28].

    Entretanto, la noche del 22 al 23 de julio de 1931, se permiti que extremistasde derecha se aprovecharan de la situacin, actuando como voluntarios en larepresin de las huelgas en Sevilla. Convencido de que las fuerzas del orden noestaban en condiciones de afrontar el problema, el gobernador civil de la ciudad,Jos Bastos Ansart, invit a los miembros de dos asociaciones de terratenientes, elCrculo de Labradores y la Unin Comercial, a constituir un grupo paramilitarconocido como la Guardia Cvica. Dicha invitacin fue acogida con entusiasmopor los derechistas ms destacados de la ciudad, Javier Parlad Ybarra, TomsMurube Turmo, Pedro Parias Gonzlez, teniente coronel de Caballera retirado ypropietario de grandes fincas, y Jos Garca Carranza, el clebre torero conocidocomo Pepe el Algabeo . Se recabaron armas, y la Guardia Cvica qued almando de un africanista brutal, el capitn Manuel Daz Criado, conocido como Criadillas . La noche del 22 de julio, estos grupos paramilitares asesinaron atiros en el parque de Mara Luisa a cuatro prisioneros en el momento en que lostrasladaban de la sede del gobernador civil a una prisin militar. La tarde del 23de julio se destruy con fuego de artillera, tal como Maura le prometiera aAzaa, la Casa Cornelio, un caf del barrio de La Macarena dondeacostumbraban a reunirse los trabajadores.

    La violenta represin de los anarcosindicalistas supuso una gran victoria parala derecha sevillana. La inmediata reaccin de Azaa consisti en declarar quelos acontecimientos ocurridos en el parque tenan la apariencia de unaaplicacin de la ley de fugas (el pretexto que permita disparar contra losprisioneros si estos intentaban huir), y en acusar directamente a Maura, de quiendijo que primero dispara y despus apunta . Es muy posible que estasdeclaraciones obedecieran a la circunstancia de que Maura haba agredido aAzaa cuando este haba lanzado contra l la errnea acusacin de haberrevelado a la prensa secretos del gabinete. En todo caso, Azaa haba reconocidosu error en aquella ocasin anterior. Dos semanas despus, Azaa supo que laaplicacin a sangre fra de la Ley de Fugas fue obra de la Guardia Cvica pororden de Daz Criado[29]. Los asesinatos del parque de Mara Luisa y ellanzamiento de granadas contra Casa Cornelio fueron un anticipo de las accionesque la extrema derecha sevillana emprendera en 1936. Daz Criado y losmiembros del grupo implicados en los asesinatos terminaran por desempear unpapel decisivo tanto en el fallido golpe militar de agosto de 1932 como en lasalvaje represin que sigui al alzamiento militar en 1936. En otros puntos de laprovincia, principalmente en tres pequeas localidades situadas al sur de lacapital, Coria del Ro, Utrera y Dos Hermanas, la Guardia Civil reprimi coninusitada violencia diversas convocatorias de huelga. Cuando los huelguistas

  • lanzaron piedras contra la Central Telefnica en Dos Hermanas, se envi uncamin lleno de guardias civiles desde Sevilla. Las fuerzas del orden abrieronfuego en un mercado abarrotado de gente e hirieron a algunos vecinos, dos de loscuales murieron poco despus. Un total de 17 personas perdieron la vida endistintos enfrentamientos a lo largo y ancho de la provincia[30].

    Los sucesos de Sevilla y la huelga telefnica revelaron que tambin en laEspaa urbana haba choques entre las fuerzas del orden y la CNT. En Barcelona,al conflicto en el servicio telefnico se sum en el mes de agosto una huelga en laindustria metalrgica, en la que participaron 40 000 obreros. Buena parte de laactitud militante de los trabajadores era consecuencia de las frustracionesacumuladas durante la dictadura de Primo de Rivera y agravadas posteriormentepor la intransigencia de los patronos. El odio a la UGT se deba a que, el 8 de abrilde 1931, el ministro de Trabajo socialista, Francisco Largo Caballero, habaestablecido los jurados mixtos o comisiones arbitrales, originalmente introducidospor Primo de Rivera como instrumento legal para la resolucin de los conflictoslaborales. Las condiciones fijadas para el derecho a la huelga dejaron a la CNTvirtualmente fuera de la ley, habida cuenta de su compromiso con la accindirecta. En la crnica del movimiento anarquista se calificaba el decreto por elcual se legalizaban los jurados mixtos como una flecha apuntada al corazn dela CNT y a sus tcticas de accin directa [31].

    Esta medida de Largo Caballero, combinada con las tcticas represivas deMiguel Maura, foment la hostilidad de los anarquistas contra el rgimenrepublicano. Para empeorar las cosas, en oposicin al sector de la CNTabanderado por ngel Pestaa, que se preparaba para trabajar en el marco legalde la Repblica, la FAI abogaba por la insurreccin. El objetivo de la FAI erasustituir la Repblica burguesa por un rgimen comunista libertario. La accinparamilitar en las calles dirigida contra la Polica y la Guardia Civil se convirtien el ncleo de lo que el destacado dirigente de la FAI Juan Garca Oliver definicomo gimnasia revolucionaria . Impulsadas asimismo por la progresivahostilidad hacia la UGT, las tcticas de la FAI condujeron inevitablemente asangrientos combates con las fuerzas del orden. La violencia alcanz especialintensidad en las ciudades donde la CNT era el sindicato ms fuerte comoBarcelona, Sevilla, Valencia y Zaragoza, pero tambin en Madrid, tradicionalbastin de la UGT. Las acciones de los obreros de la construccin y lostrabajadores portuarios afiliados a la CNT provocaron disturbios considerables entodas estas ciudades[32].

    La inquietud que las huelgas generaron en las clases medias se consolidentre los catlicos por el anticlericalismo de la Repblica. No se hacan apenasdistinciones entre la ambicin de la coalicin republicano-socialista de romper elmonopolio de la Iglesia en el mbito de la educacin y de limitar su influencia a

  • la esfera estrictamente religiosa, y la ferocidad anticlerical de los anarquistasiconoclastas. Las huelgas y el anticlericalismo desagradaban a muchos, peropara la extrema derecha demostraban que la Repblica era el rgimen de lachusma, de una chusma controlada por una siniestra confabulacin de judos,masones y comunistas.

    Esta idea reson con mayor insistencia conforme la derecha empezaba amovilizarse plenamente, con el apoyo del clero, tras el debate parlamentariosobre el proyecto de Constitucin republicana. El texto estableca la separacinentre la Iglesia y el Estado, e introduca el matrimonio civil y el divorcio.Limitaba las ayudas estatales al clero y terminaba con el monopolio religioso enel mbito de la educacin, no solo secularizando el sistema de enseanza oficialsino tambin impidiendo la docencia a las rdenes religiosas. Estas iniciativas, almenos sobre el papel, suponan un revs econmico de enorme magnitud. LaIglesia estaba pagando el precio por su alianza con los ricos y los poderosos, conla monarqua y la dictadura. Para los catlicos, la Iglesia era el guardin de laesencia y la identidad de Espaa, de ah que reaccionara con indignacin aldecreto por el que la institucin quedaba reducida a una asociacin de voluntariosfinanciada por quienes quisieran contribuir libremente. La prensa catlicacalific las reformas propuestas de impo, tirnico y ateo intento de destruir a lafamilia[33]. La reaccin de un cura de Castelln de la Plana no fue un hechoaislado. En un sermn dijo a sus feligreses: Hay que escupir y negar hasta elsaludo a los republicanos. Debemos llegar a la guerra civil antes de consentir laseparacin de la Iglesia y el Estado. Las escuelas normales sin la enseanzareligiosa no forjarn hombres, sino salvajes [34].

    No cabe duda de que una parte de la legislacin anticlerical de la Repblicafue en el mejor de los casos incauta y en el peor, irresponsable. Ciertas medidaseran la consecuencia lgica del proyecto de secularizacin del rgimen, pero ladisolucin de la Compaa de Jess y la prohibicin del sistema de educacinprivada y religiosa supona un ataque a las libertades bsicas que casaba mal conlos principios liberales de la Constitucin. En todo caso, no fue difcil sortear estasmedidas. En la prctica, los colegios dirigidos por congregaciones religiosassiguieron funcionando como de costumbre, limitndose a cambiar de nombre,trasladar a algunos profesores a otros centros escolares y pedir a los clrigos queadoptaran la indumentaria seglar. Muchos de estos colegios, especialmente losdirigidos por jesuitas, solo estaban al alcance de las clases altas. Pese a todo, laderecha perciba estas medidas en favor del laicismo como fruto del odioazuzado por los masones. No exista un trmino medio. La determinacin de laizquierda de limitar el poder eclesistico estaba motivada por la larga historia deaversin catlica a la democracia y las reformas sociales. La Iglesia, resuelta adefender sus propiedades e indiferente a los problemas sociales, se alineinevitablemente con la extrema derecha. Los republicanos creyeron que para

  • crear una sociedad igualitaria, el nuevo rgimen tena que destruir el poder de laIglesia en el sistema educativo y sustituirlo por escuelas laicas. Incluso en lasobras de caridad del clero se vea una labor espuria de proselitismointolerante[35].

    La derecha cosech un importante apoyo popular en su oposicin a los planesde cambio de la Segunda Repblica durante la llamada campaa revisionista encontra de la Constitucin . El rotundo rechazo derechista a la Constitucinrefrendada el 13 de octubre de 1931 no se circunscriba a las propuestasrelacionadas con la religin, sino que mostraba la misma intransigencia con losplanes previstos para desarrollar la autonoma de Catalua y llevar a cabo unareforma agraria[36]. Pero fue la Ley del Divorcio y la disolucin de las rdenesreligiosas contenida en el artculo 26 lo que desat las iras de la jerarquacatlica, que atribua estas medidas a un complot urdido por los masones. Estaafirmacin sustentaba su falsa legitimidad en el hecho de que el presidente de lacomisin jurdica asesora encargada de la redaccin del texto constitucional, elsocialista Luis Jimnez de Asa, fuera masn[37]. En el curso del debatecelebrado el 13 de octubre de 1931, el lder parlamentario de Accin Popular,Jos Mara Gil Robles, declar ante la mayora republicana de las Cortes: Hoy,frente a la Constitucin se coloca la Espaa catlica vosotros seris losresponsables de la guerra espiritual que se va a desencadenar en Espaa . Cincodas ms tarde, el 18 de octubre de 1931, en la plaza de toros de Ledesma, GilRobles hizo un llamamiento para una cruzada contra la Repblica[38].

    En el marco de la misma campaa, un grupo de tradicionalistas vascosconstituy la Asociacin de Familiares y Amigos de Religiosos (AFAR). LaAFAR cosech importantes apoy os en Salamanca y Valladolid, ciudades que sedistinguieron notablemente por la ferocidad de la represin durante la GuerraCivil. La citada AFAR publicaba un boletn antirrepublicano titulado Defensa, ynumerosos panfletos de corte similar. Fund asimismo una revista violentamenteantimasnica y antijuda llamada Los Hijos del Pueblo dirigida por Francisco deLuis, quien ms tarde pas a dirigir El Debate en sustitucin de ngel Herrera.De Luis defenda con fervor la teora de que la Repblica espaola era unjuguete en manos de una conspiracin judeomasnica y bolchevique[39]. Otrode los principales colaboradores de Los Hijos del Pueblo fue el integrista jesuitaEnrique Herrera Oria, hermano de ngel. La amplia difusin de la revistaobedeca en buena parte a la popularidad alcanzada por sus vietas satricas, enlas que se atacaba a la Segunda Repblica. Desde sus pginas se acusaba conregularidad a destacados polticos republicanos de ser masones y estar por tantoal servicio de una conspiracin internacional contra Espaa y el catolicismo. Fueas como entre sus numerosos lectores arraig la creencia de que haba que

  • destruir aquel contubernio extranjero[40].La idea de que izquierdistas y liberales no eran verdaderos espaoles prendi

    con rapidez entre las filas de la derecha. A principios de noviembre de 1931, ellder monrquico Antonio Goicoechea declar ante un entusiasmado auditoriomadrileo que la nacin deba librar un combate a muerte con el socialismo.Largo Caballero protest por la virulencia de los ataques contra su partido[41]. El8 de noviembre, Joaqun Beunza, lder del grupo parlamentario vasco-navarro,que ni mucho menos poda contarse entre los carlistas ms radicales, areng auna multitud de 22 000 personas en Palencia.

    Somos hombres o no? Quien no est dispuesto a darlo todo en estosmomentos de persecucin descarada, no merece el nombre de catlico.Hay que estar dispuesto a defenderse por todos los medios, y no digo porlos medios legales, porque a la hora de la defensa todos los medios sonbuenos Estamos gobernados por unos cuantos masones. Y y o digo quecontra ellos todos los medios, los legales y los ilegales, son lcitos.

    En ese mismo acto pblico, Gil Robles declar que la persecucin a la que sevea sometida la Iglesia por parte del gobierno era el resultado de uncompromiso contrado en las logias masnicas [42]. La identificacin que laderecha estableca entre Repblica y masonera se intensific en febrero de1932, con la apertura del debate parlamentario sobre el decreto de disolucin dela Compaa de Jess. Los jesuitas eran por tradicin los principalesperseguidores de la masonera. Beunza se limit a expresar una visinampliamente generalizada cuando afirm que los jesuitas estaban siendovctimas de la venganza masnica[43].

    La incitacin a la violencia contra la Repblica y sus seguidores no selimitaba a la extrema derecha. Los discursos del legalista catlico Gil Robles erantan beligerantes y provocadores como los de los monrquicos, los carlistas y, mstarde, los falangistas. En Molina de Segura (Murcia), el da de Ao Nuevo de1932, Gil Robles manifest: En este ao de 1932 hemos de imponernos con lafuerza de nuestra razn y con otras fuerzas si no bastara. La cobarda de lasderechas ha permitido que los que en las charcas nefandas se agitaban hay ansabido aprovecharlo para ponerse al frente de los destinos de nuestra patria [44].La intransigencia de los sectores ms moderados de la derecha espaola seplasm en el manifiesto lanzado con motivo de la fundacin de la Juventud deAccin Popular, en el que se proclamaba: Somos hombres de derechas Acatamos las rdenes legtimas de la autoridad, pero no aguantaremos lasimposiciones de la chusma irresponsable. No nos faltar nunca el valor para quese nos respete. Declaramos la guerra al comunismo as como a la masonera .

  • El comunismo , a ojos de la derecha, inclua al Partido Socialista, mientrasque la masonera estaba representada por los republicanos de izquierdas[45].

    Esta furibunda e indiscriminada enemistad contra la Repblica tena su origenen los intentos del rgimen por secularizar la sociedad. Caus malestar que, segnel artculo 26 de la Constitucin, se prohibiera a las autoridades municipalesfinanciar las festividades religiosas. Cuando se celebraba alguna procesin, erafrecuente que acabara tropezando con nuevas fiestas o desfiles laicos. En enerode 1932, los cementerios religiosos quedaron bajo la jurisdiccin de losmunicipios. En lo sucesivo, el estado solo reconoca los matrimonios civiles, de talsuerte que quienes se casaban por la Iglesia estaban obligados a pasar tambinpor el Registro Civil. Los entierros no podan tener carcter religioso, a menosque el fallecido fuera may or de veinte aos y hubiera manifestadoexpresamente su voluntad en este sentido, requisito que exiga numerosos ycomplicados trmites burocrticos[46].

    As, proliferaron provocaciones absurdas. En mayo de 1932, el da de lafestividad de San Pedro Mrtir en Burbguena (Teruel), una banda de msica sepuso a tocar en la plaza del pueblo para interferir deliberadamente con la msicareligiosa que se cantaba en la iglesia en honor del santo. En Libros (Teruel) seorganiz un baile en la puerta de la parroquia mientras se celebraba una misa enhonor de la Virgen del Pilar[47]. La prohibicin de las procesiones en bastanteslocalidades tambin fue una provocacin gratuita. En Sevilla, el miedo a unaagresin llev a ms de 40 cofradas tradicionales a retirarse de la procesin deSemana Santa. Los miembros de estas hermandades eran en su mayoramilitantes de Accin Popular y de Comunin Tradicionalista. Este gestopopulariz la expresin Sevilla la mrtir , a pesar de los esfuerzos de lasautoridades republicanas para que las procesiones pudieran celebrarse connormalidad. El incidente se utiliz polticamente para avivar el odio a laRepblica, creando la impresin de persecucin religiosa. Las quejas msairadas procedieron de destacados miembros de las organizaciones deempresarios y terratenientes. Finalmente solo sali a la calle una cofrada, que seconvirti en blanco de los insultos y las pedradas. Unos das ms tarde, el 7 deabril de 1932, se quem y destruy la iglesia de San Julin[48].

    Algunos ayuntamientos retiraron los crucifijos de las escuelas y las estatuasreligiosas de los hospitales pblicos, al tiempo que se prohiba que repicaran lascampanas de las iglesias, aunque esto no era la poltica del gobierno, que soloexiga una autorizacin para llevar a cabo ceremonias pblicas. Todas estasmedidas se percibieron como una persecucin abierta y llevaron a los catlicosde a pie a considerar la Repblica como un enemigo.

    En muchos pueblos de la provincia de Salamanca hubo protestas en las calles,y los padres dejaron de llevar a sus hijos al colegio hasta que volvieran a

  • colgarse los crucifijos. Los catlicos se sintieron muy dolidos cuando, a finales deseptiembre de 1932, en Bjar se prohibi tocar las campanas para llamar a misao celebrar una boda o un funeral. No fue este el ltimo caso. En muchas otraslocalidades, los alcaldes de izquierdas impusieron una tasa local por tocar lascampanas, con la intencin de obligar a la Iglesia, histrica aliada de la derecha,a contribuir al bienestar social[49]. En Talavera de la Reina (Toledo), el alcaldemultaba a las mujeres que llevaban crucifijos. En la provincia de Badajoz, cunade frecuentes conflictos sociales, se produjeron numerosos incidentes quecontribuyeron a acrecentar los odios larvados. El alcalde de Fuente de Cantosimpuso un impuesto de 10 pesetas por tocar las campanas los primeros cincominutos y de 2 pesetas por cada minuto adicional. El alcalde de Fregenal de laSierra prohibi por completo tocar las campanas y grav con un impuesto losfunerales catlicos. Se quemaron iglesias e