durkheim en la argentina: sus primeros lectores y el debate con

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Esta obra está bajo licencia 2.5 de Creative Commons Argentina. Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE. Para más información consulte los sitios: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar Vila, Esteban Ezequiel Durkheim en la Argentina: Sus primeros lectores y el debate con Leopoldo Maupas Tesis presentada para la obtención del grado de Licenciado en Sociología Director: Chama, Mauricio Sergio CITA SUGERIDA: Vila, E. E. (2014). Durkheim en la Argentina: Sus primeros lectores y el debate con Leopoldo Maupas [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1023/te.1023.pdf

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Esta obra está bajo licencia 2.5 de Creative Commons Argentina.Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5

Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorioinstitucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de laUniversidad Nacional de La Plata. Gestionado por Bibhuma, biblioteca de la FaHCE.

Para más información consulte los sitios:http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar http://www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar

Vila, Esteban Ezequiel

Durkheim en la Argentina: Susprimeros lectores y el debate conLeopoldo Maupas

Tesis presentada para la obtención del grado deLicenciado en Sociología

Director: Chama, Mauricio Sergio

CITA SUGERIDA:Vila, E. E. (2014). Durkheim en la Argentina: Sus primeros lectores y el debate conLeopoldo Maupas [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata.Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica.Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1023/te.1023.pdf

UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATAFACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA

LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA

TESINA

Durkheim en la Argentina: sus

primeros lectores y el debate con

Leopoldo Maupas

Alumno: Esteban Ezequiel Vila Legajo: 93625/5 Correo electrónico: [email protected]: Chama, Mauricio SergioCo-directora: Turkenich, María MagalíFecha: 13 de Junio de 2014

Resumen

El presente trabajo reconstruye la introducción de las ideas de un clásico de la

sociología, Émile Durkheim, en el ámbito local. La preocupación central es la de

reedificar los procesos de recepción de éste autor en el campo sociológico argentino

durante su primera etapa institucional entre 1898-1921.

La Introducción comienza con una reflexión sobre las posibilidades de

apropiación de la obra de Durkheim por parte de los sociólogos vernáculos a la luz de

la teoría de la recepción, teniendo en cuenta las dificultades de la recuperación de la

historia de la disciplina en el país previa a 1957. .

El primer capítulo trata las ideas fundamentales del pensamiento comteano y, a

partir de la influencia de las mismas en el sociólogo alsaciano, la formulación del

método sociológico establecida por éste último. Este desarrollo teórico tiene por fin el

explicitar la concepción de Durkheim del “hecho social”, tópico que será objeto de

debate con el sociólogo argentino Leopoldo Maupas.

El segundo capítulo ofrece un contexto histórico y político del desarrollo de la

obra de Durkheim. Se plantea que este autor accedió a cargos en la universidad a

partir de la naturaleza laica y republicana de su teoría y de sus contactos políticos. A

su vez, se consideran las condiciones políticas, culturales y sociales locales para la

fundación de las primeras cátedras de sociología.

El tercer capítulo da cuenta de las primeras menciones de Durkheim en

Argentina y, centralmente, el debate generado a partir del intercambio epistolar que

Maupas tuviera con él.

Las conclusiones, finalmente, se desprenden de lo que se ha desarrollado en

las páginas previas.

Términos Clave: Émile Durkheim, Historia de la sociología argentina, Leopoldo

Maupas, Hecho social, Positivismo

2

Agradecimientos

En primer lugar, a mi familia, en términos generales y, en particular, a mis

padres, que han sido un sustento, en muchos sentidos, desde mi nacimiento al día de

hoy; a Diego, mi primo, a quien considero el hermano mayor que nunca tuve; y

especialmente a Carina, quien además de ser mi compañera, me ayudó con la

búsqueda de las fuentes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires

durante las frías y grises tardes del invierno porteño.

Del ámbito académico, a los miembros del Grupo de Estudios en Historia y

Enseñanza de la Sociología - Historia Sociológica de la Sociología en Argentina

(GEHES - HSSA) de la Universidad de Buenos Aires, Noelia Cardoso y Germán

König, de parte de quienes encontré total apertura para plantear mis inquietudes sobre

el trabajo. También quiero agradecer, especialmente, a Diego Díaz, Diego Pereyra y

Carlos Prego, que se tomaron la molestia de leer los borradores de la tesina y hacerme

sugerencias sobre la escritura y bibliografía.

Por último, muy especialmente a Magali Turkenich y Mauricio Chama

co-directora y director, respectivamente, de este trabajo, por sus sugerencias sobre el

estilo, la redacción, el orden y la coherencia que intenta mantener el mismo.

De más está decir, todos los errores presentes son exclusiva responsabilidad de

quien escribe.

3

Índice

Introducción……………………………………..… p.4

El problema de la recepción……..………………….. p.6

Alcances y límites de la historiografía

sociológica local……………………………………… p.10

1. Positivismo y sociología positivista…………. p.18

1.1 El primer positivismo……………………………. p.18

1.2 Durkheim y su sociología positivista……………. p.22

2. Contextos de producción y recepción de la

obra durkheimniana…….……………,,,……… p.31

2.1 El contexto francés……………………………….. p.32

2.2 El contexto argentino…………………………….. p.35

2.2.1 La primera cátedra, el primer debate………… p.39

3. La recepción de Durkheim en la

Argentina……………………………………………..p. 43

3.1 Primeras referencias………………………………p. 43

3.2 Leopoldo Maupas: la ¿construcción?

del hecho social…...………………………………..p. 48

3.2.1 Reflexiones sobre el Estado, la Democracia y las

asociaciones profesionales…………………………......p. 53

Conclusiones………………………………………… p. 58

Bibliografía consultada…………………………… p. 62

4

Introducción

¿Se estudia la sociología en la República Argentina?–preguntarán alguna vez los americanos del Sud y aún los delNorte que siguen en la Sorbona las clases austeras y lisas de M.Durkheim. Y aunque las conferencias –más elegantes queconcienzudas, es cierto- del profesor Dellepiane, de BuenosAires, dadas hace algún tiempo en la vieja casa de doctos quetodo París ama, serían para ellos un primer dato revelador, esbueno aprovechar esta ocasión para decirles terminantemente: -Sí. La antigua “física social” de Comte –hoy con pergaminospropios bajo el nombre bifronte de “sociología”-, es enseñadaen las tres universidades argentinas, y enseñada con dedicación,con entusiasmo, casi con amore…

Raúl Orgáz, El pensamiento argentino en sociología, 1914.

La primera recepción de Durkheim en la Argentina se produce durante la

última década del siglo XIX y las dos primeras del XX (1895-1921). Es muy

temprana, comparada con su recepción internacional ya que, sólo en el medio

norteamericano fue ampliamente conocido (llegó incluso a formar parte del consejo

asesor del American Journal of Sociology), pero sin ser considerado más importante

que otros, como Gabriel Tarde1. Por otra parte, si bien fue extremadamente influyente

en su Francia natal hasta los años veinte, podría decirse que ni en el ámbito americano

ni en el galo fue considerado un clásico hasta los años sesenta.

El presente trabajo se plantea reconstruir las primeras interpretaciones que de

sus ideas se hicieron en la Argentina, para lo cual se centrará en la enseñanza de las

mismas en la Universidad de Buenos Aires y, especialmente, en uno de sus principales

lectores, Leopoldo Maupas, quien tuviera un debate con el sociólogo alsaciano en

torno a la cuestión del “hecho social”.

La centralidad de este autor, en tanto receptor de la teoría durkheimniana,

radica en su vínculo directo con el sociólogo francés. Sus estudios en la Universidad

1 Los estadounidenses lo criticaron por sobreenfatizar lo social y subestimar lo psicológico y el papel de

lo individual. “Lo que resultaba falto de plausibilidad a los ojos de los lectores norteamericanos era la

perspectiva “realista” de los hechos sociales y las representaciones colectivas que habían conducido a

Durkheim a creer en la existencia de un “espíritu de grupo” (…). Esta visión de Durkheim predominó

hasta fines de los años treinta y sólo a partir de entonces las cosas comenzaron a cambiar. El capítulo

que Parsons consagró a Durkheim en La estructura de la acción social mejoró considerablemente su

baja reputación entre los sociólogos norteamericanos” (Blanco 2006a:34)

5

de París, en la que probablemente asistió a las clases de Durkheim, y la lectura que

éste último hiciera de su libro Caracteres y crítica de la sociología (1911), generaron

un intercambio epistolar respecto de la caracterización del argentino del objeto de la

sociología. Si bien algunos de los textos de Durkheim eran muy estudiados por los

sociólogos locales en los cursos de sociología de las universidades nacionales de

comienzos de siglo XX, será Maupas el receptor más importante de sus ideas.

No obstante, antes de abordar las lecturas locales realizadas de la obra

durkheimniana, se deberán tomar en consideración algunos elementos respecto de las

posibilidades y limitaciones que ofrecen los materiales disponibles para el objetivo

propuesto. Las primeras preocupaciones que se presentan en ésta Introducción se

relacionan tanto con la problemática de la recepción de ideas como con la

historiografía sociológica argentina.

Posteriormente, los pasos que llevarán a responder la pregunta por la primera

recepción, apropiación e interpretación de Durkheim en la Argentina serán:

1) Se dedicará el primer capítulo a desarrollar las ideas generales del padre

fundador del positivismo, Augusto Comte, y el impacto que las mismas generaron en

Durkheim para el desarrollo de su método sociológico y de la definición del objeto de

la sociología.

2) En el segundo capítulo se avanzará sobre el contexto histórico de

surgimiento del campo sociológico francés y, del mismo modo, sobre las condiciones

locales del desarrollo de la sociología, las cuales posibilitaron la recepción de las

ideas del sociólogo alsaciano.

3) En el tercer y último capítulo se tratarán las menciones que los intelectuales

argentinos2 de la época realizaron de la obra de Durkheim. Se hará hincapié en el

debate que éste último tuviera con Leopoldo Maupas en torno a la cuestión del “hecho

social” y posteriormente, como otra dimensión de análisis, a partir del interés en el

estudio de la política por parte del porteño, có0mo adaptó algunas categorías y

razonamientos durkheimnianos en la construcción de su discurso.

2 Aquí debería decirse “porteños” más que argentinos ya que, por motivos de extensión (salvo alguna

excepción indicada), se ha obviado a los cordobeses. Debe señalarse, igualmente, que en la restante

cátedra de sociología existente durante este período, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de

la Universidad Nacional de La Plata, todos los profesores de esta etapa, con excepción del cordobés

Ruiz Moreno, fueron también docentes de la Universidad de Buenos Aires (Juan Agustín García,

Ernesto Quesada y Carlos Octavio Bunge)

6

El problema de la recepción

El concepto de recepción, si bien pareciera no presentarse como enigmático,

amerita ser definido con precisión: ¿qué debería entenderse por el?; ¿circulan de

forma prístina las ideas de los autores de distintos países?; o, por el contrario, ¿existen

malas interpretaciones de las obras, relacionadas con las condiciones en que las

mismas se producen y posteriormente son apropiadas por otros?; ¿cómo puede

pensarse la recepción de las ideas de Durkheim en un país como la Argentina?

Es de conocimiento común, entre los científicos sociales latinoamericanos, que

sus sociologías nacionales se han valido, en gran medida, de las teorías y

metodologías de los medios europeo y norteamericano. ¿Qué inconvenientes se

presentan al respecto de la recepción de estas ideas? Una primera reflexión local

puede encontrarse en la corriente de la sociología científica, desde la cual se han

indicado dos problemas: por un lado, si bien se tiene en cuenta la existencia de teorías

que poseen pretensiones universales, se advierte que son productos históricos y, en

tanto tales, no pueden, sin más, trasladarse de un contexto sociohistórico a otro.

¿Cómo se soluciona esto? Argumentando que existen “teorías y métodos de diferente

grado de generalidad o universalidad y por lo tanto de aplicabilidad a los distintos

contextos históricos: la tarea del estudioso es la de verificar los alcances de esa

aplicabilidad, modificando o sustituyendo las formulaciones teóricas de manera que

resulten adecuadas por un lado, a los principios mas generales, y por otro, a la

realidad concreta que estudia” (Germani, 1964:4).

En segundo lugar, la sociología científica tiene presente el hecho de que se ha

señalado a la recepción de sociologías foráneas, considerada en sí misma, como un

problema, en la medida en que algunos de los sociólogos vernáculos poseen una

mirada crítica sobre toda construcción cultural proveniente de los países centrales.

Son además estos mismos sociólogos locales quienes reclaman una autenticidad

nacional y buscan expresar su independencia frente al “imperialismo cultural” o bien

su rechazo a la dependencia del mismo.

La sociología científica responde a estos planteos que, si bien sería deseable

que los sociólogos locales se transformaran en productores de teorías y metodologías,

esto no se logra con declamaciones, sino a través de la creación de una tradición

7

científica seria, es decir, que “la posibilidad de crear ciencia en términos

universalmente válidos supone una íntima conexión con el proceso científico

universal y de ningún modo un rechazo de éste.” (Germani op. cit., p.5)

Posteriormente, los desarrollos sobre el concepto de recepción han tenido en

cuenta diversas dimensiones, llegando, por lo tanto, a entenderlo como un proceso

mucho más complejo que lo que plantea esta corriente. En consecuencia, no debería

pensarse que la recepción de un autor es, simplemente, la posibilidad de una

adecuación, en diversos grados, de una obra producida en el extranjero y trasladada a

al medio local. Por el contrario, existen una serie de operaciones sociales que

mediatizan la recepción de una obra y modifican su sentido. Al respecto, dice Pierre

Bourdieu:

“Se cree frecuentemente que la vida intelectual es espontáneamente internacional. Nada es

más falso. La vida intelectual es el lugar, como todos los otros espacios sociales, de nacionalismos y de

imperialismos, y los intelectuales vehiculizan, casi tanto como los otros, prejuicios, estereotipos, ideas

recibidas, representaciones muy sumarias, muy elementales, que se nutren de los accidentes de la vida

cotidiana, de las incomprensiones, de los malentendidos, de las heridas (aquellas, por ejemplo, que

pueden infligir al narcisismo, como el hecho de ser desconocido en un país extranjero).” (Bourdieu,

1990:160)

Pero la recepción y el sentido de una obra no sólo esta atravesado por

prejuicios de los receptores. En gran medida, su interpretación también esta

“sujeta a determinadas condiciones culturales e institucionales, en especial, a la existencia de vehículos

o agencias comprometidas en su promoción y que incluye individuos interesados e investidos de las

destrezas y habilidades necesarias para su difusión, medios de comunicación (libros, artículos, editores)

y centros de difusión (instituciones académicas o extra-académicas) (…) En tal sentido, los actos de

recepción son también, en buena medida, actos de una batalla cultural por la imposición de una

determinada visión (se trate de la visión de una disciplina o de un determinado fenómeno social).”

(Alejandro Blanco, en AA.VV, 2008/2009:101-2)

Aceptando, entonces, la existencia de un interés de las personas en el consumo

y difusión de ciertas obras y de cierto tipo de lectura que de ellas se hace3, no debe

perderse de vista, por otra parte, los factores estructurales generadores de malos

3 Bourdieu señala a los prefacios que acompañan a las distintas ediciones como una suerte de

“interpretaciones legítimas” (op.cit., p. 164), sobre todo de las autores más elásticos, ya que sus textos

son los mas polisémicos.

8

entendidos que pueden escapar a la voluntar de los propios promotores. La causa

fundamental es, en este sentido, el hecho de que los textos circulan sin su contexto, es

decir, que las ideas circulan sin el campo de producción en el cual tuvieron su génesis,

lo cual implica que las reinterpretaciones que de ellas se hagan serán a partir de las

estructuras de los campos receptores. Por lo tanto, “el sentido y la función de una obra

extranjera [estarán] determinados, al menos, tanto por el campo de recepción como

por el campo de origen.” (Bourdieu, op.cit., p. 162)

Otro aporte interesante es el de Horacio Tarcus. Aunque quizás siendo

demasiado esquemático, este autor realiza un “desglose” del concepto de recepción,

que puede resultar útil para resumir, de forma prolija, algunos elementos que este

trabajo toma en consideración. Tarcus comienza definiendo a la recepción como “un

proceso mayor de producción/difusión intelectual en el que es necesario discriminar

(analíticamente) a productores, difusores, receptores y consumidores de las ideas,

aunque estos procesos se confundan en la práctica y estos roles puedan ser asumidos

en forma simultánea por un mismo sujeto” (Tarcus, 2013:30). Entonces, argumenta

Tarcus, el proceso se divide en:

1) El momento de la producción de las teorías, llevadas adelante por

“intelectuales conceptivos” (Gramsci). En este caso, se trata de la teoría

durkheimniana del lazo social moderno, vertebrado por su dimensión

moral, sus indicaciones sobre la división del trabajo social y,

fundamentalmente, sus esfuerzos por establecer a la sociología como una

disciplina autónoma, con su objeto y su método específicos, capaces de

descubrir “hechos sociales”.

2) El momento de la difusión de un cuerpo de ideas a través de su edición en

libros, folletos, periódicos, revistas, cursos, conferencias, reseñas, debates,

resúmenes, escuelas, traducciones, etc. Puede ser que estas tareas sean

llevadas adelante por los propios intelectuales conceptivos y, sin duda, en

el caso de Durkheim esto fue cierto para el medio francés. En la Argentina,

se verá que el lugar por excelencia de difusión de sus ideas fue la

universidad, y el texto que tuvo un lugar central en esta propagación fue la

segunda edición, de 1904, de Las reglas del método sociológico (1895)

9

3) El momento de la recepción define la difusión de un cuerpo de ideas en un

campo de producción diverso del original desde el punto de vista del sujeto

receptor. Aquí se expondrán las menciones que los receptores por

antonomasia, es decir, los intelectuales ligados a la academia, realizaron

sobre la obra del sociólogo francés y la apropiación y reelaboración que su

adherente principal (aunque no por ello menos crítico), Leopoldo Maupas,

hiciera, centralmente, del texto metodológico señalado.

4) El momento de la apropiación corresponde al “consumo” de un cuerpo de

ideas por parte de un supuesto lector “final” al término de la cadena de la

circulación. Las comillas están para recordar que la distinción es siempre

analítica, pues nunca hay lector “final”, en la medida que ese lector que

está al final de la cadena se convierte eventualmente en un nuevo difusor, o

receptor, incluso productor. En el caso de Durkheim, son los intelectuales

argentinos de fines de siglo XIX y comienzos del XX insertados en la

academia e interesados en la conformación de un nuevo campo disciplinar.

Sus pretensiones eran las de legitimar un nuevo cuerpo de conocimientos,

con el objetivo de intervenir en el espacio público en favor de la reforma

social. Estos intelectuales, estaban insertos en un “proceso de

racionalización de la realidad social, en el cual la creación de cátedras

universitarias de sociología y ciencia política cumplió un papel

preponderante.” (Pereyra 2008:86)

Ahora bien, si se tienen en cuenta los materiales historiográficos disponibles

sobre el derrotero sociológico nacional, ¿qué beneficios y qué obstáculos presentan

los mismos para abordar el tema planteado?

Alcances y límites de la historiografía sociológica local

Se ha comenzado diciendo que la primera recepción de la obra durkheimniana

se corresponde con el período de la sociología del centenario en la Argentina

(1898-1921)4, es decir, una época de transición de la etapa de consolidación

4 Hasta no hace mucho también era llamada “sociología de cátedra”, aunque actualmente se utiliza esta

denominación para referirse a otra corriente sociológica argentina. Del mismo modo, por las

10

disciplinaria, cuando se establecen el objeto y el método de la sociología, a la de

institucionalización propiamente dicha, es decir, cuando comienzan a surgir cátedras,

revistas especializadas, asociaciones, revistas, congresos, etc. (Shils 1970).

Este momento del desarrollo de la sociología en el país presenta algunas

dificultades respecto de su reconstrucción. Por ello, se deberán realizar algunas

aclaraciones sobre las posibilidades y dificultades que ofrecen los materiales

disponibles ya que, como dijera Alejandro Blanco, “en la Argentina, los estudios

dedicados al surgimiento y desarrollo de las ciencias sociales y, en especial, de la

sociología, son tan escasos como fragmentarios” (Blanco op.cit. p.17). Por lo tanto,

cabe preguntarse, ¿qué elementos podrían tomarse como punto de partida para pensar

la recepción de un autor como Durkheim en un país como la Argentina?, ¿cuáles son

los inconvenientes para la reconstrucción de la historia de la sociología para ésta

etapa?; ¿qué lecturas se hicieron de la misma?, y dichas lecturas, ¿tienen alguna

relación con las formas de historiar la sociología que predominaron en el país?

En principio, bien podría pensarse que el auge del positivismo5 que vive el país

a fines del siglo XIX y comienzos del XX generó un humus apropiado para la

recepción de las teorías de autores pertenecientes a esa corriente filosófica (dentro de

la cual Comte y Spencer serán, seguramente, las influencias más importantes en el

ámbito local). Pero, más que este “clima cultural”, fue nodal para la recepción de las

características que presentaba la sociología en esta época, se suele extender esta etapa hasta el año

1940, cuando se funda el Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UBA,

dirigido por Ricardo Levene (Véase González Bollo 1999). Se acepta que, con este hito institucional,

comienza una nueva etapa de la sociología argentina, centrada en la investigación. Aquí se comienza

con el año 1898 porque es el momento de fundación de la primera cátedra de sociología en Argentina

aunque, como se verá, la primera mención a Durkheim es de 1895. A su vez, el corte del año 1921 toma

en cuenta a Ernesto Quesada (1858-1934), primer profesor titular de sociología del país, quien ese año

deja la cátedra de la FFyL; lo mismo ocurre con Leopoldo Maupas (1879-1958), quien ya había

abandonado la cátedra de sociología de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (FDCS) en 1915 y

en 1921 se retira de la de Lógica de la FFyL. Por último, tan sólo dos años después, fallece el otro gran

representante de la sociología del período, Juan Agustín García (1862-1923), quien impartiera, como

profesor titular, la materia en la FDCS entre 1908 y 1918.5 “El positivismo, en Argentina, constituyó una etapa cultural cuyas proyecciones se hicieron sentir en

todos los dominios del espíritu. Las ciencias naturales y las ciencias culturales, la misma actividad

artística, sufrieron la influencia del positivismo y del cientificismo. Caracteriza precisamente el fin del

siglo XIX, así como los comienzos del XX, la influencia considerable que tuvo sobre la pedagogía, la

ética, la sociología, la historiografía (…) el positivismo filosófico, particularmente en su orientación

cientificista” (Soler 1959:15)

11

ideas durkheimnianas que, a diferencia de muchos países europeos (incluida Francia),

la Argentina viviera un proceso muy temprano de institucionalización de la

sociología, casi a la par del más exitoso en este sentido: Estados Unidos.

A su vez, los sociólogos académicos argentinos intervenían activamente en los

debates políticos de la época. Ellos creían que podían llevar adelante una

modernización político-cultural de la Argentina a partir de una orientación científica

(i.e. sociológica) hacia el progreso (Zimmermann, 1995). En tal sentido, era menester

demostrar el carácter científico de la nueva disciplina social o, lo que Carlos Barbé

llamó “el problema de Durkheim” (Barbé, 1992)

Ahora bien, planteado así el escenario, ¿cuáles son los inconvenientes axiales

para reedificación de la sociología del centenario? La reconstrucción de la historia de

la sociología en la Argentina6, previa al período iniciado por Gino Germani en 1957,

con la creación del departamento y la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras de la

Universidad de Buenos Aires, es harto complicada. Los motivos son diversos y están

entrelazados entre sí. Se señalarán algunos.

En primer lugar, muchos de los autores que tratan la cuestión de la sociología

en la Argentina centran su atención en el período 1955-1957, momento en el cual, se

supone, tiene inicio la práctica profesional de la disciplina en el país, obviando, de

este modo, todo discurso sociológico previo. En realidad, este momento es cuando

comienza la “operación Germani” (Pereyra, 2007:5), luego de la caída del peronismo.

¿En qué consistió tal operación? Básicamente fue la producción de una mirada

propia sobre el pasado de la disciplina en el país, definiendo los problemas del campo

y marcando, al mismo tiempo, un momento de ruptura a partir de la creación de un

mito fundacional, incrementando, por otro lado, el peso real que el antipositivismo

tuvo en la sociología argentina, cuando fue mucho menor en relación a la influencia

que esta corriente de pensamiento tuvo en otras áreas, como la filosofía y la

historiografía.

Esta construcción del mito fundador germaniano de la sociología local supuso

obviar todo lo actuado en la materia previo a 1957. Esta operación fundadora incluyó,

6 Aquí se utiliza la distinción de Poviña (1952), retomada por Marsal (1963:12-16). Dice éste último:

“Una cosa es la sociología que se ha recibido o creado en una nación o comunidad de naciones y otra

cosa es hacer sociología de esa misma nación o naciones (…) en nuestro estudio la sociología es lo

estudiado mientras que en una sociología argentina, la sociología sería el instrumento para estudiar la

realidad social argentina.”

12

curiosamente, la actividad ligada a la sociografía que el propio Germani realizó como

investigador ad-honorem en el Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y

Letras (instituto que hoy lleva su nombre), a cargo de Ricardo Levene. La existencia

de trabajos de sociólogos en el ámbito local se vio, en muchos casos, relegada al

olvido.

Al mismo tiempo, esta operación fue posible gracias a la resolución favorable

al sociólogo italiano de una disputa con sus adversarios institucionales e intelectuales,

representados tanto por los conservadores católicos, que sirvieron al peronismo como

cuadros intelectuales en la universidad (Blanco, op.cit. pp. 62-80; Germani,

1968:398), como por el principal sociólogo argentino, Alfredo Poviña (1904-1983)7

(Blanco, op.cit. pp. 217-242) de quien lamentablemente, poco se ha escrito luego de

su “derrota” y la consiguiente renovación emprendida por Germani.

Entonces, ¿qué inconvenientes presentan estas construcciones de la historia de

la disciplina? Muchas se han caracterizado por poseer una perspectiva que Blanco

denomina “normativa” (op. cit. p.20), es decir, supondrían una suerte de “ideal” de lo

que la disciplina debería ser y, en tal sentido, la intención, más que comprenderlos, es

juzgar los textos a la luz de lo que ese mandato implica. Los sociólogos de períodos

anteriores terminan siendo pensados como precursores de la disciplina o practicantes

de una “presociología”, más que como sociólogos propiamente dichos. En tal sentido,

puede mencionarse la ponencia más importante que Germani presentara en la época

fundacional de la carrera: “Development and present State of Sociology in Latin

America”, preparado por requerimiento de la International Sociological Association

para el IV Congreso Mundial de Sociología (celebrado en Stresa, Italia), publicada en

7 De éste sociólogo tucumano, que se doctorara en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

de Córdoba en 1930, se ha reconstruido con éxito la primera parte de su trayectoria (1930-1950),

durante la cual fuera, entre muchas otras cosas, director de la Revista de la Universidad Nacional de

Córdoba (1939-1943), adjunto de la cátedra de sociología de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA)

entre 1939-1948, y titular de la misma entre ese año y 1952. Además, será uno de los fundadores de la

Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y su primer presidente (1951-1964) y,

posteriormente, presidente del Instituto Internacional de Sociología (IIS) entre 1963-1969. En una

ponencia reciente (Díaz, 2012) se avanza sobre la actuación de Poviña durante el período de la

radicalización política en la Argentina post-peronista poniendo de relieve su adhesión tanto la

autodenominada Revolución Argentina (1966-1973) como al Proceso de Reorganización Nacional

(1976-1983), cuando recuperara el protagonismo perdido ejerciendo, entre otros cargos, el decanato de

la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC y siendo nombrado presidente del Tribunal Superior

de Justicia de Córdoba.

13

el primer volumen de los Proceedings de dicho Congreso (Londres, ISA, 1959)8. Esta

exposición establecerá un corte de tal magnitud con el pasado, que puede afirmarse

que termina por reducir a quienes trabajaron dentro del ámbito de la sociología en el

período previo al sociólogo italiano a ser meros “ensayistas y/o literatos” (Germani,

1964:31)9.

Ante las desventajas que presenta esta perspectiva, debe considerarse que lo

más conveniente será tomar en cuenta la siguiente cautela metodológica:

“se considera sociología todo lo que en principio aparece bajo ese nombre, a fin de poder hacer la única

historia que corresponde emprender. La historia de unas prácticas que recluidas en igual nombre, sin

embargo se dispersan en infinitas posibilidades semánticas hasta agotar la fuerza de su propio

enunciado. De otro modo, solo sería la historia de una idea retrospectivamente impuesta, según la cual

“sociología” sería aquello que, definido al final de un recorrido, resaltaría luego todo lo que antes

estaba escondido en ambiguas formaciones que apuntaban hacia un fin momentáneamente desconocido

por ellas” (González, 2000:10)

Y esto por un motivo que debería quedar claro: no hay una idea unificada de

sociología hasta después de 1937. La “convergencia” de autores que llevara adelante

Parsons (1937) para la creación del canon, es decir, de un conjunto de lecturas

legítimas, será una maniobra tan exitosa que logrará hacer pasar a la sociología

norteamericana por una sociología mundial, visión que, por otra parte, se hará

hegemónica en la segunda posguerra. En tal sentido, podría pensarse a Germani como

una suerte de “Parsons argentino”, que vino a cambiar radicalmente el pasado de la

disciplina, a modificar su enciclopedismo y su pluralidad hasta entonces vigentes.

Abogó porque la sociología argentina se ajustase a la sociología mundial y, de allí, el

surgimiento de la sociología científica.

Afortunadamente, en los últimos años ha surgido una nueva historiografía que

insiste en entender el pasado de los textos de la disciplina “en sus propios términos”,

es decir, “procurando revelar lo que los autores intentaron hacer al escribir esos

8 Aquí se utiliza una versión ligeramente modificada, publicada en la compilación La sociología en la

América Latina: Problemas y perspectiva, con el nombre de “Sociología y cambio social en América

Latina” (Germani 1964, pp.10-38)9 En Germani (1968), el autor hace una lectura ligeramente diferente de la historia de la sociología

argentina, ya que recupera el positivismo de la sociología del centenario y encuentra sólo en la reacción

antipositivista (1930-1955) una desviación del decurso que efectivamente debería haber seguido la

disciplina, etapa coincidente, en gran parte, con el gobierno peronista (1946-1955).

14

textos, lo que supone averiguar qué cuestiones se plantearon, a qué audiencias se

dirigían y en qué debate buscaron intervenir (…)”10 (Blanco op.cit. p.43). Esta forma

de historiar la sociología ya no es “evolucionista”, al estilo de Poviña, que es más bien

una “historia de los programas” de las cátedras, ni rupturista, al estilo de Germani que,

como de lo antedicho se desprende, escribió una “historia normativa” de la disciplina.

Pero, retomando la idea: puede decirse, entonces, que con sus variantes en

cuanto a los cortes históricos tomados (generalmente ligados a los cambios

institucionales, tanto en el Estado como en las universidades), las conceptualizaciones

realizadas, los ejes de lectura propuestos, etc., los distintos trabajos que desechan (o

mencionan someramente) el período previo a Germani (Verón, 1974; Delich, 1977; Di

Tella, 1980; Vessuri, 1992; Sidicaro, 1993; Noé, 2002; Murmis, 2005) no proveen de

la información necesaria para encarar el presente trabajo.

En segundo lugar, un problema central que presentan la mayoría de los libros y

artículos de sociólogos que efectivamente se han abocado al estudio de esta primera

etapa, sea sólo para la Argentina o para Latinoamérica toda, es que han tenido una

magra performance en términos empíricos y metodológicos “pues no pasaban de ser

una voluntariosa colección de datos sobre obras y autores” (Pereyra, 2010:7). Los

sociólogos que escribieron las primeras historias de la disciplina, en lugar de una

comprensión contextualizada de las ideas parecían, a decir de Merton, conformarse

con “una colección de resúmenes críticos de teorías pasadas, sazonada con biografías

breves de los teóricos importantes” (Merton 1995, citado en Blanco, op.cit. p.26)

En efecto, estos escritos suelen limitarse a la mención de los hitos que

llevaron a la institucionalización de la disciplina, por lo menos desde la perspectiva de

Shils (1970), ya un tanto dejada de lado como modelo y más bien vista como

excepción, debido a que su análisis se centra en la sociología norteamericana. En todo

caso, las proezas mentadas suelen ser: las fechas fundación de las primeras cátedras

de sociología; los momentos de titularización de los profesores que las dirigieron (y

de quiénes luego los sucedieron en sus cargos); las obras principales de dichos

autores, seguidas de un escueto análisis de las mismas; el surgimiento de las primeras

revistas especializadas en la materia; el establecimiento los primeros institutos de

investigación; la celebración de los primeros congresos nacionales e internacionales,

etc. Debe aclararse que en absoluto carecen de interés estos intentos de reconstruir la

10 Para el período que aquí se trata, el texto de Pereyra (1998) es, sin dudas, el más relevante en este sentido.

15

historia de la disciplina pero, no obstante, a los fines del presente trabajo han servido,

en el mejor de los casos, como recursos heurísticos para ampliar el horizonte de

lecturas con bibliografía de la época.

Por obvias razones, esta ha sido la bibliografía más consultada para la

realización de este trabajo y, de nuevo, con sus diferentes conceptualizaciones, fases

tomadas, cortes históricos realizados, etc., lamentablemente casi todas presentan un

formato similar (Barnes y Becker, 1945; Hooper, 1947; Bastide, 1956; Marsal, 1963;

Poviña, 1941; 1942; 1952; 1956; 1959; Germani, 1968). Debido a las falencias

señaladas, es prácticamente imposible reconstruir la historia de las ideas sociológicas

argentinas a partir de textos compuestos con esta metodología, ya que el cuadro de

situación teórico que presentan es insuficiente y carecen por completo de un marco

histórico-político.11

Existe un tercer inconveniente que, en cierta forma, está vinculado con los

anteriores, ya que versa sobre los discursos, un tanto caricaturescos por cierto, que se

han construido en torno a la sociología previa al decenio de 1950 y que, seguramente,

hacen poca justicia a la “realidad sociológica” de la época. Puede encontrarse, por un

lado, una lectura del período de la sociología del centenario, momento de una

importante institucionalización de la disciplina12, la cual aparece dominada por la

(mal) llamada “sociología de cátedra”. Esta corriente supondría “un estilo de trabajo

docente basado en la difusión y repetición de conocimientos y teorías elaboradas fuera

de las cátedras, clases expositivas, ausencia de discusión, especialización e

investigación (…)” (Pereyra 2008:87). Este enfoque, como se desprende de lo

antedicho, se opone claramente al concepto de lo que después será la “sociología

científica”.

Pero también existe otra representación de la sociología argentina de inicios

del siglo pasado ligada al positivismo biológico y al diagnóstico médico de la

11 Es legítimo, como afirma Marsal, que “las ideas por sí mismas tienen un peso propio sobre la

realidad social, y que es posible estudiarlas, al modo tradicional, en relación entre sí” (1963:14). No

obstante, una “historia inmanente de las ideas”, a decir de Karl Mannheim, es seguramente una historia

incompleta.12 Institucionalización que comienza, por otra parte, en la década de 1890, cuando se funda la Facultad

de Filosofía y Letras de la UBA en 1896 y, a partir de la presión ejercida durante el Congreso Científico

Latinoamericano celebrado en Buenos Aires en 1898, se logra la apertura de la primera cátedra de

sociología en el país en el mismo año (Pereyra 1998: 34-38). Posteriormente, se crearán cátedras en las

Facultades de Derecho de las Universidades de La Plata (1906), Córdoba (1907) y Buenos Aires (1908)

16

sociedad. Según esta perspectiva, la sociología no sería otra cosa más que un apéndice

de la criminología, encargada de resolver problemas político-policiales vinculados,

fundamentalmente, con las ideologías peligrosas (especialmente el anarquismo)

provenientes de la inmigración europea. Todo este discurso estaría sustentando,

supuestamente, por sólidas bases científicas. (Pereyra, ídem; Rodríguez, 2000)

Puede pensarse que estas miradas no logran comprender por completo el

período señalado, entre otras cosas porque la distinción aparece un tanto confusa. ¿Por

qué motivo? Porque, por un lado, de muchos de quienes estuvieron vinculados a las

cátedras de sociología (Ernesto Quesada, Leopoldo Maupas, Raúl Orgaz, entre otros)

puede decirse que fueron partidarios, en mayor o menor medida, del positivismo y,

por otro, quienes son normalmente ligados al positivismo biológico (José Ramos

Mejía, José Ingenieros, Carlos Octavio Bunge, etc.) fueron también profesores

universitarios. Pareciera que el único criterio de distinción es haber participado o no

de las cátedras con el nombre de “sociología”. No obstante, como ya se mencionó,

deberían rechazarse estas categorizaciones debido a la discreción metodológica de

Horacio González señalada más arriba. En una época donde la sociología era

polifónica, donde qué era sociología y qué no aún no quedaba demasiado en claro,

conviene tomar el término en sentido amplio para evitar el riesgo de los

anacronismos.

17

1. Positivismo y Sociología Positivista

Giddens ha señalado en más de una ocasión (1978; 1995), lo cual ha sido todo

un acierto, que el término “positivismo” ha dejado de ser un concepto técnico de

filosofía para convertirse en un epíteto de carácter peyorativo13. Quizás la misma

suerte haya corrido el término “fascismo” en teoría política, pasando de ser una

categoría que define con precisión cierto tipo de gobierno a un adjetivo que busca

desacreditar adversarios ideológicos.

Ante este mal uso del término, se impone la necesidad de definir con cierto

grado de precisión qué se entenderá por él: ¿qué es el positivismo?; pero además,

¿cómo se vincula éste con la sociología y, a través de ella, con Durkheim?; ¿cuál es la

influencia central de Comte en los escritos de Durkheim?, o bien, ¿qué tiene

13 También lo menciona en el no traducido al español Positivism and Sociology, Londres: Heinemann,1974. De éste último texto, en la reseña de Jiménez Blanco se traduce, citándolo, al propio Giddens:“La palabra "positivista", como la palabra "burgués", han llegado a ser más un epíteto peyorativo queun útil concepto descriptivo y, en consecuencia, ha sido ampliamente despojado de cualquiersignificado aceptado que alguna vez pudo haber tenido” comienza Giddens (pág. IX, Prefacio).”Versión online: http://ddd.uab.cat/pub/papers/02102862n6/02102862n6p63.pdf

18

Durkheim de positivista, siendo que rechazaba el calificativo y aceptaba, en cambio,

el de “racionalista”? (Durkheim, 1895:10)

1.1. El primer positivismo

Sin que quepa lugar a dudas, el positivismo, en tanto sistema filosófico

moderno, adquiere su formulación clásica en la obra de Auguste Comte (1798-1859).

Qué tanto de la obra de Henri de Saint-Simon (1760-1825) tomó aquél o cuánto de

“positivismo” hay en los escritos de éste, son temas que exceden el presente trabajo y,

por tanto, no serán examinados; en cambio, sí se dará un tratamiento a las ideas

generales de Comte.

Padre del positivismo cuanto de la sociología, Comte formula su sistema en

contraposición directa a la metafísica, la teología, la imaginación y todo aquello de lo

que pueda decirse que es especulativo. El positivismo nace al mundo como la

“filosofía del dato”, que se caracteriza por “sustituir en todo la inaccesible

determinación de las causas [primeras o últimas] propiamente dichas, por la simple

búsqueda de las leyes, o sea, de las relaciones constantes que existen entre los

fenómenos observados” (Comte, 2004:26). El positivismo se limita al establecimiento

de leyes causales universales que vinculan un fenómeno con otro: por vía de la

experiencia, constata que a cierto acontecimiento le sucede uno distinto. Su realidad

es lo fenoménico dado a la conciencia; el resto, ficciones. La imaginación se

subordina a la observación; la búsqueda del origen o destino final a lo que es

realmente. Se anuncia, de este modo, el fin de la filosofía como se practicaba hasta

entonces, es decir, “como un quehacer independiente separable de las realizaciones de

la ciencia (…) [reduciendo] la filosofía a ser expresión de la síntesis emergentes del

saber científico” (Giddens, 1988:276)

Pero, esta filosofía no es sino el corolario definitivo de una larga evolución del

pensamiento humano. En tanto momento de la virilidad de la inteligencia, el

positivismo sólo aparece en el escenario de la historia del intelecto luego de que el

espíritu humano haya atravesado una serie sucesiva de etapas que, para Comte, se

expresa en la conocida ley de los tres estados o de la evolución intelectual de la

humanidad: “Según esta doctrina básica, todas nuestras especulaciones, cualesquiera

sean, tienen que pasar sucesiva e inevitablemente –lo mismo en el individuo que en la

19

especie- por tres estados teóricos distintos, que las denominaciones habituales de

teológico, metafísico y positivo podrán calificar aquí adecuadamente (…)” (Comte,

op. cit., p.15).

La primera etapa, teológica, es aquella en la cual la inteligencia humana se

caracteriza por la búsqueda de causas esenciales de los fenómenos, es decir, aspira a

obtener conocimientos absolutos (ídem., p.16). El estado metafísico u ontológico es

una forma de filosofía intermedia, aunque más cercana a la etapa anterior que a la

positiva. Aquí el espíritu humano sigue especulando en búsqueda del origen y destino

último de todas las cosas. La diferencia radica en que, en lugar de trabajar con seres

sobrenaturales, estos son, cada vez más, reemplazados por entidades o abstracciones

personificadas (ídem., p.21). Finalmente, el estado definitivo, el positivo o real, es

aquel en el cual el espíritu humano abandona su infancia y “renuncia en lo sucesivo a

las indagaciones absolutas (…) y ajusta sus esfuerzos al dominio, a partir de entonces

rápidamente progresivo, de la verdadera observación, única base posible de los

conocimientos realmente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras efectivas

necesidades” (ídem., p.25).

Entonces, así como es innegable que lo que caracteriza, según Comte, a las

distintas etapas de la historia de la humanidad es la forma de pensamiento, la cual

culmina necesariamente con la generalización del pensamiento positivo, no es menos

cierto que “las diferentes ciencias alcanzan el estado positivo en períodos diferentes

de la historia” (Aron, 1980:119). ¿Por qué ocurre esto? Porque las ciencias no sólo se

distinguen entre sí en un sentido histórico, de acuerdo a su momento de arribo al

estado positivo, sino que, además, su diferenciación debe hacerse en sentido analítico,

de acuerdo a la materia de estudio de cada una de ellas. De allí, que se formule la

segunda ley fundamental del positivismo comteano: la ley enciclopédica o de

jerarquía de las ciencias. En apretada síntesis, Giddens se explica que:

“Analíticamente, aclara Comte, las ciencias forman una jerarquía de generalidad decreciente y

complejidad creciente. Cada ciencia particular depende, desde el punto de vista lógico, de la situada

debajo de ella en la jerarquía, pero al mismo tiempo se ocupa de un orden emergente de propiedades

que no se pueden reducir a las que son objeto de las otras ciencias. Así, por ejemplo, la biología

presupone las leyes de la física y de la química, en la medida en que los organismos son entidades

físicas que obedecen a las leyes que rigen la composición de la materia; por otro lado, el

comportamiento de los organismos como seres complejos no puede ser derivado en forma directa de

aquellas leyes.” (Giddens, Ibíd.)

20

De tal forma que, las ciencias que se encuentran en la base de la jerarquía

(matemática y astronomía), al ocuparse de objetos más simples, arriban a la forma de

razonamiento positivo antes que las que se encuentran por encima (física, química,

biología y sociología). “Así, se llega lentamente a descubrir la invariable jerarquía,

histórica y dogmática a la vez, simultáneamente científica y lógica, de las seis ciencias

fundamentales.” (Comte, op.cit., p.119)

No obstante, a pesar de que el arribo al estado positivo es ineluctable, éste

puede acelerarse o retardarse por la intervención humana. De allí que la tarea del

sociólogo sea, para Comte, la del reformador social: su intervención debe facilitar, en

materia política y moral, la llegada al estado positivo, de forma que pueda presidir la

reorganización de la sociedad. “Ahora bien, para que una ciencia pueda cumplir ese

papel, es necesario que aporte resultados indudables y verdades tan ciertas como las

matemáticas y la astronomía” (Aron, op.cit. p.97). Pero, ¿qué tiene en mente Comte al

plantear estas ideas respecto de lo que un sociólogo debe ser? Su programa para la

reforma social se torna evidente si se presta atención a las influencias que recibió el

padre fundador de la sociología.

El “progresismo” de la escuela retrógrada (Bonald, de Maistre y otros

apologistas del conservadurismo católico que se opusieron a la revolución francesa de

1789) es retomado por Comte cuando plantea la idea de una evolución equilibrada, sin

desmadres, a diferencia de lo que habían propiciado los philosophes de la ilustración.

De tal forma que, si bien creía que era inviable un retorno al “orden” del Ancien

Régime, tampoco era aceptable el radicalismo de un Voltaire. Entonces, en el

positivismo de Comte encontramos que progreso y orden “estaban más que

reconciliados: uno dependía del otro. El pensamiento positivo sustituyó la visión

“negativa” de los philosophes, la idea de que nacería una nueva era mediante la

destrucción del pasado” (Giddens, 1997:153).

A pesar de este rechazo, es ampliamente conocida su apropiación de muchas

de las ideas de Saint-Simon quien, a su vez, se inspiró en Montesquieu y Condorcet.

El primero de estos dos últimos tiene el mérito, para Comte, de haber afirmado el

determinismo de los fenómenos históricos y sociales14. No obstante, “en

compensación, para haber sido el fundador de la sociología faltaría a Montesquieu la

idea de progreso.” (Aron, op.cit., p.116) Esta idea es, precisamente, la que toma de

14 Las leyes, para Monstesquieu, son las relaciones necesarias que derivan de la naturaleza de las cosas.

21

Condorcet, quien es particularmente importante ya que “atribuyó a la historia

potencialidades de la misma índole que Comte asignaría después a la ciencia positiva

de la sociología, expresada en la célebre frase “savoir pour prévoir, prévoir pour

pouvoir” (…) El progreso de la humanidad se realiza en equilibrio, de modo tal que, si

bien el ritmo de desarrollo puede ser acelerado o retardado por la activa intervención

humana, posee el carácter de una fuerza autónoma hacia el mejoramiento” (Giddens,

1988:275). De la combinación de estas ideas se desprende una concepción unificada

de la historia humana en su totalidad y de un devenir necesario del espíritu hacia el

estado positivo. De allí que Aron califique a Comte como el sociólogo de “la unidad

humana y social, de la unidad de la historia humana.”

El positivismo comteano posee una importancia fundamental en tanto proveyó

de una orientación general básico para el desarrollo de la sociología como ciencia

moderna; en este sentido: “la nueva ciencia de la sociedad ha de tener la misma forma

lógica que las restantes ciencias, una vez liberada de los residuos de la metafísica”

(Giddens, op.cit, p.277). Pero, curiosamente, sus influencias inmediatas fueron mucho

más importantes en el exterior que en su Francia natal, como por ejemplo en

Inglaterra, donde encontraría en John Stuart Mill un seguidor notable. Del mismo

modo, su pensamiento sería recibido en el nuevo continente con gran entusiasmo,

tanto en los Estados Unidos como, especialmente, en América Latina. En este

contexto, la particularidad de la Argentina reside en que si bien es cierto que se

produce una recepción tardía en relación a otras naciones latinoamericanas (México,

Brasil, Chile e, inclusive, Uruguay), “en nuestro medio se dio como en pocos otros

lugares una verdadera renovación doctrinaria que llevó a prolongar sustancialmente el

clásico panorama positivista mundial” (Biagini, 1982:12). Con todo, el proyecto de

los “liberales reformistas”15, a decir de Zimmermann (1995), mantenía la idea de un

progreso gradual, regulando científicamente los conflictos sociales desde la novísima

ciencia social.

No obstante, antes de pensar el contexto cultural local, se deben establecer los

vínculos del positivismo con la sociología. El puente que se tiende entre esta escuela15 “Por reformismo debe entenderse aquí una actitud de predisposición a introducir cambios en las

instituciones vigentes, que en materia de política social se traducía en una decisión de abandonar los

principios de laissez faire que supuestamente habían caracterizado al liberalismo decimonónico, pero

manteniendo una rígida oposición al cambio revolucionario-radical que pretendía alterar por completo

los fundamentos del sistema, cayendo en el llamado “socialismo de Estado” o en los peligros de la

anarquía” (Zimmermann 1995:15)

22

filosófica y la ciencia de la sociedad moderna remite sin lugar a dudas a Émile

Durkheim

1.2. Durkheim y su sociología positivista

De Émile Durkheim (1858-1917), comenta Steven Lukes, se han hecho

lecturas por demás variadas. De tal forma, que existe un Durkheim para los sociólogos

(mediado por la lectura parsoniana), de los antropólogos (Radcliffe-Brown), de la

teoría de la anomia (Merton), de los estudios del suicidio, un Durkheim de los

criminólogos, otro de los psicólogos sociales, de los sociólogos de la educación, de

los ecólogos humanos, un Durkheim de la sociología del conocimiento y uno

preestructuralista. Algunos lo consideran como “el heredero espiritual de Comte”

mientras que otros enfatizan la influencia que en él ejerció Saint-Simon. Robert

Nisbet ha dicho que forma parte de la tradición de los teócratas reaccionarios

franceses y lo considera el nexo más importante entre el conservadurismo y el estudio

contemporáneo de la conducta humana. Por otro lado, uno de sus discípulos, Célestin

Bouglé, planteó que el dukheimnismo es kantismo, revisado y completado a la luz del

comtismo.

Pero no es sólo en cuanto a las tradiciones de pensamiento a las cuales adhería

sobre lo que hay opiniones divergentes sino que, si nos atenemos a las opiniones sobre

sus opciones políticas, la variedad tampoco puede dejar de sorprender:

“Ha sido diversamente considerado como un materialista y como un idealista, un positivista y un

metafísico, un racionalista y un irracionalista, un ateo dogmático y un místico, así como un “precursor

intelectual del fascismo”, un agente del “conservadurismo burgués”, un liberal de fines del siglo XIX,

un conservador y un socialista” (Lukes 1984:3)

Cómo ponderar los diversos elementos que pueden encontrarse en la obra del

padre fundador de la sociología francesa, para luego extraer de allí alguna categoría

donde poder ubicarlo, excede por mucho a nuestro trabajo. Tampoco se plantea aquí

reflexionar sobre cuál es “el problema” de la obra de Durkheim, al estilo de Giddens

(1971; 1972), quien discutiera a Parsons que lo central de los escritos del sociólogo

alsaciano es “el cambio” social, y no “el orden”. Por el contrario, se pretende

23

encontrar los vasos comunicantes entre la sociología durkheimniana y el positivismo

comteano.

Se sabe que las influencias en el pensamiento del autor de Las reglas del

método sociológico han sido más que amplias y por demás variadas. Empezando por

Boutroux y Renouvier durante su paso por la Ecole Normale Superieure, continuando

con Wundt, Wagner y Schmoller durante su estadía en Alemania y de los antropólogos

ingleses (Robertson-Smith y Frazer, entre otros) ya con miras hacia el último gran

libro de su vida: Las formas elementales de la vida religiosa. No obstante, el propio

Durkheim, ya en sus últimos años, cuando se lo criticara por haber “importado sus

ideas de Alemania al por mayor”, declaró que “el influjo que recibió de Comte fue

mucho más profundo, y constituyó el punto de vista desde el cual evaluó las

aportaciones de los autores alemanes.” (Giddens 1972:135)

Puede afirmarse entonces, y sin temor a incurrir en un equívoco, que

Durkheim es heredero de la filosofía positivista comteana, pero ¿en qué aspectos?

Tiryakian ha planteado, como uno de los objetivos del proyecto de vida intelectual de

Durkheim, instaurar a la sociología como una disciplina autónoma rigurosa. A su vez,

ligado a esta aspiración, aparece el forjar la unidad de las ciencias sociales sobre bases

positivistas. Es, entonces, en este sentido que Durkheim claramente se apropia del

legado de Comte, siguiendo la idea de la unidad del saber científico, del cual la

sociología sería el punto culmine en tanto su capacidad cognitiva abarca al quehacer

del hombre. Pero no es solamente en este aspecto, ya que

“además, la influencia comteana en Durkheim está presente en su aceptación del “positivismo”,

entendido en un doble sentido: a) como el estudio de los fenómenos sociales con el mismo método

científico y objeto que el utilizado por las ciencias para abordar los fenómenos de la naturaleza; b)

como corriente opuesta al “negativismo” de la filosofía de la Ilustración y sus herederos, menos

interesados en mejorar las condiciones sociales que en disolver las instituciones” (Tiryakian 1978:236)

Partiendo del último punto, no sería nada nuevo decir que el pensamiento de

Durkheim era refractario al cambio revolucionario. Para el sociólogo francés, la

conflictividad presente en las sociedades complejas no debía resolverse por cambios

bruscos, ya que la misma era producto de una insuficientemente desarrolla división

del trabajo social, la cual no tardaría en llevar a la cooperación y estabilidad social

general cuando los vestigios del viejo feudalismo terminaran de ser liquidados. Su

24

concepción del cambio social estaba marcada por la gradualidad. En este sentido,

orden y el progreso son recíprocos al igual que en la obra de Comte:

“Durkheim da sustento al núcleo mismo del programa comteano positivista; pues así como la ciencia

natural nos muestra que el conocimiento se desarrolla por adiciones sucesivas, también la sociología

nos muestra que todo cambio social auténticamente progresivo sobreviene por acumulación” (Giddens

1978:281)

Para Durkheim el verdadero cambio social es evolucionario, no

revolucionario. Esta idea se entiende a la luz de la inestable situación política e

institucional que vivió Francia durante el siglo XIX y, en particular, en la Tercera

República que a Durkheim le tocó vivir16. Su propósito de fundar una moral laica para

una sociedad que ya no podía guiarse por el tradicionalismo católico se dirige

claramente en este sentido. “Cambios políticos rápidos enmascaran un estancamiento

subyacente.” (Giddens 1972:45)

Respecto del segundo punto debe señalarse que, efectivamente, los escritos de

Comte son acogidos y reelaborados por el autor de La división del trabajo social,

fundamentalmente en lo que concierne al desarrollo del método sociológico. La idea

central que Durkheim rechazará de Comte y, en tal sentido, hará que lo ubique, junto

con Rousseau y Montesquieu, como uno de los precursores de la disciplina, es la ley

de los tres estados que, según el sociólogo alsaciano, el montpellerino estableció por

decreto, sin corroborarla empíricamente. De esta forma, puede ser considerado más

como un filósofo de la historia que como un sociólogo propiamente dicho.

Por otro lado, si bien Durkheim tampoco adscribió explícitamente a la ley de

clasificación de las ciencias, sí defendió enfáticamente la autonomía de la nueva

ciencia social. Y aquí radica, quizá, la principal influencia de Comte su pensamiento.

El propio Durkheim llegó a declarar:

“ciertamente creo que al afirmar la especificidad de los hechos sociales me muestro de acuerdo con la

tradición comtista, hecho que contribuye enormemente a confirmarme en mi actitud.” (Durkheim 1892,

citado en Lukes 1984:68)

16 Dice Tiryakian: “Los cambios de ministros fueron asiduos durante la Tercera República. Era rarísimo

que el “presidente del Consejo de Ministros” (o primer ministro) sobreviviera más de dos años” (op.cit.

p. 261). El capítulo 2 del presente trabajo amplía sobre el contexto histórico.

25

La pretensión, presente en los escritos durkheimnianos, de separar a la

sociología tanto de la filosofía, que es pura especulación, cuanto de la psicología, que

se ocupa de cuestiones “internas” de los hombres, nos hace arribar, finalmente, al

quid de la cuestión. Porque si se acepta que la sociología es una ciencia moderna,

autónoma del resto de las disciplinas sociales y que, a su vez, adoptará el método de

las ciencias naturales, está faltando el objeto que será estudiado con dicho método. Tal

objeto serán los “hechos sociales”, a los cuales Durkheim los define como los “modos

de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y dotados de un poder de

coacción en virtud del cual se imponen sobre él” (Durkheim 1895:40). A esta

definición, debe añadirse la famosa máxima durkheimniana de acuerdo a la cual “los

hechos sociales deben ser estudiados como si fueran cosas”.

Entonces, esta claro que la sociología positivista de Durkheim adhiere al

monismo metodológico, es decir, que las ciencias sociales deben adoptar el método de

las ciencias naturales. De allí que los hechos sociales deben ser estudiados como si

fueran cosas. Pero ese “como” quiere decir que, en verdad, no son cosas. Los hechos

sociales son parte de la naturaleza pero son distintos de los hechos naturales en el

sentido de que “lo social” posee una dimensión moral de la cual carecen éstos

últimos. Sin embargo, esta forma de abordar los fenómenos sociales es enfatizada, en

más de una oportunidad, debido a que Durkheim busca que la sociología se posicione

como una ciencia independiente, a la par del resto. La necesidad de que exista un

objeto empíricamente mensurable del que no se ocupe ninguna otra ciencia es lo que,

a juicio del autor francés, separaría a la nueva ciencia social de la especulación

filosófica y dotaría de especificidad al análisis sociológico.

En el mismo sentido es que deben pensarse las características distintivas del

hecho social, es decir, tanto su “externalidad” respecto de los individuos como la

“coacción moral” que ejerce sobre éstos. La primera característica refiere a que los

hechos sociales son independientes de las conciencias particulares. Si bien muchas

veces, y con justeza, se ha criticado a Durkheim por hispostasiar a la sociedad, al

declarar que ésta posee una realidad “sui generis”, autónoma de los individuos que la

componen, lo que éste sociólogo intentaba decir era que la combinación de las

conciencias individuales generaba una nueva realidad que no era reductible a la suma

de las partes. El muy mentado ejemplo al respecto, es el de que las características del

agua no se derivan de las propiedades del oxígeno y el hidrógeno que la componen; y

pueden citarse otros.

26

La segunda característica refiere al carácter obligatorio que presentan los

hechos sociales. Por “obligación” no se quiere decir que un individuo no pueda burlar

las normas y hacer lo que su conciencia le dicte. Pero si lo hiciera, sería sancionado, o

bien sentiría que su comportamiento no se adecua a la moral del grupo. Esto se debe

al aspecto moral de los hechos sociológicos, lo que los distingue de los fenómenos de

la naturaleza. Por ejemplo, la paternidad es un hecho biológico, pero también moral

en la medida que nos comportamos con nuestros padres de una forma distinta a la cual

nos comportaríamos con cualquier otra pareja de adultos mayores que nosotros.

Existe una tercera característica, señalada por Lukes17, que nos indica que los

hechos sociales son “generales”. Con esta afirmación Durkheim pretendía hacer

referencia a las características que son distintivas de una sociedad considerada18. Es

decir, no son atributos que dependieran de individuos particulares, ni tampoco son

propios del hombre considerado en tanto especie. A este respecto, dice el sociólogo

francés, que “el hecho social no es social porque sea general sino que si es general, se

debe a que es colectivo (es decir, más o menos obligatorio) […] es un estado del

grupo que se repite en los individuos porque se les impone” (Lukes 1984:15). La

generalidad de un hecho social será, a su vez, un factor que dará cuenta de la

normalidad del mismo para cierto tipo social. Por el contrario, aquellas formas

sociales que sean excepcionales, que no estén distribuidas en la mayor parte de los

miembros de la sociedad, sino en una minoría, serán considerados como patológicos

(Durkheim op.cit., p.101).

Es cierto, entonces, que el naturalismo (utilizar los métodos de las ciencias

naturales para estudiar los fenómenos sociales) de Durkheim debe mucho a Comte.

Fue éste último quien proveyó a la formación durkheimniana la idea de aplicar el

método científico al estudio de la vida social. A su vez, la nueva ciencia social

17 Para un examen más extenso sobre la polisemia del concepto de “hecho social”, véase su trabajo ya

citado.18 Esta es otra crítica que hiciera a Comte, quien no reconociera la existencia de tipos o especies

sociales, e hiciera una historia de la humanidad. Dice Durkheim: “Esta noción de la especie social

presenta por otro lado, la enorme ventaja de proporcionarnos un término medio entre las dos

concepciones contrarias de la vida colectiva que se han repartido durante mucho tiempo los espíritus;

me refiero al nominalismo de los historiadores y al realismo extremado de los filósofos (…) se

reconoce que entre la multitud confusa de las sociedades y el concepto único, pero ideal, de la

humanidad, hay unos intermediarios: las especies sociales” (Durkheim, op.cit. pp. 126-127). Comte se

ubica, como se desprende del análisis aquí realizado, entre los filósofos.

27

necesitaba una realidad que observar y fue Comte quien dio entidad a la sociedad,

similar a un organismo, pero que no dependía de sus componentes individuales. Se ha

visto, también, como la demostración de la independencia de la sociología está

estrechamente ligada a la especificidad de su objeto, que son los hechos sociales.

Pero, ¿cómo se explican estos fenómenos sociales? En principio, Durkheim propone

una distinción entre la causa de un hecho social y la función que éste cumple, porque

“las causas que le dan el ser son independientes de los fines a los que sirve”

(Durkheim, op.cit. p.145).

Respecto a la explicación funcional debe entenderse, sencillamente, la

correspondencia que existe entre un hecho social considerado y las necesidades

generales del organismo. De esta forma, la existencia de instituciones en la sociedad

se explica porque cumplen funciones que satisfacen necesidades. Por ejemplo, el

hecho de que haya un sistema educativo satisface la necesidad de los estudiantes de

ser formados como expertos en ciertas áreas de conocimiento, lo cual hará que

triunfen en la sociedad. Por otro lado, como esta función que el fenómeno social

cumple es siempre distinta de la causa eficiente que lo produce, debemos buscar esta

última en otro hecho social previo. De aquí la también famosa máxima

durkheimniana según la cual “lo social se explica por lo social”, expresada en la regla

que dice que “la causa determinante de un hecho social debe ser buscada entre los

hechos sociales antecedentes, y no entre los estados de conciencia individual”

(Durkheim, op.cit. p.167, énfasis en el original). No puede pensarse en una causa

individual para explicar un fenómeno social porque son dos realidades distintas de

hechos: “la sociología no es un corolario de la psicología” (ídem. p.156)

Dice Durkheim más adelante, “la explicación sociológica consiste

exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, lo mismo cuando se trata de

religar un fenómeno a causa o, al contrario, de religar una causa a sus efectos últimos”

(ídem. p.185) El problema de esta forma de explicación de los hechos sociales es que,

a diferencia de las ciencias naturales, las ciencias sociales no pueden recurrir a la

experimentación. Por ello la sociología utiliza el método comparativo, es decir, a la

observación de un fenómeno social en diferentes condiciones para el establecimiento

de leyes sociológicas. Y aquí radica otra diferencia con Comte, ya que éste último

consideraba que estas leyes debían expresar el sentido en el cual se orienta la

evolución humana general y no, como Durkheim, las relaciones definidas de

causalidad. Pero, sea como fuere, el método comparativo es el único que conviene a la

28

sociología. “La variación de las condiciones posibilita al estudioso establecer qué es

lo esencial y qué lo contingente de un fenómeno” (Tiryakian op.cit., p. 232). A su vez,

análisis comparativo está ligado fuertemente al estudio histórico de la institución que

se pretende explicar.

Lo antedicho introduce en la discusión sobre el método a otro autor que no ha

sido mencionado hasta aquí pero que, sin embargo, tuvo un importante influjo en la

metodología durkheimniana, quizás a la altura de Comte; éste no es otro que Fustel de

Coulanges (1830-1889). Precisamente, el escritor de La cité antique y de la

monumental Histoire des institutions politiques de l’ancienne France, es quien

explicaba a sus alumnos que la ciencia consistía en “descubrir los hechos, analizarlos,

compararlos y mostrar las relaciones que hay entre ellos” (Fustel de Coulanges

1888:32, citado en Lukes op.cit. p.60). Abogaba, a su vez, por desechar todas las

“ideas preconcebidas” y porque el científico tuviera “una mente completamente

independiente y libre”, es decir, intentaba constituir a la historia como una “ciencia

pura”. Los ecos fustelianos resuenan en la obra de Durkheim en sus reiteradas

advertencias sobre la independencia de la sociología respecto tanto de las doctrinas

filosóficas como de las prácticas, es decir, lo mismo del sentido común como de las

ideologías políticas:

“Como la sociología ha nacido de todas las grandes doctrinas filosóficas, ha conservado el

hábito de apoyarse en algún sistema del que se ha hecho solidaria. De este modo, ha sido

sucesivamente positivista, evolucionista, espiritualista, cuando debe contentarse con ser sociología y

nada más (…) La sociología no tiene por qué tomar partido entre las grandes hipótesis que dividen a los

metafísicos (…) Frente a unas doctrinas prácticas, nuestro método permite y exige la misma

independencia. La sociología entendida de esta manera no será ni individualista, ni comunista, ni

socialista en el sentido que se da vulgarmente a estos términos. Por principio, ignorará las teorías a las

cuales no podría reconocerles ningún valor científico, puesto que tienden directamente, no a expresar

los hechos, sino a reformarlos. (Durkheim op.cit., pp. 203-205)

Fue sólo a partir de los escritos del historiador francés, quien fuera profesor

del propio Durkheim, que éste último pudo plantear que la sociología era “la ciencia

de las instituciones, su génesis y su funcionamiento”, entendiendo por institución “a

todas las creencias y todos los modos de conducta instituidos por la comunidad”

(Durkheim, op.cit. p 30-31). Situarse en la génesis de una institución, en su forma más

rudimentaria, para luego estudiar su evolución histórica paso a paso, como fue

29

complejizándose, y así poder entender qué es lo esencial y qué lo transitorio del hecho

social, es precisamente la forma de abordar los objetos que encontramos en sus obras.

Como ejemplo de este método que bien puede llamarse genético, puede mencionarse

la elección de las religiones primitivas como objeto de estudio para encarar su trabajo

de las formas elementales de la vida religiosa:

¿Por qué escogerlas como objeto de nuestro estudio prefiriéndolas a todas las otras? Es

exclusivamente por razones de método. De entrada, no podemos llegar a comprender las religiones más

recientes si no es siguiendo a lo largo de la historia la secuencia progresiva de su constitución. La

historia es, en efecto, el único método de análisis que sea susceptible de aplicárseles. (Durkheim

1912:3, énfasis nuestro)

Puede considerarse también, en el mismo sentido, sus escritos sobre la

institución familiar, y si pensamos en La división del trabajo social, ¿qué hace sino

comparar la evolución del lazo social de las sociedades tradicionales, basadas en la

solidaridad mecánica, hacia las modernas sociedades industriales fundadas en la

solidaridad orgánica? La conclusión que se desprende las argumentaciones realizadas

es que, a partir de las influencias de Comte y Fustel de Coulanges, el método

sociológico propuesto por Durkheim es de carácter positivo, histórico y comparativo.

Ahora bien, ¿cuáles fueron las condiciones históricas y políticas que dieron lugar al

desarrollo de esta forma de pensar la sociología? Del mismo modo, ¿qué clase de

lectura se dio de esta obra en la Argentina de comienzos del siglo XX?

30

2. Contextos de producción y recepción de la obra

durkheimniana

Si en el capítulo precedente se intentó ofrecer un marco general que

posibilitara situar las coordenadas teóricas del desarrollo del método sociológico de

Durkheim, en el presente se pretende una contextualización histórica y política que

apunte en el mismo sentido. La obra del sociólogo alsaciano, como la de cualquier

otro autor sobre el que se haya estudiado la trayectoria académica e intelectual, suele

ser ligada al momento histórico que le tocó vivir. Como toda persona, Durkheim no

dejó de ser, evidentemente, hijo de su época. De aquí que, el objetivo del presente

capítulo sea el de, por un lado, dar cuenta del contexto de conformación del campo

sociológico en Francia. ¿Cuáles eran las condiciones históricas y políticas en las que

debió desenvolverse Durkheim?; ¿cuáles eran los clivajes presentes en la sociedad

francesa de la Tercera República?; y en dichas condiciones, ¿qué posibilidades tenia

Durkheim para desarrollar el proyecto de la sociología, es decir, para lograr imponer

su postura sobre la concepción y práctica de la disciplina?; ¿existían otras posiciones

disputando la definición legítima de la naciente ciencia social?

Pero, por otro lado, se deben plantear las condiciones históricas y políticas en

las cuales se iba desarrollando el incipiente campo sociológico argentino, en tanto

receptor de la obra durkheimniana, y qué lecturas de sus textos eran viables hacer.

Como se ha mencionado, la conformación de dicho campo se produce hacia finales

del siglo XIX, a partir de la presión ejercida por un grupo de intelectuales, que

buscaron la legitimación de un cuerpo de conocimientos, con la intención de

31

intervenir en la esfera pública en un sentido reformista (Zimmermann 1995; Pereyra

1998). Para que esta intención de introducir los conocimientos sociológicos en la

universidad fuera viable, se deberá explicar: ¿qué características tenía la sociedad

argentina de la época?; ¿qué papel jugó el proceso de inmigración y el surgimiento de

la llamada “cuestión social” en los análisis sociológicos del período?; ¿cuándo

comienza en las universidades la enseñanza de la sociología?; y, a partir de esta

contextualización, ¿cómo ingresa Durkheim?

2.1. El contexto francés

El país que realizó la revolución en 1789, fue el mismo que tuvo que atravesar

por un vasto conjunto de dificultades políticas durante el siglo XIX en la búsqueda de

una estabilidad social aceptable. La restauración, el fallido proceso revolucionario de

1848, el golpe de Estado de Luis Napoleón en 1851, la Guerra Franco-Prusiana de

1970-71 y, finalmente, la guerra civil que sigue a la proclamación la Comuna de París

de 1871, constituyeron el derrotero de una nación que no terminaba por constituirse.

Es en este sentido, que existía una incapacidad de las clases dominantes

(aristocracia y alta burguesía) para superar sus querellas (que enfrentaban a

legitimistas borbónicos, orleanistas y bonapartistas) y establecer una forma de Estado

acorde a sus intereses. De esta imposibilidad, surge la Tercera República (1875-1940)

como una solución de compromiso, lo cual presenta un régimen republicano precario

desde sus inicios (Torres Ramos 1999:4).

Este drama político generó, inmediatamente, una línea divisoria entre quienes

defenderán el republicanismo y quienes lo ataquen. Los primeros, se encolumnarán en

la defensa del laicismo y la reforma educativa, lo que se plasmará, en términos

gubernamentales, en las leyes de Ferry de 1881 y 1882, las cuales crean un sistema

educativo primario obligatorio, gratuito y laico (Torres Ramos op.cit. p.6); reforma

que, posteriormente, se expandirá a los restantes niveles educativos.

Quienes se posicionaban en contra de las instituciones liberales, serán los

conservadores religiosos agrupados en torno a la doctrina de la Iglesia Católica de

32

Roma. Esta institución, por otra parte, será la única que ataque al liberalismo hasta la

Primera Guerra Mundial. Posteriormente, ésta misma forma de gobierno, será

embestida por las fuerzas de la derecha fascista y, finalmente, también por la izquierda

ya en la segunda posguerra (Hobsbawm, 1994:116-147).

Francia se verá, entonces, partida en dos. Ahora bien, puede argumentarse, no

obstante las múltiples dificultades que traían aparejados los vaivenes de la política

francesa, que no se obturó una evolución en materia educativa en la segunda mitad del

siglo XIX. Esto se debe, sobre todo, a partir del impulso del historiador Victor Duruy

(1811-1895), quien ejerciera el cargo de Ministro de Educación de Francia entre 1963

y 1969, y posteriormente el de senador.

“Su mirada de diagnóstico estuvo claramente influenciada por el modelo alemán y la

importancia del “método científico”, peculiaridad que los teutones condensaban bajo el término

Wissenschaft, el cual no solo implicaba un apoyo al desarrollo de las ciencias naturales, sino en general

a toda forma de conocimiento que implicase un examen crítico, racional y metódico de la realidad. Las

posiciones del pensamiento germano contaban con el beneplácito de muchos autores franceses, en

múltiples frentes filosóficos, situación que se agudizó luego de la derrota de 1971” (Nocera 2011:26)

Efectivamente, la derrota frente a la ahora unificada Alemania no significó

solamente una humillación nacional, sino también el descubrimiento de un modelo a

seguir. En este sentido, fue Renan quien aseveró que “en la lucha que acaba de de

concluir, la inferioridad de Francia ha sido principalmente intelectual; lo que ha

fallado no ha sido el corazón sino la cabeza”19. Y es precisamente aquí, en el

surgimiento de un proyecto de regeneración moral e intelectual de Francia, que

encontramos el intersticio por donde la figura de Durkheim, rezagada en cuanto a su

consideración en el escalafón académico francés, puede encarnar su proyecto.

La reforma educativa, que había posibilitado la introducción de las ciencias

sociales en el mundo académico, supuso una fuerte intervención del Estado para la

institucionalización de disciplinas que aún carecían de una legitimidad

epistemológica. En este sentido, la creación del primer curso de sociología en el país

galo, en la Facultad de Letras de Burdeos en 1887, con Durkheim como titular de la

misma, es todo un síntoma. A su vez, es imprescindible remarcar que Durkheim

accede a este cargo por voluntad del entonces director de Enseñanza Superior, Luis

Liard (1846-1917), quien ya lo había becado para su estadía en Alemania.

19 La reforma Intelectual y Moral, Barcelona: Península, 1972, citado en Ramos (op.cit. p.6)

33

La sociología nacerá, entonces, como una innovación producida desde arriba,

y buscará constituirse como una ciencia republicana y laica, frente a las agitaciones

políticas propias de una sociedad donde la llamada cuestión social ocupaba un

primerísimo lugar en la agenda pública. “La perspectiva de un “nuevo liberalismo”

alejado de la doctrina del Estado mínimo y la autorregulación del mercado, refuerza la

idea de que es necesario contar con medios nuevos para lograr llevar adelante la

dirección de la sociedad (…) [Lo que implica] lograr no sólo una intervención

efectiva, sino también para suministrar las bases de un conocimiento cierto (i.e.

científico) de las problemáticas sociales” (Nocera op. cit. pp. 42-43)

De aquí que el proyecto de Durkheim (cuando la sociología existía sólo como

posibilidad), necesitara de Las reglas del método para mostrar, de forma inequívoca,

los títulos científicos del discurso sociológico. Ahora bien, ¿no existían otros

desarrollos con iguales pretensiones, y que no contaron con los apoyos políticos

necesarios para lograr la consagración en el medio académico francés? Efectivamente,

sí los había. Son los casos de Fréderic Le Play (1806-1882), Gabriel Tarde

(1843-1904) y René Worms (1868-1926).

De forma sintética, suele caracterizarse al primero como un antecedente de los

estudios estadísticos para la resolución de problemáticas sociales desde el Estado.

Este autor, desarrolló una observación comparativa de las transformaciones que las

familias experimentaban debido a los profundos cambios en el mundo del trabajo.

Creía que comprendiendo el funcionamiento de la unidad familiar, podría contribuirse

a la estabilidad social (Nocera op.cit. p.44).

El caso de Tarde, sociólogo por el cual se muestra actualmente un renovado

interés, suele ser asociado a su libro más famoso, Las leyes de la imitación (1890); era

descendiente de una familia de nobles, y ocupó cargos en el Estado. Particularmente

importante, fue su desempeño como director de estadística jurídica del Ministerio de

Justicia, ya que dicha posición le permitió poner a disposición de Durkheim y Mauss

los datos necesarios para realizar las investigaciones que desembocaron en la

redacción de El Suicidio (1897). A diferencia de Durkheim, se interesó en otras áreas

del conocimiento social (antropología, criminología, psicología, etc.) y, no obstante su

pretensión de dictar un curso en el Collège de France con el título de sociología, esto

fue rechazado por la asamblea de profesores que lo designó (Nocera 2011).

Por último, fue René Worms quien, quizás, se distinguió más nítidamente del

programa durkheimniano para lanzar el suyo propio, a partir de las fundaciones de la

34

Revue Internationale de Sociologie y el Institut International de Sociologie, ambas en

1893. Su propuesta no seguía una línea determinada, sino que abogaba por la difusión

de una amplia gama de posturas que, en ese entonces, se reclamaban como

sociológicas. Esto la distinguirá de la sociología durkheimniana, la cual no aparecerá

como una, sino como la sociología.

La victoria de Durkheim marcará el nacimiento de la escuela de sociología

francesa que, en reelaboraciones como las de Bourdieu, mantiene continuidad hasta

nuestros días. Su éxito se explica, en gran medida “por la fuerte legitimación política

con que contaba desde sus inicios. Las alternativas que se iban dibujando tenían todas

un signo común: su conservadurismo, su antirrepublicanismo incluso” (Torres Ramos

op.cit. p.15). Durkheim contó, en definitiva, con los apoyos políticos e institucionales

necesarios para marginar a las otras escuelas.

No obstante, la distancia que se marcará entre el ascenso de la figura de

Durkheim y la precaria institucionalización de la sociología en Francia, hasta casi los

años sesenta del siglo pasado, dará cuenta del fracaso del grupo de investigaciones del

sociólogo alsaciano (Halbwachs, Mauss, Simiand, Bouglé, etc.), para la introducción

de la enseñanza de la sociología en los niveles primario y secundario.

2.2. El contexto argentino

Podrían, debido a su contemporaneidad, encontrarse algunas dimensiones

donde aparezcan ciertas similitudes entre el contexto que atravesaba la Francia de la

Tercera República y la llamada Argentina “oligárquica” o “agroexportadora”; período,

éste último, que abarca aproximadamente desde la llamada “generación de 1880”

hasta la crisis económica de 192920. No obstante, no es objeto del trabajo este tipo de

comparaciones y, por otra parte, tampoco es menester forzar el análisis para hacer

coincidir situaciones que, probablemente, mantenían una especificidad nacional

notable.20 Algunos autores plantean el final de esta etapa en el año 1916, cuando Hipólito Yrigoyen, a partir de

la ley de voto universal masculino sancionada en 1912, logra su acceso a la presidencia y da por

finalizado el orden liberal-conservador hasta entonces vigente. Del mismo modo, la llegada de la

Primera Guerra Mundial, daría por tierra con la hasta entonces hegemónica filosofía positivista

(Altamirano 2004:38). Sin abordar a fondo estos temas, ya que excede la propuesta del trabajo, sí

debería revisarse la vigencia o no de positivismo y liberalismo entre 1916 y 1930.

35

Si bien es cierto, que tanto en el país galo como en el Río de la Plata, se

hablaba de la “cuestión social”, como dilema social principalísimo a resolver, las

diferencias eran bastante importantes. Mientras que en Francia refería a una

conflictividad social ligada a la aparición de potentes sindicatos y partidos obreros

con pretensiones revolucionarias y el mentado problema del laicismo y la reforma

educativa (Torres Ramos op.cit. p.5), en la Argentina, la connotación era diferente en

más de un sentido. ¿Cuáles eran, entonces, los elementos sociales, culturales y

políticos argentinos relevantes del período?

Luego de superar la devastadora crisis económica de 1890, volvían a afluir los

capitales extranjeros, crecían las exportaciones de materias primas y se extendían las

vías férreas. Se secularizaban las instituciones de la sociedad civil y se experimentaba,

en términos generales, un proceso de modernización de la sociedad impulsada desde

el Estado. Pero, del mismo modo, comenzaban a surgir conflictos clasistas propios de

las sociedades capitalistas: las protestas obreras ligadas al anarquismo y, en menor

medida, al socialismo, sumadas a las demandas y presiones de las clases medias,

ligadas a la UCR, por democratizar un régimen político cerrado, más la puesta en

jaque de la identidad nacional, producto de los grandes contingentes inmigratorios que

recibía el país, serán tópicos presentes en el clima de época del Centenario de la

Revolución de Mayo en 1910.

En definitiva, el impulso modernizador del Estado argentino de fines del siglo

XIX y comienzos del XX, ligado a la idea generalizada de progreso, generó una serie

de problemas, se creía, propios de las sociedades ya desarrolladas y que solían

englobarse, lo mismo que en Europa, bajo el nombre de “cuestión social”. Todos

temas muy ricos que por el objeto y la extensión del presente trabajo son imposibles

de abordar, pero que debe señalarse que estaban muy presentes en las reflexiones de

los intelectuales y académicos del período. Por ejemplo, pueden mencionarse las tesis

de doctorado de la Facultad de Derecho de la UBA:

“Una mirada de las tesis doctorales presentadas en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos

Aires durante los primeros años de este siglo revela la atracción que estos problemas ejercían sobre los

nuevos graduados. Entre 1898 y 1916 más de 80 tesis doctorales (excluyendo aquellas que se

concentraban en el tema de la inmigración) trataban sobre temas relacionados a la cuestión social,

como la responsabilidad legal en accidentes laborales, la naturaleza jurídica del contrato laboral,

arbitraje y conciliación en los conflictos laborales, la constitucionalidad de las leyes de expulsión de

anarquistas, y el análisis jurídico de la legislación social y laboral” (Zimmermann 1995:92)

36

Este proceso general de modernización económica de la sociedad trajo un

evidente progreso material para las élites nacionales, pero también atrajo a una

enorme cantidad de inmigrantes21. La visión que los criollos tenían sobre quienes

arribaban a los puertos del país sería marcadamente negativa. Estas imágenes y

valores depositados en los nuevos ciudadanos daban cuenta de un viraje respecto de

los que presidieron la construcción de la Argentina moderna: “sucedería, por ejemplo,

con la imagen de la inmigración que, de agente del progreso, se transformaría en la

portadora de una nueva barbarie” (Altamirano y Sarlo, 1980:183).

Así, el proceso de extrañamiento de los inmigrantes se solapó con lo que la

oligarquía de la época advirtió como una debilidad de lazos comunitarios en la

sociedad, como un signo de decadencia social (a la cual se añadía, según la rama

reformista del liberalismo, una decadencia moral por parte de una elite excesivamente

motivada por el beneficio material). Ese vacío societario buscó llenarse con un

activismo estatal, a partir de la creación de un dispositivo nacionalizador que dotara a

los inmigrantes de una iconografía autóctona para la producción de nuevas

identidades. Se trataba de “construir un fundamento simbólico estable en medio del

proceso modernizador22” (Terán 2004:17). Este proceso de construcción simbólica fue

lo que otorgó a los intelectuales un espacio de intervención y legitimación.

Este es el contexto en el que se crea, en 1896, la Facultad de Filosofía y Letras

de Universidad de Buenos Aires, sobre la base de una Facultad de Humanidades y

Filosofía creada en 1874 que nunca llegó a funcionar y una resolución del Consejo

Superior de la UBA de 1888 que preveía la creación de esta cuarta facultad

(Buchbinder 1997:29; Pereyra 1998:38-39). Este hito representa la instancia

21 Lucas Rubinich (2010:13) da cuenta de la peculiaridad que presentaba la Argentina en términos de

problemáticas sociales en la segunda mitad del siglo XIX ya que “contaba hacia 1869 con una

población de 1.700.000 habitantes, [y recibiría] entre ese año y 1915 siete millones de personas, en su

mayoría inmigrantes del sur de Europa” 22 ¿Qué se plantea, sino, José María Ramos Mejía en Las multitudes argentinas? Dice Esteban

Rodríguez (2000:189-190): “si para la generación del 37 el problema era la formación del Estado, la

organización institucional, para la generación del 80 (…) de lo que se trata es de nacionalizar las

multitudes extranjeras (…) Ramos Mejía entiende que no alcanza con la higienería para detener las

patologías políticas; ni siquiera la criminología podrá conjurar lo que incuba en sus vísceras. Se

necesita otro dispositivo que ya no funcione reactivamente, (…) de lo que se trata es de la formación de

la conciencia nacional, de inventar el carácter local. Por eso el dispositivo que mejor se ajusta a esta

tarea será la pedagogía. Las escuelas son el soporte para la neutralización del inmigrante”

37

institucional de una naciente especificación de funciones sociales que supuso de la

separación de la esfera política o de poder, de la intelectual o cultural, creándose un

campo autónomo para los escritores, con sus propias vías de acceso a la vida

intelectual y cultural (Altamirano y Sarlo 1980; Altamirano 2004)

Hasta ese momento, la práctica y el ejercicio de las humanidades se

desarrollaba fundamentalmente fuera de la institución universitaria, mayormente por

autodidactas. En este sentido la Universidad se encontraba aislada de la vida cultural

de Buenos Aires y funcionaba, más bien, como un centro de socialización de élites,

siendo la función esencial el constituirse como un ámbito de reclutamiento del

personal político del régimen (Buchbinder 22-23).

Paulatinamente, con la consolidación del aparato administrativo e institucional

del Estado nacional, fue consolidándose una esfera de acción estrictamente

intelectual, más ligada al discurso literario que al político. Suele vincularse este

proceso de diferenciación al surgimiento de un nuevo tipo de periodismo que generó

condiciones propicias para la profesionalización del escritor.

Sea como fuere, en definitiva, “la ausencia o extrema debilidad de las

instituciones público-estatales consagradas a las actividades propiamente intelectuales

parece así un dato básico de la vida cultural argentina de los últimos años del siglo

XIX” (Buchbinder op.cit. p.26). Esa carencia pública, fue suplida con el surgimiento

de círculos privados que funcionaban como redes de socialización e intercambio de

libros y documentos.

Por este motivo, no es viable pensar la creación de la FFyL sino es en relación

estrecha con el proyecto nacionalizador de la élite señalado más arriba. Pero no fue

sólo esto, ya que, la fundación de esta institución tenía como aspiración central la de

generar un cuerpo de conocimientos sobre la realidad nacional, por parte de un

conjunto de intelectuales que comenzaban a participar en la vida pública. Muchos de

ellos fueron egresados de la FDCS de la UBA y se los denominó como la “generación

de 1882”23. Estos pensadores participarían activamente en los primeros cuerpos de

23 Esa promoción comprende a los doctores José Nicolás Matienzo (profesor de la UBA y la UNLP),

Juan Agustín García (profesor titular de sociología en la UBA y de sociología jurídica en la UNLP),

Rodolfo Rivarola (profesor y decano de la FFyL de la UBA, presidente de la UNLP y fundador de la

Revista de Ciencias Políticas en 1910), Luis M. Drago (abogado, periodista y político, autor de la

Doctrina Drago), Norberto Piñero (decano de la FFyL de la UBA) y Ernesto Quesada (primer profesor

titular de sociología del país).

38

profesores y autoridades de la facultad y, algunos de ellos, buscarían legitimar a la

sociología como un conjunto de conocimientos válidos para la intervención en el

espacio publico en un sentido reformista (Zimmermann 1995).

2.2.1 La primera cátedra, el primer debate

En el momento de la creación de la primera cátedra de sociología en la

Argentina (FFyL-UBA), a cargo de Antonio Dellepiane en el año 1898, la moderna

ciencia social no era desconocida en el nuevo continente. La implantación temprana

de la sociología en las universidades latinoamericanas es un fenómeno relativamente

conocido y que debe destacarse. En 1877 se creó en Caracas el Instituto de Ciencias

Sociales y, cinco años más tarde, en 1882, la Universidad de Bogotá creó la primera

cátedra de sociología bajo la dirección de Salvador Camacho Roldán (Pereyra 1998),

adelantándose en diez años al inaugurado en Chicago en 1892. “De ahí en adelante, la

enseñanza no hizo más que propagarse: en 1898 en Buenos Aires; 1900 en Asunción;

1906 en Caracas, La Plata y Quito; 1907 en Córdoba, Guadalajara y México. Hacia la

década de 1920 la enseñanza de la sociología ya se hallaba establecida en casi todos

los países de América Latina y en varias universidades” (Blanco 2006b:11)

En la Argentina, el primer curso de sociología funcionaría sólo durante el año

1899. Durante el mismo, Dellepiane dictaría 74 clases de sociología a un grupo de tan

sólo 13 estudiantes, para luego abandonar la materia al año siguiente, luego de haber

aceptado el interinato de la cátedra de psicología. Desde 1900 la cátedra quedaría sin

un profesor a cargo, hasta que en 1904 se designaría a Ernesto Quesada, quien

comenzaría el dictado de clases al año siguiente, convirtiéndose en el primer profesor

titular argentino de sociología (Pereyra op.cit. p.52), cargo que, por otra parte,

ejercería hasta su jubilación en 1921 (Pereyra pp. 85-86; Buchbinder 1997:62).

Entonces, así como se ha señalado la victoria de Durkheim frente a sus

oponentes en el campo de la sociología francesa a partir de la legitimación política e

institucional de su teoría, ¿presentó la introducción de la sociología en las

universidades argentinas alguna clase de resistencia? Un caso por demás atractivo,

“considerado un acontecimiento fundador de la sociología en nuestro país” (Pereyra

39

op.cit. p.53), tiene lugar en el momento que Quesada ingresa en la cátedra, el cual

coincidirá con el año en que Miguel Cané cesó en su cargo de decano de la FFyL.

Estos dos intelectuales protagonizaron un acalorado y muy comentado debate sobre la

cientificidad de la moderna ciencia social. El decano cesante diría que la sociología no

era más que un “hueco palabrerío” ya que no poseía las características de las ciencias

exactas. Dice Cané:

“Me explico que el estudio de las diversas agrupaciones humanas, de los medios en que actúan

y de los demás elementos determinantes de sus actividades respectivas se trate de desprender principios

de carácter general, que, aceptados, tan sólo provisoriamente, sirvan de base a las investigaciones

ulteriores. Pero de ahí, a erigir ya en ciencia, con sus líneas fijas e inmutables a un conjunto de

hipótesis o de constataciones empíricas y decir “sociología” en el mismo sentido en que se dice

“álgebra” o “mecánica”; me parece que es una distancia enorme (…) No creamos que, si se nos llena la

boca con palabras, conseguimos llenar el cerebro con ideas” (Cané 1905:191)

Cané presentaba un razonamiento pre-kuhniano en donde la multiplicidad de

enfoques que presentan las ciencias sociales daba cuenta de su imposibilidad de

constituirse en ciencia. “Según su lógica, si los sociólogos no eran capaces de unificar

criterios para describir un fenómeno o explicar un hecho social, la disciplina que

practicaban no podía ser considerada una ciencia pues ella no era capaz de estudiar

científicamente la realidad que decía observar” (Pereyra op.cit. p.55)

Quesada recogería el guante y dedicaría su primera clase a defender el carácter

científico de la sociología. En ella argumentaría que Cané desconocía el modelo de las

ciencias naturales, ya que estas últimas progresan “en constante desdoblamiento, en

trasformación no interrumpida, avanzando con verdades relativas que cambian

sucesivamente, y con leyes cuya comprobación es momentánea, y que más adelante se

modifican” (Quesada 1905:221). En consecuencia, ni siquiera en las ciencias exactas

había verdades inmutables.

En el mismo sentido, en el ámbito de la sociología existía una “imposibilidad

de arribar a leyes pues los postulados constituirían solamente buenas hipótesis y

efectivas conjeturas. En este razonamiento pre-popperiano se edificaba la concepción

de una ciencia que avanzaba gracias al error y a al investigación empírica

permanente” (Pereyra op.cit. p.56). La sociología sería, por otra parte, una ciencia en

proceso de formación, en la cual “se discute aún su metodología”, aunque Quesada no

40

vería en la variedad de métodos un problema, ya que eran distintos caminos para

arribar a un mismo resultado: el conocimiento de la sociedad.

Ahora bien, una vez enmarcado el período en términos políticos, sociales y

respecto a las discusiones sobre el carácter científico de la enseñanza de la sociología,

¿cómo ingresa Durkheim, finalmente, en este contexto? La postura de Horacio

González puede indicarnos una primera aproximación cuando dice que

“La onda expansiva de las lecturas durkheimnianas en la Argentina –mucho antes que las weberianas24

- fue creciendo desde comienzos del siglo XX. Se puede decir que la sociología argentina es –y de

algún modo nunca dejó de ser- “durkheimnista”, por más que en esta expresión no incluimos la lectura

estricta del autor de Las reglas del método sociológico, sino la aureola más amplia que dejara su obra

en la lengua sociológica circulante. Es el caso de palabras y conceptos como anomia, cohesión social,

creencia, normatividad o mundo moral e intelectual, que son membretes constantes de cualquier

dicción sociológica, y que influyen de un modo imaginativo y nunca enteramente desprendido de

atmósferas durkheimnianas, hasta hoy, en la obra de un Emilio de Ípola.(…) En su momento estos

“durkheimismos” influyen también en las clases de un Ricardo Levene, que sucede a Ernesto Quesada

en la cátedra de sociología de la Facultad de Filosofía y Letras –de1924 a 1948- que funda el Instituto

de Sociología de esa facultad y dirige el Boletín que durante casi treinta años sería la mas fuerte

continuidad entre esas primeras etapas académicas y los posteriores momentos ginogermanianos…”

(González 2000:33-4).

Es importante destacar, entonces, que las ideas, conceptos y categorías de

Durkheim fueron centralmente receptados en las clases de las cátedras de sociología25,

a diferencia de otro clásico como Marx, quien excedía este campo (Pereyra 1998;

Tarcus 2013). Esto no implica, por supuesto, que los sociólogos académicos

argentinos se declararan durkheimnianos y, como se desprende de lo antedicho, no

precisamente por falta de conocimiento de su obra, ya que estaban actualizadísimos

respecto de las teorías sociológicas a nivel mundial. Para citar un ejemplo, Raúl Orgaz

“conocía perfectamente las teorías de Durkheim. Simplemente no era un

durkheimniano” (Barbé, 1993:171).

Si bien es cierto, como se ha dicho en la Introducción, que el positivismo

constituía el clima cultural predominante, a tal punto de penetrar todas las esferas

24 Véase Peón (1998) y Blanco (2007)25 Los profesores más importantes, en términos de su apropiación y utilización, parecieran ser García,

Maupas y, en menor medida, Quesada. Estos autores “centraron su preocupación en la realidad social

argentina” y descubrieron en Durkheim “la posibilidad de encontrar una respuesta a problema de la

integración y la regulación social” debido a que eran refractarios “a aceptar el camino revolucionario”

propuesto por los marxistas (Pereyra op.cit. p.197)

41

intelectuales, y que gran parte de la sociología argentina de la época suele ligarse a

esta corriente, la mayor parte de esa producción sociológica debe ubicarse “bajo la

rúbrica general del determinismo biológico (…). Esta orientación biológica se

encuentra estrechamente vinculada, en la Argentina, con la introducción del

positivismo penal de la escuela italiana”. Del análisis de la temática sociológica del

positivismo local se “revelan evidentes orígenes jurídicos” (Soler 1959:150-151).

Sin embargo, “el biologismo no fue (…) la tendencia primordial en la

enseñanza sociológica de la Universidad de Buenos Aires (…) Positivismo y

cientificismo constituían tendencias más o menos marginales en la enseñanza” (Soler

op.cit. p.191). Entonces, para ocuparnos de la primera recepción de Durkheim

deberemos tener en cuenta, fundamentalmente, los cursos universitarios que existían

bajo el nombre de “sociología”, ya que fue en dichas clases donde “se divulgaron las

teorías de autores tan diferentes como Durkheim, Tarde, Worms, Guiddings, Lester F.

Ward, etc.” (Soler op.cit. p.193).

Por lo tanto, el análisis del tercer capítulo se centrará en una serie de artículos

y de seminarios que se dictaran en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la

UBA. Esta facultad tuvo también su cátedra de sociología, fundada en 1908 con el

nombre de “Sociología Nacional” (Poviña 1959:81) de la cual se haría cargo, como

profesor titular, Juan Agustín García. Tanto de ésta, como de la de la Facultad de

Filosofía y Letras fue suplente un autor poco desconocido, “que sigue, en líneas

generales, el pensamiento de la Escuela de Durkheim, [y] que tiene el mérito de haber

sido introducido sistemáticamente, por primera vez, en la Argentina” (Poviña, op. cit.

p.84). El autor al cual se hace alusión es Leopoldo Maupas.

42

3. La recepción de Durkheim en la Argentina

Hasta aquí se ha intentado argumentar que la primera recepción de Durkheim

en la Argentina se produce, centralmente, en los cursos de sociología de las

universidades nacionales. Se ha rechazado tanto la visión que plantea que la

sociología del período se reduce a lo que, hasta hace unos años, se conocía como

“sociología de cátedra”, como la que aboga por un pasado ligado al diagnóstico y la

resolución bio-médica de los conflictos sociales. En todo caso, debería tenerse en

cuenta que esta primera etapa institucional contiene ambas visiones (entre otras a las

que no se han mencionado).

El presente capítulo dará cuenta de las primeras menciones locales de la obra

del padre de la sociología francesa. Se partirá de los autores ligados al ámbito

académico y luego se tendrán en cuenta algunas breves alusiones por fuera del mismo.

Por último, se abordará el caso Maupas, como principal figura receptora de las ideas

durkheimnianas. Las preguntas que guían éste capítulo son: ¿quiénes leían a

Durkheim?, ¿qué les interesó de su obra?, ¿cómo ingresó la lectura de Las reglas del

método sociológico en la enseñanza universitaria?, ¿fue Leopoldo Maupas un

durkheimniano?, ¿qué apropiación hizo de su obra y cómo la utilizó?

3.1. Primeras referencias

La primera referencia que se conoce de Durkheim en la Argentina es un

comentario realizado en abril de 1895 por parte de Juan Agustín García, cuando

criticara el método de Durkheim, en una carta que envió a José María Ramos Mejía

(Pereyra 2008:91). La carta citaba un artículo de 1894 publicado en la Revue

Philosophique, lo cual indica un conocimiento del autor previo a la publicación del

texto que será central en su enseñanza: Las reglas del método sociológico, de 1895.

43

Tres años después, Carlos Octavio Bunge, que más tarde ejercería la docencia

de la sociología en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de La Plata, publicaría

un artículo titulado “Identidad de la sociología contemporánea”26, en el cual se

apoyaría en el sociólogo francés para sostener la necesidad de institucionalizar a la

sociología como una ciencia autónoma. “Compartía con Durkheim, a quien citaba, la

preocupación de encontrar un método de descripción científica de la sociedad. La

sociología era para Bunge “una ciencia individual con su método propio” (Pereyra

1998:37)

Existió también, entre los profesores, un intelectual tan poco conocido como

Maupas que habría moldeado su pensamiento de acuerdo a la teoría social

durkheimniana: la referencia es a Raymundo Wilmart. Este autor, abogado de un

grupo de familias de la élite porteña, que se desempeñó como asesor del presidente

Carlos Pellegrini, ejerció el cargo de Profesor de Derecho Romano en la Facultad de

Derecho y Ciencias Sociales y fue nombrado Profesor Honorario en 1931 (Pereyra

1999:200). Se reconocía como sociólogo y tenía la ambición de comprender los

cambios que vivía la Argentina finisecular, desde la moderna ciencia social:

“Compartía entonces la visión de un conjunto de intelectuales argentinos como Juan Agustín

García, Ernesto Quesada y Leopoldo Maupas, entre otros, que en la misma época aspiraron, desde la

universidad, a convertir al saber sociológico en una disciplina autónoma y legítima. Wilmart junto a

ellos creía que la sociología podía ofrecer respuestas científicas los problemas que afectaban la

incipiente transformación capitalista de Argentina en el cambio de siglo, en la medida que era una

ciencia que se reconocía como heredera de la crisis intelectual y sociales de la revolución industrial y

participaba de un proceso de secularización y cambio social” (Pereyra op.cit. p.201)

Las influencias del pensamiento de Wilmart tienen un origen francés, y aquí

los nombres de Fustel de Coulanges y Durkheim son centrales. Del historiador tomará

la metodología de estudio para comprender el Estado Nacional moderno a partir de un

examen institucional de su evolución, la cual comienza con la familia y continúa con

la Ciudad Estado. Del sociólogo, adoptará la idea de que el comportamiento humano

no depende ni de la posición en la estructura social ni del origen de clase sino que

podía deducirse del sistema normativo imperante en la sociedad (Pereyra ídem.). Al

mismo tiempo, este autor tiene la peculiaridad de haber tenido vínculos directos con

Marx, cuando en desconsoladas cartas del año 1873 le advertía al padre del socialismo

26 Véase Revista Jurídica y Ciencia Sociales XIV, 12, I, Buenos Aires, 1898-1899, pp. 79-87.

44

científico de los límites existentes para la creación de una filial argentina de la

Internacional (Tarcus 2010:44)

Al adentrarse en los cursos de sociología de las universidades argentinas en los

albores del siglo XX, puede encontrarse que los docentes explicaban a sus alumnos el

método sociológico de Durkheim, las diferencias con el enfoque de la escuela

psicológica y los contrastes con la visión sociológica de Gabriel Tarde. Y sucede que,

efectivamente, es en éstas cátedras donde la presencia de Durkheim se vuelve más

importante.

Alfredo Colmo (1876-1934), quien fuera profesor suplente de sociología en la

Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, “ve a Durkheim como la figura

prominente de una nueva corriente “estrictamente sociológica” que, a su juicio, es la

destinada a prevalecer y a perdurar” y Enrique Martínez Paz (1882-1952), quien

sucediera a Isidoro Ruiz Moreno en la cátedra de sociología de la Facultad de

Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Córdoba, lo califica como “quizás

el autor más original de nuestro tiempo” por su propósito de institucionalizar la

sociología sobre “bases estables”, pero rechaza su fatalismo” y le reprocha no tener en

cuenta las “ideas”, las motivaciones del actor” 27

Durkheim será también divulgado en las clases de la Facultad de Filosofía y

Letras por Dellepiane y Quesada –asiduo lector, éste último, de la revista del equipo

de Durkheim: L’Anné Sociologique (Pereyra 2008)-. A su vez, ya varios años más

tarde, en ocasión de la visita a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la

Educación de la Universidad Nacional de La Plata por parte de uno de los discípulos

más importantes de Durkheim, Celestín Bouglé, Ricardo Levene (1865-1959) se

adjudicará el haber sido el primer divulgador de la obra durkheimniana, además de

confesar el sentirse contenido, en términos generales, dentro de esta teoría (Levene

1929). Alfredo Poviña, por su parte, sin ánimos de ingresar en un debate con Levene,

afirmó que fue Maupas el primer introductor sistemático de la obra de Durkheim. ¿Es

esto efectivamente así?

En términos de adopción del método (aunque, como se verá, en Maupas hay

una clara apropiación crítica y reelaboración del mismo), seguramente lo haya sido

junto con Juan Agustín García. Como se ha esbozado a lo largo del presente trabajo,

27 Véase Principios sociológicos, Buenos Aires: M. Biedma e hijo, 1905 y Los elementos de la

sociología, Córdoba: Beltrán y Rossi, 1911, libros de estos dos autores, respectivamente. Ambos

citados en Barbé (ídem.)

45

“la obra de Durkheim, especialmente Las reglas del método sociológico28, cuya

segunda edición de 1904 tuvo una importante difusión en Buenos Aires fue

rápidamente incorporada a los cursos de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, [y

fue en esas clases] donde Juan A. García y Leopoldo Maupas las enseñaron a sus

estudiantes” (Pereyra 1999:202).

La adopción de las ideas de Durkheim por parte de García, quien fuera docente

de la FDCS de la UBA durante veinticinco años, donde además enseñó sociología

desde la creación de la cátedra en 1908 hasta 1918, se hace evidente en el

establecimiento de una guía metodológica a partir de las premisas del sociólogo

francés29 que llamó

“las reglas del método en investigación social” en las cuales reclamaba “tomar a los hechos sociales

como cosas” porque ellos se producen “independientemente de… (la) voluntad sin constituir tampoco

necesidades como los fenómenos fisiológicos” y exigía a sus alumnos “considerar a los hechos sociales

como productos sociales; “investigar sin prejuicios” y “aislar el fenómeno social del individuo que lo

manifiesta”, porque “el individuo no es más que el momento de encarnación de la causa social”.

Además en estos cursos explicaba el papel de la división del trabajo social como causa de solidaridad”

(citado en Pereyra 2008:92)

García abogaba por la construcción de ciencias sociales “nacionales” y

consideraba que la orientación de dichas ciencias debía ir en el sentido de “observar,

clasificar y estudiar la evolución de las formas que asumen las agrupaciones sociales”

(Pereyra 1998:109). Recuperaba el positivismo de Comte al reclamar la subordinación

de la imaginación a la observación y Fustel de Coulanges no fue menos influyente30,

en la medida en que García “enfatizaba el papel de la observación y la comparación

en la investigación sociológica” (Pereyra op.cit. p.110), claramente orientado hacia las

instituciones sociales, entre las cuales la familia era la primera. Por último, para

comprender la lógica de la integración social, entendía que la solidaridad debía poseer

28 Es importante destacar que este texto es también el primero en traducirse al español. La versión de

Antonio Ferrer y Robert de la Editorial Daniel Jorro de Madrid se publicó en el año 1912,

convirtiéndose en la clásica en lengua hispana. Los problemas de traducción de esta edición fueron

consultados con el mismo Durkheim (Cataño 1998:152)29 Véase Apuntes de sociología (1909), Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, UBA30 “del que nos cuenta [el propio García] haber tomado el método para elaborar La ciudad indiana”

(Pérez 1982:452)

46

como base un fundamento imaginario trascendente: la nacionalidad (Pereyra op.cit.

p.115)

Por fuera de la universidad, y muy tempranamente, en 1896, Macedonio

Fernández, un abogado que no tenía vínculos con el mundo académico, y que es más

conocido por sus trabajos de literatura y sus publicaciones en el diario socialista La

montaña, dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros, redactaría un artículo

titulado “El problema moral” para el periódico El tiempo. En el mismo, criticaría la

visión durkheimniana sobre el imaginario colectivo:

“una representación no es una simple imagen de la realidad, una sombra inerte proyectada en nosotros

por las cosas; es una fuerza que suscita en torno de si un torbellino de fenómenos orgánicos y

psíquicos”31

Fernández, a pesar de ser un antipositivista, parecía tener cierta simpatía por

Tarde (González op.cit. p.34). A su vez, un caso muy atractivo de mención de la obra

de Durkheim por fuera de la universidad (curiosamente, por parte de una persona

ligada al marxismo) se produce en 1909, y lo interesante radica en que fue tal vez la

única evocación del sociólogo francés realizada no por un académico, sino por un

político del período considerado. La cita da cuenta de un conocimiento, aunque más

no sea somero, de la tesis de doctorado de Durkheim: La división del trabajo social

(1893). En efecto, en el libro Teoría y práctica de la historia, Juan Bautista Justo, el

fundador del Partido Socialista, sostiene que

“la política obrera en Argentina postulaba el pasaje de la “rutina servil de la solidaridad

mecánica” a la cooperación de la solidaridad orgánica, sobre la base “del esquema de Durkheim”; sin

hacer la más mínima reflexión sobre los peligros que, según denunciaba el autor francés, ese pasaje

entrañaba para la situación de los sectores obreros” (citado en Barbé, 1992:167)

Finalmente, el caso de Maupas es el más importante en tanto mantuvo un

vínculo directo con el sociólogo francés. Profesor suplente tanto de la Facultad de

Derecho como de Filosofía y Letras, este autor dictó una serie de cursos y

conferencias en las que dio tratamiento a las concepciones del método sociológico y

de ciencia de Durkheim. Aquí se tomará en cuenta, como texto central, su libro

31 Véase Fernández, Macedonio (1981) Papeles antiguos, Buenos Aires: Corregidor, citado en

González 2000:33

47

Caracteres y Crítica de la Sociología, editado en París. Este libro es un resumen de su

curso de 1910, que por motivos de los festejos del Centenario, no llegó a dictar en

totalidad. Contiene ideas que ya había planteado en unas conferencias dictadas entre

los meses de Agosto y Septiembre de 1909 que se publicaron bajo el título de

Objetivación del conocimiento y Método en Materia social. Las críticas que le

realizaran a partir de éstos escritos, fueron contestadas en un extenso artículo de 1913

llamado Concepto de Sociedad. En este texto son publicados los intercambios con

Durkheim.

A su vez, aunque no sean menciones explícitas, en las conferencias de 1910,

Realidad Social y Sociología y Legitimidad de los estudios sociológicos, se

encuentran referencias durkheimnianas. Lo mismo vale para El problema moral

argentino y sus escritos sobre la política argentina: Política. Su concepto como

ciencia social, El problema político contemporáneo y Trascendencias políticas de la

nueva ley electoral (en referencia a la ley Sáenz Peña), los cuales se ubican dentro de

los parámetros de la teoría de Durkheim.

3.2. Leopoldo Maupas: la ¿construcción? del hecho social

Maupas, de quien podría decirse que es el durkheimniano argentino más

importante de la época, nació en Buenos Aires en 1879, estudió en el Colegio del

Salvador y más tarde ingresó en la FDCS de la UBA para doctorarse en 1902. Se sabe

que viajó a Francia y Alemania y estudió, en cada país respectivamente, en las

universidades de París y Berlín, se presume que con el propio Durkheim. Por otro

lado, seguramente haya sido el único escritor argentino leído por el sociólogo

alsaciano. A su regreso dictó una serie de seminarios y cursos en la FDCS (en los años

1909, 1910, 1912 y 1913), siendo además profesor de lógica en la FFyL entre 1910 y

1921. El tramo final de su carrera será, lamentablemente, mucho menos célebre ya

que

“el resultado del proceso reformista de 1918 no lo conformó; ni los nuevos políticos en la

universidad lo consideraron un aliado. Así, una profunda desilusión con la reforma lo llevó a abandonar

la universidad. Emigró a Europa en 1921 e inició un período de ostracismo. No hay registros de su

actuación pública luego de esa fecha. Puede suponerse que vivió aislado de la política y de la

48

universidad. Cuando volvió a Buenos Aires se recluyó en su casa y su biblioteca. Así, completamente

alejado del campo académico, Maupas murió en Buenos Aires en el año 1958” (Pereyra 2008:90)

Sus cursos y conferencias estuvieron dedicados, centralmente, a establecer la

legitimidad de los estudios sociológicos y de la investigación social. Si bien trazó un

esbozo histórico de la ciencia social, desde la Grecia clásica hasta la segunda mitad

del siglo XIX, y prestó especial atención a las distintas escuelas sociológicas32, las

cuales poseen un lugar fundamental dentro de esa historia, su mayor interés estuvo

abocado al estudio de lo que en aquella época se llamaba la “escuela objetiva”, la cual

refería a la sociología durkheimniana. Según Maupas, esta corriente sociológica no

tuvo como inquietud la de dar una explicación sintética a la vida social. “Su

preocupación es esencialmente metodológica e inaugura una dirección en los

estudios sociales que es seguramente la que está destinada a prevalecer” (Maupas

1911:72 énfasis nuestro). Si bien Durkheim es el “iniciador y jefe incontestado” de la

escuela objetiva, también incluye a Simmel como miembro debido a sus reflexiones

sobre la diferenciación social.

¿En qué consiste el análisis que Maupas realizara sobre el fundador de la

corriente sociológica objetiva? En principio, compartirá con Durkheim la idea de que

es posible la investigación científica en materia social. No da cabida a las críticas que

suponen la imposibilidad de la ciencia social. Ahora bien, ¿por qué existe cierta

insuficiencia en la sociología? Para el autor de Las reglas del método sociológico es

perfectamente explicable, en la medida en que las teorías sociológicas vigentes no

mantienen una independencia respecto de las ideologías. Si la sociología aún se

mantiene en una fase ideológica de su evolución, no estamos en posición de

reclamarle a los métodos positivos una carencia de resultados objetivos porque

aquellos, verdaderamente, no se han aplicado (Maupas, 1909:399).

Ahora bien, ¿es legítima la extrapolación de los métodos de las ciencias

naturales al estudio de la materia social? Maupas comenta que ni siquiera los

32 Se ocupó de las distintas doctrinas más importantes de la época de acuerdo a la naturaleza de sus

explicaciones. Las que explican la solidaridad de los hechos sociales y la evolución de la sociedad se

vinculan con los nombres de Comte, Spencer, Lilienfeld, Schaffle, Fouillé, Worms, Mackensie,

Haurión, Gidding, Degreff. Las corrientes que explican la producción de los hechos sociales son la

sociología mecánica, la sociología etno-antropológica, la sociología geográfica, la sociología

psicológica, y las sociologías económica, demográfica, jurídica contractualista y, por último, la

sociología objetiva, cuyo iniciador fue Durkheim

49

detractores de la sociología han estado en contra de esta operación, solamente se han

criticado sus resultados. Para los adversarios de la sociología, es un problema de

eficacia (Maupas 1911:82 y sigs.). Entonces, si bien nadie niega la posibilidad de la

observación en materia social, no estaríamos arribando al mismo punto de llegada: el

la determinación de leyes.

¿Qué es lo que Maupas intentará demostrar con sus argumentaciones? Por un

lado, la “imposibilidad de someter a observación los hechos sociales, lo que no

contradice la necesidad de fundar en la observación de los hechos concretos la

determinación de los hechos sociales” y, por otro, que es factible “la posibilidad de las

leyes sociológicas; pero [negando] que su determinación caracterice la operación

científica, porque en materia social, la construcción científica de los hechos debe

preceder a su explicación y tiene valor independiente de ésta” (Maupas 1911:84)

Analíticamente, comienza mencionando que Durkheim plantea como punto de

partida de su doctrina metodológica para abordar los hechos sociales, “la ignorancia

absoluta de los fenómenos que se han de estudiar, y el rechazo de toda teoría que no

sea la resultante de la observación empírica, referida a la sensación”. Comte, por el

contrario, reclamaba que “la observación, para ser científica, debía poder referirse, a

lo menos provisoriamente, a alguna ley o teoría supuesta” (Maupas, op.cit. p.91;

1909:401). La postura de Maupas, en este sentido, será más cercana a la de Comte que

a la de Durkheim ya que, si bien acepta, como dijera éste último, que las prenociones

dominan el ámbito de las ciencias sociales, no cree “con él que para hacer ciencia

hayamos de eliminarlas” (1911:92). Y es que aunque lo quisiéramos, no podríamos.

Por lo tanto, la concepción de ciencia que tiene Maupas supone solamente una

diferencia de grados respecto del conocimiento de sentido común: “Toda la Ciencia

no es más que conocimiento vulgar corregido y aumentado, y sin la base del

conocimiento vulgar la Ciencia no habría nacido” (ídem.).

¿Cómo puede, entonces, observar el hecho sociológico? No directamente, sin

lugar a dudas. “Los hechos sociales no son observables ni por el sentido íntimo, ni por

los sentidos externos” (Maupas op.cit. p.95). Es decir, la introspección de nada nos

sirve para hallar un hecho sociológico pero, del mismo modo, los fenómenos sociales

tampoco caen bajo el dominio de los sentidos. ¿Quién podría decir que ha visto a la

revolución francesa, la declaración de una guerra o a la sanción de una ley? Para

Maupas, nadie ha visto lo que dice haber visto y abunda en ejemplos al respecto:

50

“El que dice haber visto la declaración del comité revolucionario, sólo vio gente, oyó palabras,

que como sensaciones no tienen caracteres peculiares que las distingan de las que se hubieran sentido

en un Congreso que declarara una guerra o en una reunión de acreedores que decidiera ejecutar a su

deudor. La declaración de una Revolución no se define por la escena en que se realiza, y un extranjero

presente a la escena, pero ignorando el idioma, expuesto a las mismas sensaciones la hubiera podido

presenciar sin sospechar de lo que en ella se había tratado” (Maupas op.cit. p.97)

Entonces, ¿cómo diferenciar a los actos sociales si no son asequibles a los

sentidos? Los hechos sociales pueden ser distinguibles, dentro del amplio abanico de

hechos humanos generales, por su adecuación al Derecho y/o la Costumbre. Son las

reglas jurídicas y morales, el derecho positivo y consuetudinario, lo que hay de social

en los hechos humanos. Lo social es, por lo tanto, una abstracción, una disección

analítica de una realidad más compleja. Para cada manifestación humana se puede

analizar cada uno de sus componentes físicos, fisiológicos, psicológicos y sociales. De

allí que existan ciencias especiales que busquen causas específicas: Física, Biología,

Psicología y Sociología. Entonces, se puede definir “el objeto de estudio de la

sociología [como] el conjunto de reglas jurídicas y morales que rigen los actos

individuales o que los condicionan indirectamente influenciando sus causas físicas,

biológicas y psíquicas” (Maupas 1913:586)

Respecto de la posibilidad de establecer leyes en materia social, Maupas

argumentará que “la finalidad inmediata de la ciencia social no debe ser la

determinación de las leyes de sus hechos. En virtud del carácter abstracto de éstos, la

función primera de la ciencia es construirlos” (Maupas op.cit. p.117 énfasis nuestro).

“Lo social”, al no ser un dato inmediato de la realidad, provisto al sociólogo por sus

caracteres sensibles, para desentrañarlos se requiere “un largo proceso intelectual

análogo al de la determinación de las leyes en las ciencias físicas y naturales” (op.cit.

p.118). Por lo tanto, “la comprobación de un hecho social supone un verdadero

proceso constructivo (…)” y, sin “la previa determinación de los hechos sería un

absurdo pretender determinar sus leyes”. De aquí que, “la ciencia social no puede

tener como finalidad inmediata la determinación de las leyes de los hechos, sino la

determinación de los hechos mismos, cuyo carácter abstracto exige un verdadero

proceso constructivo (p. 119)

Esta definición de los hechos sociales, como objeto de estudio de la sociología,

generó el intercambio epistolar entre Maupas y Durkheim, luego de que el sociólogo

francés leyera el libro del argentino. En la respuesta, fechada en París el 27 de

51

noviembre de 1912, Durkheim manifestó que no veía divergencia entre sus opiniones

respecto a la caracterización del hecho social ya que ambos coinciden en que la regla

abstracta e imperativa es lo único puramente social. Dice Durkheim:

“En lo que tal vez diferimos (…) es que de esta constatación que a menudo he tenido ocasión

de hacer, usted concluye que la explicación de la realidad social no puede fundarse en procedimientos

de observación. Hay medios de alcanzar y de aislar lo social para hacer de él un objeto de observación.

Sin duda, bien entendido (lo que se alcanza), no es más que un abstracto; pero, todos los objetos

estudiados por las ciencias son abstractos. Para observar, analizar algo, sea lo que fuere, hay que

separarlo del resto de las cosas, considerarlo aparte, abstraerlo. Chevreau, decía que el carnero es una

abstracción. Bajo este punto de vista entre la sociología y las otras ciencias, sólo hay diferencia de

grados” (Durkheim, citado en Maupas 1913b:584-585)

¿Dónde radica entonces, según Maupas, la confrontación de concepciones?

Pareciera ser que la diferencia reside en que mientras para Durkheim la regla abstracta

sería la expresión o símbolo que indica que en la explicación de un hecho humano

podemos incluir una causa social, para Maupas el hecho social a explicar es la regla

abstracta considerada en sí propia. Dice éste último:

“Empleando las mismas palabras, también afirmo que lo social es la regla imperativa: pero en mi boca

la frase no significa que la regla imperativa sea el signo del hecho social, sino que esa regla es el hecho

social mismo, el dato que el sociólogo debe explicar” (ídem.)

De lo que el sociólogo francés buscaría dar cuenta, entonces, no son hechos

sociales, sino hechos concretos en su totalidad. Y hete aquí, en la crítica del argentino,

el mismo epíteto con el que Durkheim caracterizara a Comte al decretar la ley de los

tres estados; para Maupas, el fundador de la escuela de sociología francesa no sería

más que un filósofo de la historia que se interesa por hechos humanos generales, y no

específicamente por lo que de social hay en ellos. En la tesis del sociólogo argentino

“el objeto de la sociología es diferente del de la filosofía de la historia: ésta debe

explicar los hechos del hombre, la sociología debe explicar lo que hay de social en

esos hechos, esto es, la organización jurídica y moral que los produce (…)” (Maupas

op.cit. p.587)

Al declarar el carácter abstracto de los hechos sociales, Maupas estaba

planteando que los hechos sociales “no son cosas” (op.cit. p.595) y, por lo tanto, su

52

carácter abstracto determinaba que “sus leyes no pueden fundarse en su observación,

y por lo tanto, es ilegítima la pretensión de la Sociología de querer extender al estudio

sociológico los procedimientos de observación de las ciencias físicas y naturales”

(Maupas 1911:113). No obstante, esto nunca lo llevó a afirmar la inexistencia de un

carácter científico de la sociología. Al declarar que lo social es una parte de la acción

humana general, y que su observación no es directa, sino que implica una abstracción,

es decir una construcción por parte del sociólogo, puede intuirse que, probablemente,

Maupas estaría de acuerdo con la siguiente afirmación de Max Weber, aunque tal vez

no renunciase a la idea de una determinación objetiva del hecho social:

“El carácter “económico-social” de un fenómeno no es algo que éste posea objetivamente.

Antes bien, está condicionado por la orientación de nuestro interés cognoscitivo, tal como resulta de la

significación cultural específica que en cada caso atribuimos al proceso correspondiente” (Weber

1904:53)

En definitiva, “lo social” no reside objetivamente en la realidad, sino que

debe ser construido (antes que “descubierto” por medio de los sentidos), de acuerdo al

interés cognoscitivo del investigador inserto en una cultura. Se arriba, de esta forma, a

igual conclusión que Pereyra:

“Se puede inferir así que Maupas partió de la perspectiva durkeimniana para buscar un camino de

superación del método positivista de la observación, y anhelaba encontrar un método diferente al de las

ciencias naturales sin renunciar al estudio objetivo de los fenómenos sociales. De esta manera, se puede

pensar que Maupas se declaraba durkheimniano pero soñaba con ser weberiano” (Pereyra 2008:99)

3.2.1. Reflexiones sobre el Estado, la Democracia y las

asociaciones profesionales

Maupas no era un pensador ajeno a los acontecimientos de su época y, debido

a esto, muchas de sus preocupaciones centrales pasaron por la actualidad política de la

Argentina. Entre los temas que abordó, el Estado, la democracia y las asociaciones

profesionales guardan íntima relación con las reflexiones de Durkheim. Todas estas

instituciones están fuertemente vinculadas entre sí en la teoría durkheimniana. Se

partirá por considerar las definiciones del sociólogo francés:

53

1) El Estado: es el órgano encargado del pensamiento social, sin que esto

implique que su función quede en la mera especulación, ya que si piensa, es para

dirigir la conducta colectiva, el accionar de la sociedad en su conjunto. “Sus ideas y

sus voliciones – son siempre más nítidas y elaboradas que las de la conciencia

colectiva – conciernen a la sociedad, pero no son una emanación o un producto de la

sociedad” (Portantiero y De Ípola, 1987:16). Es decir, el Estado piensa por la

sociedad, pero no se limita a expresarla;

2) La democracia: supone que dicho Estado no se recluya sobre sí mismo, sino

que permanezca en contacto lo más posible con las capas profundas de la sociedad,

que se comunique con ellas y que reelabore sus decisiones a partir de esa

comunicación. Esta labor que debe realizar, se basa en la idea de que cuanto mayor

sea el número de vasos comunicantes entre sociedad y Estado, más democrática será

la sociedad en cuestión. Por lo tanto, el Estado debería ser una instancia liberadora, no

opresora de los individuos;

3) Asociaciones profesionales: “Sin embargo, para que esa liberación se

produzca, la comunicación democrática no puede abarcar al Estado y a los ciudadanos

individualmente tomados. Entre el individuo y el Estado existen grupos secundarios,

indispensables tanto para que el Estado no pueda abusar de su poder contra el

individuo cuanto para que quede libre del individuo” (Portantiero y De Ípola, op.cit.

p.17). He aquí el por qué de la importancia que Durkheim atribuye a las asociaciones

profesionales como instancia mediadora entre Estado y sociedad. La moral

profesional se transforma en objeto de reflexión en la medida en que es una instancia

que puede reinyectar valores en el mundo y prevenir, por lo menos hasta cierto punto,

la situación patológica que denominaba como anómica.

¿Qué ocurre con las reflexiones de Maupas? Como se ha dicho, el tema del

sistema sociopolítico será una constante en su obra. Ahora bien, en relación a los

temas que hemos mencionado, y partiendo de las dos inquietudes fundamentales que

planteó en su tesis de doctorado33 de 1902, la ciudadanía y la inmigración, se puede

argumentar que Maupas intentó

33 El extranjero en la política argentina. Bases para un estudio, Tesis de doctorado, FDCS, UBA,

Buenos Aires, Imprenta Prodel, Carranza y Cía.

54

“construir una concepción de ciudadanía política pensada a partir de la nueva realidad inmigratoria.

Arguyó muy acertadamente que la indiferencia y la exclusión que sufrían estos nuevos sectores eran

una fuente continua de la crisis de legitimidad y participación del sistema político argentino (…) La

solución planteada no era la mera incorporación al sistema sino la creación de un sistema de partidos

racional y democrático capaz de articular las demandas de estos nuevos sectores con las ofertas de la

política (…). El tema de la tesis es la posibilidad de construir un sistema político democrático en un

proceso de asimilación social y político de los inmigrantes” (Pereyra 1998:88-89)

Teniendo en cuenta estos intereses, puede encontrarse que Maupas compartirá

con el sociólogo francés que el concepto de democracia implica “una forma de

intercambio de sentimientos e ideas entre el gobierno y las masas” (Pereyra 2008:99).

Según la propia definición del argentino:

“La democracia tiene el mérito de ofrecer a la mayoría, la manera de manifestarse sin recurrir a los

medios violentos y a las minorías el medio de convencerse de su debilidad, evitando resistencias

inútiles” (Maupas, 1908b:444)

También en relación al segundo punto, el sociólogo argentino tenía una visión

ligada a la de Durkheim, en la medida en que adopta el modelo aristotélico que

presenta, tanto a Estado como sociedad, como el resultado de una evolución gradual a

partir de la familia. En la obra del alsaciano, los conceptos centrales que permitirán

explicar este pasaje son los de densidad dinámica o moral y densidad material34

(Durkheim 1893:255-282). Aquí la influencia de Fustel de Coulanges sigue siendo

manifiesta (Lukes 1984:59-65; Pereyra op.cit. p.100). El Estado nacional es, para el

sociólogo argentino, una asociación territorial que se hace cargo de un conjunto de

servicios de interés común para toda la colectividad: defensa externa, justicia,

salubridad. Se ocupa de ejecutar actos realmente asociativos (Maupas 1910a:12;

1910b:10; 1913b:556);

“es pues, la asociación más general, la que realiza en forma única los intereses primordiales y

comunes, y tiene en consecuencia el privilegio de subordinar a las demás asociaciones de fines

particulares, hasta el punto de confundirlas como simples aspectos de una sola vida social dentro del

Estado” (Maupas 1910b:15)

34 Son conceptos que dan cuenta de “una variable demográfico-social y expresada por medio de una

metáfora físico natural: es el aumento del volumen de las poblaciones unido a la densidad material y

moral de los intercambios (…)” (Peón y Galtieri 1993:3)

55

Respecto de las asociaciones profesionales o “agrupaciones secundarias”, a

decir del autor de El Suicidio, el argentino, al igual que el francés, creía que el sistema

político estaba formado por diferentes grupos que defendían, y a la vez representaban,

las ideas y los intereses de la sociedad en su conjunto. Consideraba también, que estos

grupos desempeñaban un papel importante en la mediación y el equilibrio entre la

sociedad y el Estado (Maupas 1919). Las asociaciones intermedias eran, centralmente,

partidos políticos y sindicatos35 (Pereyra ídem.)

Para finalizar, puede mencionarse que Maupas siguió, en términos generales,

el esquema explicativo durkheimniano en relación a la integración y diferenciación

social, propias de las sociedades modernas. De esta forma, llegó a plantear que los

vínculos exclusivamente económicos no pueden generar una moral común debido a lo

leve del nexo entres quienes suscriben a esa relación. Observaba en ésta situación un

inconveniente que acontecía en el país, cuando argumentaba que “la vida social es

difícil en la Argentina. Cuesta establecer relaciones, salvo que tengan fines

económicos” (Maupas 1913:647). Siguiendo sus razonamientos, se oye resonar la

crítica a la solidaridad contractual que Durkheim realizara a Spencer36 en la siguiente

frase:

“El descontento de orden moral, puede llegar a hacer peligrar la cohesión social, al reducirla a vínculos

puramente económicos por el debilitamiento del sentimiento patriótico” (Maupas op.cit. p.651)

35 Durkheim dedica el prefacio de la segunda edición de su tesis de doctorado, De la división del

trabajo social, a esta problemática: “Para que la anomia termine es preciso, pues, que exista, que se

forme un grupo en el cual pueda constituirse el sistema de reglas que por el momento falta. Ni la

sociedad política en toda su totalidad, ni el Estado, pueden, evidentemente, sustraerse a esta función

(…) La actividad de una profesión no puede reglamentarse eficazmente sino por un grupo muy

próximo a esta profesión (…) Tal es lo que se llama la corporación o el grupo profesional (…) Los

únicos grupos que tienen una cierta permanencia son los llamados hoy día sindicatos, bien de patronos,

bien de obreros” (Durkheim 1893:11-12)36 Para Spencer las sociedades industriales modernas descansan sobre la base de contratos individuales,

es decir, de relaciones económicas no reguladas. Durkheim criticará el hecho de que, si tal fuera el

caso, se constituirían en sociedades inestables, ya que los lazos existentes entre los individuos serían

externos y de poca duración. El error de Spencer es el no haber visto que las relaciones contractuales y

no contractuales se extienden al mismo tiempo en las sociedades complejas. Por lo tanto, dondequiera

que exista un contrato se hallará sometido a una reglamentación que es obra de la sociedad y no de los

particulares (Durkheim 1893)

56

Debilitamiento de la moral que, por otra parte, es propio de “sociedades

altamente diferenciadas” en las que, en oposición a los pueblos primitivos, poco

diferenciados, donde “la vida familiar absorbe al individuo –y este casi no existe

como personalidad”, “la regla es que sus miembros se disgreguen, y busquen cada uno

diversas profesiones (…) [y que,] debido a la multiplicidad de la vida individual, en

esas diversas esferas sociales, el individuo se convierte en un cruce de reglas morales

y jurídicas (…)”; sociedades, por otra parte, en las que “la empresa tiene una

importancia considerabilísima (…) e importa, por la especialización a que da lugar,

una división espontánea del trabajo social” (1910a: 7 y sigs.). El peligro de la

constitución heterogénea de la sociedad es el de caer en una profunda “anarquía

moral” (1910b:12).

57

Conclusiones

En el presente trabajo se ha intentado reconstruir la primera introducción de

las ideas de uno de los clásicos de la sociología, Émile Durkheim, en el territorio

nacional. Para ello, se ha indagado en los pocos materiales historiográficos

disponibles actualmente sobre la sociología argentina durante su primera etapa

institucional (1898-1921). La primera conclusión a la se arriba, es que la recepción de

la obra del sociólogo francés es tempranísima comparada con la que se realizó a nivel

internacional, a excepción de los Estados Unidos, donde no sólo se conocía su obra,

sino que el propio Durkheim llegó a ser parte del consejo asesor del American

Journal of Sociology. No obstante, será sólo luego de la mediación de Parsons que la

lectura del sociólogo francés se hará más afable en el medio norteamericano.

En segundo lugar, se ha analizado como Durkheim se apropia de las ideas de

Comte para el desarrollo de su método sociológico. El alsaciano brindará su

definición del objeto de la sociología, es decir, de los hechos sociales, a partir de sus

características (externalidad, coerción y generalidad). A su vez, deberá tenerse en

cuenta la máxima según la cual los fenómenos sociales deben ser tratados como si

fueran cosas, premisa que da cuenta del profundo interés de Durkheim por constituir a

la nueva disciplina social en una ciencia autónoma (tanto de la especulación de la

filosofía, como del interés por los problemas “internos” de los que se ocupa la

psicología), a la par del resto. No obstante, al no ser viable la realización de

experimentos en ciencias sociales, este pensador concluirá que el método

histórico-comparativo (el cual se apropió de quien fuera su profesor de historia, Fustel

de Coulanges), es el único que conviene a la sociología.

Más adelante, se ha contextualizado la obra de Durkheim en términos

históricos y políticos. Se ha argumentado que fue su inserción en el ámbito

universitario y sus vínculos políticos lo que le permitieron imponerse como el

fundador de la nueva disciplina. Con Durkheim, se hizo cuerpo el proyecto que,

originalmente, había nacido con Saint-Simon y Comte. En tal sentido, su sociología

buscó constituirse como una ciencia rigurosa, capaz de llevar adelante el desarrollo

social.

Se ha considerado también la situación de la Argentina finisecular como la de

un país en proceso de modernización. La llamada “cuestión social”, propia de las

58

sociedades capitalistas en desarrollo, será a lo que los intelectuales argentinos le

prestarán especial atención. La constitución del campo sociológico local comenzará

con la fundación de la primera cátedra en 1898 en la FFyL y, posteriormente, el debate

entre Miguel Cané y Ernesto Quesada dará un marco propicio para la discusión sobre

el carácter científico de su enseñanza.

Por otra parte, si bien el escenario cultural más general estuvo ligado al

positivismo biologista, el cual pareciera refractario a la recepción de la teoría

sociológica de Durkheim, el panorama cambia cuando nos enfocamos en las cátedras

de la naciente ciencia social. Aquí los escritos de Durkheim aparecen repetidamente

en los planes de estudio bajo el nombre de “escuela objetiva”. En este sentido, el

planteo de Agulla muestra los dos primeros momentos del desarrollo sociológico

local:

“Las obras de los primeros sociólogos en la Argentina muestran claramente –cosa que no

ocultaban-sus huellas intelectuales. Comienzan, como es lógico, con la influencia del positivismo

comtiano y el historicismo de Taine y Foustel de Coulanges, especialmente en los ensayistas sociales, y

en un segundo momento, y especialmente en la sociología de cátedra, con el positivismo de Durkheim

y el historicismo de Spengler y la escuela alemana” (Agulla 2000:147-8)

Por supuesto, esta afirmación no quiere decir que Comte, Taine y Fustel de

Coulanges fueran precisamente autores prohibidos en la academia. Pareciera que, en

la medida en que las nuevas teorías de ultramar ingresaban en el país, surgía una

necesidad teórica de dar cuenta de la naturaleza científica de la moderna ciencia

social, ya que ésta serviría como guía para la reforma social que reclamaban los

nuevos acontecimientos. En tal sentido, los escritos de Durkheim brindaron

fundamento a dicha necesidad.

“El reconocimiento social de la sociología como ciencia- y no sólo como conciencia crítica-

aparece cuando las sociedades nacionales europeas y la sociedad americana, la aceptan en las

universidades con el objeto de capacitar a sus élites dirigentes para un mejor conocimiento de la

“cuestión social” (Durkheim) y para una mejor respuesta a las diferenciaciones y desigualdades

sociales que buscaba superar el objetivo democrático de las constituciones nacionales” (Agulla

2000:143)

59

En la Argentina, los liberales reformistas tenían un proyecto ligado a la idea de

progreso, de un cambio gradual de las condiciones sociales de existencia, pero nunca

por vía revolucionaria. De este modo, las teorías de Comte y Durkheim eran

absolutamente pertinentes, debido a que ambos tenían una concepción evolutiva de la

sociedad. Entonces, si bien es cierto que la mayoría de los intelectuales no se

manifestaron como adeptos a los preceptos durkheimnianos puede, sin embargo,

encontrarse dos partidarios notables en las figuras de Juan Agustín García y Leopoldo

Maupas: ambos abogados y docentes de la FDCS.

Si bien aquí se ha calificado a éste último como el receptor más importante de

la obra de Durkheim, él mismo se consideró como un adherente no incondicional, sino

“limitado”, a la “escuela objetiva” (Poviña 1959:84). Esta afirmación puede

entenderse como acertada en la medida que, al considerar que los hechos sociales no

son cosas negó, por lo tanto, la posibilidad de la extensión de los métodos de las

ciencias naturales para el estudio de la materia social. Además, con su pretensión de

entender “lo social” como una abstracción, es decir, como una construcción

intelectual37, este autor probablemente estuviera queriendo evolucionar desde una

perspectiva “realista” hacia otra “nominalista”. Un ejemplo claro en este sentido, es el

de nunca hablar de la sociedad como un ente “sui géneris”. Es decir, jamás consideró

que, ontológicamente, haya algo más que individuos. Esto no impidió, sin embargo,

que definiera a “lo social” como una regla imperativa de conducta acorde al derecho

y/o la costumbre; regla que, por otra parte, un individuo particular no ha creado, sino

que se le ha impuesto.

Entonces, se distancia de Durkheim, por un lado, al no aceptar la existencia de

distintos niveles de realidad (individual, social) y, por otro, en la idea de que el

conocimiento vulgar y el científico son de distinta naturaleza. Para Maupas, como se

ha dicho, el conocimiento científico es nada más que conocimiento vulgar ampliado y

revisado. De aquí se deduce que el sentido común sobre el funcionamiento del mundo

social no debe rechazarse para “hacer sociología”. Este planteo se opone claramente al

punto de partida de la sociología durkheimniana. Para el francés, existe una clara

brecha epistemológica entre la “sociología espontánea” y la “sociología científica”.

Ésta última se creó contra el sentido común. Podría decirse que un seguidor más fiel,

en este sentido, sería Juan Agustín García.

37 Según sus propias palabras, lo que hay de social en un hecho “no se ve, se sabe” (Maupas 1909:407 y

sigs.)

60

Finalmente, se arriba a la conclusión de que el pensamiento de Maupas se

constituyó con la apropiación y reelaboración de una parte de las ideas del padre de la

sociología francesa. Poviña acierta al afirmar que la teoría de este pensador “es una

especie de doctrina de Durkheim, con su concepción de la sociología como ciencia,

pero sin el objetivismo metodológico” (Poviña op.cit. p.85). Y es que, aunque Maupas

quisiera que los hechos sociales puedan determinarse objetivamente, plantear que tal

operación requiere una construcción intelectual por parte del sociólogo, torna inviable

la primera afirmación. No obstante esta falla en su razonamiento, es evidente que

logró una evolución en la dirección propuesta por las teorías positivistas vigentes en

su época, y si esto efectivamente fue así, si llegó a ver más lejos que sus coetáneos, se

debió seguramente a que estaba sentado en los hombros de un gigante.

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