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Conflicto entre el individualismo creativo y avance científico compartido: el plagio María Elena Inglada-Galiana Departamento de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Valladolid, España [email protected] José Manuel Sastre-Centeno Departamento de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Valladolid, España [email protected] Área Temática: M - Ética e Responsabilidade Social

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Conflicto entre el individualismo creativo y avance científico compartido: el plagio

María Elena Inglada-Galiana Departamento de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Valladolid, España

[email protected]

José Manuel Sastre-Centeno Departamento de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Valladolid, España

[email protected]

Área Temática: M - Ética e Responsabilidade Social

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RESUMEN

La sociedad occidental, y más concretamente la académica, está muy

sensibilizada por el plagio como una actividad que atenta contra la ética ciudadana

desde dos perspectivas: el fraude con respecto a la sociedad y el robo con respecto al

individuo. De modo que no es sólo el autor quien se siente agredido, sino también la

sociedad y esta última además, al ejercer su tutela sobre el autor, también defiende su

interés, dado que toda obra de arte, literaria y científica es un bien social que pertenece

al acervo común de toda la humanidad. A partir de este planteamiento, el artículo

desarrolla la naturaleza ética y jurídica del plagio, sea literario, artístico o científico, y

su relación con la ética ciudadana.

El objetivo de este trabajo es encontrar una definición de plagio que cubra la

ética ciudadana desde la perspectiva de la intencionalidad y la no intencionalidad. Es

decir, respecto a la Ley de Propiedad Intelectual que define los derechos de los autores,

la tipología del plagio, la cita como elemento diferenciador entre plagio y ética y las

posibilidades que existen de control del plagio en una sociedad que ha hecho de las

publicaciones un método de calificación de los científicos, lo que les obliga a un trabajo

que no pueden cubrir y recurren a métodos cuanto menos discutibles.

La contribución de este trabajo a la literatura existente, en realidad bastante

escasa, trata de encontrar una solución a la proliferación de plagios sobre la base de una

mayor penalización de los mismos.

PALABRAS CLAVE: PRODUCCIÓN TÉCNICA-CIENTÍFICA. ÉTICA.

INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA. EVALUACIÓN.

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INTRODUCCIÓN

Si bien en los últimos años da la sensación de que se han incrementado los

índices de plagio en las obras científicas lo cual quizás sea cierto en números absolutos,

difícilmente lo es respecto a porcentajes sobre las obras publicadas. El incremento de las

publicaciones científicas de todas las especialidades como máximo se corresponde al

aumento del número de plagios.

Los plagios de todo tipo de obras científicas o de creación intelectual, han

sido constantes a lo largo de toda la historia de la humanidad, pertenecieran los autores

a cualquiera de las civilizaciones que han surgido en el mundo.

La historia de la literatura romana contiene muchas acusaciones de plagio.

Virgilio y Marcial se quejan de haber sido copiados por autores menores, aunque

también es cierto que los romanos no dieron una excesiva importancia al plagio entre

otras cosas porque no existían ni el concepto de la propiedad intelectual moderno ni un

sistema para cobrar derechos de autor.

Ni siquiera el término latino plagiariis se refería a la copia de textos o ideas.

El concepto proviene de la Ley Fabia de plagiariis que se promulgó contra los raptos de

niños, esclavos u hombres libres. Marcial utilizó el término contra los que le plagiaban

sus epigramas en una metáfora ya que consideraba sus textos como hijos y,

consecuentemente, eran raptados por los plagiadores. En la misma línea está Corominas

quien lo hace derivar de πλάϒιοϛ (plagios) al que le da el significado de “trapacero,

engañoso, oblicuo”, aunque también lo hace derivar, en segunda acepción, de plagium

“apropiación de esclavos ajenos” (COROMINAS, 1973, p. 462 y MIRANDA

MONTECINOS, 2013).

Los primeros atisbos de este concepto patrimonial aparecen en el

Renacimiento, en el que junto a la exaltación de la individualidad y la creatividad

también se conforma el derecho a la propiedad de la creación, sea esta literaria o

científica. Cierto que hasta el siglo XIX no se perfecciona la figura de la propiedad

intelectual con la fijación del derecho subjetivo, y sin olvidar la revolución burguesa

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que lo trajo junto con el triunfo de la propiedad como base del sistema capitalista pero

también del social y cultural.

Evidentemente sin el derecho o la posibilidad a cobrar royalties la defensa

del autor frente al plagio siempre estaba mermada aun cuando hubo muchas discusiones

y controversias entre autores en las que intervinieron también fans de unos y de otros. A

Garcilaso le achacaron parecerse demasiado a Petrarca, que a su vez fue relacionado con

los poetas cortesanos de la Corte de Federico de Sicilia.

Cervantes, en la segunda parte del Quijote, dedica un sabroso Prólogo al

lector a poner verde al autor de la Segunda Parte del Quijote, Fernández de Avellaneda,

que se adelantó al propio Cervantes al publicar la continuación de las aventuras del

Ingenioso Caballero aprovechando el tirón editorial de la primera parte. En el Prólogo,

Miguel de Cervantes no se corta para hablar de dinero, ya que se estaba jugando una

buena cantidad.

En cualquier caso no fue la de Avellaneda la única de las variantes del

Quijote que se inspiraron en él o, simplemente, lo plagiaron. Hubo versiones inglesas,

francesas, alemanas, italianas u holandesas. Y las hubo regionales: El Quixote de la

Cantabria o el Quijote Asturiano, entre otras.

Lo cual era lógico, porque precisamente los libros de caballerías eran los

más plagiados de la época, entre otras cosas porque eran los que se vendían más. O las

novelas de la picaresca, como el caso de Mateo Lujan que se inspiró demasiado en el

Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.

Parece ser que la primera normativa sobre protección de derechos de autor

es la llamada ley de la reina Ana promulgada por dicha reina inglesa el 10 de abril de

1710, en la que otorgaba a los autores el derecho exclusivo de reproducción y venta de

sus propias obras. (NETTEL, 2013).

En España el primer texto legal que hace referencia a la propiedad

intelectual de un autor, aparece en el decreto CCLXV de 10 de junio de 1813, publicado

por las Cortes de Cádiz y que en su artículo 1º dice:

Siendo los escritos una propiedad de su autor, éste sólo o quien

tuviere su permiso, podrá imprimirlos durante la vida de aquel cuantas veces le

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conviniere, y no otro, ni aún con pretexto de notas o adiciones. Muerto el autor,

el derecho exclusivo de reimprimir la obra pasará a sus herederos por el espacio

de diez años, contados desde el fallecimiento de aquél.

Pasado estos diez años, los textos pasarán a propiedad común o sea que se

extinguen los derechos de autor.

Aun cuando el primer acuerdo internacional sobre derechos de autor es el

llamado Convenio de Berna de 9 de septiembre de 1886, para la protección de las Obras

Literarias y Artísticas, que también incluye las científicas. Básicamente los países

firmantes se comprometían a respetar la propiedad intelectual, en sus respectivos

territorios, de los autores de dichos países firmantes según las legislaciones de los

mismos. El objeto de la propiedad intelectual eran todas las obras literarias artísticas y

científicas. Se incluían obras cinematográficas, arquitectónicas y de artes plásticas, aun

cuando con algunos matices. La acción fue un auténtico avance en las relaciones

internacionales, pero los países firmantes fueron sólo diez, aunque con el tiempo se

adhirieron más países. No fue el único tratado de este tipo, hubo varios más aun cuando

fueron regionales, como el Tratado de Montevideo de 1889 que firmaron Argentina,

Bolivia. Paraguay y Perú.

El objetivo de este trabajo no es relacionar una serie de casos más o menos

conocidos, sino encontrar una definición de plagio desde la ética ciudadana y

especialmente un sistema de penalización que suponga un coste personal

suficientemente oneroso para evitarlos, de manera más incidente en los plagios

intencionados. El problema que se plantea es que la Ley de Propiedad Intelectual no

desarrolla un cuerpo de penas que atemorice lo suficiente para significar un freno de

suficiente entidad.

Por otra parte, teniendo en cuenta la escases de publicaciones sobre el tema

de los plagios desde una perspectiva analítica, entendemos que una aportación en este

sentido puede contribuir a aclarar la problemática entre plagio y presión de las

autoridades científicas que exigen publicar para cualquier oposición o ascenso dentro de

la carrera investigadora o docente; además de abrir una vía de estudio sobre el

desarrollo del plagio en una sociedad tan tecnificada e informatizada como la nuestra.

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GENIOS Y PLAGIOS

De ironías sobre autores que han plagiado o del sistema que lo ha permitido

hay muchas y algunas ingeniosas. Mizner (1876-1933), dijo que “Si robas de un autor

es plagio, si robas de muchos es documentación” y razón tenía. En el entorno

académico circula un dicho que con algunas variantes es: “El verdadero investigador es

aquel que sabe en cual anaquel de la biblioteca está el libro que le interesa para su

investigación” que no está muy lejos de lo que dijo Einstein: El secreto de la

creatividad es saber cómo ocultas tus fuentes.

Es de sobras conocida la cita del Eliot (1888-1965): Los poetas inmaduros

imitan, los poetas maduros roban, lo cual no le libró de ser acusado de plagio por el

Times Literary Supplement. Además, no queda claro que la máxima no fuera también un

plagio ya que Pablo Picasso (1881-1973) dijo Los buenos artistas copian, los genios

roban. Otra cosa es quién copió a quién.

También son de sobra conocidas las acusaciones de plagio a Beethoven

formuladas por Eliot Gardiner, que no le reconoce la autoría del primer movimiento de

la 5ª Sinfonía, ni de la melodía de La Pastoral. Además le adjudica la Obertura del

destino a Claude Rouget de Lisle (1760-1836) cuya obra más conocida fue La

marsellesa. Tampoco el último movimiento de La Pastoral es de Beethoven, sino que

se lo copió a Jean Xavier Lefevre (1763-1829) y su Himno a la Agricultura y así

sucesivamente. O eso dicen.

No queda claro, asimismo, de quién son los Cuartetos de Cuerda de

Debussy o de Ravel, parece que fue el segundo quién copió al primero, ya que Debussy

los compuso diez años antes.

En el mundo artístico se ha dado el plagio en todas las épocas. La actual no

es ni mucho menos una excepción y gran número de autores, incluidos varios Premios

Nobel de literatura, han sido acusados de plagio, e incluso condenados a pagar

indemnizaciones millonarias.

PLAGIO EN LA CIENCIA

Pero no es el único campo en que se ha plagiado. En la ciencia el plagio es

casi tan antiguo como la misma ciencia. A veces sólo se ha insinuado pero no ha habido

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una declaración manifiesta. Por ejemplo la coincidencia, por llamarla de alguna manera,

entre las investigaciones sobre la selección natural de Alfred Russell Wallace y Charles

Darwin, que además de ser amigos y pasarse escritos, investigaban sobre lo mismo sin

que, según parece, se enteraran mucho de lo que hacía el otro. Darwin se adelantó en la

publicación de su teoría, que era la misma que Wallace había concluido. El mérito y la

el reconocimiento fue para el primero. De todos modos también es posible que fuera

una casualidad.

Hace relativamente pocos años, en los ochenta del siglo pasado, el doctor

francés que trabajaba en el Instituto Pasteur, Luc Montagnier descubrió el virus del sida.

El Dr. Robert Gallo, estadounidense que investigaba en el Laboratorio de Biología

Celular del Instituto del Cáncer reclamó para él la antelación en el descubrimiento del

mismo virus. La primacía del descubrimiento se convirtió en cuestión de Estado entre

los dos países. Hoy día se acepta que el francés fue quién descubrió el virus y al

norteamericano, aunque no de manera clara, se le achaca algo muy parecido al plagio.

Tampoco científicos tan prestigiados como Jane Goodall se ha librado de

acusaciones de plagio. El Washington Post la acusó de haber plagiado textos en su libro

Seeds of Hope, publicado en español con el título de Semillas de esperanza. El libro

contiene una fuerte crítica a los alimentos transgenéticos y a la industria que los

produce; según el rotativo estadounidense, Goodall ha copiado párrafos enteros de un

artículo sobre el botánico John Bartram, del siglo XVIII que fue publicado en

Wikipedia. Y no es el único plagio que se encuentra en dicho libro. La autora del libro

se disculpó públicamente y lo achacó a un error en la cita de las fuentes. (El Mundo,

2013/23/03).

EL PLAGIO EN LA ACTUALIDAD

En los últimos años, el aumento desproporcionado de los artículos

publicados ha propiciado una mayor dificultad en detectar fraudes, por una parte, y un

mayor número de plagios por otra. Esta profusión de artículos científicos se debe, en

gran manera, a las exigencias de los medios académicos que han hecho de la

publicación una prueba más de evaluación. De manera que para cubrir puestos de

investigadores o de profesores, evalúan los trabajos publicados, tanto desde la

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perspectiva de la calidad como de la cantidad. Y es esta segunda la que crea más

problemas de plagio.

Los criterios que se usan en general y los de España en particular, son los de

publicaciones en revistas indexadas en el Institute for Scientific Information (ISI), u

otras instituciones de igual prestigio, contabilizándose el número de citas que se han

realizado del trabajo en otras investigaciones y el criterio de calidad que consiste en el

impacto de la publicación en que se ha incluido el trabajo. Hay varias entidades en

España para evaluar la calidad de los proyectos de investigación presentados, los

proyectos realizados y los programas de doctorado. Las principales dependen del

Ministerio de Ciencia e Innovación y son la Agencia Nacional de Evaluación y

Prospectiva (ANEP), la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora

(CNEAI) y la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA).

La Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva (ANEP) entiende que:

“Los criterios de valoración han de incluir, fundamentalmente, el

índice de impacto de la revista y las citas que el artículo haya recibido, todo ello

normalizado, teniendo en cuenta la productividad media, a nivel mundial, de las

diferentes áreas y especialidades científicas. En este sentido, se considera urgente

que, por parte de la administración, se realicen estudios de productividad para

las diferentes áreas, de forma que se disponga para la evaluación de una norma

basada en la evidencia” (En CABRALES et al., 2007, p.8.)

Lo cual no deja de ser un criterio cuantitativo por encima del meramente

cualitativo que quizás fuera más científico, o sea menos artículos publicados pero más

calidad.

Este panorama de sobreproducción se ve ya hoy y se verá más agravado en

el futuro por cuanto los nuevos grados universitarios que ha propuesto Bolonia,

implican la necesidad de publicar artículos en revistas indexadas a todos los

doctorandos como paso previo a la defensa de la tesis.

Todo ello conduce a una mayor frecuencia en la aparición de plagios que

una sociedad muy sensibilizada en este tipo de acciones, especialmente si los que las

realizan son hombres públicos, condena. Son paradigmáticos los casos del ministro de

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defensa alemán Karl Theodor zu Guttenberg, que copió aproximadamente la quinta

parte de su tesis Doctoral, alrededor de 100 páginas, lo que le costó, años después del

hecho, su título de doctor y su Ministerio de Defensa. Pero aún fue peor el caso del

presidente de Hungría, al que se le demostró que había copiado prácticamente toda su

tesis doctoral y que fue obligado, por la presión pública, a dimitir de su alto puesto.

Miranda Montecinos (2013) explica el caso del Dr. Slutsky de la

Universidad de California-San Diego, que en 7 años publicó 137 artículos científicos, lo

que significa un artículo cada 18 días naturales y un artículo cada 13 días laborables.

Realizado un estudio de su producción se detectaron que un 56% de los artículos eran

sospechosos de plagio y el 9% plagios descarados.

Tudela y Aznar (2012) citan a Drumond Renie presidente que fue de la

Asociación Mundial de revistas Científicas el cual dijo: La ciencia no existe hasta que

es publicada y razón tuvo. Claro que si la publicación deja de ser un instrumento y pasa

a ser el fin de la investigación, la ciencia deja de ser investigación y se convierte en un

concurso de inserciones.

¿QUÉ ES UN PLAGIO?

Para la Asociación Mundial de Editores de revistas Médicas (WAME)

plagió es:

“Plagio es el uso de ideas o palabras (u otra propiedad intelectual)

publicadas o no publicadas por otras personas, sin su permiso ni reconocimiento,

presentándolas como propias y originales en vez de reconocer que provienen de

otra fuente” (En Rodríguez-Quispe y Sánchez-Baya, 2011).

Es necesario acotar qué es plagio explicitando sus características, lo cual

también implicar determinar qué no es plagio, aun cuando no sea una expresión, frase o

texto de la autoría del que lo utiliza en un artículo científico. Por ejemplo, no es

necesario citar a Galileo cuando un investigador escribe de los satélites de Júpiter que

descubrió el astrónomo italiano y explicar sus rotaciones. O cuando se refiere a una

teoría científica que es ampliamente conocida y utilizada. Por ejemplo si se quiere

explicar la selección natural, no es absolutamente necesario citar al Darwin porque

todos los especialistas y gran parte de la humanidad conocen al autor de la teoría.

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Tampoco se considera plagio si se usa una expresión popular que ha

acuñado un autor conocido pero no se le menciona; por ejemplo, si se escribe: Un telón

de acero separaba el mundo libre de la dictadura comunista. No es imprescindible

añadir que la frase fue una brillante metáfora de Churchill. No se trata de un plagio.

El plagió implica, necesariamente, una falta a la ética. Puede ser

intencionada o inadvertida, en este caso es negligencia y, desde la perspectiva ética,

también culpable. En el plagio tipo siempre hay una intención de utilizar el trabajo de

otro en beneficio propio, lo cual choca frontalmente con la ética.

Sin embargo, la negligencia es un defecto que de alguna manera, por lo

menos para los plagiadores, ha servido como excusa para justificar los textos copiados:

que se les olvido la cita, que los textos estaban en el ordenador y se trasladaron

inadvertidamente, etc. La negligencia es menos punible para el implicado que el plagio

intencionado. Si no hay, o puede aducirse que no hay, intencionalidad, el delito es

menor, por lo menos el ético.

Tampoco puede ser excusa que la obra plagiada no ha sido publicada. Es

plagio y, dentro de una hipotética escala de plagios, por ser inédito tendría una mayor

culpabilidad, ya que el autor tiene mucho más difícil la defensa de su trabajo.

Por otra parte se discute si para que exista plagio deben publicarse los textos

que contienen dicho plagio o basta que sean incluidos en un trabajo inédito. Parte de la

doctrina entiende que si el plagió necesita de intencionalidad, el hecho de incluirlo en

un trabajo implica que existe esta intencionalidad y, por lo tanto, es plagio se publique o

no. Otra parte de la doctrina entiende que si el plagio es un delito- y está considerado

como tal por las normativas vigentes-, no existiría plagio si el delito no se comete y,

desde luego, difícil es probar que hay delito en un trabajo que no ha sido publicado ni

ha circulado. La mera inclusión en un texto si bien indica, para esta parte de la doctrina,

intencionalidad no implica delito. El delito nace en la publicación o sea en el

perfeccionamiento de la acción delictiva.

De todos modos, no es necesario para que exista plagio que esté incurso en

un código legal, sea civil o penal, por cuanto el simple hecho de estar incluido en un

código deontológico o ético ya implica que existe plagio. Otra cosa es que las

consecuencias sean civiles o penales o, en el segundo caso, morales y sociales.

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GRADOS DE PLAGIO

Existen grados de plagio. No es lo mismo parafrasear un texto corto sin

indicar la autoría que copiar literalmente dos o más páginas de texto de otro autor. En

realidad parafrasear textos es una costumbre en los artículos científicos. Gran parte de

los estados de la Cuestión y las Discusiones son textos parafraseados de autores que si

bien muchos se citan individualmente, otros lo hacen dentro de un grupo que no se sabe

bien quién dice qué. En este caso, pues, al parafrasear se llega al límite de lo que puede

hacerse y lo que no es ético.

Hay un caso también comentado por la doctrina sobre el posible plagio con

el consentimiento del autor original. Parece ser que la doctrina se inclina por

considerarlo tan plagio como si no existiera autorización. Es una situación que se acerca

al famoso negro de los escritores que si bien no es ético difícilmente puede considerarse

delito.

Una tipología de plagio que, con matices y algún que otro cambio, ha sido

muy utilizado en los estudios sobre la cuestión, podría ser la siguiente:

Parafraseo:

Es el más frecuente. Se trata de reproducir las mismas ideas del autor

plagiado pero con otras palabras. Puede estar reescrito todo el texto o una parte del

mismo pero para que sea plagio debe contener las mismas ideas que el original. No cita

la referencia.

Repetir la investigación:

Volver a realizar la investigación con la misma metodología y obtener

resultados similares sin citar al autor de la primera investigación.

Fuente secundaria:

Uso de fuentes secundarias, utilizándolas de metanálisis pero citando sólo

fuentes primarias.

Duplicación:

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Usar datos y trabajados de otros estudios previos sin citar las fuentes.

Verbatim:

Copiar cualquier texto sin indicar, por medio de comillas, cursivas, guiones

o cualquier otro sistema de destacar ni, por supuesto, referenciarlos.

Colaboración no ética:

Más que un plagió es una trampa. Se trata de investigadores que acuerdan

citarse mutuamente para aparecer en los ránquines de citas.

Atribución engañosa:

No es un plagio sino un ataque personal o una venganza. No incluir a todos

los investigadores que han participado en la elaboración del trabajo por los motivos que

sean.

Replicación:

Tampoco es un plagio en el sentido estricto. Es más, aun cuando se incluya

en este decálogo de iThenticate (Professional Plagiarism Prevention) nos parece más

bien una gitanería peor no llega mucho más allá. Se trata de enviar a varias revistas el

mismo artículo para que la publiquen en la mayor parte posible.

Fuente invalida:

Cuando la referencia no existe, tiene los datos incompletos o no es correcta.

En realidad tampoco se trata de un plagio en el sentido estricto. Es una falta de atención

con el autor y hasta puede considerarse una falta de ética profesional, pero un plagio no

lo es.

Completo:

Es el plagio por excelencia. Copiar el texto completo y enviarlo firmado por

uno mismo y como de la total autoría de él. (iTHENTICATE, 2013).

LA ÉTICA EN LA PUBLICACIÓN CIENTÍFICA

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Definiciones de ética las hay desde todas las perspectivas y escuelas, por lo

que no vamos a entrar en definir un concepto que ya es de dominio público y del que el

DRAE da una que es tan buena como cualquier otra: recto, conforme a la moral;

conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito

de la vida.

Muchas más acepciones tiene el término moral y muy relacionados con la

ética. Perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de

su obrar en relación con el bien o el mal en función de su vida individual y, sobre todo,

colectiva. Es la primera acepción y la más controvertida por su contenido y su

redacción.

También se define como:

“…conforme con las normas que una persona tiene del bien y del

mal; que concierne al fuero interno o al respecto humano, y no al orden jurídico;

doctrina del obrar humano que pretende reguilar el comportamiento individual y

colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican.” Y otras.

Sobre el bien y el mal Aranguren (1994, p. 72 ) decía: “El bien y el mal

consisten en decidirse por la realización del valor que, acertada o equivocadamente,

a estos efectos es igual, ha sido reconocido como preferible o como postergable,

respectivamente”.

No es fácil encuadrar dentro de estos límites el concepto ética, que siempre

es más laico que el término moral y se refiere más que al individuo consigo mismo, o

sea con sus principios, a las relaciones con el colectivo. En esta segunda perspectiva se

comprende la repugnancia que a la sociedad en general, especialmente la proveniente

del individualismo renacentista y el puritanismo protestante, le produce el plagio,

identificado como robo, en una sociedad eminentemente defensora de la propiedad

privada.

De alguna manera el plagio siempre se ha erigido como el mayor de los

delitos éticos que se pueden cometer en el campo de la investigación científica. Cierto

que en el ranking de los delitos científicos una institución como la US Office for

Research Integrity (ORI) sitúa el plagio, la falsificación y la fabricación de datos como

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los tres más importantes, pero siempre el plagio parece ser que lidera el grupo

(TUDELA y AZNAR, 2014).

El autoplagio no se considera por muchos analistas como un auténtico

plagio, sino más bien con una muestra de vagancia intelectual. El autoplagio consiste en

repetir en trabajos partes de un antiguo trabajo del propio autor, sin indicar que

pertenece a una anterior publicación y referenciarla siendo el fin aumentar la

productividad o lo que Vilaça y Pama (2015) llaman a la acumulación del capital

curricular.

El escalón más alto de delito culposo está en el robo del trabajo de un o una

becaria que realiza su investigación bajo la supervisión y control de un doctor como

director de tesis, o como investigador principal, y que se apropia del trabajo del becario

publicándolo con su nombre sin citar a quien verdaderamente ha sido el autor del

mismo.

De casos de este tipo está la literatura llena. Aunque sólo aparecen los más

sangrantes como el que citan Tudela y Aznar (2014) sobre el robo que sufrió Heidi

Weissman una investigadora del departamento que dirigía el Dr. L. Freeman el cual

publicó con su nombre el trabajo de aquella. Weissman denunció el hecho y ganó el

juicio. El resultado fue que la expulsaron del centro de investigaciones y tuvo que pagar

a sus abogados, mientras Freeman, posteriormente, fue ascendido y sus gastos legales

los pagó dicho centro médico.

Evidentemente este tipo de plagio es de los más lacerantes sino el que más,

pues implica no sólo copiar el trabajo de otro sino el agravante que supone el dominio

de un superior sobre un inferior del que este depende totalmente en el desarrollo futuro

de su profesión.

La ética ciudadana y el plagio científico.

La ética que concierne al hecho científico se acerca más a la ética ciudadana

que a la moral. O sea que se trata de una ética aplicada. La ciencia, a partir de mediados

del siglo XIX, entró en una fase de acelerado desarrollo que obligó a establecer una

serie de normas, tanto legales como éticas, para organizar un entorno en el que no sólo

se pudiera vivir sino, y muy especialmente, trabajar en las especialidades de cada

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investigador. Especialidades que cada vez eran más interdisciplinares lo que complicaba

las relaciones de colaboración entre ellas.

Necesitaban una ética práctica que permitiera solucionar los conflictos

surgidos por unas nuevas relaciones entre especialistas y la sociedad y entre esta y su

grupo de valores. Se trata de una ética cercana a Kant y el deber para con los demás,

pero un deber práctico no una reflexión moral.

Todo ello se denomina ética ciudadana que consiste en un grupo de valores

defendidos por un conjunto de normas que son compartidas por un grupo social. No son

valores inmutables sino coyunturales, y pueden cambiar según las circunstancias de la

sociedad. La ética civil no es una ética en contraposición a otras, sino más bien la suma

de muchas, o mejor dicho todas las que puedan complementarse de algún modo. Es un

constructo teórico, un factor común más que un sistema independiente de valores.

En este contexto debe evaluarse el plagio y relacionarlo con el hecho

científico.

Cortina (1996, p.108), al respecto plantea cuatro características de la

sociedad actual y su ética: la autonomía personal del ciudadano muy pegado de sus

derechos; la conciencia de un vínculo cívico que comparten todos los ciudadanos y que

se expresan en proyectos comunes; participación responsables en estos proyectos que

comportan para todos derechos y responsabilidades y una acción común que permita

transformar la sociedad hacia un futuro cada vez mejor.

El plagio, visto desde esta perspectiva de la ética ciudadana, es uno de los

más peligrosos delitos que pueda cometer una persona, especialmente un destacado

ciudadano como puede serlo un artística o un científico, dos tipos humanos muy

respetados en la sociedad actual. Plagiar equivale a no respectar los valores sociales y al

tiempo a marginarse del grupo que conforma la sociedad. La ética ciudadana es un

índice de valoración del compromiso del individuo con el grupo que se perfecciona con

la interacción entre ellos. No interactuar es una transgresión a la ética ciudadana.

Para convivir bien, o sea con calidad de vida, es necesario que todos los

conciudadanos cumplan su parte en el quehacer social. No pueden unos beneficiarse del

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trabajo de los otros sin, por lo menos, permiso de los que han realizado la obra. En este

contexto de la filosofía ciudadana se entiende más el repudio que produce el plagio.

El practicismo de esta situación y la explicación de la contradicción de la

que hablábamos antes, está en que la sociedad actual deja al individuo un amplio

margen para su creatividad, premiando la individualidad creadora siempre que esté

dirigida a que la goce la sociedad. El individuo crea e investiga, que es otra forma de

creación o creación en su sentido amplio, y su creación pasa a formar parte del acervo

de la sociedad, por ello se le protege y condena al que roba la creación individual. En

esta relación se entiende el individualismo de la sociedad actual y al tiempo su

corporativismo.

La ética y la ciencia.

A pesar de todo lo dicho no todo el mundo está de acuerdo en que el utilizar

trabajos de otros sea siempre punible ni siquiera reprobable y mucho más en el entorno

científico. Existe una corriente inclinada a considerar que la investigación, una vez

realizada, quedaría en una especie de derecho público y cualquiera podría utilizarla

siempre que significará avanzar en la ciencia, el humanismo y, en definitiva, en el

desarrollo de la humanidad, hay que tener en cuenta que, aunque cada investigador es

un agente que actúa de forma individual, no hay que perder de vista, el carácter

colectivo en la construcción del conocimiento científico (SEVERINO, 2015).

Esta idea no desconocida implica, en su desarrollo, un ataque a la propiedad

privada que sólo se consideraría aceptable sobre bienes que no pudieran usarse por todo

el mundo, o sea que fueran de uso restringido para unos pocos. Por ejemplo, un piso o

un coche sólo puede ser usado por pocas personas, luego puede ser reservado a estas.

Una investigación que avance en la cura del cáncer o una sonata que deleite deben y

pueden ser usados por toda la humanidad, entonces son patrimonio común.

Aun cuando pueda parecer extraña esta corriente se está implementando en

algunas disciplinas como la medicina, la física o la biología y es una aspiración

largamente perseguida por buena parte de los científicos.

Claro está que puede aceptarse este último planteamiento pero exigiendo

que se mantengan las referencias y atribuciones a los autores. El plagio pues no es

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seguir o desarrollar investigaciones a partir de otras anteriores, que de hecho es el

desarrollo de la ciencia, sino no citar la autoría de las bases desde las que se parte.

La libertad de los científicos, los artistas y la sociedad humana en general

está en la utilización libre de los bienes intelectuales que son patrimonio de todos. No

existe de hecho una propiedad privada restringida sobre los bienes intelectuales. Otra

cosa es que durante un tiempo por su uso devenguen derechos de autor que son la

retribución por su creación. Pero el uso y disfrute debe ser libre.

LEY DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL

La Ley de Propiedad Intelectual dice en su artículo primero: La propiedad

intelectual de una obra literaria, artística o científica corresponde al autor por el solo

hecho de su creación. Queda claro, pues, que la ley establece que el elemento que

confiere la propiedad es la creación y el sujeto que la obtiene es el creador.

En el artículo 14 se especifican los derechos irrenunciables e inalienables de

un autor bajo el título de contenido y características del derecho moral. No vemos que

la redacción del artículo relaciones características de un derecho moral, más bien es una

relación de los derechos del propietario de un bien, que con algunas modificaciones y

matices podría aplicarse a cualquier bien material.

Anteriormente nos referíamos a la tendencia a considerar que la propiedad

de una obra literaria, artística o científica como de propiedad común de toda la sociedad.

Esta idea, que choca con la idea de nuestra sociedad referente a la sacralización de la

propiedad privada como base de nuestra civilización, queda recogida, de alguna manera,

en la Ley de la propiedad Intelectual, por cuanto en el Título III de dicha ley se

establecen limitaciones a la propiedad de los derechos de las obras.

Cualquier autor individual gozará de los réditos de los derechos de autor

durante toda su vida y sus legales herederos durante los siguientes setenta años contados

a partir de su muerte.

LA CITA

Por otra parte, aunque no se explicite en todas las legislaciones, se da por

supuesto un derecho generalizado de citas, dentro de este marco de la ciencia común a

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toda la humanidad. La cita es el instrumento para contextualizar la titularidad del

trabajo. Si se parafrasea sin indicar de dónde o si se compendia lo que otro investigador

ha dicho sin ninguna referencia, se incurre en plagio, si se cita textualmente

referenciando la cita no hay plagio. De modo que en el caso que no haya cita de fuentes

no hay excusa posible del plagio. Y la cita, independientemente de normativas, debe

indicar el autor de la misma o el autor del trabajo que se está parafraseando.

Si bien existen, en las diferentes legislaciones, entre ellas la Ley de la

Propiedad Intelectual española ya citada, la prohibición de publicar los textos de otro

autor sin su correspondiente permiso, se entiende que, en función del derecho común,

un autor puede incluir en su trabajo textos de otro, dentro de unos límites razonables,

siempre citando el titular de los derechos, o sea el autor de los mismos.

La extensión de estos textos estará en función del trabajo que se realice.

Este tipo de citas está autorizado por el Artículo 32 de la Ley de la propiedad

Intelectual, el cual dice que: Tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o

de investigación, en la medida justificada por el fin de esa incorporación e indicando la

fuente y el nombre del autor de la obra utilizada.

Por ejemplo, si un especialista realiza un trabajo sobre una obra literaria de

un autor importante vivo, un Premio Nobel, tendrá que usar muchos textos de dicho

premio Nobel para analizarlos y evaluarlos. En este caso no existe ni plagio ni

utilización fraudulenta de los derechos del primer autor.

Sin embargo, existe un espacio sujeto a discusión doctrinal. Es el caso que

el autor se niegue a que un investigador incluya textos suyos, sea cual sea su extensión,

en un trabajo. La lógica indica que debería el investigador poder utilizar los textos que

necesitase por ejemplo para desarrollar la Discusión de su Investigación o realizar un

estudio sobre la obra de un novelista. Y parece que la Ley acepta esta interpretación

siempre que la utilización se realice con fines docentes o de investigación, en la medida

justificada por el fin de esa incorporación e indicando la fuente y el nombre del autor

de la obra utilizada.

Por otra parte el mismo Convenio de Berna, que ya ha sido citado

anteriormente, en su artículo 10 permite las citas siempre que sean adecuados a los fines

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de la investigación que las usa y siempre deben ” mencionar la fuente y el nombre del

autor, si este nombre figura en la fuente.”

¿SE PUEDE CONTROLAR EL PLAGIO?

A nivel de detectarlo sí puede controlarse. En realidad no es muy difícil

detectarlo por lo que aquellos que cometen plagio corren un alto riesgo a ser

descubiertos. Si bien es cierto que se publican muchos trabajos sobre cualquier tema y

que prácticamente no es posible para ningún investigador de una determinada disciplina

enterarse de todo aquello que se difunde, también es cierto que existe un gran número

de investigadores en cualquier campo que detectan, antes o después, un plagio. Se trata

de un problema de simples estadísticas.

Una acción muy dentro de la actual línea humanista consistiría en educar,

comenzando por los más jóvenes, en la conciencia de rechazar el plagio por ser una

actividad no ética. Pero no está claro que los resultados fueran muy positivos. A fin de

cuentas el plagio puede equipararse a copiar en los exámenes y a pesar de que siempre

se ha pretendido educar en la idea que copiar es un fraude, siempre se ha copiado. A

nuestro juicio, la actuación para erradicar el plagio está más en la línea de lo legal que

en las acciones pedagógicas.

Detectar el plagio, insistimos, no es difícil, incluso existen programas

informáticos que descubren los plagios de textos que circulan por la red y que utilizan

las facultades para comprobar las tesis y tesinas que se presentan. Uno de los premios

de la Universidad de Barcelona, Premio José Manuel Blecua, se ha otorgado en 2015 a

una investigación informática para la detección del plagio, concretamente de las

paráfrasis de textos. Sin embargo esto no obsta para que muchos de ellos no sean nunca

descubiertos.

La medida más efectiva, también a nuestro juicio, sería una mayor

penalización del plagio. Una penalización que consistiera en dos tipos de sanciones:

una académica y disciplinar, como la prohibición de doctorarse o licenciarse o

expulsión del centro de investigación y una multa suficiente. En cualquier caso la

sanción, así como los criterios de la Universidad o centro de investigación para

establecer los parámetros de un plagio, deben ser públicos con unas normativas

comunes y que no se deje a decisiones de coyunturales.

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Aun cuando creemos que la gravedad del plagio debe estar en consonancia

con el grado de responsabilidad académica o científica del plagiario. O sea que es

menos grave plagiar en un examen de primero de carrera que un trabajo de

investigación, como ejemplo.

CONCLUSIONES

Cualquier texto de un autor utilizado por otro sin citar la procedencia, es un

plagio. También lo es reproducir una investigación siguiendo el mismo método de un

investigador sin mencionar su contribución. Es plagio, pues, toda utilización de un

material de otro autor sea literario, artístico o científico usado sin citar el origen.

El hecho de no tener intención de cometer plagio, realizarlo sin

premeditación con o sin negligencia, no justifica dicho plagio. Es cierto que una parte

de la doctrina considera necesaria una intencionalidad en el plagio, pero esto no

desvirtúa que cualquier utilización de material de otro sin citarlo es plagio. Otra cosa es

la tipología que se le adjudique.

Históricamente el plagio, y consecuentemente la visión ética que sobre el

mismo se ha desarrollado, ha sido coyuntural. Ha dependido mucho de la concepción

del hecho social que ha tenido la humanidad en cada etapa.

Actualmente, en una sociedad que se debate en la paradoja del

individualismo enfrentado con el colectivismo, el plagio se ha situado fuera de la

concepción ética tanto en los aspectos literarios, artísticos como científicos. Aun cuando

se considera cualquier avance de la humanidad un valor común y de utilización común,

se preservan los derechos individuales de los científicos y artistas en general por el

doble interés de la sociedad de fomentar los avances y se acepta la necesidad de ofrecer

un premio para estimular la innovación.

Sin embargo el plagio, aun cuando condenado por la sociedad, las

instituciones académicas y científicas y en general por todos los estamentos sociales, no

se enfrenta a un cuerpo de penalizaciones capaz de disuadirlo. Con lo cual el futuro no

se presenta libre del mismo.

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Quizás una legislación más dura en las penalizaciones podrían reducir los

casos y dar mayor confianza a las instituciones en los trabajos que se les presentan, hoy

día muchísimos de ellos bajo sospecha.

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