editorial américa xxi julio 2015

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 M illones de personas en América Latina se preguntan hoy qué es la democracia en la realidad cotidiana de la vida social. Cuánto se puede esperar de ella para salir de las penu- rias acumuladas en décadas. Qué papel cabe al individuo en el mecanismo político así denominado. Tales preguntas están dictadas por la frustración. Las luchas contra las dictaduras suponían también la esper anza de que con el n de los gobiernos represivos llegarían la justicia social, el n de la explotación, la soberanía efectiva, la superación de las lacras del subdesarrollo. No fue así. Y aunque no siempre de manera consciente, en las demandas insatisfechas late una recriminación contra la democracia. En la época del capitalismo tardío el concepto de democra- cia nada tiene en correspondencia con su signicado original: en griego antiguo demos equivalía a gente (o pueblo). Kratos , signicaba poder . Pese a que en aquel contexto el concepto  pueblo se restringí a a “adultos varones no esclavos, habitan - tes en polis”, la interpretación posterior se tradujo como “po - der del pueblo”. Ocurre que en las democracias capitalistas “ la gente” carece total y absolutamente de poder si se limita a cumplir las nor- mas institucionales regidas por un principio inalterable de las repúblicas burguesas: “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”.  No es que en los siglos XIX y XX fuera cualitativamente mejor. Pero aquellas democracias liberales, donde las había,  parecen hoy modelos de participación ciudadana frente a la mercantilización de partidos, campañas y candidatos y la apa - rición dominante de un nuevo tipo de mercenarios: consulto- res, asesores de imagen, encuestadores, que reemplazan todo y cualquier talento individual, todo y cualquier principio partida - rio, para fabricar candidatos e i mponerlos a la opinión pública, a costos siderales. De manera caricaturesca, la reciente proclamación del mag - nate estadounidense Donald Trump como precandidato por el  partido Republicano prueba quiénes son hoy , 2.500 años des-  pués de la democracia griega, los “varones adultos habitantes en las polis”: la gente que tiene poder  para acceder al ejercicio del gobierno es única y exclusivamente aquella que posee o es respaldada por enormes fortunas. Racista, reaccionario hasta el grotesco, torpe y brutal como sólo un imperialista yanqui  puede serlo, T rump hace ostentació n de riquezas por 9 mil mi - llones de dólares como principal argumento de campaña. ¿Pero son diferentes sus contrincantes, sea John Ellis Bush, también republicano, o Hillary Clinton, del partido Demócra- ta? ¿Lo serán acaso candidatos de países empobrecidos que derrochan riquezas incalculables para imponer tal o cual gura en el aparato del Estado burgués? Más y más los procesos elec- torales se revelan como farsa, aceitada por miles de millones de dólares, para colmo sin respaldo real en la producción. Ésa es la base material de la enajenación acelerada de las socieda - des contemporáneas. Incluso sin hablar de pulpos mediáticos destinados a mani-  pular la opinión ciudadana, el retroceso a formas dinásticas de sucesión (padres a hijos, hijos a hermanos o esposas, todos siempre multimillonarios o escogidos por las grandes fortu- nas), completadas por la utilización de ejércitos mercenarios especializados en ganar elecciones, son indicativos de un in - soslayable n de ciclo histórico: la democracia liberal burgue - sa no existe ya en país alguno del planeta. Hacia otra democracia En este paisaje destacan los países en condiciones de llevar a la práctica formas de democracia participativa, instancias de efectivo poder popular. La experiencia la llevan a cabo los miembros del Alba, con puntos de partida diferente y evolu- ción desigual. Contra ella se asiste a un ataque feroz, centrado en Venezuela. En menor grado se multiplican las agresiones contra el gobierno de Grecia y nuevas administraciones en varias ciudades de España, surgidas de elecciones en las que fueron derrotados los partidos del sistema. El capital asume que democracia equivale a revolución so- cial. Cuenta con partidos tradicionales –incluso de origen obre- ro– y con probada capacidad para arrastrar nuevas formaciones de los últimos tiempos hacia el reformismo, sumándolos como sostén del sistema. Cuando esto no es suciente, se levanta con beligerancia extrema contra quienes osen abrir un camino al futuro. Éste es un dato inconmovible de la realidad mun- dial, gravitante para los países en revolución y sobre todo para aquellas fuerzas políticas y sociales empeñadas en cualquier  punto del planeta en desaar al poder establecido, cada día más corrupto y destructivo del conjunto social. El sistema bloquea cualquier perspectiva de cambio real desde dentro de su propio mecanismo y , cuando pese a todo una situación excepcional lo hace posible, reacciona hasta llegar a la respuesta bélica. Estados Unidos y la Unión Europea lo están haciendo en es- tos momentos con centro en Venezuela y ahora también Ecua- dor. Seguirán por ese camino hasta donde se les permita llegar. Los procesos detonados en Europa enervan aún más a los cen- tros imperiales, que cuentan con el respaldo activo o pasivo de todos los gobiernos burgueses para enfrentar la concreción de la única democracia genuina y posible: aquella basada en mayorías organizadas ejerciendo el poder . Defender a quienes están avanzando por ese camino es un deber inexcusable de solidaridad, pero también de autodefen- sa. En el umbral de una nueva etapa histórica urge organizarse a escala internacional para cumplir esa exigencia. 23 de junio de 2015 @BilbaoL 50 · Análisis de la noticia Julio de 2015 Umbral de un nuevo período histórico Por Luis Bilbao

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Editorial de Luis Bilbao

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  • Millones de personas en Amrica Latina se preguntan hoy qu es la democracia en la realidad cotidiana de la vida social. Cunto se puede esperar de ella para salir de las penu-rias acumuladas en dcadas. Qu papel cabe al individuo en el mecanismo poltico as denominado.

    Tales preguntas estn dictadas por la frustracin. Las luchas contra las dictaduras suponan tambin la esperanza de que con el fin de los gobiernos represivos llegaran la justicia social, el fin de la explotacin, la soberana efectiva, la superacin de las lacras del subdesarrollo. No fue as. Y aunque no siempre de manera consciente, en las demandas insatisfechas late una recriminacin contra la democracia.

    En la poca del capitalismo tardo el concepto de democra-cia nada tiene en correspondencia con su significado original: en griego antiguo demos equivala a gente (o pueblo). Kratos, significaba poder. Pese a que en aquel contexto el concepto pueblo se restringa a adultos varones no esclavos, habitan-tes en polis, la interpretacin posterior se tradujo como po-der del pueblo.

    Ocurre que en las democracias capitalistas la gente carece total y absolutamente de poder si se limita a cumplir las nor-mas institucionales regidas por un principio inalterable de las repblicas burguesas: el pueblo no delibera ni gobierna sino a travs de sus representantes.

    No es que en los siglos XIX y XX fuera cualitativamente mejor. Pero aquellas democracias liberales, donde las haba, parecen hoy modelos de participacin ciudadana frente a la mercantilizacin de partidos, campaas y candidatos y la apa-ricin dominante de un nuevo tipo de mercenarios: consulto-res, asesores de imagen, encuestadores, que reemplazan todo y cualquier talento individual, todo y cualquier principio partida-rio, para fabricar candidatos e imponerlos a la opinin pblica, a costos siderales.

    De manera caricaturesca, la reciente proclamacin del mag-nate estadounidense Donald Trump como precandidato por el partido Republicano prueba quines son hoy, 2.500 aos des-pus de la democracia griega, los varones adultos habitantes en las polis: la gente que tiene poder para acceder al ejercicio del gobierno es nica y exclusivamente aquella que posee o es respaldada por enormes fortunas. Racista, reaccionario hasta el grotesco, torpe y brutal como slo un imperialista yanqui puede serlo, Trump hace ostentacin de riquezas por 9 mil mi-llones de dlares como principal argumento de campaa.

    Pero son diferentes sus contrincantes, sea John Ellis Bush, tambin republicano, o Hillary Clinton, del partido Demcra-ta? Lo sern acaso candidatos de pases empobrecidos que derrochan riquezas incalculables para imponer tal o cual figura en el aparato del Estado burgus? Ms y ms los procesos elec-torales se revelan como farsa, aceitada por miles de millones de dlares, para colmo sin respaldo real en la produccin. sa

    es la base material de la enajenacin acelerada de las socieda-des contemporneas.

    Incluso sin hablar de pulpos mediticos destinados a mani-pular la opinin ciudadana, el retroceso a formas dinsticas de sucesin (padres a hijos, hijos a hermanos o esposas, todos siempre multimillonarios o escogidos por las grandes fortu-nas), completadas por la utilizacin de ejrcitos mercenarios especializados en ganar elecciones, son indicativos de un in-soslayable fin de ciclo histrico: la democracia liberal burgue-sa no existe ya en pas alguno del planeta.

    Hacia otra democraciaEn este paisaje destacan los pases en condiciones de llevar

    a la prctica formas de democracia participativa, instancias de efectivo poder popular. La experiencia la llevan a cabo los miembros del Alba, con puntos de partida diferente y evolu-cin desigual. Contra ella se asiste a un ataque feroz, centrado en Venezuela. En menor grado se multiplican las agresiones contra el gobierno de Grecia y nuevas administraciones en varias ciudades de Espaa, surgidas de elecciones en las que fueron derrotados los partidos del sistema.

    El capital asume que democracia equivale a revolucin so-cial. Cuenta con partidos tradicionales incluso de origen obre-ro y con probada capacidad para arrastrar nuevas formaciones de los ltimos tiempos hacia el reformismo, sumndolos como sostn del sistema. Cuando esto no es suficiente, se levanta con beligerancia extrema contra quienes osen abrir un camino al futuro. ste es un dato inconmovible de la realidad mun-dial, gravitante para los pases en revolucin y sobre todo para aquellas fuerzas polticas y sociales empeadas en cualquier punto del planeta en desafiar al poder establecido, cada da ms corrupto y destructivo del conjunto social. El sistema bloquea cualquier perspectiva de cambio real desde dentro de su propio mecanismo y, cuando pese a todo una situacin excepcional lo hace posible, reacciona hasta llegar a la respuesta blica.

    Estados Unidos y la Unin Europea lo estn haciendo en es-tos momentos con centro en Venezuela y ahora tambin Ecua-dor. Seguirn por ese camino hasta donde se les permita llegar. Los procesos detonados en Europa enervan an ms a los cen-tros imperiales, que cuentan con el respaldo activo o pasivo de todos los gobiernos burgueses para enfrentar la concrecin de la nica democracia genuina y posible: aquella basada en mayoras organizadas ejerciendo el poder.

    Defender a quienes estn avanzando por ese camino es un deber inexcusable de solidaridad, pero tambin de autodefen-sa. En el umbral de una nueva etapa histrica urge organizarse a escala internacional para cumplir esa exigencia.

    23 de junio de 2015

    @BilbaoL

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    Umbral de un nuevo perodo histricoPor Luis Bilbao