el abaha (casa de la palabra) nueva evangelización en africa

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Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil ipsum qui voluptis AT IL MAGNAM FUGA. PA VELIA VOLESTEM MAGNAM FIRMA Cargo PLIEGO El próximo 14 de septiembre, se cumplen veinte años desde que, en Yaoundé (Camerún), Juan Pablo II entregara al episcopado, a los presbíteros y diáconos, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos africanos la exhortación apostólica Ecclesia in Africa sobre La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000, fruto de la I Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos. En 2009, La Iglesia de África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz fue el tema elegido para una segunda convocatoria sinodal. ¿Había dado Ecclesia in Africa los frutos esperados? ¿Se había trabajado suficientemente este documento para aprovecharlo en la práctica pastoral?… Aun con otra asamblea a mitad del camino, estas y otras preguntas siguen interpelando hoy a la Iglesia africana y universal dos décadas después. Tratando de dar respuesta a las mismas, el autor propone el abaha o “casa de la palabra” como nuevo modelo de sociedad eclesial para alcanzar algunos de los propósitos que se plantearon en ambas citas episcopales. EL ABAHA (casa de la palabra) ICONO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN ÁFRICA SALUSTIANO-OYONO NGUEMA MANGUE, CMF 2.954. 5-11 de septiembre de 2015

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Pliego de Vida nueva sobre evangelización en africa

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PLIEGO

Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil

ipsum qui voluptis

At il mAgnAm fugA. PA veliA volestem

mAgnAmFIRMACargo

PLIEGO

el próximo 14 de septiembre, se cumplen veinte años desde que, en Yaoundé (Camerún), Juan Pablo II entregara al episcopado, a los presbíteros

y diáconos, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos africanos la exhortación apostólica Ecclesia in Africa sobre La Iglesia en África y

su misión evangelizadora hacia el año 2000, fruto de la i Asamblea especial para África del sínodo de los obispos. en 2009, La Iglesia de África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz fue el tema elegido para una segunda

convocatoria sinodal. ¿Había dado Ecclesia in Africa los frutos esperados? ¿se había trabajado suficientemente este documento para aprovecharlo en

la práctica pastoral?… Aun con otra asamblea a mitad del camino, estas y otras preguntas siguen interpelando hoy a la iglesia africana y universal dos décadas

después. tratando de dar respuesta a las mismas, el autor propone el abaha o “casa de la palabra” como nuevo modelo de sociedad eclesial para alcanzar

algunos de los propósitos que se plantearon en ambas citas episcopales.

EL ABAHA (casa de la palabra)

iCono De lA nuevA evAngeliZACiÓn en ÁfRiCA

SALUSTIANO-OYONO NGUEMA MANGUE, CMF

2.954. 5-11 de septiembre de 2015

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Una vuelta a las raícesderechos inalienables de las personas? ¿Cómo se puede hablar de familia donde se cometen graves injusticias contra los hijos de Dios y no pasa nada? ¿Qué familia es esta si los hijos de Dios se matan en nombre de Dios?

“Mi padre no hizo mal a nadie, no era político ni le gustaba la política, era un simple campesino. Se le encontró en la finca un día y se le mató descuartizándolo a machetazos, simplemente por ser de otra etnia, de otra religión… Perdonar no es tan sencillo”. Estas son las palabras estremecedoras de una joven africana. La cuestión de la reconciliación es todavía unos de los temas peliagudos hoy en el continente africano, pero al cual podemos hallar salida si ponemos todos un poco de voluntad y fe.

EL CONTEXTO DE LA CELEBRACIÓN

La II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos tuvo lugar cuando muchos de los niños supervivientes que fueron naciendo en los campos de refugiados de la zona de los Grandes Lagos, en 1994, iban cumpliendo 15 años. Toda una generación marcada por la más cruel estigmatización del odio y de la intolerancia y de la falta de amor en los albores del siglo XXI. Muchos de ellos sin haber recibido el calor y el afecto de sus padres. Otros nacieron para morir al instante, a lo mejor porque la madre estaba ya tan escuálida de hambre de pan y paz que no tenía leche para poder amamantar al fruto de sus entrañas. Y así millones de niños, sin contar los millones de hombres y mujeres.

Durante el encuentro de los obispos africanos, me imagino que se tenía todavía fresca en la memoria la encíclica Spe salvi de Benedicto XVI. África es el pueblo de la esperanza. Así lo demuestran muchos de los proverbios y dichos aprendidos de sus ancianos y sabios. Y así lo muestran sus hijos ante los avatares de la vida: saben que mañana puede ser mejor y que “el bien está siempre detrás de los sufrimientos”. Se impone, por tanto,

la paciencia, la ciencia de la paz, la paz interior que ayuda a encarar las adversidades con cordura. Esta esperanza es una esperanza que brota de las fuentes mismas

de la Resurrección de Cristo, donde la muerte y cualquier signo de no

vida quedaron finalmente aniquilados por las fuerzas de la Vida: una esperanza que nace de Dios y de su Palabra salvadora y libradora. “África no debe desesperarse. Las bendiciones de Dios todavía son abundantes”, manifiestan los padres sinodales en su Mensaje final.

He aquí por qué hombres y mujeres, sacerdotes y obispos, misioneros

“Vivimos en un mundo lleno de contradicciones y en plena crisis. La ciencia y la tecnología dan pasos gigantescos en todos los aspectos de la vida, suministrando a la huma-nidad todo lo que es necesario para hacer de nuestro planeta un lugar maravilloso para todos nosotros. Sin embargo, las situaciones trágicas de los refugiados, la pobreza extrema, las enfermedades y el hambre matan todavía a miles de personas cada día.En todo esto, África es la más afec-tada. África es rica en recursos hu-manos y naturales, pero muchos en nuestro pueblo se debaten en medio de la pobreza y la miseria, de guerras y conflictos, entre crisis y caos. Muy raramente todo esto es causado por desastres naturales. Se debe, más bien y en gran medida, a decisiones y acciones humanas de personas que no tienen ninguna consideración por el bien común, y esto, con frecuencia, debido a la trágica complicidad y conspiración criminal entre respon-sables locales e intereses extranjeros.Pero África no debe desesperarse”.

(Mensaje final de la II Asamblea Especial para África

del Sínodo de los Obispos, 4-6)

Pienso que, con el enunciado del tema de la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos (Roma, 4-25 de octubre de 2009) La Iglesia de África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz, los obispos nos quisieron decir que no basta por sí sola la imagen de la familia (fraguada durante la I Asamblea Especial del Sínodo en 1994) para explicar el misterio de la Iglesia. Hacía falta llenar de contenidos concretos y vitales a esta reveladora intuición, carne y hueso de nuestras culturas, a fin de que adquiera así su gran peso específico: ¿cómo entender una familia donde los miembros no pueden vivir en paz y gozar de la alegría fraterna (el síndrome de Caín), y donde muchas veces no se respetan y se conculcan fácilmente los

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y misioneras, vilmente asesinados por luchar y defender el gran valor de la humanidad, fueron llamados en este Sínodo profetas y mártires de la esperanza. Se recordó también a nombres de la talla de Nelson Mandela (y el proceso de la Verdad y Reconciliación emprendido en el pueblo sudafricano para llegar a la convivencia entre las razas y las etnias); de Alpha Oumar Konare, presidente de Malí durante una década (1992-2002) y presidente de la Comisión de la Unión Africana hasta 2005; o Mwalimu Julius Nyerere, primer presidente de la Tanzania independiente y uno de los padres de África. Se le considera ya en su país como un santo, hombre de Dios (interesante noticia para los gobernantes y políticos africanos de hoy). Alguna vez dijo Nyerere: “Desearía encender una candela y ponerla en la cumbre del monte Kilimanjaro para que iluminara más allá de nuestras fronteras, dando esperanza a los que están desesperanzados, poniendo amor donde hay odio, y dignidad donde antes había humillados”.

Estos y otros acontecimientos jalonaron nuestra memoria y el pensamiento de nuestros pastores y líderes espirituales durante el Sínodo, y desde ellos se fraguó un canto de esperanza para que pueda ser acogido, orado y danzado en cada uno de nuestros pueblos, ansiosos de encontrarse con el rostro refulgente, vívido y vivificador de Dios.

LA RECEPCIÓN DE ECCLESIA IN AFRICA

“La Exhortación apostólica Ecclesia in Africa ha hecho suya ‘la idea-guía de la Iglesia como Familia de Dios’, y en ella los Padres sinodales ‘han reconocido una expresión de la natu-raleza de la Iglesia particularmente apropiada para África. En efecto, la imagen pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza’. La Exhortación invita a las familias cristianas africanas a ser ‘iglesias domésticas’ para ayu-dar a sus comunidades respectivas a reconocer que pertenecen a un solo y mismo Cuerpo. Esta imagen es importante no solo para la Igle-sia en África, sino también para la Iglesia universal, en una época en que la familia está amenazada por quienes desean una vida sin Dios. Privar de Dios al continente africa-no, sería hacerlo morir poco a poco arrancándole su alma”.

(Africae munus, 7)

Sin embargo, continúa el Santo Padre, “la memoria de África conserva el dolor de las cicatrices dejadas por las luchas fratricidas entre etnias, por la esclavitud y la colonización. Todavía hoy, el continente se enfrenta a rivalidades, a nuevas formas de esclavitud y de colonización” (Africae munus, 9).

En la I Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos (Roma, 10 de abril-8 de mayo de 1994), se reflexionó sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en África, es decir, La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000: seréis mis testigos (Hch 1, 8). Y el 14 de septiembre de 1995 fue publicada la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa. Desde aquella fecha hasta la actualidad, la Iglesias locales y las conferencias regionales han ido acogiendo en sus reflexiones y oraciones las orientaciones apostólicas que emanan de Ecclesia in Africa. Un ejemplo de esta recepción es la reflexión que hicieron en Malabo los obispos de la ACERAC (Asociación de las Conferencias Episcopales de la Región de África Central) sobre el papel de La mujer en la sociedad y cultura africana y en la Iglesia, y sus dificultades.

Desde Guinea Ecuatorial pienso, sin embargo, que la Iglesia en África no podrá cosechar los frutos deseados de los sínodos y de muchos de los encuentros de reflexión de nuestros obispos y autoridades eclesiásticas si no se hace llegar a los cristianos laicos las orientaciones de dichas asambleas. Es necesario, incluso, preguntarles, presentarles las cuestiones de los Lineamenta, para que sean trabajadas y analizadas y, luego, ser meditadas en sus oraciones. Los laicos son los que más encarnan eso de la “Iglesia en el mundo”. Por eso es siempre un riesgo hacer todo por y para el pueblo, pero

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de afectar a la Iglesia, a toda la Iglesia. Precisamente rezamos por esta misma Iglesia, para que sea en todo momento y en cualquier circunstancia un recinto de verdad, de amor, de libertad, de paz y concordia, a fin de que todos los hombres encuentren en ella un motivo para seguir creyendo, amando y esperando (cfr. Plegaria eucarística V/b).

La responsabilidad moral y evangélica de la Iglesia (sus líderes espirituales, primero, y luego todo el pueblo de Dios) en los asuntos temporales es tan seria que no puede ponerse al margen ni siquiera un instante, aunque no sea directamente su encomienda. Los graves asuntos sociales de injusticia, desigualdades económicas, los salarios indignos, la crisis de nuestros ecosistemas y la tala salvaje de nuestros árboles, el hambre, el sida, el ébola y otras pandemias, la inmigración y los niños soldados y los niños de la calle, la marginación de la mujer, el fanatismo religioso, etc. son cuestiones que afectan al hombre, destinatario de la buena nueva de Jesucristo: el Señor me ha enviado a sanar los corazones desgarrados y anunciar un tiempo de paz y de esperanza para el mundo… (cfr. Lc 4).

Y, en esta nuestra empresa de anunciar la salvación a los pobres, pienso que no se trata de ser simplemente la voz de los sin voz. Se trata, más bien, de rescatar la voz de aquellos a quienes los poderes de este mundo han obligado a vivir como si fuesen mudos. Estamos obligados a proferir proféticamente el Effetá de Jesucristo a fin de que cada cual pueda

de Dios, llevó a los israelitas a la perdición. Pero Dios estuvo siempre ahí, ofreciéndoles su misericordia, la renovación de la alianza. Por otra parte, el Dios de la Biblia en ningún momento fue o ha sido indiferente al dolor de su pueblo, a las penas de los más débiles e indefensos.

Los gritos del pueblo de Israel, esclavizado en Egipto, no le dejan al Señor tranquilo. Por eso se forja un hombre, Moisés, para liberar a su pueblo de las garras del faraón (Ex 3, 7ss). Pasando por los hombres, siervos e instrumentos suyos, el Señor ha buscado siempre el bien de cada una de sus criaturas. La experiencia de los profetas también llama poderosamente la atención. Si analizamos la misión de Amós, el llamado profeta de la justicia social, y de otros profetas, comprenderemos cuán grande es la solicitud divina (Am 2, 6-7; 5, 21-27; 8, 4-14).

Jesús mismo, a lo largo de su misión, se nos presenta como Aquel que ha venido para que todos los hombres tengamos vida. Él es el camino, la verdad y la vida; y la paz que Él nos da no nos la da como la da el mundo, en simples declaraciones, para luego seguir matando. Él nos da la verdadera paz.

Durante sus dos mil años de historia, la Iglesia ha ido tomando cada vez más conciencia de esta tarea de estar al lado del pueblo para la consecución del bienestar y la armonía de toda la creación de Dios. Por eso, los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los hombres afectan y han

sin el pueblo, sin los fieles de a pie. La preparación de un sínodo y su posterior recepción no debería ser asunto de algunas personas o de algunas comisiones de las curias diocesanas, sino de toda la Iglesia local, con sus parroquias, y estas con sus capillas y asociaciones y grupos que la forman.

Leyendo los Lineamenta preparados para el II Sínodo africano, se notaba que era, primero, un profundo examen de conciencia y un balance de Ecclesia in Africa: ¿qué supuso para los africanos, cada cual en su contexto? ¿Qué hemos hecho, cuáles han sido los aciertos y cuáles las dificultades? ¿Qué queda por hacer?

LA IGLESIA AFRICANA, MÁS PASIÓN POR EL HOMBRE

“Los tres conceptos principales del tema sinodal, a saber, la reconcilia-ción, la justicia y la paz, han puesto al Sínodo ante su ‘responsabilidad teológica y social’, y han permitido preguntarse también por el papel público de la Iglesia y su lugar en el espacio africano actual. ‘Se podría decir que reconciliación y justicia son las dos condiciones esenciales de la paz que, por consiguiente, también definen en cierta medida su natura-leza’. La tarea que hemos de precisar no es fácil, porque se sitúa entre el compromiso inmediato en política –que no corresponde a la competen-cia directa de la Iglesia– y el replie-gue o la posible evasión en teorías teológicas y espirituales, corriendo así el peligro de resultar una huida frente a una responsabilidad concre-ta en la historia humana”.

(Africae munus, 17)

En Engong, pueblo legendario y mitológico de la cultura bêti-bantú (o fang), se cuenta que una vez el sacerdote Ayomgang dio la espalda al pueblo a causa de la depravación y la relajación moral, y el pueblo se quedó a oscuras. Y la oscuridad significa desgracia, perdición. Cuando volvió la vista al pueblo, regresó la luz, la vida…

La Biblia nos muestra también la experiencia del pueblo y cómo el pecado, el alejarse de la voluntad

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libremente hacer uso de sus facultades. Es muy peligroso crear y cultivar en nuestras acciones pastorales actitudes paternalistas de dependencia, las cuales no favorecen que los cristianos sean adultos y tomen responsablemente ellos mismos las decisiones. El buen pastor es el que busca y lleva a los buenos pastos, y las ovejas mismas comen. El pastor no les pone las hierbas en la boca.

Esta misión de la Iglesia, esta responsabilidad sobre todo de toda la comunidad política, ha de estar guiada por sus líderes espirituales y sociales. Por eso, cuando la Iglesia no hable, su no palabra ha de ser testimonial e interpeladora en su profecía vital y existencial diaria y ordinaria; por eso, los silencios de “prudencia” diplomáticamente calculados para no meter la pata o por conveniencia pueden ser un grave pecado de la Iglesia y de los políticos ante Dios y una falta de responsabilidad en la misión. Y la misión de la Iglesia y la de los principales actores de la res publica lleva inherente muchos momentos de Getsemaní y de Gólgota, de martirio, a través de los cuales se ha llegar a la gloria, a la esperanza salvadora.

Pienso, por tanto, que la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos fue una nueva y perfecta oportunidad para la toma de conciencia de los obispos y de todos los cristianos africanos sobre los temas de la Doctrina Social de la Iglesia. La Iglesia-Familia que peregrina en África se resiste a ser únicamente una Iglesia de cantos de ntonobée

y de largos y suculentos ofertorios, de tambores y de danza. Quiere ser una Iglesia que ofrezca un sacrificio agradable a Dios, una Iglesia que quiere reconciliarse primero con el hermano antes de compartir la mesa del Señor (cfr. Is 1, 10-20), una Iglesia que ame al hombre en todas sus dimensiones, espirituales y corporales.

En el documento La justicia en el mundo, del Sínodo General de los Obispos de 1971, encontramos dicho lo siguiente: “Vemos la actuación por la justicia y la participación en la transformación del mundo como una dimensión constitutiva de la proclamación del Evangelio, o, en otras palabras, de la misión de la Iglesia para la redención de la raza humana y su liberación de todas las situaciones de opresión”. Descubrimos, por tanto, que no es nueva esta preocupación de la Iglesia.

La Iglesia-Familia de África se resiste a ser una Iglesia de masa, de hombres y mujeres anónimos y sin personalidad propia dentro de la globalización y de la universalidad eclesial, dentro de las comunidades diocesanas y parroquiales; hombres y mujeres que no saben cuáles son sus derechos y obligaciones como bautizados en una comunidad-sociedad a la que pertenecen sacramental y jurídicamente. Para un cristiano adulto en la fe, no basta, no debería ser suficiente ir a misa un domingo y nada más. La Iglesia-Familia no es un mercado a donde solo voy para buscar lo que me interesa y me beneficia a mí, es la comunidad del compartir, donde comparto lo que soy, mis alegrías y

mis penas. La Iglesia está fundada en la donación total del Señor Jesús en la Eucaristía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre… Haced vosotros lo mismo en memoria mía”.

LA RES PUBLICA AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACIÓN

“La Iglesia se hace presente y activa en la vida del mundo a través de sus miembros laicos. Ellos tienen un gran papel que desempeñar en la Iglesia y en la sociedad. Para que puedan cumplir bien esta función, convie-ne que se organicen en las diócesis escuelas o centros de formación bí-blica, espiritual, litúrgica y pastoral. Deseo de todo corazón que se dote a los laicos de responsabilidades en el orden político, económico y social, de un conocimiento sólido de la Doc-trina Social de la Iglesia, que ofrece principios de acción conformes al Evangelio. En efecto, los fieles laicos son ‘enviados de Cristo” (2 Co 5, 20) en el ámbito público en el corazón del mundo. Su testimonio cristiano solo será creíble si son profesionales competentes y honestos”.

(Africae munus, 128)

En el Mensaje del Sínodo se expresa todavía de modo más contundente, teniendo en cuenta la influencia que ejercen los políticos en el ámbito social y en la conformación de una ética, sobre todo, entre los más jóvenes. Literalmente, dice así:

y compromiso por el bien de África y el de toda nuestra aldea global permitirá que podamos celebrar un día la vuelta al paraíso, y entonar con el profeta Isaías el canto del armonioso designio de Dios:

Saldrá un renuevodel tronco de Jesé,un vástago brotará de sus raíces.Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor.(Lo inspirará el temor del Señor).No juzgará por apariencias,ni sentenciará de oídas.Juzgará con justicia a los débiles,sentenciará a los sencillos con rectitud;herirá al violento con la vara de su boca,con el soplo de sus labiosmatará al malvado.Será la justicia el ceñidor de sus lomos;la fidelidad, el cinturón de sus caderas.Habitará el lobo junto al cordero,la pantera se tumbará con el cabrito,el ternero y el leoncillo pacerán juntos;un muchacho pequeño cuidará de ellos.La vaca vivirá con el oso,sus crías se acostarán juntas;

han respondido adecuadamente al ejercicio de sus cargos. El Sínodo invita a estas personas a que se arre-pientan o a que dejen el escenario público y que así dejen de perjudicar al pueblo y de crearle mala fama a la Iglesia católica”.

(Mensaje final de la II Asamblea Especial para África

del Sínodo de los Obispos, 23)

Cuando la Iglesia-Familia africana se estaba preparando para reflexionar sobre sus desafíos y problemas más acuciantes en un segundo sínodo, una de las más apremiantes urgencias que emergían a partir del tema a tratar era la formación del laicado, sobre todo de los laicos comprometidos en los asuntos de la cosa pública y de la administración del bien común de sus naciones. Los políticos necesitan tener claros y asumidos en su conciencia los principios cristianos y eclesiales que han de ser la base de sus actuaciones y decisiones políticas. Ya nos dijo san Juan XXIII que “la política es el ejercicio de la máxima caridad”. Por tanto, también un ámbito desde el que se puede alcanzar el cielo, la santidad.

África precisa cada día que pasa, hoy más que ayer, de políticos honestos y creíbles, comprometidos en la búsqueda de la realización y promoción de cada uno de los hombres y mujeres de sus pueblos y naciones. Se trata de que todos los cristianos con responsabilidades públicas, sociales y eclesiales vayamos siendo cada vez más fieles a cada una de nuestras vocaciones delante de Dios y a la vista de los hombres, nuestros hermanos. Así, podremos dar un rostro nuevo a este nuestro cosmos envuelto en un caos cada vez alarmante; nuestra fidelidad

“El Sínodo tiene un mensaje muy importante y especial para vosotros, queridos católicos africanos compro-metidos en la vida pública. Elogia-mos a los muchos de vosotros que se han ofrecido para el servicio público en vuestro pueblo, sin preocuparse de todos los peligros y de las incer-tidumbres de la política en África, pues se lo han tomado como un apos-tolado para promover el bien común y el reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz, según las enseñanzas de la Iglesia (cfr. Vat. II Gaudium et spes, 75). Podéis contar siempre con el estímulo y el apoyo de la Iglesia. Ecclesia in Africa mani-festaba la esperanza de que salieran en África políticos y jefes de estado santos. Por supuesto, este no es un deseo vano. Es estimulante que la causa de canonización de Julius Nye-rere, de Tanzania, ya esté en marcha. África necesita santos en puestos políticos relevantes: políticos san-tos que limpien de la corrupción el continente, que trabajen por el bien de la gente y que sepan cómo animar a otros hombres y mujeres de buena voluntad fuera de la Iglesia para que se unan contra los males comunes que asolan nuestras naciones. El Sí-nodo ha recomendado vivamente que las Iglesias locales intensifiquen su apostolado para el cuidado espiritual de quienes tienen cargos públicos, designen capellanes celantes para ellos y organicen centros de conexión de alto nivel para evangelizar los parlamentos. Os exhortamos, a todos vosotros fieles laicos dedicados a la política, a que aprovechéis plena-mente estos programas allí donde existan. Por desgracia, muchos ca-tólicos en puestos de prestigio no

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el león comerá paja, como el buey,el niño de pecho jugarájunto al escondrijo de la serpiente,el recién destetadometerá la mano en la hura del áspid.Nadie causará ningún dañoen todo mi monte santo,porque el conocimiento del Señorcolma esta tierracomo las aguas colman el mar.

(Is 11, 1-9)

Pienso que algunas de las palabras que el papa Benedicto XVI dirigió a los jesuitas reunidos para la 35ª Congregación General de la Compañía de Jesús, en enero de 2008, son ilustrativas, porque pueden referirse a toda la Iglesia y a los obispos y cristianos de África: “(…) La Iglesia tiene urgente necesidad de personas de fe sólida y profunda, de cultura seria y de genuina sensibilidad humana y social, de religiosos y sacerdotes que dediquen su vida a situarse justo en esas fronteras [me atrevo aquí a indicar algunas de ellas: Dios y hombre, fe y saber humano, fe y ciencia moderna, fe y compromiso por la justicia, fe y una economía mundial y local más humana y humanizadora, fe y la conservación de los ecosistemas, etc.], para testimoniar y ayudar a comprender que existe una armonía profunda entre fe y razón, entre espíritu evangélico, sed de justicia y trabajo por la paz. Solo así

será posible dar a conocer el verdadero rostro del Señor a todos los que les resulta hoy absolutamente escondido o irreconocible”.

EL ABAHA, UNA PROPUESTA PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

El abaha es la “casa de la palabra”, una institución que condensa toda la estructura socio-cultural del pueblo bêti-bantú. El abaha es el ámbito donde encuentran sitio y acogida todas las familias de una aldea fang o bêti. Es la casa de todos, de los peregrinos también: es la casa de la hospitalidad y la solidaridad (la palabra o la mesa compartida entre propios y extraños). Es el lugar donde se transmite la tradición, la sabiduría y la moral por medio de proverbios y cuentos. El abaha es también el sitio adecuado para que los ancianos y sabios administren justicia en caso de litigios entre hermanos; por eso es, igualmente, la casa de la reconciliación y de la paz.

Todas esas dimensiones que encontramos en este magno organismo de nuestros pueblos africanos nos hacen descubrir que la palabra es fundamental: la palabra nos constituye (las bendiciones de los mayores del clan), ella nos hace fraternos, solidarios y hospitalarios; gracias a la palabra salida de la boca de nuestros ancianos,

podemos remontarnos a la vida de nuestros orígenes como pueblo, como clan, como familia e individuos; gracias a la palabra, nos situamos en el mundo de una manera, vemos el mundo y todo lo que ocurre en él distinto a otros hombres y mujeres, y actuamos de un modo o de otro. Gracias a la palabra de los cantos y de los cuentos, en las noches oscuras o en las de luna llena, podemos soñar un mundo mejor. Por eso, el abaha es la “casa de la palabra”.

Pero el abaha, al ser una institución, lleva en sí una organización, un orden y unas normas para su funcionamiento. El abaha, por ejemplo, es la casa de los mayores de edad, de los iniciados; y solo las mujeres con la categoría de Medja’a (algo así como la carta de nacionalidad o de pertenencia a un clan) tienen derecho a entrar en el abaha.

Muchas de las culturas africanas, sobre todo las negro-africanas, cuentan con una entidad con las características que hemos descrito de esa abaha o “casa de la palabra” de los bêti-bantú. Lo más importante es el contenido que encierra en sí el abaha, sin desdeñar por ello el continente y significado de su arquitectura.

Sin embargo, no podemos dejar de señalar con pena que el abaha, la “casa de la palabra”, está en crisis, por no decir en un proceso acelerado de extinción. Pues el neosofismo y la relativización constante de la palabras (cada cual llena arbitrariamente a la palabra del contenido y significación que le viene en gana y le beneficia con demagogias racionales al margen de la verdad) ha llevado a su desacralización, a la verborrea, a la proliferación de palabras y ruidos insustanciales, y, por consiguiente, la palabra ya no tiene una morada donde se la puede rendir culto. Incluso, muchos de los que otrora habían sido garantes y guardianes del templo de la palabra y de su milenaria sabiduría actualmente malviven en el ostracismo, con la indignación de no ser escuchados, cuando no se les ha tachado de brujos. Una perfecta eutanasia psicológica, moral y espiritual.

Por eso, nosotros proponemos la vuelta al abaha, a la “casa de la palabra”, para todo el continente africano y para el mundo entero. En la morada del logos (efia o adjo en fang)

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fraternidad universal que rompe las fronteras de clan y pueblo. El abaha, en este caso, es más símbolo de la Iglesia.

La profundización teológica de esta imagen eclesial del abaha nos ayudará, sin duda, a encontrar muchos puntos de convergencia, mejor dicho, muchas semillas del Verbo que nos entroncan con el cristianismo, con la Iglesia, elementos teológico-cristológicos, algunos datos que nos refieren a la sacramentalidad cristiana, elementos de jerarquía y comunión.

Por otra parte, no podemos olvidar que definir la Iglesia africana hoy como Iglesia-casa de la palabra nos pone también en sintonía y continuidad con el Sínodo de los Obispos sobre La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia (2008). Pues la “casa de la palabra” africana si quiere tener toda su hondura significativa tendrá que estar a la escucha de la Palabra –en mayúscula– que es vida y vivifica, Jesucristo. Él es la Palabra de Dios hecha carne. De esta manera, las “casas de la palabra” en África se convertirían en “casas de Jesucristo”, “casas de la Palabra de Dios”.

Sin embargo, como todo modelo humano, la Iglesia-abaha o Iglesia-casa de la palabra tendrá también algunas dificultades para definir todo el misterio de la Iglesia. Ahí está, por ejemplo, el papel de mujer en la “casa de la palabra” africana, y otras deficiencias, como el rol de los jóvenes, muchas veces meros espectadores y no actores.

Mi gran sueño y oración como cristiano es que cualquier modelo o imagen que se pueda elegir para el África de hoy nos ayude a todos a conseguir para nuestros pueblos la felicidad y la vida digna. Así quiere Dios que vivan sus hijos.

ayuda del Espíritu Santo, haga inteligible y efectivo todo eso de que la Iglesia africana está al servicio de la justicia, la paz y la reconciliación; una nueva imagen que sirva como acicate dinamizador de toda la tarea evangelizadora hoy en África.

Pero, tras escuchar esa invitación, uno se pregunta: ¿será que el modelo de Iglesia-Familia fraguado en el Sínodo de 1994 ha resultado obsoleto en el transcurso de esos rápidos quince años? ¿Será qué la imagen de familia en África, a pesar de la riqueza que supone su extensión, lleva en sí un carácter fuerte de consanguinidad que puede chocar mucho con la esencia universal y católica de la Iglesia de Jesucristo? ¿Será que Ecclesia in Africa no ha dado los resultados esperados, o no se le ha trabajado suficientemente para sacarle todo su jugo?

Pensamos que no se trata de dejar sin más el modelo de Iglesia-Familia, sino de hacer el mismo ejercicio que realizaron nuestros antepasados en el África tradicional. Es decir, introducir a las familias consanguíneas del poblado dentro de una estructura macrofamiliar, en la cual tienen cabida incluso los que no son de la aldea ni del clan. Esa estructura es el abaha, la “casa de la palabra”.

En el abaha se procura romper y dar solución al eterno peligro y tentación que tenemos los seres humanos de mirarnos siempre al ombligo, de barrer para la propia casa; se intenta desterrar el egoísmo y sus variadas facetas, como el etnocentrismo, el tribalismo, el racismo. La “casa de la palabra” es una especie de remedio contra este mal, contra este pecado; el abaha posibilita una visión de familia que no sea estrictamente de sangre, una

volveríamos todos a entrar en sintonía con el testamento y la genuina sabiduría de nuestros antepasados mediante la oralidad de nuestros ancianos que aún viven. En la “casa de la palabra” aparecería, sin lugar a dudas, la mesa del banquete, el ágape preparado por las mujeres de cada una de las casas para la casa grande, comida para todos los del pueblo y para los extranjeros si hubiera. Y comer en un mismo plato es signo elocuente de amor y reconciliación entre hermanos, la gran señal de la paz. Y porque no ha lugar a que alguien pueda pasar hambre en la sociedad del abaha, entra aquí la categoría de la solidaridad, sobre todo, para los que no pueden trabajar.

También, como no hay sociedad alguna sin ciertas discordias, a través de la palabra, del diálogo, la “casa de la palabra” se encarga de regenerar el curso armonioso en las relaciones entre hermanos y familias. En definitiva, volver a entrar en el abaha posibilitará reencontrarnos con los valores culturales de nuestra África malherida, y hallar así la reconciliación de todo el universo y de todo el hábitat africano. Estos valores podrían ser, incluso, además de nuestra seña de identidad en la aldea global, ofertas para otras sociedades…

EL ABAHA, ICONO DE LA IGLESIA

Cuando, durante su viaje a Camerún y Angola (17-23 de marzo de 2009), el papa Benedicto XVI entregó a los prelados el Instrumentum laboris de la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, en su discurso nos lanzó a toda la Iglesia africana esta pregunta: “Vuestro continente ha sido triste escenario de graves tragedias que reclaman una verdadera reconciliación entre los pueblos, etnias y los hombres, ¿cuál puede ser la aportación de este año para la construcción de África, sedienta de reconciliación y en busca de justicia y paz?”. En su alocución, Ratzinger citaba incluso la sugerencia del cardenal Bernardin Gantin sobre la teología de la fraternidad.

Creemos que se trata de una invitación a buscar un nuevo modelo de sociedad eclesial que, con la

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