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El amor lo cura todo El amor lo cura todo Patricia Thayer 3º Tres destinos El amor lo cura todo (2009) Título Original: A mother for the tycoon's child (2007) Serie: 3º Tres destinos Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Jazmín Miniserie 38 Género: Contemporáneo Protagonistas: Justin Hilliard y Morgan Keenan Argumento: ¡Salvada por un millonario! Todo el mundo en el pequeño pueblo de Destiny creía que la alcaldesa Morgan Keenan tenía demasiado trabajo para perder el tiempo con relaciones personales. Tuvo que ser Justin Hilliard, millonario, padre soltero y recién llegado al lugar, quien venciera sus defensas. Con la ayuda de su adorable hija, Justin le demostró poco a poco a la hermosa y voluntariosa alcaldesa que podía amar y ser amada. El sitio de Morgan

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El amor lo cura todoEl amor lo cura todoPatricia Thayer

3º Tres destinos

El amor lo cura todo (2009)Título Original: A mother for the tycoon's child (2007)Serie: 3º Tres destinosEditorial: Harlequin IbéricaSello / Colección: Jazmín Miniserie 38Género: ContemporáneoProtagonistas: Justin Hilliard y Morgan Keenan

Argumento:

¡Salvada por un millonario!

Todo el mundo en el pequeño pueblo de Destiny creía que la alcaldesa Morgan Keenan tenía demasiado trabajo para perder el tiempo con relaciones personales. Tuvo que ser Justin Hilliard, millonario, padre soltero y recién llegado al lugar, quien venciera sus defensas. Con la ayuda de su adorable hija, Justin le demostró poco a poco a la hermosa y voluntariosa alcaldesa que podía amar y ser amada. El sitio de Morgan

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estaba con ellos, no sólo como la adorada esposa de Justin, sino también como la madre que siempre había soñado ser.

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Capítulo 1No había ni rastro de él.

Asomada a la ventana de la tienda de artesanía situada en el hostal de su familia, Morgan Keenan esperaba con impaciencia al presidente de una de las compañías más importantes de la nación. El hecho de que Justin Hilliard se hubiera interesado en el proyecto era una oportunidad que no podía dejar escapar.

Observó las nubes que empezaban a reunirse en lo alto de las montañas de San Juan. La predicción meteorológica había pronosticado que nevaría por la noche. La estación todavía no estaba muy avanzada, pero podía ser una bendición para el pequeño pueblo minero de Destiny, Colorado. Especialmente cuando intentaba construir una estación de esquí.

Desde que había sido elegida alcalde el año anterior, Morgan había trabajado duro diseñando el proyecto y buscando posibles inversores. Había recibido algunas aportaciones en los meses anteriores, pero había sido cuando había oído hablar de Justin Hilliard, de Hilliard Industries, cuando había empezado a pensar que el proyecto podía hacerse realidad.

Había llegado el día. Justin Hilliard iba a llegar al pueblo para conocerla. ¿O no?

Echando un último vistazo al aparcamiento vacío, Morgan fue a la parte de atrás de la tienda que servía de complemento al hostal que regentaban sus padres. Colocó una silla junto a la ventana para tener una buena vista del aparcamiento y se sentó a trabajar en una colcha.

Morgan enhebró una aguja tal y como su madre le había enseñado a hacer hacía muchos años. Coser y tejer había sido su tabla de salvación muchas veces, su refugio para relajarse. Si el señor Hilliard aceptaba invertir en la estación de esquí, sus dolores de cabeza habrían terminado.

A los pocos minutos estaba ya tan enfrascada en el trabajo que no se dio cuenta de que había alguien más con ella. Era una niña de pelo moreno, bajita y vestida con un traje de esquí rosa de nylon.

—Hola —dijo Morgan sonriendo.

La niña no contestó.

Al hostal no solían acudir muchas parejas con niños, de modo que Morgan supuso que se trataba de una turista.

—Me llamo Morgan. ¿Cómo te llamas tú?

—Lauren —dijo la chica tímidamente.

—Bonito nombre. ¿Quieres ver lo que estoy haciendo?

La chica la miró fijamente con sus enormes ojos azules y, para sorpresa de Morgan, corrió hacia ella entusiasmada.

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—Se llama una colcha de anillo nupcial —explicó Morgan—. ¿Ves los círculos? —dijo marcándolos con el dedo—. La idea es que parezcan dos anillos.

La niña no dijo nada, pero observó atentamente el dibujo.

—Estaba pensando en utilizar el azul —continuó Morgan—. Me gusta mucho. ¿Cuál es tu color favorito?

—El rosa… —respondió la chica de nuevo con gran timidez.

Entonces, la pequeña se echó en brazos de Morgan. Un suave perfume la inundó. Morgan se tomó unos segundos para saborear aquel maravilloso regalo que había recibido, ya que podía ser lo más cerca que podría estar de tener una chiquilla como ella entre sus brazos.

Justin Hilliard se detuvo frente al mostrador del Hostal Keenan. Odiaba llegar tarde. La puntualidad era una norma que intentaba llevar con la máxima disciplina. Para él, el que su avión privado hubiera tenido un contratiempo mecánico no servía de excusa. Sin embargo, a Lauren le había costado quedarse dormida y, al llegar, había decidido esperar un poco a que se despertara.

—Siento el retraso, señor Hilliard —dijo la encargada, una mujer de edad avanzada con el pelo gris corto—. Le hemos alojado en la suite de la segunda planta. Mi marido está preparándolo todo para acomodar a su hija.

—Gracias, señora Keenan. Le pido disculpas por no haberle avisado con tiempo.

—No se preocupe —dijo la mujer—. Todos hemos estado esperando su visita con entusiasmo. Sobre todo mi hija Morgan.

Justin miró su reloj. Llegaba una hora y media tarde.

—Había quedado con ella hoy, pero creo que voy a tener que rehacer los planes. Quiero instalar primero a Lauren.

Justin se dio la vuelta para comprobar que su hija estaba sentada en silla de madera antigua donde le había dicho que esperara unos minutos antes, pero no estaba. Miró a su alrededor buscándola.

—¿Lauren? —la llamó intentando mantener la calma.

—Seguro que está por aquí —dijo la señora Keenan saliendo de detrás del mostrador—. Debe de haber entrado en la tienda.

La mujer lo guió por un pasillo hasta una sala que guardaba los típicos souvenirs para turistas, pero la pequeña no estaba allí.

A Justin le empezó a entrar el pánico. Desde la muerte de su madre, Lauren siempre caminaba junto a él sin separarse ni un metro. La mujer sonrió para calmarlo y se dirigió a una habitación trasera.

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Justin se quedó perplejo al ver a su hija en el regazo de una mujer que, sosteniendo la mano de Lauren con suavidad, guiaba una aguja por un anillo nupcial hecho de punto. La escena lo conmovió. La mujer tenía un largo cabello de color caoba que se derramaba sobre sus hombros en elegantes tirabuzones. Cuando sonreía, su nariz se arrugaba de una manera muy graciosa, y su forma de mirar tenía algo que Justin encontraba sumamente encantador.

—Parece que su hija ha encontrado una nueva amiga —apuntó la señora Keenan saliendo de la habitación.

Entonces, Lauren se dio cuenta de su presencia y, bajándose del regazo de la mujer, fue hacia él con tristeza.

—Lauren, no deberías irte así —dijo arrodillándose y pasando un brazo alrededor de ella—. Estaba muy preocupado.

—Lo siento —susurró la pequeña.

—La próxima vez, avísame, ¿vale?

Justin se levantó y se dirigió a la mujer que con tanta facilidad se había ganado la confianza de su hija.

—Me llamo Justin Hilliard —dijo extendiendo la mano.

—Y yo Morgan Keenan —replicó ella estrechándole la mano—. Lo siento mucho, no tenía ni idea de que Lauren se hubiese escapado ni de que fuera su hija.

—No suele hacer este tipo de cosas.

«Y mucho menos hablar con extraños», pensó él.

—Bueno, es bienvenida aquí cuando quiera —dijo Morgan sonriendo a la pequeña—. Pero, en lo sucesivo, tendrá que pedir permiso antes.

La señorita Keenan era aún más hermosa de cerca. Tenía unos ojos verdes muy expresivos. ¿Quién podría haberse imaginado que la alcaldesa con la que había hablado por teléfono sería tan delicada y tan femenina?

—A mí me parece bien —respondió Justin sintiendo de repente la boca seca.

—Perfecto —dijo Morgan pasándose la mano por la larga falda que llevaba—. Espero que usted y Lauren hayan tenido un buen viaje.

—Hemos tenido algunos contratiempos —dijo Justin con la mano sobre el hombro de Lauren—. Espero que mi retraso no le haya causado ningún problema.

Morgan negó con la cabeza conteniendo su nerviosismo. Justin Hilliard era mucho más atractivo que en las revistas y periódicos que había leído. Era alto, ancho de hombros, tenía los ojos grises y llevaba unos pantalones vaqueros, botas y un jersey de color café.

—Había planeado pasar el día con usted para hablar sobre el proyecto de Silver Sky Canyon —dijo Morgan.

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—Le tengo que pedir disculpas —contestó Justin—. Me temo que vamos a tener que rehacer los planes. Acabamos de llegar y me gustaría acomodar a mi hija. De todas formas, ya que he venido con ella, he pensado pasar aquí toda la semana. Así, podré trabajar y pasarlo bien al mismo tiempo.

El que un hombre tan ocupado como él quisiera pasar una semana entera allí era una estupenda noticia.

—Eso es fantástico —dijo Morgan—. Hay muchos sitios para visitar por aquí. Espero que hayan traído ropa de abrigo. El parte meteorológico ha pronosticado nieve. Seguramente sólo serán unas rachas de poca monta, pero conviene estar preparado. Además, puede ser divertido —dijo Morgan, dándose cuenta de pronto de que estaba hablando sin parar de lo nerviosa que estaba—. Siento hablar más de la cuenta, señor Hilliard. Como ve, estoy impaciente por hablar del proyecto.

—No tiene que pedir disculpas por nada —sonrió él—. Y, por favor, llámame Justin.

—Y tú a mí Morgan —dijo ella, feliz por la presencia en Destiny de aquel hombre tan importante, contenta de que no hubiera cambiado de opinión—. Y no se preocupe, podemos cambiar los planes sin problemas.

Morgan se volvió hacia la pequeña.

—A lo mejor, cuando hayas descansado, te apetece bajar por aquí y seguir con lo que estábamos haciendo —le dijo sonriendo.

Lauren se volvió hacia su padre con ojos inquisitivos.

—Creo que hoy lo pasaremos dando una vuelta por los alrededores —dijo Justin.

En ese momento, Claire Keenan se unió de nuevo al grupo.

—La suite ya está preparada, señor Hilliard. Podemos enviarle algo de comer, si quiere.

—No se preocupe, no quisiera ser una molestia —dijo Justin.

—Qué va a ser una molestia —respondió la madre de Morgan haciendo un gesto con la mano—. Queremos que se sienta como en casa.

—Creí que ése era tu trabajo —sonrió Justin mirando a Morgan.

—Yo colaboro, pero los platos de mi madre son una de las atracciones de Destiny que no debería perderse por nada del mundo —replicó Morgan sonrojada.

—Estoy deseando conocer este lugar —dijo Justin mirándola de tal forma que provocó un pequeño torrente sanguíneo en las venas de Morgan.

Morgan fue hasta la cocina, el punto neurálgico del hostal y de la familia Keenan. Aquél era el lugar donde sus hermanas, Paige y Leah, y

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ella habían crecido. Allí se hablaban todos los problemas y se celebraban los triunfos, allí se compartían las risas y los llantos.

—¿Se han instalado ya? —le preguntó Claire Keenan a su hija.

—Sí, están estupendamente —respondió Morgan—. Gracias por ocuparte de todo, mamá.

—Ha sido un placer —sonrió su madre—. Además, teníamos una suite libre.

—Debería haberle reservado la suite, pero me dijo que vendría sólo por un día —explicó Morgan—. En cambio, va a quedarse una semana y ha venido con su hija —añadió sorprendida.

—Es tan dulce… —comentó Claire—. Me pregunto dónde estará su madre.

Encontrar información sobre Justin Hilliard no había sido difícil. Lo primero que Morgan había hecho había sido hablar con su hermana. Paige había vivido en Denver durante casi diez años, y sabía todo sobre Hilliard Industries.

—Hace un año se divorció de su mujer y obtuvo la custodia —le contó Morgan a su madre—. Hace seis meses, la madre de Lauren murió en un accidente de tráfico.

—Cielo santo… —dijo Claire—. Pobre niña. Así que los dos están solos…

A Morgan no le gustó nada la mirada traviesa de su madre. Cuando miraba así, estallaba una tormenta. Desde que había vuelto de la universidad, había intentado emparejarla casi con todos los hombres solteros que se habían dejado ver por los alrededores.

En ese momento, sus hermanas Leah y Paige entraron en la cocina.

—¿Ha llegado ya? —preguntó Leah.

—Sí —contestó Morgan.

—¿Es tan guapo como en las fotos? —preguntó Leah, que era bajita, rubia, y sonreía pícaramente mientras sostenía una hoja donde había impreso la página web de Hilliard Industries.

Tenía que admitir que no había esperado que Justin Hilliard fuera tan atractivo al natural, pero aquel cabello oscuro, aquellos ojos grises…

—Que sea guapo es algo que no tiene nada que ve con la estación de esquí —protestó Morgan.

—Ahora sí que estoy empezando a preocuparme —comentó Leah—. Ni siquiera reacciona ante un hombre atractivo.

—Vamos a ver, ¿se puede saber qué hacéis vosotras hablando de otros hombres cuando las dos estáis casadas? —dijo Morgan—. Y además, tú estás embarazada —añadió señalando a Paige.

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—Sí, pero estamos casadas, no ciegas —respondió su hermana Paige, que tenía el pelo moreno y estaba preciosa, a pesar de llevar ya ocho meses de embarazo—. Además, Reed sabe que sólo lo quiero a él.

—Y Holt también —apuntó Leah.

—Y yo quiero mucho a vuestro padre —se unió Claire—, pero Justin Hilliard tiene una forma de mirar que… Y esa chiquilla es tan mona…

—¿Ha venido con su hija? —le preguntaron sus hermanas—. ¿Cuántos años tiene?

—Debe de andar sobre los cinco, y es adorable —respondió Claire—. Se llama Lauren, y ya ha hecho buenas migas con Morgan.

—Parad de una vez —dijo ella tapándose los oídos—. Nada de esto tiene que ver con el proyecto que tengo entre manos. Ni siquiera he podido hablar con él tranquilamente todavía.

—Lo conseguirás, ya verás —aventuró Paige—. Si ha venido hasta aquí, es que está interesado. Es una buena inversión.

—No vendas la piel del oso antes de cazarlo, todavía tengo que convencerlo —dijo Morgan.

Lo que no iba a contarle a su familia era que la presencia de Justin Hilliard había despertado en ella sentimientos que no había tenido desde hacía mucho tiempo. Desde la universidad, había mantenido a los hombres a distancia para no sufrir de nuevo.

Justin Hilliard podía ser el hombre que le hiciera cambiar de actitud. Pero, por su propia salud mental, prefirió no pensar mucho en ello.

Cuando entraron en la suite, Lauren se fue directa a dormir, lo que le dio tiempo a Justin para responder su correspondencia. Se sentó en un escritorio que había junto a una ventana, abrió su ordenador portátil y se puso a trabajar.

En una esquina de la habitación había una enorme chimenea. El dormitorio tenía una cama grande y el cuarto de baño era muy íntimo.

En un principio, no había planeado viajar con Lauren, ya que no había pensado que aquel asunto fuera a durar más de un día. Sin embargo, ya desde hacía meses intentaba pasar todas las noches con ella. En el pasado, nunca había tenido mucho tiempo para pasarlo con ella, pero estaba dispuesto a cambiar.

Su hija iba a convertirse en una prioridad para él. Iban a ser una familia de verdad. Antes, tenía que resolver algunos asuntos de negocios, pero no podía concentrarse.

El hermoso rostro de Morgan Keenan daba vueltas constantemente en su cabeza, y no le gustaba. Estaba acostumbrado a concentrarse en cualquier circunstancia.

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Se sirvió una taza de café y miró por la ventana. Las montañas dominaban el paisaje. Destiny, el antaño pueblo minero, había tenido que dedicarse al turismo desde que la última mina de plata había sido cerrada.

La alcaldesa Morgan Keenan estaba intentando, precisamente, atraer turistas a la región. Se sentía intrigado por el pueblo y por aquella mujer, una combinación peligrosa que siempre había tratado de evitar. Mezclar los negocios con el placer era un error.

Años atrás, tras el fracaso de su matrimonio con Crystal, se había prometido a sí mismo no volver a establecer una relación seria con una mujer. Se había prometido ser lo más casto posible y, cuando no pudiera, llevar sus aventuras con la máxima discreción y, sobre todo, no aparecer en las revistas del corazón.

Ya había tenido suficientes portadas durante el proceso de divorcio con Crystal. Incluso después, su ex mujer había continuado explotando el tema.

Desgraciadamente, su trágica muerte había sido devastadora para Lauren.

Pero había decidido cambiar las cosas, luchar contra el pasado y empezar una nueva vida. Quizá Destiny pudiera ser un buen lugar para hacerlo.

Alguien llamó a la puerta. Cuando la abrió, allí estaba Morgan Keenan.

—No quisiera molestaros, pero pensé que, tal vez, tendríais un poco de hambre —dijo ella, que llevaba en la mano una bandeja con sandwiches, leche y café.

—Pasa, por favor —dijo él.

Morgan dejó la bandeja en la mesa del salón. Cuando se estaba dando la vuelta para irse, Justin le bloqueó la puerta.

—Por favor, quédate un momento —le pidió—. Odio comer solo.

—¿Y Lauren? —preguntó ella mirando alrededor.

—Está dormida —dijo yendo a por una silla del escritorio y poniéndola junto a la mesa—. Por favor, siéntate.

—No tienes por qué esperar a que yo me siente —observó ella.

—Un caballero siempre lo hace.

Morgan pasó junto a él, desplegando un suave aroma que le cautivó, y se sentó.

—¿Leche o café? —preguntó ella.

—Café, por favor —respondió Justin observándola mientras lo servía—. ¿Te importa si discutimos algunos puntos del proyecto?

—Por supuesto que no —respondió ella.

—Me preocupa el acceso a la estación. Según el mapa, está un poco lejos de la carretera.

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—Hace tiempo era un problema, es cierto —respondió ella—. El terreno que está en medio es propiedad de mi cuñado, Holt Rawlins. Es un paraje muy hermoso, lleno de cataratas, riachuelos y una naturaleza virgen.

—Suena precioso, me gustaría visitarlo.

—Sí, tal vez podamos ir mañana si el tiempo lo permite —dijo Morgan—. Volviendo a tu pregunta, hemos encontrado un acceso a través de la propiedad de mi cuñado mucho menos intrusivo. Además, Holt está deseando vender el terreno.

Justin intentaba concentrarse en lo que estaba diciendo, pero no podía apartar los ojos de sus labios. Los dedos delicados de Morgan sostenían la taza de café, los mismos dedos con los que le había vito bordar el anillo nupcial. ¿Cómo sería tener aquellas manos en su cuerpo?

No podía seguir pensando de esa manera. Tenía que concentrarse.

—Se ve que has estado mucho tiempo pensando en todo esto —comentó Justin.

—Es importante para mí. Este pueblo es el lugar donde he pasado casi toda mi vida. Además, como alcaldesa, he prometido hacer todo lo posible para atraer turistas y dinero a la región. De lo contrario, no podremos sobrevivir.

—El paisaje es increíble, sobrecogedor —dijo él levantándose de la mesa y yendo hacia la ventana.

—Debes de estar ya muy acostumbrado a ver las montañas de Denver —comentó ella siguiéndolo.

—Sí, Denver es muy bonito, pero hay algo especial aquí. Se respira paz, serenidad y tranquilidad. Para serte sincero, Morgan, estoy verdaderamente fascinado con este sitio.

La sonrisa de ella le dejó sin aliento. ¿Se habría dado cuenta?

—Debería irme —dijo Morgan apartándose de la ventana.

Entonces, el borde de la larga falda que llevaba se enredó con la mesa y estuvo a punto de hacer que se cayera al suelo de no haber sido porque Justin tuvo reflejos y la sujetó. De repente, la tuvo muy cerca de él, y pudo sentir la calidez de su cuerpo y su suavidad.

Sus ojos se cruzaron y ella se echó a temblar de repente.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—Sí, es que a veces soy un poco torpe —respondió.

—A todo el mundo le pasa.

—Debería ir a ayudar a mi madre con la cena —dijo apresurándose hacia la puerta—. Me ha dicho que os invite a Lauren y a ti.

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—No queremos ser una molestia para vosotros.

—Será un placer —sonrió ella—. La cena será a las seis. Si necesitas algo, sólo tienes que llamar.

Cuando Morgan cerró la puerta, Justin se preguntó qué había sucedido. ¿Por qué se había echado a temblar cuando él la había tocado? Había muchas preguntas sin respuesta, pero una era la más importante: ¿Estaba dispuesto a enredarse con una mujer que sería muy difícil de olvidar?

Justin se volvió de nuevo hacia la ventana. Si se decidía por Destiny como el lugar donde construir una nueva vida para Lauren y para él, Morgan sería parte de sus vidas.

—La cena estaba deliciosa, señora Keenan —observó Justin poniendo a un lado su plato, donde apenas quedaba nada del suculento pollo asado con patatas.

—Gracias —dijo ella levantándose de su asiento, que estaba junto al de su marido.

Morgan estaba frente a él. Se había cambiado de ropa y se había puesto un jersey negro que destacaba la suavidad y blancura de su rostro. Lauren estaba sentada junto a él. Había insistido en ponerse un bonito vestido rosa que tenía, y él había intentado peinarla con su mejor intención, aunque el resultado no era nada espectacular.

—Espero que haya dejado sitio para el postre, señor Hilliard —dijo Claire—. Morgan ha hecho una tarta de manzana para chuparse los dedos.

—Por favor, llámame Justin.

—Siempre que tú nos llames Claire y Tim —dijo ella tomando los platos de la mesa.

—Como tú ya has terminado, quiero proponerte algo —dijo Morgan levantándose también y yendo hacia Lauren—. Por supuesto, si le parece bien a tu papá.

—Por supuesto —dijo él mirando a su hija.

—¿Quieres venir conmigo y ayudarme? —le dijo Morgan a la pequeña tomándola de la mano.

Lauren asintió entusiasmada al tiempo que Justin la ayudaba a bajar de la silla.

—Hijas… —dijo Tim, el marido de Claire—. Es difícil negarles nada.

—Lauren lo ha pasado mal —comentó Justin en voz baja—. No puedo hacerle las cosas más difíciles todavía.

—Perder a un padre es algo terrible —asintió Tim—. Nuestras chicas perdieron a sus padres biológicos cuando eran todavía muy pequeñas. Fue una bendición encontrarlas.

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Antes de ir a Destiny, Justin había investigado un poco sobre la historia del pueblo y sobre la vida de su joven alcaldesa. Había descubierto lo unida que estaba la familia Keenan y cómo el pueblo entero había ayudado a criar a las tres chicas desde pequeñas.

—Debéis de estar muy orgullosos de ellas —observó Justin.

—Por supuesto —dijo Tim—. Y no tiene nada que ver con el hecho de que hayan ido a la universidad y hayan construido sus vidas. Son buenas personas. Son mujeres amables, cariñosas y, sobre todo, felices. Es todo lo que unos padres pueden desear.

—Daría lo que fuera por que Lauren fuera igual —dijo Justin.

—Por lo que he visto, yo diría que lo estás haciendo muy bien. La has traído contigo. No hay nada mejor que pasar tiempo con tus hijos.

—En mi trabajo, no es nada fácil.

Al observar la reacción de Morgan y del resto de la familia, Justin se dio cuenta de la falta que le hacía a Lauren una vida estable. ¿Podía dársela él?

—Siempre depende de uno mismo —dijo Tim—. Uno debe tomar decisiones.

—Eso deberías decírselo a mi padre —replicó Justin.

Marshall Justin Hilliard había creído siempre en el éxito a toda costa. Para él la familia había sido siempre algo secundario.

—Hilliard Industries es un gran grupo empresarial con intereses en todo el mundo —explicó Justin—. Exige mucho trabajo, aunque intento delegar cada vez más. En realidad, si hubiera querido, podría haber enviado a alguien aquí para discutir el proyecto.

Justin tomó un sorbo de su copa de vino, preguntándose cuánta información debía revelar. La sinceridad siempre había sido su punto fuerte en todos los negocios que había emprendido.

Morgan y Lauren entraron en la cocina. La pequeña llevaba orgullosa un pequeño plato de helado. Justin sonrió y ayudó a Lauren a sentarse. No había nada en el mundo como ver a su hija feliz.

—Si no envié a uno de mis ayudantes, fue por una razón muy concreta —dijo Justin.

El comentario atrajo la atención de Morgan.

—Si decido financiar una estación de esquí, no será una inversión de Hilliard Industries —anunció—. Será un proyecto mío y de Lauren porque, si decido seguir adelante, Destiny será también nuestro hogar.

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Capítulo 2La mañana siguiente, en la sala de conferencias del ayuntamiento,

Morgan sintió un rumor familiar en el estómago, pero consiguió vencer el nerviosismo. Podía hacerlo. Había trabajado duro durante años para conseguir el control de su propia vida. Se había ganado el puesto de alcaldesa con esfuerzo y toda la comunidad confiaba en ella. No les podía defraudar. Había repasado el proyecto tantas veces que se sentía capaz de recitarlo de memoria ante cualquiera.

El problema era que Justin Hilliard no era cualquiera. Tener a un hombre tan atractivo delante de ella, mirándola sin apartar la vista, la intimidaba un poco. Sería mejor que fuera acostumbrándose si realmente él iba a instalarse allí de forma permanente.

Incluso sin contar con el respaldo de su compañía, era mucho lo que Justin podía hacer por aquella pequeña región. Construir la estación significaría crear cientos de puestos de trabajo.

—Como puede ver, esta región es perfecta para construir una estación de esquí extremo. Las estaciones que actualmente están en funcionamiento tienen las plazas ocupadas con mucho tiempo de antelación. El objetivo es conseguir atraer a esquiadores que quieran ponerse metas más exigentes.

Morgan señaló los gráficos que Paige le había ayudado a diseñar, al lado de los cuales había extraordinarias fotografías que había tomado Leah.

—Con las instalaciones adecuadas y alojamientos de cinco estrellas, creo que podríamos conseguirlo —continuó.

—¿Qué pasa con los ecologistas? —preguntó Justin.

—Tenemos su aprobación siempre que mantengamos controlado el número de visitantes —sonrió Morgan.

—Esquí extremo… —repitió Justin pensativo.

—Ahora mismo es el último grito —comentó ella.

—¿No aumentará eso los costes de seguridad?

Morgan sabía que Justin la estaba poniendo a prueba. Un hombre como él jamás se habría desplazado hasta allí sin haber conseguido información previa. Morgan miró a Beverly Whiting, la tesorera del ayuntamiento, una mujer de mediana edad que había sido el mayor apoyo que Morgan había tenido desde el principio del proyecto.

—Las estimaciones están en el informe de Beverly —dijo Morgan—. Además, no olvides que nos estamos dirigiendo a un público muy particular, un público al que no le importa pagar un poco más si vale la pena.

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—Si decido invertir en este proyecto —dijo Justin después de pensarlo unos segundos—, y construir un hotel, puede que algunos negocios pequeños locales se vean perjudicados.

—Si contratas a la gente de aquí para las labores de construcción, la economía de todo el pueblo mejorará de forma inmediata. A largo plazo, nos recuperaremos gracias a los beneficios de la estación.

Aunque la idea era que el pueblo siguiera siendo el propietario de los terrenos, necesitaban un inversor que construyera la estación y la pusiera en funcionamiento.

Morgan pasó algunas páginas y le mostró el esquema de un pequeño centro comercial cerca del hotel que tenía en mente.

—Habíamos pensado que unas cuantas tiendas irían muy bien —comentó—. Nada de comida rápida y esas cosas. Sólo restaurantes con comida de calidad y tiendas de artesanía.

—¿Como la tuya?

—Tenemos un herrero en el pueblo que podría hacer preciosas piezas de joyería, y varios artistas a los que les encantaría vender sus diseños aquí.

—¿Qué pasa si decido contratar a mi propia gente? —preguntó Justin.

—Antes o después, tendrán que comprar en las tiendas del pueblo, y saldremos ganando —contestó Morgan—. De todas formas, en lo relativo a los costes, creo que sería mucho más rentable contar con la gente de aquí.

Justin estudió unos minutos más los informes en silencio, hasta que cerró su carpeta.

—Gracias, alcaldesa —dijo estrechándole la mano a Morgan, después a Beverly y por último a Paige—. Tu presentación ha sido muy buena —añadió en dirección a Morgan.

—Este proyecto significa mucho para todos nosotros. Hay mucha gente involucrada que ha colaborado.

Acababa de terminar de hablar cuando Lyle Hutchinson, de unos cincuenta años, entró en la sala.

—¿Creíste que no me enteraría de esto? —dijo caminando hacia Morgan—. El que seas la alcaldesa no te da derecho a hacer lo que te dé la gana.

Aquello era justo lo último que necesitaba. Lyle Hutchinson, descendiente de una de las familias fundadoras de Destiny, odiaba que lo dejaran de lado, no podía soportar no obtener ningún beneficio del proyecto ni poder dar su opinión.

—Lyle, tú estabas presente, como todos los demás, cuando votamos el proyecto en la última reunión —le recordó Morgan—. Quizá si hablaras con el señor Hilliard…

El banquero señaló a Morgan con el dedo en señal de amenaza.

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—No te saldrás con la tuya —dijo—. Te pararé los pies aunque sea lo último que haga.

Justin no podía permitir que aquel hombre amenazara a Morgan sin hacer nada. Levantándose de la mesa, fue hacia él.

—Será mejor que se mantenga alejado de la señorita Keenan —le advirtió.

—Esto no es asunto suyo —dijo Lyle ignorándolo.

—Ahora lo es —insistió Justin—. Por última vez, le pido que no se acerque a ella o tendré que intervenir. Usted elige.

El hombre miró a Morgan unos segundos más y prefirió hacer lo que Justin le había sugerido.

—Esto no ha acabado, Morgan. Te echaré del Ayuntamiento. Te doy mi palabra.

—Por favor, Lyle, éste no es el momento —dijo ella.

La puerta se abrió de nuevo y entró un hombre alto uniformado con una placa plateada en el pecho.

—Hutchinson —dijo yendo hacia él—. No recuerdo que se te haya invitado a esta reunión.

—Si tiene que ver con este pueblo, me concierne, sheriff —dijo Lyle.

—No si persistes en armar jaleo —contestó el sheriff con firmeza—. Creo que deberías irte.

Lyle hizo un ademán de continuar la discusión, pero se lo pensó dos veces.

—Ya nos veremos, Morgan —la amenazó antes de salir por donde había entrado, seguido por el sheriff.

—Lamento mucho la interrupción —se disculpó Morgan.

—Al diablo con él —dijo Justin quitándole importancia al incidente—. ¿Estás bien? —preguntó observando su palidez.

—Sí, no te preocupes —respondió ella—. No puedo creer que haya montado esta escena.

Aunque estaba embarazada, Paige Keenan Larkin se levantó de su silla y fue hasta su hermana.

—Señor Hilliard, créame cuando le digo que el señor Hutchinson no representa a la mayoría de las personas de este pueblo —dijo Paige—. Durante mucho tiempo, la familia Hutchinson tuvo el poder en este lugar. Morgan tuvo la valentía de presentarse contra él por la alcaldía. Morgan ve un futuro para Destiny que no contempla el beneficio de los Hutchinson como una prioridad.

El sheriff volvió a entrar en la sala.

—Me debería haber imaginado que Lyle intentaría algo así hoy. He estado hablando con él. Le he dicho que con amenazas e intimidaciones

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no conseguirá nada —dijo, y se volvió hacia Justin—. Me llamo Reed Larkin —añadió estrechándole la mano—. Soy el marido de Paige.

—Encantado de conocerlo, Reed. Yo soy Justin Hilliard, y estoy sorprendido. Siempre había oído decir que los pueblos pequeños eran aburridos, pero éste… —dijo sonriendo.

—Pues hoy no es un día especialmente problemático —Reed le guiñó un ojo.

—Ya está bien de bromas —protestó Paige—. Aquí nunca pasan estas cosas, señor Hilliard. Destiny es un pueblo tranquilo y la gente vive en paz. Eligieron a Morgan como alcaldesa porque tenía ideas nuevas para la región.

—Por lo que he visto, deduzco que el señor Hutchinson se opone a la idea de la estación de esquí —comentó Justin mirando a Morgan.

—Dice que, si lo hacemos, se romperán todas las tradiciones de Destiny, que se llenará de turistas, pero no es verdad. La estación tendrá un cupo limitado, y estará a más de siete kilómetros del pueblo. Además, sólo abrirá en invierno.

Morgan miró a Justin con una sonrisa tímida.

—Eso no quiere decir, por supuesto, que no vengan en verano a hacer camping o excursiones por las montañas —continuó—. Sería estupendo para nuestra comunidad —añadió con vehemencia.

—Ya ve por qué la gente la votó a ella, tiene ideas nuevas —sonrió Paige mirando su reloj—. Por cierto, tengo que irme. Tengo una cita con el médico, aunque, si necesitáis que me quede…

—¡No! —exclamó Morgan—. Ve ahora mismo a cuidar de mi sobrina. Yo iré enseguida —sonrió dándole un beso.

Reed acompañó a su esposa hasta la puerta y ambos salieron de la sala. A los pocos minutos, sólo quedaban allí Morgan y Justin.

—Tienes una familia cariñosa y muy numerosa —comentó él.

—Puede que no seamos muchos, pero cuando los bebés de Paige y Leah vengan al mundo, ya seremos nueve.

Justin envidiaba lo unidos que estaban. Él había crecido en una casa llena de sirvientes donde el concepto de familia apenas existía. Su padre, Marshall Hilliard, apenas había pasado tiempo en casa, y su madre no había tenido demasiado instinto maternal. Un día, a la edad de diez años, sin previo aviso, se había ido dejándolo solo.

—Para las familias reducidas, como Lauren y yo, nueve es un número inabarcable.

—¿Qué hay de tus padres?

—Se podría decir que a mi padre nunca le ha gustado jugar a ser un hombre de familia. En cuanto a mi madre… Un día se fue de vacaciones y nunca volvió.

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—Cuánto lo siento —dijo Morgan—. Yo no sé qué haría sin mi familia. Puede que suene un poco rimbombante, pero, para mí, este pueblo es mi familia. He vivido aquí casi toda mi vida. No me gustaría estar en ningún otro sitio.

—¿Nunca has querido marcharte?

—Lo hice una vez. Fui a la universidad unos años, pero… —una sombra oscura cruzó sus ojos verdes—. Lo echaba tanto de menos que terminé volviendo.

—¿Nunca has intentado terminar la carrera?

—Hace unos años me licencié en la universidad Fort Lewis, en Durango.

—Eso es admirable —dijo Justin, cuyo interés por aquella mujer crecía a cada segundo—. La mayoría de las personas que dejan la universidad nunca vuelven.

—Mi madre quería que terminara. No es que me obligara a punta de pistola, pero casi —dijo sonriendo.

—Veo que tienes la diplomacia de un buen político —comentó Justin sonriendo también.

—Mi padre siempre dice que he nacido para esto.

—Puedes estar segura de que a mí ya me has convencido.

Odiaba la capacidad de aquel hombre para llegar hasta ella. Justin Hilliard era atractivo, poderoso y estaba flirteando con ella. ¿Por qué no se sentía amenazada?

—¿Quieres hablar de algo más antes de que vayamos al sitio que hemos elegido para la estación? —le preguntó Morgan intentando enfriar la situación.

—¿Tenemos tiempo para pasarnos por alguna compañía inmobiliaria? —preguntó él consultando su reloj.

—¿Quieres decir que te estás planteando en serio invertir aquí? —preguntó ella esperanzada.

—Si no fuera así, no estaría aquí.

Dos horas después, estaban de camino al lugar elegido. Morgan no podía dejar de darle vueltas a las palabras de Justin. ¿Era realmente posible que todo lo que había soñado fuera a hacerse realidad?

Morgan salió de la carretera al llegar al terreno del que había hablado a Justin.

—Este lugar ha sido propiedad de los Rawlins desde hace tres generaciones. Holt se hizo cargo de la granja hace un año. Para tratarse de un asesor financiero de Nueva York, no lo está haciendo nada mal.

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—Además de estar casado con tu hermana pequeña, Leah —observó Justin.

—Veo que mi madre te ha opuesto al tanto de todo —sonrió ella.

—Entre otras cosas. Fue muy amable esta mañana al ofrecerse a cuidar a Lauren —dijo Justin observando el paisaje—. Es un lugar precioso.

—No creo que cuidar a tu hija sea un esfuerzo para ella.

Morgan miró las montañas que tan acostumbrada estaba a ver. Las diferentes tonalidades ocres se mezclaban con el verde de los árboles y la fina capa de nieve que había caído la noche anterior.

—Sí, es muy bonito, pero los pueblos pequeños también tienen sus desventajas —dijo Morgan—. Hay pocos restaurantes, no hay cines cerca y todo el mundo se entera de tu vida privada enseguida.

—Si me decido a invertir aquí, el hotel tendrá un gran restaurante y televisión por cable —prometió Justin—. Además, con una hija de cinco años, no es vida social precisamente lo que busco —dijo con gesto serio—. Cuando tu vida ha sido aireada a los cuatro vientos en todos los medios de comunicación habidos y por haber, salir por ahí no es lo que más te apetece. No me preocupo por mí, sino por Lauren. Se merece tener la oportunidad de llevar una vida normal.

Sus palabras la conmovieron. Era un buen padre. Si había un hombre al que pudiera llegar a abrirle las puertas de su vida, era él. Pero, entonces, una profunda tristeza la inundó, porque recordó que ella nunca podría tener una relación normal con nadie.

Ningún hombre quería involucrarse con una mujer con tantas cicatrices emocionales como ella.

—Me siento como si me hubiera escapado del colegio —dijo Justin sonriendo.

—Así es como nos gusta que se sienta la gente cuando viene aquí.

Morgan detuvo el coche junto al edificio de dos plantas que dominaba la propiedad. La valla que la circundaba había sido restaurada. El edificio había sido pintado de verde y blanco recientemente. Holt no había perdido el tiempo.

—Impresionante —dijo Justin.

—Holt ha pasado todo este último año haciendo mejoras —comentó Morgan.

Abrió la puerta del coche y salió al exterior. En un acto que ya se había convertido en instintivo, miró al cielo, cubierto de nubes. El parte meteorológico había vuelto a pronosticar nieve. Se puso el abrigo, rezando para que no empezara a descargar todavía y, seguida de Justin, fue hasta la puerta, que se abrió antes de que llegaran.

A pesar de su embarazo, Leah seguía siendo la misma chica bajita, rubia y preciosa de siempre.

—Bienvenidos —dijo haciéndose a un lado para invitarlos a entrar.

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Cruzaron un pequeño vestíbulo hasta llegar a una enorme cocina con fogones alimentados por madera y una encimera de granito negro.

—Leah, te presento a Justin Hilliard. Justin, ella es mi hermana Leah.

—Al fin nos conocemos, señor Hilliard —dijo su hermana.

—Por favor, llámame Justin —le pidió él, observando lo hermosas que eran las tres hermanas, aunque él a quien prefería era a Morgan.

—Estamos muy contentos de tenerte aquí —dijo Leah—. Ojalá no hiciera tanto frío —comentó, y se volvió hacia Morgan—. Intenté llamarte antes de que salieras del pueblo. Tenemos un pequeño problema.

—¿Le pasa algo al bebé? —preguntó Morgan preocupada.

—No, no, el bebé está bien. Se trata de un ternero que está a punto de nacer. Su madre, Shady Lady, está teniendo un parto muy largo y está cansada. Holt está con ella desde esta mañana.

La puerta de la cocina se abrió y un chico rubio de unos ocho o nueve años entró.

—Hola, mamá —dijo—. Papá va a llamar al veterinario. Hola, tía Morgan.

—Hola, Corey —dijo ella—. ¿Cómo está mi sobrino favorito?

—Bien —contestó el pequeño—. Estoy ayudando a papá con Lady.

—Eso está muy bien, Corey —dijo Morgan—. Mira, quiero presentarte a Justin Hilliard. Justin, te presento a mi sobrino, Corey Rawlins.

—Encantado de conocerlo, señor —dijo Corey estrechándole la mano.

—Igualmente, jovencito.

Un hombre alto, con el pelo del color de la arena, vestido con unos pantalones vaqueros, botas y sombrero de cowboy, entró.

—Cielos, hace frío ahí fuera —dijo quitándose la chaqueta y el sombrero y colgándolos en el perchero—. Hola, soy Holt Rawlins. Tú debes de ser Justin Hilliard.

—El mismo —dijo él—. Según tu esposa, tienes un pequeño problema.

—Sí, mi yegua favorita está teniendo algunas dificultades para parir —dijo yendo al lado de Leah—. Sólo venía a llamar al veterinario y decirle a Morgan que ahora mismo no puedo ausentarme.

—No te preocupes, Holt —dijo ella—. Si nos dejas el jeep iremos nosotros solos.

—Claro, pero no os demoréis mucho, está a punto de estallar una tormenta. Y, ahora, sintiéndolo mucho, debo ir a hacer esa llamada —añadió desapareciendo en una habitación contigua.

—Si vamos a ir, será mejor salir cuanto antes —le dijo Justin a Morgan.

—Estoy de acuerdo —respondió ella volviéndose hacia su hermana—. Siento tener que irme tan pronto.

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—Iría con vosotros, pero no creo que al bebé que llevo le sentara muy bien tanto ajetreo. Pero sí puedo daros un termo de café y algo para picar —dijo tendiéndoles una cesta.

—Gracias, Leah —dijo Justin.

—Sí, gracias —añadió Morgan.

—Sólo lo hago para colaborar con el proyecto —dijo la hermana pequeña de Morgan—. Justin, ya verás como te enamoras del lugar en cuanto lo veas.

—El veterinario está en camino —dijo Holt uniéndose de nuevo a ellos—. Iré con vosotros hasta el establo.

Holt le dio un beso largo y apasionado a su esposa, un beso que habría hecho morirse de envidia a cualquiera que no tuviera a nadie especial en su vida. Justin miró a Morgan. ¿Tenía ella alguien especial?

—¿Listos? —preguntó Holt.

Ambos asintieron y lo siguieron hasta el establo, donde había un viejo jeep aparcado.

Holt los despidió con la mano.

—Bueno, ahora estamos solos —dijo Justin subiéndose al coche.

—No te preocupes. He estado aquí miles de veces.

Quería que Justin viera el lugar, y le daba igual la predicción del tiempo y la amenaza de tormenta. Si posponía todavía más la visita, corría el riesgo de que Justin perdiera su interés, y ella tenía esperanzas de que el proyecto pudiera empezar en primavera.

—Será mejor que nos demos un poco de prisa para que no nos pille la tormenta —dijo Morgan.

—Entonces, vamos allá. Quiero ver de lo que estamos hablando antes de comprarlo.

Sus palabras llenaron de vigor a Morgan. Tenía que conseguirlo, aunque el precio fuera pasar mucho tiempo a solas con un hombre. Algo que había evitado desde hacía mucho tiempo.

La carretera de subida era estrecha y llena de curvas, pero era la mejor forma de disfrutar del paisaje, el futuro acceso a la estación de esquí. Morgan deseó que a Justin le estuviera gustando Silver Sky Canyon.

Al cabo de unos minutos, detuvo el coche.

—Ven —dijo ella abriendo la puerta—. Quiero enseñarte algo.

Justin salió al exterior. Morgan se puso el abrigo y se tapó la cabeza con un pañuelo. Todavía había poca nieve, y podían verse las montañas con toda claridad.

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—Tenías razón —dijo Justin—. Este lugar es maravilloso. Casi da pena tocarlo.

—En realidad, no vamos a tocar nada —observó ella—. Recuerda que no vamos a hacer pistas para el gran público. Este sitio es perfecto para hacer esquí extremo.

—He estado informándome un poco al respecto y tienes razón, está muy de moda —dijo Justin.

—Y piensa en la cantidad de complementos de ropa que podríamos vender en el hotel —dijo ella soñando despierta—. Podríamos organizar visitas guiadas y cursillos de aprendizaje. Cualquiera que quiera bajar por estas pistas, deberá pasar antes unas pruebas.

Justin vio los primeros copos de nieve bailando alrededor del rostro de Morgan. Era difícil concentrarse en algo con semejante belleza a su lado.

—Y seguramente ya habrás pensado en los habitantes del pueblo que podrán encargarse de esos trabajos, ¿verdad? —preguntó él.

—Claro. ¿Por qué no contratar a los mejores? Son los que mejor conocen el lugar, los que han estado esquiando aquí desde niños.

—¿Hay algún acceso desde la autopista? —preguntó Justin acercándose a ella y señalando la carretera.

—Esta es la parte trasera de la propiedad de Holt. Está deseando vendernos lo necesario para que podamos construir la estación.

—¿Qué distancia hay hasta la autopista? —insistió él.

—Doce kilómetros —respondió Morgan—. Doce kilómetros de un paisaje tan bonito como éste. La única condición que ha puesto Holt es que no pongamos grandes letreros que afeen la vista.

—Estoy de acuerdo con él —comentó Justin—. Este proyecto me gusta cada vez más.

Se miraron a los ojos durante un segundo, pero fue suficiente para que Morgan sintiera un estremecimiento en todo su cuerpo.

Intentó apartarse de él, pero perdió el equilibrio. Justin la sujetó inmediatamente.

—Ten cuidado.

—Ya te dije que era un poco torpe —sonrió ella nerviosa.

—Creo que deberíamos volver. La tormenta está cada vez más cerca.

Enfadada consigo misma por la reacción que había tenido hacia Justin, Morgan lo guió de nuevo hasta el jeep y entraron. Encendió el motor rezando por que pudiera regresar al rancho de Holt sin contratiempos.

En cuanto puso el vehículo en marcha, supo que no iba a resultar nada fácil. La nieve estaba empezando a caer con fuerza.

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—Vaya, el hombre del tiempo por fin ha acertado —sonrió ella intentando quitarle importancia.

Cuando tomó la estrecha carretera, esa vez cuesta abajo, Justin la miró.

—Esto es un poco peligroso —le dijo—. ¿Eres buena conduciendo?

—Sí, no te preocupes —respondió ella—. Voy despacio porque hay poca visibilidad.

—Si quieres que conduzca yo, sólo tienes que decírmelo.

—De verdad, no te preocupes, puedo hacerlo —mintió Morgan.

¿Cómo había podido cometer la locura de subir con él hasta allí con el tiempo que hacía? ¿Qué iba a pensar de ella?

Pero ya no servía de nada hacerse más preguntas. El jeep bajaba por un camino lleno de obstáculos y acababa de pasar por encima de una roca enorme.

—Esto es como un parque de atracciones —dijo Justin intentando bromear.

Justo en ese momento, una de las ruedas del vehículo impactó con un pequeño bache, se descontroló y, girando, se salió de la carretera y fue a chocarse contra un grupo de rocas. Los viejos cinturones de seguridad no consiguieron contener el golpe y Morgan se abalanzó contra el cristal.

—¿Estás bien? —le preguntó Justin inclinándose sobre ella.

—¿Qué ha pasado? —dijo, aturdida.

—Nos hemos salido de la carretera. Quédate aquí, iré a echar un vistazo —dijo sacando una linterna de la guantera y saliendo al exterior.

Al cabo de lo que le pareció una eternidad, Justin entró de nuevo cubierto de nieve. Una masa de aire frío penetró en el vehículo.

—La transmisión se ha roto.

—¿Eso es importante? —preguntó Morgan, que no tenía ni idea de qué le estaba hablando.

—Sí, es importante. Siempre que quieras que el coche se mueva, claro. Además, tenemos que sacarlo de las rocas.

—Entonces, estamos atrapados.

—Hay que llamar a Holt —dijo él—. ¿Aquí hay cobertura?

—A veces sí, a veces no —respondió Morgan sacando su teléfono móvil y viendo que apenas había.

A pesar de todo, marcó el teléfono de la casa de su hermana.

—Hola —respondió Leah—. Morgan, ¿dónde estáis?

—Es una larga historia —respondió ella—. Estamos atrapados a mitad de camino de la montaña. El jeep está… roto. ¿Crees que Holt podría venir a por nosotros?

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—Hola, Morgan —dijo Holt poniéndose al teléfono—. Lo intentaré, pero, con este tiempo, voy a tardar un poco en llegar. Lo más importante es que os pongáis a cubierto.

Morgan miró a su alrededor. La nieve lo cubría todo, pero había ido muchas veces con su padre de excursión. Él le había enseñado técnicas de supervivencia.

—¿Podemos quedarnos en el jeep? —le preguntó a Holt.

—Si la nieve sigue cayendo, no —respondió su cuñado—. Mira, voy a llamar a Reed e intentaremos llegar hasta allí antes de que el paso quede bloqueado. Pero vas a tener que darme alguna indicación de dónde estáis.

—Holt necesita alguna referencia —dijo Morgan mirando a Justin.

Sin pensarlo dos veces, Justin salió al exterior, miró a su alrededor, y volvió al interior.

—Holt, estamos a unos tres kilómetros de la cima —dijo tomando el teléfono—. Hay una formación rocosa aquí cerca que parece una iglesia.

Justin sacó un trozo de papel y apuntó algo que debía de estar diciéndole Holt.

—Entendido, intentaré llamarte cuando lleguemos allí. Muchas gracias —y colgó, guardándose el teléfono móvil de Morgan.

—Vamos —le dijo—, tenemos que llegar hasta una cueva que hay aquí cerca. Holt dice que Corey la usa habitualmente.

—Sí, la conozco —dijo ella intentando que no la dominara el miedo.

Justin tomó la cesta que les había dado Leah, la linterna y una manta.

—Holt dijo que la cueva está a un kilómetro de aquí más o menos. Allí podremos resguardarnos de la tormenta.

Morgan se abrochó el abrigo y se puso los guantes. Tomó la manta, respiró profundamente y abrió la puerta del coche. Corriendo, siguió a Justin a través de las rocas.

Por primera vez en su vida, tenía que confiar en un hombre que apenas conocía.

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Capítulo 3Con la luz del sol desapareciendo rápidamente y el viento en contra,

no le fue fácil encontrar la cueva. Justin intentó proteger a Morgan todo lo que pudo del frío.

—Debe de estar por aquí —dijo Morgan viendo que reconocía el lugar al tiempo que Justin iluminaba con la linterna.

Justin la sostenía entre sus brazos para darle calor.

—Aquí —anunció ella—. Aquí es —añadió dirigiéndose a la entrada.

Justin entró primero y, cuando vio que todo estaba despejado, volvió a por ella mientras antes de dejar en el suelo de roca la cesta con la comida y todo lo que había sacado del coche antes de salir.

—Parece que la ventilación es buena —observó Justin—. Y lo mejor es que no parece que vayamos a tener que compartirla con otros animales —sonrió fijándose en algunas señales que indicaban que la cueva había sido utilizada antes que ellos, como una hoguera en el centro de la cavidad principal.

—De todos modos, será mejor que salga a buscar leña antes de que se haga de noche —dijo dirigiéndose a la entrada.

Morgan comenzó a seguirlo.

—No —dijo él—. Creo que será mejor que tú te quedes aquí.

—¿Por qué? Yo también puedo ir a por leña contigo.

—Bueno —accedió Justin—. Pero no te separes de mí —añadió frunciendo el ceño y sacando el teléfono móvil para llamar a Holt.

Aunque la cobertura era mala, fue capaz de decirle que habían conseguido llegar sanos y salvos a la cueva.

—Al menos, Leah no se preocupará —suspiró Morgan cuando colgó.

—Holt no correrá el riesgo de venir esta noche —aventuró Justin—. Me alegro de que Lauren esté con tu madre.

—Yo también —dijo ella.

No tuvieron que ir muy lejos para encontrar madera, ya que, a escasos metros de la entrada, había un árbol caído. Morgan recogió las ramas pequeñas mientras Justin se encargaba de los trozos grandes. Regresaron de inmediato cargando con lo que habían conseguido encontrar. Morgan no dejaba de echarse la culpa por cuanto había ocurrido, porque Justin tuviera que pasar la noche con ella, lejos de su hija.

Por no hablar de que iba a tener que pasar la noche con un hombre que era poco más que un extraño.

Con la ayuda de la linterna, Justin colocó la leña en el centro y sacó un mechero que llevaba en el bolsillo.

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—Recuérdame que le dé las gracias a Holt por esto —dijo Justin encendiendo el material inflamable y posándolo sobre la madera.

A los pocos segundos, había prendido una magnífica hoguera.

—No está mal para un tipo de ciudad, ¿eh? —sonrió Justin.

—Te ha salido muy bien —dijo ella—. Ahora hace un poco más de calor —sonrió tímidamente acercándose al fuego—. No sabes cuánto siento todo esto.

—La nieve no es culpa tuya.

—¿Cómo voy a decirle a Holt que he destrozado la parte delantera de su coche? —se lamentó.

Estaba muy disgustada.

—No creo que eso le importe mucho ahora mismo.

—Nos avisó de la tormenta.

—La culpa también es mía. Si no me hubiera demorado tanto en la agencia inmobiliaria, habríamos tenido tiempo suficiente. Creo que es mejor que dejemos de martirizarnos con esas cosas. Lo importante es que estamos a salvo.

Morgan intentaba no mirarlo, pero era incapaz de resistirse al poder seductor de su voz. Hacía mucho tiempo que un hombre no le había hecho sentirse así.

Cuando sintió la mano de él en su brazo, reaccionó echándose hacia atrás.

—Disculpa —dijo él—. No quería asustarte —añadió confuso.

—No te preocupes. Supongo que todavía estoy un poco alterada.

—Sí, este viaje está resultando una auténtica aventura, ¿eh?

—¿Aventura? —repitió ella riéndose exageradamente.

—Tienes una sonrisa preciosa —dijo mirándola.

—Gracias —respondió sin saber qué decir, e intentó cambiar la conversación abriendo la cesta de la comida—. Vaya, Leah se ha esmerado. Con esto no pasaremos hambre.

Morgan rebuscó en la cesta y sirvió dos tazas de café.

Justin la observó mientras lo hacía. Era una mujer cautivadora. Todo en ella lo intrigaba. Era inteligente y valiente y no se quejaba de nada. De haber estado allí Crystal, ya estaría dando gritos y ordenándole que la llevara de vuelta a la civilización a cualquier precio.

—¿Tienes hambre? —le preguntó—. Mi hermana ha hecho unos sándwiches de jamón y queso y otros de pavo.

—Yo prefiero los de jamón y queso, si te parece bien.

—Sí, claro —dijo ella—. Me encanta el pavo.

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Justin tomó uno de ellos y probó un bocado. Era el mejor sándwich que había probado en su vida.

—¿Te has quedado atrapada por aquí alguna otra vez? —le preguntó él.

—Hace mucho tiempo que no me interno sola por este sitio. Entiéndeme, me encanta la naturaleza y sé lo importante que es conservarla, pero últimamente he tenido mucho trabajo. Leah, en cambio, se ha pasado toda la vida aquí. Cuando estábamos en el instituto, venía a hacer fotografías de las montañas. Así fue como conoció a Holt. La pilló metiéndose en su propiedad. En aquel momento, no le hizo mucha gracia descubrirla.

—Me cuesta creerlo… Está loco por ella.

—Ahora sí —puntualizó Morgan.

—Estoy seguro de que todas las hermanas Keenan pueden ser muy convincentes.

Morgan no quería que la conversación derivara hacia lo personal. Ya tenía suficiente con estar allí dentro a solas con él.

—¿Te he contado que mi sobrino Corey se escondió aquí una vez? —preguntó ella.

—Si no es más que un niño…

—Por entonces era un vagabundo. Leah y Reed lo encontraron, y Holt se hizo cargo de él.

—Y ahora viven felices los tres juntos.

—Sí, a veces las cosas salen bien —dijo ella probando un bocado de su sándwich—. ¿Qué hay de ti? Parece que se te da muy bien recoger leña y encender hogueras.

—Aprendí en los Boys Scouts. Me gustaba mucho ir de camping, pero mi padre nunca tenía tiempo para ir conmigo. Me cansé de escuchar excusas y me apunté.

—Cuánto lo siento —dijo ella.

—No le des mucha importancia.

—Sí la tiene. Los padres deberían pasar tiempo con sus hijos —dijo Morgan dándose cuenta de su error—. Oh, disculpa, no tengo derecho a decir algo así. Seguro que tu padre era un hombre muy ocupado.

—No te disculpes. Marshal Hilliard fue un hombre hecho a sí mismo, un gran hombre de negocios, pero no estaba hecho para tener una familia. Yo no quiero eso para Lauren. Por eso estoy valorando la idea de comprar una casa por aquí.

—Ser presidente de una gran empresa conlleva una gran responsabilidad.

—Pero te puede consumir la vida —dijo él recordando su matrimonio fallido—. Además, no tengo vida privada, todo lo que hago se mira con

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lupa. Cuando lo que deseas es precisamente lo contrario, Puede llegar a ser muy duro.

—Lauren es una niña preciosa. No me extraña que seas tan protector.

—Mi hija es la persona más importante para mí. Ya ha sufrido bastante en su corta vida. Primero el divorcio, después la muerte de su madre en aquel accidente… —dijo mirando al fuego—. Lauren iba en el coche con ella. Cometí muchos errores en mi matrimonio, no pasé con Crystal el tiempo suficiente, pero no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. Entonces descubrí su dependencia del alcohol y su adicción a las drogas.

—No sabes cómo lo siento, Justin.

Pero aquella noche, él no quería recordar los errores del pasado.

—No quiero la compasión de nadie.

—No es compasión, simplemente me da pena que tu hija y tú hayáis tenido que pasar por tantas cosas horribles. Tú no tuviste la culpa de las adicciones de tu mujer. Toda la responsabilidad fue suya.

—Entonces, ¿por qué me siento tan culpable desde entonces?

—Porque cuando alguien a quien quieres te abandona, duele mucho, y es fácil llegar a pensar que la culpa es de uno mismo.

—Lo dices como si supieras perfectamente de lo que estás hablando —sonrió él.

—Sí, bueno… fue algo que pasó hace mucho tiempo —dijo rebuscando en la cesta—. ¿Quieres una galleta?

—Sí, gracias —dijo él tomándola—. ¿Fue el tipo en cuestión el responsable de que dejaras la universidad?

—En parte, sí.

Morgan se levantó, se puso el abrigo y fue hasta la entrada de la cueva. Esperaba que Justin se diera cuenta de que no quería hablar de aquello.

—¿Te hizo daño, Morgan?

—Todos tenemos heridas —respondió ella cerrando los ojos para combatir los recuerdos, sintiendo cómo el corazón todavía le dolía después del tiempo que había pasado.

—¿Era tu novio? —insistió Justin dirigiéndose hacia ella.

—Fue hace tanto tiempo… —se resistió Morgan, que nunca lo había compartido con nadie—. Será mejor que hablemos de otra cosa.

Cuando se dio la vuelta para volver al interior de la cueva, Justin extendió la mano.

—No me toques —dijo ella llena de pánico.

Justin alzó las manos rindiéndose.

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—No ha sido mi intención ofenderte. Sólo quería decirte lo mucho que siento que te hiciera daño.

—No, la culpa ha sido mía, he exagerado —dijo ella—. Debe de ser por estar aquí encerrada.

—No te preocupes, estaremos bien y por la mañana vendrán a por nosotros —intentó animarla—. De todas formas, si te estoy poniendo nerviosa o estás a disgusto, te pido perdón. Te prometo que no tienes nada de qué preocuparte.

Justin se alejó hacia el interior y se sentó frente al fuego.

—Justin, la culpa no es tuya —dijo ella suspirando—. Ésta es una situación inesperada para los dos. Y este proyecto es tan importante para mí que…

—Estás luchando contra la atracción que sientes hacia mí —dijo él—, y te preguntas si perjudicará mi actitud hacia el proyecto.

Morgan lo miró sin decir nada.

—Bien, créeme si te digo que estoy tan interesado como tú en esa estación de esquí. Pero debo ser sincero contigo. Desde la primera vez que te vi, con mi hija en tu regazo, sentí algo. Creo que a ti te pasó lo mismo.

Morgan no sabía qué decir. Tenía miedo de ahuyentar a Justin. Además, no sabía si estaba interesada en él sólo como posible inversor o también como algo más.

—Si vamos a trabajar juntos, no sería una buena idea —dijo ella.

—¿Crees que no lo sé? Me interesa este proyecto. Cuanto más conozco este lugar, más me atrae, y más me convenzo de que es el lugar perfecto para criar a mi hija e iniciar una nueva vida. Lo último en que pensaba era en empezar una relación con alguien, pero apareciste tú y…

—Es una locura —lo interrumpió ella nerviosa—. Sólo llevas aquí dos días. Estamos en una situación muy peculiar…

—Sí, eso es cierto, pero cuando estoy contigo, siento algo especial en mi interior. Creo que por eso estás tan nerviosa, y no quiero que lo estés.

Justin la miró fijamente.

—Morgan, sólo dime una cosa: ¿te pasa esto conmigo, o con todos los hombres?

Morgan no quería por nada del mundo tener aquella conversación con un extraño al que acababa de conocer, por importante que fuera para ella el proyecto.

—Mira, Justin —dijo tomando aire—. Si tu decisión sobre la estación de esquí depende de tener una relación conmigo, entonces será mejor que des la vuelta y vuelvas a Denver.

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—Siento haberte incomodado. No fue mi intención. Sólo quería hablarte de la atracción que siento por ti, pero nunca la mezclaría con este proyecto.

Morgan no sabía si estaba temblando por el frío o por las palabras de Justin. Ella sentía lo mismo que él, pero no quería pensar en ello. Cualquier relación entre ellos era imposible.

No confiaría nunca en un hombre de nuevo, fuera Justin o cualquier otro.

—Esto es una proposición de negocios, Justin —dijo Morgan—. Nada más —añadió, luchando consigo misma, luchando con el impulso que sentía en su interior, con la voz que le decía que debía darle una oportunidad.

—¿Quién te hizo tanto daño, Morgan?

—No voy a hablar de mi vida privada contigo —respondió ella tajante.

—Sí, tienes razón, no es asunto mío, pero… Morgan, yo he estado en el mismo sitio que tú, y puedo asegurarte que no se puede estar huyendo toda la vida. Créeme, yo lo intenté.

—No tienes ningún derecho a hacer suposiciones de mi vida cuando no sabes absolutamente nada de ella.

—Creo que te hicieron mucho daño. Y todavía no lo has superado —dijo echando más leña al fuego.

—Esto no tiene nada que ver contigo —insistió ella—. La nuestra es una relación de negocios. Punto.

—Morgan, si decido invertir aquí, tendremos que aprender a vernos todos los días. Trabajaremos juntos. Y será difícil si, cada vez que me acerque a ti…

—No volverá a pasar —le prometió—. Además, debes reconocer que esta situación es un poco extraña. Nunca había hablado de negocios con alguien en una cueva.

—Sí, creo que yo tampoco lo había hecho —sonrió él echando más leña al fuego, ya que el viento estaba arreciando fuerte—. ¿Por qué no dejamos esto hasta mañana? Podríamos hablar un poco de Destiny.

—Te daría una visión muy subjetiva —dijo ella—. Adoro este lugar. Desde el momento en que llegué, supe que quería vivir aquí.

—¿No naciste aquí?

—No, pero sólo tenía tres años cuando mis hermanas y yo quedamos al cargo de los Keenan. Nuestra madre dijo que volvería a por nosotras, pero nunca lo hizo. Un año después, los Keenan nos adoptaron. Destiny es el único hogar de verdad que hemos tenido.

—Debe de ser muy agradable vivir en un sitio donde conoces a todo el mundo —dijo él aligerando la conversación al ver la melancolía en sus ojos.

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—Sí, lo es. Todo el pueblo ayudó a los Keenan a criarnos. Nos llamaban las hermanas Destiny.

—Apuesto a que Lyle Hutchinson no fue tan amable.

—Te equivocas. En aquel momento, su padre Billy y él, se portaron muy bien. Lo que sucede es que últimamente, la familia ha perdido parte de su poder. Billy está en una clínica con Alzheimer, y Lyle no es capaz de cuidarlo y adaptarse a los nuevos tiempos.

—Tú eres el símbolo de los nuevos tiempos.

—Tenemos que cambiar. Las cosas ya no son como antes, cuando todo dependía de la mina. Destiny necesita una inversión.

Justin la escuchaba hablar y se daba cuenta de que a aquella mujer le preocupaba de verdad la gente de aquel lugar.

—Y ahí es donde entro yo.

—Espero que sí. Creo que es un buen negocio. De lo contrario, no estarías aquí —respondió ella, sonriendo.

—En cualquier caso, mi prioridad es Lauren —afirmó él con convicción—. Se merece tener una infancia normal. No quiero que sea educada por una niñera o una criada. Quiero ser yo quien la lleve al colegio, quien la ayude a hacer los deberes, el que coma con ella…

—Es duro tener que hacer las labores de padre y madre al mismo tiempo, Justin —dijo ella—. Todos necesitamos ayuda.

—¿Me ayudarías tú, Morgan?

—¿Ayudarte? ¿Con qué?

—Quiero que Lauren tenga una infancia como la que tuvisteis tus hermanas y tú. Por eso he decidido financiar la estación de Silver Sky.

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Capítulo 4Temblando de frío, Morgan se acercó al lugar de donde procedía el

calor. Lentamente, algo fuerte y suave al mismo tiempo se deslizó por su piel, y se relajó completamente para disfrutar de la dulce sensación, del intenso olor masculino que la envolvía.

Al mismo tiempo, sintió que una mano le acariciaba la espalda con movimientos acompasados. Su respiración se hizo entrecortada y su vientre empezó a dar vueltas. Entonces, delicadamente, sus mejillas fueron asaltadas por el tacto de algo suave y todo su cuerpo se arqueó para recibir…

—Morgan…

Morgan oyó una voz rasgando la niebla espesa que rodeaba su erótica ensoñación, pero la fantasía la tenía atrapada, era demasiado intensa para dejarla escapar.

—Morgan, despierta —oyó de nuevo la voz.

Abrió despacio los ojos y vio a Justin Hilliard mirándola. Entonces, se dio cuenta de que estaba prácticamente encima de él.

—Oh, Dios mío… —dijo ella sobresaltada—. Lo siento —añadió apartándose de él.

—No pasa nada —respondió él incorporándose.

—Sí, sí pasa —dijo Morgan intentando alejarse de él, pero estaba atrapada por el fuego.

—Sólo intentábamos no pasar frío —sonrió él.

—¿He estado…? —preguntó ella confusa mirando a su alrededor—. ¿He estado así, sobre ti, toda la noche?

—No, sólo desde hace una hora más o menos. El fuego se apagó. Probablemente, te acercaste a mí de forma inconsciente, en busca de calor humano.

—Deberías haberme despertado.

—Tener a una mujer tan hermosa como tú en mis brazos no es precisamente una pesadilla de la que me guste despertar.

Morgan se estremeció al darse cuenta de que Justin era el primer hombre al que había permitido acercarse de aquel modo desde hacía mucho tiempo. Y era una equivocación. Sólo eran socios. Nada más.

—¡Morgan! ¡Justin!

Los gritos procedían del exterior. La ayuda había llegado.

Ambos miraron hacia la entrada y vieron a Holt y a Reed.

—Bien, parece que habéis conseguido combatir el frío —observó Reed.

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—¡Holt! ¡Reed! —exclamó Morgan—. ¡Qué contentos estamos de veros!

—Y que lo digas —dijo Justin—. Nos estábamos quedando sin la mantequilla de cacahuete que nos hizo Leah.

—Se pondrá tan contenta que seguro que os hace un plato entero —afirmó Holt.

—Oh, Holt… —dijo Morgan—. Siento mucho lo del jeep. Correré con los gastos de la reparación.

—No, yo lo haré —intervino Justin—. Fue culpa mía el que nos retrasáramos tanto.

—Debería haberlo previsto —dijo ella—. Es culpa mía.

—¿Son todas las mujeres Keenan tan cabezotas? —preguntó Justin mirando a los dos hombres.

Holt y Reed intercambiaron una sonrisa.

—Sólo cuando piensan que tienen razón —dijo Holt.

—Vamos —dijo Morgan tomando las cosas—. Quiero salir de aquí de una vez.

Necesitaba respirar aire puro y alejarse de Justin lo más posible. Esa era la única manera en que el proyecto podía funcionar.

El viaje montaña abajo fue fácil, ya que la nieve se había derretido con los primeros rayos del sol. Cuando llegaron al rancho de Holt, toda la familia los estaba esperando. Justin abrió la puerta del todoterreno en el que los había rescatado Reed y fue corriendo hacia Lauren.

—¡Papá! ¡Papá! —gritó la pequeña echándose en sus brazos.

Justin empezó a darle besos por todas partes, lleno de alegría.

También Leah le dio un abrazo a Holt. Paige besó a Reed en cuanto lo vio. Morgan los observó en silencio. Ella era la extraña. Sus padres fueron hacia ella.

—Oh, Morgan, estábamos tan preocupados…

—Estoy bien —dijo ella—. Encontramos un refugio e hicimos una hoguera —explicó sonriendo por el inmenso amor que siempre le habían profesado sus padres adoptivos.

El grupo entró en la cocina, donde Leah ya tenía preparado el desayuno para todos.

—Papá, he estado ayudando a la señora Keenan y a Leah a preparar el desayuno —dijo Lauren.

—¡Cuánto me alegro que estés bien, tía Morgan! —exclamó Corey abrazándola efusivamente.

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—Yo también —sonrió ella—. Y gracias a ti por conocer esa cueva. Ha sido nuestra salvación.

—¿Hicisteis fuego? —preguntó el chico.

—Sí, gracias al mechero que había en el jeep —contestó Justin.

—Me alegro de haber sido de utilidad —dijo Holt—. Ahora, si queréis lavaros y arreglaros un poco, podéis subir.

—Papá, hemos traído ropa para ti —intervino Lauren—. Yo los he ayudado mucho.

—Seguro que sí —dijo él dándole un abrazo volviéndose hacia Claire—. No sabes lo agradecido que estoy por lo bien que la has cuidado.

—Ha sido un placer —respondió Claire—. Ha sido muy divertido estar con ella —dijo, y se volvió hacia Morgan—. También te hemos traído ropa a ti.

—Podéis usar nuestro baño —dijo Leah antes de que Morgan pudiera decir que prefería esperar a llegar a casa para cambiarse—. Justin, tus cosas están en la habitación de invitados, al pie de las escaleras. El baño lo tienes a la izquierda.

Morgan subió primero. Quería estar lo más lejos posible de aquel hombre que tantas emociones le hacía sentir, emociones que había creído enterrar hacía mucho tiempo.

Cuando se metió en la ducha, dejó que el agua caliente se deslizara por su cuerpo para aliviar la tensión, pero no consiguió eliminar el recuerdo de la noche que había pasado con Justin.

Se envolvió en una toalla y fue a una de las habitaciones, donde su hermana le había dejado la ropa. Después de ponerse ropa limpia y arreglarse un poco el pelo, se dirigió a la cocina. Pero, antes de llegar a las escaleras, justo cuando pasaba de nuevo por el baño, la puerta se abrió y se dio de bruces con Justin. Inconscientemente, sus manos se posaron directamente sobre el pecho de él, que estaba desnudo. En realidad, estaba completamente desnudo, a excepción de la toalla que llevaba enrollada a la cintura.

—Oh, lo siento —dijo él—. Me he dejado la ropa en la habitación.

—En ese caso… —murmuró ella con el corazón a mil por hora—. En ese caso, será mejor que vayas a vestirte.

—Sí —dijo él—. Seguramente, nos estarán esperando.

—Seguramente —repitió ella, incapaz de moverse, incapaz de alejarse de aquel cuerpo perfecto.

—Morgan, sobre lo que pasó anoche… Por favor, créeme si te digo que no me aproveché de la situación de ninguna manera. Tienes mi palabra.

—Soy yo la que debería pedir disculpas —dijo ella—. Fui yo la que intentó robarte el calor —sonrió.

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—Bueno… Yo creo que había suficiente calor para los dos —sonrió él.

—Sólo fue un instinto, era una cuestión de supervivencia —se excusó ella.

—Claro, supervivencia —repitió él—. Desde luego, las últimas cuarenta y ocho horas han sido de lo más interesantes. Estoy deseando continuar con la aventura —se echó a reír.

También Morgan sentía curiosidad por saber qué le iban a deparar los siguientes días.

Justin miraba a Morgan, sentada al otro lado de la mesa, siempre que podía. Habían desayunado como si hubieran estado cinco días sin comer y se habían puesto cómodos para saborear la última taza de café.

Corey había llevado a Lauren al salón a ver un poco la televisión.

—¿Dónde tienes pensado vivir? —le preguntó Holt.

—No estoy seguro todavía —respondió Justin—. Probablemente me instalaré de forma provisional en el pueblo y luego me trasladaré cerca de las obras cuando empiecen. Quiero que Lauren sufra los menos cambios posibles.

—Estaba tan asustada anoche… —comentó Claire—. Le dije que estabas bien, que estabas en una cueva con Morgan.

—¿Qué te dijo Lauren? —preguntó Justin con curiosidad.

—Me dijo que, entonces, yo no tenía de qué preocuparme —respondió Claire—, porque tú cuidarías de Morgan. Sus palabras exactas fueron: «Si Morgan se asusta, papá la abrazará fuerte hasta que todos los monstruos se vayan».

Todas las miradas se posaron en Justin.

—Qué niña más graciosa —dijo Leah, y miró a Morgan—. ¿Te asustaste?

—Sólo cuando me estrellé contra las rocas y me cargué la parte delantera del jeep —contestó Morgan tratando de no mirar a Justin.

Todos se echaron a reír, y Justin sintió la maravillosa unidad de aquella familia. Cada mirada, cada gesto, todo expresaba amor y bondad. Aquello era lo que había estado buscando toda su vida.

—¿Quedaste en algo con el agente inmobiliario? —preguntó Morgan a Justin.

—He quedado con él hoy para que me enseñe una casa. Es un edificio de estilo colonial en Birch Street.

—¿El viejo caserón de los Calloway? —preguntó Tim.

—Sí, creo que sí. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

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—No, sólo que te va a costar una pequeña fortuna reformarlo. Hace años que no vive nadie allí.

—Esa es la casa de Morgan —dijo Paige incorporándose como un resorte en la silla—. La casa en la que siempre ha querido vivir.

—Ah, ¿sí? —le preguntó Justin a Morgan.

—Tenía sólo diez años cuando dije eso —respondió ella sonrojándose—. Es una casa enorme. Es de Lyle Hutchinson.

—¿El tipo que entró con tan malos modales en la reunión? —preguntó Justin.

—Sí, pero no te preocupes —respondió Morgan—. Cuando se habla de dinero, Lyle no tiene muchos prejuicios.

—Eso espero —dijo Justin—, porque me gustaría poder restaurar el edificio para que vuelva a ser tan bonito como debió de ser en su momento.

—Ese edificio tiene una larga historia —dijo Claire—. Al principio, era propiedad de un minero enriquecido. Cuando se arruinó, tuvo que venderlo. Es una alegría que te hayas fijado en él. Deberías pedirle consejo a Morgan para decorarlo. Se le da muy bien.

Morgan frunció el ceño ante la propuesta de su madre. No quería pasar con Justin más tiempo del estrictamente necesario.

—Así lo haré —sonrió Justin.

—¿No estás yendo demasiado rápido? —preguntó Morgan—. Lyle todavía no ha dicho que sí.

—Se me da bien convencer a la gente —respondió Justin.

—Tal vez, cuando vayas y veas la casa, no te guste tanto —insistió Morgan.

—La estructura parece sólida, aunque las columnas del porche habrá que cambiarlas —valoró Justin—. Además, estoy seguro de que por dentro será una casa preciosa. Podrías ayudarme.

Aunque la propuesta de Justin habría sido muy tentadora en otras circunstancias, viniendo de él era peligrosa. Tenía demasiadas dudas. Contar con su ayuda en el proyecto de la estación era de vital importancia para ella y para todo el pueblo. No podía rechazarlo constantemente. Además, ¿qué había de malo en echarle un simple vistazo a la casa?

—Cuando demos por cerrado el acuerdo de la pista de esquí delante del pleno del Ayuntamiento, entonces podremos discutir el tema, si quieres —dijo Morgan.

—Estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo, no veo ningún obstáculo.

Ella tampoco lo veía, pero las cosas no eran tan sencillas. Recordó que, además de tratar de negocios con él, iban a tener que seguir

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durmiendo bajo el mismo techo, en el hostal, donde se encontrarían a menudo.

Justin le hacía sentir vulnerable, le hacía darse cuenta de las miles de necesidades afectivas que tenía, y eso no le gustaba. Tenía que evitarlo a toda costa.

Hacía dos días que Justin Hilliard había regresado a Denver y, aunque Morgan se negara a admitirlo, lo echaba de menos. A él y a su hija. Había intentado mantenerse ocupada con los preparativos de la reunión del pleno del Ayuntamiento donde se aprobaría el proyecto de la estación de esquí, pero los recuerdos del tiempo que había pasado con él no dejaban de asaltarla a cada minuto.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había sentido atraída por un hombre. Casi diez años. Desde la universidad… desde Ryan.

Había sido tan inocente y tan joven en aquel entonces… Demasiado embriagada con la idea de escapar del instituto y llevar una vida propia. En un solo año, su idílico sueño había sido destruido, y había perdido su inocencia.

Por culpa de un hombre, se había perdido a sí misma.

—Alcaldesa Morgan —dijo George Pollen.

—Perdone —respondió ella saliendo de sus pensamientos—. ¿Había dicho algo?

—El dueño de la mina de oro Steak House —señaló su informe financiero.

—Usted dijo que el señor Hilliard leyó y firmó el contrato.

—Efectivamente —respondió ella—. Revisó los contratos y me los hizo llegar esta misma mañana.

Morgan recordó la conversación que había tenido con él. No habían hablado sólo de negocios. Justin le había preguntado por su familia, por cómo iban las cosas… Incluso le había confesado la ilusión que le hacía a Lauren regresar a Destiny.

También Morgan estaba ansiosa de que ese momento llegara.

—Ahora, lo único que falta es proceder a la votación para asignarle al señor Justin Hilliard el proyecto de Silver Sky Canyon —dijo dirigiéndose a las ocho personas presentes.

Morgan miró a los presentes uno por uno.

—Cuando diga sus nombres, respondan con un «sí» o un «no» —dijo empezando a leerlos, sabiendo prácticamente de antemano quién iba a estar de acuerdo y quién no.

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Por eso, cuando llegó a Lyle Hutchinson, no le sorprendió su voto en contra.

Cuando llegó su turno, las votaciones estaban cinco a favor y tres en contra. El suyo era el voto decisivo para conseguir la mayoría que necesitaba.

—Yo voto a favor —anunció sonriendo—. De modo que queda aprobada la moción que asigna el proyecto a Justin Hilliard —dijo cerrando su carpeta—. La sesión ha concluido.

El pleno rompió en aplausos. Sólo Lyle Hutchinson, con expresión sombría, permanecía ajeno a la alegría general.

—Espero que nunca tengas que lamentarlo —anunció saliendo de la sala.

Morgan así lo esperaba.

—Papá, ¿Morgan va a estar esperándonos en el hostal? —preguntó Lauren.

—No lo sé, tesoro —respondió Justin mirando a su hija, que iba sentada en el asiento trasero del coche—. Puede que esté trabajando.

—Me dijo que podría ayudarla con sus cosas cuando volviera.

—Morgan es una mujer muy ocupada, tesoro —dijo Justin, que también esperaba que Morgan pudiera sacar tiempo para pasarlo con él para hablar de algo que no fueran negocios.

—Lo sé, papá. Es la jefa del pueblo.

—Sí —dijo él sonriendo—. Tiene un trabajo muy importante.

—Corey dice que Morgan le dice a todo el mundo lo que tiene que hacer. ¿Te lo dirá a ti también, papá?

Justin miró por el espejo retrovisor y observó aquellos preciosos ojos azules que le habían robado el corazón desde la primera vez que los había visto, desde el día de su nacimiento.

—Digamos que vamos a trabajar juntos —respondió—. Además, Morgan no es la jefa del pueblo. Lo que hace es intentar hacer cosas para que los demás vivan mejor.

—Ah —dijo Lauren llena de curiosidad mirando por la ventanilla y viendo ya las cercanías de Destiny—. ¿Podemos ir a ver nuestra nueva casa?

—Nuestra casa no es precisamente nueva, tesoro —dijo él—. ¿Recuerdas lo que te conté? Vamos a tener que reformarla un poco.

En los últimos tres días, no había parado de preguntarse si había hecho bien al empaquetar todas sus pertenencias y haber tomado la

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decisión de mudarse a Destiny, lejos de todo lo que Lauren había conocido en su vida.

Justin no se había sentido bien al haber abandonado Denver sin aclarar las cosas con su padre. Aunque, por otra parte, no era la primera vez que Marshall Hilliard expresaba su decepción en relación a sus decisiones. Justin cumpliría los treinta y cinco en dos años. En ese momento, estaba decidido que tomara plena posesión de Hilliard Industries. Era una decisión que había tomado su padre, no él.

Durante toda su vida, aquélla había sido también su meta. Sin embargo, después de la muerte de su esposa, Justin había comprendido mejor que nunca qué cosas eran importantes.

—Estoy muy contenta de que vayamos a quedarnos en el hostal —dijo Lauren.

—¿Te gusta estar en Destiny?

—La señora Keenan me deja ayudarla. Dijo que podría ayudarla a hacer la tarta de manzana. Y el señor Keenan me cuenta historias de princesas.

Justin se sintió culpable. Lauren nunca había tenido abuelos que le hubieran dado su amor y su atención. Los Keenan eran lo más parecido que podía llegar a tener.

—Me alegro de que los dos tengamos tanta ilusión —dijo Justin.

—A ti también te gusta Morgan, ¿verdad, papá?

—Claro —admitió él.

No había parado de pensar en ella, a pesar de haberse repetido una y otra vez que no debía empezar una relación con nadie, sobre todo si suponía mezclar la vida laboral con la profesional.

Recordó las conversaciones telefónicas que habían tenido cada noche. Después de tratar los asuntos de trabajo, habían seguido hablando. Morgan se había mostrado tranquila y relajada, quizá por la seguridad que le daba estar a más de cuatrocientos kilómetros de distancia.

—¡Ya hemos llegado! —exclamó Lauren—. El señor Keenan está en el porche.

Justin detuvo el coche y abrió la puerta.

—Hola, Tim —dijo Justin.

—Hola, Justin —dijo el señor Keenan bajando las escaleras—. Me alegro de que hayáis llegado bien —añadió abriendo la puerta trasera del coche—. Bienvenida, princesa —dijo sonriéndole a Lauren—. ¿Quiere que la ayude a bajar de la carroza?

Justin sonrió al ver que su hija se llevaba las manos a la cara y se reía.

Mientras el señor Keenan hablaba con Lauren, Justin se dio la vuelta.

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Morgan estaba en la puerta del hostal. Su presencia lo pilló completamente desprevenido.

Llevaba una falda larga y un jersey verde que le llegaba por debajo de la cintura. Los rayos del sol iluminaban su pelo, derramándose por sus hombros. Estaba maravillosa. Estaba seguro de que no tenía ni idea del efecto que causaba en él.

Tim y Lauren empezaron a subir las escaleras, y Justin los siguió.

—Hola, Morgan —dijo él dándole la mano y sintiendo un temblor en todo su cuerpo.

—Hola, Justin —asintió ella—. ¿Qué tal ha ido el viaje?

—Hemos tenido buen tiempo —dijo dejando a regañadientes que ella apartara la mano—. Y Lauren se ha portado muy bien.

—Bienvenida, Lauren —dijo Morgan dirigiéndose a la pequeña.

—Mi papá y yo vamos a vivir en la casa grande para siempre —afirmó ella sonriendo.

—Qué bien —dijo Morgan mirando de reojo a Justin—, pero os quedaréis con nosotros unos días, ¿verdad?

—Claro, va a ser muy divertido —respondió Lauren entusiasmada—. Pero tengo que ir al colegio —añadió, y, de pronto, se puso triste—. Aunque no conozco a ningún niño.

—Vaya… —dijo Tim interviniendo en la conversación y arrodillándose para hablar con Lauren—. Se me había olvidado decirte una cosa, princesa. Mañana va a haber una fiesta, y van a venir muchas niñas que quieren conocerte.

—¿De verdad? —preguntó Lauren con los ojos como platos.

Justin presenció emocionado cómo el señor Keenan, como por arte de magia, convertía los temores de su hija en alegría.

—¡Papá, va a haber una fiesta! —exclamó la pequeña.

—Es maravilloso, tesoro —dijo Justin dándole las gracias a Tim con la mirada.

—La idea fue de Morgan —reconoció el señor Keenan dándole la mano a Lauren y entrando en el hostal—. Vamos, Claire está preparando la comida.

—No tenía por qué molestarse… —empezó a decir Justin.

—Por supuesto que sí, faltaba más —lo interrumpió Tim—. Además, ya sabes lo que le gusta a mi mujer cocinar. La familia que come unida, permanece unida. ¿Quieres venir?

—Por supuesto —sonrió Justin—. Será un placer.

Tim pasó al interior con Lauren y Justin se quedó atrás para hablar con Morgan.

—Me alegro de que os quedéis a comer —dijo ella.

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—Sí, pero, antes, quiero hablar contigo.

Morgan lo observó. Estaba igual que cuando se había ido, tan atractivo como lo recordaba. Estaba tan contenta de que hubiera regresado… Los había echado mucho de menos. A los dos.

—Te he echado mucho de menos —dijo él intentando tomar a Morgan de la mano, pero ella la apartó—. Reconozco que he estado pensado mucho en ti.

Morgan se sentía halagada y atemorizada al mismo tiempo.

—Sé perfectamente que esto puede complicar las cosas, Morgan. Pero… me gustaría pasar tiempo contigo.

—No creo que sea buena idea —respondió Morgan intentando mantener la calma.

Claire llamó a comer.

—Debemos ir —dijo Morgan aliviada.

—Está bien, lo dejaré pasar por esta vez —contestó él—. ¿Querrás al menos venir conmigo esta tarde para ver la casa?

Morgan dudó entre el intenso deseo de ver el edificio que siempre le había gustado y la necesidad de mantenerse alejada de él.

—Está bien —respondió finalmente.

—Bien —dijo él consiguiendo tomarle la mano—. Así, cuando hayamos terminado, tal vez podamos hablar y quieras decirme por qué huyes de mí.

Morgan intentó replicar, pero no supo qué decir.

—Al menos, dime una cosa —dijo él—. ¿Te alegras de que haya vuelto?

—Sí, me alegro mucho —respondió sin titubear.

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Capítulo 5Dos horas después, mientras los Keenan se quedaban en el hostal

con Lauren, Morgan y Justin condujeron hasta la antigua casa de los Calloway. Cuando llegaron, entraron abriendo unas grandes puertas de roble.

Hacía mucho tiempo que Morgan no había estado allí. Había polvo y suciedad por todas partes, tanto en las paredes como en los suelos de mármol.

—Es precioso —dijo ella deambulando por el salón principal, recordando las fantasías de su infancia.

«Algún día viviré en esa casa grande», le había dicho en cierta ocasión a su hermana Paige. «Me casaré con un hombre muy guapo y tendremos muchos hijos. Seré la mejor madre del mundo y nunca, nunca, los abandonaré».

La escalera circular que daba acceso a la primera planta estaba en mal estado, pero era fácil de repararla. Sobre una mesa, había unos candelabros de cristal cubiertos de telarañas. Amplias ventanas ofrecían una bella vista del exterior.

—Morgan…

—Perdona —dijo ella volviendo al mundo real—. ¿Has dicho algo?

—Te preguntaba si te gusta —dijo él sonriendo.

—Siempre me ha gustado —respondió ella observando la chimenea y los paneles de madera de las paredes.

—A mí también. No comprendo cómo nadie ha vivido aquí desde hace tanto tiempo.

—La casa ha estado cerrada durante diez años. Cuando tenía siete años, vinieron a vivir aquí los Jarrell. Él era un ejecutivo de la mina Sunny Haven. Siempre estaban dando fiestas.

—¿Venías vosotras a esas fiestas?

—No muy a menudo. En cierta ocasión, Paige y yo vinimos a escondidas y nos ocultamos detrás de unos arbustos. Estuvimos mirando a las mujeres, que iban vestidas muy elegantes y utilizaban coches muy grandes. Soñaba con el día en que yo también pudiera asistir a uno de esos bailes.

Morgan miró a Justin y vio que se estaba riendo.

—Lo siento —dijo ella—. Estoy hablando demasiado.

—No lo sientas —sonrió él—. Es precioso recordar los tiempos de la niñez, los tiempos en los que uno cree que la vida será de color de rosa.

—Sí, pero… pasan tan rápido… —dijo entristecida.

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—¿Qué pasó, Morgan? —le preguntó él—. ¿Qué sucedió para que renunciaras a todos tus sueños?

—Crecí —respondió ella apartando la mirada, incómoda por lo que Justin le hacía sentir.

—No puedes dejar de soñar —dijo él—. Dejar de soñar es lo mismo que dejar de vivir.

Antes de que pudiera decir nada, el móvil de Justin sonó. Morgan aprovechó la distracción para ir a la cocina.

Una vez más, el pasado se apoderó de ella. Aunque el suelo y las encimeras estaban muy deteriorados, seguía estando llena de encanto. Se asomó a la ventana, que daba a un jardín trasero. Aunque sólo había rastrojos, Morgan podía imaginárselo lleno de rosas y árboles de todos los colores y formas.

—Era la empresa de reformas —dijo Justin entrando en la cocina—. Dicen que les ha surgido algo importante y que no podrán venir hasta mañana.

—Ben Harper es el mejor —respondió ella—. Seguro que la espera vale la pena.

—Te he echado muchos de menos en Denver, Morgan. Me repetí muchas veces que debía alejarme de ti…

—Y deberías hacerlo —lo interrumpió ella, aunque sus sentimientos por él eran cada vez más intensos—. No puede haber nada entre nosotros, Justin.

—No podemos estar hablando siempre de negocios.

—Es lo mejor —afirmó ella—. Así, nadie saldrá herido.

—Lo último que quiero es hacerte daño —dijo acercándose a ella—. Pero, cuando estoy contigo, siento algo dentro que…

Entonces, inclinándose sobre ella, la besó. Morgan sintió un escalofrío devastador recorriendo sus labios. Su respiración se hizo irregular y su corazón empezó a latir como nunca lo había hecho. Por un momento, todos sus miedos desaparecieron.

Los labios de Justin se movían contra los suyos, saboreándola, solicitando más y más. Instintivamente, pasó las manos alrededor de su cuello.

Con un gemido ahogado, Justin la tomó de la cintura y la atrajo hacia él. El sueño que había tenido la noche de la cueva se estaba haciendo realidad.

Apenas podía respirar.

—Por favor, no… —susurró ella resistiéndose.

—Lo siento —dijo él alzando los brazos—. No pretendía…

—No, la culpable soy yo —dijo con las manos temblando—. Te dije que esto no se me daba bien.

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—Hay algo más, Morgan. ¿Qué ha pasado?

—Nada. Quiero irme.

—No, no puedo dejarlo así —dijo él—. Hemos estado hablando por teléfono todas las noches durante cuatro días. Yo… pensé que había algo entre nosotros.

Justin intentó acercarse de nuevo, pero se detuvo al ver lo aterrada que estaba.

—Morgan, por favor, cuéntamelo… ¿Quién fue el que te hizo tanto daño como para que no quieras volver a confiar en nadie?

—Nadie —se apresuró a contestar ella.

—Entonces, ¿por qué estás temblando? ¿Qué te he hecho yo para que me tengas miedo? Porque sé que no te disgusta que te toque, puedo verlo en tus ojos.

—No podemos hacerlo —dijo ella—. Vamos a trabajar juntos.

—¿Cómo vamos a hacerlo si me tienes tanto miedo?

—Si quieres contratar a alguna otra persona… —dijo ella con lágrimas en los ojos.

—No, no quiero a nadie más —respondió Justin dándose cuenta de lo importante que era para él—. Quiero ayudarte, Morgan. No quiero hacerte daño, pero alguien sí te lo hizo. Por favor, cuéntamelo.

Estaba agotada. Había combatido fantasmas durante años. Había tenido pesadilla tras pesadilla. Se había sentido culpable.

—No puedo.

—Puedes contarme cualquier cosa. Imagina que estamos hablando por teléfono y que me estás hablando de tu infancia.

Morgan no dijo nada, y Justin intentó ir paso a paso.

—¿Era un hombre? ¿Alguien que te trató mal? Dime cómo se llamaba para que pueda encontrarlo y hacer que se arrepienta por lo que te hizo.

—No, Justin —afirmó ella—. Se acabó hace tiempo —dijo incapaz de detener el llanto—. Yo… Fui violada.

Justin apretó los puños mientras las palabras de Morgan golpeaban su cabeza. Necesitaba romper algo. Pero, entonces, vio el rostro de ella, lleno de dolor, de angustia y de espanto, y el corazón se le enterneció. La ira no servía para nada. No podría ayudarla si no podía contenerse.

—Morgan, lo siento.

—No digas eso —dijo ella alzando una mano—. No quiero tu compasión.

—No me malinterpretes, no es compasión. Ninguna mujer se merece ser tratada de esa manera. Por favor, dime que ese bastardo acabó en la cárcel.

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—Dios mío… No puedo creer que te lo haya contado —se lamentó ella intentando secarse las lágrimas—. Deberíamos volver al hostal.

—¿No lo atraparon?

—Yo… yo no presenté cargos.

—¿Lo conocías?

Morgan no dijo nada. Se limitó a acercarse a la ventana y sentarse a la mesa.

—Como ya he dicho, fue hace mucho tiempo, cuando estaba en la universidad. Ahora estoy bien.

—No, no lo estás —dijo Justin siguiéndola hasta la mesa—. Cada vez que un hombre te toca, te pones tensa.

—Nunca había vuelto a tener ningún problema hasta que…

Justin se quedó paralizado ante la confesión de Morgan.

—Es por mí, ¿verdad? ¿Te hago sentir cosas otra vez? ¿He despertado el deseo en tu interior? Tú también lo has hecho. Siento cosas que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

«Cosas que nunca sentí con Crystal», pensó.

—Por favor, no digas eso.

—¿Por qué no? Es la verdad —dijo él mirando por la ventana, sorprendido por su propia confesión—. Vine aquí huyendo de mi incapacidad de cumplir las expectativas de mi padre y de la culpabilidad por no haber hecho feliz a mi mujer. Sólo quería preocuparme de mí mismo y de mi hija, pero, entonces, apareciste. Y, ahora, quiero ver dónde me lleva todo esto.

—No es buena idea, no cuando tenemos que emplear todas nuestras energías en el proyecto.

—Pues yo creo que podemos hacer ambas cosas —dijo él, intuyendo una leve curiosidad en Morgan, por debajo de su rechazo—. Desde la primera que te vi, supe que habría algo, quise saber más de ti. Iremos todo lo despacio que sea necesario.

—Ya he intentado hacer esto antes, Justin —dijo ella—. Siempre llega un momento en que soy incapaz de… —cerró los ojos con pesar—. Dios, esto es tan vergonzoso… yo nunca podré darte lo que necesitas.

—Ya me has dado más de lo que te imaginas. Ahora quiero devolvértelo, conseguir que seas capaz de confiar de nuevo. ¿Acaso no confiaste en mí en la cueva?

—Sólo intentaba sobrevivir.

—Vamos, Morgan, sé sincera, fue mucho más que eso. Tu cuerpo estaba haciendo algo más que intentar entrar en calor.

Morgan se sonrojó.

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—Dime una cosa —continuó Justin—. ¿Te ha gustado el beso que acabo de darte?

—Bueno, tal vez sí… pero eso no significa que quiera que vuelvas a hacerlo.

—No voy a hacerlo —dijo él cruzándose de brazos.

Pero Morgan no parecía creerlo.

—Te doy mi palabra de honor —prometió él—. La próxima vez que nos besemos, será porque tú empieces.

—¿En serio? —sonrió ella—. Pareces muy seguro de ti mismo.

—De lo que estoy seguro es de que no serás capaz de resistirte a mis encantos —dijo él sonriendo—. Aunque, la verdad, no será fácil, porque eres tremendamente irresistible.

—Gracias.

—Podría mostrarte cómo me haces sentir, pero creo que saldrías corriendo y no te detendrías hasta que hubieras escalado las montañas —dijo con una sonrisa en los labios.

Justin la tomó de la mano. Morgan no reaccionó con violencia. De alguna manera, estaba empezando a acostumbrarse a que él la tocara, aunque fuera tímidamente.

—Sólo quiero que me des una oportunidad.

La tarde siguiente, Morgan estaba empezando a sentir ganas de rendirse. Justin Hilliard era el hombre con más recursos que había conocido. Y estaban funcionando.

Sentada a la mesa de su despacho, Morgan observaba la camisa azul subida hasta los codos que se había puesto aquella mañana. Estaba tremendamente atractivo. Los pantalones vaqueros le quedaban de maravilla.

Desde la conversación que habían tenido el día anterior en su recién adquirida casa, Justin no había vuelto a intentar ningún acercamiento personal. Todo había sido negocios. Aunque no para ella. No había sido capaz d dormir en toda la noche recordando el beso que él le había dado, fantaseando con sus labios, con sus manos…

—¿Morgan?

—Perdona —dijo ella sonrojándose—. ¿Qué estabas diciendo?

Justin sonrió antes de señalar unos documentos que estaban esparcidos sobre la mesa.

—Te preguntaba si conoces bien la forma de trabajar de esta constructora, R&G Construction. Nunca han abordado un proyecto de esta

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envergadura, pero son de Durango. Dijiste que preferías contratar a gente de la región.

—Sólo si lo hacen bien —dijo ella—. Quizá, en este caso, deberíamos valorar más la experiencia.

—Sólo porque no tengan experiencia, no quiere decir que no sepan hacerlo —dijo él—. Quizá podríamos dividir las tareas. R&G Construction podría ocuparse del centro comercial y alguna compañía de Denver, del hotel. ¿Qué te parece?

—Suena bien —dijo ella, incapaz de concentrarse con aquellos impresionantes ojos grises mirándola.

—¿Tienes algún inconveniente en que ponga al mando a mi jefe de proyecto habitual? Se llama Marc Rhodes.

—Si ha trabajado antes para ti, por supuesto que no.

—Es el mejor. Conseguirá cumplir con los tiempos a rajatabla.

—Me gusta —dijo ella—. ¿Podría conocerlo antes de la próxima reunión del comité del Ayuntamiento?

—Por supuesto —asintió él—. Bien —añadió tomando algunas notas—. Por el momento, creo que eso es todo —y miró el reloj—. ¿Qué tal se lo estará pasando Lauren en la fiesta?

A Morgan le conmovió que, en medio de aquella reunión, Justin no se hubiera olvidado de su hija.

—Seguramente se lo está pasando como nunca —respondió Morgan consultando su agenda y comprobando que no tenía más compromisos—. Pero, si quieres ir al hostal y comprobarlo por ti mismo, adelante.

—No quiero molestarla. Me dijo que era una fiesta sólo para chicas.

—Conozco una forma de que puedas enterarte sin que la molestes —dijo ella alzando una ceja.

—¿Conoces algún pasadizo secreto que llegue hasta el salón?

—Tendrás que esperar para verlo —respondió levantándose de la mesa—. ¿Vienes?

—Al fin del mundo —sonrió Justin.

—Y vamos a vivir en la casa grande que está en Birch Street —le estaba diciendo Lauren a una chica rubia—. Todavía no podemos instalarnos, porque hay que hacer reformas. Voy a tener una habitación pintada de rosa y una fiesta nocturna para chicas.

Justin escuchaba la conversación escondido en una pequeña salita que antiguamente había sido el cuarto de baño. Apenas había una abertura de unos centímetros, pero era suficiente para ver a Lauren, Delaney, Mary, Elizabeth y Sarah, todas de cinco años, sin ser visto.

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—No creo haber accedido a dejarle ir a ninguna fiesta, y menos nocturna —susurró Justin.

—Tiene que tener una —afirmó Morgan, también en voz baja—. De lo contrario, será una marginada.

—¿Estás de broma?

Morgan negó con la cabeza mientras escuchaba la conversación.

—Es nueva aquí —susurró—. Está intentando hacer amigas.

Justin sabía lo dura que había sido la vida para Lauren en los últimos tiempos.

—En ese caso, tendrá la mejor fiesta nocturna que pueda organizar —dijo Justin—. Y tú me ayudarás.

—¿Yo? —preguntó Morgan.

—Tú sabes de esas cosas más que yo —susurró—. Aparte de que eres una mujer.

Había pasado toda la noche sin pegar ojo repasando la conversación que habían tenido la noche anterior. Se había debatido entre la rabia y el cariño, deseando levantarse y consolar a Morgan por el dolor que había soportado tanto tiempo. Pero no lo había hecho. Quería ser una mujer independiente y podía entender el valor que había tenido que reunir para confesarle algo semejante.

—Bueno, creo que debería volver al ayuntamiento —susurró Morgan.

—No te vayas todavía.

—¿Hay algo más que quieras decirme?

—No, sólo quería estar un poco más de tiempo contigo —respondió, sintiéndose de pronto como un adolescente.

—Justin…

—Cena conmigo esta noche.

—No tienes que ser amable sólo porque…

—Por favor, no insistas en que hago las cosas porque siento compasión por ti —dijo él—. Si te invito a cenar es por mí. Cuando estoy contigo, me lo paso muy, muy bien. Además, quiero explicarte lo hermosa y atractiva que eres. Tal vez no te hayas hecho todavía a la idea, pero no tengo intención de desaparecer. Es más, creo que, si vamos a cenar juntos esta noche, quizá quieras besarme —sonrió.

—¿Disculpa? —preguntó ella sorprendida por la franqueza.

—Siempre sé cuándo a una mujer le gusta que la bese, y a ti te gusta.

—Qué arrogante.

—No es arrogancia, es sinceridad. Cena conmigo, así podrás conocerme mejor.

—No sé si es buena idea.

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—Vamos, Morgan. Sólo es una cena. No va a pasar nada que tú no quieras.

—La gente empezará a murmurar, Justin —dijo ella pensándolo—. Nos verán como a una pareja. Hay gente en este pueblo a la que le encantaría usar algo así contra mí.

—Tienes derecho a tener vida privada.

—¿Y qué pasa con Lauren?

—¿Papá? —oyeron entonces—. ¿Qué estás haciendo ahí escondido con Morgan?

Cuando levantaron la mirada, vieron a las cinco chicas en la puerta de la salita. Justin se sintió como si lo hubieran descubierto haciendo una horrible travesura.

—No, tesoro, es que Morgan y yo estábamos buscando una cosa —intentó excusarse.

Las chicas se rieron.

—¿Ha terminado ya la fiesta?

Lauren asintió.

—Ha sido muy divertida, papá. La señora Keenan hizo sandwiches y una tarta. Papá, te presento a mis nuevas amigas, Sarah, Mary, Elizabeth y Delaney.

—Encantado de conoceros, chicas.

—Papá, la madre de Delaney nos ha invitado a pasar la noche en su casa —dijo emocionada y conteniendo la respiración—. ¿Puedo ir? Por favor, por favor…

—No conozco a sus padres —dijo Justin mirando a Morgan.

Morgan sí. Conocía perfectamente a la madre de la chica. Era una rubia divorciada.

—Se llama Kaley Sims —dijo ella—. Fue al colegio con Paige.

—¿Trabaja en la agencia inmobiliaria? —preguntó Justin.

Morgan asintió.

—Se mudó aquí el año pasado.

—Vivimos con la abuela porque mamá y papá ya no están casados —dijo la chica.

—Seguro que a tu abuelita le gusta mucho que vivas aquí, ¿verdad? —le preguntó Justin arrodillándose a su lado.

—Me cuida mientras mamá va a trabajar. Dice que puedo ir a la fiesta nocturna de Lauren. ¿Puede venir esta noche?

—Sí, claro que sí —sonrió Justin.

Las chicas se pusieron a saltar y a dar palmadas emocionadas. Bajaron las escaleras de la casa riéndose, dejándolos solos.

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Morgan vio el rostro de pánico de Justin.

—Iré a hacerle la bolsa —se ofreció ella.

—Te lo agradezco —dijo Justin—. Y, cuando hayas terminado, podemos seguir la conversación y pensar dónde cenamos.

—Todavía no he dicho que sí.

—Pero quieres venir, así que, dime, ¿qué tipo de comida te gusta? —le preguntó mientras bajaban las escaleras.

Morgan lo ignoró y fue a donde estaban las chicas hablando en coro.

—La comida mexicana —dijo una voz.

Era la señora Keenan.

—Oh, Claire —dijo Justin—. Quería darte las gracias por la fiesta tan estupenda que has organizado. A Lauren le ha encantado.

—Ha sido un placer —dijo ella—. Me ha traído un montón de recuerdos. A Morgan también le gustaban estas fiestas. Le gustaba vestirse de princesa. Era muy buena disfrazándose. ¡Dios mío, qué deprisa crecen los niños…!

—A mí me pasa lo mismo —dijo él—. Muchas mañanas, creo que voy a despertarme y Lauren tendrá treinta años.

—Es una niña muy guapa.

—Estoy en deuda contigo —dijo Justin dándole las gracias de nuevo—. No me había dado cuenta de lo difícil que es educar a una niña.

—No lo estás haciendo nada mal —afirmó Claire—. Y con las niñas grandes, tampoco lo estás haciendo mal —añadió guiñándole un ojo—. Hay un restaurante mexicano magnífico en Durango llamado Francisco. Es el favorito de Morgan.

—Gracias por el soplo —dijo Justin sonriendo—. Sólo para tu información —añadió—, la cena de esta noche no tendrá nada que ver con los negocios. Será una cena íntima. Morgan y yo. Los dos solos.

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Capítulo 6Tres horas después, Lauren estaba en casa de Delaney con todas sus

amigas mientras Morgan cenaba a la luz de las velas con Justin en el restaurante Francisco.

El jersey de color vino que se había puesto le sentaba muy bien y realzaba sus anchos hombros.

No dejaba de mirarla y sonreír.

—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?

—Sí —respondió ella sonrojándose—. Y gracias, otra vez.

El mérito se lo debía a Paige. En cuanto su hermana se había enterado de que iba a salir a cenar con Justin, había volado de un lado a otro de la casa hasta encontrar un elegante jersey de angora con un escote barco y unos pantalones grises entallados. También el peinado había sido creación suya. Le había echado para atrás el cabello con horquillas, destacando así las facciones de su rostro. Para terminar, le había pintado los ojos y labios de forma discreta pero sugerente.

Había sido una lástima que Paige no hubiera podido darle también algo para controlar los nervios.

Aunque, ¿por qué debía estar nerviosa, si sólo se trataba de una cena?

Justin no dejaba de mirarla. Lo había intentado todo para lograr que se relajara, pero no lo había conseguido.

—¿Sabes? —dijo él—. Dos personas que han pasado una noche entera en una cueva juntos, y una tarde entera escondidos escuchando una conversación ajena, no deberían actuar como si fueran extraños.

—No hemos pasado toda la tarde escondidos —protestó ella—. Sólo han sido veinte minutos.

—Disculpa, mi mente me ha traicionado —replicó él—. Eres tan irresistible que me habría gustado que hubiese durado toda la tarde.

Morgan bebió un poco de vino.

—No estés nerviosa. Sólo estoy siendo sincero, Morgan. Me preocupo por ti, y creo que tú te sientes atraída por mí —dijo alzando la mano para que ella le dejara terminar—. Pero, dado que sólo estoy consiguiendo incomodarte, deberíamos cambiar de tema y elegir uno más inofensivo —dijo pensando unos segundos—. Lo tengo —dijo chasqueando los dedos—. Ben Harper vino esta tarde. Ha accedido a hacerse cargo de la casa.

—Oh, eso es maravilloso —dijo ella—. ¿Cuándo podrá empezar?

—A finales de semana. Antes de nada, habrá que quitar la basura y el polvo. Primero se pondrá con las escaleras. Después pintará toda la casa y hará algunas reformas en el dormitorio principal y en las dos habitaciones.

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Una de ellas será mi despacho, la otra, la habitación de Lauren. Dice que le hacen falta dos semanas para hacer de la casa un lugar habitable.

—Seguro que Lauren está emocionadísima.

—Todavía no lo sabe —contestó Justin—. Tú eres la única a quien se lo he dicho de momento. Necesito tu experiencia y tus consejos. ¿Me ayudarás a elegir los colores?

—¿No vas a contratar a un decorador?

—Quiero que la casa parezca un hogar, no un museo. Tú madre me dijo que fuiste tú la que decoraste las habitaciones del hostal. Me gustan mucho los colores que utilizaste en la tienda. ¿El azul es tu color favorito?

Morgan asintió.

—Yo también siento predilección por él —dijo el tomándola de la mano y entrelazando sus dedos con los de ella.

—No puedes pintar toda la casa de azul —dijo ella.

—No, supongo que no —respondió sonriendo—. ¿De qué color pintarías las habitaciones?

Morgan miró su mano, entrelazada con la de él y suspiró.

—Yo pintaría la cocina de amarillo. La habitación de Lauren… Tal vez de amarillo muy claro, casi pálido. No… mejor dicho… la pintaría rosa.

—¿Y qué hay de mi habitación? —preguntó él.

—Yo… —dijo ella nerviosa, mordiéndose el labio inferior—. No he visto todavía tu habitación.

Justin intentó que su mente no empezara a fantasear con las miles de cosas que podría hacer allí con ella.

—En ese caso, tendré que enseñártela —dijo inclinándose hacia ella en voz baja—. Podríamos pasar por allí un momento antes de regresar al hostal.

—Será ya muy tarde —protestó Morgan con poca convicción.

—Sólo serán diez minutos —dijo él expectante—. Te prometo que lo único que haré será enseñarte el dormitorio —dijo mirándola—. A menos que… a menos que tengas otras ideas. No seré yo el que dé el primer paso, Morgan. Sólo se hará lo que tú quieras.

Durante el viaje de vuelta, Morgan dejó que Justin la convenciera para parar un momento en su futura casa. La vez anterior que había estado con él no había subido a la planta superior.

En cualquier caso, le había dejado bien claro que sólo iba a tratarse de una ayuda entre dos socios, nada más. Y, para asegurarse, le había dado sólo cinco minutos para mostrarle el dormitorio.

Cuando llegaron, Justin abrió la puerta y encendió las luces.

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—Mañana vendrá un equipo para limpiarlo todo —dijo tomándola de la mano y guiándola escaleras arriba—. Pasará un poco de tiempo hasta que la cocina esté terminada, así que creo que tendremos que calentar la comida en un microondas una temporada.

—Seguro que, al final, vale la pena.

Al llegar a lo alto de las escaleras, Justin encendió más luces. Ante ella había un largo pasillo que daba acceso a cuatro habitaciones. La situada al final del pasillo era el dormitorio principal. Justin la llevó hasta allí, abrió la puerta doble que daba acceso al interior y encendió la lámpara de cristal que colgaba del techo.

Morgan esperó unos segundos para que sus ojos se acostumbraran al destello y entró. El suelo era de madera, y sonaba a cada paso que daba. Había una chimenea de mármol en una de las paredes. También había un enorme vestidor adjunto.

—¡Es increíble! —exclamó—. ¡Cuánto espacio!

—¿Se te ocurre algo?

Morgan se dio la vuelta y lo vio sentado junto a una ventana que daba al exterior. Lo que se le ocurría no tenía que ver precisamente con la decoración. Sintió un escalofrío.

—¿Cómo quieres que sean los muebles? —preguntó ella.

—No lo sé. Quiero que sean todos nuevos. ¿Qué tipo de cama crees que iría bien aquí?

—Una muy grande. Hay mucho espacio. Dándole un toque masculino…

—Sí, pero no demasiado —la interrumpió él—. No tengo pensado vivir aquí yo solo durante mucho tiempo.

No podía mirarlo. Sí, Justin quería una mujer a su lado. Un hombre rico y poderoso como él necesitaba una compañera, pero ella no era esa mujer.

—Deberíamos volver al hostal —dijo ella dirigiéndose hacia la puerta, pero Justin la detuvo.

—¿Por qué huyes de lo que tanto deseas? —preguntó.

—¿Y qué es exactamente eso que tanto deseo? —replicó ella dándose la vuelta y clavándole la mirada.

—Una relación con un hombre que se preocupe de verdad por ti —respondió sin dudar—. Me deseas a mí.

Morgan no sabía qué responder ante tal demostración de arrogancia.

—Eso es lo mismo que deseo yo —añadió él.

—Mira, Justin… Sólo porque te haya contado algo personal sobre mi pasado y hayas hecho una estúpida apuesta sobre un beso entre tú y yo, no significa que tengas el derecho de…

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—Pues yo creo que me da todo el derecho. Yo me preocupo por ti, Morgan. No lo había planeado así, pero ha ocurrido, y quiero ver a dónde conduce este camino.

Sí, ella también quería verlo, pero tenía demasiado miedo. ¿Y si no podía estar a la altura de lo que él esperaba?

—No puedo…

—Claro que puedes —afirmó él—. Estoy aquí para demostrártelo, para ayudarte.

—Intenté hacerlo cuando me besaste, pero huí en cuanto te acercaste un poco.

—Tal vez no estabas preparada todavía para algo tan directo. Y, quizá, te sujeté con demasiada fuerza. Pero te besé, y te gustó, lo sentí.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Estaba excitada. Deseaba ser la mujer que él deseara, que él necesitara.

—Morgan, eres la alcaldesa de este lugar, eres la propietaria de tu propio negocio y vas a dirigir un proyecto muy importante. ¿Pretendes convencerme de que no eres capaz de darme un simple beso?

Morgan no dijo nada.

—Sólo dime una cosa, Morgan —continuó—. ¿Tú quieres besarme?

—Sí… —dio ella con timidez.

—Pues demuéstralo —la retó él—. Yo me sentaré aquí. No me moveré. No te tocaré.

Morgan intentaba mantener el control de su cuerpo, pero con poco éxito.

—Te reto, Morgan —dijo él—. Te reto a que te atrevas a darme un beso.

Morgan dio un paso hacia él. Luego, otro. Después, otro. Tenía que contenerse para no lanzarse sobre él.

—Esto es una locura —dijo.

Se detuvo delante de él. Iba a hacerlo sólo para cerrarle la boca, para demostrarle que nadie podía retarla impunemente. Puso las manos sobre sus hombros y sintió su fortaleza. Inclinándose sobre él, le rozó los labios con los suyos. La boca de Justin era firme y cálida. Empezó a sentir una profunda excitación ascendiendo desde su vientre hasta la boca. Se apartó sintiendo como si su corazón fuera un tambor resonando desbocado en medio de una inmensa jungla.

—Otra vez, Morgan —dijo él—. Bésame otra vez.

No sabía si eran las palabras de Justin o su propio instinto lo que la guiaba hacia delante, pero se inclinó de nuevo, esa vez con más decisión, y pasándole las manos por el pelo, lo besó con avidez. A los pocos segundos volvió a apartarse, pero sólo unos centímetros. Necesitaba estar cerca de aquellos labios.

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—Otra vez… —le pidió Justin con voz ahogada.

Para Justin, aquellos besos estaban empezando a ser adictivos. Cuando Morgan lo besó por tercera vez, él introdujo la lengua dentro de su boca, que se abrió con hospitalidad para recibirlo.

—Eso es, ojos verdes… —murmuró él—. Déjame saborearte.

Morgan ya estaba entregada al placer. Nunca, jamás había experimentado nada parecido. Y quería más, mucho más.

—Justin… —susurró—. Yo… yo nunca había…

—Disculpen —dijo una voz desde la puerta.

Morgan se irguió como un resorte y se dio la vuelta.

Era su cuñado, el sheriff Reed Larkin.

—Oh… —dijo él avergonzado—. Lo siento, Morgan… Justin… Hemos recibido hace unos minutos una llamada diciendo que había alguien en la casa —dijo frotándose la frente—. Tuve que venir a comprobarlo, y…

—No te preocupes, Reed —dijo Justin levantándose—. Le estaba enseñando a Morgan esta parte de la casa.

Reed asintió.

—Perdonad la interrupción. Ya me voy. Pasadlo bien.

Reed desapareció tan rápido como había llegado.

—Qué vergüenza… —dijo ella.

—¿Vergüenza? ¿Por qué? ¿Porque tu cuñado nos haya visto besarnos?

—¿No lo entiendes? El pueblo entero se va a enterar de que…

—¿Y qué? ¿Por qué eso es malo?

—Ya te lo he dicho —respondió Morgan—. Estas cosas no… no se me dan bien.

—Pues, por la forma en que me estabas besando, nadie lo diría —dijo él.

—Eso es sólo por las cosas que me estabas diciendo —se excusó ella.

—¿Te refieres a que te estaba incitando?

Morgan asintió.

—No, si ha funcionado es porque los dos nos deseamos.

Morgan tuvo de nuevo una extraña sensación en el estómago. Sí, lo deseaba.

—Llegará el día en que quieras más —dijo él—. Quiero que tengas algo claro: nadie tiene derecho a pedirte que hagas algo que no desees hacer.

Justin luchó contra la ira que sentía hacia el hombre que le había hecho tanto daño. La tomó de la mano y la llevó hasta la ventana otra vez.

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—Aunque me pese, si dices que no, será que no —afirmó.

Morgan lo miró con timidez durante unos segundos. Finalmente, alzó la cabeza. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Después de lo que pasó con Ryan… Dijo que había estado provocándolo, que me lo había buscado, que había sido culpa mía…

—Te mintió, Morgan —dijo Justin lleno de furia—. No fue culpa tuya, se mire por donde se mire —afirmó sintiendo ganas de abrazarla para hacer desaparecer su miedo, sus temores—. Yo no soy como él, Morgan —dijo arriesgándose a acariciarle la mejilla—. Te respeto demasiado, eres un tesoro demasiado preciado para mí como para hacerte daño. Cuando estemos juntos, será porque tú lo desees tanto como yo.

—Pero, ¿qué pasa si no soy capaz de…?

—Esperaré lo que haga falta —respondió él sin dudar.

La mañana siguiente, Morgan bajó a desayunar a la hora de siempre. Desde que Justin había regresado y se había instalado en el hostal de forma temporal, no tenía más alternativa que verlo cada día.

«Esperaré lo que haga falta», le había dicho la noche anterior.

No había podido dormir recordando sus palabras y sus besos. No había tenido muchas experiencias con los hombres, pero nunca había sentido nada semejante. Además, todo era distinto a como había sido con Ryan. Para empezar, ella era ahora más madura. Aunque Ryan había procedido de una familia acaudalada, no había sido como Justin que, siendo un hombre millonario y poderoso, nunca la había hecho sentirse distinta a él.

Sería tan fácil enamorarse de él… Ser la mujer que él necesitaba era algo muy distinto.

Mientras bajaba por las escaleras, oyó ruido procedente de la cocina y se apresuró.

Al entrar, vio a Justin y a su hija, sentados a la mesa.

—¡Morgan! —exclamó Lauren yendo hacia ella con sus coletas agitándose—. Voy a ir al colegio. Es mi primer día.

—¿Estás contenta? —le preguntó ella.

La pequeña asintió. Llevaba unos pantalones vaqueros, una blusa rosa y un jersey a juego. Estaba preciosa.

—Delaney y Mary Elizabeth van en autobús —continuó Lauren—, pero yo no puedo, papá quiere llevarme en coche.

Morgan miró a Justin y le conmovió que quisiera estar presente el primer día de colegio de su hija.

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—En ese caso, tenemos un problema —sonrió Morgan—. Tu papá quiere estar seguro de que eres feliz en el colegio y conocer a los profesores. ¿Qué te parece si dejas que papá te lleve al colegio y, a cambio, vuelves en el autobús con tus amigas cuando salgas?

—Me parece bien —dijo la pequeña sonriendo, y se volvió hacia Justin—. Papá, puedes llevarme al colegio.

—Gracias, tesoro —dijo él y, mirando a Morgan, sintió un estremecimiento en el pecho—. Gracias —añadió en dirección a ella, en voz baja—. Nos vemos luego —añadió levantándose de la mesa.

Morgan intentó guardar la compostura mientras ayudaba a Lauren a tomar la mochila. Cuando lo consiguió, le dio un beso cariñoso.

—Hasta luego, Morgan.

—Hasta luego, Lauren. Pásalo muy bien en el colegio.

La pequeña le dio un beso a los Keenan y se fue detrás de su padre. Morgan se sirvió una taza de café y, cuando se sentó a la mesa, descubrió que sus padres estaban mirándola.

—¿Qué pasa?

—Nada… —dijo su padre—. Sólo pensaba en lo adorable que es esa niña. Me recuerda tanto a ti cuando tenías su edad… Sabe perfectamente lo que quiere, y va tras ello.

—Y Justin es muy buen padre —añadió su madre.

Morgan se lo veía venir, pero no dijo nada y siguió bebiendo su café en silencio.

—Y es un hombre tan atractivo… —dijo su madre—. Es una lástima que esté solo. ¿Qué tal fue vuestra cita de anoche, cariño?

—Bien —respondió ella, que ya no podía negar que hubiera sido una cita.

—¿Sólo bien? —insistió su madre.

—Claire… —dijo Tim tomando el brazo de su esposa—. Morgan no quiere hablar de ello, ¿no te das cuenta? Debemos respetarla.

Morgan se dio cuenta de lo mucho que deseaba contarles lo bien que se lo había pasado con él y cómo se sentía, pero no estaba segura de sí misma.

—Mamá, tenemos que trabajar juntos —dijo finalmente Morgan—. Nuestra principal preocupación debe ser el proyecto. No va a haber tiempo para mucho más.

—Pues es una pena… Claro, que si no hay la más mínima chispa entre vosotros… —dijo su madre bebiendo un poco de café—. Por cierto, Paige ha llamado antes. Dice que Reed se encontró con vosotros anoche. Dice que estabais en la casa de los Calloway —dijo sonriendo—. Veo que has decidido ayudar a Justin a decorar su casa…

Morgan suspiró y sus temores se disiparon.

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—Sí, algo parecido —dijo.

Más tarde, en su oficina, Morgan estaba sentada ante su mesa sin poder concentrarse, con miles de papeles pendientes.

Alguien llamó a la puerta y Justin entró.

—¿Tienes un momento?

El estómago de Morgan empezó a enviar señales desesperadamente, pero ella consiguió permanecer como si no pasara nada. Asintió y lo invitó a entrar.

—¿Teníamos alguna reunión? —preguntó ella.

—No. Sólo quería venir para verte y darte las gracias.

—¿Las gracias? ¿A mí?

—Sí, por lo de esta mañana. Lauren estaba insistiendo en ir con sus amigas en el autobús, y tú lo solucionaste.

Pero ella estaba mirando los labios de él, recordando los besos de la noche anterior, sintiendo temblores por todo su cuerpo.

—Yo… Seguro que has sacado muchas fotos.

—Desde luego —asintió él—. Ella sola, con sus amigas, con los profesores, hasta en clase.

Los dos se rieron.

—Lo pasé muy bien anoche contigo —dijo él de improvisto.

—Yo también —admitió Morgan.

—Me alegro, porque me gustaría mucho repetir la experiencia.

—No creo que sea buena idea.

—Comprendo —dijo él sentándose—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

Morgan no dijo nada.

Justin sabía que había química entre ellos, más de la que había tenido con ninguna otra mujer. No estaba dispuesto a dejarla escapar.

—Me gustaría que me lo explicaras —dijo.

—No fue por los besos, no quiero que pienses… ¿Qué pasa si no puedo ir más allá?

—Ya te lo dije ayer —respondió él—. Tú marcarás el ritmo.

Justin la tomó de la mano y se alegró cuando ella no la retiró.

—Entre los dos, vamos a borrar de tu memoria todos esos malos recuerdos, Morgan. Insisto en que quiero ayudarte. Ayer por la noche dimos un paso importante. Me besaste una vez, y otra, y otra…

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Morgan cerró por un segundo los ojos y Justin supo que ella lo deseaba también. No había la más mínima duda.

—La intimidad entre un hombre y una mujer puede ser algo maravilloso, Morgan. Me gustaría ser el hombre que te lo enseñara —dijo inclinándose hacia ella—. Y me gustaría que me besaras.

—¿Por qué estás tan seguro de todo?

—¿Sobre qué? ¿Sobre los besos? —preguntó Justin intentando bromear.

—No, sobre todo, sobre…

—¿Sobre hacer el amor? —terminó él la frase—. Porque creo que tú lo deseas tanto como yo. Puede que ahora mismo no, pero lo desearás, y yo esperaré para estar ahí ese día. Yo me preocupo por ti, Morgan.

—Yo también me preocupo por ti —dijo ella—. Pero también me preocupa que todo esto, si sale mal, pueda afectar al proyecto.

—No creo que vayamos a pasar mucho tiempo trabajando juntos de todas formas. Marc Rhodes será la persona encargada de dirigirlo todo. Es la persona ideal para ese puesto. Ya te dije que hablaba en serio cuando decía que quería dedicarle más tiempo a Lauren. Y a mí mismo. He pasado muchos años trabajando día y noche, pero no lo haré nunca más. A partir de ahora, me concentraré en mi familia y en disfrutar de la vida. Y quiero que tú formes parte de ello.

Era terrible tenerla tan cerca y no poder besarla.

—De momento, creo que pasaré la mayor parte del tiempo trabajando en mi futura casa —continuó Justin—. Lauren necesita tener un sitio para ella sola, y yo también.

—Eres muy bueno con ella, Justin.

—No siempre ha sido así. Me ha costado mucho comprender cuáles son mis verdaderas prioridades. Es hora de que Lauren tenga un hogar de verdad.

—¿Todavía quieres mi ayuda?

—Por supuesto. He venido porque, tal vez, querrías venir conmigo y aconsejarme. Por ejemplo, no tengo muy claro de qué color pintar las paredes.

Alguien llamó a la puerta y Morgan soltó la mano de Justin antes de responder. Era su secretaria. Necesitaba que Morgan firmara unos papeles.

—Tengo una reunión en unos minutos sobre el Western Days, que se celebrará en dos semanas. Podría pasarme dentro de una hora —dijo consultando el reloj—. ¿Cuándo tienes que ir a buscar a Lauren?

—A las tres —dijo él—. Va a pasar la tarde en casa de Delaney —suspiró—. La verdad, no estoy acostumbrado a que sea tan independiente.

—Eso significa que es feliz.

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—Y tu familia y tú tenéis mucho que ver en ello.

—Bueno, yo creo que su padre también tiene su mérito —dijo ella e, inclinándose sobre la mesa, le dio, para su sorpresa, un beso en los labios—. No puede negarse que se te dan muy bien las mujeres —añadió reclinándose de nuevo en la silla.

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Capítulo 7A mediodía, Morgan fue a la nueva casa de los Hilliard con un poco de

comida. Mientras subía las escaleras que daban al porche, sintió una intensa excitación ante el deseo de volver a ver a Justin. Era sorprendente la facilidad con la que, en unas pocas semanas, se había introducido en su vida.

Hasta hacía muy poco, aquel hombre sólo había sido un extraño. Sin embargo, nada más conocerse habían pasado una noche entera juntos en una cueva y ella había dormido en sus brazos.

Por otra parte, cada vez que ponía el pie en aquella casa, acababa besándolo.

En lugar de reafirmar su convicción de alejarse de él, sus pensamientos la impulsaban con más fuerza aún a cruzar la puerta y descubrir de qué nueva estrategia se serviría Justin para conseguir que ella lo besara.

Cuando abrió la puerta, oyó enseguida ruidos procedentes del piso superior. Subió las escaleras y caminó por el pasillo hasta una de las habitaciones. Cuando entró, vio a un hombre atareado sobre una mesa improvisada de madera. Era Justin.

Llevaba unos pantalones vaqueros ajustados y una camiseta de manga corta que destacaba sus músculos. Estaba lleno del polvo que despedía una sierra de cortar madera, con la que estaba haciendo finos listones. Apenas podía encontrar una palabra para describir lo atractivo que estaba.

Cuando la vio, se detuvo, la miró y sonrió. Conseguía que su corazón latiera a cien por hora sin necesidad de decir una sola palabra.

—Hola —dijo dejando la sierra sobre la mesa y yendo hacia ella.

—Hola… —contestó Morgan intentando recobrar el aliento, aunque sin mucho éxito.

Justin tomó las bolsas de comida que había llevado.

—Seguro que eres capaz de saludarme de una forma mucho mejor que ésa —dijo acercándose un poco más.

Morgan se estremeció al ver el deseo reflejado en sus ojos. Era incapaz de contenerse. Recorrió los centímetros que la separaban de Justin y lo besó. Estuvo a punto de echarse atrás, pero entonces él gimió y empezó a besarla apasionadamente. Morgan se dejó llevar por la pasión y posó las manos en su pecho. Su intención era mantenerse a distancia pero, en cambio, empezó a acariciarlo lentamente, hasta rodearlo con los brazos.

Mientras él le separaba los labios con la lengua, Morgan le acariciaba el pelo y se acercaba cada vez más. Estaba a punto de perderse sin remedio en el deseo cuando Justin se detuvo.

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—Vaya… —dijo él asombrado—. Creo que deberíamos ir un poco más despacio.

—Oh… —dijo Morgan dando un paso atrás.

Pero Justin le tomó la mano para impedir que se alejara.

—No, no te vayas tan pronto, ojos verdes.

Dadas las dificultades que tenía Morgan para confiar en él, lo último que Justin quería era desanimarla.

—Me encanta lo que estabas haciendo —dijo él—. Sólo que era un poco… intenso. Y yo sólo soy un pobre hombre que te desea demasiado, compréndelo.

Justin se sintió un poco decepcionado cuando ella no dijo nada al respecto.

—Te he traído comida —dijo Morgan señalando con la mirada las bolsas.

—Sí, será mejor concentrarnos en eso —comentó él abriendo una de las bolsas y mirando el interior—. ¿Huele a queso?

Ella asintió.

—Bien. Me encanta.

—Me alegro, porque no estaba segura de si iba a ser así o no.

—Yo soy muy fácil de contentar. Prácticamente no hay nada que no me guste —dijo llevando las bolsas hasta una mesa que estaba bajo la ventana mientras ella lo seguía con las bebidas.

—¿También eres carpintero? —preguntó Morgan sacando dos tazas de té helado.

—Sólo estoy haciendo unas estanterías para las muñecas de Lauren —respondió, y probó uno de los sandwiches—. ¡Está buenísimo!

—Ventajas de vivir en un sitio pequeño —sonrió ella.

—Este pueblo tiene muchos atractivos —apuntó Justin—. Y el mayor de todos es su hermosa alcaldesa.

—Gracias —dijo ella mirando hacia otro sitio.

Morgan no pensaba que lo fuera. En cualquier caso, hacía tiempo que intentaba hacer todo lo posible para ocultar cualquier atractivo físico que pudiera tener.

—No tienes que darme las gracias. Es la verdad. Tienes una piel muy suave, delicada. Y un cuello largo y estilizado que parece estar esperando a ser besado. Pero esos ojos verdes… se me para el corazón cada vez que me miran.

—No digas esas cosas…

—¿No puedo decir la verdad? ¿Por qué no? Eres una mujer bellísima, Morgan Keenan. Me haces sentir cosas que ninguna otra mujer me había hecho sentir.

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—Pero… —dijo ella dubitativa—. Estuviste casado.

Justin estaba decidido a no sentir lástima por Crystal nunca más.

—Sí, lo estuve. Y no hablaré mal de mi ex mujer sólo porque ya no esté entre nosotros. No estábamos hechos el uno para el otro. Es una pena, pero es la verdad. Necesitábamos cosas diferentes, llegamos al matrimonio esperando cosas distintas. Estuvimos divorciados durante años antes de que ella muriera.

Odiaba hablar de aquel tema en aquel momento, pero era necesario que Morgan supiera la verdad.

—Lauren se llevó la peor parte —dijo con expresión triste—. Ésa es la razón por la que decidí hacer cambios, para darle la vida que se merecía. Yo no tuve la oportunidad de crecer teniendo a mi padre a mi lado, pero ella sí la tendrá.

Morgan comía su sándwich mientras escuchaba a Justin hablar de su familia y de cuánto la quería. No sabía si ella podría darle algo así. Todavía no estaba segura de sí misma, pero sí sabía que quería intentar tener una relación con él. Era un hombre que se preocupaba por ella, por sus sentimientos y por sus miedos.

—Justin, ¿recuerdas la reunión de la que te he hablado esta mañana? ¿La reunión a la que tenía que ir? —le preguntó armándose de coraje.

Justin asintió y siguió comiendo.

—Era una reunión para tratar de Western Days, que será dentro de dos semanas. El viernes por la noche se celebrará el Miss Kitty's Saloon Casino, y el sábado será el baile Sadie Hawkins.

—¿Sadie Hawkins? Mmm… ¿No es ése el baile en el que las mujeres le piden bailar a los hombres?

Morgan asintió.

—¿Intentas decirme que va a haber un montón de mujeres desesperadas intentando cazarme? —sonrió él.

—Bueno, es una posibilidad —se rió ella—. Pero es la mujer que tienes delante la que quería preguntarte una cosa. Justin, ¿te gustaría ir conmigo al baile?

—¿Vas a salvarme de todas las demás? —preguntó él.

—¿Quieres que te salven?

—Sólo si lo haces tú.

—¿Vendrás conmigo entonces? —volvió a preguntar un poco nerviosa.

—Sólo si me das un beso.

—Sus precios son muy caros, señor Hilliard —dijo ella sonriendo mientras dejaba el sándwich sobre la mesa y se acercaba a él llena de deseo.

—Siempre hay que aprovechar las oportunidades, señorita Keenan.

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—Se equivoca, señor Hilliard —dijo ella pasándole las manos alrededor del cuello—. Soy yo la que está aprovechando la oportunidad.

Morgan posó sus labios en los de él unos segundos y se retiró. A continuación, sin esperar que él hiciera o dijera algo, volvió a besarlo, esa vez con más intensidad, jugando ella misma con su lengua.

Para cuando volvió a separarse de él, Justin apenas era capaz de respirar.

—Está usted llena de sorpresas, alcaldesa.

* * *—Papá, el rosa que me gusta es ése —dijo Lauren señalando la

muestra de colores de la pared de su dormitorio—. Morgan dice que se llama Cotton Candy. Es mi favorito. A Delaney también le gusta mucho.

Las dos niñas asintieron.

Había pasado una semana desde que los obreros habían empezado a trabajar en la casa, y las obras marchaban a buen ritmo. Después de haber aplicado varias tonalidades de rosa en la pared, su hija al fin se había decidido por una.

Justin sonrió. Era la tonalidad más brillante de todas las que había seleccionado Morgan.

—Si estás segura, entonces lo pintaré mañana mismo —dijo él.

—Sí, papá —afirmó la niña, emocionada—. Estoy segura, estoy segura —añadió dando saltos con su amiga—. Entonces, ¿podemos hacer una fiesta nocturna?

—Pero si todavía no tienes cama…

—Podemos usar sacos de dormir —dijo la pequeña con sus hermosos ojos azules—. Por favor…

—Lo hablaremos más tarde —dijo Justin.

—Bueno, vale, pero no te olvides ¿eh? —le pidió Lauren.

El timbre de la puerta sonó.

—La mamá de Delaney está aquí —dijo Lauren, y las dos niñas salieron corriendo del dormitorio.

Sus pasos resonaron por la casa mientras Justin se limpiaba el sudor de la frente. Entre las reuniones de proyecto y el trabajo en la casa, no sabía ni dónde estaba. En cualquier caso, la habitación de su hija tenía máxima prioridad.

De repente, oyó voces y se asomó a la puerta. Las niñas estaban de nuevo en la puerta y las acompañaba una rubia de ojos azules que debía de tener unos treinta años.

Era la madre de Delaney. La mujer lo miró de pies a cabeza lentamente y dibujó una sonrisa discreta con sus rojos labios.

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—Hola, me llamo Kaley Sims. Tú debes de ser Justin Hilliard.

—El mismo —respondió yendo hasta ella para darle la mano—. Me alegro de conocerte, al fin. Aprovecho para darte las gracias a ti y a tu madre por lo bien que habéis cuidado de Lauren estas semanas.

—Nos encanta tenerla con nosotros. Delaney y Lauren se han hecho muy buenas amigas —dijo jugando con su pelo—. Es duro ser madre soltera. Si no fuera por mi madre, no sé qué haría. Me mudé aquí, a Destiny, por ella.

—Es un buen lugar para criar a una hija.

—Vaya, veo que te has adaptado bien. Creí que te costaría más, viniendo de una gran ciudad, que vendrías sólo para hacerte cargo del proyecto.

—Ésa era mi idea inicial —dijo Justin—, pero al final he decidido que Lauren y yo nos quedaremos aquí.

—Bien, entonces nos veremos a menudo —dijo Kaley—. ¿Se ha enterado ya de la celebración del Western Days?

—Sí, algo he oído.

Kaley iba a decir algo, pero las niñas empezaron a dar gritos y se calló. Cuando volvieron la mirada hacia ellas, Morgan estaba en la puerta. ¿Por qué se sentía como si lo hubiera salvado?

—Hola, Morgan —dijo yendo hacia ella para saludarla.

A Morgan se le borró la sonrisa que tenía en la cara cuando vio a Kaley.

—Hola, Justin —dijo—. Hola, Kaley.

—Hola, Morgan —contestó Kaley.

—Kaley ha venido a buscar a Delaney —dijo Justin mirando a las chicas—. Se han hecho muy buenas amigas.

—Sí, Delaney no hace más que hablar de Lauren —afirmó Kaley, y se volvió hacia Justin—. Como te iba diciendo, se va a celebrar el Western Days la próxima semana.

—Sí, Morgan me lo contó. El baile Sadie Hawkins —dijo Justin, que intuía por dónde iba Kaley y quería dejarle claro de la forma más rápida posible que sus sentimientos ya estaban comprometidos—. No he estado en ninguno desde el instituto —añadió sonriendo a Morgan—. Gracias a la alcaldesa Keenan, podré ir a otro.

—¿Vas a ir? —preguntó Kaley sorprendida.

—Sí —respondió Morgan—. Justin va a venir conmigo.

Kaley los observó unos segundos en silencio.

—Eso está muy bien —dijo finalmente—. Yo no sé si iré este año, pero seguro que estaré trabajando en el casino —añadió sonriendo a Justin—. Pásate por mi mesa y prueba suerte.

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Tomando a su hija de la mano, Kaley se fue. Lauren los acompañó.

—Si prefieres ir con Kaley, yo…

Justin se acercó a ella incrédulo.

—¿He hecho o dicho algo que te haga pensar que prefiero ir con ella?

Morgan negó con la cabeza.

—Bien, porque tú eres la única mujer con la que quiero ir. Y, por favor, deja de mirarme así o no tendré más remedio que romper mi promesa y besarte aquí mismo para demostrártelo.

Para su sorpresa, Morgan no se alejó de él despavorida. En lugar de eso, le sonrió.

—Creo que voy a hablar con mis hermanas. Kaley Sims necesita un hombre.

Entonces, poniéndose de puntillas, lo besó.

Morgan sabía que hacer aquellas cosas era locura, pero, desde que Justin había llegado al pueblo, no había podido evitar actuar sin pensar. Movió sus labios lentamente sobre los de él, disfrutando de un sabor al que se estaba empezando a acostumbrar.

—Eres el único hombre con el que quiero estar —dijo ella mirándolo fijamente.

—Estás jugando sucio, ojos verdes. Mejor cambiemos de tema… ahora mismo.

Morgan asintió, dándose cuenta de que todavía no estaba preparada para nada que no fuera besarlo y salir con él de vez en cuando.

Lo que se preguntaba era si sentiría deseos de dar un nuevo paso cuando llegara el momento. No lo sabía. La única certeza era que, si llegaba ese día, quería que fuera con Justin, con nadie más.

—¿Qué te trae por aquí?

—He hablado con Marc Rhodes por teléfono. Quiere que tengamos una reunión. ¿Cuándo tendrás tiempo?

—Todas las mañanas. Lauren está en el colegio.

—Entonces, tenemos tiempo de sobra.

—Tenemos tiempo para estar juntos —murmuró él—. ¿Qué te parece si nos vemos esta noche? Podemos llevar a Lauren a cenar.

Morgan estaba ilusionada porque Justin la viera como su pareja. También ella estaba empezando a verse de aquella manera.

—¿Qué te parece si vamos a cenar con mi familia? —propuso Morgan—. Pero te advierto que mis hermanas y mis cuñados estarán allí. Seguro que te acribillarán a preguntas, sobre todo Paige. Es abogada.

Justin cruzó los brazos. Desde que había aceptado tomar el hostal como su residencia temporal, había evitado unirse a las reuniones familiares.

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—A mí me parece bien, pero no quiero que tú te sientas presionada o incómoda.

Estaba dejando que tomara ella la decisión. Había sido sensible y paciente con ella cuando la mayoría de los hombres habría salido huyendo.

—Nunca me sentiría incómoda contigo.

Una hora después, Morgan, Lauren y Justin entraron en la cocina de los Keenan. Todos estaban ya allí.

Claire y Tim fueron los primeros en saludarlos, las hermanas se intercambiaron besos. Aquel afecto era algo que Justin nunca había vivido, pero estaba contento de que Lauren fuera a criarse en aquel ambiente.

—Me alegro de que te unas a nosotros —dijo Tim.

—Gracias por aceptarnos —respondió Justin.

—Lauren y tú siempre seréis bienvenidos.

—¿Qué tal van las obras? —preguntó Reed.

—Bien. Pintaremos mañana. Los muebles llegarán en unos cuantos días.

—Y, entonces, nos mudaremos —añadió Lauren—. Mi habitación la van a pintar de rosa Cotton Candy. Morgan me ayudó a elegirlo. Además, voy a organizar una fiesta nocturna sólo para chicas.

—Tesoro, te dije que teníamos que hablarlo…

—Papá… Mary Elizabeth, Delaney y Sarah van a venir. se lo he prometido…

Paige lo miró.

—Sí, papá, se lo ha prometido a sus amigas —bromeó la hermana de Morgan imitando la voz de la niña—. ¿Qué pasa? ¿No puedes encargarte de cuatro mujeres al mismo tiempo?

—Sí, tienes razón, me dan un poco de miedo —sonrió él—. No, lo que pasa es que no creo que a sus padres les haga mucha ilusión que vayan a pasar la noche en una casa donde no hay una mujer adulta.

—Cielos —dijo Paige—. No había caído en eso.

—Es difícil explicárselo a una niña de cinco años —continuó Justin—. Pero, dado que todas sus amigas la han invitado a sus casas, creo que no puedo negarme.

—Tiene que haber alguna solución —dijo Paige pensativa—. Un momento…

Paige reunió a sus dos hermanas en corro, al que se unió Claire.

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—Eso es muy peligroso —dijo Holt—. Cuando hacen eso, es que están tramando algo.

—¿Qué le has dicho a Paige? —le preguntó Tim acercándose con Reed.

Justin se lo dijo.

—Comprendo el dilema —dijo Holt—. Tengo suerte de tener un hijo. A Corey le encanta dormir en el suelo. Aunque, ciertamente, Leah podría estar embarazada de una niña.

—Puede que las niñas sean más complicadas, pero el esfuerzo vale la pena —afirmó Justin—. Incluso con todo ese lío de muñecas, peinados y vestiditos, yo no la cambiaría por nada del mundo. La adoro.

—Yo opino igual —dijo Reed, ya que Paige estaba embarazada de una niña—. Pienso consentirla todo lo que pueda.

—No, si Paige puede evitarlo —dijo Tim—. Chicos, tenéis que ser fuertes. En esta familia, las mujeres tienen mucho poder.

En ese momento, las cuatro mujeres fueron hacia ellos sonriendo.

—Lo sabía, han tramado algo —sonrió Reed.

—Tenemos una idea que solucionará el problema de Justin —anunció Claire—. ¿Qué te parece si traes a Lauren y a sus amigas aquí?

—Oh, Claire —dijo Justin mirando a Morgan—. No puedo pedirte algo así.

—Tú no me lo has pedido, yo te lo estoy proponiendo. Dado que en tu casa todavía no tienes lo suficiente para albergar a cuatro niñas de cinco años, ¿por qué no traerlas aquí? En el tercer piso hay sitio de sobra.

Antes de que Justin asimilara la idea, Lauren empezó a saltar.

—¡Sí! ¡Sí! Papá, por favor…

—Todavía no tengo a una mujer que pueda…

—Sí, sí la tienes —dijo Morgan—. Yo me quedaré con ellas.

No podía creer que Morgan estuviera dispuesta a hacerlo.

—¿Estás ofreciéndote a quedarte toda la noche en vela para cuidar a cuatro niñas de cinco años?

—Dudo que estén despiertas tanto tiempo, pero sí. Puede ser divertido. A menos, claro, que no te parezca buena idea.

—Pero será mucho trabajo…

—En absoluto. La pizza la pagarás tú.

—Sí, papá… —dijo Lauren—. Tienes que comprarnos un montón de pizzas, y helados, y caramelos, y…

—Eh, para ya —sonrió él—. Os podréis malitas.

—Bueno… —dijo Lauren—. Helados pequeñitos y caramelos pequeñitos.

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—Eso está mejor —dijo Justin mirando a Morgan—. ¿Puedo hablar contigo un momento?

—Claro —respondió ella mirando a su alrededor y preguntándose si se notaría mucho.

Salieron de la cocina.

—Lo siento, Justin. No quería que Lauren oyera nada hasta que tú pudieras decidir.

—No estoy enfadado, Morgan. Sólo quiero preguntarte si estás segura.

—Claro que lo estoy. Quiero hacerlo. Mi madre ha accedido porque, ahora mismo, no hay clientes en el hostal. Además, es la mejor solución. Para Lauren es muy importante integrarse. Es la chica nueva del pueblo. Lo necesita.

Justin la miró fijamente.

—Ojalá no te hubiera hecho esa maldita promesa.

—¿Qué promesa?

—Dije que no te besaría si no lo hacías tú primero. Es muy difícil.

La confesión de Justin la estremeció, sobre todo al darse cuenta de que también ella quería que la besara. Sin importarle lo cerca que estaba su familia, se acercó a él.

—En ese caso, creo que puedo hacer algo para liberarte de tus pesadillas —dijo mirándolo fijamente—. Bésame.

Justin la miró con los ojos llenos de deseo.

—Ya comprendo tu estrategia. Crees que porque tu familia está cerca no lo haré, ¿verdad?

—En realidad, lo que quiero es justamente lo contrario. Quiero que me beses de una vez, Justin.

—No sabes cuánto he deseado oírte decir esas palabras —dijo tomándola de la cintura—. ¿Estás completamente segura?

—Sí.

Lo estaba. Tanto que fue ella la que se acercó aún más. Justin se inclinó sobre ella y la besó. Sus respiraciones se mezclaron y Morgan sintió la excitación de su cuerpo aumentando cada vez que él movía los labios.

Unos segundos después, Justin se apartó.

—Bésame otra vez —le pidió Morgan.

—Encantado —dijo él tomándole la cara entre sus manos y besándola apasionadamente.

Morgan lo recibió con los labios abiertos y la lengua deseando jugar con la suya.

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Estaban completamente perdidos en la pasión cuando oyeron una voz.

—Papá, estás besando a Morgan —dijo Lauren.

Oyeron a la niña alejándose y entrando de nuevo en la cocina anunciando a todos lo que había visto.

—¡Mi papá está besando a Morgan!

—Creo que nos han descubierto —dijo ella.

—¿Te preocupa?

—Ya no.

—Me alegra oír eso. Ven, llegó el momento de volver con los demás.

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Capítulo 8—Ahora me toca a mí que me pintes las uñas —dijo Delaney sentada

en una de las antiguas camas de las hermanas Keenan.

Eran las diez de la noche y no había ningún indicio de que las cuatro niñas estuvieran cansadas.

—Déjame terminar con Mary Elizabeth primero —le pidió Morgan.

Unos minutos después, Morgan se echó hacia atrás para contemplar el resultado de su trabajo.

Las niñas estaban en pijama. Las había peinado a las cuatro y ellas habían hecho lo mismo con ella.

—Quiero Diamantes Rosas —pidió Delaney—. Por favor.

Morgan buscó entre los frasquitos que había llevado aquella noche y tomó el que quería la niña. El resto miraron cómo le pintaba cuidadosamente las uñas, de la primera a la última.

—Muy bien, chicas —dijo cuando hubo terminado—. Ahora os tenéis que sentar tranquilamente en la cama hasta que se seque —añadió encendiendo el televisor y poniendo La sirenita.

Morgan suspiró al ver que las cuatro pequeñas seguían sus órdenes y se sentaban a ver la película. Habían estado jugando a disfrazarse con los elegantes vestidos que su madre guardaba en el ático. Después, Justin les había llevado unas pizzas y refrescos.

Las niñas debían de estar pasándoselo muy bien, pero ella estaba agotada. ¿Quién habría podido imaginar que cuatro niñas de cinco años tendrían tanta energía? Sólo deseaba que se quedaran dormidas para poder descansar.

Las niñas estaban absortas viendo la televisión cuando llamaron a la puerta. Morgan abrió. Sus padres se habían ido ya a dormir y estaban dos puertas más allá.

Era Justin.

—Hola —susurró ella saliendo al pasillo y dejando la puerta entornada.

—¿Qué tal va eso? —preguntó mirándola de arriba abajo detenidamente.

Debía de estar ridícula con sus cuatro coletas y el maquillaje surrealista que le habían hecho las niñas.

—Bonito pijama —observó él.

Morgan se miró a sí misma.

—Estoy sexy, ¿eh? —bromeó.

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—No lo sabes tú bien —dijo él acariciando una de sus coletas—. Me gusta sobre todo el pintalabios que llevas. Necesito conocer su sabor urgentemente —dijo inclinándose sobre ella y besándola con lentitud, haciendo que la temperatura de su cuerpo aumentara varios grados.

—Yo… Debería volver con las niñas.

—No sé cómo darte las gracias por todo lo que estás haciendo —dijo él poniendo su frente sobre la de ella y besándole el cuello.

—Sí, está siendo divertido… pero tienes que irte. Aquí los hombres no pueden entrar —dijo empujándolo.

—¿No vas a darme un beso de buenas noches?

—¿Y qué acabamos de hacer?

—No ha sido suficiente —protestó Justin con una sonrisa.

Abrazándola, volvió a besarla, y ella se lo permitió. Cada beso que le daba hacía que aumentara más su excitación y su pasión. Aquel hombre le estaba haciendo sentir cosas que hacía mucho tiempo que no había sentido.

Un ruido les hizo volverse.

Las cuatro niñas estaban en la puerta.

—Estás besando al papá de Lauren —dijo Delaney, y las otras chicas asintieron.

Morgan se sonrojó y Justin se puso en cuclillas.

—Eso es porque soy el monstruo de los besos —dijo él intentando darles miedo—. He venido en busca de chicas guapas a las que besar —añadió extendiendo las manos—. Y parece que las he encontrado.

Las niñas chillaron y entraron corriendo en la habitación.

Morgan se echó a reír.

—Será mejor que te vayas.

—¿No va a haber más besos?

—Ya has tenido suficientes por hoy —sonrió Morgan.

—Imposible —dijo dándole un beso en la nariz—. Voy a necesitar pasar más tiempo a solas contigo.

—Yo también quiero lo mismo —admitió ella.

—¿Vendrás a la casa mañana? Van a traer los muebles.

—Allí estaré —asintió ella—. Pero, ahora, tienes que marcharte.

—Gracias por confiar en mí, Morgan.

—Gracias por tener tanta paciencia.

—Hay cosas por las que vale la pena esperar. Tú eres una de ellas.

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—Creo que esto empieza a parecerse a lo que teníamos en la cabeza —dijo Justin estudiando la maqueta a escala de la futura estación de esquí y el complejo anexo.

El diseño del hotel era como un sueño hecho realidad. Su sueño. Al fin iba a poder llevar a cabo sus ideas sin las incesantes críticas de su padre, que lo atosigaba a todas horas. Aquél iba a ser su gran triunfo, su futuro.

—No puedo esperar a enseñárselo a Morgan —añadió dirigiéndose a Marc Rhodes. Era el joven administrador del proyecto que tantas veces había trabajado para él.

—¿El qué no puedes esperar a enseñarme?

Ambos se volvieron y vieron a Morgan en la puerta.

—Morgan…

Justin se quedó sorprendido por lo guapa que estaba con el jersey negro de angora que se había puesto, acompañado de unos pantalones claros y un cinturón dorado.

Hasta Marc se dio cuenta.

—Hola, soy Morgan Keenan —se presentó entrando en la sala—. Tú debes de ser Marc Rhodes.

—El mismo —asintió él—. Al fin nos conocemos, Morgan, aunque, después de haber hablado contigo tantas veces por teléfono, es como si te conociera de toda la vida.

Marc la miró detenidamente unos segundos.

—Aun así, estoy realmente impresionado —admitió.

A Justin no le hizo ninguna gracia el comentario de Marc. Aunque era su amigo, también era un atractivo soltero de treinta y un años con mucho éxito con las mujeres.

—Morgan, mira, ven aquí —dijo Justin.

Morgan fue hasta la mesa central y vio la maqueta a escala del proyecto. El hotel tenía un aire rústico, pero estaba hecho con materiales modernos. Aunque tenía cinco plantas, estaba perfectamente integrado en las montañas.

—Oh, Justin, es perfecto. Es justo lo que había imaginado.

No le importaba expresar emociones tan intensas. Había trabajado durante tanto tiempo en aquel proyecto…

—Yo opino igual —dijo Justin—. Y no te dejes llevar por las apariencias. Puede que el exterior parezca rústico, pero el interior… Será un auténtico hotel de cinco estrellas.

—No tengo la menor duda. No veo la hora de empezar a trabajar.

—Yo también estoy deseándolo —dijo Marc—. Gracias a que el tiempo ha sido últimamente muy bueno, podremos empezar con las tareas

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preliminares la semana que viene e iniciar los primeros trabajos enseguida. ¿Te viene bien la planificación? —preguntó mirando a Morgan.

—Desde luego. Después de este fin de semana, mi agenda está libre hasta la primera semana de diciembre.

—¿Qué pasa en esa semana? —preguntó Marc.

—Es el Western Days. El tiempo retrocede más de cien años. El viernes por la noche tendremos un Miss Kitty's Casino y, el sábado, un baile Sadie Hawkins.

Morgan se fijó en que Marc no llevaba anillo y tuvo una idea.

—Marc, creo que, si vas a estar por aquí, deberías ir. A menos que te esté esperando en Denver una esposa, o una novia, o…

—No, no tengo nada parecido —frunció el ceño—. En realidad, tengo que conseguir algún lugar donde quedarme aquí. No me gustaría tener que dormir en una grúa.

—Pues, ahora que lo dices, conozco a una persona que estaría encantada de ayudarte —dijo Morgan maquinando un plan.

—Estaría genial —afirmó Marc.

—Déjame hacer una llamada —dijo Morgan sacando del bolsillo su teléfono móvil.

Alejándose de los dos hombres, marcó el teléfono de Kaley Sims.

Respondieron enseguida.

—Hutchinson Realty. Mi nombre es Kaley Sims. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Hola, Kaley. Soy Morgan Keenan.

—Hola, Morgan.

—Necesito tu ayuda —empezó—. El jefe de proyecto de Justin, Marc Rhodes, acaba de llegar y necesita un sitio donde dormir los próximos seis meses más o menos. Además, a la compañía le va a hacer falta algún sitio donde establecer la oficina. Le he dicho que, tal vez, tú podrías ayudarlo.

Hubo un largo silencio.

—Dime que se trata de un hombre soltero, atractivo y que no hay ninguna Keenan interesada en él —dijo Kaley.

Morgan se echó a reír y miró a los dos hombres discretamente.

—Sí a todo lo que has pedido —dijo—. ¿Quién sabe? Puede que te lleves algo más que una comisión esta vez.

—Mándalo para acá ahora mismo.

—Enseguida. Hasta luego.

Morgan colgó el teléfono, se reunió de nuevo con los dos hombres y le dio a Marc las señas de la oficina de Kaley.

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—Sólo tienes que preguntar por Kaley Sims. Estará encantada de ayudarte. También le he dicho que estás interesado en encontrar un sitio donde establecer las oficinas.

—Buena idea. Vamos a tener que empezar a contratar gente —dijo Marc, y se volvió hacia Justin—. ¿Necesitas algo más de mí?

—No. Ve e instálate.

—Bien —asintió Marc—. Nos vemos.

—Claro —dijo Justin—. Si te apetece, ven por aquí y nos tomaremos una pizza.

Marc asintió de nuevo y se fue.

—Vaya —dijo Justin cuando se quedaron solos—. ¿Desde cuándo haces de casamentera?

—Soy la alcaldesa. Sólo intento ayudar a los recién llegados.

—Y Kaley…

—Sólo creo que Marc y ella podrían conectar.

—Sí, puede que tengas razón. Sé que Marc ha salido de una relación muy larga. Ella le rompió el corazón. Será bueno para él conocer a gente nueva.

Sonriendo, Justin se sentó en la silla de su escritorio y puso a Morgan en sus rodillas.

—Sabes que no tienes que preocuparte respecto a Kaley —dijo él.

—No estoy preocupada —respondió frunciendo el ceño.

—Me alegro de oírlo, porque eres la única mujer a la que deseo —afirmó besándola suavemente—. Me he dado cuenta de la impresión que le has causado a Marc —continuó besándolo en el cuello lentamente—. He estado a punto de darle un puñetazo.

—Sólo intentaba ser amistoso —dijo ella.

—Cuando entraste, fue como si se iluminara todo el despacho —dijo observando cómo el jersey realzaba sus senos—. Dios, estás impresionante.

Morgan lo rodeó con sus brazos y lo besó. Justin, que no había esperado algo semejante, sintió un estremecimiento por todo su cuerpo.

Con un gemido ahogado, la atrajo hacia él y la empezó a besar apasionadamente. Sentía el cuerpo de Morgan pegado al suyo. Aquello estaba empezando a ser una tortura.

Debía detenerlo enseguida o la situación podía descontrolarse.

Justin dejó de besarla y vio el deseo reflejado en los ojos de ella.

—Morgan… Me lo estás poniendo muy difícil. Te deseo, pero… creo que todavía no estás preparada.

La tomó de la mano con ternura y la miró.

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—Existe una atracción evidente entre nosotros —continuó—. Antes o después, ocurrirá, pero quiero que sea cuando estés lista.

—Yo… —dijo ella dubitativa—. Nunca había sentido nada parecido. Nunca había deseado tanto… Nunca, hasta que te conocí.

—Eso tampoco me ayuda —dijo él sonriendo para intentar ocultar lo excitado que estaba—. Pero me hace muy feliz —añadió acariciándole las mejillas—. Nunca había deseado a una mujer tanto como a ti.

—Oh, Justin…

A Morgan cada vez le resultaba más difícil contener sus emociones. Cada vez que él la tocaba, sentía como si mil bombas estallaran en su interior, y el estómago le daba vueltas.

—Creo que deberíamos evitar las tentaciones —dijo Justin levantándose de la silla—. ¿Qué te parece si damos una vuelta por la casa y te la enseño?

Morgan se apartó a regañadientes. No quería separarse de él. Quería estar entre sus brazos para siempre. Sentía un intenso calor en su interior. El paso definitivo estaba cada vez más cerca.

—Tienes razón —dijo ella—. Quiero ver tu dormitorio.

—Eso tiene fácil arreglo —respondió tomándola de la mano, guiándola por el pasillo y abriendo las puertas dobles que daban acceso a su habitación.

—Oh, Justin… Es precioso.

Morgan miró cautivada a su alrededor. Las paredes estaban pintadas de un color claro que destacaba la madera oscura de los muebles. En el centro, una enorme cama con dosel estaba cubierta con una colcha azul. Había una cómoda justo al lado y una hermosa chimenea.

—Todavía no está terminada —dijo él—. Faltan algunas cosas.

—Teniendo en cuenta que hace unas pocas semanas esta casa era prácticamente una ruina, es casi un milagro. ¿Qué tal va la habitación de Lauren?

—Ven, quiero que la veas —dijo guiándola hasta la habitación de su hija.

Las paredes estaban pintadas del color que había elegido la niña, y los muebles eran de color blanco.

—Qué bonita —dijo Morgan—. A Lauren le va a encantar.

—¿Te gusta, entonces?

A Morgan le emocionó que Justin estuviera esperando su aprobación.

—Es perfecta. Lauren se va a poner muy contenta. Además, sabrá que la has hecho para ella, y eso hará que le guste aún más.

—¿Tú crees? He intentado decorarla para que sus muñecas queden bien aquí. Mira, las he puesto aquí para que las pueda ver desde la cama

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—dijo yendo hacia la estantería—. Su madre y ella empezaron la colección hace algunos años. Quiero guarde buenos recuerdos de aquel tiempo.

—Me parece muy buena idea por tu parte —dijo acercándose a él y echándose en sus brazos como si fuera lo más natural del mundo.

Era tan fácil sentirse segura y a salvo en los brazos de Justin… Había sido tan considerado con sus miedos, con sus traumas, que estaba empezando a no pensar en ellos.

—Tengo muchas cosas que hacer —dijo Justin estrechándola con fuerza contra él—. Estuve mucho tiempo ausente de la vida de mi hija. Los problemas entre su madre y yo afectaron a mi relación con ella. Después, cuando nos divorciamos y quedó claro que Crystal no podía hacerse cargo de ella, puse a trabajar a mis abogados para conseguir la custodia.

—Justin, todos cometemos errores —dijo ella—. Eso no significa que no quieras a tu hija. No se puede mirar atrás siempre. Hay que asumir el pasado y mirar hacia delante, hacia el futuro. Has traído a Lauren aquí, la has apartado del ruido de la gran ciudad y le has dado un lugar tranquilo y agradable donde crecer. La has antepuesto a tu trabajo. Ella se da cuenta de todo. Y está claro que te quiere cada día más.

—Tu familia y tú habéis sido de gran ayuda —dijo él.

—No ha sido ningún esfuerzo para nosotros —sonrió Morgan, dándose cuenta, de pronto, de lo importante que se había convertido Lauren para todos.

Era muy fácil enamorarse de aquel padre y de su hija. Ella misma estaba cada vez más cerca de llegar a ese punto.

El viernes siguiente, Morgan se miró en el espejo. El Western Days estaba en plena ebullición, y ella y su familia estaban colaborando en la noche Miss Kitty's Saloon.

Morgan había elegido el vestido más modesto que había encontrado de entre los disponibles de la década de 1880, si eso era posible. Se trataba de un vestido de satén verde palabra de honor que se ajustaba a su cuerpo de tal forma que le hacía unos pechos que ni ella misma había creído nunca tener. Los zapatos de tacón que se había puesto la hacían, además, un poco más alta.

—¿Estáis seguras de que me queda bien? —preguntó.

Al no obtener respuesta, se volvió hacia sus hermanas.

—Estás impresionante —dijo Paige.

—¿De verdad? —preguntó ella, que sólo podía pensar en la reacción de Justin cuando la viera—. ¿Seguro que no es demasiado?

—¿Estás de broma? —preguntó Paige observándola—. Yo estoy de ocho meses y me he puesto un vestido con el que parezco una chica de un

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salón. Estoy segura de que Reed pensará que soy la mujer más atractiva del mundo.

—Los hombres se contentan con poco —bromeó Leah, acariciando su tripa de cinco meses.

Aquella era, probablemente, la primera vez que Morgan sentía envidia de sus hermanas. Las dos estaban embarazadas. Morgan siempre había soñado con tener una familia. Probablemente estaba relacionado con haber sido abandonada por sus padres. Un estremecimiento le revolvió el estómago al pensar en la pequeña Lauren y en su padre.

—Estoy segura de que a Justin le va a encantar —afirmó Leah—. Ese hombre no puede apartar los ojos de ti.

A Morgan le habría gustado negar cualquier relación íntima entre Justin y ella, pero, dado que Lauren los había visto besarse y lo había anunciado a los cuatro vientos, era inútil hacerlo. Lo más curioso de todo era que le gustaba que la gente los considerara como a una pareja. El único miedo que tenía era si él sería capaz de tener paciencia para que ella lograra superar lo que había sucedido años atrás.

No sabía si podría llegar a ser la mujer que Justin necesitaba a su lado. Si no lo conseguía, acabaría por perderlo.

Vestido con pantalones vaqueros, una camisa al viejo estilo del Oeste y botas altas, Justin cruzó el salón del histórico Grand Hotel. En el piano sonaba un ragtime, mezclado con el ruido de la gente.

Llevaba una bolsa con fichas que había cambiado al entrar, pero el juego no era lo que más le interesaba aquella noche. Lo que quería era encontrar a Morgan. Sabía que iba a estar trabajando en las mesas de blackjack.

Pasó junto a la ruleta y vio a Kaley cantando las apuestas mientras Marc Rhodes la observaba atentamente sentado cerca de ella. Justin deseó que su jefe de proyecto tuviera suerte.

Le llegó un alboroto desde una de las mesas y se volvió hacia allí. Cuando se acercó, encontró lo que había estado buscando.

Morgan Keenan estaba vestida como nunca había sido capaz de imaginarse. Mejor dicho, sí había sido capaz de hacerlo, pero sólo en sus más locos sueños. Su corazón empezó a latir a mil por hora, lleno de pasión.

Estaba increíble. Tenía el pelo recogido, dejando al descubierto el cuello y los hermosos hombros. El vestido verde que se había puesto se ajustaba perfectamente a su cuerpo, marcando cada curva con sutileza.

Cuando uno de los jugadores se levantó y se fue, Justin se apresuró a ocupar su lugar. La mesa estaba llena de hombres. La miró, pero ella estaba concentrada en el juego. Finalmente, Morgan se dio cuenta de su presencia en la mesa.

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—Bienvenido, forastero —dijo ella barajando las cartas sin dejar de mirarlo—. ¿Es nuevo en esta ciudad?

—Sí, acabo de llegar.

—Y ha decidido probar suerte con las cartas antes de seguir su camino, ¿verdad?

—Sí, tentaré a la suerte —respondió él poniendo cuatro fichas sobre la mesa.

—Buena fortuna, entonces —dijo el tipo sentado a su lado—. La va a necesitar.

—No parece tan dura —comentó Justin.

—Créame, hijo. Es implacable cuando puede conseguir dinero para el pueblo.

Era un hombre de mediana edad.

—Soy el padre John Reilly.

—Hola, padre —dijo Justin estrechándole la mano—. Yo me llamo Justin Hilliard.

—Es maravilloso lo que está usted haciendo por este sitio y por sus habitantes —dijo el sacerdote.

—Bueno, creo que, si las cosas salen bien, será beneficioso para todos.

—Me gusta que se reparta la riqueza entre la gente —afirmó el sacerdote—. Que Dios lo bendiga, hijo.

—Gracias, padre, seguiré su consejo.

Morgan estaba repartiendo las cartas, y él no dejaba de mirarla.

El jugador de su derecha pidió una carta más y quedó servido. El segundo jugador no pidió ninguna y, dado que la banca sólo había mostrado un seis de corazones, debía de tener diecisiete.

—¿Qué quiere usted, forastero? —le preguntó Morgan.

Justin le echó un vistazo a sus cartas. Un as y un dos de picas.

—Adelante —dijo él.

Morgan levantó el seis de corazones.

Justin era ajeno completamente a lo que sucedía en la mesa. Sólo era capaz de concentrarse en aquellos hermosos ojos verdes. Entonces, todos rompieron en aplausos. Justin miró las cartas y vio el dos de picas.

Con una sonrisa, se recostó en la silla.

—Creo que me planto.

Morgan sirvió al siguiente jugador, que se plantó en diecinueve.

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Entonces, llegó el turno de la banca. Morgan descubrió otro seis y la gente empezó a vitorear, pidiendo que saliera una figura. Resultó. Salió la reina de corazones.

—Vaya, creo que me he pasado —dijo ella pagando a los felices ganadores.

Justin se quedó allí sentado media hora hasta que Claire Keenan llegó, luciendo un precioso vestido de satén negro.

—La hora del relevo, Morgan —dijo.

El grupo murmuró hasta que Claire se hizo con el control de la situación.

—Bien, chicos —dijo la señora Keenan—. Veamos si podéis conmigo.

Sonrió al ver que Justin se levantaba, iba hacia Morgan y, tomándola de la mano, salían del casino.

Justin necesitaba un lugar menos concurrido para hablar con ella, pero sabía que, aquella noche, Morgan tenía una labor que cumplir por ser la alcaldesa de Destiny.

—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó ella.

—Mucho —respondió susurrándole al oído—. Pero llevo media hora deseando besarte. Eres una jugadora muy atractiva.

Para su sorpresa, Morgan lo guió a lo largo de un salón hasta llegar a unas escaleras, que subieron despacio hasta llegar a otro salón.

Entonces, cuando estuvo segura de que estaban solos, se volvió hacia él.

—Señor, no suelo hacer este tipo de cosas, pero, dado que es usted nuevo aquí, quisiera darle la bienvenida y demostrarle que la gente de Destiny es muy hospitalaria.

Entonces, acercándose a él, lo besó apasionadamente.

Justin creyó que iba a desmoronarse allí mismo de tanto deseo como sentía. Aquello lo estaba matando. La deseaba, la deseaba cada vez más. Y la pasión de ella también era más que evidente.

Morgan lo estaba besando como si el mundo se fuera a acabar aquella misma noche. Deteniéndose un segundo, la miró. Estaba sonrojada.

—Dios mío… —susurró ella.

—Es usted una mujer peligrosa —dijo él deslizando las manos por su espalda, intentando imaginarla sin el vestido puesto, imaginando aquellas largas piernas desnudas.

—Deberíamos volver —dijo Justin guiándola de regreso al casino.

—Justin… ¿Pasa algo?

Se dio la vuelta y la miró. Estaba radiante.

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—Por supuesto que no, Morgan. No eres tú, soy yo. Te deseo tanto que, si te toco otra vez, creo que no seré capaz de mantener mi promesa.

—¿Y si te libro de esa pesada carga? —le preguntó—. ¿Y si te digo que yo lo deseo tanto como tú?

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Capítulo 9Una hora después, llegaron a la casa de Justin. Morgan había

esperado estar nerviosa, pero no era así.

Estaba con un hombre maravilloso.

Se había cambiado su sofisticado vestido de satén verde por unos pantalones vaqueros y un jersey azul claro, aunque no le había dado tiempo a quitarse el maquillaje ni a deshacerse el peinado. Todo el trabajo había valido la pena sólo por ver la cara que se le había quedado a Justin cuando la había encontrado en la mesa de juego.

Lauren iba a pasar la noche con su amiga Delaney, y Morgan le había dicho a su madre que ella iba a hacerlo con Justin. No había dado más explicaciones, aunque tampoco su madre se las había pedido.

Aquella noche era para ellos. En silencio, Justin la llevó hasta la puerta de entrada guiándose por una débil luz que brillaba en el porche. Con las manos entrelazadas, subieron despacio las escaleras hasta la planta superior y caminaron por el largo pasillo.

Morgan sintió su corazón a toda velocidad cuando Justin abrió las puertas dobles que daban acceso a su dormitorio y encendió una luz que dibujó una suave penumbra.

Morgan miró alrededor y percibió algunos cambios desde la última vez que había estado allí. La cama estaba cubierta de almohadones azules y beige. Una hermosa alfombra de color vino ocupaba la zona cercana a la chimenea.

Justin tomó un mando a distancia, pulsó un botón y, de repente, el fuego apareció fulgurante.

—Atmósfera instantánea —dijo Morgan sentándose en el pequeño sofá que había bajo la ventana.

—Sí, también sirve para calentar la habitación —dijo él.

Pero ella no necesitaba más calor. Le bastaba con el hombre que estaba con ella en aquella habitación.

—¿Quieres algo de beber?

Morgan asintió, y Justin desapareció para volver algunos minutos después con dos finas copas de cristal y una botella de vino.

—Esto nos ayudará a relajarnos —dijo él mientras ella tomaba las copas.

—¿Crees que necesito ayuda para…?

—Puede que tú no, pero yo sí —dijo Justin dándole un beso lleno de ternura en los labios—. Quiero que esto sea algo muy especial para ti, Morgan. Hacer el amor no es simplemente el acto sexual, es compartir

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algo, es darle placer a la otra persona… Es algo que nunca has experimentado. Por lo que sé, ésta será tu primera vez.

—Oh, Justin… —suspiró ella, que ya no tenía ni la menor duda de que estaba enamorada de él—. No sé si será capaz de…

Justin le impidió que siguiera hablando dándole otro beso. Cuando volvió a apartarse de ella, Morgan ya no supo terminar la frase.

—Esto no es un examen, Morgan —dijo abriendo la botella de vino y sirviéndolo en las dos copas—. Y tenemos toda la noche por delante.

Justin dejó la botella en una mesa y alzó la copa.

—Por nosotros.

—Por nosotros —repitió ella.

Justin no podía dejar de mirarla. Morgan había depositado su confianza en él. No podía defraudarla.

—Has hecho algunos cambios desde la última vez que estuve aquí —comentó mientras él se sentaba en el sillón con ella.

—¿Te gustan?

—Me encanta la alfombra.

—La trajeron esta mañana. Gracias por haberme recomendado aquella tienda de muebles de Durango. Es fantástica.

¿Por qué estaban hablando de decoración? Justin tomó su mano y la besó.

—Todas las ideas que me has dado para la casa han sido maravillosas.

—Me alegro de haber podido ayudarte —asintió Morgan bebiendo un poco de vino—. Esta casa es especial, y la estás reformando de una forma inmejorable —comentó acariciando la pierna de él—, pero no quiero pasarme toda la noche hablando sobre ello.

—Yo tampoco —dijo tomando la copa de vino de Morgan y dejándola en la mesa, con la suya—. Estás preciosa —añadió quitándole las horquillas, soltándole el pelo y haciendo que se derramara sobre sus hombros.

Se inclinó sobre ella y la besó, saboreando el vino que acababan de beber y el olor de su cuerpo. Le pasó el brazo alrededor de la cintura y la atrajo hacia él sin dejar de besarla.

Cuando la miró, ella tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.

—¿Estás bien?

—Estoy mejor que bien —respondió asintiendo.

Justin emitió un gemido. Ninguna mujer había logrado llegar a tanta profundidad dentro de él como Morgan. La besó de nuevo, una y otra vez, hasta que el cuerpo de ella empezó a arquearse en busca de más placer y él introdujo su mano por debajo del jersey en busca de su piel.

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Morgan se estremeció al sentir su mano internándose debajo de su ropa. Fue un movimiento apenas perceptible, pero sirvió para animar a Justin, que siguió ascendiendo hasta llegar a sus senos.

Morgan ya no era capaz de quedarse quieta, con Justin explorándola de aquella forma. Quería más, quería mucho más…

Intentó desabrocharle la camisa, pero no pudo. Entonces intentó hacerlo violentamente, agarrándola con las manos e intentando arrancarle los botones.

—Eres muy impaciente… —sonrió él.

—No me parece justo, yo también quiero tocarte.

—En ese caso, puedo ayudarte.

Justin se levantó, se sacó la camisa de los pantalones y se la quitó, ofreciéndole la visión de su tórax desnudo.

La sangre de Morgan corría a toda velocidad por sus venas. Justin se inclinó sobre ella y la besó, pero eso ya no era suficiente para apagar el fuego que ardía en su interior.

Morgan tomó los extremos de su jersey y se lo quitó sacándoselo por la cabeza.

Por unos instantes, Justin sólo la miró. Después, extendió las manos para tocar su cuerpo, cubriendo sus senos con las manos al tiempo que emitía un largo suspiro.

—Son perfectos… —dijo él—. Lo sabía, sabía que lo serían.

Se inclinó sobre ella y empezó a acariciarle lentamente los pechos sin quitarle el sujetador, jugando con sus pezones endurecidos.

—¿Te gusta? —le preguntó él.

Morgan sólo pudo asentir con la cabeza. Entonces, con las manos temblando, se desabrochó el sujetador.

—Más… —le pidió—. Por favor, quiero más… —añadió echándose para atrás.

—Será un placer —murmuró Justin, que había esperado lo suficiente como para saber que debía ir con cuidado.

Empezó a recorrer sus senos con la lengua despacio. Cuando oyó los gemidos ahogados de ella, supo que iba por buen camino.

Cuando la miró, los ojos verdes de Morgan estaban ardiendo de pasión.

—Te deseo, ojos verdes. Quiero hacer el amor contigo, pero sólo si estás preparada.

—Yo también quiero hacerlo contigo. Lo he deseado desde la noche que pasamos en la cueva —murmuró ella.

—A mí me parece que llevo toda la vida esperándote.

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Justin le desabrochó los pantalones lentamente y se los quitó. Las estilizadas piernas de Morgan quedaron al descubierto.

Justin la observó y se dijo de nuevo que debía ir con cuidado.

La besó delicadamente y la tomó entre sus brazos.

—Voy a hacerte el amor, Morgan —dijo guiándola hasta la cama—. Voy a encender una llama en tu interior que irá creciendo poco a poco hasta que descubras el mayor placer que pueden experimentar un hombre y una mujer unidos.

Justin pudo sentir su respiración agitada mientras la tendía sobre las sábanas tibias. Sin dejar de mirarla, se quitó los pantalones.

Se quedó desnudo delante de ella, esperando a que fuera Morgan la que diera el paso final, confiando en ella hasta el final, dejándole el camino que quisiera tomar.

Morgan extendió las manos, y Justin supo que aquél era el principio para ambos. Se tumbó en la cama a su lado y la tomó entre sus brazos.

Aquél era su hogar.

Morgan sintió la luz sobre los párpados y abrió los ojos. Una sonrisa se dibujó en su cara en cuanto recordó lo que había sucedido la noche anterior.

Al darse la vuelta, lo encontró durmiendo a su lado. Parecía cansado. Debían de haber pasado toda la noche tocándose, besándose, amándose…

Morgan sonrió sin la menor sombra de vergüenza o arrepentimiento. ¿Por qué habría de estarlo? Estaba enamorada de Justin.

Recordó la paciencia que había tenido con ella, cómo había dejado que fuera ella la que llevara la iniciativa, cómo la había ayudado a descubrir su propio cuerpo. Tal y como le había prometido, le había hecho descubrir un placer indescriptible que nunca antes había soñado. Morgan pensó entonces en sus hermanas, en Paige y en Leah, y comprendió por qué estaban siempre tan felices. Ahora podía compartir su secreto.

Miró de nuevo al hombre que la estaba ayudando a eliminar de su mente todos los malos recuerdos y a reemplazarlos por maravillosos momentos. Tenía el pelo revuelto. Quería besarlo. Quería besarlo por todas partes.

—¿Por qué estás tan feliz esta mañana? —le preguntó él abriendo los ojos.

—Oh, pensé que estabas dormido…

—Creo que todavía lo estoy —dijo él pasándole las manos por la cintura—. Estoy soñando que estoy en la cama y una hermosa mujer desnuda me sonríe. Tiene que ser un sueño.

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—Siento decepcionarte, pero soy real.

Justin le tocó uno de los senos con la mano.

—Ya lo veo —sonrió—. Buenos días, ojos verdes.

—Buenos días —respondió dándole un tierno beso en los labios.

—¿Sólo eso? Vamos… puedes hacerlo muchísimo mejor…

Morgan tomó su rostro entre las manos y lo besó apasionadamente. ¿Cómo le podían quedar energías?

—Eso sí está bien —dijo él.

—Tú también lo has hecho muy bien.

—Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre —deseó él—. Nunca tendré bastante de ti.

—Oh, Justin… Anoche fue increíble. Nunca había pensado que… No sabía lo impresionante que era.

—No siempre es así. Sólo funciona bien cuando uno está con la persona adecuada. Y debe ser algo más que sexo. Debe ser como la noche pasada. Para mí fue mucho más que sexo.

Estaba besándola cuando sonó el teléfono.

—Será mejor que responda —dijo Justin a regañadientes—. Podría tratarse de Lauren.

Justin se dio la vuelta para tomar el auricular que descansaba en su mesilla de noche. Estaba dispuesto a colgar si no era algo importante.

—¿Sí?

—Buenos días, señor Hilliard. Me llamo Carlton Burke.

Burke era la mano derecha de Marshall Hilliard. ¿Qué querría su padre?

—Mi padre le ha pedido que me llame, ¿verdad? ¿Qué se le ofrece ahora? —preguntó Justin.

No le hacía ninguna gracia que lo interrumpieran justo en aquel momento. Morgan se estaba vistiendo.

—Me temo que tengo malas noticias para usted, Señor Hilliard. Su padre tuvo un ataque al corazón anoche. Está en la unidad de cuidados intensivos del University Hospital.

Justin se incorporó con un nudo en la garganta. Su padre estaba enfermo.

—¿Cómo está? —preguntó mientras sostenía el auricular con una mano y se vestía con la otra.

—Los médicos han conseguido estabilizarlo, pero siguen haciéndole pruebas.

Su padre podía morir.

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—Prepare el avión de inmediato —le ordenó Justin—. Estaré en Durango en dos horas.

Justin colgó el teléfono.

—¿Te vas? —le preguntó Morgan.

—Mi padre tuvo un ataque al corazón anoche. Tengo que ir a Denver.

Morgan fue hacia él y lo abrazó. Justin estaba asustado y confundido.

—Oh, Justin, lo siento. ¿Cómo está?

—Por ahora está estable, pero tengo que ir allí. Maldita sea… Tendré que ir con Lauren. No podrá ir al colegio.

—Justin, no te preocupes. Estará contigo, y estará bien.

Eso era más de lo que ella había tenido nunca.

—¿Quieres que le haga la maleta? —le pregunto ella.

—Sería de gran ayuda…

Cuando Morgan se apartó para prepararse, Justin la atrajo de nuevo hacia él.

—No quiero que te vayas, Morgan. Esto no es lo que había planeado. Quiero que esto sea el principio para nosotros, pero debo ser sincero contigo… No sé qué va a pasar. Puede que no se resuelva en unos días.

—Lo sé —respondió ella—. Y no te preocupes, estaré aquí, esperándote.

Morgan fue a la habitación de Lauren para hacer su maleta.

Lo esperaría el tiempo que hiciera falta, pero no podía evitar preguntarse si Justin regresaría a Destiny. Iba a volver a su antigua vida, a Denver. Aunque no hubiera sido idea suya, estaba alejándose de ella.

¿Por qué tenía la sensación de que estaba siendo abandonada otra vez?

Al día siguiente, toda la familia se reunió en la cocina de los Keenan para comer, como todos los domingos. La mayor parte del tiempo hablaron sobre el baile Sadie Hawkins de la noche anterior.

Con Justin en Denver cuidando de su padre, Morgan había preferido no asistir, pensando de qué forma podía ayudarlo en aquellos momentos. Regresar a Denver no debía de haber sido fácil para padre e hija, después de los lazos que habían establecido en Destiny.

Cabía la posibilidad de que aquel suceso contribuyera a unir a Justin y a ella más todavía, aunque también podía ocurrir lo contrario, y la convalecencia de Marshall Hilliard consiguiera que Justin y Lauren se quedaran en Denver.

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Por otra parte, Morgan no podía evitar ser, en algunos momentos, un poco egoísta. Quería una oportunidad para estar con Justin, una oportunidad para que todas las mañanas fueran como la que habían disfrutado el día anterior.

¿Qué sucedería?

—Morgan —preguntó su hermana Leah—. ¿Hay alguna noticia de Justin?

Ella negó con la cabeza, diciéndose a sí misma que debía de haber estado muy ocupado desde su llegada a Denver para ponerse en contacto con ella.

—Dijo que se quedaría en el hospital mientras le hacían las pruebas a su padre.

En ese momento, el teléfono de la cocina sonó y Claire se levantó para responder.

—Hostal Keenan —dijo, y después guardó silencio—. Justin, qué alegría escuchar tu voz. Sí, está bien, está aquí ahora mismo. Todos estamos rezando por tu padre.

Claire le indicó a Morgan con la mirada que tomara el teléfono.

—Se nota que está deseando hablar contigo —murmuró Claire.

—Gracias, mamá —dijo Morgan tomando el auricular y estirando el cable para salir al pasillo y poder disfrutar de un poco de intimidad—. ¿Justin?

—No tienes la menor idea de cuánto echaba de menos escuchar tu voz. Te echo tanto de menos…

Su corazón se estremeció.

—Yo también te echo mucho de menos.

—Siento no haberte llamado antes, pero entre instalar a Lauren y estar en el hospital, no me dado tiempo a hacer nada. Siempre que terminaba y podía descansar, era ya muy tarde para llamarte.

—No te preocupes, Justin. Puedes llamarme a cualquier hora —dijo ella, dudando si debía preguntarle por su padre o no—. ¿Cómo está? —añadió finalmente.

—Estable, pero le están haciendo un millón de pruebas. Pasará un día o dos antes de que conozcamos los resultados.

—Bueno, entonces no va mal del todo —dijo ella intentando animarlo.

—Ver a mi padre tumbado en una cama no es una experiencia grata precisamente —dijo él—. Está insoportable con todo el mundo.

—Eso es buena señal, ¿no?

—Con él, nunca se sabe.

—Ojalá pudieras regresar a casa pronto —deseó ella.

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—No sabes lo mucho que lo deseo yo también, pero de momento no va a ser posible. La recuperación de mi padre va a llevar algo de tiempo. Además, ahora mismo no hay nadie, a parte de mí, que pueda hacerse cargo de la compañía.

Tan rápido como su estado de ánimo se había recuperado, alcanzando el brillo de la felicidad, al haber escuchado su voz, se hundió súbitamente al enterarse de que no iba a regresar pronto.

—¿Y qué hay del ayudante de tu padre?

—Sabe algunas cosas, pero mi padre nunca confiaba demasiado en nadie, sólo en mí.

Tampoco ella había confiado en nadie en toda vida con mucha facilidad. Sólo en él.

—Bueno, supongo que tiene sentido, ya que, en teoría, tú eres quien iba a heredar la empresa —dijo Morgan sintiendo que toda su vida se desmoronaba—. Supongo que esto significa que Marc tendrá que dirigir el proyecto de la estación en solitario.

—Puede hacerlo perfectamente, Morgan. Nada ha cambiado en ese aspecto. No quiero que nada cambie, especialmente entre nosotros. De hecho, en cuanto las cosas se calmen, me gustaría que vinieras a Denver. Cuando las obras de la estación empiecen y vayan a buen ritmo, tendrás mucho tiempo libre. Podrías venir y estar conmigo.

—Justin, no puedo hacerlo —se lamentó ella—. Tengo responsabilidades como alcaldesa.

—Lo sé —dijo él—. Odio tener que pedirte algo así, pero, ahora mismo, no tengo otra alternativa. Hay miles de trabajadores, con sus respectivas familias, que dependen de que Hilliard Industries siga funcionando. Los accionistas quieren que la dirija alguien que la conozca.

Justin le estaba pidiendo algo que nunca podría darle. Destiny era el único lugar en el que ella había sido feliz, el único lugar en el que se había sentido integrada.

—No puedo irme de aquí, Justin. Lo siento…

—¿Me prometes que, al menos, lo pensarás? Ahora mismo, es la única manera de poder estar juntos.

Morgan deseaba desesperadamente poder ser la mujer que él necesitaba, pero no había ninguna posibilidad de que abandonara aquel lugar, el único hogar que había conocido.

—Prefiero no hablar de esto ahora mismo —dijo ella evitando la discusión.

Hubo un largo e incómodo silencio.

—Tengo que colgar, intentaré llamarte luego, ¿te parece? —le dijo Justin—. Hasta luego.

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Antes de que pudiera decir algo, escuchó el sonido que indicaba el final de la llamada. Era demoledor. ¿Había perdido a Justin definitivamente?

Cuando volvió a la cocina, toda su familia estaba esperando con ansiedad las noticias.

—El padre de Justin sigue en la UCI. Justin no volverá de momento. Además, tiene que hacerse cargo de la empresa.

—¿Eso es algo bueno? —preguntó Paige.

—No lo sé. Ni siquiera sé si Justin está seguro de algo.

—Lo siento, Morgan —dijo su hermana—. Pero no debes preocuparte, ya verás como regresa. Aquí tiene una casa y un proyecto que dirigir.

Morgan no quería seguir hablando de aquel tema. No podía compartir con nadie sus sentimientos hacia Justin. Había pasado tanto tiempo actuando como se esperaba de la hermana mayor, ocultando siempre sus emociones, que no sabía cómo expresarlas.

—No tengo mucha hambre, de modo que, si no les importa, prefiero no comer —dijo.

Antes de que alguien pudiera convencerla de lo contrario, tomó su abrigo y salió al exterior. Caminó por la calle intentando ser positiva, pero el miedo era demasiado poderoso. Anduvo varios minutos hasta que, sin darse cuenta, descubrió que estaba en la puerta de la casa de Justin y Lauren.

Aquélla había sido siempre la casa de sus sueños. Con cada reforma, con cada detalle que Justin había añadido, se había hecho más y más hermosa. Era la casa que siempre había deseado para vivir, pero, entonces, se dio cuenta de que no la quería para nada si él no estaba con ella. Sacó la llave que Justin le había dado y entró diciéndose a sí misma que sólo pretendía asegurarse de que todo estaba en orden y todas las luces apagadas.

Deambuló por la planta baja, observando los progresos de las obras. Habían instalado las molduras en el salón, y los obreros habían cambiado ya los rodapiés. La cocina estaba vacía, preparada para recibir la nueva decoración. Pero nadie la utilizaría. Su corazón se estaba partiendo en mil pedazos lentamente.

Sonó el timbre de la puerta y Morgan fue a ver quién era. Para su sorpresa, en lugar de encontrarse con Marc Rhodes, a quien vio fue al padre Reilly.

—Padre… ¿Qué está usted haciendo aquí? —dijo invitándolo a pasar.

—Me he enterado de lo del padre de Justin. Quise venir sólo para…

—Justin está en Denver —dijo ella.

El Padre Reilly la observó detenidamente unos segundos.

—Veo que estás preocupada. ¿Ha empeorado el estado de su padre?

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—No, parece que está estable. Pero Justin tendrá que quedarse en Denver de forma indefinida para sacar adelante los negocios de la familia.

—Ya veo… De modo que tu tristeza no tiene nada que ver con el proyecto de la estación de esquí —observó el sacerdote.

Morgan negó con la cabeza.

—Justin dice que su jefe de proyecto es perfectamente capaz de sacar adelante la estación, que es capaz de hacerlo mejor que nadie.

El padre Reilly era la única persona a la que Morgan le había contado lo que le había sucedido en la universidad.

—Sinceramente, no creo que Justin regrese.

El sacerdote la tomó de la mano y la guió hasta las escaleras de la casa, donde se sentaron.

—Parece que no ha tenido otra alternativa —dijo él.

—No la ha tenido —confirmó ella—. Todo ha sucedido tan deprisa…

—Ha debido de ser duro para él tener que hacer las maletas deprisa y corriendo —dijo él pensativo—. Veo que entre vosotros dos hay algo importante.

Morgan recordó la noche que habían pasado juntos y asintió.

—Estábamos empezando a construir algo entre los dos cuando sucedió todo esto. Me pidió que me fuera a Denver.

—¿Y eso es malo? —le preguntó el padre Reilly.

—No puedo irme de aquí, padre. Tengo obligaciones y Destiny es mi hogar. Aquí es donde vive mi familia.

—Hay algo más, ¿verdad, Morgan? —aventuró el sacerdote—. Todavía no has sido capaz de superar del todo lo que te pasó, todavía te mantiene como una prisionera, todavía te impide que construyas tu propia vida.

—Ya tengo una vida.

—Pero no has tenido ninguna relación. ¿Lo has vuelto a intentar con alguien? ¿Sabe alguien la historia?

—Sólo Justin.

El padre Reilly sonrió discretamente.

—De modo que has confiado en Justin lo suficiente como para contarle el mayor trauma de tu vida. Es un gran paso, Morgan. Debe de ser un hombre muy especial. Y afortunado. Dudo mucho que alguien como él vaya a dejar escapar a alguien como tú.

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Capítulo 10Al día siguiente, Morgan estaba en su despacho con Marc discutiendo

los pormenores de la contratación de personal local para empezar las obras de la estación de esquí. Habían decidido seguir con el plan previsto y dar prioridad al personal de la región.

—Las oficinas estarán listas mañana —dijo Marc—. Kaley ya está trabajando en ello. La compañía constructora empezará a contratar…

El teléfono sonó, y Morgan respondió.

—Alcaldesa Morgan…

—Buenos días, alcaldesa.

Era Justin.

—Hola, Justin —dijo ella mirando a Marc—. ¿Qué tal va todo?

—Mejor. Han trasladado a mi padre a una habitación. Han encontrado algunos problemas en su organismo, pero van a empezar a aplicarle un tratamiento. ¿Qué tal van las cosas por allí?

—Estamos muy ocupados —dijo ella, deduciendo que él deseaba que la conversación permaneciera en un ámbito estrictamente profesional—. Marc está aquí. Vamos a empezar las contrataciones mañana.

—Bien, no quiero retrasos —dijo Justin—. Déjame hablar con él.

Morgan le pasó el auricular dándole las gracias a Justin en silencio por no haber tratado de asuntos personales. Aquél no era buen momento. Justin tenía muchas cosas de qué preocuparse, aunque ella no pudiera hacer otra cosa que pensar en él.

—De acuerdo, Justin —dijo Marc después de escuchar unos segundos en silencio—. Hasta luego —añadió dándole de nuevo el teléfono a Morgan—. Quiere hablar otra vez contigo —dijo saliendo del despacho.

—Justin… ¿Quieres algo más? —preguntó con nerviosismo.

—Te quiero a ti, ojos verdes.

Morgan cerró los ojos.

—Justin, no es buen momento —aquello sólo le hacía las cosas más difíciles—. Los dos tenemos mucho que hacer ahora mismo —añadió.

—Podríamos hacerlo juntos, ¿no crees? Formaríamos un equipo sensacional.

—Ahora todo es diferente. Tu vida ha cambiado. Tu futuro a corto plazo está en Denver. El mío aquí.

—Esto es sólo temporal. Mi prioridad sigue siendo la estación de esquí, Lauren y tú.

—Justin, por favor… —dijo mordiéndose el labio inferior—. No hagas promesas que no puedas cumplir. Tu vida ahora está allí, y…

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—Podríamos, Morgan. Podríamos si nos comprometemos.

Morgan no quería discutir con él.

—Deberíamos dejar esta conversación para otro momento.

—Si eso es lo que quieres…

No, en realidad no era eso lo que quería. Quería estar con él más que cualquier otra cosa en el mundo, pero, en aquel momento, era completamente imposible. Quizá, nunca volvería a ser posible.

—Creo que es lo mejor para los dos.

—Entonces… Supongo que no hay más de que hablar —dijo él.

—Supongo que no.

Hubo un largo silencio en el que Morgan estuvo a punto de suplicarle que regresara a Destiny, pero no lo hizo. No podía decidir por él.

—Adiós, Morgan.

—Adiós, Justin.

Morgan colgó antes que él para no escuchar el aterrador sonido del teléfono. Reprimió las lágrimas. Si empezaba, sabía que no podría parar de llorar.

Volvió al trabajo y se mantuvo ocupada hasta que, por la tarde, un altercado requirió su atención. Lyle Hutchinson entró en su despacho, seguido de Beverly.

—Lo siento, Morgan —dijo ella—. Ha entrado sin que…

—No te preocupes, Bev —dijo Morgan—. ¿Querías verme, Lyle?

—Sí, y seguro que sabes por qué.

Morgan le pidió a Beverly que los dejara solos.

—No estoy de humor para adivinar nada. Será mejor que me lo expliques.

—Basta de rodeos, Morgan. Hilliard nos ha dejado tirados.

Morgan se levantó y dio la vuelta a la mesa.

—¿Tirados?

—Justin Hilliard nos ha abandonado. Se ha marchado.

—Eso no es verdad. Acabo de hablar con él esta misma mañana, y te aseguro que sigue al tanto de todo el proyecto. Además, firmó un contrato. Si se echa atrás, perderá su inversión.

—No creo que eso le preocupe. Le sobra el dinero.

—Que le preocupe o no es algo que no me concierne —dijo Morgan—. Lo importante es que su jefe de proyecto sea capaz de sacar las cosas adelante. En cualquier caso, te aseguro que el señor Hilliard sigue al mando de este proyecto, tal y como prometió.

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—No te creo —afirmó Lyle—. Estás intentando defenderlo. Me encargaré de que el consejo municipal se entere de esto.

La amenaza de Lyle la sacó de sus casillas. Estaba cansada de aquel hombre. Había estado persiguiéndola durante los dos últimos años, esperando al menor error para echarse sobre ella. Si no lo había conseguido, había sido porque había hecho absolutamente todo lo que había prometido, sin excepción.

Y no estaba dispuesta a que manchara la buena reputación de Justin Hilliard.

—Haz lo que quieras, Lyle —dijo ella furiosa—. Estoy cansada de tus amenazas y tus acusaciones —dijo acercándose a él—. Llevas dos años enfadado porque perdiste las elecciones. Esto ha terminado.

Lyle Hutchinson hizo ademán de responder, pero ella lo interrumpió.

—Los ciudadanos de Destiny me eligieron a mí para ser su alcaldesa, no a ti. ¿Sabes por qué? Porque yo intento hacer cosas por este lugar y por el bien de todos, nunca para llenarme los bolsillos.

—¿Qué insinúas?

—Ya es hora de que alguien te cierre la boca. Tu padre y tú ya no sois los dueños de Destiny. De modo que deja de lanzar críticas y amenazas. No conseguirás amedrentarme.

Morgan se puso las manos en la cintura.

—Y, ahora, adelante, di lo que tengas que decir —dijo retándolo.

—No puedes hablarme así.

—Pues ya lo he hecho. La próxima vez que quieras hablar conmigo, será mejor que llames antes y le pidas una cita a mi ayudante. Tengo asuntos que atender —dijo.

Estaba temblando por dentro, pero no se inmutó. Se dio la vuelta, dándole la espalda, y se sentó de nuevo.

Para su sorpresa, lo único que sucedió fue que Lyle salió de su despacho contrariado. Alguien aplaudió.

—Ya era hora de que alguien le parara los pies —dijo Beverly asomándose a la puerta.

Morgan se echó a reír.

—Debería haberlo hecho hace mucho tiempo.

Por primera vez desde hacía varios años, se sentía libre. Había estado tantos años evitando un conflicto con él que se había olvidado de la fuerza que tenía.

Entonces, comprendió quién había hecho posible aquello. Justin le había devuelto el coraje para afrontar la vida con valentía, para luchar por lo que quería. Y lo que quería era estar con él. Nada más le importaba.

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Pero, antes, debía enfrentarse a los demonios que todavía la atormentaban.

* * *Aquella noche, Morgan se sentó a la mesa de la cocina de los Keenan.

Siguiendo los consejos del padre Reilly, les contó a sus padres lo que le había sucedido en la universidad con Ryan.

Morgan tomó la mano de su madre. Desde que sus hermanas y ella habían llegado allí hacía muchos años, Claire y Tim siempre habían estado a su lado, en los buenos y en los malos momentos.

—Lo siento, mamá.

—No digas eso —dijo Claire con lágrimas en los ojos—. No tienes que sentir nada. Yo soy la que debo pedirte perdón por haberte dejado sola. Por favor, no sigas pensando que fue culpa tuya, por favor, cariño.

—En mi mente sé que no, pero emocionalmente no puedo evitar pensar que, de un modo u otro, fue culpa mía.

—Tu madre y yo te conocemos perfectamente —intervino Tim—. Desde que llegaste aquí siendo pequeña, siempre fuiste la que tenía la habitación más limpia, la que más se esforzaba por hacer las cosas bien, por sacar las mejores notas. Siempre tuvimos miedo de que esperaras demasiado de ti misma.

Morgan sabía que lo que le estaban diciendo era verdad.

—Siempre me sentí tan feliz aquí que pensé que, si cometía algún error, dejaríais de quererme —dijo sintiéndose avergonzada—. Mi madre biológica me abandonó. Estuve mucho tiempo pensando que algo en mí estaba mal.

Las lágrimas corrían sin cesar por las mejillas de Claire.

—¿Cómo habríamos podido no quererte? —preguntó Tim—. Habíamos estado rezando durante mucho tiempo para tener una niña y, de repente, teníamos tres. Desde el primer momento en que te vi, con esos maravillosos ojos verdes, me robaste el corazón. Eras tan valiente, tan decidida, que intentamos hacer las cosas con delicadeza para ganarnos tu amor.

—Os quiero tanto… —dijo Morgan llorando.

—¿Le has contado a Justin lo que te pasó en la universidad? —le preguntó su madre.

Morgan asintió.

—Al principio, intenté mantenerlo a distancia, pero él no me lo permitió. No me abandonó en ningún momento. Yo, en cambio, le fallé justo cuando más me necesitaba. Pensé que no podría soportar irme de aquí. Destiny siempre ha sido mi hogar, el lugar donde más segura me he

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sentido. Hasta que me he dado cuenta de que mi lugar está al lado de Justin. Es a su lado donde me siento segura. Lo quiero.

Sus padres sonrieron.

—Dinos algo que no sepamos —dijo Tim.

Morgan sonrió y deseó tener algún día una relación como la que tenían sus padres.

—Tengo que decirle lo que siento.

—¿Decírselo a quién?

Morgan se dio la vuelta y vio a sus dos hermanas en la puerta.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Morgan levantándose de la mesa.

—Ya que nadie nos llamaba para contarnos nada, decidimos venir a enterarnos por nosotras mismas —dijo Paige—. Además, intuimos que podías necesitarnos.

Morgan abrazó a sus hermanas.

—Teníamos razón —sonrió Leah—. Alguien tenía que ayudarte para que pudieras echarle el lazo a ese hombre.

Morgan se echó a reír.

—Será mejor que me ayudéis a hacer las maletas. Me voy a Denver.

—Tienes que organizar una reunión con el personal de la oficina —le dijo Marshall Hilliard a su hijo—. Después, ponte en contacto con los accionistas y convéncelos de que Hilliard Industries sigue siendo la misma empresa de siempre. La lista está en mis archivos.

Durante los cinco días anteriores, Justin se había prometido a sí mismo que no iba a permitir que su padre lo manejara. Hacía dos días que había salido del hospital. Los médicos le habían dicho que no había tenido exactamente un ataque al corazón, sino una angina de pecho severa.

Esperaban que estuviera completamente recuperado en seis semanas. Le habían ordenado que hiciera cambios en su ritmo de vida, pero Justin no quería que fuera a expensas suyas.

Justin se había prometido no convertirse en la clase de persona que era Marshall Hilliard. Tenía otros planes para su vida, planes que incluían a Lauren y a Morgan. Si tenía la suerte de poder contar con ella, su vida soñada lo llevaría lejos de Denver.

Recordó la noche en que había hecho el amor con ella. Había sido increíble. Morgan se había entregado en cuerpo y alma. Había quedado sorprendido por la facilidad con que ella había dado el paso definitivo. Todavía podía ver su rostro cuando se había ido…

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Estar en Denver era mala idea. ¿Cómo había sido capaz de pedirle que fuera a vivir con él allí? Había sido un error, y más cuando él era el primero que no quería vivir allí.

Tenía que hablar con Morgan. Tenía que decirle lo que sentía, que quería regresar a casa con ella, aunque habría que esperar un poco. Antes tenía que dejar las cosas solucionadas.

No le iba a llevar mucho, tal vez dos días más. Estar en Denver tampoco estaba siendo bueno para Lauren. Había empezado a refugiarse de nuevo en sí misma.

Aquél no era lugar para ellos.

Justin observó a su padre, que estaba sentado en su despacho. Era un hombre que nunca dejaba de trabajar.

—Organizaré la reunión para primera hora de la mañana —dijo Justin—. Además, voy a cambiar las cosas, sobre todo en relación a Carlton Burke. Creo que es la persona perfecta para sucederte.

—No puedes estar hablando en serio —dijo su padre.

—Estoy hablando completamente en serio. Ese hombre lleva trabajando aquí sin descanso desde hace más de diez años. Prácticamente, es tu sombra.

—Pero no es mi hijo —dijo Marshall—. Esta empresa lleva en la familia desde hace tres generaciones.

—Entonces, creo que deberías adoptarlo.

—No seas impertinente.

—Entonces, escúchame. No voy a hacerme cargo de Hilliard Industries, ni ahora ni nunca. Tengo una nueva vida en Destiny y a una mujer a la que amo. Si tengo suerte, Lauren y yo podremos ser felices con ella, seremos una familia.

Todavía tenía que convencer a Morgan, pero estaba decidido a luchar por ella.

—Y, ahora, si me perdonas, tengo que ir a acostar a Lauren. Si necesitas algo, puedes avisar a la enfermera. Buenas noches, padre.

Justin oyó sus propios pasos resonando en las escaleras que llevaban al segundo piso.

Quería llamar a Morgan, decirle cuánto la amaba. Entonces, se detuvo. Nunca se lo había dicho.

Maldijo entre dientes.

—Oh, papá… Has dicho una palabrota.

En lo alto de las escaleras, Lauren lo miraba fijamente vestida sólo con su pijama y su osito de peluche favorito.

—Lo siento, tesoro.

—¿Te has enfadado con el abuelo otra vez?

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Justin fue hasta ella y la tomó entre sus brazos.

—Sí, pero no debería haberlo hecho, todavía no se ha puesto bueno.

—Tiene el corazón malito —dijo ella.

—Sí, lo tiene malito.

«En más de un sentido», pensó.

—Espero que se ponga bueno pronto para que podamos regresar a Destiny —dijo la niña—. Echo mucho de menos a mis amigas. El cumpleaños de Delaney es dentro de dos semanas. Es mi mejor amiga. Tengo que estar allí. Y también echo mucho de menos a Morgan.

—Oh, tesoro… Yo también la echo mucho de menos. Créeme, voy a hacer todo lo que pueda para que podamos volver cuanto antes a Destiny —dijo llevándola a su habitación y acostándola en la cama—. Buenas noches, tesoro —añadió dándole un beso.

—Buenas noches, papá. Te quiero.

—Yo también te quiero, tesoro.

Apagó las luces y cerró la puerta.

No iba a esperar más. Regresarían a Destiny al día siguiente sin falta. Dirigiría Hilliard Industries por teléfono si era necesario.

Entró en su habitación y buscó en su escritorio. No iba a volver con las manos vacías. Estaba dispuesto a mantener la promesa que le había hecho a Morgan.

Morgan sabía que era ya tarde, pero tenía miedo de perder la fuerza y el coraje si esperaba al día siguiente.

El taxi se detuvo en la puerta de un elegante edificio lleno de luces.

—Dios mío… —dijo abriendo los ojos asombrada.

Sabía que la familia de Justin era rica, pero no se había esperado algo como aquello.

—Bueno, señorita, ¿va a bajarse o no?

—Sí, por supuesto —le respondió al taxista—. Pero, ¿puede esperarme? —le pidió dándole un billete de veinte dólares.

¿Y si, después de haber hecho todo el viaje hasta Denver, Justin no la recibía con hospitalidad? Habían pasado cinco días. Quizá su antigua vida fuera una tentación demasiado fuerte para él.

No, tenía que luchar contra el desaliento. Justin la quería, se preocupaba por ella.

Salió del taxi y con toda la determinación que pudo subió las escaleras del porche y pulsó el timbre de la puerta.

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Casi podía oír los latidos de su corazón. Después de unos interminables segundos, una mujer abrió la puerta.

—He venido para ver al señor Justin Hilliard.

—Lo siento, el señor Hilliard se ha acostado. Puede dejar su nombre y su dirección y él se pondrá en contacto con usted por la mañana.

—Me llamo Morgan Keenan.

—¿La alcaldesa de Destiny? —dijo la mujer, que era el ama de llaves, sonriendo—. La señorita Lauren no hace más que hablar de usted y de su familia a todas horas.

Antes de que pudiera decir algo, la mujer la hizo pasar.

—Espere aquí, no se mueva —le pidió—. El señor Hilliard ha ido a acostar a su hija.

Morgan miró a su alrededor cuando se quedó sola. Los muebles eran de una madera carísima y sofisticada. Las paredes estaban decoradas con cuadros de artistas muy valorados.

¿Era aquél el lugar donde Justin había crecido?

Morgan se dio cuenta de la suerte que había tenido de encontrar a los Keenan.

Sólo le quedaba decirle a Justin cuánto lo quería, quisiera vivir allí o en Destiny.

—¿Quién es usted? —preguntó una voz.

Morgan se dio la vuelta y vio a un hombre mayor con el cabello plateado y los mismos ojos grises de Justin. Llevaba una bata oscura y zapatillas de andar por casa.

—Hola, señor Hilliard. Soy Morgan Keenan —dijo extendiendo la mano—. Me alegro de ver que esta mucho mejor.

—Todavía no ha respondido a mi pregunta, señorita Keenan —dijo Marshall ignorando completamente su gesto.

Morgan dio un paso atrás. Era un comportamiento fuera de lugar, aunque estuviera en la casa de él.

—Siento haberlo molestado, yo sólo he venido a…

—Ha venido a verme a mí —dijo una voz familiar desde lo alto de las escaleras.

Morgan se dio la vuelta. Era Justin.

—Justin… —musitó ella emocionada.

Lo observó bajar con sus pantalones vaqueros y un jersey verde. Parecía cansado, pero… estaba más guapo que nunca.

—Hola, Morgan —dijo acercándose a ella—. Padre, deberías retirarte por esta noche —añadió sin dejar de mirarla.

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—¿No crees que es un poco tarde para hablar de negocios? —preguntó su padre.

—Morgan no ha venido para hablar de negocios —respondió Justin pasándole un brazo a Morgan por la cintura con aire protector.

—No he venido aquí por negocios, señor Hilliard —repitió Morgan—. He venido a ver a su hijo, pero debo disculparme, es un poco tarde.

Justin casi no lo había creído cuando Nancy había entrado en su habitación para decirle que Morgan estaba allí. No había podido reprimir la emoción y se había lanzado hacia las escaleras sin pensarlo.

—Padre, Morgan y yo tenemos cosas de que hablar.

—Usted no va a convencer a mi hijo para que se vaya de aquí —insistió Marshall—. Su sitio está aquí, al frente de Hilliard Industries.

—Lo sé, señor Hilliard, por eso he venido —dijo Morgan, y sonrió mirando a Justin—. Quiero que su hijo sepa que apoyaré cualquier decisión que tome, ya sea aquí o en Denver.

Justin no quería tener aquella conversación delante de su padre.

—Padre, si nos disculpas, necesito hablar con Morgan en privado.

Como si hubiera estado planeado, la enfermera llegó y se llevó a Marshall, aunque el anciano no dejó de refunfuñar.

Cuando se fue, todo quedó en silencio.

Justin la miró. Estaba preciosa.

—No puedo creer que estés aquí.

—Yo tampoco puedo creerlo —sonrió ella tímidamente—. ¿De verdad que no te molesta?

Justin se inclinó hacia ella y se detuvo a escasos centímetros de sus labios.

—¿Te parece que me molesta? —le preguntó en voz baja.

Justin la besó apasionadamente.

Cuando se detuvo para mirarla de nuevo, ambos estaban casi sin respiración.

—Han sido los cinco días más largos de mi vida —dijo Justin—. Te echado tanto de menos…

Y la besó otra vez. Y otra…

—Estás empezando a convencerme —dijo ella sonriendo.

—No quiero que te quedes con la duda —se rió él—. Quiero que sepas lo que siento por ti. Te quiero con todo mi corazón, Morgan Keenan.

—Oh, Justin… —suspiró ella—. Yo también te quiero. Siento haberte dicho que nunca vendría a Denver. Yo… tenía mucho miedo.

—¿Miedo? ¿De mí?

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—No, de que no pudiera encajar aquí, miedo de que hubieras vuelto a tu vida de antes. Si eso es lo que deseas…

—No —afirmó él sellando sus labios con un dedo—. No quiero nada de mi antigua vida, excepto a Lauren. En estos cinco días, me he dado cuenta de cuánto necesito estar en Destiny, de cuánto te necesito a ti. Destiny ya es mi hogar. Creo que me enamoré de ti aquella noche que pasamos juntos en la cueva. Pero sabía que, para ganarte tu amor, debía tener paciencia. Tenía que conseguir que confiaras en mí. Sin confianza, nada es posible.

—Lo sé —asintió ella—. Y lamento que tardara tanto en darme cuenta. No podía confiar en ti hasta que confiara en mí misma. Por eso he venido.

Con tantas cosas que había pensado decirle, Justin se encontró, de repente, sin palabras. Todo lo que siempre había soñado estaba delante de él, a su alcance.

—Tengo que hacer una llamada.

—¿A estas horas? —preguntó ella.

—Es muy importante. Lo entenderás enseguida —dijo sacando su teléfono móvil y marcando un número.

Esperó unos segundos.

—Hostal Keenan —respondieron al otro lado.

—Hola, Tim. Soy Justin.

—¡Justin! Qué alegría. ¿Va todo bien?

—Todo va estupendamente. Morgan está aquí conmigo —dijo pasándole un brazo por la cintura—. La quiero mucho, y me gustaría pediros permiso a Claire y a ti para casarme con ella.

Justin sintió que Morgan se estremecía, pero no la miró.

—Debo decirte que no me sorprende nada tu petición —dijo Tim—. Morgan es una mujer especial.

Hubo unos segundos de silencio.

—Tienes nuestra bendición. Dile a Morgan que la queremos mucho y que ya hablaremos. Hasta luego.

—Hasta luego —dijo colgando el teléfono y dejándolo sobre la mesa.

A continuación, miró a la mujer que amaba.

—Antes de que vinieras, ya había decidido regresar a Destiny contigo. Me di cuenta de que lo más importante es estar juntos.

Justin se llevó la mano al bolsillo y sacó un anillo muy antiguo.

—Morgan, nunca pensé que encontraría a alguien como tú, alguien que me hiciera sentir… Alguien que me hiciera sentir las cosas que me haces sentir tú.

Justin sostuvo el anillo, un círculo de diamantes que protegían una esmeralda.

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—Fue de mi abuela —dijo él—. Creo que te quedaría muy bien.

Sin dejar de mirarla, Justin se arrodilló ante ella.

—Morgan Keenan, te quiero. ¿Quieres casarte conmigo, ser la madre de Lauren y tener hijos conmigo?

Morgan ya no era capaz ni de respirar. Sus ojos estaban tan llenos de lágrimas que apenas podía ver nada.

Pero sí sabía la respuesta.

—Oh, Justin… Si, sí… claro que quiero casarme contigo.

Justin deslizó el anillo en su dedo, se levantó y la tomó entre sus brazos.

—Quiero darte el mundo entero.

—Ya me lo has dado —contestó ella—. Me ayudaste a encontrarme de nuevo. Te quiero, Justin Hilliard.

Y lo besó.

—Papá, estás besando a Morgan… —Lauren estaba al pie de las escaleras mirándolos—. ¡Papá, Morgan ha venido a buscarnos! —sonrió la niña dando saltos de alegría.

—Sí, a eso he venido —dijo ella riéndose—. Voy a llevaros a los dos de vuelta a Destiny.

—¿De verdad? —preguntó la niña con sus hermosos ojos azules, mirando a su padre.

—De verdad, tesoro, y hay más —dijo él—. Morgan y yo vamos a casarnos.

—¡Bien! ¡Delaney dijo que lo harías porque la besas mucho!

—¿Qué te parece que Morgan sea tu nueva mamá?

—La quiero mucho —dijo Lauren—. Te quiero mucho, Morgan —añadió la niña dándole un beso.

—Yo también te quiero, chiquitina —contestó dándole un beso a su nueva hija.

Morgan comprendió entonces lo que sus padres le habían dicho muchas veces: no era necesario dar a luz para sentirse madre.

—¿Y podré ver otra vez a Delaney? —preguntó Lauren.

—Claro.

—Entonces, vamos a la cama cuanto antes —dijo la pequeña—. Ven, Morgan, te enseñaré cómo se hace.

Justin empezó a caminar detrás de ellas cuando alguien llamó a la puerta. Al abrir, allí estaba el taxista.

—Dios mío… —dijo Morgan—. Se me había olvidado. Le dije que esperara… No estaba segura…

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Justin pagó al taxista. Después, tomó la maleta de Morgan y subió las escaleras, seguido de las dos mujeres de su vida.

Cuando llegaron arriba, Lauren se acercó a su padre.

—Papá, ¿puede dormir Morgan esta noche conmigo?

—¿Qué te parece si me quedo contigo hasta que te quedes dormida? —le propuso Morgan.

—Buena idea —dijo la pequeña adelantándose.

—Bienvenida a la maternidad —sonrió Justin—. Ten cuidado, si te descuidas, te robará el corazón.

—Creo que no es posible, su padre ya se ha encargado de eso —sonrió Morgan.

—¿Cómo es posible que haya tenido tanta suerte? —preguntó él.

—Seguramente, fue la proposición que te hice cuando viniste a Destiny.

—Sí, ahora que recuerdo… Me prometiste algunos beneficios que…

—Discutiremos los términos del acuerdo más tarde —dijo ella—. Cuando estemos solos.

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EpílogoResultó ser un día ideal para celebrar una boda.

Fue una mañana a mediados de diciembre. La entrada de la iglesia de St. Andrews estaba cubierta de una fina capa de nieve. Morgan había nombrado a sus dos hermanas, Leah y Paige, como sus damas de honor. Lauren se encargaría de llevar los anillos.

Había ramos de rosas atadas con cintas plateadas. Ellas llevaban vestidos de color verde invernal, aunque, mientras avanzaba por la nave principal del brazo de su padre, Morgan no era capaz de ver nada más que a él. Justin estaba guapísimo.

A los dos se les escapó alguna lágrima cuando intercambiaron los votos. Después, él la tomó entre sus brazos y el padre Reilly los nombró marido y mujer.

—Encantado de conocerla, señora Hilliard —le susurró Justin al oído antes de besarla.

La celebración tuvo lugar en el hostal de los Keenan. Allí, la familia y sus amigos dieron la bienvenida a una nueva vida. Finalmente, entrada la noche, Lauren se quedó en casa de sus nuevos abuelos y Justin y Morgan pudieron escaparse de la fiesta.

Aunque habían pospuesto la luna de miel hasta después de las Navidades, momento en el que Paige ya habría dado a luz, tenían sus propios planes.

Morgan se estremeció cuando Justin abrió la puerta del nuevo hogar de la familia Hilliard. La tomó en brazos y cruzó con ella el umbral.

—Bienvenida a casa, señora Hilliard —dijo posándola en el suelo una vez estuvieron dentro, para después besarla.

—Una entrada fantástica, señor Hilliard.

—Tú sí que eres fantástica. Y preciosa.

—Gracias.

Morgan llevaba el vestido de su abuela, un antiguo traje blanco de satén con las mangas cortas y escote triangular.

—Me encanta el vestido —dijo él—, pero no veo el momento de quitártelo.

A Morgan la recorrió un escalofrío al sentir los labios de Justin tocando los suyos.

Subieron las escaleras de la mano hasta que llegaron al dormitorio.

Justin había intentado pensar en todo para que fuera una noche especial, ya que la luna de miel iba a tener que esperar. No le importaba, mientras pudiera estar con ella.

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Abrió las puertas dobles. El dormitorio estaba iluminado por velas, había fuego en la chimenea y una botella de champán fría al pie de la cama.

Morgan caminó despacio por la habitación acariciando los ramos de flores situados alrededor.

—Oh, Justin… Es precioso.

—Quería que fuera una noche especial.

—Estar contigo es todo lo que necesito —dijo ella rodeándolo con sus brazos—. Tú haces que todo sea posible. Nadie ha sido nunca tan paciente conmigo. Tú me ayudaste a ser la mujer que quería ser.

—No, Morgan. Siempre fuiste esa mujer. Sólo hacía falta que te dieras cuenta.

—Bueno, pues… Aquí me tienes —sonrió ella.

—Esto fue lo que quise desde el principio —dijo él dándole un beso en la punta de la nariz—. Tú también me has salvado. Nunca había sentido nada parecido a esto por nadie.

—A mí me pasa lo mismo —afirmó ella poniendo una mano sobre su corazón—. Quiero darte lo que nunca le he dado a nadie antes.

—Aquella noche fue muy especial para mí. Y tendremos muchas más. Empezando por esta noche.

—Tengo algo para ti —dijo ella.

—Tú eres todo lo que necesito.

—Y tú eres todo lo que yo necesito, pero quiero seguir la tradición. Además, es un regalo que podemos compartir.

Morgan fue al baúl que estaba a los pies de la cama, se puso de rodillas, lo abrió y sacó una colcha de anillo nupcial.

Justin se acercó a ella.

—Es la colcha que estabas tejiendo el día que nos conocimos —dijo él siguiendo con un dedo las curvas del diseño.

—Lauren me ayudó a hacerla. Leah, Paige y mi madre también me han echado una mano estas últimas semanas para que estuviera terminada hoy. Nunca pensé que tendría la suerte de poder dormir bajo un anillo nupcial.

—Me alegro de que esperaras, así podremos compartir la experiencia juntos por primera vez —dijo él besándola.

—Te amo, Justin —dijo ella.

—Yo también te amo, Morgan Keenan Hilliard.

Justin la besó de nuevo y, aunque tenía ganas de poder empezar la luna de miel, era mayor su deseo de que todo saliera a la perfección.

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—¿Por qué no vas y te quitas el vestido? —le propuso él—. No me gustaría que se estropeara. Quién sabe, quizá Lauren, o alguna de nuestras futuras hijas, querrá utilizarlo.

Con lágrimas de felicidad en los ojos, Morgan se dio la vuelta y él empezó a desabotonarle el vestido.

—Ya está —dijo él dándole un beso en la espalda.

Morgan se dio la vuelta sosteniéndose el vestido con las manos.

—Quiero un bebé, Justin. Quiero un hijo tuyo.

Justin se estremeció. Había estado tan ocupado con los preparativos de la boda y los trabajos de la estación de esquí, que no le había quedado tiempo para hablar con ella sobre ese asunto.

—¿Quieres un hijo… ahora?

Morgan asintió.

—Ya sé que tenemos que sacar adelante el proyecto de la estación y hacer que Lauren se adapte a este lugar, pero, cuanto más lo pienso, más ilusión me hace quedarme embarazada.

La imagen de Morgan embarazada era tan sugerente que Justin la tomó entre sus brazos y la besó. A los pocos segundos, el vestido de boda yacía tendido en el suelo junto con la ropa de Justin.

—Me encantaría tener una niña pequeña que tenga tus hermosos ojos verdes —dijo él tendiéndola sobre la cama y empezando a acariciarla.

—O, también… Un niño con tus profundos ojos grises y el pelo rizado. Sería perfecto.

—Tú eres perfecta —afirmó estrechándola entre sus brazos y besándola apasionadamente.

Se perdieron en los abismos del deseo hasta que, de repente, sonó el teléfono de la mesilla. Justin refunfuñó.

—No puedo creerlo. Será mejor que se trate de una emergencia.

—Siento la interrupción, Justin, soy Tim —dijo la voz al otro lado cuando descolgó—. Sólo quería que supieras que Paige va camino del hospital y que hemos llevado a Lauren a casa de Delaney. Esta noche dormirá allí. Pensé que Morgan y tú querríais saberlo.

—Claro, Tim —dijo él—. Gracias por el aviso. Se lo diré a Morgan.

Morgan se sentó en la cama tapándose con las sábanas.

—¿Quién era?

—Tu padre. Llamaba para que supieras que Paige va camino del hospital.

—¡Va a tener el bebé! —exclamó, sonriente—. Seguro que mi madre nos llamará en cuanto se sepa algo —dijo mientras las sábanas se deslizaban por su cuerpo, quedando desnuda delante de él.

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—Será mejor que nos vistamos para dar la bienvenida adecuadamente el nuevo miembro de la familia.

—¿Qué pasa con nuestra luna de miel?

—Ahora mismo la familia es más importante, se trata de tu hermana, te necesita —dijo él besándola—. Nunca me interpondré entre tus hermanas y tú. Siempre habéis estado muy unidas.

—Oh, Justin… Te quiero tanto…

—¿En serio? Me alegro, porque, cuando regresemos, tendrás que demostrármelo.

Una hora después, Morgan y Justin entraron en la sala de espera del hospital. El padre de Morgan y Holt ya estaban allí.

—¿Dónde están mamá y Leah? —preguntó ella.

—Están con Paige y Reed —dijo Tim—. Entra, si quieres. Es la habitación 304.

—Vendré a contaros lo que pasa en cuanto me entere —dijo ella dándole un beso a Justin—. Gracias por todo —añadió en voz baja.

—Esto es importante, ya estaremos juntos más tarde.

Morgan asintió, cruzó el pasillo y entró en la habitación.

Su madre y Leah estaban junto a Paige. Reed también estaba allí, dándole ánimos a su esposa.

—Me han dicho que mi sobrino se va a presentar de un momento a otro.

—¡Morgan! —exclamó Paige alzando los brazos—. Les dije que no interrumpieran tu luna de miel…

—No me habría perdido esto por nada del mundo —dijo Morgan yendo hacia su hermana—. No puedes dar a la luz sin tu hermana mayor. Recuerda, siempre estaremos juntas.

Paige se echó a llorar.

—Siempre —repitió Paige—. Aunque, me gustaría que la pequeña saliera cuanto antes…

—A mí también —dijo Morgan—. Así coincidiría con nuestro aniversario y podríamos celebrar las dos cosas al mismo tiempo.

Paige y Reed habían decidido llamar a su hija Eleanor Bradhsaw en honor de la madre biológica de las tres hermanas.

Morgan tomó de la mano a su hermana cuando ella sintió una contracción.

—Seguro que Justin no había planeado pasar la noche así —bromeó Reed.

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—No te preocupes por él —dijo Morgan—. Lo compensaré —añadió sonriendo.

Cuando se dio cuenta de lo que había dicho, se sonrojó, pero nadie se fijó, porque Paige estaba teniendo otra contracción.

Durante la hora siguiente, todo se aceleró. Al final, en compañía del médico y una enfermera, Paige, acompañada de Reed, trajo a su hija al mundo.

Cuando oyeron el llanto del bebé, Justin atrajo a su lado a Morgan. Poco después, Reed salió con una gran sonrisa en los labios y los ojos llenos de lágrimas.

—Eleanor Claire está sana, pesa tres kilos y mide cincuenta centímetros —anunció—. Es tan guapa como su madre.

Todos dieron saltos de alegría y, en silencio, pasaron uno a uno a la habitación para ver al bebé.

Morgan y Leah hablaban con su hermana, dándole besos y sonriendo.

—Siempre han estado muy unidas —le comentó Holt a Justin—. El matrimonio no las ha cambiado.

—Felicidades, papá —le dijo Justin a Reed—. Va a ser una rompecorazones —añadió mirando al bebé.

—Como su madre y sus tías —sonrió Reed—. Y, por cierto, por si no te lo había dicho ya, bienvenido a la familia.

—Gracias.

Justin miró a Morgan. Como si hubiera adivinado lo que estaba pensando, le dijo algo a sus hermanas y, a continuación, se acercó a él.

—Vámonos —le dijo en voz baja.

A Justin no le hacía falta que se lo dijera dos veces. Se despidieron de todo el mundo y salieron de la habitación.

En cuanto entraron en el ascensor y las puertas se cerraron, Justin la tomó de la cintura y la besó.

—Vaya… —dijo ella, casi sin respiración—. ¿Seguro que puedes esperar a llegar a casa?

—Estoy en casa —respondió él—. Siempre que esté contigo, estaré en casa.

—Oh, Justin… A mí me pasa lo mismo. Me siento tan feliz… Me alegro de que tuvieras paciencia conmigo.

—Habría esperado el tiempo que hubiera sido necesario.

—La espera ha terminado —dijo ella acariciándole las mejillas.

—Ha terminado para los dos. Ahora somos una familia.

Quién le habría dicho, al llegar a Destiny semanas atrás, que encontraría su verdadero destino.

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Fin

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