el angel sin alas
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UN ANGEL SIN ALAS
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TABLA DE CONTENIDO CUENTO…………………………………………………….3 SMARTART………………………………………………28 TABLA……………………………………………………….28 GRAFICO……………………………………………………29
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Un ángel sin alas CAPITULO I
El angelito despertó de su
primer sueño sintiéndose muy
liviano, tal vez demasiado.
Miró hacia abajo y vio sus
lindos piecitos, miró hacia
arriba y vio varios rulitos amarillos que caían
sobre su frente.
Se fijó en sus manos, pequeñas por cierto, en
sus bracitos, también pequeños, pero al mirar
hacia los costados se dio cuenta de algo: no tenía
Alas. Desconcertado giró su cabeza hacia un
lado, hacia el otro, volvió a mirar hacia arriba,
hacia abajo, se tocó la espalda y nada
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– ¡Que extraño! -dijo – No tengo alas. Soy un ángel, se supone que
debería tener un hermoso par.
Se dio cuenta también que no estaba sobre una nube, donde
supuestamente duermen los angelitos, sino sobre un cesped suave y
muy verde. Si bien era un ángel recién nacido, sabía perfectamente
quién era y que su propósito en la vida era
proteger.
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Un ángel siempre tiene clara su misión, por
más pequeño que sea.
– Algo extraño pasa conmigo – se dijo –
debería ser como todos los demás angelitos,
visto mi túnica, se en mi corazón qué es lo que
tengo que hacer. Estoy dispuesto a cuidar de
la gente y protegerla, pero no tengo alitas
¿será que se olvidaron
de ponerme un par?
Comenzó a pensar por
qué él no había nacido
como todos los demás
Ángeles. Por qué a él, justo a él, le faltaban
las alitas ¿Y si por no tenerlas no podía
cumplir con su misión en la vida? ¿Y si por su
ausencia le era imposible custodiar a las
personas? ¿Y si la magia de un ángel estaba
justo en las alas?
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Entonces, no podría ser como todos los demás
y hacer lo que todos hacían. Esperó un
tiempito para ver si le crecían. Un día y nada.
Dos días y nada. Tres días y …. nada, ni una
plumita por pequeña que
fuese.
Dispuesto a saber dónde
estaba su par de alitas, el
ángel comenzó una
larga caminata.
– Tal vez se me cayeron mientras dormía –
pensó.
No sabía hacia dónde ir, pero estaba
dispuesto a llegar a dónde fuera que
estuviesen sus alas.
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Un ángel sin alas –
Capítulo II
Se dio cuenta que caminaba
por una ciudad y que había
mucha gente. Sin embargo,
no todos reparaban en él,
sólo los niños lo miraban y
le sonreían. Se detuvo
frente a una plaza donde
una hermosa niña de
trenzas rojizas se hamacaba muy fuerte, una y otra vez, cada vez
más alto.
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A medida que se acercaba, se dio cuenta que la niña había tomado
más envión del que debía y caería sin remedio en el césped. Casi
sin proponérselo, se paró frente a ella y como por arte de magia o
mejor dicho, como por magia de ángel, la hamaca descendió
suavemente.
La pequeña bajó despacito y se lo quedó mirando, con una sonrisa
de agradecimiento. El angelito se acercó aún más y le preguntó si
había visto un par de alas.
– ¿Alitas de pollo? – preguntó la niña.
– Alitas de ángel – contestó triste
– Has visto, sin mis alas, no parezco un angelito.
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– Esas cosas suelen pasar. Cuando juego con mis
hermanos varones, yo tampoco parezco una
niña, no te preocupes y dime ¿qué pasó con tus
alitas? ¿Las perdiste? ¿Se te cayeron?
El angelito tardó en contestar, se quedó
pensando en qué parecería la niña que no
parecía niña cuando jugaba con sus hermanos.
– Tal vez te las olvidaste en el colegio – agregó-
yo siempre me olvido algo y luego mami me
reprende.
– Yo no voy al colegio – contestó confundido el
angelito.
– ¿No hay escuela para Ángeles? – preguntó
muy intrigada.
– Pues no. Nosotros venimos a la vida sabiendo
ya lo que necesitamos saber y qué tenemos que
hacer, por eso me extraña no tener alitas, las
necesito para volar.
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– ¿Probaste aletear
con tus brazos? Tal
vez te de resultado
– propuso la
pequeña.
– Pues no creo. No
importa, si no las has visto, seguiré
buscando – dijo decepcionado, dio las
gracias y se marchó.
La pequeña volvió a la hamaca, pero
esta vez decidió que tendría más
cuidado.
Miró cómo se iba el angelito, mientras
se mecía suavemente. Sus largas y
rojizas trenzas parecían saludarlo.
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Un ángel sin alas – Capítulo III
El ángel camino durante todo el día por el centro la ciudad y al llegar la
noche comenzó a pensar que ése no era precisamente un lugar donde
pudiesen estar sus alas.
La gente corría demasiado, nadie se escuchaba, se atropellaban y tenían un
gesto serio, como si la alegría no pudiese habitar allí
– ¡Con razón debemos proteger a las personas! – Pensó – todos están muy
solos.
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Pasó la noche bajo un árbol y no bien amaneció se dirigió al bosque que
lindaba con la ciudad. Se respiraba otro aire, había libertad, flores, plantas,
animalitos felices.
Sin dudas, era un buen lugar para encontrar sus alitas y recibirse de ángel
hecho y derecho. Al adentrarse en el bosque, se encontró con una ardilla
que no paraba de comer nueces, una tras otra.
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– ¿Quieres una nuez? –
preguntó muy amablemente
la ardillita.
– No gracias – contestó el angelito
– Por casualidad ¿No has visto un par de alitas?
– ¿Alitas de mariposa? – preguntó la ardilla, al
tiempo que masticaba su décimo quinta nuez.
– No precisamente, busco mis alitas, soy un
angelito y no las tengo.
– ¿No se las habrá comido el lobo feroz? Si le
apetecen las abuelas, con más razón podría
apetecer tus alitas, que sin duda, serán más
blanditas – contestó la
ardilla.
Luego agregó:
– ¿Sabes? Es extraño el
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– Tienes razón, no las
busco por perdidas. Debe
haber habido un error,
es extraño haber nacido
sin alas, yo creo que en algún lado han de estar.
– Si tu lo dices – comentó la ardilla – ¿seguro no
quieres una nuez? Digo, mientras buscas, te
alimentas.
– No gracias – Seguiré buscando.
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Un ángel sin alas – Capítulo
IV
Siguió caminando hasta llegar
a una casa vieja y maltrecha.
De su chimenea salía un humo
verde, cuyo aroma era verdaderamente
desagradable. Se quedó mirando un rato largo.
La casa no era bonita, el lugar tampoco.
Por la ventana, se veía una mujer de nariz muy
larga y baja estatura, vestida de negro y con un
sombrero alto, muy alto y puntiagudo. Sobre su
hombro tenía una lechuza que no para de
chistar. La señora parecía estar cocinando,
tenía una olla muy grande sobre unos leños
ardientes y mezclaba todo el tiempo.
Si era sopa, su aroma no era nada agradable y
si no lo era, tampoco.
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– ¿Será esta señora lo que aquí llaman brujitas?
– Dudo el angelito
– Como sea, debo preguntarle por mis alas.
Al acercarse a la casa, se topó con un sapo que
salía corriendo con los ojos más saltones que
cualquier sapo que se haya visto jamás.
– Aléjate o te hará sopa a ti también. Tiene el
mal gusto de preparar sopa de sapos y ranas,
aunque tu no eres verde y tampoco tienes
verrugas, tal vez estés a salvo.
– ¿A salvo de quien? Preguntó el angelito
preocupado.
– De la brujita, si no te hace sopa, en otra cosa
te convertirá con sus hechizos.
De pronto, comenzó a escucharse la aguda voz
de la bruja. Se había dado cuenta que el sapo
había escapado y salió a buscarlo.
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– ¡Nadie escapa así de mi sopa… digo de
mi caldo, digo de mi casa! -gritaba la
bruja.
El sapo ya no era verde, estaba blanco
del susto. Sus ojos saltones parecían ya
desprenderse de
la cara. El
angelito, dándose
cuenta del peligro
que corría el pobre sapo,
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lo tomó de una de las ancas y se quedó a su lado.
La brujita, que había salido desesperada de su
casa, de pronto se tranquilizó.
Los miró fijo y para sorpresa del aliviado sapo,
exclamó:
– Ahora que lo pienso mejor, estoy cansada de tomar sopa de sapos,
mejor preparo una de cabellitos de ángel.
El sapo respiró aliviado, pero el angelito se tomó la cabeza para salvar
sus rulitos y ambos se alejaron lo más rápido que pudieron.
– Gracias amigo, me salvaste la vida – le dijo el sapito que ya había
vuelto a ser verde.
– ¿No has visto un par de alas? – preguntó el angelito.
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– ¿Alas de pajarito? Aquí hay muchos en el bosque –
contestó el sapito.
– Alas de ángel. Mis alitas, no las tengo y si no las
tengo, no seré un ángel completo y creo que no podré
cumplir mi misión en la vida.
– Suena preocupante – comentó el sapo- casi tanto como que te
quieran hervir en un caldo. ¿Por qué no buscas a mago Tito? Es un
mago picarón que todo lo transforma con su varita mágica. Tal vez las
convirtió en una flor o un hongo o ¡vaya uno a saber!
Partió el angelito a las afueras del bosque donde vivía e mago Tito,
famoso ya por transformar todo en otra cosa.
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Un ángel sin alas –
Capítulo V
Al acercase a la casa, el
angelito vio cosas que,
aún a sus ojitos nuevos,
le parecían extrañas. Durmiendo en
la puerta, encontró a un perrito con
pétalos, por lo que pensó que el
perro antes de ser perro había sido
una flor.
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En el techo de la vivienda
había una chimenea de
la cual salía una frondosa
copa, por lo que dedujo que la chimenea había
sido antes un árbol.
Nada era del todo lo que debía ser.
Evidentemente la fama que tenía Tito, había
sido bien ganada pues al parecer todo lo
transformaba. Cuando iba a golpear el
chocolatín con picaporte que encontró por
puerta, salió a su encuentro el mago Tito.
– ¡Yo no fui! ¡Yo no fui! ¡Yo no lo hice! – Gritaba
mientras agitaba su varita mágica convirtiendo
cuanta cosa encontraba a su paso, en otra.
– ¿No hiciste qué? – preguntó el angelito un
poco preocupado pues temía ser convertido en,
por ejemplo, un tallarín con tuco.
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– No se, pero yo aclaro por las dudas, no sea
cosa que me culpen. Siempre me culpan de
convertir las cosas en otras – gritaba el mago
mientras convertía las pocas flor que quedaban
en pastillas de menta.
– Yo no te acuso de nada, solamente quiero
saber si viste un par de alitas.
– ¿Alas de avión? – Preguntó Tito sin dejar de
agitar su varita- déjame ver… déjame ver… el
otro día vi. Un auto pasar y lo convertí en un
ratón que no sabes lo rápido que se mueve
ahora, pero alas, no. Seguro que no he visto
¿Por qué?
– Porque soy un ángel y se supone que debería
haber nacido con un hermoso par de alitas y no
las tengo ¿seguro no has visto un par?
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– Dudas de mi ¿verdad?
¿Crees que yo tengo algo que
ver con la desaparición de
tus alitas? – comenzó a
quejarse el mago, quien –
como ya estaba enojado- agitaba aún más la
pobre varita.
Todo comenzó a dar vueltas de una forma
inesperada. Perros con pétalos, flores con
dedos, puertas de chocolate comenzaron a
elevarse llevadas por el viento producido por la
varita. Los pocos árboles que seguían siendo
árboles parecían empezar a desprenderse de
sus raíces.
El remolino arrasaba con todo, hasta con el
asombrado mago cuyos piecitos se movían
inquietos buscando el suelo sin éxito. Tito se
asustó mucho. Le gustaba la magia, pero no
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tanto como para salir
volando y destruir todo.
Sus ojitos temerosos
buscaron los del angelito,
quien con suma tranquilidad
estiro su brazo y le quitó la
varita de la mano al mago.
Como por arte de magia, o mejor dicho, como
por magia de ángel, todo se calmó. El viento
cesó y Tito pudo feliz poner sus piecitos en
tierra firme.
– ¡Gracias, muchas gracias por salvarnos! –
Gritaba el pequeño mago saltando de alegría
– No era mi intención destruir nada, creo que
deberé usar mi varita con más cuidado de
ahora en más.
– Eso creo realmente, sin dudas podrás hacerlo
– contestó el angelito.
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– ¿Cómo puedo recompensarte? ¿Qué puedo
hacer por ti? Ah… ¡ya se! ¿Quieres que
convierta ese par de piedras en dos alitas para
ti?– preguntó entusiasmado.
– No gracias, deja que las piedras siguen siendo
piedras ¿no te parece mejor que las cosas sean
lo que son y no transformarlas en algo con lo
que no deben estar felices?
– Creo que tienes razón, pero aunque sea por
última vez, tu necesitas un par de alitas y yo
puedo hacer algo al respecto –suplicó Tito
agradecido.
– No, gracias de corazón. Prefiero seguir
buscando, alguien tiene que saber qué ha
pasado con mis alas.
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– Como desees ¿has buscado en la
playa? Es buen lugar, la marea
lleva y trae todo tipo de cosas,
tal vez se ha llevado tus alitas
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– Buena idea, iré a buscar por allí, gracias amigo y ya sabes, trata de
dejar a las cosas y sobre todo a los seres tranquilos, cada uno es lo
que debe ser.
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SMARTART
TABLA
sueño
Alas cesped pequeño cuidar
Corazon Angel Ardilla
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GRAFICO
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
80%
90%
100%
ANGEL NIÑA SAPO
TERCERA PERSONA
ANTAGONISTA
PROTAGONISTA