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Cuento de Intriga.

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  • 1

  • 2EL ANTICUARIO

    El pasaje ocupaba un lugar privilegiado en la parte antigua de

    la ciudad. Era un callejn de finales del siglo diecinueve, cubierto por

    una montera de cristales y cerrado en sus tiempos por dos artsticas

    puertas de hierro forjado, que ahora permanecan siempre abiertas. Se

    asomaban al interior del pasaje balconcillos con rejas, y haba en el

    centro una pequea glorieta con una estatua de Afrodita hecha en un

    bronce muy oscuro. Los cristales de la montera estaban tan sucios que

    apenas dejaban pasar la luz del exterior.

    Precisamente, en esos das el ayuntamiento estaba llevando

    a cabo obras de remodelacin. Haban levantado el suelo de pequeas

    baldosas, y las caeras de los desages estaban siendo renovadas

    totalmente. El arquitecto hallaba grandes dificultades para sustituir las

    viejas estructuras y que no sufrieran daos los elementos artsticos del

    pasaje. No pudo evitarse que las taladradoras atronaran a los vecinos

    con sus repentinos rugidos.

    -Esto es un abuso -rezongaba a diario el dueo del

    establecimiento donde se exhiban y vendan toda clase de objetos

    antiguos. -Alguien se embolsar dinero con las obras, como si lo viera.

  • 3Menos mal que yo estoy medio sordo, pero molestan a la clientela.

    Era un viejo pequeo, casi calvo y con una melenilla rala en

    la parte inferior de la nuca. Tena la nariz gruesa y los ojos saltones, y

    usaba las mismas ropas desde tiempo inmemorial. Haba permanecido

    soltero, y aos atrs haba recogido a una sobrina nieta que qued

    hurfana de muy nia.

    -Pobre muchacha -decan las vecinas. -Tener que vivir sola

    con ese viejo avaro, y en ese chamizo.

    -Algn da tendr que heredarlo. Entonces podr darse buena

    vida.

    -Pero entre tanto es una mrtir, la pobre. Es inaguantable ese

    viejo, que huele a miseria. Y la tiene como presa en esa trastienda.

    Era cierto que el anciano provocaba la repulsin de todos

    cuando atravesaba el pasaje, sin saludar a nadie, aunque sus labios

    se movan constantemente como en una perpetua oracin.

    -Seguro que no reza -decan con malicia las vecinas, vindolo

    ir con sus viejas botas de cordones y su ropa mugrienta.

    Eran las seis de la tarde de un jueves y los obreros acababan

    de terminar su tarea con la taladradora. Cuando ya se marchaban, una

    muchacha rubia los salud, levantando la mano. Era la sobrina del

    anticuario, y volva de llevar un pedido.

  • 4-Hasta maana -dijo, sonriendo. Estaba muy delgada y no

    representaba ms de diecisiete aos. Luego se dirigi a la tienda, y

    empuj la puerta que cedi con un tintineo.

    -Ya estoy aqu, to -dijo desde fuera. -La seora no estaba y

    he tenido que esperar.

    Dio un vistazo al local de techos muy altos, de los que

    pendan lmparas donde el polvo apagaba los reflejos del cristal de

    roca. Haba en las paredes espejos venecianos y antiguas

    cornucopias, entre cuadros de pinturas cuarteadas y tallas de madera,

    compradas sin duda en alguna iglesia de pueblo a un prroco

    ignorante. En vitrinas forradas de terciopelo rojo se exhiban alhajas de

    filigrana junto a piezas de marfil o jade, todo en una barroca

    mezcolanza.

    -Ests ah? -repiti la muchacha, alzando la voz. Le

    extraaba que el viejo hubiera dejado sola la tienda sin antes cerrar la

    puerta, y se dirigi al interior.

    Entr en un oscuro corredor, y de all fue a la cocina. Pens

    que el anciano estara en su dormitorio, y abri la puerta. Como no vea

    casi nada dio al interruptor de la luz, que cedi con un chasquido.

    Entonces lo vio. Estaba tendido en la cama, sobre la colcha

    de damasco rojo. Tena los ojos cerrados, y en el centro de su plida

  • 5frente haba un negro y redondo agujero. Un hilillo de sangre resbalaba

    por su mejilla, y se perda en el color rojo de la colcha adamascada. La

    muchacha tuvo que sujetarse del quicio de la puerta.

    -Dios -musit.

    Se dej caer en el asiento ms cercano. Trataba de asimilar

    lo que vea, y una multitud de ideas confusas se atropellaban en su

    cerebro. Finalmente reaccion, y sali hasta la tienda para llamar a la

    polica. Con dificultad pudo marcar los nmeros.

    -Vengan, por favor -dijo con un hilo de voz. -Llamo desde el

    pasaje, en la tienda del anticuario. He encontrado a mi to... muerto,

    con un tiro en la frente.

    -Enseguida vamos para all -le dijo una voz varonil. -No toque

    nada, y no se mueva.

    Estaba a punto de desmayarse y, no obstante, ahora percibi

    el olor a quemado. Indudablemente, algo estaba ardiendo en la casa.

    Sobresaltada volvi a la cocina, y not que el olor era all ms intenso.

    De la trampilla del stano se elevaba una fina columna de humo.

    Entonces sali corriendo hasta la calle.

    -Hay fuego en mi casa! -chill.- Por favor, aydenme!

    Una vecina se asom a la ventana y dijo que avisara a los

    bomberos. No tardaron ni cinco minutos en llegar, y se dirigieron a la

  • 6cocina.

    -Es ah -dijo ella, sin acordarse del cadver que estaba en el

    dormitorio. -Hay fuego en el stano.

    Abrieron la trampilla, y una bocanada de humo los oblig a

    retroceder. La atmsfera en la bodega era irrespirable, pero en poco

    tiempo los bomberos haban reducido el fuego. Muchos objetos se

    haban quemado por completo, y otros estaban tan deteriorados que

    no servan para nada. Al salir de la casa, el jefe de bomberos se dio de

    manos a boca con la polica, que llegaba.

    -Qu ocurre? -pregunt el inspector.

    -Nos han avisado de un fuego. Por suerte, no haba

    materiales demasiado inflamables, y la falta de oxgeno ha impedido

    que el fuego se extendiera. Pero la bodega ha ardido por completo, con

    todo lo que tena dentro.

    El inspector de polica era un hombre de unos cincuenta aos,

    de estatura mediana. Pareca muy sorprendido.

    -Yo no he venido por el fuego -explic-. Al parecer, hay un

    cadver en alguna habitacin de esta casa.

    La muchacha los introdujo en el dormitorio de su to, donde

    nadie haba tocado nada. Despus de asegurarse de que el hombre

    haba muerto estuvieron sacando fotografas, y buscando el arma o

  • 7algn otro indicio que pudiera explicar lo ocurrido. Mientras sus

    ayudantes llevaban a cabo las tareas de rutina, el inspector se dispuso

    a interrogar a la muchacha.

    -Es usted la seorita que ha llamado? La que ha

    descubierto el cadver?

    Ella asinti. Estaba muy plida y tena los ojos rojos de haber

    llorado, lo que haca su aspecto an ms enfermizo.

    -S, yo lo descubr. La puerta de la calle estaba abierta, y l

    estaba muerto, de espaldas en su cama. -Se ech a llorar de nuevo,

    y el hombre intent calmarla.

    -Era familiar suyo? -pregunt con suavidad. Ella dijo que s

    con la cabeza.

    Era hermano de mi abuelo... mi nica familia -contest, con

    un leve temblor en la voz.

    Estaban en el dormitorio de la chica, y sonaron unos

    golpecitos en la puerta. Era el jefe de bomberos, y el polica lo invit a

    pasar.

    -El incendio ha sido provocado -dijo l. -Hemos encontrado

    una mecha en el stano. Al parecer, el fuego comenz en la pequea

    habitacin del stano. -La chica pareci sobresaltarse.

    -All tena mi to cuadros muy valiosos. Eran tablas flamencas

  • 8autnticas, y las estimaba mucho. No quera tenerlas arriba en la

    tienda, porque no pensaba venderlas. De cuando en cuando bajaba a

    mirarlas; haba instalado unos focos para verlas mejor.

    -Vivan ustedes aqu? -pregunt el inspector, dando un

    vistazo al oscuro pasillo. Ella suspir.

    -S, seor. -El polica insisti.

    -Guardaba su to alguna pistola en su tienda?

    -Mi to no tena ningn arma -dijo la chica, estremecindose.

    -Le daban terror.

    Un polica de uniforme se asom a la puerta.

    -Acaban de llegar el juez y el forense -anunci. El inspector

    se volvi a mirarlo.

    -Est bien, voy con ellos -dijo. -Y usted, seorita, no se mueva

    de aqu. Tendr que hacerle algunas preguntas.

    La muchacha aguard en el dormitorio mientras los policas

    recorran la cocina, el aseo y la habitacin de su to. Entraron en el

    pequeo comedor, y a travs de la puerta de cristales oy su

    conversacin. El juez orden el levantamiento del cadver, y el

    inspector volvi al dormitorio.

    -Bien, ya puede salir, si quiere. Tiene algn sitio donde ir?

    Tendremos que sellar la tienda mientras se sigue con la investigacin.

  • 9-La muchacha dud un momento.

    -Puedo ir a casa de mi novio -dijo. -Le dejar las seas por si

    me necesita.

    Fuera, el inspector se detuvo a hablar con el juez.

    -Qu opina de esto? -l movi la cabeza, dubitativo. Tena

    un aspecto impecable, con su gabardina clara y nueva.

    -Puede tratarse de una venganza -dijo. -O quiz, el viejo

    guardaba dinero en metlico o algn objeto de mucho valor.

    Aguardaremos el informe acerca del incendio.

    -Cualquiera pudo dispararle sin ser odo -dijo el inspector. -Al

    parecer, la taladradora haca un ruido infernal a la misma puerta de la

    tienda. Seguramente, el viejo conoca a su asesino. Si no, no se

    explica que lo recibiera en el dormitorio. -El otro dud.

    -Pudieron matarlo en la tienda y luego tenderlo en la cama.

    Aqu tengo algo para usted -aadi. Sac del bolsillo de su gabardina

    un objeto envuelto en un pauelo blanco, y se lo tendi. l deshizo el

    atado y vio que contena una pistola de un modelo muy antiguo.

    -De dnde ha salido esto? -pregunt, extraado.

    -Uno de los bomberos me la dio cuando usted hablaba con la

    chica. La encontraron junto a la boca de una alcantarilla cercana a la

    tienda. Alguien intent arrojarla dentro, al parecer, pero se le qued

  • 10

    enganchada. -El polica se humedeci los labios.

    -Parece que el asesino tena mucha prisa -observ. -O llevaba

    las manos ocupadas. No es tan difcil deshacerse de una pistola

    teniendo a mano una alcantarilla. A quin pertenecer esta

    antigualla?

    Salieron caminando hacia el automvil, y el juez se despidi.

    -En fin. Todava no sabemos si es el arma del crimen. Ahora,

    los peritos y el forense tienen la palabra. Puede unirla al resto de las

    pruebas.

    ***

    La muchacha abandon el lugar con pasos vacilantes. Dej

    atrs el pasaje, y fue caminando despacio hacia las afueras de la

    ciudad. All se detuvo ante el viejo portn de madera de un edificio muy

    deteriorado, y subi luego unas crujientes escaleras que se

    estrechaban en los ltimos pisos. Se detuvo arriba, jadeando, y puls

    un timbre. Un muchacho pelirrojo abri la puerta.

    -Ests solo? -le pregunt ella, besndolo. l la mir,

    alarmado: estaba muy plida.

    -Te ocurre algo? Estoy solo, entra.

    Ella le estuvo explicando lo sucedido. El muchacho la

  • 11

    escuchaba en silencio, casi sin pestaear. Cuando acab de hablar, l

    tom las pequeas manos entre las suyas.

    -Tienes que tranquilizarte -le dijo. -Sabes que me tienes a m.

    -La chica baj la mirada.

    -No s qu hacer. No quiero que tu madrastra me encuentre

    aqu. Pasar la noche en casa de alguna vecina. -l le acarici la

    mejilla y la abraz.

    -Como quieras -dijo. Ella se desprendi de su abrazo.

    -Prefiero irme sola, es mejor que no me acompaes. Luego

    te ver.

    Fue con ella hasta el portal, y luego regres a su vivienda en

    la guardilla. Estaba desordenada y sucia, y al final de un largo pasillo

    poda verse la cocina revuelta. El muchacho suspir.

    -Qu desastre -pronunci en voz alta. -Pondr un poco de

    orden, o no nos podremos rebullir.

    ***

    En comisara, el inspector recibi una llamada urgente. Era el

    perito en balstica.

    -La pistola que hallaron es el arma del crimen -inform.- No

    tiene ms huellas dactilares que las del bombero que la encontr. Es

  • 12

    un modelo muy antiguo y casi nico, una pieza de museo. -El polica

    aspir hondo.

    -Puede saberse a quin perteneca? -el otro contest sin

    vacilar.

    -Est registrada, y tiene la documentacin en regla. Pertenece

    a un tipo que es restaurador de obras de arte. Al parecer, haca

    trabajos para el muerto; hemos hablado con l, y ha reconocido la

    pistola. Pareca muy sorprendido por la muerte del viejo, aunque nunca

    se sabe lo que piensa de veras la gente.

    -Algn otro dato de inters?

    -Segn hemos sabido, el hijo es novio de la sobrina del

    anticuario. Y por si fuera poco, al parecer el viejo no aprobaba el

    noviazgo. Tena discusiones con la chica por eso, o al menos es lo que

    dicen las vecinas.

    -Est bien, quiero un informe completo. Dnde vive ese

    restaurador?

    El perito le dijo las seas y l las anot mentalmente. Se

    despidi dando las gracias.

    -Vamos -le dijo a su ayudante. -Tenemos que hacer una visita

    en el extrarradio. Hay que interrogar a un sospechoso.

    Cuando lleg al ltimo piso, al inspector le faltaba el resuello.

  • 13

    Se volvi al ayudante.

    -Tiene que ser aqu -indic.

    Les abri el muchacho pelirrojo, y dijo que su padre acababa

    de llegar. Los invit a entrar en una destartalada salita con el techo

    abuhardillado. Al verlos, un hombre se levant de un desportillado sof.

    -Los estaba esperando -dijo nerviosamente. -Ustedes dirn.

    Representaba unos cincuenta aos, y su aspecto era tan

    descuidado como el de la casa. Tena el pelo rojo tambin, aunque

    entreverado de canas, y lo llevaba demasiado largo y despeinado, con

    unas largas patillas rojizas. Su mirada demostraba temor.

    -Sintense -dijo. Los policas rehusaron la invitacin, y el

    inspector habl con gravedad.

    -Al parecer, era suya la pistola que han utilizado para matar

    al anticuario. -l asinti.

    -l mismo me la vendi hace tiempo. Lo asustaban las armas

    de fuego y no quera tenerlas en su tienda. sta le lleg con un lote de

    objetos que compr en una subasta. -El polica lo mir fijamente.

    -Cundo vio usted la pistola por ltima vez? -l hizo

    memoria. Pareca tratar de contener su nerviosismo, sin conseguirlo.

    Habl precipitadamente.

    -La tena guardada en un cajn de mi taller. En realidad, haca

  • 14

    tiempo que no abra ese cajn y ni siquiera recordaba que la tena. Hay

    demasiados trastos viejos all. -El polica asinti.

    Y, cundo vio al anticuario por ltima vez?

    -La semana pasada -dijo l. -Me haba encargado la

    restauracin de una arqueta del siglo diecisiete, procedente de una

    iglesia. Fui a la tienda a recogerla y vi que estaba muy deteriorada por

    la carcoma.

    -Quin tena acceso a la pistola? -pregunt el inspector.

    -Pues... creo que mi mujer, y... mi hijo -contest l con aire

    preocupado. -Pero usted no pensar...

    -Yo no pienso nada -dijo l. -No lo he acusado de nada, y

    tampoco a su hijo. Son preguntas rutinarias. -El hombre se estremeci.

    -Claro, claro.

    -Cul piensa que fue el mvil del asesinato? -El hombre

    movi la cabeza.

    -No tengo ni idea. Quiz le quisieron robar, y l sorprendi al

    ladrn.

    -Es posible -dijo el polica. l pestae.

    -No creer que lo mat yo con mi propia pistola -dijo con voz

    sorda. -Tampoco mi hijo lo hizo, se lo juro. Yo lo conozco bien.

    Pareca abrumado. El inspector mir alrededor: sobre una

  • 15

    mesa baja haba una foto de boda, y el novio era sin duda el tipo que

    tena delante. La mujer era joven y tena un indudable atractivo. El

    hombre sigui su mirada.

    -Es mi segunda esposa -dijo. -La madre de mi hijo muri al

    nacer l, y hace slo dos aos que me volv a casar.

    Hablaba con tristeza. El polica vio que los visillos estaban

    sucios y rotos.

    -El chico vive con ustedes? -l asinti.

    -S, claro. Con quin iba a vivir? Estudia contabilidad, y no

    ha encontrado trabajo todava. -El polica lo mir de frente.

    -Conoca su hijo al anciano? -Los labios del hombre

    temblaron.

    -Pues claro que lo conoca. Es novio de su nieta. -El inspector

    carraspe.

    -Aprobaba el viejo ese noviazgo? -El hombre frunci el ceo.

    -Eso no lo s. Pregnteselo al chico.

    -Est bien -dijo el polica. -Quiz lo llamemos para un nuevo

    interrogatorio.

    Cuando volvieron a la comisara, otro ayudante los estaba

    esperando. Les ofreci unas tazas de caf.

    -Al parecer, la chica es la nica heredera del viejo -inform.

  • 16

    -Ella va a ser muy rica. El to tena mucho dinero en acciones, y en no

    s cuntas cosas ms. Al menos, eso nos ha dicho su abogado. Nos

    ha hablado tambin de un marchante que trabajaba con el viejo: al

    parecer, reclama una suma de dinero que el hombre le deba. -El

    inspector arrug el ceo.

    -Qu curioso. Alguna cosa ms? l asinti.

    -He podido saber que el restaurador amenaz pblicamente

    al muerto. Parece que tambin haba de por medio un asunto de

    dinero. El anticuario era un avaro, y poco amigo de pagar sus deudas.

    Adems, estaba la oposicin del viejo al noviazgo de su nieta.

    -Nos est resultando un perfecto sospechoso -brome el

    polica. -Voy a tener que interrogarlo de nuevo.

    Pero aquella entrevista no pudo producirse: no haba pasado

    media hora cuando una mujer llam al telfono de la comisara.

    Pareca muy alterada.

    -S que han estado en mi casa esta tarde -dijo. -Mi marido me

    lo ha contado todo. Yo estaba en la cocina planchndome un vestido

    y me ha extraado or un ruido en el taller. Me he asomado a ver lo que

    ocurra, y l estaba cado... muerto. Creo que se ha suicidado -gimi.

    El inspector se haba puesto en pie de un salto.

    -Aguarde ah sin moverse -indic. -No tardaremos ni cinco

  • 17

    minutos.

    De nuevo tuvo que subir la escalera hasta el ltimo piso; pero

    ahora la excitacin pareca haberle dado alas. Le abri la puerta la

    mujer de la fotografa: llevaba un vestido muy ceido y las uas

    pintadas de un rojo brillante. l pens que estaba demasiado

    maquillada.

    -Pase -indic nerviosamente. -Est ah, en la habitacin del

    fondo. No he tocado nada.

    Entraron en una especie de taller que tena un ventanillo

    sobre el tejado. Afuera estaba anocheciendo, y la luz de una bombilla

    con pantalla alumbraba la mesa, donde el hombre de pelo rojizo estaba

    cado de bruces. De sus labios se escapaba una espuma amarillenta.

    Ella hundi la cara entre las manos.

    -Est como lo encontr -dijo. El polica observ los estantes

    donde haba botes con pinturas diversas, y restos de brillantes panes

    de oro. En la pared estaban prendidas con chinchetas lminas con

    bocetos y dibujos, y sobre la mesa haba un recipiente con pinceles de

    diferentes gruesos. Pareca la nica habitacin ordenada en toda la

    casa.

    -Hay que sacar fotografas -le dijo a su ayudante.

    Vio que al lado del hombre, tambin sobre el tablero de la

  • 18

    mesa, haba un vaso de grueso cristal con restos de un lquido

    amarillo. Cerca estaba un frasco de laboratorio con una etiqueta.

    Contena una sal de mercurio, usada en trabajos de restauracin.

    -Recojan esto -indic. -Puede ser la causa de la muerte.

    Apart con cuidado la cabeza del hombre, y vio que sostena todava

    en la mano derecha un trozo de papel. Pareca una nota de suicidio, y

    la ley en voz alta:

    No culpen a nadie de la muerte del viejo. Yo lo mat.

    -Vaya -agreg. -No me esperaba esto.

    La mujer empez a llorar convulsivamente, y el polica not

    que se corra el maquillaje de sus ojos. Ofreca un aspecto desolado,

    y l la sac del taller y la oblig a sentarse. Volvi donde estaban los

    dos ayudantes tomando las huellas.

    -Habr que comprobar si la nota ha sido escrita por l -indic.

    -Veremos lo que dicen los peritos. Lo primero que hay que hacer es

    llamar al forense y al juez. Es posible que el hombre haya muerto por

    la ingestin del mercurio. Si es as, puede darse el caso por cerrado.

    Todas las pruebas se enviaron al laboratorio de anlisis, y se

    llev a cabo la autopsia del cadver. En efecto, el mercurio haba sido

    la causa de la muerte. Era un producto muy txico, que a ciertas dosis

    poda resultar mortal. Tambin se comprob la autenticidad de la nota:

  • 19

    la letra era del suicida, aunque naturalmente estaba alterada por la

    gran tensin.

    -Lo siento por el chico -dijo el polica, moviendo la cabeza. -En

    realidad, el hombre debi matar al viejo por venganza, y luego quem

    las tablas flamencas para consumar su acto vengativo. Hablar con el

    hijo, debe estar trastornado con lo sucedido.

    ***

    Ms que trastornado, el muchacho estaba deshecho. Todo

    haba ocurrido en forma tan rpida y brutal, que no lograba reaccionar.

    Se haba citado en un bar con la novia, y dej la motocicleta a la

    entrada sin ocuparse siquiera de ponerle el seguro. Pareca muy

    cansado, y entr en el local arrastrando los pies. Ella lo aguardaba

    sentada ante una pequea mesa y le tendi la mano.

    -Tienes que animarte -dijo, tratando de sonrer. -T tambin

    me tienes a m.

    Pareca haberse crecido con la desgracia de su compaero.

    Era como si una nueva fuerza brotara de su delgado cuerpo, y haba

    una extraa luz en sus ojos. Pareca sentirse protectora de aquel

    muchacho en apariencia fuerte, pero quiz menos capaz que ella de

    enfrentarse con la dureza de la vida. Desliz su brazo sobre el hombro

  • 20

    de l.

    -Crees en la inocencia de tu padre, verdad? -pregunt

    suavemente. l la mir.

    -Claro que creo en su inocencia. Pero, por qu tuvo que

    declararse culpable? Y, por qu se mat?

    Ella permaneci en silencio. Luego habl en voz muy baja.

    -Yo sospecho de tu madrastra -dijo, y l se estremeci.

    -Por qu iba a matar mi madrastra a tu to? -La chica sigui

    hablando despacio.

    -No te das cuenta? Alguien tuvo que coger la pistola, y t no

    lo hiciste. Nadie ms pudo sacarla del cajn. Sabes lo que te digo?

    Tendramos que registrar su habitacin. -l la mir, alarmado.

    -Qu piensas que vas a encontrar? T ests desvariando.

    -Por favor -insisti la chica. -Quiero que vayamos all.

    -Vamos -dijo l, resignado. -A esta hora no debe estar en

    casa.

    Al llegar al portal, el muchacho sac un sobre alargado del

    casillero, y tras darle un vistazo lo guard en el bolsillo sin abrirlo. Iba

    dirigido a su nombre y estaba escrito a mquina. En la habitacin del

    matrimonio no hallaron nada relacionado con la muerte del viejo, ni con

    el reciente suicidio. Como el resto de la casa, el dormitorio era un

  • 21

    verdadero revoltijo: la cama estaba sin hacer, las sbanas arrugadas

    y la almohada llena de carmn. La chica abri el cajn de una de las

    mesillas y sac una fotografa de tamao carnet.

    -Mira esto -indic. -Parece ese... marchante que trabajaba con

    mi abuelo.

    l tom la pequea foto en la mano: era la de un hombre

    moreno, de pobladas cejas y cabello rizado. Sus ojos oscuros parecan

    taladrar con la mirada.

    -Es cierto -dijo. -Qu har su foto aqu? Nunca la haba visto.

    La chica segua rebuscando en los cajones y sac un

    envoltorio de papel de seda. Dentro haba una torta de aceite que

    alguien haba mordido, y mostraba el crculo producido por los dientes.

    Volvi a guardarla como estaba y mir la cama revuelta. Sobre la mesa

    de noche haba un cenicero con colillas, y no todas eran de la misma

    marca de tabaco.

    -Aqu ha estado alguien hace poco -seal. l la mir,

    asombrado.

    -Qu dices! -Ella afirm con la cabeza.

    -Creo que tu madrastra se est viendo con alguien en tu

    propia casa. -El muchacho se sobresalt.

    -T ests loca -dijo, pero ella ignor su interrupcin.

  • 22

    -Ella se ve con el marchante, estoy segura. Los dos han

    estado fumando aqu, y hasta comiendo. -l se haba puesto rojo.

    -Es imposible -musit. -No te parece demasiado pronto para

    que meta a un hombre en la cama de mi padre? Tienes una

    imaginacin retorcida. -Ella lo sacudi por los hombros.

    -No te das cuenta? No tienes ms que atar cabos, y vers

    que lo que te digo no es tan absurdo. Quin ha dejado esas colillas

    en el cenicero? -el muchacho pareca abrumado.

    -Dnde quieres llegar? -pregunt.

    Se enderez, y sac la carta del bolsillo. Mir el remite, pero

    no lo haba. Rasg nerviosamente el sobre y extrajo una cuartilla

    doblada. De su garganta brot un sonido sordo.

    -Es de mi padre! -casi grit. Ella lo mir con asombro.

    -Qu dices?

    l ley la carta, y luego se la tendi. Su cara pareca de

    mrmol.

    -Lela en voz alta -le dijo.

    Ella empez a leer con voz temblorosa: en la carta el hombre

    le peda perdn a su hijo, y deca quererlo ayudar con su muerte.

    No me importa lo que hayas hecho en un momento de

    ofuscacin. Me culpo de todo por haberme vuelto a casar, y haberte

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    dado una madre que t no deseabas. Yo estoy viejo y cansado, y t

    tienes toda la vida por delante. Aprovchala, y acurdate sin odio de

    m.

    Hubo un largo silencio, y la carta se desliz de su mano. l se

    estremeci de pies a cabeza.

    -No entiendo nada -gimi. -Qu quera decir? -Ella le acarici

    la mejilla.

    -Parece... un holocausto -dijo. -Es como... querer pagar por

    algo que ha hecho otra persona.

    -Otra persona? Qu persona? -Ella movi la cabeza.

    -Djalo -rog. -Ahora, nosotros vamos a escribir otra carta. -l

    arrug el entrecejo.

    -A quin tenemos que escribir? -La chica suspir.

    -Vamos a escribir una carta annima al marchante. Quiero

    tenderle una trampa para ver si es el asesino. -El muchacho se

    humedeci los labios.

    -Qu dices?

    Ella reflexion un momento. Luego prosigui:

    -Le diremos que ha dejado las huellas de sus zapatos en el

    stano de mi to. Que alguien va a denunciarlo por su muerte, y que

    tiene pruebas. -l la mir, preocupado.

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    -Eso no puede resultar. -La chica insisti.

    -Tiene los pies muy grandes, yo me he fijado bien. Sus huellas

    seran inconfundibles. Puede que no d resultado, pero hay que

    probar. En realidad no creo que quedaran huellas, porque el incendio

    y las cenizas las habran borrado.

    -Y las botas de los bomberos, y los policas que anduvieron

    por all -aadi l, descorazonado. -En fin, haremos lo que quieres. Al

    fin y al cabo, la carta ir sin firmar. Nunca podr saber quin la

    escribi.- El rostro de ella se haba iluminado.

    -Vigilaremos el stano da y noche -dijo. -Yo no me mover de

    mi habitacin, y desde all puede verse la trampilla de la cocina. Dejar

    el cerrojo de la tienda sin echar. -l estaba confuso.

    -Creo que ests completamente loca. -Ella lo cogi del brazo.

    -T estars cerca -indic. -Si ocurre algo, yo te llamar.

    Puedes esconderte en la tienda, y decirle a tu madrastra que ests

    estudiando en casa de un amigo. -El muchacho suspir.

    -Est bien -cedi de mala gana. -Siempre te sales con la tuya.

    Escribieron la carta, la echaron al correo y esperaron todo el

    da siguiente a que llegara a su destino. Cuando el muchacho llam al

    timbre de la tienda ya caa la noche, y algunas ventanas comenzaban

    a encenderse en el pasaje. Ella lo invit a entrar y dej la puerta

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    entornada.

    -Ven, te dar algo de cenar -le dijo.

    Visitaron el stano, de techos bajos ennegrecidos por el

    humo. Una dbil bombilla alumbraba los escalones de ladrillos que

    llevaban hasta la cocina. Luego, ambos permanecieron en silencio,

    cada uno en una habitacin. Las horas se hacan muy largas y estaban

    cansados; iban a abandonar cuando la puerta de la tienda se abri con

    un crujido: la persona que entraba no lleg a abrirla del todo, porque

    no son la campanilla. El muchacho, acurrucado tras un gran velador

    de caoba, vio una sombra que se deslizaba en el interior y not el

    corazn golpeando en su pecho. Luego, el recin llegado se dirigi al

    interior de la vivienda sin encender la luz, como si conociera muy bien

    el camino. Caminaba sin ruido entre los muebles, tanteando. El

    muchacho contuvo el aliento.

    -Tengo que hacer algo -se dijo, pero no se movi. La sombra

    se haba detenido un instante, y un objeto de cristal tintine en el

    silencio. Luego, se oyeron unos pasos ahogados en el corredor. Vio

    que se encenda la luz de la cocina, y oy el chirrido de la trampilla al

    levantarse.

    -Avisar a la polica -pens, pero no lleg a descolgar el

    telfono. De pronto oy la voz de la muchacha, y sinti un sudor fro.

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    -Vaya, qu agradable visita -haba dicho ella. -Se puede

    saber lo que est haciendo aqu?

    El hombre solt una blasfemia. El muchacho haba encendido

    la linterna y marc tres nmeros. Habl en voz muy baja.

    -Es muy urgente -dijo. -Llamo desde la tienda de

    antigedades del pasaje. Por favor, vengan cuanto antes.

    -Vamos para all -contest un polica.

    Se daba cuenta de que la chica estaba tratando de ganar

    tiempo y, de momento, no quiso intervenir. El hombre explicaba ahora

    que haba acudido a recoger algo que era suyo. Ella, incluso, lo estaba

    invitando a caf.

    -Est hecho -dijo. -No tengo ms que calentarlo.

    La voz de la muchacha era serena, casi alegre. Mientras,

    desde la tienda, l trataba de ver lo que ocurra en la cocina. Oy

    chocar de tazas, y de nuevo la voz de su novia.

    -Poda haberme dicho que tena cosas aqu. Yo se las hubiera

    enviado.

    Los minutos se le hacan siglos, mientras escuchaba la voz

    bronca del hombre y la risa de la muchacha. No poda calcular el

    tiempo transcurrido, y la polica no llegaba. Por fin, la puerta de la calle

    se abri, haciendo sonar la campanilla. Dos hombres entraron

  • 27

    silenciosamente en la tienda, y l sali a su encuentro.

    -Estn all -dijo en un susurro. -La sobrina del anticuario y el

    asesino.

    El hombre no pareca haber odo nada, y se estaba tomando

    el caf. A la luz de la lmpara que haba en la cocina, su cabello tena

    reflejos azulados. La chica s se haba percatado del ruido de la

    campanilla. Habl alzando la voz.

    -Recibi mi carta? -pregunt. l se qued quieto, como si se

    hubiera dado cuenta de que le haban tendido una trampa.

    -Qu carta?

    -Vamos, no disimule. -La voz del hombre son como un

    trallazo.

    -Voy a matarte, perra! Irs a hacerle compaa a tu to. -Ella

    solt una risita nerviosa.

    -Usted y la madrastra de mi novio son amantes, verdad? -l

    pareca haber enronquecido.

    -Te importa mucho?

    -Simple curiosidad. Fue ella quien le proporcion la pistola,

    verdad? Se la rob al marido para drsela a usted. Y usted mat a mi

    to. -l tard en contestar.

    -Eres muy lista, chica. S, somos amantes. Y no es cosa de

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    ahora, sino de muy antiguo. Antes de que ella se casara con ese intil.

    Tiene gracia -aadi, con una risotada. -No lo hubiera conocido si no

    es por m, yo se lo present.

    El muchacho se mordi los labios. Fue a entrar en la cocina,

    pero la mano del polica lo contuvo.

    -Tranquilo -murmur a su odo. -Djala a ella.

    La chica permaneci en silencio, y el hombre continu.

    Extraamente, su voz se haba suavizado.

    -l haba amenazado pblicamente al viejo con matarlo.

    Adems, todos saban en el barrio que no aprobaba vuestras

    relaciones... -la muchacha lo interrumpi.

    -Pero, por qu lo hizo? -l resopl.

    -Quieres saberlo? Pues yo te lo dir. En realidad, no me

    importaba el dinero que el viejo me deba. Pero ocurre que yo deseo

    a esa mujer, y quera librarme del marido. Adems, siempre quise

    comprarle a tu to sus tablas flamencas, y l siempre se neg a

    vendrmelas. -La chica habl tristemente.

    -Lo tena todo muy bien planeado, verdad? -l solt una

    risotada.

    -As, mataba dos pjaros de un tiro. Despus de dispararle

    saqu las pinturas, y prend fuego al stano. Luego, no tuve ms que

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    dejar la pistola junto a la boca de la alcantarilla: la polica hizo lo

    dems. No cre que tu futuro suegro me pusiera las cosas tan fciles.

    -La chica habl con aspereza.

    -Estar orgulloso -le dijo. l la haba cogido fuertemente del

    brazo.

    -Y ahora te toca a ti.

    -Djeme! -grit ella. -No me ponga las manos encima!

    Mir con angustia hacia la tienda, y en la penumbra distingui

    a los policas. El hombre debi notar algo y gir en redondo.

    -Maldita sea -mascull.

    Los tres hombres se lanzaron hacia l, que se debati como

    pudo. Pareca un animal acorralado, pero, an as, un polica lo sujet

    y el inspector le puso las esposas.

    -Vamos, amigo, est detenido por asesinato con todas las

    agravantes -dijo. Luego se volvi a los muchachos: -Acompenme,

    tienen que servirme de testigos.

    ***

    En la comisara, el chico le mostr al inspector la carta de su

    padre. l la ley atentamente y movi la cabeza.

    -Todo est claro ahora -dijo. -l estaba ofuscado y pens que

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    usted era culpable. Quiso inmolarse por usted, sin saber que estaba

    equivocado.

    -Yo no lo entiendo todava -dijo l. El polica habl con

    suavidad.

    -Sabemos que su padre sufra depresiones. -ltimamente,

    haba visitado a un psiquiatra. Pensaba que haba traicionado a su

    primera esposa y a su hijo, casndose con una mujer que adems lo

    traicionaba. -El chico asinti.

    -La casa era un infierno desde que ella lleg -pronunci en

    voz baja.

    -Lo s. Su padre le escribi esta carta y la meti en el

    casillero antes de tomar el veneno. Tambin se encarg de redactar la

    nota, para librarlo a usted de sospechas.

    -Y as dej el campo libre al verdadero asesino. -El polica

    aspir hondo.

    -A los asesinos -corrigi. -Tan culpable es ella como l,

    aunque no apretara el gatillo. Se ha efectuado un careo entre los dos,

    y se contradijeron. Ella le echaba en cara su torpeza por acudir a la

    tienda, y l la llamaba de todo. Al final, ella ha terminado por confesar.

    -Es horrible -se estremeci el muchacho. -El polica le palme

    la espalda.

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    -Hemos encontrado las pinturas -le dijo. -Ahora le pertenecen

    a su novia. Espero que ambos sean muy felices, se lo merecen. -El

    chico estaba pensativo.

    -Todava me asombra cmo pudimos engaarlo para que

    acudiera a la tienda -observ. El inspector mir a la ventana. El cielo

    estaba negro.

    -El asesino tiene necesidad de volver al lugar del crimen -

    afirm. -Es algo ms fuerte que l. Hay algunos que no pueden evitar

    el visitar las tumbas de sus vctimas. Es la naturaleza humana.

    Fuera se oy el ulular de una sirena.

    -Dgale a su novia que venda ese local -agreg. -Cmprense

    un piso moderno lo ms lejos posible del pasaje. Se han ganado la

    tranquilidad, ustedes ya han sufrido bastante.