el caso del gaga

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EL CASO DEL « GAGA» POR EDMOND HIPPEAU CON UNA CARTA DE DUBUT DE LAFOREST PARIS 1886 E. DENTU, LIBRAIRE-ÉDITEUR PALAIS-ROYAL, 15-17-19, GALERIE D’ORLÉANS 1886

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Page 1: El caso del gaga

EL CASO

DEL

« GAGA»

POR

EDMOND HIPPEAU

CON UNA CARTA DE

DUBUT DE LAFOREST

PARIS 1886

E. DENTU, LIBRAIRE-ÉDITEUR

PALAIS-ROYAL, 15-17-19, GALERIE D’ORLÉANS

1886

Page 2: El caso del gaga

Título original: Le affaire du «Gaga»

Edmond Hippeau.

Editorial Dentu. Paris 1886

Traducción José Manuel Ramos González. Pontevedra, abril 2014

para http://dubutdelaforest.blogspot.com

Page 3: El caso del gaga

CUBIERTA DEL LIBRO ORIGINAL

Page 4: El caso del gaga

INTRODUCCIÓN

En vísperas de comparecer ante el jurado del Sena, mi amigo Edmond Hippeau

consideró oportuno recoger la opinión pública de algunos hechos inherentes a la

publicación de mi libro: Le Gaga.

El Sr. Hippeau me ha solicitado que escribiese algunas páginas en mi defensa al

principio de su alegato que le ha sido inspirado por su conciencia y corazón. No solo

acedo encantado a su deseo, sino que espero que este opúsculo resulte para todos la

prueba evidente de que el Sr. Hippeau, ajeno a la causa, no debía ser imputado. Esa es la

cuestión capital.

Pero antes de hacer pública la carta escrita el 12 de diciembre de 1885, – carta que

me ha parecido conveniente no añadir a mi interrogatorio, estimando haber dicho lo

suficiente para que la Fiscalía no prosiguiese con mi imputación, tengo que declarar lo

siguiente:

Varios colegas, – lo refrenderán en los debates, – me han dado inolvidables

muestras de su estima literaria y su amistad, manifestando su intención de divulgarlas

en prensa, y desde el primer día realizar una campaña a mi favor. He rogado a mis

amigos que guardasen silencio; me daba por satisfecho con las numerosas críticas

literarias ya publicadas sobre mi libro y no quería esos reclamos caritativos que tal vez

ayuden a la venta de los volúmenes y a la piedad de los jueces, pero que siempre dejan

tras ellos un poso amargo y doloroso.

Tengo plena conciencia de haber producido una obra seria y reivindico en voz alta

toda la responsabilidad.

He aquí la carta del 12 de diciembre de 1885: ni añado, ni suprimo nada.

AL SEÑOR ATHALIN

Juez de instrucción del Tribunal del Sena. Palacio de Justicia.

Señor juez de instrucción,

Usted me ha autorizado a añadir, al interrogatorio al que acabo de someterme ante

usted, algunas informaciones complementarias y sobre mi persona, mis escritos y sobre

la novela el Gaga que ha motivado la acusación de ultraje a las buenas costumbres, y

que usted ha sido encargado de instruir a instancias de la Fiscalía del Sena. Usted ha

obedecido a un sentimiento de elevada justicia concediendo a un escritor francés el

derecho y el poder de responder a su primera investigación.

Se lo agradezco.

Voy a hablarle de mi vida, Señor juez de instrucción; voy a exponerle mi obra y

sus tendencias, sencillamente, lealmente.

He pasado toda mi juventud trabajando.

Siendo redactor de l’Avenir de la Dordogne, durante el periodo del 16 de mayo,

fui perseguido y condenado por el tribunal correccional de Nontron, por la publicación

de dos artículos republicanos, titulados: Nuestros Abogados de pueblo y Carta a un

Ministro.

He debutado en la vida literaria escribiendo un Ensayo sobre Italia y una Noticia

sobre las obras de Villemain. Yo era licenciado en derecho; tenía la edad de abordar las

funciones públicas; fui nombrado consejero de prefectura del Oise, bajo la

recomendación especial de Gambetta, ese gran hombre que me honró con su amistad.

Page 5: El caso del gaga

En ese momento, – en enero de 1880, – acababa de terminar un estudio de

costumbres en provincias: les Dames de Lamète, libro editado por la Biblioteca

Charpentier. El volumen obtuvo un cierto éxito; allí defendía la libertad de conciencia,

dramatizando las angustias y la desesperación de un joven médico al que una mujer

clerical se negaba a concederle la mano de su hija en matrimonio, porque el doctor

pertenecía a la Fran-Masonería.

Mis amigos, los senadores y diputados de la Dordogne, el almirante Fourichon y

el Sr. Chavoix en primer lugar, y luego los señores Dusolier, Garrigat, Theulier y

Escande me ofrecieron su participación para obtener un ascenso en la administración; El

propio Gambetta, que siempre recordaba a aquellos a los que había ayudado, Gambetta,

que no me olvidaba, me invitó a proseguir una carrera tan felizmente comenzada. En el

ministerio del Interior, las notas de mi expediente eran excelentes. Todo el mundo me

decía: «Usted puede perfectamente compatibilizar la administración con la literatura…

» Iba a ser nombrado subprefecto de 2ª clase; ¡tendría una prefectura a los treinta

años!...

Pero no. Me sentía arrastrado hacia otros objetivos; no me gustaba dejar recaer

sobre mis colegas del consejo la parte de trabajo que ya no podía asumir, aunque ellos

me hubiesen ofrecido espontáneamente hacerse cargo de mi tarea. Sí, quería estar en

París, en Paris, cuanto antes: solamente allí, en la luz entrevista de la inteligencia y del

saber, podría pensar, observar, estudiar todo a mis anchas. Mediante una carta publicada

en los periódicos del Oise y de la Dordogne, solicité al ministro que dispusiera de mí,

reafirmando de nuevo mis opiniones republicanas.

El ministro de la Instrucción Pública me nombró oficial de academia, y más de

trescientos de mis antiguos compañeros del Instituto de Périgueux, del Instituto de

Limoges y de la Facultad de derecho de Burdeos, reconocieron esta recompensa

ofreciendo, mediante una suscripción, un magnífico objeto artístico al joven autor de les

Dames de Lamète.

Luego publiqué mi segunda obra: Tête à l’envers, en la République française. Este

libro, Tête a l’envers, es realmente el punto de partida de las ideas psicológicas y

observaciones patológicas que me preocuparían más adelante. La novela plantea y

define este problema médico y social: «¿Una mujer adúltera, en posesión de sus

facultades mentales, es siempre responsable de sus actos sexuales?» La protagonista es

una pobre criatura que se arroja en el vicio y luego llora sus crímenes, con todas sus

lágrimas. «¿Qué he hecho? Se lamenta… ¡Oh! ¡soy una desgraciada!... Quería resistir…

El instinto se impuso… ¡No pensaba en lo que hacía!...» Todavía tenía su cabeza para

las preocupaciones del hogar, para toda su vida exterior; solo se volvía irresponsable en

«ciertos periodos», siempre en el acto sexual. Este problema del libre albedrío interesó a

Alexandre Dumas hasta tal punto, que el autor de Demi-Monde prometió escribir el

prefacio de la novela. Finalmente, Dumas no lo entregó por motivos ajenos al autor y a

su obra; pero desde esa época, mi querido e ilustre maestro me ha recompensado

ampliamente, primero por su afecto constante, y luego, por medio de una admirable

carta que me dirigió hace tres meses en la Vie moderne, con ocasión de la publicación

de Le Faiseur d’hommes. Insisto sobre la importancia filosófica y social de ese

documento, del que toda la prensa ha reproducido amplios extractos: la carta de

Alexandre Duma sobre Le Faiseur d’Hommes es uno de los fragmentos más notables de

su obra y de nuestros tiempos.

Después de Tête à l’envers, escribí Un Américain de Paris en l’Indépendence

belge. En esa ocasión me vi inspirado por el mismo deseo de investigación patológica.

Se trata de un hombre peculiar, una especie de monstruo, cuya filosofía se resume

mediante estas palabras cuyo rigor hace olvidar su trivialidad: «Tengo tanto corazón en

Page 6: El caso del gaga

el pecho como en las suelas de mis zapatos». Y el protagonista actúa con esa doctrina,

luchando contra su mal genio y desesperándose de vencerse a sí mismo. La novela

concluye con la irresponsabilidad del personaje, tras haber analizado las causas de los

trastornos cerebrales, la gradual obliteración, la anulación del sentido de la moral. El

Américain in Paris es un neurópata. La crueldad le produce goce. Pierre Ténard, – el

americano Petrus Tinders, – es un neurópata; es un monómano, Señor juez de

instrucción, como el pirómano que grita: «¡Qué hermoso es el fuego!...»; como el

asesino que os responde con entusiasmo al interrogatorio: «¡Que bello es el rojo!... ¡Oh!

¡qué hermosa es la sangre!...»

Luego llegó La Crucifiée. Esta obra vio el día en la Justice. Allí aún, el autor

utiliza observaciones científicas, pues el protagonista, Samuel Heymann, parece que

padece satiriasis. Este Heymann, – un marqués de Sombreuse en germen, – es un poseso

de los sentidos, la víctima de los pecados de sus antepasados solamente unidos por lazos

de consanguinidad. La novela de la Crucifiée demuestra que las familias se debilitan

fatalmente si no viven más que de sus propias fuerzas; que las naciones se atrofian y se

desmoronan si no se mezclan razas diferentes.

Entre estos trabajos prolijos, he publicado dos volúmenes ilustrados por nuestros

más grandes pintores: el Rêve d’un Viveur y los Contes à la Paresseuse, son relatos que

ya habían aparecido en el Figaro, en l’Echo de Paris y en la Vie Moderne.

Pero mi temperamento me empujó de nuevo a abordar los problemas de la ciencia.

Es por lo que entregué Mademoiselle Tantale, la historia de una joven mujer afectada de

incapacidad sexual, un libro tan atrevido como el Gaga, desde todos los puntos de vista,

un libro favorablemente acogido por el profesor Charcot, por el doctor Dechambre, por

el doctor Despine, por el profesor Lombroso de la Universidad de Turin, etc., etc.

Mientras corregía las galeradas de Mademoiselle Tantale, escribí el Faiseur

d’hommes en colaboración con el Sr. Ram-Baud. En el Faiseur d’hommes, novela

precedida de un prólogo del Sr. Georges Barral, el alumno más preclaro de Claude

Bernard, estudiamos la fecundación artificial en la especie humana. El doctor

Dechambre, de la Academia de medicina, por no citar más que a un ilustre entre las

celebridades médicas que nos invitan a perseverar en esta vía tan interesante como

peligrosa, el doctor Dechambre ha escrito una amplia y poderosa crítica de nuestra obra

en la Gazette hebdomadaire de médecine y de chirurgie, y luego un nuevo análisis en el

Dictionnaire encyclopédique des sciences médicales. Debemos continuar el estudio con

el Fils du Faiseur d’hommes y mostrar lo que será el hombre artificial, «a través de una

humanidad engendrada mediante las viejas fórmulas», según la propia expresión de

Alexandre Dumas.

Ya volviendo solo a la tarea, publiqué Belle-Maman, en el Voltaire; mi querido

redactor jefe, el Sr. Aurélien Scholl quiso apadrinar el libro. Impactado por los peligros

de la cohabitación, de las constantes amenazas que ocurren en el hogar doméstico por

las dulces expansiones, las caricias filiales, los desbordamientos de afecto que alejan

todo temor del mal y también toda vigilancia de sí mismo, he estudiado la situación

demasiado íntima de un yerno y de su joven suegra. Si el yerno se ha convertido en el

amante de su suegra, es que esta, mediante las embriagueces de sus inconscientes

ternuras, ha prendido el incendio en el cerebro del hombre y azuzado el fuego hasta en

las entrañas de la bestia sensual. Una vez más, la ciencia, siempre la ciencia. Después de

Belle-Maman se encuentra un relato titulado: Une livre de sang, un estudio dramatizado

de la transfusión de la sangre humana. El tema es simple. Un viejo ha sido afectado de

alineación mental; va a sucumbir a los delirios de grandeza; su hijo le devuelve la razón

dándole su sangre. El loco está curado, pero el sabio muere víctima de su sacrificio.

Page 7: El caso del gaga

Incluso preparando los documentos de próximos estudios, experimenté un reposo

moral escribiendo para la Nouvelle Presse, una gran novela de aventuras: les Dévorants

de Paris y su continuación: l’Espion Gismarck. Esos dos volúmenes han sido

prohibidos en Alemania y especialmente retirados en Estrasburgo, a instancias de la

orden dictada por el Sr. de Manteuffel, entonces gobernador de Alsacia y Lorena. La

prohibición de los alemanes ha afectado a varios fardos de mercancía, incluso a

numerosas obras NO INCRIMINADAS que acompañaban el envío. Al respecto he

intercambiado una correspondencia con el barón de Courcel, embajador de Francia en

Berlín. Nuestro representante me ha pedido, en términos muy corteses, que no insista; y

como no era mi deseo en absoluto generar conflictos diplomáticos, me he despedido del

embajador,

« y mi libro ha ido a reunirse con nuestros relojes.»

La Baronne Emma, novela de la République Française, le Locataire du Père

Loreille, folletín del Voltaire y Suzette, folletín del XIX Siecle, son estudios de

costumbres contemporáneas.

En La Baronne Emma, la cuestión patológica ocupa un lugar destacado. Estamos

en presencia de un aristócrata, con el temperamento de un Medici, que, obsesionado por

la pasión, abandona a su esposa por la hija de su granjero y se vuelve a la vez Clitandro

y Don Juan. La madre del aristócrata, un sujeto de estudio de los doctores Charcot y

Dumontpallier, es una vieja senil, el último residuo de esa nobleza gangrenada hasta la

médula por sus orgías durante la Monarquía.

Finalmente, Señor juez de instrucción, llego al Gaga. De todos mis libros, es en el

que más tiempo y en el que más seriamente he trabajado; es el que me ha valido las

críticas más halagadoras de los escritores que tengo en alta estima por su talento y

carácter.

El Gaga es tanto una obra de ciencia como una novela, en el sentido ordinario de

la palabra. Para convencerse de ello basta ver el lugar que ocupan, en la historia allí

desarrollada. la enfermedad, las páginas dedicadas a la historia de la decadencia

romana, los relatos relativos a los Íncubos y los Súcubos, las observaciones puramente

médicas y relativas a los neurópatas, a los seniles, a los satiriásicos.

Ninguna palabra obscena ha salido a relucir en la imputación. Los pasajes

incriminados se refieren a cuadros útiles para la comprensión del drama, absolutamente

necesarios para el estudio patológico que es lo que constituye el fondo principal.

Ya le he dicho, Señor juez de instrucción, como me había sido inspirada la génesis

del libro. Una santa mujer, la madre de uno de mis compañeros de colegio, había visto a

su marido condenado por la corte de la Dordogne por ultraje a la moral pública; y la

madre, en mi presencia, había roto a llorar en un acceso de desesperación, exclamando:

«¡Si no hubiese sido tan fea, me habría hecho la puta de mi marido; lo hubiese colmado

de caricias y lujuria y mi marido no estaría en la cárcel!»

Pero lo que no le he dicho, y lo que resulta de un modo impactante en mi obra, es

la revolución moral que se ha producido en mí, en mis noches febriles, cuando, huyendo

del placer, dedicándome por entero al trabajo, la imaginación ardiendo, teniendo en mi

mesa la Gazette des Tribunaux y los libros de ciencia, manejaba la pluma como un

escalpelo y sentía el instrumento fuerte y penetrante, registrando, y tal vez curando, las

entrañas de los monstruos humanos; lo que no le he dicho es mi compasión ante la

bestia humana enferma; lo que no le he dicho, es la cólera que me invade contra los

seres innobles y conscientes que torturan a las mujeres y mancillan la infancia, contra

Page 8: El caso del gaga

los inmundos viciosos que, cada día, comparecen ante usted, para responder de

crímenes tan espantosos de los que yo apenas he esbozado el cuadro, de los que sobre

todo he buscado y analizado las causas.

¿Es el Gaga una glorificación del vicio? No, censura el vicio; lo flagela bajo todas

sus formas. Para los lectores cuya imaginación no está suficientemente armada, los

pasajes escabrosos son letra muerta; aquellos que leen entre líneas, la novela le inspirará

un horror profundo de las voluptuosidades contra natura. Se dirán: «¡He aquí en lo que

no se puede caer!» Y convirtiéndose en sus propios vigilantes, dominarán sus instintos

perversos; no activarán esa levadura de bestialidad sensual que fermenta en la carne

dormida de todos los seres.

Al final del libro, los dos libertinos – el corruptor y su víctima – son castigados.

El conde de Mauval ya no es senador; ni siquiera es un hombre. Se le ve reducido

al «chocheo» eterno de los viejos que no fueron prudentes, al infantilismo doloroso de

las ideas lúbricas que será incapaz de satisfacer. Justifica esa grave frase del filósofo

Jouffroy, que mi querido colega Henri Second recordaba, recientemente, a propósito del

Gaga: «El castigo de los hombres que han amado demasiado a las mujeres, es amarlas

siempre.»

El marqués de Sombreuse – el satiriásico indómito – se vuelve loco; acaba en

Bicêtre.

La vida de ambos personajes víctimas de su inacción no puede ser a partir de

ahora más que un sufrimiento, una tumba; su muerte será espantosa: tal es la lección.

Queda una gran y noble figura: la crucificada viva. La Sra. de Mauval podía

abandonar a su verdugo, deshonrarle, matarle como a un perro, me han dicho o escrito

algunos de mis lectores; ella no lo ha hecho; ha inmolado su pudor de mujer; ha bebido

todo el poso del cáliz; ha sufrido todas las vergüenzas, soportado todas las angustias

para salvar a su marido del manicomio y de la cárcel: tal es la conclusión moral de la

obra.

No, insisto, no hay nada en este estudio que no tenga razón de ser, y se buscaría

en él vanamente un análisis, un documento, una escena, un cuadro que esté presente por

mero placer, sin relacionarse de un modo directo e intenso con los caracteres de los

personajes y las observaciones médicas que han guiado al autor.

Y para concluir, Señor juez de instrucción, se lo repito, no tengo más que una

diversión: el trabajo.

En cinco años he escrito catorce volúmenes; no estoy al final de mi tarea; si fuese

necesario podría redactar aquí lo que contaba en el prefacio de Mademoiselle Tantale,

cuando el profesor Charcot me concedió el gran honor de aceptar la dedicatoria de ese

libro. Yo decía: «Todos mis trabajos preliminares no son más que jalones plantados

sobre el inmenso panorama de la vida contemporánea, panorama cuyos horizontes se

modifican bruscamente, por la ráfaga de nuestras fiebres. Hay que caminar y caminar

siempre, pues el tiempo no sabe esperar. El estudio de las sensaciones, aplicada a la

historia de las costumbres, las condiciones de salud física de los individuos influyendo

en las condiciones de salud moral y estableciendo los cimientos de las comedias y

dramas, tal es la ruta que trato de seguir, como observador atento y no ingeniero

diplomado. Este viaje de exploración, lo he comenzado primero en el pueblo, en la

pequeña ciudad, y luego en Paris…»

Este viaje, Señor juez de instrucción, lo continuaré sin tregua ni reposo;

continuaré con la investigación del desconocido patológico en la especie humana. Desde

hoy, en efecto, superando las tristezas del proceso que me amenaza, preparo los

documentos de próximos estudios sobre la fecundación artificial y sobre los trabajos de

un sabio cirujano.

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Puede suceder, y ocurrirá sin duda que, por una evolución natural de espíritu,

abandone de vez en cuando el género de la novela para dedicarme a obras de pura

ciencia. Sea cual sea el veredicto del jurado, no habrá que ver en esta nueva andadura el

temor del autor en caer bajo el golpe de la ley a los reincidentes, sino sencillamente la

sinceridad profunda de un hombre al que los dramas de la vida habrán interesado menos

que las propias observaciones científicas.

Después de tanta lucha, ahora que el porvenir es menos sombrío, que los primeros

de entre los doctores y los más grandes escritores leen y discuten mis obras, usted no

puede confundirme razonablemente con los autores de esas obras obscenas, sin

literatura, sin intención científica, sin alcance moral, que deshonran el arte de escribir y

la libertad de pensar.

Quisiera agregar, Señor juez de instrucción, la seguridad de mis más distinguidos

sentimientos.

DUBUT DE LAFOREST

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La severidad de la ley que se invoca contra el autor y el editor del libro el Gaga,

no es lo que nosotros tememos: son los desprecios de la opinión pública. Ante ella,

reclamamos por encima de todo el derecho a la palabra, queriendo tomar en primer

lugar al público por juez en nuestra causa.

El autor y el editor tienen, en efecto, un primer deber que cumplir, el de

defenderse contra una acusación que les atribuye a priori inclinaciones e intenciones

que no son las suyas. Cuando el análisis desde el punto de vista del derecho sea zanjado

por el veredicto del jurado, que apreciará la cuestión de buena fe, quedará al menos,

incluso después de una absolución, un argumento de polémica que se usará por medio

de una reticencia jesuítica o por vía de insinuación maliciosa.

Nuestros adversarios, los que han puesto toda la carne en el asador para alentar

este proceso, y que se vanaglorian ya de un éxito asegurado, quisieran poder decir,

ocurra lo que ocurra:

«El Sr. Dubut de Laforest ha sido perseguido por ultraje a las costumbres;»

Y, lo que no es menos calumnioso:

«La editorial Dentu ha sido perseguida por publicaciones pornográficas.»

De la absolución, probable ya, no se hablará nunca; tan solo el hecho de ser

expuestos ante un jurado nos expone a la difamación, y será mediante afirmaciones

semejantes como se esforzarán en persuadir al público, a pesar de la absolución que

esperamos obtener, que el autor de el Gaga es un escritor inmoral y que la casa Dentu es

una editorial pornográfica.

Eso es lo que nuestros adversarios quieren poder decir ya, eso es lo que los más

atrevidos se atreven a decir o hacen decir cuando el valor les falta.

Calumnias contra las cuales protestamos con la última de nuestras energías; y sea

cual sea el desenlace del proceso, es necesario que la opinión pública sea informada

sobre las circunstancias y los hechos de la causa, sin más dilación.

De entrada, no queremos discutir si la Fiscalía se equivoca o no planteando

querellas a los escritores y reclamando el respeto a la moral en la literatura, en el

momento en que la ley acaba de proclamar con la más amplia clemencia la libertad de

expresión y de pluma, tanto tiempo y tan injustamente oprimidas.

No denunciamos a nuestros colegas, ni pretendemos establecer ninguna

comparación entre este libro y tantos otros que, con la apariencia más inocente, tienden

a turbar las conciencias y a suscitar codicias culpables y apetitos malsanos. No nos

ocupamos de los libros escandalosos y de las publicaciones justamente llamadas

pornográficas, que somos los primeros en denunciar, porque ese tipo de producciones

no descansa sobre el estudio de los sentimientos y de las pasiones, ni sobre el análisis de

fenómenos psicológicos y de los infinitos afectos del corazón humano, ni sobre las

investigaciones patológicas. El autor al que se ha perseguido no pertenece a la literatura

popular, y diga lo que diga el Sr. de Pressensé a sus corresponsales en el Athoenouem de

Londres, él no apunta a los jefes de la escuela naturalista: Emile Zola, Edmond de

Goncourt y Guy de Maupassant; admira las obras de esos maestros, pero nadie, excepto

el Sr. de Pressensé, lo acusa de estar afiliado a esa escuela.

El Sr. Dubut de Laforest realmente ocupa en la literatura contemporánea un lugar

importante un poco aparte, así como testimonia el interés que en diversas ocasiones han

suscitado sus obras entre las eminencias científicas de Francia y el extranjero: el

profesor Lombroso, de la Universidad de Turin, el profesor Charcot, los filósofos

Despine y Jules Soury, el doctor Dechambre, de la Academia de medicina de Paris.

El autor del Gaga, que también es el autor de tantos otros curiosos estudios, entre

los que recordaremos Tête à l’envers, Mademoiselle Tantale, Belle-maman, la

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Crucifiée, Un Américain de Paris, la Baronne Emma y Le Faiseur d’hommes, este

infatigable escritor ha encontrado el medio de rejuvenecer, con gran éxito, los elementos

un tanto envejecidos de la novela moderna, fortificando sus análisis mediante

observaciones nuevas de patología.

En el prólogo de uno de sus libros, del que el Sr. Aurélien Scholl ha aceptado la

dedicatoria, el autor de Le Gaga se ha expresado muy claramente sobre las tendencias

de sus obras. «Creo, dijo, que el arte es algo santo, no mancillado por el pecado original

y que no debe tener sacerdotes, ni bautismos, ni pontífices… La novela de costumbres

sufre una metamorfosis: con el estudio de las sensaciones tengo la firme creencia de

caminar, como un pionero, sobre una tierra virgen…»

Pero, para no hablar más que del libro incriminado, y solamente desde el punto de

vista literario, he aquí las apreciaciones de cuatro de nuestros colegas más distinguidos

en los periódicos más leídos. Los citaremos por orden de aparición: El Sr. Edmond

Deschaumes, del Événement y de la Chronique Parisienne, el Sr. Henry Fouquier,

redactor jefe del XIX Siècle, colaborador del Gil Blas; el Sr. Philippe Gille, del Figaro,

y muy recientemente el Sr. Emile Dehau, del Siècle.

Estas páginas de los maestros de la crónica darán a su vez una idea del carácter

del escritor y de la filosofía de su obra:

El Sr. Edmond Deschaumes:

«… ¡Y Dubut de Laforest siempre trabajaba!

» Meridional, infatigable, Dubut siempre ha tenido el cerebro bajo presión.

Cuando no escribe, piensa. Por todas partes ve novelas.

»– ¡Hay arsénico, decía un médico, en este palo de silla!

»– ¡Hay una novela en no importa qué! – exclamaría Dubut de Laforest.

» Atrevido, vibrante, buscando por todas partes molinos de viento, es un don

Quijote de la idea y un narrador muy emotivo. Estilo rápido, imaginación fogosa,

fecundidad inagotable: tales son los grandes rasgos del carácter del joven y brillante

novelista.

»… Acaba de publicar sus Contes à la paresseuse en la editorial Monnier. Hoy

entrega el Gaga en la editorial Dentu. Mañana comenzará un folletín en un gran

periódico.

» Trabaja al mismo tiempo para la France, la République, Paris. Es uno de los

dos autores del célebre Faiseur d’hommes. Es el Hombre-Novela, es Dubut de la Forest.

» Es fecundo como Dumas padre, aventurero como un Gascon. Encuentra una

tesis al levantarse y un tipo al acostarse. Sus sueños le sirven para dar con sus títulos.

» Llegué una mañana al domicilio de Dubut. Instalado en su despacho, ya estaba

enfrascado con las hojas que acababa de escribir, y entre sus labios mantenía un enorme

cigarro cuya humareda lo envolvía.

» –¡Vaya! ¿Fuma usted ahora desde la mañana?

» – No soy yo el que fuma, me respondió Dubut con convicción, ¡es mi cerebro!

» – Pronto será mediodía, le dije, salgamos a almorzar. Tengo un hambre de mil

demonios.

» Y Dubut de Laforest, inmerso en su trabajo:

» – ¡Un final! ¡un final! ¡Eso es lo más duro de inventar!.................

» EDMOND DESCHAUMES (L’Événement.)

» 12 noviembre 1885. »

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Sr. Henry Fouquier:

«… Un día, un hombre de genio, gran amigo y gran admirador de Dumas, como

yo, cuando este acababa de estrenar una de sus comedias «fisiológicas», me dijo: «¡Ah!

¡qué hermoso guión para una obra de teatro acabo de encontrar para Dumas! Es la

historia de un hombre joven que ama a una muchacha. La familia se opone al

matrimonio, y, en el tercer acto, ¡ella consiente!» El amor simple es la salud del arte y la

de nuestra sociedad. He aquí lo que quería decir, de forma irónica, el amigo de Dumas,

– y tenía razón. Pero no se le escucha demasiado.

» Ved, por ejemplo, la última novela de un hombre que no es nuestro enemigo, el

Sr.Dubut de Laforest. El libro levanta polémica porque es audaz: lo merece porque en él

hay talento. Pero yo no puedo impedir pensar en el camino recorrido por los novelistas

desde Balzac. Aquí, la lección es impactante. Balzac ha pintado al barón Hulot: El Sr.

Dubut de Laforest ha pintado el Gaga. Casi es el mismo personaje. Solamente, el amor-

pasión se ha convertido, francamente, en el amor-enfermedad. Ustedes recuerdan al

barón Hulot y a la baronesa. Jamás personajes algunos fueron más grandes. No hago

incluso excepción con los más nobles y renombrados héroes de las tragedias clásicas,

los Fedros y las Ifigenias. El barón es víctima de una especie de fatalidad, que de por sí

ya es una enfermedad. Se hubiese dicho antaño que Vénus ofuscada lo había alcanzado

con una flecha envenenada que él no podía arrancar de su pecho. Pero lucha aún contra

esa espantosa necesidad de amar que lo devora. El hombre no ha desaparecido en él;

tiene apariciones esporádicas y se rebela. Igualmente ocurre con la baronesa: es la

mártir de la resignación, del amor que se inmola. Pero sobre su tumba se podrá levantar

una estatua de puro mármol blanco. En treinta años las cosas han cambiado. El barón se

ha transformado en el Gaga. Y su esposa lleva la resignación hasta complacencias sin

nombre, tales que aún se puede llorarla, pero la piedad se asombra de ver a que

degradaciones puede llegar la virtud. Nada más terrible que el espectáculo de una mujer

que, para salvar de sí mismo a un anciano erótico, asume el rol de las peores

mujerzuelas del arroyo y, para impedir que su marido vaya a vivir a lugares sórdidos,

haga un lugar sórdido de su hogar conyugal. La concepción, lo repito, es de una fuerza

sorprendente….

» HENRY FOUQUIER (Le Gil Blas)

» 16 de noviembre de 1885.

Sr. Philippe Gille:

« Después de leer libros amarillos, azules y grises, llego a una novela que está

levantando bastante polvareda en estos momentos: Le Gaga, del Sr. Dubut de Laforest.

El Sr. Dubut de Laforest es joven y está lleno de razón ahora y luego también, porque

madurará. Le Gaga es una novela de observación dura; un senador senil y sádico, un

amigo inmundo, una esposa que lleva la abnegación hasta la exageración mediante actos

insensatos tomados de las putas, a fin de retener a su marido en su alcoba. Eso es en dos

palabras el meollo de la novela. Se puede adivinar que con tales protagonistas, el autor

no nos lleva por los caminos del idilio. Confieso sin embargo que me esperaba más

crudeza que la me he encontrado en el libro; el Sr. Dubut de Laforest se ha esforzado en

salir de lo banal y ha hecho bien, pero nos ha mostrado demasiado a menudo la

excepción y se equivoca. No tendré la crueldad de decirle que el gran maestro, el gran

Balzac, ha tratado el mismo tema y ha encontrado el medio de ser todavía hoy el más

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joven de los jóvenes. Lo que diré sin embargo, es que la sencillez, la verdad nunca son

banales y que la naturaleza es todavía bastante rica por sus bellezas para que se vea

reducida a sus excepciones, a sus cosas ocultas, a sus verrugas y a sus deformidades.

Dicho esto, constato un esfuerzo en Le Gaga (¡qué título!) y reconozco el derecho de

que ese príncipe de los seniles sea examinado. Tras haber censurado al autor por haber

obligado a la condesa (una madre que tiene una hija a punto de casarse) a realizar

cabriolas sobre su cama para atraer al conde hacia el sendero de la virtud, detengo mis

reservas. Este libro va a ser muy leído, estoy seguro de ello, y no dudo de su éxito en

librerías, pero espero ansioso ver al joven autor pintarnos la sociedad desde otros puntos

de vista…

» PHILIPPE GILLE (Le Figaro)

« 18 noviembre de 1885 »

A continuación reproduciremos la crítica del Siècle. Este periódico había

anunciado la persecución sometida al Gaga, quince días antes de la aparición de su

Revista literaria. El autor quiere destacar, –en agradecimiento a nuestro valiente colega,

– que el Siécle ha mantenido en relación con la obra, incluso ante el proceso criminal

comenzado, toda su libertad de apreciación, y desea expresar aquí al Sr. Philippe

Jourde, presidente del Sindicato de la prensa parisina y a su colaborador el Sr. Émile

Dehau, su profunda gratitud.

Sr. Émile Dehau:

«… La condesa Julia de Mauval adora a su marido y, durante muchos años, su

marido, hoy de unos cincuentas años de edad, ha correspondido a ese afecto. De pronto

regresa del Extremo Oriente, como un torbellino, un personaje corrupto y fatal, el

marqués de Sombreuse. Tiene algunos años más que su primo de Mauval, pero ha

conservado un vigor que los excesos no han podido debilitar. De Sombreuse, que ha

usado y abusado de todo, se enamora apasionadamente de su prima, la Sra. de Mauval,

pero él sabe que la mujer es decente e incapaz de faltar nunca a su deber. ¿Qué

maquina? Debilitar a base de excesos, idiotizar, convertir en senil, chocho, según la

expresión popular, y ridiculizar al Sr. de Mauval. Esta empresa está maravillosamente

llevada y obtiene un rotundo éxito.

» La Sra. de Mauval no pierde el valor y consigue, tras mil torturas y múltiples

sacrificios, arrancar a su marido de las garras del terrible corruptor.

» Hay, en este libro tan vigoroso y tan poderoso del Sr. Dubut de Laforest,

grandes cualidades de observación y análisis; es un estudio admirablemente traído y

exhaustivo del corazón humano. El autor, sin embargo, me permitirá algunas

objeciones; se debe la verdad a los escritores de talento y a sus amigos. Pues bien, nos

ha parecido que algunas situaciones eran un poco forzadas, especialmente la visita que

la Sra. de Mauval hace a una casquivana para pedirle que la inicie en los secretos de su

oficio, a fin de poder retener a su marido. Es esta una crítica que en nada atenúa el

mérito de esta original obra.

» ÉMILE DEHAU (Le Siècle)

» 3 de enero de 1886.»

Page 15: El caso del gaga

Nos conformamos con estas citas que sería fácil multiplicar. No se trata de una

cuestión moral en los artículos de eminentes escritores, pero está claro que ninguno de

ellos hubiese dejado de hacer reservas en este aspecto.

Tomad el contenido de este libro, extraed su moralidad, y decidnos si la novela

que denuncia el desenfreno y el vicio, que ensalza la obra de abnegación conyugal, es

una publicación licenciosa, o si por el contrario la obra proclama las todopoderosas

reglas eternas de la moral y el respeto por la familia y las leyes sociales.

El autor se ha defendido a sí mismo; antes de verse obligado a defenderse, había

tenido la buena fe de presentar su tesis moral y de reivindicar su responsabilidad; había

admitido la necesidad de suavizar las formas y se había sometido a la vigilancia más

severa ante su propia inspiración; ¿podía pedírsele más aún?

La propia ley no castiga el crimen cuando no se constata la premeditación, la

evidente intención de cometerlo. ¿Por qué entonces se nos persigue? ¿Por qué, a pesar

de nuestras protestas, a pesar de las elogiosas críticas de nuestros colegas, tenemos que

defendernos de una tendencia que jamás hemos tenido? ¿Por qué, no siendo culpable y

habiendo querido y creído hacer una obra honesta y moral, estamos destinados a

comparecer en el banco donde se van a sentar criminales comunes?

Esta vez, ya no es nuestra propia conciencia de personas honestas lo que basta

para justificarnos, debemos emprenderla con nuestros adversarios. No tendremos reparo

en repetírselo si aún nos arrojan al rostro el insulto de «pornógrafo», epíteto que

rechazamos como una infame calumnia; aun apelando a su equidad, no esperamos

verlos ceder incluso ante la absolución pues lo que han querido ya lo han obtenido.

Estamos perseguidos y siempre podrán decir: «Habéis sido perseguidos. Durante

algunos meses, durante algunos días, habéis sido acusados de haber publicado un libro

inmoral, de haber cometido un ultraje a las buenas costumbres.»

Ese es el auténtico terreno donde se está desarrollando el proceso actual, y, tras

haber respondido a los calumniadores, debemos investigar los móviles que los han

inspirado, el interés que tenían en auspiciar esas persecuciones, y como el único hecho

de ser citados ante el jurado constituye el arma más preciosa en sus manos contra

nosotros, y tal vez contra otros.

Hemos escuchado lo que decían los concurrentes ante los imputados, incluso en

un momento en el que se les dejaba ya presentir. Era el propietario de una gran editorial

quién decía a uno de nuestros amigos las siguientes palabras: «No tenemos ninguna

razón para ser amables con la editorial Dentu.» Fue el representante de otra gran

editorial que dijo ante uno de nosotros, en relación con la publicación de un libro de

éxito, que varios editores se habían disputado: «Si se hubiese podido imputar en este

asunto a la casa Dentu, sería su puntilla.» Fue el propietario de la primera librería, casa

célebre en el mundo, quién dijo abiertamente, en relación con el proceso actual y en una

fecha donde se realizaban maniobras, de las que nosotros conocemos todos los hilos,

para atraer la atención de la Fiscalía sobre este libro y ponerla en disposición de actuar

contra nosotros: «¡No, no es al autor a quien quiero, es a la editorial Dentu!»

He aquí los hechos, he aquí el conjunto de actuaciones que nos llevan a declarar

muy alto: No se trata de un libro ni de la cuestión de la inmoralidad, se trata de una casa

editorial que busca, por todos los medios, desacreditar, arruinar, despojar si es posible.

Pero, que se sepa bien, eso no solamente es imposible, eso sería, si fuese posible, una

monstruosidad.

No nos iremos por las ramas y diremos sin ambages a nuestros adversarios: «Es

de vosotros de quienes se aprovechan los perseguidos, sois vosotros quienes los habéis

provocado.» Is fecit cui prodest, reza un axioma jurídico, el único infalible, aquel en el

Page 16: El caso del gaga

que se inspiran invariablemente los más avispados agentes de la justicia humana, los de

la prefectura de Policía y los de la Fiscalía.

Digamos pues ahora quiénes somos nosotros y quiénes son ellos. De entrada,

despojémonos de nuestras propias cualidades, como el autor ha hecho por su propia

cuenta en el prefacio, y como nosotros lo hemos hecho ante el juez de instrucción.

EDMOND HIPPEAU

«Sin vanidad he de decir que he hecho serios estudios clásicos, habiendo obtenido

éxito en concursos y conseguido mi diploma de licenciado en letras, al mismo tiempo

que el de licenciado en derecho. Todo ello completándolo con trabajos personales y

asociándome con grandes historiadores de los que he tenido el honor de ser el

secretario: Amédée Thierry, Chéruel y Henri Martin, he seguido durante ocho años una

carrera administrativa, que, en opinión de mis jefes jerárquicos y ministros que me han

honrado con su apoyo, no ha sido sin brillo. Sin embargo he abandonado mi puesto en

el ministerio de los asuntos exteriores, en 1878, para dedicarme únicamente a la carrera

literaria, en la cual todavía no había hecho más que un aprendizaje concienzudo, pero

tímido; colaboré en el Bien public, en l’Opinion nationale, en la Tribune, en l’Écho

universal, con unos estudios de historia de la diplomacia, de crítica literaria y artística,

incidentalmente había abordado las cuestiones candentes de la política militante. Ingresé

en el Événement como principal redactor político, tras haber ratificado mi dimisión para

vivir de mi pluma.– Lo digo de paso: el eminente sabio del que tengo el honor de llevar

el apellido, no ha dejado, después de ochenta años de trabajo y con una obra

considerable que hace autoridad en el mundo de las letras, la fortuna que hubiese

permitido a los suyos considerar la vida como un divertido vaudeville donde está

permitido no preocuparse del sustento. He conocido, con los deberes y las

responsabilidades de la educación de tres hijos que viven de mi trabajo, los crueles

extremos de la lucha por la existencia; habría podido sucumbir allí como tantos otros, y

si mi coraje ha sido favorecido por felices circunstancias, no tengo el amor propio ni la

ilusión de creerme más merecedor de ello o más hábil que el prójimo. La amistad de

hombres eminentes que me han apoyado con sus consejos y su protección es lo que me

ha ayudado a hacerme un nombre, y siempre les tendré el más profundo

reconocimiento.

» Desde que he alcanzado la mayoría de edad, he conocido las alternativas de la

buena y mala fortuna, y, en el momento presente, a pesar de las enemistades que me han

valido la independencia de mis opiniones y una firmeza de carácter de la que pretendo

honrarme, tengo conciencia de haber siempre cumplido con mi deber de hombre

honesto y de patriota. Exento del servicio militar, me he enrolado voluntariamente en

los cazadores a pie, a principios de la guerra de 1870. Ningún caso nuevo de exención

me impediría todavía cumplir con mi deber al lado de los tres reclutas que he dado al

ejército para la futura revancha.»

» Hay, analizad mi vida, sopesad mis trabajos, mis escritos, todos esos artículos

realizados, publicados durante catorce años día a día en defensa del derecho, de la

justicia; apreciad los servicios que he podido rendir a la causa republicana, durante tres

años de campaña en el Événement y cuatro como director del Avenir diplomatique;

preguntad a todos aquellos con los que he colaborado y de los que conservé su amistad,

eligiendo a las personalidades más elevadas del Parlamento, de la Prensa, y las del

mundo de las letras y los artes, que han querido también contribuir al éxito de algunos

volúmenes de crítica y de historia que he publicado; consultad incluso a mis

Page 17: El caso del gaga

adversarios, y si se encuentra uno solo que desmienta mi lealtad, mi rectitud, el coraje y

todas las virtudes que conforman al hombre de honor y al hombre honesto, ¡que se

levante y que hable!» –

Sea lo que sea que nos depare el destino, estad convencidos de que caminaremos

con la cabeza muy alta para no soportar jamás otra vergüenza como la indignación que

inspira a nuestra conciencia una acusación contra la que no tendríamos que defendernos

nunca. No somos nosotros los que debemos sonrojarnos, más bien serían nuestros

adversarios los que deberían llevar la pena de los calumniadores y de los delatores.

Decimos muy alto que la Instrucción no es responsable del error o de la iniquidad

cometida: ella no ha podido desvincularse de la hábil maniobra en la que los

magistrados han sido envueltos de igual modo que nosotros. Y ahora que se sabe que

por parte de los inculpados no hay crimen, ni criminales, es necesario que los auténticos

culpables comparezcan ante el público y que la opinión los censure.

Pero no queremos dar carnaza a la Fiscalía: nos conformamos con exponer los

hechos.

¿Contra quién está dirigido este proceso?

Contra una mujer.

¿Cuál es el crimen de esta mujer?

Ha gozado del respeto del apellido de su marido y tenido la abnegación maternal

de sacrificar su descanso, su salud, su vida a los intereses de sus hijos.

Esto es lo que hay que decir hoy, y es útil que lo gritemos por encima de los

tejados, puesto que la justicia no puede alcanzar a los culpables, cuyas tortuosas

intenciones, disimuladas con el arte de las sabias intrigas, pueden escapar a la represión

de las leyes, pero no a la reprobación pública.

Mañana, nuestros testigos comparecerán para atestiguar los hechos que vamos a re

velar. Al menos, el proceso habrá sido divulgado, y, desenmascarando a nuestros

adversarios, les desafiamos a que nos respondan o a que nos impidan demostrar los

hechos que vamos a precisar.

Situaremos pues el debate sobre su verdadero terreno. ¿Por qué se ha querido

incriminar a la editorial Dentu y por qué se ha elegido como pretexto esta vaga

acusación: Ultraje a las costumbres?

Vamos a contar todo con la franqueza de la que venimos haciendo gala.

«Buscad a la mujer», se dice a menudo. En esta ocasión, la encontraréis ante

vosotros, y es ella la que pide justicia contra sus perseguidores.

____

Page 18: El caso del gaga
Page 19: El caso del gaga

No hablaremos de los comparsas y agentes secundarios: un único personaje nos

bastará para figurar en este debate como el instrumento directo y necesario de la

conspiración preparada minuciosamente contra la editorial Dentu.

Estos son los hechos:

Edouard Dentu, el último descendiente de los grandes libreros que han dirigido la

célebre casa del Palais-Royal hoy centenario, murió el 13 de abril de 1884.

Dos días antes, un joven, su pariente, repetía a uno de nuestros testigos unas

imprudentes palabras que desvelaban las componendas secretas que se tramaban ya a la

cabecera del moribundo:

«Se desheredará a la Sra. Dentu, se la desautorizará y se pondrá la editorial bajo

secuestro.»

No solamente son palabras imprudentes, la idea es criminal y odiosa. Y se ha

traducido mediante una serie de hechos que serían demasiado largos de enumerar, pero

de los que hay que hacer hincapié en el principal, el esencial: la tentativa confesa y

constatada de arrancar a la Sra. Dentu la propiedad de su editorial, propiedad que le

pertenece en exclusiva y de la que no puede ser desposeída más que por una maniobra

fraudulenta o una sorpresa, pues sus derechos son elementos inatacables que nadie se ha

atrevidos a cuestionarlos jamás.

Ahora bien, no había más que un medio seguro, práctico, y hábil a la vez. La Sra.

Dentu no había dado ningún pretexto para una demanda de secuestro o de consejo

judicial, por lo que no se podía buscar más que en un hecho calificado de ultraje a las

costumbres los elementos para intentar una acción contra ella para arrebatarle su tutela y

privarla del ejercicio legítimo de sus derechos. En esta ocasión, los motivos de las

persecuciones actuales se tambalean a pesar de todos los subterfugios y todos los

disimulos.

Pero no profundizaremos en los detalles de esta abominable maquinación.

Solamente digamos, sin buscar intereses de familia en juego en este asunto, que el

hermano mayor de Edouard Dentu había rechazado tomar la editorial a su cargo en

1849, a la muerte de su padre, Gabriel-André, y que la rechazó una segunda vez en

1884, a la muerte de su hermano. Su única hermana se casó con un funcionario judicial;

no quedaba pues a la muerte de Dentu más que su viuda y sus dos hijas menores, la

mayor casada desde hace unos días solamente.

Estos son detalles íntimos que está permitido recordar, pues todos los periódicos

sin excepción los han publicado al día siguiente de la muerte de Dentu: los artículos

necrológicos que hacen mención de ello han sido reunidos en una hermosa publicación

impresa por la Sra. Dentu y distribuida por ella a todos los amigos de su marido, a los

miembros de la Sociedad de Letrados y a los periódicos que habían hecho aparecer

dichos artículos.

Es precisamente en esa fecha a la que se remonta el origen del actual proceso, no

solamente porque las palabras citadas anteriormente denuncian a las claras las codicias

y las pretensiones que se afirmaban cínicamente entre los enemigos de la familia de

Edouard Dentu, sino porque el libro que se ha elegido para intentar esta persecución fue

recibido, antes de ser escrito, con un año de adelanto, por el representante de la sucesión

de Edouard Denu, antes de que la editorial hubiese sido oficialmente declarada

propiedad personal de su viuda.

Por lo demás, subrayaremos que nadie estaba cualificado, durante ese periodo,

para contratar publicaciones adquiridas por cuenta del sucesor de Edouard Dentu. El

contrato de matrimonio de los esposos Dentu había atribuido la común propiedad

indivisa de la casa editorial reservando al último sobreviviente la propiedad exclusiva,

mediando un precio a pagar a los herederos después de inventario y valoración. A falta

Page 20: El caso del gaga

de renuncia en el plazo de tres meses, a contar desde la fecha de defunción, se

consideraría que el sobreviviente aceptaba.

Con un inventario listo que hubiese proporcionado todos los elementos de un

peritaje inmediato, esta operación, destinada a salvaguardar los intereses de los hijos,

habría podido tener lugar en ocho días, incluso dentro de los quince días posteriores al

deceso. La Sra. Dentu fue la primera en pedir que tuviese lugar sin demora y que la

liquidación de la herencia comenzase por ahí. En la previsión de que esas formalidades

no durasen más de un mes, se nombró, por el Tribunal de primera instancia, un

administrador provisional cuyos poderes no traspasaban este límite; pero a fuerza de

procedimientos dilatorios, de retrasos, de dificultades y de contratiempos de todo tipo,

se encontró el medio de ampliar los poderes de ese administrador dos meses aún, para

alcanzar en último término los tres meses que constituían el plazo máximo estipulado

par las clausulas del contrato.

Fue este administrador provisional, Sr. Sauvaître, quién recibió el libro Le Gaga,

mediante un documento cuya copia ha sido entregada al juez de instrucción y cuyo

original existen entre los contratos conservados en la editorial.

He aquí los términos del mismo:

Recibí del Sr. Sauvaître, administrador de la editorial Dentu, la suma de ………..

Me comprometo a entregar a la editorial Dentu una próxima novela, titulada Le

Gaga y que le entregaré lista para ser impresa y editada en el espacio de un año, como

máximo, a partir de este día.

París, 30 de junio de 1884

DUBUT DE LAFOREST

Los poderes del Sr. Sauvaître expiran el 13 de julio de 1884; la Sra. Dentu ha sido

declarada solo propietaria en esta última fecha y el contrato del 30 de junio tuvo lugar

pues sin su intervención: nosotros añadimos que no le fue comunicado hasta el despido

del Sr. Sauvaître, el 10 de diciembre de 1885, cuando este empleado tuvo que

reconocerse el único autor de los hechos que han comprometido la responsabilidad de

los dueños de la editorial y cuando, tras haberlo despedido por haber actuado así, como

en otras circunstancias, sin autorización y cometiendo un auténtico abuso de poder, se

ha buscado en los registros y los dossiers, de los que jamás había querido desprenderse

hasta los orígenes del asunto, siendo él el único responsable.

¿El hecho mismo de la recepción de un libro, con un año de adelanto, sin

autorización de nadie y por propia iniciativa de un administrador provisional,

comprometía desde entonces al sucesor de Dentu? Sin duda, a condición de que la Sra.

Dentu hubiese tenido conocimiento desde su toma de posesión de la casa comercial; ella

hubiese podido, desde entonces, aceptar o rechazar el contrato cerrado por el mandatario

de la sucesión.

Pero él no solo no se lo había comunicado, ni a ella ni a sus representantes, sino

que fue establecido que ella jamás tuviese conocimiento del compromiso, de la

recepción del manuscrito, de su envío a la imprenta y de la tirada y publicación del

libro.

Fue sobre esta constatación de su plena y entera buena fe como las persecuciones

dirigidas contra ella han sido trasladadas a su mandatario directo, que las ha aceptado;

pero él también actuó de buena fe y para negar su responsabilidad, como tiene el deber

Page 21: El caso del gaga

de constatar aquí, a su vez, los hechos de la causa; él se ha explicado sobre este punto

con la misma lealtad ante el juez de instrucción, Sr. Athalin, un magistrado concienzudo

e imparcial.

Ahora bien, los poderes dados al administrador provisional excluían formalmente

toda firma de contratos nuevos con los autores. Ellos especificaban los actos generales

de gestión y de contabilidad con el fin de asegurar el buen funcionamiento de los

servicios interiores durante el periodo de transición que debía preceder a la toma de

posesión de la editorial por la Sra. Dentu; tenían por objeto permitir al administrador

arreglar y expedir los asuntos corrientes por cuenta del sucesor de Dentu o de la propia

sucesión, según que el precio de estimación que fuese fijado después de inventario y

peritaje de los fondos fuese aceptado o rechazado por la Sra. Dentu. Estas operaciones

no autorizaban al delegado de los herederos a cerrar ningún contrato nuevo. La prueba

de ello es que no ha pasado con ningún otro libro que el Gaga, salvo la firma de

aquellos que habían sido preparados por el propio Dentu en vida, y que además, para el

más importante de todos, de entre estos últimos, para aquel al que concernía la

publicación de una serie de volúmenes bajo el título el Decamerón, las negociaciones

fueron suspendidas hasta el día de la toma de posesión definitiva de la editorial por la

Sra. Dentu.

¿No hubiera debido ocurrir otro tanto para el volumen de Le Gaga, que constituía

un asunto nuevo y cuya responsabilidad debía pertenecer exclusivamente al sucesor de

Dentu y no al apoderado intermediario de la sucesión?

Hay mucho más. En previsión de las dificultades que encontraría en la ejecución

de los contratos firmados sin su autorización y que podían comprometerla a sus espaldas

y a su pesar, la Sra. Dentu había prohibido por adelantado al administrador que

negociase con los autores durante ese periodo. Nombrando como su representante al Sr.

Edmond Hippeau, al que había designado para negociar en su nombre con los autores,

había notificado al administrador provisional sus reservas por el cierre de todo contrato

pasado sin su consentimiento; fue el 25 de abril de 1884, once días después del

fallecimiento de Dentu, cuando ella eligió como su representante al Sr. Hippeau,

dirigiéndole la siguiente carta, que figura igualmente en el expediente del proceso:

25 de abril de 1884.

Mi querido amigo,

Como estoy demasiado ocupada por los asuntos de familia para tener que asumir

ahora la dirección de la editorial, ¿quiere tener la bondad de ver lo más pronto posible

al Sr. Sauvaître para comunicarle la carta de Gonzalès?

Puesto que usted ha querido ponerse a mi disposición durante las vacaciones que

le dejan tiempo libre, le doy plenos poderes para que negocie en mi nombre con los

autores que han de contratar la publicación de nuevas obras y actuar de acuerdo con el

Sr. Sauvaître en toda cuestión de negocios. Le ruego también que dé a conocer mi

decisión de conservar la editorial, conforme a los derechos que me da mi contrato

matrimonial, y dirigirla yo misma, y sola.

Crea, etc.

VDA. DE E. DENTU

Page 22: El caso del gaga

Fue el mismo día que esta carta fue comunicada no solamente al Sr. Sauvaître,

sino al delegado de la Sociedad de Letrados, en presencia de varios miembros del

comité, entre los cuales se encontraban los Sres. Jules Clère, Eugène Moret y Pierre

Zaccone. Esta carta fue igualmente notificada algunos días más tarde a una delegación

de tres miembros de la Sociedad elegida por el comité para obtener de la Sra. Dentu

unas declaraciones precisas concernientes a la propiedad de la editorial, en interés de los

autores que tenían que negociar con el sucesor de Dentu o de aquellos que tenían que

reclamar las cuentas de obras que se encontraban en depósito. Los delegados eran los

Sres. Charles Valois, Gourdon de Genouillac y Charles Diguet.

Además, como circulaban, precisamente en la misma fecha, rumores de los que

varios periódicos se habían hecho eco, anunciando que la editorial iba a ser puesta en

venta, la Sra. Dentu había dirigido a los medios más importantes una carta que fue

publicada el 28 de abril, desmintiendo categóricamente esa noticia, divulgada con un

evidente y malicioso objetivo, en un momento en el que se empleaban por todas partes

los procedimientos de presión e intimidación más condenables para obligarla a

renunciar al legítimo ejercicio de sus derechos.

«La editorial me pertenece, decía ella, y mi intención es conservar sola la

dirección.»

Esta declaración pública y las explicaciones proporcionadas al mismo tiempo a

todos los interesados no podían dejar dudas a nadie sobre el carácter temporal y especial

de la gestión del administrador provisional. Estaba claro que este no tenía ninguna

autoridad para negociar con los autores en nombre de la Sra. Dentu, y que cometía una

usurpación de funciones y una impostura atribuyéndose el título de gerente, provisto de

plenos poderes, del que se había apoderado él mismo desde esa época.

Así, para no hablar más que de las consecuencias comerciales y civiles, la Sra.

Dentu tiene absolutos fundamentos para decir que el contrato de adquisición del libro El

Gaga, que ella y su representante autorizado han ignorado, constituye un abuso de

poder por parte del administrador provisional, y se reserva las acciones legales contra él

por las consecuencias, sean cuales sean, que han podido o puedan resultar de este hecho.

Además, ha sido establecido que este abuso de poder no es un hecho aislado y

que, durante toda la gestión del Sr. Sauvaître, tanto anteriormente como posteriormente

a la toma de posesión de la casa editorial por la Sra. Dentu, él se ha creído con derecho

a negociar directamente con los autores o los impresores y proveedores para todo tipo

de publicación o de negocios; estos actos han sido objeto de una nota que completa el

expediente del proceso y da lugar ya a las mismas reservas que el contrato para el libro

El Gaga.

Resulta, en efecto, de esta nota y de los documentos que han sido proporcionados

en apoyo de estos hechos al juez de instrucción, que la Sra. Dentu, una vez declarada

propietaria, el 13 de julio de 1884, se ha negado formalmente a dar al Sr. Sauvaître una

procuraduría general y que ha limitado estrictamente sus poderes a la recepción de la

correspondencia, letras cargadas y valores adquiridos y al cobro de las órdenes de pago

libradas por los administradores públicos, reservándose otros actos de dirección,

especialmente la firma y entrega de cheques, mandatos, contratos y valores, así como

las relaciones personales con los autores y la firma de contratos para los cuales ella

renovaba especialmente, mediante una carta del 29 de agosto de 1884, igualmente

comunicada al Sr. Athalin, el mandato de representarla, concedido al Sr. Edmond

Hippeau.

Page 23: El caso del gaga

Es bastante singular constatar que fue el Sr. Sauvaître el primero en argumentar en

su defensa el no haber ingerido jamás en los asuntos concernientes a los autores, y que a

la misma hora en la que pretendía obtener de la Sra. Dentu plenos poderes

administrativos, como ella no podía concederle sin abdicar de toda autoridad y privarse

de todo control en su casa, él admitía ingenuamente su incompetencia para todas las

cuestiones relativas a la recepción y publicación de obras nuevas.

En efecto, cuando él enumeraba en su carta del 13 de julio de 1884, los servicios

que debían formar parte de sus atribuciones, quería conceder a la Sra. Dentu la dirección

literaria de su editorial, concluyendo en los siguientes términos:

La cuestión relativa a nuevos manuscritos es muy sencilla, es necesario que usted

sea consultada y que de su aprobación a su recepción.

Añado, etc.

L. SAUVAITRE.

Fue a esta carta a la que la Sra. Dentu respondió limitando formalmente el

mandato de este funcionario en los hechos de administración interior y renovando los

poderes de su representante, el Sr. Edmond Hippeau, único encargado del servicio de

los manuscritos y de las relaciones con los autores.

Toda la cuestión es saber si el Sr. Sauvaître se conformó con esas instrucciones, y

no nos ocuparemos más de la publicación del libro Le Gaga, sin detenernos en todos los

demás hechos de abuso de poder realizados por el Sr. Sauvaître, no solamente por los

actos administrativos de contabilidad, de escrituras y de negociaciones con proveedores

cerradas por él sin mandato y sin autorización expresa, sino por todos los actos de

dirección que no pertenecían más que a la Sra. Dentu o a su representante, Sr. Hippeau,

el conocer y solucionar.

Sobre estos hechos de abuso de poder, ha sido constatado ya que la mayoría de los

autores han visto modificado o roto sus contratos y los compromisos adquiridos entre

ellos y la librería, a consecuencia de la irregular e ilegítima intervención del Sr.

Sauvaître, y que además, los actos de su gestión han sido de una naturaleza tal que han

comprometido gravemente y mediante procedimientos por los que se hará justicia, los

intereses y la dignidad de la casa editorial.

Que el Sr. Sauvaître se defienda contra los comentarios maliciosos que el mundo

de los letrados ha podido recibir, cuando se le ha acusado de buscar la ruina de la

editorial Dentu por sus actuaciones, con el objetivo secreto de entregarla a un

comprador a bajo precio; que se justifique de las imputaciones que se le dirigen, de

negligencia voluntaria, de desorden premeditado, de gestión infiel e irregular, con el

supuesto móvil de comprometer a la viuda de Edouard Dentu, haciéndole atribuir a ella

sola, la responsabilidad de las torpezas, de las faltas y los errores de los que solo él sería

culpable, a consecuencia de los abusos de poder que se han denunciado; que confiese

haber servido de instrumento al complot, cuyo secreto hemos desvelado, complot

preparado mucho tiempo por adelantado, para arruinar y deshonrar a la mujer a la que se

pretendía despojar, arrancándole lo que es más sagrado que su fortuna: el patrimonio de

sus hijos; en definitiva, que se acuse él mismo tomando ahora la actitud de un enemigo

irreconciliable, o que se haga absolver por la confesión pública de sus errores, es a partir

de ahora asunto suyo y nosotros no penetraremos en las conciencias para extraer lo que

ellas quieren dejar ignorar a todos.

Page 24: El caso del gaga

Es precisamente el proceso actual el que permite apreciar exactamente las

actuaciones que caracterizan la administración del Sr. Sauvaître y los abusos de poder

de los que es culpable.

___

Page 25: El caso del gaga

Hemos dicho que el libro había sido recibido un año antes por adelantado, bajo la

administración provisional de un liquidador y a pesar de las reservas y la prohibición

expresa de la Sra. Dentu. La obra fue presentada bajo forma de manuscrito en la época

acordada entre él y el autor, en julio de 1885. Fue en esta época en la que el Sr.

Sauvaître, a pesar de las prohibiciones reiteradas que le habían sido hechas de pagar

adelantos sobre derechos de autor sin haber informado a la Sra. Dentu, incluso por obras

que ella habría rechazado directamente o por la intermediación de su representante,

entregó al Sr. Dubut de Laforest una suma equivalente a los derechos de autor de cuatro

ediciones del volumen. Él recibió el manuscrito y lo envió a imprimir sin leerlo.

Fue entonces cuando la novela llegó de la imprenta, en planchas, hacia finales de

septiembre, como el secretario, Sr. Emile Faure, informó sobre esta obra al Sr. Hippeau,

que regresaba entonces de un viaje de negocios por las ciudades balneario del centro.

Queda por definir la parte de responsabilidad del Sr. Hippeau, y lejos de intentar

minimizarla, él la reivindica de la forma más amplia posible. Leyó la obra en planchas y

declaró a continuación al Sr. Emile Faure que había que renunciar a publicarla si el

autor no consentía en retocar su libro de arriba abajo. El Sr. Dubut de Laforest consintió

en ello sin vacilar, defendiéndose siempre de haber producido una obra escandalosa:

reconoció que tratándose de un tema «de observación dura», según palabras de uno de

los críticos citados anteriormente, tenía el deber de descartar toda interpretación

maliciosa, absteniéndose de descripciones atrevidas y de términos equívocos; en

definitiva, reconoció la necesidad de revisar con el mayor cuidado su libro, atenuando

en la mayor proporción posible las crudezas de los términos patológicos propios de los

libros científicos, pero escabrosos en una novela de costumbres.

Esta modificación demostraba la prudencia, el tacto y la discreción del autor;

proporcionó hoy el arma que se dirige contra él. Por su parte, el Sr. Hippeau no creyó

que quedase aún bastante para exponerlo al reproche que había querido evitar por

encima de todo, tras haber cumplido con su deber, cara a cara con el autor, que

reclamaba toda su parte de responsabilidad, y mantenía en negar absolutamente la del

editor con una total abnegación.

¿Se podía ir más lejos, entrando en una vía de recriminaciones personales, poner

al desnudo tejemanejes interiores que no son de interés señalar aquí, y que, por lo

demás, no tienen más que una relación indirecta con la causa presente, pero se aplican a

todos los actos administrativos que han precedido al despido del Sr. Sauvaître? ¿Hay

que exponer la discreción, la paciencia, el tacto y la reserva de la que el representante

autorizado de la Sra. Dentu se creyó obligado a dar prueba ante todos los autores,

prohibiéndose él mismo ejercer ninguna acción con aquellos que, como el Sr. Dubut de

Laforest, se apoyaban en contratos cerrados en vida de Dentu, y dándose como tarea

especial unir a los apellidos de los ilustres escritores contratados por el buen renombre

de su predecesor, los de los laboriosos recién llegados, que intentan vencer mediante el

talento y el coraje en la ruda arena literaria, para elevarse al lugar de las maestros

desaparecidos? ¿Hay que ponerse a esta modesta y escrupulosa actitud del apoderado

las pretensiones altivas y las maneras agrias y tajantes del subalterno irresponsable,

queriendo arrancar hasta la menor parcela de autoridad y de control a aquellos de los

que no gozaba de su confianza más que para denigrarlos ante los autores, con los cuales

se arrogaba todos los derechos, manteniendo aparte, incluso poniendo en sospecha a los

que debían levantarse un día contra él como acusadores, cuando se había hecho el

juramento de Tartufo:

La casa es mía, yo la daré a conocer ?

Page 26: El caso del gaga

Está cercano el día en el que estos hechos, que no se relacionan más que

incidentalmente con el proceso actual, sean sacados a la luz. Por cualquier abuso de

poder que haya cometido un empleado inferior, la responsabilidad de los jefes de la casa

no existe menos a los ojos de la ley y nosotros la asumimos, pero no sin protestar.

Nuestra defensa es la supresión del auténtico culpable, al que la ley no puede golpear

más que en nuestra persona. Incluso disculpados por el jurado, y ya absueltos por

nuestra propia conciencia, no tenemos menos el deber de hacer justicia sumaria y

ejemplar, y es el mismo día en el que la inculpación pesaba sobre nosotros cuando la

hemos hecho.

Tales son los hechos que han sido presentados ante el Sr. Athalin, juez de

instrucción, por el Sr. Dubut de Laforest, por el Sr. Edmond Hippeau, por la Sra. Dentu

y por el Sr. Sauvaître. Este último, tras haber constatado de entrada que asumía solo

toda la responsabilidad del asunto, se retractó de sus declaraciones y no se atrevió a

comparecer ante el jurado para defenderse a sí mismo.

No le faltará más hoy que erigirse por su parte en acusador y presentarse como

una vícitma. Algunos indicios dejarían suponer que incluso no retrocedería ante esta

inversión de los papeles; sin embargo, es bueno constatar que fue después de haber

reconocido por completo la exactitud de todos estos hechos, y cuando se confesaba

único responsable del asunto, hasta tal punto que proponía, en caso de una condena a

una multa para el editor, circunstancia que le parecía inadmisible, de hacerse cargo de la

suma a cuenta de sus recursos personales, que la Sra. Dentu creyó su deber rechazar esta

oferta desafortunada y responder mediante un despido simple y llano de este empleado.

Es bueno destacar que las explicaciones y las confesiones del Sr. Sauvaître en este tema

han sido recogidas en presencia de tres personas, las más importantes por su situación

en la editorial, y que fue a consecuencia de su confesión ante testigos como su despido

ha sido decidido y le ha sido informado inmediatamente y de forma irrevocable. Sin

embargo se le ha dejado la facultad de hacer una última llamada a la Sra. Dentu para

justificar su conducta, si creía poder hacerlo, pero no ha considerado útil apelar contra la

rigurosa medida de la que era objeto.

Es cierto que algunos periódicos, poco numerosos por otra parte, han publicado

algunos días más tarde una nota concebida en los términos más benevolentes para él, y

conteniendo una invitación no disimulada a los inversores capitalistas para ayudarlo a

constituir una editorial destinada a hacer competencia a la casa Dentu, bajo la dirección

de ese «funcionario modelo», según la propia expresión de dicha nota.

No sabemos si los inversores han sido seducidos por el prestigio de esta caída tan

hábilmente camuflada por las flores de una retórica por encargo, pero estamos seguros

de que la sombra del Sr. de Montyon, cuyas manes estaban evocadas en una elocuente

prosopopeya por el apologista anónimo del Sr. Sauvaître, no se ha estremecido en su

tumba.

Se deprende no obstante un hecho decisivo de esta rápida exposición de un asunto

que puede parecer tenebroso si se lo considera bajo otros aspectos aún misteriosos, y es

que la Sra. Dentu ha permanecido, de todas las formas posibles, absolutamente ajena, y

que no se ha considerado la posibilidad de inculparla. Aquel que se honra de ser elegido

para defender la dignidad y el honor de la editorial no puede lamentar más que una cosa:

que la calidad de subordinado irresponsable reconocido como principal culpable no le

permita rendir cuentas a la justicia por su intervención irregular en este asunto, siendo el

delito de abuso de poder justiciable en otra jurisdicción. El jurado no tendrá menos

elementos de apreciación necesarios para pronunciarse con toda la competencia y con

Page 27: El caso del gaga

pleno conocimiento de causa, después de esas leales y precisas explicaciones; y en

cuanto a la opinión pública, sabemos desde este momento, que está con nosotros.

Pero la libertad del editor permanece íntegra, habiendo solicitado el autor toda

responsabilidad por su obra; no nos pertenece ni presentar su defensa ni pronunciar una

sola palabra que pueda proporcionar un argumento a sus acusadores. Ante la justicia, no

somos responsable más que desde el punto de vista del derecho; no tenemos que

ocuparnos del hecho sobre el que el juez de instrucción no nos ha ni siquiera

interrogado.

Así pues, y cuando el magistrado ha rechazado admitir que la intención haya

existido en el editor, ¿es posible que se incrimine, que se sospeche incluso de las

intenciones y la lealtad de los jefes de una casa, que tienen la ambición de justificar las

tradiciones? Si piden ser disculpados, si quieren ser juzgados únicamente por sus actos,

es que tienen la pretensión de rendir a la literatura los mismos servicios que sus ilustres

predecesores, debiéndose al apellido que la viuda de Edouard Dentu tiene a la vez de su

marido y su glorioso padre, Decamps, como su representante actual conserva

piadosamente el honor del apellido que está orgulloso de llevar.

En cuanto al autor, la perspectiva de un proceso criminal es menos lo que teme

que la confusión en la que esta acusación, hábilmente propagada por los enemigos de la

casa al servicio de la cual él dedica su actividad intelectual y su energía, puede arrojar

en la opinión pública. Es fácil adivinar lo que hubiesen hecho de esta casa respetada los

instigadores de las maquinaciones en la sombra de las que se vanagloriaban al poner la

mano sobre ella, si hubiesen podido despojar a aquella que legítimamente ha

conservado su propiedad, cuando se constata, así como se ha visto claramente aquí, las

tendencias contra las cuales la Sra. Dentu se ha visto reducida a luchar, y la obstinación

con la cual se intentaba oponerse a su autoridad y arruinar sus prerrogativas más

preciosas.

Cuando el jurado se haya pronunciado, y sea cual sea la sentencia, podemos

preecir que la opinión pública nos habrá absuelto por adelantado acogiendo nuestras

declaraciones y constatando con ello, según las etapas del proceso, el origen y las

circunstancias de las persecuciones. Estamos seguros de nuestra conciencia y de nuestro

sentido común, y no tememos el desprecio de una parte del público, pues lo hemos

dicho todo; él sabe ahora que los acusadores son unos calumniadores, y que los

acusados son personas honestas calumniadas.

Creemos haber arrojado la más completa luz, pues hemos querido decir todo antes

de que nuestros adversarios hayas podido confundir a la opinión pública denunciando

como culpables a aquellos que jamás lo han sido, asociándose por ahí a las tentativas

que tenían por objeto proporcionar la temible arma al complot dirigido contra una sola

mujer, sin defensa, expuesta a inconfesable concupiscencias, y teniendo incluso que

luchar contra la conspiración del silencio.

Lo que permanece desde este momento, es que se ha calumniado a los

representantes de la editorial Dentu y al autor de El Gaga, suponiendo que ha habido en

ellos la triste idea de publicar, no un estudio serio, de análisis intenso y profundo, sino

una obra escandalosa, cuando está demostrado que las persecuciones actuales no son

más que un accidente, debido, bien a un lamentable error de la justicia, bien a una serie

de maniobras criminales cuyos instigadores no permanecerán siempre impunes.

Pero, ocurra lo que ocurra, no se arrojara el descrédito sobre un escritor y su

editor, incriminando a este último en relación con un hecho que no compromete más

que su responsabilidad en derecho, reivindicando el autor, en voz muy alta, como para

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todas sus obra precedentes, como para todos sus trabajos futuros, la plena y completa

responsabilidad moral.

EDMOND HIPPEAU.

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Este opúsculo ya estaba en la imprenta en el momento en que la prensa parisina y

departamental comentaba las persecuciones ordenadas contra el libro le Gaga. Nos falta

tiempo para expresar las opiniones de nuestros colegas: Sres. Pierre Véron, del Monde

illustré; La Máscara de hierro, del Figaro; Lambert, del Gaulois; Sosie, del Paris;

Albert Dubrujeaud, del XIX Siècle; A. Peyrouton, de l’Echo de Paris; Mermeix, de la

France y del Tout-Paris; Charley, del Télégraphe; Un Halagador, de la Nation; Paul

d’Armon, de la France libre; Guillet, de la Journée; Thélene, de la Petite Gazette;

Marcel Fouquier, del Progrès libéral de Toulouse, etc., etc. Pero el autor se reserva

reproducir a la audiencia todos los artículos publicados sobre su obra poniendo de

manifiesto, desde hoy, que ni un periódico se ha mostrado favorable a las persecuciones.

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PARIS

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7, RUE Baillif, et rue de Valois, 18