el cielo a garabandal n 3

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El Cielo a Revista on-line Año I — Número 3 — Mayo-Junio 2014 ilcieloagarabandal.wordpress.com G arabandal A LA SOMBRA DE LOS PINOS..... LA MARAVILLOSA HISTORIA DE LAS APARICIONES DE MARÍA EN GARABANDAL Tercera parte Descubrir y vivir los mensajes de María P. Justo A. Lofeudo La Adoración Sed de Dios y sed del hombre Vincenzo Comodo Última parte de la muestra fotográfica “Padre Pio y San Miguel Arcángel” A REZAR A LAS NIÑAS LA MISMA VIRGEN MARÍA ENSEÑÓ CESARON PARA SIEMPRE OCHO AÑOS DE DOLOR CONSTANTE PARA MICHAEL ROZELUK Las “llamadas”, los extasis y locuciones que se vivieron en Garabandal

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Revista sobre las apariciones de la Virgen María a San Sebastián de Garabandal, España.

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El Cielo a

Revista on-line — Año I — Número 3 — Mayo-Junio 2014

ilcieloagarabandal.wordpress.com

GarabandalA LA SOMBRA DE LOS PINOS.....

LA MARAVILLOSA HISTORIA DE LAS APARICIONES DE MARÍA EN GARABANDALTercera parte

Descubrir y vivir los mensajes de María

P. Justo A. LofeudoLa AdoraciónSed de Dios y sed del hombre

Vincenzo ComodoÚltima parte de lamuestra fotográfica“Padre Pio y SanMiguel Arcángel”

A REZAR A LAS NIÑAS

LA MISMA VIRGEN MARÍA ENSEÑÓ

CESARON PARA SIEMPRE

OCHO AÑOS DE DOLOR CONSTANTE

PARA MICHAEL ROZELUK

Las “llamadas”,los extasis ylocuciones

que se vivieronen Garabandal

SUMARIOmayo-junio 2014

El Cielo a GarabandalAño I - Número 3Mayo-Junio 2014

http://ilcieloagarabandal.wordpress.com/email: [email protected]

Han colaborado:Vincenzo Comodo, Anna Fusari, Santiago Lanús, Justo A. Lofeudo, Giovanni Lombardi, Tiziano Romito, Alberto Victoriano.

Realización: Anna Fusari

SAN MIGUELARCÁNGEL

8La Corona deSan MiguelRedacción

A LA SOMBRADE LOS PINOS

12Realidades espiritua-les vividas a Gara-bandalLas llamadas, los éx-tasis, las locucionesCapítulo III

Anna Fusari

EL ROSARIO ENGARABANDAL

20La oración más fre-cuente de las niñas durante los éxtasis

Rafael Jardón

CORAZÓN DE CRISTO

32La AdoraciónSed de Dios y seddel hombre P. Justo A. Lofeudo

SAN PIODE PIETRELCINA

26La especial devocióna San MiguelArcángel. Parte III

Siempre en compañía del Arcángel

Muestra fotográfica de Vincenzo Comodo

TESTIMONIOS

3Una nueva vidaMichael Rozeluk

EL CIELO A GARABANDAL 3

El año 1986 empezó muy bien para mi familia y yo. En mi consultorio dental, tenía bastante éxito, nues-tros dos hijos, Natalka de diez años y Andriy de seis años iban muy bien en la escuela. Todos gozábamos de buena salud. Yo practicaba toda clase de deportes, a saber: hockey, baseball, tenis, squash, racquetball, natación, patinaje en agua, golf etc.

Mis hijos y yo nos divertíamos jugando a pelota durante las tardes de verano. Yo hacía algo de volun-tariado, como Presidente Canadiense de la Asociación de la Juventud Ucraniana. Mi esposa Helen enseñaba a tiempo parcial en una escuela ucraniana y se en-cargaba de llevar a nuestros hijos a sus prácticas de música y deportes. Mientras tanto, Helen y yo había-mos entrado a formar parte de un coro que se estaba preparando para su primera actuación bajo un nuevo conductor en el mes de marzo. Mirando todo, éramos

una familia activa, saludable y feliz.El 19 de febrero de 1986, fui a practicar en el

coro como siempre. Helen no se sentía bien, por eso no fue conmigo esa tarde. De regreso a mi casa, detuve mi auto en un cruce, preparándome para girar a la izquierda. Por el espejo retrovisor, vi dos faros de otro automóvil que giraba a gran veloci-dad dirigiéndose en dirección mía. Lo último que recuerdo son esos dos faros del coche que estaba ya casi encima del mío. Hasta hoy, no recuerdo como salí de mi auto, lo que sí recuerdo es que yo estaba parado al exterior, sujetándome en la carrocería; el coche había sido impulsado, por el tremendo impacto del choque, hacia la otra vereda del carril. Me sentía muy débil y con nauseas. Llegó la policía que culpó al chofer del otro coche de conducción

irresponsable. Había una estación de ambulancias en la esquina cerca del accidente, pero ni los técnicos de la ambulancia ni los policías pensaron en llevarme al hospital y me dejaron irme a casa, conduciendo mi propio auto.

No se como, pero pude regresar a mi casa esa no-che. Al día siguiente, me sentí muy mal, no me podía mover, el dolor que sentía en la cabeza, cuello, hom-bros y espalda era tanto que tuve que cancelar las citas de todos mis pacientes e ir a ver a mi médico.

Así comenzaron ocho larguísimos años de consul-tas a médicos, abogados, fisioterapéutas, quiropracti-cantes, médicos especialistas, radiólogos, y hasta un psiquiatra para exámenes y tratamientos varios, los cuales me ayudaban solo algunas veces durante un breve período de tiempo y nada más.

Ocho años de constante dolorterminaron para un dentista canadienseal ser bendecido conuna medalla besada por Nuestra Señora de Garabandal

Test

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porMichael Rozeluk

Una nueva vida

fuentewww.virgendegarabandal.com

4 EL CIELO A GARABANDAL

Tuve muy malas reacciones a muchas de las medicinas que se me prescribían, razón por la cual no podía ni tomarlas. Lo único que pude tomar fueron pastillas de Tylenol-3 para el dolor, ya que eran las únicas que no me producían malos efectos ni reacciones. Como un reloj, durante los ocho años siguientes, mi esposa Helen compraba, bajo pres-cripción medica, 100 tabletas de Tylenol-3 cada tres semanas.

¿Cuál fue el diagnóstico de todos esos médicos? Que había daño permanente a mi cuello y mandíbu-la. No se podía hacer nada. Lo que me esperaba en el futuro era un incremento de artritis al cuello y es-palda, y dejar de trabajar dentro de unos cinco años debido a la deshabilidad que iba aumentando.

Una Vida DiferenteDespués del accidente yo sufría continuamente

de fuertes dolores siete días a la semana, las pastillas de Tylenol-3 no siempre surtían efecto. A menudo habían períodos de dolores intensos que solían durar por 40 horas o más y ninguna pastilla contra el dolor me podía ayudar. Cuando esto pasaba, yo tenia que acostarme de espaldas en el suelo, incapaz de mover-me, incapaz de comer. Muchas veces el dolor intenso me hacía vomitar.

Yo era también un barómetro andante, ya que podía sentir los cambios del clima 48 horas antes y mejor que los meteorólogos. Aun hoy, prefiero no acordarme de los dos días que precedieron la llegada de un tornado sobre una comunidad cercana a nues-tra ciudad, hace unos años.

Cuando iba a las reuniones del grupo de Jóvenes Ucranianos, ya no sentía la satisfacción y alegría de antaño. Cuando iba, era solo porque necesariamente debía estar allí y pasaba todo ese tiempo tendido de espaldas en el suelo. Para mí, era tremendamente do-loroso el hecho de levantarme cada mañana y tratar de cargar a mis hijos. Ellos se preguntaban porque estaba siempre enojado con ellos. Yo estaba siempre de mal humor y los rechazaba diciéndoles que me dejaran en paz.

Nuestra vida social casi había desaparecido y du-rante el transcurso de ese tiempo cancelamos tantas invitaciones y ceremonias que perdimos muchas amistades. En mi consulta, no encontraba la mane-ra de trabajar, debido al intenso y constante dolor.

Muchas veces tuve que ser conducido a mi casa por alguien de mi consulta porque no estaba en condicio-nes de conducir mi coche. Seis semanas después de mi accidente, dos de las empleadas de la consulta se despidieron porque no podían soportar la situación. Helen tuvo que reemplazar a una de ellas mientras buscábamos otra asistente. Doy gracias a Dios que muchos de mis pacientes comprendieron mi pro-blema y entendían la razón por la cual cancelaba sus citas, muchas veces con poca anticipación. Esto pasaba de manera tan frecuente que algunos de mis pacientes llamaban por teléfono antes de venir a la consulta, para ver si yo estaba todavía allí.

Entre febrero 1986 y abril 1994, perdí entre un día y medio y dos días y medio de trabajo por semana, lo cual no tardó en afectar nuestra situación económica. Solo doy gracias a Dios de no haber perdido mi pro-fesión del todo, Él nos protegió durante lo peor.

Debido a todo esto, caí en un estado de depresión terrible, con solo mi familia (mi esposa Helen, mi madre Irene y mi hermano Jerry) como apoyo. Mu-chas veces, le pedí a Helen que cogiera un machete y me diera con él en la cabeza y cuello para dejar ya de sufrir tanto, porque cuando yo estaba en absoluta agonía dolorosa, no había quien pudiera hablarme o ayudarme de alguna manera.

Además de todos los problemas que esto estaba causando en mi consulta, tuve que dejar toda obra de voluntariado, y me replegué en mi mismo. Para mí, la vida ya no tenia sentido, ningún valor.

Cambio de actitudAunque yo no era una persona muy religiosa,

sentí que estaba experimentando ciertos cambios. Esto era debido principalmente al tremendo apoyo que estaba recibiendo de mi esposa; ella y mi madre eran personas muy religiosas. Pronto me encontré rezando todas las noches. Comencé a leer la Biblia y

EL CIELO A GARABANDAL 5

prometiéndole a Dios que la leería todas las noches por el resto de mi vida. Sin ninguna condicion.

Rezaba principalmente por mi madre a quien yo quería profundamente, y hace poco, le habían diag-nosticado un cáncer. Y mientras yo rezaba por ella, ella estaba constantemente rezando para que Dios me ayudara a mí.

Fue debido a mi madre, que Helen y yo fuimos a Garabandal. Mi madre era una persona que vivía su fe, dedicando una buena parte de su tiempo a la Igle-sia, a la Asociación de Mujeres, cocinando para gente enferma, visitándoles aún cuando ella no se encon-traba bien; iba frecuentemente a retiros durante el fin de semana, con la Liga de Mujeres de la Iglesia.

Cuando varios tratamientos médicos contra el cáncer no lograron los resultados deseados, mi ma-dre lo aceptó con resignación. Esto ocurrió en el ve-rano de 1993. Helen y yo decidimos que, tal vez, una peregrinación religiosa le vendría bien a mi madre, pero no podía ir sola. Así, yo le dije que pensábamos ir a Garabandal, prometiéndole que iríamos todos juntos. Ella estaba felicísima y tenia la esperanza de poder vivir lo suficiente para realizar ese viaje.

Sin embargo, durante los meses de septiembre y octubre de 1993, su salud empeoró rápidamente. Ahora, cuando yo rezaba, era para pedirle a Dios por ella y que se hiciera Su voluntad. Dios se la llevó el 14 de noviembre de 1993. Para mi, fue enormemen-te penoso pero a la vez me sentía contento por ella, aunque la extrañaba mucho. Me olvidé completa-mente de la visita planificada a Garabandal.

Fuimos a GarabandalPoco después de Año Nuevo y nuestra Navidad

Ucraniana, sentía que algo me inquietaba. Recordé entonces la promesa hecha a mi madre de ir a Gara-bandal y este pensamiento me agitaba. Le dije a mi esposa lo que me pasaba y juntos decidimos irnos de viaje con los Trabajadores de Nuestra Señora del Monte Carmelo durante la Semana Santa.

Debíamos volar desde Toronto hacia Nueva York donde nos encontraríamos con el resto del grupo; pero antes de nuestra partida yo hablaba de ir sola-mente a España, pero no a Garabandal. Aún durante el viaje a Nueva York yo le seguía diciendo a Helen que no sabia por que iba. Yo no era una persona muy religiosa, ni tampoco el tipo de persona que cami-naba con una Biblia en la mano, o de andar rezando

todo el tiempo. Le comenté a Helen que seguramente seríamos los mas jóvenes del grupo y me llevé una novela de misterio y espías para leer cuando me sintiera aburrido. ¡Que error el mío! ¡Que sorpresa me llevé al ver la gente que iba a Garabandal! Ese viaje fue lo mejor que he hecho en mi vida. Salvó mi salud mental, mi familia, mi vida, mi matrimonio, mi carrera y más importante que todo, me salvó el alma.

En el aeropuerto de Nueva York, Helen y yo reco-nocimos inmediatamente a Joey y Marilyn Loman-gino ya que habíamos visto bastantes fotos de ellos. Rosemarie Melenchuck, la guía del tour, nos dio la bienvenida, pero tuvimos reparo de acercarnos a Joey. Pero estábamos muy contentos que él estuviera en la peregrinación.

Llegamos sin novedad al pueblecito de San Sebas-tián de Garabandal y era precisamente como me lo había imaginado; tranquilo, sereno y pintoresco. Nos sentíamos muy bien allí, pero mi dolor seguía, impla-cable. Seguí tomando como un reloj el Tylenol-3 que había traído conmigo, para calmar el dolor.

Una vez llegados al pueblo, anunciaron que Joey iba a dar una charla sobre sus experiencias, por la tarde del día siguiente en la iglesia del pueblo. Natu-ralmente, Helen y yo decidimos ir.

Terminada la charla de Joey, nos pusimos en la fila como todo el mundo, para venerar su medalla que había sido besada por Nuestra Señora de Garabandal. Yo me sentía como siempre, con dolores en el cuello, hombros y la mandíbula. Pero cuando besé la me-dalla de Joey —y aún hoy no lo puedo explicar— fue como si, de repente, toda la energía de mi cuerpo sa-liera otra vez de mis pies. Todavía puedo recordar esa sensación, aún hoy. Apenas me podía mantener de pie, y hubiera caído si no me hubiera apoyado en un banco de la iglesia. Helen estaba arrodillada rezando cuando regresé a nuestro banco, pero solo tuve fuer-zas para sentarme junto a ella. Lentamente, recuperé mis fuerzas y así, solo así, pude arrodillarme a rezar. Aún tenía el dolor de siempre. Nunca antes en mi vida, había experimentado un sentimiento similar. Pensé que tal vez sería la falta de aire en la iglesia o que estaba muy cansado. No era un sentimiento de desfallecimiento común.

Un par de días después, Bob House, uno de los miembros del grupo, notó algo en mí. Tal vez fue la expresión de dolor, o cómo yo caminaba, y se acercó a nosotros. Hablamos y yo le conté de mi accidente y el dolor crónico a consecuencia de esto.

Bob me sugirió que le pidiera a Joey poner su medalla en mi cuello, pero yo le contesté que

yo no había venido a Garaban-dal para eso. Yo había venido en honor a mi madre, por la promesa hecha de rezar por ella. También le dije que si algo iba a pasar, pasaría de todas maneras pero que yo no iba a pedirlo.

El Viernes Santo fue un día frío y húmedo, y eso intensificó mi su-frimiento; el Sábado Santo fue aún peor. Tomaba mi Tylenol-3 cada tres horas solamente para poder caminar un poco en los alrede-dores. Por la tarde, la situación empeoró, no pude dormir nada toda la noche.

El Domingo de Pascua, 3 de abril, no pude siquiera levantarme de la cama para ir a la procesión y Rosario por las calles del pue-blo. El dolor era tal, que no pude ni levantar la cabeza cuando la gente del pueblo pasó rezando el Rosario por la puerta de la casa donde estábamos alojados. Des-pués de tomar dos pastillas mas de Tylenol-3, pudimos, como sea, ir a la Misa celebrada por el guía espiritual de nuestro tour, el padre Thomas Blessin.

El día pasó lentamente para mi, hasta que llegaron las 6:00 de la tarde hora en la que tomé mis dos ultimas pastillas de Tylenol-3.

La curación milagrosa

A las ocho de la noche fuimos a cenar, no me sentía con ganas de comer pero Helen me rogó que fuera.

Cuando entramos en el come-dor de Serafín, el hermano ma-yor de Conchita, la vidente, Bob House vino y me preguntó si Joey ya había puesto su medalla sobre mi cuello. Le contesté que yo no se lo había pedido. Al escuchar mi respuesta, Bob me tomó del brazo y me llevó donde estaba Joey, en una esquina del comedor y le dijo, “Joey, aquí hay un hombre con do-lor de espalda.” Joey, siempre tan gentil, sacó en seguida su medalla, me preguntó donde me dolía y que guiara su mano. Yo no sabía lo que él estaba diciendo, pero me imaginé que estaba orando.

Después me pidió que yo rezara también y, mientras me ponía su medalla, dijo: “Tal vez ayude o tal vez no; ya veremos”. No sentí nada nuevo al momento, y seguí sintiendo el tremendo dolor que me aquejaba continuamente. Des-pués de cenar, fuimos a hacer el equipaje ya que debíamos salir de Garabandal muy temprano al día siguiente.

Dos horas mas tarde, después de acabar de hacer el embalaje, por instinto fui a tomar mi medi-cina. De repente, me di cuenta que no sentía el mas mínimo dolor ni

en el cuello, espalda o la mandí-bula. Mi cuello no había estado así, sin dolor, por muchos años, en realidad, no podía recordar la última vez que me había sentido así, totalmente sin dolor.

Recé mis oraciones antes de acostarme y no tomé las pastillas para el dolor, pero siempre pen-sando que seguramente tendría que levantarme a medianoche a tomarlas. A las dos de la madru-gada me desperté y fui al baño, después, al sentarme en la cama fui a coger mis pastillas para el dolor, pero, un momento, ¡no tenia dolor! ¡Me sentía muy bien!. Estaba seguro que me moriría de dolor en la mañana, pero en esos momentos no tenia dolor alguno.

Recé el Rosario y le agradecí a Nuestra Señora y a Dios por esas horas que me estaban dando.

Al día siguiente me desperté temprano, y para mayor asombro, me sentía absolutamente bien. Dí gracias a Dios esperando que el dolor reapareciera mas tarde. Mi esposa Helen, no sabía nada de lo que me pasaba. Cuando subimos al autobus estuve esperando que reapareciera el dolor, pero el dolor no volvió a aparecer.

Bob House, maravilloso y bondadoso, se acercó a mí cuando estábamos subiendo al autobús, y sin saber lo que me había pasado, me dió su medalla que era una replica exacta de la medalla de Joey, diciéndome que la llevase

diariamente, lo que he estado haciendo desde entonces y la llevo siempre conmigo.

Mientras el autobús iba camino al aeropuer-to de Santander, me di cuenta que haría mal si no le contara a Joey y al resto del grupo, las pocas, pero maravillosas horas sin dolor de las que había gozado. Ocho horas sin dolor eran para mi algo fantástico y así se lo comuniqué a todos en el autobús.

Durante todo el trayecto estuve esperando que el dolor regresara, pero no fue así. Nuestros nuevos amigos venían cada momento a pregun-tarme si todavía me sentía bien y la respuesta era “Si.”

En el aeropuerto Kennedy en Nueva York, perdi-mos el vuelo de conexión de Nueva York a Toronto, Canadá, y tuvimos que esperar aún mas de lo normal en un viaje de por si agotador. Llegamos a nuestra casa ya bastante tarde, hacia frío y estaba lloviendo, era la clase de clima que normalmente me afectaba de tal manera que no podía salir de casa.

Al día siguiente, las empleadas de mi consulta se sorprendieron enormemente de verme llegar a trabajar. El clima era terrible y ellas sabían que nor-malmente, en días como esos, yo no podía trabajar debido al dolor. Cuando vieron mi cara, me escu-charon hablar, vieron la energía y la manera como caminaba, no salían de su asombro. ¿Que le había pasado a Mike?

Otra oportunidadDesde entonces, casi todos mis pacientes se han

quedado totalmente sorprendidos, maravillados del tremendo cambio en mi persona. Yo era otra vez el antiguo doctor Mike de antes del accidente. Bromea-ba, estaba feliz y radiante. El clima a partir de enton-ces, tampoco me afectaba ya, y Helen se quejaba que había perdido su barómetro ambulante. ¿Energía? Tengo tanta, que desde entonces, me las he arreglado para agotar de trabajo al personal de mi consulta. Constantemente estoy contando la historia de Gara-bandal.

Una vez, una de mis empleadas le había dicho a su madre que “Mike está siempre tan feliz y contento que siento envidia”; ella no sabía como era yo antes del accidente. Más aun, ahora puedo utilizar los palos de golf otra vez, empujar una carretilla pesada, cargar pesos pesados y hacer todas esas cosas que no podía

hacer durante ocho años. ¡Es maravilloso!

Desde ese entonces, Helen y yo hemos dado un sin número de charlas acerca de Garabandal. Doy gracias a todos aquellos que se han alegrado por mí y si está en los planes de Dios que ese dolor vuelva otra vez, no sientan pena por mi. He tenido uno de los mejore regalos que se pueda tener. Me sentí con muchísima suerte después de pocas horas sin dolor, y ahora, después de siete meses, cualquiera se puede imaginar cuan afortunado me considero.

Como resultado de este regalo inesperado, las vidas de mi familia, amistades y pacientes han cam-biado a mejor, sin mencionar muchas otras personas que me vieron sufrir durante muchos años. Helen y yo, rezamos para que ellos también sean bendecidos y que todos podamos ver pronto el gran Milagro.

En la foto de esta página, Joey Lomangino en el centro, Helen a su lado y Michael a la derecha de la foto en Garabandal.

Hasta hoy yo me pregunto, ¿Porqué me sucedió esto a mi? Pero no tengo respuesta alguna. Cuanto tiempo durará, solo Dios lo sabe. Pero doy gracias a Dios todos los días por las grandísimas bendiciones que me ha otorgado.

Han pasado ya varios años de este testimonio de Michael Rozeluk y su trabajo continúa lleno de las bendiciones de Dios.

Lee en el próximo número su apostolado en Ucrania

EL CIELO A GARABANDAL 7

El Rosario o Corona de San Miguel Arcángel ha sido una pía tradición comenzada en el siglo XVIII por comunidades religiosas de Portugal e Italia.Esta devoción ha sido particularmente recomendada a los fieles católicos por el Papa Pio IX, recientemente beatificado. Veamos como sucedió.

La Corona

de

San MigueL

arCángeL

ProMeSaSSegún cuenta la tradición, las promesas de San Miguel Arcángel vinculadas al rezo devoto de la Corona son las siguientes:

1. A los que practiquen esta devoción en su honor, y estén en estado de gracia, les promete grandes bendiciones, entre ellas enviar un Ángel de cada coro celestial para acompañar a los devotos a la hora de la Santa Comunión.

2. Además, a aquellos que recen la Corona todos los días les asegura que disfrutarán de su asistencia continua durante esta vida y después de la muerte.

3. Por último promete que serán acompañados de todos los Ángeles y que, tras la muerte, él y todos sus seres queridos, parientes y familiares, serán librados del purgatorio.

8 EL CIELO A GARABANDAL

EL CIELO A GARABANDAL 9

Se cree que el año 1750 San Miguel Arcángel apareció a la

devota Sierva de Dios Antonia De Astónac, religiosa carmelita de Portugal, pidiéndole que le honrara con nueve invocaciones en recuerdo de los nueve Coros de Ángeles.

San Miguel le dijo: “Deseo que, en mi honor, repitas nueve veces un Pater y tres Ave, en unión con cada uno de los nueve Coros de Ángeles. Terminarás estas nueve salu-taciones con cuatro Pater, el primero en mi honor; el segun-do, en honor de San Gabriel; el tercero, de San Rafael; y el último, en honor del Ángel de la Guarda”.

El Arcángel hizo a Sor Antonia De Astónac tres magníficas pro-mesas dignas del Príncipe de las Milicias Celestiales.

El que reza la corona será acompañado por nueve ángeles cada vez que vaya a comulgar! Tan celeste compañía significa una poderosa protección para el alma y al mismo tiempo, la intercesión y compañía de los coros angé-licos ante el mismo Dios hecho carne en la Santa Eucaristía. «Es imposible —dice San Francisco de Sales— considerar a nuestro Salvador en acción más amorosa ni más tierna que en la Eucaris-tía, en la cual, por decirlo así, se anonada y se hace alimento para penetrar en nuestras almas y unir-se íntimamente con los corazones y cuerpos de sus fieles.» Los coros angélicos adoran a su Señor y son felices de llevar ante Él un alma que les favorece en sus ministerios con oraciones y que pide su ayuda y protección, en el momento más importante de su vida cristiana, la Santa Comunión.

Según la tradición, todos aque-llos que recen la Corona a diario disfrutarán de la asistencia conti-nua del Arcángel, y eso es algo que nos ha de llenar de confianza, pues no hay nadie más adecuado que él para vencer al Demonio.

La promesa de San Miguel sobre el purgatorio es otra ofer-ta generosísima, según la cual si morimos en Gracia de Dios, tanto nosotros como nuestros seres que-ridos, seremos liberados del fuego purificador y de la amarga espera. “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfec-tamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 12, punto 1030).

Santa Faustina Kowalska describe así la visión que tuvo del Purgatorio: “Vi al Ángel de la Guarda que me dijo de seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas”.

Con la Corona de San Miguel Arcángel, disponemos de otra arma poderosísima para evitar el Purgatorio y borrar así nuestras manchas de pecados y faltas de amor.

Es una muestra de amor tam-bién rezar la Corona para que nuestros familiares y seres queri-dos, al morir en estado de Gracia, eviten el Purgatorio y obtengan así las indulgencias necesarias para ir al Cielo.

La devociónse difunde

En Italia, el monasterio de las Carmelitas de Vetralla, dió-cesis de Viterbo (www.carmeli-tanevetralla.it), ha continuado esta fervorosa devoción al Ar-cángel Miguel, especialmente a través de la Corona Angélica, y la ha propagado entre los fieles, sostenido también por la obra de una hermana carmeli-ta, la Venerable María Ángela Colomba, muerta en olor de santidad el 15 de junio 1751.

Un siglo después, la Coro-na Angélica tubo una mayor difusión por que las monjas de Vetralla lograron conseguir las indulgencias de Pio IX: Sor Marianna Felice pidió la ayuda del hermano, empleado del Vaticano, y éste obtuvo que el Papa ordenara el examen de la Corona Angélica por la Con-gregación de los Ritos.

El 8 de agosto el cardenal Lambruschini, su prefecto, firmò el decreto de aprobación, en el que se especifican las indulgencias tanto parciales como plenarias.

Sucesivamente, las Car-melitas de Vetralla pidieron a Pio IX que las indulgencias ya concedidas fueran aplicables a los difuntos; y el cardenal Aquini, prefecto de la Congre-gación de las Indulgencias, lo obtuvo vivae vocis oracolo en una audiencia con Pio IX el 24 de noviembre 1851.

El 8 de septiembre del año siguiente, la Congregación de los Ritos comunica a las mon-jas que el Papa ha acogido su

10 EL CIELO A GARABANDAL

petición de hacer lucrar las mis-mas indulgencias también a aque-llos fieles que, no sabiendo leer el texto de las nueve invocaciones, rezasen los Pater y Ave.

Finalmente, el 3 de septiembre 1868, Pio IX concedió la indul-gencia plenaria —bajo las mismas condiciones— incluso a quien visita la Iglesia de las Carmelitas de Vetralla en la festividdad de San Miguel Arcángel del 29 de septiembre o en uno de los días inmediatamente precedentes o si-guientes: también esta indulgencia es aplicables a los difuntos.

IndulgenciasLas indulgencias concedidas

por el Papa Pio IX a quien rezase devotamente la Corona son:

• Indulgencia parcial a quien rece la Coronilla con el cora-zón contrito.

• Indulgencia parcial a quien cada día llevare consigo la corona o besara la medalla de los Santos Ángeles que de ella cuelga.

• Indulgencia Plenaria, una vez al mes, a aquellos que la rezaren diariamente, el día que escogieren, verdaderamente contritos, confesados y co-mulgados, y rogando por las intenciones de Su Santidad.

• Indulgencia plenaria, con las mismas condiciones —contri-tos, confesados, comulgados y habiendo rezado por las intenciones de Su Santidad y la Coronilla— en las fiestas de la aparición de San Miguel Arcángel (8 de mayo), la dedi-cación de San Miguel Arcángel (29 de Septiembre) y la fiesta de los Santos Ángeles Custo-dios (2 de octubre).

DECRETOEs tradición piadosa que el Arcángel San Miguel, Príncipe de la milicia celes-tial, declarase a una piadosa mujer, que solía honrarle cada día, que sería de su agrado introducir una manera especial de oraciones en su honor y en el de todos los Ángeles celestiales; así, Él concedería a sus devotos muchos favores en las necesidades públicas, especialmente de la Iglesia Católica, de la que es perpetuo protector.

A raiz de esto, las oraciones en honor del Príncipe Celestial fueron practicadas con gran ardor por una carmelita del Monasterio de Vetralla, muerta en olor de santidad en el año 1751.

Al ser tal devoción practicada hasta hoy con gran ventaja de las almas, algu-nas religiosas del mencionado Monasterio, deseosas de elargir a todos los fieles aquellos bienes espirituales que ellas ya poseían, humildemente suplica-ron la Santidad de N.S. Pio Papa IX para obtener que, quienquiera rece con ánimo devoto tales oraciones pueda conseguir las siguientes indulgencias:

I - De siete años y otras tantas cuarentenas cada vez que se rece la Corona Angélica.

Il - De cien días cada día que se lleve encima la Corona, o sólo se bese la medalla de la misma con la efigie de los Santos Ángeles.

III - Indulgencia plenaria una vez al mes si se reza diariamente y, confesados y comulgados, se ore por la exaltación de la Santa Iglesia y por la conservación del Sumo Pontífice.

IV - Indulgencia plenaria con las mismas obras incluidas en las festividades;1° de la aparición de San Miguel el 8 de mayo; 2° de la dedicación el 29 de septiembre; 3° de San Gabriel Arcángel el 18 de marzo; 4° de San Rafael Arcángel el 24 de octubre; 5° de los Santos Ángeles Custodios el 2 de octubred.

Su Santidad oídas las oraciones por audiencia del Secretario que suscribe, se dignó, por especial gracia, de asentir en todo, conforme a cuanto expuesto, y por tanto ordenó que se promulgara por ministerio de la S. Congregación de los Ritos un Decreto sin la expedición de algún Breve para la concesión de las antedichas Indulgencias a quienquiera rece la Corona Angélica, y de la facul-tad especial al confesor temporal de dicho Monasterio de bendecir las mismas Coronas con el rito acostumbrado de la Iglesia. No obstante etc.

S. Congregación de los Ritos 8 de agosto 1851.I.C. Lambruschini, Prefecto C.G. Fatali, Secretario.

Indulto para lucrar las IndulgencIasa favor de quIen no sabe o no puede leer

la fórmula de la corona angélIcaPio IX con decreto 8 agosto 1851 para la aprobación de la Corona Angélica concedió a los fieles que la recen, muchas indulgencias plenarias, aplicables también a las Almas del Purgatorio, como escrito el 24 noviembre de dicho año.

Como consecuencia, las Carmelitas del Monasterio de la ciudad de Vetralla, deseosas que incluso aquellos que no pueden leer participen de los bienes espirituales de estas santas Indulgencias con el rezo únicamente del Pater y Ave durante el número de veces que se prescrive en dicha corona y con el cumplimiento de cuanto se pide en los decretos descritos, renovaron a la mis-ma Santidad de Pio IX sus humildísimos ruegos para obtener la propagación y extensión de dichas Indugencia s a cada uno de los fieles que no sabe leer.

Su Santidad por audiencia del Pro-Secretario que suscribe se dignó por gracia especial aconsentir conforme a cuanto expuesto, con la condición que se ob-serven las demás obligaciones prescritas para lucrar dichas Indulgencias.El 8 septiembre 1851. L.C. LAMBRUSCHINI, Prefecto

Se utiliza una coronilla especial compuesta por nueve grupos cada uno de tres granos. Sobre estos granos se rezan las tres Ave al-ternadas con el rezo de un Pater, señalado por el grano intermedio.

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.V. Dios mio, ven en mi auxilio.R. Señor, date prisa en socorrerme.Gloria al Padre…Credo

Primera invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Serafines, que Dios nuestro Señor prepare nuestras almas y así recibir dig-namente en nuestros corazones el fuego de la Caridad Perfecta. Amen. 1 Pater y 3 Ave Segunda invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Querubi-nes, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de abandonar los caminos del pecado y seguir el camino de la perfección cristiana. Amen. 1 Pater y 3 Ave Tercera invocaciónPor la intercesiónd e San Miguel y el Coro Celestial de los Tronos que Dios Nuestro Señor derrame en nuestros corazones el verdade-ro y sincero esíritu de humildad. Amen. 1 Pater y 3 Ave

REzo dE La CoRona anGéLICa Cuarta invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Domina-ciones, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de controlar nuestros sentidos y así dominar nuestras pasiones. Amen.1 Pater y 3 Ave Quinta invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Potestades, que Dios Nuestro Señor proteja nuestras almas contra las acechan-zas del demonio. Amen.1 Pater y 3 Ave Sexta invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de las Virtudes, que Dios Nuestro Señor nos con-serve de todo mal y no nos deje caer en la tentación. Amen.1 Pater y 3 Ave

Séptima invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Princi-pados, que Dios Nuestro Señor se digne llenar nuestras almas con el verdadero espíritu de la obedien-cia. Amen. 1 Pater y 3 Ave Octava invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Arcán-geles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de la perseveran-cia final en la Fe y en las buenas obras, y así nos lleve a la Gloria del Paraíso. Amen. 1 Pater y 3 Ave Novena invocaciónPor la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Ángeles, que Dios Nuestro Señor nos con-ceda la gracia de ser protegidos por ellos durante esta vida mortal; y que nos guíen a la Gloria Eterna. Amen. 1 Pater y 3 Ave

En los cuatro granos cerca de la medalla de San Miguel se reza:1 Pater en honor a San Miguel 1 Pater en honor a San Gabriel 1 Pater en honor a San Rafael 1 Pater en honor al Ángel de la Guarda. Oh Glorioso Príncipe San Miguel, Jefe Principal de la Milicia Celes-tial; Guardían fidelísimo de las almas; Vencedor eficaz de los es-píritus rebeldes; fiel servidor en el Palacio del Rey Divino, sois nues-tro admirable Guía y Conductor. Vos que brilláis con excelente resplandor y con virtud sobre-humana, libradnos de todo mal. Con plena confianza recurrimos a vos. Asistidnos con vuestra afable protección; para que seamos más y más fieles al servicio de Dios todos los días de nuestra vida.Rogad por nosotros, Oh Glorioso San Miguel, Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.Para que seamos dignos de alcan-zar Sus Promesas. OraciónOmnipotente y Eterno Dios, Os adoramos y bendecimos. En Vues-tra maravillosa bondad, y con el misericordioso deseo de salvar las almas del género humano, habéis escogido al Glorioso Arcángel San Miguel como Príncipe de Vuesra Iglesia. Humildemente Os suplicamos, Padre Celestial, que nos libréis de nuestros enemigos. En la hora de la muerte, no permitáis que ningún espíritu maligno se nos acerque, para perjudicar nuestras almas. Oh Dios y Señor Nues-tro, guiadnos por medio de este mismo Arcángel. Enviadle que nos conduzca a la Presencia de Vuestra Excelsa y Divina Majestad. Os lo pedimos por los méritos de Jesu-cristo, Nuestro Señor. Amen.

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12 EL CIELO A GARABANDAL

Realidades espiritualesvividas a GarabandalLas llamadas, los éxtasis, ylas locuciones Capítulo III

L as llamadas interiores son unos de los fenómenos más admirables y propios de Garabandal. Conchita cuenta que era

como una voz interior, pero que no la oían con los oídos, ni escuchaban ser llamadas por nombre. Era para ella “una alegría” interna: “Son tres llamadas: la primera es una alegría más pequeña; la segunda ya es algo mayor; pero a la tercera, ya nos ponemos muy nerviosas y con mucha alegría, y entonces ¡ya viene! Nosotras íbamos a la de dos llamadas, porque si íbamos a la primera, teníamos que esperar allí

hasta muy tarde, porque de la primera a la segunda tarda mucho”.

El P. Ramón María Andreu, sacerdote jesuita, excepcional testigo de los eventos de Garabandal escribe en un informe redactado a los tres meses de haber comenzado aquellos fenómenos: “…po-dríamos decir que siempre son tres las llamadas; las pueden tener al mismo tiempo, estando juntas, las pueden tener al mismo tiempo, estando separa-das, y las pueden tener en tiempos que no coin-ciden, aun estando juntas; las pueden tener todas

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Adaptación deAnna Fusari

de las obras del P. José Ramón García de la Riva (Memorias de un cura de aldea)y del P. Eusebio García de Pesquera (Se fue con prisas a la montaña).

Un escéptico llegó un día a Garabandal y ante una de las manifestaciones que vivían las niñas durante las visiones, pensó en su interior: “Para creer en esto, ne-cesito que saque esta niña mi rosario de su funda y me lo entregue”. Dicho y hecho. La niña, en éxtasis, se le acercó, le entregó el rosario y le dijo, ante el asombro de todos: “Tú no creías, pero ahora ya crees”.

Multitud de anécdotas como esta confirman todos los fenómenos espirituales que se vivieron en Garabandal durante años, dando fe de curaciones, conversiones, mi-lagros. Las niñas vivieron aquellos momentos con espíritu de penitencia, absorbien-do las enseñanzas de la Virgen que, con paciencia y amor, iba formándolas y prepa-rándolas a los mensajes que vendrían.

cuatro, o sólo alguna o algunas de ellas”.

Aquel lunes 3 de julio, la gente propuso a don Va-lentín, el párroco del pueblo, de separar a las niñas y poner dos en casa de Loli y a las otras dos en casa de Conchita, para ver si las llamadas se manifesta-ban en todas ellas al mismo tiempo. Con el permiso de los padres y de don Valentín, separaron así a las niñas y, a la media hora, ellas recibieron la segunda llamada, coincidiendo las cuatro en el cuadro a la vez.

En cuanto llegaron al cuadro, se les apareció la Virgen, con el Niño Jesús. Esta vez no venían los Ángeles. La Virgen estaba muy sonriente y el Niño también. Cuando las niñas preguntaron a María donde estaba San Miguel y el otro Ángel, Ella sonrió aún más. La gente y los sacerdotes que estaban presentes pasaban objetos a las niñas para que se los dieran a besar a la Virgen. Ella lo besaba todo.

Las niñas querían jugar y hacerle fiestas al Niño Jesús, cogieron piedrecitas y Conchita se las metía en las trenzas, Loli en las mangas y Jacinta se las daba al Niño que no las cogía, simplemente sonreía mientras las miraba.

Las niñas cuentan que la Virgen habló mucho aunque no les dejó, al menos por el momento, de-cirlo.

Los besos de la Virgen

De los besos de la Virgen a las piedrecitas habla el P. Andreu en su informe: “Las piedras han sido cosa muy frecuente en las visiones de las niñas. Se trata de piedras pequeñas, como del tamaño de un caramelo. Las recogen del suelo en estado de trance o las llevan ya preparadas de antemano: se las dan a besar a la Virgen, y después las entregan a distintas personas, como recuerdo o como señal de perdón. Se ha visto frecuentemente que la misma visión pedía a las niñas más piedras; pero ellas no las encontraban...”. Qué lección de humildad por parte de la Virgen besar unas simples piedrecitas para convertirlas en objeto de gracia para sus hijos.

Con motivo de estas piedras besadas por la Virgen se han podido observar fenómenos de hierognosis (conocimiento secreto o misterioso en orden a dis-tinguir de las demás cosas, aquellas que son sagra-das). Por ejemplo, cierto día, una de las niñas, en trance, tenía un montoncito de piedras para ofrecer al beso de la Virgen; al levantar una hacia la visión, se la oyó decir con toda claridad: “¿Qué? ¿Qué ya está besada? ¡Ah! Es la de Andrés”.

El beso de las piedras ocurrió sobre todo en las primeras semanas; luego, casi no había más que ob-jetos religiosos: crucifijos, rosarios, medallas, estam-pas, escapularios…. Lo corriente era ver a las niñas con rosarios, medallas y Cristos colgados al cuello: son los que el público les daba para que la Virgen los besara. También besó muchas alianzas de matrimonio.

A pesar de la multitud de objetos que pasaban por sus manos y que ellas daban a besar sin ningún orden preestablecido, jamás se confundieron al devolver cada uno de ellos a quien correspondiera; y esto, sin

mirar, con la cara en alto, y estando a veces los interesa-dos a sus espaldas o delibera-damente arrinco-nados.

ABAJOLas niñas dan a besar a la Virgen unos Rosarios.

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14 EL CIELO A GARABANDAL

El episodio de la polvera

Una de las anécdotas con toda garantía de auten-ticidad de aquellos besos de la Virgen es la siguiente. Un día, Conchita estaba esperando el momento de la aparición en la cocina de su casa, y sobre la mesa ha-bía amontonados varios objetos que ella debería dar a la Virgen para besar; había también una bonita pol-vera de mujer. Los presentes dudaban que la Virgen hubiera besado un objeto que servía para maquillar, aunque nadie quitó la polvera de la mesa.

Llegó el éxtasis y la mano de la vidente, sin que ella mirara, fue primero hacia la discutida polvera, antes de cualquier otro objeto. La levantó hacia la Virgen y luego la dejó cuidadosamente sobre la mesa. El asombro de los presentes fue total.

Cuando el éxtasis terminó, le preguntaron a Con-chita y ella dijo que la Virgen le había pedido inme-diatamente la polvera para besarla diciendo que “era algo de su Hijo”. Conchita no sabía más. Preguntado a la persona que había dejado ahí el objeto, se desveló el secreto. Durante la guerra civil de España (1936-1939), en la zona comunista, donde no había sacer-dotes o tenían que mantenerse escondidos, aquella polvera había servido para llevar las hostias de la comunión a algunos de los detenidos que los rojos iban “sacando” para matar. La Virgen sabía que había servido como copón!.

Respecto a los objetos besados por la Virgen, Conchita afirmó en más de una ocasión, por encargo de la Virgen, que “Jesús hará prodigios mediante los objetos besados por Ella, antes y después del Milagro, y las personas que usen con fe tales objetos, pasarán en esta vida el purgatorio”.

Esa aparición del lunes día 3 había empezado a las 19.30 horas y concluyó a las 20 horas, con la pro-mesa, por parte de la Virgen, que el día siguiente la habrían visto también.

La tarde del martes 4, tercer día de aparición de la Virgen, se había reunido mucha gente en Gara-bandal. Durante el Rosario de las 19 horas, en la parroquia, las niñas tuvieron una llamada. La peque-ña iglesia estaba llena de gente y en el altar mayor había unos doce sacerdotes y fotógrafos. Al terminar el rosario, las niñas, al haber recibido dos llamadas, corrieron hacia el cuadro, seguidas por toda la gente.

Conchita y Mari Cruz llegaron al cuadro, mientras

que Loli y Jacinta, no. La gente afirmó que, tras aque-lla carrera, las niñas no sudaban siquiera, mientras todos los demás lo hacían y llegaban cansados.

Todos los testigos de los fenómenos de Garaban-dal afirman que la carrera de las niñas hacia el lugar de la aparición, tras la tercera llamada, era sencilla-mente impresionantes, y no había manera de seguir-las. Más tarde, Conchita dijo que era la Virgen —una fuerza sobrenatural— quien las llevaba. Ellas no sen-tían ningún cansancio, ni sudores, ahogos, o palpita-ciones. Esas carreras, los trances, esfuerzos y vigilias se mantuvieron casi a diario durante meses y meses, cansando a todos, menos a las cuatro niñas. Todos los que la pudieron observar de cerca, comenzando por eminentes médicos de distintas especialidades, coinciden en mencionar la sorprendente naturalidad y normalidad que mostraban en todo momento.

El Mensaje que traía el Ángel

Durante la aparición del martes 4 de julio de 1961, la Virgen, sonriendo, dijo a las niñas: “¿Sabéis lo que quería decir el letrero que traía el Ángel debajo?”. Ellas exclamaron a la vez: “No, no lo sabe-mos”. “Pues quería decir un Mensaje. Os lo voy a decir ya para que vosotras el 18 de octubre se lo digáis al público”. Y se lo dijo.

Este mensaje, de pocas palabras pero con mucho contenido, fue un secreto de las niñas hasta el 18 de octubre.

Desde su primera aparición, la Virgen enseñaba a las niñas, ya que ellas apenas podían entender tér-minos como “hacer sacrificios” y otros. María, con amor, las iba enseñando, acompañando las lecciones con besos y sonrisas, condescendencias y hasta con juegos, viviendo con las niñas su realidad cotidiana y escuchando sus diálogos infantiles siempre con paciencia y amor.

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Los éxtasis

La entrada en éxtasis siempre tenía lugar de la misma manera, en cuanto a la posición hacia atrás de la cabeza, que no volvía a su posición normal hasta el momento de la salida del éxtasis. Era bellísima la entrada de las niñas en éxtasis. El cambio del rostro era instantáneo y quedaba radiante y virginal.

Entraban inmediatamente en éxtasis. Caían de ro-dillas y el rodillazo era espectacular; pero no movían los labios ni hacían gestos de dolor; a los presentes les parecía que se les habían roto las rodillas. Al salir del éxtasis, las rodillas estaban como si no hubieran recibido ningún golpe y las niñas caminaban perfec-tamente.

A partir de julio los éxtasis se fueron multiplican-do hasta que las niñas tenían, frecuentemente, varias cada día. La hora variaba: podía ser a primera hora de la mañana, o después de comer, aunque duran-te bastante tiempo ocurrían de 19 a 21 horas. Más tarde, hubo muchos éxtasis por la noche, terminando en ocasiones a las cinco de la madrugada. Según las niñas, la Virgen les dijo que eran las horas en las que más se pecaba en el mundo.

Cuando la Virgen citaba a las niñas a una hora determinada, éstas dormían vestidas y recostadas con sacrificio junto a la pared, sobre una banqueta o fue-ra, para verla y para hacer penitencia. No dormían si acompañaban a las otras niñas en éxtasis por el pue-blo. Las niñas dormían vestidas porque decían que si la Virgen venía por la noche y a la hora de la apari-ción estaban dormidas en la cama, Ella les respetaba el sueño, y las niñas querían ver a la Virgen.

Su duración podía ser de pocos instantes —cuan-do recibían algún aviso concreto sobre las visiones como “hoy no vendrá, porque cantan mucho”— aunque generalmente duraban media hora o más. A veces se interrumpían por algún tiempo, y las pausas tenían una duración variada.

El P. José Ramón García de la Riva declara: “Asistí a multitud de éxtasis de las niñas; de una sola niña, en grupo de dos, de tres, de cuatro niñas a la vez; en marcha normal, a velocidad o a gran velocidad; de rodillas en el cuadro situado en la Calleja que va a los pinos; en los pinos; de pie y de rodillas en el pórtico de la iglesia parroquial; andando hasta la puerta del cementerio para rezar con la Virgen por las Almas del Purgatorio de las personas allí enterradas; en las casas, por las callejuelas del pueblo; andando en éxtasis de frente, de espaldas; subiendo a los pinos de frente o de espaldas; bajando de los pinos hacia el pueblo de frente o de espaldas; andando o a ve-locidad; siempre con la cabeza doblada hacia atrás; caminando del brazo o no”.

Cuando estaban en éxtasis, las niñas se veían unas a otras aun cuando la visión no estuviera en el mismo sitio. No había para ellas obstáculos de casas, de nada.

Los jóvenes del pueblo comenzaron a defen-der con sus cuerpos a las niñas durante los éxtasis, rodeándolas en cadena. Pronto se utilizó el “cuadro”, uno simples maderos colocados en forma de cuadro en el suelo de la Calleja para que las niñas en éxtasis, situadas dentro, no fueran molestadas por los asis-tentes ya que, al principio, algunos llegaron a pin-charlas, pellizcarlas, meter papeles en sus ojos para ver si pestañeaban, etc.

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Los pinos de GarabandalMuchos éxtasis tuvieron lugar en los pinos, situa-

dos más arriba de la Calleja. Los pinos habían sido plantados muchos años antes en ocasión de la Prime-ra Comunión de los niños del pueblo el día del Cor-pus Christi. Cada uno de esos niños había plantado un pino como recuerdo de su Primera Comunión en ese día. De manera que el origen de los pinos tiene una relación con la Sagrada Eucaristía.

Los que veían bajar a las niñas en éxtasis desde los pinos admiraban aquellas bajadas, sobre todo cuando bajaban de espaldas con la cabeza hacia atrás por sitios que no hay persona humana imparcial que pueda explicarlo “naturalmente”.

Paquita, cuñada de Conchita ha dicho: “He visto salir sola a Conchita de los pinos, con la cabeza doblada para atrás y llegar hasta la puerta de su casa, con la noche oscura y andando para atrás. Eso lo he visto yo, y dar vueltas por todos los callejos hasta llegar a su casa”.

Y no sólo en la calle: en éxtasis y de espaldas, Mari Loli subió por las escaleras al piso de arriba de su casa para coger una medalla, el 4 de noviembre de 1961.

Cuando las niñas estaban en éxtasis, manifestaban que para ellas el tiempo no pasaba. Era muy frecuen-te que después de una hora o más de estar en éxtasis exclamaran: “No te vaigas, ¡eh! ¿Por qué te vas tan luego? No has estado más que un minutín… ¡Ah! ¿Tanto tiempo?... Yo creía que sólo un minutín…”.

A pesar de las posturas, a veces dificilísimas, y de las marchas, o de permanecer de rodillas sobre piedras cortantes, siempre tenían la impresión que la visión había durado muy poco y, cuando acababa, quedaban con una sensación de descanso.

El P. Andreu, en su informe de aquellos días,

señala: “Ante el alboroto de los curiosos o devotos venidos en gran número, sus padres determinan cerrar las puertas de casa y tener a las niñas dentro. La Virgen les dice que obedezcan y que la seguirán viendo a pesar de todo…”.

A partir del 3 de agosto, las caídas en estado de trance se han multiplicado: a veces, las cuatro juntas; otras, algunas de ellas; a veces, sólo una. La postura que adoptaban en sus caídas era siempre muy deco-rosa y compuesta. Podían estar en el suelo un mo-mento, o unos cuantos minutos. La caída, cuando era de varias de ellas, solía ser admirablemente sincroni-zada.

Durante los éxtasis, las niñas contemplan la apari-ción, pero no ven ni perciben al público, aunque sa-ben que está allí, porque muchas veces se lo ha dicho la aparición. Ellas pueden verse unas a otras, pero si una sale del éxtasis y las otras no, éstas dejan de ver a la que ha salido…, volviéndola a ver si ella vuelve a entrar en éxtasis. Sin embargo, a partir de los pri-meros días de septiembre, las niñas que estaban en éxtasis podían establecer contacto con las que no lo estaban, pero sólo con ellas. El contacto lo estable-cían a través de preguntas que podían ser formuladas sólo mentalmente.

Otra manifestación era la sincronización de mo-vimientos y de las expresiones del rostro: las niñas miraban a la visión, no se miraban unas a otras,

IL CIELO A GARABANDAL 17

pero se las veía santiguarse o detener sus manos simultá-neamente; de la misma manera cambiaban de expresión.

Otro aspecto peculiar de los éxtasis es que las niñas que estaban en ellas solían mos-trarse rígidas, como en pará-lisis en ciertos

momentos. Era inútil tratar de moverlas o cambiar la posición de alguna parte de su cuerpo, era como si se tratase de una estatua. Sin embargo, cualquiera de las videntes que no estaba en éxtasis podía cambiar las posturas de su compañera extática, sin percibir la enorme rigidez que presentaba a los demás. Un caso espectacular fue cuando Mari Loli quedó en éxtasis con las manos pegadas a una bombilla encendida; ni se quemó ni podían retirarle la mano hasta que otra vidente, aunque no estaba en éxtasis, le separó la mano de la bombilla.

Entre las videntes, se observaba una cierta in-gravidez ya que entre ellas se levantaban sin ningún esfuerzo, refutando la ley de la gravedad. Era bonito ver con qué facilidad una niña vidente elevaba a otra, hasta con una mano, y la alzaba a la altura de los hombros, para que pudiera besar a la Virgen. En éxtasis, la soltura que tenían era admirable.

Muchos reflejos desaparecen durante los éxtasis; otros, sólo quedan amortiguados. Los ojos aparecen como muertos, sin ver. Pero a medida que se multi-plican las visiones, las pupilas van adquiriendo brillo. A veces lloran, se les caen unas lágrimas tranquilas por la cara.

En una ocasión volvieron a la normalidad con lágrimas en los ojos y dijeron que la Virgen se había lamentado de que la gente se estaba portando con poco respeto en la iglesia. Otra vez, en la calle, la vi-sión terminó pronto porque había poco orden entre el público, se tiraban los unos encimas de los otros para ver…

Las locucionesCuando comienzan a declinar las apariciones

surgen las locuciones, como una forma de evitar que se produzca un adiós repentino, un corte abrupto de las relaciones extraordinarias entre el Cielo y las niñas, un prepararlas para la vuelta a la normalidad. Para ellas supone una riqueza más en la experiencia mística, en la que este fenómeno es frecuente.

Las locuciones comienzan a partir de 1963, aun-que haya habido alguna aislada antes de esa fecha, por parte de San Miguel; así por ejemplo, al comien-zo de las apariciones, el 19 de junio de 1961, aunque en ese día no se les apareció el Arcángel, las cuatro niñas escucharon una voz sobre las diez de la noche que les dijo: “No os inquietéis. Me volveréis a ver”. Otra fue el viernes 22 de junio de 1962, cuando Conchita escuchó la voz de San Miguel que le decía la fecha del “milagruco”.

Según el eminente teólogo P. Antonio Royo Marín, las locuciones “se distinguen de las visiones en que éstas presentan a la mirada del espíritu rea-lidades o imágenes, mientras que las locuciones son fórmulas que enuncias afirmaciones o deseos…. Pro-piamente, la palabra locución se refiere únicamente al lenguaje articulado percibido por el oído corporal del oyente; pero por extensión y analogía se aplica también a la imaginación y al entendimiento”.

El Padre Royo clasifica las locuciones en auricula-res, imaginarias (provenientes de Dios, de la propia naturaleza o del diablo) e intelectuales (sucesivas, formales, sustanciales). Probablemente la mayor par-te de locuciones en las niñas fueron sustanciales que, según el P. Royo Marín “producen en el alma lo que significan” y en ellas “no cabe error o ilusión”.

Quien mejor estudió en las niñas este fenómeno fue el P. Luis López Retenaga, Prefecto de teólogos en el Seminario de San Sebastián (Guipúzcoa). Con

18 IL CIELO A GARABANDAL

motivo de sustituir al párroco de Garaban-dal durante la Semana Santa de 1963 tuvo oportunidad de estudiar este fenómeno en Conchita y Loli, a quienes entrevistó por se-parado, recabando también información de sus parientes más próximos. En mayo tuvo nueva oportunidad de estudiar el carisma de Conchita durante la peregrinación a Lour-des que organizó en dicho mes.

El P. Retenaga hizo varios informes que puso a disposición del Obispo de Santander, monseñor Beitia, en conversación tenida con él el 17 de abril. Hablando con las niñas, este Pa-dre se dio cuenta de que Conchita ignoraba que Loli tuviera locuciones. Conchita y Mari Loli coincidie-ron en que las locuciones no eran imaginaciones ni sueños, sino algo que tenía lugar estando ellas plena-mente conscientes y durante el día; ellas no las busca-ban, no dependían de su voluntad; sucedían durante la oración, normalmente en la Iglesia y alguna vez en casa; les producían paz, alegría; primero tuvieron locuciones de la Santísima Virgen, luego del Señor.

Los temas eran variados y no siempre estuvieron autorizadas a comunicar todos los contenidos de estas locuciones. Trataban de exhortaciones perso-nales para seguir el camino de la virtud, corrección por haber fallado en algo, confirmación de mensajes o profecías, revelación de algún aspecto de la con-ciencia de alguna persona para ayudarle a su conver-sión…

Primeras locucionesLa primera locución que tiene Conchita fue en

Del diario de Conchita:“Yo también he dudado un poco de que el Milagro vendría. Y un día, estando en mi habitación, dudando de si vendría el milagro, oí una voz que decía: “Conchita, no dudes que mi Hijo hará un Milagro”. Esta voz la sentí en mi interior, pero tan clara como si fuera con los oídos; mejor aún que si fuera con palabras; me dejó una paz y una alegría tan profunda, mayor que cuando veía a la Virgen. … Después de un mes he vuelto a oír esa voz de felicidad interior, sin palabras, en la iglesia. Prefiero esas locuciones a las apariciones, porque en las locuciones la tengo en mi misma. ¡Ay! ¡Qué felicidad que la Santísima Virgen esté dentro de mí, y qué vergüenza, ser tan mala en este mundo!”

Conchita le contó al P. Retenaga, que ese día es-taba en Garabandal, la locución que tuvo en julio de 1963: “Estando yo dando gracias y pidiéndole cosas, Él me contestaba. Yo le pedía que me diera una cruz (que estoy viviendo sin ningún sufrimiento, nada más que con el sufrimiento de no tener cruz) y Él me contestó:

—Sí, te la daré. Y yo, con mucha emoción, le iba pidiendo más. Y le decía:

—¿Para qué viene el Milagro? ¿Para convertir a mucha gente? Él contestó:

—Para convertir al mundo entero.—¿Se convertirá Rusia?—También se convertirá, y así, todos ama-

rán a nuestras Personas (Jesús y María).—¿Vendrá el Castigo después? (Él no contestó).—¿El Milagro va a ser como si yo fuera la que sola

he visto a la Virgen?—Por tus sacrificios, tus aguantes, te dejo

ser intercesora para hacer el Milagro.—¿No es mejor que sea con todas o si no,

que no pongas a ninguna por intercesora?—No—¿Iré yo al Cielo?—Amarás mucho y rezarás a nuestros

Corazones.—¿Cuándo me das la cruz? (Él no contestó).—¿Qué seré yo? (No me contestó; sólo me

dijo que en cualquier parte y en lo que sea, ten-

ABAJOP. Ramón Andréu, Conchita, Aniceta, Lucía prima de Conchita, P. Luís López Retenaga y P. José Ramón Gar-cía de la Riva.

marzo de 1963, cuando ella estaba sufriendo por la ausencia de la Virgen desde el pasado enero; atosi-gada por las dudas de tantas personas, también ella empezó a flaquear.

Ese año vino a tener una locución al mes, primero ella, luego también Mari Loli.

IL CIELO A GARABANDAL 19

dré que sufrir mucho).—¿Me voy a morir pronto?—En la tierra tendrás que estar, para ayu-

dar al mundo.—Yo, poca cosa, no podré ayudar nada.—Con tus oraciones y sufrimientos ayudarás

al mundo.—Cuando se va al Cielo, ¿se va muerto?—Nunca se muere.—¿Está San Pedro a la puerta del Cielo para reci-

birnos?—No.

Otra de las videntes, Mari Loli, tuvo una locución en la festividad del Apóstol Santiago, patrono de España, el 25 de julio de 1963. Ese día, la Santísima Virgen, como buena Madre, corrigió a la pequeña de su vanidad dirigiéndole estas palabras: “Arrepiénte-te y no lo vuelvas a hacer”.

El 13 de octubre de 1963, Mari Loli escribió al P. Retenaga para comunicarle que había tenido una locución de la Santísima Virgen y que le había pedido a Ella que le diera una “cruz” de sufrimiento por los sacerdotes. Más que una simple locución fue un diálogo, pues la Virgen le respondió que la “cruz” podría consistir en cualquier carga que se llevara con paciencia y con humildad. La Virgen explicó a Mari Loli cuál era su misión en este mundo:

—¿Moriré pronto?—No. Tendrás que permanecer en el mundo

para sufrir. En cualquier lugar que te halla-res, sufrirás.

—¡Permite que mis padres crean!

—Ellos no creen, de manera que tu tendrás que sufrir aún más, sufrir con paciencia.

—¿Por qué mis padres no creen?—Porque tienes que sufrir, tienes que su-

frir mucho en este mundo.—¿Qué sacrificios debo hacer?—Debes ser más obediente.

La Virgen también le dijo: —Reza el Rosario todos los días, reza por

los sacerdotes ya que ellos son los que más sacrificios necesitan todos los días.

El 7 de febrero de 1966, la Santísima Virgen habló a Mari Loli de los sufrimientos que le aguardaban, como cuenta la misma niña: “Tuve una locución con la Santísima Virgen, Ella me dijo que yo tendría que experimentar una gran cantidad de sufrimientos en este mundo, que tendría muchas pruebas que me harían sufrir mucho… Le pedí que diera a mi pa-dre una prueba de las apariciones para que también creyera; Ella me dijo que estaba muy complacida con mis sacrificios, pero que tenía que mejorar cada día y mortificarme en todas las cosas, que debía rezar el Rosario todos los días como lo había hecho hasta el momento, ya que es una devoción que le agrada mucho, que nos ama mucho a todos y que desea que todos seamos muy buenos para que pronto nos reu-namos en la Gloria Celestial con Ella”.

En cumplimiento de esta locución profética, a fi-nales de los años 80 Mari Loli contrajo la enfermedad de lupus y en 2001 fibrosis pulmonar. Estas enferme-dades acabaron con su vida el 20 de abril de 2009, 11 días antes de cumplir los 60 años de edad.

ABAJOEl Papa Juan Pablo II, San Karol Wojtyla, con Mari Loli Mazón González de Lafleur y su familia, el 23 de julio de 1988.

IZQUIERDA y ARRIBAMari Loli Mazón González

El Rosario en Garabandal

El 29 de octubre de 1978, dos semanas después de su elección a la Sede de Pedro, el Santo Papa Juan Pablo II se expresó así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Ple-garia maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad».“El Rosario.... En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la ora-ción de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Me-diante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor” (Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, San Juan Pablo II, 16.X.2002).Conchita dijo que el Rosario era una parte muy importante del Mensaje que la Virgen dió en San Sebastián de Garabandal.

la oración más frecuente

de las niñas

durante los éxtasis

Todos los Papas hablan maravillas del Rosario. San Pio X escribió en su testamento: “El Rosario es la oración más hermosa y la más llena de gracias”. El Papa Pio XII, en una carta del 31 de Agosto de 1946 al Obispo de Manila, escribió que el Rosario es: “El breviario de todo el Evangelio”. Tanto el Santo Papa Juan XXIII, como Pablo VI lo rezaban cada día.

La Virgen María se apareció en Garabandal en cuya Iglesia se rezaba el Rosario todos los días y el pueblo asistía masivamente a él. Nuestra Señora enseñó a las niñas a rezar bien el Rosario y al princi-pio iba Ella delante rezándolo todo, para enseñarlas a rezarlo bien. Después, solamente rezaba la parte que le correspondía.

El Rosario contiene las oraciones más bellas, el Pa-dre Nuestro, la oración que Jesús nos enseñó para orar a Dios nuestro Padre; el Ave María, según el saludo del Arcángel San Gabriel y el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios que hizo a María ben-dita entre todas las mujeres; es una perfecta ala-banza a la Santísima Trinidad a quien se glorifica; es una meditación de los Misterios de la Vida de Jesús, nuestro Creador y Redentor.

La Virgen lo rezaba con una voz dulcísima y una especial unción. Cuando llegaba el Gloria, la Virgen, según relato de las videntes, inclinaba la cabeza con extraordinaria reverencia.

por Rafaél Jardónwww.virgendegarabandal.net

20 EL CIELO A GARABANDAL

El Rosario en Garabandal

la oración más frecuente

de las niñas

durante los éxtasis

La dulce vozde María

Don Benjamín Gómez, vecino de Pesués, Cantabria, pueblo cerca-no a Garabandal, fue testigo de numerosos éxtasis de las niñas y del milagro de la Comunión que relataremos en nuestro próximo número.

Estando en Burgos para hacer una declaración sobre la Comu-nión visible de Conchita, oyó la voz de la Virgen rezando.

Lo cuenta así: “Esto que voy a decir lo he dicho personalmente, pero es la primera vez que en magnetofón lo pongo. A base de estas cosas tuve que ir en una ocasión a Burgos a hacer una declaración sobre esto. Cuando terminé de hacer la declaración, o sea, en mi interior pensé y dije: Ya no digo mas.

En ese momento, una voz de una mujer, piénsese bien esto, una voz de una Mujer que lo divino no tiene nada que ver con la tierra, con una dulzura, rezando el Padre Nuestro. Entonces reza el Padre Nuestro de esta manera: Padre nuestro que estás en los Cielos, santifiCado sea tu nombre. Entonces, un señor que estaba sentado, que le tengo de testigo si hace falta, se levanta con una ilusión, echa manos a la cabeza y dice: ¡Dios mío!, pero ¿qué es esto?, ¿qué es esto, Dios mío?.

La Virgen siguió hablando, yo creo que no rezando pero yo me quedé mirando la actitud del Padre y hablo las cosas claras que era un Sacerdote y Ella siguió hablando cuatro o seis palabras mas. Lo que dijo no lo pude saber.

Siempre deja algo para sufrir que es mas bonito que hubiera callado él hasta que hubiera terminado la Virgen de hablar, pero no pudo evitarlo. Sufrió tal clase de emo-ción que no pudo evitarlo y yo me quedé mirando la actitud de él ya que yo estaba muy sereno en aquel momento.

Por eso digo que hay una Mujer en lo alto que estuvo en Gara-bandal y estaba allí mismo en ese momento.

Las niñas de Garabandal decian que tenia una voz que no se pa-recía a ninguna mujer de la tierra, porque todo era dulzura, y por esto yo les dije a las niñas en mas de una ocasión: vosotras habeis visto a la Virgen, os lo digo yo que la habeis visto, porque su voz era como la niñas decian.

En esto tienen toda la razón porque es una voz divina que no tiene comparación humana. Lo humano con lo divino no tiene absolutamente nada que ver lo uno con lo otro.”

Como rezabanlas niñas

Cuenta Benjamín de cómo reza-ban el Rosario las niñas: “No me explico yo, cuatro niñas rezando a la vez un Rosario que por mucho que queramos hacer nosotros tampoco sale como rezaban las niñas. ¿Quién las enseñó a rezar así?. Ellas decian que la Virgen y la Virgen sería. Rosario para llevar las cuentas no llevaban, y pense-mos en esto otro: ellas siempre esperaban a que terminase de re-zar el último que iba, aun cuando sabemos que ellas en éxtasis no oian ni veian nada de fuera y sin

embargo alguien las guiaba para saber cuando terminaba de rezar el ultimo y seguir ellas.

En una ocasión iban las cuatro rezando el Rosario por los cami-nos del Pueblo y me ponía a una parte y parecía que era aquella la que rezaba. Me ponía al otro lado y era la otra y resulta que las cuatro pronunciaban las mismas palabras y no se oye mas que una voz. ¿Por qué no se oyen todas y se equivoca alguna en algo?.

ARRIBAEl P. José Ramón García de la Riva, párroco de Barro, Asturias, y Benjamín Gómez, delante de la casa de Conchita.

ABAJOBenjamín Gómez delante del huerto de la casa de Conchita.

EL CIELO A GARABANDAL 21

Pues todas ellas rezaban, pero la voz es solamente una”.

La Virgen, personalmente, enseñó a las niñas a rezar. Escribe Conchita en su diario que ya el primer día que la vieron “Rezamos el rosario viéndola a Ella. Ella rezaba con nosotras para enseñarnos a re-zarlo bien”. Y el 18 de Agosto de 1961: “Lo primero que nos dijo fue que recemos el Rosario y nosotras, como nunca le habíamos rezado delante, nos dijo Ella: Yo voY a rezarlo delante Y vosotras me seguís.

Ella rezando muy lento. Ella decía “santa maria” y nosotras decíamos “Santa María”, rezábamos así. Cuando nos tocaba “Dios te Salve María”, pues igual que se reza el Rosario, pero todo muy despacio, y la Salve nos mandó cantarla y nosotras la cantamos”.

El Rosario duraba entre tres cuartos de hora a más de una hora, según fuese rezado o cantado; nun-ca había prisa de terminar. Por la forma de rezarlo las niñas, parecía como del Cielo porque estaba allí Nuestra Señora.

Don Valentín Marichalar, el párroco, nos dice que un sacerdote, al oir el Rosario dijo: “No necesito otra prueba. En ningún Seminario o Institución religiosa nunca he visto ni oido un Rosario como el que se reza aquí con las niñas en éxtasis”. Es un testimonio unánime de todos los que asistieron a los éxtasis.

Cuando el médico pediatra, doctor don Celestino Ortiz, hacía sus primeras subidas a Garabandal, quedó gratamente sorprendido ante la actitud con que aquellos hombres rústicos rezaban el Rosario por las calles acompañando a las niñas, todos con la cabeza respetuosamente descubierta. Habló de ello con uno, y recogió este desahogo:

—Nosotros, los que cuidamos del ganado por el monte, bajamos al pueblo los sábados, para rezar el Rosario con las niñas; arreglamos los ganados más pronto que otros días. Y es que rosarios como éstos no se pueden perder; valen por mil de los que antes rezábamos en la iglesia.

—¿No será un poco exagerado?.

—No, doctor, no. En la iglesia, muchas veces, esta-mos distraídos; pero aquí rezamos y vamos pensan-do.

Debemos pensar lo que rezamos; rezar es hablar con Dios y la Virgen. Cuando decimos el Padre nues-tro o el Ave María estaDecmos hablando con Dios y la Virgen y hay que decirlo como cuando hablamos

con una persona a quien amamos mucho, despacio y con corazón.

Declara Simón, el padre de Jacinta:

“Cuando más me emocioné fue la noche de la En-carnación, porque yo pensaba: Esto, si es cosa de Dios, el día de la Encarnación tiene que haber algo especial.

Llegó el día 24 de marzo de 1962. A las doce de la noche cayó Jacinta en éxtasis en casa, salió a la calle y nosotros con ella. Fue al portal de la Igle-sia, estuvo un poco alli y se fue a casa de Ceferino adonde había poca gente. Era ya cerca de la una cuando cae Loli en éxtasis también. Salieron a la calle las dos y salíamos con ella y, al salir a la calle, pasaba Conchita en éxtasis con su familia y se jun-taron allí las tres.

Van al portal de la iglesia y comienzan a rezar el Rosario. Empezaron a cantar los misterios, lo que no habían hecho nunca. ¡Unas voces angélicas!. Y lo que más me emocionó es cuando dijeron: Dice la Virgen que canten todos en voz alta.

Yo cantaba con una emoción grandísima. Todo el que pudo salir de la cama, salió. Cuando se terminó el Rosario, todo el pueblo estaba allí. Anduvieron varias veces por las calles, un Rosario cantado es largo. Todo el pueblo estaba emocionadísimo.

Después de rezar el rosario yo dije para mi:

—Mira, para la Encarnación deberían cantar unos cantares.

Es como si adivinasen mis pensamientos, porque se pusieron a cantar cánticos muy bonitos y cuando cantaban los del Ave María, noso-tros también cantábamos: ¡Ave, Ave!, ¡Ave María!”.

Sobre ese mismo día escribe Maxi-mina en una carta:

“Pero lo más grande fue el domingo, día

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IZQUIERDAEl Cementerio de San Sebastián de Garabandal. En tiempo de las apariciones, la tumbas eran sencillas sepulturas en tierra. Al fondo se ve la puerta de hierro donde las niñas, en éxtasis, rezaron con tanta frecuencia.

de la Encarnación.

Empezaron a las nueve y media de la noche y ter-minaron a las doce. Empezaron el Rosario cantado; luego dijeron que decía la Virgen que cantara toda la gente. Mire, cantábamos todos con una emoción bárbara; no se lo pueden figurar.

Fuimos cantando al cementerio; allí, de rodillas, rezaron un misterio; era a la puerta, cuando en esto Conchita que estira un brazo, con el crucifijo en la mano, a través de las rejas de la puerta, y parecía que le estaba dando a besar. Conmovía. Hasta a los corazones más duros.

Luego volvimos otra vez por el pueblo, cantando hasta terminar. Se cantó la Salve, el “Cantemos al Amor de los amores”, y luego otros cantares que discurrían ellas estando en éxtasis; y decían ellas:

—¡Ay, qué contenta está la Virgen, porque hay mu-cha gente!; ¡Cómo sonríe y cómo nos mira a todos!”.

Rosario cantado a la vezen los Pinos y en e l pueblo

El 28 de Julio de 1962 las cuatro niñas videntes can-taron el Rosario. Lo extraordinario fue que dos de las niñas estaban en los Pinos y las otras dos en el pueblo; pero ellas lo cantaban a la vez, como cuan-do estaban juntas, y aquel rezo simultáneo que se oía a la vez en lo alto, en los Pinos, y en el pueblo, fue una escena maravillosa.

El 7 de Octubre de 1961, fiesta de la Virgen del Rosario, también rezaron un Rosario maravilloso y cantaron cánticos que ellas mismas componían y la Virgen las ayudaba. El mismo dia del año siguiente, 1962, Conchita anduvo por el pueblo una hora can-tando el Rosario de un modo precioso. Decía Anice-

ta, su madre que su hija, en estado normal, cantaba mal, pero en éxtasis se transformaba y lo hacía de maravilla.

Un suceso singular tuvo lugar a primeros de no-viembre de 1962. En ese mes, no podía faltar la atención de las niñas a favor de los difuntos. De aquí, sus visitas en éxtasis al Cementerio.

Escribe Maximina en una carta a los señores Ortiz (6-XI-62):

“Ahora es, muchos días, el Rosario cantado por el pueblo. Conchita va mucho al cementerio, y el otro día fueron ella y María Dolores. Andaban cantando el Rosario; ahora nos mandan que cantemos todos, y fuimos con ellas al cementerio; allí dejaron de cantar y rezaron con muchísima devoción; nunca entran dentro, pero ese día abrió Conchita la puerta y entramos. ¡Ay!, ¡no saben el respeto tan grandísi-mo que nos dió a todos!.

Lo primero fueron donde está el padre de Conchita; se arrodillaron con una devoción terrible, posaban la cruz en el suelo; en las sepulturas; en aquel entonces las sepulturas eran en tierra; y luego se la daban a besar a la Virgen; lo mismo que hacía una, hacía la otra.

Después fueron a la tumba de mi marido; también se arrodillaron, yo lo pasé muy mal; de allí vinie-ron a mí y me dan a besar el crucifijo mucho rato. Después van donde otra tumba y después, donde mi madre. Ustedes ya saben cómo llevan en éxtasis las cabezas sin ver nada, ¡y cómo acertaban con las sepulturas!.

Yo lo que digo es que mi marido, dos años que es-tuvo conmigo, para mí fue buenísimo. Y mi madre, en este mundo, sufrió muchísimo. Era devotísima de la Virgen; yo casi siempre la vi con el hábito de los Dolores.”

EL CIELO A GARABANDAL 23

Lo que sucedía en aquel cementerio nos recuerda nuestro destino, que es Dios, en el Cielo. La Santísi-ma Virgen nos recuerda que los cuerpos de los que murieron también serán un dia glorificados como nos dice el dogma de la Resurrección de los muertos y que los que están en la otra vida nos quieren de un modo especial, mucho más que cuando estaban aqui; nos ven con la luz de Dios y cuidan de los que estamos de paso aquí en esta vida. También las Almas del Purgatorio, en su camino hacia el Cielo, piden por nosotros y desean fervientemente que oremos por ellas.

En Garabandal, era una bendición este recuerdo diario que se tenía de las Almas del Purgatorio; al atardecer, todos los dias, salía una mujer del pue-blo tocando una campanilla por las calles para que todos rezasen por las Almas del Purgatorio.

Sobre esto nos dice Miguel, el hermano de Jacinta:

“Una noche iba con Jacinta y Loli, que tenían cos-tumbre de ir al cementerio. Iba con tanto miedo que las dejé solas. Se marcharon para el cementerio. Me quedé viendo por donde iban. Yo tenía un año más que ellas y no me atrevía a ir. Entonces llegaron ellas solas; luego vino más gente y entonces fuimos allá con ellas.

Ellas no tenían miedo de ir al cementerio, no, nada. Allí metían la mano por la verja de la puerta, que es de hierro. Entre las barras de hierro, metían el brazo entero, con el Crucifijo en la mano, y lo daban a besar a unas cuarenta o cien personas, para arriba, para abajo, como si tuviesen alturas diferentes, da-ban a besar el Crucifijo a un gran número de perso-nas difuntas”.

Muchas veces las niñas, en éxtasis, tenían costum-bre de ir a llevar el Crucifijo a las personas enfer-mas y ancianos. Algunas veces a uno que era muy anciano o que estaba ya por morir o muy enfermo, iban allá por la noche y rezaban dos o tres Rosarios con él.

De esto mismo nos dice Don Juan Álvarez Seco:

“Yo he rezado el Santo Rosario con las videntes y con la Virgen, al igual que otras personas que tam-bién seguían a Conchita; en uno de los misterios se dirigía al Cementerio, por un camino lleno de agua y cieno.

¡Qué Rosario más bien rezado por las videntes, y

con cuánta devoción lo hacíamos los que las acom-pañábamos!.

Al llegar al Cementerio, Conchita introduce la mano con el Crucifijo por entre las rejas, y lo da a besar al parecer, a los muertos, señalando unos más alto que otros, y como si estuvieran colocados en varios coros.

Cuando había terminado y después de andar unos cincuenta metros hacia el pueblo, se vuelve Conchi-ta al Cementerio, introduce la mano por entre las rejas como si al principio alguno no quisiera besar el crucifijo, o como si algún otro difunto se hubiera retrasado en besarlo”.

En Garabandal se rezaba el Rosario todos los dias en la Iglesia.

Dice Miguel, el hermano de Conchita:

“Cuando era joven y trabajaba en el campo, la cam-pana de la Iglesia del pueblo tocaba al mediodía. Todos parábamos de trabajar, incluso los que esta-ban con el ganado, y rezábamos el Angelus. Des-pués, a la tarde, todos, hombres, mujeres, niños, todos volvían a sus casas para luego ir a rezar el Rosario en la Iglesia. Y esto sucedía cada dia”.

Un Rosar io sobre la nieveUna noche Conchita tenía ya dos llamadas, por lo que la entrada en trance de la niña podía esperarse de un momento a otro. Aniceta nunca la dejaba sola en tales circunstancias, y menos de noche; pero en aquella ocasión se le arreglaba muy mal el quedarse ella misma pendiente de Conchita; rogó entonces a Aniceto (Cetuco) que, en vez de ir a acostarse, se quedara al lado de su hermana.

Hacia las dos y media de la madrugada, Conchita cayó en éxtasis y salió de casa. Cetuco tomó una linterna y la siguió. Era una noche de invierno, blan-ca por la nieve y rigurosamente fría. Como volando por encima de toda aquella blancura, Conchita hizo presurosa el difícil camino de los Pinos. A Cetuco se le quitó el frío con su esfuerzo por seguirla.

Un rato más tarde, Aniceta, bien abrigada, se echó igualmente a la calle para reunirse con sus hijos. Era impresionante el frío; pero más aún, el silencio de todo y el apagado resplandor de la nieve. Cuan-do, al fin jadeante, llegó a los Pinos, Aniceta quedó como muda ante la escena que veían sus ojos: allí

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estaban, sobre la nieve, sus dos hijos, de rodillas y rezando. Conchita absorta en su Visión dirigía el Ro-sario; Cetuco, con toda devoción iba respondiendo.

Al cabo de un rato, Conchita se levantó; entonces la madre se adelantó a bajar, para prepararle de algún modo el camino, apartando la nieve en los pasos más difíciles. Fue una precaución inútil, pues la niña, ¡de rodillas y de espaldas!, se deslizaba hacia abajo sobre aquella capa blanca, como siguiendo una trayectoria que invisiblemente se le trazase.

Tan extraordinaria marcha extática fue a terminar detrás de la casa materna, en la calle o callejuela que meses más tarde había de ser escenario del “milagro de la comunión visible”.

Recuerda Piedad, una vecina del pueblo:

“Otra noche, tronaba muchísimo. También nevaba. Me asomo a la ventana a ver lo que pasaba y veo venir por allá a Aniceta con Conchita en éxtasis. Granizaba; Conchita andaba así: los brazos extendi-dos y la cabeza para arriba y llevaba una Cruz en la mano.

Le daban los granizos en la cara. Yo lloraba al ver a la cría. Entonces yo cogí una manta, me echo la manta encima y bajé; era como a eso de las once o las doce de la noche. No había nadie más que su madre con ella.

Fuimos hasta la Iglesia, por donde vive Pepe; fui-mos al cuadro. Una granizada terrible, y venga los granizos dándole a ella. Yo me extremecía, y Con-chita nada, natural. Después se metió en casa y su madre me invitó a entrar. Le dije:

—¡Ay!, ya me voy; es que me dió muchísima lástima de tí, Aniceta.

Y me vine para casa”.

Mari Loli, una de las videntes, dijo:

“La Virgen me hace reconocer también cuándo una persona necesita que se rece por ella.

Una vez me dijo de una persona que no rezaba el Rosario, y la persona ésa me mandó que le dedicase una estampa. Yo en ella le puse que tenía que rezar el Rosario, y ella entonces se echó a llorar y me dijo:

—¿Quién te ha dicho que yo no rezo el Rosario?.

Luego me ha escrito y me ha dicho que desde aquel día ya no ha dejado de rezarlo”.

María, Madre nuestraEl dia 1 de Agosto de 1961, a las doce, hora del Angelus, se oyó muy claramente a las niñas rezar el Avemaría con una preciosa añadidura:

—Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, ruega por nosotros ...

A la Virgen le agradaba muchísimo que lo rezasen así pero pidió que no rezasen habitualmente así el “Santa María” hasta que fuese aprobado por la Iglesia.

Decía Mari Cruz, a la Virgen:

—Mira, la gente no cree. Sólo cree que estamos lo-cas o tontas. ¡Anda!, ¡haz un milagrín!, aunque sea muy chicu, para que crean. Desprende ahora tres estrellas.

En aquel mismo momen-to, tres estrellas fugaces cruzaron el firmamento. Todos los presentes las pudieron observar.

Decía Conchita de la Santísima Virgen:

“Nos besaba casi todos los días, y salía de Ella. Eran besos de despedida en ambas mejillas. Alguna vez le pedí que me dejara besarla, y otras veces la he besado sin pedírselo”.

“La Virgen, muchas veces, nonos miraba precisamente a nosotras, sino más lejos, a lagente que había detrás.

Cambiaba a veces de semblante; pero sin dejarde sonreír.

Yo le preguntaba:

—¿A quiénmiras?.

Ella me decía:

—miro a mis hijos”.

26 EL CIELO A GARABANDAL

San

Pio

de

Piet

relc

ina

La especial devoción aSan MiguelArcángel

por Vincenzo Comodo

Exposición de la muestra fotográfica www.padrepioesanmichelearcangelo.org

Parte III Siempre en compañía del Arcángel

La devoción de Padre Pio por San Miguel Arcángel era especial. Lo era porque cada día beneficiaba de su preciosísima presencia; porque recibía su ayuda y su consuelo, en el curso de su atribuladísimo apostolado; porque recibía su indispensable asistencia, en la lucha contra el demonio. Lo era también porque el Príncipe de las Milicias Celestiales lo guió a través de aquellas vías misteriosas a cuyo acce-so únicamente son admitidos los místicos. Es verdad, por tanto, que la devoción de Padre Pío por San Miguel era una devoción verdaderamente especial.

En toda simplicidad, es lo que puedo afirmar viendo los diversos signos de esta devoción presentes en la Casa de Alivio del Sufrimiento y en la Iglesia de Santa María de las Gracias, en San Giovanni Roton-do, que Padre Pío dejó por su expresa voluntad. Más precisamente pienso en el mosaico colocado sobre la torrecilla del hospital, pienso en el altar dedicado a San Miguel en la Iglesia donde celebró su última misa. Y desplazándonos una treintena de kilómetros en la espuela de Italia, pienso en la visita hecha al Comandante de las Huestes Divinas en la Celeste Basílica de Sant´Angelo. Pero pienso también —¡y cómo no podría!— a las vivísimas exhortaciones que dirigía a sus hijos espirituales y a tantísimos pe-regrinos que llegaban hasta él, para confiarse a su obra de intercesión ante Dios. No perdía ocasión de decir: “Id a saludar a San Miguel”. Y—continuando—pienso, además, a tantas penitencias que ponía en honor del Arcángel, como complemento al sacramento de la confesión. Entre estas, también la de ir en peregrinación al Santuario Angélico.

En Padre Pío ardía el amor por San Miguel. Un amor del cual no todos saben y del cual se debería saber más. Un amor que Padre Pío me transmitió a mi y a muchísimos otros.

Giovanni SienaEscritor e hijo espiritual de Padre Pío

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Parte III Siempre en compañía del Arcángel

En los números precedentes, hemos hablado ya del amor que sentía Padre Pío respec-

to a su Ángel de la Guarda.

También hemos visto como exhortaba vivamente a sus hijos espirituales y devotos a dirigirse, cada día, a esta creatura celestial a la cual Dios nos ha confiado. Esto por que —subrayaba el santo ca-puchino— el Ángel de la Guarda no nos abandona nunca, incluso en los momento de tentación. Debemos aprender a hablarle, implicarle cada vez más, y entablar con él una relación de intimidad espiritual.

Cuántas veces Padre Pío nos ha ofrecido ejemplos de la relación “hablada” que mantenía con su Ángel de la Guarda, al que llamaba cariñosamente Angiolino (angelito).

Como ejemplo de esto, propo-nemos la lectura de una carta que Padre Pío envió a su padre espiri-tual, Agostino, en la que describe un diálogo mantenido con su Angiolino, tras haber sido fuerte-mente sacudido por el demonio.

«Pietrelcina, 5 noviembre 1912.

Queridísimo papá (ndt, no padre),

también esta segunda carta vuestra, con el permiso de Dios, ha sufrido la mismo suerte que la precedente. Estoy seguro que a este punto, el padre Evangelista os habrá informado de la nue-va fase de esa guerra que me han declarado esos apostátas impuros. Ésos, padre mio, no pudiendo vencer mi constancia en informaros de sus ensidias, se han agarrado a ese otro punto: quieren atraparme en sus redes

privándome de vuestros conse-jos, de lo que me habéis sugerido por medio de vuestras cartas, que son mi único consuelo; y yo, por gloria de Dios y para que ellos sean confundidos, lo soportaré.

¿No os conté ya que Jesús quie-re que yo sufra sin ningún con-suelo? ¿No me ha pedido ya, él, y no me ha elegido ya como una de sus víctimas? Y el dulcísimo Jesús, lamentablemente, me ha hecho comprender todo el sig-nificado de “victima”. Hace falta, querido papá, llegar al consum-matum est y al in manus tuas.

No os digo, luego, de qué manera me van golpeando esos desgra-ciados. A veces, me siento morir a menudo. El sábado pasado pen-sé que querían realmente acabar conmigo, ya no sabía a qué otro santo dirigirme; me dirigo en-tonces a mi ángel y, después de haberse hecho esperar un rato, le veo por fin aletear a mi alrededor y con su voz angélica cantaba himnos a la divina majestad. Ocurrió una de esas escenas ha-bituales: le regañé con aspereza por haberse hecho esperar tanto, mientras yo no había cesado de invocarle para que me ayudara; y para castigarle no quería mirarle en el rostro, quería alejarme, que-ría evitarle; pero él, pobrecillo, me alcanza casi llorando, me agarra hasta que, levantando la vista, le miro en el rostro y vi cuanto lo sentía. Y dijo... “Estoy siempre cerca di ti, mi querido joven, yo estoy siempre a tu alrededor con ese cariño que fomentó tu reco-nocimiento hacia el Amado de tu corazón; y este afecto que siento por ti no se apagará con tu vida.

Sé que tu corazón generoso late siempre por nuestro Amado co-mún; sé que atraviesarías todos los montes, todos los desiertos para buscarle, para volverle a ver, para volverle a abrazar en esos momentos extremos y pedirle que rompa pronto esa cadena que te mantiene unido al cuerpo... que no sufre tanto ya lejos de Él, que te lleve con Él. Decirle que aqui, separado de Él, recoges más tris-tezas que alegrías. Tú quisieras tanto que Él te hiciera ese rega-lo, pero no te canses... todavía tendrás que esperar. Él por ahora no puede darte nada mejor que el brilllo de una estrella, el perfume de una flor, el sonido de un arpa, las caricias del viento. Tú no de-jarás, sin embargo, de pedírselo continuamente, porque su mayor gozo es el de tenerte con Él. Y aunque, por el momento, Él no puede satisfacer ese deseo, por que la Providencia quiere que te quedes en el exilio todavía más, Él, al final, te complacerá, por lo menos, parcialmente”.

¡Pobre Angiolino! Es demasiado bueno. ¿Logrará que yo aprenda el serio deber de la gratitud?

Termino, papá mio, ya no puedo más. ¿Quien sabe dónde nos volveremos a encontrar?

Bendecidme solemnemente y no olvidéis a vuestro discípulo

fra Pio»

(cf. Padre Pio da Pietrelcina, Epistolario, I, Ediciones Padre Pio da Pietrelcina, San Giovanni Ro-tondo [Fg], 2002, pp. 311-312)

28 EL CIELO A GARABANDAL

En una carta que Padre Pío escribió a Raffaelina Cerase el 20 de abril de 1915, el Santo exalta el amor de Dios que ha donato al hombre un regalo tan gran-de como el Ángel de la Guarda:

«Oh Raffaelina, ¡qué consuelo saberse siempre bajo la protección de un espíritu celestial, que no nos abandona siquiera (cosa admirable) cuando disgustamos a Dios! ¡Qué dulce es para el alma creyente esta gran verdad! ¿A quien puede, por tanto, temer el alma devota que se esfuerza en amar a Jesús, si tiene siempre consigo tan insig-ne guerrero? ¿O es que él no fue uno de aquellos muchos que, junto al arcángel San Miguel allá en el cielo defendieron el honor de Dios contra satanás y todos los demás espíritus rebelde y, finalmente, les derrotaron y relegaron al infierno?

Pues bien, sabed que él es todavía poderoso contra satanás y sus satélites, su caridad no ha mengua-do, ni jamás podrá hacer otra cosa que defender-nos. Cultivad la hermosa costumbre de pensar siempre en él. Que cerca de nosotros hay un espí-ritu celestial que, desde la cuna hasta la tumba no nos deja ni un instante, nos guía, nos protege como un amigo, un hermano, eso debe siempre consolar-nos, especialmente en las horas más tristes.

Sabed, oh Raffaelina, que este buen ángel reza por vosotros: ofrece a Dios todas las buenas obras que haceis, vuestros deseos santos y puros. En las ho-ras en las que os sentís sola y abandonada, no os quejéis de no tener un alma amiga a la que podeis dirigiros y confiar vuestros dolores: por caridad, no olvidéis este compañero invisible, siempre presente para escucharos, siempre dispuesto a consolaros.

¡Oh, deliciosa intimidad, oh bendita compañía! ¡Oh, si todos los hombres supieran comprender y apre-ciar este grandísimo don que Dios, en un exceso de amor hacia el hombre, nos hizo dándonos este espíritu celestial!

Acordaos a menudo de su presencia: hay que mirarle con el ojo del alma; agradecedle, rezadle. Él es tan delicado, tan sensible; respetadle. Temed siempre de ofender la pureza de su mirada. Invocad a menudo a este buen ángel, repetid siempre la bella oración: «Ángel de Dios, custodio mío, que fui

confiado a ti por la bondad del Padre celestial, ilumí-name, guárdame, y guíame, ahora y siempre». (Ep. II, p. 403-404).

La relación de Padre Pío con su Ángel de la Guarda estaba tan llena de confianza que, en otra de sus cartas, leemos un episodio en el que el fraile vuelve a quejarse con él de su estado:

«Me quejé con el Angiolino, y éste, después de ha-berme regañado, añadió: “Agradece a Jesús que te trata como elegido para que le sigas de cerca por el camino del Calvario; alma confiada a mí por Jesús, yo puedo ver esa conducta de Jesús hacia tí. ¿O crees que yo estaría tan contento si no te viera tan abatido? Yo que en santa caridad deseo mucho tu bien, gozo siempre más viendote así. Jesús permite esos ataques del demonio porque su piedad te hace querido para Él y quiere que te parezcas a Él en las angustias del desierto, del huerto y de la cruz.

Defiéndete, aleja siempre y desprecia las insinua-ciones malvadas y, cuando tus fuerzas no alcancen, no te aflijas, querido de mi corazón, que yo estoy siempre cerca de ti”» (Ep. 1, p. 330-331)

Un último hecho, muy conocido, nos revela una vez más la relación extraordinaria que tenía Padre Pío con los Santos Ángeles. Un día, mientras Padre Pío estaba sentado en el mirador situado cerca de su habitación, padre Alessio Parente se le acercó, apro-vechando que estaba solo, para pedirle consejo sobre como responder a una carta.

Padre Pío, sin embargo, sin medias tintas, le pidió que le dejara en paz:

—…¿no ves que estoy siempre ocupado?

Padre Alessio, perplejo, pensó en su interior: “pero qué hará, mueve la corona del rosario y dice que está ocupado...!”. En cuanto acabó de formular esa murmuración mental, Padre Pío respondió brus-camente:

—¿No has visto todos estos Ángeles de la Guarda de mis hijos espirituales que van y vienen y no me han dejado en paz ni un momento?”.

Aprendamos de Padre Pío y confiémonos plena-mente a nuestro Ángel. Invoquemos a San Miguel, como hacía siempre, devotamente, el Santo fraile de Pietrelcina. Como él, vivamos siempre en su Celeste compañía.

EL CIELO A GARABANDAL 29

San Miguel visita alos enfermos Como última demostración de cuanto

fuera intensa la devoción a San Miguel, Padre Pío hizo poner una imagen suya en la torre de la Casa Alivio del Sufrimiento, situada a espaldas de la estatua de San Francisco de Asís, colocada en el techo del hospital, y bien visible desde la plaza de la Iglesia de Santa María de las Gra-cias. Un mosaico realizado por un artista suizo, Aurelio Gonzalo, representa al muy noble Príncipe de las Jerarquías Angélicas aplastando a Satanás, la antigua serpiente. Debajo se puede leer en latín “San Mi-guel visita a los enfermos”.

Es evidente que Padre Pío confió al Arcángel, Secretario de Dios y miembro de la Corte Celestial, el cuidado de los pacientes ingresados en su “catedral de la caridad”. Además, no se limi-tó a pedir sólo la curación corporal, sino también la spiritual. Padre Pio, en efecto, quería que se curasen los cuerpos para llegar a las almas, haciendo de su hospital un templo de oración y de ciencia. No es casualidad que el corazón de todo el complejo hospitalario sea la capilla, colocada exactamente en el centro del edificio, para ser “el centro espiritual que irradia su fuerza sobre los demás departamentos”. Y es fácil deducir que le confió también a los médicos y al personal sanitario, exhortándoles a ver a Cristo en el enfermo, tal como San Miguel lo ve y cura, sosteniéndole en el sufrimiento e implorando las gracias a Dios Omnipotente.

La oración de León XIII

Antes de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, al final de la Santa Misa se recitaba una oración a la Virgen y a San Miguel. A pesar de las nuevas nor-mas, el Padre Pío pidió a las autoridades eclesiásticas continuar recitándola. Tal petición fue acogida.

De esta oración, Juan Pablo II llegó a decir: “Aunque hoy esta oración ya no se recita al final de la celebración euca-rística, invito a todos a no olvidarla, más bien a recitarla, para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo”.

La oración fue escrita por León XIII, el cual, después de haber tenido la visión de unos espíritus infernales que se concentraban en Roma, fue corriendo a su despacho, la compuso e inmedia-tamente ordenó que se enviara a todos los obispos del mundo y se recitara después de la misa. El Padre Pío la recitó siempre. “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíri-tus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas”.

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San Miguel,Arcángel turiferario

Se sabe del perfume, mejor, de los perfumes que salían del Padre Pío. De violetas, azucenas, menta, rosa, jazmín y de otras flores. O también de incienso, vino y pan fresco. Se olían al pasar. En el coro, pasillos, sacristía y celda. Pero se ad-vertían también desde lejos, en los lugares más alejados del globo. Incluso hoy. Indi-can su presencia espiritual. La garantía de su vigilancia sobre nuestra vida y nuestras necesidades, el estímulo a tener confianza en la Providencia de Dios, la acogida de una oración y la concesión de una gracia.

Al preguntarle Giovanni Siena, escritor e hijo espiritual, de dónde tomaba sus perfumes, Padre Pío respondió rápidamente: “De San Miguel”.

No es casualidad el haber querido ver en el Arcángel el turiferario de las visiones del profeta Isaías y de San Juan evangelista en el Apocalipsis. En el rito de la misa anterior a la Reforma del Concilio Vaticano II, durante la bendición del incienso, el sacerdote pronunciaba esta fórmula: “Por intercesión del Beato Miguel Arcángel, que está a la derecha del altar del incienso y de todos sus elegidos, el Señor se digne bendecir este incienso, y aceptarlo en suave olor”.

Ante la abundancia de los perfumes que emanaba el Padre Pío, es evidente no sólo su santidad, sino sobre todo su relación privilegiada con San Miguel Arcángel.

El beato tránsito

En la primera quincena de sep-tiembre de 1968 el señor J. Kelly llegó con un amigo de los Estados Unidos a San Giovanni Rotondo. El día veintiuno, Pa-dre Pío, enfermo, no ofició la Santa Misa que celebró, sin embargo, el día siguiente. Aquel día había muchos peregrinos ya que se celebraba el Convenio de los Gru-pos de oración, en ocasión del 50º aniver-sario de la estigmatización del Padre. Fue su última Misa. Al final de la celebración, sufrió también una especie de colapso. El señor Kelly dejó la iglesia profundamente impresionado.

La mañana siguiente se levantó a las tres para llegar puntual a la Misa del Padre, que habría debido comenzar a

las cinco. Llegó hasta la fachada de la iglesia donde, en el exterior, la muchedumbre esperaba pacientemente desde hace tres horas, hasta que uno de los frailes salió a decir que Padre Pío había muerto.

Entonces el señor Kelly entendió lo que había visto esa mañana. Recién levantado, había observado ánge-les en el cielo y corrió hacia su amigo para enseñárselos. Este también los había visto: un ángel majestuoso sobre el hospital y otro sobre la iglesia rodeado por miríadas de ángeles. Desaparecieron al amanecer.

Es muy probable que se tratara de San Rafael, el Arcángel médico y de San Miguel, Príncipe de los Ángeles y compañero inseparable de Padre Pío.

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Santos que rezan a Santos

Entre los testimonios de fe más res-plandecientes de nuestro tiempo se encuen-tran los de Juan Pablo II y Madre Teresa de Calcuta. Ambos se dirigieron a San Gio-vanni Rotondo para orar sobre la tumba de Padre Pío. Estas visitas son recordadas en dos cuadros colocados en la cripta donde el santo capuchino ha reposado hasta el 19 de abril de 2010. Pero, ¿qué une a los grandes santos?”. Están unidos en la la lucha con-tra el maligno, en pedir la salvación de las almas y reivindicar el primado de Dios en todo el universo.

En esta lucha continua, el papel realiza-do por el Príncipe de la Milicia Celestial es absolutamente indispensable. Lo afirmó el Papa Wojtyla durante una visita a la Gruta Sagrada el 24 de mayo de 1987: “Esta lucha contra el demonio, que caracteriza la figura del Arcángel Miguel, es actual también hoy, porque el demonio está todavía vivo y operante en el mundo. ... El Arcángel Miguel está al lado de la Iglesia para defenderla contra todas las perversidades del siglo, para ayudar a los creyentes a resistir al demonio que como león rugiente anda buscando a quien devorar”. El Sumo Pontífice resaltaba así la existencia de Satanás, el cual está profundamente turbado ante la idea de la santidad. No sólo por la del Padre Pío, sino también por la de Juan Pablo II y de Madre Teresa de Calcuta, invocados por algunos exorcistas en sus oraciones de liberación. Además de San Miguel Arcángel, obviamente.

Id a saludar a San Miguel

El Padre Pío no perdía ocasión para exhortar a sus hijos espirituales y peregrinos que llegaban a San Giovanni Rotondo a que fueran también al Monte del Santo Ángel para ofrecer sus oracio-nes a San Miguel.

Por otra parte, eran muchas las pe-nitencias que daba durante la confesión en honor del Arcángel. Entre ellas, la de dirigirse en peregrinación a la Gruta Sa-grada. Anhelaba que los fieles fuesen ahí. Y cuando se enteraba de que alguien iba a ir, le pedía que rezara también por él.

A un fiel que dudaba si ir o no, respon-dió: “Sí, sí, hay que ir! A San Miguel hay que ir con los propios pies, de lo contrario habrá que ir con el ataúd sobre las espal-das...”. Con estas palabras quería decir que a todo hombre y mujer, en el día del Juicio Universal, sus pecados serán pesados con la balanza del Príncipe de los Ángeles. Y después de haberlos pesado, Dios Omnipotente dará su veredicto premiando con la vida eterna del paraíso o condenando al horno ardiente del infierno.

Hoy también, el Santo de Pietrelcina hace esta invitación a todos sus devotos para que se acuerden siem-pre de la Grandeza de San Miguel y —para los que no le conocen como debieran— descubran las luces de su pureza, de su potencia para combatir a Satanás, y de su amor por Dios y por las almas.

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Cora

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de C

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Hablar de adoración es como hablar de amor: se puede decir mucho y sin em-bargo no decir lo esencial. Se trata de

lo inefable donde ya no caben palabras sino vida. A la adoración se la vive, como al amor. Y al final como a amar, a adorar se aprende adorando.

Hay dos verdades que se tocan y son estas:

Dios crea al hombre y lo crea libre. Libre de elegir a Dios y reconocerlo como su Creador y también como su Salvador. Y el hombre alcanza la beatitud dándole gloria, alabando y adorando a Dios. Por tanto, la adoración es un acto libre de quien busca la verdadera dicha en Dios, de quien busca el reposo de su alma ante la presencia de su Dios.

La adoración

sed de dios

y sed deL hombre

La adoración eucarística nos permite recuperar el asombro ante este misterio, volver a descubrirlo en la celebración de cada Misa, y penetrar más profundamente en él. Toda la vida espiritual de la Iglesia se nutre de la Eucaristía, en la que reconoce su fuente y su cúlmine. Su fuente en que todo parte de Ella. Sin Eucaristía no hay Iglesia, no hay sacrificio redentor, no hay salvación. Nada hay más alto que Ella, pues su cúlmine es Dios mismo.

P. Justo A. Lofeudo

Misionero de las Capillas deAdoración perpetuadel Santísimo Sacramento

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Adorar a Dios es una nece-sidad intrínseca del hombre. No se puede verdaderamente vivir sin adorar a Dios. En la adoración el hombre descu-bre su verdadera dimensión y descubre que en Dios no exis-ten confines. En la adoración encuentra su reposo, alcanza la paz.

Parafraseando a san Agustín podríamos decir que nuestro corazón no encuentra reposo hasta que no descansa en Dios, hasta que no lo encuentra y lo adora.

“Un abismo llama a otro abismo”, dice el salmista (sal 42). Solamente el infinito y eterno Amor de Dios puede lle-nar el vacío existencial que hay en el hombre cuando no conoce

Adoración como...Necesidad

luego explica que ese alimento “es hacer la voluntad del Padre”.

La sed de Cristo es sed de la salvación de las almas, su hambre es hacer la voluntad del Padre: salvar a toda la huma-nidad. Jesús, en ese momento concreto del relato, tiene sed de la salvación de aquella vida per-dida y a través de ella, de todos los habitantes de Sicar.

Aquel “Dame de beber” bajo el sol del mediodía en el pozo de Jacob, se espeja en otro mediodía, cuando se oscura el sol en el Gólgota: es el “Tengo sed” de la cruz.

Decía que el diálogo co-mienza con el “Dame de beber” pero culmina con la pregunta de la samaritana de dónde adorar a Dios. De la sed del Señor deriva a la sed de la samaritana: dónde adorar a Dios.

La sed del hombre y la sed de Dios se encuentran en la adoración. Se encuentran y se sacian recíprocamente. A santa Margarita María Alacoque le decía el Señor: “Tengo sed, una sed infinita de ser ama-do y adorado en el Santísi-mo Sacramento”.

Sólo el amor infinito de Dios llena el infinito vacío de eternidad, de bondad, de ver-dad, de justicia, de belleza del hombre.

ni se ha encontrado con Dios.

Cuando no está Dios en el horizonte de una vida se vive la angustiosa contradicción entre el haber sido creado con anhelo de eternidad y la realidad de las propias limitaciones, de la fragi-lidad y lo efímero de esta vida.

Todo hombre tiene sed de eternidad, de infinito, de tras-cendencia, aún cuando no sea consciente de ello. Esa sed es en realidad sed de Dios. Como lo expresa el salmista: “Mi alma tiene sed del Dios vivo” (sal 42). Pero —y esta es la Buena Nueva que nos revela el Se-ñor— también Dios tiene sed del hombre, de su salvación.

No es un caso que el diálogo de Jesucristo con la samaritana comience con “Dame de be-ber”. Ciertamente, tendría el Señor sed física pero para Él había otra más importante que apagar.

Por eso tam-bién a los dis-cípulos —que habían regresado y estaban extra-ñados de verlo conversando con una mujer y por añadidura sama-ritana— cuando le dicen que coma, Él respon-de que tiene un alimento para comer que ellos no conocen y

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Nunca debe disociarse el culto, que manifiesta la fe y el amor a Dios, del amor a los hermanos.

Muchas veces se oyen críti-cas sobre la adoración porque dicen que propende a un inti-mismo, a un aislarse del resto y se la antepone a la acción caritativa que busca a Dios en el otro y lleva Dios al otro.

A esa crítica se le responde que este tipo de división, o “esto o lo otro” o “contemplación o acción”, no viene de Dios.

Así como es cierto que hay que advertir que si no hay bondad en el corazón no hay verdadero culto agradable al Señor, también es de rechazar

No es una devociónindividual que aisla la persona

todo intento de división entre dos aspectos fundamentales de la vida en Cristo: la contempla-ción y la acción. Y así lo enseñó el Señor en su vida en la tierra. La simple acción que carezca de su fundamento e impulso contemplativo es efímero acti-vismo humano.

Llevamos al mundo lo que antes hemos recibido de Dios en la adoración. “Contemplata aliis tradere” decía santo Tomás de Aquino (contemplar y llevar de lo contemplado), y la Beata Madre Teresa de Calcuta afir-maba: “Nosotras las Misioneras de la Caridad pasamos prime-ro nuestra Hora Santa ante el Santísimo para luego pasarla con Cristo en el pobre”.

La Adoración lleva a la ac-ción fecunda. No hay que olvi-dar que la misión está encerrada en la Eucaristía y que luego de llamarnos a sí, el Señor nos

envía al mundo.

La adoración es siempre encuentro transformante y de plenificación del corazón.

Adoración es también acción de gracias, Eucaristía, que se prolonga en el tiempo de quien se sabe no sólo creado sino amado por Dios.

La adoración es respuesta al saber que no somos productos del azar, de una ciega evolución sino de un proyecto de amor divino —concretísimo y perso-nal— que nos ha sido revelado en y por Jesucristo.

Adorar es la respuesta consciente del creyente a la presencia de Dios. Adorar es un acto de reconocimiento de la inmensidad, la majestad, la glo-

Adoración como...Respuesta

La acogida de Dios en nuestras vidaslleva necesariamente ala acogida del otro.

De la cercanía a Dios, del encuentro íntimo con Él se reciben las fuerzas que da el Espíritu para ir hacia el otro, hacia quien más necesitado está.

EL CIELO A GARABANDAL 35

Eficacia del Sacramentoen la participación

ria de Dios al mismo tiempo que acto de gratitud a la gratuidad de la vida eterna que nos da en cada Eucaristía. Por que en la Eucaristía el don que Dios hace de sí mismo conlleva la eternidad del donante al comunicante: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día” ( Jn 6:54).

Sin embargo, también esto hay que decirlo, no todo recibir la Eucaristía es entrar en comu-nión con Dios. El sacramento exige participa-ción. La gracia es don que reclama una conquista de quien la recibe, una aceptación, una acogida. Cierto que Dios nos sorprende y puede obrar a pesar de la falta de predisposición de la persona, pero lo más probable es que si la recepción de la Eucaristía no se realiza con la debida disposición y participación, con la conciencia de a Quien se recibe, no habrá verdadero encuentro ni posterior fruto. La fe y el amor exigen que cada encuentro con la Eucaristía sea de adoración.

La adoración a la Eucaristía es la adoración a la presencia real, viva, verdadera, única en tan-to substancial, de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. Por el Hijo accedemos en el Espíritu al Padre y por eso, también, la adoración eucarística es adoración a la Santísima Trinidad.

Nunca se insistirá lo suficiente, especialmente en estos tiempos en los que se ha cosificado a la Eucaristía —y eso por los desarreglos y desvaríos litúrgicos—, que adorar a la Eucaristía es adorar a Dios mismo, no es detenerse ante un símbolo sino contemplar con humilde estupor la Presen-cia Divina que ha descendido hasta ese límite inimaginable a nosotros.

No es posible que se reciba nada menos que a Dios sin que nada en la persona se con-mueva o se comporte como a quien le dan un bizcocho o un caramelo. ¿Cómo puede ser eso posible? Quien así actúa está ausente del acon-tecimiento más importante de su vida. Si está ausente no habrá encuentro porque la comunión es un encuentro personal y para que dos personas se encuentren es obvio que ambas deben estar presente.

Así como no se puede entrar en comunión con Dios sin ser consciente de a Quien se está recibiendo en la Eucaristía —lo cual implica el mayor respeto y adorante recogimiento—, también tal encuentro exige la purificación del corazón, la acogida en un cuerpo que se vuelve Templo de Dios, el deseo de una vida acorde a la Voluntad Divina.

Por eso, la Santísima Virgen en Garabandal después de exhortarnos a adorar al Señor di-ciendo “Hay que visitar al Santísimo fre-cuentemente”, a continuación agregaba: “pero antes hay que procurar ser muy buenos”.

Adorar es el modo sublime de permanecer en el amor del Señor.

“El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí

no podéis hacer nada” (Jn 15,5b).

Por la adoración nuestra vida puede ser fecunda.

L a adoración perpetua, que es adorar al San-tísimo Sacramento

expuesto en una custodia día y noche y todos los días sin interrupción, es la respuesta a Dios con nosotros siempre.

Él ha decidido permanecer con nosotros para siempre en el augusto Sacramento y nosotros respondemos con nuestra permanente adoración.

Perduramos el encuentro per-sonal comunitariamente y así pasamos el testimonio de unos a otros. Testimonio de su pre-sencia viva entre nosotros. Y lo hacemos todos los días, a toda hora. Es decir, entre todos, con lo poco de cada uno, construi-mos una cadena de adoración,

de fe y de amor, en torno a Je-sús Eucaristía. De ese modo, el culto terrenal que nunca se interrumpe se une al del Cielo, donde “día y noche”, sin cesar, se adora, se bendice, se rinde honor y gloria al Cordero y al que está en el Trono (Cf. Ap 4:8-11).

Sólo Jesucristo pudo adorar al Padre infinitamente, sólo Él, que era uno con el Padre, pudo estar permanentemente en actitud adorante. Por eso Él —la Cabeza del Cuerpo Místico que somos nosotros su Iglesia— es nuestro modelo de adoración perpetua.

La adoración eucarística perpetua va dirigida a Dios y al mismo tiempo en beneficio

propio y de los hermanos por quienes se intercede o quienes se acercan por el mero hecho que nosotros estamos ahí, como fieles custodios, permi-tiendo que las puertas estén abiertas.

Es la manera que tenemos de dar una respuesta constante en el tiempo hacia Quien no deja de ser Dios y de amarnos de amor eterno. Es la fuente de agua viva que sacia la sed de vida de todo hombre.

En tiempos en los que nues-tras iglesias, por motivos de seguridad, están a menudo cerradas, una capilla siem-pre abierta, para quienquiera allegarse a cualquier hora del día o de la noche, es el signo

AdoraciónEucarísticaPerpetua

ES SóLo En EL SiLEncio quE EL corAzón EntAbLAun diáLogo dE AMor EntrE Lo MáS profundo dEL yo

y EL tú infinito y EtErno dE dioS

P. Justo A. Lofeudo

36 EL CIELO A GARABANDAL

AdoraciónEucarísticaPerpetua

de los brazos siempre abiertos de Jesús, dispuesto a acoger y a sanar a todo aquel que lo busca.

Los adoradores que se suce-den día y noche ofrecen un testimonio de fe y de amor ha-cia la presencia real del Señor en la Eucaristía. Es testimonio que interpela al mundo, atrae a aquellos que están en la búsqueda de Dios y llama la atención a quien está lejos del Señor para que se acerque a Él.

La adoración eucarística perpetua es silenciosa; sin interrupción y en un sentido es personal que trasciende lo personal para volverse co-munitaria, porque crea una fraternidad eucarística, de la que todos se saben miembros y viven la fe cada uno en su intimidad pero todos formando parte de una sola comunidad

Quien adora la Eucaristía está adorando al Sagrado Corazón de Jesús, a toda su persona centrada en su Amor Redentor.

Adora a ese Corazón eternamente abierto que no conoce límitesde amor ni de perdón.

Su Corazón, Puerta de ingreso al Cielo.

de adoradores.

Los adoradores reunidos y uni-dos en torno al Santísimo, que se suceden y coinciden en el tiempo, es la figura de la vid y los sarmientos de las que nos habla el Señor, todos unidos en y a Él, permaneciendo en su amor para dar mucho fruto (cf Jn 15). La Adoración Per-petua nos muestra cómo ser Iglesia, cómo vivir la comunión de amor en el Señor.

Lo que hace única a la Adora-ción Perpetua es que el Señor es adorado día y noche, se elevan plegarias, alabanzas, se rinde honor a su majestad, se da testimonio de amor y de fe en su presencia única, y se repara día y noche ante el Santísimo por todas las blasfe-mias, los sacrilegios, las profa-naciones, las indiferencias que se cometen contra la divinidad y todo lo que es santo. Como

diría San Gregorio Nacian-ceno, noche y día se eleva a Dios un himno de silencio.

Por otra parte, la Adoración Eucarística Perpetua es una acción de la Iglesia y por eso toman parte todos los movi-mientos. Todas las realidades espirituales y eclesiales están representadas. Todos nos re- unimos en torno al sacramento de amor y de unidad.

En definitiva, Adoración Euca-rística Perpetua es sinónimo de iglesia siempre abierta, y del Señor siempre adorado. Esto es lo especial y único.

La capilla de la adoración perpetua es la puerta abierta al Cielo que permanece abierta, es el faro de luz que orienta el camino en las tinieblas y la noche de la humanidad, es un oasis de paz y de silencio en medio del aturdimiento y de la intranquilidad del mundo.

P. Justo A. Lofeudo

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Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros pecadores

ahora y en la hora de nuestra muerte.

Ave María, llena eres de gracia,

el Señor es contigo.

Bendita tu eres entre las mujeres

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Anno I - Numero 1Año I - N. 3

Mayo-Junio 2014

El Cielo a Garabandal

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