el círculo imperfecto

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El círculo imperfecto. Tarde o temprano, un ensayista se pregunta para qué escribir. Es una pregunta legítima, desde que escribir no tiene un sentido productivo en la situación de una industria editorial exigua. Aún más, el ensayo se incluye dudosamente entre los géneros literarios cuando nadie sabe exactamente a qué reglas se somete para su disciplinaria descripción. Ensayar es una disciplina, sin duda, una extraña disciplina radicalmente corporal, que se gesta en la experiencia y distingue con dificultad la propia de la ajena, para al final decir que su otro nombre es el estilo. Pero escribir, se diría, lleva consigo un sentido de suyo ineludible, constitutivo, ensayo o no, aparato cultural que lo sostenga o no, se escribe para publicar. Escribir no termina de materializarse hasta que alguien más lee, y la intimidad existe. Escribir desea el reconocimiento. Recuerdo con claridad mis primeros acercamientos a la escritura, cuando al expresar alguna opinión y escuchar las respuestas me decía: no me han entendido, mejor lo escribo. Ubicar la experiencia, nombrarla, documentarla. Escribir ha nacido entonces de una duda fundamental, porque si todo es presencia, si todos los siglos son este presente, si al final todo está en el cuerpo, mi experiencia, individual hasta el punto que se quiera, es necesariamente compartida por los sujetos de la carne y el lenguaje que también habito, y al hablar sobre mi espanto o maravilla, hablar o escribir debería tener el efecto de una conexión, y la publicación parece tener el efecto inverso, diametralmente simétrico e inverso: entre más se publica, es mayor la incomprensión, por el hecho consubstancial a la naturaleza de la palabra de que el sentido de lo que digo se encuentra en los otros, y sin embargo me encuentro a cada momento diciendo: no es eso, no ha sido eso. Pareciera que escribir concentra

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Page 1: El círculo imperfecto

El círculo imperfecto.

Tarde o temprano, un ensayista se pregunta para qué escribir. Es una pregunta legítima, desde que escribir no tiene un sentido productivo en la situación de una industria editorial exigua. Aún más, el ensayo se incluye dudosamente entre los géneros literarios cuando nadie sabe exactamente a qué reglas se somete para su disciplinaria descripción. Ensayar es una disciplina, sin duda, una extraña disciplina radicalmente corporal, que se gesta en la experiencia y distingue con dificultad la propia de la ajena, para al final decir que su otro nombre es el estilo. Pero escribir, se diría, lleva consigo un sentido de suyo ineludible, constitutivo, ensayo o no, aparato cultural que lo sostenga o no, se escribe para publicar. Escribir no termina de materializarse hasta que alguien más lee, y la intimidad existe. Escribir desea el reconocimiento. Recuerdo con claridad mis primeros acercamientos a la escritura, cuando al expresar alguna opinión y escuchar las respuestas me decía: no me han entendido, mejor lo escribo. Ubicar la experiencia, nombrarla, documentarla. Escribir ha nacido entonces de una duda fundamental, porque si todo es presencia, si todos los siglos son este presente, si al final todo está en el cuerpo, mi experiencia, individual hasta el punto que se quiera, es necesariamente compartida por los sujetos de la carne y el lenguaje que también habito, y al hablar sobre mi espanto o maravilla, hablar o escribir debería tener el efecto de una conexión, y la publicación parece tener el efecto inverso, diametralmente simétrico e inverso: entre más se publica, es mayor la incomprensión, por el hecho consubstancial a la naturaleza de la palabra de que el sentido de lo que digo se encuentra en los otros, y sin embargo me encuentro a cada momento diciendo: no es eso, no ha sido eso. Pareciera que escribir concentra el misterio de que no se puede vivir en soledad, y de que es imposible vivir entre los otros si no es a través de un ensanchamiento de la misma soledad, como un círculo que está siempre cerrándose y nunca termina de empezar. Ensayar es entonces la manera que no separa forma de contenido, en donde el medio es el mensaje, aún si el mensaje es de una dicción algo dura de escuchar. Reconozco que no distingo la vida del ensayo, y esto ha llevado consigo algún precio. Se me ha dicho que para mí todo es un experimento, un juego, y he visto la puerta abrirse y cerrarse frente a mi perplejidad, por que no concibo cómo alguien puede llegar a creer ser algo más que el infinito proyecto de sí mismo; supongo que es una lección imposible

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de aprehender si no es por instantes, que en momentos de algo parecido a la dicha olvido perseguir.