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El colapso de los sistemas de partidos, autoritarismo plebiscitario y los problemas de representación democrática: los casos de Perú y Venezuela 1 Martín Tanaka 2 Instituto de Estudios Peruanos Noviembre de 2004 Resumen En este trabajo analizo los casos de Perú y Venezuela en los últimos años, que comparten el colapso de sus sistemas de partidos, a diferencia de los otros casos en la región, en los que, a pesar de graves problemas de legitimidad y representación, tenemos casos de evolución gradual de los sistemas de partidos; comparten también la posterior constitución de regímenes con pretensiones fundacionales, formalmente democráticos pero con un funcionamiento autoritario, durante las gestiones de los presidentes Fujimori y Chávez. El estudio de estos dos países es muy revelador, porque a pesar de sus grandes diferencias han tenido un desarrollo político muy similar en los últimos años, muy diferente además al seguido por otros países en la región, lo que permite aislar las variables que explican su singularidad; y porque su problemática deja lecciones útiles para los demás países. Aquí sostengo, primero, que no basta recurrir a los problemas de legitimidad para dar cuenta del colapso de los sistemas de partidos; son cruciales las acciones y omisiones de los actores políticos en contextos críticos para llegar a ese desenlace. Segundo, que el desplome de los sistemas de partidos, 1 Este texto es una versión actualizada de la ponencia presentada en la conferencia “The Crisis of Democratic Representation in the Andes”. The Helen Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame, 13-14 de mayo de 2002. 2 Martín Tanaka es peruano, Doctor en Ciencia Política y Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede México. Actualmente es investigador asociado y Director de Investigaciones del Instituto de Estudios Peruanos. Ha sido profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y profesor visitante en la Maestría de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes en Bogotá. Recientemente ha sido Visiting Fellow en el Helen Kellogg Institute for International Studies de la Universidad de Notre Dame, Indiana. E-mail: [email protected] 1

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En este trabajo analizo los casos de Perú y Venezuela en los últimos años, que comparten el colapso de sus sistemas de partidos, a diferencia de los otros casos en la región, en los que, a pesar de graves problemas de legitimidad y representación, tenemos casos de evolución gradual de los sistemas de partidos; comparten también la posterior constitución de regímenes con pretensiones fundacionales, formalmente democráticos pero con un funcionamiento autoritario, durante las gestiones de los presidentes Fujimori y Chávez. El estudio de estos dos países es muy revelador, porque a pesar de sus grandes diferencias han tenido un desarrollo político muy similar en los últimos años, muy diferente además al seguido por otros países en la región, lo que permite aislar las variables que explican su singularidad; y porque su problemática deja lecciones útiles para los demás países. Aquí sostengo, primero, que no basta recurrir a los problemas de legitimidad para dar cuenta del colapso de los sistemas de partidos; son cruciales las acciones y omisiones de los actores políticos en contextos críticos para llegar a ese desenlace. Segundo, que el desplome de los sistemas de partidos, cuando van acompañados de la consolidación de un actor hegemónico con pretensiones fundacionales, conduce fácilmente a la constitución de regímenes autoritarios competitivos, que si bien son formalmente democráticos, se legitiman plebiscitaria, no institucionalmente, y funcionan de manera autoritaria, como consecuencia del debilitamiento de la competencia política y de la desaparición práctica de la lógica de equilibrios y controles propios de la democracia. Tercero, que estos regímenes dejan una pesada herencia de polarización, debilidad institucional, debilidad de los actores sociales y políticos, lo que constituye una lección importante para los demás países de la región. “El colapso de los sistemas de partidos, autoritarismo plebiscitario y los problemas de representación democrática”. En: Clara Rocío Rodríguez y Eduardo Pizarro eds., Los retos de la democracia. Viejas y nuevas formas de la política en Colombia y América Latina. Bogotá, Fundación Foro Nacional por Colombia – Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, 2005 (p. 55-86).

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Page 1: El colapso de los sistemas de partidos, autoritarismo plebiscitario y los problemas de representación democrática: los casos de Perú y Venezuela

El colapso de los sistemas de partidos, autoritarismo plebiscitario y los problemas de representación democrática: los casos de Perú y Venezuela1

Martín Tanaka2 Instituto de Estudios Peruanos Noviembre de 2004

Resumen

En este trabajo analizo los casos de Perú y Venezuela en los últimos años, que comparten el colapso de sus sistemas de partidos, a diferencia de los otros casos en la región, en los que, a pesar de graves problemas de legitimidad y representación, tenemos casos de evolución gradual de los sistemas de partidos; comparten también la posterior constitución de regímenes con pretensiones fundacionales, formalmente democráticos pero con un funcionamiento autoritario, durante las gestiones de los presidentes Fujimori y Chávez. El estudio de estos dos países es muy revelador, porque a pesar de sus grandes diferencias han tenido un desarrollo político muy similar en los últimos años, muy diferente además al seguido por otros países en la región, lo que permite aislar las variables que explican su singularidad; y porque su problemática deja lecciones útiles para los demás países. Aquí sostengo, primero, que no basta recurrir a los problemas de legitimidad para dar cuenta del colapso de los sistemas de partidos; son cruciales las acciones y omisiones de los actores políticos en contextos críticos para llegar a ese desenlace. Segundo, que el desplome de los sistemas de partidos, cuando van acompañados de la consolidación de un actor hegemónico con pretensiones fundacionales, conduce fácilmente a la constitución de regímenes autoritarios competitivos, que si bien son formalmente democráticos, se legitiman plebiscitaria, no institucionalmente, y funcionan de manera autoritaria, como consecuencia del debilitamiento de la competencia política y de la desaparición práctica de la lógica de equilibrios y controles propios de la democracia. Tercero, que estos regímenes dejan una pesada herencia de polarización, debilidad institucional, debilidad de los actores sociales y políticos, lo que constituye una lección importante para los demás países de la región.

1 Este texto es una versión actualizada de la ponencia presentada en la conferencia “The Crisis of Democratic Representation in the Andes”. The Helen Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame, 13-14 de mayo de 2002.2 Martín Tanaka es peruano, Doctor en Ciencia Política y Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede México. Actualmente es investigador asociado y Director de Investigaciones del Instituto de Estudios Peruanos. Ha sido profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y profesor visitante en la Maestría de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes en Bogotá. Recientemente ha sido Visiting Fellow en el Helen Kellogg Institute for International Studies de la Universidad de Notre Dame, Indiana. E-mail: [email protected]

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Perú y Venezuela, trayectorias diferentes, resultados similares

Perú y Venezuela enfrentaron la crisis que asoló toda la región en la década de los años ochenta y noventa partiendo de trayectorias muy diferentes. Venezuela exhibía un sistema de partidos estable, con una relativamente larga historia democrática originada a finales de los años cincuenta, en el que primaban conductas cooperativas, o tendencias centrípetas de competencia política. Los partidos, además, aparecían como representativos, fuertemente arraigados en la sociedad, con vínculos en los diversos ámbitos de la sociedad civil; este enraizamiento tuvo a la base un largo periodo de crecimiento económico, que permitió procesos de integración social e incorporación a la ciudadanía de sectores excluidos. Por el contrario, el Perú retomaba en los años ochenta una siempre precaria experiencia democrática, después de doce años de gobierno militar que, además, había llevado adelante profundos cambios estructurales, con lo que el frágil sistema de partidos que emergió de la transición enfrentaba grandes desafíos. Se trató por añadidura de un sistema altamente ideologizado, que interactuaba con movimientos sociales y grupos de interés organizados y con una importante capacidad de presión política. Para complicar más las cosas, la experiencia democrática coincidió con el inicio de la lucha armada desatada por dos grupos terroristas, Sendero Luminoso y el MRTA, siendo el primero de ellos particularmente dogmático y sanguinario3.

Sin embargo, a pesar de estas diferencias, en Perú y Venezuela se produjo un mismo resultado: el colapso súbito de sus sistemas de partidos. En el primer caso ello ocurrió entre 1989 y 1992, y en el segundo entre 1998 y 2000. Este se expresó en el Perú en el hecho de que los cuatro grupos políticos que congregaron más del 90% de los votos en las diferentes elecciones habidas en la década de los años ochenta, cayeron a un 71.8% en la elección municipal de 1989, a 68.2% en la elección presidencial de 1990, año en el que Alberto Fujimori fue electo, y siguieron cayendo después hasta llegar a su práctica extinción política. En el caso de Venezuela, el desplome del sistema de partidos fue aún más rápido y sorprendente, dada su aparente consolidación. Considerando la votación de Acción Democrática (AD) y COPEI en elecciones presidenciales, encontramos que ambos eran claramente los actores hegemónicos hasta la elección presidencial de 1993, en la que ganó Rafael Caldera, encabezando la coalición Convergencia Nacional. Con todo, en esa misma elección la suma de los votos de los candidatos presidenciales de ambos partidos superó el 46%. El desplome ocurrió propiamente en la elección de 1998, en la que fue electo presidente Hugo Chávez, de manera impresionante; no lograron presentar candidatos propios, apoyaron la candidatura independiente de Enrique Salas Römer, y su contribución al 40% que obtuvo éste fue de poco más de 11 puntos. En las elecciones presidenciales de 2000, nuevamente ganadas por Chávez bajo un nuevo marco constitucional, tampoco lograron presentar candidatos presidenciales.

Estos son desenlaces desconcertantes. En Perú, lo más esperable era que los conflictos y problemas de la década de los años ochenta generaran

3 Una visión general sobre Venezuela puede verse en Caballero, 2000, y Levine y Crisp, 1999; sobre Perú, ver McClintock, 1999.

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un proceso de creciente polarización ideológica que desencadenara una nueva intervención militar (un escenario como el chileno en el periodo 1970-1973). En vez de eso, se dio la aparición de un outsider que acabó con el orden político existente, resultado no anticipado por nadie. Es decir, lo esperable era polarización e ingobernabilidad, pero lo que ocurrió fue una grave crisis de representación. En Venezuela, la crisis del bipartidismo podría haber conducido a un escenario similar al colombiano, en el que los partidos tradicionales pasan por un proceso de desgaste progresivo, con un creciente fraccionamiento interno, y aparecen y se desarrollan terceras fuerzas, dejándose un bipartidismo y pasándose a un pluripartidismo moderado. En cambio, un outsider acabó de pronto con un orden que parecía consolidado hasta entonces. Perú y Venezuela aparecen en el escenario regional claramente como excepciones; en la mayoría de los casos, registramos una ciertamente difícil supervivencia de los sistemas de partidos pese a sus problemas de legitimidad y representación, con una alta volatilidad electoral e inestabilidad institucional (que llega incluso a la destitución de presidentes por medios no estrictamente constitucionales, como en Ecuador), que conduce a una lenta mutación hacia un nuevo sistema de partidos, en los que conviven nuevos actores con actores tradicionales. ¿Por qué Perú y Venezuela no transitaron ese camino? ¿Por qué y cómo se pasó de una crisis al colapso del sistema de partidos y del orden institucional vigente? ¿Por qué y cómo dos países con trayectorias políticas tan diferentes llegaron a un mismo resultado?

Aparentemente, lo ocurrido en estos países podría explicarse fácilmente apelando a variables estructurales y económicas, y a la manifiesta incapacidad de los diversos actores políticos para enfrentar con éxito los desafíos que se les presentaron. Así, los partidos se alternaron en el poder, no lograron solucionar los problemas, se desprestigiaron, y por ello la población habría buscado opciones por fuera del sistema. En Perú, la elección de Alberto Fujimori tuvo como antecedentes una economía fuertemente recesada y con altos niveles de inflación, que llegaron a niveles de hiperinflación, y para colmo de males, con altísimos niveles de violencia política (ver cuadro 1), que afectaron la legitimidad de cada uno de los principales actores del sistema. En el caso de Venezuela, los años ochenta son años muy malos, especialmente 1983 (bajo el gobierno del copeyano Herrera), el periodo 1988-1990 (bajo el segundo gobierno del adeco Pérez), y casi todo el periodo del segundo gobierno de Caldera, esta vez a la cabeza de un movimiento independiente creado por uno de los fundadores del pacto de Punto Fijo de 1958 (ver cuadro 1). Esto habría causado una progresiva crisis de representación, expresada en una caída constante en la identificación partidaria, y una creciente desafección política (cuadro 2), que finalmente explicarían la llegada de un personaje como Chávez al poder.

Cuadro 1: Perú: datos sobre inflación, PBI y acciones subversivas, 1980-1999; Venezuela, datos sobre PBI

Año Tasa de inflación anual

Acciones subversivas registradas

Tasa de crecimiento del PBI

PBI Venezuela

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por la Policía Nacional

19801981198219831984198519861987198819891990199119921993199419951996199719981999

60.872.272.9125.1111.5158.362.9114.51,722.32,775.37,649.7139.256.739.515.410.211.86.56.03.2

2197158911,1231,7602,0502,5492,4892,4153,1492,7792,7853,0021,9181,1951,232883681474168

4.44.30.3-11.84.72.38.78.0-8.4-12.9-5.42.8-0.66.013.68.62.56.8-0.41.4

-3.8-1-1.6-5.5-1.506.63.85.9-8.85.59.77.1-0.5-3.75.9-0.47.40.7-5.8

Cuadro 2: Venezuela: Evolución de la identificación partidaria4 Encuestas Militante /

Simpatizante Independiente / No interesado

Baloyra 1973 48,59 51,15BATOBA 1983 38,12 61,26CIEPA 1993 29,35 66,38REDPOL 1998 14,2 61

En este trabajo, si bien no menosprecio la importancia que tuvo la crisis económica, estrechando el margen de posibilidades y opciones disponibles para los actores políticos, ella por sí sólo no puede explicar lo sucedido. Sostengo que lo verdaderamente crucial para entender el colapso del sistema fueron las decisiones que éstos tomaron, particularmente las que ocurrieron en coyunturas en las que eran especialmente vulnerables (en Perú, frente a las elecciones de 1990, y en Venezuela frente a las elecciones de 1998); en una situación de cambio y alta vulnerabilidad, los conflictos internos en los partidos los llevaron a procesos de división, y es eso lo que permitió la llegada al poder por medio de elecciones de outsiders, caudillos antisistema y antipartidos, cuya consolidación relativa terminó derrumbando el orden vigente, y sustituyéndolo por un nuevo orden de claras tendencias autoritarias.

Esto nos lleva a otra similitud que comparten ambos países en los últimos años: la consolidación en el poder de líderes con pretensiones fundacionales (Fujimori y Chávez) que, a pesar de sus grandes diferencias ideológicas y políticas, han encabezado regímenes formalmente

4 Datos provistos por Sonia González, comunicación personal.

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democráticos, pero con un funcionamiento autoritario en la práctica, legitimados plebiscitariamente. La similitud se explica, como veremos, por la consolidación de un actor hegemónico que reconstituye el orden político y por la debilidad y dispersión de la oposición, lo que acaba con el pluralismo y la lógica de equilibrios y controles sustancial a toda democracia. Veamos a continuación cómo estos dos páises llegaron a tener desarrollos sorprendentemente similares, a pesar de lo diferente de sus trayectorias históricas.

Los colapsos de los sistemas de partidos en Perú y Venezuela

En cuanto al caso peruano, he insistido en que las razones del colapso del sistema de partidos no hay que encontrarlas tanto en el desempeño de los actores políticos a lo largo de los ochenta, si no a partir de finales de 1988, cuando el país entró a una dinámica de alta inflación y a una dinámica marcada por las elecciones de 1989-19905. Pese a lo complicada de la situación en ese momento, nada hacía presagiar que a partir de 1990 se produciría una grave crisis de representación, y que el sistema de partidos colapsaría en los años sucesivos. Por el contrario, tanto analistas como los propios actores percibían que el principal riesgo era la creciente polarización, el vaciamiento del centro político con la crisis del APRA en el poder, el fortalecimiento de los extremos, lo que podría llevar a un problema serio de gobernabilidad que, en el contexto de la amenaza de Sendero Luminoso, podría llevar a una intervención militar fuertemente represiva. Hasta 1989, en realidad, los partidos se veían relativamente fuertes y con posibilidades de recuperación en el mediano plazo.

En los extremos del espectro político se encontraban la Izquierda Unida (IU) y el Frente Democrático (FREDEMO). La IU desde su fundación en 1980 había crecido sistemáticamente en su caudal electoral, congregando más de un 30% del respaldo de los electores en las elecciones municipales de 1986. Varias encuestas de opinión en 1987 señalaban que Alfonso Barrantes, como candidato presidencial de la IU, lideraba la intención de voto frente a las elecciones de 1990; a finales de 1987 se convocó al Primer Congreso Nacional de IU, para setiembre de 1988 (aunque se realizó finalmente en enero de 1989), con la intención de poner a punto la organización y la estrategia que llevaría a la toma del poder por la vía electoral. En el congreso de aprobarían estatutos, tesis políticas, tesis programáticas, un plan de acción política inmediata, y se elegiría una dirección política unificada. En cuanto a la derecha, tenemos que, si bien Acción Popular (AP) y el Partido Popular Cristiano (PPC) sufrieron un duro golpe en las elecciones generales de abril de 1985, después del segundo gobierno de Fernando Belaunde, ya para agosto de 1987 aparecían nuevamente retomando la iniciativa política, liderando la oposición a la propuesta de estatización de la banca del gobierno de Alan García. No sólo eso, el bloque de derecha se renovó de manera importante: en agosto de 1987 nació el Movimiento Libertad, encabezado por el escritor Mario Vargas Llosa y el economista Hernando de Soto, levantando

5 Ver Tanaka, 1998 y 2003. En noviembre de 1989 hubo elecciones municipales y en abril de 1990 elecciones de Presidente de la República y de todo el Congreso.

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ideas liberales y de modernización del Estado. En enero de 1988 se formó una gran alianza, el Frente Democrático (FREDEMO), conformado por Libertad, AP y el PPC. En las elecciones municipales de noviembre de 1989, el FREDEMO aparecía ya como la principal fuerza política del país, y las encuestas de intención de voto mostraban a Mario Vargas Llosa como el probable próximo presidente del Perú6 (ver cuadro 3).

Cuadro 3: Perú: votación por los principales partidos políticos de los años ochenta (porcentajes), 1978-20007

  AP PPC AP+PPC APRA IZQUIERDA  

  (IU) Total

1978(C) NP 23.8 23.8 35.3 29.4 88.5

1980(P) 45.4 9.6 55 27.4 14.4 96.8

1980(M) 35.8 11.1 46.9 22.5 23.3 92.7

1983(M) 17.5 13.9 31.4 33.1 29 93.5

1985(P) 7.3 11.9 19.2 53.1 24.7 97

1986(M) NP 14.8 14.8 47.6 30.8 93.2

1989(M) ---- --- 31.2 20.4 20.2 71.8

1990(P) --- --- 32.6 22.6 13 68.2

1992(C) NP 9.7 9.7 NP NP 9.7

1993(M) 11.6 5.7 17.3 10.8 3.9 32

1995(P) 1.64 NP 1.64 4.11 0.57 6.3

1998 (M) 5.0 NP 5.0 7.0 N.P. 12.0

2000 (P) 0.4 NP 0.4 1.4 N.P. 1.8

NP: no participó

Como puede verse, el escenario político aparecía marcadamente polarizado entre, de un lado, una izquierda con un proyecto de revolución, con una suerte de vía electoral al socialismo como la protagonizada por la Unidad Popular en la Chile de Allende y, del otro, una derecha con una ideología liberal que propugnaba una profunda modernización de la economía y del Estado dentro de un esquema de economía de mercado. Tanto la victoria de la izquierda como la de la derecha ponían en agenda problemas de gobernabilidad, dada la ideologización de sus proyectos. Sin embargo, lo que se produjo, inesperadamente, fue una crisis de representación: grupos 6 Según una encuesta de APOYO de octubre de 1989, Vargas Llosa contaba con un 47% de intención de voto para las elecciones presidenciales de abril de 1990. 7 Las elecciones de 1978 y 1992 son elecciones de Asamblea Constituyente (C); las de 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000 son elecciones presidenciales (P); las de 1980, 1983, 1986, 1989, 1993 y 1998 son elecciones municipales (M). Acá consideramos la suma de los votos obtenidos por el Partido Aprista Peruano, el Partido Popular Cristiano, Acción Popular y la Izquierda Unida. En 1978, consideramos como votos de IU la suma de los votos de los partidos que la formarían en 1980. En 1989 y 1990, los votos de AP y PPC son parte de los votos del FREDEMO. Datos tomados de Tuesta, 2001.

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políticos radicalizados dejaron vacío el centro político, que antes había ocupado el APRA, y este espacio vacío terminó siendo ocupado por un outsider. Este peculiar e inesperado desenlace se entiende analizando la campaña electoral de 1990 y los conflictos al interior de los partidos.

El vacío dejado por la división de la izquierda, los problemas internos del FREDEMO, consecuencia de la extrema ideologización de su campaña, y la debilidad del candidato del APRA (Luis Alva Castro), asumiendo los costos de la crisis del gobierno de García sin recibir los beneficios de un apoyo de éste desde el poder, todo esto en un momento particularmente crítico para el país, generaron un vacío de representación. El centro político quedó relativamente vacío, lo que permitió que fuera cubierto por un candidato que hasta semanas antes de las elecciones no aparecía en las encuestas de intención de voto8. Del grupo de candidatos “menores”, Alberto Fujimori, ex rector de la Universidad Agraria, apareció de pronto como una opción atractiva. Una vez que Fujimori empezó a aparecer en las encuestas, García empezó a apoyarlo por medio de la prensa afín a él, y este apoyo fue decisivo para que Fujimori dejara de ser un candidato menor y lograra quedar segundo en las elecciones en apenas las semanas previas a la elección9. En la segunda vuelta, con los votos del APRA y de la izquierda, Alberto Fujimori llegó sorpresivamente a la presidencia10. Con todo, Fujimori se halló en minoría en el congreso11, no tenía posibilidad de aspirar a una reelección en 1995, prohibida por la Constitución de 1979, y por lo tanto era percibido como un episodio extraño, seguramente efímero, pasado el cual los partidos volverían a ocupar el centro del escenario. Como sabemos y veremos más adelante, las cosas serían muy diferentes.

8 Algunos autores sostienen que el “fenómeno Fujimori” era la expresión de una grave crisis de representación política de la sociedad peruana, y que expresó problemas de representación étnicos, culturales, de clase, etc. A mi juicio, estas posturas son un magnífico ejemplo de la falacia del “determinismo retrospectivo”. Una vez que sucedió un hecho, se construye un argumento que lo presenta como inevitable. Por el contrario, como hemos visto, apenas un mes antes de las elecciones, era casi imposible haber imaginado ese desenlace.9 Según APOYO, Fujimori dejó de aparecer en el rubro de “otros” en su encuesta realizada entre el 8 y 11 de marzo, en la que apareció con 3%; luego, en la del 16 al 18 de marzo, registró un 6%; y en la de 24 al 26 de marzo, un 9%. Según IMASEN, en su encuesta del 5 al 7 de marzo, Fujimori apareció con 2.5%; en la del 9 al 12, con 6.1%; y en la del 14 al 16, con 9.5%. Ese ritmo de crecimiento aumentó hasta el 8 de abril, llegando al 29.1%. 10 En la primera vuelta, ganó Vargas Llosa, con el 32.6%; segundo quedó Fujimori, con el 29.1%; en la segunda vuelta, Fujimori ganó con el 62.4, sumando los votos del APRA y de la izquierda, frente al 37.6% de Vargas Llosa. 11 En las elecciones para las cámaras de senadores y diputados, el FREDEMO obtuvo el 32.3% y 30.1% de los votos, respectivamente; Cambio 90, sólo el 21.7% y 16.5%; el APRA, 25.1% y 25%, es decir, superó a Cambio 90 en ambas cámaras; la IU, 9.8% y 10%; la IS, 5.5% y 5.3%. En cuanto a la composición efectiva del Congreso, Cambio 90 obtuvo sólo 32 de 180 escaños en la cámara de diputados; y en el senado, sólo 14 de 62; mientras que el FREDEMO tuvo 63 y 21 representantes, respectivamente; el APRA 53 y 17 (otra vez, más que Cambio 90); la IU, 16 y 6; la IS, 4 y 3.

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En el caso de Venezuela también encontramos que conflictos internos y procesos de división en los principales partidos, en una situación en la que eran particularmente vulnerables, explica la inesperada llegada al poder de un outsider que luego destruiría el orden político e institucional hasta entonces vigente. Estas conductas en los partidos son consecuencia de su estructuración interna, altamente jerárquica, de modo que las fracciones perdedoras no tenían espacio para ventilar sus diferencias, incentivando las rupturas.

Entre 1989 y 1993 Venezuela parecía encaminarse por un camino similar al colombiano: el declive de los dos partidos tradicionales, y la aparición de terceras fuerzas, entre ellas la izquierda. En las elecciones de 1993 tuvimos claramente esto. AD y COPEI caen respecto a la elección de 1989, aunque se mantenían todavía como las dos fuerzas principales; el espacio dejado por los dos partidos tradicionales era ocupado por nuevas fuerzas, como Convergencia y La Causa Radical (LCR), movimiento de izquierda de origen sindical con asentamiento en varias regiones del país12

(cuadros 4 y 5). Puede afirmarse que Venezuela, a partir de 1993, parecía encaminarse en una senda de evolución de sistema bipartidista tradicional, hacia un multipartidismo moderado, en el que AD y COPEI coexistirían con nuevos actores. Es por esta razón que no puede deducirse fácilmente el colapso de un sistema de partidos de una crisis de representación o problemas de legitimidad. Si bien es cierto la identificación con los partidos mostraba claramente una tendencia declinante, y había paralelamente una creciente identificación independiente o desafecta a la política (ver cuadro 5), las preferencias ciudadanas podrían haber seguido un patrón como el colombiano o , ecuatoriano o boliviano en esos mismos años.

Cuadro 4: Venezuela: elecciones Presidenciales 1973-1998. Porcentaje de Votos

1973 1978 1983 1988 1993 1998 2000AD 48.7 43.3 58.4 52.9 23.6 -- --COPEI 36.7 46.6 33.5 40.9 22.7 -- --AD + COPEI 85.4 89.9 91.9 93.8 46.3 -- --MAS 4.3 5.2 3.5 2.7 -- -- --La Causa R -- -- 0.1 0.3 22.0 0.1 --Convergencia* -- -- -- -- 30.5 -- --Polo Patriótico / MVR ** -- -- -- -- -- 56.2 59.5Proyecto Venezuela *** -- -- -- -- -- 40.0 --Otros 10.3 4.9 4.5 3.7 1.2 3.8 40.5

* Coalición electoral para la campaña de Rafael Caldera. Incluía el MAS** Coalición electoral para la campaña de Hugo Chávez. Incluía el MAS*** Movimiento electoral organizado por el candidato independiente Henrique Salas Römer. Contribuyeron en su votación total AD, COPEI, y otros partidos pequeños

Tomado de Roberts, 2001.

12 Sobre la Causa R ver López Maya, 1997 y 2001.

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Cuadro 5: Venezuela: porcentaje de asientos en cámara de diputados, 1973-2000

1973 1978 1983 1988 1993 1998 2000AD 51.0 44.2 56.5 48.3 27.6 29.1 18.8COPEI 31.8 42.2 30.0 33.3 27.1 14.3 4.2AD + COPEI 82.8 86.4 86.5 81.6 54.7 43.4 23.0MAS * 4.5 5.5 5.0 9.0 -- 10.6 12.7LCR -- -- -- 1.5 20.1 3.2 2.4Convergencia -- -- -- -- 25.1 1.6 .1MVR -- -- -- -- -- 25.9 46.1Proyecto Venezuela

-- -- -- -- -- 12.7 4.2

Otros 12.5 8.1 8.5 7.9 -- 2.6 9.1* Los diputados del MAS están considerados dentro de ConvergenciaTomado de Roberts, 2001

Sin embargo, como sabemos, ello no ocurrió, y para entender el desenlace que se dio es crucial analizar la campaña electoral de 1998 y, nuevamente, la manera en que los conflictos intrapartidarios liquidaron las posibilidades, simultáneamente, de todos los actores del sistema, siendo eso lo que permitió la llegada al poder de un outsider. Para empezar, los movimientos emergentes, Convergencia y La Causa Radical, no lograron consolidarse entre 1993 y 1998. Convergencia pagó los costos de un mal desempeño gubernativo; como puede verse en la cuadro 3, el desempeño de la economía entre 1993 y 1998 fue en general muy malo13; el descrédito afectó también al MAS, parte de la coalición en el gobierno, que además se dividió frente a las elecciones de 1998. Quizá La Causa Radical habría sido el movimiento más indicado para cubrir el vacío dejado por Convergencia y el MAS, como movimiento contestatario, no parte del orden “tradicional”; sin embargo, ellos también se dividieron antes de las elecciones de 1998.

Respecto a los partidos tradicionales, COPEI continuó el proceso de decaimiento iniciado con la salida de su fundador, Rafael Caldera; AD tuvo un mejor desempeño en el congreso, pero en el ámbito presidencial fue un auténtico desastre. En el congreso, AD mantuvo gruesamente la misma votación que obtuvo en 1993, lo que le bastó para ser nuevamente el partido más importante en las elecciones de noviembre de 1998 (cuadro 5). En esa ocasión también se eligieron gobernadores, y AD volvió a ser el partido con más gobernadores electos. La diferencia entre el desastre de la votación presidencial con el relativamente buen desempeño en el ámbito de las gubernaturas y los aceptables resultados en el congreso sugieren que el problema de AD se ubicó básicamente en su pésimo manejo de la candidatura presidencial.

Las elecciones presidenciales de 1998 tuvieron al final dos grandes protagonistas, Hugo Chávez, quien obtuvo el 56.2% de los votos, y Henrique

13 Una visión global de la economía en el periodo 1989-1998 puede verse en Hidalgo, 2000, y en Kelly, 2001.

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Salas Römer, el 39.97%. Aparentemente, el triunfo de Chávez era de una necesidad inexorable, dado el contexto de crisis, el descrédito del sistema tradicional y sus conflictos internos, y la debilidad de las fuerzas emergentes en 1993. Sin embargo, Chávez y el MBR-200 siempre dudaron en presentarse a las elecciones, en entrar al juego “del sistema”, y es recién en abril de 1997 que se decidió terminar con una posición abstencionista14. Chávez recién empezó a liderar las encuestas de intención de voto a inicios de 1998, después de la debacle de sus competidores; a lo largo de 1997, primero Claudio Fermín y luego Irene Sáez aparecían como los candidatos favoritos. Como puede verse, la campaña de las elecciones de 1998 fue extremadamente volátil, por lo que no puede explicarse fácilmente a partir de variables macro como el descrédito del sistema o una crisis de representación. Fueron los errores de los partidos del sistema, sus conflictos internos, precisamente en una coyuntura en la que eran particularmente vulnerables, los que explican la llegada de un personaje como Chávez al poder. Las divisiones de los partidos en Venezuela son consecuencia de la manera en que estaban estructurados: jerárquicamente, sin espacios para la disidencia o la competencia pluralista entre fracciones, por lo que los conflictos resultaban muy difíciles de manejar, y terminaban muchas veces en fracturas.

La destrucción del viejo orden y el paso a autoritarismos competitivos

Alberto Fujimori y Hugo Chávez son líderes diametralmente opuestos. El primero llegó al poder con una plataforma ambigua, reivindicando su carácter “independiente”, al margen de la “política tradicional”; ganó las elecciones oponiéndose a las políticas de reforma neoliberal que proponía Mario Vargas Llosa, pero una vez en el poder las aplicó sin reparos. Chávez, por el contrario, ha estado siempre identificado con ideas nacionalistas y de izquierda, con un proyecto de revolución. Sin embargo, ambos pueden considerarse como líderes personalistas, con discursos neopopulistas y anti-sistema, que expresaron el malestar con los actores tradicionales de importantes sectores de la población de sus países. Ambos fueron relativamente eficaces en desmontar el orden político preexistente y de construir una clara hegemonía política. Pese a sus diferencias, como veremos, la dinámica política durante los gobiernos de Fujimori y Chávez muestran grandes similitudes, y ambos han construído regímenes políticos muy similares, que califico como autoritarismos competitivos. Esta similitud, pese a lo diferente de sus proyectos políticos, muestra que la reconstitución de órdenes políticos, cuando ocurren en contextos de hegemonía de un solo actor, de extremo debilitamiento de la competencia política, conduce a ese resultado.

Hacia delante, tenemos que Fujimori no logró construir un orden alternativo viable en el largo plazo, y es muy poco probable que Chávez lo logre. A pesar de estas debilidades, en el Perú la oposición no consiguió, y en Venezuela no consigue, superar sus problemas de representación y construir alternativas claras, lo que ayuda a entender la permanencia de estos líderes

14 Ver al respecto López Maya 2001a.

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en el poder. En ambos países, la herencia que deja este tipo de orden político es una herencia de polarización política, desconfianza social, debilidad institucional, debilidad de actores sociales y políticos, que a mi juicio debe llevar a valorar a nuestras vilipendiadas democracias representativas, que deben ciertamente reformarse, pero sin caer en la tentación de sumarse a la ola antipolítica y antipartido que recorre la región.

En el Perú, una vez en el poder, el éxito de Fujimori en estabilizar la economía sobre la base de reformas orientadas al mercado, y sus posteriores logros en el combate al terrorismo (ver cuadro 1), le permitió construir una coalición que secundó su liderazgo, de naturaleza autoritaria, antipolítica y antiinstitucional15. En Venezuela, Chávez lanzó desde la campaña electoral de 1998 la idea de que para transformar el país debía empezarse por el cambio institucional, por el desmontaje del orden de 1958, expresado en la Constitución de 1961. La conmoción que implicó su llegada al poder, la crisis interna que llegó hasta límites insospechables de los partidos tradicionales, y el apoyo que recibió por parte de la élite en el poder16, ayudan a entender cómo logró rápidamente destruir el orden institucional precedente. La consolidación relativa que alcanzaron ambos líderes (mucho más firme en el caso de Fujimori y mucho más volátil en el caso de Chávez) permitió que no terminaran como otros líderes que llegaron al poder cuestionando el stablishment, pero que fueron finalmente derrotados por éste (Collor en Brasil, Serrano Elías en Guatemala, Bucaram en Ecuador). Así, ambos líderes, sobre la base de un discurso antisistémico, lograron encarnar y representar sectores tradicionalmente excluídos, pero dentro de esquemas clientelares y populistas17.

Tanto Fujimori como Chávez construyeron un nuevo orden institucional bajo su hegemonía política, que marcó el final del orden precedente, y ello se expresó en nuevas Constituciones y en la intervención de todos los poderes públicos. Fujimori hizo esto valiéndose de un autogolpe (abril de 1992) y luego la convocatoria a la elección del Congreso Constituyente Democrático (noviembre de 1992); Chávez por medio de la convocatoria a un referéndum para aprobar una Asamblea Constituyente (abril 1999), que luego pasó por encima del Congreso y de todos los poderes públicos. Como consecuencia, si bien podría argumentarse que ambos se mantuvieron gruesamente dentro de los márgenes de la legalidad y gozaron de un amplio respaldo electoral, lo cierto es que debilitaron de manera sustancial el pluralismo, la competencia, 15 Sobre el fujimorismo en general ver Cotler y Grompone, 2000; Degregori, 2000; Rospigliosi, 2000; Marcus y Tanaka, 2001, entre otros. 16 La conducta de los medios hacia Chávez, por ejemplo, fue relativamente favorable hasta la Asamblea Constituyente de 1999, cuando empezó un distanciamiento que después pasó a ser de abierto enfrentamiento. Un camino que ilustra bien esta trayectoria es el de Alfredo Peña, ex director del diario El Nacional, luego electo constituyente y luego alcalde de Caracas por el MVR, y ahora uno de los líderes de la oposición a Chávez. Ver Petkoff, 2002. 17 Sobre el punto ver Tanaka, 2002; para una perspectiva diferente, sobre el caso venezolano, ver López Maya, 2001 y 2001a.

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el equilibrio entre poderes (accountability horizontal), por lo que pueden ser calificados como autoritarismos competitivos, en donde la representación democrática fue sustituída por una legitimidad plebiscitaria18; el desbalance se vio acentuado por la incapacidad de la oposición a ambos líderes para consolidar una alternativa viable y superar problemas de acción colectiva.

En el caso peruano, después del golpe de abril de 1992, Fujimori convocó a un nuevo congreso con funciones paralelas de Asamblea Constituyente, instalándose en noviembre de 1992 el Congreso Constituyente Democrático (CCD), con mayoría fujimorista, a diferencia del congreso 1990-1992, en el que era minoría19. El retorno al orden constitucional se “completó” con el referéndum de octubre de 1993, en el que se aprobó la nueva Constitución (por un escaso margen20), y con las elecciones generales en 1995, de presidencia y congreso, en las que Fujimori fue reelecto cómodamente en primera vuelta, con más del 64% de los votos, y con mayoría en el congreso unicameral21. Sin embargo, los problemas empezaron poco después de su reelección. Al ser el fujimorismo un movimiento altamente personalizado, requería la continuidad personal de Fujimori en el poder, no tanto del fujimorismo, movimiento sin mayor existencia más allá del líder22.

El camino seguido por Fujimori después de 1992 es una interesante ilustración de cómo construir un orden autoritario por medios “democráticos”, cuando se tiene una mayoría y cómo sobre la base de una invocación democrática mayoritaria, se destruye el equilibrio republicano y los principios liberales23. Los caminos seguidos por Fujimori para erigir un

18 El concepto de “autoritarismo competitivo” lo tomo de Levitsky y Way, 2002; ver también Schedler, 2002, y Diamond, 2002. Para el caso peruano, ver también McClintock, 1999, Conaghan, 2001, y Tanaka, 1999 y 2002; sobre Venezuela ver Coppedge, 2002. 19 En las elecciones de abril de 1990, Cambio 90 obtuvo el 21.7% de los votos para el senado y el 16.5% para diputados, mientras que en noviembre de 1992, Nueva Mayoría – Cambio 90 obtuvo el 49.2% de los votos; así, de un total de 80 congresistas, Cambio 90 – Nueva Mayoría obtuvo 44 escaños.20 El “Sí” se impuso al “No” por un 52 frente a un 48%, en medio de varias denuncias de fraude.21 Fujimori obtuvo el 64.4% de los votos presidenciales, y su movimiento el 52.1% de los votos congresales; su más cercano competidor, Javier Pérez de Cuéllar, obtuvo el 21.8% de los votos presidenciales, y su movimiento, Unión por el Perú (UPP), el 14% de los votos congresales. Así, en el congreso electo en 1995 surgieron claramente dos grandes bloques: el vinculado al gobierno, Cambio 90 – Nueva Mayoría, con 67 de 120 escaños; y el de la oposición, encabezado por la UPP, con 17. El grupo político con mayor cantidad de escaños después de estos dos fue el partido aprista, pero con sólo 8 representantes.22 En las elecciones de 2000, con Fujimori de candidato, el movimiento Perú 2000 obtuvo el 42% de los votos al congreso; apenas un año después, los movimientos identificados con el fujimorismo, Cambio 90 – Nueva Mayoría, y Solución Popular, obtuvieron apenas un 4.8% y un 3.6%, respectivamente.23 Ver O’Donnell, 1998. Esto debería llevar a una discusión a fondo no sólo sobre cómo conceptualizar la democracia, también sobre cómo debe tratar esos asuntos la comunidad internacional. De hecho, la OEA fue bastante permisiva con el fujimorismo, pese a su autoritarismo, porque era un mandario electo

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gobierno autoritario podrían resumirse dando cuenta de la ley de reelección y de las maniobras destinadas a impedir algún cuestionamiento a su candidatura presidencial en el 200024. En agosto de 1996 el congreso, con clara mayoría fujimorista, dio la ley de “interpretación auténtica” de la Constitución de 1993, según la cual el primer periodo presidencial de Fujimori no había sido el de 1990-1995, sino el de 1995-2000 (dado que el primero había sido regido por la Constitución de 1979, no de 1993), permitiendo así que Fujimori pudiera postular a su “primera reelección” en el 2000. Inmediatamente, en setiembre de 1996, varios líderes de oposición iniciaron el proceso de recojo de firmas para solicitar un referéndum en contra de la ley de “interpretación auténtica”. La respuesta llegó en octubre de 1996, cuando el congreso dio una ley normando el ejercicio del referéndum, señalando que para convocarlo, no sólo se requerían firmas de la ciudadanía, sino también el voto aprobatorio de cuando menos dos quintos del total de congresistas (48 votos). El camino para impedir el referéndum implicó después que el congreso se enfrentara a los jueces del Tribunal Constitucional, que en enero de 1997 declararon por mayoría inaplicable la ley de interpretación auténtica; el congreso, en mayo de ese año, respondió destituyendo a los magistrados que votaron por esa interpretación. En julio de 1998, los promotores del referéndum presentaron a la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) los planillones con 1’441,535 firmas de ciudadanos; en agosto, la ONPE aplicó la ley de referéndum de octubre de 1996, con lo cual, en vez de convocar al referéndum, envió el pedido al congreso, donde la oposición no pudo conseguir los 48 votos que necesitaba.

Fujimori no sólo necesitó bloquear el camino del referéndum: también tenía que evitar que el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) pudiera declarar fundada alguna tacha en contra de su candidatura, invocando su inconstitucionalidad. Para ello, tenía que controlar al JNE. Según el artículo 179 de la Constitución de 1993, el JNE está compuesto por cinco miembros:

1. Uno elegido en votación secreta por la Corte Suprema entre sus magistrados jubilados o en actividad (...) El representante de la Corte Suprema preside el Jurado Nacional de Elecciones.2. Uno elegido en votación secreta por la Junta de Fiscales Supremos, entre los Fiscales Supremos jubilados o en actividad. 3. Uno elegido en votación secreta por el Colegio de Abogados de Lima, entre sus miembros.4. Uno elegido en votación secreta por los decanos de las Facultades de Derecho de las universidades públicas, entre sus ex decanos.5. Uno elegido en votación secreta por los decanos de las Facultades de Derecho de las universidades privadas, entre sus ex decanos.

La estrategia consistió en poner bajo control las instituciones con representación en el JNE. Así, en junio de 1996, se declaró la reorganización del Poder Judicial y del Ministerio Público, crándose el Consejo de

constitucionalmente; y ahora se ve nuevamente en una situación similar respecto a Chávez.24 Sobre estos puntos ver Ames et.al., 2001; Bernales, 2000 y 2001; Sanborn, et.al., 2000, entre otros.

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Coordinación Judicial; en enero 1997 se creó la Comisión Ejecutiva del Ministerio Público, y en diciembre de 1997 se dictó la homologación de magistrados titulares y provisionales, designados estos últimos por las entidades interventoras. Con estas medidas, el gobierno se aseguró dos votos. En noviembre de 1997 se declaró la intervención de las universidades públicas, con lo que se pasó a controlar a los decanos de las facultades de derecho; con esto, el fujimorismo podía contar con tres de los cinco votos en el JNE. Para asegurarse, en mayo de 1998 el congreso dio una ley por la cual se modificó la modalidad de votación del JNE para declarar fundadas las tachas e impugnaciones de candidaturas: se pasó de mayoría simple (tres votos) a una mayoría calificada de cuatro votos de cinco. El final de la historia es que en diciembre 1999 se inscribió la candidatura de Alberto Fujimori, fue tachada por la oposición, y finalmente la tacha fue desestimada por el JNE. Lo que se ve es que el camino de la reelección implicó el control prácticamente absoluto de todas las instituciones del Estado. Esto se haría aún más claro en la campaña electoral del 2000, en la que los recursos públicos se movilizaron con el propósito de favorecer al candidato del gobierno, involucrándose incluso a las Fuerzas Armadas25.

En el caso de Venezuela encontramos elementos comunes con el Perú26. El primer paso de Chávez fue terminar con el congreso electo en noviembre de 1998, en el que AD tenía la primera minoría; también con los gobernadores, en los que AD todavía tenía presencia importante. Para ello Chávez, el 2 de febrero de 1999, el día de la toma de mando, llamó a un referéndum para convocar una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Este se llevó a cabo el 25 de abril de 1999, en el que la convocatoria se aprobó con más del 80% de los votos válidos, pero con un ausentismo mayor al 60%. El 25 de julio de 1999 se realizaron las elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC); en ellas nuevamente se registró un alto ausentismo (mayor al 53%). El dato relevante aquí es que Chávez organizó esta elección con un sistema electoral mayoritario en la práctica (personalizado), que le permitió obtener, con el 65.5% de los votos,

25 Ver los numerosos informes de observación electoral de las elecciones de 2000, realizados por la misión de la Organización de Estados Americanos (OEA), el Carter Center, el National Democratic Institute, el Departamento de Estado de los Estados Unidos, la Federación Internacional de Derechos Humanos, el Electoral Reform International Service, o el Washington Office on Latin America; también los informes de observadores nacionales como Transparencia, el Foro Democrático, el Consejo por la Paz, y la Defensoría del Pueblo (Ombudsman), instancia gubernamental.26 Sobre los temas vistos en esta parte ver Gómez y Patruyo, 2000; Maingón et.al., 2000, entre otros.

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el 94.5% de los escaños (121 de 128 escaños)27; por el contrario, la oposición, con un 34.5% de los votos, obtuvo apenas el 5.5% restante.

Con esa cómoda mayoría, el chavismo pudo elaborar la Constitución sin necesidad de hacer mayores concesiones a la oposición28. El 15 de diciembre de 1999 fue realizado el Referéndum para aprobar la nueva Constitución, que remplazaría a la anterior Carta Magna de 1961. Aunque el “sí” obtuvo el 72% de los votos válidos, un 56% de la población apta para votar no participó. Lo que realmente acabó con el equilibrio de poderes en Venezuela fue que la ANC, el 23 de diciembre de 1999, invocando ser la encarnación de la voluntad soberana, y la expresión de un nuevo orden institucional, disolvió e intervino los demás poderes públicos: el Congreso de la República, el Consejo de la Judicatura, la Corte Suprema de Justicia y las Asambleas Legislativas29. Gran parte de las nuevas autoridades, cuyo mandato se ubicó ya dentro del nuevo marco constitucional, fueron elegidas en el 2000. El 30 de julio fueron celebradas elecciones para Presidente de la República, diputados de la Asamblea Nacional (antiguo Congreso Nacional), gobernadores (de las 23 entidades federales), diputados de los Consejos Legislativos de los Estados (antiguas Asambleas Legislativas), Alcalde Metropolitano, Alcaldes, Concejales al Cabildo Metropolitano, y los representantes al Parlamento Latinoamericano y al Parlamento Andino; elección por supuesto realizada en el contexto de la hegemonía chavista, lo que le permitiría, por medios “constitucionales” y mayoritarios, construir un poder casi absoluto y sin contrapesos institucionales, que le permitiría un manejo autoritario del poder, aunque amparado por una legalidad en gran medida desprovista de contenido. En estos comicios Hugo Chávez fue reelecto presidente con el 59.75% de los votos (frente al 37.5% de Francisco Arias), y el MVR consiguió más del 46% de los asientos en el congreso30. Haciendo alianza con otros grupos, Chávez ha logrado construir mayoría en el 27 Es interesante acá la comparación entre los sistemas electorales empleados por Chávez y Fujimori. Dado que el fujimorismo era mayoría, a Fujimori le habría convenido también elegir el congreso unicameral con un sistema mayoritario en 1993, 1995 y 2000; sin embargo en las tres ocasiones se eligió el congreso en distrito único, sistema altamente proporcional, con ventajas para las minorías. ¿Por qué? Fujimori quería tener un control total sobre su bancada, no quería negociar con poderes regionales o locales, cosa inevitable aunque hubiera control sobre el proceso de nominación. Esto porque Fujimori nunca logró constituir un movimiento político. Por el contrario, Chávez en 1998 se había hecho de una mínima organización política, armada entre su salida de prisión y las elecciones de 1998. 28 Creo importante señalar que no me parece que pueda decirse que se trata de una Constitución “hecha a la medida” de un régimen autoritario, como tampoco lo fue la Constitución de 1993 aprobada en el Perú. Por el contrario, se trató de Constituciones en las que el espíritu de los legisadores estuvo centrado en la promoción de mecanismos de “democracia directa”; precisamente ellas se convirtieron en un importante obstáculo tanto para Fujimori como para Chávez, y fueron una herramienta útil para la oposición en el Perú y lo son ahora en Venezuela: en ambos casos se exigió la realización de referéndums para limitar el poder presidencial, y en ambos casos los presidentes violaron repetidamente el orden constitucional creado bajo su hegemonía política. 29 En enero de 2000 se autodisolvió la ANC, y fue reemplazada por el “congresillo”, órgano compuesto por algunos miembros de la ANC y otros designados por ella misma, en vigencia mientras entrara en funciones el nuevo congreso.

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congreso, y por medio del control del congreso, mantener bajo control a las autoridades y poderes elegidos por éste.

Ahora bien, pese a que el fujimorismo logró construir una coalición política sólida, y gozar de una hegemonía amplia durante un largo periodo de tiempo, no construyó un orden institucional alternativo al que destruyó. No construyó una nueva institucionalidad, por la naturaleza personalista de su liderazgo (no logró erigir nada parecido al PRI en México, por así decirlo). No construyó propiamente partido u organización que heredara su capital político, ni respetó las instituciones que creó a partir de 1993. De ese personalismo se derivó también la necesidad de perpetuarse en el poder. Finalmente, el personalismo lo hizo muy vulnerable a los conflictos entre los personajes que detentaron el poder: el propio Alberto Fujimori, el Comandante General del Ejército, Nicolás Hermoza, y el asesor del Servicio de Inteligencia Vladimiro Montesinos. Finalmente, la caída del fujimorismo se explica fundamentalmente por los conflictos entre el presidente y su asesor (Tanaka, 2003).

En el caso de Chávez, encontramos un patrón similar, consecuencia también de su personalismo e improvisación como líder político. No ha logrado constituir una sólida organización de respaldo, e incluso poco a poco se ha ido aislando de aliados potenciales. El MVR ha entrado en conflicto con el Movimiento Bolivariano 200, y la alianza con otros grupos como el MAS o el PPT también entró rápidamente en crisis. El aislamiento se da también con respecto a las organizaciones de la sociedad civil, lo que hace que Chávez dependa cada vez del respaldo de un poder de facto como el que recibe de las Fuerzas Armadas, lo que implica crecientes grados de politización de éstas e intervención en política, e incertidumbre respecto a la viabilidad de su gobierno. Todo esto tiene como consecuencia crecientes niveles de polarización y descontento, que se expresaron dramáticamente en los sucesos de abril 2002, cuando se produjo una masiva demostración de protesta en contra del gobierno, que generó una brutal represión y enfrentamientos, que desencadenaron un golpe de Estado por parte de un sector de las FF.AA., y la breve toma de mando del empresario de FEDECÁMARAS, Pedro Carmona como presidente; mandato que duró apenas unas horas, después de los cuales Chávez volvió al poder secundado por sectores militares fieles.

Esto significa que, pese a que el fujimorismo y el chavismo han sido poderes hegemónicos, siempre hubo un margen importante para la acción de la oposición, que podía capitalizar los costos polìticos que implicaban las maniobras que vulneraban el Estado de derecho y aprovechar los espacios formalmente democráticos existentes. En el caso peruano, esto se expresó en la lucha de la oposición por convocar a un referéndum contra la segunda

30 Sobre las elecciones del 2000 ver Carrasquero et.al., 2000; y Maingón, 2001. Es interesante registrar que AD, si bien no presentó candidato presidencial, mantiene una importante presencia en el congreso, siendo la primera fuerza de oposición; de otro lado, llama la atención que La Causa Radical, a pesar de ser el principal soporte de la votación obtenida por Arias Cárdenas (participa con unos 19 puntos del 37.5% que obtuvo, logró una minúscula votación en el congreso.

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relección del presidente Fujimori, que éste logró evitar mediante diversas maniobras en el congreso, como hemos visto. Pese a la hegemonía política de Fujimori, éste siempre desconfió de las elecciones como un mecanismo legitimador. Lo mismo ocurrió con las elecciones del año 2000: pese a que podría haberlas ganado limpiamente, el gobierno constantemente “ensució” el proceso electoral. Más todavía, semanas antes de la segunda vuelta de la elección presidencial, diversos observadores electorales solicitaron al gobierno postergar por dos semanas la elección, para poder revificar el programa de cómputo de votos; a pesar de que las encuestas de opinión daban a Fujimori una intención de voto mayor a la del candidato Toledo, el gobierno decidió enfrentarse a la comunidad internacional y seguir adelante con la elección en la fecha prevista inicialmente, lo que llevó al retiro de Toledo de la segunda vuelta y a la condena de la comunidad internacional, y finalmente, a deslegitimar la segunda reelección de Fujimori. Esta actitud del fujimorismo generó dilemas difíciles de resolver para la oposición: de un lado, la desconfianza de Fujimori a la incertidumbre que implican las elecciones llevaba a pensar que en ese terrenó era vulnerable, lo que llevaba a entrar a jugar con las reglas del régimen. De otro lado, el carácter autoritario del mismo hacía que esas mismas reglas constantemente fueran violentadas a favor del gobierno, por lo que había también razones para el abstencionismo, para no “legitimar” reglas que no se respetaban.

Pero la verdadera debilidad de la oposición en el Perú, a mi juicio, no estuvo en determinar la mejor estrategia para enfrentarse a Fujimori, si no en que nunca logró construir una alternativa creíble, especialmente para los más pobres del país. Las banderas de la oposición fueron definidas por oposición a Fujimori, no en positivo, y tuvieron un exagerado énfasis en lo institucional, dejando prácticamente el tema social al gobierno. Y se trató de un gobierno que contó con recursos extraordinarios, producto de la recuperación de las finanzas del Estado, el acceso a créditos y la política de privatizaciones. El fujimorismo, a lo largo de su gobierno, aumentó notablemente los montos del gasto social. El gasto social per cápita pasó de 12 dólares en 1990 a 63 en 1993, a 75 en 1994, a 145 en 1995, y a 158 en 1996 (INEI), aumentando también sustancialmente como porcentaje del PBI, de modo que en el segundo gobierno de Fujimori se registraron los niveles más altos de las últimas dos décadas. Los porcentajes también registran aumentos importantes si vemos el porcentaje del gasto social respecto al gasto público total. Entre 1997 y 2000, el porcentaje de pobres extremos que recibieron alimentos donados por el gobierno pasó de un 71.4 a un 75.5%31. No es de extrañar pues que el fujimorismo siempre tuviera un importante apoyo en general, y entre los más pobres en particular. Por ejemplo entre finales de 1996 y diciembre de 1998, que es cuando Fujimori cayó en su aprobación ciudadana, envuelto en los escándalos de las maniobras en pos de la segunda reelección (pasó de un 66% en promedio que tuvo entre octubre de 1991 y octubre de 1996 a un 40%), es muy revelador notar que en el sector “B”, expresivo de los sectores medios, la aprobación a su gestión fue solo de 34%, mientras que en el sector “D”, expresivo de los sectores populares, la aprobación fue de 43%, nueve puntos porcentuales de diferencia (cuadro 6).

31 El porcentaje de pobres extremos respecto a la población total fue de 14.7 en 1997 y 14.8 en 2000. Datos tomados del instituto Cuánto.

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[ Cuadro 6: Porcentaje de aprobación a la gestión presidencial por sectores sociales (datos de APOYO para Lima Metropolitana). Elaboración propia ]

Periodos Promedio A B C D1) Jul. – Dic. 90 54 45 47 56 612) Ene. 91 - Set.91 38 36 36 39 383) Oct. 91 – Oct. 96 66 68 62 62 634) Nov. 96 – Dic. 98 40 39 34 38 435) Ene. 99 – Abr. 00 48 41 38 46 54

En el caso de Venezuela, tenemos también que, pese a que el presidente Chávez ha contado siempre con un importante apoyo popular, éste no ha sido constante, por lo que la oposición ha tenido siempre espacios para actuar y disputarle la hegemonía política, aunque sin éxito. Chávez empezó su gestión con altos niveles de aceptación, pero ellas empezaron a caer desde 2001, cuando menos hasta 2004. No sólo se produjo una caída, también un proceso de creciente polarización social y política, consecuencia del rechazo que suscitó, entre los sectores medios y altos especialmente, las políticas del gobierno, que iban a la par de grandes expectativas que esas mismas políticas generaban, especialmente entre los sectores populares, expectativa alentada por la retórica igualitarista y revolucionaria del Presidente. Un hito dentro de este proceso de polarización lo constituyó la expedición de 49 leyes en noviembre de 2001, dadas bajo el amparo de las facultades legislativas otorgadas por el congreso mediante la “ley habilitante”, dentro de las que destacan la ley de tierras, de hidrocarburos y de pesca. La polarización llevó al extremo de la realización de un golpe de Estado en abril 2002, como hemos visto, y posteriormente a la convocatoria de un “paro cívico” indefinido buscando la renuncia del presidente que se extendió entre diciembre 2002 y los primeros meses de 2003 (Medina, 2003, y López Maya, 2003). Luego del fracaso del paro, se estableció en mayo de 2003 un diálogo entre gobierno y oposición, con la participación de la OEA, buscado encontrar mecanismos que permitan darle cauces institucionales a las disputas políticas. Es así como el país entró en el tortuoso proceso del referéndum revocatorio del presidente Chávez, que se extendió a lo largo de un año, empezando en agosto de 2003, cuando la oposición hizo la primera presentación de firmas solicitando este mecanismo de democracia directa, hasta la final realización del referéndum, el pasado 15 de agosto de 2004, que arrojó un 58.25% de votos a favor de la permanencia en el poder del presidente Chávez, contra el 41.74% que obtuvieron los votos a favor de la revocatoria.

Si analizamos la dinámica política en Venezuela en los últimos años, encontramos un juego que sigue gruesamente el libreto siguiente. De un lado, tenemos un gobierno que pretende instaurar un régimen revolucionario, siguiendo confusas líneas ideológicas que combinan elementos socialistas y nacionalistas; y que tienen como límites su propia incapacidad para llevar a la práctica sus ideas, así como, ciertamente, la acción de la oposición. El primer elemento no es desdeñable, se tiene que recordar que Chávez es un

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outsider, un militar que ha armado una heterogénea coalición de gobierno en la que participan muchos de sus antiguos compañeros de armas con diversos grupos provenientes de muy diversas tradiciones políticas. En cuanto a la oposición, ésta se encuentra con varios dilemas, que ha resuelto según las evaluaciones que hace de sus propias fuerzas. En el período previo al golpe de Estado, un sector de la oposición evaluó que tenía la legitimidad suficiente y respaldo de poderes de facto como para no esperar el referéndum revocatorio y proceder inmediatamente con un plan golpista; cálculo que se reveló correcto, porque en realidad el golpe se realizó con éxito, con la captura del presidente Chávez. Sin embargo, en las horas posteriores, el designado presidente Carmona rompió las alianzas que lo habían llevado al poder (especialmente el cierre del congreso y de los otros poderes del Estado), lo que permitió el regreso de Chávez. Luego del fallido golpe, sectores de la oposición continuaron confiando en su que por medio de la presión y las movilizaciones lograrían su objetivo, lo que se expresó en el paro cívico de finales de 2002 e inicios de 2003. Finalmente, el paro se mostraría también inviable.

Para la oposición, el camino de la confrontación terminó en una grave derrota política. De haber tenido éxito, se habrían “desecho” rápidamente de Chávez; en vez de ello, fracasaron y quedaron como golpistas y desleales con un régimen que, cuando menos en sus aspectos formales, es democrático. Dado el fracaso de las estrategias de fuerza, de pura confrontación, y considerando que el respaldo al presidente Chávez seguía cayendo respecto a los niveles que alcanzó hacia el año 2000, se impuso en la oposición la opción de derrotar a Chávez en la arena electoral, jugando la carta del referendo revocatorio; éste cálculo se basaba además en los resultados que arrojaban diversas encuestas de opinión. Esto llevó a la oposición a aceptar en la práctica los mecanismos establecidos en la Constitución de 1999, aceptar las reglas de juego del régimen, con la expectativa de ganar mediante ellas, pese a que siempre se jugó con la percepción de que éstas eran manipuladas o distorsionadas. Para la oposición se trata de un dilema difícil de resolver: o se denuncian las elecciones por amañadas, y se deja de participar, o se participa a pesar de todo, con lo que después se tienen que aceptar los resultados, sean los que fueren. Aquí nuevamente la oposición sufrió una grave derrota, que se sumó al fracaso de las estrategias de pura confrontación. No sólo perdió el referéndum, si no que perdió también en tanto no pudo “demostrar” con claridad suficiente la realización de un fraude; en vez de ello, quedó más bien como una “mal perdedora”.

¿Por qué el fracaso de la oposición? No basta, a mi juicio, señalar las maniobras del gobierno. Ellas son ciertamente parte de la explicación; otra parte importante tiene que ver con los propios límites de ésta, con su fragmentación y carencia de propuestas más allá de las banderas en contra de Chávez. Como señaló Przeworski al estudiar las crisis de los gobiernos autoriarios, es indispensable que surja también una alternativa clara; y ello no ocurrió en Venezuela. Al mismo tiempo, la oposición manejó un discurso fuertemente institucionalista, atractivo para los sectores medios, pero no para los sectores populares. Por el contrario, el gobierno no sólo tuvo un discurso político explícitamente dirigido hacia ellos, si no que además

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respaldo era retórica con un importante aumento en el gasto social, respaldado por el notable aumento del precio del petróleo a lo largo del 2003 y 2004.

En resumen, en Perú y Venezuela encontramos que, después de colapsados sus sistemas de partidos, y pese a las enormes diferencias políticas que separan a los presidentes Fujimori y Chávez, en ambos países se fundó un nuevo orden político (expresado en las nuevas constituciones de 1993 en Perú y de 1999 en Venezuela), formalmente democráticos, y que además ponían énfasis en la apertura de espacios de participación y democracia directa, pero que en la práctica dieron lugar a la conformación de regímenes autoritarios. Ello se explica porque la refundación institucional ocurrió bajo la clara hegemonía política de un solo actor, imbuído de un claro espíritu antisistema, que enfrentó una oposición débil y fragmentada, sin una propuesta alternativa. Los nuevos líderes sufrieron un importante desgaste como consecuencia de un ejercicio del poder no democrático, pero ésta caída afectó sobre todo su relación con los sectores medios; ante los sectores populares, la combinación de una retórica anti sistema y un significativo aumento del gasto social (posible en el caso peruano por la recuperación de las finanzas públicas y por la política de privatizaciones, y en el venezolano por el aumento de los precios del petróleo), les permitió mantener una importante base de respaldo popular, que los hace competitivos en el terreno electoral.

Así, en el Perú el fujimorismo no cayó en el escenario electoral del año 2000: pese a los muchos cuestionamientos de la elección de ese año, Fujimori logró iniciar un tercer periodo de gobierno. La oposición tenía el dilema de participar testimonialmente dentro del orden político, y de esa manera legitimarlo implícitamente, o adoptar una estrategia de ausentismo y cuestionamiento, lo que podría llevarla a la marginalidad política, o a caer en la tentación de acciones golpistas. En este marco, muchos actores trataron de negociar y de llegar a algún tipo de entendimiento con el gobierno. Sin embargo, inesperadamente, el fujimorismo se desplomó en setiembre de 2000, no por el vigor de la oposición social o política, ni por una crisis de legitimidad, si no por sus conflictos internos (expresados en las pugas entre Fujimori y su asesor Montesinos). En Venezuela, después del triunfo del gobierno en el referéndum revocatorio de agosto de 2004, las fuerzas de oposición enfrentan dilemas similares. En cuanto al gobierno de Chávez, siguiendo una de las tesis defendida aquí, es difícil que actúe de maneras más democráticas, menos autoritarias e institucionales, en la medida en que en Venezuela la dinámica gobierno – oposición no permite todavía una lógica efectiva de contrapesos y controles que limite la acción del gobierno. Si bien es muy difícil preveer el curso futuro de los acontecimientos en Venezuela, considero que se puede afirmar que, al igual que en el caso peruano, el chavismo dejará una pesada herencia de debilidad institicional, y de los actores sociales y políticos, muy difícil de remontar.

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Los desafíos: cómo construir representación democrática sin partidos

Hemos visto en este trabajo que Perú y Venezuela constituyen desarrollos excepcionales en el contexto de la región, en los que las crisis de representación han llevado a una evolución gradual de sus sistemas de partidos, de modo que los actores tradicionales compiten con nuevas fuerzas expresivas de nuevos sectores sociales. En Perú y Venezuela, por el contrario, se produjo el colapso súbito del conjunto de actores del sistema, abriendo paso a la irrupción de outsiders. La clave para entender esta diferencia está en la dinámica interna de los partidos políticos, en coyunturas en las que eran particularmente vulnerables, la elección de 1990 en Perú y de 1998 en Venezuela. Los partidos no pudieron manejar sus conflictos internos, que terminaron en procesos de división, lo que los deslegitimó ante los electores. Una vez en el poder, Fujimori y Chávez destruyeron el orden institucional precedente, y erigieron regímenes que pueden ser catalogados como autoritarismos competitivos, en los que la representación democrática es sustituida por mecanismos de legitimación plebiscitarios.

Hacia delante, ambos países enfrentan grandes desafíos. En Perú, el desafío ahora es remontar el legado de una década de autoritarismo, de destrucción de las instituciones estatales, manejadas para mantener en el poder al fujimorismo, pero también el problema de la debilidad de las organizaciones sociales y políticas. El sistema de partidos vigente en la década de los años ochenta fue destruido, su espacio fue ocupado por el fujimorismo y por movimientos independientes, pero ninguno de ellos logró tampoco consolidarse. El fujimorismo afectó también las capacidades de acción colectiva de la sociedad, minando la representatividad de los actores sociales, aislándolos de la sociedad en general. En Venezuela, el desafío es conseguir que el gobierno de Chávez no siga un camino similar al del fujimorismo, evitar que su control sobre las instituciones, la ausencia de equilibrios y contrapesos lleve a un debilitamiento extremo de la competencia política y el pluralismo, que lleve a crecientes arbitrariedades, autoritarismo, y corrupción. Un camino como ése puede generar una mayor polarización a la ya existente, y dar paso a un ciclo de mayor inestabilidad y violencia; en todo caso, la oposición a Chávez está dispersa y sin proyecto alternativo claro, por lo que no es fácil vislumbrar salidas a la situación actual.

En ambos países asistimos a las dificultades de hacer política sin partidos32. Al tener partidos o movimientos precarios, volátiles, tenemos dos lógicas perversas: primero, cuentan con horizontes temporales limitados, por lo que priman lógicas de corto plazo, no pueden pensarse políticas o estrategias de más largo aliento; y segundo, dado que son movimientos nuevos y precarios, sus recompensas políticas son bajas: es decir, les basta obtener algunas alcaldías, gubernaturas o asientos en el congreso, posicionarse allí, y desde esas posiciones intentar crecer y consolidarse a futuro. Esta lógica dificulta la formación de coaliciones, genera un escenario de fragmentación, y dificulta solucionar problemas de acción colectiva. Por

32 Levitsky y Cameron, 2001.

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estas razones en Perú y Venezuela encontramos debilidad en los actores en el poder, pero también en la oposición.

En medio de un clima de cuestionamiento a la política y a los partidos presente en toda la región, los casos de Perú y Venezuela nos dan lecciones valiosas sobre su importancia, por encima de sus limitaciones, y esta es acaso la conlusión más relevante. Los partidos cuentan, y a pesar de todo, su ausencia lleva no a una solución, si no al agravamiento de los problemas. Si miramos los demás países andinos, con sistemas de partidos en crisis pero no colapsados, encontramos un contraste notable. La crisis de representación y el descontento ciudadano incentiva a los partidos tradicionales a promover iniciativas de reforma institucional, para renovar su imagen y poder competir exitosamente con las fuerzas políticas emergentes. Por más limitadas que sean esas iniciativas, en la práctica abren el sistema político, y crean estructuras de oportunidad que pueden ser aprovechadas por nuevos actores sociales y políticos. En los últimos años, en Colombia, Bolivia y Ecuador, hemos tenido procesos de descentralización, elección popular de autoridades locales, nuevas constituciones o cambios constitucionales que amplían el reconocimiento de derechos sociales, reformas políticas que buscan fortalecer mecanismos de accountability de los elegidos frente a los electores, con consecuencias reales nada desdeñables. Cabe resaltar que en Bolivia y Ecuador, el sistema político ha avanzado mucho en cuanto al reconocimiento de derechos de grupos indígenas, lográndose avances sustantivos en mayor representación de grupos étnicos tradicionalmente postergados. En suma, pese a todos los problemas, la existencia de un sistema de partidos constituye una ventaja para la democratización de un país. Finalmente, sólo cabe esperar, en los casos de Perú y Venezuela, que la gravedad de la situación actual permita a los actores un aprendizaje que facilite la superación de algunos de los problemas actuales.

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