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EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Jaime Roig, sj.

PRÓLOGO .............................................................................................................................1. LA PERSONA A IMAGEN DE DIOS ..............................................................................2. DECIDIRSE, CLAVE DE LA MADUREZ HUMANA Y ESPIRITUAL ............................3. LEYES DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL .....................................................................4. ETAPAS DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL ...................................................................5. CONCLUSIÓN: DE LA SANTIDAD DESEADA A LA POBREZA OFRECIDA .............

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Edita Cristianisme i Justícia, Roger de Llúria, 13 - 08010 BarcelonaTel. 93 317 23 38 - [email protected] - www.cristianismeijusticia.netImprime: Edicions Rondas S.L. - Depósito Legal: B-31.802-2012 - ISBN: 978-84-9730-303-3ISSN: 2014-654X - ISSN (ed. virtual): 2014-6558 - Diciembre 2012

La Fundación Lluís Espinal le comunica que sus datos están registrados en un fichero de nombre BDGACIJ, titularidad de laFundación Lluís Espinal. Solo se usan para la gestión del servicio que os ofrecemos, y para mantenerlo informado de nuestrasactividades. Puede ejercitar sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición dirigiendose por escrito a c/ Roger deLlúria 13, Barcelona.

Jaime Roig, sj., especialista en espiritualidad ignaciana, es profesor en el Institut de Teo-logia Espiritual de Barcelona. Ha publicado en esta misma colección La soledad (núm 25).

Este cuaderno cuenta con la colaboración de la Direcció General d'Afers Religiososdel Departament de Governació i Relacions Institucionals

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PRÓLOGO

El crecimiento espiritual es la columna vertebral de una vida espiritual,una vida toda ella llevada por el Espíritu. Una existencia enraizada enel misterio fontal de la santísima Trinidad y extendida en todas lasdimensiones del ser humano y en sus relaciones con los demás y conla creación. Pero el crecimiento espiritual es don y tarea, misterio degracia y de libertad, arraigado en lo más humano y animado por lo divi-no que se nos ha dado. De aquí que teología y antropología vayanacompasadas en la reflexión y en el trazado de las sendas por dondese desarrolla el crecimiento espiritual. Las páginas que siguen son unaguía inigualable en esta senda que nos toca recorrer si queremos res-ponder al impulso del Espíritu que nos habita.Pero las páginas de este estudio ofrecen una particularidad y novedadespecial. Son obra de autor. Debajo de ellas se esconde con la discre-ción que las avala, una persona, una historia y una experiencia que sonel sello de calidad. En efecto, a través de estas páginas se entra encontacto con Jaime Roig del Campo, sj., se conecta con la sabia expe-riencia de su magisterio espiritual de una extensión sobrecogedora, encuanto a personas (formación de laicos, religiosas, religiosos y semi-naristas, Ejercicios Espirituales a una inmensa gama de ejercitantes) yen cuanto a lugares (toda España y parte de América Latina).Jaime Roig, ahora, en la plena madurez de su vida y ministerio, noscomunica por un lado la sabiduría de la tradición y por otro nos asomaa la riqueza que brota en la actualidad en el amplio campo de la expe-riencia de Dios y del camino espiritual. Su copiosa experiencia estáfecundada por la lectura nunca interrumpida de los autores que formanla rica savia de la tradición cristiana oriental y occidental y de la conti-nua novedad que él ha sabido detectar y con la cual él se ha familiari-zado y a nosotros nos ha enriquecido. Roig es un notable exploradorbibliográfico, ya que sorprende señalando autores y obras que en cadamomento alumbran alguna novedad o nueva inflexión en el campo dela teología espiritual.Su servicio espiritual múltiple hasta el límite del agotamiento: EjerciciosEspirituales, acompañamiento espiritual, cursos, jornadas, etc., ha sidoel lugar donde ha dejado transparentar, y sólo transparentar, dada sunotable modestia y discreción, la calidad evangélica de su acción: gra-tuidad, sentido de fe, capacidad de escucha, disponibilidad constante,

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inmensa capacidad de adaptación a la gran variedad de personas ysituaciones. En todo momento: modestia y sencillez.Entre sus rasgos muy personales está el humor manifestado en los jue-gos de palabras, en las anécdotas jocosas, en las frases ocurrentes,que nos traslada a la sabia pedagogía espiritual de la antigüedad cris-tiana del desierto.Recientemente, un grupo de amigos jesuitas de Jaime Roig que, dedistintas formas habíamos gozado en años pasados de su magisteriocomo profesor, maestro de novicios, instructor de tercera probación oformador –Veruela, Raimat, Barcelona, Andorra, El Brull son topónimosentrañables que encierran el recuerdo de su magisterio–, hemos teni-do la fortuna de poder gozar de unas fecundas sesiones de seminarioque él mismo ha impartido sobre el tema que de forma muy sintética,gracias al cuidado y riguroso trabajo de Javier Melloni, se recoge enesta publicación. Queremos, pues, que estas páginas no sean sólo unaexcelente oferta a quienes las van a leer y reflexionar, sino que levan-ten acta de gratitud al maestro y amigo.

Josep Maria Rambla, sjSeminari d’Exercis Espirituals (CJ-EIDES)

Barcelona, diciembre 2012

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1.1. El ser humano como creaturaHemos sido creados de la nada, dice laBiblia (2Mac 7,28). La nada, por defi-nición, no es algo. Es un concepto lími-te que significa que el ser humano noexiste por él mismo, sino que Diosconstituye «su origen, su centro y sufin» (Máximo el Confesor), el cual da«la vida, el movimiento, el ser», comodijo San Pablo a los atenienses (Hech17,28).

En el islam se dice que el primer gri-to del recién nacido y el último suspirodel agonizante componen y proclamanel Nombre divino. Quizás ésta sería unatraducción existencial de nuestro CristoAlfa y Omega. Vivir no puede dejar deser una celebración. Por eso cuandoAliosha Karamazov intenta apartar a suhermano Iván del camino del nihilismo,le suplica amar la vida, atreverse aabandonarse a ese gran amor que hay

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1. LA PERSONA A IMAGEN DE DIOS

El hecho de que el ser humano no se baste, que no pueda llegar a suplenitud sin volverse hacia el Desconocido que lo funda y lo llama, seresume en esta afirmación fundamental de la fe: somos creados, somoscreaturas. Tenemos tendencia a yuxtaponer Creador y creatura. Al con-trario, hay que presentir que las creaturas no existen sino en Dios, enesa voluntad creadora que precisamente las hace diferentes de Dios.

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en él; únicamente después tendrá laposibilidad de buscar el sentido de todoello.Amar la vida es presentir esta gracia

primera que hace que no podamos exis-tir sino en Dios, porque la vida es inse-parable de la gracia:

«Dios formó al hombre con el barrodel suelo, insufló en él un soplo devida y el ser humano se convirtió enviviente.» (Gn 2,7)

Esta visión es incansablementecomentada por la Patrística: la graciaincreada, que es luz y fuego, se encuen-tra implicada en el acto creador mismo.El hombre recibe a la vez la vida y lagracia. La gracia reside primordialmen-te en el hecho mismo de existir. Gre-gorio de Nacianzo va más lejos cuandohabla, a este propósito, de un «chorrode la divinidad». Para él, el soplomismo de Dios, el Espíritu Santo, cons-tituye el principio de nuestra existencia.No solamente “incuba” las aguas origi-nales, sino que se concentra en la exis-tencia personal del hombre, en dondeculmina y se supera la vida universal.Así pues, la vocación del ser huma-

no es la de convertirse libre y conscien-temente en el celebrante de este granmisterio. El único ser humano verdade-ramente natural es aquél que se recono-ce creatura llevada por la gracia, llama-da a la unión con su Creador.

1.2. El origen de la nociónde persona: la teología trinitariaEl ser humano, en su condición de cria-tura, no es únicamente una naturalezacreada. Es también una existencia per-

sonal. Creemos saber lo que es la per-sona. Pero el teólogo, cuando examinalo que dicen los filósofos y los psicólo-gos, tiene la impresión de que hablansólo de lo mejor del individuo y todavíano de la persona. Su misterio única-mente puede hacérnoslo presentir lacontemplación de la Trinidad.Todo está dicho en la oración sacer-

dotal de Jesús:

«Que todos sean uno, como tú,Padre, estás en mí y yo en ti, queellos también sean uno en nosotros.Yo les he dado la gloria que me hasdado, para que sean uno como no-sotros somos uno, yo en ellos y Túen mí...» (Jn 17,21-22)

Los Padres llamaron hipóstasis alPadre, al Hijo y al Espíritu, cada uno ensu originalidad incomparable. Y nom-braron ousía (substancia) a su identidad.Hipóstasis era un término banal al quele dieron un sentido nuevo. No era untérmino filosófico, sino que servía en lavida corriente para designar una cosa,captada sobre todo en su particularidad.La lógica privada e individualista

de la gracia opone y confunde. En cam-bio, el dogma de la Trinidad sugiere lacoincidencia en la Fuente divina dela unidad absoluta y de la diversidadabsoluta. El Tres, aquí es un númerometa-matemático (Basilio de Cesarea)que, siempre idéntico al Uno, significala superación infinita de la oposición,no por reabsorción en lo impersonalsino en la plenitud del amor, según unadiferencia transparente donde cada Per-sona, lejos de oponerse, pone a lasotras. Cada una aparece como una ma-nera única de hacer existir la misma

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Esencia, de recibirla de los Otros y dedársela en este «Inmóvil movimientode Amor» del que habla Máximo elConfesor. Es una especie de danzaamorosa en la que cada uno se borrapara que el otro sea plenamente; yprecisamente gracias a ello, cada unotambién es plenamente él mismo.Así, la Trinidad designa la «identi-

dad de los Únicos», donde no solamen-te existe plenitud, sino que cada una delas Personas es fuente de la existenciapersonal en el amor. Lo propio del amores tanto unir como diferenciar.

1.3. Persona y naturalezaEl carácter sobrenatural de la personaestá expresado en filigrana en el dogmade Calcedonia, donde se subraya la uni-dad de la humanidad y de la divinidad.Cristo es verdadero Dios y verdaderohombre, esto es, perfecto en su humani-dad. Esta humanidad integral englobalo visible y lo invisible de lo humano,es decir, el cuerpo y el alma racional.La palabra racional, razonable, traducemal el griego, que se refiere al Espíritucomo el confín superior del alma, ca-pacidad espiritual donde la naturalezahumana se abre al Espíritu. Cristo es,pues, de una humanidad plena, hechade un alma espiritual y de un cuerpo.No obstante, no es una persona humana,ya que es el Verbo encarnado, el Hijoco-eterno del Padre, y así, una personadivina. Es decir, que en el ser humano,la persona no se identifica ni con elcuerpo, ni con el alma, ni con el espíri-tu. Pertenece a otro orden de realidad.El pensamiento de los Padres y de

los monjes del desierto, a pesar de la in-

fluencia del dualismo helénico, ha per-manecido fiel al pensamiento bíblicoque capta al hombre en una unidad queDios transciende radicalmente y que élpuede transfigurar enteramente. La uni-dad psicosomática que subrayan hoylas ciencias humanas no ofrece ningunadificultad al sentido cristiano.La verdadera distinción es la que

existe entre la naturaleza y la persona.La naturaleza pertenece al interrogante:«¿Qué es esto?». Esta pregunta está enneutro, en el neutro del concepto. Lapersona transciende toda pregunta. Nopuede definirse, es no-conceptualiza-ble. La persona es «la irreductibilidaddel hombre a su naturaleza», la personaes lo irreductible.El Oriente no-cristiano reduce por

la ascesis, el Occidente postcristiano,por las ciencias. El Oriente arranca me-tódicamente las pieles muertas, cósmi-cas, biológicas, sociales, psicológicas yreabsorbe al hombre en lo transperso-nal. El Occidente analiza metódicamen-te los condicionamientos y espera lasalvación de lo infrapersonal a través dela cura psicoanalítica o de la revoluciónsocial.Necesitamos, al igual que una teolo-

gía negativa, una antropología negati-va. Las ascesis del Oriente no-cristianoy los análisis científicos del Occidenteson preciosos: no nos dicen lo que es lapersona, pero nos permiten comprenderlo que no es. Para presentir el misteriode la persona es menester superar todosu contexto natural, toda su envolturacósmica, colectiva, individual, todo loque puede ser captado. Se capta siem-pre la naturaleza, no se capta jamás lapersona. No se captan más que objetos,

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aunque sean objetos de conocimiento.La persona no es un objeto de conoci-miento, tampoco Dios. Como Dios, lapersona es lo incomparable, lo inagota-ble, lo “sin fondo”.Se puede poner en fila a individuos,

hacerlos entrar en conjuntos. La perso-na, en cambio, es siempre única. Des-garra todos los sistemas, perforando eluniverso y deja siempre una apertura.Para discernir el misterio de la per-

sona es menester llevar más adelante elparalelo entre teología negativa y antro-pología negativa. El Dios siempremayor está no solamente más allá detoda afirmación, sino también de todanegación. El Abismo se revela como elAmante que trasciende su propia tras-cendencia para venir a buscar la “ovejaperdida” –toda la humanidad y cada unode nosotros– y hacerse por ella “pan devida”. El nombre propio del Viviente esun nombre expropiado: el Amor serevela en la cruz. La teología negativadesemboca en la paradoja del Vivientecrucificado, del Inaccesible que se datotalmente, pero permanece velado porla sobreabundancia misma de su luz.Cuanto más se encuentra a Dios, tantomás se le busca. La participación intro-duce en la inagotable reciprocidad de laTri-Unidad.Ausente de los análisis de la razón

por la sobreabundancia misma de su luz,la persona se revela en el amor. Másallá de todos los conocimientos que sepuedan reunir sobre un ser humano, laapertura a la revelación exige oración,atención, en el límite, muerte a sí mis-mo: el conocimiento de la persona es“desconocimiento”, noche translumino-sa del amor.

Tenemos continuamente la tenta-ción de juzgar en lugar de acoger. Elverdugo y el amante perverso tienenesto en común: quieren poseer a unapersona. Pero no se poseen más que loscadáveres. El conocimiento verdaderodel otro, es decir, su desconocimiento,exige a la vez el riesgo y el respeto. Diosno ha conocido verdaderamente alhombre sino en la Cruz. Una vulnerabi-lidad infinita es la condición de estedesconocimiento donde, cuanto más loconocido es conocido, tanto mas se re-vela desconocido.

1.4. El ser humano a imagende DiosLos Padres, junto con los filósofos de laantigüedad, han subrayado que el serhumano une lo visible y lo invisible,resumiendo en él el universo. Con todo,para los Padres, la verdadera grandezadel hombre no está en que resuma eluniverso, sino en que sea a imagen deDios. Gregorio de Nacianzo, decía:

«En mi cualidad de tierra, estoy ape-gado a la vida de aquí abajo, perosiendo también una parcela divina,llevo en mi seno el deseo de la eter-nidad.»

El hombre, como Dios, es una exis-tencia personal. No es una naturalezaciega, una roca o un árbol. Ha de englo-bar, expresar y cualificar su naturalezacon toda una conciencia y responsabili-dad, con la cual debe responder al llama-miento de Dios. La imagen no es, pues,algo en el hombre: es a la vez la aspira-ción de su naturaleza y la libertad de supersona.

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Para los Padres, el ser humano debepersonalizar al universo; no salvarse deél, sino salvarlo comunicándole la gra-cia. Simultáneamente, el ser humano de-be descifrar humildemente la Biblia delmundo, debe someterse a toda vida parahacerla crecer, expresando y favorecien-do, el empuje secreto de su alabanza.Se impone la pregunta: ¿Por qué

Dios nos ha creado trágicamente libres,trágicamente responsables, dándonosuna carga tan pesada que la deposita-mos sin cesar al pie de los ídolos y delos inquisidores? La respuesta de lagran tradicion cristiana es unánime:Dios ha creado al ser humano libre por-que lo ha llamado a la deificación, auna condición divino-humana en la quesu humanidad transfigurada encuentresu plenitud. Este llamamiento exigeuna respuesta libre. Lo simplementeautomático, lo meramente animal esindigno de una existencia personal, queadquiere en su adhesión misma unaentera responsabilidad.Por eso Adán tenía que pasar por la

prueba de la libertad, para crecer en unamor consciente. Por eso elAmor sacri-ficial no puede revelarse antes de que elcuchillo de Abrahán haya relucido antelos ojos de Isaac, ni antes de que hayaresonado el grito de Job llamando a unDios que trasciende su propio poder.Por ello el Pueblo Elegido fue un pue-blo duro de cerviz, que recibió el nom-bre de Isra-el, «fuerza de Dios», des-pués del enfrentamiento nocturno conel Innombrado. Finalmente, cuandoDios asumió el destino de Isaac y eldestino de Job, vino en secreto. Sólo ellibre amor del Hombre puede recono-cerlo en un esclavo crucificado, man-

chado de sangre y de salivazos. Aunasí, el Resucitado no se impone. MaríaMagdalena lo reconoció en el jardíncon un grito de fe y de amor, y el discí-pulo amado, al borde del lago. NuestroDios viene en secreto, y la misma Igle-sia, en la que el Espíritu nos integra alCuerpo Eucarístico del Resucitado es unsecreto cuya santidad nos está enmas-carada por tantas escorias históricas. Elhombre no puede amar realmente aDios sino porque puede rechazarlo. Ellibro clave de la Biblia, en esta pers-pectiva, podría ser el Cantar de los Can-tares, esa larga búsqueda del uno por elotro. Dios busca al hombre, más queel hombre busca a Dios.

1.5. El riesgo de DiosEl riesgo se inscribe en el colmo de laomnipotencia creadora porque sólo elAmor vivificante puede crear un servivo libre. La omnipotencia se cumplelimitándose. En el mismo acto creador,Dios se limita de algún modo, se retirapara dar al hombre el espacio de la li-bertad. La cima de la omnipotencia des-vela así una impotencia paradójica.Porque la cima de la omnipotencia esel amor y Dios puede todo salvo cons-treñir al hombre a amarlo. Entrar en elamor supone entregarse sin protecciónal peor sufrimiento: al rechazo y alabandono por parte de los que amamos.La creación está a la sombra de la cruz.El Cordero de Dios, dice de muchosmodos el Apocalipsis, está inmoladodesde el origen de los siglos.El amor de Dios es así el espacio de

mi libertad. Si Dios no existe, no soymás que una parcela de la sociedad y

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del universo, sometido a sus determi-nismos, en definitiva a la muerte. Perosi Dios es el amor crucificado, se meofrece una libertad sin límites, una par-ticipación en la libertad misma de Dios.

1.6. De la imagen a la semejanzaSi bien Cristo restaura y renueva nues-tra naturaleza, no puede tomar a sucargo nuestra libertad personal. La per-sona es un absoluto que nada, ni Diosmismo, puede asumir y transformar.Dios no puede hacer con nuestra liber-tad nada más que intentar convencerlapor el testimonio de su amor. Por ello seencarna, sufre y muere por nosotros,porque «no hay mayor amor que dar lavida por los que ama» (Jn 15,13). Poramor del hombre se vacía, deja entraren él toda la desesperación de la huma-nidad separada, hasta el punto de queuna impensable brecha se abre entreDios y Dios, entre el Padre y su Hijocrucificado, como si el Dios murienteen la carne sobre la cruz conociera elestado más infernal del ateismo: «Diosmío, Dios mío, ¿por qué me has aban-donado?» (Mc 15,34). La antinomia sinmedida del Dios viviente y del Dioscrucificado testimonian al hombre queDios es amor sin medida; por ello Má-ximo el Confesor y después NicolásCabasilas han hablado del amor loco deDios. El amor responde al amor y lalibertad personal resucita de ella mis-ma. En definitiva «el hombre no cedesino bajo el peso de la humillación ex-trema de Dios» (Máximo el Confesor).A imagen de Dios, el ser humano se

hace capaz de amar al otro más que a élmismo. No ha de amarlo más que a su

existencia personal, ya que se nos hadicho: «amarás al prójimo como a timismo», sino más que a su propia natu-raleza, que a su propia vida. El hombredeviene plenamente una persona cuan-do supera su propia naturaleza, dandosu vida no solamente por los amigos,sino por sus enemigos. Por eso, segúnel staretz Silvano del Athos, el amor delos enemigos es el único criterio infali-ble de nuestro progreso espiritual.Que el ser humano sea a imagen

de Dios significa que lo es a imagen deCristo. Únicamente en Cristo el ser hu-mano encuentra su verdad. Sólo Él esplenamente el ser humano de las Biena-venturanzas, el pobre que se recibe sincesar de las manos del Padre y cuyadulzura transforma la tierra en Euca-ristía. Él es el corazón puro como unlago de paz donde cada uno descubre suverdadero rostro, el testigo de la justiciapara con Dios y con el hermano, contratodos los conformismos del poder y delorgullo. Él es el pacificador crucificadoque da su vida por sus amigos y resucitaa sus enemigos. En el Resucitado, el serhumano descubre el sentido de la tierray la finalidad de la creación. El rostrode Cristo es inseparablemente el ros-tro de Dios en el ser humano y el rostrodel ser humano en Dios. Él es el únicorostro que no se cierra jamás porque sutransparencia es infinita. Él es la únicamirada que jamás petrifica sino que li-bera. Él es el Rostro de los rostros, cla-ve de todos los demás rostros.En esta perspectiva de la divino-

humanidad, Dios ha creado al serhumano. El destino entero de la huma-nidad es cristológico. El hombre y lamujer incorporados a Cristo por el bau-

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tismo vuelven a convertirse en imagende Dios. Bajo el soplo y el fuego delEspíritu, les toca recrear de un modopersonal, única e incomparable estaimagen y hacerla plenamente semejan-te a Cristo. «Dios se ha hecho portadorde la carne para que el hombre puedaconvertirse en portador del Espíritu»,dice Atanasio de Alejandría. Sólo launión de nuestra libertad y del espíritu,a través de los combates del amor,puede permitirnos plenificar la imagenen semejanza, dar nuestro propio rostroal Cuerpo de Cristo. El Espíritu y lalibertad componen poco a poco la in-mensa comunión de los transfiguradosa través de la cual la transfiguraciónuniversal, secretamente realizada enCristo, se manifestará en la gloria. Diosha abierto en Cristo a la humanidad loscaminos de la vida. Ahora espera lalibre respuesta del ser humano, esta«novedad del Espíritu» de la que hablael apóstol y que se identifica con todaexistencia verdaderamente personal,comunicante y creadora. La victoria de-finitiva sobre la muerte, la metamorfo-sis definitiva, en el Reino, de la historiay del universo, brotarán, brotan ya de laplegaria y del amor activo de los hom-bres que «respiran al Espíritu».«He aquí que el Señor nos ha dadoel poder de devenir por la eternidadHijos de Dios: en adelante nuestrasalvación está en nuestro querer.»(Máximo el Confesor)

1.7. María, nacimientode la personaEl misterio de la imagen restaurada enCristo y el de la semejanza conquistada

por el Espíritu y la libertad se juntanen la Madre de Dios, primera personacreada que ha llevado la carne de la tie-rra hasta la incandescencia del Reino.Nicolás Cabasilas ha podido decir queDios, en tanto que no había encontradouna Madre, era como un rey en exilio,como un forastero “sin ciudad”. Única-mente porque una joven, en su sobera-na libertad, ha aceptado el anuncio delángel, Dios ha podido tomar carne,entrar en el corazón de su creación, re-crear al mundo desde el interior. Porqueel cuerpo no es nada más que el mundoconvertido en interior de una persona ysolamente una persona podía reabrir ensu cuerpo al Exilado. Por primera vezdesde el fracaso original, la nueva Evaha desanudado la tragedia de la libertadhumana.Ahora bien, el misterio de Maria se

universaliza hoy en la Iglesia del SantoEspíritu.

«Cristo nace místicamente en elalma, tomando carne a través de losque son salvados, haciendo de unalma que lo engendra una madrevirgen.» (Máximo el Confesor)

No se trata exactamente de la conti-nuación de la Encarnación, sino de suactualización personalizada por y en elEspíritu Santo. Es el Cristo que viene,el Cristo-humanidad y el Cristo-univer-so, que se manifiesta así progresiva-mente. Es idéntico al Resucitado, perola cepa lleva ahora innumerables raci-mos de donde fluye el vino de la granalegría. Cristo, el Cristo que viene, seráen un sentido nuevo el Hijo del hombre.Lo engendraremos cada vez que la ima-gen crística que nos funda lleve fruto en

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una semejanza personal según la eternajuventud del Espíritu. Panayotis Nellas,teólogo griego contemporáneo, ha no-tado que en el curso de los siglos mu-chos ateos han exigido que el hombrepueda convertirse en Dios, pero ningu-no ha osado pensar que el hombre pu-diera engendrar a Dios. Ya no son lasmuchedumbres en marcha, ya no sonlos ejércitos prestos a la invasión, ni lasmigraciones innumerables –siempremovimientos colectivos–, los que van adecidir del porvenir del mundo. Es eldiálogo secreto de Dios con una joven,porque Dios quiere revelarse en su inti-midad más personal, suscitando en ellala respuesta que constituirá nuestra per-sonalidad. Es el sí de nuestra respuestael que nos hace personas. Este ser per-sona a partir de la figura de María tienetres rasgos.

1.7.1. Evolución: paso a la oblaciónComoMaría, uno se convierte verdade-ramente en persona pasando de fuera adentro. SanAgustín nos habla de su con-versión como de una transición de fueraa dentro, una exterioridad que no era fí-sica sino metafísica, que supera y trans-ciende el de afuera físico. «Yo estabafuera» quiere decir que era forastero amí mismo, soportaba mi vida, era escla-vo de todo lo que se me había impuestopor mi nacimiento, obedecía a mis ner-vios, a mis humores, a mi temperamen-to, a mis glándulas; yo no era el creadorde mí mismo, no era ni una fuente, niun comienzo, ni un espacio, ¡sólo erauna cosa! En lugar de ser alguien, eraalgo. Pero el encuentro con Dios, alhacerme pasar de fuera a dentro, me ha

hecho pasar de algo a alguien. Es todomi ser el que ha sido aprehendido desdedentro y hacia dentro, hacia ese univer-so inviolable que escapa a todo constre-ñimiento y que es el que hace engendrara la Persona en su seno, como María.

1.7.2. Condición: la transparenciaLa importancia del sí de María fue suradical don de sí en la transparencia. Elcarácter inacabado del ser humano esuna llamada a crearse él mismo en sudignidad y su grandeza. Si el hombrepermanece abierto a posibilidades infi-nitas, es porque está llamado no a sopor-tar su vida sino a darla. Este inacaba-miento del hombre es un llamamientodirigido a cada uno: cada uno debe ha-cer de él mismo un bien común, un bienuniversal.Uno escapa de la esclavitud no hu-

yendo de los condicionamientos, sinohaciendo de ellos la ocasión de un don.Hay que decir más: el ser humano tieneque hacerse hombre para expresar en suvida esta Presencia que funda su digni-dad, para dejar transparentar a través deél mismo ese Bien infinito que es Al-guien.Es Cristo quien nos revela este es-

pacio interior que tenemos que cultivaren nosotros mismos; es Cristo quien vaa dar un sentido a este espacio interiormostrándonos y revelando en la Trini-dad Divina el sentido mismo de nuestralibertad. Él nos va a mostrar que nopodemos realizarnos sino dándonos to-talmente, haciéndonos totalmente trans-parentes al Amor Eternal, virginizán-donos porque tendremos con nosotrosmismos un contacto oblativo, del mis-

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mo modo que Dios tiene consigo mis-mo un contacto oblativo, un contactodonde se comunica en el don que cons-tituye el misterio mismo de su vida ínti-ma. La libertad de llegar a una oblacióntransparente es expresión del Reino.

1.7.3. La atención al Reino interior«María guardaba todas estas cosas ensu corazón» (Lc 2,19.51). De ella nace-rá Jesús, que está arrodillado ante esteReino interior en que tenemos que con-vertirnos. No hay otro reino de Diosque la realeza del Amor de Dios en lomás íntimo de nosotros mismos. Y conél hemos de hacer historia. Dios no

puede cumplir esta realeza solo. Si fue-se de otra manera, Jesús no estaría arro-dillado ante sus discípulos. Nunca el serhumano ha recibido tanto honor. Peroes necesario nuestro consentimiento pa-ra que se abra este Reino interior. Nun-ca la libertad humana ha recibido tanvasta dimensión como en este arrodilla-miento del Señor ante nosotros. Este esel Verdadero Rostro de Dios. La realezade Dios es la de tocarnos por su Liber-tad para suscitar la nuestra. Nuestro síes condición en este matrimonio queDios quiere contraer con nosotros, estesí condiciona para nosotros la entradaen un mundo nuevo, desconocido, in-sospechado y maravilloso.

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2.1. Dinámica de la vida espiritual

Nuevas experiencias vienen a ensan-char el campo de su humanidad: la vidafamiliar, los estudios, la amistad, la ado-lescencia, la profesión, el amor, la vidasocial y política...; y también la saludy enfermedad, el éxito y el fracaso, laabundancia y la privación, el envejeci-miento y la muerte.Todo es un llamamiento para des-

cubrir en estas nuevas tierras la semillade la Palabra de Dios. A medida que seabre el campo de las empresas huma-nas, el Espíritu planta también allí la

cruz de Cristo. Por esto la experienciafundamental, el eje de toda la espiral, esla experiencia pascual. No se trata so-lamente de vivir experiencias nuevas,sino sobre todo de lograr que el centrode gravedad de la propia personalidadse encuentre transferido a Dios. La vidahumana permanece siendo lo que es: hu-mana e inserta en el mundo, pero se lavive cada vez más a partir de un centrodiferente y de otra fuente. La experien-cia espiritual no hace salir del mundohacia Dios, sino que hace amar a Diosy a su prójimo con el mismo amor queviene de lo alto.

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2. DECIDIRSE, CLAVE DE LA MADUREZ HUMANAY ESPIRITUAL

Más que una trayectoria lineal, la vida espiritual se presenta como unproceso en espiral que asume progresivamente todas las dimensionesdel ser humano. El Espíritu de Dios penetra y transforma poco a pocolas profundidades del ser humano: su memoria, su inteligencia, sulibertad, su manera de juzgar, de sentir, de amar, sus relaciones con elotro y con el mundo.

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En esta perspectiva, la santificaciónde la persona se realiza en una dobledimensión: en el acto por el que Dioscomunica su propia vida, su amor y superdón; y en la respuesta y el consenti-miento del ser humano. Las cualidadespsíquicas condicionan el desarrollo y elejercicio de los frutos del Espíritu.Un cristiano es fundamentalmente

un ser humano que confiesa su fe, quees capaz de decir “yo” y comprome-terse. La confesión de la fe no es unaafirmación de fragilidad; es una decla-ración, la expresión de una seguridadencontrada, de una solidez:

«Y os digo que por todo el que sepronuncie por mí ante los hombres,también este Hombre se pronuncia-rá por él ante los ángeles de Dios.»(Lc 12,8)

Este compromiso por Cristo suponetres actitudes:1) Responsabilidad de la propia

vida: hacer profesión de fe comporta unacto performativo que me comprometey me presenta como alguien con quiense puede contar. Juntos existimos en lafe. Pronunciarse así es hacerse capaz dedecir “yo”, de convertirse en sujeto desu historia y de dar a la propia vida laforma de una respuesta.2) Consentimiento a lo real: ser cris-

tiano implica comprometer la propialibertad en la duración y en la realidad,sobreponiéndose al idealismo de losgrandes sentimientos que acaba condu-ciendo al desánimo y a la culpabilidadparalizante.3) Fidelidad en la relación: vivir en

cristiano supone poder anudar con los

otros relaciones verdaderas, ni de de-pendencia, ni de utilización; y haberadquirido la capacidad de identificarseen el seguimiento de Cristo con los quela sociedad no reconoce: el extranjero,la viuda, el huérfano.

2.2. La necesidad de elegirPara que todo ello se dé, es necesarioque tome cuerpo en la realidad y que secomprometa en una historia. Para ellohay que elegir, es decir, renunciar agustarlo y poseerlo todo. Elegir suponetres cosas: aceptar el lugar concreto dela encarnación, que nos vincula a la vezque nos limita en el espacio y en eltiempo; aceptar el compromiso en laduración, lo cual va contracorriente,porque prima la espontaneidad, lo tran-sitorio, lo inmediato; y asumir la preca-riedad de las cosas, sin dejar que noscorroa la pregunta de qué sirve com-prometerse en un mundo tan inestableque nos hace construir sobre arena.Vivimos esta precariedad con mie-

do, con una necesidad casi religiosa deencontrar refugio. Lomismo sucede conel compromiso con las relaciones hu-manas, las cuales suponen superaciónde la decepción que siempre nos va acausar el otro, la aceptación de los lími-tes propios y ajenos, y asumir la ambi-güedad que nos causa la diferencia.Hay que renunciar a la imagen idealque nos hemos formado del otro. Hayquien no se compromete a fondo en larelación con el otro para evitar decep-ciones. La madurez consiste en la capa-cidad de soportar sentimientos ambiva-lentes en esas relaciones aceptando ladiferencia. Para todo esto es necesario

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la experiencia del perdón recibido y delperdón que se da, base del desarrollodel amor y de una fidelidad viva. Lamisma oración puede encontrarse tra-bada o liberada a nivel de estos proce-sos psicológicos mencionados.Por su parte, San Pablo impele a

«discernir lo mejor» (1Tes 5,21). Ellorequiere madurez. Nadie tiene la segu-ridad de llegar a discernir lo mejor sinoque muchas veces hay que contentarsecon lo menos malo, lo cual ya es unavance con relación a lo malo. Llamo atodo esto decidirse, e insisto en el “se”:lo que importa es no decidir por losotros hombres, sino hacerlo por símismo:

«Y esto pido en mi oración: quevuestro amor crezca todavía más ymás en penetración (epignosei, ver-dadera ciencia) y en sensibilidad(aisthései, tacto afinado) para todo;así podréis vosotros acertar con lomejor y llegar genuinos y sin tropie-zo al día del Mesías, colmados deese fruto de rectitud que viene porJesús Mesías, para gloria y alabanzade Dios.» (Fil 1,9-12)

2.3. El crecimiento del deseo(la dilectio)

Las palabras de Pablo ponen en rela-ción la madurez con la vida espiritual.Estamos en el plano del deseo, de ladilectio. Un deseo que ha crecer más ymás como condición para la transfor-mación. Cuando este deseo crece suce-den tres cosas:a) Se da la adquisición de una ver-

dadera ciencia, que no es del tipo de las

ciencias exactas, sino una ciencia vuel-ta hacia la verdad, la verdad del sujeto,que capacita para analizar los compor-tamientos y aplicarse a sí mismo lo quese descubre en el exterior.b) Esta verdadera “ciencia” (epig-

nosei) no puede permanecer en el nivelnocional; ha de tener su corresponden-cia en el plano afectivo, en el registrode la sensibilidad, lo que San Pablo lla-ma aisthései, tacto afinado.c) Si se tiene esta verdadera ciencia

y este tacto afinado, entonces se nosconcede discernir lo mejor y hacernosgenuinos. Esta facultad es un don nota-ble. Un trabajo y un proceso que hacengenuino para producir un fruto: unadecisión.Habría, pues, que adquirir esta “cien-

cia verdadera” –no imaginaria–, la cualtiene sus apoyos en la afectividad, en loque llamamos el tacto afinado. Ello per-mite liberar el propio deseo para tomaruna decisión que sea firme y que seapara mayor gloria de Dios. Este caráctercierto y certero del discernimiento querequiere una decisión personal se con-creta siempre en un contexto situado.Para llegar a ello, no hay que separarsedel mundo, porque el mundo es el lugardonde este proceso puede ocurrir; de locontrario, el movimiento no pasa por larealidad sino en “otro lado” imaginario.

2.4. Una ciencia interiorDiscernir, pues, consiste en una cienciainterior, no de un conocimiento quetenga sus causas y sus consecuenciasen objetos externos. De esta clase deciencia se habla muy poco en nuestro

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mundo moderno. Las características deesta ciencia interior son las siguientes:a) En primer lugar, su universalidad.

Antes de ser una cualidad cristiana, eldiscernimiento atañe a todo ser huma-no. Todas las personas han de hacerconstantemente elecciones, optar entrediversos posibles. Gobernar es escoger;y escoger es eliminar, para poder fijar-se en algo. Considerando el discerni-miento como el fenómeno más univer-sal que pueda haber, también podemoshablar de constreñimiento de lo real: larealidad no se puede cambiar por realdecreto, sino que nos condiciona.b) Decidirse en una coyuntura sin-

gular y única es escoger en función deunos valores e introducir en la red del“determinismo de las cosas” un hechonuevo. Este hecho nuevo es una mo-dificación en el bloque compacto deldeterminismo. Reflexionar sobre el de-cidirse es intentar comprender la no-vedad que introduce esta decisión. Unose decide siempre en una coyuntura sin-gular y única. La situación nunca puedeser la misma, los datos cambian cons-tantemente y algo de la situación espropio de cada uno.c) Para discernir, hay que saber

sobre qué se discierne, hay que destacarel objeto de discernimiento. Discernir,decidirse, supone primeramente identi-ficar. Para ello es necesario un procesode percepción afinado, que consiste encaer en la cuenta de la naturaleza yvalor de cada elemento en juego. Dis-cernir es, pues, también, desenredar,destacar un objeto o actuación. Hay queavanzar contra las ilusiones y las repre-sentaciones, o mejor, hay que avanzar através de ellas.

2.5. Entre la distanciay la confusión

En toda decisión hay que distinguir dosniveles: el conocimiento y la acción.Discernir es evitar la fusión, que tieneque ver con el conocimiento, y la con-fusión, que tiene que ver con la acción.La fusión proviene del rechazo a iden-tificar, a percibir lo distinto porque esmuy doloroso devenir uno mismo. Lafusión no permite el discernimientoporque ahoga en un todo lo que está apunto de despegarse. La confusión, encambio, está más en relación con laacción en la medida que se manifiestacomo una huida hacia delante. Tomaruna decisión es costoso; más vale avan-zar constantemente sin reflexionar de-masiado. Pararse sería doloroso, habríaque mirar demasiadas cosas. El actuarse convierte entonces en el valor supre-mo, sin que haya reflexión ninguna.Devenir adulto es aprender a decidir

y a decidirse. El niño no identifica losobjetos sino que busca la totalidad. Eladolescente comienza a identificar lascosas, pero no puede cogerlo todo. Eladulto, si no es un eterno adolescente,aprende a decidirse por una cosa deter-minada y no por otra, y sabe mantener-se en su elección.

2.6. Un contexto situadoToda decisión está situada en un con-texto. Ni está a plena luz ni totalmenteen tinieblas sino que se trata de unjuego contrastado de luz y oscuridad.Se trata de la danza de la creación, delmundo y de mí mismo (Cf. 2Cor 4,6).El Dios creador es el mismo Dios que

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uno se esfuerza por conocer inte-riormente. La creación a partir de lastinieblas –«Que se haga la luz»– conti-núa en el juego de tinieblas y de luz enel interior del ser humano.Hay que empezar contando con el

peso de la historia personal. Soy el pro-ducto de una historia antes de produciruna historia. Hay que recordar que lalibertad es la necesidad comprendida:no hay libertad si se cierran los ojos a lanecesidad.Después, contamos con el diálogo

con los demás, la luz de la palabra inter-cambiada. Hay que consentir en dejarque mi historia personal sea mirada porotro y también hay que aprender a ha-blar.En tercer lugar, hemos de tener en

cuenta el choque de los acontecimien-tos. La dificultad no está en querer de-

cisiones que rodeen y esquiven losacontecimientos, sino que hay que con-vencerse en que a partir de los aconte-cimientos hay que tomar las decisiones.Finalmente, hay que asumir el cora-

je de decidirse. El mundo actual estálleno de comentadores de la acción aje-na, pero entre el que comenta las deci-siones de los otros y el que toma unadecisión por él mismo hay una fronteraimportante. El coraje no es el mismo enlos dos casos. Comentar con inteligen-cia no es fácil, pero decidirse es entraren un universo moral contrastado, unlugar personal y conflictivo.Hay que manejar la alternativa y

sopesar las decisiones que han de serconfirmadas en el tiempo. Importa sa-ber dar tiempo al tiempo. Esto no puedevivirse sino por un hombre que acepteestar presente a sí mismo.

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3.1. La llamada al crecimientoLa primera palabra de Dios al ser hu-mano es una llamada a crecer: «Sed fe-cundos, multiplicaos, llenad la tierra»(Gn 1,28). Esta llamada se inscribe enla bendición de Dios sobre todas las co-sas, bendición dada a toda la creaciónpara que crezca. Se podría decir que

Dios, siendo todo, ha renunciado a sertodo para que lo otro exista, para que an-te él haya esa alteridad, que ha queridolibre, llamada a unirse a él en la libertaddel amor.Yse puede decir que, en su ac-to creador, Dios no tiene más que unproyecto y un deseo: el crecimiento delhombre en la libertad y en la Alianza.

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3. LEYES DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL

A partir de las diferentes elecciones y decisiones que vamos tomandose va dando el crecimiento espiritual. Hablar de este crecimiento esimportante en el contexto cultural actual, ya que se privilegia el instan-te con relación a la duración; se fomenta la experiencia inmediata, suintensidad, su sinceridad sobre la experiencia reflexionada, preparadao releída. Ahora bien, no se crece fuera de la duración, del tiempo asu-mido, de la paciencia aceptada. El contexto actual favorece más la mul-tiplicación de experiencias variadas que el avance. Todo ello tiene susconsecuencias en el plano espiritual, ya que se da primacía a la expe-riencia emotiva, a su calor y a su intensidad, con una tendencia más omenos consciente de buscar la repetición de este tipo de sensaciones,pero no se madura. Todo ello es grave, porque a veces la intensidadmisma de la experiencia enmascara el rechazo a crecer tanto de losgrupos como de las personas.

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Toda la historia de la Alianza estámarcada por intervenciones de Dios pa-ra salvar la vida, hacerla triunfar de lospoderes de la muerte. Así, después deldiluvio, en el momento del éxodo o dela vuelta del destierro, Israel es llamadoa crecer en la justicia y la fidelidad, y lospoderes de la muerte nunca podrán aho-gar su crecimiento. Dios intervendrá enel corazón de hogares estériles para darvida: en el vientre de Sara y de Ana; enlas angustias del destierro para suscitarun liberador; en la noche de Belén paradar almundo su Luz. Sobre Jesús, la pri-mera palabra que dirán los evangelios esque crecía en estatura y en sabiduría an-te Dios y ante los hombres (Lc 2,52).Decir esto es mucho más que dar unanota edificante destinada a elogiar unafamilia santa, sino que se trata de unanuncio profético que sitúa a Jesús en lalínea de los fieles de laAlianza, esos jus-tos que crecen como la palmera en laribera de las aguas (Sal 1). Los evange-lios describirán la misión de Jesús,desde el Bautismo hasta la Ascensión,como la andadura de la luz que se halevantado sobre el mundo, que ha cre-cido, que se veló un instante, antes detriunfar definitivamente de la noche enla semana de Pascua.La Palabra deDios es presentada co-

mo una semilla echada en tierra, llama-da a crecer y a dar fruto (Lc 8) y el Reinode Dios es comparado a la levadura quelevanta la pasta, a la mies que madura,a la red que se llena, a la sala de bodasdonde se presentan los invitados, a laciudad que se edifica. El Espíritu esquien, en la Iglesia, va a multiplicar elpan, la palabra, el perdón y la paz. Todasestas imágenes evocan el crecimiento.

En consecuencia, el primer sí del hom-bre a Dios, el más fundamental, es un sía la vida, al crecimiento.Crecer es nuestra primera vocación

cristiana: decir sí a Dios diciendo sí a lavida, al crecimiento. Pero esta vocaciónno es algo obvio ni espontáneo:

– Israel duda ante la prueba del de-sierto y le da por añorar la seguridadde la servidumbre (Nm 14; Ex 16).–Pedro duda al andar sobre las aguas,en afrontar los poderes del mal enmedio de los que está llamado a serpescador de hombres (Mt 14,22).– Nicodemo queda turbado ante elllamamiento a renacer en el agua yen el espíritu (Jn 3).– El joven rico rechaza el abandonarla carcasa protectora de sus riquezashumanas y espirituales para arries-garse en la aventura del crecimiento.Se quedará con sus buenos deseosde adolescente (Lc 18,19).– A nuestro alrededor, hombres ymujeres multiplican sus esfuerzospara no tener que crecer.

Por temor a crecer, muchos se refu-gian en la neurosis o en la enfermedad,permaneciendo niños, haciéndose acu-nar, repitiendo los gestos y las actitudesdel niño o del adolescente. Pormiedo decrecer, se refugian en la ley. De ahí losintegrismos, los sectarismos, los lega-lismos, que son fundamentalmente mie-dos a crecer. Se refugian en la ensoña-ción o la violencia para borrar lo real enla ensoñación o destruirlo en la violen-cia, lo cual son dos maneras antitéticasde rechazar el afrontamiento con la rea-lidad, de rechazar el crecer.

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Crecer es siempre un riesgo, unaelección. Requiere abandonar la etapa ala que se había llegado y correr el ries-go de lo desconocido.

3.2. Las leyes del crecimiento3.2.1. Crecer en una relaciónNo se crece solo. Se crece en una rela-ción respondiendo a un llamamiento,dando fe a una palabra. Un niño no sehace hombre sino respondiendo a la pa-labra de sus padres que lo llama a cre-cer, a entrar en relación con otros.Dando confianza a la palabra de suspadres, el niño entrará en la sociedad delos hombres.Se ha podido llegar a decir que las

edades de la fe coinciden con las edadesde la relación: capacidad de fe adultay de relación adulta van a la par. Cadauno de entre nosotros reproduce en surelación conDios los caracteres de su re-lación con los otros: posesividad u obla-tividad, agresividad o confianza.Crecer en la fe es crecer en el amor,

y el amor no crece sino superando elcontexto fusional o narcisista en el quenace. El deseo de hacer de dos uno solo,por elmiedo a estar o sentirse solo.Amarpor el deseo de ser amado… Pero elamor no merece ese nombre sino cuan-do tiende a superar ese clima fusionalpara convertirse en amor del otro por élmismo, en el respeto y la aceptación desu diferencia.Lo mismo hay que decir de la rela-

ción con Dios. Encontrar a Dios es unaaventura llena de imprevistos donde esmenester aceptar constantemente perderal que se creía haber encontrado. Y es el

deseo mismo de Dios, si es profundoy vital, el que me conducirá a hacerla experiencia de la ausencia deDios. Lafidelidad a las exigencias del amor esla que conduce a los místicos a la ex-periencia de la noche. Crecer en unarelación es aceptar las muertes que elencuentro del otro me hace vivir.

3.2.2. Crecer en una historiaNo hay crecimiento sino en el tiempoaceptado, reconocido, dominado, en elrechazo de lo inmediato y en la conten-ción de quererlo todo aquí y ahora. Escierto que el presente es el lugar de laconversión –«Hoy es el día de salva-ción»–, pero el presente no toma un sen-tido cristiano sino referido a un pasadode gracias y abriéndose a un porvenir depromesas. Para crecer en el Espíritu, hayque vivir el presente en la acción de gra-cias y la esperanza o, si se quiere, hayque vivir los tres modos del tiempo: pa-sado, presente, porvenir, en el memo-rial, la acogida y la esperanza.

El pasado vivido como memorialLa tradición espiritual unánime ha su-brayado la importancia de la memoria:«María relacionaba todo esto en su co-razón» (Lc 2,51). Elmemorial está en elcorazón de la fe de Israel: hacer memo-ria de los dones de Dios, reconocer aDios comoAquel cuyo amor nos prece-de siempre, releer la vida como objetode la bendición de Dios, asombrarse deexistir en la gracia y la benevolencia deDios. Se trata de descubrir el presenteen esta continuidad de los dones deDiospara ir comprendiendo y asimilando laverdad, la novedad, la originalidad.

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El crecimiento empieza con la me-moria. Esto es así para los individuos ypara los pueblos tanto en el plano cultu-ral como en el plano espiritual. Sin estavoluntad de recoger y conservar los do-nes de Dios, no hay progreso espiritualposible. La tradición cristiana da testi-monio de ello, y es lo que ha hecho na-cer un género literario original: la auto-biografía espiritual. Agustín, Ignacio deLoyola, Teresa de Jesús, y tantos otros,cediendo a peticiones o presiones fra-ternales, aceptaron releer su vida bajo lamirada de Dios. La memoria del pasa-do ha suscitado en ellos la acción de gra-cias, y lo que se podía haber quedado enuna simple autobiografía personal, seconvirtió en un canto de alabanza a lamisericordia de Dios, el Magníficat desu vida.

El presente acogido en la feSe nos pide acojamos este presente queel memorial inscribe en la continuidadde los dones de Dios tal como es, consus límites y condicionamientos. Nohay enemigo más insidioso del creci-miento humano y espiritual que el idea-lismo y sus refugios imaginarios. Sesueña la propia vida en lugar de vivirla,se sitúa siempre lo esencial en otrolugar y mañana. Se sueña con cambios,con volver a empezar desde cero, enlugar de vivir el hoy de Dios. La verdaddel crecimiento espiritual se reconoceen la capacidad de cada uno para afron-tar lo real tal y como es. Lo real es mialrededor humano en todas sus dimen-siones: mi personalidad, con todos suscomponentes, mi ambiente vital, laIglesia en la que estoy llamado a acogerel Evangelio...

Lo real es también mis límites y mipecado. No se va a Dios a pesar de lasfaltas, se va a Dios con las propias fal-tas. No hay crecimiento verdadero queno pase por la humilde aceptación demis límites y de mi pecado. El Espíritunos puede alcanzar en nuestros sueñospero será siempre para devolvernos a locotidiano de nuestras vidas y todo lo quenos desvía de este cotidiano nos desvíadel Espíritu de Jesús.Todo esto supone afirmar también

que no hay crecimiento a contra co-rriente de los Signos de los Tiempos encomunión con los santos. Se ha abusa-do de esta noción de los signos de lostiempos olvidando que se trataba de lla-madas del Espíritu. ¿Dónde reconocer-los mejor que en la familiaridad con lossantos de una época? De aquí la impor-tancia, para crecer, de acoger el presen-te a partir de la corriente de santidad quemarca una generación y de las conver-gencias que expresa. ¿No se podría de-cir que la santidad de nuestro tiempo sereconoce en un esfuerzo particular paraunir lucha y contemplación, combatepor la justicia y testimonio de la fe, sery comunión?

El porvenir aguardadoen la esperanzaEl encuentro con Dios abre siempre auna promesa, a un futuro. Ello supone unriesgo, una ruptura. No hay crecimientosino en la aceptación de un riesgo, deuna partida.Hay que abandonar algo pa-ra un futuro, esperar, esperar en la fe.Hay que consentir siempre a un don y aun abandono. Hay que aceptar perder lapropia vida para encontrarla. Toda ex-periencia, por feliz y totalizante que sea,

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no es más que un punto de partida parauna nueva búsqueda, una nueva partida.El Dios que da sentido a mi vida, el

Dios que es luz y fuerza, el Dios queencontré... se va a convertir en el Diosausente que hay que seguir buscandopara encontrarlo mejor. Esta ausenciano será un volver más atrás del encuen-tro, será un llamamiento a ir más allá.Es decir que no existe crecimiento espi-

ritual sino a través de crisis y rupturas...porque en ellas y a través de ellas es co-mo solamente podemos abrirnos al por-venir de Dios.El horizonte de las promesas está

siempre ante nosotros, pero estamospermanentemente tentados de reducirloal horizonte de nuestras esperanzas ynuestros deseos, estrechos y limitadosaun en su misma generosidad.

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4.1. Las tres vías4.1.1. PurificaciónCrecer es hacerse libre de todo lo quepuede ser estorbo interior (lo que llamanlos autores las «pasiones del alma»).Pasiones egoístas, pasiones tristes (elresentimiento, la envidia...), pasionesdominadoras (el orgullo, el apetito depoder). Hay que morir a la propia an-siedad y pasiones para que nazca elhombre nuevo. Esta ascesis purifica-dora está esencialmente orientada a unnuevo nacimiento, un crecimiento, unaresurrección. Libera para la vida, parael amor y para la plenitud esperada. Es

desde el origen y permanece en su prio-ridad esencial: ascesis de resurrección.

4.1.2. IluminaciónNo hay crecimiento sino en una rela-ción, en respuesta a un llamamiento, auna palabra.Todo crecimiento espiritualsupone, pues, la familiaridad conCristo,reencontrado en el testimonio de losevangelios. El Espíritu en el que quere-mos crecer es el Espíritu de Jesús: el queha permanecido en él, y se ha manifes-tado en sus palabras, gestos, actitudes.Es necesario haberse impregnado deeste Espíritu para poder vivir de él casi

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4. ETAPAS DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Desde la patrística, la tradición espiritual ha identificado el crecimientoespiritual en tres etapas, las cuales, aunque puedan parecer muy linea-les, tienen el mérito de dar luz sobre puntos esenciales.

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naturalmente, discerniendo en todo loque Jesús hubiera dicho y hecho.La palabra ‘iluminación’ expresa

bien este valor transfigurante de la me-ditación del evangelio que configura aCristo. No hay crecimiento espiritualsin esta larga mirada sobre el evangeliodonde nuestro espíritu se ofrece a la irra-diación del Espíritu manifestado en laPersona de Jesús.

4.1.3. UniónEl término de la vida espiritual es launión en el amor. Término deseado ynunca alcanzado en ninguna de las eta-pas anteriores, que les da sentido, sinborrarlas, que las constituye en suverdad. Si se pierde de vista, ascesis ycontemplación corren el riesgo de per-vertirse, de convertirse en técnicas dedominio de sí orientadas hacia el desa-rrollo del yo. Cuando en contexto cris-tiano se habla de unión a Dios, de víaunitiva, hay que precisar inmediata-mente que se concibe esta unión en unaperspectiva trinitaria. Se tratará de unaunión de tipo esponsal y no fusional, enel reconocimiento y respeto de las dife-rencias. En el corazón de la unión mís-tica más honda, Dios permanece Diosy el hombre, hombre. Como en la co-munión perfecta de las personas divi-nas, el Padre permanece el Padre y elHijo, el Hijo. Ni fusión ni absorción.Al presentar este esquema en tres

etapas, la tradición ha subrayado lo quehabía de lineal y abstracto en el creci-miento espiritual. Con todo, también hatenido en cuenta que se trataba de eta-pas integradas más que de etapas suce-sivas: la purificación permanece pre-

sente, aunque bajo otras formas, en elmismo corazón de la unión, y la uniónya está presente en los primeros estadios.Con todo, este esquema no es exclusi-vo, ya que muchos místicos prefirieronotros más complejos y matizados, comolas Siete Moradas de santa Teresa, lasucesión de noches activas y pasivas enla ascensión del Monte Carmelo de sanJuan de la Cruz, o las mismas CuatroSemanas de los Ejercicios ignacianos.Éstos presentan un recorrido que no eslineal sino dialéctico, centrado en la de-cisión libre, preparada y acompañada.San Ignacio subraya el carácter pascualdel crecimiento espiritual: pasa pormuertes y resurrecciones, retomadasconstantemente, y por eso es crecimien-to en el Espíritu.

4.2. Otras perspectivas4.2.1. Recibirse del OtroEl hombre es un ser de deseos, según eltexto: «Nadie viene a mí si mi Padre nolo atrae» (Jn 6,44). En esta perspectiva,recibirse del Otro es, de algún modo,vivir la vocación más profunda del serhumano. El hombre es atraído por Dios,y lo es porque es creado y recreado porÉl. Está marcado por esas dos dimen-siones de creación y filiación, donde lasegunda explicita el sentido plenario dela primera.Así, vivir la propia vocaciónes vivir según lo que se es; lo cual equi-vale a vivir la propia existencia comodada y salvada que se recibe de otro, cu-yo origen es Otro. Es duro para el serhumano renunciar a poseer su existen-cia para vivirla como radicalmente re-cibida de Dios. Radicalmente significareconocer en la raíz de su ser un origen

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que no es uno mismo. Entrar en estaactitud es vivir lo que la tradición espi-ritual llama abnegación: poder negar serel propio origen de uno mismo; es de-cir, ejercer una negación que toca el do-minio de las ilusiones y de las preten-siones que impiden al ser humano vivirsegún lo que es. Si deseamos encontrarel sitio queDios nos da, es necesario quevivamos esencialmente esta actitud, quees la fuente y la condición de nuestrocrecimiento. Tal es el sentido más pro-fundo de la abnegación, cuyo sentido esradicalmente positivo: no «renunciar así mismo», sino «negarse a sí mismo».La abnegación no consiste en tomar ac-titudes de aplastamiento o de dimisión,sino que toca a la manera de existir, derelacionarse con la propia existencia.Más que negación de sí, es negación dela pretensión de ser el propio origen.La abnegación toca también a la re-

creación, es decir, a la manera de rela-cionarnos con la salvación.Al renunciara fundarnos por nosotros mismos, a jus-tificarnos, reconocemos que sólo launión con Cristo nos libera. El progre-so espiritual nos hace andar este cami-no: renunciar a pretender justificarnospor nosotros mismos para reconocer–tal es la confesión de fe– que única-mente Cristo nos justifica.

4.2.2. Crecer en fe, esperanza y amorLa mayor parte de nosotros hemos reci-bido la fe en el interior de una tradición.Para crecer, hemos de pasar de estatradición recibida a una fe personal, alencuentro de Jesús como alguien que sedirige a nosotros en un llamamientopersonal que va más allá de la tradiciónrecibida. Este encuentro ha relativizado

frecuentemente nuestras costumbres ynuestros lenguajes anteriores, que senos han quedado cortos respecto al des-cubrimiento que acabábamos de hacer.Es lo que pudo ocurrir en nuestra ju-

ventud o en la vida religiosa en un mo-mento de empuje carismático. La Igle-sia entera ha podido vivir algo análogocon ocasión del Concilio Vaticano II.Hay siempre en la vida espiritual, enuno u otromomento, pujos carismáticosque relativizan todo lo restante. Peroesta etapa no es la última; la fe adulta esla que, a partir de esta apropiación per-sonal del misterio de Cristo, redescubrea otro nivel, su peso de experiencia y desabiduría.Una evolución análoga se descubre

en el ámbito de la esperanza. Es normaly bueno que nos adhiramos a los donesde Dios, a la plenitud de sentido queDios trae a nuestra vida, a lo que la tra-dición espiritual llama consolacionesdivinas. Pero el progreso espiritual hade llevar a buscar a Dios por Dios, másallá de toda consolación sentida, con laúnica preocupación de estar disponiblea su voluntad. Se trata de que no hayaotro deseo que el de poder remitir todo,en la vida y en la muerte, a las manos deDios en un acto de fe y esperanza tan to-tal como sea posible. Este mensaje, quees el que nos han dejado los místicos,hay que redecirlo hoy en un contextocultural que privilegia la búsqueda de ladicha personal. La experiencia espiri-tual puede ser deseada por su tonalidademocional, por las consolaciones quetrae: ambiente cálido de la oración,mul-tiplicación de los testimonios con fuertecoloración afectiva... Si bien un climade este género puede ayudar a la con-

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versión, no permite crecer espiritual-mente, ya que encierra en la búsquedade emociones análogas y ahoga la espe-ranza, la apertura al futuro, en la repeti-ción de las consolaciones recibidas.Encontramos el mismo movimiento

de muerte-resurrección a nivel delamor- caritas. Tal amor se encarna en laatención a un rostro particular: tal per-sona, tal grupo. La entrada en la vida re-ligiosa corresponde a una etapa de uni-versalización: la caridad está llamada atomar el rostro de una misión recibida.Pero este llamamiento comporta un pe-ligro: el de permanecer en un universalabstracto, lo queTolstoi llamaba el amorabstracto de los hombres. Sabemos porexperiencia de qué perversiones es ca-paz ese “amor”. Se trata de la tentaciónde vivir una misión sin rostro. Hay quedescubrir que lo universal se vive en loparticular. Así es cómo se crece en elamor.Ya se trate de la fe, de la esperanza

o de la caridad, la vida espiritual nos lla-ma a un crecimiento pascual en el quehay que morir a la etapa alcanzada parareencontrarla a otro nivel.

4.2.3. Crecimiento por las pasividadesLa experiencia de la enfermedadUna enfermedad o un accidente intro-ducen una ruptura en el equilibrio lar-gamente adquirido que vulnera el pai-saje del yo. Ser tocado en el cuerpo y notener el uso habitual de los miembroshasta el punto de quedar dependiente,sea en el grado que sea, hace que unovaya descubriéndose diferente, tanto alos ojos de los demás como, sobre todo,a los propios. La imagen de uno mismo

ha quedado herida y alterada. Uno yano es como antes, ya no es como se leveía. Y tiene el sentimiento de que nopuede restaurar la imagen que tenía deél mismo. Entonces el sujeto, el yo –nola imagen–, puede crecer si en esta mis-ma prueba llega a desprenderse de esavestidura del yo que lo abandonó y sies capaz de hacer el duelo-muerte de suimagen y llevar un luto alegre por ella.Ello supone crecer el conocimiento denuestro ser profundo, el cual no coinci-de con esas imágenes sometidas a la al-teración.

La experiencia del pecadoTambién el encuentro con el pecadopuede ser una experiencia de creci-miento. Pecar nos estorba porque remi-te a una imagen de nosotros mismos in-aceptable ante lo que pretendíamos ser,rompe con nuestro ideal. El camino desalvación abierto en Cristo Jesús, que eslibertad-liberación, no es un proceso ela-borado para defendernos de este aspec-to inaceptable.Al contrario, la salvaciónde Cristo consiste en el humilde poner-se en marcha que conduce a aceptar loque hay de nosotros de inaceptable. Noscapacita para aceptarnos, y dejarnosacoger y reconocer por el Otro, más alláde todas imágenes del personaje idealque nos hemos hecho de nosotros mis-mos. La liberación se opera en la rela-ción que hace vivir la experiencia de seraceptado en el momento en que unosiente en sí algo inaceptable. Este as-pecto inaceptable de nosotros mismosnos remite a algo que pertenece al ordende una imagen ideal. Conviene, en cier-tos casos, que la imagen ideal quedeafectada en el pecado mismo para que

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el sujeto se convierta en lo que está lla-mado a ser: llamado por Otro.El ser humano no está condenado a

la perfección, sobre todo a la perfecciónlograda a golpe de imágenes ideales.Según la revelación cristiana, el ser hu-mano está llamado a la santidad fundaday recibida en Jesucristo. Está llamadoa convertirse en lo que es: en hijo deDios, a través de losmeandros de su his-toria y en el espesor de su humanidadherida. No hay que confundir la salva-ción en Jesucristo con la perfección ide-alizada. En el Evangelio, los puntos cru-ciales de la salvación, dados en laparábola del juicio (Mt 25,31), remitena conductas de misericordia con rela-ción al prójimo. No hay catálogo de per-fecciones sino referencia a una manerade vivir con los hermanos. Identificarcon exceso santidad y perfección moralhace correr el riesgo del perfeccionis-mo. Una cierta religión de la perfecciónno está lejos de tomar una forma de ido-

latría, cuando llega a hacer prevalecerlas obras del hombre sobre los dones deDios. Equivale a querer, imaginar, pre-tender... salvarse a sí mismo y por símismo, en lugar de recibir la salvación,quedando prisionero de imágenes idea-les que acaban por enajenar.En su aventura espiritual, el ser hu-

mano está llamado a nacer recibiendo lavida deAquél que lo llama a sermás alláde todas las imágenes que puede produ-cir o en las que se proyecta, aunque fue-sen imágenes de perfección. Para creceren la vida del Espíritu, el ser humano es-tá llamado a hacer la experiencia de re-nunciar a lo que no es, a lo que no tiene.El ser humano está llamado a crecer

entregándose a la verdad que le hacedescubrirse diferente de lo que se ima-ginaba ser. Se le invita a vivir soltandoamarras, a través de imágenes rotas, pa-ra ir y dar fruto (Cf. Jn 15,16), en unaobra que no es la suya sino de Dios, quees Padre, Hijo y Espíritu.

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Todo empieza con el deseo de la santi-dad y por la conversión. Este dinamis-mo nos pone en marcha. «Hacer lo mis-mo que Santo Domingo y que SanFrancisco hicieron», tal fue el primersueño de Ignacio en su conversión. Enseguida la vida se encarga de revelarnosla parte de ensueño y de ilusiones quepuede comportar tal deseo. Entoncescorremos un gravísimo riesgo: al no po-der ser lo que habíamos deseado ser,estamos tentados a replegarnos sobrenosotros mismos, a resignarnos a no sermás que lo que somos. Como si nos hu-biéramos dejado ir a la deriva. Acaba-mos pensando que simplemente hay queintentar seres humanos honestos, resig-

nados a dejar para otros la locura de lacruz.Razonar así es confundir la pérdida

de nuestras ilusiones con la muerte delllamamiento. Es olvidar que la purifica-ción dolorosa de nuestras suficiencias yde nuestras ilusiones es necesaria paraque podamos oír lo que RenéVoillaumeha llamado el segundo llamamiento, elllamamiento a la santidad no ya desea-da en la búsqueda de nuestra perfección,sino vivida en la oblación de nuestrapobreza. En efecto, no somos lo quehubiéramos querido ser. La vida nos harevelado nuestras debilidades y nuestroslímites. Las circunstancias no nos hanpermitido desarrollar tal o cual aspecto

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5. CONCLUSIÓN: DE LA SANTIDAD DESEADAA LA POBREZA OFRECIDA

Se puede describir en una sola frase la trayectoria del crecimientoespiritual según el evangelio: de la santidad deseada a la pobreza ofre-cida.

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de nuestra personalidad. El Espíritu nosha conducido por caminos que no eranlos que habíamos previsto. El pecadonos ha hecho descuidar las fuentes dela vida y nos ha conducido a cisternasagrietadas donde nos paramos. Hemosperdido tiempo y hemos derrochado do-nes y gracias. Pero Dios permanece fiely para santificarnos no tiene necesidadmás que de nuestra humilde disponibi-lidad a acogerlo. No seremos el discípu-

lo modelo que nos hubiera gustado ser,pero podemos ser la debilidad, la fragi-lidad, en la que irradia el amor de Dios,la pobreza transfigurada por el poder dela gracia. Para esto, es menester y bastaque ya no tengamos nada más que ofre-cer a Dios sino esa pobreza misma. Yése es, los místicos dan testimonio des-pués de Jesús, el término de todo creci-miento espiritual: «En tus manos enco-miendo mi espíritu» (Lc 23,46).

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