el cuentista

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literatura, cuentos

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EL CUENTISTASaki:Hector Hugh Munro

Era una tarde calurosa y el vagn del tren tambin estaba caliente; la siguiente parada, Templecombe, estaba casi a una hora de distancia. Los ocupantes del vagn eran una nia pequea, otra nia an ms pequea y un nio tambin pequeo. Una ta, que perteneca a los nios, ocupaba un asiento de la esquina; el otro asiento de la esquina, del lado opuesto, estaba ocupado por un hombre soltero que era un extrao ante aquella fiesta, pero las nias pequeas y el nio pequeo ocupaban, enfticamente, el compartimiento. Tanto la ta como los nios conversaban de manera limitada pero persistente, recordando las atenciones de una mosca que se niega a ser rechazada. La mayora de los comentarios de la ta empezaban por No, y casi todos los de los nios por Por qu?. El hombre soltero no deca nada en voz alta.-No, Cyril, no -exclam la ta cuando el nio empez a golpear los cojines del asiento, provocando una nube de polvo con cada golpe-. Ven a mirar por la ventanilla -aadi.El nio se desplaz hacia la ventilla con desgana.-Por qu sacan a esas ovejas fuera de ese campo? -pregunt.-Supongo que las llevan a otro campo en el que hay ms hierba -respondi la ta dbilmente.-Pero en ese campo hay montones de hierba -protest el nio-; no hay otra cosa que no sea hierba. Ta, en ese campo hay montones de hierba.-Quiz la hierba de otro campo es mejor -sugiri la ta neciamente.-Por qu es mejor? -fue la inevitable y rpida pregunta.-Oh, mira esas vacas! -exclam la ta.Casi todos los campos por los que pasaba la lnea de tren tenan vacas o toros, pero ella lo dijo como si estuviera llamando la atencin ante una novedad.-Por qu es mejor la hierba del otro campo? -persisti Cyril.El ceo fruncido del soltero se iba acentuando hasta estar ceudo. La ta decidi, mentalmente, que era un hombre duro y hostil. Ella era incapaz por completo de tomar una decisin satisfactoria sobre la hierba del otro campo.La nia ms pequea cre una forma de distraccin al empezar a recitar De camino hacia Mandalay. Slo saba la primera lnea, pero utiliz al mximo su limitado conocimiento. Repeta la lnea una y otra vez con una voz soadora, pero decidida y muy audible; al soltero le pareci como si alguien hubiera hecho una apuesta con ella a que no era capaz de repetir la lnea en voz alta dos mil veces seguidas y sin detenerse. Quienquiera que fuera que hubiera hecho la apuesta, probablemente la perdera.-Acrquense aqu y escuchen mi historia -dijo la ta cuando el soltero la haba mirado dos veces a ella y una al timbre de alarma.Los nios se desplazaron apticamente hacia el final del compartimiento donde estaba la ta. Evidentemente, su reputacin como contadora de historias no ocupaba una alta posicin, segn la estimacin de los nios.Con voz baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por preguntas malhumoradas y en voz alta de los oyentes, comenz una historia poco animada y con una deplorable carencia de inters sobre una nia que era buena, que se haca amiga de todos a causa de su bondad y que, al final, fue salvada de un toro enloquecido por numerosos rescatadores que admiraban su carcter moral.-No la habran salvado si no hubiera sido buena? -pregunt la mayor de las nias.Esa era exactamente la pregunta que haba querido hacer el soltero.-Bueno, s -admiti la ta sin conviccin-. Pero no creo que la hubieran socorrido muy deprisa si ella no les hubiera gustado mucho.-Es la historia ms tonta que he odo nunca -dijo la mayor de las nias con una inmensa conviccin.-Despus de la segunda parte no he escuchado, era demasiado tonta -dijo Cyril.La nia ms pequea no hizo ningn comentario, pero haca rato que haba vuelto a comenzar a murmurar la repeticin de su verso favorito.-No parece que tenga xito como contadora de historias -dijo de repente el soltero desde su esquina.La ta se ofendi como defensa instantnea ante aquel ataque inesperado.-Es muy difcil contar historias que los nios puedan entender y apreciar -dijo framente.-No estoy de acuerdo con usted -dijo el soltero.-Quiz le gustara a usted explicarles una historia -contest la ta.-Cuntenos un cuento -pidi la mayor de las nias.-rase una vez -comenz el soltero- una nia pequea llamada Berta que era extremadamente buena.El inters suscitado en los nios momentneamente comenz a vacilar en seguida; todas las historias se parecan terriblemente, no importaba quin las explicara.-Haca todo lo que le mandaban, siempre deca la verdad, mantena la ropa limpia, coma budn de leche como si fuera tarta de mermelada, aprenda sus lecciones perfectamente y tena buenos modales.-Era bonita? -pregunt la mayor de las nias.-No tanto como cualquiera de ustedes -respondi el soltero-, pero era terriblemente buena.Se produjo una ola de reaccin en favor de la historia; la palabra terrible unida a bondad fue una novedad que la favoreca. Pareca introducir un crculo de verdad que faltaba en los cuentos sobre la vida infantil que narraba la ta.-Era tan buena -continu el soltero- que gan varias medallas por su bondad, que siempre llevaba puestas en su vestido. Tena una medalla por obediencia, otra por puntualidad y una tercera por buen comportamiento. Eran medallas grandes de metal y chocaban las unas con las otras cuando caminaba. Ningn otro nio de la ciudad en la que viva tena esas tres medallas, as que todos saban que deba de ser una nia extraordinariamente buena.-Terriblemente buena -cit Cyril.-Todos hablaban de su bondad y el prncipe de aquel pas se enter de aquello y dijo que, ya que era tan buena, debera tener permiso para pasear, una vez a la semana, por su parque, que estaba justo afuera de la ciudad. Era un parque muy bonito y nunca se haba permitido la entrada a nios, por eso fue un gran honor para Berta tener permiso para poder entrar.-Haba alguna oveja en el parque? -pregunt Cyril.-No -dijo el soltero-, no haba ovejas.-Por qu no haba ovejas? -lleg la inevitable pregunta que surgi de la respuesta anterior.La ta se permiti una sonrisa que casi podra haber sido descrita como una mueca.-En el parque no haba ovejas -dijo el soltero- porque, una vez, la madre del prncipe tuvo un sueo en el que su hijo era asesinado tanto por una oveja como por un reloj de pared que le caa encima. Por esa razn, el prncipe no tena ovejas en el parque ni relojes de pared en su palacio.La ta contuvo un grito de admiracin.-El prncipe fue asesinado por una oveja o por un reloj? -pregunt Cyril.-Todava est vivo, as que no podemos decir si el sueo se har realidad -dijo el soltero despreocupadamente-. De todos modos, aunque no haba ovejas en el parque, s haba muchos cerditos corriendo por todas partes.-De qu color eran?-Negros con la cara blanca, blancos con manchas negras, totalmente negros, grises con manchas blancas y algunos eran totalmente blancos.El contador de historias se detuvo para que los nios crearan en su imaginacin una idea completa de los tesoros del parque; despus prosigui:-Berta sinti mucho que no hubiera flores en el parque. Haba prometido a sus tas, con lgrimas en los ojos, que no arrancara ninguna de las flores del prncipe y tena intencin de mantener su promesa por lo que, naturalmente, se sinti tonta al ver que no haba flores para coger.-Por qu no haba flores?-Porque los cerdos se las haban comido todas -contest el soltero rpidamente-. Los jardineros le haban dicho al prncipe que no poda tener cerdos y flores, as que decidi tener cerdos y no tener flores.Hubo un murmullo de aprobacin por la excelente decisin del prncipe; mucha gente habra decidido lo contrario.-En el parque haba muchas otras cosas deliciosas. Haba estanques con peces dorados, azules y verdes, y rboles con hermosos loros que decan cosas inteligentes sin previo aviso, y colibres que cantaban todas las melodas populares del da. Berta camin arriba y abajo, disfrutando inmensamente, y pens: Si no fuera tan extraordinariamente buena no me habran permitido venir a este maravilloso parque y disfrutar de todo lo que hay en l para ver, y sus tres medallas chocaban unas contra las otras al caminar y la ayudaban a recordar lo buensima que era realmente. Justo en aquel momento, iba merodeando por all un enorme lobo para ver si poda atrapar algn cerdito gordo para su cena.-De qu color era? -preguntaron los nios, con un inmediato aumento de inters.-Era completamente del color del barro, con una lengua negra y unos ojos de un gris plido que brillaban con inexplicable ferocidad. Lo primero que vio en el parque fue a Berta; su delantal estaba tan inmaculadamente blanco y limpio que poda ser visto desde una gran distancia. Berta vio al lobo, vio que se diriga hacia ella y empez a desear que nunca le hubieran permitido entrar en el parque. Corri todo lo que pudo y el lobo la sigui dando enormes saltos y brincos. Ella consigui llegar a unos matorrales de mirto y se escondi en uno de los arbustos ms espesos. El lobo se acerc olfateando entre las ramas, su negra lengua le colgaba de la boca y sus ojos gris plido brillaban de rabia. Berta estaba terriblemente asustada y pens: Si no hubiera sido tan extraordinariamente buena ahora estara segura en la ciudad. Sin embargo, el olor del mirto era tan fuerte que el lobo no pudo olfatear dnde estaba escondida Berta, y los arbustos eran tan espesos que podra haber estado buscndola entre ellos durante mucho rato, sin verla, as que pens que era mejor salir de all y cazar un cerdito. Berta temblaba tanto al tener al lobo merodeando y olfateando tan cerca de ella que la medalla de obediencia chocaba contra las de buena conducta y puntualidad. El lobo acababa de irse cuando oy el sonido que producan las medallas y se detuvo para escuchar; volvieron a sonar en un arbusto que estaba cerca de l. Se lanz dentro de l, con los ojos gris plido brillando de ferocidad y triunfo, sac a Berta de all y la devor hasta el ltimo bocado. Todo lo que qued de ella fueron sus zapatos, algunos pedazos de ropa y las tres medallas de la bondad.-Mat a alguno de los cerditos?-No, todos escaparon.-La historia empez mal -dijo la ms pequea de las nias-, pero ha tenido un final bonito.-Es la historia ms bonita que he escuchado nunca -dijo la mayor de las nias, muy decidida.-Es la nica historia bonita que he odo nunca -dijo Cyril.La ta expres su desacuerdo.-Una historia de lo menos apropiada para explicar a nios pequeos! Ha socavado el efecto de aos de cuidadosa enseanza.-De todos modos -dijo el soltero cogiendo sus pertenencias y dispuesto a abandonar el tren-, los he mantenido tranquilos durante diez minutos, mucho ms de lo que usted pudo.Infeliz! -se dijo mientras bajaba al andn de la estacin de Templecombe-. Durante los prximos seis meses esos nios la asaltarn en pblico pidindole una historia impropia!.