el despertar

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El despertar

Simón González

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Primera edición: diciembre 2016

El despertar / Simón González [Libro electrónico] Primera Edición Ciudad de México. Aedes Editores, 2016 33p.

El despertar por Simón González se distribuye bajo una

Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivar 4.0 Internacional.

Portada: Simón González

Estilo de portada: Simón González

D.R. © Aedes México

© Simón González

Circuito Interior. Ciudad Universitaria, s/n. C.P. 04510. Ciudad de México.

Número de registro de propiedad intelectual: 1701100335564

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Introducción.

Los recuerdos de un hombre que en el ocaso de su vida se encuentra

solo, sentado en el viejo sillón de su enorme casa, nos remiten a la

realidad de sus pensamientos, la realidad de una existencia inauténtica.

Mientras observa la vida por una enorme ventana que, como una

máquina del tiempo catapulta al pasado sus recuerdos, perdiéndose así

entre inconformidades, deseos y frustraciones en los últimos minutos

de su existencia sin siquiera percatarse de su propia muerte, de pronto

se encuentra en su cama despertándose y comienza a hacer un recorrido por sus recuerdos.

Al entrar en una casa mientras va avanzando, en esta le ocurren una

serie de extrañas vivencias mientras una gota lo va acompañando por el

recorrido de algunas de las habitaciones de la casa que representan a

su vez un recuerdo al que se le dificulta llegar. Tiene visiones muy

vívidas de situaciones irreales y, mientras va abriendo puertas se

enfrenta a sus recuerdos más profundos y va pasando el tiempo hasta

que se queda dormido en una caverna y despierta de pronto en una

diminuta celda donde es llevado por sus captores al momento exacto de

su nacimiento, momento en el cual olvida toda su vida anterior para poder darle paso a una nueva existencia.

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Prólogo.

En ese instante mismo en que nacemos comienza nuestro camino a

la muerte. Como escribió Martin Heidegger en una de sus mejores

obras, “Ser Y Tiempo”, publicado en 1927, el hombre es el ser para la

muerte. En este pequeño y humilde escrito podemos apreciar la idea de

la vida y la muerte de una forma distinta, vista por un hombre de

ochenta y cuatro años que sin saberlo estaba viviendo sus últimas

horas, y sentado solo en la sala de su enorme casa a las afueras de un

pequeño pueblo, donde va haciendo un recorrido por algunos de sus

recuerdos más profundos, recuerdos que una vez lo fueron formando e hicieron el hombre solitario que fue.

Pero irónicamente son todos esos recuerdos los que lo van llevando

al fin de su vida. Su trabajo, el recuerdo de un gran amor que se fue, el

recuerdo de un padre ausente y del pequeño pueblo donde nació y pasó

gran parte de su infancia, incluso el perro del que una vez fue su orgulloso amo.

Es tan sutil el paso que nos hace dar el escritor de la muerte a la

vida, que la podemos simplemente confundir con un sueño. Pero hay

que estar atento para poder reconocer el instante exacto del hecho en

sí; no hay un futuro en los pensamientos del hombre mientras está

vivo, solo los recuerdos van colmando su mente, ya que la muerte está

tan cercana que no hay tiempo para el mañana. Esto nos hace

reflexionar mientras pensamos que no necesariamente nos damos cuenta cuando llega la muerte.

Sin embargo, es la propia muerte la que inicia al hombre en su

última gran aventura, una aventura donde el escritor nos lleva de la

mano en un recorrido por su complicada mente, donde usted, amigo

lector, se va a sentir plenamente identificado y donde un final inesperado le va a brindar un nuevo despertar.

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El despertar

Ya no estoy seguro de qué día es, ni el mes, incluso el año. Ya no

importa. Son solo días que pasan como pasan las hojas de un buen

libro en las manos de un ávido lector, pero si mal no recuerdo era un

Viernes Santo, un día de esos de Semana Santa, uno donde se recuerda

la muerte de Jesús de Nazaret por cierto. En esa espantosa visión que

nos coloca como los principales culpables de tan sangrienta muerte, ese

fue el día cuando comencé a darme cuenta que las cosas habían

cambiado tanto que ya nada será igual y todo lo que era ya no lo sería

más. La vida que creíamos conocer estaba a punto de cambiar

totalmente. Muchas personas piensan que mientras la muerte se va

apoderando de un cuerpo, por otro lado una vida está naciendo. Yo no

soy nadie para saber si eso es verdad o simplemente un invento del

hombre para sentirse de alguna manera reconfortado ante la

posibilidad que imposibilita todas las otras posibilidades: la posibilidad

de morir. Entonces de cierta manera había comenzado a morir, ya que

había nacido. Lo que era, ya no lo sería más, y lo que pudo haber sido

de ahora en adelante era imposible. Con aquellos pensamientos

rondando sin descanso en mi mente y tratando, siempre con una

terquedad que rayaba en la estupidez de entender de una vez por todas

el motivo por el cuál postrarse ante una vida inexistente y vacía, y aún

más con ese sentimiento de no estar haciendo lo que debo

carcomiéndome las entrañas como una hiena haciendo del interior de

su presa un festín. Que los días pasaban como minutos y la cruda

realidad es que lo que hacemos es ocuparnos para no pensar. Qué

sentimiento tan amargo, pero a su vez creo que es lo que me hacía

sentir vivo porque el pensar me hace existir. La única pregunta que me

podía hacer sinceramente con algo de temor era, ¿qué podía hacer para

que aquellos cambios fuesen lo menos dolorosos posibles o quizá, solo hacerlos más aceptables?

Después de mucho pensar, luchando contra el cansancio de mi

cuerpo y mucho peor, el de mi mente, porque para pensar lo que pienso

deben haber condiciones, se necesita tiempo, espacio, silencio, y tantas

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cosas más que no vale la pena enumerarlas, con el pasar de la vida me

di cuenta que los cambios son parte de mí, que todo cuanto me sucede

esta precedido de un cambio sutil, imperceptible o brusco quizá, pero

siempre un cambio. Sí, claro, todos saben eso, que son necesarios casi

como respirar. Si no cambias mueres, si no respiras también. Bueno, eso dicen. Nunca he dejado de respirar y bueno, nunca he muerto, creo.

La diferencia es que los cambios en su mayoría son difíciles, cosa

totalmente distinta a la respiración que la mayor parte del tiempo no la

sentimos, que los cambios son difíciles, por supuesto sí, pero una vez

que comienzan te vas adaptando y vas como entrando en sintonía con lo nuevo más rápido de lo que te puedes imaginar.

Todo esto pasaba por mi mente mientras, aun acostado y apenas

despierto, le ordenaba a mi cuerpo que se levantara de la cama y que

fuera directo a la cocina. La cafetera la había dejado preparada como

todos los días para que se encendiera a las cuatro. No soy persona de

dormir hasta tarde. Creo que siempre hay algo que hacer y siempre

estamos atrasados para hacerlo. No tengo una taza preferida como

otras personas o algún tipo de ritual extraño. Ya soy bastante extraño

como para saturarme. Solo me gusta una buena taza de café caliente,

vicio que una vez trate de erradicar sin resultado, un sacrilegio aquel de

no cumplirlo. Recuerdo el sonido de la cafetera que, mientras hacia su

trabajo, semejaba uno de esos monstruos que se ven en las películas

viejas de ciencia-ficción japonesas. El olor a café ya invadía toda la

habitación. Quisiera seguir durmiendo pero sé que ya no voy a poder,

nunca he sido persona de dormir hasta tarde. Estaba acostumbrado a

levantarme muy temprano ya que antes de jubilarme de lo que fue mi

trabajo durante más de cincuenta años en una empresa de

importaciones que herede de mi padre y de la cual, aunque me sentía

muy orgulloso, también sentía que había perdido momentos valiosos

de mi vida en reuniones con altos ejecutivos que, aunque con mucho

dinero, siempre para mi fueron seres vacíos, superficiales y acéfalos

más al servicio del dinero que a los intereses propios de la empresa.

Siempre debía estar viajando a países lejanos para poder así consolidar

el nombre de la compañía y en esos viajes conocí a muchas personas de

las cuales ahora recuerdo a muy pocas. Supongo que en realidad no

fueron tan importantes como en ese momento llegue a pensar y ahora

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luego de tanto vivir, tanto conocer y tanto saber me encontraba solo en esta enorme casa.

Ya en la cocina me serví la primera taza de café, siempre el primer

sorbo era negro y sin azúcar. Me gustaba sentir el amargo de ese primer

trago característico por unos minutos mientras apreciaba por una

enorme ventana una pequeña fracción de la naturaleza que igual que mi ser, se iba despertando lentamente.

Recuerdo que muchas de esas mañanas, con la taza de café la mano,

me sentía aliviado de no fumar pero siempre lo recordaba y esto

esbozaba una pequeña sonrisa estúpida en mis labios, una sonrisa

irónica pero a su vez de satisfacción, o quizá simplemente era solo el saber que podía controlar ese pequeño deseo de hacerlo, no sé.

Recuerdo también estar allí parado frente a esa enorme ventana estilo

francesa que abarcaba todo el espacio del techo al piso que me hacía

sentir parte de todo y desde la cual se podía apreciar una vista

inmejorable de un gran cielo azul siendo recorrido sin prisa por unas

cuantas nubes que viajaban tímidas en esa inmensidad. También se

podía apreciar a lo lejos en el horizonte algunos árboles inmensos

rozándose entre sí con la suave brisa donde las nubes parecían llegar

para esconderse, y entre ellos justo frente a mí, un camino que se

adelgazaba a medida que se alejaba y parecía mantenerse en eterna

lucha para no ser consumido por la naturaleza que después de la más

suave y fresca lluvia siempre trataba de ganar su espacio aunque fuese pequeño.

De vez en cuando me gustaba recorrer ese camino, casi siempre en las

tardes, ya cayendo el fresco de la noche, aunque no todas. Ese olor a

tierra mojada, a monte fresco, el sonido de las pequeñas gotas de agua

que encontraban el fin de su largo viaje chocando contra las hojas de

los árboles así como también contra las que ya habían cumplido su

labor y se encontraban esparcidas en el suelo. Todo eso hacía que me

invadiera ese sentimiento de ser libre que no se puede comparar con

nada. Muchas veces cuando esta lloviznando el camino está solo. La

mayoría de las personas prefieren huir frenéticamente buscando donde

guarecerse para no mojar su ropaje, mientras que para mí, esa suave

lluvia es una invitación a la cual no puedo dejar de asistir, así me gusta,

y de esa manera no me tropiezo con ese constante ir y venir de

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personas que aunque pocas, siempre me parecían algo molestas. Me

producen un sentimiento de animadversión al oír los susurros mientras

caminaban pisoteando sin importarles en lo más mínimo los pequeños

brotes de hierbas de ese día. ¿Es que acaso no se daban cuenta que ellos también tienen derechos en ese camino?

Uno que otro día se llenaba de valentía para poder hacerme una visita

algún familiar lejano, aunque todos los familiares son lejanos para mí,

o el conocido del amigo de un familiar cercano, amigo mío nunca. Para

mi orgullo y el pesar de muchos, carezco de amigos. Ya es difícil

entenderme a mí como para tratar de entender a otra persona. Hace

algún tiempo tuve un perro, era un buen perro. Debe ser porque ya me

pasó la moda de tener amigos o un idiota de esos que siempre tiene una

idea con respecto a una inversión nueva o un negocio que ahora si va a

funcionar, o simplemente de visita porque tiene algún conflicto

emocional que resolver y tiene la tonta idea que si me lo cuenta le

puede servir de ayuda algún comentario sarcástico o la cruda verdad de

lo que pienso, eso les gusta a muchos. La verdad aun no sé por qué, de

eso también mi moda ya paso. O tiene, no sé por qué, la recurrente y

macabra idea que yo puedo darles algún consejo mágico de que hacer o

cómo hacerlo, o peor aún, que yo voy a invertir mi tiempo pensando en eso, sea lo que sea.

Pero la mayoría de aquellas mañanas eran muy tranquilas y podía

apreciar sobre las copas de los arboles a lo lejos montañas enormes de

múltiples tonos verdes donde a esa hora temprano en la mañana se

podía apreciar como las invadía la luz del sol que poco a poco las iba

iluminando dándole vida y dejando ver sus cicatrices así como sus altos

forrajes meciéndose con la suave brisa. Alegres por un día más de sol,

llenándolas de colores que cambiaban con sutileza con el vaivén de sus

finas y largas hojas, la hierba verde y unos tenues rayos de sol que se

filtraban con temor entre las ramas de los más altos árboles que parecían alegrarse de tener un encuentro más con su eterno amor.

Tenía situado estratégicamente en el centro de la habitación y

siempre al frente de la gran ventana un mueble de piel marrón oscura

ya un poco desgastado y con pliegues muy marcados, arrugas

profundas. Un mueble que daba la apariencia de un hombre viejo ya

cansado, de muchas batallas, algunas ganadas muchas otras perdidas,

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pero aun así siempre presto para la siguiente que seguramente ha de

venir, quizá más pronto de lo que se imaginaba o ¿porque no? quizá ya

estaba luchando su última gran batalla.

Me fui sentando con la pesadumbre que tiene el que aún no se

despierta del todo, y de paso tuvo una mala noche, apoyando mi mano

derecha en el reposabrazos de aquel mueble que se quejaba solo al

sentir mis pasos acercándome a él, mientras con mi otra mano sostenía ya la segunda taza de café negro. Ya sentado nos hacíamos uno.

Gastado por el uso y con poco brillo, ese mueble que, marcado por el

peso de mi humanidad en el que sin necesidad de estar ocupándolo se

podía ver hundida la figura de mi cuerpo como si fuera un contra

molde, ese viejo cuero oscuro que guardara celosamente su mejor

puesto para mí. El mueble tenía ya años en el mismo lugar, la mujer

que venía a hacer la limpieza una vez al mes siempre trataba en vano de

convencerme para que lo colocara en otro lugar, quizá más cerca de la

ventana, decía con un dejo de sarcasmo que dejaba escapar mientras

una pequeña sonrisa esbozaba su rostro porque sabía de antemano mi

rotunda respuesta de un no, no, gracias. Justo al lado derecho, una

pequeña mesa cuadrada bastante desgastada en los bordes color

madera oscura con algunos destellos de brillo de un barniz que en

algún momento le dio vida y que hoy solo forma parte de sus cicatrices.

Sobre ella unos pocos libros pequeños de caratulas gruesas, lomos

gastados con colores apagados por el paso del tiempo y paginas

amarillentas. Aunque algunos los había leído y otros solo hojeado, me

parecían un buen adorno, nada más. Todo quizá dispuesto

inconscientemente pero siempre ordenado por ese pequeño yo que

todos llevamos dentro y que estoy seguro que toma mejores decisiones

que nosotros y sin darnos cuenta, ha dispuesto todo quizá para poder hacer que yo pudiera escapar cuando yo lo dispusiera.

Recuerdo estar mirando en la ventana las pequeñas gotas de rocío

adheridas al cristal de la ventana que al ser traspasadas por los

primeros rayos de sol se asemejaban a pequeños prismas haciendo un

caleidoscopio de colores y que a su vez parecen resistirse a la inevitable

e invisible gravedad. Algunas pequeñas gotas se deslizaban mientras se

unían a otras y esas a su vez a otras más, pero eso sí, siempre haciendo

una pequeña pausa para por una milésima de segundo pedir permiso a

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su compañera para unirse y así dejarse llevar, como pequeños ríos

uniéndose con otros en su caída dejando una pequeña estela limpia en

el cristal tras ellas, todas con un futuro incierto y acelerando así en su

caída al fin de su corta vida, pero es algo inevitable desaparecer para luego transformarse.

Podía también apreciar algunos insectos que temprano en la mañana

buscaban su alimento en las pequeñas y coloridas flores recién abiertas

para poder saciar su sed de vida, siempre presurosos al encuentro con

su alimento sin descansar ni un instante, sin tomarse un respiro para

tratar de entender el por qué. Me parece que son dichosos en su

ignorancia supina, algunos otros en cambio se preocupaban más por

tratar de entrar chocando con el cristal de la ventana repetidas veces hasta desfallecer de cansancio a los pies de su imposible.

Dormir…

Al cabo de un rato ya había hecho dos viajes a la cafetera y era la

tercera taza de café y aun el sol no salía completamente. No sé, creo que

me quede dormido por un instante y al despertar me propuse a

comenzar a leer, creo que por décima vez aquel libro tan especial para

mí. El favorito de mi pequeña pero exclusiva colección, que en estos

días había colocado con esa intención en la mesita que estaba al lado del mueble.

Aquel libro fue uno de los pocos regalos que recuerdo haber recibido

cuando pequeño de mi padre. Ese pequeño y viejo libro era lo más

cercano a un tesoro que podía tener entre mis manos, siempre tan

cerca de él como hubiese querido tener a mi padre. No era casualidad

que en momentos difíciles era cuando decidía comenzar a leer de nuevo

aquel feo libro de hojas amarillas con el olor característico de la lignina

oxidándose que solo un buen libro te da. Un olor que recuerda que las

cosas pequeñas de la vida son muchas veces las que más satisfacción y

paz nos producen.

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Ya conocía todas las pequeñas magulladuras y desgastes que tenía,

incluso uno que otro error de imprenta que en vez de restarle valor,

hacía que creciera mucho más en cuestión sentimental. Cuando aquel

libro estaba en mis manos era maravilloso; me sentía con el poder más

valioso del mundo: el poder del recuerdo. Ese maravilloso viaje al

pasado que podemos hacer al recordar, pero que muy pocos saben

apreciar. Sentado ya con el pequeño libro en mis manos y con la mirada

fija en el paisaje, comencé a caer en cuenta que hacía ya algún tiempo que mis días eran todos iguales.

Comenzaron a llegar los recuerdos a mi mente tan vividos como si

fuera ayer, cuando en ese mismo camino me fui quedando solo a

medida que ella se alejaba caminando, y mientras más pequeña aquella

figura se me hacía, así también mi corazón se me iba poniendo, y así

siguió caminando sin siquiera voltear para regalarme esa famosa

última mirada que les regalan aquellas hermosas criaturas a sus

dueños cuando son liberadas luego de un largo cautiverio. Luego de

una pequeña espera, mientras me contenía con todas mis fuerzas para

no llamarla diciendo su nombre con un grito, recordarle que estaba allí,

fui un perfecto cobarde y con un nudo en la garganta yo también

comencé a caminar de regreso a la casa que de ahora en adelante se convertiría en una especie de prisión y no quería mirar atrás.

Mientras caminaba sin prisa repase con mi vista lo hermosa de aquella

casa, una de las mejores del lugar situado en medio de ese valle

rodeada por montañas altas. No sé cómo pero fue en ese momento

donde la pude entender, pero mi corazón terco me pedía que voltease, y

claro que pudo más que mi deseo de no hacerlo. Me detuve por un

instante y al voltear pude ver una figura desapareciendo lentamente en

el horizonte. Esa persona que había sido parte tan importante de mi

vida con la cual muchas veces imagine mi futuro, mis hijos, mi vejez y

¿porque no? hasta mi muerte, ahora simplemente se desvanecía en el

horizonte para transformarse en un recuerdo borroso y pasar, como

muchas otras personas, a formar así parte de mi pasado y yo sin querer,

a ser parte del suyo. De eso ya han transcurrido muchos años. Ya yo

estaba a pocos días de cumplir ochenta y cuatro años, y desde que ella

se fue, aquella hermosa casa de amplios corredores iluminados y con

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un hermoso jardín que ella cuidaba con recelo ahora era solo

oscuridad, sombras y maleza por flores, pero ese día nunca se me

olvidará porque ese fue el día en que parte de mí murió.

Después de un hondo y profundo suspiro decidí seguir caminando solo

para llegar a aquella enorme casa ahora vacía y hundirme así con ella

en el olvido. A las pocas horas de haber llegado a la casa de aquel agrio

paseo comencé a entender al fin que estaba solo. Quizá me sentía

también un poco desprotegido y me invadió un temor que nunca antes

había sentido; el no saber qué pasaría luego me causaba una gran

angustia. Yo estaba acostumbrado a planificar mis días, mis horas, todo

tenía un orden. Ahora sentía que todo se escapaba de mis manos que

no podía ya controlar lo que pasaba o podría pasar. Me falta la mitad de

mi ser, repetía constantemente mientras caminaba como un león de

feria enjaulado de un lado a otro frente a la gran ventana. Ya no era un

ser completo y quizá nunca lo volvería a ser, ya que parte de mí se había marchado con ella.

Pero algo dentro de mí decía que no podía detenerme. Como pude en

medio de esa angustia, de ese sentimiento que me resecaba la boca y

que me hacía sudar las manos, ese dolor en el corazón que causa la

ausencia del ser amado me parecía interminable, me detuve de pronto

y tras pensar un segundo me dirigí presuroso y con paso firme a la

habitación y, buscando con mi mano temblorosa sobre un viejo ropero

que estaba allí desde que compramos la casa, tome un revólver que

siempre había tenido conmigo sin el consentimiento de ella.

Sentándome en el piso a los pies de la cama lo coloque con ambas

manos bajo mi mandíbula sabiendo de ante mano que era el mejor sitio

para una muerte instantánea y después de tomar una gran bocanada de

aire que contuve, halé el gatillo, pero solo escuche el sonido de metal

chocando. No tenía balas. Ella se las había sacado quién sabe hace

cuánto tiempo. En ese momento me molestaba hasta el cantar de las

aves que escuchaba afuera, no podía entender que era lo que las hacia

parecer tan felices. Estúpidas aves. Si pudieran estar en mi mente solo

por unos segundos caerían muertas en el acto. Allí sentado pasé el resto

del día taciturno y agobiado con los pensamientos.

Al comenzar a caer la noche decidí levantarme dejando el revólver en el

piso. Caminé de nuevo a la sala y me senté en el mueble que

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irónicamente era lo último que habíamos comprado juntos para la casa.

La mesita había venido como su complemento, y lo habían traído horas

antes de su partida. Ese fue mi primer y único intento de suicidio.

Me desperté aún en el mueble con el cuerpo adolorido. Ya era de noche.

Me pregunté qué hora sería y sentándome un poco mejor volteé mi

mirada hacia un reloj de pared que se había quedado estancado a las

cuarto treinta y cuatro. No era la primera vez que sucedía, pero tenía la

costumbre de mirarlo, luego cuando menos me lo esperaba comenzaba

a funcionar sin más ni más. Así estaba desde el día que se lo compre a

un sirio que recién llegado al país hacia de vendedor ambulante y el

cual nunca más volví a ver. Así que no me preocupó. El camino que

había estado iluminado y lleno de colores ahora solo era una larga

sombra y oscuridad donde apenas se podía ver donde terminaba. Me

fui poniendo de pie lentamente y luego de un pequeño estiramiento y

un par de quejidos me sentí un poco mareado, mientras mi vista se

nublo un poco. Últimamente siempre me pasaba pero no le prestaba

importancia, pasaba rápido. Todo estaba oscuro. Dirigí mi mirada a la

cocina pensando en prepararme algo de comer, pero solo llegué a la

nevera y, tomando la jarra de agua, me tomé mientras contaba diez

tragos que para mí correspondían a un vaso de agua. Caminé hacia la

habitación sin encender ninguna luz. Al entrar cerré una ventana que

daba a al jardín trasero. Luego me deje caer en la distendida cama.

Estaba cansado, parecía que había corrido un maratón. Tenía la

respiración agitada y mi corazón acelerado y después de un ‘coño’ que

salió del fondo de mi alma, le eché la culpa a esa vejez que invadía mi cuerpo.

Esa misma noche y con el cuerpo un poco más calmado, comenzaron a

llegar a mi mente algunos recuerdos del pequeño pueblo de dónde

vengo, donde siempre las noticias eran malas, las casas pequeñas y

nadie hace preguntas personales. Cada uno está dedicado a lo suyo, no

hay contacto ni verbal ni físico, ni siquiera estoy seguro de que el

significado de moralidad sea igual para todos. No hay sentimientos y si

los hay y los dejan aflorar son solo una señal de debilidad. Solo hay

personas caminando de un lado a otro sumergidas ensimismadas

consumiendo su valioso tiempo desesperadamente. El que no está

trabajando está comprando y el que no está comprando está vendiendo

y yo, en medio de esa infinidad de pequeños mundos. Por eso decidí

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cambiar, por eso estoy aquí este nuevo viaje y eso no se me puede

olvidar, no se me puede olvidar nunca que el movimiento genera

cambios y que los cambios son vida. Quizá si pienso más rápido puedo

hacer que la realidad desaparezca y así, si no la veo no existe, o

simplemente me ocupo para no pensar así como la mayoría de esas

personas para luego llegar y esperar un fin poco heroico de mi humanidad en una cama sola y fría.

Morir…

Existen días en los cuales mi mente esta tan cansada que me duermo

tan deprisa que en sólo un par de minutos dejo de ser yo y ya no existo

hasta el día siguiente que revivo, solo para darme cuenta que la

realidad es que estamos muertos, solo que algunos no lo saben o no lo

ven mientras que otros muchos no lo llegan ni a pensar, y si por alguna

complicidad malévola del destino les llega a hacer nido en sus mentes

se ocupan de nuevo en su quehaceres diarios para no pensarlo. Porque el pensarlo da miedo y son unos cobardes.

Me despertó el sonido característico de una gota de agua cayendo en un

pequeño charco en el pis, ese sonido hacía eco en toda la habitación y

por más que busqué con mi vista, no pude encontrar de dónde

provenía. Decidí entonces dejar los viejos recuerdos atrás y,

levantándome del aquel mueble que ahora al igual que yo estaba viejo y

cansado, presentía que algo pasaba, algo no estaba bien. Había otro

olor confundiéndose con el del café recién hecho. No sabía qué podía

ser, pero no le preste atención. Quizá mi mente aún muy dormida me

estaba jugando una mala pasada, o quizá solo estaba algo exaltado y

claro, después de pensar tanto era lógico, resolví. Me sentía como

cuando despertamos luego de un mal sueño, solo que este sueño era

recurrente. Quizá la noche anterior deje sin querer la ventana de la

habitación a medio cerrar y en el mueble se podía sentir una suave

brisa fría típica de ese lugar al caer la noche. Busqué a tientas con mis

pies desnudos las pantuflas, pero no pude sentirlas. Tampoco pude

Page 18: El despertar

sentir la alfombra que descansaba siempre bajo ellas. El piso de madera

está helado, no obstante, me levante, no sin antes colocar el libro de

filosofía de J. Hesse, Teoría del Conocimiento, que había permanecido

en mi regazo sin siquiera abrirlo sobre la mesita. Caminé al interruptor

de las luces que apenas podía ver por la oscuridad, presionando varias

veces el botón, pero no sucedió nada. Supuse que no había electricidad,

algo común en la zona. Caminé a la cocina un poco dormido aún para

servirme el café que ya mi cuerpo extrañaba, pero al salir de la

habitación me llamó la atención escuchar un sonido a lo lejos como el

de las olas del mar rompiendo a lo lejos, y mientras más me acercaba a

la cocina, más cerca y más claro podía escuchar. No le presté atención

porque estaba muy lejos del mar y solo pensé que estaría aun algo

dormido. Al llegar justo a la puerta de la cocina me detuve. El sonido

era muy vívido y al levantar la vista pude ver el mar oscuro que hacia

chocar sus olas un par de metros, quizá por debajo de mis pies, un mar

tan grande que terminaba en el horizonte tocándose con un cielo de

nubes grises tormentosas que se sombreaban al compás de relámpagos

que apenas se podían escuchar. De pronto una brisa helada recorrió

todo mi cuerpo poniéndome la piel de gallina, la cual me hizo sentir un

poco más despierto, pero con el pensamiento que todo eso no era más

que un sueño de esos extraños que cualquiera tiene de vez en cuando y

me dispuse a ir a la cama de nuevo, haciendo caso omiso a lo que había visto.

Al entrar en la habitación me sorprendí aún más al ver un salón muy

amplio de altas columnas muy bien distribuidas por todo el lugar, y

justo en la esquina derecha, al final, una gran escalera estilo barroco

antiguo, con pasamanos de madera y arabescos color negro de hierro

que lo sostenían sus tramos de un granito color claro con algunas

columnas pequeñas en los peldaños. Pude apreciar un piso algo

desgastado pero muy limpio, tanto, que podía ver el reflejo del techo

abovedado mientras caminaba maravillado el trayecto que me llevaba

directo al primer peldaño. Pude notar que el resto de la habitación

estaba algo oscura y tétrica. No había ventanas, sólo las paredes

decoradas por un par de marcos de madera grandes, antiguos y

polvorientos sin ninguna pintura en ellos, quizá porque ya se los habían

robado. Y mientras seguía caminando pude observar como de las

sombras justo detrás de la gran escalera a lo lejos aparecía lentamente

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un pasillo largo el cual en la entrada estaba precedido por un gran arco,

como si fueran las enormes fauces de un animal que dejaba ver todo su

interior sin ningún decoro en espera de su próxima presa. No sé si por temor a aquella fantasmal aparición preferí subir las escaleras.

No había llegado al tercer escalón cuando escuché el sonido de unos

pasos entrando a la habitación. Me detuve y eché un vistazo rápido con

el pie derecho sobre el siguiente peldaño listo para subir a prisa, pero

no pude ver a nadie. Esperé unos segundos y no escuché nada más, así

que seguí subiendo hasta llegar al final de la escalera mientras iba

apareciendo ante mí otra habitación un poco más pequeña pero igual

de desolada. Tenía el centro cuadrado, rodeado de columnas y

pasamanos de mármol con el mismo estilo barroco de todo el lugar

desde donde se podía ver el piso inferior. Había tres puertas altas de

madera que parecían recién colocadas de lo limpias que estaban. Todo

en ellas brillaba, así como las paredes y el enorme techo. Me fui

aproximando a la puerta que tenía más cercana. Las tres puertas eran

exactamente iguales. Traté infructuosamente de abrir una, pero parecía

estar cerrada por dentro. Luego caminé hacia la otra puerta, pero ni

siquiera pude moverla unos centímetros. Tampoco tuve suerte. Solo

quedaba una a la cual me acerqué presuroso pensando que alguien me

seguía y que en cualquier momento aparecería al final de la escalera.

Para mi sorpresa al echarle un pequeño empujón una de las hojas se

abrió fácilmente haciendo ese tétrico sonido chirriante. Entré mientras

seguía escuchando el sonido de la gota golpeando el piso al caer.

Parecía seguirme a todos lados, era desesperante, era como si estuviera cayendo justo dentro de mi cabeza.

Había comenzado a amanecer. Podía ver el cielo, no había sol pero todo

era más claro, la habitación estaba partida justo a la mitad y sus ruinas

yacían en la orilla del mar donde hacían un rompe olas artificial y me

dispuse a caminar al borde. Al llegar vi el mar chocando repetidamente

en forma de olas contra las paredes derruidas de la habitación que

estaban cumpliendo ahora una nueva función quizá menos sublime

pero igual de importante, algo mohosas y con esas algas largas y verdes

características de esos ambientes. Me di cuenta que llevaban así algo de

tiempo. Me acerqué un poco más a la orilla comprobando antes con

pisadas suaves la resistencia del piso desecho, de algunos listones de

madera mojada que se sostenían en su sitio gracias a clavos que,

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torcidos y oxidados, se mantenían incrustados en ella. Así pude tener

un panorama más claro de toda la costa. A mi izquierda no pude ver

mucho ya que la pared aún se conservaba en gran parte pese a las

grietas que la recorrían entera. Era solo cuestión de tiempo para que se

derrumbara y se hundiera como su vecina. A mi derecha a pocos

metros pude apreciar que el mar se hacía más profundo y de sus aguas

apenas se asomaban algunas hileras de paredes que formaban cuadros

que a su vez daban la semejanza de una casa sumergida completamente pero faltándole el techo entero.

Salí de la habitación y, dando un par de saltos sobre las columnas y los

cascajos de bloques que estaban un poco secos, me fui acercando a una

de las paredes de la casa sumergida. Con un último salto y casi

perdiendo el equilibrio quedé justo sobre una esquina. Allí pude

apreciar el interior de la casa bajo las aguas transparentes. El piso se

podía ver y sobre él, algunos erizos y algas pequeñas moradas, también

en sus paredes habían adheridos algunos caracoles. Podía ver los

marcos de las ventanas y de las puertas como si hubieran sumergido la

casa intacta en el lecho del mar, no había cuadros ni muebles. No

existía nada más que las paredes viejas donde en algunos sitios se

dejaban ver los ladrillos grises porque ya el friso se había desprendido.

Caminé por la orilla adentrándome más en el mar para poder ver otras

habitaciones. El movimiento del mar generaba pequeñas olas que

salpicaban mis pies desnudos mientras caminaba con pasos cortos por

la orilla. Pude ver algunos cangrejos y peces grandes pasando entre las

puertas y ventanas de lo que ahora es su casa. Tenía la impresión de

estar viendo como volaban sobre el piso apenas visible por el área que lo invadía.

No había pasado mucho tiempo cuando me dispuse a regresar a la

seguridad de la casa, pero al voltear hacia ella noté que estaba

alejándome de la orilla, así que trate de apurar el paso para llegar, pero

la orilla irregular de las paredes me lastimaban los pies. Haciendo

equilibrio con mis brazos llegué a una de las esquinas más cercanas y de un salto llegue estrepitosamente de nuevo a la habitación.

Me senté para tomar un respiro mientras veía como se desaparecían las

paredes de aquella casa sumergida en medio de aquel inmenso mar. Al

voltear y caminar hacia la puerta por donde había entrado me di cuenta

Page 21: El despertar

que la habitación había envejecido como si hubieran pasado años en

vez de minutos. Las grietas cubrían sus paredes, ahora se hacían más

evidentes. En muchas se dejaban colar algunos de los primeros rayos

del sol. La pintura otrora tan majestuosa ya no existía, solo quedaban

pocos restos en las paredes y del piso de madera solo quedaban las

vigas con los clavos retorcidos y desnudos. Al verlos vino a mi mente el

recuerdo de los cerillos después de ser usados, y del techo

amachimbrado ni el recuerdo quedaba. Acercándome a la puerta pude

ver que el ala que había abierto minutos atrás se encontraba en el piso

mojada. Su color se había tornado oscuro y estaba llena de lapas

marinas, cangrejos, ladrones y no sé cuántos crustáceos más podía ver

sobre la puerta y en la habitación los cuales a medida que me acercaba,

buscaban pronto escondite. Con una mirada fugaz vi el dintel de la

puerta podrido casi en su mayoría. Pensé en ese momento que no

aguantaría un día más. Unas cuantas veces en la vida nos encontramos en lugares que debimos dejar en el pasado.

De nuevo en la habitación donde estaban las otras dos puertas también

parecía que habían pasado años en lo que para mí fueron apenas unos

pocos minutos. Estaba llena de polvo y el piso y las paredes que había

acabado de ver inmaculados ahora eran todo lo contrario y todo estaba

recubierto por una capa de polvo. Sin detenerme a pensar, me fijé

entonces en una de las dos puertas que no había podido abrir antes, y

como todo lo demás la vi maltrecha y me fui acercando a ella mientras

mi cabeza era dirigida por mis ojos que, sin importar la poca luz, se

esforzaban para escudriñar todos y cada uno de los rincones. Allí fue

donde escuche la gota de nuevo cayendo incesantemente en algún lugar.

Pensé que quizá el sonido de las olas había arropado el tenue sonido de

esa gota y por eso no la escuche mientras estuve afuera, pero no estaba

seguro si siempre había sido mi acompañante. Al acercarme a la puerta

pude ver un candado sujetando dos grandes argollas. Todo el conjunto

oxidado por el salitre, supuse. Tomándolo con mi mano derecha, lo

moví enérgicamente con algo de desesperación pero no pasó nada. Ese

candado aún viejo y oxidado quería seguir cumpliendo con la labor que

le fue designada, luego lo sujeté con las dos manos y lo sacudí de nuevo

con un poco más de agresividad. Un sonido seco llenó todo el lugar.

Una de las bisagras de abajo se desprendió abriendo una pequeña

Page 22: El despertar

grieta por la que me dispuse a pasar, así que me arrodille y con algo de esfuerzo lo conseguí.

Al incorporarme quedé sorprendido de estar rodeado en una

habitación llena de figuras fantasmales. Podía ver torsos, cabezas,

piernas y brazos, algunos colocados sobre unas largas mesas de

madera mientras que los demás yacían en el piso apilados unos sobre

otros. Era una escena dantesca. Me adentré un poco más entre las

figuras pasándoles por encima y tratando de no pisar alguna hasta

llegar a una mesa en el centro de la habitación donde reposaba un

Cristo sin cruz famélico que parecía más haber muerto por la sífilis que

por la crucifixión. Lo habían dejado a medio reparar. Las manos con los

clavos sobresalían de los bordes de la mesa. A los lados de la figura,

tarros de pinturas de varios colores ya secos, y algunos pinceles

esparcidos por la mesa. Al lado, cerca de sus pies, vi una pequeña tabla

de madera donde se distinguían algunos arabescos. Con una pasada

rápida de mi mano le quité el polvo y pude leer lo que decía: Eloi, Eloi,

lama sabactani. En otra mesa pude reconocer pese a mi poca

experiencia en ese campo que era un Jesús en la columna, ya que su

posición algo encorvada lo delataba. Su columna, supongo, era la que

reposaba al lado esperando al trabajo terminado; solo estaban hechas

en yeso las partes que se podían ver cuando estaba vestido, manos, pies y cabeza. Lo demás era una estructura de vigas de madera vieja.

Había entrado, creo, a un taller donde reparaban al parecer los santos

de alguna iglesia. Era una habitación de techos altos abovedados, de

paredes derruidas y todo en ella estaba bañado con una fina capa de

polvo. Sobre mi cabeza, un enorme candelabro de cristal ya casi por

caer. En una de las paredes había un vitral gótico circular compuesto

por vidrios de colores, pero algo pequeño para tan enorme habitación y

gracias a él podía entrar con esfuerzo una tenue luz. Caminé toda la

habitación por curiosidad y buscando otra puerta por donde salir pero

no encontré ni una ventana. Salí por la misma puerta por donde entré y para ser sincero me sentí aliviado.

Me encontré de nuevo en aquel viejo salón de grandes columnas.

Caminé sin pensarlo hacia la última puerta esperando que estuviera

abierta o que al menos, como la anterior, estuviera tan débil que

pudiera ceder de un solo empujón. De nuevo me di cuenta que la gota

Page 23: El despertar

seguía cayendo y por más que buscaba con la vista no podía ver dónde

estaba. El eco que producían aquellas enormes paredes vacías no me

permitía estar seguro de donde venía, mientras seguía caminando hacia

la puerta también noté lo descuidada que estaba, como si hubieran

pasado ya cien años de su colocación. La madera había perdido su

belleza. Ya el barniz en algunas partes formaba algo similar a la corteza

de un árbol indio desnudo. Tenía las dos grandes argollas unidas al

parecer desde hace años con un candado viejo y oxidado. Tomé el

candado y lo sacudí con fuerza con la esperanza que pasara lo mismo

que con la otra puerta pero este no cedió. Después de intentarlo varias

veces y de pisarme un dedo al quedar entre la puerta y el candado,

(cosa que sacó de mis adentros un coño mientras llevaba mi dedo a la

boca a la vez que lanzaba una patada a la puerta, acciones que no

aliviaron para nada el dolor), entonces decidí buscar otra alternativa y

busqué con la vista mientras mi dedo seguía en la boca algo que me

pudiera servir para hacer palanca. Cerca de la primera puerta vi un

pedazo de barra de metal ideal para ese propósito. Fui por ella de

inmediato y luego de solo un par de intentos y gracias a lo viejas de las

argollas, una cedió partiéndose. Luego sólo empuje una de las puertas,

y aunque un poco pesada, abrió no sin antes quejarse un poco por el

dolor que le causó el movimiento.

Un paisaje de arbustos pequeños y arena seca con una brisa fría me

esperaba de este lado de la puerta. Era de noche y sentí el cambio de la

temperatura apenas salí. No había nada más que un pequeño sendero

frente a mí que se perdía serpenteando entre la maleza. Me propuse a

entrar de nuevo a la casa pero al voltear, la puerta ya no estaba.

Sorprendido y asustado solo me quedaba seguir el sendero. Pensé que

estaba en medio de la nada mientras comencé a dar los primeros pasos.

La dirección no importaba porque no sabía dónde estaba ni a donde

quería ir y a decir verdad no recordaba ni quien era. Y mientras

caminaba en medio de la nada por ese angosto camino polvoriento, una

luna grande iluminaba todo mientras que unas nubes de tormenta a lo

lejos trataban de ocultarla lentamente, mientras ella se rehusaba.

Parecía estar haciendo sus últimos esfuerzos para poder regalarme esos

tenues rayos de luz que me permitían ver el camino con algo de

claridad. Podía ver esas figuras que formaban las sombras de los

arbustos en la fina arena moviéndose con la brisa invitándome a seguir

Page 24: El despertar

y que a la vez parecían espiar mis pasos uno a uno. Recuerdo haber

sentido lástima por esas pobres plantas que tenían que soportar el sol

inclemente del día y luego pasar al frío seco de la larga noche. Son

sobrevivientes en un ambiente que siempre estaba tratando de

destruirlas. Aunque casi muertas y creciendo retorcidas de dolor se mantenían firmes al suelo seco. En ese paisaje ya nada era verde.

Muy a lo lejos pude observar una pequeña luz. Me sentí un poco

aliviado. Aun así mientras seguí caminando, nunca dejé de voltear atrás

cada vez que podía para estar seguro que me habían dejado de seguir,

cosa de la cual no estaba seguro. Ya no tenía más opciones, y sentía que

mis fuerzas menguaban, así que seguí con pasos cortos, casi

arrastrando mis pobres pies descalzos y cansados, siempre tratando de

hacer el menor ruido posible. Creo que ya habían transcurrido unas

cuatro horas desde que comencé a caminar, nunca pensé que podía

resistir tanto y sin descansar ni un segundo. La sed era insoportable, mi

garganta estaba seca. A medida que me iba acercando podía notar que

la luz provenía de un pequeño bombillo que se encontraba colgando de

su propio cable y que se movía incesantemente con la brisa. Anclado al

piso se encontraba inclinado el poste de madera que lo mantenía

alejado de este. Los insectos no dejaban de chocar constantemente

contra el bombillo caliente haciendo sonar sus alas contra él. Algunos

incluso eran tan grandes como el largo de mis dedos. Después de

quemar por completo sus alas caían al piso que ya estaba saturado;

algunos arrastrándose con vida mientras que la mayoría ya muertos

hacían una pequeña pila, sin embargo me acerque cauteloso, el corazón

parecía querer salir de mi pecho antes de dar los últimos pasos para

llegar bajo la luz. Apoyando mí mano en el poste me detuve un

momento para descansar y tomarme un momento para ver alrededor y

estar seguro que no había nadie cerca. Tenía la extraña sensación que

alguien me estuviera vigilando, pero no pude ver nada, ni un pequeño

movimiento, una luz o un sonido, cualquier cosa que me hiciera pensar

que nunca estuve solo. Pero por más que agudicé mis sentidos solo

pude comprobar una vez más que estaba solo. Los insectos molestos no

dejaban de caer al piso o chocar contra mí, algunos se trepaban a mis

pies mientras yo, sacudiendo mis piernas, los hacia caer de nuevo a la

arena. Incluso llegué a pisar algunos que explotaban por uno de sus extremos mientras hacían un sonido crocante.

Page 25: El despertar

Cerca de donde terminaba el pequeño círculo de luz, en el suelo seco y

polvoriento, rodeado por algunas piedras y maleza seca, pude observar

con algo de dificultad un trozo de metal oxidado que sobresalía entre de

la tierra polvorienta. Di un par de pasos, me incliné y quitándole algo

de ese polvo seco me di cuenta que era una especie de manilla que se

encontraba a medio enterrar. Limpié un poco más descubriendo una

tapa de hierro. Parecía una alcantarilla. Le quité una buena capa de

arena y limpié mejor la manilla para poder asirla bien. Era muy pesada.

Al primer intento no la moví ni un centímetro, supe que era mucho más

pesada y grande de lo que se veía. Medía aproximadamente un metro

de diámetro. Dudé por un momento en tener las fuerzas suficientes

para levantarla, así que le quite toda la tierra que pude de arriba para

poder levantarla, luego me agaché, la sujeté con las dos manos

mientras, impulsándome con las piernas, logré moverla un poco, luego

la fui halando a un costado, lo suficiente para abrir una pequeña grieta

en forma de sonrisa y así echar un vistazo adentro, descubriendo así lo

que al principio me pareció un pozo, pero al acostarme en la arena y

acercarme un poco para ver adentro pude escuchar el sonido del agua

corriendo, lo cual me dio una pequeña esperanza. En ese momento ese

agujero en medio de la nada sería mi Dios, mi salvación. De pronto

escuché la gota de nuevo.

De rodillas y con las dos manos trate de levantarla por completo para

dejarla caer de un costado, pero solo pude levantarla unos pocos

centímetros. Como no tenía ningún tipo de bisagras decidí deslizarla en

vez de perder la fuerza tratando de levantarla. Eso me pareció más

fácil. La fui deslizando, halándola hacia mí lo suficiente para meter mis

dedos y, con pequeños movimientos pude abrirla lo suficiente para

entrar mientras me tomaba un tiempo para arrancar de mi cuerpo uno que otro insecto molesto y lanzarlo lejos.

Con algo de esfuerzo por la oscuridad, podía ver el piso que se

encontraba a unos dos metros de profundidad. Busqué con la vista y no

había una escalera por donde podría bajar, pero aun así me propuse

bajar, así que solo me colgué como pude de la orilla y luego me deje

caer.

Aterricé de una manera estrepitosa en el fondo pantanoso.

Irónicamente al estar abajo recordé el letrero que está en la puerta que

Page 26: El despertar

da acceso del infierno de Dante: “Es por mí que se va a la ciudad del

llanto. Es por mí que se va al dolor eterno y el lugar donde sufre la

raza condenada. Yo fui creado por el poder divino, la suprema

sabiduría y el primer amor. Y no hubo nada que existiera antes que

yo. Abandona la esperanza si entras aquí.” Lasciate ogni speranza, voi

ch'entrate. ¿Acaso sin saberlo estaba entrando en el mismísimo Aqueronte?

Era una oscuridad casi plena. Unas leves sombras permanecían tras de

mí al ir caminando. Extendí mis brazos para poder usar mis manos

como guías. La verdad es que siempre los espacios reducidos me

habían causado algo de temor y ahora me encontraba caminado a

oscuras en un agujero bajo el piso que podía medir quizá un metro por

dos. Sus paredes frías y húmedas me hacían pensar que aquel túnel

estaba más profundo de lo que me imaginaba. Sentía que a medida que

avanzaba con torpes pasos y uno que otro resbalón, el piso iba inclinándose. Sentí que estaba descendiendo.

Trataba de agudizar mi vista a medida que caminaba para no perder

detalle pero en ese momento mis manos me servían mejor que mis ojos

para guiarme. Si ponía mi mano frente a mi cara solo podía ver una

tenue sombra. El olor a tierra mojada y a pantano impregnaba todo el

lugar, todo bajo mis pies era una gruesa capa de pantano y a cada paso

que daba podía escucharlos con claridad tanto al despegarse del piso

pantanoso como a caer de nuevo con cautela unos pocos centímetros

más adelante, tratando siempre de no resbalar y caer. Así, paso a paso

me fui adentrando más con mis manos a los lados tratando de sentir

con ellas cualquier cambio en las paredes y atento a cada sonido que se escuchaba tan fuerte en ese espacio tan reducido.

Las ratas, o eso suponía que eran, pasaban entre mis pies una que otra

vez. Podía escucharlas acercándose o alejándose porque, así como yo,

hacían un ruido al caminar o arrastrarse sobre aquel fangoso y angosto

pasaje. Ya creo que había pasado una hora desde que entré a ese

agujero. La sed se me la calmé pegando mis labios a las piedras más

húmedas que sentía al irlas tocando con mis manos en el camino. En

realidad me había acostumbrado al sonido del agua cayendo a lo lejos,

pero por más que caminada el sonido seguía igual, no lo sentía ni más lejos ni más cerca, eso me desconcertaba.

Page 27: El despertar

Estaba calculando que habían pasado unas tres horas, de pronto el

camino, bajo mis pies lo comencé a sentir un inclinado, y tenía que

caminar sujetándome a las pocas piedras salientes con mis manos para

no resbalar. Aun así me resbale cayendo al suelo pantanoso unas cuantas veces.

Tenía los pies mojados hasta los tobillos, mis manos las podía sentir

arrugadas y la camisa que usaba al entrar me la quite unas cuantas

horas atrás porque después de tantas caídas estaba mojada y llena de

fango maloliente. Mi cabello algo largo para ese entonces también

estaba mojado. Podía sentir las gotas de agua recorriendo mi rostro.

Unos pasos y como dos ratas más atrás, después, con mi mano derecha

sentí de pronto como la pared de piedra se acababa. Era una pequeña

esquina de unos noventa grados. Creo que tenía tantas horas sintiendo

la pared de piedras mientras caminaba que se sintió muy extraño de

pronto no sentir nada. Me detuve por un momento mientras recorrí

con mi mano derecha sin despegar la izquierda de la otra pared. Me

agaché para tratar de tocar el piso siguiendo la esquina, pero antes de

llegar al piso se me detuvo la mano. Había un pequeño muro que

terminaba como a dos metros a lo largo y quizá de profundidad un

metro. Con la poca claridad pude ver que se trataba de un pequeño

nicho pero que para mí en ese momento era la oportunidad de tomar

un pequeño descanso. Sin pensarlo deje caer mi humanidad

sentándome en el pequeño banco subiendo mis pies para sacarlos unos

minutos del barro. Al tocarlos para darles algo de calor con mis manos

y quitarles todo el barro que podía los sentí arrugados. Poco a poco me

fui escurriendo a lo largo del banco mientras sentía que cada musculo

en mi cuerpo se relajaba y me pedía a gritos un momento de calma. Mis

parpados se cerraban solos, así que me deje llevar por el cansancio y

entre temblores esporádicos de frio desvanecí en el mundo de los sueños sin preocuparme por nada.

Escuchaba un sonido constante a lo lejos que poco a poco me fue

despertando. Era la gota que no había dejado de caer mientras dormía.

No sé cuánto tiempo pasó pero cuando desperté y pude abrir los ojos

por completo me di cuenta para mi desgracia que no estaba en un mal

sueño. Aun sentía pesados los parpados así como mi cuerpo entero.

Poco a poco fui llenándome de energía, me comencé a mover y de

nuevo a darme cuenta donde estaba y por un segundo traté de recordar

Page 28: El despertar

qué estaba haciendo allí en medio de la oscuridad, mojado y tiritando

de frio. Mientras inhalaba una gran bocanada pude sentir el olor a

tierra mojada que antes me gustaba tanto pero que ahora comenzaba a

aborrecer realmente. Para mi desgracia estaba vivo y tenía que seguir

adelante luchando, pensé en voz alta. Pude sentir el inevitable el

descontento de mi cuerpo al ser presionado por mi mente que le decía y ordenaba levantarse, ya cansada de no pensar, ya cansada de ser igual.

Me fui incorporando lentamente así como se despierta un borracho

luego de una noche larga de juerga. Hice una pequeña pausa antes de

colocar de nuevo los pies desnudos en el frio pantanoso, luego sentí el

barro recorriendo la junta de mis dedos en esa casi total oscuridad y

mientras mis pies se hundían hasta los tobillos en el suelo, un escalofrío me recorrió el cuerpo, terminándome de despertar.

En ese momento pensé que si no hubiese sido por las ratas que,

buscando algo de calor, se paseaban entre mi espalda y la pared, quizá

hubiesen pasado las horas sin darme cuenta debido al cansancio en ese

pequeño nicho que tenía más similitud a una urna antigua que al lugar

que aquel día me dio cobijo y me dejó descansar entres sus duras y frías piedras.

El pedazo de bloque roto que usaba como almohada lo sujete de nuevo

mientras me iba levantando. Lo pude sentir más pesado y con un

movimiento casi involuntario lo dejé caer a mis pies, donde me lo

imagine enterrándose como un cuchillo en la mantequilla, sabiendo

que me costaría mucho tener una almohada más cómoda que esa, quizá

ni siquiera podría volver a dormir, y comencé a caminar de nuevo

tocando las paredes frías con mis manos. Podía sentir cada grieta y la

figura de las piedras las podía imaginar en mi mente, apoyando mis

pies paso a paso con miedo de equivocarme. Si acaso uno siente que

está vivo en los momentos difíciles como dicen, entonces me sentía más vivo que nunca.

Quizá estuve caminando por un par de horas cuando pude escuchar un

sonido constante de golpes de metales. Seguí caminando pero mucho

más atento, no sabía si venían por mí, si me habían descubierto y ya

todo había terminado. Con cada paso que daba escuchaba más cerca los

golpes y luego de doblar en una esquina pude ver una pequeña luz. Al

seguir caminando apareció ante mis ojos una enorme caverna

Page 29: El despertar

iluminada con algunos finos rayos de sol que se dejaban colar por la

superficie muchos metros más arriba y parecían estar llegando a las

inmensas piedras abriéndose paso sin cautela y dejando ver el un brillo

hermoso sobre aquellas piedras húmedas donde felizmente terminaban su largo viaje.

Era como si a esa ciudad entera se la hubiera tragado la tierra. Debe

haber estado allí por muchos años. Al ver las estructuras sabía que se

trataba de una civilización muy anterior a la mía. Recuerdo haber

escuchado a alguien hablando sobre algún sitio parecido, pero no podía

recordar dónde, o quién. Había estructuras inmensas en ruinas, pero

de las cuales podía ver solo una pequeña parte, aquella a la que le daba

los rayos de luz. Seguí caminando y luego de escalar una pequeña

montaña de escombro, pude ver con más detalle cosas, cosas que me

eran difíciles de entender. Había en medio del desorden y el caos que

parecía haber sido ocasionado por un terremoto muchos edificios

derruidos. Bajo ellos un pavimento negro agrietado con vehículos

esparcidos a todo lo largo. Cadáveres secos de personas y uno que otro

animal yacían tendidos por todo el camino. Era como si les hubieran

extraído hasta la más mínima gota de fluidos de sus cuerpos. Observe

con asombro y algo de repulsión en muchos de esos rostros

momificados el dolor, la agonía que antecede a una muerte trágica, mientras que otros parecían estar pidiendo clemencia.

¿Ya acaso había llegado el fin del mundo y solo era yo el único

sobreviviente? Eso me daba temor de solo pensarlo, o quizá era solo la

inquietud de saber que estaba solo y que moriría solo. Alguna vez pensé

que me gustaría saber dónde voy a morir, quizá así me pueda preparar

mejor, pero a decir verdad la muerte no se prepara, al menos claro que

seas un suicida, como hacía muchos años atrás yo mismo había tratado

de serlo. Ahora me doy cuenta que esos le temen tanto a la vida que

prefieren la derrota conformista que le promete la muerte luego de

cometer el acto más cobarde que puede cometer un hombre. Solo pasa, eso dicen.

Sin saber qué hacer, presa del miedo y ya tan cansado que no podía dar

ni un paso más, me acurruqué al lado de una de esas grandes

estructuras derruidas, sentándome en el piso con las rodillas al pecho y

rodeando las piernas con mis delgados brazos, y con una sensación de

Page 30: El despertar

soledad espantosa y allí sentado solo me deje llevar una vez más por

mis pensamientos, mis sueños, mis miedos, mis deseos, mi pecados y

mis promesas. Pensaba en todo y no pensaba en nada al mismo tiempo

mientras me iba desvaneciendo poco a poco, ya ahora si dispuesto a no

luchar más. El pensar cansa mucho, necesitaba morir una y mil veces pero morir.

Al despertar, no sé cuánto tiempo después, no sé si fueron horas, días o

incluso años, me incorpore como pude, todo el cuerpo me dolía y lo

sentía pesado. Mi visión borrosa no me ayudaba mucho. ¿Dónde estoy?

No reconozco nada de lo que tengo alrededor, pensé. Aun tambaleando

y con mucho frío, me acerque a la única puerta que apenas podía

distinguir en medio de tanta oscuridad. Si no fuera por la poca claridad

que, producida por una bombilla que colgaba afuera justo al frente de

la pequeña ventana de vidrio sucio protegida por una malla de alambre

carcomido por el óxido que le pertenecía a la puerta, la oscuridad

hubiese sido absoluta en aquella habitación de la que ahora era

prisionero. Apoyando mis manos arrugadas contra el frio metal de la

puerta pude sentirlo impregnado con una pequeña capa de rocío fino.

Busqué a tientas un pomo o una cerradura pero no pude encontrar

nada. Me puse en punta de pies, y pegando un lado de mi cara al vidrio

apenas pude echar un vistazo al exterior, y pude ver un pasillo largo

poco iluminado y totalmente descuidado. El piso y las paredes sucias

con la pintura despegándose de las paredes me hicieron recordar las

largas filas de los feligreses en las iglesias católicas esperando al

sacerdote con las lenguas afuera para que así colocara en ellas el mal

llamado cuerpo de Cristo, no sin antes haberles ido con el chisme al

cura de sus últimas andanzas. No podía ver mucho más ni imaginar

otra cosa.

Pude sentir el piso irregular recubierto de lajas de piedras bajo mis

desnudos pies y, pegando a la puerta me sentí derrotado. No sabía ya que pensar, estaba tan asustado que no quería hacer el menor ruido.

Me fui retirando de la puerta con pasos lentos, sin dejar de ver ni un

solo instante la débil luz que se dejaba colar por la ventana y al cabo

de solo cuatro pasos topé con la pared, así pude tener una mejor y más

clara idea de mi cautiverio. Si estiraba mis brazos a los lados podía

Page 31: El despertar

tocar las paredes de piedras que se sentían irregulares y frías, el techo estaba a solo centímetros de mi cabeza.

Me agaché durante un momento para sentir con mis manos, mientras

buscaba algo, cualquier cosa pero solo estaba muy frio, húmedo y con

pequeños charcos de agua, los cuales aproveché y mojando mis dedos

temblorosos los llevaba a mi boca con algo de desesperación. Por

debajo de la pesada puerta podía ver algo de claridad que, producida

por la pobre bombilla fuera de la celda, se dejaba colar haciendo

sombras largas de las más pequeñas irregularidades del piso, me puse de pie y me quede pensando.

De pronto el sonido de unas llaves a lo lejos chocando con una puerta

me despertó de mi letargo, un seguro pasando con fuerza, una puerta

rechinando al abrir seguida de unos pasos que pude escuchar mientras

se acercaban. Me quede inmóvil con la espalda pegada a la pared. Los

pasos hicieron una pausa unos cuantos charcos adelante. Quizá en la

celda de al lado, el manojo de llaves sonaba en unas manos mientras

buscaba sin prisa la que le pertenecía a esa puerta. Pude escuchar

entrar la llave en el cerrojo de la puerta y justo en ese momento se

rompió el silencio con unos gritos que pidiendo auxilio repetidas veces

estremecieron todo el lugar. Luego en lo que me pareció un corto

forcejeo los gritos cesaron, solo quedando el sonido de aquella gota que parecía más cerca ahora.

Segundos más tarde los pasos se escucharon de nuevo mientras se

acercaban cada vez más a mi celda. Tenía tanto miedo que no quería ni

respirar. Vi cómo la poca luz que entraba por la pequeña ventana se

oscureció por un instante al mismo tiempo que pasaba la sombra por

debajo de la puerta. Por un momento me sentí aliviado al ver que había

pasado sin detenerse frente a mí. Los pasos que se alejaban se

detuvieron ahora un poco después de mi celda y luego el manojo de

llaves sonando de nuevo en aquellas manos y otra puerta que se abría

mientras rechinaba seguida de otro corto forcejeo. Esta vez no hubo

gritos, unos huesos chocando contra las paredes, respiraciones agitadas

un pequeño golpe en la pesada puerta y todo termina, luego el silencio, el maldito silencio. Solo la gota.

Ahora pude escuchar los pasos de vuelta acercándose. Me pegué lo más

que pude a la pared, era casi doloroso, pero esta vez se detuvo justo

Page 32: El despertar

frente a mi puerta y mientras una figura estorbaba el paso de la luz a

través del sucio cristal de la pequeña ventana podía escuchar como

buscaba con una calma que me desesperaba la llave de aquella puerta.

Escuche la llave entrar en el cerrojo y luego el sonido al quitar el seguro

que retumbo en mi cabeza, se abrió la puerta mientras una figura

humana aparecía ante mí. No pude ver su rostro y antes de poder luchar me desvanecí.

Me desperté de pronto, asustado, con mucho frio, mojado y en el centro

de una habitación inmensa de color blanco muy iluminada y rodeada

de personas extrañas, no sé cuántas; cuatro, seis, no sé. Eran altos y

pude notar sus grandes manos mientras me sujetaban con fuerza para

evitar que cayera. Me hacían sentir tan pequeño. Casi no me podía

mover, no podía abrir los ojos, me molestaba la claridad, quería hablar

pero de mi boca no salía ninguna palabra, quizá algunos sonidos, no lo

sé, no estaba seguro. Mientras seguía luchando con todas mis fuerzas

pensaba que todo mi esfuerzo había sido en vano y que en ese

momento acabaría todo. Luego me cubrieron con una manta y de

pronto allí estaba esa hermosa mujer, delante de mí. Era la primera vez

que la veía pero me parecía conocerla de toda la vida, era un

sentimiento tan hermoso que por más que tratara de explicarlo sería

imposible, ella llevaba una gran sonrisa dibujada en sus labios y

mientras la miraba fijamente a los ojos pude sentir en ella la

satisfacción del deber cumplido. En ese momento lo olvide todo, menos la gota.

Tal vez soñar…

¿Qué querían? ¿Qué me quedara tranquilo y no luchara por lo que

pienso, por lo que quiero, por lo que soy o puedo ser? ¿Acaso no son

mis pensamientos la causa de mi vida? Yo estoy vivo y lo sé porque

pienso. Y mientras esté respirando voy a luchar de mil maneras y aún

más con tal de vivir, ya la lucha era parte de mí ser y mi ser a su vez es

parte de todo. Ya estaba tan acostumbrado que no sería yo si no luchara

día a día, aunque no recuerde porque estoy luchando o porque estoy

viviendo. Ahora en esta vida que apenas estoy comenzando y de la cual

surgirán nuevos sueños, tengan la plena seguridad que dejaré hasta la última gota de sudor y el ultimo respiro para hacerlos realidad.

Page 33: El despertar

Ser o no ser. Esa es la cuestión.

¿Cuál es más digna acción del ánimo,

sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,

u oponer los brazos a este torrente de calamidades

y darlas fin con atrevida resistencia?

Morir es dormir.

No más

¿Y por un sueño, diremos,

las aflicciones se acabaron y los dolores sin número,

patrimonio de nuestra débil naturaleza?

Este es un término que deberíamos solicitar con ansia.

Morir es dormir... y tal vez soñar.

William Shakespeare

Page 34: El despertar

El Despertar.