el estado anthony de jasay

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Con esta extraña pregunta —¿Quéharía si usted fuera el Estado?— seinicia esta obra de Anthony de Jasayque, afrontando los riesgos deconfundir instituciones con personasy las dificultades de pasar delpríncipe a su gobierno, escogetratar al Estado como si fuera unaentidad real, como si tuviera unavoluntad y fuera capaz de adoptardecisiones razonadas acerca de losmedios más adecuados a sus fines.

Anthony de Jasay desafía lasinterpretaciones tanto socialistas

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como no socialistas, que ven alEstado como un instrumentoproyectado para servir a quien loutiliza. Pensando en un Estado queno es un instrumento sino que tienefines propios, de Jasay traza unesquema lógico que se inicia en uncontexto sin Estado y culmina en unescenario donde El Estado poseetodo el capital y necesita poseertambién a los trabajadores.

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Anthony de Jasay

El EstadoLa lógica del poder político

ePub r1.0Leviatán 03.01.14

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Título original: The StateAnthony de Jasay, 1985Traducción: Rafael CaparrósDiseño de portada: Leviatán

Editor digital: LeviatánePub base r1.0

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INTRODUCCIÓN

¿Qué haría si usted fuera el Estado?Resulta extraño que la teoría

política, al menos desde Maquiavelo,haya dejado prácticamente de plantearseesta cuestión. Ha dedicado muchareflexión a lo que el sujeto individual,una clase o toda la sociedad puedeconseguir del Estado, a la legitimidad desus mandatos y a los derechos que elsujeto conserva frente a ellos. Se haocupado de la obediencia que le prestanlos esperanzados usuarios de los

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servicios públicos, la forma en queparticipan en su funcionamiento y laindemnización que pueden reclamar lasvíctimas de su mal funcionamientoocasional. Estos son temas de vitalimportancia; con el paso del tiempo y elcrecimiento del Estado en relación conla sociedad civil, su importancia no cesade aumentar. Sin embargo, ¿es suficientetratarlos sólo desde el punto de vista delsúbdito, lo que necesita, quiere, puede ydebe hacer? ¿No sería más completanuestra comprensión si pudiéramostambién contemplarlos tal como puedenaparecer desde el punto de vista delEstado?

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El presente libro constituye unintento de llevar esto a cabo. Afrontandolos riesgos de confundir institucionescon personas y las dificultades de pasardel príncipe a su gobierno, escoge trataral Estado como si fuera una entidad real,como si tuviera una voluntad y fueracapaz de adoptar decisiones razonadasacerca de los medios adecuados a susfines. Por eso intenta explicar elcomportamiento del Estado para connosotros en función de lo que podríaesperarse que hiciera, en las sucesivassituaciones históricas, si persiguieraracionalmente los fines querazonablemente pueden suponérsele.

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El joven Marx veía al Estado como«oposición» e «imposición» conrespecto a la sociedad civil. Hablaba dela «contradicción general secular entreel Estado político y la sociedad civil» yafirmaba que «cuando el Estadopolítico… brota violentamente del senode la sociedad burguesa… el Estadopuede y debe avanzar hasta la aboliciónde la religión, hasta su destrucción, perosólo de la misma forma en que avanzahasta la abolición de la propiedadprivada [mediante la imposición detasas máximas, mediante laconfiscación, mediante el impuestoprogresivo] y la abolición de la vida

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[mediante la guillotina]»[1]. En otrospasajes aislados (señaladamente en «LaSagrada Familia» y en «El 18 Brumariode Luis Bonaparte») seguíadescribiendo al Estado como unaentidad autónoma, que recorre su propiocamino, sin ofrecer, no obstante, unateoría acerca de por qué ha de terminaren «imposición», «confiscación»,«contradicción», de por qué el Estadoautónomo es un adversario de lasociedad.

Cuando Marx evolucionó hacia unenfoque sistémico, coincidió con ladoctrina dominante en teoría política,cuya característica unificadora consiste

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en considerar al Estado esencialmentecomo instrumento. De este modo, para elMarx maduro, y aún más explícitamentepara Engels, Lenin y el pensamientosocialista que hasta hoy inspiran, elEstado se convirtió en un instrumento alservicio de los intereses de la clasedirigente y garante de su dominación.

Asimismo, para la principalcorriente teórica no socialista, el Estadoes un instrumento, proyectado paraservir a quien lo utiliza. Se le consideracomo generalmente benigno y al serviciode la promoción de los objetivos de losdemás. La forma del instrumento, lastareas que desempeña y la identidad del

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beneficiario pueden variar, pero elcarácter instrumental del Estado escomún a las principales tendencia delpensamiento político moderno. ParaHobbes salvaguarda la paz, para Lockedefiende el derecho natural a la libertady la propiedad, para Rousseau lleva acabo la voluntad general, para Benthamy Mill es el vehículo de los planes demejora social. Para los liberalesactuales (en el sentido americano),supera la incapacidad de los interesesprivados para cooperar de maneraespontánea. Les obliga a producircolectivamente cantidades preferidas debienes públicos como orden, defensa,

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atmósfera limpia, calles asfaltadas yeducación para todos. Con arreglo a unadefinición extensiva de bienes públicos,la coerción estatal faculta asimismo a lasociedad para aspirar a la justiciadistributiva o incluso a la plenaigualdad.

Hay, claro está, variantes menosingenuas de la perspectiva instrumental.Para la escuela de la «elección nomercantil» o «elección pública» lainteracción de elecciones privadas pormedio del instrumento estatal propendeal exceso en la producción de bienespúblicos y fracasa en otros aspectos enla consecución de resultados

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preferidos[2]. Esta escuela se ocupa dela dificultad de manejo del instrumentoque es el Estado y su capacidadpotencial de perjudicar a una sociedadque intente manejarlo. No obstante, elEstado es un instrumento, aunquedefectuoso.

Con todo, ¿se trata de defectos,fallos estratégicos, intrínsecofuncionamiento defectuoso? Y ¿cuál essu coherencia interna? En el camino queva desde la democracia hasta eldespotismo, ¿degenera la repúblicaplatónica? ¿O va adaptándose a suspropios objetivos?

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Un primer paso hacia una adecuadacomprensión del Estado consiste enconcebir un contexto sin Estado.Apoyándonos en Rousseau, tendemosgratuitamente a asociar el estado denaturaleza con el salvajismo y acasocon cazadores no muy inteligentes en elamanecer de la historia. Se haconvertido en un reflejo condicionadopor nuestra parte el considerarlo comouna etapa temprana y primitiva decivilización, para avanzar con respectoa la cual habría sido necesaria laformación de un Estado. Como cuestiónfáctica empírica, puede que haya

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sucedido así. Como cuestión de lógica,no se deduce del único rasgocaracterístico necesario del Estado denaturaleza, que consiste en que los queparticipan en él no renuncien a susoberanía. Que nadie haya obtenido elmonopolio del uso de la fuerza; quetodos conserven sus armas. Pero estacondición no resulta necesariamenteincompatible con cualquier escenariodado de civilización, anterior oposterior.

Los Estados nacionales seencuentran hoy en estado de naturaleza yno muestran inclinación alguna amancomunar soberanía en un

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superestado. Aun en contra de lo que porregla general se atribuye a Hobbes, lamayor parte de ellos han conseguidodurante bastante tiempo evitar la guerra.Incluso cooperan en la paz armada, y demanera muy destacada y valiente en elcomercio internacional, las inversionesy los prestamos, afrontando el riesgopotencial para su soberanía. La teoríadel contrato social pronosticaría que enestas áreas habrían de producirse entrelas naciones robos, impagos,confiscaciones y comportamientos depésima vecindad, y los contratos noserían más que papel mojado. En estesentido, pese a la ausencia de un

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superestado que haga cumplir loscontratos a través de las jurisdiccionesnacionales, la cooperación internacionalno se interrumpe. Si acaso, la tendenciaes en sentido contrario. Las relacionesinternacionales contribuyen a poner enduda la imagen estereotipada de la genteen el estado de naturaleza como miopesingenuos vestidos con pieles deanimales dándose mutuamente porrazosen la cabeza.

En lugar de eso, hay razón para creerque a medida que avanza la civilización,el estado de naturaleza se hace másviable. El terror al armamento avanzadopuede incluso resultar una garantía de

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paz, salvando a la gente de una «vidahorrible, brutal y corta», más efectiva delo que lo fueron superestados históricostales como Roma, el imperio carolingioo el británico, aunque tal vez seademasiado pronto para decirlo. Es másdifícil opinar sobre la viabilidad delestado de naturaleza entre hombres ygrupos humanos que entre naciones. Loshombres civilizados han sido durantemucho tiempo súbditos de los Estados,por lo que no tenemos oportunidad deobservar hasta qué punto cooperarían enel estado de naturaleza. Por eso nopodemos ni siquiera pretender valorarempíricamente la diferencia que supone

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tener un Estado. ¿Respetaría la gente loscontratos si no hubiera un agente quevelara por su cumplimientomonopolizando el último recurso de lafuerza? Solía creerse que, habida cuentade que el interés de cada hombre estribaen que todos los demás hombresmantengan su palabra y él sea libre defaltar a la suya, la cooperación social nopodría mantenerse sobre una basevoluntaria. En el lenguaje técnico de lateoría de la decisión, un «dilema de losprisioneros» adecuadamente construidono podría tener una solución cooperativaque no fuera impuesta. Contribucionesrecientes de las matemáticas y la

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psicología a las ciencias sociales nosenseñan que si los hombres seenfrentaran repetidas veces con talesdilemas, esto no tendría por qué sernecesariamente así. Los resultados lesenseñan, y los resultados esperados lesinducen a cooperar espontáneamente.Cualquier razonamiento del tipo de quepuesto que el Estado debe obligarlos acooperar, ellos no lo habrían hecho deno haber sido obligados a ello,constituye, por supuesto, un nonsequitur.

Por otra parte, mientras más tiempohayan sido obligados a cooperar, esmenos probable que hayan conservado

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(si es que alguna vez la tuvieron) lafacultad de cooperar espontáneamente.«Los que saben, hacen», pero la inversa,«Los que hacen, saben», no es menoscierta, pues aprendemos al hacer. Lagente que se ha acostumbrado a contarcon el Estado nunca aprende el arte dela confianza en uno mismo, ni adquierelos hábitos de la acción cívica. Una delas más célebres intuiciones deTocqueville (aunque tenga otras mássutiles) fue en realidad sobre «elgobierno» en Inglatera y EstadosUnidos, que dio cabida y promovió lasiniciativas populares y, mediante unabenigna desatención, indujo a la gente a

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dirigir sus propios asuntos, frente a «laadministración» francesa que no hizo nilo uno ni lo otro. Los efectos del Estadosobre la formación de hábitos, ladependencia de los valores y gustospopulares respecto de lasorganizaciones políticas que se suponeque promueven, constituyen un leitmotivbásico que permanentemente aflora enmi razonamiento.

Su otro elemento básico y recurrentees la variabilidad de causa y efecto enlas relaciones sociales. La acción delEstado puede o no lograr los efectospretendidos, pues sus consecuenciasinmediatas no permiten pronosticar su

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incidencia final. Casi siempre, sinembargo, tendrá también otros efectos,posiblemente más importantes yduraderos. Estos efectos no deseadospueden, además, ser verdaderamente nointencionales, imprevistos y, por lapropia naturaleza del caso, confrecuencia impredecibles. Esto es lo quehace que ponga los pelos de punta esecondescendiente criterio según el cual lapolítica es una geometría vectorialpluralista, la sociedad civil se gobiernaa sí misma y controla al Estado, el cual,a su vez, no es más que una máquina deregistrar y ejecutar «eleccionessociales».

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La argumentación de este libro sedesarrolla en cinco capítulos, queabarcan la progresión lógica (aunque nola cronológica) del Estado desde unextremo límite, donde sus fines noentran en competencia con los fines desus ciudadanos, hasta el otro en el queha llegado a adueñarse de la mayorparte de sus propiedades y libertades.

El capítulo 1, «El Estadocapitalista», se ocupa en primer lugar delos papeles desempeñados por losfactores «violencia, obediencia ypreferencia» en el nacimiento delEstado. A continuación se proponededucir los principales rasgos

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característicos de un Estado que, siexistiera, no estaría en conflicto con lasociedad civil. Lo llamo «capitalista»para enfatizar el carácter decisivo de sutratamiento de la propiedad y elcontrato. Su concepción del justo título ala propiedad consiste en que los queencuentren algo, se lo apropien (findersare keepers). No se permite esa clase decompasión y simpatía hacia sus súbditosmenos afortunados que lleva a imponer alos más afortunados la obligación deayudarles. En la misma línea, se tratatambién de un Estado sin políticas,mínimo («Los contornos del Estadomínimo»).

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Parece anómalo, si no en sí mismocontradictorio, que el Estado tengavoluntad y quiera él mismo minimizarse.Para que esto sea racional, sus finesdeben estar situados más allá de lapolítica y ser inalcanzables a través delgobierno. El objeto de gobernar en esecaso, por tanto, consiste simplemente enexcluir a cualquier rival no mínimo(impidiendo la revolución). Porsupuesto, nunca a lo largo de la historiaha existido un Estado semejante, aunqueuno o dos en los siglos XVIII y XIX losugieran vagamente.

El «hedonista político» queconsidera al Estado como la fuente de un

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saldo positivo en el cálculo de ayudas yestorbos, debe lógicamente aspirar a unEstado más que mínimo y, si noexistiera, lo inventaría[3]. Al hedonismopolítico por parte del ciudadano subyaceel deseo de un esquema de cooperaciónmás extenso y menos opcional que laprofusa diversidad de contratos quesurgen de la negociación voluntaria («Lainvención del Estado: el contratosocial»). Por parte de una hipotéticaclase dominante, el hedonismo políticose supone que reclama un aparato queasegure la dominación («La invencióndel Estado: el instrumento de dominiode clase»). Ambas versiones del

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hedonismo político presuponen unacierta credulidad como para arriesgarsea desarmarse uno mismo para armar alEstado. E implican la creencia en elcarácter instrumental del Estado, hechopara atender a los fines de los demás ycarente de fines propios. Pero encualquier sociedad no unánime conpluralidad de intereses, el Estado, noimporta lo conciliador que sea, no puedeperseguir otros fines que los suyospropios. Su manera de resolver losconflictos y la importancia que atribuyea los fines de los demás, constituye lasatisfacción de sus propios fines(«Cerrar el círculo mediante la falsa

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conciencia»).Las cuestiones referentes a si el

hedonismo político es sensato, prudente,racional, a si el hecho de vivir en unentorno estatal nos hace mejores opeores, a si los bienes que el Estado,actuando en busca de su interés, eligeproducir son los que nosotros habríamoselegido, se abordan de nuevo en elcapítulo 2 en relación con la reforma, elmejoramiento y la utilidad, y en elcapítulo 3 en contextos tales como el deun hombre un voto, el igualitarismo(como medio y como fin) y la justiciadistributiva.

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Aunque violencia y preferenciapueden vincularse a sus respectivosorígenes históricos y lógicos, el Estadosigue obteniendo la obediencia políticamediante el recurso a la vieja tríada de«Represión, legitimidad yconsentimiento», el tema de la primerasección del capítulo 2. La legitimidad esobedecida sin consideración alguna deesperanza de premio o de miedo alcastigo. Excepto a muy largo plazo, elEstado no puede extender la legitimidada su arbitrio. Para ser obedecido, susalternativas se reducen a variascombinaciones de represión y

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consentimiento (aunque naturalmentereconocerá los beneficios de tantalegitimidad como pueda lograr). Elconsentimiento de una mínima parte dela sociedad, por ejemplo los guardias enuna sociedad que sea un campo deconcentración, puede bastar parareprimir al resto. Entonces, lasrecompensas, por sí solas, se acumulanprofusamente en la minoría que prestasu consentimiento; la represión seextiende parsimoniosamente sobre lainmensa mayoría. La inversión de estapauta corresponde a una mayordependencia del consenso.

Por razones que a la sazón

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parecieron válidas, aunqueretrospectivamente puedan tacharse dedébiles o tontas, el Estado represivo porlo general considera oportuno seducir enun determinado momento a algunos a losque solía reprimir y apoyarse más en elconsenso («Tomar partido»). Esteproceso combina pasos hacia una másamplia democracia política ymovimientos para hacer el bien, con unpapel beligerante y divisorio para elEstado, ya que ahora está solicitando elapoyo de amplios sectores de lasociedad mediante el ofrecimiento derecompensas significativas que seobtendrán a costa de otros sectores

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quizá menos numerosos pero con todoimportantes. Un subproducto de esteproceso de creación de ganadores yperdedores es que el aparato del Estadose hace más grande y más inteligente.

Me parece casi incontrovertible queel contenido preceptivo de cualquierideología dominante coincide con elinterés del Estado, más que, como en lateoría marxista, con el de la clasedominante. En otras palabras, laideología dominante es aquella que,hablando en términos generales, le diceal Estado lo que quiere oír y, lo que esmás importante, lo que quiere que susciudadanos acierten a entreoír. Más que

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la «superestructura» de la ideología quese superpone a la «base» del interés(como se los suele situar), ambos sesostienen mutuamente. Puede no haberuna clase dominante en una sociedad, ysin embargo el Estado y la ideologíadominante prosperarán y sedesarrollarán conjuntamente. Se planteaeste enfoque para justificar la atencióndedicada al utilitarismo («Licencia pararemendar» y «La preferencia reveladade los gobiernos»), una influenciainmensamente poderosa, aunque ahoraen su mayor parte subconsciente, en elpensamiento político pasado y presente.Las actuaciones utilitaristas al

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«reformar», enjuiciar los cambios en laspolíticas en función de lasconsecuencias previstas, y compararutilidades interpersonalmente de maneraque el Estado pueda, al evaluar unapolítica, restar el daño que produce aunos del mayor bien que proporciona aotros y cerrar balance con superávit defelicidad, prestan un contenido moral alos actos de gobierno. La doctrina querecomienda semejantes operacionesrepresenta la ideología perfecta para elEstado activista. Suministra lafundamentación moral para las políticasadoptadas por el Estado cuando puedeelegir por sí mismo a quién favorecer.

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No obstante, cuando la cuestión de aquién favorecer no es tan discrecional,sino que es prevista por el Estado enfunción de la proximidad de la luchaelectoral, las comparacionesinterpersonales están todavía implícitasen su afirmación de que lo que hace esbueno o justo o las dos cosas, en vez desencillamente conveniente para seguir enel poder.

La justicia social como objetivomanifiesto, la excusa ética para políticasseductoras, constituye aparentemente unaruptura con el utilitarismo. Sin embargo,de la dependencia de ambos respecto delas comparaciones interpersonales se

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deriva una continuidad básica entre losdos como criterios para justificar laspolíticas. Uno compara utilidades, elotro merecimientos. Cualquiera de losdos puede proporcionar unajustificación para anular contratosvoluntarios. En ambos casos, el papelde «observador benévolo», de «ojoperspicaz» que realiza la docta yautorizada comparación correspondenaturalmente al Estado. La identificacióncon este papel supone para él unaconquista tan importante como lo es laoportunidad subsiguiente de favorecer,de entre sus ciudadanos, a una clase,raza, grupo de edad, región, ocupación o

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cualquier interés por encima de otro. Sinembargo, la discrecionalidad paraelegir a quién favorecer y a costa dequién, de que goza el Estado cuando alprincipio se propone montar una base deayuda mediante la reforma y laredistribución, está poco menos quecondenada a ser efímera. Laargumentación del capítulo 4 ofrecerazones por las que tiende adesvanecerse con la competenciapolítica y con la progresiva adicción dela sociedad a una determinada pautaredistributiva.

Un Estado redistributivo hecho yderecho, a cuya orden «el desposeído se

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convierte en legislador de los queposeen»[4] y que con el tiempotransforma el carácter y la estructura dela sociedad por caminos en gran parteno planeados, tiene su contrapartidadoctrinal, su equivalente ideológico. Eldesarrollo de ninguno de los dos resultaconcebible sin el otro. El capítulo 3,«Valores democráticos», trata de laideología dominante cuando el Estadodepende cada vez más del consenso, seexpone a la competencia paraconseguirlo y aplasta al pueblo mientrassirve a sus ideales.

Al estar de acuerdo con eladvenimiento de la democracia y, al

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ayudarla y promoverla como vehículopara avanzar desde el gobierno por larepresión al gobierno por elconsentimiento, el Estado se declara afavor de ciertos procedimientos (porejemplo, un hombre un voto, gobierno dela mayoría) para adjudicar la tenenciadel poder. Los procedimientos son de talnaturaleza que el Estado, al buscarapoyo, debe proceder mediante unsimple cálculo de cabezas. Para decirlocrudamente, sus políticas sólo debencrear más ganadores que perdedores, envez de, por ejemplo, favorecer a los quemás se lo merecen, a los que más legustan, a los que tienen más influencia o

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cualquier otro objetivo más sutil. «Másganadores que perdedores» siemprepuede conseguirse de manera máslucrativa condenando al papel deperdedores a unos cuantos ricos que almismo número de pobres. No obstante,esta regla es un mero expediente. Nopuede lograr la aprobación de losespectadores que no esperen ganar consu aplicación. Algunos de ellos(incluyendo a algunos utilitaristasconsecuentes) pudieran preferir la regla«crear más ganancias en vez de másganadores» y olvidarse de la suma decabezas. Otros pudieran querer añadir«sujeto al respeto de los derechos

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naturales» o, posiblemente, «siempreque no se infrinja la libertad», siendocada estipulación lo suficientementerestrictiva como para conducir a laspolíticas más democráticas a un puntomuerto.

Consiguientemente la ideologíaliberal (en el sentido americano) tiene elmáximo interés en postular unargumento, o para mayor seguridad unconjunto de argumentos paralelos, parademostrar que las políticasdemocráticas generan valoresdemocráticos, esto es, que laconveniencia política sea una víasuficientemente fiable hacia la buena

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vida y los fines últimos universalementeapreciados.

Considero cuatro de estosargumentos. Uno, cuyos importantesvaledores fueron Edgeworth(impecablemente) y Pigou (de maneramás discutible), intenta establecer unafuerte presunción de que la igualaciónde la renta maximiza la utilidad. Micontraargumento («Hacia la utilidad através de la igualdad») es que si tienealgún sentido agregar las utilidades dediferentes personas y maximizar lasuma, resulta más razonable mantenerque cualquier distribución de la rentaasentada, consagrada por el paso del

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tiempo, tanto si es equitativa como si no,de hecho maximizará la utilidad. (Si hayrazones para la igualación, se limitanprobablemente a los nuevos ricos y a losnuevos pobres). Un modelo más actual,si bien menos influyente, planteado porJohn Rawls, recomienda unigualitarismo modificado, templado,como correspondiente a los principiosde la justicia. Estoy en desacuerdo porvarios motivos con los principios quederivan del interés prudencial de lagente que negocia la distribución ensituación de ignorancia respecto a ellosmismos y por tanto de diferenciascualesquiera entre ellos. Cuestiono la

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pretendida dependencia de lacooperación social, no respecto a lo quelos bienintencionados participantesestablecen bilateralmente entre ellospara hacer que se abra una cooperaciónefectiva, sino del reajuste de estostérminos para adecuarse a los principiosnegociados separadamente en una«posición original» de ignoranciaestablecida al efecto. También pongo enduda la deducción de los principios dela justicia a partir de la democracia másque de otro lugar («De cómo la justiciainvalida los contratos»). En la sección«El igualitarismo como prudencia»pongo en duda el pretendido carácter

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prudencial de un cierto igualitarismo ylos papeles asignados al riesgo y a laprobabilidad en el acto de inducir a lagente interesada en sí misma a optar porél. De pasada, rechazo la ingenuaperspectiva de Rawls del proceso deredistribución como indoloro y nocostoso, y del Estado como una máquinaautomática que dispensa «decisionessociales» cuando le introducimosnuestros deseos.

En lugar de sostener —y a mi juicio,cuando lo hace, sin éxito— que ciertasigualdades económicas y políticasproducen valores finales indiscutidos,como la utilidad o la justicia, la

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ideología liberal recurre al fácilexpediente de tirar por la calle de enmedio y simplemente eleva a la igualdaden sí misma a la categoría de valor final,apreciada por su propio interés, porquequererla es inherente al hombre.

Mi principal contraargumento(«Amor a la simetría»), para el queexiste un tal vez inesperado apoyo en la«Crítica al programa de Gotha» de Marxy en una impagable explosión de Engels,estriba en que cuando creemos estaroptando por la igualdad, estamos dehecho dando al traste con una igualdadal hacer que prevalezca otra. El amor ala igualdad puede o no ser inherente a la

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naturaleza humana. En cualquier caso, elamor a una determinada igualdad conpreferencia a otra (dado que ambas nopueden prevalecer) es como cualquierotro gusto y no puede servir comoargumento moral universal.

Razones un tanto análogas puedenesgrimirse contra el supuesto de que laspolíticas democráticas son buenasporque, al nivelar las fortunas, reducenel dolor que sufre la gente a la vista dela mayor riqueza de sus vecinos(«Envidia»). Muy pocas de lasincontables desigualdades por las que lagente es propensa a ofenderse se prestana la nivelación, ni siquiera cuando el

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ataque a la diferencia es tan rotundocomo el de la revolución cultural deMao. Es inútil hacer que cada uno coma,vista y trabaje del mismo modo, si apesar de todo uno es más afortunado enel amor que otro. El origen de la envidiaes el carácter envidioso, no un puñadomanejable de la incontable multitud dedesigualdades. La envidia nodesaparecerá una vez que se hayanincendiado todos los castillos, el méritohaya reemplazado al privilegio y todoslos niños hayan sido enviados a lasmismas escuelas.

Incentivos y resistencias, las

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exigencias de continuar en el poder antela lucha por el consentimiento y elcarácter de la sociedad cuyoconsentimiento debe conseguirse,llevarían a su debido tiempo al Estado aadoptar las pautas políticas adecuadaspara tomar las propiedades y libertadesde unos y dárselas a otros. Sin embargo,¿no estaría destinada esta pauta,cualquiera que fuera, a seguir siendohipotética e inviolables la propiedad yla libertad, si la constitución prohibieraal Estado tocarlas, o al menos trazaralímites fijos a lo que puede tocar? Parallegar a un acuerdo sobre el límiteconstitucional respecto a las políticas

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democráticas, el capítulo 4«Redistribución» se inicia con algunasobservaciones sobre «Constitucionesfijas». Se sugiere que la considerablerestricción que supone una constituciónpuede ser positivamente útil para elEstado como medida de confianza en eledificio político construido, pero que esimprobable que permanezca estable sino coincide con el equilibrio deintereses predominante en la sociedad.La ventaja esperada de una enmiendafunciona como estímulo para que unacoalición de las dimensiones requeridasconsiga la aprobación de la enmienda(aunque esto no constituya una condición

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suficiente para desencadenar el cambioconstitucional).

Los mecanismos de obtención deapoyo mayoritario con arreglo a normasdemocráticas se consideran primero enun supuesto abstracto altamentesimplificado en la sección sobre «Lacompra del consentimiento». Si la gentesólo difiere entre sí por la cantidad dedinero que tienen, y si votan por elprograma redistributivo bajo el cualganan más (o pierden menos), losprogramas rivales ofrecidos por elEstado y la oposición serán muysemejantes (siendo uno escasamentemenos malo para los ricos que el otro).

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Bajo el estímulo de lucha por el poder,todo lo que pueda quitarse sin peligro alos probables perdedores ha deofrecerse a los probables ganadores, sindejar «renta discrecional» para que elEstado disponga de ella. Comoconsecuencia, su poder sobre losrecursos de sus ciudadanos se agota porcompleto en su propia reproducción, enla mera permanencia en el poder.

Una versión menos abstracta(«Redistribución adictiva») en la que lagente, y por tanto sus intereses, difierenen una indefinida variedad de aspectos,y la sociedad dentro de la cual debeobtenerse el apoyo decisivo no es

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atomística, sino que puede tenerestructuras grupales intermedias entreindividuo y Estado, produce resultadosmás difusos pero difícilmente menosominosos para el Estado. Las gananciasredistributivas tienden a serconformadoras de hábitos tanto a nivelindividual como grupal. Su reducción esfácil que provoque síntomas de retirada.Mientras en el estado de naturaleza laintegración de la gente en grupos deinterés cohesivos se mantiene a raya porla (potencial o real) existencia de free-riding —los «gorrones» que sebenefician de lo colectivo sin pagarlo—, el surgimiento del Estado como

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fuente de ganancias redistributivaspermite y a la vez incita la desenfrenadaformación de grupos que exigen talesganancias. Esto es así tanto más cuantomás puedan tolerar los grupos de interésorientados al Estado la actuación egoístaentre sus miembros, lo que destruiría alos grupos orientados al mercado.

A su vez, cada grupo de interés tieneun incentivo para ser «gorrón» enrelación con el resto de la sociedad,siendo el Estado el vehículo que permiteque esto se haga sin oponer seriaresistencia. No hay razones para suponerque el ideal corporativista de constituirg r u p o s muy extensos (todos los

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trabajadores, todos los empresarios,todos los médicos, todos loscomerciantes) y hacerles negociar conel Estado y entre ellos mismos, altereconsiderablemente este resultado. Deeste modo, con el tiempo, la pautaredistributiva se convierte sin ton ni sonen una disparatada cobertura depretextos y favores asimétricos queatraviesa las dimensiones industriales,ocupacionales o regionales en vez defuncionar en la clásica dimensión dericos a pobres o de ricos a clasesmedias. Sobre todo, la evolución de lapauta escapa cada vez más del controlglobal del Estado.

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En la sección «Subida de precios»se supone que la estructura grupal de lasociedad favorecida por laredistribución adictiva transmite a todoslos grupos su capacidad para resistirse acualquier pérdida de su cuotadistributiva o para recuperarla. Unsíntoma del impasse resultante es lainflación endémica. Otro, relacionadocon el anterior, es la queja del Estadorespecto a la ingobernabilidad de unasociedad carente de entrega y querechaza cualquier sacrificio requeridopor el ajuste a los tiempos difíciles opor cualquier sobresalto ocasional.

El entorno social y político en gran

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parte resultante de las propias accionesdel estado provoca una crecientedivergencia entre redistribución bruta yneta («Toma y daca»). En vez de robar aPedro para pagar a Pablo, tanto Pedrocomo Pablo vienen a ser pagados yrobados en una creciente diversidad deflujos contables (mucha redistribuciónbruta para un pequeño y dudoso balanceneto); esto produce desorden y estádestinado a generar decepción yfrustración.

El Estado, en esta etapa, hacompletado su metamorfosis desde elseductor reformista de mediados dels i g l o XIX hasta el esforzado

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redistribuidor de finales del siglo XX,haciendo girar la noria, prisionero delos involuntarios efectos acumuladospor su propia búsqueda de consenso(«Hacia una teoría del Estado»). Si susfines son tales que pueden conseguirsededicando los recursos de sus súbditos asus propios fines, su evolución racionalconsiste en maximizar su poderdiscrecional sobre estos recursos. Sinembargo, en el ingrato papel de esclavodel trabajo utiliza todo su poder paraseguir en el poder y no le queda poderdiscrecional restante. Para él resultaracional hacer esto, en la misma medidaen que lo es para los trabajadores

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trabajar por salarios de subsistencia, opara una empresa perfectamentecompetitiva actuar para salir sinpérdidas ni ganancias. Sin embargo, untipo de racionalidad más alto le llevaríaa tratar de liberarse a sí mismo de laslimitaciones que suponen el consenso yla competición electoral, algo así comoel proletariado de Marx escapando de laexplotación mediante la revolución, o elempresariado de Schumpeter escapandode la competencia mediante lainnovación. Mi tesis no es que todos losEstados democráticos «deben» terminarhaciendo esto, sino más bien que unapropensión totalitaria interior debiera

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considerarse como un síntoma de suracionalidad.

En la transición de la democracia altotalitarismo no es necesario recuperarla autonomía de acción en un únicomovimiento completo, planeado deantemano. Se trata, al menosinicialmente, de algo más parecido alsonambulismo que al progresoconsciente hacia un objetivo claramentepercibido. El capítulo 5, «Capitalismode Estado», versa sobre las políticasacumulativas adecuadas para llevar alEstado paso a paso a lo largo delcamino de su «autorrealización». Su

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efecto consiste en cambiar el sistemasocial de forma de maximizar elpotencial de poder discrecional y poneral Estado en condiciones de realizarplenamente dicho potencial.

La agenda para acrecentar el poderdiscrecional («¿Qué hacer?») debeabordar primero el problema dedisminuir la autonomía de la sociedadcivil y su capacidad de consenso. Laspolíticas por las que tiende a dejarsellevar el Estado democrático que dirigeuna «economía mixta» erosionaráninconscientemente una gran parte de losfundamentos de esta autonomía, laindependencia de los medios de vida del

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pueblo. Lo que el Manifiesto Comunistallama «el triunfo en la batalla de lademocracia» para «arrebatar, poco apoco, todo el capital de la burguesía,centralizar todos los instrumentos deproducción en manos del Estado»constituye la culminación de esteproceso. De este modo, el Estadosocialista pone fin a la monstruosidadhistórica y lógica de que el podereconómico se encuentre difuso por todala sociedad civil, mientras que el poderpolítico está centralizado. Sin embargo,al centralizar y unificar los dospoderes, crea un sistema social que esinconsecuente con las normas

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democráticas de adjudicación de latenencia del poder estatal y que nopuede funcionar adecuadamenteconforme a ellas. La socialdemocraciadebe evolucionar hacia la democraciapopular o algo muy parecido, siendoentonces el Estado lo suficientementepoderoso como para imponer estedesarrollo y evitar el fracaso delsistema.

Para valorar el lugar de laburocracia dirigente, se consideran las«constantes sistémicas» versus lasvariables del elemento humano en elcontexto del capitalismo privado yestatal («El Estado como clase»). Como

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la tesis de que la separación depropiedad y control realmente significapérdida de control por el propietario esinsostenible, debe aceptarse que laburocracia tiene una ocupación precariay su poder discrecional es limitado. Ladisposición amistosa o antipática de losburócratas que hacen funcionar elEstado, su «origen socioeconómico» yel nivel sociocultural de sus padres sonvariables, mientras que lasconfiguraciones de poder y dependenciaque caracterizan al capitalismo privadoy estatal, respectivamente, sonconstantes; en frases tales como«socialismo con rostro humano» el peso

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de la constante del socialismo enrelación con lo variable del rostrohumano, es mejor apreciado comoilusiones y miedos personales.

En el capitalismo de Estado másinexorablemente que en sistemassociales más abiertos, una cosa lleva ala otra, y cuando se elimina unainconsecuencia, aparecen otras que a suvez reclaman su eliminación. La secciónfinal y futurista de este libro («En laplantación») versa sobre la lógica de unEstado que posee todo el capital,necesitando poseer también a sustrabajadores. Los mercados de trabajo ybienes, la soberanía del consumidor, el

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dinero, los empleados-ciudadanos quevotan con los pies son elementosextraños que estorban a algunosobjetivos del capitalismo de Estado. Enla medida en que se relacionan con él, elsistema social llega a incorporar algunascaracterísticas del viejo Surpaternalista.

El pueblo tiene que convertirse enesclavos mobiliarios en aspectosrelevantes. No poseen, sino que debensu trabajo. No hay «desempleo», losbienes públicos son relativamente muyabundantes, y los «bienes de mérito»como alimentación sana o discos deBach, baratos, mientras que los salarios

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son poco más que calderilla según losniveles medios del mundo exterior. Elpueblo tiene su ración de vivienda ytransporte público, atención sanitaria,educación, cultura y seguridad enespecie, en vez de recibir cupones (dedinero, ni hablar) y la correspondienteresponsabilidad de elección. Sus gustosy temperamentos se modifican deacuerdo con esto (aunque no todos seconvierten en adictos; algunos puedenvolverse alérgicos). El Estado habrámaximizado su poder discrecional antesde que finalmente descubra que seencuentra ante un nuevo apuro.

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Cualquier plan de acción de unEstado racional da origen, pordeducción, a un plan de autodefensa delos ciudadanos racionales, al menos enel sentido de indicar qué hay que hacerpara facilitarlo o dificultarlo. Si sabendepurar cualesquiera preferenciasinconsecuentes que pudieran tener demás libertad y más seguridad, másEstado y menos Estado al mismo tiempo—una empresa probablemente másdifícil de lo que parece— sabrán hastaqué punto quieren favorecer o resistirseal cumplimiento del plan estatal. De eseconocimiento depende su propia

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posición.

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Capítulo 1

EL ESTADOCAPITALISTA

Violencia, obediencia,preferencia

Las preferencias por losacuerdos políticos dependen dela concepción que tengan laspersonas de lo que es bueno paraellas, así como de los acuerdosque se suponen deben serpreferibles.

Los Estados comienzan generalmente

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con la derrota de alguien.«El origen del Estado es la

conquista» y «El origen del Estado es elcontrato social» no son dosexplicaciones opuestas. Una se refiere alorigen cronológico del Estado. La otraal lógico. Ambas pueden ser válidassimultáneamente. La investigaciónhistórica puede establecer que, en lamedida en que podemos saber sobreestos asuntos, la mayoría de los Estadosremontan su genealogía a la derrota deun pueblo por otro; más raramente aldominio de un jefe victorioso y su bandaguerrera sobre su propio pueblo; y casisiempre a la emigración. Al mismo

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tiempo, axiomas ampliamente aceptadosayudarán también a «establecer» (en unsentido diferente de la palabra) que unpueblo racional, por su propio bien,considere ventajoso someterse a unmonarca, a un Estado. Puesto que estosdos tipos de explicación del Estado serefieren a categorías inconexas, es inútilrelacionarlas o tratar de concederprioridad a una sobre la otra. Ni resultasensato inferir que puesto que losEstados han llegado a existir yprosperar, debe haber sido racional parapueblos que buscan su propio provechosometerse a ellos —si no habríanlibrado más de una batalla antes de

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hacerlo—.Consideremos desde esta

perspectiva un intento bien concebido dereconciliación del origen(históricamente) violento del Estado conla propia voluntad racional delciudadano que subyace al tipo analíticode ontologías tales como el contratosocial[5]. En este ensayo, cualquierpersona que viva en el estado denaturaleza se hace un cálculo de todaslas ganancias futuras que es probableque consiga en el estado de naturaleza yotro cálculo de todas las futurasganancias que recibiría en la sociedadcivil dotada de un Estado. Se considera

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que el segundo cálculo da un resultadosuperior al primero. Las dosestimaciones se descuentan al valorpresente. Requiere tiempo conseguir quetodos los demás suscriban el contratosocial que produce el tránsito desde elestado de naturaleza hasta la sociedadcivil. Las elevadas ganancias resultantesde la creación del Estado se encuentran,por consiguiente, diferidas hacia elfuturo, y el valor presente de su excesorespecto a las ganancias del estado denaturaleza es pequeño. Quizá quedara unincentivo insuficiente para emprender latarea de conseguir que todos y cada unoaprobaran el contrato social. Por otra

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parte, se puede crear rápidamente unEstado por medios violentos. De estemodo empezarían a acumularserápidamente las mayores gananciasgeneradas por la existencia del Estado.No disminuyen tanto cuando se traducena valor descontado. La comparación delvalor actual de las ganancias obtenidasbajo un Estado formado lentamentemediante una negociación pacífica delcontrato social, con el de las gananciasconseguidas por un Estado que «sepresenta en sociedad» por el atajo de laviolencia, debe ser favorable a laviolencia. Si es así, cabe esperar que elindividuo racional, maximizador de

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rentas, o bien apruebe la violencia quele sea practicada por cualquiera en elproceso de construcción del Estado, obien recurra él mismo a la violenciapara organizado. Es posible que ellector lo interprete (aunque esta nopuede haber sido la intención del autor)en el sentido de que esta es la razón porla que la mayoría de los Estados nofueron creados mediante pacíficasnegociaciones, sino por la violencia, obien que, sea cual fuere la causahistórica de cada caso particular, estateoría de la motivación racional almenos no es contradictoria con ella.

Como la teoría contractualista antes

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de ella, este tipo de teoría invita a lairreflexiva conclusión de que puesto quelos Estados han llegado a existir pormedio de la violencia, y han prosperado,y puesto que puede ser útil para elpueblo someterse tranquilamente a laviolencia que desemboca en la creacióndel Estado que desea pero que no puedearreglárselas para conseguir, el puebloaprobó la violencia creadora del Estadodespués. El supuesto subyacente es queel Estado, independientemente de suorigen pacífico o violento, ayuda alpueblo en la búsqueda de su bienestar.

Increíblemente este supuesto casinunca se plantea de forma más general,

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por ejemplo mediante la inclusión de unsigno algebraico. Si así fuera, debierarezar «El Estado ayuda/perjudica»,dependiendo el saldo efectivo de laexpresión del contenido empírico de lostérminos «ayuda» y «perjuicio». Másconcretamente, el supuesto podríaplantearse más o menos del siguientemodo: «El Estado ayuda/perjudica aalgunos, perjudica/ayuda a otros y dejainafectado al resto». Los afectados sonayudados y perjudicados de diferentesformas y en distinta medida. A menosque por rara casualidad el conjunto deperjudicados esté vacío (esto es, quetodos sean ayudados o dejados en paz),

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la suma algebraica es cuestión decomparaciones entre los ayudados y losperjudicados. Tropezar tan pronto conlas comparaciones interpersonales esseñal de que nuestras reflexiones estánal menos encaminadas en la direccióncorrecta, hacia las cuestiones centralesde la teoría política.

Si hubo pueblos en el estado denaturaleza, y es una cuestión de hechohistórica reiterada que imponerles unEstado requirió violencia, parecepertinente preguntar ¿por qué la teoríapolítica convencional considera comouna verdad fundamental que prefirieronel Estado? Realmente la cuestión se

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desdobla en dos, una «ex ante» y la otra«ex post»: i) El pueblo en el estado denaturaleza ¿lo prefiere al Estado? ii)Una vez en el Estado ¿lo prefiere lagente al estado de naturaleza? Estascuestiones tienen muy razonablemente encuenta que las preferencias de la genteestán, de algún modo, relacionadas conel entorno político en que tienen lugarsus vidas[6]. Sin embargo, una vezplanteadas de esta forma, se ve quetienen un carácter peculiar. Cuando loscientíficos sociales dicen que saben queSmith prefiere el té al café porque esodijo o porque ha revelado su preferenciaal tomar té cuando podía haber tomado

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café, se refieren a objetos que sepresume que son familiares para Smith yque están a su alcance. Cuando Smithhabla de sus preferencias por cosas queen el mejor de los casos conoce deoídas, empiezan a aparecer lasdificultades. Que se complicarían en elcaso de que no pudiera traducir supreferencia declarada en un actopráctico de elección, porque algunasalternativas sencillamente no fueranfactibles. Todos aquellos que viven enEstados carecen de experiencia vividarespecto a las reglas del estado denaturaleza y viceversa y no disponen deposibilidades prácticas de trasladarse

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del uno al otro. Suponer tal movimientoconstituye a menudo un anacronismohistórico y un absurdo antropológico.Por tanto, ¿sobre qué bases se forma lagente hipótesis respecto a los méritosrelativos del Estado y del estado denaturaleza?[7]

Parece que entre ciertos indiossudamericanos (aunque posiblementetambién en otros lugares) se admite queun aumento en el tamaño de la unidaddemográfica favorece la probabilidadde creación de un Estado, posiblementea causa del cambio de escala y tipo deguerras que esto impone. Un jefeguerrero apoyado por guerreros adeptos

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cuasiprofesionales pueden obligar alresto del pueblo a una obedienciaduradera. En un libro de Pierre Clastresque debiera figurar en un lugardestacado en cualquier bibliografíasobre el contrato social[8], se da cuentade que el pueblo Tupi-Guaraníacostumbraba a abortar este procesomediante la separación de grandescontigentes de ellos, que se marchaban atierras lejanas y temibles en fugasguiadas por profetas para escapar delmiedo mayor al sometimiento del Estadoque ellos identificaban con el infierno.Los pueblos indios americanosestudiados por Clastres viven

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típicamente en el estado de naturaleza,una condición que tiene poco que vercon el nivel de civilización técnica ytodo que ver con el poder político. Susjefes pueden exhortar, pero no mandar, ydeben confiar en la oratoria, el prestigioy la hospitalidad generosa paraarreglárselas. Su prestigio depende delhecho de atreverse rara vez aentrometerse en asuntos en los que suexhortación sería desatendida. Carecende aparato para imponer obediencia y alos indios no se les ocurriríacomprometerse a obedecer, si bienpodrían elegir estar de acuerdo con eljefe partiendo de una base de caso por

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caso.Las suyas son, según Clastres,

verdaderas sociedades opulentas,capaces de producir fácilmenteexcedentes, pero que prefieren nohacerlo, siendo ampliamente suficienteuna jornada laboral de dos horas diariaspara proporcionar los medios de vida delo que ellos consideran una adecuadasubsistencia. Aunque haya poca oninguna producción para el intercambio,hay propiedad privada; no podría haberhospitalidad privada, ni invitaciones afiestas sin ella. No hay obstáculomanifiesto a la división del trabajo, nipor tanto al capitalismo, pero los bienes

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que la división del trabajo puedeproporcionar no son apreciados. Eltrabajo es despreciado. La caza, lapesca, la narración de historias y lasfiestas se prefieren al tipo de bienes queel trabajo puede producir. La cuestiónsalta a la vista, ¿es a causa de suspreferencias por lo que los indiosdetestan la relación mando-obedienciainherente al Estado y eligen permaneceren el estado de naturaleza? ¿O es elvivir en el estado de naturaleza lo quelos predispone a apreciar, sobre todaslas demás, las ventajas tangibles eintangibles que típicamente se asociancon él?

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Marx sin duda frunciría el ceño anteel papel que se le permite desempeñar alos gustos y preferencias en esta formade plantear la cuestión ypresumiblemente decidiría que laagricultura de subsistencia, larecolección y la caza eran fenómenos deexistencia, de la «base», mientras quelas instituciones del Estado seríanfenómenos de conciencia, de la«superestructura». De este modo, seríaaquella que debiera haber determinado aesta. Clastres, por su parte, afirma locontrario[9]. Analíticamente (paradiferenciarlo de históricamente), ambasperspectivas son ciertas en el mismo

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sentido en que «la gallina es la causa delhuevo» y «el huevo es la causa de lagallina» son ambas verdaderas. Miaseveración en este punto es que laspreferencias por acuerdos políticos dela sociedad son en gran medidaproducidas por esos propios acuerdos,de tal manera que las institucionespolíticas son o adictivas como algunasdrogas o alergizantes como otras, oambas, pues pueden ser una cosa paraunas personas y la otra para otras. Si esasí, las teorías de que el pueblo engeneral (Hobbes, Locke, Rousseau) o laclase dirigente (Marx, Engels) organizanlos acuerdos políticos que les

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convienen, deben ser consideradas conmucha desconfianza. A la inversa, laopinión (de Max Weber) de que losresultados históricos son en gran medidano intencionados merece un préjugéfavorable como la más prometedoraaproximación a muchas de lasrelaciones entre Estado y súbdito.

Título y contrato

El Estado es un Estadocapitalista si no exige a lapropiedad que se justifique, y nointerfiere en su propio beneficioen los contratos personales.

El origen de la propiedad capitalista

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es que «los que lo encuentran, se loquedan» (finders are keepers).

Este es el reconocimiento quepermite el paso de la posesión a lapropiedad, al justo título a la propiedad,independientemente de susparticularidades, de quién pueda ser eltitular y asimismo del uso que pueda ono hacer de la propiedad. El Estado quereconociera el derecho de propiedadsobre esta base (aunque pudiera hacerlosobre otras bases también) cumpliríacon uno de los requisitos necesariospara ser un «Estado capitalista», en elsentido en que lo utilizo aquí (un sentidoque se clarificará a medida que avance).

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El título no es invalidado por la escasez,no depende ni del mérito, ni del estatusy no impone obligación alguna. Lareferencia a la escasez puede requeriralguna aclaración. Lo que quiero decires que si un hombre puede ser dueño deun acre, puede ser dueño de un millón deacres. Si su título es justo, lo es sinparar en mientes en si se deja para otros«idéntica abundancia», en famosaexpresión de Locke. La propiedad no esinvalidada por la escasez de las cosasposeídas, ni por el deseo que por ellassientan los no propietarios, de modo queen un Estado capitalista el acceso abienes escasos está regulado por el

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precio y la sustitución y no por laautoridad soberana, sea como estéconstituida.

Aquellos que fueron educados conlas nociones de acumulación originaria,división del trabajo y apropiación deplusvalía como origen de laacumulación permanente, pudieranresistirse a considerar esta manera deenfocar el origen del capital y la esenciadel Estado capitalista. No cabe duda deque muy poco capital ha sido alguna vez«creado» y mucho ha sido acumulado.Por otra parte, tanto a los marxistascomo quizá a la mayoría de los nomarxistas puede parecerles poner el

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carro delante de los caballos el partirdesde las «relaciones de producción»(que, como Plamenatz ha demostrado,significan relaciones de propiedad, «sies que han de tener algunaidentidad»[10]) hacia los medios deproducción, las cosas poseídas. A pesarde todo no es, o al menos no por logeneral, un cambio en los medios deproducción o en las técnicas aplicadas aellos lo que los transforma en propiedadcapitalista. La tierra en propiedad decualquier familia de la alta noblezafrancesa o alemana hasta la guerra delos Treinta Años era poseída por ellasólo en el más leve sentido. Era un

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medio de producción, pero sin duda nouna propiedad capitalista a la manera dela agricultura inglesa e italiana. Lapropiedad agraria inglesa de la noblezay la gentry desde el siglo XVI enadelante puede considerarsecorrectamente como capital y de hechoha servido como el más importantetrampolín del capitalismo inglés. Lanavegación marítima y demásacumulación de capital mercantil tuvo undespegue acelerado en la época de losúltimos Tudor y los Estuardo, debido engran parte a los cercados levantados porlos terratenientes. El régimen nocapitalista (deliberadamente estoy

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eludiendo el término «feudal») detenencia de la tierra se originó en laservidumbre y continuó confiando en unaexpectativa (más o menos bien fundada yrealista) de servidumbre futura. Esto eracierto por lo que se refería alterrateniente, quien se suponía queprestaba directa o indirectamenteservicio al soberano y respecto a sussiervos, quienes le debían servicio aél[11]. Es característico de la evoluciónsocial inglesa que la propiedad de latierra se hiciera incondicional muyrápidamente y que las condiciones (noestrictas y no escritas) que continuaronafectaran a la justicia local y la

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beneficencia, allí donde el propietariode la tierra suplantaba, más que servíaal Estado.

El campesino de la aldea de «tierrarepartida» de la Rusia septentrional ycentral poseía la tierra por ser quien eray por los adultos que tenía en su familia.Su título podía decirse que dependía delestatus, de sus necesidades de tierra y desu capacidad para cultivarla. Cadatantos años, cuando lo demandaba elcambio en las necesidades de su familiay de las demás familias del pueblo, lacamarilla política de campesinosinfluyentes que dirigían el obshchinnoepodían quitarle sus hazas de tierra y

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asignarle otras de inferior calidad. Sinembargo, nadie podía vender o comprardentro de la aldea; si hubiera podidohacerlo, la tierra se habría convertido encapital. La tierra del granjero americano«fundada» en la frontera o«autentificada» por la Homestead Act de1862 u obtenida a través de alguien quela tuviera, era capital. Los locales, lasherramientas y los materiales de queestaba provisto un maestro artesano deun gremio, no eran capital. Los localesfísicamente muy similares, lasherramientas y materiales de su sucesor,el pequeño artesano bajo laGewerbefreiheit[12] eran la esencia

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misma del capital. A diferencia de supredecesor del gremio, podía sercualquiera y llevar su tienda como mejorle pareciera. No es la dimensión de laempresa, ni el hecho de emplear trabajoajeno lo que hace al primeroprecapitalista y el segundo capitalista.Ambos generaban «plusvalía» ypermitían que su propietario se laapropiara. Sin embargo (excepto quizáen la Italia septentrional de los Estadospapales), el título de maestro del gremiopara su negocio estaba subordinado nosólo a restricciones relacionadas con elproducto, el precio o la calidad, sinotambién a quién era o cómo vivía.

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El hecho de que la propiedad norequiera un lugar de nacimiento, unadedicación vital, ni el servicio o elsacrificio a causa alguna, sino que selimite a existir, ciertamente no por elloconstituye un fenómeno menosideológico. Su reconocimiento es unrasgo distintivo de la ideología quedefine al Estado capitalista, al igual quela propiedad que depende de suconformidad a ciertos principios deutilidad social, justicia, igualdad oeficiencia y que se pierde o al menos escoercitivamente limitada si no se ajustaa ellos, satisface una ideología que esdiversamente denominada democrática,

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liberal, socialista o combinaciones deestas palabras.

No es sorprendente que la relaciónque conecta al principio de la propiedadde los que se lo encuentran se lo quedancon el Estado capitalista actúe en losdos sentidos. Como otras funcionesimplícitas que en su mayor parteconstituyen la base de las cienciassociales, no presenta una variableindependiente y otra dependiente, unacausa inequívoca y un efecto. Larelación realmente afirma que el Estadocapitalista debe aceptar y sostener unprincipio de propiedad así dequintaesencialmente positivista y no

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normativo, y que se necesita esa clasede propiedad tan rigurosa y nodependiente de nada para hacer delEstado un Estado capitalista.

Hay una segunda condiciónnecesaria del capitalismo, que estáinevitablemente relacionada con laprimera sin ser parte de la misma. Es lalibertad de contratar. Cuando, como enla mayor parte de la Europa medieval, elrégimen de propiedad incluíaobligaciones onerosas y estaba abierto apersonas dé un determinado estatus o deotras características definidas, laenajenación mediante el libre acuerdono podía haber sido tolerada por el

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soberano. Incluso el contrato dematrimonio estaba sujeto a laaprobación estatal y para familiasdestacadas así permaneció a lo largo delsiglo XVIII. La propiedad llegó poco apoco a regirse por contrato más que porestatus, en parte porque lasservidumbres del pago en especie fueronconmutadas por dinero y en parte porquede ser obligaciones del propietariopasaron a ser obligaciones de lapropiedad —del marquesado más quedel marqués— de manera que el interésdel Estado no se viera perjudicado pordejarla pasar a manos de cualquiergranjero arribista o magistrado venal.

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Más o menos la misma evolución seprodujo al pasar de las deudas de unapersona, que tenía que pagar o ir aprisión, a la inaplazable hipoteca sobrela propiedad y al pasivo de una empresaque hizo posible que cambiara demanos, incluso antes de que laresponsabilidad limitada formal segeneralizara ampliamente.

La libertad de contratar, comocondición necesaria para que el Estadosea capitalista, puede interpretarse comola libertad del que encuentra algo nosólo para quedarse con lo que haencontrado, sino para transmitirlo contodos sus derechos a otro en los

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términos que elija, y por extensión lalibertad de este último para transmitirloaún a otro. El Estado capitalista debedejar que la libertad de contrataciónprevalezca tanto sobre la idea de estatusy propiedad, como sobre la idea decontr a tos justos (salarios dignos,precios justos).

Si todos los bienes del mundo sedividieran en lotes sin dueño al azar ytodos nos vendáramos los ojos ypudiéramos elegir un lote y cuando nosquitáramos la venda pudiéramos versólo nuestro lote pero no el de losdemás, tendríamos un marcoadecuadamente traslúcido para la

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interacción de contratos libres, deestatus y contratos justos. Si alguno delos lotes contuviera gorros de piel decastor y hubiera quien prefiriera esosgorros a cualquier otra cosa, mientrasque para otros fuera al contrario,después de algunas carreras todospodían terminar quedándose con lo quemás les gustara, dentro de laslimitaciones de disponibilidad fijadaspor los lotes iniciales. Si (como solíaocurrir antes de que a fines del sigloXVII las pieles canadienses inundaran elmercado europeo) a la gente por debajode un cierto estatus se les prohibiera eluso de gorros de piel de castor, su

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precio en comparación con el de otrascosas bajaría y sin embargo elloimpediría la realización de algunostrueques de gorros por otras cosas, puesalguna gente del estatus requerido perono entusiasta de las pieles de castor sequedaría de manera un tanto pusilánimecon los gorros de piel que encontraronen sus lotes. Si, además, hubiera unaautoridad facultada para proscribir loscontratos injustos y pensara que elprecio justo de la piel de castor debieraser el de siempre, la cantidad deintercambios mutuamente aceptables serestringiría aún más, estando sólo lagente del estatus requerido y muy

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aficionada a las pieles dispuesta a pagarel precio justo. Algunos gorros iríanperdiendo su valor, al ser suspropietarios incapaces de usarlos o decambiarlos.

Problemas análogos, aunque menosextravagantes, surgen cuandoimaginamos lotes integrados pordiferentes tipos de talentos,capacidades, conocimiento y potenciamuscular, y diversas oportunidades deempleo, salidas para este talento,necesidades para aquella habilidad ocapacidad física. Como podemosesperar de una distribución al azar,habría un mal emparejamiento

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irremediable dentro de cada lote detalentos y oportunidades, capacidades yocasiones para utilizarlas. Las reglas deestatus y la prohibición denegociaciones injustas, por ejemplo, lafijación de salarios mínimos o de un«salario por empleo», evitarían que seprodujera al menos una parte de laposible igualación entre lotes. En estecontexto, el Estado capitalista esnaturalmente el que no impondrá reglasreferidas a los estatus ni relacionadascon la justicia ni limitaciones a lalibertad de contratar[13], permitiendopasivamente que las ideas que lasoriginaron sean erosionadas por la

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marea (cuando dicha marea se estéproduciendo) de la ideología capitalistay de las exigencias de la prácticacapitalista de los negocios. Sinembargo, el Estado que realmenteproscriba y suprima tales reglas, puedeaprender a disfrutar prohibiendo ysuprimiendo de manera generalizada ypuede dejar de ser un Estado capitalistaen poco tiempo.

Pareto ha establecido el sentidopreciso en el que la reconstrucciónvoluntaria por parte de sus propietariosde los contenidos de los lotes formadosal azar, produce la «mejor» distribuciónde los bienes del mundo. Si dos adultos

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consienten libremente en cerrar uncontrato y no hay evidenciaindependiente de compulsión (es decir,evidencia distinta de la de que elcontrato parezca desfavorable parauna parte), aceptamos que prima facielas partes prefieren los términos delcontrato a no contratar entre ellas. (Dehecho, la condición precisa es que unade ellas prefiera contratar y la otra obien lo prefiera, o bien le resulteindiferente). Cabe también mantener(aunque se trate de un argumento menosconvincente) que no hay otro contratoque esas dos personas, dadas susrespectivas situaciones, podrían haber

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concertado, tal que uno de ellos hubierapreferido al que concertaron, aunquepara la otra parte resultara indiferente enel peor de los casos. Entonces, si no sepuede demostrar que su contrato violalos derechos de una tercera parte (puedeviolar sus intereses), nadie —ni latercera parte, ni nadie que pretendadefender sus intereses— tiene derecho aimpedirles ejecutar su contrato tal comolo acordaron. Anular el contrato, oenmendar por la fuerza sus términos expost, para no mencionar la insistencia enque, una vez enmendado, resulta aúnobligatorio para las partes, son lasformas de «entorpecimiento»

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típicamente reservadas al Estado.No obstante, la condición «no pueda

demostrarse que su contrato viola losderechos de una tercera parte» no es nipimple ni fácil, aunque ponga la cargade la prueba donde corresponde. Aveces se permite la carga de la prueba,teniendo que probar las partescontratantes que no están violandoderechos de terceros. Esta no es unacaracterización distorsionada, porejemplo, de la práctica de algunasagencias reguladoras norteamericanas.Las normas para enjuiciar los derechosde alguien en relación con un contratodel que no es parte no pueden

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establecerse al margen de cultura eideología y, aun así, pueden seguirsiendo discutibles. Por ejemplo, parapermanecer a salvo en el ámbito de lacultura e ideología capitalistas ¿violalos derechos del peor postor que no sele adjudique el contrato, dado que laoferta no especifica una norma explícitarespecto a la aceptación de la oferta másbaja? ¿Debe conseguir el empleo elcandidato mejor cualificado para elpuesto? ¿Se puede cambiar la utilizacióndel suelo si perjudica la vista de losvecinos? Parecen posibles diferentesrespuestas capitalistas. Diversajurisprudencia capitalista podría

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interpretar la condición de «terceraparte» de forma más o menos austera, yharía falta pensarlo con cuidado antes dedecir que un determinado Estado norespeta la libertad de contratar y es, eneste sentido, contrario al capitalismo.

Por otra parte, lo que constituye unaclara denegación de la libertad decontratar es la prohibición orectificación forzosa de un contrato (conobjeto, por ejemplo, de inclinar sustérminos a favor de una de las partes)por motivos que no incluyan derechos deterceros. La admisión de tales motivosparecen presuponer que una persona, alsuscribir un contrato, es capaz de violar

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sus propios derechos e incumbe alEstado, cuya verdadera función consisteen la defensa de los derechosreconocidos, impedir que lo haga. Estaes la clave para todo un conjunto decasos en los que se afirma que unapersona necesita ser protegida contra símisma. Un caso reiteradamente citado(que implica asimismo otros problemas)es el rompecabezas sobre la libertad (enel sentido de derecho) de un hombrepara venderse a sí mismo comoesclavo[14]. Un caso fundamentalmentediferente de negación de la libertad decontratación se deriva de la pretensiónde que, al convenir en un determinado

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conjunto de estipulaciones, una personaestaría confundiéndose respecto a supropia preferencia o interés . El motivopara frenarlo no es ya uno de susderechos, ni a fortiori un conflicto entredos de sus derechos, sino su utilidad talcomo es vista desde el exterior por unamable observador. Según esta razón, laprohibición impide a un hombrecomprar whisky porque su verdadera (o«racional», «auténtica», «a largo plazo»o «inequívoca», como a veces se ladenomina para distinguirla de clara)preferencia es la sobriedad. Elargumento de la debilidad de voluntadtal vez tenga que invocarse para

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justificar la distinción entre clarapreferencia revelada por el whisky einequívoca preferencia a largo plazo poruna vida moderada. No obstante, grancantidad de distinciones parecidasdeben ser objeto de acuerdo pararespaldar otras aplicaciones delprincipio del paternalismo: el pago desalarios en especie, la provisión por elEstado de servicios de asistencia social(por ejemplo, sanitarios) en especie, elseguro obligatorio, la educación, etc.,todas ellas en lugar de dar aldestinatario el dinero in lieu, para quese lo gaste como él quiera.

La idea de otro sobre lo que es

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bueno o útil para una persona, eldiagnóstico de otro respecto a suverdadera preferencia o interés a largoplazo, son motivo adecuado parainterferir en su libertad de suscribircontratos con un socio adulto ydispuesto a firmarlos si, y sólo si, seacepta que una adecuada función delEstado es utilizar su monopolio depoder de coacción para imponer la ideade A de lo que es bueno para B. Ahorab i en, A puede ser cualquiera, o elamable observador o la mayoría devotantes, o el principal instituto deinvestigación psicosocioeconómica, o elpropio Estado. Podrían distinguirse

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diferentes tipos de Estado según a cuálde esas posibles fuentes confesaranseguir. La prueba del Estado capitalistaconsiste en que no sigue ninguna fuente,pues concede prioridad a la libertad decontratar, que incluye la extremadamenteimportante libertad de no contratar enabsoluto. Anticipándome al capítulo 2,podría decir en términos generales queotros Estados confiesan seguir a una ovarias de las fuentes posibles. Laelección de «fuentes», cuya idea delbien ha de ser atendida, estáinevitablemente determinada por lapropia concepción del Estado respectoal bien; elegirá ser guiado por «almas

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gemelas», por intelectos afines. Laselección del asesor, no menos que laselección de qué consejo seguir,equivale a hacer lo que uno quería hacerdesde el principio. Al elegir fomentar elbien de B, el Estado está en efectopersiguiendo sus propios fines. Esto,claro está, es una cuasitautología; lo queexige una mayor atención a la naturalezade los fines del Estado.

Los contornos del Estadomínimo

La indiferencia hacia lassatisfacciones del gobernarorigina límites autoimpuestos en

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el ámbito de actuación delEstado.

Es extraño pero no necesariamenteirracional que el Estado se minimice a símismo.

Una teoría, o al menos unadefinición aproximada, del Estadocapitalista, que le imponga respetar lalibertad de dos partes para suscribircontratos que no violen los derechos deun tercero parece incompleta, como loes —según los criterios acostumbrados— el Estado al que se refiere. Pues¿cuáles son los derechos de terceros queel Estado debe proteger y cuáles lasmeras pretensiones que debiera

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desestimar? Hay una lista prácticamenteilimitada de reclamaciones que losterceros podrían formular contra lostérminos de un determinado contrato.Deben hacerse y administrarse leyestanto para definir la categoría de lasreclamaciones que se considerenjustificadas como para reducir el ámbitode incertidumbre (y, por tanto, dearbitrariedad) entre las que serán y lasque no serán así tratadas. Puesto que hayun estado, le incumbe ocuparse de estatarea.

Puede suponerse que en el estado denaturaleza surgiría un acuerdocooperativo espontáneo y cumpliría esta

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función, por las mismas razonesgenerales que nos permiten suponer quese encargaría de otras funcionesconsideradas como propias del estado,aunque no haya certidumbre de que loharía, ni definición de la forma concretaque adoptarían. Sin embargo, una vezque se ha formado el Estado, al menosalgunos de esos acuerdos no coercitivostienden a hacerse impracticables yciertamente puede que sea imposible nisiquiera iniciarlos. En el estado de sunaturaleza, a cualquiera que le disgusteel funcionamiento de un acuerdovoluntario, le caben sólo dosposibilidades: aceptar el modo en que

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funciona o negociar para conseguir surectificación, afrontando el peligro deque un fracaso en la negociación acabecon la totalidad del acuerdo y se pierdansus beneficios[15]. El riesgo que suponetal resultado proporciona algunosincentivos para que todos dejen quefuncionen las cosas por adaptaciónrecíproca.

Sin embargo, en presencia delEstado el miembro disidente de unacuerdo voluntario tiene una razónañadida para ser intransigente (y losdemás miembros una razón añadida parainvitarle a que concrete su amenaza),esto es, la facultad de recurso al Estado.

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Si no puede conseguir su propósito,puede aún apelar al Estado paradefender la justicia de su pretensión, yotro tanto pueden hacer los demáscooperadores. Sea quien fuere elganador, el acuerdo voluntario setransforma en coercitivo. Vuelto alrevés, esta es la misma lógica quepreside el argumento de Kant sobre elderecho de los ciudadanos a discrepardel soberano. Si existiera tal derecho (loque Kant niega), tendría que haber unárbitro al que someter la discrepancia.Entonces el soberano dejaría de ser elsoberano y el árbitro ocuparía su lugar.A la inversa, si hay un soberano,

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conseguirá que las discrepancias lesean remitidas, pues si existe unainstancia de apelación hay menosmotivos para someterse a uncompromiso privado. Lo que el Estadodebe hacer para lograr que su vida y lade sus ciudadanos menos litigiosos seamás tolerable, es dictar de la maneramás clara posible las leyes quepreestablezcan cómo decidiría si lefueran sometidos casos de unasdeterminadas características (evitandoasí muchas apelaciones), así como unadescripción general de los casos en losque la apelación no sería atendida enabsoluto[16].

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Admitiendo, entonces, que si elEstado ha de existir tendrá de un modo uotro que asumir la tarea de solucionarlas disputas que surjan de lasreclamaciones de terceras partes,¿cuáles son las líneas maestras que elEstado capitalista adoptaría para actuarasí y seguir siendo capitalista, es decir,defensor de la libertad de contratar? Noes cuestión de preparar un proyecto, unaespecie de código capitalista para leyesde tal Estado, al menos porque, como esrazonable creer, más de un códigoparecido, aun conteniendo variacionessignificativas sobre los mismos temas,podría ser consecuente con las

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condiciones capitalistas básicas acercade la propiedad irrestricta y el librecontrato. Quizá la forma más económicade captar el espíritu común a todos losposibles códigos semejantes consiste enconsiderar que si hay un Estado (que noes lo mismo que pretender que realmentelo haya) que está preparado paraadecuarse a esas condiciones básicas,debe ser aquel que encuentresatisfacciones en otra cosa distinta degobernar.

Tal afirmación puede parecer oscuray requiere alguna elaboración. Cuandoreflexionamos sobre la elección, nosinclinamos al menos tácitamente a

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suponer que «detrás» de la elección hayun propósito, un fin. Incluso se solíadecir por ejemplo que los consumidoresbuscan satisfacción y los productoresbuscan ganancia, y sus eleccionespueden considerarse como racionales (ono) en función de la maximización delsupuesto correspondiente. Pero ¿qué fino fines persigue el Estado, cuyamaximización permita calificar suconducta como racional? Podríanofrecerse varias respuestas de diversosgrados de sinceridad y seriedad: la sumaglobal de las satisfacciones de susciudadanos, el bienestar de unadeterminada clase, el producto nacional

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bruto, el poder y la gloria de la nación,el presupuesto del Estado, losimpuestos, el orden y la simetría, laseguridad de su propia ocupación delpoder, etc. (Me refiero más seriamenteal tema en las págs. 284-289). En unexamen más cuidadoso, parece quetodos los probables maximandosrequieren que el Estado posea algunacapacidad especializada, ciertas dotespara conseguirlos. Además parecedeseable una muy importante capacidadpara dirigir el curso de losacontecimientos, dominando el entorno yoperando activamente sobre el objetivoa maximizar (aumentando la retribución,

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por ejemplo extendiendo el dominio másque meramente el poder sobre undeterminado dominio). Incluso si haymaximandos que no requieren unaamplia capacidad de adopción demedidas para su consecución —objetivos poco realistas como, digamos,la pacífica observación de mariposasraras—, ¿no sería insensato que elEstado que los persiguiera se atara lasmanos voluntariamente, renunciando poranticipado a utilizar un aparato hecho yderecho para el ejercicio del poder,constituido por el más rico conjuntoposible de «instrumentos políticos»?¿No podría echarse en falta algún día?

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Mi definición del Estado capitalista,no obstante, exige que realice unaespecie de desarme unilateral, undecreto de autodenegación respecto dela propiedad de sus ciudadanos y de sulibertad para negociar contratos entre sí.Un Estado cuyos objetivos necesitarán,para su realización, una fuerte capacidadde gobernar, no adoptaría de buen gradoun decreto de autodenegación semejante.Este es el sentido en el que decimos quelos fines del Estado capitalista, sean loque fueren (ni necesitamos ni siquierapretendemos descubrir su contenidoconcreto), se encuentran fuera delgobierno.

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Entonces, ¿de qué le sirve al Estadoser el Estado? Si encuentra susatisfacción en lo que podríamosd e n o m i n a r maximandos«metagubernamentales», mariposasraras o la sencilla paz y tranquilidad,¿por qué no renunciar y dejar degobernar? La única respuesta razonableque se me ocurre es mantener apartadosa los otros, para impedirles apoderarsede las palancas del Estado ycorromperlo, con las mariposas, la paz ytodo. El muy especial fundamento lógicode ser un Estado mínimo consiste endejar pocas palancas de las que losfanáticos puedan apoderarse para

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trastocar las cosas si, por la perversidaddel destino o del electorado, ellos se lasarreglan para convertirse en el Estado.

Heredar un poderoso aparatocentralizado de Estado es parte delsecreto de los éxitos tanto del terrorjacobino como de Bonaparte. En los quequizá sean los pasajes culminantes deL’ancien régime et la révolution (libroIII, cap. VIII), Tocqueville culpa alEstado francés prerrevolucionario porhaber situado al gobierno por encima decada uno como «preceptor, guardián y,si fuera necesario, opresor» y por habercreado «prodigiosas facilidades», unconjunto de instituciones igualitarias que

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se prestan por sí mismas a un usodespótico, que el nuevo absolutismoencontró, completamente preparadas yutilizables, entre los escombros delantiguo.

Marx, asimismo, es perfectamenteclaro respecto al valor para larevolución de la «enorme organizaciónburocrática y militar, con su ingeniosamaquinaria de Estado» levantada por elrégimen que había derribado. «Esteespantoso organismo parasitario, que seciñe como una malla al cuerpo de lasociedad francesa y le tapa todos losporos, surgió en la época de lamonarquía absoluta… Los privilegios

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señoriales de los terratenientes y de lasciudades se convirtieron en otros tantosatributos del poder estatal… La primerarevolución francesa… teníanecesariamente que desarrollar lo que lamonarquía absoluta había iniciado: lacentralización, pero al mismo tiempoamplió el alcance, las atribuciones y elnúmero de los agentes del poder delgobierno. Napoleón perfeccionó estamaquinaria del Estado»[17]. De estemodo, no es el Estado el que desconfíade sí mismo y cree mejor no tenerpalancas o herramientas poderosas paraque él no abuse de ellas. Sabe que éljamás podría ser tentado para abusar del

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poder. Son sus rivales por el poderestatal, quienes, por la naturaleza de suambición, abusarían de él. (El Estadomínimo puede incluso ser consciente deque si fuera heredado por un rival queabrigara fines inconfensables, estenecesitaría poco tiempo para implantarlos rudimentos de un aparato degobierno no mínimo. No obstante,incluso el ganar algo de tiempo, y portanto de esperanza, sería mejor queponer en sus manos un sistema acabadode poleas y palancas). Aspirando, comolo hace, a objetivos que un gobiernoactivista es incapaz de promover, ytemeroso de su capacidad para hacerlo

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mal en manos profanas, el Estadocapitalista es racional al adoptar loscontornos del Estado mínimo.

Recordando los regímenes deWalpole, Metternich, Melbourne o LuisFelipe (pero en mayor grado), con unamezcla de indiferencia, benignodescuido y afición a las cosasagradables y confortables, el Estadocapitalista debe tener suficiente hauteurpara no molestarse por las pequeñasdisputas entre sus ciudadanos. Mientrasmás tranquilamente se ocupen de susasuntos, mejor; ocasionalmente, y untanto a regañadientes, puede utilizarmano dura para conseguir que lo hagan.

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Por otra parte, su distanciamiento de losmundanos intereses de sus ciudadanosno implica esa heroica hauteur queNietzsche o Treitschke deseaban en elEstado, arriesgando en aras de un finelevado las vidas y propiedades de sussúbditos en una guerra evitable; nitampoco la hauteur de la éticautilitarista, que contempla al ciudadanoy su propiedad como admisiblesinstrumentos para conseguir un biencomún más importante. En aparenteparadoja, el Estado capitalista esaristocrático en tanto que distante, y sinembargo con suficientes ecos burguesescomo para recordar a los gobiernos de

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la monarquía de julio de 1830-48 enFrancia. En cualquier caso, se trata deun Estado que es muy improbable quesea una república. Vale la penarecordar, aunque tal vez no pruebe nada,que Alexander Hamilton era unmonárquico convencido. El suyo es unbuen ejemplo de cuán poco entiende elpúblico la esencia del capitalismo. Si sepreguntara a la gente quién fue el máscapitalista de los hombres de Estado deAmérica, algunos tal vez se sintierantentados de decir «Grant», y pensaríanen la concesión de tierras al ferrocarril;«Gardfield», y se acordarían de laépoca dorada; quizá «McKinley», y

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pensarían en Mark Hanna y losaranceles; «Harding», y recordarían elescándalo del Teapot Dome y de la OhioGang. Tales respuestas yerran. Estospresidentes produjeron o perdonaron lacorrupción y el escándalo por favorecerciertos intereses, lo que significa utilizarel poder del Estado para sus fines. Sihubo un estadista americano bueno parael capitalismo, lo que no es evidente, fueAlexander Hamilton.

Un Estado semejante, por tanto, harápocas leyes y sencillas y no harácumplir muchas de las leyes que hayaheredado. Dejará claro que le disgustatanto adjudicar derechos contra

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situaciones establecidas derivadas decontratos libremente negociados por lagente, que lo hará si es debido con piesde plomo, o sólo en último caso.

Se mostrará poco dispuesto apromover el bien de la sociedad, ymucho menos ordenar a los másafortunados de sus ciudadanos quecompartan su buena fortuna con losmenos afortunados, no porque le faltecompasión, sino porque no consideraque tener sentimientos acreditados yhonorables faculte al Estado paraobligar a sus ciudadanos a compartirlos.Debemos dejarlo sin más, y no intentaraveriguar (ni podríamos si lo

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intentáramos) si es «creencia en ellaissez faire» o alguna otra convicciónmás sutil sobre el verdadero papel delEstado lo que le refrena, o simplementeindiferencia hacia las satisfaccionesque pueden encontrarse más allá de loslímites del Estado mínimo.

Si los Estados no existieran,¿habría que inventarlos?

La gente llega a creer quepuesto que tienen estados, losnecesitan.

Ni el interés individual ni el declase pueden justificar a un Estado por

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razones de prudencia.Hemos obtenido algunos rasgos

característicos de un Estado que sería«mejor» (o alternativamente «menosdañino») para el capitalismo, partiendode las condiciones ideales de propiedadcapitalista e intercambio y llegandohasta cómo podría comportarse elEstado para satisfacer estas condicionesy qué razón podría tener posiblementepara hacerlo. La imagen que comienza aaparecer es la de una criatura inusual,que guarda un parecido relativamenteremoto con cualquier Estado real de losque existieron alguna vez. Los pocosEstados reales a los que me he referido

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para ilustrar alguna cuestión fueronelegidos más por su estilo, saber yausencia de entusiasmo por lagobernación, que por ser realmenteencarnaciones del ideal. Quizá pudierautilizarse el procedimiento inverso paramostrar que un tipo de Estado menosextraño, más verosímil, podríarealmente ser más dañino para el capitaly el capitalismo, aun en el caso de quefuera un instrumento desalmado de lasDoscientas Familias y enviara a lapolicía o a la Guardia Nacional parapartirles la cara a los pobres.

Los Estados de la vida real con losque el pueblo tiene que cargar, con

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frecuencia porque sus antepasadosfueron sometidos a obediencia por uninvasor y a veces por una elecciónobligada, por tener que aceptar a un reypara escapar a la amenaza de tener otro,no son ante todo «buenos para esto» o«menos dañinos para aquello». No estánconfigurados para atender a lasnecesidades funcionales de un sistemade creencias, preferencias, estilos devida o «modos de producción». Estaafirmación de la autonomía del Estado yde la separabilidad de sus fines noexcluye que en todas las esferas, con elpaso del tiempo, se produzca algunaadaptación mutua por la que el Estado

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llegue a ajustarse a las costumbres ypreferencias del pueblo, al igual queeste aprende a aceptar y de vez encuando a entusiasmarse mucho conalguna de las exigencias que el Estado leformula.

Cualquier Estado real, dado suor i ge n de facto, es ante todo unaccidente histórico, al que la sociedaddebe adaptarse. Esto es insatisfactoriopara aquellos que, tanto por formacióncomo por inclinación, consideran que laobligación política se basa en un debermoral o en un propósito prudencial. Enlugar de una teoría trivial que presentala obediencia como resultado de la

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amenaza de coerción, se dedicará másinterés a las teorías que derivan alEstado de la propia voluntad delciudadano, siquiera sea porque resultaintelectualmente más tranquilizadorencontrar razones coherentes para creerque de hecho necesitamos lo quetenemos.

Hay, en particular, dos teoríasrivales con la idéntica tesis básica deque si el Estado no existiera, habría queinventarlo. Ambas, argüiré, se basan enel autoengaño. Una mantiene que es elpueblo en general el que necesita alEstado que es el único que puedecumplir la función de convertir el

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conflicto general en armonía general. Elpueblo no sólo necesita esto, sino queconsciente de su necesidad, y medianteel contrato social, crea el Estado y leconfiere autoridad sobre ellos mismos.La otra teoría plantea que es la claseposeedora la que necesita el Estadocomo instrumento indispensable dedominio de clase. La fuente del poderpolítico del Estado es, de algún modo,el poder económico que la propiedadotorga a la clase poseedora. Los dospoderes, económico y político, secomplementan mutuamente para oprimiral proletariado. El teórico más puro,menos ambiguo del contrato social es

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Hobbes, y Engels es el de la teoría delinstrumento de opresión de clase.

Ambas teorías tienen una esenciacomún irreductible: ambas requierenque el pueblo («el pueblo» en un caso,«la clase capitalista» en el otro) abdiquede una facultad de facto, el recurso a lafuerza. Una y otra, cada cual a su propiamanera, confieren un monopolio de laposesión (y por tanto obviamente de lautilización) de la fuerza al Leviatán, elEstado monárquico o de clase. El móvilde una es el miedo, el de la otra, lacodicia; razones no morales, sinoprudenciales.

Ninguna de las dos proporciona una

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buena razón para suponer que el Estado,una vez que tenga el monopolio de lafuerza, no lo utilizará, a veces o parasiempre, contra aquellos de los cualeslo recibió. Ninguna de las dos es unateoría del Estado en el verdaderosentido, esto es, ninguna de las dosexplica realmente por qué el Estado haráuna cosa en vez de otra. En realidad,¿por qué debería impedir que la genterobara y se mataran unos a otros, enlugar de permitirse el lujo de algunosrobos y, si fuera necesario, algunasmuertes por su propia cuenta? ¿Por quédebería ayudar a los capitalistas aoprimir a los trabajadores, en lugar de

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dedicarse a la probablemente másremuneradora tarea de oprimir a loscapitalistas? ¿Qué maximandosmaximiza el Estado? ¿Cuál es subeneficio? ¿Cómo hace paraconseguirlo? El comportamiento delEstado se da por supuesto (preserva lapaz, oprime a los trabajadores) en vezde obtenerlo a partir de su voluntadracional.

El Estado, con arreglo a cualquierade las dos hipótesis contractualista omarxista, se ha quedado con todas lasarmas. Quienes le armaron,desarmándose a sí mismos, están a sumerced. La soberanía del Estado

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significa que no hay apelación contra suvoluntad, que no existe instanciasuperior que pudiera en modo algunoobligarlo a hacer una cosa en vez deotra[18]. Realmente, todo depende de queLeviatán no proporcione al pueblo unacausa para rebelarse (Hobbes suponeque no), o de que el Estado sólo oprimaa la gente adecuada, esto es, a lostrabajadores.

Ciertamente hay buenas razones,tanto a priori como empíricas, para quetales supuestos, al menos en algunoscasos, no se cumplan. Seriamente nocabe esperar que el pueblo en general, ola clase capitalista, acepte semejante

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aventura con un Estado esencialmenteimprevisto por razones de prudencia,aunque podrían hacerlo como unejercicio de fe. La única condiciónrazonable bajo la cual el propio interéspodría inducir a un pueblo racional aaceptar este riesgo, es en el caso de quelas consecuencias probables de nodesarmarse a sí mismos en favor delEstado parecieran todavía máspeligrosas.

La invención del Estado: elcontrato social

El hedonismo políticorequiere un Estado benigno o un

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ciudadano conformista. A falta deambos, es una actitud temeraria.

Hobbes, que sabía ser malicioso,pensaba que todo hombre tiene razonespara temer a su prójimo, si son sussemejantes.

Todos los hombres, al necesitarautoaprobación, ambicionan lasuperioridad sobre los demás. Si dejoque mi prójimo busque la preeminencia,invadirá mi propiedad, por consiguientedebo atacar la suya primero. Laautopreservación debe conducirnos aambos al mutuo enfrentamiento y seproducirá una «guerra salvaje por lagloria». Las vidas de ambos se

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convertirán en «horribles, brutales ycortas».

Aunque se dice que laautopreservación es el origen de todaconducta hobbesiana, está claro que yono tendría que preocuparme depreservarme a mí mismo, si mi vecino,ya fuera para llegar a ser eminente, opara anticipárseme, no invadiera mipropiedad. ¿Hay forma de persuadir alvecino de que desista? ¿Quizáhaciéndole saber que no busco lasuperioridad sobre él y que no tienenada que temer? Si la autopreservaciónno le obligara a mantener la guardia altapor más tiempo y la bajara, yo podría

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atacar súbitamente y ganar eminenciasobre él; y lo mismo haría él si yoacordara dejarle tranquilo y bajara miguardia. Puesto que él es como yo, debotemerle y prudentemente no debo dar elprimer paso que rompería el círculovicioso, si él fuera distinto de mí.

En la moderna teoría de la decisión,tales situaciones se llaman «dilemas delos prisioneros»[19]. Como se haestablecido, carecen de solucióncooperativa espontánea. Abandonados así mismos, ambos «prisioneros» deben,si son racionales, tratar de conseguir lomejor para sí mismos y confesarprimero, pero acaban ambos con una

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condena más larga que la que habríanobtenido en el caso de que amboshubieran jugado al «honor del ladrón» yhubieran rehusado confesar. En Hobbes,ambos acaban con una vida más corta ybrutal. Su única escapatoria consiste enabandonar el estado de naturaleza yfirmar un «pacto de mutua confianza» envirtud del cual un denominado soberanosea investido con todo el podernecesario para preservar la paz (o elderecho natural). De este modo, nadienecesita tener miedo de que, porcomportarse confiadamente, otros seaprovecharán de él; todos, porconsiguiente, pueden comportarse con

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confianza. Por alguna razón, el soberanoutilizará su poder absoluto sólo paraobtener este resultado. Sus ciudadanosno tendrán derecho a rebelarse, perotampoco tendrán ninguna razón parahacerlo. No está claro si, en el caso deque tuvieran algún motivo, tendríanderecho a rebelarse.

El dilema de los prisionerosimplícito en Hobbes requiere, para suadecuado estudio, el estado denaturaleza donde ninguna autoridadsoberana impide a quienes de élparticipan hacerse la vida imposible, siasí lo quisieran[20]. Los Estados seencuentran en un estado de naturaleza en

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el que conservan la facultad de recurrira la fuerza el uno contra el otro y notransfieren sus armas ni su soberanía aun superestado[21].

En este contexto, examinaré dosdilemas hobbesianos, los de la guerra yel comercio. En el curso de este examenme detendré brevemente asimismo en elproblema de Rousseau de lacooperación social general, aunque lanaturaleza de este último es bastantediferente (no es un «dilema de losprisioneros» y requiere un supuestopsicológico especial con objeto de nodar como resultado la cooperaciónvoluntaria).

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Supongamos dos países soberanos(para adoptar el lenguaje de lasmaniobras militares, «Azul» y «Rojo»).Ambos quieren «eminencia», en elsentido de Hobbes. El orden de suspreferencias es: 1) victoria en la guerra,2) desarme, 3) paz armada y 4) derrotaen la guerra. Deben escoger entre dos«estrategias» —armarse y desarmarse—sin saber qué escoge el otro país. La«matriz de resultados» derivada de estasituación será como la del gráfico 1.

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Aunque Azul no sabe si Rojo searmará o se desarmará, optará porarmarse porque al hacerlo se salva laderrota, consigue la paz a un cierto costey puede lograr la victoria, si Rojo es untonto. Rojo es como Azul y razona demanera similar. Él, asimismo, escogearmarse. Acaban en la esquina sudeste

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del gráfico, en la paz armada, que es lasolución «maximín» (el mejor caso entrelos peores), solución adecuada parajugadores hostiles. La esquina noroestede paz sin coste, aunque ambos lahubieran preferido, es rechazada, porquela victoria del uno sobre el otro esobjeto de una preferencia todavíamayor. Una vez en la equina noroeste,Azul intentaría entrar en el cuadrantesudoeste y Rojo en el noreste, esto es, lasolución cooperativa de paz sin costeresultaría inestable en ausencia de unsuperestado que imponga el desarme.

Este es, en general, el resultado queefectivamente encontramos en el mundo

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real. Los Estados se encuentran la mayorparte de las veces en el cuadrantesudeste del gráfico, esto es, viven en unacostosa paz armada. De vez en cuandose introducen en los cuadrantes suroesteo noreste y hacen la guerra. El hecho deque ello ocurra como consecuencia de ladesigualdad armamentística, por causaimprevisible o por cualquier otra de lasinnumerables causas históricas de laguerra, está más allá de nuestro interéspresente. Pese a su preferencia por elnoroeste en relación con el sureste, norenuncian, no obstante, a la soberanía.Debemos anotar cuidadosamente estedato y examinarlo más adelante.

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El dilema del comercio esformalmente idéntico al dilema de laguerra. Supongamos los mismos dospaíses, Rojo y Azul. Cada uno quiere losbienes del otro. Ambos tienen el mismoorden de preferencias: 1) conseguirproductos extranjeros, 2) cambiarproductos propios por extranjeros, 3)retener los productos locales (nocomerciar) y 4) renunciar a losproductos propios y no conseguirproductos extranjeros (pérdida total,confiscación, expropiación,cancelación). Los dos países acuerdansuministrarse productos mutuamente (oprestarse dinero a cambio de un pago

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ulterior, o invertir para obtener unrendimiento). Como quiera que no existeun superestado que lo haga respetar,pueden o bien cumplir el contrato, o nopagar, como en el gráfico 2.

Una vez más la teoría de juegospronosticaría que ningún comerciante

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dará al otro ocasión de tomarlo portonto, de modo que la «maximín» es laestrategia dominante para ambos yacabarán no comerciando. La estructurade sus preferencias y la estructura deresultados conjuntamente les niegan elbeneficio del comercio en ausencia deun encargado de hacer cumplir elcontrato. Claro está que esta predicciónes desmentida por el muy difundidohecho del comercio, la inversión y elprestamo entre jurisdiccionesnacionales, que quienes practicanconsideran de utilidad, pese a ciertafrecuencia de deudas incobrables eimpagadas de uno u otro tipo. En

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determinadas circunstancias los Estadosestán incluso dispuestos a ofrecercompensaciones a los ciudadanosextranjeros y a obligar a sus propiosciudadanos incumplidores alcumplimiento de lo acordado; unaactuación completamente quijotescasegún los conceptos clásicos de la teoríabásica del contrato social. Igualmentequijotesca es la sumisión voluntaria, porparte de comerciantes y banquerosmedievales, en casos de impagos o decontenciosos sobre el cumplimiento decontratos, al juicio de sus igualesnombrados a tal efecto perodesprovistos de armas y sin mando

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sobre policía alguna, ¡especialmentecuando se piensa en el riesgo de que elfallo les fuera desfavorable!

Si la historia demuestra que dosdilemas ostensiblemente idénticosoriginan con regularidad resultadosopuestos, dando por resultado el dilemade la guerra una paz armada (conguerras ocasionales) y produciendo eldilema del comercio la actividadcomercial, la ostensible identidad debeesconder alguna diferencia significativa.Intuitivamente, la guerra se ve másfácilmente que el comercio como unúnico acto aislado. Incluso puededesencadenarse una guerra «para acabar

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con todas las guerras», para conseguiruna hegemonía en paz para siemprejamás. El comercio consiste típicamenteen una serie indefinida de actosrecurrentes, que los participantespretenden sin duda prolongar. Todo loque las matemáticas y la psicologíaconsideran conducente a solucionescooperativas en dilemas de losprisioneros «iterativos» es aplicable alcomercio, y en mucha menor medida a laguerra. No obstante, ni el dilema ni suresolución en el mundo real ofrecenapoyo convincente a la razón hobbesianapara inventar un Estado y, huyendo delsufrimiento brutal del estado de

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naturaleza, caer en sus envolventesbrazos.

¿Hay más fuerza en la tesis deRousseau que afirma que en el estado denaturaleza la gente es incapaz deorganizar la cooperación socialnecesaria para la realización del biencomún (la voluntad general)? Suexposición fundamental del problema seencuentra en el Segundo Discurso y esconocida como la parábola de la partidade caza[22]. Si dos cazadores acechanpara cazar un ciervo, se aseguran sucaptura sólo si cada uno de ellospermanece lealmente en su puesto. Deesta forma pueden hacerse

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inconscientemente a la idea de mutuaobligación (la cual, para Rousseau,establece el paso del estado denaturaleza a la sociedad civil), perosólo si su interés presente y palpable lodemanda. Sin embargo, les faltaprevisión y «difícilmente conciben eldía siguiente». En consecuencia, si unove pasar una liebre, abandonará elacecho del ciervo y se irá corriendo acapturarla, privando al otro cazador delciervo y, claro está, de cualquier otrapieza. La matriz de resultados de suinteracción adoptará la forma delgráfico 3[23].

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Puesto que ambos cazadoresprefieren el ciervo, o incluso mediociervo, ninguno de los dos tiene unestímulo para «tomar por tonto» al otro,dejándole allí mientras él corre tras laliebre. Ni optarían, en consecuencia, poruna estrategia «maximín» (ir a por laliebre en el cuadrante suroriental). La

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caza del ciervo, pues, es críticamentediferente del auténtico dilemahobbesiano de los prisioneros. Lacooperación social no es un dilema ypor esa razón no requiere coerción.Sólo se crea un problema (pero no undilema) para la partida de caza por lamiopía de uno de los cazadores que nosabe ver que un ciervo seguro al final dela caza es mejor que una liebre segura.( S i ambos cazadores sufrieran de tancompleta falta de previsión, podríanencontrarse «objetivamente» en undilema de los prisioneros sin darsecuenta. Ni uno ni otro se preocuparíanrespecto al resultado final de la partida;

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no se darían cuenta de que se les haescapado el ciervo, y mucho menosinventarían un acuerdo, semejante alcontrato social de creación del Estado,que les permitiera capturar al ciervoantes que a la liebre, que es la únicarazón que les asistiría para no permitirque la caza siga su curso, y que amboscazadores salgan corriendo detrás decualquier ciervo que alcance a ver).

Suponiendo, pues, que al menos elsegundo cazador es consciente de laventaja de conseguir que el primercazador se quede en su puesto, ¿quésoluciones caben para superar la miopíao la irreflexibilidad de este último? La

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solución contractualista es hacer que seconvierta en parte del contrato socialsometiéndose voluntariamente a lacoerción si fuera necesario. Pero esdifícil comprender por qué habría depercibir la ventaja del contrato social, sino es capaz de entender la demantenerse firme en su puesto[24]. O bienes miope y no entiende nada, o no lo es ylos cazadores no necesitan el contratosocial.

Una línea de pensamiento másprometedora consiste en suponer que loscazadores han cazado antes y, como porfeliz casualidad ninguna liebre se cruzóen su camino, cazaron el ciervo. El

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segundo cazador (el que tiene buenavista) se quedó con los cuartos traserosdel ciervo. En la siguiente ocasión loscolgó ante los miopes ojos del primercazador, manteniéndolo firme en supuesto y permitiéndole que se losquedara al final de la jornada, mientrasque él se quedaba con el nuevo ciervoentero que felizmente capturaron juntos.(Por supuesto, no olvidó apartar una vezmás los cuartos traseros, para mantenerel «fondo de salarios»). Esta, en unaversión ligeramente resumida, es lahistoria de la abstinencia, laacumulación de capital, la selecciónnatural, las diferentes contribuciones y

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recompensas de la iniciativaempresarial y el trabajo asalariado, y dehecho, de la organización de lacooperación social y la determinaciónde las condiciones en las que losparticipantes están dispuestos a llevarlaa cabo. (En «De cómo la justiciainvalida los contratos» [págs. 176-180],abordaremos la pretensión de que lacooperación social voluntaria nodepende de las condiciones en que esténde acuerdo los participantes, sino deque las condiciones sean razonables. Silas condiciones que han demostrado sercapaces de producir cooperación socialno exigen, sólo por esa razón, ser

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consideradas como razonables, seplantean dificultades respecto al propiosignificado de la cooperación social.¿Qué es, entonces, la cooperación socialen condiciones no razonables?)

La historia, sin embargo, no sepresta a esa especie de final feliz quehemos aprendido a asociar con la salidadel estado de naturaleza. No explica porqué personas racionales, que viven enestado de naturaleza, debieran tenerpreferencia por el Estado y tratar deinventar uno (y guarda silencio sobre laspreferencias cívicas de personas quehan sido educadas en y por el Estado ynunca han tenido ocasión de probar el

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estado de naturaleza).Las personas viven dentro de

Estados, han vivido ahí durante muchasgeneraciones y no tendríanprácticamente forma de salirse, siquisieran. Los Estados se hallan enestado de naturaleza; muchos de elloshan conocido algo que se aproxima a laseguridad ofrecida por el superestado,cuando formaron parte del Imperioromano, o eran una colonia británica; ysi quisieran entregar su soberanía a unsuperestado, hay al menos variasmedidas prácticas que podrían adoptarpara organizarlo. No hacen nada de estetipo. Están bastante contentos con

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escuchar su propia voz en las NacionesUnidas, al margen de la fatuairrelevancia que ello supone. ¿Está,pues, más allá de la duda razonable quelas personas se precipitarían a negociarun contrato social si, al igual que losEstados, tuvieran la opción de nohacerlo?

A lo largo de la historia los Estadoshan conocido tanto la paz como laguerra. Algunos Estados han perecidocomo tales a causa de la guerra, aunquehayan surgido más Estados. Sinembargo, la mayoría han sobrevivido amás de una guerra y continúan saliendodel paso de algún modo, sin una

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existencia tan «horrible y brutal» comopara hacer que la vida dentro de unEstado mundial parezca atractiva.

Ni siquiera el muy especial dilemade los prisioneros en el que dossuperpotencias nucleares estánexpuestas a la amenaza de destrucción ya los gastos de mantenimiento de unacontraamenaza, les ha inducido hastaahora a buscar refugio y asegurarse lapropia conservación en un contratosoviético-americano.

En un nivel menos apocalíptico, laspolíticas de tipo «arruina a tu vecino»en el comercio internacional parecen seruna perfectamente adecuada ilustración

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práctica del dilema de los prisionerosaplicado a los Estados. Hablando engeneral, todos los Estados podríanobtener mejores resultados si, medianteuna conducta cooperativa, permitieran laplena realización de las gananciaspotenciales del comercio, al igual quetodos los prisioneros obtendríanmejores resultados si ninguno de ellostraicionara a otro en su confesión. La«estrategia dominante» de cada Estado(como demuestra el argumento de la«tarifa óptima»), sin embargo, consisteen dedicarse a prácticas comercialesdiscriminatorias, elevadas tarifas,devaluaciones competitivas, y así

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sucesivamente. Esta estrategia es«dominante» a causa del argumento deque si otros Estados se comportaranbien y no adoptaran una conductaegoísta, el primer Estado obtendríaventajas de su mal comportamiento,mientras que si otros estados se portanmal, él se perjudicaría en el caso de noadoptar también un mal comportamiento.El supuesto resultado de que cadaestado adopte su estrategia dominante esuna escalada en la guerra comercial enla que se empobrecen rápidamente y nopueden hacer nada por evitarlo enausencia de un superestado con poderesde coerción. En la realidad actual,

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muchos estados se portanrazonablemente bien la mayor parte delas veces en el comercio internacional.O bien carecen de una estrategiadominante, o, si la tienen, no consiste enportarse mal. La mayoría de los Estadosse adhieren en la mayor parte de lasocasiones a las normas del GATT (queapoya la solución cooperativa en laterminología de la teoría de los juegos).Las guerras comerciales songeneralmente escaramuzas menores,limitadas a unos cuantos productos deunos cuantos Estados y en vez deintensificarse, como debieran,normalmente se calman. Semejante

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«libre comercio parcial» se lleva acabo, al igual que la «paz parcial», sinun estado situado por encima de losEstados, al que se transfiere poder. Elcomercio enteramente libre, como la paztotal, puede ser más satisfactorio desdemuchos puntos de vista, pero el coste dela satisfacción adicional debe parecerprohibitivo a los participantes; losEstados no se someten de buena gana ala dominación ni siquiera si la entidaddominante ha de llamarse FederaciónDemocrática de Países Independientes.

Sin embargo, se supone por la teoríacontractualista que el pueblo, en elsentido de personas naturales, se somete

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voluntariamente. A diferencia de losestados en las relacionesinternacionales, las personas queintegran el pueblo carecen deoportunidades de contradecir estasuposición. Durante siglos, al menosdesde Hobbes, si no antes, la teoríapolítica ha estado suponiendo que alpueblo en realidad no le importabamucho la amenaza potencial de lacoerción, por estar demasiado asustadodel daño que podía sufrir en un «caos»carente de coerción (esta es la versiónhobbesiana del contrato social), odemasiado interesado en losprovechosos resultados de la coerción

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(que es la base más amplia del contratosocial marcada por Rousseau)[25]. Creoque este es el sentido en el que debieraleerse la críptica y profundaobservación de Leo Strauss (pocos hanpensado más poderosa y profundamenteacerca de estos temas), de que Hobbes«creó» el hedonismo político, quetransformó la vida «en una escala jamásalcanzada hasta ahora por ninguna otraenseñanza»[26]. No es muy importantedetallar que en vez de placer (como sesupone que buscan los hedonistas),Hobbes hablaba de autopreservacióncomo el fin que explica la acción[27].Desde Hobbes, es tácitamente tratada

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como una verdad evidente por sí mismaque la gente necesita, o quiere tener, alEstado porque su cálculo hedonista dedolor y placer resulta ipso factofavorable a ello.

La investigación reciente sobre eldilema de los prisioneros, tanto ladeductiva en cuanto a su estructuralógica, como la experimental en cuantoal comportamiento real en talessituaciones, ha establecido que laaceptación de la coerción por losparticipantes no es condición necesariapara que encuentren una «solucióncooperativa»[28]. Algunas de las etapascruciales para conseguir este resultado

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son: a) admitir que el dilema puede serenfrentado más de una vez (puede ser unjuego iterativo o secuencial), de talmanera que la racionalidad de una únicafase puede no predecir correctamentelos movimientos de jugadoresracionales; b) hacer que el movimientode un jugador dependa en parte delmovimiento del otro jugador en unaetapa previa de la secuencia del juego, ode otro juego diferente (esto es, hacerque dependa de la experiencia),teniendo en cuenta cada uno de los dosjugadores la reputación de rigidez oflexibilidad establecida por el otro; c)hacerle jugar como debiera en el caso

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de que el otro jugador estuviera jugandoa donde las dan las toman; d) introduciralguna estimación para los valoresrelativos de presente y futuro, y e)permitir que el beneficio creciente dejuegos resueltos cooperativamenteenseñe a la gente a buscar la solucióncooperativa en juegos ulteriores. Esintuitivamente aceptable que en unestado de naturaleza en el que la genteno se mate a porrazos instantáneamenteen una interpretación no cooperativa deljuego del dilema realizada en una únicafase, sino donde sobrevivan durantealgún tiempo y tengan ocasión y estímulopara enjuiciar y tener en cuenta la

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capacidad de cada uno para larepresalia, la venganza, la mutuaprotección, la gratitud, el juego limpio,etc., el dilema de los prisioneros seconvierte en algo mucho máscomplicado y pierde gran parte de suinexorabilidad.

Ni tampoco debe limitarse laaplicación de este resultado sólo albellum omnium contra omnes. Hobbeshace que el pueblo elija a Leviatán paraponer orden en el pretendido caos. Peroel pueblo no tiene por qué haberescogido a Leviatán, pues algún tipo desolución cooperativa, alguna clase deorden aparecen también en el estado de

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naturaleza, aunque pueda no ser lamisma clase de orden que la producidapor el Estado. Son posibles diferenciastanto cualitativas como cuantitativas, enrealidad extremadamente probables,aunque es muy difícil formular hipótesisrazonadas acerca de cómo sería lasolución voluntaria. A su vez, que elproducto fuera superior o inferior alproducto estatal habrá de seguir siendocuestión de gustos. Lo importante es noconfundir la cuestión de cuánto nos gustacada uno de los productos, con lacuestión mucho más vital de cuánto nosgusta la sociedad global en la que elorden es producido por el Estado ,

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comparada con toda la sociedad (elestado de naturaleza) en la que es unacuerdo voluntario.

Lo que vale para el orden, valetambién, por simple extensión delargumento, para otros bienes públicos,cuya producción se suponía que habíasido obstaculizada por un dilema de losprisioneros rígidamente interpretado ypor el más flexible problema del free-riding a él vinculado[29]. Una vez que seproduce un bien público, por ejemplo, elaire puro, las calles asfaltadas o ladefensa nacional, el pueblo no puede serexcluido de su disfrute,independientemente de que haya pagado

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su parte en el coste de producción.(Tendremos ocasión en el cap. 4, págs.249-251, de cuestionar qué quiere decirposiblemente «su parte», en el sentidode la parte del coste que una personaparticular debiera soportar). Muchos,por consiguiente, escogerán no soportar«su parte» y el bien público no seproducirá o no se mantendrá, a menosque el Estado intervenga para obligar apagar a todos los que actuarían comoviajeros sin billete, para lograr alunísono tanto la superación del«aislamiento» haciendo que cadaindividuo actúe como si todos tuvieranuna voluntad común, como

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proporcionando la «seguridad» a cadaindividuo que paga de que no es el únicotonto, pues todos los demás pagantambién[30]. Si se concibe el dilemageneral como un juego secuencial, unperpetuo proceso de aprendizaje de lasociedad, parece obvio que puede haberuna solución para cada etapa intermedia,y parece arbitrario excluir laprobabilidad de que al menos algunassoluciones sean cooperativas, de maneraque como proposición general, al menosalgunas cantidades de bienes públicosse producirán sobre una base voluntaría.

«Algunas cantidades» de «ciertosbienes públicos» como resultado de

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soluciones espontáneas no coercitivassuena insuficientemente afirmativo. Lareacción refleja del adversario delcapitalismo bien puede ser la de que, acausa de las economías y lasdeseconomías externas, sólo un acuerdoobligatorio omniabarcante, esto es, unEstado, puede asegurar la producción deuna adecuada cantidad de bienespúblicos. En este enfoque, el dilema delos prisioneros representaría un casolímite, el del fracaso total de la«internalización», y el Estado sería elotro caso límite en el que todo elbeneficio de una economía externa esinternalizado desde el punto de vista

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agregativo del Estado. El casointermedio de asociación voluntaria, elgrupo de interés formadoespontáneamente se quedaría a un pasode la internalización total y comoconsecuencia tendería a fracasar por nosaber a qué carta quedarse del irresueltodilema de los prisioneros y de laprovisión estatal de la cantidadadecuada de bienes. Ni tampoco essiempre cierto, claro está, que de entretodos y cada uno de los niveles deproducción, si el Estado ha elegido dehecho ese nivel (dadas todas laslimitaciones, escaseces yreivindicaciones competitivas) lo

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considere «el adecuado». Si lapretensión de que el volumen deproducción de un bien público elegidopor el Estado es el volumen correcto hade ser algo más que una afirmacióntautológica de la «preferencia revelada»por el Estado, debe relacionarse dealgún modo con algún criterio de loóptimo establecido de maneraindependiente.

En el caso de productos consumidosindividualmente, este criterio es, por logeneral, el óptimo de Pareto obtenidomediante la comparación entre las tasasmarginales de sustitución ytransformación de dos productos

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cualesquiera. Pero como es absurdohablar de tasa marginal de sustituciónentre un bien público y un bien privado(una persona no puede decidir renunciaral valor de un dólar de chocolate paraconseguir el valor de un dólar de airepuro, ley y orden o calles asfaltadas)este criterio no funciona. Cuando elEstado polaco posterior a 1981 importaun cañón de agua más y reduce laimportación de chocolate por la sumacorrespondiente, la decisióndifícilmente puede relacionarse con losgustos relativos marginales de losconsumidores polacos de chocolaterespecto a la ley y el orden y el

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chocolate. Si expresa algo, la decisióndebe expresar la estimación por partedel Estado de los verdaderos interesesde la sociedad que él consideraimportantes, en comparación con laimportancia que él atribuye a cada uno.El individuo consumidor de chocolate esobviamente incapaz de conceder suverdadera importancia al interés de lavanguardia de la clase trabajadora, delos órganos del partido, delinternacionalismo proletario, etc.Cuántos impuestos hay que entregar alEstado para que pueda comprar ley yorden o aire puro al servicio delcontribuyente individual en cuestión, es

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algo que no está al alcance de ningúncontribuyente. El Estado no puedecomprarle a él un bien colectivo.

Siempre puede inventarse un criterioque haga para la «elección colectiva»(si, a efectos argumentativos, debemosrecurrir a este inadecuado concepto) loque la eficiencia de Pareto hace para lasindividuales, mediante el supuesto deque o bien a) esa sociedad no tiene sinouna voluntad (por ejemplo, una voluntadque se manifiesta mediante launanimidad, o posiblemente la voluntadgeneral) o b) que las diversasvoluntades más o menos divergentes(incluyendo, discutiblemente, la

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voluntad del propio Estado) que estánpresentes en la sociedad pueden,mediante un sistema de atribución deimportancia a cada una, expresarsecomo una voluntad (lo que Roben PaulWolff desdeñosamente llama«democracia de vector-suma»)[31].

Aquel que determine la importanciarelativa que ha de asignarse (esto es,realice las comparacionesinterpersonales, o lea la voluntadgeneral o dicho sea del modo que ellector prefiera expresarlo), decide conrespecto al criterio que de este modo haestablecido por su cuenta. Sea cual fueresu decisión, siempre estará, por

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consiguiente, en la gloriosa posición dehaber determinado el volumen deproducción correcto; pues nunca puedehaber prueba independiente encontrario. Constituye una redundanteapología del Estado decir que«interpretando la voluntad general»,«ponderando las circunstancias de lasreclamaciones en conflicto»,«considerando debidamente lasnecesidades públicas con respecto a supolítica antiinflacionista», etc., hadeterminado el volumen correcto deproducción de bienes públicos. Porquesea cual fuere el volumen que elija enfunción de cualesquiera

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consideraciones, no podrá ser, según suspropios enfoques, el equivocado, ynadie puede afirmar que desde laperspectiva de alguien distinto podríahaberse establecido una determinaciónmás «correcta».

Resta añadir que el hedonistapolítico que se complace en firmar elcontrato social debe haberse convencidoa sí mismo de un modo u otro de quegana mucho con ello. El placerexcedentario que espera que se derivedel hecho de que sea el Estado el queestablezca la cantidad adecuada deorden y demás bienes públicos que hande producirse, en vez de confiar en un

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posiblemente bastante inadecuadoconjunto desigual de acuerdosespontáneos, debe pesar más que eldolor de la coerción que piensa quesufrirá en manos del Estado.

El caso evidente en el que esto debeconsiderarse cierto es cuando no esperasufrir en absoluto. En realidad, él nuncaserá objeto de coerción si quiere lo quequiere el Estado, o viceversa, si puedeconfiar en que el Estado quiere sólo loque él quiere. Debe o bien ser elperfecto conformista, o bien creer en unEstado benevolente que tiene el poderde coerción, pero se deja controlar poraquellos que no tienen ninguno.

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La invención del Estado: elinstrumento de la clasedirigente

El Estado es autónomo ysomete a la clase dirigente a supropia concepción del interés dela clase dirigente; sirve a laburguesía a pesar de laburguesía.

«Autonomía» e «instrumento»,dominio y sometimiento son términosque rinden su verdadero significado sóloal método dialéctico.

Intentar interpretar la teoría marxistadel Estado lleva consigo más peligro

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que recompensa. El joven Marx, siendocomo era un periodista políticomagníficamente dotado, dijo cosasprofundas y originales respecto alEstado, pero lo hizo más por el influjode los acontecimientos que en aras deuna doctrina general. Por otra parte, ensus últimas etapas de construcciónsistémica no estuvo particularmenteinteresado en el Estado (Engels loestaba algo más), probablementedesviado del tema por la propia fuerzade su teoría de dominación de clase, quepuede considerarse proporcionaimplícitamente un cierto entendimientodel Estado. En cualquier caso, no hizo

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mucho esfuerzo por explicitarlo. Estoera consecuente con su atribución de lasdeterminaciones del cambio social a la«base» y la consideración de que elEstado, un fenómeno de la«superestructura», o bien carece deautonomía o sólo tiene una autonomíaambigua. Esta implicitud es la razón deque, a pesar de la mucho mayor atenciónque los marxistas posteriores(notablemente Gramsci y susdescendientes intelectuales) dedicaron ala superestructura, uno se reduzca a laespeculación acerca de lo que «debequerer decir» la teoría marxista, quévisión puede tener de las fuerzas que

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actúan sobre el Estado y de las que sonejercidas por él, con objeto de mantenerla coherencia lógica con el conjunto desu construcción.

Tal especulación se vuelvedoblemente arriesgada por lacombinación, en muchos escritosmarxistas, del método dialéctico con elprolijo discurso dirigido a lasnecesidades ad hoc del presente.Debido a esto último, casi siempre sepueden encontrar en algún textosantificado pasajes en que apoyarcualquier afirmación y su contraria, detal manera que por cada «por una parte»,el adepto puede citar un «por otra» y un

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«con todo no debemos olvidar que…».El método dialéctico, a su vez, faculta asus practicantes para asignar el papel desuperviviente a cualquiera de lasproposiciones contradictorias enrelación con el tercer miembro de latríada tesis-antítesis-síntesis. Porejemplo, puede decidir, con arreglo alas necesidades de su argumentación,que donde un objeto es negro perotambién blanco, en realidad es blanco(aunque negro en apariencia), oposiblemente viceversa. Es de estaforma como la relación entre Estado yciudadano en Hegel[32] y la del Estadocon la clase capitalista en Marx resultan

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ser perfectamente manejables conarreglo a las necesidades del momento ydel contexto.

(Esta es asimismo, en general, larazón por la que el dialéctico mediopuede prácticamente siempre destrozarla argumentación del no dialécticomedio).

Habiendo dicho esto,aventurémonos, no obstante, a presentarel esquema desnudo de unainterpretación en la que nosmantendremos fieles, en la medida de loposible, a un significado no dialéctico (ypor tanto de fácil refutación). Esbastante legítimo considerar que el

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marxismo mantiene que la victoria de laclase trabajadora y la extinción delantagonismo de clase significa, pordefinición, el agostamiento del Estado.Comprensiblemente, Lenin tiene unmarcado interés en adoptar lainterpretación contraria. Afrontainmensas complicaciones para sostenerque el cese del conflicto de clase noentraña la progresiva desaparición delEstado. No hay clases, pero hay unEstado (coactivo) bajo el socialismo.Sólo en la abundancia que correspondeal comunismo pleno puede marchitarseel Estado. El hecho de que así ocurra noes una implicación lógica, sino un

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proceso en tiempo histórico real, sobrecuya duración obligatoria resultaingenuo especular por anticipado.

Aunque habrá todavía un aparatopara la «administración de las cosas»,no habrá ninguno para el «gobierno delos hombres». Se requiere unaconcienzuda reflexión para captar, si esque se puede, cómo es posible«administrar las cosas» sin decirle alpueblo que haga esto o aquello respectoa ellas; y en qué difiere decir al pueblode «gobernar al pueblo». Un intento derespuesta, por lo que pueda interesar,parece ser que esto se haría posiblecuando los hombres hagan lo que se

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requiere de ellos para que seadministren las cosas sin que se les hagao mande hacerlo.

La sociedad sin clases, pues, puedeprovisionalmente definirse como unestado de cosas en el que esto severifica, esto es, donde los hombresadministran espontáneamente las cosas,sin ser ellos mismos administrados. Sinembargo, si los hombres hacenlibremente lo que tienen que hacer, ¿cuáles la necesidad residual deadministración de cosas y cómo es elcuasi-Estado residual no coercitivo quese dice subsiste después de que elverdadero Estado se haya extinguido?

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Una condición necesaria para la noextinción del Estado coercitivo es laexistencia de más de una clase. Losintereses de las principales clases, las«históricas», son necesariamenteopuestos. La clase dirigente necesita alEstado para impedir que la claseexplotada ataque su propiedad y acabecon los contratos que proporcionan elmarco legal de la explotación.Comoquiera que la historia se desarrollasegún un curso preordenado hacia lavictoria del proletariado y la sociedadde una sola clase, las clasesfuncionalmente obsoletas van cayendoderrumbadas al borde del camino. La

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última pero única superviviente es laburguesía, que posee todo el capital y seapropia de la plusvalía producida por eltrabajo. El Estado es el protector de lapropiedad. Si es la burguesía la queposee la propiedad, el Estado no puedesino servir a la burguesía y cualquierEstado haría lo mismo. Esta es la razónpor la que una autonomía tal como laque el marxismo (a veces, no siempre)reconoce al Estado resulta tan ambigua.La monarquía absoluta, la repúblicaburguesa, los Estados bonapartista,«inglés», bismarckiano y zarista queMarx y Engels admitieron que erandistintos entre sí, fueron todos

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considerados como Estados obligados afomentar los intereses de la claseposeedora, en la medida en que la agujade la brújula está obligada a apuntar alnorte, sin importar en qué exótico rincóndel mundo la depositemos.

La reducción del Estado al papel deinstrumento ciego de la opresión declase es evidentemente insatisfactoria.Cuando recurren a ella, Engels y Leninhacen estremecerse a los marxistasintelectualmente más exigentes. Contodo, el concepto de un Estadoautónomo, el Estado con una voluntadpropia que aflora en los primerosescritos políticos de Marx es aún menos

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aceptable; elevar el Estado a lacategoría de sujeto es revisionismo,idealismo hegeliano, si no peor,fetichismo inconsecuente con elmarxismo maduro de los Grundrisse yEl capital. Lleva a profundas trampaspolíticas. Entre otras, la principalcorriente del socialismo está amenazadapor tibias nociones reformistas delEstado que reconcilia las contradicionesinternas de la sociedad, que promueve elbienestar del trabajador «a pesar de laburguesía», que contiene la «crisis desobreproducción», etc. Los queproponen un «capitalismo monopolistade estado» planificado como medio de

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atenuar el caos capitalista, y JuergenHabermas y sus amigos franckfurtianoscon sus doctrinas de la legitimación y laconciliación, son todos consideradoscomo portadores de esta amenaza.

Una solución sintética de ciertaelegancia, elaborada principalmente porespecialistas marxistas del modernoBerlín occidental, consiste en injertar lateoría del contrato social en el troncodel marxismo. El capital en el modo«fragmentado» (esto es,descentralizado) de produccióncapitalista consiste en «capitalesindividuales» (esto es, propietariosindependientes tienen distintas partes de

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capital). Estos «capitales» requieren quelos trabajadores sean dóciles,cualificados y sanos, que se renuevenlos recursos naturales, que se haganrespetar las relaciones legales y que seasfalten las calles. Sin embargo, ningúncapital individual puede producir por símismo lucrativamente estos bienes. Unproblema de «externalidad» y unproblema de free-riding se interponenen el curso de la reproducción yacumulación capitalista. No se prevénsoluciones cooperativas no impuestaspara liberar al capital de los riesgosimplicados en rendirse al Estado. Deeste modo, existe una necesidad objetiva

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de un Estado coercitivo «junto a lasociedad y más allá de ella» que protejala salud de los trabajadores,proporcione infraestructuras, etc. Suforma y función pueden ser lógicamentederivadas (Ableitung)[33] de estanecesidad. Ello lleva al monopolio de lafuerza por parte del Estado, al igual queotras diversas formas de hedonismopolítico lo llevan a los sistemas deHobbes y Rousseau. Incluso la«duplicación» (esto es, la escisión) dela esfera económica y la política y laBesonderung (separatividad) del Estadoestán sujetas a «la dialéctica de laapariencia y la esencia». El Estado

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aparece como neutral y situado porencima de las clases porque debesituarse por encima de los «capitalesindividuales» con objeto de servir atodo el capital; debe someter al burguésindividual para asegurar los intereses dela burguesía. Cualquier Estado que tengael poder de coerción, sea monarquíaabsoluta, república, democracia odespotismo, parece capaz de cumpliresta función. Sin embargo, la burguesíapor alguna razón debe estar exigiendomás que esto, pues si no no habría hechola revolución, como se supone que hizo,para aplastar al Estado precapitalista.Para el marxismo es desesperadamente

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importante mantener, pese a toda laexperiencia que lo desmiente, que lasrevoluciones reflejan las exigenciaseconómicas de la clase que está llamadapor el desarrollo de las fuerzasproductivas a erigirse en clasedominante y que la contradicción entretécnicas capitalistas y relacionesprecapitalistas de producción deberesolverse mediante la revolución.

Esta creencia es una fuente dedificultades y para nadie más que paralos historiadores que la mantienen. Unhistoriador que no la comparte y quehizo más que la mayoría por disiparmuchos de los mitos que solían

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divulgarse respecto a la Revoluciónfrancesa nos recuerda: «Ni elcapitalismo ni la burguesía necesitabanrevoluciones para aparecer y llegar aser dominantes en los principales paíseseuropeos del siglo XIX», señalandoconcretamente que «nada era másparecido a la sociedad francesa de LuisXVI que la sociedad francesas de LuisFelipe»[34]. Firmemente comprometida apartir de 1789 con el carácter sagradode la propiedad, esta revolución llegóen poco más de cuatro años a un puntoen el que los derechos de propiedadiban a depender del apoyo activo alestado del Terror (Leyes de Ventóse).

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Irónicamente fue Termidor —lacontrarrevolución— el que llamó alEstado al orden, rescató lainviolabilidad de la propiedad y asegurólos intereses burgueses quesupuestamente constituían la raisond’étre de la revolución. Una vez queexpulsó a los girondinos, la revoluciónhizo que el Estado anulara lainviolabilidad de la propiedad y, encontra de la excusa esgrimidanormalmente al efecto, continuóintensificando su radicalismo muchodespués de que la suerte de la guerra sehubiera vuelto a su favor. Marx, que(notablemente en «La Sagrada Familia»,

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1845) reconocía de manera inequívocaque el Estado jacobino «se labró supropio final», que sólo se servía a símismo y no a la burguesía, consideróque esto era una perversión, unaaberración, una desviación de la norma.Diagnosticó el conflicto como laalienación, la separación del Estadojacobino de su base de claseburguesa[35], y de ningún modo se leocurrió que no es en absoluto unaaberración que el Estado se desvincule así mismo de su «base de clase», si esque en realidad alguna vez estuvovinculado a ella.

Tampoco resulta mejor servida la

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teoría marxista por los acontecimientoshistóricos de otras revoluciones. Engelsse limita al respecto a quejarse de quelos franceses han tenido una revoluciónpolítica y los ingleses una revolucióneconómica —un hallazgo curioso paraun marxista— y en otro momento que losingleses tienen, además de su burguesía,una aristocracia burguesa y una clasetrabajadora burguesa. Se ha señaladoque aunque la opinión de que las«grandes», las «verdaderas»revoluciones fueron ocasionadas por elinterés de una clase, encaja mal con1776 (USA), 1789 (Francia), 1830 (losPaíses Bajos) y 1917 (Rusia), con las

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que peor encaja es con las dosrevoluciones inglesas de 1640-49 y1688 —la Puritana y la Gloriosa[36]—.Ni tampoco en los Estados localesitalianos el capitalismo necesitó unarevolución para erigirse en cierto modoen dominante. Además, el campesinadoruso y el capitalismo mercantilprosperaron entre los siglos XVII y XIXcon tan positivo resultado que elcapitalismo colonizó la región del marNegro y Siberia, sin obstáculoperceptible por parte de Moscú, que erala sede de un estado decididamenteprecapitalista[37]. (Puede ser, sinembargo, que tales fenómenos

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«fronterizos» pudieran considerarsecomo excepciones, esto es que elcapitalismo puede colonizar y estableceruna frontera, sin ser ayudado o sinsentirse obstaculizado por el Estado).

Sea con o (por respeto a laevidencia histórica) sin el beneficio dela revolución, la clase capitalista acabano obstante con el Estado al servicio desu interés. Sin embargo, a veces, enaberrantes situaciones «atípicas», laburguesía no domina al Estado. Ladistinción es importante pues admite almenos una cuasiautonomía del Estado encircunstancias históricas particulares.Engels formula esto como sigue: «[El

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Estado] en todos los períodos típicos esexclusivamente el Estado de la clasedirigente, y en todos los casos siguesiendo esencialmente una máquina paraoprimir a la… clase explotada»[38].Creo que debemos considerar que estosignifica que hay períodos (que de estemodo podemos reconocer como típicos)en los que el Estado es un instrumentode opresión de clase que actúa pororden de la clase dirigente, y aunque enotras ocasiones escape al control de laclase dirigente continúa no obstanteactuando en su nombre, para suprovecho, en su interés. Claro está quela clase dirigente es la clase que posee

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los medios de producción, sea que«dirija» o no, en el sentido de gobernar.

Al igual que el tiempo no esimpropio de la estación en Rusiaexcepto en primavera, verano, otoño einvierno, de este modo no ha habidoperíodos atípicos en la historia delcapitalismo excepto en las épocasdoradas de la burguesía inglesa,francesa y alemana. En Inglaterra, laburguesía no ha pretendido nuncadeliberadamente el poder político (laAnti-Corn Law League y más tarde elPartido Liberal por alguna razón apenascuentan), y se contenta con dejar elEstado en las manos de los

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terratenientes, quienes supieron atraeratávicas lealtades populares y cuyaaparente imparcialidad e inquietudsocial ayudaron a retrasar el desarrollode la conciencia de clase proletaria. Noestá claro que el Estado inglés haya deser considerado como autónomo —Engels habla de la aristocraciaadecuadamente remunerada por loscapitalistas para que gobierne—, perono cabe duda de que representa elinterés capitalista más efectiva einteligentemente de lo que lapolíticamente inepta burguesía podríahaberlo hecho.

En Francia, al caer la monarquía de

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julio la burguesía se encontró de unmomento a otro con el poder político ensus manos. Fue incapaz de ejercerlo,desencadenando la democraciaparlamentaria (vid. la elección de marzode 1850) fuerzas populares que pusieronen peligro a la burguesía más que acualquier otro grupo o clase[39].(Contrasta el diagnóstico de Marx con laasombrosa posición adoptada por Leninen «El Estado y la Revolución» en elsentido de que la democraciaparlamentaria es el sistema idealmenteadecuado para las exigencias de laexplotación capitalista)[40]. En «El 18Brumario de Luis Bonaparte», Marx

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habla de la burguesía que abdica delpoder, condenándose a sí misma a lanulidad política; compara la dictadurade Napoleón III con una espada deDamocles que pende sobre la cabeza dela burguesía. No está claro que Marxpensara que la burguesía, al abdicar,fuera consciente de los aspectospeligrosos del bonapartismo, elpopulismo pequeño-burgués, elparasitismo estatal, etc. Aunque estabaseguro de que al hacerlo la burguesía secompraba el seguro disfrute depropiedad y orden, lo que daría aentender que la espada de Damocles noestaba realmente suspendida sobre su

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cabeza. Engels, como siempre mássimple en su expresión, afirma que elbonapartismo defiende los intereses dela burguesía incluso contra laburguesía. Como el castigo por el biendel chico, el estado autónomo delSegundo Imperio actuaba realmente enfavor de la clase capitalista aun en lasocasiones en que esta se sentíaincómoda con él.

Alemania, aun siendo (comosiempre) un caso aparte, con surevolución burguesa de 1848-49 quellega demasiado tarde y que fracasa,tiene en todo caso esto en común conInglaterra y Francia; el Estado prusiano

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y después de 1871 el Reich hicieron loque tenían que hacer para fomentar laexplotación capitalista sin estar en modoalguno bajo control o direccióncapitalista. Cuando Engels dice queBismarck defraudó tanto al capital comoal trabajo para favorecer a los «Junkersde las coles» (quienes, pese a losfavores, la tarifa del grano y el Osthilfe,permanecieron tercamente pobres), estáadmitiendo la autonomía del Estado(pues la subordinación al interés delterrateniente no significó que el Estadofuera controlado por la clase, porque losterratenientes ya no constituían una clasefuncionalmente real, viva —sólo lo eran

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capitalistas y trabajadores—), sinsugerir que este fraude diera a loscapitalistas más razones de queja de loque lo hizo la falsa alianza de Bismarckcon el despreciado Lassalle, o elimpulso reformista, «social», estatalistadel bienestar de Bismarck. Los sólidosintereses burgueses estuvieron atendidosconsecuentemente durante todo elproceso, a pesar de la burguesía.

El prototipo marxista del Estado, ensuma, le concede bastante autonomíafuera de los «períodos típicos», esto esprácticamente todo el tiempo, a pesar deque le obligue siempre a utilizar estaautonomía en el exclusivo interés de la

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clase capitalista. Ni Marx, ni sussucesores hasta el presente hacen nadamás con las intuiciones originalesrespecto al fenómeno del Estado quecarece de una determinada base declase y está al servicio de sus propiosfines, ni respecto a la burocracia, alparasitismo, al bonapartismo, y asísucesivamente.

En definitiva, Marx no pudo admitirque fuera realmente importante que elEstado estuviera o no controlado por laclase dirigente. A pesar de todo teníaque actuar en su interés. Importaba pocoque el Estado estuviera dirigido porauténticos representados de su clase

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como Casimir Perier y Guizot, Peel yCobden o por un aventurero desclasadocomo Luis Bonaparte, para no hablar dehombres como Castlereagh o Melbourneen Inglaterra, Roon o Bismarck enPrusia o Schwarzenberg en Austria-Hungría, que tenían poco tiempo paraintereses burgueses. Podría decirse quecasi cualquier Estado serviría.Cualquier Estado haría lo que fuerabueno para el capitalismo.

Avanzando más en esta lógica,encontramos además que lo opuesto esasimismo cierto: no sólo lo harácualquier Estado, sino que haga lo quehaga resultará, una vez examinado, que

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es bueno para el capitalismo. Cuando endiciembre de 1831 el alguacil Soultdirige 20 000 soldados contra 40 000trabajadores en huelga de la industria dela seda en Lyons, cuando en junio de1832 el general Lobau cosecha 800manifestantes muertos o heridos en lasofocación de los desórdenes deMontmartre, cuando en abril de 1834 seproducen 300 víctimas en Lyons denuevo, mientras en París las tropas deBugeaud disparan contra mujeres yniños, el Estado está ayudando a losexplotadores. Cuando las Leyes deAsociaciones inglesas de 1799 y 1800convierten (hablando en términos

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generales) en una conspiración criminala la organización de los empleados, elEstado es un aliado del capital.

Cuando las Leyes de Fábricasinglesas de 1802 y especialmente de1832 convierten en ilegal que losmenores de dieciocho años trabajen enla industria las mismas horas que en elcampo, el Estado está de algún modo apesar de todo ayudando a losfabricantes. Cuando se legalizan lasorganizaciones sindicales en Inglaterraen 1824, en Prusia en 1839, en Francia yen la mayoría de los Estados alemanesen los primeros años de la década de1860, cuando se establece por ley la

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jornada laboral de diez horas diarias enla mayor parte de los Estados Unidos enlos 1850, el Estado está a pesar de todoactuando en interés del capitalista,adecuadamente entendido. (La hipótesismarxista de que el Estado actúa siempreen interés de la clase dirigente es tanirrefutable como la freudiana vulgar deque los actos de una persona sonsiempre el resultado de su impulsosexual, tanto cuando cede a él comocuando se resiste. Si lo hace, malo, y sino lo hace, peor).

La única diferencia entre los actosdel Estado manifiestamenteprocapitalistas y los ostensiblemente

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anticapitalistas es que necesitamos elmétodo dialéctico para situarloscorrectamente en una tríada de tesis-antítesis-síntesis con objeto de ver queestos últimos son lo mismo que losprimeros. La virtual, formal, superficial,efímera apariencia anticapitalista seconvertirá de este modo en fundamental,auténtica, a largo plazo, verdaderarealidad procapitalista.

De hecho es difícilmente factible lareconstrucción de lo que pudiera ser lateoría marxista del Estado sin recurrir ala dialéctica. El Estado se dedica aactuaciones que perjudican al capital y alos capitalistas, como la fiscalidad

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progresiva, la garantía de inmunidadlegal para los sindicatos, la legislaciónantitrust, etc. Estas actuaciones sonprocapitalistas. El Estado está alservicio de la clase dirigente[41], y comoe s t a s son actuaciones del Estado,necesariamente se producen en («elverdadero») interés de la clasedirigente. Los miembros individuales dela clase capitalista pueden serdemasiado cortos de vista parapercatarse de su verdadero interés, ypueden rebelarse contra las actuacionesdel Estado, afiliándose a la John BirchSociety en oposición a la democraciaburguesa, pero la clase como tal

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percibirá la identidad de su interés conel del Estado, pues esta es la forma enque el marxismo define los conceptos declase dominante, conciencia de clase yEstado.

El mismo razonamiento acorazadosirve hoy para el Estado socialista, laclase trabajadora y la conciencia declase proletaria. Muchos trabajadores (osi vamos a eso, todos) pueden oponerseindividualmente a las actuaciones delEstado socialista. No obstante, estasactuaciones interesan a la clasetrabajadora, pues los conceptosnecesarios se definen de tal modo quehagan que esto sea cierto. El

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antagonismo entre el Estado socialista yla clase trabajadora es un conceptoabsurdo; la evidencia empírica deconflicto se admite sólo a condición deredefinir uno de los conceptos, porejemplo en la sublevación de Berlínoriental en 1953 o en la Hungría de1956 la policía de seguridad seconvierte en la clase trabajadora, lasdotaciones de los tanques rusos sontrabajadores amigos, mientras que losque se rebelan contra el Estado o bienno son trabajadores o bien están«manipulados». (Es difícil encontrar unejemplo más impresionante de la doblefunción de las palabras, la semántica y

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l a mágica). Aunque todo esto es sinduda tediosamente familiar para ellector contemporáneo, tiene el mérito deser una réplica a —y una ayuda paraapreciar mejor— el argumento marxistarespecto a lo absurdo del Estadocapitalista (esto es, el estado que losmarxistas consideran como capitalista)que se vuelve contra la clase capitalista.

Se vuelva donde se vuelva, elburgués como hedonista político seencuentra de este modo en un callejónsin salida. A primera vista, el marxismoparece estar diciéndole que si el Estadono existiera, debería inventarlo paraperseguir mejor su placer —la

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explotación del proletariado— para laque el Estado es el instrumentoadecuado. En un examen más detenido,sin embargo, el Estado es un instrumentopeculiar, pues le somete a su concepciónincluso contra el burgués. Esto esobviamente insatisfactorio para cadacapitalista, individualmenteconsiderado. Puede ser satisfactoriopara la clase capitalista si, pero sólo si,admitimos la existencia de unaconciencia de clase que no estérelacionada con la conciencia de losverdaderos miembros de la clase.Aunque los marxistas no tienendificultad en admitir esto, es

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difícilmente probable que le caiga engracia a algún miembro de la claseinteresada o que esté dispuesto aadmitirlo.

¿Qué ha de hacer entonces elcapitalista? El Estado le resultaindispensable o sólo útil. Si esindispensable, condición necesaria, si elcapitalismo no puede funcionar sin él, elcapitalista debe inventar el Estado, oaceptarlo si ya se ha inventado. Si elEstado es un instrumento meramente útil,el capitalista podría muy bien preferir,si tuviera ocasión, perseguir su interéssin su ayuda, esto es quizá de maneramenos efectiva pero también aliviada

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de las servidumbres y limitaciones quele impone la concepción autónomaestatal del interés capitalista.

Sobre esta elección, el marxismo noofrece una orientación clara. La tesis deque el Estado, en tanto que exista, debenecesariamente fomentar la opresión declase no supone que el Estado debaexistir si ha de haber opresión de clase.¿Por qué no tener opresión privada, apequeña escala, hecha en casa,diversificada? Aunque Engels, de todasformas, parece haber sostenido que debesurgir un Estado si hay división deltrabajo y consiguientemente la sociedadse hace más compleja, realmente no

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insinuó que el capitalismo presupongaun Estado ni que la explotación deltrabajo por el capital no pueda tenerlugar en el estado de naturaleza. Afirmarque lo supuso es adscribirlo a un rígidodeterminismo económico o«reduccionismo», y aunque está de modaentre los marxistas modernos apoyar aEngels, no estarían dispuestos a pesar detodo a hacer eso. Al burgués, que sepregunta si debe incuestionablementeoptar por el Estado o si puede intentarsopesar los pros y los contras (siempresuponiendo que por algún milagro se ledé a elegir), se le abandona realmente aque construya su propia opinión.

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La experiencia histórica indica,como es su bien conocida costumbre, acada cual el camino, dejando en granmedida al capitalista que decida si elEstado, con el riesgo que su soberaníaimplica para la clase poseedora, esrealmente una ayuda deseable para elfuncionamiento del capitalismo. Resultarevelador de tales perplejidades leersobre lo inadecuado que podía ser elEstado como instrumento de opresión declase, y sobre los remedios que enalguna ocasión se pretendieron aplicar.Parece que antes de la revocación de lasLeyes de Asociaciones de 1825predominaba el asociacionismo ilegal

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en Oldham, Northampton y SouthShields (e indudablemente también enotras partes, pero el informe en cuestiónes de carácter local), teniendo lascitadas leyes muy escasa vigencia. A lolargo de tres décadas hasta 1840, lasasociaciones se hicieron fuertes,«establecieron leyes… e infligieroncastigos»: el Estado era inútil, y uninforme de la Comisión Real en 1839sobre la policía del condado descubrióque «los dueños de una empresa demanufactura habían introducido armaspara la autodefensa, y estabanconsiderando la formación deasociaciones armadas para la

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autoprotección[42]», en algunos aspectosuna idea más atractiva que la de pagarimpuestos y no conseguir la ayudaestatal que creían estar comprando.

Al alquilar a los Pinkerton pararomper huelgas y «proteger la propiedadmanufacturera [y minera]», la industriadel acero de Pennsylvania o las minasde cobre de Montana no sólo pusieronde relieve las deficiencias de los«instrumentos de opresión de clase»estatales y federales, sino que lohicieron mediante la adopción de uninstrumento privado que ellas pudierancontrolar y que en ningún casodispusiera de las atribuciones o la

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jerarquía necesarias para controlarlas aellas. No cabe duda de que sólo seacudía a las asociaciones voluntariasarmadas o a los Pinkerton (de hechopocas veces, sorprendentemente),cuando el Estado dejaba por completode acudir en ayuda del capitalismo comose suponía que debía hacer. El hecho deque a veces no lo hiciera constituyetodavía otro apoyo en favor de laopinión de que el hedonista político esrealmente bastante crédulo al pensar queha hecho un brillante negocio, pues esbien poco lo que puede hacer paraobligar al Estado a que cumpla.

Aunque pueda hablarse de

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«asociaciones armadas para laautoprotección» y se pueda acudir a losPinkerton para que presten su expertaayuda, estos recursos estánesencialmente dirigidos a suplir losservicios del Estado que soninadecuados o están afectados por unamomentánea cobardía política y falta devoluntad. No se trata, excepto durante unbreve período en el Oeste americano, detomarse permanentemente la justicia porsu mano y arreglárselas sin el Estado,tanto porque la ley y el orden de ámbitonacional se reputan de superiores o másseguras, como porque hacerlo en casa oen el pueblo sin producir también lucha

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y resentimiento constituye un casoperdido. Esta es básicamente la mismaequivocación que la de identificar elestado de naturaleza con bellum omniumcontra omnes y que pasa por alto ciertaspoderosas fuerzas que conducen asoluciones cooperativas pacíficas,razonablemente estables si, por felizcasualidad, se diera ocasión de quecomenzara a funcionar un proceso deaprendizaje. En cualquier caso resultasignificativo que, pese a los ilusionadosintentos realizados en esta dirección, nose haya podido construir sino hasta muyrecientemente una buena fundamentaciónintelectual para mantener que se puede

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renunciar al Estado sin renunciarasimismo por completo a ciertosservicios que presta, sin los cuales elcapitalismo encontraría difícilfuncionar. Desde entonces ha habidobuenos argumentos que hacen plausibleque la interacción de contratos librespudiera generar espontáneamente unaprovisión de servicios tales como elhacer cumplir los contratos y laprotección de la vida y la propiedad,esto es, la mayor parte de lo que elcapitalista realmente quiere delEstado[43]. La cuestión no es si talesacuerdos voluntarios son concebiblesuna vez que el Estado se encuentra

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asentado. Lo más probable es que no, sila misma existencia del Estado produceuna sociedad con una capacidadmenguante para generar cooperacióncívica espontánea. (No es fácil pensaren alguna otra buena razón para laausencia, en la América contemporánea,de actividad vigilante[44] por parte depadres desesperados contra los queincitan al consumo de drogas en losinstitutos). Se trata, más bien, de que sison concebibles y factibles ab initio, noexiste una necesidad compulsiva desometerse voluntariamente al estado. Elcapitalista que acepta la coerciónporque cree, por sabiduría común, que

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es un precio barato a pagar por lasventajas que recibe de ella, sufre de«falsa conciencia».

Cerrar el círculo mediantela falsa conciencia

La falsa conciencia ayuda alpueblo a adaptar suspreferencias a lo que requiere sutranquilidad de ánimo, y leprepara para apoyar a un Estadoadversario.

El más altruista de los Estados nopodría perseguir otros fines que lossuyos propios.

El hedonista político cuenta con el

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Estado para el «placer», para lautilidad, para el fomento de su interés.Aunque fuera capaz de reconocer que elEstado no puede administrar cosas singobernar asimismo a los hombresincluyéndole a él, de modo que él esresponsable de ser sometido a lacoerción y el constreñimiento, todavíaesperaría disfrutar de un saldo positivoentre el placer que deriva de la ayudaestatal y el dolor que puede sufrir porser obstaculizado por él[45]. De hecho suidea general del Estado no es otra que lade que se trata del productor profesionalde tal saldo positivo. Si tuviera unaconcepción diferente, aún podría ser

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partidario del Estado pero no unhedonista político.

El Estado está equipado con poderespara perseguir su propio placer, sus«maximandos». Aunque fuera un Estadocuasimínimo aún tendría al menos lacapacidad latente de equiparse a símismo con poderes para así hacerlo. Sumaximando puede ser un único ysupremo fin o un paquete «pluralista» devarios, más o menos intensamenteponderados. En este último caso, harácon ellos juegos malabares cuando laposibilidad de conseguir cada unocambia con las circunstancias,renunciando a algo de uno para

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conseguir más de otro, con objeto dellegar al más alto índice alcanzable delmaximando compuesto. Algunos de estosfines pueden perfectamente bien, a suvez, constar de maximandosindividuales, balances de placer-dolor,o utilidades de sus diversos ciudadanos.De buena fe, uno debiera imaginar unEstado altruista que no tuviera otrosfines en el conjunto que trata demaximizar que los diversos maximandosindividuales de sus ciudadanos o detoda una clase de ellos (por ejemplo, loscapitalistas o los trabajadores). Todavíade mejor fe, se podría intentar definir alEstado que es tan altruista como

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imparcial como aquel cuyo maximandocompuesto consta únicamente de losmaximandos individuales de todos susciudadanos, grandes y pequeños, ricos ypobres, capitalistas y trabajadores delmismo modo con un espíritu deverdadera unidad y consenso. Aunqueasí dicha la idea puede parecer cómica,no debiera rechazarse como ridículademasiado rápidamente, pues (planteadade forma más suave) representa lanoción que la mayoría de la gente tienedel Estado democrático, y como talresulta muy influyente.

En virtud de haberlos sopesado —pues no hay otra forma de fundirlos en

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una única magnitud, un índice amaximizar— el Estado debe, a pesar desu altruismo e imparcialidad,transformar los fines de sus ciudadanos,asimilándolos dentro de uno de lossuyos propios, pues la elección de laimportancia a conceder a cada uno delos fines de los ciudadanos nocorresponde sino al Estado. Existe unabastante injustificada creencia de que endemocracia el Estado no decide laimportancia a conceder a los diversosfines ciudadanos, ya que estos vienendados, incorporados a alguna norma queel estado no puede sino respetar en tantoque siga siendo democrático.

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Una típica norma de esta suerte seríala de un hombre un voto, que asigna unpeso de uno a cada elector tanto si legusta al estado como si no. La falacia deesta creencia consiste en el paso devotos a fines, maximandos. Lasuposición tácita de que un voto a unprograma político o en favor de unequipo con preferencia a otro esaproximadamente lo mismo en tanto queexpresión de los fines del votante, esgratuita. La existencia de un mecanismosocial como las elecciones para escogeruna de entre un severamente limitadoconjunto de alternativas, tal como ungobierno, no debe interpretarse como

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prueba de que existe, funcionalmentehablando, una «elección social» por lacual la sociedad maximiza sus finescompuestos. Esto no invalida la sencillay totalmente distinta cuestión de que laposibilidad de expresar una preferenciapor un programa político o por unapersona o equipo para ejercer el poderen el Estado, sea un fin en sí mismovalioso.

Si el Estado, en aras de laimparcialidad, pidiera prestado elsistema de atribución de alguien distinto(para aplicarlo a los diversos finesdeseados por sus ciudadanos), porejemplo, el del amable observador,

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volvería surgir el mismo problema,aunque referido a uno. En lugar de elegirsus propios criterios de importancia, elEstado elegiría al observador cuyoscriterios iba a tomar en prestamo.

Nada de esto es nuevo. Essencillamente una forma de reiterar labien conocida imposibilidad de agregarfunciones individuales de utilidad en una«función de utilidad social» sin lavoluntad de alguien que decida cómo hade hacerse[46]. El enfoque particular quehemos elegido para llegar a estaconclusión, no obstante, tiene el méritode poner bastante bien de relieve elcortocircuito que va directamente del

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poder del Estado a la satisfacción de susfines. Si el Estado fuera el padre de susciudadanos y su único fin fuera lasatisfacción de estos, tendría queintentar conseguirlo cortando el «nudogordiano» consistente, de algún modo,en las diversas felicidades de susciudadanos. Pero la «composición»(pluralidad y conflicto entre losciudadanos, combinada con el poder delEstado para resolver conflictos) haceque esto sea intrínsecamente imposible.La composición contieneinevitablemente un cortocircuito. Deeste modo la realización del fin delEstado es bastante directa,

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circunvalando el nudo que afecta a todocamino menos directo, vía contratosocial o vía dominio de clase y lasatisfacción de los fines del ciudadano.

El Estado capitalista, como heindicado (págs. 41-43), es aquel al queresulta lógicamente posible (pero sóloeso) atribuir algún maximandoimprecisamente definido («mariposas»),que se encuentra fuera del ámbito de losobjetivos que pueden conseguirseobligando a sus ciudadanos a hacercosas. Por la esencialmente negativarazón de que es mejor no construir unaparato para ejercer el poder para queno fuera a caer en malas manos, un

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Estado tal gobernaría tan poco comofuera posible. Comoquiera queadoptaría un criterio austero respecto alas demandas de bienes públicos y a lasexigencias de rectificación por parte deterceros, complementando o en otro casoanulando los resultados de contratosprivados, habría poca base en comúnentre él y el hedonista político quequiere conseguir su provecho delEstado.

Si ha de satisfacerse a un ciudadano,en sintonía con un Estado capitalista, leayudaría imbuirse de una ideologíacuyos principios básicos son: 1) que lapropiedad «es» y no es una cuestión de

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«debe» (o que «los que se lo encuentren,se lo apropian»); 2) que el bien de laspartes contratantes no es un fundamentoadmisible para interferir en suscontratos y que el bien de terceros sólolo es excepcionalmente, y 3) que pediral Estado que haga cosas agradablespara el ciudadano aumentaconsiderablemente la probabilidad deque el Estado pida al ciudadano quehaga cosas desagradables.

El primer principio es esencialmentecapitalista por cuanto prescinde dejustificación para la propiedad. Hayquien dice que Locke ha proporcionadouna ideología al capitalismo. Esto me

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parece fuera de lugar. Locke enseñó queel que encuentra algo se lo queda, acondición de que haya dejado para losdemás «bastante y de semejantecalidad», una condición que reclamaprincipios de ocupación de la propiedadigualitarios y «de atención a lasnecesidades» tan pronto comoabandonemos la frontera y entremos enel mundo de la escasez. Asimismoenseñó que el derecho del primerocupante a la propiedad proviene de sutrabajo que él ha incorporado a lapropiedad, un principio equivalente aotros varios que hacen depender dedesiertos la propiedad del capital:

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«trabajó para conseguirlo», «ahorró»,«il en a bavé», «proporciona trabajo amuchos pobres». (Si no hubiera hechoninguna de estas meritorias cosas, ¿quétítulo habría conseguido para su capital?Ya el argumento de que «su abuelotrabajó mucho para conseguirlo» se hacemás débil porque está el doble de lejosde tales desiertos). En la medida en queel surgimiento del capitalismo no fueacompañado por una teoría política queintentara separar el derecho depropiedad de nociones de validez moralo utilidad social, para no mencionar quelo consiguiera, es cierto que elcapitalismo nunca dispuso de una

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ideología viable. Esta carencia, a suvez, contribuye de algún modo aexplicar por qué, en presencia de unEstado esencialmente adversario y suideología acompañante, el capitalismoha mostrado tan escaso vigor intelectualen su propia defensa, y por qué lasdefensas que se han intentado se hantraducido en reivindicaciones débiles,compromisos poco convincentes y aveces en ofertas de honorable rendición.

El segundo principio básico de unaadecuada ideología capitalista debieraenfatizar la libertad de contratar. Debeafirmarla en especial frente a la idea deque el Estado está legitimado para

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obligar al pueblo por su propio bien.Por otra parte, la dejaría inerme y almargen allí donde podría afectar losintereses de quienes no son parte en loscontratos cuya libertad está siendoconsiderada. Este abandono es debido ala indefinida variedad de posiblesconflictos de interés en una sociedadcompleja. Ello dejaría el contratodesprotegido contra una ciertaindefinición de derecho, de o bienmucha o bien demasiado escasaconsideración por los intereses deaquellos que son ajenos a undeterminado contrato, aun siendoafectados por él.

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Este peligro, no obstante, es tenidoen cuenta por la limitación que se derivadel tercer principio. La demanda de A deque el Estado proteja su interés que seve afectado por un contrato realizadoentre B y C, debiera atemperarse por suaprensión al subsiguiente riesgo deverse a sí mismo crecientementesometido en tanto en cuanto estén siendoatendidas las reclamaciones de otros,pues bien puede significar que suscontratos serán intervenidos. Estasmotivaciones que se contrarrestanpueden expresarse más formalmentecomo dos listas imaginarias presentes enla mente del pueblo. Para cada persona

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A, habría una lista de beneficios (en elmás amplio sentido) de lo que podríaesperar que se derivara de losprogresivamente crecientes grados deintervención del Estado en favor de loque podrían llamarse intereses deterceras partes en el deliberadamenteneutral vocabulario que estoy intentandoutilizar en el tratamiento de loscontratos. Otra lista anotaría losbeneficios negativos (costes) quetemería sufrir como consecuencia de lacreciente preocupación del Estado porel bienestar de los demás. Claro estáque es inútil pretender un conocimientoempírico acerca de tales listas, aun

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cuando se admita que expresan algo quebien puede existir en las mentes dequienes calculan racionalmente. Noobstante, podría sugerirse que lospobres (y no sólo los pobres), que seencuentran desvalidos, los que piensanque siempre se llevan la peor parte encualquier negociación, tendrían una listade beneficios esperados de laintervención del Estado que sería, encualquier nivel factible de beneficios,siempre más alta que la correspondientelista de costes esperados. En otraspalabras, la ayuda estatal que pudieranconseguir nunca sería demasiada y enningún caso importarían las

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restricciones, servidumbres osufrimientos que esto pudiera significar.A la inversa, los ricos (pero no sólo losricos), la gente con recursos, confiadaen que puede valerse por sí misma,puede considerarse que tienen en sumente una lista velozmente creciente debeneficios negativos, que superan muypronto a los positivos ante cualquierescala de actividad estatal fuera delmínimo.

No planteo ninguna hipótesis sobrela magnitud y características de laslistas coste/beneficio que reflejan lasposturas de la gente real frente a estascuestiones, ni sobre las que «deberían»

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tener si todas ostentaran el máximogrado de sabiduría, penetración einteligencia políticas. El corolario deesta dualidad es que las consecuenciasde acudir al Estado para favorecernuestros intereses son complejas; enparte son no deseadas, y por lo generalson imprevistas. Quienes están dotadosde talentos políticos que los aproximanlo más posible a la presciencia perfectaadoptarán, por lo tanto, actitudesdiferentes de aquellos que sóloponderan las consecuencias inmediatas.

La idea de los costes y beneficiosindividuales como función de lapreocupación estatal por los otros sirve

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para definir a los partidarios de laideología capitalista como aquellos queconsideran a) que a medida que aumentala intervención del Estado, losperjuicios que sufren aumentan másrápidamente que los beneficios, y b) queaquellos superan a estos a un nivel deactividad estatal menor al efectivamentevigente, de forma tal que, viviendo en unEstado real, esas personas creerán queestarían mejor si hubiese menosintervención estatal y contratos libres.

Esto no significa, por supuesto, quelos partidarios de la ideologíacapitalista deseen recorrer todo elcamino hasta volver al estado de

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naturaleza. Quiere decir, eso sí, que enel margen de la experiencia actual,procurarán restringir y hacer retrocederal Estado. En términos de la direccióndel cambio, apoyarán al estadocapitalista que (como hemos visto) tienerazones propias inteligibles paraponerse él mismo límites.

Un Estado semejante, esto no puededecirse demasiado a menudo, es unaabstracción, un recurso a los fines deexposición. Igualmente lo es elpartidario de la ideología capitalista.No es necesariamente el capitalistaabstracto. Puede ser el asalariadoabstracto. Su identificación con una

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ideología que (afirmamos) es la queconduce par excellence al verdaderofuncionamiento del capitalismo no es,como lo pretendería la teoría marxistade la conciencia, una consecuencianecesaria de su papel en el «modo deproducción» predominante. No necesita«explotar»; puede ser «explotado». Suconciencia con respecto al Estado puede(¡si realmente debe!) derivarsetautológicamente de su interés; si sucálculo personal de dolor y placer,coste-beneficio, ayuda o estorbo le diceque estará más acomodado en caso demenos gobierno, estará a favor de menosgobierno. Ninguna razón a priori impide

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a un asalariado llegar a esta conclusión,en mayor medida que le impide a uncapitalista en la vida real querer másgobierno. El marxismo, al menos el«marxismo vulgar», los condenaría aambos por falsa conciencia, porequivocarse en el reconocimiento de su«verdadero» interés que (de nuevotautológicamente) se deriva porcompleto de su situación de clase. Sinembargo, ya se ha dicho bastante paraaclarar que no encontramos razonesconvincentes para suponer que unapersona se equivoca en cierto modo sisu ideología no es la que «corresponde»a su situación de clase. Un capitalista y

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un trabajador pueden ser los dosalérgicos al Estado que conocen; confrecuencia lo son; sus razones pueden engran medida ser las mismas.

Todas las teorías del Estadobenigno, desde el derecho divino alcontrato social, sostienen la tácitasuposición de que la satisfacción ofelicidad del Estado es por alguna razóny en cierto modo conseguida a través dela felicidad de sus ciudadanos. No seofrece para esto ninguna buena razón, niuna forma plausible en la que pudieratener lugar. Por consiguiente, no haynada que autorice esta más bien exigentepresunción, menos aún cuando se hace

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tácitamente. La acción racional por partedel Estado vincula su poder a sus finesen un cortocircuito natural, sin pasar porel largo y tortuoso nudo que es, por asídecirlo, el locus de la propiaconcepción de los ciudadanos de lo quees bueno para ellos. Con el mejor deseodel mundo, ningún Estado, ni siquiera elde la democracia más directa o el delmás iluminado absolutismo puede lograrque su poder recorra semejantelaberinto. Si tiene ciudadanosheterogéneos puede en el mejor de loscasos fomentar su propia concepcióncompuesta por los diversos conceptosde sus ciudadanos respecto a lo que es

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bueno para ellos.La falsa conciencia puede, con

suerte, cerrar el círculo; pues losciudadanos sólo necesitan creer que susfines no son diferentes de los fines queel Estado de hecho promueve. Este,debe suponerse, es el significado de la«socialización». Tal resultado esfacilitado por los recursos del Estado(y, en especial, por el papel que asumeen la educación pública) para hacer a lasociedad relativamente homogénea. Estáestrechamente relacionado con elproceso al que se aludía al principio deeste capítulo por el que las preferenciaspolíticas populares se ajustan a los

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acuerdos políticos bajo los queviven[47].

En vez de que el pueblo elija unsistema político, el sistema políticopuede hasta cierto punto elegir alpueblo. De hecho el pueblo no necesitallegar a amar al Big Brother como elWinston Smith de Orwell. Si un númeroimportante de ellos o quizá toda unaclase desarrolla suficiente falsaconciencia como para identificar lo quees bueno para ellos con lo que el Estadorealmente está proporcionando, yaceptan el sometimiento colateral sinponer en duda que el negocio seaatractivo, se dan las bases para el

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consenso y la armonía entre Estado ysociedad civil, aunque el Estado sea,inevitablemente, un presunto adversariode sus ciudadanos.

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Capítulo 2

EL ESTADOADVERSARIO

Represión, legitimidad yconsentimiento

La dependencia del consenso,como sustituto de la represión ola legitimidad, convierte alEstado en una fuerzademocrática y divisoria.

Para distinguir un tipo de Estado deotro, se debe atender en primer lugar a

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cómo intentan ser obedecidos.En las organizaciones duraderas,

unos pocos mandan y el resto obedece.En todas, esos pocos disponen dealgunos medios de castigo de ladesobediencia. La sanción puedeconsistir en la retirada de un bien, comola privación total o parcial de losbeneficios derivados de pertenecer a laorganización, o puede ser algoclaramente malo como un castigo.Adaptándolos convenientemente,términos tales como mando, obediencia,castigo, etc., pueden reconocerse comoexistentes para instituciones como lafamilia, la escuela, la oficina, el

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ejército, el sindicato, la iglesia, etc. Lasanción, para ser eficiente, debe seradecuada a la naturaleza de la ofensa y ala institución. Es probable que para laprosperidad de una organización seaigualmente malo castigar tanto porexceso como por defecto. Sin embargo,mientras más grave sea la sanciónapropiada, es normalmente menor ladiscreción de los que se encargan deaplicarla.

Max Weber, ampliando estepensamiento, definía al Estado como laorganización que «reclama con éxito elmonopolio del uso legítimo de la fuerzafísica»[48]. El aspecto vulnerable de esta

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famosa definición es la circularidad desu idea de legitimidad. El uso de lafuerza física por parte del Estado no eslegítimo por otra razón más básica ológicamente prioritaria que por la dehaber reclamado con éxito sumonopolio y de este modo haberseconvertido en un Estado[49]. El uso de lafuerza física por parte de otros esilegítimo por definición (excepto, claroestá, por delegación del Estado). Deeste modo se plantea la duda sobre laexistencia de un Estado en una sociedaden la que los señores pudieran azotar adiscreción a sus criados o los militantessindicales pudieran disuadir a

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trabajadores de cruzar las líneas depiquetes mediante tácitas amenazas devenganza no especificada. Unadefinición que pudiera resistir mejor loscontraejemplos establecería que elEstado es la organización dentro de lasociedad que puede infligir sancionessin riesgo de rechazo y que puederechazar las sanciones de los demás.Hay sanciones que, debido a sudesproporción o gravedad, corren elriesgo de provocar apelación o necesitardefensa por parte de una organizaciónmás poderosa. Sólo las sanciones delEstado son con certeza no apeladas, porausencia de un dispensador de sanciones

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más poderoso.Esta afirmación tiene el mérito de

expresar la soberanía del Estado. Si nohay nada «por encima» de él, lasdecisiones del Estado debenconsiderarse como finales. Sin embargo,para determinados objetivos, esconveniente a veces tratar al Estado nocomo un cuerpo homogéneo con unaúnica voluntad, sino como un compuestoheterogéneo integrado por «instancias»superiores e inferiores y colateralesdiferenciadas. En tal perspectiva,aunque la apelación es imposible contrael Estado para lo que está fuera de él, esposible dentro de él, contra el mal

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potentado local para la buena burocraciacentral, contra el mal ministro para elbuen rey, contra el gobernante corruptopara el juez imparcial. De hecho, fue lainquietud de la propia idea desoberanía, de ausencia de recursoulterior, suscitada en las mentessensatas la que sirvió para ponerles enel camino de la grandiosa búsqueda delSanto Grial de la tradición política, ladivisión de poderes, la supremacía dellegislativo y la independencia deljudicial.

Una visión menos optimista de lamorfología del Estado ve en esto unafricción. El recurso de una instancia del

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Estado a otra en general, y en particularla independencia del poder judicial,presupone las mismas condiciones queestá encargado de garantizar, al igualque el impermeable que sólo te guardade la lluvia en tiempo seco. El recursodentro del Estado está bien si haybuenos ministros al servicio de un buenrey y el gobierno es en general benigno.El judicial es claramente una proteccióncontra el ejecutivo en la medida en queel ejecutivo le permita existir, perocarece de poderes para hacer respetar suindependencia. Como el Papa, carece dedivisiones, y como él no puedecomportarse en cuestiones temporales

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como si tuviera muchas. Su capacidadpara desafiar a un ejecutivo que noquiera aceptar el desafío no es en últimoanálisis sino un débil reflejo de lasposibilidades de una triunfante rebeliónpopular en su apoyo —posibilidadesque en sí mismas son normalmente tantomás débiles cuanto más menguante seala independencia del poder judicial—.El conflicto de 1770-71 entre lamagistratura francesa y la monarquíaconstituye un elocuente ejemplo alrespecto. Los parlements, al desafiar alrey, habían esperado contar con elapoyo de una amplia clientela popular,pero pocos arriesgaron sus cabezas por

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ponerse de su parte. Desde luego, losmagistrados eran realmente dueños desus cargos. Fueron nacionalizadosdespués y convertidos en retribuidos.Los nuevos magistrados, escogidos deentre los antiguos, se convirtieron enfuncionarios asalariados del rey. Se lesgarantizó la seguridad en el desempeñodel cargo, ¡presumiblemente paraasegurar su independencia!

Ciertamente, el Estado puedeconsiderar realmente útil conceder a sumagistratura una cierta independenciapor razones ulteriores (cf. págs. 224,226). De otra parte, puede hacerlotambién porque, siendo sus fines

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bastante limitados y metapolíticos, notiene especial inconveniente en disponerde una judicatura subordinada. El hechode que no tenga inconveniente puedeacaso ser un útil criterio preliminar dela benignidad del Estado. Sin embargo,la reflexión mostrará que tal criterio noes en definitiva útil, pues aunquegarantiza el imperio de la ley, puedegarantizar precisamente el imperio de lamala ley (y un Estado que está atado porsus propias malas leyes, aunque seamejor que el Estado que fácilmentesubordina o ajusta la ley a la razón deEstado, no es benigno). En todo caso,ello aclara al menos la relación entre la

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independencia del poder judicial y losfines del Estado. Aquella no puedepurificar a estos. El poder judicial nopuede volver benigno al Estado paraasegurar y perpetuar su propiaindependencia, más de lo que el hombredel proverbio puede levantarse a símismo mediante sus propios tirantes[50].

El argumento de la separación depoderes, una vez invocado, se traducedirectamente con demasiada facilidad enla confusión de suponer que el Estado esbeni gno porque los poderes estánseparados en su interior, aunque lacausación se produzca en otra dirección,y sólo en la otra dirección; los poderes

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están auténticamente separados sólo siel Estado es benigno. Ciertamente,podemos seguir recordándonostediosamente a nosotros mismos quealgunos poderes son más reales queotros y que la prueba de la realidad es lacapacidad de uno para forzar al otro,aun en el caso de que la presión nollegue a ejercitarse porque laposibilidad latente del uso de la fuerzasiempre puede mantener en su lugar elpapel del poder. La visión del Estadocomo una pluralidad de instancias queincluye a la camarilla política (caucus)del partido dirigente, la cocina delconsejo de ministros y la policía

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política así como el Ministerio de Pesasy Medidas puede salvarnos del usopecaminoso de «expresiones holísticassistemáticamente engañosas»[51], peropara nuestro propósito actual lasuposición de un cuerpo homogéneo yuna única voluntad rectora, a la que unoapela y no en contra de ella, va a evitarmucha fatigosa repetición.

Todo Estado obtiene la obedienciade una de tres formas. La primera forma,la más sencilla e históricamentefrecuente, es la amenaza de rotundocastigo que se encuentra implícita en elsuperior mando del estado sobre losmedios de represión. La menos simple y

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transparente de las formas es elestablecimiento de su legitimidad. Eneste trabajo se considerará que lalegitimidad significa la propensión desus ciudadanos a obedecer sus órdenessin que existan castigos o recompensaspor hacerlo.

Esto puede requerir una mínimaelaboración. Se observará que taldefinición hace de la legitimidad no unatributo del Estado, sino un estado deánimo de sus ciudadanos. Dependiendode la historia, la raza, la cultura o laorganización económica, un pueblopuede aceptar a un determinado Estadocomo legítimo, mientras que otro lo

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rechazaría si pudiera, como una odiosatiranía. Los conquistadores extranjerosque traen un gobierno progresista a unaraza ignorante explotada por su propiaclase dirigente, pocas veces tienen eltacto y la paciencia necesarios parahacerse legítimos. También puede haberalgo de cierto en la creencia de quealgunos pueblos son más gobernablesque otros, de modo que los rusosblancos pueden haber reconocido comolegítimo y obedecido de bastante buengrado a cada uno de los sucesivos ybastante diferentes estadosrepresentados por la autoridad deLituania, Polonia y la Gran Rusia. Por

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otra parte, el pueblo de las fronterascélticas rara vez piensa que el estadomerece su obediencia sin importar loque haga por ellos. En Francia, donde elgobierno por derecho divino tuvo unalarga gestación y tras un período deconfusión conceptual llegó a dominar laconciencia política aproximadamentedesde Enrique II hasta Luis XIV, fue noobstante impugnado desde el principiohasta el fin tanto por los hugonotes comopor los ideólogos ultramontanos y pordos veces fue cuasifatalmente desafiadopor la Liga en el reinado de Enrique III ypor la Fronda en la época de Mazarino.Si esto prueba algo es que ni las

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concesiones a las más poderosascontratendencias de la sociedad, ni labúsqueda a ciegas del consenso son lareceta para producir legitimidad.

Hume, al que la teoría políticacontractualista no le convencía enabsoluto, mantenía que aun en el caso deque los padres obedecieran al Estadoporque habían llegado a ser partes de uncontrato social, ello no vincularía a sushijos; estos últimos obedecerían porcostumbre. La costumbre constituyeprobablemente el 90 por ciento decualquier explicación aceptable de laobediencia política, pero apenas siexplica la legitimidad. La obediencia

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habitual puede basarse en las amenazaslatentes de coerción, en un oscurosentido de la represión en últimotérmino indefinible, o en el hedonismopolítico que los hijos heredaron enforma de «conocimiento común» de suspadres contractualistas y que el Estadocontinúa alimentando mediante un goteoeconómico de recompensas.

Al igual que queremos que larepresión sea un caso límite lógico entreel Estado y el ciudadano, el caso en elque la gente poco dispuesta es todo eltiempo obligada por la amenaza de lafuerza a hacer lo que el Estado quiereque haga y que de otro modo no haría,

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así queremos que la legitimidad sea elcaso límite para el fin opuesto, en el queel Estado puede hacer que la gente hagalas cosas sin disponer apenas de mediosde coerción física o de muchasrecompensas que repartir. De este modo,cuando en la revolución campesina de1381 el joven Ricardo II gritó a losrebeldes: «Señores, ¿dispararéis contravuestro rey? Yo soy vuestro capitán,seguidme»[52], fue la fuerza de lalegitimidad la que hizo cambiar porcompleto las hordas desenfrenadas yfuriosas de Wat Tyler. El rey nodisponía, durante el corto plazo queúnicamente importaba en aquel fatídico

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momento, ni de un ejército con queenfrentarse a ellos, ni de sobornos conque suavizar sus motivos de queja, y noles ofreció una víctima propiciatoria.Tampoco fue necesario.

Obviamente, nada podría convenirmás a un Estado racional que legitimarseen este sentido. La única excepción seríael Estado para el que la coerción, en vezde ser un medio más o menos costoso deconseguir que la gente obedezca, seríarealmente un fin, una satisfacción. Sinduda resulta tentador considerar elEstado de un Calígula estilizado, un Ivánel Terrible simplificado, un antipáticoComité de Seguridad Pública o un Stalin

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esquemático desde esta perspectiva. Enrealidad, aun cuando la crueldadparezca gratuita y el terror tantoredundante como de dudosa eficacia, demodo que el observador lo atribuiría alperverso capricho de un tirano, en lamente de quienes lo perpetran bienpuede haberse considerado como labase sobre la que edificar la futuralegitimidad. Un estudio de casos decómo los aztecas de México, los incasde Perú y los buganda del siglo XIXintentaron legitimar sus respectivosestados frente a una masa hostil yheterogénea de ciudadanos, concluyeque «la socialización que lleva consigo

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la benevolencia y el terror» fueron losprincipales ingredientes de la políticautilizada[53]. Otros incluyen elestablecimiento de «pautas de conductadeferente», la pretensión deinfalibilidad, la reorganización y mezclade grupos étnicos y la educación para laciudadanía más que para elconocimiento, de tal manera que seinculque la apreciación de los valoresdel propio Estado.

Aunque muchos de los ingredientesdeben volver a plantearse una vez y otraparece dudoso que realmente exista unareceta en el arte de gobernar para pasarde la represión a la legitimidad.

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Ciertamente ninguno evidente parecetener un índice de éxito decente, pues lalegitimidad ha sido rara y esquiva a lolargo de toda la historia, necesitandoingredientes que sencillamente noestaban a la fácil disposición delEstado. Hicieron falta guerrasvictoriosas, paz próspera, dirigentescarismáticos, una gran experienciacompartida y quizá, sobre todo,continuidad. El gran valor para el estadode ciertas normas indiscutibles sobre latitularidad del poder, como la LeySálica de sucesión dinástica, acordada yaceptada durante cierto tiempo yconsiderada, como todas las buenas

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leyes, como impersonal e independientede los méritos de los candidatos rivales,consiste precisamente en salvar lacontinuidad (aunque sólo la dinástica)de la muerte. Es en parte por esta razónpor lo que, aunque en general no es másfácil para un Estado conseguir unalegitimidad completa de lo que lo espara un camello atravesar el ojo de unaaguja, resulta todavía más difícil paralas repúblicas que para las monarquías.(Pocos acuerdos políticos parecenmenos aptos para favorecer lalegitimidad que las eleccionesfrecuentes, especialmente laspresidenciales centradas en una persona

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pasajera. Cada tantos años, se alimentala controversia, a propósito de que Asería un buen presidente y B uno malo yviceversa. Tras haberse logrado unapasionamiento, se supone que lacontroversia se resuelve, ¡por un margende votos posiblemente infinitesimal, enfavor del buen o el mal candidato!)

Ningún Estado confía sólo en larepresión y ninguno disfruta de unaperfecta legitimidad. Resulta trivialdecir que ninguno de ellos puederealmente emplearse sin alguna dosisdel otro, dependiendo la amalgamaresultante de represión y legitimidad entodo Estado de, como diría un marxista,

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«la situación histórica concreta». Sinembargo, entre los polos de la coercióny el derecho divino ha habido siempreotro elemento que no es claramente ni eluno ni el otro: el consenso,históricamente quizá el tipo menosimportante de relación de obtención deobediencia entre Estado y ciudadano,pero acaso el más fértil en nuevasconsecuencias, especialmente las nopretendidas. En los Estados primitivos,se puede pensar que el consenso sólovincula a grupos pequeños peroespeciales de ciudadanos con la sede dela voluntad del Estado. La obediencia dela banda guerrera al líder tribal o la de

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la guardia pretoriana al emperadorpueden ser ejemplos de consenso querayan en la complicidad. Trátese deaugures, sacerdotes u oficiales de lapolicía de seguridad del Estado, laobediencia de tales grupos pequeños degente es una condición para el poder delEstado; como una polea para levantargrandes pesos con poco esfuerzo,pueden desencadenar los procesos derepresión, así como los de creación delegitimidad, de éxito siempre incierto. Apesar de todo, su complicidad ycolaboración con los fines del Estado noprovienen como norma ni de larepresión ni de la legitimidad, sino de

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un contrato implícito con el Estado quelos coloca aparte de los demásciudadanos y los recompensa aexpensas de estos a cambio de suobediencia voluntaria y consenso con elpoder del Estado. Surgen algunosproblemas intelectualmente bastantecuriosos, y sumamente portentosos ensus efectos, cuando el grupo de estemodo puesto aparte y recompensado, seexpande como una ameba de una parte aotra de la sociedad, con cada vez másgente dentro y menos fuera de él, hastael límite teórico en el que todos prestansu consentimiento y todos son por ellorecompensados, pero no queda nadie

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que soporte el coste (cf. págs. 277-278).Para nuestros propósitos, el

consenso se define mejor como unacuerdo entre Estado y ciudadano,revocable con poco tiempo de anuncioanticipado por cada una de las partes, envirtud del cual el ciudadano adoptaciertas actitudes adecuadas y favorablesque van desde el apoyo militante activohasta la alianza pasiva y el Estadofomenta los fines específicos delciudadano hasta unos límites que sonconstantemente renegociados y ajustadosen el proceso político. Es muchísimomenos que el contrato social, aunquesólo sea porque no crea un nuevo

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derecho o poder para el Estado. No es«social», porque la parte civil no esnunca para el consenso la totalidad de lasociedad, sino simplemente elciudadano individual, el grupo o la clasecon móviles e intereses que los sitúanaparte de los demás individuos, gruposo clases.

Mientras que el contrato social versasobre la vida y la propiedad delciudadano o (como en Rousseau) sobresu utilidad en general, el contrato deconsenso se refiere a sus fines parcialesy asistemáticos; ambos contratos atraenal hedonista político pero de formasdiferentes. Mediante el contrato de

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consenso no se crean obligacionescontinuadas en mayor medida quemediante las transacciones de pago alcontado con el transporte a cargo delcomprador que no obligan a las partes arepetirlas.

Volvamos a las recompensas delconsenso. Cuando la niñera y los niñospractican la política del consensomediante el acuerdo de que si los niñosse portan esta tarde como buenos chicoshabrá mermelada de fresas paramerendar, el regalo de la niñera consisteen la mermelada de fresas. En suma, ellapuede dársela o no dársela si le da lagana. Pero el Estado, hablando en

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general, no tiene (abstracción hecha defenómenos tan exóticos y pasados demoda como los cultivos de fresas en losdominios reales) recompensas que dar,no hay mermelada que no sea yamermelada de sus ciudadanos. Además,como tuve ocasión de señalar en elcapítulo 1, en el caso general en que susciudadanos no se pronuncienunánimemente en sus concepciones de loque es bueno, el Estado sólo puede encada caso promover su propio bien, loque, por todo lo que sabemos, puede sersu propia concepción de lo que esbueno para ellos.

Hemos observado asimismo que la

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asimilación progresiva de los propiosfines del pueblo a los fines elegidos yperseguidos por el Estado, esto es eldesarrollo de la «falsa conciencia»,puede mermar y al menos en principiodisolver plenamente esta contradicción.Como explica el profesor Ginsberg ens u Consecuencias del consenso, laselecciones democráticas «atenúan larelación de enfrentamiento entredirigentes y dirigidos… anima a losciudadanos a creer que la expansión delpoder del Estado sólo estaba destinada aaumentar la capacidad de servir[54] delgobierno» y «los gobiernosdemocráticos modernos tienden a

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aumentar su control sobre los supuestosinstrumentos del público para controlarsus actividades»[55]. Sin embargo, ladifusión de la falsa conciencia no es unmecanismo lo suficientemente fuerte yseguro como para asegurar en todo casola alianza que el Estado requiere. Enprimer lugar, no es algo que el Estadopueda estar seguro de suscitarunilateralmente, por su exclusivavoluntad, y desde luego no en un períodode tiempo lo suficientemente corto.Después de todo, transcurrió casi unsiglo desde las vastas reformas de JulesFerry por las que se creó una educaciónlaica estatal universal hasta el

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surgimiento de una mayoría electoralsocialista en Francia, y durante losperíodos y trayectos intermedios elresultado último fue en el mejor de loscasos más bien probable, nunca seguro.En el caso de que exista una oposiciónno demasiado inepta desde el punto devista ideológico, puede bloquear lanueva expansión de la falsa concienciatan rápido como el Estado lapromocione. En segundo lugar, confiardemasiado en la falsa conciencia escomo «hacerlo con espejos». La genteque es menos probable que resulteseducida bien pudiera ser del tipo duroe insensible cuyo apoyo es más

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necesario para el Estado.La percepción de sentido común de

que el Estado no tiene recompensas quedistribuir que no pertenezcan de algunaforma a sus ciudadanos, de manera quesólo puede pagar a Pablo robando aPedro, naturalmente resulta dañina parala falsa conciencia del buen ciudadano.A manera de remedio, se siguemanteniendo la discutible afirmación deque las transacciones entre Estado yciudadano generadoras de consensoaumentan la cooperación social (y comoresultado subsiguiente la armonía ocualquiera que sea el bien que se afirmaque produce la cooperación social) con

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la consecuencia de que las ganancias delos ganadores exceden a las pérdidas delos perdedores. Por razones bienrepetidas, una afirmación semejante esya considerada generalmente como unjuicio de valor (podría ser unaafirmación de hecho sólo en el casoespecial en que no haya perdedores, estoes, en el que todas las ganancias seanganancias netas, y estas sean losuficientemente poco importantes comopara no implicar un cambio significativoen la distribución de bienes). Es eljuicio de valor de la persona que seencarga de sumar (con la debidaatención al signo algebraico) las

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pérdidas y las ganancias. No hay a manoninguna buena razón por la que susvalores debieran prevalecer sobre losde cualquier otra persona que podríalograr una diferente suma de la mismaadición. Recurrir a los juicios de valorde los ganadores y perdedoresdirectamente implicados no resuelvenada, pues los perdedores bien pudieranvalorar sus pérdidas muy por encima delo que los ganadores valoran susganancias, mientras que es probable quelos ganadores hicieran lo contrario. Deeste modo se llega a un punto muerto.Por razones igualmente bien repetidas,no parece posible prueba alguna de la

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compensación de ganadores aperdedores que pudiera«objetivamente», de manera wertfrei,demostrar la disponibilidad de unexcedente residual de ganancias sobrepérdidas, para aplicarlo a la mayorsatisfacción de los fines de losganadores. Sin embargo, sin talexcedente, no existe un fondo, creadopor la contribución creciente del Estadoa algún índice numérico de satisfacciónplena de fines sociales, a partir del cualel Estado pudiera otorgar pequeñascantidades de satisfacción de fines aciudadanos elegidos sin perjudicar aotros.

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Ni tampoco sería suficiente laproducción de un excedente de bien y suentrega para que el Estado ganeconsenso. Si un determinado ciudadanollegara a admitir que las actividades delEstado generan una satisfacción de finesadicional para él, sólo por esa razón notendría interés en apoyar al Estado másde lo que ya lo estaba haciendo. Por loque a él se refiriera, la generosidad delEstado podría estar cayéndole del cielo,y el cambiar su propia conducta vis-à-vis el Estado no podría hacer que cayeracon más intensidad. Si se convirtiera enun ciudadano más dócil y en unpartidario más convencido del «partido

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gubernamental», puede que lo hicierapor admiración por el buen gobierno, opor gratitud, pero no por el propiointerés racional en sentido estricto,sobre el cual puede basarse el cálculopolítico. Posiblemente este es elelemento común abstracto y general delos fracasos políticos del absolutismoilustrado, los buenos gobiernosreformistas de Catalina la Grande, elemperador José II y (menos obviamente)Luis XV, cada uno de los cuales tropezócon la fría indiferencia e ingratitud delos pretendidos beneficiarios.

Las recompensas, para lograr elapoyo interesado, deben depender de los

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resultados. Deben estar embutidas encontratos implícitos del tipo«conseguirás esto por hacer aquello».Consiguientemente, es difícil concebirlas políticas de consenso sin un tipo otipos de mercados políticos que haganreunirse a dirigentes y dirigidos, parapermitirles cerrar y revisarnegociaciones. La democracia pudieraconsiderarse como uno o dos de talestipos de mercados que funcionan el unoal lado del otro. Uno es la regla de lamayoría, tipo un hombre un voto de purademocracia electoral, donde el Estadose compromete de vez en cuando ensubastas competitivas por los votos con

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rivales (potenciales o reales). El otro,un tipo de mercado mucho más antiguo ymenos formal, ahora normalmentedenominado democracia «pluralista» o«de grupos de interés», es unainterminable serie de negociacionesbilaterales paralelas entre el Estado y loque se podría llamar poseedores deinfluencia dentro de la sociedad civil.Influencia debe considerarse no sólocomo la capacidad de allegar votos,sino también como cualquier otra formade apoyo útil para el mantenimiento delpoder del Estado sobre sus ciudadanos,como sustituto de la represión abiertapor parte del propio Estado.

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No dispongo de una teoría formalque ofrecer que considere y organicesistemáticamente las causas que inducenal Estado a pretender asegurar el podermás por medio del consenso y menospor medio de la represión (o, lo queparece todavía mucho más raro,viceversa). Quizá tal teoría no searealmente posible, al menos ninguna quededujera las políticas escogidas por elEstado del supuesto de que escogerá losmedios que le lleven eficientemente asus fines. Pues resulta discutible que elEstado confíe en el consenso pormiopía, debilidad de voluntad y laconsiguiente afición por la línea de

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menor resistencia. Normalmente parecemás fácil conceder que denegar,extender y diluir las recompensas quelimitarlas y concentrarlas, agradar másque menos, y poner buena cara en vez deuna expresión hosca. Además, confrecuencia la represión ha significado dehecho la cerrada identificación delEstado con un aliado de la sociedadcivil, un grupo, estrato o(invariablemente, en sociologíamarxista) una clase tal como la nobleza,los terratenientes, los capitalistas.Acertada o equivocadamente, losEstados tendieron a considerar que esaestrecha alianza con ciertos pequeños

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subconjuntos de la sociedad losconvertía en cautivos de la clase, casta ogrupo y negaba su autonomía. Al igualque los reyes de épocas medievalestrataron de disminuir su dependencia dela nobleza mediante la solicitud deapoyo a los burgos, así el Estado enépocas más modernas se emancipa de laburguesía mediante la concesión dederecho de sufragio y la compra devotos de masas populares cada vez másamplias.

La adopción de estas víasdemocráticas por la situación difícil queel gobierno represivo representa para elEstado (un poco como la comisión de

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una falta moral mediante la cual elprotagonista intenta escapar de sudestino en una tragedia construida comoes debido), supone su propio castigo. El«castigo» para el Estado consiste entener que resignarse a la competiciónpolítica por el poder con otros rivales,cuyas consecuencias resultanfundamentalmente destructivas para lospropios fines que el Estado estabaintentando llevar a cabo.

Una consecuencia lógica de estedilema es recurrir a lo que políticamentese denomina democracia popular, en laque el Estado dispone de ampliosmedios para reprimir la competición

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política y pedir aún algo más deconsenso a sus ciudadanos aumentandolas expectativas de recompensas futurasuna vez que la construcción delsocialismo esté suficientementeavanzada. Ciertas implicaciones de larivalidad abierta por el poder delEstado, el sistema multipartidista y de«influencia» en la sociedad civil quepuede oponerse al Estado a menos quese le soborne o reduzca serándesarrolladas de manera sistemática enel capítulo 4, «Redistribución», y larespuesta racional del Estado,principalmente la reducción deinfluencia de la sociedad civil, en el

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capítulo 5, «Capitalismo de Estado».Cuando se trata ante todo de obtener

la ocupación del Estado, o de noperderla, lo primero es lo primero,situándose obviamente en segundo lugaren el orden lógico, si no en elvalorativo, cualquier consideraciónsobre cómo utilizar el poder una vezque esté asegurado. Reunir una base deconsenso suficientemente amplia puedesignificar tanto la adquisición de podercomo la apropiación del terreno políticoque una base más estrecha dejaríapeligrosamente vacío y abierto para queotros lo invadieran. Tengan o no losdirigentes de una sociedad democrática

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la agudeza de prever el carácter enúltimo término frustrante del gobiernomediante el consenso (comparado conlas disciplinas del gobierno mediante larepresión, y el estado de gracia que es elgobierno mediante la legitimidad), lalógica de su situación —el impulso de lacorriente— la política de pequeñospasos les conduce en una direccióndemocrática. Deben hacer frente a lasconsecuencias inmediatas de sudebilidad previa sin hacer caso de loque pueda exigir el futuro más distante,porque, en inolvidable expresión de unfamoso muñidor británico, «una semanaes mucho tiempo en política».

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Algunas de estas consideracionespueden ayudar a explicar por qué, encontra de la primitiva versión de manualde las masas políticamente marginadaspidiendo a voces el derecho a participaren el proceso político, el impulso parala ampliación del derecho de sufragioprovino con frecuencia tanto de losdirigentes como de los dirigidos. Esteme parece el enfoque realista paraconsiderar las iniciativas electorales deNecker para los estados provincialesfranceses en 1788-89, las reformasinglesas de 1832 y 1867 y las delSegundo Reich después de 1871.

Finalmente, las recompensas no

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crecen espontáneamente en los árboles,ni se generan y distribuyen a los buenosciudadanos por el buen gobierno. Soncontrapartidas de negociación que elEstado adquiere para su distribuciónentre sus partidarios por tomar partido.Un presunto adversario de todos en lasociedad civil, para obtener el apoyo dealgunos debe convertirse en eladversario real de otros; si la lucha declases no existiera, el Estado podríaprovechosamente inventarla.

Tomar partido

El surgimiento de lademocracia de partidos en el

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s ig lo XIX sirvió para construirtanto el consenso de masas comoun aparato del Estado másvoluminoso y más inteligente.

En una república de profesores, elcapitalista acaba como el desahuciadopolítico.

Los cimientos del Estado delbienestar laico occidental se pusieronprobablemente con la inglesa Ley dePobres de 1834, no porque fueraespecialmente buena (de hecho fue malaen cuanto abolió las ayudas exteriores,fuera de los hospicios) sino porque, almismo tiempo que se ocupaba de lospobres, el Estado transfirió la mayor

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parte de la responsabilidadadministrativa para con ellos desde lasdiletantes e independientes autoridadeslocales a sus propios profesionales en loque entonces empezó a irse perfilandocomo la administración pública. Elprincipal autor y promotor de esteesquema de construcción de la fuerzamuscular del Estado y la capacidad degobernar fue el gran utilitarista prácticoEdwin Chadwick, sin cuyo enormeimpulso gran parte de la intervencióndel gobierno inglés en asuntos socialespodría haberse producido variasdécadas más tarde de lo que lo hizo. Sinembargo, ahí estaba él, acelerando con

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su entusiasmo lo históricamenteinevitable en veinte años o así,reconociendo claramente que si elEstado efectivamente está parapromover una buena causa, no debeconfiar en la buena disposición deintermediarios independientes a los queno controle[56]. Cuando más tarde dedicósus esfuerzos a la sanidad pública,obtuvo la creación de la Junta Generalde Sanidad con él mismo como suprimer mandatario, sólo para conseguirque la Junta desapareciera a sujubilación en 1854, demostrando hastaqué punto dependía, en aquella faseincipiente de la inevitabilidad histórica,

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del compromiso de un solo individuo.No fue sino hasta 1875 cuando el Estadollegó por fin a recrear un cuerpoadministrativo en la Ley de SaludPública y al hacerlo de este modo,incurrió incidentalmente en «la mayorinvasión de los derechos de propiedaddel siglo XIX»[57]. Resulta sorprendente,a la vista de la autoridad que el Estadoestaba adquiriendo sobre el ciudadanoen otras áreas de la vida social, que laeducación siguiera siendo facultativahasta 1880.

A un más bajo nivel de eminenciaque Chadwick, los inspectores creadospor las primeras Leyes de Fábricas

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desempeñaron un papel en cierto modoanálogo como puntas de lanza, al mismotiempo, de la reforma social y delengrandecimiento del aparato delEstado. Al supervisar la observancia delas sucesivas leyes fabriles, siguieronencontrando nuevos problemas socialespara que el Estado los resolviera.Cuando estos problemas fueron a su vezabordados, descubrieron que como unsubproducto fortuito habían aumentadoasimismo su propia autoridad y elnúmero de sus subordinados. De hecho,hubo una primera ola importante deexpansión de los intereses del Estado y,paralelamente con ella, de su aparato,

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desde la Ley de Reforma de 1832 hasta1848, como si pretendiera asegurarse laalianza de los nuevos votantes; luegosiguió una relativa calma desde 1849hasta 1859, coincidiendo con la décadade reacción conservadora continental; ydesde entonces un bullicio de crecienteactivismo.

Se ha estimado que durante elperíodo que va desde 1850 hasta 1890el número de empleadosgubernamentales británicos creció enaproximadamente un 100 por ciento y,desde 1890 hasta 1950, en un 1 000 porciento; el gasto público en el siglo XIXfue, por término medio, de alrededor del

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13 por ciento del PIB, después de 1920nunca bajó del 24 por ciento, después de1946 nunca fue inferior al 36 por cientoy en nuestros días la señal está apenaspor encima o por debajo de la mitaddependiendo de cómo contabilicemos elgasto público[58]. Se desconfía con razónde las series estadísticas referidas aperíodos bastante largos porque sucontexto corre el riesgo de cambiar enaspectos importantes. Por razonessimilares de contextos no comparables,las comparaciones estadísticasinternacionales de la parte del PIBdedicada al consumo y las transferenciasdel sector público, debiera tratarse con

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cierta reserva. Con todo, aunque lascifras muestran enormes diferencias seaen la dimensión temporal o entrenaciones, se puede al menos sacar sinpeligro la modesta conclusión de que elgobierno en Inglaterra en el último sigloy medio se ha multiplicado varias veces,o que entre los principales paísesindustrializados ningún gobierno dejatanta cantidad del PIB para finesprivados como el japonés. Quizá seaconveniente en este punto recordar denuevo la falta de entusiasmo porgobernar de Walpole y relacionarla conel hecho de que su gobierno disponía entotal de 17 000 empleados, de los que

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cuatro quintas partes se dedicaban atareas fiscales[59].

No me ocuparé por segunda vez delirrefutable argumento dialéctico según elcual cuando en una situación deintereses de clase en conflicto el Estadose alinea con la clase trabajadora, estárealmente alineándose con la clasecapitalista, pues cualquiera que tengabajo su mando al invencible adjetivo«real» debe ganar en cualquiercontroversia sobre esto, como sobrecualquier otra cosa. Simplemente apuntoque en áreas de posible interés que elprimitivo Estado inglés (el hanoverianoaún más resueltamente que el de sus

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predecesores los Estuardo) ignoró engran parte, el Estado del siglo XIXentendió que la política públicadesempeñaba un papel creciente que eraal menos prima facie favorable a lamayoría, a los pobres y a losdesvalidos. El tránsito desde la ausenciadel Estado y su desinterés hasta suprogresivo predominio tuvoconsecuencias (en parte predecibles)para la libertad de contratar, laautonomía del capital y respecto a laforma en que el pueblo llegó a concebirsu responsabilidad en relación con supropio destino.

Al menos en la primera parte del

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siglo el impulso anticapitalista delmovimiento reformista no provinociertamente de ningún cálculo inteligentepor parte del Estado en el sentido de quehubiera más apoyo que ganar por la«izquierda» que el que se perdería porla «derecha». En términos de laaritmética electoral anterior a 1832, estehabría sido un cálculo en todo casodudoso. Hasta la reforma electoral de1885, si no más adelante, el principalbeneficio político de tomar partido porel obrero pobre se derivaba no deconseguir sus votos sino los de la clasemedia profesional progresista. Laprimera legislación favorable al

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trabajador agradaba sobre todo a laaristocracia rural y, además, a aquellosmagnates que despreciaban el suciodinero de los propietarios de fábrica ysu desinterés por el bienestar de losobreros y sus familias. Sadler, Oastler yAshley (lord Shaftesbury) estabanempapados de hostilidad justiciera hacialos fabricantes, y la Comisión de Sadlersobre Trabajo Infantil en las Fábricas de1831-32 redactó uno de los másvirulentos tratados antiindustrialesjamás escritos.

La defensa capitalista fue inepta demodo característico. Con el paso deltiempo, a medida que la política estatal

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ayudaba a los pobres a expensas de losricos, lo hacía tanto por ayudar a lospobres como por contentar a algunatercera parte altruista o envidiosa —lainquieta clase media criada en elradicalismo filosófico (y en una o dosocasiones, un cierto desmesuradamenteinfluyente Master of Balliol)—. Auncuando el amplio apoyo popular seconvirtió en un objetivo reconocido yadmitido más claramente, el Estadopuede haber sido con frecuenciapresionado por la opinión articulada delas clases medias y altas más allá de loque estaría justificado por la ventajapolítica tangible obtenida de cierta

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medida progresista. La «falsaconciencia», una aceptación fácil(rayana en la simpleza) de lo que laopinión dice acerca de los deberes deEstado en materia de justicia social, raravez estuvo ausente de los pronósticosprovisionales de pérdidas y gananciaspolíticas.

Quizá la más misteriosacaracterística de la relativamente rápidatransformación del Estado georgianocuasimínimo en la democraciavictoriana de partidos, una adversariadel capital, que se dotó a sí misma deuna burocracia autónoma (aunque en unamedida más moderada de lo que lo

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hicieron otros muchos Estado que, porvarias razones, eran para empezar máspoderosos y autónomos), es elsilencioso derrotismo con el que laclase capitalista, en vez de atraer laconfianza de la ideología dominante dela época, como se suponía que ocurría,se sometió al papel de políticamentedesahuciada, contentándose con ganarmucho dinero. Alemania tuvo aHumboldt, Francia tuvo a Tocquevillepara concebir y expresar lospensamientos que se requeríanurgentemente acerca de los límitesconvenientes del Estado y las ominosasimplicaciones de la soberanía popular.

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Inglaterra sólo tuvo a Cobden, Bright yHerbert Spencer en este campo. Susmayores pensadores, al seguir con latradición utilitarista, prepararon dehecho los fundamentos ideológicos delEstado adversario. (La circunstanciahistórica, que produjo el jacobinismo enFrancia y la adulación del Estado-nación en Alemania, es verdad que fuemucho menos amable para el estatismoen Inglaterra, donde sus ideólogostuvieron un camino difícil hasta más omenos el último tercio del siglo). Mill, apesar de sus resonantes frases en OnLiberty, su desconfianza en el sufragiouniversal y su aversión hacia la invasión

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de la libertad por parte del gobiernopopular, careció de doctrina para lalimitación del Estado. Su pragmatismolo arrastró fuertemente en la otradirección. Para él, la intervención delEstado que supone la violación delibertades personales y (en la medida enque estos son distintos) derechos depropiedad, siempre era mala, exceptocuando era buena. Fiel a su marcadaveta utilitarista, se contentaba con juzgarlas acciones del Estado «según susméritos», caso por caso.

La impotencia doctrinal del interéscapitalista queda muy bien aclaradamediante la evolución del derecho

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laboral. La ley inglesa sobre lossindicatos describió un círculo completoentre 1834 y 1906, desde la prohibiciónde las asociaciones hasta la limitaciónde la competencia tanto en la ofertacomo en la demanda de trabajo, parafinalmente legalizar las asociacionespara limitar la oferta y eximirlasasimismo de tener que cumplir loscontratos cuando no fuera convenientehacerlo. Más o menos el mismo efectofavorable para el obrero podría haberseconseguido por vías menosprovocadoras. Uno podría haberpensado que se estaba reclamando laviolación del principio de igualdad ante

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la ley del capital y el trabajo. A pesarde todo no había una doctrina capitalistade contraataque digna de consideración,ninguna apelación a los principiosfundamentales, ni a las hasta entoncesincontestadas verdades de la economíapolítica.

El Estado inglés, dos veces casidesarmado vis-à-vis la sociedad civil en1641 y 1688, recuperó su predominiosobre los intereses privados a lomos dela reforma social, llevando a cabo sutransformación partidista anticapitalistaprovisional y gradualmente durante casiun siglo. En la Europa continental, lasociedad civil nunca desarmó al Estado

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que siguió siendo poderoso, en aparatode gobernación y capacidad represiva,aun donde se levantaba sobre pies debarro. El giro anticapitalista comomedio de construir una base de consensose produjo algo más tarde en estospaíses, pero se llevó a cabo másrápidamente. Los años que trazan lalínea divisoria a partir de la cual elcapitalismo se convirtió en undesahuciado político (aunque muyboyante desde el punto de vistafinanciero, llegando a ser socialmenteaceptable y aun capaz, en el caso deeminencias como los hermanos Pereira,los James de Rothschilds, los

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Bleichröders o los J. P. Morgans, deinclinar al Estado a que sirviera a finescapitalistas), fueron alrededor de 1859en Francia, 1862 en la FederaciónAlemana del Norte y 1900 en losEstados Unidos de América.

Fue aproximadamente en 1859cuando Napoleón III, que se considerabaa sí mismo un hombre de la izquierda,empezó realmente a confiar en laAsamblea y a practicar los rudimentosde la democracia parlamentaria, einmediatamente de un tipo particular:pues Guizot y Odilon Barrot habíanabandonado la escena para serreemplazados por hombres de la

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izquierda radical tales como JulesFavre, Jules Ferry y Gambetta, con el«despreciable Thiers» como únicorepresentante de una continuidad de tipodesgarbado con la monarquía burguesa.La huelga se legalizó en 1864 y en 1867se estableció por ley un verdaderoestatuto para los sindicatos con medidasaccesorias que abarcaban desde laspensiones de los trabajadores al controldel precio del pan, adoptando NapoleónIII un compasivo interés en el fomentode los sindicatos. Coincidiendo tal vezfortuitamente con su cambio hacia lapolítica de consenso, hizo gala de unasutil indiferencia respecto al interés

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capitalista al abrir el hierro y el acero,la ingeniería y las industrias textilesfrancesas a la competencia frente a lasmás eficientes de Inglaterra y Bélgica.Compartiendo la ampliamente difundidailusión de que una nación de tenderospagará por un buen cambio en la políticacomercial con tanto apoyo político comonecesitaba para sus ambicionestransalpinas, a finales de 1859 envió aChevalier, un ex profesor de economíacon las convicciones de libre comercioque tal vocación tiende a engendrar, areunirse con Cobden en Londres; unahora tardaron los dos espíritus afines ennegociar una reforma arancelaria

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liberal, para furiosa sorpresa tanto delMinisterio de Hacienda como de losindustriales interesados. Aunque quizáde no más que anecdótico interés(cualquiera que esté mínimamentefamiliarizado con las negociacionesarancelarias al menos sonreirá con lahistoria), el incidente es característicodel respeto que el Estado francés tuvo,entonces como siempre, por losintereses de sus industriales.

Otra faceta del Estado adversarioque empezó a importar en el SegundoImperio y llegó a ser muy importante enla Tercera República, fue la evoluciónautónoma de la burocracia. El

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funcionariado profesional francés,construido con las aportaciones deColbert, Louvois, Machault, Maupeau y,sin solución de continuidad, porNapoleón, estaba al principioestrechamente vinculado a la propiedady la empresa, tanto a causa de lanegociabilidad y (en sus inicios)relativamente elevado valor de capitalde los cargos, como por el doble papelque desempeñaron la mayoría de lasdinastías de funcionarios en laadministración real y en los principalesintercambios capitalistas de la época,los contratos militares y los impuestosrurales. En la caída de la monarquía de

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julio en 1848, un régimen que teníamenos ambiciones que la mayoría dedominar a la sociedad, la administracióncivil era más poderosa que nunca, y,desde luego, más numerosa (Marxapuntó, como un elemento significativode su caracterización del SegundoImperio, que había 500 000 burócratasahogando a la sociedad civil además de500 000 soldados), pero ya apenas teníainversión en la industria francesa y engeneral tenía escasas propiedades. Laseparación entre el capital y laburocracia se acentuóconsiderablemente en la TerceraRepública. Mientras que el estrato

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superior del funcionariado pertenecíaciertamente a las clases superiores (paraindignación de Gambetta) y siguiósiendo dinástico, la propiedad que teníaera principalmente en forma de rentes, ycarecía de comprensión, así como deintereses comunes, con respecto alcapitalismo empresarial.

Por otra parte, cuando en 1906 losemolumentos de un député casi seduplicaron, la profesión de legislador sehizo de la noche a la mañana bastanteatractiva como forma de ganarse la vida.Hasta entonces, cualesquiera que fuerenlos antecedentes sociales y económicosdel funcionariado, al menos por parte

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del legislativo, el capital, la industria yla tierra estaban fuertementerepresentados. Desde entonces, sinembargo, la república de notables seconvirtió rápidamente en, por decirlocon la frecuentemente citada expresiónde Thibaudet, una «república deprofesores» que, a juzgar por losantecedentes ocupacionales de lassucesivas legislaturas francesas, hapermanecido desde entonces.

A diferencia de Francia, Alemaniano tuvo su revolución «burguesa» (ni esdel todo evidente cuán diferente habríasido su historia de haberla tenido). Nituvo su monarquía de julio, que animara

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a su burguesía a enriquecerse, aunque(pese a su tardío comienzo en torno almedio siglo) no dejaron de hacerlo así ytodo. Bajo el romántico anticapitalismode Federico Guillermo IV (esto es, hasta1858), el Estado prusiano, aunqueoponiéndose a las ideas nacional-liberales importadas de las cuencas delRhin, por lo menos clarificó gran partede la confusión administrativa y lasinútiles interferencias que solíanestorbar a la empresa. Este relativoliberalismo económico fue una (aunquemenor) causa que permitió el incrementode nuevas empresas que caracterizó a ladécada de 1850. Cuando en 1862

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Bismarck ganó el máximo poder, losnacional-liberales tuvierondefinitivamente que desistir de todaesperanza seria de configurar la políticaestatal. Si no es demasiado toscocontemplarlos como el partido delcapital, puede decirse que sucomportamiento subsiguiente realmentesignificó la aceptación por parte delinterés capitalista de un papelpolíticamente bastante subordinado.

Aprovechándose tanto directa comoindirectamente de la obsesión deGuillermo I por el ejército, Bismarckaseguró que se diera prioridad absolutaa los asuntos pangermanos y exteriores,

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casi sin miramientos hacia laconsiguiente carga fiscal sobre laindustria. La explicación esquemática desu libertad de maniobra es, desde luego,su hábilmente gestionada tregua, a vecesequivalente a una abierta alianza, con lacorriente principal de lossocialdemócratas. Una forma simple,pero no por esa razón equivocada, decomprensión de la política de Bismarckes que su extraordinariamente avanzadaseguridad social y legislación social fueel precio que obligó a pagar al capitalalemán, para disponer de la calmadoméstica y el consenso que élnecesitaba para la efectiva dedicación a

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sus objetivos prioritarios de políticaexterior. Esta última fue de relativautilidad para la industria y las finanzasalemanas. Quizá más exactamente, laindustria manufacturera alemana,encaramada técnica y comercialmente enla cresta de la ola, podía haber obtenidocierto beneficio de casi cualquierpolítica exterior factible, de pasablecompetencia y continuidad, ya fueraactiva o pasiva, con tal que produjera launión aduanera alemana. Realmente nonecesitaba más para prosperar.Conseguir mucho más que eso de lapolítica exterior probablemente costaramás de lo que valdría.

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No obstante, la negociaciónfundamental de Bismarck con una partevital de la izquierda socialista y lasexigencias fiscales de su políticaexterior no fueron las únicas causas deque el Estado prusiano, y más tarde elSegundo Reich, le pusieran mala cara alcapital. Otra razón fue el ascendienteintelectual que el socialismo de cátedra,Katherdersozialismus, logró sobrealgunos de los elementos másambiciosos y esforzados de laadministración civil, tanto a través de laeducación formal como mediante lainfluencia de la investigación realizadadentro del Verein für Sozialpolitik . Si

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esta Verein fue más poderosa, y ganóinfluencia más pronto que los fabianosen Inglaterra, su mayor impacto inicialen la legislación y regulación fue en granparte debido a la excelencia y libertadde acción política del funcionariadoalemán. Disponía de una fuertetradición, que se remontaba a Stein, deno sólo servir sino de realmente definir,interpretar el bien del Estado, y carecíade falsa modestia respecto a «ejecutarmeramente» la voluntad de susdirigentes políticos. Si recordamos,además, que tendían a tener poca oninguna fortuna y sus raíces familiaresse encontraban principalmente en el

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austero Este mientras que las de loscapitalistas representativos estaban másal Oeste o al Norte, tenemos elementossuficientes para apreciar la relaciónadversaria del Reich con el capital en laera de sus mayores éxitos organizativosy técnicos. La ruptura con Rusia, lafebril política exterior de Guillermo II yel choque con Francia e Inglaterra en1914 fueron la culminación de mediosiglo de elecciones políticas, ejecutadasal principio de manera racional ycompetente y progresivamente menos amedida que pasaba el tiempo, en el quelos más estrictos intereses del capitalalemán fueron sacrificados sin vacilar a

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la propia concepción del Estado de loque era el bien nacional global. Esto sellevó a cabo con el apoyo del grueso dela socialdemocracia y el movimientosindical.

La razón, si es que existiera unabuena razón para intentar fechar conprecisión los cambios históricos dedirección, para situar en el acceso a lapresidencia de Theodore Roosevelt elcomienzo de la relación adversaria entreel gobierno norteamericano y el capital,es sobre todo que cualquier fechaanterior incluiría los años de McKinleyen la Casa Blanca, casi la más obviaantítesis a la tesis que estoy

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proponiendo. El enfrentamiento de lascandidaturas de McKinley y WilIiamKennings Bryant fue la última ocasión enque el dinero sólo, contra todas lasdemás fuerzas, pudo conseguir que seeligiera a su candidato. Los años finalesdel siglo XIX vieron al poder ejecutivodel Estado depender del apoyo, de unaforma nunca vista desde entonces, delinterés capitalista más que del atractivopopular de su gestión pública. El colorpolítico de los dos mandatos deTheodore Roosevelt es todo uncontraste. Sus hazañas antitrust,antiferrocarril y antiempresas deservicios públicos son tan grandes

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conforme a los criterios del pasadocomo insignificantes en comparacióncon los de sus sucesores. Puede sercierto que su ladrido fuera más fiero quesu mordisco, que la demagogia fuera suverdadero elemento más que su modestahazaña, y que de hecho suadministración representara menos unadecantación populista y prosindical,menos una usurpación del revestimientode los demócratas, de lo que pudierajuzgarse por sus fanfarronadas. Noobstante, su ladrido fue a corto plazoquizá tan efectivo como podría haberlosido cualquier mordisco, para ponerdistancia por medio entre él mismo y el

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gran capital a los ojos del público ypara movilizar el apoyo nacional parasus objetivos.

Probablemente sea acertado decirque no ha habido nunca unaadministración americana que noconfiara casi exclusivamente en elconsenso para ser obedecida, adiferencia de algunos regímenesbritánicos y europeos que no confiaronen él o lo hicieron sólo un tanto. Laadministración de Lincoln, teniendo queasumir la minoría en la guerra civil, nopodía haber conservado de otro modo elconsenso de la mayoría (que esprecisamente el argumento de Acton

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acerca de las potencialmente trágicasimplicaciones de la democracia en unasociedad no homogénea). El consensoera o los votos o la influencia. Lospaladines del pueblo tendían a confiardirectamente en los votos. Otrosconfiaban ante todo en la influencia deaquellas concentraciones de poderprivado, fueran hombres uorganizaciones, que se sitúan entre elEstado y la masa amorfa de laciudadanía y proveen de estructura a lasociedad[60]. La alternancia entre los dostipos de organización del consenso, ladirecta y la indirecta, solía desempeñaren gran parte el mismo papel en la vida

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política americana que desempeñaban (ydesempeñan) la alternancia detendencias ideológicamente marcadas,conservadores y progresistas, cristianosy laicos, los partidos monárquicos yrepublicanos en otras sociedades. ConTheodore Roosevelt acabó en los EE.UU. la alternancia en este sentido;subsisten dos partidos pero ambos sehan convertido en paladines del pueblo.Si uno es menos adversario del capital ymás partidario de utilizar la purainfluencia que el otro, la diferencia noes sino de escaso grado, especialmentecuando la influencia no está yacorrelacionada con el capital.

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El ejemplo americano, en el que lasdesigualdades materiales fueron motivodurante un largo período de tiempo másde admiración que de resentimiento y laredistribución de rico a pobre y de ricoa clase media sólo recientemente hallegado a ser el instrumento central deconstrucción de consenso, resultaescasamente adecuado para clarificar larelación entre el consenso mediante votoy el consenso mediante influencia.Tomemos como ejemplo cualquier«país» que para empezar seaperfectamente represivo, digamos uncampo de concentración. Para quefuncione con éxito en función de los

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objetivos de su comandante, la lealtad oel apoyo de sus acobardados ydemacrados habitantes es indiferente, noimporta lo numerosos que sean; los de lamenos numerosa banda de confidentesbien alimentados es relativamente másimportante; y los del puñado de guardiasbien armados es esencial. Aun sipudiera, no sería recomendable que elcomandante del campo intentara atraersea los prisioneros mediante la promesade darles las raciones de los guardias.El subconjunto social del campo quecontiene al comandante y a los guardiases esencialmente una pura democraciaelectoral en la que, con todos los

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guardias casi igualmente bien armados,el comandante debe encontrar el apoyode una mayoría de ellos y lo que importaes el número (aun cuando no existavotación formal). Si se construyera unmayor subconjunto que incluyera a losconfidentes, tendría que utilizarse lamayor influencia de los guardias parainclinar el «voto» de los confidentes yasegurar el consenso de su mayoría conla forma de llevar el campo delcomandante. La amenaza implícita dearrojar a los disidentes a los prisionerossería normalmente suficiente. Si, poralguna razón, hubiera que ampliar más elsubconjunto democrático y la regla del

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consenso se extendiera a losprisioneros, tendrían que ser divididos yconseguirse el apoyo de una parte (si esque fuera posible) a cambio deprometerles las raciones de la otraparte. Cuanto menor fuera la influenciade los guardias y confidentes o menoruso pudieran hacer de ella, más seaproximaría el campo a una purademocracia electoral que otorga elconsenso por el cómputo de individuos,con la mayoría consiguiendo lasraciones de la minoría.

Parece que es una extraña confusión,y sufrida por muchos Estados no menosque por sus ciudadanos, querer disponer

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de un Estado que cuente con el consensoy que sea el Estado de todos, quepermanezca por encima de las clases ylos grupos de interés, no sometido aningún grupo y que lleve a caboimparcialmente su concepción del mayorbien para la sociedad.

Cuando el Estado toma partido, nosólo está construyendo la requerida basede consenso. Quizá inconsciente einvoluntariamente está también«aprendiendo al hacerlo». Con cadamedida que toma para favorecer a unciudadano o a un grupo de ciudadanos,cambiar el sistema de recompensas yobligaciones que se derivan de la

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costumbre anterior o de los contratosvoluntarios, cambiar los acuerdoseconómicos y sociales queprevalecerían a no ser por suintervención, adquiere másconocimiento de los asuntos de susciudadanos, un mejor y mayor aparatoadministrativo y, por tanto, una crecientecapacidad de imaginar y llevar a cabomás medidas. De esta forma se enlazandos canales de causación imprevista, yacaban por formar un circuitoautosostenido. El uno lleva de laintervención a la capacidad paraintervenir, como el trabajo físico lleva aaumentar la musculatura. El otro lleva

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de un mayor aparato estatal a unequilibrio alterado de intereses en lasociedad, volcado a favor de másintervención estatal; pues mediante elautoengrandecimiento el Estado aumentala base electoral activista.

Estos canales funcionan dentro delaparato estatal y no entre él y lasociedad civil. Otro circuito yprobablemente más poderoso seextiende desde los beneficios estataleshasta la situación de dependencia oadicción dentro de la sociedad civil,que exige más beneficios. Es más fácilcomprender la mecánica de talescircuitos que confiar en su estabilidad,

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en la capacidad última de susreguladores internos para impedir que sedescontrolen.

Licencia para remendar

El utilitarismo favorece algobierno activista principalmenteporque está construido paraignorar toda clase de razonespara moverse lentamente.

Enjuiciar las cosas por sus méritoscon una mente abierta atrae fatalmente alas mentes abiertas.

Sería ahistórico dar a entender queel Estado hará en general todo aquelloque asegure de la manera más eficiente

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su supervivencia política y elcumplimiento de todos los demás finesque pueda tener. Por el contrario, tiende,repetidas veces, a escoger mediosrelativamente ineficientes para sus fines,e incluso a retrasar o dificultar suconsecución, pues sus posibleselecciones están hasta cierto puntopreestablecidas para ello por elZeitgeist, el espíritu del tiempo y ellugar. No puede, sin poner en peligro lacon frecuencia delicada mezcla derepresión, consenso y legitimidad que enel peor de los casos trata de mantener yen el mejor consolidar, recurrir aacciones para las cuales no tiene

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autorización ideológica.Al mismo tiempo, en una de las

secuencias del huevo y la gallina queparecen gobernar gran parte de la vidasocial, la ideología facilitaráprovidencialmente antes o después laautorización para emprenderprecisamente el tipo de acción quenecesita el Estado. Así, cuandohablamos de «una idea cuyo tiempo hallegado» (el desarrollo de la «base» queproduce la correspondiente «ideologíadominante»), debemos también tener inmente la igualmente interesante versióninversa, esto es, que el tiempo hallegado porque lo ha provocado la idea

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(la «superestructura» que efectúa elcorrespondiente desarrollo de la«base»). Se ofrece este preliminar paraponer en perspectiva las recíprocasrelaciones entre el Estado adversario yel utilitarismo.

Es práctica bastante convencionaldiscernir tres etapas en la evolución delas funciones del Estado (aunque se lascontempla más como etapas heurísticasque como históricas, de tiempo real). Enla primera, un Estado vagamentehobbesiano resuelve un básico dilemade los prisioneros haciendo respetar lavida y la propiedad, considerándose quetal respeto incluye asimismo la

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protección frente a cualquier Estadoextranjero. Cuando se maneja la teoríapolítica como si fuera económica, talprimera etapa estatal puede asimilarse ala empresa monopolista de productoúnico que fabrica un bien público, porejemplo «orden». La segunda o el tipobenthamista de Estado se parecería auna empresa de múltiples productos queproporciona una diversificada gama debienes y servicios cuya lucrativaproducción de libre empresa tiene quehabérselas con algunos dilemas de losprisioneros o al menos con un problemade «viajero sin billete» o «gorrón»(free-rider), y consiguientemente

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requiere la coerción para cubrir suscostes. (Se da por supuesto que losacuerdos voluntarios carentes decoerción producirían sustitutos lejanos,o cantidades diferentes, posiblementemenores, de sustitutos cercanos de talesproductos). Qué bienes o serviciosadicionales producirá el Estado, o dequé funciones adicionales se encargaría,ha de decidirse por sus méritos. En latercera etapa de la evolución de susfunciones, el Estado se encargará deproducir la gama de bienes públicos deeste modo seleccionados y también lajusticia social.

No existe entre estas etapas una

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línea divisoria tal como la que existeentre el estado de naturaleza y el Estado.Cada etapa contiene a todas las«precedentes» y es reconocible por elacceso a un tipo de función sin elabandono de las demás. Cuando el saldode ventaja política en la búsqueda deconsenso es favorable a que el Estadorestrinja las horas de trabajo en lasfábricas y establezca normas deseguridad, proporcione señales detráfico, faros y controles de tráficoaéreo, construya alcantarillas,inspeccione mataderos, obligue a losviajeros a vacunarse, dirija escuelas yobligue a los padres a hacer que sus

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hijos asistan a ellas, enseñe a loscampesinos a cultivar la tierra y a losescultores a esculpir, cambie unapráctica, reforme una costumbre,imponga una pauta, la autorización paraestas asistemáticas mejoras le esfacilitada por la doctrina utilitarista. Sufuncionamiento, ya a menudo un hábitoinconsciente de pensamiento, secomprende mejor como un tipo deargumento de dos tiempos, cuyo primertiempo es un rechazo delconservadurismo a priori, una implícitadenegación de que los acuerdosexistentes contengan presunción algunaen su propio favor. Los utilitaristas

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razonan, por recuperar una de las perlasque Michael Oakeshott tiene la generosacostumbre de arrojar ante sus lectores,

como si los acuerdos fueran deseadosnada más que para ser enmendados[61],

como si todo pudiera y debiera sercontemplado con una mente abierta, conidea de decidir si hay que repararlo ono.

El segundo tiempo del argumento(que podría formularse de manera quesubsuma al primero)[62] es que lasacciones son buenas si son buenas susconsecuencias. (La «actuaciónutilitarista» conduce abiertamente a este

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resultado, la «regla utilitarista»indirectamente). Consiguientemente,debemos alterar cualquier acuerdo quepudiera ser mejorado de esa manera.Pese a su reputación no intervencionista,esta fue precisamente la postura de J. S.Mill. Consideraba que una desviaciónd e l laissez faire que implicara un«innecesario incremento» en el poderdel gobierno era un «mal seguro» amenos que fuera requerido por «algúnimportante bien» —más importante queel mal al objeto de que el saldo deconsecuencias buenas y malas fuerabueno—. Al menos tuvo la virtud deexplicitar que la formulación general del

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argumento en favor del remiendo debeprever la compensación de una posibleconsecuencia mala (aunque sólo fueracomo una «caja vacía»), unaformulación que convierte a la defensade la reforma de un acuerdo en una tareaalgo más exigente, pues la buenaconsecuencia tenía por tanto que ser muybuena. Enjuiciar las acciones por susconsecuencias es una regla difícil yextraña, como se comprende fácilmentemediante la consideración de lanaturaleza intrínseca de lasconsecuencias. Si no sabemos quéconsecuencias traerá una acción, la reglasignifica que no podemos distinguir una

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buena acción de una mala hasta despuésde que sus consecuencias se hayanproducido a su debido tiempo. Apartede las absurdas implicaciones morales,semejante interpretación convierte a ladoctrina en algo bastante inútil. Por otraparte, si sabemos, o incluso creemos quesabemos, «con certeza» cuáles son lasconsecuencias, lo hacemos porquepensamos que deben seguirse de modoseguro, de manera predecible de laacción concreta. Si es así, sonfuncionalmente inseparables de ella,como lo es la muerte de la decapitación.En tal caso, si fuéramos a decir «estaacción es buena porque su consecuencia

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es buena», realmente no estaríamosdiciendo nada más que la acción esbuena porque, considerada como untodo, es buena. Esto sería equivalente arecomendar aquellas reformas quemejoraran los acuerdos —una reglacompletamente vacía.

Sin embargo, el utilitarismo no nospermite considerar que una acción (porejemplo dar limosnas) es buena si suconsecuencia (el mendigo seemborracha con el dinero y esatropellado por un coche que pasa) esmala. A la inversa, para aprobar unaacción nos exige que aprobemos suconsecuencia. Entre los casos límites de

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no conocer la consecuencia en absolutoy de conocerla con seguridad, se sitúa laenorme extensión de problemas en losque el utilitarismo está estrechamenterelacionado con cuestiones de previsiónimperfecta. En toda esta área, lasp o l í t i c a s parecen tener diversascadenas alternativas de consecuencias(ex ante), aunque sólo puedamaterializarse una de las cadenasalternativas (ex post). Las consecuenciasex ante muestran probabilidadesmayores o menores. De este modo laverdadera guía para la acción políticano es ya «maximizar la utilidad», sino«maximizar el valor esperado de

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utilidad». Sin embargo, en cuantodecimos esto, se desencadena unaavalancha de problemas, cada uno delos cuales resulta insoluble excepto pormedio del recurso a la autoridad.

Cada consecuencia alternativa puedeperfectamente tener diferentesprobabilidades para diferentes personas.A su vez, estas personas pueden ser a)bien o mal informadas y b) astutas oestúpidas para convertir esa informacióncuando la tengan en una valoración deprobabilidad. Dada la naturaleza(bayesiana) de la probabilidad encuestión, ¿tiene algún sentido decir queemplean una valoración de probabilidad

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equivocada para la estimación deconsecuencias dudosas?

Por otra parte, parece difícil aceptarque una política debiera juzgarse enfunción de las valoraciones deprobabilidad posiblementemalinformadas, ilusorias, ingenuas osesgadas de las personas que van adisfrutar o padecer sus consecuencias.¿Qué ocurre si han sido engañadas porla propaganda? Y si varias personasestán afectadas por una política, ¿cuálde las probabilidades subjetivas ha deutilizarse para valorar las consecuenciasalternativas? ¿Debería cada individuovalorar la consecuencia para él por

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medio de su valoración deprobabilidad? Resulta evidentementetentador descartar algunos de estosjuicios probabilísticos, retener el«mejor» o calcular un promedioponderado de los mejores y utilizarlo enla maximización de la utilidadesperada[63]. Quienquiera que tengaautoridad para escoger el «mejor»juicio, o el método para calcular unocompuesto, está efectivamenteescogiendo de manera implícita el suyopropio.

Además, como cada consecuenciaalternativa es capaz de afectar a variaspersonas, «la maximización de la

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utilidad esperada» sería una regla inútilaun cuando los problemas que plantea eluso del término «esperada» seconsiderara que habrían de resolversemediante el recurso a la autoridad. Elsignificado de «utilidad», asimismo,debe resolverse de modo que se acuerdeque representa una suma total (cualquierotro método más débil de jerarquizaciónno duraría mucho) de las utilidades detodas las personas susceptibles de serafectadas. En el lenguaje de losespecialistas, debe ser una utilidad«social», interpersonalmente integrada.La integración interpersonal de lautilidad no es menos problemática que

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la probabilidad interpersonal. En lasiguiente sección se desarrollan algunosde sus aspectos con objeto de mostrarque dependen, asimismo, de la autoridadpara su resolución.

Cuando Bentham en el Fragmentosobre el Gobierno definía «la medidade lo correcto o incorrecto» como lafelicidad del mayor número, estabaevidentemente haciendo un discurso nosobre lo que fuera éticamente correctosino sobre cómo escoger entre unaacción y otra en el ámbito mundano delos asuntos de legislación y gobierno, ysi es difícil sostener tal distinción unavez sometida a examen, es algo en lo

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que los hombres con sentido prácticofácilmente incurren. (Aunque quizá no loexcuse, podemos asimismo recordar queBentham escribió el Fragmento conobjeto en gran parte de combatir ladoctrina de Blackstone de la inacciónlegislativa, que consideraba como unaapología de la complacencia y lapereza).

La prescripción utilitarista, pues,que el Estado y sus principalesservidores hicieron suya, era investigarlos acuerdos existentes, informar deellos al Parlamento y a la opiniónpública, y preparar reformas de las quese seguirían consecuencias buenas. El

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cambio propuesto sería o bien aquelpara el que la «demanda efectiva» fueraya perceptible (aunque no siempre oprincipalmente por parte de losprobables beneficiarios), o bien aquelpara el que tal demanda pudieragenerarse. Parecería que a medida quelos gobiernos vinieron a contar más conel apoyo popular (en Inglaterra en elúltimo tercio del siglo XIX), se hicieronmás complacientes en estimular lasdemandas de cambio en vez de dejar quelos perros dormidos siguierandurmiendo. (Ni el Estado completamenterepresivo ni el plenamente legítimotienen interés racional alguno en

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despertar a los perros que duermen).El enfoque de perfeccionamiento por

etapas, que pasa revista incesantementea los acuerdos de la sociedad, encuentraalgunos que podrían serprovechosamente «enmendados», ganaapoyos primero para la enmienda yl u e g o desde la enmienda y, conrenovada firmeza, procede al pasosiguiente, está, en su caso, construido apropósito para aislar las consecuenciasinmediatas de cada acción de lasconsecuencias acumulativas de una seriede ellas[64]. Aunque la suma de losárboles sea el bosque, el enfoque árbolpor árbol es notorio por su sesgo

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intrínseco a perder de vista el bosque.Uno de los peligros de enjuiciar lasacciones por sus consecuencias consisteen que estas, adecuadamenteconsideradas, forman una cadenavirtualmente inacabable, la mayor partede cuyos eslabones se extienden haciaun indefinido futuro. En la sociedadhumana, quizá aún másdesesperanzadamente que en universosmenos laberínticos, las consecuenciasúltimas son en general incognoscibles.En esto estriba la inocencia, tanconmovedora como peligrosa, delcriterio utilitarista de defensa delgobierno activo.

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Consideremos, en este contexto, elmandato de manual respecto a la accióndel Estado en relación con las«externalidades»: «La presencia dee x t e r n a l i d a d e s no justificaautomáticamente la intervencióngubernamental. Solamente unacomparación explícita de beneficios ycostes puede proporcionar basesrazonables para una tal decisión»[65]. Laafirmación es impecablemente cauta yconciliadora. ¿Qué podría ser másinocuo, más intachable que abstenersede intervenir a menos que lacomparación coste-beneficio seafavorable? No obstante trata al

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equilibrio de beneficios y costes, buenasy malas consecuencias, como si elestatus lógico de tal equilibrio fuera unacuestión resuelta, como si fueratécnicamente quizá exigente, perofilosóficamente sencilla. Sin embargo,los costes y beneficios se prolonganhacia el futuro (problemas depredecibilidad) y los beneficios nocorresponden normalmente oexclusivamente a las mismas personasque soportan los costes (problemas deexternalidad). Por consiguiente, elequilibrio depende intrínsecamente tantode la previsión como de lascomparaciones interpersonales.

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Tratarlo como una cuestión pragmáticade análisis fáctico, de información ymedición, es considerar tácitamente alas cuestiones anteriores y mucho másimportantes como si hubieran sido dealgún modo, en algún lugar, resueltas.Sólo que no lo han sido.

Si resulta tan deseable comoimposible prever todas o las últimasconsecuencias de las acciones que sellevan a cabo sobre cuestiones socialescomplejas, mientras que lasconsecuencias próximas se exponen enun lúcido fragmento de análisis explícitode costes-beneficios, se prejuzga elresultado de los argumentos por su

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formulación. La defensa de la actuaciónse realiza con el lenguaje de laargumentación racional por parte dementes abiertas hacia mentes abiertas. Sise descubre que las buenasconsecuencias visibles tienen mayorpeso que las malas visibles, es la razónen sí misma la que exige la«intervención reformadora». Laoposición a ella dispone de pocoshechos precisos, de escasoconocimiento positivo para argumentaren contra. Se reduce a premonicionesdesasosegadas, vagas suposiciones deefectos colaterales indirectos, oscurasmurmuraciones acerca de la indefinida

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amenaza de la omnipresencia estatal,progresivo colectivismo y ¿adóndevamos a llegar con todo esto? Suargumentación, en definitiva, habrá desoportar las odiosas etiquetas deoscurantista, políticamente supersticiosae irracionalmente prejuiciada. De estemodo, la oveja utilitarista de menteabierta será separada de la cabraintuicionista por las escisionesprogresista-conservador, racional-instintivo, articulado-desarticulado.

Estas son las consecuencias bastanteinvoluntarias y ligeramente absurdas deque el Estado necesite, en su caso, unalicencia para remendar, una justificación

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racional para acumular por etapas votose influencia. No obstante, proporcionanuna posible respuesta (aunque quepanotras) al rompecabezas de por qué,durante los dos últimos siglos o así, lamayoría de la gente muy inteligente quetiene una mente abierta (o al menos hasido educada para tenerla), se ha sentidomás cómoda en la izquierda política,aunque sea fácil pensar en algunasrazones a priori por las que hubieranpodido preferir en cambio congregarseen la derecha.

Una lección relevante sobre losefectos involuntarios e imprevistos es eldestino del propio Bentham. Se propuso

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suministrar un estatuto en favor delindividualismo, y combatió en nombrede la libertad contra una perezosa,oscurantista y, en su opinión, despóticaburocracia oficial (que le consideraba aél como un chiflado y un pesado).Incluso Dicey, para quien el período queva desde el Reform Bill hastaaproximadamente 1870 era todavía lafase del benthanismo y elindividualismo, denomina el últimotercio del siglo la fase del colectivismoy elabora un capítulo titulado «La deudadel colectivismo con elbenthamismo»[66]. Incontestablemente, almenos en los países de habla inglesa,

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Bentham tiene más derecho que lospadres fundadores del socialismo a serconsiderado el progenitor intelectual delprogreso (tan indirecto y oculto comoinvoluntaria fue su paternidad) hacia elcapitalismo estatal.

La argumentación intelectual en prodel utilitarismo político se basa en dosprincipios. El primero se extiendelongitudinalmente y vincula la acciónpresente con las consecuencias futuras:es el supuesto de suficientepredecibilidad. Como cuestión de juiciopolítico cotidiano, la suposición depredecibilidad tiende a ser reemplazadapor la simple exclusión del largo plazo.

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En la práctica se atiende sólo a lasconsecuencias próximas fácilmentevisibles («una semana es mucho tiempoen política»). Por supuesto, si el futurono importa, da lo mismo olvidarse de élque tener previsión perfecta y ocuparsede él. El segundo principio esperpendicular al primero: permite que lautilidad de una persona se contrapesecon la de otra persona. A este equilibriodebemos atender ahora.

La preferencia revelada delos gobiernos

Para determinar la mejoracción pública las comparaciones

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interpersonales de utilidad no sedistinguen nada del gobierno«que revela su preferencia» poralgunos de sus ciudadanos.

Cuando el Estado no puede contentara todos, escogerá a quien le resultemejor contentar.

Aunque derivar la bondad de unaacción de la de sus consecuencias es elrasgo característico que sitúa alutilitarismo aparte de las filosofíasmorales explícitamente intuicionistas, yosostendría que incluso este apartamientoes sólo virtual y que a fin de cuentas elutilitarismo es deglutido por elintuicionismo. Las fases de esta

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argumentación conducen una vez más alámbito de las consecuencias nodeseadas. La prioridad nominalacordada a los valores individualeslleva, a través de la subordinación de lamenor utilidad de ciertas personasrespecto a la mayor utilidad de otras, alejercicio de la «intuición» estatal paracomparar utilidades, y al aumento delpoder estatal.

Definir las buenas acciones comoaquellas que tienen buenasconsecuencias difiere la cuestión y latraslada a la de ¿qué consecuencia esbuena? La respuesta usual es en parteinservible: la palabra útil tiene

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connotaciones pedestres, mundanas yestrechamente hedonistas que indican unsistema de valores carente de nobleza,belleza, altruismo y trascendencia.Ciertos utilitaristas, no menos que elpropio Bentham, tienen la culpa porpermitir la entrada de esta falsacomprensión en los libros de texto. Sinembargo, en sentido estricto debieradescartarse. De forma adecuadamentegeneral, el utilitarismo nos dice queconsideremos como buena a unaconsecuencia si gusta, sin importar quesea «parchís o poesía» y sin importarpor qué; ciertamente no con carácterexclusivo, y acaso no en absoluto,

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porque sea útil. La consecuencia que nosgusta es sinónimo de la satisfacción deun deseo, así como del cumplimiento deun fin, y es «la medida de lo correcto ylo incorrecto». El ciudadano cuyo gusto,deseo o fin cualifica a una consecuenciaes siempre el individuo. Los argumentosque apuntan al bien de la familia, elgrupo, la clase o la totalidad socialdeben primero satisfacer de algún modocriterios individuales —tienen quederivarse de los diversos bienes de laspersonas que componen esas entidades—. La persona individual es soberanaen sus simpatías y antipatías. Nadieescoge por él sus fines y nadie tiene

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capacidad para discutir sus gustos(aunque muchos utilitaristas elijanrestringir el dominio de la utilidad,postulando al efecto que los fines debenser dignos del hombre racional y moral).Por otra parte, como es claramenteposible que a los individuos les gustenla libertad, la justicia o, si vamos a eso,la gracia divina, su consecución es fértilen utilidad en el mismo sentido en que loes, por ejemplo, la comida y el lugar enque cobijarse. Es posible, porconsiguiente, considerar a la utilidadcomo una resultante homogénea, uníndice general de consecución de finesen el que se sintetice su pluralidad de

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alguna manera no especificada en lamente individual. Tal criterio presuponeque no hay prioridades absolutas, quepara cada persona cada uno de sus fineses continuo, y que trozos adecuadamentepequeños de ellos pueden en ciertaproporción intercambiarse por trozos decualquier otro fin. Aunque conveniente,este tratamiento es algo arbitrario yposiblemente erróneo. Además,combinar fines tales como la libertad yla justicia en un índice de utilidaduniversal haría desaparecer algunas delas importantes cuestiones que la teoríapolítica quiere plantear.

(Con la presuntuosidad que a veces

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hace al lenguaje de las ciencias socialestan fastidioso, «gusto» esinvariablemente transformado en suderivado «preferencia». Los textossobre «elección social» suelen hablar depreferir, aun cuando ello no signifiquegustar más. Este tratamiento es ya un faitaccompli y me conformaré con él en lamedida en que no tenga también quedecir «mejores» cuando quiero decir«buenos». Si bien sería un alivio que lapráctica aceptada no nos obligara aemplear el comparativo donde el simpleafirmativo sería suficiente).

Con frecuencia, las accionesprivadas y casi siempre las públicas

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tienen consecuencias para diversaspersonas, de modo típico parasociedades enteras. Ya que la unidad dereferencia es el individuo, la medida delbien de las acciones es la sumaalgebraica de las utilidades que hagancorresponder a cada uno de losindividuos a los que afecten. (Lasgraduaciones más imprecisas del biensólo pueden servir para objetivos muylimitados). En otras palabras, nosestamos refiriendo a la suma deutilidades ganadas por los ganadoresmenos las perdidas por los perdedores.Si el bien público ha de maximizarse, laelección entre políticas públicas

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mutuamente excluyentes debe favorecera la que cause la mayor utilidad positivaneta. ¿Cómo la distinguimos?

Los dos casos fáciles, en los quesimplemente podemos preguntar a todoslos interesados y aceptar sus respuestas(u observar lo que hacen con objeto deinterpretar las preferencias que revelan),son las elecciones basadas en launanimidad y en el criterio desuperioridad de Pareto; en este últimocaso, al menos uno de los interesadosprefiere (las consecuencias dé) lapolítica A y ninguno prefiere la políticaB. En todos los demás casos la elección,sea la que fuere, puede discutirse o bien

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porque algunos de los interesadosoptarían por A y otros por B o bien —supuesto doblemente abierto a ladiscusión y más realista comodescripción de la vida política— porqueno hay manera de consultar confiabilidad a todos ni siquiera sobre laselecciones más importantes que lespuedan afectar, ni de hacer que cadapersona revele su preferencia de otrasformas convincentes. Permítaseme depaso enfatizar de nuevo que la unidad dereferencia sigue siendo el individuo;únicamente él tiene deseos quesatisfacer y por tanto preferencias querevelar.

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Para enviar al utilitarismo comodoctrina política a la oubliette podemosadoptar la postura de que las disputasque surgen de puntos de vistacontrapuestos acerca del saldo neto deutilidad exigen la fuerza para ponerorden, pues no hay mediosintelectualmente más aceptables pararesolverlas. Consiguientemente, a menosque se acuerde alguna otra doctrina parajustificar su toma de partido, el Estadodebe hacer todo lo posible para evitarponerse a sí mismo en una posición enla que deba hacer elecciones que gustena algunos de sus ciudadanos y disgustena otros. Este hacer todo lo posible es,

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desde luego, la postura del Estadocapitalista que hemos obtenido, desdepremisas muy diferentes, en el capítulo 1(págs. 41-44).

Por el contrario, el Estadoadversario necesita ocasiones paratomar partido, para reducir lassatisfacciones de alguna gente, pues estaes la moneda disponible con la quecomprar el apoyo de otros. En la medidaen que la política del Estado y laideología dominante deben avanzar máso menos al mismo ritmo, el dejar caer alutilitarismo en la oubliette podría habertemporalmente aislado al Estadodemocrático, para ser eventualmente

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rescatado por el surgimiento dedoctrinas sustitutorias. No está del todoclaro que esto haya, de hecho, sucedido.Muchas tendencias del pensamientopolítico, aunque declarando haber rotocon el utilitarismo, razonan mediante loque equivale a todos los efectos alcálculo utilitarista. Quizá sólo lossocialistas verdaderamente cualificados(que no se ocupan de las satisfacciones),son «utilitaristas secretos» noinconscientes. Muchos liberales (en elsentido americano), si no la mayoría,abjuran de las comparacionesinterpersonales, y sin embargo sonpartidarios de las acciones de

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maximización de utilidad por parte delEstado sobre bases quintaesencialmenteinterpersonales.

La visión intransigente de lascomparaciones interpersonales quenegaría el menor espacio al utilitarismopolítico, estriba en que sumar eltranquilo contento de un hombre a laexuberante alegría de otro, restar laslágrimas de una mujer de la sonrisa deotra es un absurdo conceptual que noresistirá examen alguno, sino que, unavez afirmado, se derrumba por sí mismo.Cuando los niños aprenden que no debentratar de sumar peras y manzanas, ¿cómopueden los adultos creer que, aunque se

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lleven a cabo de manera suficientementecuidadosa y se apoyen en la modernainvestigación social, tales operacionespueden servir como guía de la conductadeseable del Estado, de lo que todavíase denomina afectuosamente «elecciónsocial»?

Elie Halévy descubrió unareveladora confesión privada realizadapor el propio Bentham en sus escritospersonales acerca de la honestidad delprocedimiento. Tristemente, declaraBentham: «Es inútil hablar decantidades a sumar que después de lasuma continuarán como antes, lafelicidad de un hombre nunca será igual

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que la felicidad de otro… tambiénpodrías pretender sumar veintemanzanas a veinte peras… estaadicionalidad de la felicidad dediferentes ciudadanos… es un postuladosin cuya ayuda todo el razonamientopráctico se queda parado»[67]. Resultagracioso que estuviera dispuesto admitirtanto que el «postulado deadicionalidad» es una debilidad lógicacomo que no podía hacer nada sin él.Esto pudo haberle llevado a hacer unapausa y reflexionar sobre la honestidadu otros aspectos del «razonamientopráctico» que deseaba promover. Noobstante, en ningún caso podía permitir

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que «el razonamiento práctico sequedara parado». Él aceptó elfingimiento, el oportunismo intelectual«pour les besoins de la cause», másbien a la manera del cura ateo o elhistoriador progresista.

Reconocer que las utilidades dediferentes personas soninconmensurables, de manera que lautilidad, la felicidad, el bienestar nopueden ser interpersonal menteintegrados significa, al mismo tiempo,una admisión de que las actuaciones dela ciencia social con premisasutilitaristas no pueden ser invocadaspara validar pretensiones de que una

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política sea «objetivamente» superior aotra (excepto en el raro y políticamentecasi insignificante caso de la«superioridad de Pareto»). Elutilitarismo se hace puesideológicamente inútil. Si las políticastodavía necesitan una defensa intelectualrigurosa, tienen que plantearse desdealgún otro esquema doctrinal menosacomodaticio y menos seductor.

Contra esta posición intransigentepueden percibirse tres posturasrehabilitadoras de las comparacionesinterpersonales. Cada una está asociadacon los nombres de varios teóricosdistinguidos, algunos de los cuales están

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de hecho situados en más de unaposición. Tan arbitrario es reducirlos auna simple postura como demarcarnítidamente una postura de la otra. Enparte por esta razón, y en parte paraevitar ofender por medio de lo quepueden ser poco más que cápsulasvulgarizadoras inadecuadas paracontener la totalidad de un tratamientosutil y complejo, me abstendré deatribuir posiciones específicas a autoresconcretos. El lector informado juzgará sila roman à clef resultante representa conimparcialidad a los ligeramentedisfrazados personajes realesimplicados.

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Una postura que devuelve alutilitarismo su papel de enjuiciamientode la política es que las comparacionesinterpersonales son evidentementeposibles puesto que estamos haciéndolastodo el tiempo. Sólo si negáramos a «lasdemás mentes» podríamos excluir lascomparaciones entre ellas. El hábitolingüístico cotidiano prueba lalegitimidad lógica de afirmaciones talescomo «A es más feliz que B» (nivelcomparativo) y, si es realmentenecesario, presumiblemente también «Aes más feliz que B, pero por menos de loque B es más feliz que C» (comparacióndiferencial). Sin embargo, se deja un

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cierto grado de libertad a lainterpretación, lo cual vicia a esteenfoque. Estas afirmaciones cotidianaspueden, por lo que todas susformulaciones nos dicen, referirse tantoa hechos (A es más alto que B) como aopiniones, a gustos o a ambos (A es másguapo que B). Respecto a esto último, esun hábito lingüístico inútil alegar que lascomparaciones interpersonales son«posibles» (no hieren el oído), porqueno son las comparaciones que losutilitaristas necesitan para proporcionarapoyo «científico» a las políticas. Unaambigüedad igualmente crucial envuelvea la pieza de testimonio lingüístico que

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suele invocarse en apoyo directo de laspolíticas redistributivas: «un dólarsignifica más para B que para A». Si laafirmación significa que la utilidadaumentativa de un dólar para B es mayorde lo que lo es para A, bien está. Hemoscomparado con éxito las cantidades deutilidades de dos personas. Si significaque un dólar afecta a la utilidad de Bmás que a la de A, simplemente hemoscomparado el cambio relativo en lautilidad de B («ha sido enormementeaumentada») y en la de A («no hacambiado tanto»), sin haber dicho nadaacerca de que el cambio de utilidad de Bsea absolutamente mayor o menor que

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el de A (esto es, sin demostrar que lasutilidades de dos personas seanmedibles, susceptibles de expresarse entérminos de alguna utilidad «social»común homogénea).

Otra postura integracionista seencara con la cuestión de laheterogeneidad de manera frontal,mediante la proposición de lo qued e n o m i n o convenciones paradesembarazarse de ella, un tanto como siBentham hubiera anunciado que iba aconsiderarse libre de llamar fruta tanto alas manzanas como a las peras y derealizar sumas y restas en términos de«unidades de fruta». Estas convenciones

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pueden considerarse como no empíricas,como postulados no verificablesintroducidos para redondear un círculode argumentación no empírica. Es, porejemplo, como decir que las utilidadesde las personas «isomórficas», que sonidénticas en todo excepto en unavariable (por ejemplo, renta, o edad)pueden ser tratadas como cantidadeshomogéneas, y más adelante proponertratar a ciertas poblaciones comoisomórficas para ciertos fines. Unaconvención diferente nos permitiríaconsiderar a la utilidad de cada unocomo inextricablemente relacionada conla de todos los demás vía relación de

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«simpatía extendida». Otro enfoqueconvierte (más o menos) las funcionesde utilidad de diferentes personas entransformaciones lineales de una mismay única función, eliminando de losparámetros de las preferencias todo loque las hace diferentes, y volviendo aponer las diferencias «en los objetos delas preferencias». Hay también unapropuesta (que personalmente encuentroencantadora) de poner en el lugar de lasverdaderas preferencias de la gente a laspreferencias «morales» que tendrían sitodos ellos se identificaran con elindividuo representativo de la sociedad.Una convención análoga es considerar a

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las diferentes personas como «yoesalternativos» del observador.

Estas convenciones y otras afiness o n an sich alternativas inocuas yaceptables de lo que sería suficientepara legitimar la integración de lasutilidades, felicidades o bienestares depersonas diferentes. Puedenparafrasearse como si rezaran: «Losbienestares de diferentes individuospueden agregarse en una función debienestar social si nos ponemos deacuerdo en considerar que no sondiferentes individuos». Convencionestales bien pueden imponer el acuerdocomo la condición suficiente que haría

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legítima la suma de utilidadespersonales. Sin embargo, no debenconfundirse con formas para legitimar lasuma si esta no era legítima ab initio.

Una postura (a mi modo de ver)diametralmente opuesta es aceptarplenamente que los individuos sondiferentes, pero negar que esto debatraducirse en que los juicios sobre elbienestar social sean arbitrarios eintelectualmente deshonestos. Estapostura, como la «lingüística», meparece que adolece de la ambigüedad deque los juicios que formula y lasdecisiones que recomienda (siendo estasposiblemente dos funciones distintas)

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pueden ser o bien cuestiones de hecho obien cuestiones de gusto, sin que suformulación nos aclare necesariamentecuáles son. Si son cuestiones de gusto —aun cuando se trate de un gusto educadopor la práctica e iluminado por lainformación— hay poco más que decir.Estamos manifiestamente en manos delobservador simpático y todo depende dequién tenga el poder de designarlo. Laspretensiones de que una política esmejor que otra se apoyarán en laautoridad.

Por otra parte, si han de entendersecomo cuestiones de hecho verificables,refutables, la comparabilidad

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interpersonal debe significar quecualquier dificultad que podamos teneren la suma sería técnica y no conceptual;debida a la inaccesibilidad,insuficiencia o vaguedad de lainformación requerida. El problema escómo acceder a lo que pasa dentro delas cabezas de la gente y medirlo, y noque las cabezas pertenezcan a personasdiferentes. La mínima información,ampliamente accesible acerca de Nerón,Roma y tañer el arpa, por ejemplo, essuficiente para concluir que a cienciacierta no se obtuvo ganancia neta deutilidad alguna del incendio de Romamientras Nerón tañía el arpa. La

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información más precisa,progresivamente más rica, permitedescubrimientos personalesprogresivamente más refinados. De estemodo avanzamos desde la noadicionalidad que resulta de la completaausencia de datos específicos hacia unautilidad al menos cuasicardinal y sus almenos parciales comparacionesinterpersonales[68]. Ostensiblemente almenos, el contraste con las propuestasde ignorar la especificidad y despojar alos individuos de sus diferencias nopodría ser más completo. Aquí lapropuesta parece ser la de partir de laheterogeneidad admitida y enfocar la

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homogeneidad de los individuosmediante la captación de la mayorcantidad posible de las diferencias quehay entre ellos en forma decomparaciones emparejadas, como siestuviéramos comparando una manzanay una pera primero en función deltamaño, contenido en azúcar, acidez,color, peso específico y asísucesivamente por medio de ncomparaciones separadas de atributoshomogéneos, dejando de comparar sólolas residuales que desafían toda medidacomún. Una vez que hemos encontradolos n atributos comunes y realizado lascomparaciones, tenemos n resultados

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separados. Entonces estos debenconsolidarse en un resultado único, laComparación, mediante ladeterminación de sus ponderacionesrelativas.

Sea cual fuere el grado de admisiónde este procedimiento de adición deutilidades como intelectualmentecoherente, ¿bastaría para hacerloaceptable para la elección de políticas?Si se pusiera en funcionamiento esteprocedimiento, habría primero quellegar de algún modo (¿porunanimidad?) a un acuerdo sobre unamultitud de cuestiones discutibles portodos aquellos cuyos cambios de

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utilidad se van a comparan ¿Qué rasgosdistintivos de cada individuo (renta,educación, salud, satisfacción laboral,carácter, buena o mala disposición de laesposa, etc.) habrían de compararse poremparejamiento para inferir niveles deutilidad o diferencias de utilidad? Siciertos rasgos sólo pueden sersubjetivamente valorados, más queextraídos de las estadísticas delorganismo encargado del Censo, ¿quiénlos valorará? ¿Qué importancia seotorgará a cada característica en lainferencia de utilidad? y ¿será la mismaimportancia para personas consensibilidades posiblemente bastante

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diferentes? ¿De quién serán los valoresque condicionen estos juicios? Si seacordara unánimemente alguna forma«equitativa» de delegación de poderespara hacer lecturas comparativas yatribuir importancias, el delegado o biense volvería loco, o bien produciríacualquier resultado que su intuiciónconsiderara correcto[69].

En resumidas cuentas, lascomparaciones interpersonales deutilidad objetiva y procedimentalmentedefinidas, aun cuando seanmodestamente parciales, sencillamenteson todo un itinerario indirecto deregreso a la irreductible arbitrariedad

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que ha de ejercitarse por parte de laautoridad. Al final de la jornada, la quedecide es la intuición de la persona quehace la comparación, o no haycomparación. Si es así, ¿de qué sirvehacer comparaciones interpersonalesintuitivas de utilidad a fin de determinarla jerarquización de preferencias de laspolíticas alternativas del Estado? ¿Porqué no recurrir directamente a laintuición para sostener que una políticaes mejor que la otra? La decisiónintuitiva sobre qué se debe hacer es elpapel clásico asignado al observadorsimpático, que para bien o para malejercita su prerrogativa. ¿De qué otro

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puede tratarse, aunque se elimine launanimidad, sino del Estado?

A falta de unanimidad sobre cómoefectuar exactamente las comparacionesinterpersonales, son posibles diferentesdescripciones simultáneas de la elecciónde la política. Puede decirse que elEstado, ordenando sus recursosestadísticos, su conocimiento, simpatía eintuición, construyó mediciones de lasutilidades de sus ciudadanos,haciéndolos susceptibles de ser sumadosy restados unos de otros. Sobre estabase, calculó el efecto de cada políticapracticable sobre la utilidad total yeligió aquella que tenía mejores efectos.

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Alternativamente, puede decirse que elEstado ha elegido sencillamente lapolítica que creía que era mejor. Lasdos descripciones son mutuamentecoherentes y una no puede contradecir orefutar a la otra.

De manera análoga, las dosafirmaciones «el Estado descubrió queaumentar la utilidad del grupo P ydisminuir la del grupo R produciría unincremento neto de utilidad» y «elEstado eligió favorecer al grupo P sobreel grupo R» son descripciones de lamisma realidad. Nada empíricodistingue a las dos operaciones a que serefieren. Cualquier que sea la

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descripción que se utilice, por medio desu elección el Estado habrá «reveladosu preferencia». No pretendorecomendar que deba detenerse en estepunto toda indagación porque no quepacuestionar las causas de una preferencia.Solicito sí que la parcialidad del Estadono se explique mediante alguna hipótesisfútil que, por virtud de la irreductiblearbitrariedad de las comparacionesinterpersonales, en ningún caso puedaser refutada.

Justicia interpersonal

La propiedad y la libertad decontratar (que hay que defender)

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producen cuotas injustas en ladistribución (que hay quereparar).

Los contratos libres no son libres sison injustos.

Al esbozar la postura del Estadoconsecuente con dejar que la gente sedistribuya los lotes de bienes queprefieran tener (págs. 34-39), describí alEstado capitalista como el que,sometido sólo a la no violación de losderechos de terceras partes, respeta loscontratos suscritos por adultos capacesde prestar su consentimientoindependientemente de su estatus y de laimparcialidad de los términos

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acordados. Esto no implica en lo másmínimo que tal Estado sea insensible aideas de imparcialidad o justicia o quecarezca de compasión por aquellos cuyodestino, tal como resulta de lainteracción de los contratos, esdesafortunado. Si bien implica que elEstado no se siente legitimado paracondescender con sus ideas deimparcialidad y sentimientos decompasión —ni con los de ningún otro—.

La doctrina liberal (en el sentidoamericano) justificativa del Estadoadversario, por otra parte, afirma(aunque al principio solía tener

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dificultades al tratar de los fundamentospara una afirmación semejante) que síestá legitimado para hacerlo; que sobreuna extensa área de relacionescontractuales tiene autorización y desdeluego mandato expreso para hacerlo; yque su legitimación moral y su mandatopolítico son las dos fuentes gemelas desu derecho a emplear la coerción sin laque los objetivos de imparcialidad ycompasión no pueden lograrse. Esta, enefecto, es la ideología que hace unllamamiento al Estado para que haga loque se le induciría a hacer de todasformas durante el desarrollo normal deconstrucción y mantenimiento del

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consenso para su gobernación, siendo la«administración de justicia distributiva»una de las formas de describir talesacciones, y otra «comprar votos,comprar influencia».

La progresión desde la agendabenthamista de mejoras de los acuerdossociales poco a poco e incorporacionesa la producción de bienes públicos,hasta el programa liberal de justiciadistributiva, es continua.Retrospectivamente una vez que se dapor sentado que un saldo netointerpersonal de bien no es un galimatíasconceptual ni un argumento engañoso, yque puede efectuarse mediante la

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promoción del (mayor) bien de algunosa expensas del (menor) bien de otros, nohay diferencia cualitativa entre obligar alos contribuyentes ricos a pagar lareforma penitenciaria, la erradicacióndel cólera o una campaña dealfabetización, y forzarlos acomplementar el nivel de vida de lospobres (o, si vamos al caso, de losmenos ricos) de las formas másdiversas. Está claro que desde el puntode vista de la sucesión histórica seprodujeron diferencias cronológicas.Los argumentos en favor de tratar dereparar, por ejemplo, la sanidad públicao la educación fueron, asimismo,

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diferentes de los que postulaban lasubordinación de los derechos depropiedad a la justicia social o demanera más general a alguna concepcióndel mayor bien de la sociedad. Sinembargo, a nivel de la práctica política,una vez que el Estado, en un contexto dedemocracia electoral de sufragiouniversal, hubo adquirido el hábito derecompensar el apoyo, fue sólo cuestiónde consecuencias acumulativas el que laantes relativamente inocua reparaciónpor etapas se revelara como inadecuadapara mantener la supervivencia política.La ocupación del poder del Estado encompetición con rivales llegó a requerir

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una interferencia en los contratosprogresivamente más sistemática yconsecuente.

La interferencia puede caer en dosamplias clases: restricción, que limitaalgunos de los términos que se permiteincluir en los contratos (por ejemplo, elcontrol del precio), y anulación, queinvalida con carácter retroactivo elefecto de los contratos (por ejemplo,impuestos y subsidios redistributivos).

Cuando digo «contratos», estoyespecialmente interesado en su papel deinstrumentos de realización de una ciertapauta de cooperación social y lacorrespondiente distribución de rentas.

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En el estado de naturaleza (en el que lacooperación social tiene lugar sin ayudau obstáculo del Estado), la libertad decontratar tiene el efecto de que laproducción y la participación de la genteen lo producido se determinansimultáneamente por causas subsumidasen categorías tales como el estado de losconocimientos y la técnica, la afinidadpor los bienes y el ocio, el capital y lascapacidades de la gente para diversostipos de esfuerzo. (El lector está sinduda sobre aviso del hecho de que estavisión de la distribución encubreproblemas formidables. La empresa, loque Alfred Marshall llamaba

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«organización», y el trabajo se incluyenen el capítulo denominado «capacidadespara diversos tipos de esfuerzo». Seelude una explícita mención de la ofertade trabajo y, sobre todo, delconceptualmente incierto «stock decapital», así como de la función deproducción, aunque disimuladamenteambos continúen al acecho en lasalturas. Afortunadamente, el curso denuestra argumentación no nos obliga aafrontar estas dificultades). En el estadode naturaleza la gente «consigue lo queproduce», con más precisión consigue elvalor del producto marginal de todoaquel factor de producción que aporta.

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En vez de aportar es con frecuencia másinstructivo pensar en el factor que«podrían retirar pero no retiran».Cualquiera de las dos expresiones debecomplementarse para tomar enconsideración la cantidad del factoraportado o «no retirado». El capitalista,pues, obtiene el producto marginal delcapital en proporción al capital queposee. El empresario, el médico y elmecánico obtienen los productosmarginales de sus diversos tipos detrabajo en proporción a sus esfuerzos. Sien un régimen de contratos libres todaslas partes potencialmente contratantespersiguen sus intereses (o si los que no

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lo hacen —el altruista racional osimplemente irracional— no significandemasiado en el conjunto total), elprecio de los factores será empujadopor el mercado hasta el valor de susproductos marginales (y a medida quecada mercado se acerque más a lacompetencia perfecta, másestrechamente estará en correspondenciacon los valores marginales de susproductos físicos).

Pero una vez que abandonamos elestado de naturaleza, nos enfrentamos auna irreducible complicación. ElEstado, para vivir, se queda con unaparte del producto final. Por tanto, fuera

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del estado de naturaleza la teoría de laproductividad marginal puede en elmejor de los casos determinar las rentasde sus súbditos antes de impuestos. Ladistribución posterior al pago deimpuestos se hace en parte en función dela anterior a dicho pago y en parte enfunción del proceso político,determinando este último qué obtendráel Estado de cada uno de nosotros.

En concreto, la distribución sedeterminará por dos de las actividadesprincipales del Estado: su producciónd e bienes públicos (considerados ensentido amplio, para incluir ley y orden,salud pública, educación, carreteras y

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puentes, etc.) y su producción dejusticia social a través de laredistribución de la renta. En ciertasdefiniciones, la producción de justiciasocial se convierte en parte de laproducción de bienes públicos; esto daorigen a dificultades que podemos sinpeligro y con ventaja dejar de lado.(Hay un no demasiado fundado sentidoen el que la producción de cualquierbien público a costa del erario públicoes ipso facto redistributiva, aunque sólosea porque no hay una forma única,«correcta» de distribuir el coste totalpara que se pague entre los miembrosdel público de acuerdo con los

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beneficios derivados para cada uno deun determinado bien público. Siemprepuede decirse que algunos consiguen unaganga, un subsidio, a costa de otros. Así,la distinción entre la producción debienes públicos y una redistribuciónexplícita debe ser objeto de unaconvención arbitraria). Sin embargo,incluso la pauta de distribución previaal pago de impuestos es alterada por elefecto de realimentación que sobre ellaejerce la distribución posterior al pagode impuestos. En general, los factores deproducción se ofertarán más o menosfácilmente con arreglo al precio al quepuedan venderse y la situación de sus

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poseedores (técnicamente, laselasticidades precio y renta de laoferta), de manera que si uno o amboscambian por los impuestos, seproducirían repercusiones en laproducción y en los productosmarginales.

Aparte de reconocer su posibilidadlógica y ciertamente su probableimportancia, no tengo nada concreto quedecir sobre estas repercusiones. (Encualquier caso, es difícil abordarlasempíricamente). No obstante, apuntaríauna suposición a priori por lo que serefiere al capital. El capital, una vez queha sido acumulado e incorporado en

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bienes de capital, no puede retirarserápidamente. Lleva tiempo«desacumularlo» (lo que sir DennisRobertson gustaba llamar«desenmarañarlo») por la no sustituciónde bienes de capital cuando pierdenvalor debido al deterioro físico y a laobsolescencia. La oferta a corto plazode bienes de capital debe, porconsiguiente, ser más bien insensible ala contribución fiscal de renta, interés ybeneficio. Los proveedores de esfuerzopueden o no «vengarse» de losimpuestos sobre la renta ganadareteniendo sus esfuerzos. Losproveedores de capital, a corto plazo,

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no pueden vengarse de los impuestossobre la renta no ganada y es el cortoplazo el que resulta relevante para lospolíticos, que mandan poco tiempo. Nose hace un daño inmediato, pues, a laeconomía mediante medidas tales comoun impuesto sobre los beneficiosexcesivos, o el control de alquileres —un bloque de apartamentos, una vezconstruido, no se derrumbará fácilmente—. Sólo se caerá tras muchos años sinmantenimiento. Aunque sus vecinospudieran desear que lo hiciera antes, ladecadencia urbana resultante está a unadistancia futura, que deja a la políticafuera de peligro.

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De este modo aunque el Estadopuede tomar el partido de los muchoscontra el de los pocos y el de los pobrescontra los ricos fundándose enargumentos acerca del saldo total defelicidad o justicia social, tambiénpuede favorecer al trabajo sobre elcapital sobre bases de convenienciaeconómica. Sobre la misma base, puedeasimismo encontrar argumentos parafavorecer al capital sobre el trabajo. Ladisponibilidad de un diversificadoconjunto de razones para tomar partido,aun cuando algunas de ellas se anulenmutuamente, supone una gran comodidadpara que el Estado monte el sistema de

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recompensas sobre el que reposa suocupación del poder. Aunque estasrazones puedan ser consideradas comomeras excusas, como pretextos parahacer lo que de todas formas habría quehacer para obedecer a los imperativosde la supervivencia política, creo quesería erróneo suponer que para elEstado racional deben ser pretextos. Elcompromiso ideológico del Estadopuede ser perfectamente sincero. Encualquier caso, en último término noimporta si lo es o no, y no hay forma desaberlo, en la medida en que laideología sea la correcta —mediante locual simplemente quiere decirse que

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mande al Estado que haga lo quereclama la consecución de sus fines—.

Las clases que adoptan unaideología que les ordena hacer cosas encontra de su interés se dice que están enuna condición de «falsa conciencia». Es,en principio, bastante posible que estole ocurra también al Estado, y puedenencontrarse ejemplos históricos en quelas circunstancias del Estado se ajustana esta descripción. En concreto, la«falsa conciencia» es capaz de llevar alEstado a conclusiones erróneas encuanto a suavizar la represión en lailusoria creencia de que puede obtener acambio suficiente consenso, siendo

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probablemente está equivocadasuavización una causa frecuente derevoluciones. Si no fuera por la falsaconciencia o por la ineptitud o porambas, los gobiernos probablementeperdurarían para siempre, los Estadosnunca podrían perder la ocupación delpoder. Claramente, mientras más amplia,más flexible y menos específica sea unaideología, menos probable resulta que lafalsa conciencia cause desastres alEstado que se adhiere a ella. Laideología liberal con su maleabilidad ypluralidad de fines es, desde este puntode vista, una ideologíamaravillosamente digna de confianza, en

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cuanto que la adhesión a ella raramentereclamará que el Estado se ponga enevidencia y adopte una línea deconducta completamente arriesgada parasu supervivencia política. Se trata deuna ideología que ofrece muchas«opciones» diversas, cada una de lascuales es casi tan liberal como lasdemás.

Regresando, tras esta digresiónacerca de la concordancia de ideologíae interés racional, a las cuotasdistributivas que la gente, al suscribircontratos, se adjudica mutamente,evidentemente no hay presunción de quesean iguales las cuotas a las que se llega

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por este procedimiento. La presunciónde igualdad surge precisamente de laausencia de razones para que lasparticipaciones sean de tal o cual forma,o si negamos estas razones (así sucedecon el argumento igualitarista basado enla simetría, en la evitación del azar),entonces todos debieran tenerparticipaciones iguales. No obstante, lasteorías de la distribución, tales como lade la productividad marginal, sonconjuntos coherentes de tales razones.Para una ideología es una circunstanciamuy difícil que incorpore tanto unateoría de la distribución como unpostulado de participaciones iguales.

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La primitiva ideología liberal (en elmoderno sentido americano), inventadapor T. H. Green y Hobhouse ymasivamente difundida por John Dewey,no había roto ni con el derecho natural(que implica respetar las relacionesexistentes no por otra razón que por lade que han sido legalmente logradas) nicon la economía clásica y neoclásica(que implica una disposición aconsiderar salarios y beneficios comocualquier otro precio, un efectoinmediato de la oferta y la demanda). Engeneral, aceptaba a ambos comoempíricamente ciertos y moralmenteválidos, un conjunto de razones por las

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que el bienestar material de variaspersonas era el que era. Al mismotiempo, fue desarrollando la tesis de queel bienestar material relativo (si noabsoluto) era una cuestión de justicia;que su actual distribución pudiera serinjusta; y que el Estado había adquiridode algún modo un mandato para asegurarla justicia distributiva. El «debe» estabaobviamente destinado a dominar al «es».

Cuando maduró, la ideología liberalse emancipó progresivamente de suprimitivo respeto por las razones quehacían desiguales a las participacionesen la distribución. Si estas razones soninválidas, no pueden obligar a la justicia

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distributiva. Su doctrina puede ir dondequiera en completa libertad. Sinembargo, al principio esto estuvo lejosde conseguirse. El pensamiento liberalpretendió tanto aceptar las causas delbienestar relativo como rechazar susefectos. Este tour de force fue realizadopor T. H. Green, con su doctrina de uncontrato susceptible de seraparentemente libre pero realmente nolibre[70].

En las teorías de la distribuciónmarginalistas, hay tres razones por lasque el bienestar material de una personaes diferente del de otra. Una es elcapital: como cuestión de hecho

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histórico, alguna gente tiene, ycontribuye al proceso productivo, máscapital que otros[71]. Otra es la dotaciónpersonal, sea innata o adquirida poreducación, autoperfeccionamiento oexperiencia[72]. Una tercera es eltrabajo, esfuerzo medido de algunaforma que pueda distinguir entre susvarios tipos. La «organización» (en elsentido de Marshall), la «empresa» (enel de Schumpeter) pudieran tener cabidaen la categoría de «esfuerzo», aunque talvez no muy cómodamente, mientras quela recompensa por arriegarse debe tenercabida junto a la recompensa del capitalque está siendo arriesgado. Tomando a

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estos en el orden inverso, elpensamiento liberal aún hoy (sinmencionar el de hace algo menos de unsiglo), no ataca demasiado la justicia delas participaciones desiguales debidas aesfuerzos desiguales, siempre que estose entienda en el sentido de «trabajoduro», que conlleva una connotación desufrimiento. «Trabajo duro» en elsentido de diversión, o de dedicaciónapasionada, por otra parte, es materiamucho más discutida en cuanto arecompensas más elevadas de lonormal[73].

Las dotes personales son una materiatodavía más debatida, pues siempre ha

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habido una corriente de pensamiento quesuponía que los talentos concedidos porDios, la gracia y la belleza o el aplomoy la seguridad derivadas de unaeducación privilegiada, eraninmerecidos mientras que las ventajasadquiridas a fuerza de aplicación eranmerecidas. Por lo general, sin embargo,el pensamiento liberal más primitivo nopretendió negar que la gente poseyerasus cualidades (aunque se decía quetodo el mundo tenía derecho aoportunidades iguales para adquirir almenos las que la educación haceaccesibles a todo aquel que se esfuerza;podría haber diferentes opiniones sobre

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qué oportunidades debieranproporcionarse desde la equidad para lapersona brillante que obtiene másbeneficio de la «misma» educación —¿debiera enseñársele menos?— peroesas eran dudas relativamenteperiféricas). Sus cualidadesdiferenciales, si las tuvieran, tenían quereflejarse en recompensas diferencialessi la teoría de la productividadmarginal, que implicaba recompensasiguales para contribuciones iguales,había de tener sentido. Finalmente, elcapital merecía su remuneración, yaunque era difícil de tragar que enormesrentas se añadieran a inmensas

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cantidades de capital, parecía todavíamás difícil decir al principio que lapropiedad es inviolable cuando tienespoca pero puede violarse cuando tienesmucha[74]. La tentación de roer losbordes del principio de lainviolabilidad de la propiedad no pudoresistirse mucho tiempo. La propiedadtenía que ser socialmente responsable,tenía que suministrar trabajo a la gente,sus frutos (¡por no mencionar elprincipal!) no debían derrocharse engastos extravagantes. El propio T. H.Green aceptaba el capital industrialaunque detestando la propiedad de latierra, y muchos liberales se inclinaban

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a pensar que aunque el capital eraposeído por individuos particulares,realmente estaba en manos de lasociedad para su administración, unacreencia rara vez ofendida por elcapitalista arquetípico del cambio desiglo que ahorraba y reinvertía todomenos «el interés del interés».

De este modo las dotaciones decapital y personales fueron admitidas,aunque de mala gana, como causaslegítimas para que una persona acabaracon un conjunto de bienes mayor queotra; a pesar de todo la justicia o no delreparto de esos conjuntos se convirtió entema de revisión pública, con el Estado

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tomando medidas legítimamente parallevar a cabo los ajustes consideradosadecuados a partir de tal revisión. Sinembargo, no eran las causas legítimas dela desigualdad las que producían lainjusticia —esto habría sido un patenteabsurdo— sino el hecho de que algunoscontratos aparentemente libres eran enrealidad (en expresión de T. H. Green)«instrumentos de opresión disfrazados»,por lo que sus condiciones eran capacesde producir participaciones distributivasinjustas.

¿Cómo concretar esta distinciónhegeliana? A primera vista, parececomo si se refiriera al desigual status de

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las partes contratantes. Un contrato entreel fuerte y el débil no es realmentelibre. Aunque la reflexión muestra queno se trata de esto. ¿Cuándo es másdébil un trabajador que un capitalista?¿Seguramente debe ser más débil cuandoestá desempleado y necesitadesesperadamente un trabajo? ¿Debededucirse entonces que, cuando hay unaintensa escasez de mano de obra, es elcapitalista que necesitadesesperadamente trabajadores el que esmás débil? Si esta simetría esequivocada, ¿qué otra cosa podemosdecir sino que el trabajador es siempremás débil que el capitalista? De este

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forma los contratos de trabajo sonsiempre desiguales y son siempre lossalarios los que son demasiado bajos ysiempre los beneficios los que sondemasiado altos.

No obstante, ya que el pensamientoliberal no se refería a esto, ¿qué queríadecir? A medida que intentamos máspermutaciones de estatus económicos ysociales, poder de negociación, lascondiciones del mercado, el cicloeconómico y así sucesivamente, se hacemás claro que la distinción operativaentre partes contratantes «fuerte» y«débil» es que la persona que hace taldistinción considera los términos

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acordados como demasiado buenospara el uno y no suficientemente buenospara el otro. No hay otro motivoaccesible para su diagnóstico que susentido de la justicia. A su vez, lainjusticia de un contrato sirve comosuficiente evidencia de que fue suscritopor partes desiguales, de que era uncontrato desigual. Si era desigual, erainjusto, y así damos vueltas en círculos.

Entonces ¿cuándo es un contrato nolibre, un «instrumento de opresióndisfrazado»? No es una buena respuesta«cuando produce participacionesdistributivas injustas», esto es, cuandolos beneficios son excesivos y los

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salarios son inadecuados. Esto nosimpediría decir «las participacionesdistributivas son injustas cuando sonproducidas por contratos no libres». Sihemos de escapar de la circularidaddebemos encontrar un criterioindependiente ya sea para los contratosno libres (de modo que podamosdescubrir las participaciones injustas) obien para las participaciones injustas(de modo que podamos identificar a loscontratos no libres). Seguir el primitivoenfoque liberal demanda lo primero, unadefinición independiente de la nolibertad de los contratos, de modo quepodamos razonar desde la ausencia de

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libertad hada la injusticia.El criterio tautológico de la no

libertad de un contrato es que fueacordado bajo compulsión. Pero paraque semejante contrato sea consideradoc o m o aparentemente libre , lacompulsión debe ser invisible. Si todoel mundo pudiera notarlo, no sería«opresión disfrazada», no podría sererróneamente tomado por libre. Paradetectarlo hace falta una miradaperspicaz.

El siguiente mejor criterio para lacompulsión disfrazada es, por tanto, quela mirada perspicaz lo reconozca comotal. Esto, sin embargo, sólo posterga

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nuestras dificultades, pues ahoranecesitamos un criterio independienteacordado para identificar al poseedor dela mirada perspicaz. En otras palabras,¿quién tendrá la categoría para juzgarque un contrato lleva consigocompulsión disfrazada, es decir, querealmente no es libre? Es este tipo deacertijo el que surgió en la Alemanianacional socialista con ocasión de losconfusos intentos de definir en las leyesde Núremberg quién era o no judío, yque se supone que Hitler cortóterminantemente al declarar: «Wer einJude ist, das bestimme ich!» («¡Yodecidiré quién es judío!»)[75].

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Parecería, por consiguiente, que porfalta de criterios independientes, lajusticia interpersonal cuenta con lamisma solución de tipo intuitivo que lautilidad interpersonal. Quienquiera quedisponga del poder de enmendar losacuerdos de la sociedad, y lo utilice,puede considerarse que ha valorado losefectos sobre las utilidades de todos losinteresados, los ha comparado y haelegido los acuerdos que maximizan suestimación de la utilidad interpersonal.Carece de sentido afirmar que no lo hahecho así, o que ha falsificado su propiaestimación, encontrando un resultado yactuando de acuerdo con otro. Su

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elección «revelará su preferencia» endos sentidos equivalentes: para decirlosencillamente, su preferencia por losganadores sobre los perdedores; paradecirlo más incómodamente, suvaloración de las utilidades de losprobables ganadores y la de losprobables perdedores respectivamente,y su forma de compararlas.

Este relato del proceso dedeterminación del saldo de utilidadess i r v e , mutatis mutandis, para eldescubrimiento de la justiciadistributiva mediante el establecimientode un saldo de merecimientosinterpersonales. Quienquiera que esté

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utilizando la coerción para ponerlimitaciones a los términos que loscontratos están autorizados a tener, ypara gravar con un impuesto ysubvencionar así como corregirresultados contractuales con arreglo alos justos méritos de las partes, puedeconsiderarse que ha observado concomprensión los contratos, que hadetectado los casos de opresióndisfrazada del débil y, al anular talescontratos realmente no libres, haconcedido efecto a los merecimientos ymaximizado la justicia tanto como hasido políticamente posible. Es fútilnegar que lo haya hecho así, como lo es

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argüir que no fue guiado por suverdadera concepción de la justicia. Lavisión liberal normal es que el Estadoque se comporta como si actuara segúnlas comparaciones interpersonales deutilidad o merecimientos o de ambos,debiera hacerlo dentro de un marco dereglas democráticas de modo quedebiera existir un mandato popular parasu acción de obligar a los perdedores.

Siempre es un alivio atribuir lacoerción a un mandato popular, puestodo el mundo tiende a aprobar másfácilmente una opción si «la gente loquería» que si «lo quería el déspota».Sin embargo, hay posibilidades

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moralmente más ambiguas. En lugar deque las preferencias interpersonales delEstado fueran el resultado del mandatopopular, la causación puede concebirsea la inversa. En un sistema político quese basa principalmente en un consensode tipo «recuento de cabezas»(democracia electoral), es plausibleconcebir al Estado como el que organizaun mandato popular para su ocupacióndel poder mediante la manifestación depreferencias interpersonales y el quepromete actuar en favor de genteescogida, grupos, clases, etc. Si lograhacerlo así, obviamente puede serinterpretado como equilibrador de

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utilidades o merecimientosinterpersonales y como dispensador dejusticia distributiva conforme a líneasque producen el resultado requerido.

El intento de distinguir en quédirección funcionan «realmente» lascosas difícilmente puede someterse acomprobación empírica. Tal vez pudierasugerirse provisionalmente que en laversión de que «el mandato del pueblodirige al Estado», es el sentido de lajusticia de los ciudadanos el que elEstado debe satisfacer, mientras que enla versión de que «el Estado soborna alpueblo para conseguir su mandato» es elinterés de la gente. Pero poca gente cree

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conscientemente que su interés seainjusto. A menos que lo crean, su interésy su sentido de la justicia coincidirán yserán satisfechos por las mismasacciones. Perjudicar su interés lesafectará como una injusticia. No habráprueba del tornasol para distinguir entreun Estado que persigue la justicia socialy el que utiliza una política de «fin delas ideologías», de grupos de interés«pluralista».

Si el Estado está «simplementeobedeciendo órdenes», llevando a caboel mandato democrático, laresponsabilidad de sus accionescorresponde al «pueblo» cuyo

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instrumento es. Más concretamente, es lamayoría (de votantes, de poseedores deinfluencia, o una mezcla de ambos,dependiendo del modo en que funcionela democracia concreta) la que esresponsable del daño producido a laminoría. Las cosas se hacen máscomplicadas si adoptamos la visión deque el Estado gestiona un mandatopopular y tiene por ello el mismo tipo deresponsabilidad que la del «camello»que incita la demanda de su cliente deuna sustancia que produce adicción. Eladicto entonces se convierte en víctimaen la misma medida en que lo es lapersona a la que asalta con objeto de

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alimentar su adicción.Obviamente, si todos los contratos

hubieran sido realmente libres sin quese hubiera obligado a nadie a aceptarcondiciones injustas bajo compulsióndisfrazada, la cuestión de la justiciadistributiva no se habría planteado o detodos modos no mientras la propiedadse hubiera seguido considerandoinviolable. Fue algo muy convenientepara el desarrollo muscular del Estadodemocrático el que se considerara queno era este el caso.

Consecuencias no deseadasde la producción de utilidad

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y justicia interpersonales

Las restricciones impuestas alpueblo por el Estado no selimitan simplemente a sustituir alas restricciones privadas.

Si siempre se debe dar órdenes alpueblo, ¿qué importa quién dé lasórdenes?

Se le conciba como si se dedicara alograr la utilidad interpersonal o lajusticia distributiva, el Estadoproporciona un bien para algunos de susciudadanos. Forzando un tanto laspalabras, puede decirse que este bien ese l efecto no deseado al que los

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ciudadanos aspiraban cuando prestaronapoyo a sus políticas. En el proceso deayudar a alguna gente (quizá a lamayoría) a conseguir más utilidad yjusticia, el Estado impone a la sociedadcivil un sistema de prohibiciones yprescripciones. Esta operación tienecaracterísticas de autoalimentaciónintrínseca. El comportamiento de lagente será modificado, se formaránhábitos en respuesta a las ayudas,prohibiciones y prescripciones delEstado. Su modificado comportamientoy los nuevos hábitos crean una demandade ayudas adicionales, necesidades dedirectrices, y así sucesivamente en una

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iteración presumiblementeinterminable[76]. El sistema devieneprogresivamente más elaborado yrequiere un creciente aparato deimposición en el más amplio sentido. Demanera regular o espasmódica, el poderdel Estado sobre la sociedad civil irá enaumento.

El acrecentado poder que de estemodo corresponde al Estado es unaespecie de segundo crecimiento, que vamás allá del aumento de poder delEstado engendrado por su expansivopapel como productor de presuntamentemás utilidad y justicia interpersonales.Estas servidumbres que afectan con

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diversa intensidad a todos losciudadanos y debilitan la posiciónrelativa de la sociedad civil como untodo, son los efectos no deseados delEstado que promueve el bien de susciudadanos[77].

Esta observación no es original, almenos en cuanto a que el surgimiento delpoder del Estado, la modificación delcomportamiento de la gente hacia él (ytambién entre la propia gente) y elcarácter mutuamente reforzador dealgunos de estos desarrollos pertenecena esa clase trascendental de efectos nodeseados que no son enteramenteimprevisibles, aunque hayan sido

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durante mucho tiempo imprevistos. Elproceso es típicamente uno de esos enlos qué la profecía tiene todas lasposibilidades de no ser creída.Tocqueville lo percibió antes de quenada de ello sucediera realmente, yActon lo observó tan pronto comoempezó a cobrar velocidad. Cuando fueintensificándose, la ideología liberaltuvo que encontrar un sitio para él.

Lo hizo mediante la creación de tresramales separados de argumentación. Elprimero rechazaba que estuvierasucediendo algo funesto, que hubieragrandes y posiblemente amenazadoresefectos involuntarios acumulándose

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tanto por delante como por detrás delprogreso social. La veracidad de esteargumento es una cuestión empírica,cuya respuesta parece tediosamenteevidente y no me propongo discutirla.

La segunda es que la hipertrofia delEstado, aunque posiblemente real, no es,al menos no per se, maligna. Es lo queel Estado haga con su acrecentadaimportancia y poder lo que debieracondicionar nuestro juicio de él. Lavisión de que el gran poder estatal esintrínsecamente malo porque magnificael daño que el ciudadano individual, otoda la sociedad civil, sufriría si porcualquier razón el Estado decidiera

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usarlo mal, es arbitraria y sesgada. Laactitud liberal correcta debe ser que lademocracia garantiza que el poderestatal no será utilizado de formasperjudiciales para el pueblo. Puesto queel origen del aumento del poder estatales precisamente la extensión de lademocracia, el propio mecanismo queproduce los efectos no deseados a losque los reaccionarios fingen tener miedoproduce asimismo la protección contrasus pretendidos peligros.

Un inapreciable ejemplo de esteargumento, descubierto por Friedrichvon Hayek, figura en un discurso de1885 pronunciado por el muy liberal

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Joseph Chamberlain: «Ahora elgobierno es la expresión organizada delos deseos y necesidades del pueblo ycon arreglo a estas circunstanciasdejemos de mirarlo con recelo. Ahora esasunto nuestro extender sus funciones yver de qué modo puede ampliarse suactuación provechosamente»[78]. Lavalidez de este argumento, como la detodos los argumentos que utilizan la ideade un mandato popular, depende de laproposición de que el Estado queconsigue el consentimiento de suficientegente como para ocupar el poder esequivalente a que el pueblo haya dadoinstrucciones al Estado para que haga

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lo que se considera conveniente,necesario o deseable hacer. Si alguienpuede entender el mandato popularcomo correspondiente a estaequivalencia, puede al menos mantenerque la democracia constituye unaprotección contra la posibilidad de queel poder del Estado perjudique a suspartidarios, por ejemplo la mayoría,cuya voluntad y deseo era que deberíaactuar de determinadas formas y adoptarciertas políticas.

El corolario de esto es que a medidaque el poder del Estado es mayor, másexigentes pueden llegar a ser lasdemandas de la mayoría y mayor el

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perjuicio que el Estado puede producir ala minoría al ajustarse al mandatopopular. Por este camino, llegamos asífinalmente a una conclusiónperfectamente actoniana acerca de lamoralidad de la regla mayoritaria, conla que los liberales en ningún casopodían coincidir[79]. Quizá sea esta larazón por la que el argumento de que lademocracia es la garantía ipso factocontra los peligros de un gobiernosuperpoderoso no se enfatice, por reglageneral, demasiado.

El tercer argumento liberal endefensa de que el Estado ponga enpráctica el bien interpersonal a pesar de

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los efectos involuntarios que puedan sermalos, es más viable pero también máspesimista. No trata de negar que laspolíticas liberales causen un continuocrecimiento del Estado, de su volumen,poder y penetración en muchos aspectosde la vida de la sociedad civil. Nidiscute que estar rodeado del Estado portodas partes pueda ser un mal, unadesventaja para algunos o para todos endiversa medida, principalmente entérminos de pérdida de libertad, pero, almenos para algunos, también en términosde utilidad o justicia. Afirmaría, noobstante, que esto no debe disuadirnosde solicitar que el Estado maximice la

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utilidad o la justicia «social», «total», oambas. Pues la pérdida de libertad,utilidad y justicia que es suconsecuencia no deseada no constituyeuna pérdida neta.

Los saldos interpersonales deutilidad y de justicia producidos por laintervención del Estado son exhypothesi positivos, una vez que todoslos efectos sean debidamentejustificados, si están maximizados; todaslas pérdidas, incluyendo lasinvoluntarias, deben ser superadas porlas ganancias si la hipótesis del Estadoque produce el bien interpersonal ha deser válida. Pero si la libertad es un fin

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distinto, separado de, por ejemplo, lautilidad, su pérdida puede no ser tenidaen cuenta por la maximización de lautilidad. También puede ocurrir que losefectos no deseados sean por su propianaturaleza no susceptibles de incluirseen ningún cálculo utilitarista (cf. págs.113-114), porque siempre tienen unadimensión de impredecibilidad. Seacomo fuere, sería absurdo negar quepueda perderse algo de libertad a causade la multiplicación de órdenes delEstado, su creciente intervencióncoercitiva en los acuerdos a los que lagente llega por sí misma y su sustituciónde las condiciones negociadas en sus

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contratos por condiciones justas.Lo que indican las versiones más

sofisticadas de la ideología liberal(siempre en el sentido americano) esque esto no es realmente la sustituciónde la libertad por la no libertad. Setrata, en cambio, de la interferenciaracional y sistemática en sustitución dela interferencia arbitraria, aleatoria enlas vidas de la gente ocasionada por «lalotería del darwinismo social que sehace pasar por mercado libre». Ladiferencia que se gana es que mientrasque la «lotería social» ocasionadiferencias «por equivocación», elEstado las produce «intencionadamente»

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lo que, se supone, es por alguna razónmenos malo[80].

Se necesita cierto cuidado paramanejar este argumento, que es menostransparente de lo que parece. No seríaválido si quisiera decir que puesto quela gente ha de ser de todas formasdominada, un Estado dominador nopuede ser tan censurable. Esto seríacomo decir que puesto que la gente siguemuriendo en los accidentes de tráficopor carretera, podríamos asimismoconservar o restaurar la pena de muerte(que es al menos intencional). Puede serválido, no obstante, si quiere decir quemediante el sometimiento a la

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interferencia sistemática del Estado (porejemplo, la pena de muerte para laconducción imprudente), la gente evitala interferencia privada dirigida por lacasualidad (por ejemplo, los accidentesde tráfico). Deben darse trescondiciones para hacerlo válido.

Una es empírica. La mayorinterferencia del Estado debe llevar dehecho a una menor interferencia porparte de las fuerzas del azar noplanificado. Alistarse como soldado,con todo incluido, por ejemplo, debesignificar que en los cuarteles uno estárealmente menos expuesto al accidentede la circunstancia y a las manías de los

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demás de lo que lo estaría si estuvieraganándose la vida en un bazar. Quienesmantienen que esto es así efectivamentetienen, en el frontispicio de sus juicios,la persecución por el Estado de diversosobjetivos igualitarios, cuya realizaciónreduce los riesgos y recompensasmateriales de la vida en relación a loque predominaría en el estado denaturaleza o en mi hipotético Estadocapitalista «aprogramático».

La segunda condición es que la gentedebería efectivamente preferir lainterferencia sistemática por parte delEstado a la interferencia aleatoria porparte de la interacción casual de las

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circunstancias y las mamas del resto dela gente, siempre que las conocieran alas dos a partir de una experienciaequiparable. Esto debe ser así conobjeto de asegurar que la vida no hayasesgado sus preferencias, provocandoadicción o alergia a la situación quemejor conocen. Evidentemente, estacondición se cumple pocas veces, si esque se cumple alguna vez, pues lossoldados conocen la vida del soldado ylos vendedores callejeros conocen la delos vendedores callejeros, pero rara vezconocen la de los otros. Si uno prefierelos cuarteles y el otro el bazar,podríamos decir que cada uno de ellos

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podría haber preferido el lugar del otrosólo en el caso de que hubieran tenidouna experiencia más amplia. De modosimilar, si el Estado del bienestarengendra gente dependiente del Estadodel bienestar, y si cuando se les da laoportunidad piden más de lo mismo (loque parece ser un descubrimientoclásico de los estudios contemporáneosde la opinión pública), podemos afirmar«dialécticamente» que nunca tuvieronocasión de desarrollar sus «verdaderas»preferencias.

Finalmente, el argumento «sidebemos ser interferidos, es mejor dejarque lo haga el Estado» debe cumplir una

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tercera condición. Supuesto que lainterferencia del Estado puedareemplazar y aliviar la interferenciaprivada, el precio al que esto puedelograrse debe ser «barato», favorable.Si desembarazarse de una dosismedianamente irritante de arbitrariedadprivada supusiera un aplastante sistemade coerción estatal, no valdría la penaaceptar la coerción estatal, sin tenerapenas en cuenta las preferencias de lagente entre una vida reglamentada sinpeligro y una vida presidida por el azar.Lo contrario ocurre obviamente si latasa de sustitución funciona en el sentidoopuesto. Podría establecerse un trozo

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formal de teoría en el que basar estacondición, en la línea de los«rendimientos decrecientes» utilizadosen economía. En el origen del Estadoliberal, una «pequeña cantidad» decompulsión pública podía liberar a lagente de una «gran» compulsión privada,con una relación de intercambio entrerestricciones regulares e irregulares quefue empeorando cada vez más a medidaque la arbitrariedad privada y losaccidentes de la circunstancia fueroneliminados por la búsqueda del Estadode utilidad interpersonal y justiciadistributiva hasta que, registrados cadarincón y cada grieta de las relaciones

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sociales en busca de desigualdadesarbitrarias, los efectos involuntarios dela realización estatal del bien llegaron aser excesivamente grandes y sólo unaminúscula cantidad de ulterioresservidumbres y opresiones pudieron sereliminadas al coste de una granextensión de las compulsiones públicas.En un determinado momento, la«cantidad» de constreñimiento públicoadicional necesario para reemplazar una«cantidad» marginal de constreñimientoprivado llegaría a igualarse, en larealidad social e histórica, a la«cantidad» que un determinadoindividuo estaría dispuesto a aguantar

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con objeto de aliviarse de una«cantidad» marginal de constreñimientoprivado. Podríamos suponer, por unpecaminoso momento, que el individuoen cuestión fuera representativo de todasu sociedad. Encontrándose pordefinición más cómoda en este punto dela evolución liberal que en punto más (omenos) «avanzado», la sociedad elegiríadetenerse por algún tiempo. Tal puntorepresentaría la etapa del progresosocial en la que desearíamos que elEstado se detuviera, el «mix» deequilibrio entre dirección pública ylibertad privada, bienes públicos yconsumo privado, precios obligatorios y

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«política» de rentas y libre negociación,propiedad pública y privada de losmedios de producción y asísucesivamente. (Cf. asimismo págs. 281-283 sobre el retroceso del Estado).

Antes de invertir el último esfuerzomental en pensar en las condiciones detal construcción, uno debiera sentirseseguro al suponer que la gente realmentetiene alguna opción sustantiva en elasunto. La idea de «frenar al Estado»en el punto de equilibrio, o en cualquierotro sitio si vamos al caso, debe ser unaidea práctica. En cambio, tanto desde elpunto de vista teórico como empírico,parece una pura fantasía. No obstante, si

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existiera una posibilidad práctica, unotendría que renunciar al artificio de unhombre representativo que hablara ennombre de la sociedad (lo quecorresponde a un caso muy especial deunanimidad). Tendríamos que admitir elsupuesto general en el que alguna genteen un determinado momento quiere unEstado más extenso y otros menosextenso. A falta de unanimidad, ¿quéhacemos con la cantidad de mandoestatal que «el pueblo» sólo estádispuesto a aceptar a cambio de unareducida arbitrariedad privada,especialmente puesto que cierta genteobtendrá más ayuda y otros soportarán

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más coste?Como cualquier otro intento de

construir una teoría de la decisióncolectiva partiendo de preferencias eintereses heterogéneos, el problemacarece de solución espontánea. Requierela asignación, por parte de algunaautoridad soberana, de importancia a lasdiversas preferencias en juego, parahacer posible que se establezca unequilibrio interpersonal. Y así vamosdando vueltas y más vueltas, recurriendoal Estado (o a una autoridad muysimilar) para que decida cuánto Estadole conviene al pueblo que haya.

Sea cual fuere el camino al que

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apunten los resultados de estosargumentos, siempre cabe una postura derepliegue que mantendría simplementeque puesto que la gente difiere, no puedeofrecerse un consejo sobre si«pensándolo bien» se sentirían mejor omenos maltratados en los cuarteles queen los bazares; por tanto, si hay algo enlos propios mecanismos de consensohacia el poder del Estado que conviertesus vidas en algo progresivamente másparecido a los cuarteles que a losbazares, así sea.

No obstante, cabe aquí unaconsideración previa, sobre la cual unconsejo prudente puede no estar fuera de

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lugar. El problema planteado por losefectos no deseados discutido aquí tienecierta analogía con el problema delpac to intencionado que el hedonistapolítico, tratando de escapar de lapretextada ausencia de ley hobbesiana,concluye al suscribir el contrato social(cf. pág. 57) . Mutatis mutandis, separece también a la abdicación delpoder que la clase capitalista lleva acabo a cambio de una más eficienteopresión del proletariado (cf. págs. 68-70). En los dos casos, la partecontratante es aliviada del conflicto consu semejante, hombre con hombre yclase con clase; en lugar de eso, su

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conflicto es asumido y su batalla libradapor el Estado. A cambio, el hedonistapolítico, sea una persona o una clasesocial, es desarmado y en esta desvalidacondición se expone al riesgo deconflicto con el mismo Estado.

En conflicto con cualquiera de suespecie, podría tener la facultad deapelación, de recurso a una instanciasuperior. Estar libre de conflicto desemejante con semejante sin embargo, lesitúa en un conflicto potencial con lamás alta instancia. Al optar por estoúltimo, desaparece la posibilidad derecurso. No puede esperarse seriamenteque el Estado arbitre en conflictos de

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los que es parte interesada, ni podemosinvocar su ayuda en nuestras disputascon él. Esta es la razón por la cualaceptar la interferencia privada, noimporta cuánto se parezca a la «loteríadarwinista», sea un riesgo de diferenteorden que el de aceptar la interferenciadel Estado. El argumento prudente encontra de situar la compulsión públicaen lugar de la privada no estriba en queuno dañe más que el otro. Es el un tantoindirecto pero no menos poderoso deque el hacerlo así imposibilita que elEstado desempeñe para la sociedadcivil el único servicio que ningún otrocuerpo puede prestar —el de ser la

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instancia de apelación—.

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Capítulo 3

VALORESDEMOCRÁTICOS

Liberalismo y democracia

Las políticas divisorias que larivalidad democrática obliga aadoptar al Estado adversario sonestimuladas por la ideologíaliberal como contribución a losvalores universalmenteaprobados.

La democracia no es otro nombrepara la buena vida[81].

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Una breve reflexión sobre lademocracia como procedimiento ycomo estado de cosas (presumiblementederivado de adoptar el procedimiento)puede ayudar a comprender algunos delos rasgos esenciales de la ideologíaliberal y de la práctica del Estadoadversario (siempre hablo de ideología«liberal» en el moderno sentidoangloamericano, es decir,intervencionista). Al estudiar la razónfundamental de la sumisión al Estado,indiqué que el hedonismo políticoimplicaba la aceptación de la coercióncomo contrapartida de un beneficiootorgado por el Estado. El

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funcionamiento del Estado facilitaba lapropia conservación según Hobbes, o laconsecución de una más amplia gama defines, según Rousseau; la realización deestos fines requería solucionescooperativas que (o así lo planteaba lapretensión contractualista) no podíanlograrse sin disuadir a las nocooperativas. El papel más fundamentaldel Estado consistía en transformar la nocooperación de ser una opciónirresistible (en el lenguaje de la teoríade los juegos, «estrategia dominante»que el jugador debe adoptar si esracional) a ser una opción prohibitiva.Podía desempeñar este papel de varias

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formas, dependiendo de cómocombinara los tres ingredientes de lainducción a la obediencia en el arte degobernar, a saber, la represión, elconsentimiento y la legitimidad.

Cabe pensar que las expectativas delhedonista pudieran cumplirse inclusopor un Estado que persiguiera suspropios fines mientras garantizara lasumisión de la sociedad civil sólomediante la represión. Con tal que susfines fueran de limitado alcance y demodesta extensión, y los del Estado nocompitieran directamente con ellos (porejemplo, si el hedonista políticoquisiera protección frente a los

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asaltantes y el Estado quisiera lagrandeza nacional), ambos tipos de finespodrían ser simultáneamentepromovidos por un gobierno austero[82].Ni tampoco el Estado capitalistarequeriría necesariamente elconsentimiento para llevar a cabo supoco ambicioso programa, esto es,imponer a la sociedad la solucióncooperativa de respeto a la vida y a lapropiedad, cerrar el paso a los rivales«no mínimos», «no capitalistas» yperseguir los fines metapolíticos quepueda apetecerle; mientras que siconfiara profundamente en el consenso,es dudoso que pudiera autolimitarse a

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objetivos tan modestos como estos.El Estado legítimo, reconociendo

que el tiempo y su propio buencomportamiento y buena suerte lehicieron merecedor de esta raracategoría, podría producir solucionescooperativas para una posiblementeamplia gama de fines de otro modoinalcanzables por encima y más allá dela preservación de vida y propiedad.Podría hacerlo simplemente pidiendo asus ciudadanos que actuaran enconsecuencia. No obstante, mientras máslo pidiera, más usaría y abusaría de sulegitimidad. Aun en el caso de que suspropios fines fueran perfectamente no

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competitivos con los de sus ciudadanos—una condición obviamente difícil decumplir— tal Estado todavía tendría queconsiderar como limitado el alcance decualquier contrato social (siefectivamente contemplara en términoscontractuales sus servicios a lasociedad). En consecuencia, lassoluciones cooperativas quedaríanreducidas a límites estrechos.

La obediencia política quepredominantemente se deriva delconsenso no sólo permite que el contratosocial (o su equivalente marxista, latransferencia por una clase de poder alEstado a cambio de que este reprima a

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la otra clase) carezca de límites fijos,sino que efectivamente se amplíe deforma incesante. La razón es que unEstado que necesita el consenso de susciudadanos para ocupar el poder, estáen virtud de su naturaleza no represivaexpuesto a la competencia real opotencial de rivales que soliciten que sele retire el consenso y se le otorgue aellos. Para asegurar su poder, el Estadono puede limitarse a sí mismo a laimposición de soluciones cooperativasdonde antes no las hubiera, puesto quesus rivales, si saben lo que hacen,ofertarán hacer lo mismo y algo más porañadidura.

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Habiendo hecho o acordado hacertodo aquello que mejora a algunos y noempeora a ninguno (que es como secontempla normalmente a las solucionescooperativas), el Estado debe continuary hacer a algunos aún mejor mediante elexpediente de hacer a otros peor. Debededicarse a una amplia gama depolíticas adecuadas para conquistar alas clases o estratos, grupos de interés,sociedades y corporaciones, todo locual implica, en último análisis, balanceinterpersonal. Concretamente, debe daro prometer de manera creíble beneficiosa algunos a base de quitárselos a otros,pues no hay beneficios sobrantes que

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no le «cuesten» algo a alguien[83]. Deesta forma, debe obtener un saldofavorable entre el consenso ganado y elconsenso perdido (que puede o nocoincidir con el saldo entre el consensode los ganadores y el de losperdedores). Este saldo de ventajapolítica es objetivamente indistinguibledel saldo interpersonal de utilidad o dejusticia o de ambos, que se supone quesubyace a la maximización del bienestarsocial o de la justicia distributiva.

Propongo denominar «valoresdemocráticos» a las preferencias que losciudadanos revelan al reaccionar ante elequilibrio interpersonal realizado por el

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Estado. Se trata de preferencias porfines que sólo pueden realizarse a costade otra parte. Si la otra parte es unperdedor que no se conforma, laconsecución de tales fines requiere demanera característica la amenaza de lacoerción. Se llevan a cabo en el cursode la imposición de una determinadaclase de igualdad en vez de una igualdadde otra clase, o en vez de unadesigualdad. Estas igualdades impuestaspueden entenderse como principalmentepolíticas o principalmente económicas.Aunque la distinción entre las dos es confrecuencia espuria, siempre se hace contoda confianza. La Inglaterra de

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Gladstone o la Francia de la TerceraRepública, por ejemplo, sonconstantemente censuradas por haberalcanzado la igualdad política sin laeconómica. A la inversa, los críticosque simpatizan con la Unión Soviética,Cuba u otros Estados socialistas creenque ellos han progresado hacia laigualdad económica desatendiendo laigualdad política.

Cuando los Estados reducen sucapacidad para la represión y aumentansu confianza en el consenso, se da unpaso hacia la maximización de losvalores democráticos; cuando se apoyancon menor intensidad en el consenso de

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los poderosos e inteligentes poseedoresde influencia y más intensamente en losnúmeros absolutos, por ejemploampliando el sufragio y haciendo que lavotación sea realmente, sin peligro,secreta; y cuando redistribuyen lariqueza o la renta desde la minoría haciala mayoría. ¿No muestran ahora estosejemplos, que se extienden a lo largo y alo ancho de la democracia «política yeconómica», que es bastante redundantehablar de «valores democráticos»? Setrata de la normal y sensata convenciónde considerar que todos prefieren máspoder que menos (al menos el poder deoponer resistencia a otros, esto es

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autodeterminación, si no es el poder dedominar a otros) y más dinero quemenos. Si un movimiento confiere máspoder a muchos y menos a unos cuantos,serán más los que estén a gusto con elmovimiento que los que estén a disgusto.Eso es todo lo que hay al respecto. ¿Quésentido tiene bautizar la simpleconsecuencia de un axioma deracionalidad como «afinidad por losvalores democráticos»? Habría queapoyar la objeción, y la democracia seconsideraría como un mero eufemismopor «las condiciones bajo las cuales elegoísmo de la mayoría domina al de laminoría» o algo parecido, si no fuera

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por la posibilidad de que la genteconcediera valor a acuerdos que nosirvieran para su interés egoísta(altruismo) o, lo que bien puede ser másimportante, valorara acuerdos en laequivocada creencia de que sí servían.Esto último puede deberse tanto alsincero desconocimiento de los efectosimprevistos o no intencionados de unacuerdo (¿dan realmente las políticasigualitaristas más dinero a los pobresdespués de que se hayan contabilizadotodos o la mayoría de sus efectos sobrela acumulación de capital, elcrecimiento económico, el empleo,etc.?), como a manipulación deshonesta,

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«marketing» político y demagogia. Seacual fuere su procedencia, los marxistaslo tacharían bastante razonablemente de«falsa conciencia», la adopción de unaideología por parte de alguien cuyointerés egoísta racional estaríarealmente servido por otra distinta. Unacierta preferencia por los valoresdemocráticos, divorciada de su propiointerés, es el distintivo de muchosintelectuales liberals[84].

La democracia, sea lo que fuere porlo demás, es un procedimientosusceptible de ser adoptado por unconjunto de gente, un demos, para«elegir» entre varias alternativas

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colectivas preferidas de manera nounánime. La más espectacular yportentosa de estas elecciones es laadjudicación de la titularidad del poderestatal. La forma en que se realice estaadjudicación a un contendiente o a unacoalición de contendientes, ynaturalmente el que pueda hacerse entodas las circunstancias y en definitivaresulte efectiva, depende de lascaracterísticas de la democracia directao representativa de que se trate, de lainterrelación de las funcioneslegislativas y ejecutivas, y más engeneral de la costumbre. Estasdependencias son importantes e

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interesantes, pero no centrales para miargumento, y me propongo dejarlas a unlado. Todo procedimiento democráticoobedece a dos reglas fundamentales: a)que todos los admitidos para larealización de la elección (todos losmiembros de un determinado demos)tengan igual voz, y b) que la mayoría devoces prevalezca sobre la minoría.Definida de esta forma, los miembrosdel comité central del partido dirigenteen la mayoría de los Estados socialistasconstituyen un demos que decide sobrematerias que le están reservadasconforme a un procedimientodemocrático, pesando el voto de

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cualquier miembro tanto como el decualquier otro. Esto no impide que lademocracia interna del partido sea,efectivamente, el imperio del secretariogeneral, o de los dos o tres mandamasesdel secretariado general y el burópolítico, o de dos clanes o dos gruposde protectores y protegidos aliadoscontra el resto, o cualquier otracombinación que pueda concebir laciencia política o el chismorreo. Formasmás amplias de democracia puedenincluir en el demos a todos losmiembros del partido, o a todos loscabezas de familia, a todos losciudadanos adultos y así sucesivamente,

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siendo la piedra de toque de lademocracia no quién está y quién noestá, sino el que todos los que están loestén por igual.

Esto puede tener consecuenciasparadójicas. Convierte en nodemocráticas a múltiples votaciones«calificadas», mientras que admite lademocracia ateniense, o la de la típicaciudad-estado del Renacimiento, dondetodos los ciudadanos varones adultostenían derecho de voto, pero hasta lasnueve décimas partes de los residenteseran no ciudadanos. Prácticamentegarantiza la circunvalación, el amañosolapado o directamente la brecha

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abierta en las normas democráticas alexigir que se le atribuya la mismaimportancia a la voz de Cosimo deMédici que a la de cualquier otrociudadano florentino del pueblo llano, lamisma importancia al secretario generalque a cualquier jefecillo de poca monta.Estas reflexiones no deben interpretarsecomo una queja de que la democracia nosea suficientemente democrática (ydebiera hacerse algo al respecto), sinocomo un recordatorio de que una normaque se opone abiertamente a lasrealidades de la vida es probable que setuerza y produzca resultados perversos einauténticos (aunque esta no sea razón

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suficiente para descartarla). Quizá nosea concebible norma alguna que noviole en cierta medida alguna importanterealidad de la vida. Pero una norma quepretende igualar el voto de cualquierasobre cualquier asunto con el decualquier otro es prima facie unaprovocación a la realidad decomunidades complejas, diferenciadas,por no hablar de sociedades enteras[85].

La otra regla básica delprocedimiento democrático, esto es, laregla de la mayoría dentro de undeterminado demos, tiene asimismoaplicaciones más o menos extendidas.La más extendida es la que se considera

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generalmente como la más democrática.Aplicada de esta forma, la regla de lamayoría significa que la más escasapluralidad, y en el sentido bipolar dedivisión Si/No la más escasa mayoría,se sale con la suya acerca de cualquiertema. Las limitaciones constitucionalessobre la regla de la mayoría,señaladamente la exención de ciertostemas del ámbito de la elección, laexceptuación de ciertas decisiones y elsometimiento de otras a la regla de lamayoría cualificada en vez de a la de lamayoría simple, violan la soberanía delpueblo y tienen que ser claramentejuzgadas como antidemocráticas a

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menos que se considerara que el Estado,al ser controlado de manera incompletapor el pueblo, debe tener restringida susoberanía con objeto precisamente depermitir que las reglas democráticas (olo que quede de ellas tras lasrestricciones constitucionales) funcionensin miedo.

Tendré ocasión de volverbrevemente sobre el fascinanteproblema de las constituciones en elcapítulo 4 (págs. 220-229). Mientrastanto, baste señalar que el caso límitelógico de la regla de la mayoría es el deque el 50 por ciento de un demos puedeimponer su voluntad sobre el otro 50 por

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ciento acerca de cualquier asunto,resultando aleatorio qué 50 por cientorealiza la imposición. (Esto esequivalente al criterio más democráticosugerido por el profesor Baumol demaximización de la minoríabloqueadora)[86].

Aunque no sea una de sus reglasesenciales, en la mentalidad pública lademocracia se identifica asimismo porrazones prácticas bien fundadas con lavotación secreta. Se sabe que ciertosmodos democráticos de funcionamientocomo la formación de coaliciones y elintercambio de favores son estorbadospor el secreto. Los pactos del tipo «yo

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voto contigo hoy, si tú votas conmigomañana» tropiezan con el problema decontrolar su cumplimiento si el voto essecreto. La misma imposibilidad decontrol de cumplimiento frustraría elobjetivo de la compra directa de votossi los vendedores actuaran de mala fe yno votaran como habían acordadohacerlo. Sin embargo, el efecto másimportante del voto secreto consiste conmucho en la reducción o totaldesaparición de los riesgos que afrontael votante al votar contra el eventualganador que conquista el poder y está encondiciones de castigarle por ello[87].

¿Adónde lleva esto a la democracia

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considerada como resultado dedecisiones colectivas más que comodeterminada forma de lograrlas? No hayun «más que», no existe una distinciónsignificativa si sencillamente acordamosllamar democracia al estado de cosas,sea cual fuere el que resulte, que sederiva de la aplicación delprocedimiento democrático (conforme ala consideración de la justicia como loque resulte de un procedimiento justo).Pero las reglas democráticas no son detal naturaleza que, con la únicacondición de que sean aplicadas,garantizarían que las personasrazonables hubieran de coincidir en que

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lo que producen es la democracia. Dehecho, muchas personas razonablesconsideran antidemocrática la victoriaelectoral de los nazis alemanes en 1933,aunque se derivó de una razonableobservancia del procedimientodemocrático.

Que sea un resultado democráticopara la mayoría revestir de poder a unEstado totalitario cuya intencióndeclarada es suprimir la competenciapor el poder, invalidando por tanto laregla de la mayoría, el voto y todos losdemás ingredientes democráticos, escuestión que no tiene una respuesta muyevidente. Al igual que el derecho del

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hombre libre de venderse a sí mismocomo esclavo, la elección democráticade la mayoría de abolir la democraciadebiera enjuiciarse en su contextocausal, en función de las alternativasposibles y de los motivos de la elecciónmás que en función de sus consecuenciasantidemocráticas, por más grandes quesean estas. Sea cual fuere la forma queel dictamen pudiera revestir, aun cuandofinalmente consistiera en considerardemocrático el elegir el totalitarismo,está claro que su dependencia de uncontexto fáctico excluye el tipo« d e mo c r á t i c o en tanto quedemocráticamente obtenido» de simple

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identificación por el origen.Si un estado de cosas derivado de la

aplicación de reglas democráticasreconocidas no es necesariamentedemocrático, ¿qué es? Una respuesta,implícita en gran parte del discursopolítico del siglo XX, es que«democrático» es simplemente unaexpresión de aprobación sin ningúncontenido específico muy sólido. Lademocracia se convierte en la buenavida. Si puede haber dos criteriosacerca de lo que es la buena vida,también puede haber dos criterios sobrelo que es democrático. Solamente en unasociedad muy homogénea desde el punto

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de vista cultural es posible que elEstado y sus rivales por el podercompartan la misma concepción de lademocracia. Si un contendiente por elpoder cree que su adquisición de poderes conducente hacia la buena vida,tenderá a considerar como democráticoslos acuerdos políticos que favorezcan suacceso, y los de quienes se lo dificultano favorecen al que lo ocupa comoantidemocráticos. Lo contrario vale parael ocupante del poder del Estado.

La incapacidad de comprender estolleva a la gente a motejar de cínicocualquier recurso a una práctica que escondenada como antidemocrática

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cuando es utilizada por un rival. Unejemplo casi perfecto es el estrechocontrol estatal y la Gleichschaltungideológica de la radio y la televisiónfrancesas desde 1958 más o menos,atacada con indignación por la izquierdaantes de 1981 y por la derecha desdeentonces. No hay razón para suponer quecualquiera de las dos esté siendo cínicaal considerar como antidemocrático elcontrol por parte de la otra, ya que elcontrol por uno mismo es para lo mejory el control por los demás es para lopeor, y no hay nada insincero en argüirdesde esta base.

De la concepción de la democracia

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como la buena vida, el estado de cosasdeseado, se deduce asimismo que puedeser necesario y estar justificado violarnormas democráticas en interés delresultado democrático. Sólo losmarxistaleninistas van hasta el final enla deducción de esta implicación lógica.Una vez en el poder, recelosos de lamiopía y la falsa conciencia del votante,prefieren asegurarse por anticipado quelas elecciones tendrán un resultadorealmente democrático. Sin embargo, enlos países no socialistas donde losmedios de asegurarse no estándisponibles o no se utilizan, y laselecciones tienen lugar más o menos

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conforme a las reglas democráticasclásicas, el perdedor considera confrecuencia que el resultado se hizo nodemocrático por algún factor indebido,injusto, desleal, como por ejemplo lahostilidad de los medios decomunicación de masas, la mendacidaddel ganador, la abundancia de susrecursos económicos, etc. La suma detales lamentos se traduce en unademanda de rectificación y complementode las normas democráticas (porejemplo, por el control de los medios, laequiparación de recursos económicospara las campañas, la prohibición dementiras) hasta que finalmente cosechan

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el resultado adecuado, que es la únicaprueba de que han llegado a sersuficientemente democráticas.

Ni como procedimiento especial, nicomo vida política buena —el convenioque aprobamos— se definesuficientemente a la democracia. Sireducimos un tanto la utilización deltérmino, no es porque escatimemos losmismos derechos de Mongolia Exterior,Ghana, los EE. UU., Honduras, laRepública Centroafricana yChecoslovaquia a calificarse a símismas como democracias. Es más bienporque el intento de formular unaconcepción más ajustada debiera

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iluminar ciertas relaciones interesantesentre los valores democráticos, elEstado que los produce y la ideologíaliberal en el sentido angloamericano.Por ejemplo, estos tres elementospodrían estar vinculadosaproximadamente de este modo: lademocracia es un acuerdo político bajoel cual el Estado produce valoresdemocráticos, y la ideología liberalcompara este proceso con laconsecución de los fines últimos,universales.

Como se definieron antes, losvalores democráticos son producidospor el Estado como resultado de un

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cálculo interpersonal; por ejemplo,democratizará el derecho de sufragio ola distribución de la propiedad si y en lamedida en que espere obtener unaganancia neta de apoyo procedente detal movimiento. Pero se habríacomprometido con las mismas políticassi, en vez de por el propio interésracional, hubiera estado motivado poruna afinidad por la igualdad.Empíricamente, pues, no hay pruebapara distinguir entre el absolutismoilustrado del emperador José II y deCarlos III de España del populismo deJuan Perón o de Clement Attlee; todosellos produjeron, a primera vista,

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valores democráticos. Tenemos buenasrazones, no obstante, para pensar que losdos primeros, al no contar en absolutopara su poder con el apoyo popular, notuvieron que hacer lo que hicieron y loescogieron por afinidad, por convicciónpolítica. La causalidad, por tanto, seextiende desde las preferencias delmonarca hasta los acuerdos políticos ysus características democráticas. Porotra parte, podríamos suponer confundamento que, tuvieran o no un Peróno un Attlee convicciones igualitarias ydeseo de elevar al trabajador (y ambostenían las dos cosas), las exigencias deconsenso para su acceso y ocupación del

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poder les habrían obligado en cualquiercaso a seguir el tipo de políticas quesiguieron. Si así fuera, podríamossuponer que la causalidad circula entorno a un circuito integrado por laafinidad del Estado por el poder, sunecesidad de consenso, el interésegoísta racional de sus ciudadanos, lasatisfacción de los ganadores a expensasde los perdedores, y la justificación deeste proceso en función de valoresincontestados y finales de la ideologíaliberal —adoptando todo el conjuntointerdependiente de factores la forma deun acuerdo político con característicasdemocráticas—.

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Los dos tipos de causación, actuandouno en el absolutismo ilustrado y el otroen democracia, pueden distinguirse enun sentido a priori por haber funcionadouno y otro, como lo hicieron, en una«sociedad de iguales», en la que todoslos ciudadanos (excepto, donde fueraaplicable, la guardia pretoriana) soniguales en aspectos tales comoinfluencia política, talento y dinero. Elmonarca absoluto ilustrado, siendopartidario de la igualdad, yconsiderando iguales a sus ciudadanos,se encontraría ampliamente satisfechocon acuerdos políticos como estos. Sinembargo, el Estado democrático estaría

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compitiendo con rivales por el consensopopular. Un rival podría intentar dividira la sociedad en una mayoría y unaminoría al descubrir ciertas dimensionescomo credo, color, ocupación ocualquier otra, con respecto a la cualfueran desiguales; podría entonces tratarde asegurarse el apoyo de la mayoríaofreciéndoles sacrificar a ellas algunosintereses de la minoría, por ejemplo, sudinero. Puesto que todos tienen igualinfluencia política (un hombre un voto,sencilla regla de la mayoría), si todospersiguieran su interés egoísta, elocupante del cargo democráticoperdería poder en favor de un rival

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democrático a no ser que él, también,propusiera políticas desigualitarias yofreciera, por ejemplo, transferir máscantidad del dinero de la minoría a lamayoría[88]. (Las condiciones deequilibrio de esta oferta competitiva seesbozan en el capítulo 4, págs. 234-240). Por tanto, en una sociedad deiguales la democracia actuaría en elsentido opuesto a la nivelación queasociamos con ella; utilizando algúncriterio conveniente para separar a unosciudadanos de otros, habría de forjaruna mayoría y sacrificar a ella a laminoría, siendo el fin/resultado unanueva desigualdad. Esta desigualdad

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funcionaría luego como valordemocrático aprobado por la mayoría.Si la democracia creara alguna vez una«sociedad de iguales», posiblementefuera por tales líneas por donde podríaluego profundizarla, exigiendo un ajusteideológico que no parece excesivamentedifícil.

En el último ajuste histórico de estetipo, que comenzó aproximadamentecuando lo hacía el presente siglo, y quesustituyó al gobierno como vigilantenocturno por el gobierno como ingenierosocial, la ideología del Estadoprogresista ha cambiado en casi todomenos en el nombre. Debido a la

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vertiginosa transformación que elsignificado de «liberal» haexperimentado en las tres últimasgeneraciones, el sentido original de lapalabra está irrecuperablementeperdido. Ya no tiene sentido seguirgritando «¡Alto ahí, ladrón!» a quieneslo usurparon. Hablar de liberalismo«clásico» o intentar resucitar elsignificado original de alguna otra formasería un poco como decir «caliente»tanto cuando queremos decir calientecomo cuando queremos decir frío. Miutilización del término «capitalista» va,de hecho, dirigida a evitar taltratamiento engañoso y a apuntar al

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menos al núcleo duro del sentidooriginal de «liberal».

Esperando que esto pueda ayudar aaclarar un tanto la niebla semánticareinante, empleo «liberal» como elsímbolo taquigráfico moderno para lasdoctrinas políticas cuyo efecto essubordinar el bien individual al biencomún (sin dejar derecho inviolablealguno) y confiar su realización alEstado que gobierna principalmentemediante el consenso[89]. El bien comúnconsiste en su mayor parte en losvalores democráticos, que son todos losque requieran las exigencias deconsenso. Además, no obstante, el bien

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común exige también el cumplimiento dediversos objetivos complementarios enevolución, para los que, en undeterminado momento, no existe apoyomayoritario. Ejemplos actuales deobjetivos semejantes incluyen lasupresión de leyes sobre la segregaciónracial, la abolición de la pena demuerte, el destierro de la energíanuclear, la «acción afirmativa», laemancipación homosexual, la ayuda alos países subdesarrollados, etc. Estosobjetivos se consideran progresistas,esto es, se espera que en el futuro seconviertan en valores democráticos[90].La doctrina liberal mantiene que la

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sociedad civil es capaz de controlar alEstado y que por consiguiente este esnecesariamente una institución benigna,bastando la observancia delprocedimiento democrático paralimitarlo al papel subordinado de llevara cabo el mandato de la sociedad elcual, a su vez, es algún tipo de resumende las preferencias de la sociedad.

Dada esta naturaleza del Estado, hayuna cierta inquietud en la doctrinaliberal acerca de la libertad comoinmunidad, una circunstancia que puedeinvalidar la prioridad del bien común.En los casos en que la inmunidad esclaramente un privilegio no compartido

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por todos, como evidentemente lo era enla mayoría de la Europa occidental hastaal menos la mitad del siglo XVIII, elliberalismo se opone a ella. Su remediono es como norma extender el privilegiotanto como sea posible si eso no essuficiente para crear la igualdad, sino enabolirlo en la medida de lo posible.Tawney, uno de los más influyentescultivadores del pensamiento liberal,señala de manera elocuente sobre estepunto:

[La libertad] es no sólo compatible concircunstancias en las que todos los hombresson compañeros-sirvientes , sino queencuentra en tales circunstancias su más

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perfecta expresión[91].

Lo que excluye es una sociedad en laq u e sólo algunos son sirvientesmientras otros son amos[92].

Como la propiedad con la que en el pasado haestado estrechamente conectada, la libertad seconvierte en tales circunstancias en elprivilegio de una clase, no en la posesión deuna nación[93].

Que la libertad sea más perfectacuando todos son sirvientes (incluso másperfectas que si todos fueran amos)refleja la presunción a favor de lanivelación por abajo. No es la condición

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de la servidumbre la que contradice a lalibertad, sino la existencia de amos. Sino hay amos, a pesar de todo haysirvientes que deben prestar servicio alEstado. Cuando la servidumbre es haciael Estado, la libertad está en su apogeo;que nadie tuviera propiedad sería mejorque sólo algunos la tuvieran. Igualdad ylibertad son, aunque un tantooscuramente, sinónimos. Difícilmentepodríamos habernos alejado más de laidea de que las dos son finalidades quecompiten.

Aun si no existiera otra dimensiónde la existencia de la gente, como eldinero o la suerte o la educación, en la

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que la igualdad pudiera ser violada, lalibertad como inmunidad tendría todavíaque ser combatida por los liberales. Auncuando todos la tuviéramos, lainmunidad de algunos restringe lacapacidad del Estado para ayudar aotros y consiguientemente su producciónde valores democráticos; incluso unalibertad como inmunidad igual esenemiga del bien común[94].

Esto es notablemente manifiesto enla forma en que el pensamiento liberalconsidera a la propiedad. La propiedadprivada, el capital como fuente de podercompensador, reforzando la estructurade la sociedad civil versus el Estado,

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solía ser considerada valiosa tanto paralos que poseían algo como para los queno. El pensamiento liberal ha dejado dereconocer tal valor. Considera que elprocedimiento democrático es la fuentede soberanía ilimitada. Puedelegítimamente modificar o anular eltítulo de propiedad. Las elecciones entrela utilización privada o pública de lasrentas privadas, así como entre lapropiedad privada o pública en el másestricto sentido, pueden y de hechodeben adaptarse y someterse a continuarevisión en aras de aspectos del biencomún tales como los valoresdemocráticos o la eficiencia.

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Estos criterios deben gobernar antetodo el ámbito y la forma de lainterferencia del Estado en los contratosprivados en general. Por ejemplo, una«política de precios y rentas» es buena,y debe adoptarse sin reparar en laviolación de acuerdos privados queentraña, si ayuda a combatir la inflaciónsin perjudicar a la eficiencia en laasignación de recursos. Si la perjudica,debe a pesar de todo adoptarse, juntocon una medida suplementaria pararectificar el perjuicio. El pensamientoliberal no es en absoluto remiso aadoptar medidas adicionales quecompleten a la primera, ni a las políticas

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tendentes a resolver los efectos nodeseados que esta pudiera ocasionar, yasí sucesivamente en una regresiónaparentemente infinita, en laesperanzada persecución del propósitooriginal. (Se puede sostener que unamedida adoptada hoy es el n-ésimo ecode alguna medida anterior, en el sentidode que su necesidad podría habersurgido sin el concurso de la(s)medida(s) precedente(s); y como el econo tiene trazas de extinguirse, n puedellegar a convertirse en un número muyalto). El hecho de que una medidaarrastre a su cola una cascada demedidas subsiguientes constituye un

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desafío para un gobierno imaginativo, noun argumento en su contra. El hecho deque un gobierno imaginativo necesiteinvalidar los derechos de propiedad y lalibertad de contratar no es ni unargumento a su favor ni un argumento ensu contra, igual que la ruptura de loshuevos puede ser un argumento a favor oen contra de la tortilla.

Esta exploración de algunos dogmasdelicados de la doctrina liberal puedeinvitar a un análisis paralelo delsocialismo. El lector, que por cierto noencontrará dificultad en hacer esto por símismo, es probable que note unoscuantos puntos vitales de

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incompatibilidad entre los dos, a pesardel alto grado de parecido superficialque durante largo tiempo ha alimentadola fácil y ambigua tesis de la«convergencia de los dos sistemasmundiales». La incompatibilidadcrucial, en mi opinión, estriba en sutratamiento del poder y por tanto de lapropiedad. El liberal está relativamenterelajado con respecto al poder. Confíaen que la mayoría dirija al Estado en elmejor interés de la sociedad, lo queequivale a confiar en que se leadjudique el poder estatal confrecuencia a él, a sus amigos, al partidode inspiración liberal.

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Consiguientemente, aunque puedainterferir en la propiedad privada pormuchas razones, no lo hará por unadeliberada necesidad de debilitar lacapacidad de la sociedad civil paraquitar el poder estatal a quien loostenta.

Para el socialista, sin embargo, elpoder es causa de profunda ansiedad.Considera la regla de la mayoría comouna licencia para el imperio de la falsaconciencia, que implica un riesgoinaceptable de recaída en la reacción,debido a la derrota de las fuerzasprogresistas por los votos de unelectorado descerebrado. Debe disponer

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de la propiedad pública de las cumbresdominantes de la economía (y a serposible de las laderas y llanurastambién), pues la propiedad pública(tanto en sí misma como en cuantocorolario de ninguna propiedadprivada significativa) es la mejorgarantía de la seguridad en laocupación del poder. La propiedadprivada afloja el control del Estadosobre la forma de ganarse la vida tantodel capitalista como del trabajador (enel más amplio sentido) al que puedeemplear. De este modo es una causa queposibilita la oposición frente al Estado.El Estado socialista, menos inspirado en

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el liberalismo y mejor conocedor delpoder, experimenta así un interés muchomás vital respecto a la propiedad, auncuando su opinión respecto a la relativaeficacia de la planificación, elmecanismo de los precios, la asignacióno los incentivos pueda no ser diferentede la mayoría de los Estados nosocialistas.

La compatibilidad superficial de lasdoctrinas liberal y socialista, noobstante, es tal que el discurso desde elpunto de vista de uno puede verseinadvertidamente atrapado en las ramasdel otro. La consiguiente hibridación deideas puede producir una prole

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sorprendente. Un área donde lamiscigenación ideológica tiende aproducirse es el concepto de libertad, surefractariedad a la definición y sunaturaleza de bien último, evidente porsí mismo. No es gratuito que Acton nosadvierta que seamos cautelosos: «Pero¿qué quiere decir la gente que proclamaque la libertad es la palma, y el premioy la corona, cuando es una idea de laque hay doscientas definiciones, y queesta riqueza de interpretación hacausado más derramamiento de sangreque ninguna otra cosa, excepto lateología?»[95]. Cualquier doctrinapolítica debe, para parecer completa,

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incorporar la libertad entre sus fines dealgún modo. Las reglas del discursoordinario garantizan que se trata de unvalor sólido: suena tan absurdo decir«Me disgusta la libertad, no quiero serlibre» como afirmar que bueno esmalo[96]. Además, uno no tiene laobligación de derivar la bondad de lalibertad de cualquier otro valor, al quela libertad puede conducir como unmedio conduce a un fin, y que puedaresultar atacable. Felicidad (traducidaLibremente como «utilidad») y justiciaestán en la misma posición. Esimposible decir «Estoy en contra de lajusticia», «hay mucho que decir en favor

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de la injusticia», o «la utilidad esinútil». Puede hacerse que tales finesúltimos inatacables jueguen undeterminado papel en la validación deotros fines que una ideología trata depromover.

La igualdad es el principal ejemplopráctico. El problema de insertarla en elsistema de valores estriba en que no esun bien evidente en sí misma. Laafirmación «hay mucho que decir enfavor de la desigualdad» puedeprovocar un enérgico desacuerdo; puedeexigir el retroceso en la discusión; peroen cualquier caso no es disparatada. Eldiscurso ordinario nos dice que es

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posible impugnar el valor de laigualdad. Si, mediante una cadena deproposiciones que aceptamos,pudiéramos ver que se deduce del valorde otro fin que no impugnamos, tampocoimpugnaríamos la igualdad. La utilidad yla justicia han sido alternativamenteutilizados para tratar de establecer a laigualdad como un fin inimpugnable eneste sentido. Las tres seccionessiguientes de este capítulo se proponendemostrar que esos intentos, como lacuadratura del círculo, son inútiles; laigualdad puede convertirse en un finvalioso si explícitamente coincidimos ensituar en ella el valor, pero no es

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valiosa por virtud de nuestra afinidadhacia alguna otra cosa.

No conozco ninguna argumentaciónsistemática que intente deducir labondad de la igualdad de nuestraafinidad por la libertad del modo que sehan hecho intentos por deducirla de lautilidad o la justicia, tal vez porque lapropia idea de libertad se presta por símisma escasamente a la argumentaciónrigurosa. Por otra parte, invitadecididamente al embrollo defragmentos de ideologías incompatibles,cuyo resultado es alguna extrañaproposición como «libertad es igual aservidumbre» o «libertad es alimento

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suficiente». Tal miscigenaciónintelectual hace que la igualdad, llevadaa hombros por la libertad, se cuele entrenuestros fines políticos acordados.

Este es el significado de concebir lalibertad (como Dewey nos obligaría ahacer) como «el poder hacer»: comosuficiencia material, alimento, dinero;como una caja vacía a no ser que lallenemos de «democracia económica»;como alguna condición fundamental queno debe confundirse con las libertades«burguesas» o «clásicas» de expresión,reunión y elección, todas las cualesdejan al margen a los «realmente»(económicamente) no libres.

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(Seguramente es posible interpretar lahistoria como «prueba» de lo contrario.¿Por qué otra razón hicieron campañalos cartistas ingleses en favor de lareforma electoral en vez de por salariosmás altos? Del mismo modo, se podríapresentar plausiblemente la formaciónde consejos obreros, la exigencia de unsistema multipartidista y las eleccioneslibres en Hungría en 1956, y lapropagación como la pólvora por todala nación de un sindicato autónomo enPolonia en 1980, como demandas delibertades burguesas clásicas por los«económicamente» no libres. Enrealidad, la interpretación parece

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groseramente poco convincente. No senos puede pedir en serio que creamosque fue la feliz consecución de la«liberación económica» la que originólas demandas de libertades burguesas enestas sociedades).

Para mostrar la engañosa facilidadcon que la igualdad pasa a lomos de lalibertad por delante de los ojos másobservadores, escojo un texto del por logeneral tan lúcido sir Karl Popper, quees tanto un destacado crítico deltotalitarismo como un lógico eminente:

Aquellos que poseen un excedente de comidapueden forzar a los que están hambrientos aaceptar la servidumbre «libremente».

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Una minoría que es económicamente fuertepuede de esta forma explotar a la mayoría delos económicamente débiles.

Si deseamos que la libertad esté protegida ,entonces debemos exigir que la política deilimitada libertad económica sea sustituida porla intervención económica planificada delEstado[97].

El uso del término «forzar» es,desde luego, una licencia poética. Loque Popper dice es que los delexcedente de comida se limitan acruzarse de brazos y no se ofrecen acompartirlo con los que estánhambrientos; para poder comer, estosúltimos deben presentarse y ofrecerse a

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trabajar para ellos. Puesto que«realmente» no pueden elegir estarhambrientos, su ofrecimiento paratrabajar constituye una aceptación de laservidumbre. Es una elección libre, perono «realmente» libre. Obsérvesetambién que es la minoría la que haceesto a la mayoría, lo que de algún modohace que su conducta sea todavía másreprensible que si fuera a la inversa.Nuestras democráticamentecondicionadas conciencias tienen asíuna razón más para aprobar «laintervención económica planificada delEstado», aunque sea un tantodesconcertante que en defensa de la

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sociedad abierta se nos ofrezca elGosplan.

Licencia poética o no, la múltipleconfusión en que nos sume el Gosplancomo condición de la libertad necesitasolución. Primero, Popper afirma quehay una analogía entre el matón queesclaviza al hombre más débil mediantela amenaza de la fuerza y el rico queexplota la debilidad económica delpobre[98]. Pero no existe semejanteanalogía. Hay una clara distinción entrequitar la libertad a un hombre (mediantela amenaza de pegarle) y no compartirnuestra «libertad»(= comida) con unhombre que carece de ella.

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Segundo, hay una confusión entre laposibilidad de elección (entre laservidumbre y el estar hambriento), quees una cuestión de libertad[99], y laequidad, la imparcialidad, la justicia deuna situación en la que algunos tienenmuchísima comida y otros ninguna, quees una cuestión de igualdad. Tercero, laconfusión se extiende por no explicarunos cuantos supuestos que sonnecesarios para impedir que estasituación acabe en un típico equilibrioneoclásico de mercado de trabajo, en elque compiten quienes poseen muchacomida para contratar a los que noposeen ninguna y compiten para ser

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contratados, hasta que contratantes ycontratados estén todos ganando (elvalor dé) sus respectivos productosmarginales.

Los supuestos bajo los cuales elresultado es hambre o servidumbre sonbastante fuertes, aunque pueden tenercierta autenticidad en determinadostipos de sociedades. En talessociedades, la oferta de comida de laminoría a cambio de la servidumbrepara la mayoría es al menos «Paretosuperior» a dejarlos hambrientos,mientras la redistribución mediante la«intervención planificada del Estado»tendría resultados generalmente

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imprevisibles, siendo posible que lamayoría de la comida se pudriera en losalmacenes gubernamentales.

Finalmente, aunque la libertad no escomida y no es igualdad, la libertad contodo puede contribuir a la justicia, o serpor otros motivos deseable, pero esto noes obvio. Antes de que cualquiera puedaafirmar que la coexistencia de unaminoría con un excedente de comida yde una mayoría hambrienta debe sercorregida, tiene que demostrar que obien esa mayor igualdad a este respectocontribuiría a otros fines de tal maneraque el propio interés hará que la genteracional opte por la igualdad en

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cuestión, o bien que el sentido popularde la justicia, de la simetría, del orden ode la razón lo exige con la exclusión deconsideraciones en contrario. Elesfuerzo para probar esto constituyegran parte de la Begleitmusik ideológicadel desarrollo del Estado moderno.

En resumen y por reafirmar algunosde los argumentos precedentes: elEstado democrático es incapaz decontentarse a sí mismo con proporcionarbeneficios a sus ciudadanos que puedanhacer que algunos mejoren y ningunoempeore. En democracia, la ocupacióndel poder del Estado requiere consenso,concedido de manera revocable a uno de

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los diversos competidores mediante unprocedimiento acordado. Lacompetición implica ofertas de políticasalternativas, cada una de las cualespromete hacer mejorar en la sociedad aalguna gente. Estas políticas sólo puedenproducirse al coste de hacer que otragente empeore. En una sociedaddesigual, tienden a ser igualitarias (y enuna sociedad de iguales debieran tendera ser desigualitarias) para atraer a unamayoría. La «preferencia» de la mayoríapor una de las políticas en oferta«revela» que sus efectos previsiblesrepresentan la mayor acumulación devalores democráticos. La gente puede

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optar por ella según que sus interesessean o no atendidos de ese modo. Laideología dominante, el liberalismo,coincide con el interés del Estadodemocrático y predispone a la gentebajo su influjo a ser partidaria de losvalores democráticos. Reclama alEstado que haga por razones éticas loque de todas formas tendría que hacerpara mantenerse en el poder. Dice alpueblo que la política acordada por lamayoría contribuye a los fines últimosque todos ellos comparten. Asimismoapoya políticas adicionales, mostrandoque conducen a los mismos fines yrecomendando que el pueblo opte por

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ellas cuando le sean ofrecidas. Alhacerlo de este modo, contribuye y a lavez responde al crecimiento del Estado.

Hacia la utilidad a través dela igualdad

La regla «igualar las rentaspara maximizar la utilidad de lasociedad» gana validez una vezque las rentas hayan sido igualesdurante el tiempo suficiente.

Ningún hombre tiene más de unestómago, pero esta es una base pococonvincente para mantener que mientrasmás igualitariamente se compartan todos

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los bienes, mejor.Forma parte de nuestra herencia

intelectual el que, independientementede cualquier otra cosa que haga y con laque podamos estar a favor o en contra,la equiparación de rentas maximizará suutilidad. La adhesión intuitiva quesuscita esta proposición por encima delos obstáculos más evidentes estriba enque un dólar extra debe significar máspara el pobre que para el rico.Pensándolo bien, todo lo que esaintuición mantiene con firmeza es queuna determinada cantidad absolutaaumenta la utilidad del pobrerelativamente más (digamos, diez veces

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más) que la del rico (digamos, en unadécima parte). Nada en estascomparaciones «cardinales» de lautilidad inicial del pobre con su aumentoy de la utilidad inicial del rico con elsuyo nos capacita para comparar las dosutilidades, o los dos incrementos entreellos ni «ordinalmente» (en términos demás grande o más pequeño) ni«cardinalmente» (según cuánto másmayor sea).

Un modo de enfocar este problema(con el cual, como ha mostrado elcapítulo 2, no puedo sino coincidir) esque no podemos hacer esto porqueconceptualmente no puede llevarse a

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cabo, habida cuenta de que lascomparaciones interpersonales sonempresas intrínsecamente mal dirigidas.Si se emprenden, todo lo queposiblemente es sabido que expresan eslas preferencias de quien está realizandola comparación, y ahí se acaba todo.Proseguir más allá de esta cuestiónpuede llevarnos al análisis de estaspreferencias. Nos encontraremosentonces abordando cuestiones deideología, simpatía, compasión, partidospolíticos, raison d’état, etc. Estos uotros elementos tal vez puedan explicarpor qué resultaron las comparacionescomo lo hicieron. No arrojarán nueva

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luz alguna sobre las utilidades que sepretendía haber comparado.

Sin embargo, el modo contrario deenfocarlo también parece defendible.Debe serlo, siquiera sea porque esmantenido por algunas de las másincisivas mentes que se han ocupado deeste problema. Así, Little se consideracapaz de realizar comparacionesinterpersonales de utilidad«provisionales» y Sen «parciales». Elargumento positivo, a diferencia delnormativo, para dar algo del dinero delrico al pobre es que esa misma cantidadde dinero distribuida de maneradiferente tiene más utilidad. A menos

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que, en consideración al argumento, sedé por sentado que tales comparacionestienen sentido, no hay ya argumentofáctico alguno, sólo juicios morales quecontraponer y, como Benthamtristemente lo expresa, «todorazonamiento práctico ha terminado».

A pesar de todo, la tradiciónintelectual de descubrir en la igualdaduna causa válida de mayor utilidad, esde tipo positivo. Central a ella resulta laconvicción de que nos enfrentamos acuestiones de hecho, no de simpatía. Unatal convicción, aunque inconsciente eimplícitamente, condiciona a unaimportante rama del argumento liberal

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acerca de la distribución de la rentanacional y el sistema tributarioóptimo[100]. Me parece que vale la penaenfrentarlo en ese terreno, como si lasutilidades pudieran compararse yañadirse en una utilidad social, y comosi fuera la ciencia social la que nosdijera que una distribución de la renta essuperior a otra.

Permítaseme recapitular—«recuperar del subconscientepolítico» sería una descripción másverdadera— el razonamiento subyacentea esta convicción. Se remonta al menosa Edgeworth y Pigou (adoptando elprimero una perspectiva más general y

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asimismo más cauta) y facilita unvigoroso ejemplo de la capacidad deuna teoría anticuada para inspirar alpensamiento práctico contemporáneocon energía no disminuida.

En el fondo la teoría descansa en unaconvención básica de la economía queda origen a fructíferas teorías en variasde sus disciplinas, la ley de lasproporciones variables. La convenciónconsiste en suponer que si diferentescombinaciones de dos bienes o factoresproducen la misma utilidad (en elconsumo) o rendimiento (en laproducción), los aumentos de utilidad orendimiento obtenidos de combinar

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cantidades crecientes de uno con unacantidad constante del otro son unafunción decreciente de la variable, estoes, que cada aumento en su cantidadproducirá un aumento de utilidad orendimiento más pequeño que elanterior. En las teorías delcomportamiento de los consumidores,esto se describe también como el«principio de utilidad marginaldecreciente», «la convexidad de lascurvas de indiferencia» o «el descensoen la tasa marginal de sustitución» de unbien por otro.

Ahora bien, si se le da a una personacada vez más té mientras sus demás

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bienes no aumentan, la satisfacción ofelicidad que él obtiene de las sucesivasdosis de té disminuyen. El soporteintuitivo para esta presunción reside enla fijeza de su cesta de otros bienes.(«Presunción» se empleadeliberadamente. Una hipótesisformulada en términos de utilidad osatisfacción debe ser una presunción,pues no puede ser refutada porexperimento u observación a menos quese trate de un contexto de alternativasinciertas, como veremos más adelante).La misma presunción vale paracualquier bien, individual cuando todoslos demás bienes permanecen fijos. Sin

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embargo, no puede agregarse. Lo que espresumiblemente cierto respecto acualquier bien individual no es nisiquiera presumiblemente verdaderorespecto de un conjunto de bienes, porejemplo, la renta. Cuando aumenta larenta, aumentan potencial o realmentetodos los bienes. ¿Cuál es, entonces, larelevancia de «saber» que la utilidadmarginal de cada bien cae si permanecefija la cantidad de los demás? Lautilidad marginal decreciente del técondiciona el ánimo para la aceptaciónde la utilidad marginal decreciente de larenta, pero la tentación de razonar de launa a la otra es una trampa.

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Puede establecerse una presunciónpara la caída de la utilidad marginal dela renta mediante la definición de larenta como todos los bienes excepto uno(que permanece fijo cuando sube larenta), por ejemplo el ocio. Es posiblesuponer que a medida que sea mayor larenta que tenemos, dedicaremos menostiempo libre a ganar renta adicional. Sinembargo, si la caída de la utilidadmarginal de la renta es una consecuenciade excluir un bien de la renta, entoncesno puede aplicarse a un concepto derenta que no excluya bien alguno. Sicualquier bien puede intercambiarse aun cierto precio por cualquier otro

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incluso el ocio, que es por lo general loque ocurre en las economías demercado, la renta es potencialmentecomo cualquier otro bien, y no puedesuponerse fijo a ninguno para dar origena la caída de utilidad marginal para elconjunto de los restantes.

Está bien establecido que el reino delas certidumbres —donde estamosseguros de conseguir una libra de té consólo pedirla y pagar el precio al tendero— no se presta a la observación de lautilidad marginal de la renta. Noobstante, es conceptualmente posible laobservación significativa de la tasa decambio de la utilidad cuando la renta

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cambia en presencia de elecciones conriesgo. El estudio pionero de loterías yseguros, como evidencia relevante de laforma de la función de utilidad, sugierecon firmeza que la utilidad marginal dela renta puede estar cayendo en ciertascategorías de rentas y subiendo en otras,coherente con una hipótesis de que loscambios de renta que dejan a un hombreen su clase tienen, en algún sentido, unvalor menor que los cambios que danacceso a un tipo de vida bastantediferente: «[Un hombre] puedeapresurarse a aceptar una jugadaactuarialmente correcta que le ofreceuna pequeña oportunidad de sacarlo de

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la clase de los trabajadores nocualificados y situarlo en las clases“medias” o “altas”, aunque laprobabilidad de convertirse en uno delos trabajadores no cualificados menosprósperos sea más alta en esta jugadaque en la precedente»[101]. Debemosadvertir (y mentalmente llevarloadelante para las dos seccionessiguientes de este capítulo) que este esel anverso exacto del tipo de evaluaciónde la renta que, supuestamente, induce ala gente a adoptar una defensa«maximín» de sus intereses en la Teoríade la justicia de Ralws[102].

Ahora bien, cualquiera que razone

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descuidadamente como si pudiera haberun medio, independiente de laobservación de las elecciones queimplican riesgo, para averiguar lautilidad marginal de la renta, es capazde decir que puede vincularse a laadopción de riesgos alguna utilidadpositiva o negativa, de manera que loque las elecciones arriesgadas miden esla utilidad marginal de la rentamás/menos la utilidad de arriesgarse, dejugar especulativamente. Tanto si nosgustaría que significara más, comomenos, decir que hay una utilidadpositiva en exponerse al riesgo significadecir que está aumentando la utilidad

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marginal de la renta. Que una personatenga aversión al riesgo (se niegue aaceptar los juegos limpios especulativoso esté dispuesto a pagar el coste deprotegerse), es ni más ni menos queevidencia en apoyo de la hipótesis deque la utilidad marginal de su renta estádescendiendo. No puede producirseninguna otra prueba al respecto porencima ni más allá de la evidenciaextraída de las elecciones que implicanriesgo. Las respuestas de la gente apreguntas hipotéticas sobre la «utilidad»o «importancia» que conceden a lassucesivas porciones de su renta actual (oprobable), no constituyen evidencia

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admisible[103]. Resulta incomprensibleque se diga que la evidencia observable(evitación de riesgo, o adopción deriesgo) de algún modo pone o quita de lacircunstancia deducida (la caída o elaumento de la «utilidad marginal de larenta») de la cual es el único síntoma ycuya existencia es lo único que afirma.

No hay una «ley» de la utilidadmarginal decreciente de la renta. Laselecciones educacionales y de carrera,los mercados financieros y otrosmercados de futuros[104], el seguro y eljuego proporcionan abundante evidenciade que pueden producirse todo tipo defunciones de utilidad, descendentes,

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constantes o ascendentes; de que lautilidad marginal de una misma personapuede cambiar de dirección sobrediferentes tramos de renta, y de que nohay predominio evidente de un tipo defunción, siendo las demás imprevisibles.No resulta sorprendente que sobre basestan generales y sin forma definida no sehaya podido construir ninguna teoría dela maximización de la utilidad medianteel fomento de un tipo determinado dedistribución de la renta.

La teoría de Edgeworth-Pigou seasienta de hecho sobre una base mejorque esta, aunque esto no se reconozcacon frecuencia en los informes más

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vulgares. En la teoría adecuadamenteexpuesta, completa, la satisfacciónderivada de la renta depende de lapropia renta y de la capacidad desatisfacción. Su dependencia de la rentapor sí sola no produce la conclusiónestereotipada normalmente asociada conla teoría; si todos los bienes varían conla renta, la utilidad marginal de la rentano es necesariamente descendente y nopodemos decir mucho más acerca de loque una redistribución igualitaria de lasrentas supondría para la «utilidad total».Por el contrario, su dependencia de lacapacidad de satisfacción parececonducir al resultado deseado. Cuando

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sube la renta en presencia de unacapacidad de satisfacción fija, se dantodos los elementos necesarios de unaley de rendimientos decrecientes, con elapoyo intuitivo proporcionado por elconcepto de saciedad. Si tenemos, pues,dos fuerzas actuando sobre la utilidadmarginal de la renta y el efecto de laprimera puede ir por cualquiera de losdos caminos sin propensión evidentealguna, mientras que el segundo hacedisminuir la utilidad marginal, latendencia a una caída de la utilidadmarginal puede considerarse comoestablecida en un sentido probabilístico.

Las piezas restantes encajan

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fácilmente en su lugar. Sólo se tienen encuenta los bienes que pueden ponerse enrelación con la «vara de medir deldinero». La gente tiene los mismosgustos y paga los mismos precios porlos mismos bienes, por tanto gasta unadeterminada cantidad el dinero de larenta de la misma forma. Para fines de«razonamiento práctico», tienen losmismos «apetitos», «intensidad dedeseos», «capacidad de disfrute» o«temperamento», como se hadenominado alternativamente a lacapacidad de satisfacción. Inherente alconcepto de capacidad estaba la idea deque podía colmarse. Las sucesivas

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unidades de renta produciríanincrementos de utilidad o satisfaccióncada vez más pequeños a medida que seaproximara el umbral de capacidad.Dada la renta total de la sociedad, lautilidad total debe obviamente ser tantomayor cuanto más aproximadamenteigual sea la utilidad marginal de la rentade todos, pues el total siempre puedeaumentarse mediante la transferencia derenta de la gente que tiene una utilidadmarginal más baja a la gente que tieneuna utilidad marginal más alta. Una vezque las utilidades marginales son igualespor todos lados, no puede hacerseningún bien utilitario más mediante

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transferencias de renta; la utilidad«social» total ha sido maximizada. Lautilidad, la satisfacción, son intangibles,atributos de la mente. La evidenciavisible de la completa igualdad deutilidades marginales es que ya no hayricos ni pobres.

Esta evidencia es convincente siadmitimos que el requisito essignificativo respecto de lascomparaciones interpersonales (lo cualhe decidido hacer con finesargumentativos, para ver adonde noslleva) y si interpretamos la capacidad desatisfacción (como solía interpretarse)como apetito físico de bienes corrientes,

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o como «el mínimo tipo de necesidades»que son las mismas para ricos y pobres,pues «nadie puede comer más de trescomidas al día», «nadie tiene más de unestómago», etc. Sin embargo, cuando lacapacidad de satisfacción no seentiende, o no tanto, en el anteriorsentido de manual de unas cuantasnecesidades de base física, la cosacambia[105]. Aunque viniera de buenatinta, los creadores de opinión y losmaximizadores de utilidad nuncatuvieron suficientemente en cuenta elaviso de Edgeworth: «El argumento deBentham de que la igualdad de mediostiende a la máxima felicidad, presupone

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una cierta igualdad de naturalezas;pero si la capacidad para la felicidad delas diferentes clases es distinta, elargumento no conduce a una distribuciónigual, sino desigual»[106].

Con la admisión de que lascapacidades para obtener satisfacciónde la renta bien pueden ser ampliamentediferentes, ¿qué queda del mandato decoger dinero de, digamos, gordoshombres blancos ricos y dárselo aescuálidos hombres negros pobres? Laigualdad deja de estar a las órdenesdirectas de la racionalidad, pues nopuede seguir identificándose con elcamino hacia la utilidad máxima. Es

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verdad que las políticas redistributivaspodrían estar basadas en pautasdiferenciales de la capacidad para lasatisfacción y rechazar una utilidadelusiva como fin a maximizar. En el bienconocido ejemplo del tullidomaniacodepresivo, la maximización deutilidad reclamaría quitarle el dineropuesto que no obtiene muchasatisfacción de él. Un maximandoalternativo pudiera exigir darle unmillón de dólares, porque eso serequeriría para elevar su satisfacción alnivel del promedio de la persona sana ysaludable. Esta última política tienecomo fin la equiparación de felicidad (y

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no su maximización). Tiene sentido si(con objeto de elevarla al rango de fin)la igualdad no necesitara provenir delbien, sino que se postulara que es elbien.

De acuerdo con la tradición de lamaximización de utilidad, dosalternativas posibles parecen quedarpendientes. Una consiste en postular quela capacidad de satisfacción es unacualidad aleatoria como el oído para lamúsica o la memoria fotográfica, y nohay forma apreciable de razonar acercade en qué parte de la población es másprobable que se concentre. Si es así,tampoco hay forma de juzgar qué

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distribución de renta es más probableque sirva para maximizar la utilidad.

La otra postura consiste en asumirque aunque la capacidad de satisfacciónno se extienda de manera uniforme,tampoco se distribuye de maneraaleatoria, sino que forma pautas quepueden deducirse de otrascaracterísticas de la genteestadísticamente visibles, es decir,concentradas en los menores dedieciocho años, en los ancianos, en losque tienen y en los que no tienen unaeducación académica, etc. Eldiscernimiento de la pauta restaura larazón utilitarista para recomendar la

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distribución de la renta de la sociedadde una manera más bien que de otra.Afortunadamente, de nuevo se encuentracampo de aplicación para que losingenieros sociales inventen políticasredistributivas que aumenten la utilidadtotal y el apoyo político para elproponente de la política, aunque lacoincidencia de ambos estáprobablemente menos asegurada de loque lo estaría en el sencillo y clásicocaso de la redistribución de ricos apobres.

Sin embargo, ¿no es razonable actuarsobre el supuesto de que el joven, con suapetito de ocio, ropas y viajes, música y

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fiestas tiene más capacidad desatisfacción que el viejo con sus apetitoslascivos más débiles y sus aspiracionescolmadas? Una política deestablecimiento de tipos impositivosprogresivos no sólo con la renta, comoactualmente, sino también con la edad,podría ser buena tanto para la utilidadsocial como para conseguir el votojuvenil. Del mismo modo, puesto que esprobable que los viejos, con su culturamadura y su mayor experiencia, tuvieranceteris paribus una mayor capacidad desatisfacción, los niveles impositivosdecrecientes con la edad podrían tantoaumentar la utilidad como ganar el voto

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de los ciudadanos mayores. Asimismo,puede haber razones, con plausiblesfundamentos, para aumentar la renta delos profesores y disminuir la de losfontaneros tanto como para proceder enel sentido opuesto.

Además, parece razonable que laintensidad de las necesidades tienda aaumentar por exponerse a la tentación,de manera que la utilidad totalprobablemente podría acrecentarsesubvencionando, por ejemplo, a loslectores de los catálogos de Sears. Porotra parte, puesto que su aumentadacapacidad de satisfacción es hasta ciertopunto su propia recompensa, sería

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también una buena idea gravar elsubsidio y distribuir la recaudaciónentre los no lectores de anuncios.Finalmente, los beneficios en términosde bienestar social y consentimientopolítico tal vez pudieran lograrse aladoptar todas estas políticas al mismotiempo o sucesivamente, aunque serequerirían cuidadosas investigacionesmuéstrales para hacer realmente precisala ingeniería social subyacente.

Desde luego esto es ser cruel con eltipo de oficiosidad seria ybienintencionada que la mayoría de lagente políticamente consciente solíapermitirse hasta hace bien poco y que

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algunos, por diversas razones, todavíapractican. Se merece ser tomada abroma. No obstante, quedan por alegaralgunas razones más serias.

La regla «a cada uno en proporcióna sus necesidades» como condiciónsuficiente de maximización de utilidadno se traduce sencillamente en laigualación de rentas. Las necesidades dela gente se extienden a muchas cosas queel dinero puede comprar por encima ymás allá del pan y el aceite, la cerveza yl a pizza. Es ridículo interpretar sucapacidad de satisfacción en el sentidofísico de un hombre, un estómago. Sondemasiado diferentes para que la

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nivelación de sus rentas represente unaaproximación plausible a la solución deproblemas de máximos cualesquiera.¿Existe alguna otra sencilla políticaredistributiva que parezca másaceptable?

Esperando entre los bastidoresutilitaristas a esta escena de la obra seencuentran nociones tales como «elaprendizaje mediante la ejecución»,«l’appétit vient en mangeant», «losgustos dependen del consumo» o, quizá,«la utilidad de la renta es una funcióncreciente de la renta pasada». Fuerzanlos límites convencionales de laeconomía, en la misma medida que la

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noción de que las preferencias por losacuerdos políticos están fuertementecondicionadas por los mismos acuerdosque se imponen en realidad (cf. pág. 27)fuerza los de la teoría política. Elenfoque normal y tradicional de estasdisciplinas consiste en considerar comodados los gustos, las preferencias. Noobstante, un intento ocasional detratarlos como parte del problema puedevaler la pena.

Antes que suponer, demasiadoinverosímilmente, que las capacidadesde satisfacción están dadas y son en granparte las mismas para todos,supongamos pues que están

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condicionadas por las satisfaccionesreales de la gente, su cultura,experiencia y nivel habitual de vida queles han enseñado a adaptarse a suscircunstancias, a ajustar sus necesidadesy a sentirse relativamente cómodos conlas cosas que lleva consigo ese nivel. Amedida que las rentas de la gente hayansido mayores durante un cierto períodode aprendizaje, más grande habrállegado a ser su capacidad de obtenersatisfacción de ellas, y viceversa,aunque pudiera ser aconsejable suponerque en la dirección inversa el períodode aprendizaje necesario para reducir lacapacidad de satisfacción fuera mucho

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más largo.Si se tratara de comparaciones

interpersonales, el espectador imparcialpodría descubrir que no había muchoque elegir entre la felicidad ganada pordarle un dólar al representante de loshombres desvalidos y la felicidadperdida por quitarle un dólar alrepresentante de la gente pudiente (antesde contabilizar la felicidad que el unopierde por ser forzado y el otro gana porsentir la mano auxiliadora del Estadobajo su codo, y el espectador imparcial,si hace adecuadamente su trabajo,también debe contabilizar estasganancias y pérdidas). Excepto los

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nuevos pobres y los nuevos ricos,probablemente no hay razonesutilitaristas para entrometerse en lasrentas que la gente efectivamente tiene.Si cabe alguna conclusión política quese apoye en un razonamiento abstractode este tipo, bien pudiera ser que ladistribución de la renta existente, si haprevalecido durante algún tiempo, esmás adecuada que cualquier otra paramaximizar la utilidad total (y si talresultado de la discusión repugnara a lagente lo suficiente como para hacerlesdejar de plantearse, auninconscientemente, cómo maximizar lautilidad social, no cabe duda de que

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mejoraría la calidad del debatepolítico).

Dicho de otra forma, si ladistribución de la renta fuera un mediopara lograr una mayor o menorsatisfacción social global, la reglapolítica menos dañina a adoptar seríaque cada sociedad «debe» conseguir ladistribución de la renta con la que seadaptan sus miembros de acuerdo con laexperiencia pasada. En una sociedadigualitaria, del tipo de la queTocqueville esperaba resignadamenteque resultara de la democracia, en laque el modo de ser de la gente essimilar, sus gustos y pensamientos se

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ajustan a normas aceptadas y su estatuseconómico es uniforme, «debe» darsecon toda probabilidad una distribuciónigualitaria de la renta —excepto que yase haya conseguido—.

La nivelación en una sociedad queera desigualitaria violaríaprobablemente el criterio demaximización de utilidad a cuyoservicio se suponía que estaba. En símismo, este no es un argumento muybueno en contra de la nivelación, amenos que uno fuera a tomarse en seriola maximización de la utilidad social y apesar de su gran influencia en elsubconsciente público no hay razones

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realmente poderosas para hacerlo. Seana favor o en contra, me parece que losargumentos acerca de los méritos de lanivelación necesitan otros fundamentos.Los valores democráticos no puedenderivarse, como lo fueron, de la guía delhombre racional hacia la utilidad; laigualdad no se vuelve valiosa por virtudde su pretendida contribución a la mayorfelicidad para el mayor número. Que losvalores democráticos estén o nocontenidos en la guía del hombreracional hacia la justicia social, es lacuestión que abordamos seguidamente.

De cómo la justicia invalida

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los contratos

Si la gente racional desea queel Estado invalide sus contratosbilaterales, deben estarargumentando desde la igualdadhacia la justicia más que a lainversa.

Un «esquema de cooperaciónsocial» no necesita ser comprado dosveces, primero con recompensas por loscostes, segundo con un contrato socialpara redistribuir las recompensas.

Volvamos a la idea de una sociedaddonde los individuos tienen un títulosobre su propiedad y sus cualidades

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personales (capacidad de esfuerzo,talentos) y son libres de venderse oalquilarse en condicionesvoluntariamente acordadas. Laproducción y la distribución en talsociedad estarán simultáneamentedeterminadas, aproximadamente, por eltítulo y por el contrato, mientras quesus acuerdos políticos estarán al menosestrechamente limitados (aunque nocompletamente determinados) por lalibertad de contratar. Sólo el Estadocapitalista, con los fines metapolíticosque le atribuimos para conservarse en susitio, puede sentirse cómodo dentro detales límites. El Estado adversario,

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cuyos fines compiten con los de susciudadanos y que confía en el consensopara ganar y conservar poder, debeproceder a echarlos abajo. En el casoextremo, sustancialmente puede abolir eltítulo de propiedad y la libertad decontratar. La manifestación sistemáticade este extremo es el capitalismo deEstado.

En todos los demás casos, el Estadoanulará los contratos bilaterales de lagente en nombre de un contrato social.Las políticas que llevan a cabo estavoluntad, en la medida en que lacoincidencia es posible, sirven a lospropios fines del Estado y ayudan a

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realizar los valores democráticos. Laampliación del sufragio y laredistribución de la renta son dospolíticas típicas de esta clase, aunqueotras, asimismo, pueden conseguir ungrado de coincidencia deseable. Entodos los casos, tales políticas seránsusceptibles en general de serinterpretadas como maximizadoras de lautilidad social o la justicia o de ambas,y puesto que estos maximandos sereconocen como fines últimos (que norequieren justificación o apoyoargumental en función de otros fines),las políticas pretenderán ser racionalespara la sociedad como un todo.

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La interpretación de una políticacomo maximizadora ipso facto es unatautología si depende de que lascomparaciones interpersonales que aella subyacen le hayan sido favorables;pues tal aserto es incontrovertible pornaturaleza. Como contraste, cuandoasume el riesgo de ser algo más que unatautología e invoca la conformidad conalguna regla sustantiva (a la que nopuede dársele la vuelta e«interpretarla», sino que puede ser vistapara ser o bien observada o incumplida)como «para maximizar la utilidad,igualar las rentas», «para maximizar lajusticia, anular los contratos que

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perjudiquen a los menos aventajados»,«para maximizar la libertad, dar a cadauno el voto», o variaciones redactadasmás cautelosamente sobre los mismostemas, la pretensión de que las políticasson racionales se mantiene o sederrumba con la teoría que produjo laregla.

Movido por tales consideraciones,intentaré ahora someter a prueba algunasimplicaciones de una teoría democráticaque fue elaborada durante los años 1950y 1960 por John Rawls y finalmenteexpuesta en su Teoría de la justicia . Mielección viene dictada, entre otrasrazones, por tratarse de la única, en mi

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conocimiento, teoría hecha y derechadentro de la ideología liberal del Estadocomo principal instrumento de la justiciade recompensas y cargas[107]. El Estadorecibe un mandato irrevocable de laspartes para el contrato social, y portanto tiene una soberanía ilimitada,para hacer efectivos los principios dela justicia.

Una forma de caracterizar elconcepto de justicia de Rawls yacercarse a su concepción de ella (parala distinción, ver su pág. 5) es suponerque al final de cualquier día concreto lagente ha llegado a ser parte de todos losposibles contratos que hubiera deseado

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firmar. Entonces algunos seincorporarán y reflexionarán comosigue[108]:

Hasta aquí, he hecho tanto como permitían lascircunstancias. Otros más afortunadamentesituados lo habrán hecho mejor, aunque losmenos afortunados lo habrán hecho peor.Mañana, las circunstancias habrán cambiado ypodría hacerlo mejor o peor con nuevoscontratos. Algunos de mis antiguos contratospueden funcionar bien, pero pudieran noresultar demasiado buenos en circunstanciasmodificadas. ¿No sería «racional asegurarme [amí mismo] y [a mis] descendientes contra estascontingencias del mercado?» (pág. 277,cursivas mías). Entonces tendría una «salida»para cada vez que creyera que mis contratos nome tratan bien.

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En realidad, así lo creo ahora, pues meconsidero en desventaja por tener menospropiedad y cualidades personales que algunosotros. Me gustaría ver instituciones de justiciaque garantizaran que cuando mis contratos meproporcionan «recompensas y cargas, derechosy deberes» que considero menos que justos,debieran modificarse en mi favor. Es cierto,me pongo a pensar, que cada uno de miscontratos tiene otra parte, y si se invalida uncontrato en mi favor, se invalida en su contra.Ahora bien, ¿por qué habría él de estar deacuerdo con una «institución básica» que tratade esta forma a sus contratos cuandoprecisamente son los más honestos para él y élestá de lo más feliz con ellos? ¿Estaría yo deacuerdo en su lugar? Yo necesitaría algúnaliciente, y seguramente él también; estoybastante contento de ofrecerle algo y esperoque lleguemos a algún acuerdo, porque sin su

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consentimiento, que debe seguir siendoobligatorio siempre, la institución fundamentalque ambiciono no tendría cabida.

Esto parece una sincera paráfrasisde esa parte de la teoría de Rawls quedebe llevar a su «situación contractual»,esto es a motivar a las partes en elestado de naturaleza (que se supone queson interesadas en sí mismas, noaltruistas y no envidiosas) a requerirsemutuamente para negociar un contratosocial, una especie de supercontratoomnilateral, que es superior a loscontratos bilaterales y que, en caso deconflicto, los invalida[109]. Aún antes deempezar a preguntarse acerca de cuál

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debe ser la etapa siguiente, el contenidosustantivo («los principios de lajusticia») del contrato social, espertinente preguntar ¿cómo crear una«situación contractual», si alguien, estéo no afortunadamente situado, se niegaen absoluto a ver la conveniencia denegociar? ¿No puede ocurrir esto? ¿Nopuede él argüir, a) que le va muy bienasí, y que no intentará que le vayamejor bajo un contrato social a riesgode tener que aceptar que le vaya peor yb) que la postura moral a adoptar acercade la justicia de los acuerdos sociales(de los cuales uno es la división deltrabajo) es que todo el mundo mantenga

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su palabra, tanto si le resulta ventajosocomo si no el desdecirse de ella?

El argumento b), por todo su sabor aAntiguo Testamento, es por lo menoscoherente con la exigencia de Rawls deque la gente debe tener un sentido de lajusticia (pág. 148). Los dos argumentosa) y b) me parece que proporcionan unabase lógica bastante rawlsiana paraseguir en el mismo sitio y rechazarcualquier negociación que, a cambio deventajas o estímulos por determinar,descargará a otros de sus compromisoscontractuales. La alternativa es elestado de naturaleza, con «los que se loencuentran se lo apropian» (finders are

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keepers) en lugar de «los principios dela justicia». En esta fase, no podemosinferir de nada que uno sea más justoque el otro, pues el único criterio de lajusticia de los principios en oferta esque, dadas las condiciones adecuadas,serían unánimemente elegidos. Sinembargo, las condiciones adecuadas nose desarrollarán por medio de lacooperación voluntaria, y porconsiguiente no toda la gente desearánegociar un contrato social si algunostienen un motivo racional paraabstenerse.

La afirmación clave de Rawls, que«la cooperación social voluntaria»

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depara una ventaja neta, quizá podríaimpedir a la teoría frenar en seco en estecamino. La ventaja debe hacerse patenteen un incremento del índice de «bienesprimarios» (siempre que nadie hagaaspavientos acerca de los problemas deagregar «bienes primarios» tales comoautoridad, poder y autoestima), pues nose reconocerían otras ventajas bajo lateoría del bien de Rawls. A menos quese refleje en un aumento de bienesprimarios, no hay ventajas tales como«una mayor armonía social» o«inexistencia de odio de clases». Esteincremento podría según cabe presumirdistribuirse de forma que nadie quedara

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peor y algunos quedaran mejor de lo quequedarían con una distribución que seestablece por mutuo acuerdo cuando seplantea una abierta cooperación defacto.

Volvamos, por consiguiente, a laambición de una persona B que quiereinducir a otra persona A a negociar uncontrato social con poder para invalidarcontratos bilaterales. Bajo estos últimos,A y B (como todos los demás) están yacomprometidos en un esquema decooperación social, produciendo unacantidad de bienes primarios ycompartiéndolos con arreglo a lo queRawls llama una «distribución natural»

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(pág. 102). Cada esquema decooperación se predica de unadeterminada distribución, lo quesignifica que la cantidad resultante debienes primarios debe distribuirse porcompleto para motivar el tipo decooperación en cuestión. La distribuciónnatural corresponde a la cooperaciónsocial de facto.

Sin embargo, ¿no podría inspirarotro tipo de distribución la cooperaciónsocial no meramente de facto, sinotambién voluntaria, de tal manera que setradujera en un aumento de bienesprimarios, comparada con la de facto?Esto, quizá, puede esperarse si «se

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proponen condiciones razonables», apartir de las cuales «aquellos que estánmejor dotados, o son más afortunados encuanto a su posición social, ninguno decuyos privilegios puede decirse que nos[sic] merezcamos, pudieran esperar lacooperación voluntaria de los demás»(pág. 15). Ahora bien, si B quiere crearuna «situación contractual», debeconvencer a A de que si se legarantizaran condiciones más razonablesde las que tiene o de las que puede teneren la distribución natural, cooperaríamás voluntariamente; su mayorcooperación se traduciría en unincremento para pagar por sus

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condiciones «más razonables» (en elsentido de más favorables); y quedaríaun poco más de sobra para A también.Pero ¿puede realmente aportar elrequerido incremento?

Si no está fanfarroneando, es decir sies capaz y está preparado paraaportarlo, si las condiciones especialesque pide para así hacerlo no cuestan alos otros más que este aumento, yaestaría produciéndolo y ya estaríaconsiguiendo las condicionesespeciales bajo contratos normales,bilaterales, por simples razones deeficiencia del mercado. Ya estaríacooperando más voluntariamente por

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mejores condiciones. Que no lo esté, yque sus contratos no incorporen ya talescondiciones mejores, es prueba de queel contrato social, interpretado comoredistribución a cambio de una mayorcooperación social, no puede ser lapreferencia unánime de personasracionales que están ya cooperando yhan llegado a un acuerdo en cuanto a unadistribución natural.

El hecho de que los mejor dotadosmerezcan serlo o no, en el sistema decriterios de elección de Rawls, esirrelevante. Las «ventajas de lacooperación social» se parecen mucho aalgo de lo que cualquiera está ya

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consiguiendo en la medida en quedecida pagar por ello. Son un ceboinsuficiente para apartarle de ladistribución natural mutuamenteacordada y hacerle entrar en la«situación contractual». Las cantidadesextras de bienes primarios que sepretende que ofrece la mayorcooperación social con susconcomitantes exigencias de justadistribución sólo pueden estardisponibles mediante la distribución dealgo más que la cantidad extra obtenida(de manera que al menos algunos debenperder).

¿Qué hacemos con la afirmación

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contraria de Rawls en el sentido de que«los hombres representativos no gananel uno a expensas del otro… puesto quesólo se permiten los avancesrecíprocos»? (pág. 104). En un mercadoque funciona razonablemente, lascondiciones predominantes reflejantodos los avances recíprocos quepueden conseguirse. ¿De qué manera,actuando sobre qué parámetros, alteraesto el contrato social, con suscondiciones que «suscitan lacooperación voluntaria»? Si Rawlsquiere decir que se trata de unaafirmación de hecho, o bien es errónea obien es inverificable. (Es inverificable

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si depende de que la distinciónpropuesta entre cooperación voluntariay cooperación de facto sea lo quedeseamos que sea; por ejemplo, lacooperación voluntaria significaría unmundo fantástico de productividaddoblada, sin huelgas, sin inflación, conel orgullo por el trabajo bien hecho, sinalienación, sin relación de mando-obediencia, mientras que la cooperaciónde facto es el trabajo de poca calidad,muy mal hecho, chapucero,improductivo, fútil y alienado queconocemos). Si, de otra parte, ha de serla frontera arbitraria del área dentro dela cual el argumento es aplicable, la

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teoría se reduce a la totalinsignificancia.

Todavía menos puede la teoría hacerprogresos partiendo de la intensidad delmero deseo de alguna gente de persuadira otros de que les dejen salirefectivamente de esta poco atractivasituación, aunque sea la mejor quepodrían haber elegido y les concedancondiciones más atractivas bajo unsupercontrato decisivo. Sea cual fuere elcamino hacia el que nos dirijamos, esimposible que todos tengan y no tenganintereses contrapuestos, que elijan unconjunto de contratos y queunánimemente prefieran otro.

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Sin embargo, ¿por qué tendríamosque aceptar el (históricamente bastanteinfundado) postulado de que el producto(en bienes primarios) de la cooperaciónsocial aumenta cuando se ofrecen a losmenos aventajados condiciones mejoresque las del mercado? ¿Por qué los mejord o t a d o s tienen que proponer«condiciones satisfactorias», en formade una redistribución que supere lasrecompensas proporcionadas por elmercado, puesto que ya estánconsiguiendo toda la cooperación que«las condiciones» pueden comprarles demanera ventajosa?[110].

Y si las condiciones especiales,

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mejores que las del mercado han de serofrecidas por alguien a algunos otrospara suscitar su cooperación«voluntaria» —lo que parece totalmenteinsustancial— ¿por qué son los mejordotados los que deben hacer la oferta?Nozick cogió la ametralladora parahacer polvo este pobre pato inmóvil,mostrando que si hay algún argumentoque hacer al respecto, debe sersimétrico y actuar en los dossentidos[111]. Tal vez, si la cooperación,o su grado de extensión, está en duda oen peligro por alguna razón inexplicada,son los peor dotados quienes tendríanque ofrecer condiciones especiales para

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conseguir que los mejor dotadossiguieran cooperando con ellos (pues,como reza el chiste de humor negro, laúnica cosa peor que ser explotado es noser explotado en absoluto).

El libro de Rawls no da respuesta apor qué serían necesarias nuevascondiciones o, lo que parece significarla misma cosa, por qué todos los noaltruistas racionales aceptaríannegociar, por no hablar de que trataríande negociar, acerca de la justiciadistributiva. Sí contiene una curiosarespuesta a por qué, si las condicionesde invalidación son necesarias, es elrico el que las concederá al pobre más

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que a la inversa o según algunas otraspautas redistributivas más sofisticadas ycomplejas: «Puesto que es imposiblemaximizar con respecto a más de unpunto de vista, es natural, dado el ethosde una sociedad democrática, escogerel menos aventajado» (pág. 319,cursivas mías). Por tanto, los principiosde la justicia son lo que son porque lasociedad es democrática, en lugar deque la sociedad sea democrática porquehaya encontrado adecuado para ella elserlo. El ethos democrático vieneprimero y los requerimientos de lajusticia se deducen de ello.

Aquí, la filosofía moral está cabeza

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abajo y los primeros principios sehallan al final[112]. Los principios paradesignar un Estado que establecerárecompensas y responsabilidadesdiferentes de lo que serían en otrosupuesto deben necesariamente estar enrelativo favor de alguien. ¿A quiéndeben favorecer? Rawls escoge a losmenos aventajados. Esta podría habersido una elección al azar, pero comoahora sabemos no lo fue; se derivó de lademocracia. Hacer que el Estado tomepartido por los menos aventajados tienela gran conveniencia de que el Estadoque depende del consentimiento seinclina por lo general a hacerlo en

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cualquier caso por razones inherentes ala competición para conseguir ymantener el poder. Los imperativos del«ethos democrático» que hacen«natural» sesgar la distribución haciauna parte en vez de hacia la otra sonprima facie una promesa clave para lasexigencias de la regla mayoritaria. Sino, deben expresar una creencia en quehay algún valor (democrático) anterior osuperior a la justicia (pues si no lohubiera, no podría dar origen a unprincipio de justicia).

Uno sospecha, habiendo llegadohasta aquí, que este valor debe ser unacierta noción de igualdad; en ese caso

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podríamos argüir desde la igualdad yrecomendar una distribución tanto másjusta que otra cuanto que favoreciera alos menos favorecidos, sin tener quedemostrar que favorecer a los menosfavorecidos fuera justo (lo queconstituiría un argumento en favor de laigualdad más que desde ella).

La ironía de todo ello es que siRawls no hubiera intentado probar quees posible una teoría de la justiciadistributiva, y fracasado, sería muchomás fácil seguir creyendo en lareclamación universalista de valoresdemocráticos, esto es (en esencia) quela igualdad es valiosa porque es el

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medio para los objetivos finales nodisputados de la justicia o la utilidad oquizá la libertad también, y de ahí quesea racional elegirla. Rawls ha hechomás fácil para los no demócratas gritarque el emperador está desnudo.

En la fundamental versión de suteoría de «la justicia como equidad»,Rawls mostró (en mi opinión, con éxito)que por el propio interés racional de lagente se concederían mutuamentecondiciones especiales para regular lasdesigualdades permisibles de cargas yrecompensas si la única alternativadisponible fuera su igualdad. Esevidente por sí mismo que bajo su clave

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«principio de la diferencia» (lasdesigualdades deben beneficiar a losmenos aventajados o si no debendesaparecer) la desigual distribucióncorrespondiente, si hay alguna, es lamejor para todos. Si hace que los queestán peor estén mejor de lo que estaríanbajo la igualdad, debe a fortiori hacermejorar incluso a los que están mejor,así como a todos los que están en medio.(Si los hechos de la vida, las funcionesde producción o las elasticidades deoferta de esfuerzo o de lo que sea, sontales que esto no es posible en lapráctica, las desigualdades dejarán deestar justificadas y el principio manda

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que la distribución vuelva a igualarse).En una distribución igualitaria, unadistribución igualitaria atemperada porel principio de la diferencia seráconsiderada como «justa», es decir,elegida.

Tomar la igualdad como supuesto debase (Rawls también lo llama el«acuerdo inicial» y es el «statu quoapropiado» desde el que su teoría puedeseguir avanzando) —la presunciónnatural— y las desviaciones de ellacomo necesitadas de la justificaciónparedaña de preferencia unánime[113], vaal unísono con argüir desde lademocracia hacia la justicia. El hecho

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de que nadie parezca protestar que aquíel carro vaya delante del caballomuestra simplemente que Rawls, almenos en este punto, sintoniza bastantecon la ideología liberal evolucionada.(Los críticos que, declarándose a favordel liberalismo o del socialismo, atacanel contenido ideológico de Rawls, porasí decirlo, «desde la izquierda»,acusándole de ser una reliquiagladstoniana, un discípulo deldespreciado Herbert Spencer y unapólogo de la desigualdad, me pareceque verdaderamente no hancomprendido en absoluto el puntoprincipal).

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Pero ningún voto mayoritario puededilucidar cuestiones de justicia. Lasrespuestas deben procurarse por mediode argumentos intuicionistas outilitaristas. (Estos últimos, como hesostenido en el capítulo 2, pág. 123, sonrealmente intuicionistas en últimotérmino).

Los argumentos intuicionistas sonirrefutables y no se elevan sobre elrango de las afirmaciones. Rawls podríahaber expuesto sus principios comodeducciones de una finalidad dada deigualdad cualificada por la optimalidadde Pareto. La igualdad (su bienfundamental) podría tener entonces el

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estatus de una afirmación de valorintuicionista, mientras que laoptimalidad de Pareto se deduciríatautológicamente de la racionalidad (noenvidiosa). Sin embargo, en su ambiciónde cuadrar el círculo, Rawls parecequerer deducir «los criterios mediantelos cuales han de juzgarse los aspectosdistributivos de la sociedad»enteramente de la racionalidad (pág. 9).Su justicia debe consistir en «principiosque las personas libres y racionalesinteresadas en promover sus propiosintereses aceptarían en una posicióninicial de igualdad» (p. 11). A lo querealmente equivalen la «posición

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inicial», el «statu quo apropiado»necesarios para que funcione la teoría esa esto: Rawls, en el núcleo formal delargumento, extrae la igualdad como unfin y la vuelve a introducir como reglaimpuesta para jugar el juego de ladecisión racional.

El tiene pleno derecho a fijar lasreglas que quiera, pero no puede obligara la gente racional (o a ninguna otra, sivamos al caso) a tomar parte en el juegoy a aceptar su resultado para siempre, amenos que compartan ya sucompromiso con el artículo de fe de queno debe permitirse que las dotacionesdesiguales de propiedad y talento

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determinen una distribución si no debeser injusta. El acuerdo sobre la justiciade un determinado principio dedistribución será la consecuencia de estecompromiso compartido. Pese a lasapariencias, y a la insistencia en que setrata de una aplicación de la teoría de ladecisión, el argumento todavía dependede la afirmación intuitiva (aunquedisfrazada) de que la igualdad es previay puede dar origen a la justicia. El«statu quo apropiado» es el momento enel que el conejo está con seguridaddentro de la chistera, listo para sersacado.

A diferencia de cualquier otro statu

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quo, en este no hay para empezarcooperación social alguna, por tanto nohay «distribución natural» basada encontratos bilaterales, y la gente no puedealbergar motivo racional alguno parasuponer que si hubiera una «distribuciónnatural», su participación en ella seríamayor o menor que la de sus vecinos.Este es el efecto de la muy discutida«posición original», donde la completaignorancia de sus propiasparticularidades (el «velo de laignorancia») hace posible que la genteelija una distribución (que es a lo querealmente equivale elegir principiospara diseñar las instituciones que

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determinarán la distribución) por uninterés no corrompido por consideraciónalguna que pudiera hacer que el interésde una persona divergiera del de otra.Detrás del velo de la ignorancia (quehace desaparecer no sólo lasparticularidades personales moralmentearbitrarias, sino también lasparticularidades de la sociedad, exceptoen cuanto a ciertas causalidadessociológicas y económicas), sean cualesfueren los principios que la gente, en losucesivo movida sólo por el interés(pues su sentido de la justicia seincorpora en la posición original), elijapara conseguir cierta cooperación

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social, darán lugar a una distribuciónjusta. El diseño de la posición originalgarantiza que sea lo que fuere lo queelija cualquier persona, cualquier otra loelegiría también, puesto que se haneliminado de ella todas las diferenciasindividuales. Con la unanimidad, nopuede presentarse la ocasión para lascomparaciones interpersonales.

Una cosa es reconocer comoformalmente invulnerable a laafirmación analítica de que losprincipios elegidos en la posiciónoriginal serán los de la justicia, dadoque esta es la forma en que se handefinido. Otra cosa distinta es acordar

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que son los principios de Rawls los quese elegirían; y todavía otra, que lo quelos principios de Rawls representan searealmente la justicia. Cada una de estasdiferentes cuestiones dispone de untratamiento literario contencioso, que ensu mayor parte no puede aquí sersiquiera aludido. Nozick (Anarchy,State and Utopia, parte II, sección II) meparece que se enfrenta con la justicia dela justicia de Rawls más a fondo y másdevastadoramente que la mayoría,mientras que Wolff ofrece enUnderstanding Rawls, capítulo XV, unriguroso (y en mi opinión convincente)argumento según el cual la gente en la

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«posición original» no elegiría susprincipios. (En la sección siguienteseguiré haciendo algunos comentariossuplementarios al respecto).

Los argumentos esenciales de Rawlsestán protegidos por un tejido dediscurso menos formal, en el espíritu del«equilibrio reflexivo», diseñado paraconseguir nuestro acuerdo intuitivo,apelar a nuestro sentido de lo razonable,y con frecuencia para dar a entender quesu justicia es realmente poco más quenuestro evidente interés prudencial. Sedebe estar de acuerdo con la justiciasocial en parte porque, claro está,debemos ser justos, y porque nos gusta

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la justicia pero en cualquier caso porquees una buena idea, y porque eso es loque logra la paz social. Talesargumentos se hacen eco de los de loscampeones del «tercer mundo», queperdiendo la esperanza en lagenerosidad de los ricos Estadosblancos, han estado recurriendoúltimamente a: debéis dar más ayuda alos muchos millones desubdesarrollados para que no siganmultiplicándose, y se rebelen y prendanfuego a vuestros pajares, o como mínimose conviertan en clientes de Moscú[114].También, debéis dar más ayuda parapoder tener más intercambio comercial.

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El uso del soborno o la amenaza parainducirnos a hacer lo correcto es apenasmenos descarado en Rawls. Comopropone Little en su jugosa paráfrasis:(en la posición original) «cadaparticipante estaría de acuerdo en quecualquiera que vaya a ser rico en lasociedad por la que vota debe serobligado a ayudar al pobre, porque si noel pobre puede echarlo todo a rodar.Esto me suena más a conveniencia que ajusticia»[115].

Además, al leer a Rawls, lacoerción difícilmente interviene y si lohace no necesita Hacer daño. Elfuncionamiento de los principios de la

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justicia nos permite tener nuestro pastely comérnoslo, tener capitalismo ysocialismo, propiedad pública y libertadprivada todo al mismo tiempo. Latranquilidad de Rawls sobre estosprofundamente impugnables temasresulta pasmosa: «Una sociedaddemocrática puede elegir confiar en losprecios en vista de las ventajas deactuar de este modo, y después mantenerlas instituciones básicas que requiere lajusticia» (pág. 196). Considerando que«confiar en los precios» es sinónimo depermitir que las recompensas seanacordadas entre el comprador y elvendedor, el mantener las instituciones

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básicas que prejuzgan, constriñen yretroactivamente ajustan estasrecompensas es, por no decirlo con másfuerza, enviar señales contradictorias alperro de Pavlov. En cualquier caso, esun intento de engañar al mercado acercade «confiar en los precios». Al igual quela prevaleciente corriente de opiniónliberal, Rawls debe creer que no existeincoherencia alguna; primero se puedeconseguir que una economía de mercadoreparta sus ventajas «y después» lasinstituciones básicas pueden realizar lajusticia distributiva aunque dejando dealgún modo intactas dichas ventajas. Ennada de esto hay el menor indicio de los

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posiblemente bastantes complejosefectos no deseados de hacer que elsistema de precios ofrezca la promesade un conjunto de recompensas y que lasinstituciones básicas motiven que hayaque repartir de otro modo[116].

Finalmente, se nos dice que estemoscompletamente seguros de que uncontrato social que es lo suficientementepoderoso como para anular la propiedady que asigna como mandato que la«institución básica» por excelencia (elEstado) garantice la justicia distributiva,no reviste ostensiblemente al Estado conmás poder. El poder continúa residiendoen la sociedad civil y el Estado no

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desarrolla autonomía. Ni tiene voluntadpara utilizarla en la búsqueda de suspropios propósitos. No se deja salir aningún genio de ninguna botella. Lapolítica es sólo una geometría vectorial.Para citar a Rawls: «Podemos concebirel proceso político como una máquinaque toma decisiones sociales cuando sele introducen las opiniones de losrepresentantes y sus electores» (pág.196). Claro que podemos, pero mejorsería que no lo hiciéramos.

El igualitarismo comoprudencia

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Se supone que laincertidumbre acerca de la parteque habrá de corresponderleinduce a la gente racional aoptar por una distribución de larenta que sólo la seguridad deconseguir la peor parte podríahacerle elegir.

Lo mejor es pájaro en mano, sidebemos tener uno y si tener dos seríademasiado.

Si hubiera que vulgarizar à outrancelo esencial de la Teoría de la justiciade Rawls quizá pudiera resumirse deeste modo: desprovista de los interesescreados producidos por el conocimientode sí misma, la gente opta por una

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sociedad igualitaria que permita sólodesigualdades para mejorar la suerte delos menos aventajados. Esta es suopción prudente, porque no puedensaber si estarían mejor o peor en unasociedad desigualitaria. Al rechazararriesgarse a jugar, aceptan el pájaro enmano.

Cualquier construcción intelectualsofisticada es inevitablemente reducidaa alguna vulgarización comunicadafácilmente una vez que echa raíces en laconciencia del gran público. Sólo losargumentos más fuertes, cuyo núcleoestá hecho de una pieza, no se venreducidos en tal proceso a patéticas

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falacias. Un autor que inútilmenterecurre a soluciones complejas aproblemas que para empezar no han sidotomados en cuenta, pronto descubre quepor ejemplo se le atribuye públicamentehaber «probado mediante la teoría dejuegos» que la maximín (maximizacióndel mínimo entre resultadosalternativos) es la estrategia vital óptimapara los «hombres prudentes», que «laregla de decisión conservadora es estarde acuerdo con las políticas socialesmoderadamente igualitarias» y otrasexpresiones de este tenor. Dado el valorde términos tales como «prudente» y«conservador», los mitos de este tipo

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tienden a influir en muchas mentesdurante un cierto tiempo, aunque porrazones que Rawls sería el primero enrechazar.

En su sistema, las características dela «posición original» (de ignoranciaacerca de las particularidades de la vidade uno unida a cierto conocimientogeneral selectivo de economía y depolítica) y tres supuestos psicológicosdeterminan conjuntamente lo que lagente decidiría si se la situara en talposición. Elegirán el segundo principiode Rawls, notablemente en la parte enque impone la maximización del lotemínimo en una distribución de lotes

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desconocida, o «principio dediferencia». (Las razones para decir queelegirán también el primer principioacerca de disponer de igual libertad yexcluir cualquier tipo de compromiso demás de uno a cambio de menos de otroentre la libertad y otros «bienesprimarios» son mucho menosterminantes, pero no nos ocuparemos deeso). El primer punto en cuestión es silos supuestos psicológicos que llevan aelegir el criterio maximín puedenverdaderamente predicarse de todos loshombres racionales en general o sirepresentan historias de casosespeciales de personas un tanto

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excéntricas.El fin postulado para el hombre

racional es el cumplimiento de su plande vida. Él ignora sus particularidades,excepto que para cumplirlo necesita unacierta cantidad de bienes primarios;estos bienes, por tanto, están al serviciode necesidades y no de deseos[117]. Sinembargo, es difícil colegir qué otracosa convierte a un plan de vidarealizado en un objetivo valioso que nosea el disfrute de los propios bienesprimarios que su realización incluye;son los medios, pero deben también serlos fines[118]. Esto último está realmenteínsito en su condición de bienes cuyo

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índice tratamos de maximizar (más quede simplemente conseguir a un niveladecuado) para los menos aventajados.Incluso se nos dice que la gente no ansiatener más de ellos una vez que tienensuficiente para realizar el plan. ¡Nomuestran interés en susupercumplimiento! Esta posición esambigua, si no completamente oscura.

Para disipar la ambigüedad, sepuede suponer que la gente quierecumplir el plan de vida, no a causa delacceso de por vida a agradables bienesprimarios para los cuales es un símbolotaquigráfico, sino como un fin en símismo. El plan de vida es como coronar

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el Piz Palu que es precisamente lo quequeremos hacer, y los bienes primariosson como las botas de escalada, carentesde valor excepto como instrumentos. Elplan de vida o bien triunfa o bienfracasa, sin que quepan términosmedios. No se trata de una variablecontinua de la que es bueno tener unpoco y mejor tener mucho. Es unacuestión de sí/no; no queremos coronarel Piz Palu un poco, ni queremos escalarmás alto de su cumbre. La falta deinterés por más bienes primarios de lossuficientes tendría entonces sentido,también, pues ¿quién quiere dos paresde botas para escalar una sola cumbre?

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Esta coherencia lógica entre el fin ylos medios (una condición necesaria dela racionalidad) se lograría, no obstante,al precio de imputar a los hombresracionales gran parte de la mismaconcepción absoluta del plan de vidaque los santos tienen de la salvación. Lacondenación es inaceptable; la salvaciónes exactamente suficiente y fuera de ellanada más importa; es absurdo querermás salvación. El plan de vida es untodo inescindible. Ni sabemos ninecesitamos saber cuál es el bien en quesu cumplimiento consiste. No obstante,parece insensato desearsobrerrealizarlo, y un desastre infernal

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quedarse corto.No hay nada irracional per se en

imputar una intransigente mentalidadsanta a quienes se ocupan de inventarinstituciones distributivas; los santospueden ser tan racionales o tanirracionales como los pecadores. Elproblema es más bien que, a diferenciade la salvación que tiene para elcreyente un profundo significado ycontenido, el plan de vida se vacíe decontenido si debe abstraerse de ladisposición sobre los bienes primarios(es decir, si ha de prohibirse que estosúltimos sirvan como fines); ¿puedesostenerse todavía que cumplirlo sea el

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objetivo del hombre racional, aunqueparezca una excentricidad inexplicadaquerer hacerlo así? Además de esto,apenas es digno de mención queinterpretar el plan de vida como un finúltimo, y un asunto de todo o nada sinmás, está prohibido por la propia visiónde Rawls que es un mosaico desubplanes que se cumplenseparadamente y quizá tambiénsucesivamente (ver cap. VII), es decir noun objetivo indivisible en el que o biense tiene éxito o bien se fracasa.

La significación de esta cuestiónreside en el papel que tres suposicionespsicológicas específicas están llamadas

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a desempeñar para hacer que la genteracional «opte por la maximín».Tomemos primero las dos últimas. Senos dice: 1) que «la persona que opta[…] se preocupa muy poco, si es que sepreocupa algo, de lo que pueda ganarpor encima del estipendio mínimo»(pág. 154), y 2) que rechaza lasopciones alternativas que impliquenalguna probabilidad, siquiera seaínfima, de que pueda conseguir menosde eso, porque «las alternativasrechazadas tienen resultados quedifícilmente puede uno aceptar» (pág.154). Si estas dos suposiciones hubierande interpretarse literalmente, los

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electores se comportarían como situvieran el único objetivo de coronar lacima de una montaña elegida. Irían a poruna cantidad crítica (un índicenumérico) x de bienes primarios como apor un par de botas de clavos; menossería inútil y más absurdo.

Si, además, supieran que optar poruna sociedad gobernada por unadistribución maximín de bienesprimarios (renta) produciría de hecho elestipendio crítico x para sus miembrosmenos aventajados, la elegirían sinatender a las probabilidades relativas deconseguir un estipendio mayor, igual omenor en otros tipos de sociedades. Si

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las alternativas peores son sencillamenteinaceptables y las mejores te dejan frío,posiblemente no importa cuánprobables sean. Tu maximando esdiscontinuo. Es el único número x. Si esque puedes conseguirlo, lo tomas.Hablar de estrategia «maximín» y de«elección en condiciones deincertidumbre» es el paradigma mismode la pista falsa.

(¿Qué ocurre si una sociedaddirigida por el criterio maximín resultano ser suficientemente rica como paraasegurar a todos un estipendio mínimosuficientemente alto, tal como x, comopara permitirles cumplir sus planes de

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vida? Rawls está convencido de quepuesto que tal sociedad es tantorazonablemente justa comorazonablemente eficiente, puedegarantizar sin riesgo x para todos (págs.156 y 159); la certeza de x es, por tanto,una alternativa preferida a enfrentarse ala incertidumbre.

Esto es, ciertamente, posible. Unasociedad puede ser eficiente, pese a serbastante pobre —las sucesivas Prusiasde Guillermo Federico I y de ErichHonecker probablemente encajarían enesta descripción— y la gente de laposición original no tener idea de si lasociedad eficiente y justa que están a

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punto de inventar pudiera no serasimismo bastante pobre. James Fishkinadopta la opinión de que si una sociedadpuede garantizar satisfactoriamente elmínimo para todos, se trata de unasociedad de la abundancia «más allá dela justicia»[119]. Por otra parte, si elestipendio garantizado por lapromulgación del maximín fuera menorque la crítica x, la gente no podría almismo tiempo considerar el escasoestipendio garantizado como uno que«difícilmente pudieran aceptar» y, apesar de eso racionalmente elegirlo conpreferencia a alternativas nogarantizadas, inciertas pero más

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aceptables).Si la incertidumbre no ha de ser en

la teoría de Rawls algo más que unredundante reclamo, un pasaporte parael país de moda de la teoría de ladecisión, su plan de vida y sus dossupuestos psicológicos acerca delestipendio mínimo (es decir, que menoses inaceptable y más innecesario) nodeben ser tomados al pie de la letra.Aunque los bienes primarios satisfagan«necesidades y no deseos», debemosrecordar siempre que son bienesconsumibles y no instrumentos; que sinimportar si son muchos o pocos los quetiene la gente, que tengan más nunca es

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indiferente; y que no hay unasignificativa discontinuidad, ningúnvacío por encima y por debajo delmínimo estipendio satisfactorio, sinomás bien una intensa «necesidad» debienes primarios por debajo y unamenos intensa «necesidad» por encimade él, de modo que el índice de bienesprimarios se convierte en un verdaderomaximando, un catálogo bastanteexactamente espaciado de númerosalternativos, apto para sercoherentemente ordenado, en lugar de unnúmero solitario. Rawls desea que lateoría de la justicia sea una aplicaciónparticular de la teoría de la elección

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racional; si sus suposiciones se tomanpor su valor aparente, se cierran poranticipado todas las ocasiones para laelección; debemos interpretarlas másholgadamente de modo que dejenespacio para auténticas alternativas[120].

Habiéndolo hecho así, encontramosque de hecho hemos vislumbrado la ideageneral de la función de utilidad de lagente interesada (a pesar de lasdeclaraciones de Rawls de que secomportan como si no tuvieran ninguna).Se ajusta al supuesto convencional de lautilidad marginal decreciente al menosen las proximidades de un nivel x debienes primarios. (Hay una presunción,

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que surge de los comentarios de Rawls,de que se ajusta a él en ámbitos másdistantes también). Si la gente no fueraconsciente de esto, tampoco lo sería dela mayor o menor aceptabilidad de losvarios estipendios de bienes primarios yno sentirían una «necesidad» imperativade obtener por lo menos tanto ni una«necesidad» mucho menos compulsivade obtener más. A menos que tuvieranalguna conciencia semejante de larelativa intensidad de sus «necesidades»(¿no deseos?) no podrían evaluarracionalmente las mutuamenteexcluyentes inciertas probabilidades deobtener diferentes lotes de bienes

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primarios, excepto para juzgar que unaprobabilidad es infinitamente valiosa ylas otras inútiles.

Consideremos seguidamente elprimer supuesto psicológico de Rawlsacerca de «los cálculos rápidamentedescontados… de probabilidades» (pág.154). Se pide a la gente (todavía en laposición original) que elija entreprincipios que determinan tipos desociedad, que a su vez entrañandeterminadas distribuciones de la renta,bajo cada una de las cuales ellospodrían encontrarse cobrandocualquiera de los diferentes lotes debienes primarios que recompensan a la

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gente situada de manera diferente en esetipo de sociedad. Como sabemos,pueden elegir una distribución igual, omaximín (que es probable que impliquecierta desigualdad) o alguna de unaposiblemente gran cantidad dedistribuciones factibles, muchas de lascuales serán más desigualitarias que lamaximín[121]. Asimismo, sabemos que lamaximín predomina sobre laigualdad[122], es decir, que ningunapersona racional y no envidiosa elegiráa esta última si puede elegir a laprimera. No obstante, en otra que no seaesa, el mero requerimiento deracionalidad deja a las restantes

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opciones muy expuestas entre lamaximín y las distribuciones másdesigualitarias. La gente no sabe quélote le corresponderá en cada una ycarece por completo de datos objetivospara adivinarlo. No obstante, se les diceque elijan una y que prueben su suertecon ella.

Habida cuenta de que sonracionales, la distribución que elijandebe tener la propiedad de que lasutilidades de los lotes alternativos quepueden extraerse de ella, cada una deellas multiplicada por la probabilidad(0 ≤ 1) de conseguir ese lote particular,produce una suma total mayor que la que

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produciría cualquier otra distribuciónfactible. (Uno puede desear sustituir«produce» por «se cree que produce»).Este es simplemente un corolario de ladefinición de racionalidad. En lenguajetécnico, diríamos que «es tautológicoque el hombre racional maximiza laesperanza matemática de utilidad»[123].El caso límite de incertidumbre es lacerteza, en la que la probabilidad deganar un determinado lote es 1 y la deganar cualquier otro lote es 0. Puededecirse que el hombre racional estáentonces sencillamente maximizando lautilidad y sin preocuparse en absolutode su probabilidad.

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Rawls es libre de afirmar que suspartes son «escépticas» y «recelosas delcálculo de probabilidades» (págs. 154-155). Si eligen en condiciones deincertidumbre, que es para lo que se lespone en la posición original, susopciones equivalen a imputarprobabilidades a los resultados, sinimportar si lo hacen escépticamente,confiadamente, ansiosamente o encualquier otro estado emocional.Nosotros también somos libres deinsistir en que ellos no hacen tal cosa.Lo único que importa es que sucomportamiento tendría sentido si lohicieran. Si su conducta no pudiera ser

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descrita en tales términos, deberenunciarse al supuesto de suracionalidad. Podemos decir, porejemplo, que corresponde a la gente unaprobabilidad de 1 de ganar el peor lotey probabilidades menores de 1 peromayores de o de ganar cada uno de losmejores lotes; pero no podemos decir almismo tiempo que son racionales. Si lofueran, no entrarían en contradicciónimplícitamente con el axioma de que lasprobabilidades de ganar todos los lotesequivalen a la unidad.

Es bastante fácil aceptar que si lagente racional estuviera segura de ganarel peor lote bajo la distribución de la

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renta que fuera, elegirían la quesupusiera «el mejor peor» (maximín).Esta sería siempre la mejor jugada en unjuego en el que ellos pudieran elegir ladistribución y el jugador opuesto (su«enemigo») pudiera asignarles su lugardentro de él, pues se aseguraría deasignarles el peor[124]. Rawls dice tantoque la gente en la posición originalrazona como si su enemigo fuera aasignarles su lote (pág. 152), como queno debieran razonar a partir de premisasfalsas (pág. 153). Presumiblemente, laficción de un enemigo está dirigida aexpresar, sin decirlo del todo, que lagente actúa como si atribuyera al peor

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lote una probabilidad de 1. De hecho, lamaximín está diseñada para hacer frentea la supuesta certeza de que nuestrooponente hará los movimientos que másle ayuden y que más daño nos hagan,pero transmitir esto sin decirlo novuelve razonable a la idea de unasituación en la que no hay enemigo, nohay un jugador con el que competir, nohay una voluntad que se oponga, en laque, en pocas palabras, no existe unjuego, sino sólo el lenguaje de la teoríade los juegos introducido gratuitamente.

Cada persona en la posición originalsabe sin duda que cualquier distribucióndesigual de lotes debe por su naturaleza

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contener algunos lotes que son mejoresque el peor, y que algunas personas losganarán. ¿Qué puede garantizarle que noserá él? Carece de «base objetiva» y decualquier otra causa para una creenciarazonable en que él no tiene posibilidadde ser una de esas personas. Pero si losmejores lotes tienen posibilidadesdistintas de cero, el peor no puede teneruna probabilidad de 1, o si no lasprobabilidades no tendrían sentido. Porlo tanto, cualquiera que fuera lo que laspersonas racionales puedan escoger enla posición original, no escogen lamaximín excepto por casualidad (¿en elcurso de una «aleatorización» en una

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estrategia mixta?), de modo que laprobabilidad de elección unánime esvirtualmente cero y la teoría encalla[125].

Una forma simple de sacarla a flotesería echar por la borda la racionalidad.Esto sería lo más tentador de todopuesto que la gente real no está obligadaa ser racional. Son bastante capaces deliarse ellos mismos en asombrosasinconsistencias lógicas. Pueden aceptary a la vez contradecir un determinadoaxioma (tal como el de que si unresultado es cierto, los otros deben serimposibles). Liberadas de ladesventurada y acaso nada realistadisciplina de la racionalidad, puede

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suponerse que se comportan decualquier forma que le pueda apetecer alteórico. (Por ejemplo, en sus numerososescritos sobre la teoría de las eleccionesbajo condiciones de riesgo, G. L. S.Shackle sustituyó por poéticas y bellassugerencias acerca de la naturalezahumana al árido cálculo deprobabilidades y utilidad. La«preferencia por la liquidez» de laeconomía keynesiana es también enúltimo término un recurso a la sugestiónpoética. Muchas teorías delcomportamiento de los productoresdescansan sobre presunciones de noracionalidad —los precios iguales a los

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costes, los objetivos de «crecimiento» ycuotas de mercado más que lamaximización del beneficio sonejemplos bien conocidos—). Una vezque el comportamiento no necesitaadecuarse por más tiempo a un supuestocentral de maximización, «todo vale»,que es precisamente la debilidad detales enfoques, aunque esto nonecesariamente perjudique a suscapacidades didácticas y de sugestión.

Sólo requiere una mínima licenciapoética el impartir la idea de que esrazonable votar por un tipo de sociedaden la que no se te ocasionaría un granperjuicio si tu lugar concreto en ella

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fuera designado por tu enemigo. De estaforma no racional, impresionista, sefundamentan las causas en pro de lamaximín, el igualitarista pájaro en manocomo ideal del conservadurismo, laprudencia y la moderación.

Tal vez sin percatarse de que se haadentrado en un ámbito no racional,Rawls refuerza sus razones, en elespíritu de su equilibrio reflexivo,mediante dos argumentos conexos.Ambos apelan a nuestra intuición yparece considerarlos a ambos comodecisivos. Uno es la tensión delcompromiso: la gente rechazará «entraren pactos que puedan tener

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consecuencias que ellos no puedenaceptar», especialmente cuando nodispusieran de una segunda oportunidad(pág. 176). Este es un argumentoenigmático. Si jugamos «de verdad»,podemos perder lo que apostamos. Nose nos devuelve para que podamosvolver a jugar. En este sentido, nuncadisponemos de una segunda oportunidad,aunque dispongamos de otrasoportunidades en juegos posteriores.Pueden ser peores, en cuanto queentramos en ellos debilitados por lapérdida experimentada en nuestraapuesta del primer juego. El póquer ylos negocios tienen este carácter

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acumulativo, donde el fracaso llama alfracaso y la suerte favorece a los quedisponen de recursos más duraderos, loque no ocurre en los puros juegos deazar ni en los de habilidad. Es verdadque si nos toca un lote escaso de bienesprimarios, bajo los supuestos de laTeoría de la justicia , no dispondremosde otra oportunidad de volver aparticipar en un reparto a lo largo denuestra vida ni de la de nuestrosdescendientes. La movilidad social estáexcluida. Aún quedan por delantetodavía otras muchas jugadas, en las quepodemos ser afortunados odesafortunados. Algunas de ellas, tales

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como la elección de esposa o marido, eltener hijos, el cambiar de empleo,pueden ser tan decisivas para el éxito ofracaso de nuestros «planes de vida»como el «estipendio de bienesprimarios» que hayamos logrado.Naturalmente, un estipendio escasopuede afectar a nuestras posibilidadesen estas jugadas[126]. Por consiguiente,es seguro que jugarse el estipendio detoda una vida constituye una de lasjugadas más importantes que jamáspodamos afrontar, lo que en justiciadebiera ser un argumento a favor, y noen contra, de que se le aplicaran lasreglas de la toma de decisión racional.

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Si sabemos lo que hacemos, el plazo(durante toda la vida, para toda laposteridad) que un determinado lote debienes primarios, una vez ganado, ha dedurarnos, debe por supuestoestablecerse en función de nuestravaloración de cada uno de tales lotesdesde el peor hasta el mejor.Precisamente es su plazo de todo eltiempo de vida lo que explica por qué estodo nuestro plan de vida el quedetermina la intensidad relativa denuestra «necesidad» de lotes de diversamagnitud de bienes primarios. Si sacarel lote de un mendigo tonto y holgazánsignifica vivir su vida hasta que nos

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muramos, tenemos el deber de sopesarmuy cuidadosamente el riesgo que elloconlleva. Nuestras esperanzasmatemáticas de la utilidad de los lotesentre los cuales figura uno tan repulsivodeben reflejar todo nuestro pavor a estaposibilidad. Parece una doblecontabilidad que, rebautizada la«tensión del compromiso», deba reflejarel mismo pánico por segunda vez[127].

No cabe duda de que sopesamosseriamente el peligro de muerte. Ennuestra cultura se considera que lamuerte, sean cuales fueren las otrasesperanzas que se puedan albergar,excluye una segunda oportunidad de

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vida terrena. Pero es obviamenteerróneo afirmar que «la tensión delcompromiso» con un resultadoinaceptable nos hace rechazar el peligrode muerte. Nuestra pacífica vidacotidiana es prueba plena de que no lorechazamos. ¿Por qué habría de sercualitativamente diferente el riesgo devivir una vida oscura, vacía e indigente?Todo debe depender de nuestravaloración de las probabilidades quecaracterizan al riesgo y del atractivo delas posibles recompensas que podemosganar al arriesgarnos. La «tensión delcompromiso», si es que existe, es unaconsideración que es legítimo que forme

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parte de estas valoraciones. Comoconsideración separada y predominantees en el mejor de los casos poesía.

Finalmente, es incomprensible quese diga que la buena fe nos impediríaaceptar la tensión del compromiso,puesto que si aceptáramos undeterminado riesgo y perdiéramos (porejemplo, si votáramos por unadistribución de la renta muydesigualitaria y nos viéramos en el lugarmás bajo), podríamos no ser capaces ono estar dispuestos a pagar (es decir, aaceptar el lugar más bajo). Si alguien mepermite apostar contra él un millón dedólares que (a diferencia del legendario

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«Bet-a-million Gates») no tengo, yoestoy actuando de mala fe y él estáactuando imprudentemente. Pero la«posición original» de Rawls no es unaapuesta crediticia. Si resulta que soy unaoscura persona inferior en la sociedadque elijo y que trata malamente a talespersonas, no hay forma evidente de queyo pueda «no pagar». ¿Cómo me niego apagar mi apuesta y a desempeñar mipapel asignado de oscura personainferior dado que lo soy? ¿Cómoexigiría de los más privilegiadosmiembros de mi desigualitaria sociedadun estipendio mínimo satisfactorio y uncerebro ágil? Considerando que no

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podría si lo hiciera (y que en tanto quepersona débil puede que ni siquiera loquisiera), no me frenará el miedo a mipropio incumplimiento. La buena o malafe, la debilidad de carácter y lavergüenza de no cumplir mi apuesta noentran a formar parte de ello.

Un argumento informal distintosostiene que la gente elegirá la maximín,es decir, la distribución igualitariamoderada que favorece a los peorsituados, con objeto de hacer que sudecisión «parezca responsable a susdescendientes» (pág. 169, cursivasmías). Ahora bien, una cosa es serresponsable y otra parecerlo para que

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se crea que se es así (aunque las dospuedan coincidir en parte). Si quierohacer lo que creo que es mejor para misdescendientes y no me importa lo que midecisión pueda parecerles, estoyactuando como si yo fuera el jefe. Alpretender hacerles tanto bien como loharía para mí mismo, podría tomar enconsideración que su utilidad (es decir,la pauta temporal de sus «necesidades»de bienes primarios) fuera diferente dela mía. Sin embargo, mi decisiónracional debe corresponder todavía a lamaximización de la utilidad esperada,excepto que lo que intentaré maximizares mi mejor conjetura de lo que sería

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útil para ellos. Si la maximín no esracional para mí, tampoco llegará aserlo para mis descendientes.

Si, por el contrario, mi preocupaciónes cómo parecerá mi decisión, entoncesestoy actuando como un empleado o unconsejero profesional actuaría para sujefe. Además de los intereses de esteúltimo, él considerará el suyo propio. Esdifícil inventar condiciones para estarseguro de que los dos coinciden. Porejemplo, si consiguiera una gananciapara su jefe, su propia recompensa,honorarios, salario o seguridad en elempleo podrían no aumentarproporcionalmente. Si tuviera una

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pérdida, su propia pérdida del empleo ode reputación como tesoreroresponsable, administrador o gerentepudiera ser más que proporcional. Comosu valoración del riesgo ex antevinculado a una ganancia ex post nonecesita ser la misma que la de su jefe,ni siquiera puede decirse que si en vezde actuar egoístamente intentaramaximizar las ganancias de su jefeestaría actuando (esto es, asumiendo losmismos riesgos) como lo haría eljefe[128]. En general, es improbable quesi maximizó su utilidad esperadaestuviera asimismo maximizando la desu jefe o viceversa. Las dos maxima

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tenderán a diverger, estando sesgada porlo general la decisión del empleado paradefenderse contra una posibleinculpación y adaptarse a la prudenciaconvencional; el jefe para el que actúano puede saber que su conducta nomaximiza su utilidad sino sólo la delempleado.

Si el maximín, un pájaro en mano yvender tu incierta primogenitura por unseguro plato de lentejas fuera valoradocon suficiente frecuencia como la opcióncorrecta a adoptar, el empleado tendríaque optar racionalmente por él si sumaximando fuera el parecerresponsable ante sus jefes, como las

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partes contratantes de Rawls quequieren parecer responsables a susdescendientes. He aquí, pues, unadeducción limpiamente lograda deligualitarismo moderado a partir de laracionalidad. Rawls la ha logrado alcoste de hacer que los padres disponganel futuro de sus hijos con un criterio nodel mejor interés de estos sino de lo queprobablemente les haría parecerprudentes a ojos de sus hijos. Ciertospadres sin duda se comportan así yalgunos podrían incluso ayudar ainstalar el Estado del bienestar conobjeto de que sus hijos alabaran suprevisión[129]; pero en general el

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argumento difícilmente parecesuficientemente sólido como paraexplicar las condiciones de un contratosocial unánime y para apoyar unacompleta teoría de la justicia.

Amor a la simetría

Querer la igualdad por supropio bien no es razón paraquerer una igualdad más queotra.

Un hombre una paga y un hombre unvoto no son reglas que proporcionen supropia justificación.

Todo el mundo tiene que apreciar

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bienes últimos como la libertad, lautilidad o la justicia. No todo el mundotiene que apreciar la igualdad. Si elEstado democrático necesita elconsentimiento y obtiene algunoproduciendo cierta igualdad (unadescripción más bien sumaria de un tipode proceso político, pero que habrá quehacer para mi presente objetivo), esfunción de la ideología liberal inculcarla creencia de que esto es una cosabuena. El paso elevado que conduce a laarmonía entre el interés del Estado y laprescripción ideológica consiste enestablecer un vínculo deductivo, unarelación causal o una recíproca

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implicación entre fines que nadiedisputa, tales como libertad, utilidad yjusticia de una parte, y la igualdad deotra. Si la última produce los primeros,o si la última es indispensable paraproducirlos, se convierte en una simplecuestión de coherencia, de puro sentidocomún, no discutir la igualdad en mayormedida de lo que uno discutiría,digamos, la justicia o el bienestar.

Se rumorea que existen talesvínculos deductivos: que la libertadpresupone una igual suficiencia demedios materiales; que el bienestarsocial se maximiza mediante laredistribución de la renta de los ricos a

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los pobres; o que el egoísmo racionalinduce a la gente unánimemente amandatar al Estado para que cuide delos menos privilegiados. Sin embargo,cuando se someten a examen, losargumentos pormenorizados de los queemanan tales rumores se revelaninfructuosos. Como la mayoría de losrumores, influyen sin acallar del todo lacontroversia y la duda. Lejos deestablecer su validez universal conrespecto a la cual los hombres de buenavoluntad no pueden sino estar deacuerdo, deja vulnerable a la ideologíaexactamente del mismo modo que esvulnerable una religión que tiene la

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peregrina ambición de exigir para suscreencias la validez de la deducciónlógica o de la verdad científica. Unaforma menos ambiciosa, invulnerable ala refutación, es postular que la genteaprecia la igualdad por sí misma (demanera que su deseabilidad no necesitadeducirse de la deseabilidad de ningunaotra cosa), o al menos que la gente laapreciaría si reconociera su carácteresencial.

Las gentes aman la simetría, sussentidos la esperan, la identifican con elorden y la razón. La igualdad es para unsistema de normas como la simetría paraun diseño. La esencia de la igualdad es

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la simetría. Es el supuesto básico, es loque la gente visual o conceptualmenteespera encontrar. Para la asimetría comopara la desigualdad, naturalmentebuscan una razón suficiente y lesperturba que no haya ninguna.

Esta línea de razonamiento dice a lagente que es inherente a su naturalezaaprobar reglas tales como un hombre unvoto, a cada uno según sus necesidadesy la tierra para el que la trabaja. En cadauna de estas reglas hay una clarasimetría que se estropearía si algunoshombres tuvieran dos votos y otros unoo ninguno, si a algunos (pero sólo aalgunos) se les diera más de lo que

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corresponde a sus necesidades y sialgunas tierras pertenecieran alcultivador y otras al ociosoterrateniente.

Sin embargo, si la elección no seplantea entre la simetría y la asimetríasino entre una simetría y otra, ¿qué esinherente a la naturaleza humanapreferir? Tomemos el diseño de laforma humana, que debe proveerse dedos brazos y dos piernas. Los brazospueden situarse simétricamente a cadalado de la columna vertebral osimétricamente por encima y por debajode la cintura, y lo mismo las piernas.Entre la simetría vertical y la horizontal,

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¿cuál es correcta? Una figura humanacon dos brazos en el hombro y la caderaderecha y dos piernas en el hombro y lacadera izquierda nos impresionaríacomo más bien desajustada, no a causade que fuera asimétrica (no lo sería)sino porque su simetría violaría otra a laque nuestros ojos se han acostumbrado.De forma parecida, la preferencia por unorden sobre otro, de una regla sobreotra, de una igualdad sobre otra noprocede de ningún modo evidente de lasprofundidades de la naturaleza humana,aún si pudiera mantenerseplausiblemente que sí lo hace lapreferencia del orden sobre el desorden.

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La elección de un determinadoorden, simetría, regla o igualdad enrelación con sus alternativas requiere elhábito, la costumbre o la fuerza de unaargumentación sustantiva que loexplique; si es lo primero, la teoríapolítica se disuelve en la historia (loque pudiera ser un destino bienmerecido) y si es lo último volveremosa estar en las mismas, estableciendor azones derivadas en pro de unaigualdad que asegura la libertad, quemaximiza la utilidad o que reparte lajusticia más que ante una demostraciónde la pretensión de que la igualdad espor sí misma intrínsecamente deseable.

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Vale la pena explicar que unaigualdad excluye otra y que, comocorolario, de la desigualdad resultantesiempre puede decirse que tiene ciertaigualdad como su razón y claro estácomo su justificación. (La suficiencia detal justificación puede que haya queestablecerla, pero esto es muy distintoque establecer la superioridad de laigualdad sobre la desigualdad).Tomemos, por ejemplo, una de laspreocupaciones centrales deligualitarismo, las relaciones de simetríau otras que predominan entretrabajadores, trabajo, paga y necesidad.Una posible relación es igual paga para

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igual trabajo, una igualdad que puedeextenderse a la proporcionalidad encuanto a que más o mejor trabajodebiera remunerarse con más paga[130].Si esta regla es buena, es razónsuficiente para la desigualdad de lasremuneraciones. Otra regla posible esconservar la simetría, no entre trabajo ypaga sino entre el trabajo y lasatisfacción de las necesidades de lostrabajadores; mientras más hijos tengaun trabajador o más lejos viva de sulugar de trabajo, más debiera pagárselepor un trabajo igual. Esta reglaproduciría una paga desigual por untrabajo igual. Siempre pueden inventarse

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nuevas «dimensiones» de modo que lasimetría en una implica asimetría enalgunas o en todas las demás, porejemplo, la importancia oresponsabilidad del trabajo hecho. Igualpaga por igual responsabilidaddesplazará pues por regla general(excepto por razones de coincidenciapuramente accidental) la igualdad entredos cualesquiera de las restantesdimensiones características de larelación entre el trabajador, el trabajo,la paga y la necesidad.

Marx está de acuerdo en que estalógica es válida hasta incluso en «laprimera fase de la sociedad comunista»

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(si bien, para reanimar a losigualitaristas furiosos deja de ser válidaen la segunda fase):

El derecho de los productores es proporcionalal trabajo que aportan… Este igual derecho esun derecho desigual para un trabajo desigual.No reconoce diferencias de clases, porquecada uno no es más que un trabajador comocualquier otro; pero tácitamente reconocecomo privilegios naturales las desigualesaptitudes de los individuos y por tanto sudesigual capacidad productiva. En el fondo es,por consiguiente, el derecho de ladesigualdad, como todo derecho . Por supropia naturaleza, el derecho sólo puedeconsistir en la aplicación de una norma igual;pero los individuos desiguales (y no seríanindividuos distintos si no fueran desiguales)

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sólo pueden ser medidos mediante una mismanorma en tanto que se les someta a un mismopunto de vista, en tanto que se les consideresolamente en un aspecto determinado, porejemplo, en este caso, se les considera sólocomo obreros y no se atiende a nada más enellos, prescindiéndose de todo lo restante.Además, un obrero está casado, el otro no; unotiene más hijos que otro y así sucesivamente.Así, con un rendimiento en el trabajo igual, ypor tanto con una igual participación en elfondo social de consumo, uno recibirá dehecho más que otro, uno será más rico queotro, etc. Para evitar todos estos defectos, elderecho en vez de ser igual tendría que serdesigual.

Pero estos defectos son inevitables en laprimera fase de la sociedad comunista… Me heextendido… sobre «el derecho igual» y «ladistribución equitativa»… con objeto de

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demostrar qué crimen es intentar… volver aimponer a nuestro partido, como dogmas, ideasque si en otro tiempo tuvieron un sentido,ahora no son más que basura verbal obsoleta…,patrañas ideológicas sobre el derecho y otrastonterías tan en boga entre los demócratas y lossocialistas franceses.

Aún prescindiendo de lo ya expuesto, engeneral fue un error tomar como esencial lallamada distribución y hacer hincapié en ellacomo si fuera lo más importante[131].

Fiel a la forma, más claro y más algrano, Engels espeta:

La idea de la sociedad socialista como el reinode la igualdad… debiera superarse ya, puessólo produce confusión en las cabezas de lagente[132].

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Tomemos dos «dimensiones» decomparación, como la paga por unaparte y el rendimiento de la inversión eneducación por otra. Si la paga de cadaempleo es igual, la remuneración por elcoste de educarse para un determinadoempleo debe ser desigual (si difieren lasnecesidades educativas para losdiversos empleos, lo que sucedefrecuentemente), y viceversa. Estas dosigualdades son mutuamente excluyentes.Si se pidiera que eligieran la másigualitaria de las dos reglas alternativas,muchos si no la mayoría de la genteelegiría un hombre una paga, más queuna educación una paga. Puede haber

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una multitud de buenas razones para darprioridad a una o a otra; pero pareceimposible pretender que el amor a lasimetría, el orden y la razón puedanesgrimirse en favor de cualquiera de lasdos. La simetría entre educación y paga(el neurocirujano que gana mucho másque el empleado de una estación delavado de coches) y la simetría entre elhombre y la paga (el neurocirujano y elempleado del lavado de cochescobrando ambos la misma paga porpersona) no puede establecerse enfunción de su mayor o menor simetría,orden o razonabilidad.

Cuando una igualdad, simetría,

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proporcionalidad, sólo puedeprevalecer a costa de alterar otra, laigualdad en sí misma es patentementeinútil como criterio para dar prioridad ala una o a la otra. El amor a la igualdadno constituye una guía mejor para elegirentre igualdades alternativas de lo quelo hace el amor a los niños para laadopción de un niño concreto. Laapelación a la racionalidad simplementeviene a reclamar cierto orden y no queun determinado orden excluya al otro.Esto ha sido señalado con gran claridadpor sir Isaiah Berlin en su ensayo de1956, «Igualdad»: «A no ser que hayaalguna razón suficiente para hacerlo, es

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[…] racional tratar a cada miembro deuna determinada clase… como trataríasa cualquier otro miembro de ella». Noobstante, «puesto que todas las personasson miembros de más de una clase —claro está que de un teóricamentelimitado número de clases— cualquiertipo de comportamiento puedesubsumirse sin peligro en la reglageneral que impone igual tratamiento, yaque el trato desigual de varios miembrosde la clase A siempre puede serrepresentado como trato igual de ellosconsiderados como miembros de algunaotra clase»[133].

La simetría exige que a todos los

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obreros se les pague el mismo salariosuficiente para vivir; entre los«obreros» los hay «cualificados» y «nocualificados», y entre los cualificadoslos hay diligentes y vagos, conexperiencia y novatos, etc. Puedeencontrarse la suficiente heterogeneidaddentro de la categoría «obreros» comopara que las personas razonablesmantengan que la regla inicial deigualdad entre obreros, o simplementeentre personas, debe ser reemplazadapor otras reglas de igualdad entreobreros cualificados con igual tiempo deservicio, igual esfuerzo, etc.,estableciendo cada regla la igualdad

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dentro de la clase a la que se refiere.Aunque una clase puede descomponerseen un número cualquiera de otras clases,la razón sustantiva para descomponer laclase de los «obreros» y sustituir unaigualdad por varias estriba en que laclase parece ser demasiado heterogéneay una clasificación más nuancé seadapta mejor a sus circunstancias yproduce igualdades más racionales.Pero esta es solamente nuestradecisión; otro hombre razonable podríaargüir lo contrario; ambos estaríamosexponiendo «el amor al orden» deBerlín, el sentido de la simetría que esla base de la pretensión en favor de la

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igualdad. Nosotros decimos «negro» yél dice «rojo», y ninguna tercera personaa la que se recurra para que juzguepuede referirse a criterio algunomutuamente acordado que ayudara adecidir cuál de las igualdades quedefendemos es más racional, mássimétrica.

Berlin advierte que puesto quesiempre se puede encontrar una razónpara permitir una desigualdad, elargumento racional en favor de laigualdad se reduce a una «tautologíatrivial» a no ser que el argumento vengaacompañado de la razón que haya deadmitirse como suficiente54. Esta es la

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típica forma cortés de decir que hay quemeter primero el conejo en la chistera.Qué razones pueda alguien considerarsuficientes para anular una igualdad enfavor de otra depende obviamente de sujuicio de valor, del que formará parte suconcepción de la justicia; puesseguramente está ya claro que laaplicación de principios carentes deprioridad, libres de valores, deracionalidad, orden, simetría, etc.,siempre puede producir más de unaregla de igualdad, mutuamentecontradictorias.

Hay normas, tales como el derechode una persona a su propiedad, que son

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claramente antiigualitarias en cuanto auna variable (la propiedad) aunqueigualitarias en cuanto a otra (la ley). Lamayoría de los igualitaristas sostendríanque debe defenderse la igualdad ante laley, pero que debe cambiarse la ley enlo que se refiere a los derechos depropiedad. Esto significa que no debehaber discriminación entre ricos ypobres en cuanto a la aplicación de laley, y que para que esta norma nochoque con la de que todos los hombresdebieran tener la misma propiedad, losricos deberían ser eliminados (sindiscriminación contra ellos). Aunqueesto promete una gran diversión con las

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piruetas de sofistería de cada una de lasdos normas, está claro que por algunainexplicada razón se está dandoprioridad a una igualdad sobre otra.

Otro aspecto de la simetría,vinculado con la relación que existeentre una actividad y su propósitointrínseco u «objetivo interno» ha sidopropuesto asimismo como un argumentoque lleva a resultados igualitarios[134].Si el rico compra atención sanitaria y elpobre lo haría pero no puede, sedesnaturaliza el propósito de lamedicina, que es curar (más que curar alos ricos). Es irracional para lamedicina curar a los ricos que están

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enfermos y no a los pobres. Conrespecto a la medicina, sus necesidadesson las mismas y la simetría exige quereciban el mismo tratamiento. Parareparar la irracionalidad es necesarioestablecer acuerdos para equiparar aricos y pobres en cuanto a su acceso a lamejor atención médica. Si se equiparasólo el acceso al tratamiento médico, lasriquezas restantes del rico puedenseguir desnaturalizando el objetivo decualquier otra actividad esencial, quedará lugar a una necesidad deequiparación con respecto a esaactividad, y así sucesivamente hasta queno queden pobres ni ricos.

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Pero el hecho de que el rico sea ricoy el pobre sea pobre puede considerarseque en sí mismo corresponde al«objetivo interno» de cualquier otraactividad esencial, tal como lacompetencia por las riquezas materialesen la economía. La equiparación de losprecios entre vencedores y perdedoresfrustraría su objetivo, y sería irracional,etc. Ya tenemos una racionalidad queentraña al menos una irracionalidad, yaunque la mayoría de los igualitaristasno tendrían inconveniente en solventaresto, su elección no podría basarse en elcriterio de simetría o de razón. Elargumento del «amor a la simetría» y sus

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desarrollos, que demuestran que laigualdad es preferida por su propio biendepende de que la alternativa a laigualdad sea la desigualdad. Sinembargo, este es un caso especial quesólo se obtiene en situacionesartificialmente simplificadas[135]. Si laalternativa es en general otra igualdadel argumento es interesante peroinsignificante[136]. El orden en vez delcaos puede suministrar su propiajustificación, pero el orden comoconformidad con una regla en lugar deotra no supone la superioridad deninguna de las dos reglas; a no ser quepueda demostrarse que una regla es la

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«mejor», la que favorece más que la otraalgún valor acordado, la elección entreambas se entiende mejor como cuestiónde gustos.

Una población cuyos miembros sondesiguales entre sí en unaindefinidamente grande cantidad deaspectos puede ordenarse conforme auna indefinidamente múltiple diversidadde reglas alternativas, ordenándola porel color de su cabello excluyendo,excepto por coincidencia, unajerarquización por cualesquiera otrascaracterísticas; la simetría entretratamiento y color del cabelloimplicará asimetría entre tratamiento y

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edad o entre tratamiento y educación.Sin embargo, normalmente hay unamplio acuerdo en que para cualquier«tratamiento» determinado, por ejemplo,la asignación de una vivienda, sólo unascuantas de las múltiples dimensiones enque pueden diferir los solicitantes deuna vivienda deben someterse aconsideración, esto es, el lugar en lalista de espera, el alojamiento actual, elnúmero de hijos y la renta. Puedeestablecerse arbitrariamente una reglade igualdad (proporcionalidad, simetría)con respecto a una de las cuatro (quegeneralmente implica un trato desigualcon respecto a cada una de las tres

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restantes) o puede formarse uncompuesto de las cuatro con la ayuda dela atribución arbitraria de ponderación acada una, lo que supone un trato desigualcon respecto a alguna y cierta toscacorrespondencia con la «suma» racionalde todas.

El acuerdo sobre qué dimensionesde la población deben ser consideradaspara elegir una regla de igualdad escuestión de la cultura política. Así, enuna cierta cultura puede haber un amplioconsenso en cuanto a que el pago a lostrabajadores del sector siderúrgico nodebe depender de lo bien que canten,aunque el estipendio de los estudiantes

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deba depender de lo bien que jueguen alfútbol.

Cuando una cierta igualdad seconvierte en indiscutida, en una reglageneralmente acordada, puedeconsiderarse que la cultura política quela circunda se ha convertido en ciertosentido en monolítica, pues ha eliminadocomo irrelevantes a todas las demásdimensiones con respecto a las cualespudieran haberse formulado reglasalternativas.

Un hombre un voto en la culturademocrática es el ejemplo perfecto.Puede argüirse que cada votante es unindividuo singular, requiriendo la regla

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de la proporcionalidad que cada unotenga un único voto. Por el contrario,puede mantenerse que las decisionespolíticas conciernen a diferentesindividuos en diferentes grados (siendoel padre de familia frente al soltero unposible ejemplo) de modo que laverdadera regla debiera ser: igualpreocupación igual voto, lo que implicamayor preocupación voto múltiple[137].Por otra parte, puede mantenerse con elRepresentative Government de JohnStuart Mill que ciertas personas son máscompetentes que otras para formularjuicios políticos, incluso para enjuiciara los candidatos a un cargo, lo que exige

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la regla: igual competencia igual voto,mayor competencia más votos. Talesargumentos tuvieron expresión prácticaen la mayoría de las leyes electoralesdel siglo XIX con las cualificaciones depropiedad y educacionales (impugnadascomo lo fueron la mayor parte de lasveces, especialmente por la «falsaconciencia» de los que tenían propiedady educación). Evidentemente, a medidaque se desgasta la creencia de queciertas personas tienen legítimamenteuna mayor influencia en las decisionespolíticas que otras, o que no todo elmundo tiene la misma valía paraenjuiciar temas políticos y candidatos,

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menores son las posibilidades de queestas desigualdades puedan utilizarsecomo dimensiones relevantes para laordenación de los derechos de voto delpueblo. En el caso límite sólo queda unhombre un voto, que empieza a parecercomo la evidente por sí misma, la únicasimetría concebible entre el hombre y suvoto.

Por contraste, no hay consensoacerca del papel análogo de la norma unhombre una paga, una regla que exigeque todo el mundo obtenga la mismapaga, bien porque todos sean iguales,siendo tan bueno un hombre como otro,o bien porque sus desigualdades no sean

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relevantes en cuestiones de paga. Unagran cantidad de reglas rivalescompiten, sugiriendo de diversos modosque el pago debe ser proporcionado al«trabajo» o al «mérito» (como quieraque se le defina), o a la responsabilidad,antigüedad, necesidad, niveleducacional, etc., o posiblemente acompuestos híbridos de algunas de estasu otras variables.

Cabe la conjetura de hasta qué puntose borrará toda huella de algunas o de lamayoría de estas reglas rivales de lacultura política con el paso del tiempo,dejando posiblemente una únicasuperviviente que entonces nos parecerá

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tan evidente por sí misma como hoy lade un hombre un voto. La ideologíaliberal, en todo caso, no ha hechotodavía su elección. A diferencia delsocialismo, que daría a cada uno segúns u esfuerzo, pendiente de que a sudebido tiempo se pueda dar a cada unosegún sus necesidades (pero que, enrealidad, simplemente da a cada unosegún su categoría), el pensamientoliberal es perfectamente pluralista encuanto al tipo de simetría que debieraprevalecer entre la gente y suremuneración, entendiendo que haymucho que decir en favor del mérito, laresponsabilidad, lo desagradable del

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trabajo y cualquier cantidad de otrasreglas de proporcionalidad, en lamedida en que son los principios losque prevalecen y no las agresivas«contingencias caprichosas delmercado».

¿Dónde deja esto a la igualdad? Larespuesta, entiendo, es una fascinantelección sobre cómo una ideologíadominante, de forma totalmenteinconsciente y sin control de nadie, seadapta a los intereses del Estado. Elliberalismo sólo concede respeto a loscontratos libres sinceramente acordadosentre iguales, no deformados por«compulsión oculta» ni por «opresión

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disfrazada» (cf. págs. 132-134). Por lotanto, ciertamente no aceptaría que elpago de la gente debiera simplementeser el que es; está profundamenteinteresado por el que debería ser, y suinterés depende de nociones de justiciay equidad. No obstante, como tolera unagran cantidad de reglas de igualdadmutuamente contradictorias, condenandoa unas pocas como injustas y noequitativas también tolerará unaestructura de remuneraciones en la queno sólo el pago de cada uno será distintoal de cualquier otro, sino en la quetampoco sea proporcional a unadeterminada dimensión única más lógica

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de las desigualdades de la gente, ni a lamás justa (o quizá la más útil, la másmoral o la más lo que sea). En todocaso, no será una distribución«pautada»[138].

Esto es bueno, pues si lo fuera, ¿quéquedaría para que el Estado corrigiera?Su función redistributiva, que debeseguir ejercitando para ganarconsentimiento, estaría violando elorden y la simetría, alterando la pautaaprobada en el acto de recaudarimpuestos, dar subsidios y proporcionarbienestar en especie. Pero si ladistribución antes de impuestos essimplemente la que es sin adaptarse a

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norma alguna dominante de igualdad, elEstado tiene un gran papel quedesempeñar en cuanto a imponer lasimetría y el orden. Esta es la razón deque la tolerancia pluralista de unadistribución antes de impuestos más omenos carente de pauta sea unacaracterística tan apreciada de laideología liberal. (Del mismo modo,está claro que la ideología socialista nodebe ser pluralista a este respecto sinoque debe distinguir lo bueno y lo malo;pues no sirve a un Estado redistributivoque se encuentra con una distribuciónantes de impuestos determinada porcontratos privados y la perfecciona,

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sino más bien a un Estado que decidedirectamente las remuneraciones de losfactores en primer lugar y difícilmentepuede proponerse corregir su propiaobra mediante la redistribución[139]. «Acada uno según su esfuerzo en beneficiode la sociedad» es la regla que debepretenderse que caracterice a toda ladistribución cuando sea decidida por elEstado socialista, cualesquiera que seanlas otras reglas que puedan conformarlaen realidad. Resulta impolítico invocar«a cada uno según sus necesidades»).

Al mismo tiempo, la ideologíaliberal fomenta la reivindicación de queciertas reglas de igualdad son todavía

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mejores (más justas, más conducentes aotros valores indiscutidos) que otras,estando su preferencia en favor de ladistribución que favorece a los muchospor encima de los pocos. Si estapretensión molesta (aunque, como heintentado demostrar en las págs. 163-199, no hay una buena razón para ello),es la garantía de que las actuacionesredistributivas cumplen con el criteriode atraer más votos interesados en símismos de los que repelen. Vale la penarepetir que el hecho de que laredistribución logre el doble objetivo defavorecer a los muchos y que se note asu inspirador, no es necesariamente

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«igualitarista» en el sentido cotidiano dela palabra. Si se comienza por unadistribución inicial muy alejada de laigualdad del tipo un hombre una paga,será un paso hacia ella; si se parte deuna distribución en la que tal regla estáya siendo obedecida, sería un paso quese alejaría de ella y se acercaría a algúnotro tipo de igualdad.

Para concluir: el análisis delargumento de que el amor a la simetría,que es intrínseco en la naturalezahumana, equivale al amor a la igualdadpor sí misma, debiera haber ayudado acentrar la atención en el caráctermultidimensional de la igualdad. La

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igualdad en una dimensión típicamentesupone desigualdades en otras. El amora la simetría deja sin determinar lapreferencia por un tipo de simetría porencima de otro, por un tipo de igualdadsobre otra. De este modo, un hombre unvoto es una igualdad, igual competenciaigual voto es otra. Es sólo en el casolímite, en el que se considera que todoslos hombres tienen una (es decir, lamisma) competencia, donde no sonmutuamente excluyentes.

De manera similar, las reglas «unhombre un impuesto» o «cada uno, porigual» (es decir, impuesto decapitación), «de cada uno según su

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renta» (es decir, la contribuciónproporcional) y «de cada uno según sucapacidad de pago» (es decir, elimpuesto progresivo sobre la renta concierta supuesta proporcionalidad entreel impuesto y los medios residuales delcontribuyente que exceden a sus«necesidades»), son por lo generalalternativas. Sólo en el límite en el quelas rentas y las necesidades de todos sonlas mismas, son compatibles las tresreglas.

No hay un sentido inteligible en elque una de las dos igualdadesalternativas sea más igual, o mayor quela otra. Como no son homogéneas (no se

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puede hacer que produzcan una sumaalgebraica), restar una menor igualdadde una mayor para dejar cierta igualdadresidual es sólo jerga incomprensible.Consiguientemente, no puede afirmarseque un cambio de política que entroniceuna igualdad mediante la violación deotra haya, en definitiva, introducido másigualdad en los acuerdos de la sociedad.

Sin embargo, es perfectamenteposible preferir una igualdad a otra ydefender esta preferencia sobre la basede que de gustibus non est disputandum(que no es lo mismo que formular unjuicio ético acerca de sus dosis relativasde justicia), así como asignar la propia

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preferencia junto a la de la mayoríasobre la base de que el respeto a lademocracia lo demanda. En la práctica,la gente habla de que los acuerdossociales y políticos son (sí o no, más omenos) igualitarios, y aunque no essiempre muy evidente lo que tienen inmente, podríamos asimismo suponer quela mayor parte de las veces estánutilizando este criterio democrático.Nada de esto, sin embargo, hace la másmínima contribución a la demostraciónde la afirmación (a la que finalmente sereduce el argumento del «amor a lasimetría») de que aquello que lamayoría apoya con su voto resulta que

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es moralmente más valioso ocorresponde con mayor fidelidad al biencomún.

Envidia

Pocos recursos son divisiblesy transferibles y pocos puedenequipararse.

Ningún esfuerzo por hacer más tristea la sociedad la hará lo suficientementetriste como para suprimir la envidia.

Hayek, invocando a Mill, alega quesi valoramos a una sociedad libre esimperativo «que no toleremos laenvidia, ni sancionemos sus demandas

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camuflándolas de justicia social, sinoque la tratemos… como “la másantisocial y perversa de todas laspasiones”»[140]. Camuflarla de justiciasocial podría no ser muy útil encualquier caso. Contemplada a través deun radicalismo más duro que el deHayek, la justicia de una demanda noimplica que alguien deba ocuparse deque se atienda[141]. Por el contrario,podría incluso ser tal vez un argumentopara que definitivamente no debieraatenderse: la justicia social, como lacondescendencia hacia otras formas dehedonismo político, puede afirmarse quees antisocial, proclive conducir a la

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corrupción de la sociedad civil porparte del Estado y a una deformaciónpeligrosa de ambos.

Es igualmente posible y mucho másfrecuente, no obstante, considerar laenvidia igual que un dolor, algo quedebiera mitigarse y cuyas causas habríaque eliminar en la medida de lo posible,sin esforzarse por parecer ingeniosoacerca de las perversas consecuenciasremotas e hipotéticas del remedio. Si elalivio del dolor se encuentra aquí yahora, mientras que los efectosperniciosos de las drogas soncontingencias inciertas en el lejano finalde un proceso en cierto modo

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especulativo, resulta tentador seguir conel tratamiento. De esta forma, creo, escomo la envidia, pese a susconnotaciones globales no virtuosas,llega a ser considerada por muchos si nopor la mayoría de la gente una razónlegítima para alterar ciertos acuerdos dela sociedad. Propongo, aunque sólo seaa efectos de la argumentación, que seadmita la analogía entre la envidia y eldolor, así como el cierre del horizonteal riesgo distante de daño que esasalteraciones pueden causar a laestructura de la sociedad civil y alhecho de que sea aplastada por elEstado. Si hacemos esto, nos

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encontraremos en su propio fundamentocon la visión liberal de la envidia comouna razón posiblemente menor pero muyhonesta y vigorosa —la última si fallanla utilidad, la justicia y el amor a lasimetría— para mantener que laigualdad es valiosa. El problema queabordaremos entonces es en términosgenerales este: si eliminar la envidia esun objetivo valioso, ¿noscomprometemos a reducir ladesigualdad (a no ser que un objetivomás fuerte anule este)?

Como siempre, la respuesta estádeterminada por la manera de construirla pregunta. En un importante artículo

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que se refiere a la simetría deltratamiento, el trabajo desigual y elconflicto entre la inexistencia de envidiay la eficiencia, Hal R. Varian define laenvidia como la preferencia de alguienpor los recursos de algún otro (bienes—en una versión incluye asimismo elesfuerzo y la habilidad para ganar eldinero que cuesta comprarlos—), y laequidad como una situación en la quenadie siente una preferenciasemejante[142]. Un sacrificio de laeficiencia permite que se equiparen losrecursos, es decir puede abolir laenvidia. (Innecesario es decir que estaes una implicación lógica, no una

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recomendación política). Si el esfuerzoes un bien negativo, cabe que seaposible compatibilizar la eficiencia conla equidad, pues la gente puede noenvidiar unos mayores recursos si paraganarlos se exige un mayor esfuerzo. Elpunto significativo para nuestropropósito es que todas lasdesigualdades se reducen sólo a ladesigualdad de recursos. Mediante laequiparación de recursos podemoseliminar la desigualdad, por lo tanto laenvidia, aunque pueda haber un objetivoopuesto más o menos poderoso queanule el valor de la inexistencia deenvidia.

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Los enfoques menos sofisticadosti enden a fortiori a subsumir lasdesigualdades bajo una únicadesigualdad, generalmente la del dinero.El dinero es perfectamente divisible ytransferible. Pero es manifiestamenteimposible hacer que los recursosasimétricos sean simétricos (es decir,proporcionados en cuanto a un atributoconvenido de sus propietarios, osimplemente iguales los unos a losotros) si contienen cualidadespersonales indivisibles e intransferiblescomo la confianza en sí mismo, o lapresencia, o la habilidad para aprobarlos exámenes escolares, o el atractivo

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sexual. Aquellos cuyos recursos sonescasos en cualquier aspecto particularpresumiblemente se quejan de ello tanamargamente como se quejarían dedotaciones diferentes de dinero.Además, las literalmente incontablesdesigualdades que es sencillamenteimposible que se adapten a algunasimetría o igualdad guardan una relaciónestrecha con las relativamente pocasdesigualdades (dinero, oportunidades deempleo o servicio militar) que sípueden.

En defensa de las desigualdades,Nozick ofrece el ingenioso argumento deque la envidia realmente es amour

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propre herido, y que si alguien se sienteherido en cuanto a algo (baja puntuaciónen baloncesto, el dinero que gana)encontrará otras desigualdades(habilidad lingüística, elegancia) dondeostentará la mayor puntuación[143]. Si elEstado, para reducir la envidia, eliminauna dimensión de la desigualdad (porejemplo, se equiparan todas las rentas),la autoestima buscará comparaciones alo largo de las restantes dimensiones:«A medida que disminuyen lasdimensiones, menores serán lasoportunidades de que un individuopueda utilizar válidamente como basepara la autoestima una estrategia de

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atribución no uniforme de importanciaque conceda un mayor peso a ladimensión en la que su puntuación essuperior»[144].

Este sería un excelente argumento encontra de una verdaderamente utópicaextensión de medidas igualitarias queeliminara o limitara en gran medida lasdesigualdades posibles. Pero talcontingencia es realmente muy artificialy no es necesario que preocupe al noigualitarista convencido. Ni siquiera losjóvenes protagonistas de la revolucióncultural maoísta con su reputación departidarios de los métodos terminantes,pudieron hacer mucha mella en la

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extensión de las desigualdades«disponibles» en la sociedad china, portriste que pudiera haber sido cuando sepropusieron hacerla aún más triste. Lamás triunfante campaña igualitarista detierra quemada no podría reducir másque nominalmente el ámbito deposibilidades de herir la propiaautoestima ante dimensiones poco gratasde la desigualdad, ni el de su curaciónmediante otras más halagüeñas.

Tampoco el rechazo del enfoque dela envidia como «autoestima herida» loharía válido como argumento para laerradicación de las desigualdades. Puesla envidia puede ser sufrimiento,

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incomodidad, resentimiento ante una«inmerecida» asimetría, un sentido depérdida relativa en comparación con lasdotes superiores de un «grupo dereferencia», una deseconomía externa dela riqueza de los ricos, o lo que sea, sinque nada de esto nos diga mucho acercade su dependencia causal de ladesigualdad. No hay en absoluto razónalguna para suponer que se trata de lacartesiana de gran causa-gran efecto,pequeña causa-pequeño efecto (de modoque mediante la reducción de laextensión de una determinadadesigualdad o de la cantidad dedesigualdades o de ambas pudiera

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reducirse la envidia, aun si el caso fueraque por la reducción de todadesigualdad a cero, pudiera eliminarse).

No menos plausible es suponer otrostipos de causación. Una desigualdadpuede causar envidia tanto como ungatillo causa un disparo. Un gatillo másgrande no produce un disparo mayor. Sila desigualdad es a la envidia lo que eltamaño del gatillo al ruido del disparo,menos desigualdad no producirá menosenvidia —aunque la igualdad absoluta,si fuera concebible, produciríapresumiblemente ausencia de envidia (loque nunca puede decirse, porque nopuede darse el caso)—. Esta visión

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agnóstica, de adoptarse, hace que lalucha contra las desigualdades con lafinalidad de eliminar la envidia parezcatan extravagante como la lucha contralos molinos de viento con objeto deafirmar la caballerosidad de donQuijote.

La suposición de que a menor causamenor efecto, que constituye la baseracional para esperar que la envidia seatenúe mediante la nivelación, ganacredibilidad desde el visible placer quesiempre se tuvo tendencia a asociar alos actos de rebajamiento, a los ataquesvictoriosos contra los privilegios a lolargo de toda la historia. Sin embargo,

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podría ser un espejismo ver «laimplicación de una diferencia» en lo querealmente es «la consecuencia de uncambio»[145]. Si el paciente A estáacostado en una atestada sala de unhospital público y el paciente B en unal uj o s a suite del ático del mismohospital, A (y la mayoría de los demáspacientes de sala pública) puedenresentirse por el privilegio de B; cuandoB es privado de su suite e instalado enuna habitación privada, A puede sentirplacer como consecuencia del cambio.Por otra parte, si B estuviera desde elprincipio en la habitación privada, elresentimiento de A en contra del

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privilegio de B, cualquiera que fuera suintensidad, bien pudiera no ser diferentedel experimentado si B hubiera estadoen una suite; la implicación de ladiferencia entre la suite y la habitaciónbien podría ser cero.

El punto esencial a entender es quecuando se quemen los castillos y ruedenlas cabezas, cuando los ricos seanexpropiados y los privilegiados tengansu merecido, los envidiosos puedenalegrarse de que se esté haciendojusticia, de que su «relativa privación»esté siendo reparada. Pueden obtenersatisfacción de un único acto, oposiblemente de prolongado proceso,

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aunque la manifestación de cambio seamenos dramática que en el acto(considérese la erosión de las grandesfortunas históricas por medio de losimpuestos). Al revés debiera asimismoser cierto. Si a B le toca la lotería, ocasa a su hija con un buen partido, lossentimientos de A (si los hubiera) deenvidia estarían provocados por elacontecimiento, el golpe de suerte, lainmerecida ganancia inesperada quecorresponde a B, aun en el caso de quetras el golpe de suerte B fuera todavía elmás pobre de los dos. Por otra parte, unestado de cosas (una determinadadesigualdad) puede (o no) engendrar

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envidia independientemente de lasensación engendrada por elacontecimiento, acto o proceso que loprodujo.

El incendio del castillo, eldesmoronamiento de grandes fortunas, ola apropiación del dinero del rico y sutransferencia al pobre provocaránbastante probablemente satisfacción enel envidioso, pero sólo mientras dure eldrama del movimiento de un estado decosas al otro. Una vez que todos loscastillos hayan sido quemados nopueden ser quemados de nuevo.Mientras el habitante de la chabolapuede haber sentido envidia del

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propietario del castillo, ahora tiene unbuen motivo para sentir envidia delabogado jacobino, de su distinción y dela antigua propiedad eclesiástica que selas arregló para comprar por poquísimodinero («asignados»), y nada nospermite suponer que su envidia hayallegado a ser menos intensa cuando hacambiado su gatillo. Pero si ladesigualdad es un mero gatillo y elorigen de la envidia estriba en lacondición de ser envidioso, ¿qué sentidotiene combatir las desigualdadessusceptibles de igualación cuandosiempre hay muchas más que no lo son?

A pesar de la amplitud de las

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medidas igualadoras, toda situaciónconcebible de la vida real debe conteneruna cantidad de desigualdades que seanimpenetrables a la igualación y lacompensación y resistan a cualquierremedio práctico. La envidia esprovocada por una persona que comparasu situación con la situación de otras ypercibe las desigualdades. Si se eliminauna desigualdad percibida, y la personaes de natural comparativo, sus antenasse aprestan inmediatamente a moverseen derredor y a percibir otradesigualdad (en función de la cual élesté «relativamente privado») entre lasincontables que podrían captar su

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atención, porque tal exploración esinherente a su necesidad de ver susituación en relación con la de otros —en caso contrario es inmune a la envidia—.

Las demandas de reducción y, en ellímite, eliminación de ciertasdesigualdades, apoyadas por la promesade que la envidia disminuirá porconsiguiente, no parecen constituir unaexigencia más convincente para suotorgamiento de lo que lo son lasdemandas que se apoyan en el recurso ala utilidad, la justicia, la libertad, o lasdemandas que indirectamente se basanen cualquier soporte de argumentación

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moral. La promesa de alivio de laenvidia constituye una apelaciónredundante a la credulidad liberal. Elliberal no necesita la promesa. Estápredispuesto a aprobar tales demandasen todo caso. Tiene una necesidad«existencial» de cumplir con su propiaideología y de reconocer en las políticasredistributivas del Estado la producciónde un valor social incontrovertible.

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Capítulo 4

REDISTRIBUCIÓN

Constituciones «fijas»

Los límites autoimpuestos porel poder soberano puedendesactivar el recelo, pero noproporcionan garantía delibertad y propiedad más allá dela que se logre por el equilibrioentre la fuerza estatal y laprivada.

Con la llave siempre al alcance dela mano, lo más que puede hacer uncinturón de castidad es ocasionar un

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retraso antes de que la naturaleza siga sucurso.

En el estado de naturaleza, la genteutiliza su vida, su libertad y supropiedad para objetivos adoptados porellos mismos. Una larga tradición delpensamiento político mantiene que estoles somete a enfrentamientos queconducen a la pérdida de la vida, a lainseguridad de la propiedad y a laincapacidad de producir la cantidad«óptima» de bienes públicos. La formaextrema de esta perspectiva, decir queen el estado de naturaleza no puedepr oduc i r s e ningún bien público,probablemente no se mantiene ya de

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manera general. El estado de naturalezaestá llegando a ser considerado comocapaz de y proclive a producir algunosbienes públicos, pero no muchos y quizáno tantos como la sociedad civil dotadade un Estado coercitivo[146]. Lapresunción es que dotada de un Estado,la sociedad es capacitada para adoptarel tipo de decisiones que conducen a quese dediquen más recursos a los bienespúblicos y menos a los privados. Laidea moderna de que el Estado es unmecanismo por el cual la sociedadpuede acercarse más a la asignación derecursos que realmente prefiere suponela creencia mucho más antigua de que la

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«voluntad general», o la preferenciasocial, o la elección colectiva (ocualquiera que fuera la especie delgénero que se invoque) tiene algúnsignificado discernible.

Al obligarles a llevar a cabo lavoluntad general o dar efecto a laelección colectiva, el Estado estácompitiendo con sus ciudadanos por lautilización del recurso escaso que es lapropiedad y libertad de cada uno. Lesreprime en cuanto a lo que pueden o nohacer y les obliga a dedicar parte de susesfuerzos y bienes a los objetivos delEstado más que a los suyos propios. Lamisma larga tradición de pensamiento

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político sugiere que al hacer esto elEstado está de hecho forzándoles a sermás felices (o mejores) de lo que seríanen otro caso, pues sin al menos lacoerción latente no podrían resolver losnotorios dilemas del estado denaturaleza de no cooperación y free-riding. Al mismo tiempo, la competiciónentre el Estado (que mantiene con éxitoel monopolio de la violencia) y susciudadanos (cuyo único recurso fuerte esla rebelión —normalmente arriesgada,costosa y difícil de organizar—) esprima facie tan desproporcionada, tangrotescamente desigual, que si el Estadono llega a esclavizar a sus ciudadanos se

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necesitan razones convincentes paraexplicar por qué.

Es difícil formular alguna preguntamás crucial que esta a la teoría política,que ha sido implícitamente contestadacada vez que los historiadores hanrealizado un informe satisfactorio sobreel declive del despotismo, sobre lallegada a un punto muerto y el convenioentre un rey y sus barones, o sobre cómoha gobernado un determinado Estadomediante la costumbre y la ley quelimitaban sus elecciones más que por supropia razón discrecional que no lohacía.

Este capítulo está en su mayor parte

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dedicado a las en gran medidainvoluntarias consecuencias de asegurarel consentimiento político mediante laredistribución. La pauta deredistribución se desarrolla comoresultado de que tanto el Estado comosus ciudadanos persiguen, «maximizan»sus objetivos, interactuando mutuamentepara producir resultados redistributivos.Estos deben ser tales que ninguna partepueda aprovecharse en mayor medida desu posición dentro de ellos. Hablando entérminos generales, tiene que reflejar elequilibrio de fuerzas e interesesimplicados. Los acuerdos formales entreel Estado y sus ciudadanos, tales como

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leyes y constituciones bajo los cuales sesupone que al Estado se le refrena demaximizar sus fines, o bien reflejan esteequilibrio o bien no lo reflejan. Si lohacen, los límites de la invasión estatalen los derechos privados de libertad ycapital son naturalmente fijadosmediante el poder de los propietarios deestos derechos y una constitución u otroacuerdo formal meramente proclama loshechos consumados. Si no lo hacen,cualquier acuerdo semejante esprecario. Al obrar de acuerdo con él, elEstado no se encuentra en equilibrio.Sus necesidades y ambiciones lellevarán eventualmente a burlar,

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enmendar o simplemente desobedecerleyes y constituciones. Para clarificarmejor su papel, o más bien las razonespara su notoria ausencia del argumentoposterior, comienzo este capítulo con loque puede parecer una digresión acercadel imperio de la ley y ladiscrecionalidad del Estado paradisponer de la libertad y la propiedadde sus ciudadanos como y cuando ledicte su mejor interés.

Montesquieu pensó, extrañamente,que la libertad podría definirse como unestado de cosas donde las acciones delhombre sólo estuvieran constreñidas porla ley. Tal definición, junto a otras

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debilidades, parece apoyarse en algunacreencia implícita en la calidad, elcontenido específico de la ley. Adiferencia de las normas en general,caracterizadas por su origen y sucoercibilidad (¿por parte de quién?,¿bajo qué sanciones?), para que la leysea coherente con la libertad debe tenerasimismo cierto contenido especial —por ejemplo, pudiera pensarse en lobueno, lo benigno o quizá lo justo—. Laley mala o bien no debe llamarse ley, obien debe conformarse con tener elaspecto positivo de que al menossustituye la arbitrariedad y el desordenpor una norma. En el ámbito político, la

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ley —incluso la mala— ha sidoapreciada como limitación de lasoberanía, como escudo protector delciudadano frente al capricho deldéspota. Imparcial aún cuando fuerainjusta, general y predecible,proporciona cierto sentido de seguridadcontra la eventual utilización del poderdel Estado. Significativamente, ladistinción realizada por losrepublicanos desde Tito Livio entretiranía y libertad, no afecta a ladiferencia entre leyes buenas y malas,sino entre el gobierno por medio de loshombres y el gobierno por medio de laley. De ahí la excesivamente confiada

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definición de libertad en El espíritu delas leyes. La sujeción del Estado a lal e y, aún a la ley de su propiainvención, ha sido considerada demanera bastante extraña como suficientepara desactivar su potencial tiránico. Nofue sino hasta con posterioridad a laexperiencia jacobina cuando teóricospolíticos del calibre de Humboldt,Guizot[147], y J. S. Mill pensaron en laposibilidad de un Estado inteligente quecreara leyes en su propio servicio, quepudiera obedecer mientras que al mismotiempo conserva su capacidad paraanular los objetivos de los individuos enfavor de los suyos propios.

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Si la regla de la mera ley no escondición suficiente para una aceptablereconciliación de las pretensionesopuestas sobre la libertad y lasposesiones del ciudadano y paraprotegerle del poderoso apetitoinherente a la naturaleza adversaria delEstado, no se puede aspirar a menos quea la regla de la buena ley.Históricamente se han intentado dossoluciones al problema de cómoconseguir la buena ley. La una no estabasólo a favor de obligar al soberano aobedecer sus propias leyes, sino alimitar sus poderes de promulgación deleyes sometiéndole al acatamiento de lo

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que la Roma republicana llamaba legumleges —una superley o constitución quepueda efectivamente «ilegalizar» lasmalas leyes—. La otra, una solución másdirecta, consiste en asegurar la adecuadaparticipación de todos los interesadosen el diseño de las leyes. Cualquiera delas dos soluciones, la «monarquíaconstitucional» con el Estado comoúnico legislador, pero sólo dentro de loslímites fijados por la constitución[148], yla democracia con el Estado realizandopactos ad hoc con sus ciudadanos sobrela legislación, tiene la intención deasegurar una competencia «justa e igual»entre las finalidades opuestas públicas y

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privadas. La última solución ad hoc esaproximadamente la que Inglaterraencontró por casualidad en 1688,aficionándose a ella y llevándola a sulógico cumplimiento en 1767; desdeentonces, una mayoría en el Parlamentoha sido soberana —puede hacercualquier ley y gobernar de cualquierforma que le parezca conveniente—. Suúnica limitación en la elaboración deleyes es cultural. Esta confluencia de lasolución constitucional y la democráticase corresponde en términos generalescon la americana, proyectada por lospadres fundadores con una raracombinación de erudición y sabiduría

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verbal, coronada por unaasombrosamente prolongada carrera deéxito al que el diseño debe habercontribuido en alguna medida junto conla suerte, y desde entonces copiada enalgunas de sus características pormuchos otros Estados.

La finalidad de ponerse cinturón ytirantes a la vez, es decir, unaconstitución «fija» en un Estadodemocrático, donde las leyes son encualquier caso el resultado de lanegociación entre él y la sociedad civil,es la relativamente sutil de que laamenaza a la libertad y la propiedadpueden tanto provenir del pueblo

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soberano como del monarca soberano.El peligro, pues, estriba en el podersoberano y no en el carácter delocupante que lo ostente.

Por obvias razones, una asambleasoberana, un demos o sus representantes,y un monarca soberano o dictadortienden a representar tipos de peligrosmás bien diferentes. Cuál sea peor esesencialmente cuestión de gustopersonal. La opinión de que la asambleatiende a ser más injusta que el rey fuebastante frecuente en la Convención deFiladelfia enfurecida por Westminster, yen la rebelión secesionista del Surcontra la mayoría del Norte.

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Generalmente, sin embargo, es más fácilevocar la imagen de un tirano personalque la de «la tiranía de la mayoría» dePitt. El pensamiento liberal no puedereconciliar fácilmente su fe en labenignidad de la soberanía popular conla aprobación de dispositivosconstitucionales que le pongan trabas,que lo estorbaran al hacer el bien y enalgunos casos al hacer prácticamentecualquier cosa. No es sorprendente queen los EE. UU., ya durante variasdécadas, haya habido una tendencia enfavor de superar la separación depoderes mediante intercambios defunciones y atribuciones, si no mediante

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su usurpación unilateral. Así elejecutivo está haciendo una grancantidad de leyes administrativas, ellegislativo está haciendo políticaexterior además de controlar laeconomía, mientras el judicial determinala política social y dirige la lucha declases y razas. Si las tres ramasseparadas del gobierno federalnorteamericano fueran finalmentereconvertidas en la Harvard LawSchool, gran parte de esto se llevaría acabo de manera menos indirecta.(Paradójicamente, ese día supondríaposiblemente el principio del fin de laascendencia de los abogados sobre la

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sociedad norteamericana).Hay algo amenazador y básicamente

«injusto» en la noción misma del Estadosoberano que compite con susciudadanos por el uso de sus recursos—«injusto» en el simple sentidocotidiano de una casi obscenadesproporción de tamaño y fuerza—.Ningún individuo tiene el respaldosuficiente, mientras que la idea deasociarse para protegerse del Estadoplantea inmediatamente una de lasprimeras cuestiones del arte degobernar, ¿por qué debe el Estadopermitir que se asocien? Con lasprobabilidades tan descaradamente

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desfavorables para cualquier personasiquiera un poco desconfiada, es tanplausible pronosticar desesperación yrebelión preventiva por parte de la gentesituada en la minoría, como esperar quese sometan pacíficamente, conforme alas normas democráticas, al deseo de laprobable mayoría.

Aprobar garantías constitucionales,por lo tanto, es una jugada inteligente, ungesto para demostrar a la minoría que noles va a ocurrir nada realmente cruel.Comoquiera que anular la desconfianzade la presunta minoría es, por asídecirlo, una condición para conseguirque todos firmen el contrato social, muy

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bien pueden darse coyunturas históricasen las que sea razonable para el Estadoincluso sugerir límites a su propiopoder si su propósito es maximizarlo.Bien es sabido que puede ser razonableque el lobo se revista con piel decordero y se abstenga de comer corderodurante un tiempo. Es una viejasabiduría que puede ser lógico dar unpaso atrás antes de dar dos pasos haciaadelante; también puede ser lógicoanticiparse a una protesta siendo elprimero en manifestarla, vacunarsecontra una enfermedad infectándose auno mismo con ella, aceptar las cosascomo vienen, gastar para ahorrar,

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doblarse antes que romperse, y coger elcamino largo porque resulta más rápido.

Una cosa es decir que es bueno parael Estado, o para la mayoría con cuyoconsentimiento este gobierna, adormecera la minoría en un falso sentido deseguridad mediante el ofrecimiento desalvaguardas constitucionales. Otra cosadistinta es insinuar que los Estados queaprueban una constitución típicamentetienen tal astuta intención en sus mentesconscientes y calculadoras. Este últimotipo de acusación sólo tiene lugar en lasteorías conspirativas de la historia, y esimprobable que acierten alguna vez. Elreconocimiento de que las

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constituciones que limitan el poderpueden ser positivamente útiles para losEstados que desean (para decirlobrevemente) maximizar el poder puede,no obstante, contribuir a pesar de todo ala adecuada apreciación histórica deestos temas. A aquellos cuya iniciativaintelectual particular requiere de unavisión del Estado no como el locus deuna voluntad única sino como lamovediza e incierta jerarquía devoluntades difusas y a vecesparcialmente conflictivas, de ninguna delas cuales puede decirse a sabiendas queadopten las decisiones del Estado,puede que les gustara sugerir que la

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jerarquía tenderá, aunque quizátorpemente, a avanzar a tientas hacia lasalternativas que más probablementefomenten su bien compuesto integradopor elementos de supervivencia,estabilidad, seguridad, crecimiento, etc.El hecho de que, andando a tientas ydando tumbos, los Estados no siemprelogren cosas dignas de consideraciónsino que ocasionalmente caigan debruces no tiene por qué invalidar talopinión. Puede indicar simplemente quesi hay un instinto institucional quecondiciona la conducta del Estado, no esun instinto infalible, pero tampocoesperaríamos que lo fuera.

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En su brillante exploración dealgunas paradojas de la racionalidad,Jon Elster sugiere que una sociedad quese ata a sí misma mediante unaconstitución (de hecho, es el Estado elque está atado, pero la distinción entreEstado y sociedad no es pertinente parasu propósito) sigue la misma lógica queUlises amarrándose a sí mismo al mástilpara poder resistir el canto de lassirenas[149]. Si Ulises no fuera siquieratentado por las sirenas, si estuvieraseguro de su fuerza para resistir a latentación, o si tuviera en cambio plenaintención de sucumbir a ella, no querríaser amarrado. Dotarse a sí mismo de una

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«constitución» que le prohíbe lo que noquiere hacer es racional en función de sudeseo de una garantía contra sus propiosestados de ánimo cambiantes, contra supropia debilidad de voluntad. Sea queUlises represente a la sociedad, o alEstado, o a una generación que mirahacia el futuro e intenta comprometer ageneraciones venideras, lo que leimpulsa es su propio interés.Verdaderamente tiene miedo de lassirenas. Es verdad que tiene unatripulación, pero no es para satisfacersus intereses por lo que él se amarra.

Mi opinión es diferente. Es quecualquier cosa que Ulises el Estado haga

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voluntariamente para restringir su propiacapacidad de libre elección es elresultado de su interpretación del estadode ánimo de su tripulación, del miedo deesta a las sirenas y de la desconfianzade esta respecto a la firmeza de carácterde él. No es el cálculo de un solo interésfrente a una determinada contingenciasino el resultado de por lo menos dos, elde los gobernados y el del gobernante.Ulises pide que lo amarren por miedo aque la tripulación quisiera librarse de uncapitán tan arriesgado.

La analogía con los Estados y susconstituciones se ve distorsionada porlas ataduras. Una vez atado, Ulises no

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puede librarse de sus ataduras. Sólo sustripulantes le pueden desatar. Un Estadoatado por una «ley de leyes» que almismo tiempo es el monopolizador detoda puesta en vigor de la ley siemprepuede desatarse a sí mismo. No seríasoberano si no pudiera. La analogíaadecuada no es con Ulises y sustripulantes que se acercan a Escila yCaribdis, sino con la dama cuyo señor,tranquilizado por su cinturón decastidad, se marcha confiadamente a laguerra mientras ella, ya dueña de símisma, cuelga la llave del candado en lacabecera de su propia cama.

La definitiva autoridad del Estado

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sobre la constitución está enmascarada,en países con una verdadera constitución«fija» de tipo francoamericano,mediante la estipulación de un guardiánespecial —el Tribunal Supremo en losEE. UU., el Consejo Constitucional enFrancia— que vela por su observancia.Este guardián puede ser o bien parte delEstado o bien parte de la sociedad civil.No puede estar fuera en un tercer lugar,«por encima» de ambos. Si es parte dela sociedad civil, está sometido alEstado y en último análisis siemprepuede ser obligado a no denunciar unaviolación de la constitución. Si eso noes posible, su denuncia puede ser a su

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vez denunciada por otro guardiánnombrado para destituirlo. La cuestiónevidentemente no es si esto es factible nisi pueden encontrarse las palabras paraexplicar que de ese modo la constituciónestá siendo realmente respetada y en un«plano más elevado» que hasta ahora,sino más bien si lo que está en juegovale la pena. La naturaleza seguirá sucurso y se abrirá el candado del cinturónde castidad, sin duda en nombre de laverdadera castidad (como opuesta a laartificial), dependiendo esencialmentedel saldo de apoyo político a ganar o aperder mediante el movimiento (esto es,¿puede el Estado permitírselo

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políticamente? y ¿puede permitirse nohacerlo?) así como de la contribución,si la hubiere, que la actuación fuera dela constitución pueda suponer para susfines más allá de los de la crudasupervivencia política.

De otra parte, si el guardián de laconstitución es parte del Estado, hay unapresunción de que no tendrá unaconcepción distinta y claramentedivergente del bien público o, lo que enla práctica es indistinguible de ello, uncálculo distinto y ampliamentedivergente del saldo de ventajas quepueden obtenerse interpretando laconstitución de un modo o de otro. La

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«separación de poderes» y laindependencia de la judicatura, sinembargo, están pensadas precisamentepara socavar esta presunción. La funcióna la que están destinadas es a hacer quesea enteramente posible que surja taldivergencia. Antes de la guerra deCrimea, el recurso de hacerindependientes a los oficiales delejército británico remitiéndolos (y, claroestá, obligándolos) a sus propiascomisiones, se suponía que garantizabaque el interés del ejército no estuvieraen desacuerdo con el de la propiedad yno se convirtiera por lo tanto eninstrumento del absolutismo real. El

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recurso a vender a los magistradosfranceses los títulos a sus cargos queeran hereditarios y transmisibles tuvo elefecto (aunque totalmente involuntario)de permitir que al final se desarrollarauna divergencia entre la monarquía y losparlements hasta tal punto que en 1771,encontrándose frente a un adversarioobstinado en Maupeau, fueronexpropiados y los que eran fieles yserviciales se convirtieron enfuncionarios asalariados del Estado.

Evidentemente, cuando el guardiánde la constitución es una criatura de unanterior ocupante del poder estatal, laemanación de una mayoría del pasado ya

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desaparecida, es bastante probable quese plantee tal divergencia. El TribunalSupremo norteamericano frente al NewDeal, el Consejo Constitucional frente algobierno socialista posterior a 1981 dela Quinta República son ejemplos quevienen al caso. El Tribunal Supremoobstruyó o demoró parte de lalegislación de Roosevelt que afectaba alos derechos de propiedad hasta 1937,cuando dio marcha atrás, percatándosede que aunque el proyecto de ley de«reforma» de la Administraciónestuviera tropezando con los saludablesparachoques del bicameralismo, erapoco aconsejable a pesar de todo que se

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viera al Tribunal Supremo oponiéndoseconstantemente a la mayoríademocrática. (La legitimidad esobedecida si no manda mucho ni muy amenudo). Con el tiempo y teniendo encuenta el promedio de mortalidad de loscargos vitalicios, el Tribunal llegará apensar del mismo modo que laAdministración, aunque un cambiobrusco de régimen pueda crearproblemas a corto plazo. Incluso estosproblemas, no obstante, sólo refrenaránal tipo benigno de Estado al que encualquier caso no es desesperadamenteimportante refrenar, puesto que no esprobable que tenga designios

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inconstitucionales de gran impactoinmediato sobre los derechos de susciudadanos. Evidentemente, ningúnconflicto posible con la Constitución de1958 hubiera impedido a la abrumadoramayoría socialista en la Asambleafrancesa nacionalizar la banca y lamayoría de las grandes empresasindustriales en 1981[150]. Fueperfectamente comprendido por parte detodos que el Consejo Constitucionalbien podría no sobrevivir si rechazabael proyecto.

Un conflicto verdaderamente radicalentre la concepción de lo justoexpresada en la constitución y la del

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bien público propuesto por el Estado,sobre todo en el «nacimiento de unanueva era» cuando hay una seria rupturade la continuidad, refleja una situaciónrevolucionaria o un coup d’état (o,como en Rusia en octubre de 1917, launa encima del otro). Eliminar una viejaconstitución en tales momentos no essino un empeño menor en el torrente deotros más portentosos. Antedivergencias menos radicales, unaconstitución fija puede mantenerse fijahasta que sea enmendada.

La enmienda de la ley de leyes esuna tarea posiblemente bastantediferente en cuanto a su magnitud, pero

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no en su sustancia, de la enmienda deuna ley o cualquier otro acuerdo menosformalizado de la sociedad (y si hay unaley que dispone cómo puede enmendarsela ley de leyes, se puede enmendar esaley, porque al fin y al cabo siempre esposible, proponiendo una ciertadistribución de los beneficios y cargasresultantes, reunir un apoyo suficientepara la enmienda). En el peor de loscasos puede suponer más trámites ytiempo legislativo y puede exigir unmargen más amplio de consentimientosobre el disentimiento. Si es así, unaconstitución pensada para proteger lalibertad y propiedad del ciudadano

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contra cierto tipo de usurpaciones porparte del Estado sí proporcionaseguridad contra los tibios intentos porparte de un Estado que está sólodébilmente motivado. Esto, no obstante,es también cierto respecto a cualquierstatu quo, sea constitucional osimplemente un hecho de la vidacotidiana, pues todo statu quorepresenta algún obstáculo friccional.

La tarea de cualquier Estado, desdela más represiva dictadura discrecionalhasta la comunidad más legítima, es elajuste recíproco, de la manera que leresulte más ventajosa, de sus políticas albalance de apoyo y oposición que

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engendran. Aunque a este nivel degeneralidad la afirmación resulte casitrivial, por lo menos ayuda a disolver lanoción de la «ley de leyes» como unaespecie de último bastión o «lugarseguro» donde el Estado se detiene enseco, y tras el cual el ciudadano puededescansar tranquilamente.

La compra delconsentimiento

Las mayorías deben serpagadas con el dinero de lasminorías; estas condicionesdejan pocas opciones al Estadoen cuanto a la pauta

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redistributiva a imponer.

En la política competitiva electoralla recompensa del ganador es el podersin beneficio.

Una determinada sociedad en estadode naturaleza sin marca de Estadoalguno se puede distinguir de otras porsu conjunto de distribuciones inicialesde todos los atributos desiguales quecaracterizan a sus miembros. Estos son,como hemos visto en otro contexto,prácticamente incontables. Las diversasdistribuciones, cambiandoincesantemente a través de la historia,son «iniciales» sólo en el sentido de que

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lógicamente preceden a las actividadesdel Estado. Una fracción relativamentepequeña de ellas puede ceder a losintentos de nivelación. Si a estasociedad se superpone un Estado, y sieste depende del consentimiento de susciudadanos para mantenerse en el poder,puede, y en situaciones competitivas sinduda lo hará, considerar ventajosoofrecerse a cambiar un tanto ladistribución inicial de tal forma que laredistribución le proporcione más apoyo(en términos de influencia, o de votos, ode cualquier «mezcla» de ambos queconsidere relevante a efectos del poder).

Tal oferta de redistribución está

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evidentemente en función de ladistribución inicial. Por ejemplo, en unasociedad en la que algunas personassaben mucho y otras sólo un poco, dondeel conocimiento es apreciado por todosy donde (¡y ya es mucho pedir!) ladedicación al conocimiento no resultadolorosa, el Estado puede ganar apoyosobligando a los eruditos a dedicar sutiempo no a cultivar y disfrutar susconocimientos sino a enseñar alignorante. De la misma forma, si algunaspersonas poseen mucha tierra y otrassólo poca, podría ser ventajoso obligara aquellas a darles tierras a estas. Unaoferta redistributiva en la dirección

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opuesta, que suponga transferencias deun bien de los que no tienen a los quetienen probablemente resultaría inferioren la medida en que habría mucho menosque transferir. Las redistribuciones depobres a ricos, en circunstanciasdemocráticas típicas, producen un saldomenos favorable, incluso francamentenegativo, entre el apoyo ganado y elperdido.

Si hay una cantidad cualquiera dedesigualdades (aunque sólo unas pocascederán realmente al proceso denivelación), el Estado puede al menosproponer o pretender nivelar unascuantas de ellas. Si es así, es imposible

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predecir la oferta redistributiva máseficiente partiendo sólo de lasdistribuciones iniciales. Incluso lapresunción de que las transferencias delos que tienen a los que no tienen (másbien que al contrario) son políticamentesuperiores puede que no resista si lainfluencia importa mucho más que losvotos y son los ricos los que tieneninfluencia[151].

Con objeto de hacer posible unasolución determinada, sería útildisponer de una cultura política dondese aceptaran como intocables a lamayoría de las desigualdades, de modoque ni el Estado ni sus competidores las

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incluyeran en su oferta redistributiva. Ental cultura, por ejemplo, se permitiríaque los niños fueran criados por supropios (desiguales) padres; no habríaque compartir la propiedad personal queno proporcionara ingresos; la gentepodría usar una indumentaria distintiva;el trabajo desagradable sería hecho porlos que no pudieran conseguir ningúnotro, etc. Evidentemente, no todas lassociedades tienen este tipo de cultura,aunque las basadas en el consentimientopor lo general la tienen. La cultura,entonces, estrecha de forma acusada lavariedad posible de ofertas políticas.Sin embargo, para poder descartar

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cualquier programa descabellado y larevolución cultural será mejorconsiderar primero una sociedad dondesólo se percibe «políticamente» unadesigualdad: la cantidad de dinero quetiene la gente.

El dinero parece ser el objetonatural de la redistribución porque, adiferencia de la mayoría de las demásdiferencias, es par excellence medible,divisible y transferible[152]. Pero tieneademás una ventaja más sutil. Al menosconceptualmente, hay procesos políticosque siguen su curso, consiguen suobjetivo y llegan a su fin. La lucha declases entre el capital y el proletariado

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se concibe en el pensamiento marxistacomo un proceso semejante. Una vez quese resuelve este conflicto terminal y noqueda ninguna clase explotada para queel Estado la oprima, la política llega aun punto muerto y se difumina.Igualmente, si la política tratara delatifundios y campesinos sin tierra, o delos privilegios de la nobleza y el clero,u otras desigualdades similares que unavez niveladas permanecieran niveladas,la compra por parte del Estado delconsentimiento mediante laredistribución sería un episodio, unacontecimiento que tendría lugar de unavez para siempre. En el mejor de los

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casos podría ser una historia hecha deuna sucesión de tales episodios. Sinembargo, con el dinero como objeto, lapolítica democrática puede tener sentidocomo un equilibrio estático que seautoperpetúa.

El porqué de que esto sea así seaprecia mejor recordando la fácildistinción que tan pronto hace la genteentre la igualdad de oportunidades y laigualdad de situaciones finales. Losigualitaristas moderados a vecessugieren que son las oportunidades lasque debieran ser iguales mientras quelos estados finales que surgieran deoportunidades igualadas no debieran

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tocarse (lo cual sólo se podría hacermediante magia, pero eso ahora noimporta). Pedro y Pablo debieran tenerlas mismas oportunidades para obtenercualquier cantidad determinada de rentao de riqueza, pero si al final uno tuvieramás que el otro, no se le debería robar aPedro para pagar a Pablo. Ladesigualdad de renta y riqueza es a suvez, sin embargo, la resultante de ungran universo de desigualdadesanteriores, algunas de las cuales sepueden igualar (pero entonces se debenmodificar permanentemente por lomenos algunos estados finales; alguientiene que poner el dinero para la

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educación obligatoria gratuita), mientrasque otras no pueden igualarse. Si Pedroha ganado de hecho más dinero, algunasprevias desigualdades a su favor debenhaber subsistido.

Una mínima reflexión muestra que noexiste otra prueba de la igualdad de lasrespectivas oportunidades de la gente deganar dinero que el dinero queefectivamente ganan. Una vez que sesuprima la herencia de capital, seobligue a todo el mundo a estudiar en lamisma escuela, y a cada chica se lepractique la cirugía estética a losdieciocho años, todavía existen noventay nueve bien conocidas razones por las

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que una persona puede tener más éxitomaterial que otra. Si estas conocidasrazones (notablemente los padres deuno) fueran todas suprimidas y si fueraimposible heredar más talento quecualquier otro, todavía nos quedaríanlos restos desconocidos habitualmentedenominados en conjunto como «lasuerte».

Esto no tiene por qué impedir quenadie elija cualquier definicióncondicionada de la igualdad deoportunidades, convirtiéndola en unsubconjunto arbitrario (que incluyera,por ejemplo, igual asistencia a laescuela, «carreras abiertas según el

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talento» y la provisión de prestamos decantidades fijas sin aval para montar unnegocio, y que excluyera todo lo demáscomo encontrarse en el lugar adecuadocuando se presenta una oportunidad)dentro del gran grupo de causas por lascuales los estados finales resultandesiguales. Se podría estipular quetodos los que hayan bailado con la chicamás deseada del baile han tenido lamisma oportunidad de enamorarla. Siella le brindó su amor a uno, antes que atodos por igual, eso fue suerte.

El tema en cuestión no es sólo que laigualdad de oportunidades resulteconceptualmente dudosa, ni tampoco que

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en la práctica los igualitaristas seriosdeban ocuparse de los estados finales—porque esa sea la única manera deigualar las oportunidades—, aunque losdos puntos sean bastante válidos. Setrata más bien de que cada vez que seigualen ciertos estados finales,subsistirán las suficientes desigualdadessubyacentes de oportunidades comopara que se reproduzcan rápidamenteestados finales desiguales. No serán losmismos de manera idéntica. Laredistribución, sea de maneraintencionada o no, debe tener algunainfluencia sobre las causas de unadistribución, aunque sólo sea por sus

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frecuentemente invocados efectos sobrelos incentivos —la idea de que si siguesllevándote los huevos de oro, la gallinadejará de ponerlos—. Aun así, algunanueva distribución desigual se producirácasi instantáneamente. Hará falta que serepita la redistribución (¿una valoraciónanual?) o que sea continua (pagas amedida que ganas). En todo caso no haypeligro de que el Estado, por vencer ladesigualdad de dinero, desestimara sindarse cuenta su propio papel y«eliminara la necesidad de suexistencia».

En nuestro tratamiento delcomportamiento del Estado en la

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política competitiva, partiremos poralgunas de las razones anteriores de labase enormemente simplificada de quegobierna una sociedad integrada por ungrupo amorfo sin patrón alguno. No seforman grupos, profesiones, estratos oclases basados en desigualdadesmateriales o morales. Es la sociedaddemocrática ideal en el sentido deRousseau, en cuanto que no se fragmentaen subsociedades, cada una con unavoluntad general propia que está enconflicto con la voluntad generalpropiamente dicha. No existenintermediarios históricos ni funcionales,personales ni institucionales, entre el

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individuo y el Estado. Aunque lapoblación sea así de homogénea, darépor sentado no obstante que existe unasignificativa desigualdad respecto a lacantidad de dinero que la gente posee,debido a las «oportunidades desiguales»o, menos polémicamente, a la suerte.

También partiré de la base pocorealista pero conveniente de que laspreferencias políticas de la gente sedeterminan enteramente por su interésmaterial, y en un sentido reducidoademás: no existe el altruismo, ni lafalsa conciencia, ni la envidia ni laidiosincrasia. Cuando se les da laoportunidad, la gente elegirá la política

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que les proporcione más dinero o queles quite menos, y eso es todo.

Los otros supuestos simplificadoresque necesitamos resultan menosrigurosos. Se aplican las reglasdemocráticas básicas. La ocupación delpoder estatal se concede a uncontendiente en función de lacomparación de las ofertas abiertas ycompetitivas que describen políticas deredistribución. El ocupante actual delpoder es el Estado. Si se le otorgara elpoder a otro competidor, ese pasaría aserlo. Se posee el poder estatal duranteun período de tiempo determinado.Existe alguna estipulación para la

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terminación prematura—«destitución»— en el caso de quehubiera un incumplimiento grave de lascondiciones de su oferta. Si no existieraposibilidad de destitución, y el períodode posesión asegurada del poder fueralo suficientemente largo, el Estadopodría hacer una promesa y luego dejarde cumplirla, inculcando en la sociedadlos nuevos gustos, hábitos y adiccionescorrespondientes y crear apoyo para loque estaba haciendo en vez de para loque dijo que iba a hacer. Aunque estoevidentemente es lo que está pasando enla política real, pues en otro casogobernar sería bastante imposible,

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nuestro análisis se haría enormementecomplicado si no lo excluyéramosmediante la postulación de estacapacidad de destitución. El poderestatal se otorga mediante una mayoríaelectoral simple, un hombre un voto yvotación secreta. La participaciónpolítica es libre, es decir que cualquierapuede ofertar.

Bajo estas condiciones, hacia elfinal de cada período de ocupación delpoder habrá una competición paraobtener votos entre el Estado y suoposición. La oferta más alta ganará, enel momento adecuado, la nuevaocupación del poder estatal. Pero ¿cuál

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es la oferta más alta? Ni el Estado ni suscompetidores tienen ningún dinero queno pertenezca ya a alguien de lasociedad civil. Por eso, ninguno puedeofrecerle a la sociedad civil ningunasuma total neta mayor de cero. Con todo,los dos pueden ofrecerse a darle a ciertagente algún dinero quitándoles a otros almenos esa cantidad. (Se hace más fácilla exposición si se acepta por elmomento que la recaudación es unaoperación libre de gastos). La políticade redistribución que tal ofertarepresenta se puede considerar comouna subasta con discriminación deprecios, que son positivos para algunos

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votos y negativos para otros, con laestipulación crucial de que si gana laoferta en cuestión, la gente a la que se haofrecido precios negativos tendrá quepagarlos, votaran como votaran. (Comoquizá sea evidente, la gente a la que sele ofrece un precio negativo a cambio desus votos puede razonablemente votar afavor o en contra de la oferta encuestión, dependiendo de cuántotendrían que pagar si triunfara la ofertacontraria).

Nuestro argumento no perderá nadasi simulamos el sistema de dos partidospolíticos y consideramos solamente dosofertas rivales, una presentada por el

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ocupante del poder y la otra por laoposición (que por supuesto puede seruna coalición) dando por sentada lasuficiente facilidad de entrada decompetidores potenciales para impedirque el Estado y su oposición lleguen aun acuerdo de connivencia con objeto decompartir el botín y pagar los votosinsuficientemente. (El sistema políticonorteamericano, por ejemplo, hamostrado en los últimos años síntomasde una incipiente colusión en forma decomisión bipartidista que sustituye a lalegislatura de tipo adversario, donde lacompetición ha llegado a un puntomuerto sobre cuestiones tales como el

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déficit del presupuesto o la falta decontrol sobre los gastos de la seguridadsocial. A pesar de los atractivos de lacolusión, la facilidad de participación yotros muchos elementos incorporados decompetitividad hacen que en mi opiniónsea improbable que el gobierno porcomisión bipartidista llegue muy lejosen la suplantación de la rivalidad básicaentre «los de dentro» y «los de fuera»).

Si la sociedad sólo se diferencia enfunción de la riqueza, el Estado y laoposición sólo tienen dos papeles quedividirse entre ambos, el de defensor delos ricos y el de defensor de los pobres.A quién le corresponda cada papel

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puede decidirse por accidente histórico;para nuestros fines bien pudieradecidirse echando una moneda a cara ocruz. La oferta ganadora debe atraer el50,1 por ciento de los votos. Asísiempre queda el 49,9 por ciento de lagente, cuyo dinero puede utilizarse paracomprar los votos del 50,1. Sería underroche comprar un porcentaje mayor.Ningún ofertante razonable debiera enestos supuestos ofrecer preciospositivos por más del 50,1 por ciento. Silo hiciera se deduce que estaríaquitándole dinero a menos del 49,9 porciento. Estaría intentando redistribuiruna menor cantidad de dinero entre más

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gente. Al intentar conseguir demasiadosvotos, se reduciría a ofrecer un preciomenor por cada uno. Sería vencido porla mejor oferta de su competidor quien(como se enseña a hacer a los futurosgenerales) concentró su fuego paraconseguir la necesaria y suficientemayoría mínima. En esta simplificadacontienda política, cualquier resultadode la elección que no fueraprácticamente un empate sería unaprueba de que por lo menos uncontendiente se había equivocado alsumar y había entregado la victoria alotro.

Hasta aquí, todo bien; este esquema

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simplificado reproduce debidamente latendencia del complicado mundo real aconcebir como una carrera muy reñidalas elecciones democráticas en lossistemas bipartidistas dondeprofesionales competentes se esfuerzanpor serlo todo para todo el mundo y porponer a punto sus promesas electorales.Lo que, sin embargo, parece resultarimprevisto es el ganador. Sabemos quegana la oferta más alta. Pero noconocemos las condiciones de lasofertas rivales.

Supongamos arbitrariamente (elargumento no ganará ninguna ventajainjusta si lo hacemos) que se puede

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recaudar, por ejemplo, diez veces máscontribuciones del sector rico de lasociedad que del pobre, y que cadacompetidor por el poder estatal puedeproponer que se imponga contribucionesa los ricos, o a los pobres, pero no aambos al mismo tiempo. Esta condiciónhace convenientemente transparente laredistribución, aunque por supuesto esbastante posible redistribuir sinrespetarla. Supongamos también que losdos competidores tienen la misma ideade la capacidad contributiva por encimade la cual no intentarán extraer más deninguna de las dos mitades de lasociedad. La «capacidad contributiva»

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es un concepto embarazosamentenebuloso, al que tendré que volver mástarde al tratar las causas del «toma ydaca». Se emplea normalmente en elsentido de cierta capacidad económica,relacionándola con los efectos de losdiversos grados de tributación sobre larenta imponible, la producción, elesfuerzo y la iniciativa[153], estandoimplícita la suposición de que elcumplimiento voluntario de las tareas decada uno depende ínter alia de la durezacon que se les trata desde el punto devista de la fiscalidad. Estoy utilizando elconcepto en este sentido y también en unsentido paralelo, como una relación

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entre los impuestos y el deseo de losciudadanos de respetar las reglas de unsistema político bajo el cual se les quitauna determinada cantidad de susingresos o bienes, estando implícito elsupuesto de que cuanto mayor resultaesa cantidad, menos obligado se sienteel ciudadano a respetar las reglas enfunción de las cuales se le hace entregartanto. «Capacidad» sugiere que existe unlímite más allá del cual disminuye latolerancia económica o política de losimpuestos, quizá bastante bruscamente.Tanto el sentido económico delconcepto como el político estánenvueltos en niebla. Hasta ahora nadie

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ha pintado de manera convincente laforma de la relación, ni ha medido suslímites. La discusión sobre el tema tienela tendencia a degenerar en retórica. Sinembargo, a menos que estemosdispuestos a aceptar que para unasociedad en cualquier punto de sudecurso histórico existen tales límites, yque hace falta la historia, es decir, ellargo plazo o grandes acontecimientosen un período corto, para cambiarlosmucho, gran parte de los temas socialesdeja de tener sentido. En el contexto delos problemas que nos estamosplanteando no habría, por ejemplo,razón inteligible alguna para que el

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Estado, espoleado por la competicióndemocrática, no sometiera a grandessectores de la sociedad, posiblemente auna mitad entera de ella, a tarifascontributivas marginales del 100 porciento.

(Si no existe tal cosa como la«capacidad contributiva» que lafiscalidad no pueda rebasar sinocasionar una alta probabilidad deanomia económica o política, dedisturbios, desobediencia ydescomposición de algún tipoposiblemente oscuro, imprevisible encuanto a los detalles pero inaceptable encualquier caso, debe ser factible a partir

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de mañana gravar a todo el mundo al100 por ciento —«de cada uno segúnsus capacidades»— y subvencionar atodo el mundo a discreción del Estado—«a cada uno según susnecesidades»— sin haber sometidoprimero a la sociedad a la fase dedictadura del proletariado. A pesar desu aparente conveniencia, este programano puede atraer realmente a lossocialistas que, si tuvieran que elegir,probablemente preferirían admitir que lacapacidad contributiva es limitada antesque renunciar a la exigencia de cambiarfundamentalmente las «relaciones deproducción», es decir abolir la

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propiedad privada capitalista).Puesto que la oferta ganadora es la

que es «aceptada» por no menos del50,1 por ciento de los votantes, los doscompetidores procurarán dar con lacombinación ganadora de «precios»positivos y negativos para el 49,9 porciento más rico, el 49,9 por ciento máspobre y el 0,2 por ciento del centro delelectorado.

1. El partido rico podría proponerimponer contribuciones a lospobres, redistribuyendo el dineroasí recaudado a sus propioselectores y (para formar una

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coalición mayoritaria) al centro. Elpartido pobre podría proponersimétricamente imponercontribuciones a los ricos ytransferir el importe a su propiodistrito electoral pobre y al delcentro. El cuadro 1 nos muestra loque tendríamos en ese caso.

2. El partido rico, sin embargo, sedaría cuenta inmediatamente de quesu oferta será sin duda rechazada,

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puesto que siempre hay más dinerodisponible de los impuestos de losricos que de los pobres paracomprar los votos del centro. Porconsiguiente, debe vestirse con laropa del partido de los pobres yvolverse contra sus propioselectores. (Esto es, por supuesto, loque los partidos ricos hacen en lademocracia de la vida real). Elcuadro 2 muestra cómo secompararán entonces las dosofertas.

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3. En el supuesto 2) el partido ricoganaría. Recibiría el apoyo de losricos que preferirían que se lesquitara 9 en vez de 10, y del centroque preferiría recibir todos losbeneficios en vez de tener quecompartirlos con los pobres. Noobstante, «esforzarse por ganar labatalla del centro» es un juego quedos pueden jugar; para seguir en lacarrera, ambos deben jugarlo. Así

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que el resultado es como muestra elcuadro 3.

Ningún competidor puede mejorarmás su oferta. Lógicamente, los dostienen la misma posibilidad deasegurarse el consentimiento de lamayoría. La propuesta del partido ricoes votada por los ricos, la del partidopobre por los pobres. El centro estáindiferente entre las dos ofertas. Leresulta igualmente razonable unirse a la

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mitad de arriba de la sociedad que a lade abajo o echarlo a cara o cruz[154].

El lector astuto habrá adivinado queel mecanismo simple arriba expuesto,por el cual la democracia produce laredistribución, seguirá funcionandomutatis mutandis en un escenario dondela constitución prohibiera laredistribución. (Durante un tiempo, secreía que la Quinta y la DecimocuartaEnmiendas de la Constitución americanalo hacían)[155]. Si no hay otro remedio,quizá apaciguando al guardián de laconstitución, deberá ser enmendada,puesta al día, ajustada a las cambiantescircunstancias. En vez del 50 por ciento,

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es entonces la mayoría cualificada quela constitución exige para su propiaenmienda la que se convierte en la líneadivisoria de la sociedad entre la partede arriba y la parte de abajo, entre ricosy pobres. La recompensa que se utilizapara formar una oferta redistributivaque, al menos bajo la suposición de queel consentimiento está únicamente enfunción de las ofertas alternativas dedinero público, asegurará el apoyo paraenmendar la constitución, es el dineroque se le puede quitar a la minoríabloqueadora si se enmienda[156].

La mecánica artificial de las ofertaspolíticas competitivas que producen el

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igualmente artificial resultado de unasutilmente equilibrada indeterminaciónelectoral, se debe tomar ciertamente conuna pizca de sal. Ni el Estado ni suoposición, no importa lo fríamenteprofesionales y competentes que sean enel diseño de programas electorales,podrían de ninguna manera formularpautas de seducción con una precisiónsemejante a la que se requiere paranuestro resultado. Ni todos los votantesentenderían correctamente ni tampocoevaluarían los precios que se lesofrecieran por su apoyo, esto es laincidencia sobre sus ingresos de lascomplejas políticas redistributivas.

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Muchas de estas podrían presentarsepara que parecieran más lucrativas paralos ganadores o menos costosas para losperdedores de lo que sería la probablerealidad. La ignorancia, laimprevisibilidad de la verdaderaincidencia y la opacidad de los temassociales y económicos perjudicarían nosólo al electorado sino también aquienes tratan de ganar su apoyo. Inclusosi los dos competidores utilizaran losmismos datos, las mismas encuestasvendidas por los mismos encuestadores,no podrían arriesgarse a navegar tancerca el uno del otro. En la realidad, elcodiciado espacio de centro, también,

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debe ser mucho más amplio que ennuestro ejemplo, y sus beneficios de laredistribución mucho más diluidos.

Sin embargo, con toda suartificialidad, observar elfuncionamiento de nuestro esquema dedemocracia electoral es más útil queobservar el simple girar de ruedas.Confirma de la manera más sencillaposible una suposición intuitivamenteplausible: que sólo el interés material esinsuficiente para determinar la entregadel poder a un contendiente en vez de alotro, puesto que los contendientes,incluso si llevan diferentes banderas,terminan por apelar a prácticamente los

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mismos intereses, que atraeránofreciendo básicamente la mismarecompensa. El corolario más familiarde esto es la «convergencia deprogramas», la tendencia (que algunosconsideran como la fuerza de lademocracia) a reducir el campo dentrodel cual las políticas (tanto como lasimágenes que deben proyectar loscandidatos) siguen siendoelectoralmente viables. El anverso deesta moneda, por descontado, es la quejade los inconformistas de que lademocracia electoral imposibilitaverdaderas alternativas distintas; elmismo principio de la elección popular

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lleva a que haya poco donde elegir.Nuestro esquema del tipo «puro» de

redistribución, de impuestos ytransferencias de ricos al centro que elEstado, confrontado con rivales en lademocracia electoral, adoptaría bajociertos supuestos simplificadores, es auna teoría general de la redistribución loque en economía la competenciaperfecta es a una teoría completa delcomportamiento de los productores. Esun escalón o un recurso heurístico sincuya ayuda ciertas proposiciones másgenerales pudieran no dejarse ver consuficiente claridad. Aunque no pretendo,ni lo necesito para mi argumentación,

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proponer una teoría general de laredistribución, sí esbozo algunoscomponentes probables de tal teoría enel resto de este capítulo. Su propósito esexplicar algo de la dinámica de cómo lasociedad civil, una vez que se haceadicta a la redistribución, cambia sucarácter y llega a necesitar que elEstado «alimente su adicción». Debenefactor y seductor, el papel delEstado se convierte en el de bestia decarga aferrándose a un poder ilusorio ypudiendo apenas hacer frente a untrabajo inherentemente ingrato.

Hemos aprendido que elconsentimiento, en general, no se

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compra con actos de ayuda estatal —deltipo una vez para siempre— a lamayoría a costa de la minoría. Ayuda yestorbo deben ser procesos, paramantener un estado de cosas estipuladoque sin este mantenimiento revertiría enalgo bastante (aunque nuncaexactamente) parecido a lo que eraantes. Se debe alimentar a la bestiacontinuamente. Si esto debe realizarsebajo condiciones de competenciademocrática abierta, sea cual fuere lacantidad de libertad y propiedad de susciudadanos que el Estado consigaapropiarse, debe redistribuirla a otros.Si no lo hace así, la oferta de

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redistribución de su competidor ganaríaa la suya y el poder cambiaría de dueño.La posesión del poder, por tanto,depende de que no se utilice adiscreción del Estado. Los recursossobre los que se dispone debendedicarse totalmente a la compra delpoder mismo. Así, los ingresos soniguales a los gastos, la inversión es iguala la producción. La analogía con laempresa que en equilibrio no puedehacer mediante la maximización delbeneficio más que percibir el coste delos factores (incluyendo el sueldo delempresario) es irresistible.

Nos estamos acercando al quid de la

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cuestión, tropezando al avanzar con lateoría del Estado. Si el objeto de ser elEstado fuera tener poder (es decir, siese fuera el maximando del Estado, sufin) significaría muy poco decir que elEstado lo ha maximizado en la situacióncuyas condiciones de equilibrio hemossupuesto arriba. El poder social, comosabemos desde Max Weber, estriba enla capacidad de su ocupante de hacer,recurriendo a combinaciones de fuerzafísica y legitimidad, que otro haga lo quede lo contrario no habría hecho. ElEstado democrático quintaesencial tienela facultad de hacer que determinadosciudadanos de la sociedad civil le

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entreguen determinadas cantidades desus bienes. Sin su «poder», no lohabrían hecho. Pero no tiene lacapacidad de hacer que entreguen ni másni menos cantidad. Si lo intentara,perdería el «poder». Debe imponer unac a nt i d a d T de contribuciones alsubconjunto S de la sociedad, y debedistribuir T’ a otro subconjunto U. Nopuede alterar ni S ni U, ni tampocopuede variar T ni dejar que T’ se quedecorto. No debe dar rienda suelta a sussimpatías, guiarse por sus gustos,dedicarse a sus aficiones, «hacerpolítica» ni promover en general el biencomo él lo concibe, so pena de ser

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echado[157]. Aunque puede hacer queotro haga algo que este no hubierahecho, no puede elegir lo que le haráhacer. Le falta el otro atributo esencialdel poder: la discrecionalidad.

Si el poder como fin en sí mismosignificara «estar en el poder», alposeedor del poder no le importaríatener que utilizarlo de una única manera,sólo para esto y no para aquello,mientras lo tuviera. Pero atribuir a estoel papel de maximando haría muysuperficial a la teoría. Del mismo modo,sólo obtendríamos una teoría delesnobismo si fuéramos a situar en laobtención de un título de nobleza el

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objetivo de la existencia del noble,despojándola de haciendas, privilegios,ethos y funciones sociales y políticas. ElEstado no podría utilizar esta especiede poder residual, ni tratar de tener más.Sólo podría tenerlo o no tenerlo. Siestuviera satisfecho con ello, la purademocracia electoral sería una especiede estado terminal del desarrollopolítico y nuestro argumento llegaría engran parte a su fin.

Pero aunque el alivio de tareasadicionales podría ser un agradablederivado para el autor y su lector,permitir que el Estado se motivara porun concepto tan superficial y casi vacío

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del poder falsificaría intolerablementela experiencia histórica. Desmentiría opor lo menos dejaría sin explicación losesfuerzos evidentes del Estado en lamayor parte de la historia moderna porconseguir más autonomía, en favor de ladiscrecionalidad para decidir lo quehará que la gente haga. Sólo el deseo detener el poder como medio puedeexplicarlo adecuadamente. La lógica dela competencia, sin embargo, es tal queel poder democrático en el límite seconvierte en la antítesis del poder comomedio para conseguir fines librementeescogidos.

Que de este modo la rueda dé la

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vuelta completa es otro ejemplo más delas consecuencias distantes de lasactuaciones dentro y sobre la sociedadque en su mayor parte son no deseadas,imprevistas o ambas cosas. Un Estadoque trata de gobernar principalmentemediante el consentimiento en lugar depor la represión cum legitimidad puedehaber sido víctima de falta deprecaución, debilidad de voluntad oinconsecuencia. Pero podría igualmentehaber sido razonable a la hora de buscarmayor libertad de maniobra, mayordisposición a la obediencia, menordependencia del limitado apoyo de clase—en una palabra, al perseguir mayor

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poder discrecional— el buscarlos en lasreformas democráticas, en aumentar ladependencia del consentimiento. Alprincipio, provocó enérgicamente a losciudadanos para que le exigieran cosas,al igual que un vendedor podría tratar deconseguir clientes para sus mercancíasrepartiendo muestras y obsequios, conobjeto de crear un mercado político enel que se pudiera conseguir elconsentimiento a cambio de unaprovisión estatal de utilidad e igualdad.En última instancia (habiendo duradoaproximadamente un siglo la mayoría delas instancias) tales Estados seencontraron, en un sentido especial pero

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bastante preciso, prácticamenteimpotentes, teniendo que decidir suspolíticas según la necesidad delequilibrio electoral competitivo y por logeneral corriendo mucho parapermanecer en el mismo sitio. Esacadémico plantearse si podrían haberprevisto este tipo de resultado.Evidentemente, no lo hicieron. En sudescargo, fueron menos advertidos queAdán antes de que él comiera del árbolde la ciencia.

La redistribución adictiva

La ayuda y la necesidad sealimentan la una a la otra; su

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interacción puede originarprocesos acumulativosdescontrolados.

Mediante la ayuda a la creación dederechos y a la formación de grupos deinterés, el Estado transforma a lasociedad a su imagen y a su riesgo.

La redistribución es potencialmenteadictiva en dos aspectos distintos,aunque relacionados. Uno se refiere alcomportamiento de personas y familias—la materia básica elemental de lasociedad—. El otro actúa sobre gruposafectando así a los rasgos más gruesos,más visiblemente estructurales de lasociedad. Fusionar a los dos en una

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única teoría de los grupos (puesto quesiempre podríamos decir que lasfamilias son pequeños grupos y losindividuos aislados son gruposincompletos) podría haber tenido laelegancia de una mayor generalidad,pero el tratamiento por separado meparece más claro.

Las ideas fundamentales conrespecto a los efectos adictivos de laredistribución sobre personas y familiasson muy viejas. Su aceptación públicaalcanzó su apogeo con Cobden y HerbertSpencer (a quienes se podría añadir elfenómeno peculiarmente americano deW. G. Sumner). Por ninguna razón mejor

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que la de lo aburrido de la virtud, hanperdido desde entonces mucha de suactualidad[158]. Los sermonesVictorianos sobre la confianza en símismo, la ayuda de Dios a quien seayuda a sí mismo y los efectoscorruptores de la caridad, prácticamentehan desaparecido del discurso público.Por otro lado, el Estado del bienestarhecho y derecho lleva ya funcionandotiempo suficiente y ha calado en la vidade un estrato de la sociedad losuficientemente amplio como parapermitir que la teorización ocupe ellugar de la moralización sobre estostemas. Una hipótesis de tipo general

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supondría que el comportamiento de unindividuo durante cierto período se veafectado, de diversas formas noespecificadas, por la recepción de unaayuda no condicionada en el periodopasado o presente. Llenando la cajavacía, sería razonable suponer, porejemplo, que recibir ayuda hace que lagente considere más probable la ayudafutura. Algunas de las característicasautorreforzantes acumulativas delsuministro de bienestar socialinspirarían la hipótesis más específicade que cuanto más se ayude a unapersona necesitada, y más probableconsidere esta la continuidad de la

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ayuda futura (hasta que en el caso límitede la certeza, acabe por tener derechos),más dependerá su conducta de ella.

Por consiguiente, en línea con larelación normal entre práctica ycapacidad, cuanto más se le ayude,menor llegará a ser su capacidad deayudarse a sí mismo. La ayuda con eltiempo forma un hábito de dependenciay de ahí la probabilidad de unanecesidad de ayuda. El hábito, además,no es simplemente un reajusteprovisional ante condicionescambiantes. Implica algo más quecambios en el comportamientomomentáneo, de corto plazo. Implica una

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adaptación más a largo plazo,cuasipermanente de los parámetros deconducta: cambia el carácter. Estoscambios pueden ser hasta cierto puntoirreversibles. La retirada de la ayuda encuestión se hace progresivamente másdifícil de soportar y de ajustarse a ella;en algún momento adquiere lasproporciones de una catástrofe personal,de crisis social y de impracticabilidadpolítica. El ruido y el alborotoprovocado por los intentos holandeses,británicos, alemanes, suecos yamericanos (los anoto en lo que meparece su orden de seriedad) de frenarmínimamente los gastos asistenciales en

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proporción al producto nacional, seprestan bien a ser interpretados como«síndrome de abstinencia» en unasituación en la que el adicto requiereuna dosis progresivamente mayor de lasustancia adictiva para «alimentar suhábito»[159].

Hay formas sencillas en las que laadaptación del comportamiento y delcarácter a las ayudas públicas veniderases capaz de desencadenar los procesosde autoalimentación que puedenpercibirse en las sociedades altamenteredistributivas. Por ejemplo, un ciertonivel de asistencia pública para elbienestar de madre e hijos mitiga, si no

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elimina completamente, la necesidadmaterial más urgente de cohesiónfamiliar. La seguridad de que lasnecesidades mínimas de la madre y delhijo serán atendidas inducirá a cierta(no necesariamente importante)proporción de padres a abandonarlos —que pudieran en otro caso quizá nohaberlo hecho—. (Como recordarán losconocedores de la era de la AmericanGreat Society, diagnosticarpúblicamente este fenómeno ha supuestoinmerecidas injurias y acusaciones deracista arrogante para Daniel P.Moynihan, aunque sus datos resistieronmuy bien a los ataques). A su vez, la

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deserción (de los padres) incapacita a latruncada unidad familiar, reduciendomuy considerablemente su capacidad decuidar de sí misma. De ahí surge lanecesidad de más atención y másasistencia global a las familiasmonoparentales. Una vez asegurada demanera fiable, tal asistencia anima a suvez a alguna proporción (inicialmentequizá pequeña) de jóvenes solteras atener hijos (o a tenerlosanticipadamente). De esta manera, seforman familias incompletasadicionales. Tienen poca capacidadpara apañárselas por su cuenta. De ahíque se extienda aún más la necesidad de

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asistencia pública, del mismo modo quela dependencia de ella llega a ser losuficientemente amplia como para dejarde ofender a los criterios de conductarespetable de la clase o la comunidad.

Casi el mismo tipo de reacciónpuede desencadenarse por la asistenciapública a los ancianos, liberando a sushijos de una responsabilidad ycontribuyendo tanto a la autosubsistenciacomo a la soledad de los abuelos que, sino fuera por la asistencia estatal,estarían con toda seguridad viviendocon sus descendientes. Del mismo modo,alguna gente que habría tenido y criadohijos como la forma más básica de

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seguridad para la vejez, dependen ahoraen cambio de la seguridad estatal.Independientemente de que laconsiguiente reducción de la tasa denatalidad sea o no algo positivo, haceestallar ondas demográficas expansivasque pueden sacudir desagradablemente ala sociedad durante un par degeneraciones, entre otras cosas al poneren peligro las finanzas del esquema quecomo la carta de Ponzi (el fraude de laspirámides de cartas) es un «seguro» devejez público que no tiene fondos.

Procesos análogos, donde losefectos se convierten en causas deefectos posteriores de la misma

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naturaleza que el rostro de Jano, puedenestar produciéndose en (o al menos serconsecuentes con) muchas otras áreas deactuación redistributiva. Su rasgo comúnes la adaptación de largo plazo delcomportamiento personal y familiar a ladisponibilidad de ayudas nocondicionadas, que primero se aceptanpasivamente, luego se reclaman yfinalmente con el paso del tiempo llegana ser consideradas como derechosexigibles (por ejemplo, el derecho a nopasar hambre, el derecho a la asistenciasanitaria, el derecho a una educaciónformal, el derecho a una vejez segura).

Tales adaptaciones pueden

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evidentemente hacer más felices aalgunas personas y a otras, quizá inclusoa algunas de las que se benefician de laayuda estatal, más infelices, aunqueparece muy problemático decir algo másque esto. Sin embargo, puede decirsealgo respecto a las implicacionespolíticas más amplias, especialmente enfunción del entorno en el que actúa elEstado y trata de obtener sus fines.Funciones antes desempeñadas por unindividuo para sí mismo (por ejemplo,ahorrar para la jubilación) o por partede la familia para con sus miembros(por ejemplo, el cuidado de losenfermos, de los muy pequeños y de los

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ancianos) de manera descentralizada,autónomamente, más o menosespontáneamente y casi siempreafectuosamente, ni serán ni pueden serdesempeñadas de esta forma en elfuturo. En cambio serán desempeñadaspor el Estado de manera más regular,más extensa, quizá más completa ymediante el recurso a la coerción.

La apropiación de estas funcionespor parte del Estado lleva consigoalgunos efectos secundarios de ciertaintensidad. Afectan al equilibrio depoder entre el individuo y la sociedadcivil de una parte, y el Estado de otra.Además, la naturaleza adictiva de la

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asistencia social y el hecho de que susbeneficiarios puedan generalmente«consumirla» gratuitamente o a unprecio marginal insignificante, influyepoderosamente en la escala a la que seproducirá. Parece plausible sostener queal igual que los efectos incapacitantes yque crean dependencia de la asistenciason involuntarios, también lo es enúltimo análisis la escala deredistribución para producir el bienestarsocial. Es todavía otro ejemplo de ladesconcertante tendencia de losfenómenos sociales a descontrolarse y aadoptar formas y dimensiones que susiniciadores acaso nunca habrían

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previsto. Ante el funcionamiento demecanismos de retroalimentación en losprocesos de formación de hábitos,resulta doblemente insatisfactorioatribuir a este tipo particular deredistribución la ficción de decisiónsocial deliberada alguna[160].

La pérdida parcial de control sobrela escala de producción de bienestarsocial, y sobre los gastoscorrespondientes, es un aspectoimportante del apuro en que se encuentrael Estado adversario. Volveré a ello alconsiderar el fenómeno del «toma ydaca». No obstante, apenas he empezadoa tratar la redistribución adictiva y

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todavía he de considerar elfuncionamiento del tipo deredistribución que fomenta laproliferación de grupos distintos yunidos dentro de la sociedad que, a suvez, exigen más redistribución.

Dejemos ahora atrás lassimplificadas suposiciones de unasociedad amorfa y sin estructura que nosdio el resultado de un eleganteequilibrio en la sección anterior sobre«La compra del consentimiento». Lasociedad ahora se parece más a lasociedad real con sus miembros que sediferencian los unos de los otros en unsinfín de atributos desiguales, entre los

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cuales su forma de ganarse la vida (elcultivo de la tierra, el prestamo dedinero, el trabajo para la IBM), sudomicilio (la ciudad o el campo, lacapital o la provincia), su estatus (eltrabajador, el capitalista, el lumpenintelectual, etc.) no son sino unoscuantos de los más obvios. Las personasque se diferencian de otras en variosaspectos pueden clasificarse en gruposconforme a todos y cada uno de estosaspectos. Cada miembro de la sociedadpuede ser miembro simultáneamente detantos grupos como atributos tenga encomún con otra persona. Todos losmiembros de un determinado grupo se

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parecen entre sí al menos en un aspecto,aunque difieran en muchos otros o entodos los demás.

Hay, pues, una cantidad muygenerosa de grupos potenciales, cadauno parcialmente homogéneo, dentro delos cuales la heterogénea población deuna determinada sociedad podría, encircunstancias propicias, unificarse.Algunos de estos grupos, aunque nuncamás de una pequeña porción del totalpotencial, realmente se formarán en elsentido de tener un cierto grado deconciencia de pertenencia al grupo y uncierto grado de voluntad de actuaciónconjunta. Afortunadamente, aquí no hace

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falta definir los grupos másrigurosamente. Pueden estar suelta oestrechamente unidos, ser efímeros opermanentes, tener un caráctercorporativo o seguir siendo informales;pueden estar integrados por personas(por ejemplo, un sindicato) o ser unacoalición de grupos más pequeños (porejemplo, un cártel de empresas, unafederación de sindicatos). Finalmente,pueden formarse en respuesta a unavariedad de estímulos económicos,culturales u otros. Nos interesaremospor aquellos grupos que se forman conla esperanza de una recompensa(incluyendo una reducción de carga), a

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conseguir en virtud de su actuacióncomo grupo, y que siguen actuandojuntos por lo menos el tiempo que hagafalta para que la recompensa sigaacumulándose. Definidos de tal manera,todos los grupos que deseo considerars o n grupos de interés. No todos, sinembargo, necesitan ser egoístas, pues elconcepto que he elegido puedeadaptarse a grupos de presión altruistaso grupos de excéntricos, purosmaniáticos que actúan conjuntamentepara obtener pretendidos beneficiospara los demás (por ejemplo, laabolición de la esclavitud, el fomento dela abstinencia del alcohol y la

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alfabetización, o la fluoración del aguapotable de la ciudad).

En el estado de naturaleza, losmiembros de un grupo, actuandounitariamente, consiguen unarecompensa de grupo, esto es unbeneficio más allá de la suma total de loque obtendrían si actuaran aisladamente,en dos aspectos: 1) Pueden producircolectivamente un bien (incluyendo porsupuesto un servicio) que por sunaturaleza no se produciría tan bien o nisiquiera se produciría en otro caso. Noes seguro que haya muchos bienes deeste tipo. Las brigadas de calle o deincendios son ejemplos probables. La

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recompensa del grupo se consigue parasus miembros, por así decirlo,autárquicamente, sin exigir lacontribución de nadie de fuera del grupoy sin perjudicar a los que están fuera. 2)Pueden extraer conjuntamente larecompensa del grupo desde fuera delgrupo, al cambiar las condiciones deintercambio comercial queprevalecerían entre los que no sonmiembros y los que sí cuando actúanindividualmente. Los gremios, lossindicatos, los cárteles, lascorporaciones profesionales son losejemplos más destacados en esteaspecto. En el estado de naturaleza, tal

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inclinación de las condiciones deintercambio comercial, que beneficia algrupo y presumiblemente perjudica a losotros, no se basaría en la costumbre(pues ¿cómo se originaron lascondiciones «inclinadas» antes de ser«de costumbre»?), ni en una ordensoberana (pues no hay autoridadpolítica). Su único origen posible es elcontrato (sin que esto presupongamercados de ningún grado de perfeccióndeterminado). Por lo tanto, conectan connociones de alternativas y de elección.

La libertad de los demás de no hacerun contrato con el grupo, sin importar lodesagradable que pueda resultar el uso

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de tal libertad, hace que la recompensadel grupo sea cuestión de negociación.Esto resulta más explícito entransacciones aisladas pero lastransacciones rutinarias, repetidas enmercados organizados con gran númerode partes contratantes y correspondiendoa diversas configuraciones demonopolio, monopsonio o competenciade mayor o menor imperfección, todasrepresentan por lo menos pactosimplícitos donde el elemento denegociación está latente.

Al menos para nuestro objetivoinmediato, que es comprender ladiferencia entre la estructura grupal del

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estado de naturaleza y la estructuragrupal de la sociedad civil, eldeterminante crítico del comportamientode grupo es el fenómeno del «gorrón» ofree-rider. El gorroneo se manifiestatanto dentro de un grupo como en surelación con los demás. Su forma básicaes bien conocida en la vida cotidiana.Los pasajeros de, digamos, un autobúscooperativo deben durante ciertoperíodo de tiempo pagar conjuntamenteel coste total de su mantenimiento[161].Si no, se suspenderá el servicio deautobuses. Sin embargo, servirácualquier asignación del coste (definidocon la debida atención al tiempo). El

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autobús seguirá circulando incluso si unpasajero lo paga todo y los demás semontan gratis. No existe ninguna reglaobvia, más lógica, más eficiente, másigualitaria para distribuir la carga total.Si todos los pasajeros fueran contablesformados con los mismos textos decontabilidad, a lo mejor podrían avanzara tientas hacia una estructura de tarifasque reflejara, para cada viaje hecho porun pasajero, la longitud de su viaje, elnúmero de paradas ofrecidas a lo largodel trayecto, la frecuencia media delservicio y su estructura de horas puntaversus horas bajas, la densidad del restodel tráfico, el desgaste físico del

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vehículo y una multitud de otrasvariables que entran a formar parte delcoste marginal a largo plazo del viaje encuestión. Sin embargo, mientras quetodos pueden considerarla técnicamentecorrecta (esto es, buena contabilidad decostes) no tienen por qué estar deacuerdo en que la estructura de tarifa asíconstruida sea equitativa, ni tienen porqué adoptarla aún cuando laconsideraran equitativa. El altruismo lesinduciría a todos a querer pagar por losotros. Un sentido de la equidad podríahacerles cobrar tarifas más altas a losque se beneficien más del servicio, asícomo a captar y repartir algunas de los

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«excedentes de los consumidores»correspondientes a estos últimos. Uncierto concepto de la justicia socialpodría, a diferencia de la equidad,hacerles fijar precios altos para losricos y bajos para los pobres.

Solucionar de algún modo unaestructura de tarifa adecuada para cubrirel coste de un servicio determinado, sinembargo, es sólo la mitad de la batalla.Si son factibles variaciones en elservicio, los cooperativistas debentambién llegar a un acuerdo sobre lavariación a proporcionar. Si el autobússe parara en cada puerta, nadie tendríaque andar pero tardaría años en llegar al

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centro. Si sólo va a parar ante algunaspuertas, ¿en cuáles debe hacerlo?¿Deberían los pasajeros así favorecidospagar más por el mayor beneficio de quedisfrutan, compensando a aquellos quetienen que andar un trecho hasta laparada del autobús? No parece aflorarninguna única forma «correcta» quetodos los miembros del grupo quisieranadoptar para distribuir la carga común yrepartir la recompensa común, sea conmotivo de la ética o del interés, y muchomenos de ambos. Reglas vagas como«todos tiran de su propia carga», «todospagan su parte» y «un trato equitativopara todos» sólo pueden entenderse en

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relación con lo que en la práctica hanacordado, pues no existe otro criteriocomún para la verdadera «carga» de laque cada uno debe tirar, ni para el «tratoequitativo» a percibir. Esto es todavíamás cierto en tanto algunos miembrosdel grupo pueden no estar de acuerdocon respecto a lo que debiera haberseacordado en equidad, en buena lógica oen justicia sin optar, no obstante, porsalirse de la cooperativa. En definitiva,sean cuales fueren la ruta y las tarifasfijadas, todo pasajero egoísta, al subirseen el autobús, podría razonablementeadoptar la postura de que el hecho deque él suba no afecta para nada al coste;

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el grupo cooperativo como un todo seencarga de las cuentas y si hubiera algúndéficit, él preferiría no ser elresponsable de cubrirlo.

Si todos los miembros de un grupoen el estado de naturaleza fueranegoístas en el sentido mencionado, todosquerrían minimizar su propia carga y, encaso dudoso, montar gratis. Para quesiga acumulándose la recompensa degrupo —para que el autobús sigafuncionando, para que una amenaza dehuelga sea tomada en serio en lanegociación colectiva, para que serespeten las cuotas de un mercadocompartido en la defensa de un precio

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de cártel, etc.— una determinada cargagrupal debe en todo caso ser plenamentesostenida. Existe una creencia general enque el problema del gorrón, comoobstáculo para las solucionescooperativas, es más agudo para losgrandes grupos que para los pequeñosporque en el grupo grande elcomportamiento antisocial del gorrón notiene ningún impacto perceptible sobrela recompensa del grupo y a fortiorininguno a secas, por lo que le compensamontarse gratis, mientras que en unpequeño grupo él percibe el efecto de suconducta antisocial sobre la recompensadel grupo y su peso en ella[162]. No

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obstante, aunque probablemente seacierto que la gente se comporta mejor enlos grupos pequeños que en los grandes,es improbable que este efecto deretroalimentación sea una razónimportante. Un miembro del grupopequeño puede percibir perfectamente lareducción de la recompensa de grupodebido a su mal comportamiento. Sinembargo, le resulta racional persistir ensu mal comportamiento mientras que laincidencia de la consiguiente reducciónde la recompensa del grupo que recaigasobre su porción de esta sea un pocomenor que la porción de la carga delgrupo que se evita al actuar como

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gorrón[163]. Esta condición puede serfácilmente cumplida por cualquier gruposin tener en cuenta su tamaño, hasta elpunto en el que el efecto del gorroneoprovoca el fracaso completo del grupo.La mayoría de las razones por las que esmás fácil formar y mantener grupospequeños que grupos grandes tienen quever con la mayor visibilidad de laconducta de cada miembro. El oprobiomoral, la solidaridad y la vergüenzatienen menos probabilidades de influir ala gente perdida en la muchedumbre.

Consiguientemente, si los grupos deinterés del estado de naturaleza se llegana formar y toda la carga del grupo es

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soportada por alguno o algunos, a pesardel incentivo egoísta que tienen losmiembros del grupo para gorronear, esnecesario que valga por lo menos una detres condiciones (aunque estas puedanser insuficientes si no son asimismopropicias otras circunstancias).

a. Algunos miembros del grupo sonaltruistas e incluso prefierensoportar la «parte proporcional deotros» del peso o dejar que otrosreciban la parte de la recompensaque les correspondería a ellos. Losotros pueden en consecuenciagorronear hasta cierto punto,

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aunque no necesariamente quedenimpunes.

b. Aunque todos los miembros seane g o í s t a s , algunos no sonenvidiosos. Si hace falta,soportarán más que su parte de lacarga del grupo antes que permitirque el grupo fracase por completo,porque la carga que asumen, en elmargen, no supera la recompensaque se les está acumulando y noenvidian el mejor trato que deparael gorroneo.

c. Todos los miembros del grupo sonegoístas y envidiosos. El gorroneodebe haberse mantenido de algún

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modo por debajo del nivel críticoen el que la envidia por parte delos «pasajeros de pago» contra losgorrones supera el beneficio netoque aquellos obtenían de seguiradelante con y para el grupo.

El caso a) corresponde a la accióncívica voluntaria, al esfuerzo pioneroque se sacrifica a sí mismo al «mandarlas tropas encabezándolas» y quizátambién al activismo político y alentrometimiento; pueden no estartotalmente ausentes otras satisfaccionesajenas al bien del grupo.

El caso b) subyace, por ejemplo, a

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la creación de economías externas, queno se producirían si aquellos cuyaactuación (costosa) las motiva seresintieran considerablemente de suincapacidad para impedir que los otros,que no contribuyen nada, también sebeneficiaran.

El caso c) es el más exigente; aquí elproblema del gorroneo llega a sercrítico para la formación ysupervivencia del grupo. Cualquiersolución cooperativa debe basarse endos soportes. Para empezar por elsegundo, debe haber en la solucióncooperativa lograda por los miembrosegoístas y envidiosos de un grupo de

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interés una puesta en vigor que incluyauna eficaz amenaza de castigo, derepresalias[164].

Donde el acceso a la recompensa degrupo es técnicamente fácil de controlar,la puesta en vigor es pasiva. Se parece aun torniquete que funciona a base demonedas. Si echas la moneda, entras; sino, no. Las situaciones más difícilesexigen la invención de métodos depuesta en vigor activos y posiblementecomplejos. El ostracismo social delesquirol, el hostigamiento del patrón, el«boicot» de sus productos y materialespueden ser necesarios antes de que unnuevo (o viejo pero no muy fuerte)

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sindicato pueda imponer un cotocerrado. Las represalias contra los quereducen precios y rompen cártelespueden adoptar las formas mástaimadas. Aun así, no soninvariablemente eficaces. John D.Rockefeller, que era un gran especialistaen estos métodos taimados, les tenía tanpoca confianza que finalmente recurrió ala fusión de propiedad —de ahí lacreación de la Standard Oil—. Lajusticia sumaria en el Oeste americanocontra los violadores de los acuerdosvitales del grupo (por ejemplo, elganado vacuno y los caballos del ranchono se roban, las concesiones mineras no

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se pasan por alto y a las mujeres solasno se las molesta) fue un intento dereforzar un estilo de vida precario cuyaviabilidad dependía en gran parte de queno existiera el gorroneo, de que todo elmundo jugara limpio.

Antes de la puesta en vigor, debehaber acuerdos, condiciones acordadasque ejecutar. ¿Cuál será la parte de lacarga del grupo que corresponda a cadauno y cómo se repartirá la recompensacomún (a no ser, por supuesto, que seatotalmente indivisible)? El reflejoinmediato de la mayoría de nosotrossería decir «equitativamente»,«justamente», «imparcialmente». No

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obstante, puesto que estos no sontérminos descriptivos sino evaluativosno hay seguridad de que la mayoría delos miembros del grupo considerencualquier reparto como equitativo, justo,etc. Existe todavía menos seguridad deque si lo hicieran, el conjunto decondiciones equitativas, justas, etc.,fuera asimismo el conjunto másadecuado para asegurar la adopción dela «solución cooperativa», es decir paraasegurar la cohesión del grupo. A losmiembros estratégicamente colocados, alos «irreductibles» o a los subgruposnegociadores a lo mejor será necesarioconcederles condiciones mucho mejores

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que a los miembros que «no tienen otrositio adonde ir». Evidentemente, en lamedida en que un miembro o subgrupopueda obtener por fuerza del resto delgrupo mejores condiciones, más sehabrá aproximado al estatus de gorrón y,por lo tanto, a los límites dentro de loscuales el grupo puede sobrellevargorrones sin descomponerse.

Pudiera pensarse que una vez que seencontrara enfrentado a tales límites,amenazado con la descomposición, elgrupo intentaría preservarse recurriendoa nuevos métodos más eficaces depuesta en vigor de los acuerdos degrupo, de asignación de costes y

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recompensas o de los códigos deconducta y tomaría represalias con másfuerza contra sus gorrones. De hechocierta severidad puede ser factible. Peroel grupo no es el Estado; su ascendientesobre sus miembros es de otro tipo, aligual que lo es la facultad de estos deoptar por salirse del grupo si se lespresiona[165]. La capacidad de un grupode desarrollar su puesta en vigor estápoderosamente condicionada por lanaturaleza de la recompensa que estádestinado a producir y de la carga quedebe soportar para que crezca larecompensa. No cabe la presunción deque siempre, o muy a menudo, será la

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adecuada para controlar el problema delgorroneo y para facultar al grupo para susupervivencia ni, ciertamente, parapermitir que se forme.

Si es así, es razonable imputar alestado de naturaleza —como a unsistema ecológico que contiene presa,predador y parásito— cierto equilibrioen la estructura grupal de la sociedad. Elequilibrio depende del potencialdestructivo del fenómeno del gorroneo.Este limita la cantidad y el tamaño delos grupos de interés que consiguenformarse. El universo resultante degrupos determina, a su vez, el númerotolerado de gorrones y el volumen real

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de sus «parasitarias» gananciascompatibles con la supervivencia delgrupo.

Los grupos de interés que obtienenbeneficios no disponibles para laspersonas individuales en sustransacciones con otros son benignos omalignos dependiendo principalmentede los valores del observador. Si sustransacciones se realizan completa oprincipalmente con otros grupos deinterés, las recompensas extraordinariasconseguidas por un grupo puedenconsiderarse por el observadordesinteresado como al fin y al cabocompensadas por los beneficios

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extraordinarios que los otros gruposlogran conseguir a costa de este. Esta esaproximadamente la perspectiva«pluralista», del «fin de las ideologías»,de cómo funciona la sociedad moderna.En vez de lucha de clases por ladominación y la plusvalía, los grupos deinterés negocian entre sí hasta quedarparalizados. Aunque la sociedadmoderna no funciona así en realidad,cabe quizá cierta presunción de que elestado de naturaleza sí podría funcionarasí. Si está organizado globalmente,cabe esperar que las ganancias ypérdidas netas debidas a la accióncohesiva de grupos sean pequeñas

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(aunque «sobre el papel» todo el mundogana como productor organizado aexpensas de su propio alter ego, elconsumidor desorganizado). Además,las técnicas de negociación«excesivamente» agresivas por parte deun grupo vis-à-vis otros grupos enposiciones menos ventajosas propende acrear algunos de los mismos efectosautorreguladores y autoestabilizadoresque el «excesivo» gorroneo producedentro de un grupo. Al igual que laformación de grupos permanece dentrode ciertos límites, así lo hace también laexplotación desmedida de la fuerza degrupo que raya con el gorroneo.

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Nuestro esquema ya está preparadopara la introducción del Estado.Queremos contestar a la pregunta, ¿cómoafecta el funcionamiento del Estado alequilibrio de la estructura de grupos dela sociedad? Evidentemente, dondeexiste un Estado, el dominio soberano seañade al contrato como medio deextraer una recompensa grupal de losdemás. Además de grupos orientadoshacia el mercado, surgen incentivosracionales para que se formen gruposorientados hacia el Estado, o para quelos grupos empiecen a mirar hacia losdos lados, hacia sus mercados y hacia elEstado. Cuando mayor sea el alcance

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del Estado mayor es el campo parabeneficiarse de sus mandatos y comoMarx no dejó de observar, el Estadoestaba «creciendo en la misma medidaen que la división del trabajo dentro dela sociedad burguesa creaba nuevosgrupos de interés, y, por consiguiente,nuevo material para la administracióndel Estado»[166].

Cuando una sociedad consta sólo depersonas, familias y en el peor de loscasos quizá grupos muy pequeños, ellosdan o niegan su consentimiento endemocracia al gobierno del Estado enrespuesta a los incentivos disponibles.Son, por así decirlo, «vendedores»

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perfectamente competitivos de suconsentimiento —en la inteligenteexpresión de George J. Stigler, «precioaceptantes»—. El «precio» que aceptano rechazan está contenido en la ofertaredistributiva global que el Estadodiseña para comprar a la mayoría frentea la oferta u ofertas rivales. Un grupo deinterés orientado hacia el Estado, sinembargo, en lugar de meramentereaccionar ante la oferta existente,negocia de manera activa y vende losvotos y la influencia que representa porun mejor acuerdo redistributivo que elque sus miembros individualesconseguirían sin coaligarse. La

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recompensa de grupo, pues, es laredistribución excedente que consiguesacar en virtud de su cohesión. Comocualquier otro «formador de precio»,puede hasta cierto punto influir en supropio favor en el precio que consigue.En el contexto político, el precio quepone es a su lealtad y apoyo.

La recompensa —un subsidio, unaexención fiscal, una tarifa, una cuota, unproyecto de obras públicas, unasubvención para la investigación, uncontrato de aprovisionamiento delejército, una medida de «políticaindustrial», de desarrollo regional (¡porno hablar de la Kulturpolitik!)— es sólo

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en un sentido aproximado «dada» por elEstado. Esto es claramente visible en eltipo de redistribución pura, de gravarcon un impuesto a Pedro para ayudar aPablo, pero se oculta más en sus formasmás impuras (y más usuales),especialmente cuando los efectosredistributivos se producenconjuntamente con otros efectos (porejemplo, la industrialización). Losdefinitivos «donantes» —los que paganlos impuestos, los consumidores de esteo aquel artículo, los competidores, lasclases y los estratos rivales, los gruposo regiones que podrían haber sidofavorecidos por alguna política pero no

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lo fueron— están ocultos para losbeneficiarios tanto por los insondablesmisterios de la verdadera distribución(¿quién acaba pagando «realmente», porejemplo, el control de precios?, ¿quiénsoporta la carga de una desgravación deimpuestos?, ¿a quién se le priva de quécuando los atletas nacionales consiguenun nuevo estadio?) como por el mismotamaño y espesor del amortiguador queforman las finanzas públicas entre laspercepciones de los ganadores y losperdedores.

Un determinado grupo que mediantepresión y negociación logra sacar algunaventaja del Estado consideraría de

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manera típica y no irracional que sucoste es infinitesimal en función decualquier criterio sensato que hombresacostumbrados a los asuntos públicospudieran aplicar[167]: el conjunto detodas las ventajas semejantes yaconcedidas a otros, o el gran bien quesupondrá, o el presupuesto total delEstado, etc. Como el vagabundo de lacaricatura que extiende su sombrero—«¿Podría prescindir del 1 por cientodel producto nacional bruto, señora?»—el grupo se sentirá motivado a formulardemandas mediante el reconocimientoperfectamente sensato de queconcedérselas es para el Estado cuestión

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de calderilla. Nunca podría formular unademanda de ayuda incondicional, nisiquiera de una magnitud mucho menor,a personas u otros grupos, pues no leapetecería pedir por caridad. Al mismotiempo, si cobrara suficiente ánimo parahacerlo, ¿cuánto conseguiría con el 1por ciento de los ingresos de Pedro yPablo? Y ¿cómo se las arreglaría parapedir con éxito a la suficiente cantidadde gente como para lograr que valiera lapena? Si se le da a elegir, es una tácticainferior para un grupo dirigir susdemandas a otro grupo en vez de alEstado. Las razones tienen que ver conla naturaleza del «quid pro quo», así

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como con el hecho de que sólo el Estadodispone de la panoplia de «instrumentospolíticos» para difundir y suavizar ladistribución del coste. Sólo existe uninstrumento, el Estado, cuya posicióncomo intermediario universal permite alpostulante con éxito llegar, no a algunaporción debidamente modesta de losingresos de ciertas personas, sino a losde toda una nación entera.

Hay formas todavía más potentes enlas que la posibilidad de obtenerrecompensas «del» Estado en vez de através del mercado, directamente depersonas o de grupos dentro de lasociedad civil, transforma el entorno en

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el que los grupos de interés se organizany subsisten. Una determinadarecompensa puede ser lo suficientementeimportante como para incitar a un grupopotencial a constituirse y a participar enla actuación colectiva necesaria paraconseguirla. Su coste correspondiente,por virtud del papel intermediario delEstado, es probable que sea tanampliamente diluido a través de lasociedad y tan difícil de seguir el rastrode su distribución, que «nadie lo sienterealmente» y «todo el mundo puedepermitírselo». El grupo orientado haciael Estado, al sacar un beneficio cuyocoste es soportado por el resto de la

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sociedad, está representando el papel deg o r r ó n vis-à-vis la sociedadprecisamente de la misma forma que lohace el miembro de un grupo vis-à-vis elresto del grupo.

A diferencia del gorrón individualque más allá de un cierto punto oencuentra alguna resistencia odestruye al grupo, y a diferencia delgrupo gorrón orientado hacia el mercadoal que se oponen quienes deben cederante sus excesivas condicionescontractuales, el grupo orientado haciael Estado no encuentra resistencia sinocomplicidad. Está tratando con elEstado, para el que condonar su

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comportamiento gorrón forma parteesencial de la construcción de la base deconsenso sobre la cual ha decidido(sabia o neciamente) fundar su poder. Laconstrucción del consentimiento pormedio de la redistribución estáestrechamente moldeada por la presiónde la competición política. El Estado,compitiendo con su oposición, sólotendrá una limitada capacidad paraelegir discrecionalmente sobre cuáles delas demandas serán las que conceda yhasta qué punto. Rápidamente seencontrará presidiendo sobre una pautaredistributiva de creciente complejidady falta de transparencia. Cuando se

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permite que otro gorrón se suba alautobús los «pasajeros contribuyentes»tienen todas las posibilidades depermanecer inconscientes del hecho asícomo de su incidencia sobre las«tarifas» que tienen que pagar. Aunquedifícilmente puedan dejar de adquiriralguna conciencia general de que existegorroneo e incluso pueden tener una ideaexagerada de la extensión del fenómeno,dejarán de percibir adicionesmarginales concretas. Por lo quetampoco cabe esperar que reaccionendefensivamente ante el aumento delgorroneo.

Mientras la dilución de costes en la

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inmensidad y complejidad de lamaquinaria redistributiva del Estadoatenúa la resistencia al gorroneo porparte de los grupos, el gorroneo dentrode los grupos de interés orientados alEstado se hace relativamente inocuo porla especial naturaleza de la carga quelos miembros del grupo debensobrellevar para poder conseguir larecompensa del grupo. Un grupoorientado hacia el mercado debedistribuir por completo (aunque nonecesariamente de manera «equitativa»o «justa») entre sus miembros el peso dela acción del grupo —el coste deadministrar el autobús del grupo, la

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sanción disciplinaria y pérdida desueldo implicadas en el seguimiento deuna convocatoria de huelga, losbeneficios perdidos por las menoresventas, la abnegación necesaria pararespetar un código de conducta—. A noser que se cumpla una de lascondiciones esbozadas antes en estasección (el altruismo, la falta de envidiay un amplio excedente de la recompensasobre el coste del grupo, y la eficazlimitación del gorroneo), el problemadel gorroneo abortará lo que motiva elinterés de grupo antes de que puedasurgir: el grupo decaerá, se desmoronaráo dejará de llegar a un acuerdo

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cooperativo desde el principio.Sin embargo, un grupo orientado

hacia el Estado típicamente soporta unacarga de peso pluma. Necesita pedirpoco a sus miembros. Es suficiente queexistan los productores de leche comotales para que el Estado, con laoposición pisándole los talones, inventeu n a política para la leche (y lamantequilla y el queso) que lesproporcionará mejores rendimientos quelos que el mercado, sin la ayuda de unapolítica lechera, podría proporcionar. Acambio, el grupo no necesita ni siquierademostrar el cumplimiento del contratopolítico implícito «entregando el voto».

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Los productores de leche tienen amplialibertad para «gorronear» en dossentidos: pueden votar a la oposición (loque, si se supiera, podría sencillamenteprovocar que el Estado redoblara susesfuerzos para idear una más eficazpolítica lechera) y pueden dejar depagar las cuotas para contribuir afinanciar la presión política de laindustria lechera.

Ninguna de las dos formas degorronear tiene muchas posibilidades, sies que tienen alguna, de reducir suefectividad a la hora de obtener unarecompensa redistributiva. Aun cuandoun grupo de interés «no tenga adonde ir»

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políticamente, de manera que la amenazaimplícita de dar su apoyo a la oposiciónsea ineficaz porque no resulte creíble, ocuando su fuerza a la hora de negociarsea por alguna razón menos invencibleque la de los productores de leche, demodo que necesite un esfuerzo parasalirse con la suya, la cantidad de dineroque puede gastar provechosamente en lapresión política, las contribucionespolíticas y similares es generalmenteuna bagatela en comparación con larecompensa potencial. Si no contribuyentodos los miembros de un grupo, algunospueden (y a veces unos cuantos lohacen) cubrir sin esfuerzos los costes

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por el grupo entero. Algo muy parecidoocurrirá probablemente cuando el grupode interés exige a sus miembros queagiten banderas, que se manifiesten, quese cojan de los brazos o que tirenpiedras. Muchos gorrones puedenquedarse en casa pero el grupo normalestará por lo general integrado por unsuficiente número de miembrosvoluntarios como para que se cumplanlas condiciones del caso b) (pág. 251) ypara que una buena y ruidosamanifestación tenga el impactonecesario. En resumen, puesto que laacción política es en generalextraordinariamente barata, los grupos

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de interés orientados hacia el Estadoestán muy próximos a resultar inmunes asu propio problema de gorroneo.

Con el Estado como fuente derecompensa para los grupos de interés,el gorroneo pierde la mayor parte de supotencial destructivo como impedimentopara la formación y la supervivencia degrupos.

En los términos del paralelismo«ecológico» empleado más arriba, lapresa, el predador y el parásito ya noestán en equilibrio. Se embotan lasreacciones defensivas de la presa: noexiste mecanismo de mercado algunopara avisar a la sociedad de que un

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grupo de interés determinado estáaumentando sus pretensiones sobre ella;sus exigencias se ocultan por el tamañoy la complejidad del aparato fiscal y deotros aparatos redistributivos delEstado. Además, mientras que elmecanismo de los contratos bilateralesentre partes que dan su consentimientofunciona de manera simétrica, en cuantoque es tan eficiente a la hora deconcertar condiciones aceptables comoen rechazar las inaceptables, el procesopolítico democrático está construidopara funcionar asimétricamente, esto es,para conceder exigencias a una granvariedad de grupos más que para

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negárselas. Por lo tanto, aún cuando la«presa» fuera suficientemente conscientede la presencia del predador, no tendríaningún mecanismo de defensa bienadaptado para hacerle frente.

Además, los grupos de«predadores», en los términos de miargumentación acerca de lorelativamente barata que resulta laacción política cohesiva, puedensobrevivir y alimentarse de la sociedadcasi sin importar lo infectados quepuedan estar por sus propios«parásitos» gorrones. Como corolario,el parásito puede prosperar sin ningúnefecto adverso sobre la capacidad del

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predador de mantenerlo y alimentarlo.Más de una cosa no lleva consigo menosde la otra. Cualquier cantidad grande opequeña de gorrones puedenacomodarse en una población de gruposde interés, los cuales a su vez puedentodos comportarse al menos comogorrones parciales vis-à-vis el grangrupo que es la sociedad.

Lo anterior pudiera sugerir el tipo deindeterminación inestable e ingrávida enel que los grupos de interés pueden sinprevio aviso en un momentodeterminado tan pronto reducirse comomultiplicarse. Carentes de una dinámicainterior propia, hace falta la casualidad

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estocástica para que hagan lo uno en vezde lo otro. Casi se excluye cualquiersugerencia de este tipo que, porsupuesto, iría contra el grueso de laevidencia histórica (en el sentido de quela mayor parte de las veces, el número yla influencia de los grupos de interésaumenta a través del tiempo), por doscaracterísticas adicionales implícitas enla interacción del grupo con el Estado.Primero, que tenga o no éxito elotorgamiento de recompensa en lacaptación del apoyo del grupo y en elreforzamiento del ocupante del poderdel Estado, aumentará generalmente elaparato del Estado, la intensidad y

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complejidad de sus actividades, puestoque el otorgamiento de una recompensade grupo requiere cierto aumentocorrespondiente de sus agencias desupervisión, regulación y ejecución. Porregla general, no obstante, cuanto másgobierna el Estado, mayores tienden aser las recompensas potenciales quepueden derivarse de solicitar con éxitosu ayuda y de ahí que propendan a sermayores las ventajas de formar ungrupo. Segundo, cada otorgamiento deuna recompensa de grupo demuestra elcarácter «fácil de persuadir» del Estadoatrapado en la difícil situacióncompetitiva. Cada otorgamiento, pues,

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es una señal para los grupos potencialesque se consideran situados de manerasimilar en algún aspecto, mejorandodesde su punto de vista la probabilidadde arreglárselas para conseguirrealmente una determinada recompensapotencial si se organizan parareclamarla.

Consiguientemente, por estos dosmotivos, la predisposición del sistemaes a provocar la proliferación de gruposde interés. Que el proceso se inicie porla oferta de un favor del Estado o por lademanda de un grupo es una cuestión deltipo el huevo y la gallina de muylimitado interés. Independientemente del

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impulso inicial, los incentivos yresistencias parecen disponerse de talmanera que hacen que las políticasredistributivas y la formación de gruposde interés se sostengan y seintensifiquen mutuamente.

Las interacciones entre la presión degrupo y las medidas redistributivas nonecesitan limitarse a los temas deestrecho interés propio. Los grupospueden formarse y actuar para promoverla causa de una tercera parte, porejemplo, los esclavos, los enfermosmentales, el «tercer mundo», etc. Tales«persuasivos grupos de presión» puedenno tener la suficiente influencia como

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para permitirles negociar su apoyopolítico directamente a cambio depolíticas que favorezcan a su causa. Sinembargo, pueden llegar a influir a laopinión pública hasta el punto de que elEstado, la oposición o ambosconsideren que es buena política incluiren sus programas la medida reclamada.Una vez adoptada, tal desinteresadamedida amplía tanto el ámbito de acciónestatal como el aparato para suejecución y sirve como precedente queincita a otros persuasivos grupos depresión a organizar y promover la causasiguiente[168].

Detrás de cada causa valiosa se

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extiende una cola de otras causas decomparable validez. Si la investigacióndel cáncer merece el apoyo del Estado,¿no debiera apoyarse asimismo la luchacontra la poliomielitis así como otrasáreas vitales de la investigaciónmédica? y ¿no contribuyen lasexigencias de la investigación médica aestablecer los argumentos en favor delapoyo a otras ciencias así como a lasartes, la educación física y asísucesivamente en ondas que seensanchan interminablemente? Es fácilimaginarse el desarrollo de sucesivosgrupos de presión en favor de lainvestigación, la cultura, el deporte,

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mientras que un grupo de presiónabiertamente anticultural o antideportivoparece sencillamente impensable. Unavez más, la predisposición de lasituación es tal que su desarrollo seráhacia adelante y hacia afuera, paraabarcar más causas, aprovechar másexigencias, redistribuir más recursos,estimulando por tanto más demandasnuevas —en vez de a la inversa, haciaatrás y hacia adentro, hacia una menosmarcada estructura de grupo y un Estadomenos redistributivo, más «mínimo»—.

Grabada en el subconsciente de laopinión pública liberal educada, hahabido durante mucho tiempo una

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percepción de la distinción entre labuena y la mala redistribución, entre elreconocimiento de los méritos y el tratarde congraciarse. En un libro reciente ymuy sensato, Samuel Brittan ha hechomucho por explicitar la distinción[169].En general, es bueno redistribuir la rentade tal manera que se produzca justiciasocial, seguridad, salud y educación. Esmalo redistribuir para favorecer agrupos de interés especiales. Lossubsidios a los agricultores, la «políticaindustrial», el control de alquileres, ladepreciación acelerada, la desgravaciónfiscal sobre los intereses hipotecariosde viviendas o sobre los ahorros para la

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jubilación son en general malos, porquedistorsionan la asignación de recursos—en el sentido de hacer que la rentanacional sea más baja de lo que sería enotro caso—.

Habría que hacer dos afirmacionesbreve pero urgentemente. Una es que (ano ser que definamos primero el término«distorsión» de la forma necesaria paraproducir la respuesta que queremos)realmente no hay nada que nos permitasuponer que la imposición fiscal paraallegar fondos para un objetivo valiosoo para dispensar la justicia distributivano «distorsione» la asignación derecursos antes de impuestos. A priori

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todos los impuestos (hasta el otroraSanto Grial de la economía delbienestar, el impuesto «neutral» de sumafija), todas las transferencias, subsidios,aranceles, topes máximos y mínimos deprecios, etc., deben en general cambiarlas ofertas y demandas de productos yfactores interrelacionados. Cuandodecimos que los distorsionan, lo únicoque realmente estamos diciendo es queno aprobamos el cambio. Es ligeramenteautoengañoso asegurarnos a nosotrosmismos que nuestra aprobación esmucho más que el reflejo de nuestrosprejuicios, que es un diagnósticoinformado, una función de algún criterio

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«objetivo» tal como la eficiencia en laasignación reflejada de un modo u otroen la renta nacional (en vez de en lasmás controvertidas «utilidad total» o«bienestar»). Que la asignación derecursos después de impuestos, despuésde los subsidios de bienestar social,después de los aranceles, etc., hayadado lugar a una más alta o más bajarenta nacional de lo que lo habría hechola asignación antes de impuestos,aranceles, etc., es un problema denúmeros índice que carece de una«solución objetiva» (wertfrei). No escuestión de conocimiento sino deopinión, que por supuesto puede ser una

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opinión bien fundada. La mayoría de loshombres razonables podrían compartirel juicio de que si toda la renta delEstado procediera de, digamos, un fuerteimpuesto sobre el comercio interior deun producto como la sal que la gentesencillamente necesita tener, y toda larenta se gastara en satisfacer loscaprichos de madame Pompadour (unaperspectiva atractivamente simple de losviejos malos tiempos que pocosconfesarían, aunque muchos todavíamedio creen), la renta nacional (por nohablar de la utilidad) sería menor quebajo la mayor parte de las demásconfiguraciones redistributivas

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conocidas por la historia[170]. Sinembargo, pautas de ingresos y gastosmenos fantásticas podrían producirauténtica perplejidad en cuanto a suincidencia sobre el producto nacional.Incluso los menos inclinados alagnosticismo podrían ponersinceramente en duda la naturaleza «nodistorsionante» de un instrumento fiscalgenerador de ingresos, no obstante lovirtuosa que fuera la causa por la que seimpusiera.

La otra observación es más clara ymás importante. Es sencillamente que enrealidad no importa que podamosdistinguir en la práctica «objetivamente»

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la buena redistribución de la mala. Sitenemos la una tendremos también laotra. Un sistema político que en virtudde las ofertas competitivas paraconseguir el consentimiento produce unaredistribución que consideramos queconduce a la igualdad o la justicia,también producirá una redistribuciónque consideraremos como complacientecon los grupos de interés. De ningunamanera está claro que existan criterios«objetivos» para distinguir la una de laotra. Todavía menos evidentes son losmedios que acaso pudieran restringir ofrenar a la una y dejar pasar a la otra.

Para resumir, mientras que en un

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sistema político que requiere elconsentimiento y permite la competiciónel Estado parece lógicamente obligado aengendrar redistribución, en el sentidocotidiano del término no «determina» sualcance ni su escala. Una vez iniciada,la naturaleza adictiva de laredistribución pone en marcha cambiosno deseados en el carácter individual yen la estructura familiar y grupal de lasociedad. Aunque unos puedanconsiderarse como buenos y otros comomalos, no parece factible ningún controlselectivo sobre ellos. Estos cambiosreaccionan a su vez sobre el tipo y laextensión de la distribución que el

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Estado está obligado a emprender.Aumentan las probabilidades de que sepongan en marcha diversos procesosacumulativos. En cada proceso de estetipo la redistribución y cierto cambiosocial se impulsan mutuamente. Ladinámica interna de estos procesossiempre apunta hacia adelante; noparecen contener mecanismoslimitativos o equilibradores. Losintentos por parte del Estado delimitarlos provocan síndrome deabstinencia y pueden ser incompatiblescon la supervivencia política encontextos democráticos.

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Subida de precios

La inflación o es un remedio ouna circunstancia endémica.Depende de si puede imponer lassuficientes pérdidas requeridaspara suministrar ganancias enotra parte.

El acto de gobernarlos ayuda a haceringobernables a los gobernados.

Ningún fenómeno tiene más de unaexplicación completa. Sin embargo, unaexplicación completa puede codificarseen más de un sistema de expresiones.Con todo en inglés, en japonés o enespañol, debe seguir siendo más o

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menos la misma explicación. Las teoríasalternativas que explican un fenómenosocial o económico debidamenteidentificado son a menudo ferozmentecompetitivas e insisten en la mutuaexclusividad. Y sin embargo o sonincompletas y erróneas, o completas eidénticas en contenido. En este últimocaso, deben ser susceptibles detraducirse a sus sistemas terminológicosrecíprocos.

Las teorías alternativas de lainflación son un ejemplo adecuado alrespecto. Son notoriamentecompetitivas. Una presenta su argumentoen términos de un exceso de demanda de

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bienes, y lo resume como unadeficiencia del ahorro deseado enrelación con la inversión deseada. Esta,a su vez, está vinculada a un exceso derendimientos esperados del capitalsobre el tipo de interés o algunaexpresión análoga. Otra propone comoprincipio alguna relación entre losprecios actuales y los precios futurosesperados y los tipos de interés, por unaparte, y los intentos por parte de la gentede reducir (o incrementar) sus saldos deefectivo por otra, intentos que impulsana subir a los precios actuales. Paraaquellos a quienes les gusta una ciertadosis de física en su economía, la

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«velocidad» de alguna varianteadecuada de la «cantidad» de dinerosubirá, o tal vez una más amplia variantedel dinero demuestre ser más adecuadapara que se le aplique una velocidadconstante. Se exprese como se exprese,la idea de que la gente ajusta el valorreal del dinero que tiene a lo que creeque tendría que tener, expresa entérminos de exceso de oferta de dinerolo que otras teorías expresan en términosde exceso de demanda de bienes.Todavía otra teoría haría que ladistribución de los ingresos reales entrelos capitalistas altamente ahorrativos (olas empresas que poseen) y los

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trabajadores poco ahorrativos seconformara a cualquier distribución quehaga falta precisamente paraproporcionar la cantidad de ahorroequiparable con la inversión. Lainflación ha de reducir el consumo yelevar los beneficios mediante ladepreciación temporal de los sueldos; sila indexación del coste de la vida o laágil negociación salarial impiden que lohaga, la inflación seguirá dando vueltasen círculos continuamente y no seconseguirá nada. La traducción de estateoría al lenguaje de cualquiera de lasotras es, quizá, un poco menos directa,pero está bien al alcance del

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económicamente docto. (Puede quenecesite algún codazo. Es probable quetenga su «lenguaje» favorito y deteste latraducción).

Un objetivo de estas meditaciones essostener mi argumento de que el ponerdos teorías de los niveles de precios (yllamar embarazosamente «monetarismo»a una de ellas) en el centro deacaloradas controversias de tipo casireligioso es indigno de la calidadintelectual de algunos de losprotagonistas. La controversia o esespuria o implícitamente se refiere aotras cosas y el debate ganaríahaciéndolas explícitas.

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Mi otro propósito en insistir en laesencial equivalencia de las teoríasacreditadas es, sin embargo, asegurarque no se atribuya ninguna pretensión deinnovación al esquema explicativoresumido que voy a exponer acontinuación. Se trata simplemente deotra «traducción» brutalmente abreviadade la teoría recibida, utilizando en sumayor parte la terminología empleada enla sección anterior de este capítulo. Larazón por la que precisamente puedevaler la pena hacerla, y cómo tiene sulugar apropiado dentro del argumento deeste libro, se irá clarificando a medidaque avancemos.

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Tomemos una sociedad compuesta,para simplificar, sólo por grupos deinterés organizados. Cada uno vende sucontribución particular al bienestar delos otros y compra las de los otros. Elnúmero de tales grupos es finito, de ahíque cada uno pueda influir en su preciode venta, y supondremos que todos lohan hecho así de tal forma que ningunopuede mejorar su posición. Dejemos quela llegada del milenio transforme a losmiembros de cada grupo en altruistasanimados por los mismos sentimientos,que ahora emprenden una accióncolectiva para mejorar la situación delos miembros de los demás grupos (sin

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importarles que esto pueda empobrecera sus propios compañeros de grupo).Bajan el precio del producto o servicioque aportan, intentando mejorar lascondiciones de intercambio para losdemás. No obstante, como los demás sehan convertido asimismo a una similarinclinación, «toman represabas»bajando sus precios, no sólo pararestaurar la posición original, sino parair más allá de ella, puesto que quierendejar al primer grupo mejor de lo queestaba al principio. El primer gruposeguidamente toma sus represalias y asísucesivamente. No existe ninguna razóninterna por la que este proceso de saltos

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de rana deba detenerse en ningún lugarconcreto, tras ninguna cantidaddeterminada de inconcluyentes vueltas.Los diversos «fijadores de precios»,compitiendo por dejar mejor situados alos demás en los contratos, generarán untorbellino de precios descendentes.

El casi perfecto anverso de estemilenio es, por supuesto, ciertaaproximación a la sociedad moderna talcomo ha ido tomando forma durante elúltimo medio siglo. Durante esteperiodo, mientras que los precios de losactivos se han visto subir y bajar, el«nivel» de los precios corrientes de losbienes y servicios nunca ha bajado. La

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mayoría de las veces ha subido, y eltono del discurso actual sugeriría queesto es ya bastante ampliamenteaceptado como una condición endémica,con la que hay que convivir y a la quehay que mantener por unos medios uotros dentro de ciertos límites (sinserias esperanzas de erradicación). Lai nf l a c i ó n endémica estaría, porsupuesto, generada por una sociedad degrupos de interés egoístas donde losvanos intentos de ganar cuota de ladistribución producirían una interaccióna imagen de un espejo invertido quereflejara al revés la interacciónimaginaria de los altruistas descrita en

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el párrafo anterior.Se pueden concebir fácilmente

versiones progresivamente mejorarticuladas de una explicación basada enlas ganancias que se intenta conseguir yel rechazo de las correspondientespérdidas. Podríamos suponer unasociedad en estado de naturaleza dondelos grupos de interés, habiendonegociado y llegado al estancamiento,simplemente tratan de proteger (más quede realmente aumentar) sus respectivascuotas absolutas y relativas. Aunqueaceptarían ganancias inesperadas, seniegan a aceptar pérdidas inesperadas.(Acaso injustamente, esta sería mi

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concisa lectura de la idea que seencuentra en la mayor parte de lamoderna macrosociología panglosiana,del equilibrio pluralístico resultante delajuste recíproco de todos los interesesadversarios más importantes, sin quenadie termine muy enfadado). Cualquierchoque exógeno (a no ser que se trate deuna inesperada ganancia quemilagrosamente enriquecería a todos enla misma proporción) debeconsecuentemente desencadenar unaespiral inflacionista. La teoría noproporciona razones por las que, unavez iniciada, la espiral deba cesar enalgún momento, ni elemento alguno que

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rija su velocidad (o su aceleración). Noobstante, se adapta razonablemente bienal clásico tipo de causación de guerra ypérdida de la cosecha, mientras atribuyea las características estructurales de lasociedad las razones por las que laestabilidad de los precios, una vezperdida, no puede recuperarse (esto es,la razón por la que la inflación deja decumplir su función).

Haciendo el acostumbrado viaje dedirección única desde el estado denaturaleza hasta la sociedad política, talteoría puede desplegar sus alas y volar.En lugar de ser un choque exógeno, aquíla guerra de tira y afloja sobre las cuotas

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de distribución no se desencadena porun choque desde fuera sino que esgenerada por el propio sistema,endógenamente. Es de lo que en sumayor parte se trata en la interacción delEstado y los grupos de interés(incluyendo empresas individuales en unextremo de la escala y clases socialesenteras en el otro). Desde aquí, es dar unpaso natural pasar a alguna variantefuertemente politizada de la teoría, conlas ganancias redistributivas debidas ala actividad del grupo orientado alEstado desencadenando acciones decontraataque orientadas hacia elmercado o hacia el Estado o ambos por

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parte de los perdedores, incluyendohíbridos tan vigorosos como cuando ungrupo perdedor actúa en contra de algúnsector del público neutral (por ejemplo,los camioneros que bloquean lascarreteras y las calles) para forzar alEstado a compensar su pérdida.

Una pérdida adecuadamentearticulada podría incorporar ademáselementos tales como la inercia, lailusión monetaria o el diferencial depoder de los diversos grupos sobre suspropios términos del intercambio.Debiera tenerse en cuenta la naturalezasigilosa de una gran parte de laredistribución debida a la inmensidad y

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a la absoluta complejidad de lasmodernas «cajas de herramientas» de lapolítica fiscal y económica, lafrecuentemente incierta incidencia de laspolíticas, así como el seductor trucoóptico por el que el mayor gasto públicoafecta a la redistribución «real» en elpresente mientras el déficitpresupuestario incrementado desplazaaparentemente la carga «financiera»hacia el futuro. El sigilo inherente a lamecánica de muchas formas deredistribución —abierta para losganadores, encubierta para losperdedores— por mucho que sea engran parte fortuita e imprevista, puede

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suponerse que lleva a contraataquesretrasados o sólo parciales por parte delos perdedores; de modo que lainflación puede no invalidar toda laredistribución. Una vez que todos losque puedan hacerlo se resistan aentregar más, la ulterior redistribuciónrealizada a sus expensas está exhypothesi condenada a fracasar.Mientras continúe el intento de hacerlode este modo, la inflación para frustrarlodebe asimismo continuar. Si lanaturaleza de la política democrática estal que el intento es endémico, tambiéndebe serlo la inflación.

Un guión menos abstracto tendría

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incorporado un papel para algúndesorganizado sector, estrato o funciónde la sociedad, cautivos propietarios debonos, pequeños ahorradores, viudas yhuérfanos (y todos los que sufren de«preferencia por la liquidez»), quetendrían que acabar perdiendo situvieran que ganar los ganadoresacordados por el Estado, a pesar de quelos perdedores designados se lasarreglaran para recuperar las pérdidasque se suponía que habrían de soportar.La inflación, por así decirlo,«identificará» y arrebatará de las«manos débiles», si es que hay tales, losrecursos que los ganadores se proponían

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ganar. Habrá actuado como remedio deldesequilibrio de recursos. Habiendoconcluido su propia causa, podríaentonces reducirse. El corolario es queuna vez que todo el mundo seaigualmente astuto, y esté igualmenteorganizado, alerta y dispuesto adefender lo que tenga en el mercado, enel piquete, en la camarilla política delpartido o bajo las banderas en la calle,la inflación se vuelve impotente paracambiar las cuotas de distribución. Envez de eso, se convierte en uno de losinstrumentos más poderosos por virtuddel cual tales cuotas son defendidascontra las presiones que se originan ya

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sea en el proceso político o ya sea en lanaturaleza.

Una teoría de la inflación expresadaprincipalmente en función de losbaluartes que el Estado democráticoayuda a construir en torno a las propiascuotas distributivas cuya manipulaciónes quizá su principal método demantenerse en el poder, no necesitaofrecer una explicación de por qué esascuotas son lo que son para empezar, nipor qué los grupos de interés tienen unespecial grado de poder de fijación deprecios. Por supuesto, se puede conectarcon el corpus principal de la teoríaeconómica que sí contiene tales

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explicaciones. De hecho, la conexiónsería el resultado natural de la«traducción» de este tipo de discursovagamente sociológico y político en otroeconómico más riguroso de un tipo uotro. Sin embargo, el ejercicio sóloserviría para poner al descubierto larelativa falta de novedad del presenteenfoque, cuya verdadera pretensión auna raison d’étre no es que ayude acomprender la inflación, sino que, através de la contemplación de la utilidado inutilidad de la inflación, ayude acomprender la creciente contradicciónentre la redistribución que construye elconsentimiento para el poder estatal y la

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programación de las mismascondiciones por las que la sociedadllega a ser refractaria a su ejercicio.

En la sección sobre redistribuciónadictiva, expuse la tesis de que a medidaque se producen los valoresdemocráticos, cada vez más genterecibe, utiliza y llega a requerir ayudapública, cuya disponibilidad les enseñaa organizarse para conseguir más ayudade diversas formas. Un estudio de lainflación facilita pronto la antítesis. Laredistribución cambia el carácterpersonal, familiar y grupal de tal modoque «congela» cualquier redistribucióndada. Al engendrar «derechos» y

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estimular la aparición de defensascorporativas de las posicionesadquiridas, hace que sea cada vez másdifícil realizar ajustes redistributivos.Convocar a la realización de cambios,«realizar una política», construircualquier nuevo patrón de ganadores yperdedores es exigir esfuerzosexcesivos al arte de gobernar. Si algunaimperiosa realidad de la vida haceindispensable que haya perdedores,empiezan a aparecer señales delsíndrome de abstinencia, surgen lasrabietas, luditas tardíos sucumben aldeseo de muerte y arruinan su propiaforma de ganarse la vida antes que verla

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disminuir, mientras que el capital malinvertido remueve el cielo con la tierrapara ser rescatado. Si el Estadoconsidera que la sociedad es«ingobernable», cabe al menos lapresunción de que es su propiagobernación la que la ha hecho así.

Toma y daca

Una cascada de gananciascuyo coste deben pagar lospropios ganadores, engendra alfinal más frustración ymalhumorada agitación queconsentimiento.

El dilema último de la democracia

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es que el Estado debe, pero no puede,replegarse.

Sea por la ingenuidad de losimpuestos y las transferencias, o por elsuministro de bienes públicos en sumayor parte pagados por algunos ydisfrutados mayoritariamente por otros,o por unas políticas de intercambiocomercial, industrial, etc., másindirectas y menos transparentementeredistributivas, lo cierto es que endefinitiva algunos de los ciudadanos delEstado están siendo perjudicados paraque otros puedan ser ayudados. Esto seconsidera cierto independientemente dela intención del ejercicio, es decir, aún

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si el efecto redistributivo es unsubproducto incidental, indiferente,involuntario y acaso inadvertido. Lacaracterística general común de estastransacciones es que pensándolo bien elEstado está robando a Pedro para pagara Pablo. Ellos no cumplen la condicióndel «óptimo de Pareto»; no seconseguiría el asentimiento unánime deunos Pedro y Pablo interesados en símismos. En este sentido se sitúan pordebajo de los «contratos sociales» deltipo de aquellos en que la coerción de lasoberanía sólo es reclamada con objetode asegurar la adhesión de todos y cadauno a una solución cooperativa, de

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manera que Pablo pueda ganar sin quePedro pierda (en la desafortunadaexpresión de Rousseau, de manera queambos puedan ser «obligados a serlibres», esto es, mejor que lo quecualquiera de los dos podría estar sinser obligados a cooperar).

Se sitúan por debajo del tipo deacuerdo en el que algunos ganan yninguno pierde, no porque siempreprefiramos un acuerdo donde Pablo ganesin que pierda Pedro a uno donde Pablogane muchísimo y Pedro pierda un poco.Algunos considerarían como un bienpositivo bajar a Pedro un escalón o dos.Asimismo puede existir alguna otra base

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para favorecer a uno sobre el otro aúncuando no creamos que tenga sentidodeducir la pérdida de uno de la gananciadel otro para encontrar el verdaderoequilibrio. Los acuerdos del tipo unosganan y otros pierden son inferiores alos del tipo unos ganan y ninguno pierdesólo porque estos últimos son ipso factobuenos (al menos si la envidia esexcluida del cálculo), mientras que losprimeros requieren un fundamento sobreel que basar su pretensión de bondad.Los acuerdos en que sólo hay ganadoresque requieren coerción son interesantesconstructos intelectuales. Es discutibleque verdaderamente existan en la

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realidad, o que, de existir, formen parteimportante de las relaciones entreEstado y sociedad[171]. Por otra parte, elconsentimiento y las relacionescontrapuestas entre Estado y ciudadanosson los que hacen que se centrenprincipalmente en los acuerdos en queunos ganan y otro pierden.

Antes de echar una última ojeada alcallejón sin salida en que el Estadoparece condenado a manipularse a símismo en el curso de su reparto deganancias y pérdidas, me parecenecesario, y más que una merapedantería, protestar contra unaextendida concepción errónea de la

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mecánica misma de robar a uno parapagar a otro. Hace ya algún tiempo queha sido costumbre considerar a lasfunciones fiscales del Estado bajo losencabezamientos de asignación ydistribución[172]. Bajo la asignación sesubsumen las decisiones de quién hacequé acerca de proporcionar bienespúblicos, «gobernar la economía» yasegurarse de que el mercado cumpla sufunción. La distribución como funciónfiscal se ocupa de quién consigue qué,de deshacer el funcionamiento delmercado. La separación conceptual hallevado a tratar estas funciones comouna secuencia, induciendo a los gestores

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sociales a arremangarse y ponerse atrabajar: «Primero asignamos, luegodistribuimos lo que la asignación haproducido». La suposición de que, en unsistema de fuertes interdependencias, ladistribución depende de la asignaciónpero la asignación no depende de ladistribución es extraordinaria[173].Aquellos que la hacen alegremente seenfadarían de hecho bastante si resultaraser válida. Si robar a Pedro no setradujera en su menor consumo dechampagne y bailarinas, y pagar a Pablono condujera a que dispusiera de másasistencia sanitaria y a una másprolongada estancia escolar de aquellos

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de sus hijos que lo merecieran, ¿por quéhabrían de preocuparse en absoluto losgestores sociales? ¿Qué conseguiría laredistribución? La decisión de hacer quePablo consiga más y Pedro menos esimplícitamente también una decisión deasignar ex bailarinas a la enseñanza y laenfermería. Esto deja de ser cierto sóloen el anormal supuesto de que unempobrecido Pedro y un enriquecidoPablo requieran conjuntamente losservicios de la misma «mezcla» total debailarinas, enfermeras y maestras deescuela que antes.

Partiendo de la dicotomíaasignación-distribución, los liberales

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(siempre en el sentido anglosajón)consideran que la política se refiere ados clases diferentes de campos. Uno esel básicamente no conflictivo de laasignación, que da origen a «juegos desuma positiva». El otro es el másencarnizado dominio conflictivo dequién consigue qué, que produce «juegosde suma cero». (Obsérvese de nuevo,como en el capítulo 3, págs. 190-194,que como estos no son juegos, lainvocación del lenguaje de la teoría delos juegos es una concesión a la moda,pero dejémoslo pasar). He insistido,quizá más que suficientemente, en queesos pretendidos juegos no pueden

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jugarse separadamente, y que lasdecisiones de asignación son al mismotiempo decisiones de distribución yviceversa. Una decisión sobre quiénconsique qué condiciona lo que habrá deproporcionarse y por tanto quién hacequé. Separar a una decisión de la otrarecuerda la ambición marxista dedistinguir «el gobierno de los hombres»de «la administración de las cosas».

Aunque pueda ser legítimoconsiderar los cambios en la asignacióncomo capaces, si todo va bien, dedeparar sumas positivas de manera quematemáticamente nadie necesite perdercomo resultado del cambio, ¿qué

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decimos si alguien perdiera? Es inútilalegar que la pérdida es realmenteatribuible a una decisión de distribuciónde suma cero, y que sólo con que ladistribución hubiera sido diferente, elperdedor no necesitaría haber perdido;puesto que una distribución diferentehabría supuesto una diferenteasignación. La afirmación acerca de lasdos decisiones sería incoherente aún sifuncionara en términos de cantidades dedinero, o de manzanas, puesprecisamente no podemos suponer quese habría conservado la ganancia decuota asignada si hubiéramos intentadodistribuirla de manera diferente. Sería

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doblemente incoherente si funcionara entérminos de lotes de bienes mezclados,por no hablar de utilidades, pues estosonaría a mucha gente como un intentode alcanzar el equilibrio residual entremás manzanas para Pablo y menos peraspara Pedro.

El tema principal de este argumento,si hay alguno, es que la redistribución noes a priori un juego de suma cero (puestiene efectos en la asignación) y queparece muy difícil determinarempíricamente lo que es. Llamarlo «desuma cero» evoca una falsa imagen de lafunción redistributiva del Estado comoalgo neutral, inofensivo, que deja

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intactos los intereses de partes distintasde Pedro y Pablo. La evocación es falsapor dos razones. Primera, aún si(haciendo abstracción del coste deadministrar y negociar estos acuerdos)el coste en recursos de la ganancia dePablo en alguna contabilidad significaraexactamente la compensación de lapérdida en recursos de Pedro, todavíapodría mantenerse que los dos erandesiguales desde un punto de vista de«bienestar» o de clase. Segunda y másimportante, la asignación de recursosdebe corresponder a la nuevadistribución. Contratos, relaciones depropiedad, inversiones, empleos, etc.,

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todo debe ser ajustado.Las mayores o menores

repercusiones deben afectar a losintereses de todos, aunque algunosintereses pueden ser afectados sólo demanera imperceptible. Estasrepercusiones son en sí mismasredistributivas —quizá de manerainintencionada y tambiénperversa[174]—. El efecto total esextender y magnificar, bastante más alládel interés de las partes ostensiblementeinteresadas, el desorden secundario dela asignación cum distribución inducidopor un acto determinado deredistribución primaria.

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Al menos conceptualmente, debemosno perder de vista tres elementos dedesorden. El primero es laredistribución directa , donde el Estadoimpone acuerdos que hacen que algunosintereses mejoren a costa de otros (seaintencionadamente o no). El segundo esla reasignación cum distribucióninducida por el primero. Califiquemos aeste desorden secundario, que absorbecierta energía e implica cierta dificultadde ajuste (y no sólo para las bailarinas)de «toma y daca indirecto». El «toma ydaca directo» califica de manerabastante completa al tercer elemento.Desde el punto de vista contable, es la

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redistribución bruta que o bien no arrojasaldo neto alguno o sólo algunomarginal. Esto ocurre cuando el Estadoconcede alguna ayuda, inmunidad,tratamiento diferencial u otra ganancia auna persona o a un interés y (bastanteposiblemente quiera o no quiera, sóloporque ninguna otra forma es másfactible) cubre el coste del recursomediante la imposición de una pérdidamás o menos equivalente, normalmentede una forma diferente, a la mismapersona o interés. Superficialmente, estopuede parecer absurdo, aunque esperoque no. El Estado tiene una bastanteconvincente rationale para actuar de

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esta forma. El argumento en favor delpuro toma y daca tiene una buenacantidad de hilos. Bastará con seguirsólo unos pocos para entender su fuerza.

Para empezar, no es absurdo suponerque hay cierta falta de simetría (de algúnmodo semejante a la masa crítica o aljustamente denostado «cambio decantidad en calidad») entre lapercepción de la gente de sus interesesgrandes y pequeños. Muchos de ellos nose dan cuenta, o minimizan las gananciaso pérdidas por debajo de un ciertoumbral. Habiendo llegado a estediagnóstico, el Estado debe aplicarracionalmente a esta luz el cálculo de

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construcción del apoyo político. Enciertas situaciones, su línea de actuaciónracional será crear unos pocos grandesganadores (cuyo apoyo puede de estemodo comprar) equiparados por muchospequeños perdedores (que no sienten elperjuicio). Esta es la razón de que puedaser una buena política imponer unafuerte carga tributaria al trigo extranjeropara hacer un favor a los agricultores, ypermitir que el precio del pan suba sóloun poquito[175], y más en generalfavorecer el interés del productor sobreel más difuso interés del consumidor,independientemente del hecho de que elproductor esté organizado para sacar un

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precio por su apoyo mientras que elconsumidor no lo esté, o lo esté demanera menos efectiva. Es innecesariorecordar que si el Estado, al controlar elfuncionamiento o precisamente por ir unpaso por delante de la oposición,recurre a cada grupo productor paraexplotar esta benigna asimetría, cadauno de sus ciudadanos tendrá, aldesempeñar un doble papel comoproductor y como consumidor, unanotable ganancia «financiada» medianteun gran número de pérdidas bastantepequeñas. El saldo neto de laredistribución, si es que lo hay y si esque puede determinarse, estará cubierto

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por grandes flujos de ganancias brutas ypérdidas brutas que afectan en gran partea la misma gente; el toma y daca«directo» continuará avanzando. Lascantidades de recursos amasados através de impuestos indirectos,subsidios y mediante la fijación deprecios, bien pueden empequeñecercualquier transferencia neta asociadacon el toma y daca.

Un argumento igualmenteperogrullesco lleva de la «políticaindustrial» al toma y daca. Parapromover su crecimiento o para salvarlade la decadencia y la extinción, elbeneficio político de ayudar a una

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empresa o una industria (especialmentecuando «proporciona puestos detrabajo») es probable que supere eldaño político causado por un pequeño ydifuso aumento de los costes afrontadospor otras empresas e industrias. Elresultado, pues, es que es bueno para elEstado democrático hacer que cadaindustria apoye a todas las demás dediversas formas, más o menosopacas[176]. De ahí se deriva un ampliosolapamiento de ganancias y pérdidasque se anulan a sí mismas, dejando quizásólo pequeñas astillas de cierta ganancianeta por aquí, cierta pérdida neta pora l l í . Dónde se localizan exactamente

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tales astillas debe ser de suyo un tantodudoso. Dada la intrincada naturaleza dela materia económica y social que estásiendo objeto del toma y daca, esenteramente posible tanto que laindustria a la que se pretendía ayudarresultara en realidad perjudicada, cómoque nadie pueda decir con seguridad dequé forma se produjo efecto neto alguno,si es que lo hubo.

Otro hilo de la argumentación acercadel toma y daca es la aparente asimetríaentre las capacidades de los Estadosdemocráticos para decir que sí y paradecir que no. Resistir la presión,rechazar las demandas de un interés o

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simplemente abstenerse de hacer algúnbien para el que hay mucho apoyodesinteresado, tiene las más de las vecesun inmediato, indiscutible y tal vezamenazador coste político. El beneficiopolítico de decir que no, por otra parte,normalmente es a largo plazo,especulativo y de lenta maduración. Estádevaluado por el descuento que suponela inseguridad de los puestos políticossobre las recompensas distantes, asícomo por la trivial naturaleza de «gotaen el cubo» de la mayoría de lasdecisiones individuales de tipo sí o no.

En una sociedad ricamentediferenciada con una gran variedad de

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precupaciones e intereses, el Estado estáconstantemente haciendo números depequeñas decisiones en favor o encontra de tal interés, cada una de loscuales supone «un millón por aquí, unmillón por allí». Se reconoce que suimporte se eleva pronto a billones y, con«un billón por aquí y otro por allí,cuando quieres acordar estás hablandode dinero de verdad». Con todo, ningunade las decisiones individuales lleva alEstado de un salto del reino de losmillones al reino del dinero de verdad.El día del juicio dista más de unasemana («mucho tiempo en política») ycomo los compromisos y aplazamientos

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de temas tienen una ventaja sui generissobre las soluciones «tajantes», elEstado normalmente acaba porsatisfacer al menos parcialmentecualquier demanda dada. Sin embargo,tanto Pedro como Pablo tienenfrecuentes ocasiones de formulardemandas diversas al Estado; mientrasmás veces hayan tenido éxito en susdemandas con anterioridad, con másfrecuencia tenderán a presentardemandas ahora. Como quiera que lainclinación del sistema es tal que tiendea decir al menos un «sí» parcial a lamayoría de ellas, el principal resultadotiene que ser el toma y daca. Tanto a

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Pedro como a Pablo se les pagarándiversas cantidades robándoles a ambosde diversas formas más o menostransparentes, con una posiblementepequeña redistribución neta en favor dePablo aflorando como subproductoresidual.

Una consecuencia natural de loanterior es que algunas personas ogrupos obtendrán beneficios de algunosacuerdos redistributivos directos oinintencionados aunque perdiendo más omenos las mismas cantidades en otros.No todos pueden entender esto porcompleto, ni lo intentarán siquiera, yreconocer su posición neta, si es que en

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efecto cabe hablar objetivamente deposición neta. Ya que la políticaeconómica provoca que los precios yrentas de los factores sean distintos delos que serían en un Estado capitalistasin políticas, y puesto que en algún casopuede ser intrínsecamente imposible«conocer» la definitiva incidencia delconjunto total de directrices, incentivos,prohibiciones, impuestos, tarifas, etc.,vigentes, no es necesario que unciudadano sea estúpido para que seequivoque acerca de lo que le supone eltoma y daca que le circunda[177].

Fomentar el error sistemáticointeresa al Estado[178]. Mientras más

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personas haya que se considerenganadores y menos que protesten contraesto, más fácil es —hablando concrudeza— dividir a la sociedad en dosmitades moderadamente desiguales yasegurarse el apoyo de la mitadpreponderante. No obstante, con la libreentrada en la competición por el poderestatal y por tanto la extremaimprobabilidad de connivencia entrerivales, la oposición debe tratar dedisipar el error sistemático tan prontocomo el Estado consiga provocarlo, enrealidad debe tratar de provocar el errorsistemático de signo contrariodiciéndole a los ganadores que son

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perdedores. Sea quien fuere el que estéen el poder en los Estadosdemocráticos, es empeño constante de laoposición el persuadir a la amplia clasemedia de que está pagando más enimpuestos de lo que se le estádevolviendo y decirle a la clasetrabajadora (si todavía se admite queexiste una categoría tan anticuada) queel peso del Estado del bienestardescansa realmente sobre su espalda.(Cuando están en la oposición,«derechas» e «izquierdas» llegan ambasa alguna conclusión semejante desdepremisas antagónicas, más o menoscomo sigue: los niveles de vida de los

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trabajadores son demasiado bajosporque los beneficios son demasiadobajos/altos). Sea cual fuere la verdaderainfluencia de estos debates, no haybuenas razones para suponer quesencillamente se anulan el uno al otro. Apriori parece probable que a medidaque el sistema redistributivo esté másaltamente desarrollado y carezca de unsistema fijo y más difícil resulte rastrearsus ramificaciones, más espacio debehaber para la falsa conciencia, para lasilusiones y para los errores manifiestospor parte tanto del Estado como de susciudadanos.

Contrariamente al afilado resultado

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de una pura subasta redistributiva de losricos al centro en una sociedadhomogénea de interés único (ver págs.232-238), el toma y daca complejo,adictivo, de grupos de interésheterogéneos parece producir una pautamucho más borrosa. Muy probablementepueda producir varias de esas pautas yrealmente no podemos predecir cuál deellas será. Puesto que hay una grancantidad de formas alternativas en lasque puede alinearse una disparmultiplicidad altamente diferenciada deintereses de la sociedad, no cabe ya unapresunción (tal como he establecidopara una sociedad homogénea) de una

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pauta de redistribución mejor, imbatibleque un competidor político puedaequiparar pero no superar. De ahí queno se necesite que haya una fuertetendencia en favor de la convergencia deprogramas ni hacia la desaparición deauténticas alternativas políticas. Unapolítica un tanto derechista y unapolítica reconociblemente izquierdistapueden ser serias rivales mutuamente.

No obstante, cualquier rivalidadentraña todavía ofertas competitivas dedeterminadas transferencias netas dedinero, servicios, favores o libertadesde unos a otros, pues con las demáscosas iguales, el que haga alguna oferta

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semejante puede, según los supuestoscorrientes acerca de por qué la genteapoya una política, generar más apoyoque el que no haga ninguna. Este es elcaso aun cuando persistan muchasincertidumbres acerca de la forma de laoferta ganadora. (Obsérvese que nobastará una dependencia determinista delos «electorados naturales» ni de losprogramas que cualquiera de los doselectorados imponga a su defensor;muchos intereses no se ajustan ya aningún electorado natural, de izquierdas,de derechas, conservador o socialista,sino que engrosan el «centro oscilante»al que se debe comprar). Nuestra teoría

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se hace más imprecisa, comoprobablemente debe ocurrir en sudescenso hacia un nivel cada vez menosabstracto.

Sin embargo, la fuerza central de lateoría no se ha perdido del todo. Aldepender mucho la ocupación del poderdel consentimiento de sus propiosciudadanos, la rivalidad empuja todavíaal Estado a entrar en alguna subastaredistributiva. La comparabilidad de lasofertas rivales está más limitada que enla versión abstracta de impuestos ytransferencias de ricos al centro. Ya nohay una presentación simultánea deofertas de un conjunto coherente de

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pagos positivos y negativos a cambio deapoyo, dirigido a unos segmentosespeciales de la sociedad. En lugar deeso, hay una continua cascada (que quizáfluye y refluye con el calendarioelectoral) de ayudas y multas,subvenciones y prohibiciones, tarifas ydevoluciones, privilegios y trabas,algunos de los cuales pueden serdifíciles de cuantificar. La cascada de laoposición es promesa, la cascada delEstado es, al menos en parte, actuación.La comparación entre ambas no esevidentemente iluminadora para unapersona con intereses múltiples que vandesde los derechos civiles a la hipoteca

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de su casa, la feria de muestras en sunegocio y la mala calidad de laenseñanza en el colegio de sus hijos, porno mencionar sino a unos cuantos enorden aleatorio.

No es necesario que las ofertasrivales sean muy similares, ni queagoten por completo todo el «saldo»potencial disponible para laredistribución. El concepto mismo desaldo potencial debe ser reinterpretadode manera menos precisa. Ya no puedeser tratado como coextensivo con lacapacidad contributiva, tanto menoscomo que una gran cantidad deredistribución es un resultado indirecto

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de varias políticas estatales y circunvalaa los impuestos totalmente. No obstante,una vez señalado esto debidamente, hayque decir que la competencia políticasignifica todavía que ningún rival puedepermitirse el lujo de contentarse conofrecer ganancias redistributivas netasmucho menores que su estimaciónprovisional de la pérdida neta que puedeimponer sin peligro a los perdedores.

La interdependencia, dentro decualquier sistema social diferenciado,entre quién consigue qué y quién hacequé y los escasos supuestos habitualesacerca de la psicología y elfuncionamiento de los regímenes

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políticos que dependen delconsentimiento, introducidos en estasección, conducen al tema desde elequilibrio competitivo a lo quepropongo denominar el último dilemademocrático.

Por encima y más allá de cualquierredistribución directa, se generará unagran cantidad de toma y daca indirecto.El Estado se comprometerá asimismo,sin ayuda de nadie y respondiendo aincentivos políticos específicos, en undirecto toma y daca adicional. El efectoadictivo de las ganancias (brutas) deltoma y daca, señaladamente el estímulosuministrado a la proliferación de

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grupos de interés, es probable que setraduzca en ulterior crecimiento en eltiempo del toma y daca, pese a laausencia y cuasiimposibilidad deganancias netas. La falsa conciencia, elerror sistemático, un tanto deesquizofrenia de productor-consumidory cierta inclinación al gorroneo en laactuación de grupo en pro de sacarganancias (sin importar que después deque cada uno de los demás grupos hayansacado sus ganancias, la participacióndel primer grupo en los costes totalesresultantes haya liquidado la suya) —todas estas desviaciones pueden sersuficientes para compensar, hasta cierto

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punto, los inconvenientes y costes deltoma y daca y producir aún beneficiospolíticos en última instancia—. Sinembargo, mientras más toma y daca seproduzca, más probable es que decaigael saldo, tanto porque más toma y dacasupone más gobierno, más anulación decontratos privados mutuamenteaceptables, más influencia estatal sobrela disponibilidad de rentas y losderechos de propiedad (lo que puedeperturbar a media sociedad), como acausa de alguna quizá confusa,inexpresable frustración, indignación ydecepción por el hecho de que tantoruido redistributivo se traduzca en

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último término en tan pocas nueces (loque puede perturbar a la otra mitad).

Un poco como el hedonista políticoindividual que comprueba que a medidaque el Estado aumenta el placer queotorga, después de un cierto punto (alque puede o no haber llegado yarealmente) el dolor que le acompañaaumenta más deprisa y sería mejor si sepudiera parar justo antes de llegarexactamente ahí, es también probableque la sociedad llegue a un cierto puntode equivalencia marginal de dolor-placer donde «le gustaría pararse». Sinembargo, no hay un significadooperativo en este «le gustaría». La

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sociedad no puede exigir una parada, nipuede adoptar ninguna otra decisión(aunque las mayorías pueden tomar unalimitada gama de decisiones en sunombre y los representantes de lamayoría puedan decidir más cuestionese n su nombre, y el Estado llevarlas acabo en su nombre, lo que no se discuteaquí en absoluto). Aunque descubrieraque demasiados de sus acuerdos hansido objeto de un toma y daca en mayormedida de lo que considerara agradableo ciertamente tolerable, la sociedadcarece de un recurso claro contra elproceso político democrático queprodujo este resultado. Puede reaccionar

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con incomprendida furia, con lo que elex presidente francés Valery Giscardd’Estaing llamó acertadamente«sombríos disturbios» y hosco cinismo.Su frustración evidentemente amenazarála supervivencia política del Estadoque, por descuido, por seguir la línea demínima resistencia y las presiones de laestructura social provocadas por supropia búsqueda del consentimiento, hallevado demasiado lejos el toma y daca.

Por otra parte, lo neto implica lobruto, la auténtica redistribución vaacompañada del toma y daca. Si lacontinuada ocupación del poder dictauna cierta redistribución genuina, es casi

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seguro que habrá de producirse porañadidura un creciente volumen de tomay daca por una buena razón o por otra.Con todo, si lo anterior es consecuentecon la supervivencia política, lo últimopuede ser excesivo para ella.Consiguientemente no puede haber yaninguna postura política de equilibrioposible, ni siquiera la del Estado quehace el trabajo penoso sin provecho.Puede llegarse a un verdadero callejónsin salida existencial: el Estado debe y ala vez no debe redistribuir.

Es esta contradicción la quecondiciona la mixta, desorientada,desdoblada personalidad de muchos

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Estados democráticos actuales[179].La ideología debe ir codo con codo

con el interés. En los últimos años, laideología dominante de la democraciaoccidental ha ido cautelosamentecooptando unos cuantos de lospreviamente rechazados elementos delanarquismo teórico, el pensamientolibertario y el individualismotradicional; antes de que nos demoscuenta de dónde estamos, HerbertSpencer estará de rabiosa moda. En unplano menos cerebral, se han lanzadoprofundamente sentidas reivindicacionesen favor del «repliegue del Estado».Como infaliblemente señala el viraje de

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la moda ideológica, en cierto sentido seha convertido en una política inteligentepara el Estado el replegarse a sí mismo.

Desgarrado entre un interés racionalpor seguir produciendo los «valoresdemocráticos» de los que los mismosbeneficiarios le han enseñado adepender (y al menos continuarsosteniendo si no fomentando a losgrupos de interés de cuyo apoyo nopuede permitirse prescindir), y unigualmente racional interés enreaccionar ante los crecientespoujadisme, frustración eingobernabilidad de gran parte de lamisma gente y gran parte de los mismos

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intereses haciendo prácticamente locontrario, el Estado da vueltas ymasculla explicaciones de sus propiasevoluciones incoherentes conincoherente retórica. Ante la duda,combatiendo a trompicones su propianaturaleza, se resiste a sus propiosintentos de reducirse a sí mismo.

Hacia una teoría del Estado

Para un Estado que persiguesus propios fines sería racionalescapar de la rutina donde supoder se agota en su propiareproducción.

¿«Degeneró» efectivamente la

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República de Platón en el camino que vade la democracia al despotismo?

Este es el lugar para que atemos másestrechamente algunos de nuestroscabos. Dependiendo de la escala y laperspectiva de análisis, es posiblecontemplar al Estado de diversasformas. Una es concebirlo como uninstrumento inanimado, como unamáquina. No tiene fines ni voluntad; sólolas personas tienen fines. Porconsiguiente, la explicación y lapredicción de sus movimientos debeocuparse exclusivamente de laspersonas que manejan el instrumento ymueven las palancas de la máquina. Otra

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es fusionar a la máquina y a la gente quela hace funcionar y considerar al Estadocomo una institución viva que secomporta como lo haría si pudiera elegirentre finés alternativos y al hacerlopareciera conformarse a unarudimentaria racionalidad. Hemosadoptado todo el tiempo esta últimaperspectiva, no porque sea más realista(que no lo es) sino porque parece la másfértil en consecuencias deductivasplausibles.

Una vez que concebimos al Estadocomo si tuviera sus propios fines y supropia voluntad, las teorías y lasdoctrinas que sostienen que el Estado

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está al servicio de los intereses delbuscador de eminencia hobbesiano, delmiope cazador de ciervos rousseaunianoo del opresor de clase engelsiano,asumen una categoría fuertementecuestionable: pues por muy convincentesque resulten los informes que aportansobre cómo el Estado pudiera estar alservicio de tales intereses oefectivamente lo está, no aducen larazón por la que ha de estar al serviciode ellos. Mientras que todavía lasuposición de que una voluntad persiguela satisfacción de su propios fines puededarse por sentada (está implícita en laracionalidad; además es difícil concebir

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una voluntad que flota libremente, noasociada con ninguna finalidad), lasuposición de que trata de servir a losfines de otros necesita justificación,confirmación explícita de algún tipo. Enmi opinión no existe tal confirmaciónpara ello ni en la teoría contractualistani en la teoría marxista del Estado. Dehecho, puede constituir un error dedenominación llamar teoría del Estado acualquiera de las dos, aunque ambas sonteorías del interés individual (o declase) de los ciudadanos en el Estado.Por otra parte, como he sostenido en elcapítulo 1, aún si se dieran buenasrazones para ello, el Estado no podría

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perseguir los intereses de susciudadanos a no ser que fueranhomogéneos. Su relación adversariahacia ellos es inherente al hecho detener que decantarse de un lado u otroentre intereses en conflicto si es queefectivamente ha de tener alguna«política».

Una teoría del Estado válida nodebiera tener que confiar en la gratuitasuposición de que el Estado estásubordinado a ningún otro interésdistinto del suyo propio. Debieradedicarse a la explicación del papel delEstado en la historia política en funciónde cómo sus intereses interactúan,

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compiten, se enfrentan con los interesesde otros y a su debido tiempo se adaptana ellos[180].

Sin embargo, ¿cuál es el enfoqueadecuado de los intereses del Estado?¿Cuándo decimos efectivamente que estáutilizando su poder para promover susfines? Desde el principio hereconciliado la racionalidad con laposibilidad de «minimalismo»estableciendo el «signo» que un Estadoelegirá para ser mínimo («capitalista»,«aprogramático» —términosalternativos que considero que tienensustancialmente el mismo efecto que«mínimo»), si sus fines se encuentran

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más allá de la política y no puedenalcanzarse mediante la utilización delpoder— si no son las satisfacciones degobernar. Por otra parte, todas laspolíticas que un Estado no mínimoadopte son, tautológicamente, en suinterés, en el cumplimiento de sus fines,excepto cuando esté actuandotontamente. No obstante, algunas deestas políticas pueden con tododistinguirse de las demás. Dentro de estaseparación, puede encajarse latransparente finalidad de una teoría delEstado.

Ciertas políticas, y las medidasespecíficas que exigen, pueden al menos

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conceptualmente singularizarse por teneruna característica negativa común: noparecen contribuir a ningún finplausible, ni satisfacer un gustomanifiesto, ni aumentar otro disfruteconcebible del Estado que no sea el demantenerse en el poder. Sólocontribuyen a mantenerlo en el poder.Utilizan el poder con objeto dereproducirlo. Si es correcto decir quelos senadores romanos no sentían unamor altruista por la plebe, y sinembargo le daban pan y circo, «tienenque haberlo» hecho porque les parecíanecesario para el mantenimiento delorden existente. Si puede aceptarse que

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Richelieu efectivamente no prefería enrealidad a los ciudadanos en relacióncon los nobles, y a pesar de todofavoreció a aquellos para debilitar aestos últimos, «tiene que haberlo» hechocon objeto de consolidar el poder real.(El «tiene que haberlo» es invitar entrecomillas a la complicidad e indulgenciadel lector. De este modo gran parte de laexplicación histórica no es,inevitablemente y creo queadecuadamente, más que la elevación dela hipótesis menos irrazonable al rangode causa verdadera).

Algunas medidas, además dereproducir el poder del Estado, pueden

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contribuir a sus otros fines también. Sunaturaleza es tal que ninguna presunciónen contrario se mantiene. Cuando unpresidente Perón o un gobierno africanocontemporáneo mima a las masasurbanas podemos decir que «debe» estarhaciéndolo porque ha apostado susupervivencia política a su apoyo (oaquiescencia), pero no es absurdoreconocer que también le gusta. Portanto, puede realmente agradarlemejorar a los trabajadores, oficinistas ysoldados a expensas de los arrogantespotentados del ganado vacuno o de losobtusos aldeanos tribales. La forma deestas medidas revela su compra de

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apoyo, su función de mantenimiento enel poder, pese a que permita lasuposición de que se está realizandoalgún otro fin también. Gran parte de laredistribución emprendida por elmoderno Estado democrático tiene estaforma.

No obstante, hay suficienteevidencia histórica de una bien definidaclase de otras políticas y actuacionesdel Estado que utilizan el poder estatalsin que contribuyan de manerainteligible, plausible, a sumantenimiento. Las políticas religiosasde Jaime II, las campañas de Carlos XIIde Suecia o el despilfarro de los

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Borbones de Nápoles, como mínimo,debilitaron su posesión del poder. Losfracasados intentos de Gladstone deconceder una Home Rule a Irlanda, laKulturkampf librada por el SegundoReich, o la casi beligerancia americanadel lado británico en 1940 consumieronparte del apoyo disfrutado por losrespectivos gobiernos. Aunque puedeque hubieran hecho lo correcto, esdifícil argüir que fueron buenaspolíticas. Si a pesar de todo procedieronde acuerdo con tales políticas, «debían»estar tratando de realizar algún findistinto de la prolongación de suposesión del poder. Cuando Pedro el

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Grande hizo entrar a los alemanes paraque organizaran Rusia, se hizo a símismo odioso y alteró implacablementelas viejas formas, estaba consumiendoel poder a corto plazo (tenía una reservadisponible) aún en el caso de que losefectos a más largo plazo fortalecieranel trono (lo cual es discutible).

Una analogía hará todavía más clarala distinción. Conceptualmente, estamosacostumbrados a la idea de «salarios desubsistencia». Marx edificó toda sudesafortunada teoría del valor y delcapital sobre la idea del tiempo detrabajo «socialmente necesario» para lareproducción del trabajador. Sólo una

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parte del tiempo del trabajador esconsumido para producir la subsistenciaque necesita para seguir trabajando, y lasubsistencia es todo lo que consigue[181].No importa que la subsistencia resulteimposible de precisar. Como idea, essimple y poderosa y conducedirectamente a la plusvalía y la lucha declases. En nuestro sistema, la utilizacióndel poder necesario para sumantenimiento toma el lugar del salariode subsistencia gastado en elmantenimiento del trabajador. Laplusvalía que su tiempo de trabajo haproducido adicionalmente correspondeal capital como pago a su dominación.

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En nuestro esquema, la «plusvalía»correspondería a cualesquierasatisfacciones que el Estado puedapermitirse por procurarse para sí mismomás allá y por encima del mantenimientode su ocupación del poder. Otraanalogía menos «analítica» es la que hayentre ingresos e ingresos discrecionales,poder y poder discrecional.

El poder discrecional es el quepuede utilizar el Estado para hacer quesus ciudadanos escuchen a Bach y noescuchen rock; para cambiar el curso deríos inmensos y transformar lanaturaleza; para construir palaciospresidenciales y oficinas

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gubernamentales de acuerdo con susgustos y sentido de la proporción; pararepartir recompensas y prebendas aaquellos que lo merecen y manteneroprimidos a los que se lo merezcan, sintener en cuenta la conveniencia política;para convertir en buenas y apoyar aaquellas causas por las que susciudadanos apenas se preocupan; paraperseguir la grandeza nacional, invertiren el bienestar de una distanteposteridad y hacer que otros adopten susvalores.

Nuestra teoría no sería una teoríasocial si al final no tuvieraconsecuencias negativas, si no tuviera

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efectos secundarios indirectos deretorno, ni «bucles de realimentación».Así, es enteramente probable que unavez que el Estado haya hecho que lagente practique el culto a Bach y sehayan enseñado a sí mismos a degustarloen debida forma, se «identificarán»mejor con el Estado que les confirió susgustos. Del mismo modo, el esplendordel palacio presidencial, la consecuciónde la grandeza nacional y el «ser losprimeros en la carrera espacial» puedenacabar implantando en la concienciapública un cierto sentido de lalegitimidad del Estado, una quizácreciente complacencia en obedecerle

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sin tener en cuenta para nada lasesperanzas de ganancias o el temor a laspérdidas. De ahí que puedan servircomo un sucedáneo artificioso y deacción lenta de la compra delconsentimiento. Como la reformaadministrativa de Pedro el Grande, noobstante, requieren un margendiscrecional de poder actual aun cuandoestén seguros de que producirá unamayor legitimidad o un aparatorepresivo más poderoso o ambos másadelante.

En vez de decir, tautológicamente,que el Estado racional persigue susintereses y maximiza sus fines,

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cualesquiera que fueren, propongoadoptar como criterio de su racionalidadel que trate de maximizar su poderdiscrecional[182] [183].

El poder discrecional permite alEstado hacer que sus ciudadanos haganlo que él quiera y no lo que quieranellos. Es ejercitado mediante ladesposesión de su propiedad y sulibertad. El Estado puede apropiarse deldinero de la gente y comprar cosas(incluyendo sus servicios) con él. Puedeasimismo anular sus intencionesespontáneas y ordenarles que sirvan asus propósitos. No obstante, cuando elEstado está defendiendo su tenencia del

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poder en una competición abierta, todala propiedad y libertad que puedaapropiarse es, de acuerdo con ladefinición del equilibrio competitivo,dedicada a la «reproducción» del poder,esto es al mantenimiento de su tenenciadel poder mediante la redistribución. Laexistencia de un excedente discrecionaldesmentiría la presunción de lacompetición, según la cual es imposiblereordenar o enriquecer la pauta dedistribución a fin de obtener más apoyopara ella (cf. la sección anterior de estecapítulo sobre el carácter break-even,sin pérdidas ni beneficios, delequilibrio). Esta circunstancia pierde

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algo de precisión y rigidez a medida quenos movemos hacia niveles más bajosde abstracción; introducimos oscuridad,un cierto margen de error, pero ningúnnuevo conjunto de razones que hagaprobable la aparición de un apreciableexcedente discrecional.

En este punto el Estado hacompletado su transformacióninconsciente, de ser el seductor quelibremente ofrece reforma utilitarista, unhombre un voto y justicia distributiva, aser el esclavo del trabajo que no hacesino enfrentarse a sus autoimpuestasobligaciones redistributivas. Además, seha atrapado a sí mismo en varios puntos

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a la vez. Uno es la competición, el estar«amarrado al duro banco». Otro es elcarácter cambiante de la sociedad enrespuesta a su propia actividadredistributiva, señaladamente laadicción a la ayuda, el comportamientogorrón por parte de cada grupo deinterés hacia todo los demás y laprogresiva pérdida de control sobre laredistribución. Una forma extrema deeste apuro es tener que habérselas conuna sociedad «ingobernable». Porúltimo, como la redistribución directaestá recubierta de capas cada vez másespesas de toma y daca, no cabeequilibrio posible en cuanto al apuro

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democrático esencial: la sociedad exigey a la vez rechaza el papel redistributivodel Estado. Este, al mantener elconsentimiento, se ve obligado a seguirexpandiéndose y a la vez a «replegarse así mismo».

No obstante, si hubiéramos dedescartar esta proposición que llevaimplícita una contradicción terminalcomo un simple juego de palabrasdialéctico y permitir que el equilibriopersistiera, esto último todavía norepresentaría un máximo adecuado parael Estado, excepto en el tenue sentido enque ganarse el salario de subsistencia esun máximo para el trabajador. Sin

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ningún poder discrecional, o con unpoder discrecional insignificante, elEstado está mejor que en ninguna otrapostura posible, en cualquiera de lascuales perdería del todo el poder y seríareemplazado por su oposición[184]. Esracional para él aferrarse a estaposición. Bien puede contentarse conella y simplemente seguir adelante apesar de todo. No obstante, sideliberadamente pudiera cambiaralgunas de las alternativas disponibles,esto es modificar a su favor el ambientesocial y político al que se adapta al«maximizar», podría salir mejor parado.El reconocimiento de alguna

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posibilidad de este tipo (aunque nonecesariamente de alguna actuaciónpara llevarla a cabo) puedeconsiderarse de hecho como un criteriode otra clase más alta de racionalidad.El hacerse menos dependiente delconsentimiento de sus ciudadanos y elhacer más difícil la competencia parasus rivales equivaldría a mejorar elambiente en lugar de adaptarse a él.

No es, por supuesto, realmenteirracional que el Estado no haga esto.Yo no sostengo que exista ningunanecesidad histórica, ninguna inexorabledinámica que tenga que provocar quecualquier Estado, si está en su sano

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juicio, haya de volverse totalitario. Porotra parte, no aceptaría que, como laRepública de Platón en su camino desdela democracia hacia el despotismo, elEstado «degenere» en el proceso. Si haperfeccionado su capacidad de lograrsus objetivos no ha degenerado, aunquebien puede haberse vuelto menosdispuesto a estar al servicio de lospropósitos del observador, quien tendríaentonces toda la razón para alarmarsepor el cambio. Sí sostengo, sin embargo,que es racional en un sentido máselevado, «estratégico» de laracionalidad distinto del sentido«táctico» de la adaptación óptima, que

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por regla general el Estado se vuelvemás totalitario en vez de menos en lamedida en que pueda conseguir hacerloimpunemente, esto es mantener el apoyomayoritario durante la etapa en quetodavía lo necesita. Es también racionalque un rival por el poder proponga, endemocracia, una alternativa mástotalitaria si esta es más atractiva parala mayoría aunque sea menos atractivapara la minoría[185]. Por tanto, en lapolítica competitiva, democrática,siempre hay una propensión latente enfavor de una transformación totalitaria.Se manifiesta en la frecuente apariciónde políticas socialistas dentro de los

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programas no socialistas de gobierno yoposición y en las vetas socialistasdentro de la ideología liberal.

Que este potencial se realice o no, yhasta qué punto, es cuestión casi delazar, del fundamentalmenteimpredecible escenario histórico. Porpuro contraste, no puede derivarselógicamente ninguna potencialidad ensentido inverso, en favor de latransformación democrática de unEstado totalitario, de ningún supuesto demaximización que admitiera que elEstado tiene el tipo de fines,cualesquiera que concretamente fueran,cuya realización exija el uso

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discrecional del poder.

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Capítulo 5

CAPITALISMO DEESTADO

¿Qué hacer?

El capitalismo estatal es lafusión del poder político y eleconómico. Termina con laanomalía de que la fuerzaarmada se concentre en elEstado, mientras que lapropiedad del capital se dispersapor toda la sociedad civil.

Finalmente se impedirá a la gente

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que reclame por medio de la política loque se le niega por la economía.

Cuando instruyó a la élite que notenía el poder en ¿Qué hacer?, Leninquería que su partido fuera conquistadopor el profesionalismo, el secreto, laespecialización y la exclusividad.Severo y gélido, su programa no era deltipo que el aspirante al poder puedeexponer abiertamente ante un público alque necesita seducir. Exponerlo habríamalogrado sus posibilidades, si en algúnmomento hubieran dependido del amplioapoyo público o de cualquier otramanera de capturar el poder supremoque no fuera la de la quiebra del titular

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anterior, es decir por el colapso, en elcaos de una guerra perdida y larevolución de febrero de 1917, de lasdefensas del régimen que pretendíasustituir. Él estaba a favor de hacersecon la sociedad de improviso,asegurándose los instrumentosesenciales de represión y utilizándolossin muchas contemplaciones respecto alconsentimiento popular. Como loformuló casi en vísperas de la asuncióndel poder bolchevique en octubre de1917, «el pueblo tal como es hoy» másque como se supone que llega a ser enlas «utopías anarquistas» «no puedearreglárselas sin subordinación», que

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«debe ser a la vanguardia armada detodo el pueblo trabajador y explotado,es decir, al proletariado»[186], no diluidapor la jerga pequeñoburguesa acerca dela «sumisión pacífica de la minoría a lamayoría»[187]. Él consideró«espléndido» por parte de Engels quedeclarara que «el proletariado necesitaal Estado, no en interés de la libertadsino con objeto de someter a susadversarios»[188]. Una vez en el poder,se quejaba de que «nuestro gobierno esexcesivamente blando, con muchafrecuencia parece de gelatina, más quede acero»[189]; exigió que se olvidara laficción de un poder judicial imparcial,

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afirmando ominosamente que comoórganos del poder proletario, «lostribunales son un instrumento parainculcar la disciplina»[190], y explicandoque «no existe absolutamente ningunacontradicción de principio entre lademocracia soviética [esto es,socialista] y el ejercicio de poderesdictatoriales por parte deindividuos»[191]. (Esta verdad debe sertratada como profunda, aunque se derivede la «base material» de la sociedad,pues «la subordinación ciega a unaúnica voluntad es absolutamentenecesaria para el éxito de procesosorganizados sobre la pauta de la

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industria mecánica en gran escala»[192].En efecto, en sus primeros seis meses, elgobierno de Lenin liquidó en su mayorparte a los mencheviques o los evidentesdisparates acerca de la autoridaddescentralizada de las fábricassoviéticas, compartida por partesiguales, la autogestión de lostrabajadores y la proliferación depretextos para interminables discusionesy la «asambleítis» a todos los niveles ennombre de la democracia directa).

Todo esto fueron cosas bastantedramáticas, intragables y descaradas,adecuadas para los oídos de losvencedores y no encaminadas a

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reconciliarse con las víctimas. Laagenda para un ocupante del Estado quedepende del consentimiento de algo másque de una diminuta «vanguardia», seme antoja algo diametralmente diferente.Exceptuando el caso de ocupación de unEstado arrasado por la derrota en unaguerra trascendental, es tan probablecomo lo contrario que una minoríacínica malogre sus propiasposibilidades por su misma inteligencia,tan desagradable para el resto de lasociedad. En lugar de profesionalismo,el ocupante estatal al comienzo delcamino hacia el poder discrecionalnecesita amateurismo; en vez del secreto

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y la exclusividad, apertura y ampliacoopción[193].

Un ocupante del poder que dependadel consentimiento no debe hablar niactuar de manera demasiado maliciosa oprofesional acerca del poder, de cómoconseguirlo y cómo utilizarlo. No debeaparecer ni por un momento, ni siquieraverse a sí mismo, como parte de unaconspiración (aunque benigna) acerca decómo embaucar a la sociedad mientrasque se aparenta seguir sujeto a sumandato. Debe creer cándidamente queestá obedeciendo al mandato popular asu propia manera (la única forma en laque puede ser «realmente»,

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«completamente» obedecido).Si el efecto de sus políticas es

aprisionar a sus ciudadanos y privarlesde los medios de vida independiente quenecesitan para negar su consentimiento,esto debe tener lugar como unsubproducto que surge lentamente comoconsecuencia de las actuacionesconstructivas del Estado, cada una delas cuales los ciudadanos considerannatural que se acepte. El atrapamiento,la subyugación no debieran serpropósitos del Estado conscientementeestablecidos en mayor medida de lo queel beneficio monopolista constituya elobjetivo del empresario innovador.

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La ocupación del Estado es precariaen la medida en que su poder siguesiendo unidimensional, podermeramente político. Este es en granparte el caso en los escenarioshistóricos en los que el podereconómico se encuentra disperso portoda la sociedad civil, conforme a lanaturaleza intrínsecamente dispersa dela institución de la propiedad privada.Tales escenarios pueden parecemosnaturales, pero no son de ningún modo lanorma histórica. Desde un punto de vistaanalítico, asimismo, constituyen una raracuriosidad, una anomalía.

Ante el monopolio por el Estado de

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la fuerza armada organizada, es unaexcentricidad ilógica que el podereconómico se encuentra alojado, comolo estaba, en otros lugares. ¿No es undescuido, una extraña falta de apetitopor parte de alguien que la dualidad deestas dos fuentes de poder persistieradurante cierto tiempo? El énfasis de loshistoriadores modernos de diversascreencias sobre las posibles relacionescausales que se extienden en ambasdirecciones entre la propiedad delcapital y el poder del Estadosimplemente intensifica el misterio depor qué el dinero no ha compradotodavía las armas o las armas no han

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confiscado todavía el dinero.Un tipo de teoría política, no sin

idas y venidas, excluye esta anomalíanegando terminantemente laseparatividad y autonomía del poderpolítico (dejando aparte la «autonomíarelativa», que es un concepto demasiadoconvenientemente elástico como paramerecer atención seria). Tanto el poderpolítico como el económico cohabitanen la categoría metafísica de «capital» yestán conjuntamente al servicio de lanecesidad «objetiva» de su«reproducción ampliada». No obstante,si nos negamos a nosotros mismos lafacilidad de tal acomodaticia solución,

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nos quedamos con lo que parece unsistema extraordinariamente inestable.

Una inclinación del sistema hacia laanarquía o al menos un ciertoascendiente de la sociedad civil vis-à-vis el Estado correspondería a ladispersión del hasta ahora centralizadopoder político. Una vez en marcha, taldispersión podría fácilmente cobrarvelocidad. En un proceso hecho yderecho de dispersión del poderpolítico, los ejércitos privados, almantener a distancia del territorio alrecaudador de impuestos, arruinarían alEstado contribuyendo a la atrofia delejército estatal y presumiblemente a la

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mayor extensión de ejércitosprivados[194]. Actualmente no existe lamenor traza de tendencia alguna alcambio social que adopte talorientación. La eventualidad de unadispersión del poder político a tono conel poder económico disperso parece una«caja vacía» puramente simbólica.

Una inclinación en la otra dirección,hacia un capitalismo estatal con dominiodel Estado sobre la sociedad civil, secorresponde con la centralización delhasta ahora difuso poder económico y suunificación, en un lugar de decisión, conel poder político. La respuesta sumaria ala pregunta retórica «¿qué hacer?» por

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parte del ocupante es «fusionar el poderpolítico y el económico en un únicopoder estatal» e «integrar ciudadanía ymedio de vida» de manera que toda laexistencia del ciudadano estarágobernada por una y la misma relaciónde mando-obediencia, con esferas noseparadas de lo público y lo privado,sin lealtades divididas, sin centros depoder que se contrarresten, sinsantuarios ni sitio alguno adonde ir.

En la conciencia del Estado eigualmente en la pública, esteapocalíptico orden del día debe adoptarun aspecto prosaico, tranquilo, prácticoy anodino. Debiera, y lo hace con

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bastante facilidad, traducirse a sí mismoen alguna fórmula que la ideologíadominante haya representado como engran parte inofensiva, tal como «laconsolidación del control democráticosobre la economía», de manera que«funcione en armonía con lasprioridades de la sociedad».

Cuando digo que contrariamente a ladespiadada inteligencia estipulada porLenin, el Estado puede maximizar mejorsu poder sobre la sociedad civil siendoal principio un tanto inexperto ycándido, estoy pensando principalmenteen el beneficio de la confianzatransparente en el carácter indoloro y

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benigno de la ingeniería social yeconómica. Es verdaderamente buenopara el Estado considerar que lasmedidas necesarias para establecer el«control democrático» de la economíatendrán a su debido tiempo, como efectoprincipal, el aumento de la voz y el votopor parte del pueblo en la adecuadautilización del aparato productivo delpaís (o consecuencias de una similardescripción). Es bueno pues considerarsinceramente a las voces que mantienentodo lo contrario como oscurantistas ode mala fe.

Sustituir la dirección consciente delsistema social por el automatismo

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favorece a los objetivos últimos delEstado, pues toda medida «voluntarista»semejante probablemente provocará, pormedio de los cambios sistémicos que sevan acumulando, la necesidad demayores controles en algunos de losámbitos más inesperados. Mientrasmenos eficiente (al menos en el sentidode «menos autosostenido», «menosespontáneo» y menos «autorregulado»)llegue a ser el funcionamiento delsistema económico y social, más directoserá el control que tenga el Estado sobrela vida de la gente. Es una de lasnumerosas paradojas de la acciónracional que una cierta torpeza

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bienintencionada en la administraciónsocial y económica y la normalincapacidad para prever los efectos desus propias políticas sean mediosespecialmente apropiados para los finesdel Estado. Es la incompetencia,gubernamental la que, mediante lacreación de la necesidad de enderezarsus consecuencias, aumentaconstantemente el ámbito para que elEstado concentre en sus manos podereconómico y contribuya mejor a lafusión del poder económico con elpolítico. Es muy dudoso que lacompetencia gubernamental pudieraalguna vez conseguir que el proceso

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marchara a partir de una posición inicialdemocrática.

Acentuando la paradoja, podríamosavanzar algo más y argüir que el talanteque más ayuda a que el Estado se liberea sí mismo de su ingrato papel deesclavo democrático es el de confiadainocencia y obtusa sinceridad. En mielección de adjetivos, me inspiro en elejemplo de un folleto realizado por unteórico socialista sobre el programa deunidad de la izquierda francesa anteriora su victoria electoral de 1981. En estetrabajo se explica de manifiesta buena feque la nacionalización de la granindustria y de la banca reducirían el

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estatismo y la burocracia,proporcionarían una salvaguardaadicional para la democracia pluralistay crearían un mercado realmentelibre[195].

Esquemáticamente, el Estado seencontraría a sí mismo avanzando, lentapero constantemente, hacia el poderdiscrecional por seguir primerosimplemente la prescripción de la normaliberal. Al principio debe «confiar enlos precios y los mercados» para laasignación de recursos «y luego»proceder a redistribuir el productosocial resultante «como se requiere porla justicia»[196]. La incoherencia entre

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una asignación y una distribución a lasque se llega de esta forma debiera bastarpor sí sola para producir desequilibriosparciales, falsas señales y síntomas dedespilfarro. Ante la evidencia resultantede que «los mercados no funcionan», lasindustrias son incapaces de adaptarse alos cambios temporales, persiste eldesempleo y el comportamiento de losprecios es malo, debiera fomentarse elapoyo para que el Estado emprendierapolíticas más ambiciosas. Su pretendidoefecto sería la corrección de lasdisfunciones provocadas por la políticainicial. Uno de sus efectos no deseadospuede ser empeorar las disfunciones o

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hacer que afloren en algún otro ámbito.Otro es convertir casi inevitablemente aalgunas existencias, empleos, negocios,si no industrias enteras encompletamente dependientes de la«política económica», aunque haga quemuchos otros sientan una dependencia untanto parcial.

Este escenario con frecuenciadenominado con aprobación «económicamixta», sugiriendo un compromisocivilizado entre los interesescomplementarios de la iniciativaprivada y el control social meramente hapenetrado sin arrasar en el laberinto deobstáculos, murallas y bunkers donde la

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empresa privada puede en último caso, ya un cierto coste, proteger el sustento deaquellos, propietarios e igualmente nopropietarios, que tienen ocasión deoponerse al Estado. Sólo la abolición dela propiedad privada del capital asegurala desaparición de estos refugios. Una«economía mixta» necesita tomarmedidas muy extremas referidas a loscontroles estatales para que la empresaprivada deje de ser una base potencialde obstrucción u oposición políticas. Laplanificación, la política industrial y lajusticia distributiva son sucedáneosprometedores aunque imperfectos de lapropiedad estatal; el atributo esencial

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casi irremplazable de esta última no esel poder que presta al Estado sino elpoder que quita a la sociedad civil,como el relleno que sacas de unamuñeca de fieltro.

La transición al socialismo, en elsentido de una casi subconsciente,sonámbula clase de estrategia«maximax» por parte del Estado, tantopara aumentar su poder discrecionalp o t e n c i a l como para llevarefectivamente a cabo la mayor parteposible del potencial así creado, esprobable que sea pacífica, sorda y nodemasiado visible. Este es su enfoquede bajo riesgo y alta recompensa. Lejos

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de ser alguna ruidosa «batalla de lademocracia… para centralizar todos losinstrumentos de producción en manosdel Estado»; lejos de implicar algunaheroica ruptura revolucionaria de lacontinuidad; lejos de exigir la supresiónviolenta de la minoría acaudalada, latransición al socialismo seríaprobablemente tanto más cierta cuantomás confiara en la atrofia paulatina delos inicialmente independientes,autorregulados subsistemas de lasociedad. Cuando su librefuncionamiento fuera constreñido, ladeclinante vitalidad de los sucesivospedazos de la «economía mixta»

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eventualmente desembocará en unaaceptación pasiva de la paulatinaextensión de la propiedad pública, si noen pedirla a voces.

En una sección de su Capitalismo,socialismo y democracia dedicada a«La sociología de los intelectuales»,Schumpeter señala que los intelectuales(a los que define, un tanto severamente,como gente «que habla y escribe acercade temas ajenos a su competenciaprofesional» y que «carecen deresponsabilidad en los negociosprácticos») «no pueden dejar de roer losfundamentos de la sociedad capitalista».Impulsan la ideología que mina el orden

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capitalista que es notoriamenteimpotente para controlar a susintelectuales. «Sólo un gobierno denaturaleza no burguesa… en lascircunstancias modernas sólo unosocialista o fascista, es suficientementefuerte para disciplinarlos». Con lapropiedad privada del capital y laautonomía de los intereses particulares(que ellos se ocupan de socavarideológicamente), los intelectualespueden hasta cierto punto resistir frentea un Estado hostil, protegidos comoestán por «la fortaleza privada denegocios burgueses los cuales, o algunosde los cuales, darán cobijo a la

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víctima»[197]. El capitalismo de Estadoofrece mayores (y en términos de bienesintangibles como el estatus social, el serescuchado en las alturas y el tener unaaudiencia cautiva en la parte inferior dela sociedad, incomparablementemayores) recompensas a losintelectuales complacientes, nocorrosivos que las que ofrece elcapitalismo privado. Tales recompensaspueden o no compensarlos por el riesgolatente, en un mundo sin «fortalezasprivadas», de no tener dónde refugiarseen el caso de que se encontraran a símismos minando al sistema después detodo. Por qué los intelectuales, de entre

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todos los grupos, estratos, castas o loque sea, debieran tener una relaciónprivilegiada con el Estado socialista,por qué se les solicita y se lesrecompensa, es una cuestiónenigmática[198]; que sea «losuficientemente fuerte como paradisciplinarlos» me parece, en todo caso,una razón para no solicitarlos yrecompensarlos. Que el Estadosocialista atraiga al intelectual esbastante comprensible, dado el papel dela razón en la formulación y legitimaciónde la política activista. (He razonado elnatural sesgo de izquierdas de los muyinteligentes en el capítulo 2, pág. 114).

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Lo que es menos obvio es por qué esteamor no sigue siendo unilateral, por quéel Estado socialista acepta a losintelectuales en la valoración que hacende sí mismos —una extraña posición porparte de un monopsonista, el únicocomprador de sus servicios—.

Aun si existiera alguna razón difícilde desentrañar aunque racional paramimarles, nadie más necesita sermimado. La anterior y lamentablementepoco convincente digresión acerca delos intelectuales era para suministrar unrelieve más detallado a esta tesis. Ladeducción de Trotsky en La revolucióntraicionada, de que una vez que el

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Estado posee todo el capital, laoposición está muerta por lentainanición, quizá exagera el caso. Es noobstante correcta al resaltar la poderosafuerza coercitiva que se desploma sobrelos que tienen que mantener a unafamilia cuando lo político y loeconómico, en lugar de anularsemutuamente, se amalgaman y envuelvena una persona. El salario de subsistencianecesario para reproducir el trabajopuede o no tener un sentidodeterminable. (Yo ciertamente apuntaríaque al menos en la teoría del valor deMarx es una tautología. Sea cual fuere elsalario que en definitiva se pague, sin

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importar lo alto o lo bajo que sea, esidénticamente igual al salario desusbsistencia). Pero si el salario desubsistencia tuviera un significadoobjetivo, sólo el capitalismo estataltendría capacidad garantizada parareducir el salario efectivo de todo elmundo al nivel de subsistencia.

El recurso por parte de losasalariados insatisfechos al procesopolítico y las apelaciones al Estado enfavor de la justicia distributiva son, porsupuesto, absurdas en un mundo en elque el Estado es tanto parte como juez,es decir en el que ha conseguidofusionar el poder económico y el

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político. La finalidad del Estado alllevar a cabo tal fusión no esprincipalmente reducir a quienes seoponen a él a la inanición paulatina,aunque ese sea un resultado bastantevalioso. Se trata más bien de que puedeobtener no oposición a cambio de lamera «subsistencia», o si ese término esdemasiado fluido para ser útil, a cambiode menos de lo que tendría que pagarpor el consentimiento en un marcopolítico competitivo.

En lo que por alguna razón seconsidera como una contribuciónsustancial a la moderna teoría delEstado, el socialista americano James

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O’Connor considera que si el excedenteno se gastara en inversión social, o sederrochara en el interés de«monopolios» de titularidad privada quepudiesen sobrevivir, la industria detitularidad estatal podría conducir a la«liberación fiscal» del Estado[199]. Porimplicación, si no quedan «monopoliosprivados», o sólo unos pocos, en los quederrochar el excedente, y el Estado nose encuentra bajo presión competitivapara acometer más «inversión social»que la que le parezca oportuna, habrállevado a cabo su propósito racional,por lo que «liberación fiscal» es unadesignación quizá restringida pero

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sugestiva. No es sólo que maximiza supoder discrecional al afectar a lamayoría de un determinado entornosocial y económico (por ejemplo, elentorno definido por políticademocrática y «economía mixta»), sinoque ha perfeccionado el propio entornoal limpiar la sociedad civil del podereconómico que se encontraba difuso enel interior de ella. Dentro de talcontexto, hay mucho más poderdiscrecional disponible para que elEstado lo maximice, de manera que alcrearlo y llevarlo a cabo en su mayorparte (el Estado) ha, por así decirlo,maximizado el máximo.

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Sin embargo, ¿es completo su éxito?Parece faltar un eslabón crucial para queel capitalismo de Estado sea un sistemafactible. Pues si el Estado es el únicopatrón, puede liberar recursos para supropia utilización discrecionaldiciéndole al pueblo lo que tiene quehacer sin pagarle en exceso por suobediencia. Pero ¿qué va a impedir queun rival lo estropee todo y puje por elpoder político prometiendo salarios máselevados —como pujaría por el poderpolítico en el capitalismo privadoprometiendo más justicia distributiva—?¿Podemos, para ser más concretos, darpor supuesto que una vez que el poder

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económico esté plenamente concentradoen el Estado, las formas políticasdemocráticas pierden ipso facto sucontenido y, aunque se conservenpiadosamente, se convierten en ritosvacíos?

Pese a todo su pragmatismo, J. S.Mill fue, por una vez, bastantecategórico sobre este punto: «Si losempleados de todas estas diferentesempresas fueran nombrados y pagadospor el gobierno y de él esperaran todamejora en su vida, la más completalibertad de prensa y la más popularconstitución de la legislatura no harían aeste o a cualquier otro país libre sino de

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nombre»[200]. Lo que describe es,sustancialmente, la posición socialista(aunque presentada con el reverso de lamedalla al frente). Para los socialistashechos y derechos la idea de que elpropietario del capital renuncievoluntariamente a su dominación porsometerse al capricho de las urnas es,cuando menos, cómica. Para ellos, lasustitución de la democracia burguesapor la socialista supone salvaguardas deun tipo u otro contra la eventualidad deque las urnas produzcan resultadosretrógrados. Los resultados electoralesdeben respetar las realidades de lasnuevas «relaciones de producción» y la

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cuestión de que el Estado pierda laocupación del poder a manos de algúnrival demagógico no debe plantearse.

Sin embargo, no todos los Estadosadqui e r en primero una concienciasocialista y luego deciden sobre lanacionalización del capital. Que lascosas se hagan por ese orden es unescenario inconfundiblementetercermundista. En otros lugares, no esnecesariamente el más fiable. El Estadode una sociedad avanzada puede tantoquerer como tener que embarcarse en suautoemancipación, «maximizando» surumbo mientras se encuentra todavíacomprometido con las normas

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democráticas «burguesas». Aunque suaspecto competitivo puede haberloreducido a trabajo penoso, seguirásometido a esas normas tanto porque notiene, al menos todavía, suficiente poderpara hacerlo de otra forma, como porqueno tiene al principio una razónconvincente para afrontar el riesgo detorcerlas. Puede avanzar —¿odebiéramos decir moverse como unsonámbulo?— cierto trecho hacia elobjetivo del «maximax» y tal vez pasardel punto de no retorno sin transformarprimero la democracia «burguesa» en«popular». La política electoral es dehecho un promotor natural de la

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propiedad estatal, una vez que la«economía mixta» ha perdido bastantede su capacidad (y de su buenavoluntad) para adaptarse a cambiarcomo para que la nacionalización seconvierta en la evidente salvación de lasindustrias y los empleos en peligro. ElEstado puede permitirse de maneraventajosa deslizarse por esta vía socialdemocrática, donde la continuadaintervención de la política competitivade consentimiento sirve como estímulopara la creciente concentración de podereconómico en sus propias manos.

La soberanía popular y la políticacompetitiva con libre participación, sin

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embargo, son en definitivainconsecuentes con la raison d’être delcapitalismo estatal y de hecho lo haríanpedazos como sistema operativo. Endemocracia, se alienta a la gente aintentar conseguir, por medio delproceso político, lo que se les niegapor el económico. Toda la ambición delcapítulo 4 consistió en aislar y presentarlas peligrosas consecuencias, para elEstado y la sociedad civil, de estacontradicción. Aunque peligrosas y ensu efecto acumulativo malignas, noobstante, no son letales para un sistemadonde el poder político y el económicoestán razonablemente separados. Por

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otra parte, cuando estos están unidos, lacontradicción se hace asimismo máspoderosa. La competiciónmultipartidista por la ocupación delpapel del poseedor único de laeconomía y patrono de todo elelectorado, estaría combinando en unsistema características mutuamentedestructivas. Sería equivalente a pedir alos perceptores de salarios que fijaran,por votación, sus propios salarios ycargas laborales. Se necesita un esfuerzode imaginación para representarse elresultado[201]. Demócrata social osocialista democrático, el Estado nopuede vivir mucho tiempo con reglas

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que inexorablemente producen unsistema social que se devora a sí mismo.

Propietario y patrono, dispone ya desuficiente poder para empezar a torcerlas normas democráticas para evitarresultados demagógicos eincompatibles, adaptando el viejoproceso político a los requerimientosfuncionales del nuevo sistema social consus nuevas «relaciones de producción».Las posibles soluciones disponiblespara ello son de dos tipos básicos. Unoes conservar la democracia burguesacon competencia multipartidista, perorestringir progresivamente el alcance dela soberanía popular, de modo que al

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partido vencedor no se le adjudica todoel poder estatal sino sólo el poder sobreáreas donde las decisiones no puedanproducir incompatibilidades con elfuncionamiento planificado de laeconomía. (El hecho de que áreas talespuedan siquiera encontrarse depende,desde luego, en parte del entusiasmo conque se las busque). La contratación y eldespido de personal, el mando sobre elejército y la policía y los temas deingresos y gastos, deben reservarse paraun ejecutivo permanente no sujeto aelección ni destitución, pues (como losciudadanos responsables puedencomprender fácilmente) en otro caso las

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mejores ofertas demagógicas llevaríanrápidamente al fracaso. El ejecutivopermanente no electo entenderíaoportunamente que para asegurar laconsistencia de los orígenes y funcionesde todos los recursos es obligadoimponer su papel de liderazgo sobretodas las áreas de la vida socialincluyendo la educacional y la cultural,aunque pueda (con algún peligro para latranquilidad pública) admitir el papelconsultivo, en temas no críticos, dealguna asamblea electa multipartidista.

El otro tipo de solución es moderary reformar la competición política en símisma, señaladamente mediante la

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regulación de la participación, alefecto de que aunque una asambleaelecta continúa disponiendotécnicamente del poder del Estado comoun todo, llegue a ser difícil y a la largaimposible elegir personas quedispusieran de él de manerainapropiada. Por ejemplo, el ejecutivoestatal vigente podría investigar a loscandidatos propuestos pertenecientes alos diversos partidos desde tal punto devista. Puesto que todos son empleadosdel Estado (como lo son sus padres ehijos, esposas, parientes y amigos),podría oponerse a la candidatura dequienes pudieran no respetar su

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necesario papel de liderazgo. Talinvestigación permitiría la libreelección democrática de representantesresponsables, no demagógicos.Preocupándose tanto por el bienestar desus familias como por el del país,podrían confiar en apoyar (con unconsenso informal, una coalición formalo «frente nacional» y depurado demezquina rivalidad partidista) algobierno responsable, no demagógicodel Estado —proporcionándole laseguridad y continuidad de ocupación(del poder) que necesita para larealización pausada y estable de susfines—.

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Bien pueden darse otras formas másinsidiosas y discretas de torcer lasnormas democráticas, vaciarlas decontenido y convertirlas en ritos vacíosde modo que la competencia por elpoder del Estado deje de ser unaauténtica amenaza para el ocupante (delpoder). En ningún caso una «necesidadhistórica», ni algo que ocurre por símismo «no tocado por mano humanaalguna», este resultado es incluso elcorolario lógico de la preponderantepropiedad estatal y una condiciónnecesaria para el funcionamiento delsistema social del que tal propiedadforma parte.

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La destitución, pues, es abolida enla práctica. De un modo u otro se ponefin al hecho de que la gente utilice elproceso político para destituir a supropio patrono . A falta de talprotección, la relación patrono-empleado asumiría formas ridículas:potenciales patronos tendrían que pedira los empleados que les emplearan aellos, el trabajo se convertiría en objetode constantes consultas y el pago setasaría por uno mismo (a cada uno segúnlo que dice que se merece).

Con la abolición de la destitución, larevolución sube en la escala de lasalternativas políticas. De último

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recurso, se transforma en el primero yde hecho en el único recurso delhedonista político desengañado, del noconformista, del hombre que odia que sele mienta, así como del hombre que odiasu trabajo. Pues el cambio realmenteprofundo, que todo lo impregnaproducido por la Gleichschaltung delpoder económico con el político es quecuando se extienden dispersas lasestructuras autónomas de poder, todatensión deviene tensión entre Estado yciudadano.

Poco o nada puede resolverse en losucesivo en negociaciones bilateralesentre ciudadanos, propietarios y no

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propietarios, patronos y empleados,compradores y vendedores,terratenientes y arrendatarios, editores yescritores, banqueros y deudores.Excepto clandestina y criminalmente,hay poco que dar y tomar donde, almenos de derecho, sólo el Estado puededar. La negociación y el contrato sondesplazados en gran parte por relacionesde mando-obediencia. Desaparecen lasjerarquías independientes. Los grupossituados entre el hombre y el Estado seconvierten, en el mejor de los casos, en«correas de transmisión» y en el peor enfalsas organizaciones con el vacío trasde sí.

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Esto bien puede constituir una granfacilidad para el Estado. Sin embargo,es también una fuente de peligro. Ahoratodo es culpa del Estado; todas lasdecisiones que hacen daño sondecisiones suyas; y tentado como puedeestar de culpar a la «burocracia» y a la«pérdida de contacto con las masas» dela pestilencia de las alcantarillas, de losaburridos programas televisivos, de losmédicos descuidados, de lossupervisores despóticos, de losproductos de bajísima calidad y de lasdependientas apáticas, se encuentraatrapado en una grieta. Como Estado nodebe admitir que tiene la culpa, pese a

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que pueda rechazar a sus empleados yprocuradores cada cierto tiempo.

De este modo, el totalitarismo no escuestión de mentes fanáticas yvoluntades tiránicas «en las alturas», nide la aterradora ingenuidad de susideólogos. Es cuestión de defensapropia para cualquier Estado que hayaapostado fuerte y ganado, cambiandouna situación difícil por otra. Habiendoacumulado todo el poder para sí mismo,se ha convertido en el único foco detodo conflicto y debe construir defensastotalitarias a tono con su totalexposición.

¿Qué hacer para proteger al

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capitalismo estatal de la revolución? Talvez el peligro sea en gran parteacadémico, una caja vacía, una meracuestión de completitud lógica, pues larevolución se ha convertido en obsoletapor el progreso técnico. Las armas detiro rápido, los vehículos blindados, elcañón de agua, las «drogas de laverdad» y quizá por encima de todo elcontrol central de lastelecomunicaciones pueden haber hechoque la posición del ocupante del Estadosea mucho más fácil de defender que deatacar. Por algo se llama al Estadosucesor del Katherdersozialismus el delPanzersozialismus. Últimamente se dice

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que el ordenador ha invertido latendencia que favorece al ocupante delEstado. Aunque es difícil para elprofano comprender por qué estodebiera ser así (lo contrario pareceprima facie más probable), debemosdejar la cuestión para que la resuelvanmentes más cualificadas. En cualquiercaso, si es que las revolucionesmodernas son concebibles, hay unapresunción de que por las mismasrazones que le obligan a ser totalitario,el capitalismo de Estado corre mayoresriesgos y necesita defensas máspoderosas contra la revuelta que losEstados que no poseen, sino que

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meramente distribuyen lo que otrosposeen[202].

El terror y la televisión estatalresumen la concepción tópica de lo quees necesario para la seguridad delEstado. Indudablemente ambosdesempeñan su papel en la evitación delrecurso a la represión efectiva, más biena la manera de la medicina preventivaque reduce costes hospitalarios ymédicos. Sin embargo, las mejoresdefensas empiezan a funcionar a un nivelmás profundo, al inculcar la creencia enque ciertos rasgos básicos de la vidasocial, el «papel dirigente», lairrevocabilidad y continuidad del

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Estado, su monopolio del capital y suprimacía sobre el derecho individual,son inmutables. La determinación delEstado de utilizar a sus ciudadanosnunca debiera vacilar, ni aumentar nidisminuir. Su suerte debe serpreordenada, estable; no debieraempeorar significativamente pero contodo debiera mejorar sólo condeliberada lentitud; el cambio rápido encualquier dirección es malo, pero de losdos, el cambio rápido a mejor es máspeligroso. Al igual que en economía«todo está en Marshall», así ensociología «todo ha sido dicho porTocqueville». Tres capítulos de su

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Ancien régime et la révolution lo dicentodo: cómo la creciente prosperidad y elavance hacia la igualdad acarrearon larevolución (libro III, cap. IV); cómo eltraer consuelo al pueblo le hizo alzarseen armas (libro III, cap. V) y cómo elgobierno real preparó el terreno y educóal pueblo para su propio derrocamiento(libro III, cap. VI).

Las perspectivas de cambio a mejorhacen al pueblo excitadamente infeliz,temeroso de perder, agresivo eimpaciente[203]. Las «válvulas deseguridad» de tipo concesiones yreformas, grandes o pequeñas,tempranas o tardías, casi siempre se

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tornan demasiado pequeñas y demasiadotardías, pues como demuestra laexperiencia histórica suscitan másexpectativas de cambio de las quecorresponden al cambio real. Si estaposible característica psicosociológicatiene una alta probabilidad de ser elcaso en cualquier conflicto dado deintereses entre el Estado y la sociedad,someterse siempre será un error para elEstado. Aun si fuera un error comenzarcon las riendas demasiado cortas, es contodo mejor mantenerlas firmes queaflojarlas demasiado perceptiblemente.

Excepto por lo que se refiere alparoxismo de terror indiscriminado en

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1937-38 y a los pocos años deexperimentación fortuita después de1955, períodos ambos que estuvieron apunto de poner en peligro la continuidaddel régimen y a ninguno de los cuales sepuso fin con demasiada prontitud, lapráctica soviética desdeaproximadamente 1926 me parece unafructífera aplicación de estasprescripciones. La estabilidad delmoderno Estado soviético, a pesar delas muchas buenas razones por las quedebiera haberse derrumbado sobre suspies de barro antes de ahora, es almenos coherente con la hipótesis de quela reforma, la relajación, la movilidad

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social, el esfuerzo dinámico por lainnovación y la iniciativadescentralizadora, sean cuales fuerensus consecuencias para la eficiencia dela sociedad y el bienestar material, noson los ingredientes requeridos paramantenerla tranquila, dócil, perdurable ysumisa ante las demandas totalitarias deque es objeto.

El Estado como clase

La burocracia adecuadapuede contribuir a hacer«responsable» al capitalismo y aprestar «un rostro humano» alsocialismo. Su control, sinembargo, es demasiado precario

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para cambiar las constantes decualquiera de los dos sistemas.

Si tiene que haber conflicto declases en un mundo de escasez, ¿quiénsino el capitalista universal puededesempeñar el papel de clasedominante?

No es extravagante pretender queuna pauta de propiedad estésuficientemente bien descritasimplemente por contestar a la pregunta«¿Quién posee qué?». Es mediante unasencilla respuesta a esta sencillapregunta cómo podemos realizar ladoctrinalmente poco pretenciosadistinción entre capitalismo privado y

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estatal y comprender con la mayorfacilidad las configuracionesalternativas del poder en lasociedad[204]. La confianza optimista enque cuando se nacionaliza, el capital es«poseído socialmente», pese a carecerde sentido, puede ser un eufemismo útila efectos políticos. La más ambiciosapretensión de que existe algunadiferencia discernible entre propiedad«estatal» y «social» o «socialista», demodo que el sospechado potencialdespótico de la propiedad estatal noesté presente en la propiedad «social»,no es necesario que se tome en seriohasta que se demuestre en qué se

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diferencia la actuación de la «sociedad»en el ejercicio de sus derechos depropiedad de la del Estado en elejercicio de los suyos.

En el Anti-Dühring Engels afirmaque la mera propiedad estatal essocialismo espurio a no ser que losmedios de producción hayan «crecidorealmente sobre la posibilidad de serdirigidos por sociedades anónimas»,pues si no incluso los burdeles depropiedad estatal podrían considerarsecomo «instituciones socialistas»[205].Entonces, ¿cuánto más tendrían quecrecer los burdeles para que se lescalificara como establecimientos

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socialistas en vez de meramente depropiedad estatal? Buscar en el tamañola cualidad mágica que transforma lapropiedad estatal en propiedadsocialista desde luego no servirá. Lanoción socialista científica de losmedios de producción que superan laposibilidad de ser administrados porsociedades anónimas ha sucumbidodesde hace mucho tiempo a la prueba deun siglo de crecimiento industrial.

Para ser justo con Engels, es denuevo su Anti-Dühring el queproporciona la formulación más sencillade una alternativa marxista más duraderapara identificar tipos de propiedad y

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sistemas sociales. Explica que en unmundo de escasez (alias «en el reino dela necesidad») la división de lasociedad en clases enfrentadas debecontinuar. Desde luego, el conflicto declases entraña la existencia de un Estadopara asegurar la dominación de unaclase. Así el «Estado socialista» no esuna contradicción en los términos. ElEstado que posee todos los medios deproducción es un Estado socialistarepresivo. Puesto que aún hay clases, nopuede prescindirse todavía de él, debecontinuar para reprimir a los explotadosen beneficio de los explotadores. Sólopuede prescindirse de él una vez que la

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abundancia haya reemplazado a laescasez, es decir cuando haya cesado elconflicto de clases. (Si el socialismo nos u p e r a nunca la escasez, unacontingencia que Engels no trataexplícitamente, el Estado nuncadesaparecerá y poseerá a perpetuidadlos medios de producción. Porconsiguiente, en la medida en que elEstado no logre demasiado bien«liberar las fuerzas de la producción» ypor tanto acarrear por equivocación unmundo de abundancia, está a salvo).

Hasta que lleguen la abundancia y ladesaparición del Estado, el «socialismoen un mundo de escasez» y el

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«capitalismo estatal» son, a efectosprácticos, sinónimos. La división deltrabajo es todavía una necesidad; laproducción es para el intercambio másque para las necesidades; hay dos clasesfuncionalmente distintas, con la claseopresora que se apropia de la plusvalíaproducida por la clase oprimida. Adiferencia del capitalismo privado, laplusvalía es objeto de apropiación apesar de la clase oprimida pero en suinterés a largo plazo (o en el de toda lasociedad). ¿Quién es, sin embargo, laclase opresora?

Por decirlo en un lenguajeapolillado, el drama está listo para ser

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representado pero hay un actor y unpapel que desentonan. El Estado posee,los oprimidos no, pero tampoco lossupuestos opresores. No hay una clasedirigente con una base de poderconsolidada por la propiedad. En sulugar, usurpando sus prerrogativas, sesupone que se encuentra una peculiarcategoría social, un cuerpo hermafroditaque tiene un interés de clase sin ser unaclase, que domina sin poseer: laburocracia[206].

Antes de que la burocracia puedadirigir, la propiedad debe perder susignificación. De ahí que los esquemasde explicación social construidos sobre

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la tríada de ciudadanía, burocracia yEstado siempre contengan algunavariante del conocido argumento que serefiere a «la creciente separación entrela propiedad y el control». Para estatesis, la propiedad ha llegado areducirse a un derecho a cualesquieradividendos (privados o sociales) que laburocracia dirigente decida distribuir.El control es, entre otras cosas, ladiscrecionalidad para asignar gente alcapital y viceversa en las decisiones deinvertir, emplear y despedir y paraenjuiciar lo merecido por losinteresados a la hora de la asignación yla distribución.

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Cada sociedad habrá criado suburocracia característica. A Inglaterrase le atribuye disponer de unEstablishment, indiscutiblementeFrancia cuenta con sus grands corps(precisamente como, a la inversa, losgrands corps poseen su Francia), Rusiatenía los más altos grados de los tchin yahora tiene la nomenklatura,ligeramente imitada en los EE. UU. pormedio millón de abogados y altosejecutivos. Sin riesgo alguno decontradicción, puede decirse que todaslas sociedades son gobernadas por sus«élites del poder»; la mayor parte de laindustria moderna es indudablemente

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dirigida por gestores profesionales;mientras que el intelectual semimundanosigue descubriendo entidades dirigentestales como «los medios decomunicación de masas», «losposeedores de autoridad» o la«tecnoestructura»[207].

Dado el tácito supuesto de que laseparación de propiedad y controlsupone pérdida de control por parte delpropietario, antes que la mucho menosdrástica delegación de control conposibilidad de destitución (unasuposición que examinaréseguidamente), la dirección por parte dela burocracia puede deducirse de una

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versión descarnada de la «ley de hierro»de Michels. Toda organización nonecesita sino a unos cuantosorganizadores para los muchosorganizados. Son los organizadores losque hacen funcionar al departamento.Una vez que están dentro, los burócratasdirigen porque los que están fuera seencuentran mal situados einsuficientemente motivados paradesplazarlos.

De manera muy atípicamenteutópica, Lenin nos aseguraba que un díala administración será tan simple comopara estar «al alcance de cualquiera»,para ser «fácilmente desempeñada por

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cualquier persona poco culta»[208],permitiendo «la completa abolición dela burocracia»[209], donde «todosgobernarán por turnos»[210].(Ciertamente, su práctica fue desanimarcon la mayor firmeza cualquier intentode «gobernar por turnos»). Sin embargo,por el momento se dice que laadministración se está haciendo, siacaso, más compleja. Aunque muchos denosotros somos ya burócratas, laperspectiva del resto de nosotrosturnándonos en ella resulta tanimpracticable como poco atractiva. Estoapoya la noción de que la burocracia esuna categoría aparte.

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A medida que se toma más al pie dela letra el supuesto de que la propiedadno supone control sobre la propiedad,más importantes son las implicaciones.La propiedad de capital devieneirrelevante con respecto al poder, tantoen el sentido usual de poder para hacerque la gente haga cosas como en elsentido de poder sobre «la apropiaciónde plusvalía», incluyendo el dividendodel capitalista. Hay sólo un dividendode gracia y de favor para los supuestospropietarios, para «el pueblo» en elsocialismo, para los «accionistas» en elcapitalismo privado. Entonces, ¿por quéluchar por la propiedad? La

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nacionalización, la destrucción de «lafortaleza privada del negocio burgués»se convierte en un esfuerzo inútil yequivocado. Una burocracia quecontrola el instrumento del Estado yusurpa sin peligro algunas de lasprerrogativas más importantes de lapropiedad, podría dirigir a la sociedadcon impunidad de una forma o de otra,entronizar la propiedad privada oaboliría, o partir por la mitad el sistemasocial, sin que su interés fueravisiblemente mejor servido por unprocedimiento que por otro. El hecho deque adoptase la «vía capitalista» o la«socialista», o sólo corriese tras su

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propio rabo, sería casual.En realidad, sin embargo, las

burocracias tienen por regla generalrazones manifiestas para decantarse dellado del statu quo. Normalmente notratan de cambiarlo. Desde luego lasospecha de Trotsky de que Stalinestaba preparando un nuevo Termidor«para restaurar el capitalismo»parecería menos grotesca si hubieraencontrado bases razonables parasuponer que Stalin y la «burocracia» queél dirigía al menos no perderían elpoder, el control o lo que quiera queposeyera y apreciaran, si «elcapitalismo fuera restaurado». Con todo,

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casi al mismo tiempo que espetaba suestrafalaria acusación, Trotskyeliminaba su posible fundamento alafirmar que la burocracia soviética está«obligada» quiera o no quiera a protegerel sistema de propiedad estatal comofuente de su poder, implicandológicamente que un sistema depropiedad privada no le hubieraentregado tanto poder ni siquiera si losnuevos propietarios privados hubierande provenir de sus propias filas , concada meritorio de apparatchickconvirtiéndose en un capitalista consombrero de copa fumándose un puro.

La implicación más interesante de la

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tesis de que «la propiedad no es elcontrol», no obstante, es el apoyo que daa la creencia en que nuestra suertedepende en gran medida de lascostumbres y modos de los funcionariospúblicos situados por encima denosotros. El que un sistema social seaaceptable u horrible, el que la gente seencuentre en general satisfecha o tristede él, depende muchísimo de la variablede los rasgos personales de losmiembros de la burocracia. Cuando laadministración pública es arrogante ocorrupta o las dos cosas, la élitedirectora insensible, los medios decomunicación de masas mercenarios y la

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«tecnoestructura» especialistas sin alma,tenemos el «rostro inaceptable delcapitalismo». Cuando los que ocupanlos cargos verdaderamente quierenservir al pueblo y respetar sus«legítimas aspiraciones», tenemos laprimavera de Praga y el «socialismo conrostro humano». No son tanto lossistemas de gobierno, lasconfiguraciones de poder los queconducen a la vida buena o mala, sinomás bien el tipo de gente que losadministran. Si la burocracia no es«burocrática», el cuadro ejecutivocorporativo es «socialmente consciente»y está «comunitariamente implicado» y

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e l apparatchik del partido «no haperdido contacto con las masas», elcapitalismo privado o el estatal puedenser igualmente tolerables.

Esta es una creencia seductora yfácil de adoptar. A su vez, da origen aun vivo interés en cómo asegurarse, o almenos en cómo limitar lasprobabilidades de que el tipo adecuadode personas vaya a desempeñar lospapeles de control, administración ydirección. Cada cultura tiene su recetapara reclutar una buena burocracia.Algunos depositan su fe en la educacióny en el interés por el país (Inglaterraantes de la segunda guerra mundial, así

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como Prusia, acuden a la mente), otrosen la aprobación de exámenes (Francia,la China imperial y últimamente quizálos EE. UU., son ejemplos al respecto),mientras la prescripción socialistarecomienda manos encallecidas o almenos una pretensión creíble de «origende clase obrera». (Los criterios mixtos ycontradictorios no debieransorprendernos. Un aristócrata con eltoque vulgar, un soldador que pasóluego a conseguir un Master enAdministración de Empresas o a lainversa el licenciado que lo aprendiótodo acerca de la vida haciendo untrabajo manual a destajo, son candidatos

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especialmente aceptables dentro de la«élite del poder». Entre los criterioscontradictorios y mixtos, los de segundoorden pueden con el tiempo devenirimportantes. Se dice que una causa quecontribuyó a la caída de Khrushchev fuela vergüenza sentida por el públicosoviético, especialmente vis-à-vis elmundo exterior, por su engreimiento, suspayasadas y su acento de clase bajaucraniana).

Las ideas esperanzadoras acerca delmodo adecuado de reclutar a la «élitedel poder» y la diferencia que hace supersonal entre el capitalismo «salvaje»y el «responsable», el socialismo

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«despótico» y el «democrático»,condicionan la aprobación de lasociedad civil de la composición de laburocracia. Asimismo contribuyen aexplicar el apasionado interés de lasociología moderna en los parámetrosestadísticos de determinadas jerarquías,pues si el comportamiento de las «élitesdel poder» depende críticamente de laprocedencia de sus miembros, debe serde la mayor importancia a qué sededicaban sus padres y en qué colegiose educaron. Esta preocupación por los«orígenes socioeconómicos» esrealmente la completa negación de lacreencia en que la existencia determina

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la conciencia y por tanto el buródetermina la del burócrata[211]. Segúnesta última opinión, si estáprincipalmente integrada por los hijosde trabajadores, maestros o de otrosburócratas, el interés institucional y portanto el comportamiento de unaburocracia será esencialmente el mismo,más allá de variaciones culturalesmenores de estilo entre losmoderadamente finos y los más bienimpresentables. Para los que mantienenla primera opinión, la burocracia debeser completamente autónoma y noobedecer a ningún amo, con objeto deser capaz de perseguir su propio interés

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existencial, institucional, que puedeocurrir que coincida o no con el«maximando» del beneficiario final alque se supone que sirve la instituciónburocrática —el Estado en elcapitalismo estatal, los accionistas en elcapitalismo privado—. En cualquiera delas dos opiniones, la burocracia dirige,aunque cómo dirija depende deespecificaciones ulteriores. Cualquierade las dos opiniones depende de la tesisde que el propietario no controla, elburócrata sí. ¿Hasta qué punto es buenaesta tesis?

Al objeto de que la separación entrepropiedad y control signifique lo que sus

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dispares proponentes, desde Berle yMeans pasando por Trotsky[212],Burnham y C. W. Mills hasta Marris yPenrose pretenden que signifique, estrivial mostrar simplemente que laburocracia administra y los directoresdirigen con escasa referencia aparente asus ostensibles amos. Un argumento máseficaz sería establecer que no tienen unpoder discrecional no trivial. Laevidencia para tal discrecionalidadsería alguna medida (si pudieraencontrarse alguna conveniente) dedivergencia entre el presumiblemaximando del propietario y elmaximando al que los directores de

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hecho parecen estar dedicándose[213].Esto no es realmente factible si las

consecuencias futuras de las actuacionespresentes del director son inciertas, porlo tanto siempre puede suponerse que élha pretendido como consecuencia A(mejor para su empleador) en lugar de B(mejor para él, menos buena para suempleador), sin considerar si elresultado efectivo de su actuaciónresultó ser A o B. Por ejemplo, laestrategia de Montgomery en el norte deÁfrica puede entenderse como alservicio de sí misma, en cuanto que sólose ocuparía realmente de Rommel unavez que su insistencia «burocrática» en

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una gran suficiencia de recursos leproporcionó las mejores posibilidadesde victorias espectaculares. Con todosiempre cabe argüir (y es difícil derefutar «objetivamente») que aunquecobró fama sin arriesgarse al«acaparar» descaradamente recursospara el Octavo Ejército, estaba en efectosirviendo al mejor interés de GranBretaña a largo plazo (por ejemplo,porque los recursos que «acaparó» nohabrían supuesto ningún bien mayor parael resultado de la guerra en ningún otrositio). Del mismo modo, el director deempresa que, en aparente afán deautoengrandecimiento, opta por buscar

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cuota de mercado a expensas delbeneficio corriente, puede siemprepretender que está haciendo que elbeneficio futuro sea mayor de lo que enotro caso hubiera sido —el tipo depalabrería de una escuela de negocios ouna consultora de gestión que se puederechazar con un encogimiento dehombros, pero no refutar con datoscientíficos—.

No obstante, es al menosdeductivamente posible afirmar que sólola seguridad de la ocupación del cargoproporciona la condición suficientepara que el burócrata estatal, el directorde empresa u otro miembro asalariado

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de la élite del poder ejercite el poderdiscrecional de manera regular y ensignificativo conflicto con el interés delpropietario. El corolario de laocupación segura es que al delegar elcontrol, de algún modo el propietario loha adjudicado permanentemente y haperdido la facultad de destitución, esdecir que ha perdido el control. Elargumento normal a este efecto es queuna vez que la propiedad se hafragmentado y muchos propietarios handelegado el poder directivo en un únicotitular (una burocracia, una juntadirectiva), cada propietario sólo tieneuna influencia infinitesimal sobre el

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titular de la ocupación, y unainsuficiente motivación para cargar conel coste de movilizar a los propietariospara actuar conjuntamente. En lenguajetécnico, el cargo burocrático estáprotegido por una «externalidad».

Precisamente una externalidadsemejante puede proteger a un Estado desus súbditos desorganizados. El purovalor en metálico de la libertad para losciudadanos de un Estado despóticopuede ser mucho mayor que el coste enmetálico de sobornar a la guardiapretoriana, comprar armas,fotocopiadoras o lo que quiera quepueda hacer falta para derrocar a tal

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régimen. Con todo ningún empresariopolítico seguiría adelante y cargaría conel coste si considerara impracticablerecuperarlo de los ciudadanosliberados. Perdería su inversión si lalibertad de los ciudadanos fuera unaexternalidad por la que no se les pudierahacer pagar (excepto esclavizándolos denuevo).

El lector más ocasional de laspáginas financieras de los periódicossabe, no obstante, que no existe talobstáculo para organizar la rebelióncontra direcciones de empresas queestán al servicio de sí mismas osencillamente fracasan. Piénsese en el

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que presenta una opa, el «tiburón» quecompra reservadamente paquetes deacciones para hacerse con el control, elasset stripper que quiere vender losactivos de una sociedad después deabsorberla, el abogado proxy que intentaganar delegaciones de votos deaccionistas. Todos ellos tienen (pese alos obstáculos reglamentarios que lasbienintencionadas autoridades ponen ensu camino) diversas formas de«internalizar» parte del beneficiopotencial correspondiente a lospropietarios por la destitución de laactual dirección. Estas formas puedenser tortuosas y poco escrupulosas, a tono

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con las poco escrupulosas defensas(tales como la de «tierra quemada», laautodenuncia sobre bases antitrust y los«bombardeos de saturación» con pleitossuperficiales) puestas en práctica por ladirección para «proteger la propiedad»de los accionistas a costa de estos. Enresumen, las opas «hostiles» aun frente adefensas desesperadas consiguen confrecuencia hacer flaquear la confianzade la dirección en la seguridad de suspuestos de trabajo[214].

Si la ocupación de la burocracia esprecaria frente a una desorganizadamultitud de propietarios dispersos, esp r e c a r i a a fortiori frente a un

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propietario único, concentrado. Ningunaexternalidad protege a la burocracia delEstado al que se supone que sirve. Elpoder discrecional de un burócrata o unainstitución burocrática, no importa lorelevante que sea en la totalidad delaparato del Estado, no debe confundirsecon el del propio Estado del que sederiva.

Ni caben demasiadas excusas porcaer en trampas del tipo «buen rey,malos concejales» o a la inversa «señormalvado, alguacil bondadoso». Elalguacil puede ser bondadoso, cercano alos habitantes de la villa, especialmentea los parientes que pueda tener entre

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ellos, pero su interés personal rara vezse encuentra tan alejado del de su señorcomo para hacerle dejar escaparalegremente a los siervos. También élquiere que la finca funcioneadecuadamente como una empresa enplena actividad. La razón de que laburocracia por regla generalefectivamente esté al servicio de losfines del Estado no es sólo que tengaque hacerlo, bajo pena de perder suprecaria plaza, sino también que,excepto en raras y fácilmenteidentificables situaciones históricas enlas que el poder del Estado acaba depasar a un invasor, un usurpador o un

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contendiente culturalmente extraño, hayuna gran y auténtica armonía entre susrespectivos maximandos. Mientrasmayor sea el poder discrecional delEstado, mayor será la esfera de acciónque el burócrata es probable que tengapara la realización de sus fines. Nonecesita tener los mismos fines que elEstado se esfuerza por llevar a cabo.Basta con que sus fines no entren encompetencia o se subordinen. Unaburocracia leal encontrará gran parte desu felicidad en un Estado fuerte. Sólo ladeslealtad, la seguridad de no serdescubierta o quizá una excusa creíbleen función de «los verdaderos» intereses

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del Estado «a largo plazo», la llevaría aalinearse con la sociedad civil en contrade su patrón. La posibilidad de imponersu propia voluntad tanto al Estado comoa la sociedad civil y desempeñar elpapel de clase dirigente parece, portodas estas razones, doblemente remota.

El verdadero lugar y papel de laburocracia en relación con el Estado fuesugestivamente resumido por elhistoriador Norbert Elias en lo quedenominó el mecanismo monopolístico.El Estado es el monopolista de «elejército, la tierra y el dinero», mientrasque la burocracia es el cuerpo de«dependientes de los que el monopolista

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depende». Por supuesto, losdependientes son importantes,indudablemente sus cualidades, sus tiposhumanos están interrelacionados con eltipo de Estado que depende de ellos; enel ejemplo de Elias, mientras que lanobleza feudal armonizaba con un tipomás primitivo, uno posterior produjo lanobleza cortesana[215]. En una secuenciamenos nítida, podríamos añadir losclérigos, los juristas seglares y losservidores plebeyos de la corte, lanobleza administrativa sin tierras, losmandarines chinos, los Junkersprusianos, los «enarcas» franceses, losmiembros del personal de plantilla del

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Congreso norteamericano, los hombresde un dólar al año y los miembros delaparato del partido socialista. Dentro decada tipo, hay sin duda lugar paravariaciones humanas que dejan suimpronta en la vida de las sociedadesque contribuyen a administrar.Innegablemente, pueden conferir alsocialismo un rostro humano, o unoinhumano. Del destino personal de cadasúbdito dependerá esencialmente quéresultará ser de mayor importancia paraél, el sistema o su rostro.

En cualquier esquema deexplicación social que se desarrolle entérminos de clases, colocar a la

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burocracia o a alguna categoríaadministrativa, directiva, interna,experta y portadora de autoridad más omenos equivalente en el lugar de laclase dirigente corre el riesgo deresultar desconcertante. Hacerlo esatribuir a una categoría semejante unaidentidad duradera y bien definida («¿lanueva clase?»), un grado de poderdiscrecional y una libertad de acciónque difícilmente puede poseer. Esperder de vista la significación políticade la pauta de propiedad del capital,reducirla a la irrelevancia en términosde poder sobre otros. Finalmente, es unaimplicación adjudicar a las cualidades

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humanas de esta categoría una influenciadecisiva en la calidad de la vida social,como si la disposición y caráctervariables de los titulares de cargospúblicos pudieran arrollarcompletamente a las constantessistémicas que son la fuente del poderdelegado a tales cargos. Una confusiónde este tipo depara joyas deincomprensión tales como la de que uncierto despotismo fue o derivó de una«distorsión burocrática» o el «culto a lapersonalidad». Si el sistema delcapitalismo estatal ha de concebirse enlos tradicionales términos de clase, elpapel de la clase dirigente sólo puede

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ser atribuido al propio Estado. Esto noimpone el antropomorfismo ni tampocorequiere que el Estado estépersonificado por un monarca, undictador o por los dirigentes del partido.Ni necesita identificarse con unainstitución específica, la asamblea, elcomité central o el consejo de ministros.De manera más general y nocomprometida, es suficiente que elEstado sea (en la versión de una famosaexpresión de Marx) fuerza armada ycapital dotados de conciencia yvoluntad[216].

En la plantación

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El dinero, los mercados y elhábito de elegir se eliminanmejor configurando el sistemasocial como una plantación bienllevada.

El patrón universal, si no estácontento con sólo empujar cuerdas,tendrá que acabar apropiándose detodos sus empleados.

Completar el dominio sobre lasociedad civil al maximizar el poderdiscrecional puede ser consideradocomo una cadena de movimientoscorrectivos, cada uno de los cuales sepropone hacer al sistema social tantosumiso a la intención del Estado como

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internamente coherente, aunque estosdos requisitos no son necesaria y nisiquiera probablemente compatibles.Cada movimiento correctivo esconsiguientemente susceptible de crearalguna nueva inconsecuencia sistémica yde necesitar otros movimientoscorrectivos. Esta secuencia llevaadelante la dinámica política, como tal,del capitalismo estatal.

El primero y acaso el más decisivode estos movimientos, por el cual lasociedad civil es depurada de lapropiedad capitalista descentralizada yel Estado llega a ser propietario yempleador universal, elimina la

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inconsecuencia entre obedienciapolítica y económica que implica servira dos señores. No obstante, como hesostenido al comienzo de este capítulo,la fusión del poder político y económicodentro del poder estatal es a su vezincoherente con la competición electoralpor su ocupación. Tener que presentarsecomo candidato comprometería alempleador universal en solicitar a susempleados que ellos mismos siguieranvotando más dinero por menos trabajo.Por consiguiente, el siguientemovimiento correctivo debe ser el queva de la política competitiva a lamonopolista, para adecuarse al

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correspondiente cambio en la pauta depropiedad. La democracia «burguesa»clásica necesita ser transformada endemocracia socialista o popular, o decualquier otra forma que pueda llamarseen tanto que sea un conjunto de reglasadecuadamente coercitivas bajo lascuales el consentimiento para laocupación de los elementos esencialesdel poder no esté sometido a pruebaselectorales.

Bajo el sistema resultante, pues, elocupante del poder del Estado no estáamenazado por la destitución; no puedeser desplazado por medios no violentos;posee todo el capital, aunque sus

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ciudadanos continúen poseyendo sutrabajo. La incongruencia, sin embargo,se manifiesta de nuevo, exigiendonuevos movimientos, nuevasadaptaciones del sistema social.

Poseyendo o contratando únicamenteel Estado a todos los factores de laproducción, únicamente él debe tomar (odelegar) todas las decisiones sobrequién hace qué, por las que se asignanlas inversiones de capital y trabajo paragenerar los diversos productos. Esto noes sólo una responsabilidad, sinotambién una satisfacción; dirigir losrecursos a finalidades escogidas, hacerque se produzcan ciertos bienes con

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preferencias a ciertos otros, es uncomponente natural de cualquierplausible maximando, de cualquierempleo que valga la pena del poderdiscrecional. Su síntoma prosaico es eltratamiento del Estado (y de suideología) del planning como unacodiciada prerrogativa más que comoun trabajo rutinario.

Juntamente con la asignación defactores de producción, el Estado debetomar decisiones de distribuciónemparejadas. Los dos conjuntos dedecisiones se imponen mutuamente. Estoes así aunque sólo sea porque diversaspersonas deben ser recompensadas por

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desempeñar las distintas tareasatribuidas. (Es probable, aunque noseguro, que el Estado como empleadorúnico pueda hacerles llevar a cabo sustareas por menos de lo que loscapitalistas privados, compitiendo entresí, habrían terminado por concederles.El salario relativo con arreglo a los dossistemas dependería, en parte, de cuántotrabajo de qué tipo se necesitara en cadauno de los dos órdenes. Nuestroargumento no requiere que el «salario desubsistencia» concreto que undeterminado postor único aceptaríapagar siempre tuviera que ser menos queel salario que habrían ofrecido los

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capitalistas en competencia).La interdependencia de las

decisiones de asignación y distribuciónsignifica que las dos necesitan serlógicamente consecuentes y no quetengan que serlo. Si con arreglo alconjunto de decisiones de distribuciónlos perceptores de salarios consiguenque las cantidades de dinero se gastencomo ellos elijan, nada asegura queelegirán gastarlas en el flujo deproductos que el conjunto de decisionesde asignación esté motivando que seproduzcan. No existe un mecanismointerior que les impida seguir(inconscientemente) repudiando el plan.

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Las inconsecuencias lógicas entre laoferta y la demanda de bienes que ellosupone se manifiestan de maneradiferente según que haya preciosflexibles o fijos. Los síntomas conarreglo a estos últimos —colas,cupones, mercados negros y (en eltránsito a la abundancia) montones deproductos de desecho— parecen sermenos repugnantes para los Estadossocialistas que para aquellos otros enque hay precios flexibles. Insensible asus síntomas, no obstante, laincoherencia subsistirá y repercutirásobre la asignación y la distribución,frustrando el plan del Estado. Si asigna

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trabajadores para que produzcancañones y mantequilla, y ellos quierenmás mantequilla de la que estánproduciendo, el subplan referente a laproducción de cañones se verá abocadoa dificultades que pueden ser sólo unpoco más manejables (¿o es un pocomenos?) si la mantequilla es racionadaque si sube su precio[217].

Entonces ¿cómo puede asegurarse laconsecuencia lógica? El «socialismo demercado» es la solución recomendadacon más frecuencia. Equivale a ajustarla producción a lo que la gente quiere, acambio del esfuerzo que ellos aceptanrealizar en producirlo. Esto puede ser

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hecho, sin más, por montones deordenadores que se alimentan deinvestigación de mercado y deingeniería de producción, que resuelvencierta cantidad muy extensa deecuaciones simultáneas y que utilizan losresultados para atraer a la gente a lasactividades que producirán la pautaprecisa de oferta de bienes quenormalmente puede confiarse que quierala gente ocupada en esas actividades.Todo lo que se requiere es que lasecuaciones expresen correctamente losuficiente de las relaciones relevantesentre los gustos, las capacidades y lasespecializaciones de la gente, las

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dotaciones de capital y materialesdisponibles y las formas conocidas enque todos los inputs posibles puedencombinarse para producir determinadosresultados.

Si se excluye esta sugerencia comofestiva, cabría recurrir a mercadosreales, no simulados y permitir que susmecanismos de retroalimentaciónreconciliaran la asignación y ladistribución. Esto es realizado (porresumir más bien radicalmente lasactuaciones de mecanismos delicados)por el toque de la mano invisibleactuando sobre algunas de una grancantidad de decisiones separadas,

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descentralizadas, cada una de las cualeshabría sido en el mejor de los casosrelativamente insignificante. Bajo elcapitalismo estatal, el toque marginal dela mano invisible sólo puede hacer loque se espera de él si se obligaseveramente a la burocracia dirigente amaximizar los beneficios independientesde una cantidad suficientemente grandede «centros de beneficio». Esto, a suvez, significa que los burócratas debenexponerse a los incentivos ypenalizaciones repartidos por losvendedores de trabajo y loscompradores de bienes, y no por elEstado. Solicitada para servir a dos

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señores, el éxito de la burocraciadependería entonces de lo bien quesirviera a uno de ellos[218].

Los burócratas se encontrarían cadavez más en la anómala posición decuasipropietarios, obteniendo una ciertaautonomía y seguridad del éxitomercantil de las empresas o centros debeneficios que ellos dirigieran. NingúnEstado totalitario en sus cabales puedearriesgarse a tolerar tal evolución, almenos en cuanto que la amenaza políticaresultante lo sea para su ocupación delpoder, mientras que las ventajas de unamayor eficiencia económicacorrespondan en parte, si no totalmente,

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a sus ciudadanos. La intermitentehistoria de los experimentos con ladescentralización, los mercados, losmecanismos de autorregulación en ladirección económica de los Estadossocialistas constituye una fuerteevidencia circunstancial de que losregímenes totalitarios rara vez pierdende vista durante mucho tiempo la«primacía de la política». No permiten,excepto en momentos de distracción, quesu seguridad en la ocupación del podersea puesta en peligro por complacer alos compradores[219].

Ceder a las tentaciones delsocialismo de mercado resolvería la

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coherencia lógica de la asignación conla distribución a través de una toma dedecisiones descentralizada, inspiradapor el dinero y los mercados. Esto, a suvez, generaría una nueva inconsecuencialógica entre la imperativa necesidad deque la gente (incluyendo a losdirectivos) fuera dependiente delEstado, y los mecanismos económicosque devolverían cierta independencia aalgunos de ellos.

No obstante, cualquier mecanismo(aun en el caso de que pudiera serpolíticamente neutral e inocuo, a lamanera de las redes de dócilesordenadores) según el cual la asignación

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de recursos esté sometida a lo que lagente quiere es en definitiva unarendición de parte de los poderes,ganados a duras penas, del Estado. ElEstado racional, que finalmente posee ypretende agarrarse al amplio poderproporcionado por el monopolioconjunto de las armas y el capital,debiera buscar un método de adaptaciónque no implicara tal rendición. Más quepermitir que se produjeran la comidabasura, los vídeos pornopop, lasanfetaminas, las socialmentederrochadoras motos privadas y otrastonterías perjudiciales, puede en lugarde eso producir «bienes de mérito» y

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hacer que la gente los quiera[220].La adaptación a la asignación de

recursos que el Estado quiere debeentonces efectuarse, si es que se efectúa,a través de la adaptación de los gustos,modo de vida y carácter de la gente a loque se les ofrece. Puede ser un procesolento el de hacer que realmente lesguste, por ejemplo, la harina integral, ladefensa nacional, la música deSchönberg, la ropa práctica y duradera,el transporte público (y no los cochesparticulares que producenembotellamientos de tráfico), losedificios gubernamentales grandiosos ylas viviendas completamente

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estandarizadas. Mientras deja que eltiempo y el hábito trabajen tanlentamente como quieran, el Estadopuede avanzar más rápidamente haciaestos objetivos a través de un atajo.Puede atacar directamente el hábito dela elección misma, del que se derivanparte de sus problemas, dejando depagar a la gente con el vale universal, eldinero.

Tener dinero proporciona ampliasposibilidades para la elección y educa ala gente en el ejercicio de elegir. Losvales especializados que sólo se puedengastar en una mucha más reducida clasede productos, sólo en almuerzos, en la

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educación de los niños, el transporte, elalojamiento de vacaciones, lasatenciones médicas, etc., limitan elámbito de la elección; asimismo, ayudana quitar el hábito. Como una ventajaquizá secundaria, hacen que lasdemandas de los consumidores seanalgo más fáciles, transfieren parte delpoder sobre los ingresos desde susperceptores al Estado, el cual puededentro de límites razonables variar la«mezcla» de vales y consiguientementepuede conformar el tipo de vida quellevará la gente. Los vales, por tanto,proporcionan una satisfacción directa alEstado que quiere que sus ciudadanos

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vivan de una determinada manera,digamos saludable, por la razón que sea,porque es bueno que estén sanos, oporque trabajan y luchan mejor si estánsanos, o simplemente porque valora lasalud.

Cualquier cosa que los valesespeciales hagan, lo hará mejor elsistema de trueque. Un vale para unalmuerzo o un cupón para comida dejaal menos la elección de la comidaconcreta, y un bono de educación deja laelección de la escuela, al caprichopersonal. Reconoce y hasta cierto puntoincluso estimula una cierta soberanía delconsumidor. Las cafeterías de las

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fábricas y oficinas, una variedad dealimentos básicos y nutritivos a preciosde regalo, una vivienda asignada, elmandar a los niños a un colegiodesignado y a los enfermos a un hospitalespecífico, quitan algunas de lasrestantes ocasiones de elección yafirman el privilegio del Estado paradecidir. La vida se vuelve más simplepara los ciudadanos, sus problemasdisminuyen y su existencia comunal(como distinta de la individual yfamiliar) es cada vez más completa.

Aparte de pagar a la gente menoscon dinero y más con productosseleccionados, se encuentra el caso

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límite en el que ni siquiera se les paga,sino que simplemente sus necesidadesespecíficas les son suministradas por elEstado. La exclusión, con el acceso dela gente a los bienes regulado por eldinero o los bonos que puedan ganar, sesustituye entonces por el libre acceso:se abolen los tickets de metro, loshospitales no cobran, la leche es gratis,hay conciertos y vivienda gratis (aunqueno todo el mundo recibe todo el espacioque quisiera), y ciertos productos que lagente necesita pero no desea, comocascos de seguridad o literaturaedificante, se regalan a todo el que llegahasta el momento en que todos deben ir

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a recogerlos. La frontera entre bienespúblicos y privados, mal señalada en elmejor de los casos, deja de guardarse, ylos planes del Estado muestran unatendencia constante a favor de los bienespúblicos, que serán «sobreproducidos»(al menos conforme al patrón de unóptimo de Pareto que satisface el gustodel «hombre representativo» —la útilficción que nos permite postular, sindecirlo, que toda persona es como losdemás y todas son unánimes—).

Los bienes públicos por su carácterintrínseco y los bienes privados envirtud de la atrofia progresiva deldinero y los mercados, se proporcionan

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a la gente en función de quiénes son ydónde se sitúan (esto es, súbdito,habitante de la ciudad, madre,estudiante, miembro de la jerarquía deun determinado «colectivo» tal como unlugar de trabajo, escuela, o barrio, unpolicía o un burócrata de un ciertorango, etc.), determinando en granmedida su lugar en la vida el acceso quetienen a los productos. Generalizando untanto, podemos decir que reciben lo queel Estado considera adecuado para susituación existencial. Diciéndolo demanera más directa, reciben lo quenecesitan. Es de esta forma como elinterés racional del Estado converge en

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definitiva con el principio ideológicocorrespondiente —que es al mismotiempo una predicción y un mandato—de dar «a cada uno según susnecesidades».

No obstante, a medida que cada vezuna mayor cantidad de gente recibecosas en función de su situación de vidanominal y del rango, en vez de por lobien que hagan las cosas que hacen, unainconsecuencia sistémica se resuelve acosta de provocar otra. Siempre existenaquellos que verdaderamente disfrutancon ciertos tipos de esfuerzos, porejemplo, con la enseñanza o laconducción en medio del tráfico, y

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tienen la buena suerte de que se lesconfíe una clase o un taxi. Pero ¿por quétendrían que hacer los otros lo que elplan de asignación de recursos quiereque hagan, y por qué tendrían quehacerlo bien cuando preferirían zafarsey no dar ni golpe? La forma que elsistema social en evolución adopta eneste punto favorece, o al menos noconsigue impedir, que la gente no seesfuerce. Además, allí donde la gentetrabaja en grupo, el grupo impone laholgazanería, un ritmo lento de trabajo ouna fabricación de baja calidad a susmiembros bajo pena de ostracismo,desprecio o represalia contra el Streber

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(«el esforzado» no expresa la hostilidadirónica del término alemán). Estefenómeno es una réplica a la inversa delas sanciones que utilizará un grupo quenecesite un elevado nivel de esfuerzogrupal contra el gorrón que se niega aesforzarse.

Si no se corrigiera estainconsecuencia entre la necesidad deesfuerzo y la ausencia de cualquierrazón interior para esforzarse, el Estadoque se posa sobre esta estructura socialno estaría maximizando sus finespotencialmente asequibles mejor de loque lo haría si estuviera empujando unacuerda.

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La maniobra de corrección consisteen imponer el quid pro quo que conllevala provisión de necesidades. Si elEstado se encarga de la subsistencia dela gente, es apenas justificable que sigansiendo los dueños de su propio trabajo,reteniéndolo parcial o totalmente a sucapricho y dirigiéndolo, si es que lohacen, a trabajos que ellos mismoseligen. En justicia, ellos deben sucapacidad de esfuerzo al Estado, demodo que pueda utilizarse plenamenteen favor del bien común.

Con las obligaciones generales queemanan del status de la genteexcluyendo los específicos contratos

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«ad hoc», el Estado acaba por ser eldueño de sus ciudadanos. Su tarea sevuelve más ambiciosa y más exigente.Su atención debe extenderse ya a temasque antes no eran políticos y que sesolucionaban dentro de la sociedad civil(así como a cuestiones que de ningunamanera pueden plantearse excepto en unsistema totalitario), en una forma similara los amplios intereses del dueñoracional de una plantación en el Suranterior a la guerra de Secesión:

Ningún aspecto de la administración de losesclavos era demasiado trivial para ser omitidode la consideración y el debate. Los detalles dela vivienda, la dieta, la asistencia médica, el

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matrimonio, la crianza de los niños, las fiestas,los incentivos y castigos, los métodosalternativos de organización del trabajo en elcampo, los deberes del personal directivo eincluso el aire que el plantador adoptaba en susrelaciones con sus esclavos…[221]

La mayoría de las implicaciones detener que llevar el Estado como una granplantación compleja y autosuficienteresultan bastante evidentes. Algunas sonde una actualidad deprimente. No hacefalta insistir sobre ellas, sino sóloapuntarlas. Tiene que haber una ciertadirección del trabajo hacia donde senecesita, en vez de hacia donde quieradirigirse. Las oportunidades educativas

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han de distribuirse para que se produzcay prepare el personal que se necesitapara desempeñar los futuros papeles ysituaciones que el Estado espera crear.Las fuerzas armadas, la vigilancia y lacapacidad represiva han de doblarse yredoblarse, puesto que deben hacerfrente no sólo a la desobedienciapolítica, sino también a la pereza, eldespilfarro y el gorroneo. El Estado nopuede tolerar las huelgas. Tampocopuede tolerar la «salida», el votar conlos propios pies; la frontera debe sercerrada para mantener a su propiedaddentro, y quizá secundariamente tambiénpara apartar cualquier influencia ajena y

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discordante que malogre las condicionesde su propiedad.

¿Está por fin este sistema socialplenamente perfeccionado? ¿Es eficienteen su funcionamiento, totalmentecoherente? ¿No hay ninguna parte de élque rechine, por no decir que choquecon otra destruyendo finalmente órganosvitales? ¿Proporciona las satisfaccionesde gobernar —induciendo al Estado adescansar y contemplar su proyectoacabado, a interesarse sólo en el disfrutey la preservación de su lugar dentro deé l , a desear que la historia sedetenga—?

Si hay una respuesta plausible a la

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pregunta, se necesitaría otro libroigualmente especulativo para discutirla.Sin embargo, a primera vista lasesperanzas de cualquier solucióndefinitiva de los asuntos pendientesentre el Estado y la sociedad civilparecen dudosas —acasotranquilizadoramente dudosas—. En elcaso de que los esfuerzos del Estado porrealizar sus propias ambicionesconsiguieran alumbrar un totalitarismobien dirigido, los tipos humanos (eladicto no menos que el alérgico) que talsistema tiende a producir muyprobablemente frustrarían ydesilusionarían en poco tiempo las

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expectativas del Estado. Esa podríaciertamente ser su característicaineludible, al igual que probablementela característica ineludible de lasociedad civil sea acabar desilusionadacon el Estado.

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ANTHONY DE JASAY (nacido en 1925),húngaro de nacimiento, filósofo yeconomista conocido por su escritosantiestatistas.

Se educó en Szekesfehervar yBudapest, teniendo un grado enagricultura. En 1947 trabajó comoperiodista independiente; su actividad le

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obligó a huir del país en 1948. Despuésde dos años en Austria emigró aAustralia en 1950 y tomó a tiempoparcial un curso en economía en laUniversidad de Western Australia. Conla obtención de una Beca Hackett se fuea Oxford en 1955 y fue elegido miembroinvestigador de Nuffield College, dondepermaneció hasta 1962. Publicódocumentos en el Economic Journal, elJournal of Political Economy y otrasrevistas. En 1962 se trasladó a París ytrabajó allí como banquero, primero enun puesto ejecutivo y, a continuación,por su propia cuenta, hasta 1979,haciendo inversiones en negocios de

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varios países de Europa y los EstadosUnidos. En 1979 se retiró a la costanormanda, donde aún vive. Tiene unaesposa y tres hijos.

Aunque su interés inicial yformación fue en economía, luego sepasó hacia la filosofía política, y susescritos se basan en ambos. A través delliberalismo clásico, el criticismo, elanálisis económico del derecho y lateoría de la elección pública llegó, demanera independiente, a las mismasconclusiones del anarcocapitalismo y dela escuela austriaca moderna a través desu concepto de anarquía ordenada.

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Notas

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[1] K. Marx, «The Jewish Question»,Early Writings, 1975, págs. 220, 226 y22. [Trad. cast. en C. Marx y F. Engels,La Sagrada Familia y otros escritos.Grijalbo. <<

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[2] Como afirma uno de los fundadoresde esta escuela, la economía delbienestar se refiere a los fallos delmercado, la teoría de la elecciónpública se refiere a los fallos del Estado(James M. Buchanan, The Limits ofLiberty, 1975, cap. 10). Nótese, sinembargo, la diferente orientaciónadoptada por ciertos teóricos de laelección pública, a los que aludimos enel cap. 4, pág. 288, nota 38. <<

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[3] El término «hedonista político» fueacuñado por el gran Leo Strauss paradenotar al súbdito complaciente delLeviatán. <<

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[4] Marx, The Jewish Question, pág.219. <<

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[5] Robert L. Carneiro, A Theory of theOrigin of the State, en J. D. Jennings yE. A. Hoebel (eds.), Readings inAnthropology, 3.ª ed., 1970. <<

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[6] Una sucinta exposición del mismotema se encuentra en la excelente obrade Michael Taylor Anarchy andCooperation, 1976, pág. 130: «Si laspreferencias cambian como resultadodel Estado en sí mismo, entonces no estánada claro lo que se quiere decir con ladeseabilidad del Estado». Vid.asimismo Brian Barry, The LiberalTheory of Justice, 1973, págs. 123-124,para el argumento conexo de que puestoque la socialización adapta a la gente asu entorno, es improbable que unasociedad heterogénea o pluralista sehaga homogénea y viceversa, aunque

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«para crear la ortodoxia sólo unageneración tiene que sufrir (como lodemuestra la ausencia de albigenses enFrancia y de judíos en España)».No obstante, la utilización del argumentode la socialización por parte de Barryme parece algo desproporcionada.¿Debemos excluir que el entorno por símismo pueda generar no sólopreferencias positivas, sino tambiénnegativas? Bastantes ejemplos desegunda generación de países socialistase incluso de tercera generación de laRusia soviética, dan fe de una virulentaalergia a formas totalitarias y de unanhelo de diversidad por parte de una

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desconocida, pero tal vez nodespreciable parte de la población. Enel Oeste pluralista hay una añoranzaparalela de mayor fuerza en los valores,de actitudes morales, una alergia a lasmasas incultas, teledirigidas y acríticas,a lo que Daniel Bell llama la «culturaporno-pop» y el «bazar psicodélico».Esto es quizá poco más que decir quetodas las sociedades tienden a segregarelementos corrosivos (aunque sólo enalgunas sociedades los dirigentes lossuprimen). Con todo, no resulta trivialgeneralizar el argumento de la«preferencia endógena» admitiendo quetodas las situaciones sociales pueden

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generar tanto simpatías como antipatías.De otro modo, la generación endógenade preferencias consolidaríaincesantemente cualquier status quo y elcambio histórico se convertiría en algotodavía más misterioso, incomprensibley aleatorio de lo que ya es. <<

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[7] En la exuberante literatura que habrotado en torno a A Theory of Justicede John Rawls, 1972, no apareceobjeción alguna frente al hecho de habererigido la «posición original» sobre esteterreno. Los participantes en la posiciónoriginal están desprovistos de todoconocimiento respecto a sí mismos. Nosaben si son representantes de loshombres blancos anglosajones orepresentan a las mujeres indias pielesroja, a los filósofos profesionales o alos perceptores del subsidio dedesempleo. Ni siquiera saben la épocaen la que viven (aunque esto parece

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difícil de conciliar con su conocimientode «las cuestiones políticas y losprincipios de la economía»). Se lesinduce a buscar una «solucióncooperativa» a su existencia (entérminos de la teoría de los juegos), queen síntesis puede considerarse como unacuerdo sobre un contrato social para unEstado justo.Si el acuerdo no es posible, alabandonar la posición original se veríanabocados al estado de naturaleza. Tratande evitar este resultado porque saben losuficiente de sí mismos y del Estadocomo para preferirlo al estado denaturaleza. Conocen sus «planes de

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vida», cuya realización depende deldominio sobre «bienes primarios»tangibles e intangibles. También sabenque el Estado, por medio de las«ventajas de la cooperación social»,trae consigo una más ampliadisponibilidad de bienes primarios queel estado de naturaleza. En lenguajetécnico, los participantes saben de estemodo que están jugando un «juego desuma positiva» al negociar el contratosocial (que es justo precisamente en elsentido, y sólo en el sentido, de quetodos quieren respetar sus condiciones).Esto significa que si se logra la solucióncooperativa pueden distribuirse más

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bienes primarios que si no.Sin embargo, la comparación de doslotes de bienes primarios requiere laelaboración de índices, cuyaponderación (por ejemplo, la valoraciónrelativa del tiempo libre frente a la rentaefectiva) no puede sino reflejar unapreferencia previa desde el punto devista lógico por un tipo de sociedad. Enotras palabras, en la posición original elpueblo no puede decir que el lote debienes primarios de que puededisponerse en el estado de naturaleza(que contiene, por ejemplo, muchotiempo libre) es menor que el del quecorresponde al Estado (que contiene,

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por ejemplo, muchos bienes tangibles deconsumo), a no ser que ya seanconscientes de que prefieren vivir en lasociedad civil. La comparación de loslotes del estado de naturaleza y delEstado presupone la misma preferenciaque se utiliza en la comparación y quehabría que explicar.El lote de bienes primarios del estadode naturaleza contiene más de aquellascosas a las que el pueblo que vive en elestado de naturaleza está acostumbradoy ha aprendido a valorar. Para ellos, setrata del lote mayor. Lo contrario escierto respecto al lote disponible bajocondiciones de cooperación social. Es

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el mayor lote para el pueblo que haaprendido a apreciar lo que contiene yno se siente molesto con sus exigencias.Pero en la posición original, ¿puederealmente el pueblo decir cuál de loslotes es mayor? [Hay trad. cast. de laobra de Rawls, Fondo de CulturaEconómica]. <<

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[8] Pierre Clastres, La société contrel’état, 1974. [Hay trad. cast., MonteAvila, Caracas]. <<

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[9] Ibíd., cap. 11. <<

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[10] John Plamenatz, Man and Society,1963, vol. II, págs. 280-281. Vid.,asimismo, su Germán Marxism andRussian Communism, 1954, cap. 2. <<

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[11] Cf. C. B. Macpherson, The PoliticalTheory of Possessive Individualism,1962, pág. 49 [trad. cast., Fontanella],para la opinión de que sin propiedadincondicional no puede haber mercadopara la tierra. El mismo argumento debemantenerse para cualquier otro «mediode producción» incluyendo el trabajo.(Para Macpherson, no menos que paraMarx, comenzó un período dedecadencia cuando el individuo fuereconocido como dueño de su trabajo yllegó a venderlo en lugar de susproductos). En Rusia, el régimen servilde propiedad de la tierra significaba que

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los siervos («almas») no podían, antesde 1747, ser desafectadaos de la tierra,porque se les necesitaba para mantenerla capacidad del terrateniente de serviral Estado. La transferibilidad de«almas» (hasta entonces consideradascomo gobernadas por el propietario dela tierra al servicio de su dueño último,el Estado) fue un síntoma de progresosocial, un signo de que la propiedadprivada estaba arraigando en Rusia. Ellector debe tener en cuenta que lanobleza rusa careció de títulos depropiedad de sus tierras antes de 1785 yque su régimen servil de tenencia erabastante precario. A la vista de la nueva

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naturaleza de la propiedad privadacomo institución social, el progreso delcapitalismo en Rusia en el corto períodohasta 1917 fue realmente extraordinario.<<

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[12] La Gewerbefreiheit, la libertad dededicarse a una actividad artesanalconcreta o al comercio, fue introducidaen Austria-Hungría en 1859 y en losdiversos Estados alemanes en loscomienzos de la década de 1860. Conanterioridad a ello, un zapateronecesitaba una autorización estatal pararemendar zapatos e incluso un mercerola necesitaba para vender hilo. Laautorización era concedida o no alarbitrio discrecional del Estado,aparentemente en función de criterios depericia y buena reputación, en realidadcomo medio de regular la competencia.

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En todo caso, a causa de la licencia, elfondo de comercio del negocio eradifícil de vender. <<

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[13] No se debe confundir injusticia conestafa. Un hombre injusto te contratará,si puede, por un salario por el que no seespera que uno trabaje. (Qué puedasignificar esto, es una amplia cuestión.Comoquiera que no estoy interesado encuestiones de justicia sustantiva,afortunadamente puedo pasarla poralto). Un estafador no te pagará elsalario que dijo que te pagaría. ElEstado capitalista debe, por supuesto,perseguir al estafador. <<

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[14] La respuesta consecuente con laideología capitalista, cuyos contornosestoy intentando esbozar, podría ser:«Sí, a un hombre debiera permitírsele lalibertad de venderse a sí mismo comoesclavo; no hay juez más competente queél de sus razones para hacerlo». ElEstado tiene en cualquier caso el deberde negar protección legal a la instituciónde la esclavitud, contribuyendo a sueliminación en tanto que opciónsusceptible de ejercitarse con arreglo ala libertad contractual. Los contratossegún los cuales los traficantes deesclavos venden africanos capturados a

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los propietarios de esclavos violanobviamente los derechos de losafricanos. Si los esclavos de la tercerageneración criada en una plantación, porrazones que siempre serán discutibles,pero que son sus razones, no pidenlibertad, tenemos que volverlo a pensar.Obsérvese que el Gobierno británicoprohibió primero el tráfico de esclavossin prohibir la esclavitud. El Estadodebe simplemente asegurar que si quiereabandonar la plantación, no deberíaimpedírsele hacerlo, esto es, no debieraconferir validez a un contrato según elcual el esclavo pertenece al dueño de laplantación. Evidentemente esta no es una

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postura abolicionista. Es dudoso queeste hubiera sido un compromisoaceptable para Calhoum y DanielWebster. <<

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[15] Esto supone que el acuerdo requiereunanimidad. Si no es así, y el acuerdosigue produciendo beneficios tras laretirada de la persona que no consiguiólo que quería en la negociación, seplantea el conocido problema del gorróno «viajero sin billete» (freerider) ypodría desestabilizar el acuerdo. Sibeneficia al no-cooperador en la mismamedida que a los cooperadores, se creaun estímulo para que estos últimosdeserten. Cuando los cooperadores seconviertan uno tras otro en free-riders,un número cada vez menor decooperadores sostendrán a un número

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cada vez mayor de free-riders y elestímulo a la deserción seguiráaumentando. Para impedir este resultadoy dotar al acuerdo de mayor estabilidad,pueden concebirse varios recursos,algunos practicables en ciertassituaciones y otros en otras. (Cf. págs.252-256). <<

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[16] El lector habrá observado quemientras que un tipo de Estado tendríainterés en proceder según lo antes dicho,otros tipos de Estado podrían quererhacer precisamente lo contrario, hacerque sus ciudadanos apelen a ellos lomás frecuentemente posible; esto bienpuede coincidir con el interés y el deseoquizá inconsciente de los juristasprofesionales. Las leyes produjeron alos abogados, quienes a su vezprodujeron leyes. <<

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[17] K, Marx, The Eighteenth Brumaireof Louis Bonaparte, en K. Marx y F.Engels, Selected Works in One Volume ,1968, pág. 169. [Trad. cast., Ariel]. <<

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[18] Locke, pretendiendo oponerse aHobbes y presentar una doctrina másaceptable, vio que si el derecho naturaldel pueblo debía seguir siendoinviolable (esto es, si el Estado nodebiera invadir la propiedad, que, a suvez, debiera ser coextensiva con lalibertad), la soberanía no podía serabsoluta. Tenía que estar limitada por elmantenimiento del derecho natural(Second Treatise , 1689, sección 135).El sometimiento del ejecutivo a unlegislativo fuerte era para salvaguardareste límite.Se plantean dos objeciones. Primera, en

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el caso de que la soberanía dellegislativo fuera absoluta, volvemos a lasituación hobbesiana: el legislativo es elmonarca; ¿por qué no iba a violar losderechos naturales? ¿Quis custodiatipsos custodes? Segunda, ¿por quéhabría el ejecutivo de querer someterseal legislativo?Realmente Locke argumentaba desde lascircunstancias de una situación históricaexcepcional: los propietarios se lashabían arreglado para destronar a JaimeII y poner en su lugar a Guillermo III,por consiguiente el legislativo teníaventaja sobre el ejecutivo.Manifiestamente ignoraba que al dar a la

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mayoría el derecho de rebelión, no lesproporcionaba los medios pararebelarse con éxito en circunstanciashistóricas menos excepcionalmentepropicias que las de la RevoluciónGloriosa (1688). Es bastante probableque si hubiera escrito en la era de losvehículos blindados, las armasautomáticas y las telecomunicaciones,habría eludido el concepto de underecho a la rebelión total. Inclusodentro de la civilización técnica de sutiempo, falló en la consideración de unEstado que no fuera inepto en laconservación del poder, ni insensiblepara con la propiedad de sus súbditos.

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<<

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[19] Sugiero que «de los prisioneros» espreferible a la más frecuentedenominación «del prisionero», pues eldilema se predica siempre de dos o máspersonas y su esencia estriba en lafatalidad de la mutua traición. Nuncapuede ser un juego de un solitario. <<

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[20] El dilema de Hobbes es más naturaly menos riguroso que el establecidobajo las convenciones de la teoríaformal de los juegos y debiera tener, engran medida, una solución cooperativa.En un juego formal, el jugador deberealizar su movimiento de maneradefinitiva y completa, no se le permitenpausas, fintas o movimientosexperimentales a medias, cuya segundamitad dependa de la reacción igualmenteexperimental, tâtonnements del otrojugador. En el estado de naturaleza unjugador, antes incluso de realizar unmovimiento a medias, puede hacer

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discursos, blandir sus armas, halagar,etc. Dependiendo de la reacción del otrojugador o mejor de la lectura que haga alrespecto, puede marcharse (si el otrosigue en su sitio), o asestarle un golpe(ya sea porque el otro pretendagolpearle primero, o porque estémirando hacia otra parte), o tal vezescuche y tome en consideración unaoferta de protección pagada. <<

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[21] En su extraordinaria Anarchy andCooperation, Taylor se sorprende conrazón de que Hobbes no aplique a unestado de naturaleza integrado porEstados los análisis que aplica a unestado de naturaleza integrado porpersonas. Este reproche resultaespecialmente grave desde un punto devista empirista: pues un estado denaturaleza integrado por Estados estádisponible en el mundo real, mientrasque un estado de naturaleza constituidopor personas es una construcciónteórica, o al menos lo era para Hobbes ysus lectores que no tenían ni idea de lo

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que los modernos antropólogos iban aencontrar en remotos rincones delmundo. <<

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[22] J. J. Rousseau, Discours surl’origine de l’inégalité parmi leshommes, 1755. [Trad. cast. Grijalbo].<<

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[23] Tomo esta formulación de RaymondBoudon y François Bourricaud,Dictionnaire critique de la sociologie,1982, pág. 477. En atribuir a la miopíaun papel crucial en la creación delproblema, he sido precedido porKenneth M. Waltz, Man, the State andWar, 1965, esp. pág. 168. La miopíapuede hacer que el ciervo valga menosque la liebre porque está más lejos; elconocimiento por parte del segundocazador de la miopía del primero, puedeinducir a aquel a salir corriendo tras laliebre ¡aunque sea este el que esdemasiado corto de vista para ver el

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ciervo! <<

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[24] Resulta ciertamente inesperado elser conducido, mediante un atentoexamen de la estructura esencial de lacooperación mutuamente ventajosa, a laconclusión de que el contrato social deRousseau tiene una base insuficiente enel egoísmo racional. La teoría delcontrato social ha servido siempre comoel fundamento racional del Estado,convirtiendo en superfluos a losfundamentos mistico-históricos tanto deltipo de la pre-Reforma como del tiporomántico-hegeliano. La segunda parted e The Myth of the State (1946) deErnst Cassirer se titula «La lucha contra

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el mito en la historia de la teoríapolítica», y se ocupa de la herenciaestoica en la filosofía política queculmina en la teoría contractualista. Ahíescribe: «Si reducimos el orden social ylegal a actos libres individuales, a unavoluntaria sumisión contractual de losgobernados, desaparece todo misterio.No hay nada menos misterioso que uncontrato».No obstante, un contrato que esimposible derivar del interés percibidopor las partes contratantes es misterioso,y presumiblemente místico en sugénesis. <<

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[25] «Si, en un grupo de gente, algunoactúa de modo que perjudique miinterés, puedo fácilmente someterme a lacoerción, si esta es la precondición parasometerlos a ellos a la coerción» (W. J.Baumol, Welfare Economics and theTheory of the State, 2.ª ed., 1965, pág.182). Esta afirmación se presenta comola que permite que las funcionesgeneralmente reconocidas del Estado sederiven lógicamente de lo que susciudadanos quieren. No se explica porqué el hecho de que alguna gente actúepara dañar mis intereses es suficientepara persuadirme a someterme a la

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coerción (con objeto de someterlos aellos, también) sin tener en cuenta eltipo de perjuicio que ocasionan a miinterés, su gravedad, las eventualesposibilidades de una defensa nocoercitiva, y sin tener tampoco encuenta la gravedad de la coerción a laque me someto y todas susconsecuencias. Con todo no es difícilinterpretar la historia de modo que meresultara preferible el daño que la genteproduce a mi interés, al daño que lagente organizada en Estado y capaz decoercionarme, puede ocasionar a miinterés. <<

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[26] Leo Strauss, Natural Right andHistory, 1953, pág. 169. <<

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[27] Ibíd pág. 169, nota 5. <<

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[28] Taylor, Anarcby and Cooperation,cap. 3; David M. Kreps, Paul Milgrom,John Roberts and Robert Wilson,«Rational Cooperation in the FinitelyRepeatcd Prisoners’ Dilemma», Journalof Economic Theory, 27, 1982; J.Smale, «The Prisoners’ Dilemma andDynamical Systems Associated to Non-Cooperative Gamcs», Econometrica,48, 1980. Para una más amplia revisióndel problema, cf. Anatol Rapoport,«Prisoners’ Dilemma-Recolections andObservations», en Anatol Rapoport(ed.), Game Theory as a Theory ofConflict Resolution, 1974, págs. 17-34.

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La cuestión importante parece ser quelos jugadores no deben ser estúpidos nitotalmente carentes de previsión.Bastante alertas, los jugadores quetienen mucho mundo generalmentecooperarán en los sucesivos dilemas delos prisioneros. Cf., asimismo, RussellHarding, Collective Action, 1982, pág.146. <<

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[29] El dilema de los prisioneros y el«viaje sin billete» no son simplementetérminos diferentes que describen lamisma estructura de interacción. Elprimero impone a cada prisioneroracional una estrategia dominante, estoes, confesar antes de que el otro puedatraicionarle. Esto solamente asegura elmenos malo de los dos resultadosalternativos posibles del peor de loscasos (maximín). El problema del «free-rider» no impone una estrategiadominante, maximín u otra. En sí misma,no resulta incoherente con una solucióncooperativa. ¿Dónde montaría gratis el

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viajero si hubiera un servicio detransporte no cooperativo?Para convertirlo en un dilema de losprisioneros, debe estrecharse suestructura. Supongamos que hay dospasajeros y un servicio de autobús en elque el precio del billete compra unabono vitalicio. Si un pasajero no paga,el otro es el tonto y debe pagar dobleprecio. Cada uno prefiere en primerlugar ir gratis, en segundo lugar viajaren autobús pagando billete individual, ira pie en tercer lugar y, en último lugar,viajar en autobús pagando el doble. Siambos intentan ir por libre, el serviciode autobús desaparece. Como quiera

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que eligen un curso de acción para todala vida, e independientemente el uno delotro, ambos elegirán ir a pie, esto es,con esta estructura el problema delviajero sin billete funcionará como un(no repetido) dilema de los prisionerosy no será en sí mismo inconsecuente conla solución cooperativa mutuamentepreferida, esto es, un autobús.Se observará que la característica deespecial «estrechamiento» consiste enque el hecho de que uno actúe por libreeleva inaceptablemente el precio delbillete para el otro, ocasionando el cesedel servicio. En la formulación general,«amplia», del problema, hay muchos

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pasajeros y un viajero adicional sinbillete puede no aumentarconsiderablemente el precio a pagar porlos demás, de modo que puederesultarles racional seguir pagando. Nohay una penalización perceptible quecorresponda al papel de gorrón. <<

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[30] Las alusiones se refieren a la obrade A. K. Sen, «Isolation, Assurance andthe Social Rate of Discount», QuarterlyJournal of Economics, 81, 1967. <<

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[31] Robert Paul Wolff, BarringtonMoore, Jr., y Herbert Marcuse, ACritique of Puré Tolerance, 1965. <<

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[32] Para Hegel, el hombre es libre; estásometido al Estado; él es realmentel ibre cuando se somete al Estado. Laforma alternativa de completar la tríada,claro está, es que cuando se somete alEstado, no es libre; pero pocoshegelianos se contentarían con unaversión simplista semejante. <<

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[33] Un exponente relativamente legiblede este «Ableitung» es Elmar Altvater.Otros colaboradores de la revistaberlinesa Probleme des Klassenkampfesemplean una prosa un tanto evanescente,a través de la cual, no obstante, puededetectarse más o menos el mismo motifcontractualista del interés general(¿voluntad general?) del capital. Se lescritica (cf. Joachim Hirsch,Staatsapparat und Reproduktion desKapitals, 1974) por no saber dar cuentade por qué y cómo la «voluntad general»del capital llega a realizarse de hecho enel proceso histórico. Este fallo, si es que

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lo es, les asimila aún más estrechamentea Rousseau. Básicamente la crítica ponede relieve el carácter místico delcontractualismo. <<

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[34] François Furet, Penser la révolutionfrançaise, 1978. Ambas citas son de lapágina 41. <<

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[35] Este es un diagnóstico cómodo queprefigura, en su carácter de Deus exmachina, el más reciente que atribuyelas actuaciones del Estado soviéticodurante más de un cuarto de siglo al«culto a la personalidad». <<

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[36] J. H. Hexter, On Historians, 1979,págs. 218-226. <<

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[37] Aparte de la colonización agrícolaen el sur, los campesinos rusosdesempeñaron también un papelpionero, como empresarios, en elcapitalismo industrial. Vale la penadestacar que muchos siervos noemancipados se convirtieron enempresarios de éxito desde el últimotercio del siglo XVIII en adelante, aunquesiguieron siendo siervos. Cf. RichardPipes, Russia under the Oíd Regime,1974, págs. 213-215. Si hay unobstáculo precapitalista paradesempeñar el papel de empresariocapitalista, debe ser seguramente el

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hecho de ser siervo. <<

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[38] F. Engels, «The Origin of the Family,Prívate Property and the State», en Marxy Engels, Selected Works , subrayadosmíos. [Trad. cast., Equipo Editorial]. <<

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[39] En «The Class Struggles in France»,Political Writings, 1973, pág. 71 [trad.cast., Editorial Progreso], Marx apuntainfaliblemente al riesgo que corre laburguesía en una democracia electivacon sufragio universal. Este «da poderpolítico a las clases cuya esclavitudsocial se pretende perpetuar… [y] privaa la burguesía… de la garantía políticade [su] poder [social]». (Énfasis mío).Una vez más, el joven Marx identifica larealidad, sólo para dejar inexplotada subrillante intuición en favor de suposterior, mostrenca identificación declase dirigente y Estado. <<

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[40] V. I. Lenin, «The State andRevolution», Selected Works , 1968,pág. 271. [Trad. cast., EditorialProgreso]. <<

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[41] En la moderna literatura marxistaesto tiene al menos dos significadosalternativos. Uno corresponde alenfoque «estructuralista» (notablementerepresentado por N. Poulantzas).Vulgarizado, este criterio sostendría queel Estado no puede dejar de estar alservicio de la clase dirigente en lamisma medida que los raíles no puedennegarse a transportar el tren. El Estadoestá empotrado en el «modo deproducción» y no puede evitardesempeñar el rol que estructuralmentese le asigna. El otro enfoque consideraque el Estado elige servir a la clase

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dirigente por alguna razón prudencial,por ejemplo, porque es bueno para elEstado que el capitalismo sea próspero.Presumiblemente el Estado podría, si suinterés lo demandara, elegir asimismono servir a la clase dirigente; este caso,sin embargo, no está previsto, o no loestá de manera explícita. Escritoresneomarxistas como Colletti o Miliband,que tienen superada la identificaciónmecánica entre Estado y clase dirigente(coincidiendo en esto con Marx, eljoven periodista), no lo hacen pese aque tienen en cuenta el antagonismoentre los dos, a pesar de laimpresionante serie de posibles razones

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por las que el Estado, en aras de suinterés debiera elegir volverse contra laclase dirigente (la cual, en la teoríamarxista sólo «dirige» porque «posee»propiedad, mientras la posesión dearmas se reserva para el Estado). <<

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[42] J. Foster, Class Struggle and theIndustrial Revolution 1974, págs. 47-48. <<

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[43] Cf. Murray N. Rothbard, Power andMarket, 1970, y David Friedman, TheMachinery of Freedom, 1973. <<

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[44]Sic en el texto original inglés. (N. delT.) <<

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[45] El hedonista político podríadefinirse como una persona que firma elcontrato social porque mantiene estaconcreta expectativa. No es excesivoargüir que en ninguna versión de lateoría contractualista hay nadie quesuscriba el contrato social por algunaotra razón distinta a la de la expectativade saldo favorable entre placer y dolor,debidamente interpretada. En tal caso, elhecho de estar de acuerdo con elcontrato social es en sí mismo suficientepara definir al hedonista político. <<

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[46] Esto es conocido por la doctrinacomo el teorema de la imposibilidad deArrow, tras su rigurosa primeraexposición por parte de K. J. Arrow enSocial Cholee and Individual Valúes ,1951. [Hay trad. cast., Instituto deEstudios Fiscales]. <<

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[47] Jon Elster, «Sour Grapes», enAmartya Sen y Bernard Williams (eds.),Utilitarism and Beyond, 1982 [trad.cast., Península], ofrece un penetranteanálisis de lo que llama preferenciasadaptativas y contraadaptativas y quetiene cierta relación con lo que llamo«adicción» y «alergia» en el presentetrabajo. El insiste en que adaptación yaprendizaje son distintos, notablementeen que la primera es reversible (pág.226). Me parece difícil afirmar que laformación de preferencias políticas esreversible. Puede o no serlo y laevidencia histórica puede ser

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interpretada de una u otra forma. Miinclinación intuitiva sería considerarlacomo irreversible, tanto en susmanifestaciones adaptativas comocontraadaptativas. La cuestión es deevidente importancia si una forma degobierno puede, por así decirlo, «echara perder para siempre al pueblo» paraotra forma de gobierno. <<

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[48] Max Weber, Essays in Sociology,1946, pág. 78. <<

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[49] Una aplicación de este principioconcreto al caso especial de lalegitimidad del uso de la fuerza entreEstados es la doctrina de Maquiavelo deque la guerra es legítima cuando esnecesaria, siendo el propio Estado elúnico posible juez de su necesidad. Paraunos esclarecedores comentarios sobrela imposición por parte de los Estadosdel monopolio de la realización deguerras, cf. Michael Howard, War inEuropean History, 1976, págs. 23-24.<<

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[50] Puede ser razonable suponer que haycierta retroali mentación probabilísticadesde un poder judicial independientede ayer a un buen gobierno y por tanto ala tolerancia de un poder judicialindependiente de hoy, un círculovirtuoso que se opone al círculo viciosopor antonomasia del poder estatal quecambia a la sociedad y una sociedadcambiada que proporciona al Estadotodavía más poder sobre sí misma. Noobstante, el círculo virtuoso tieneindudablemente poca estabilidad; si, porlas razones que fueren, es interrumpidopor un mal gobierno, pronto se hará

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cargo de la independencia del poderjudicial. <<

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[51] Famosa expresión de Gilbert Rylepara la referencia al todo cuandoqueremos decir la parte, como en «Lasfuerzas rusas de ocupación violaron a tuhermana». <<

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[52] The Oxford History of England, vol.V, Mary McKisac, The FourteenthCentury, 1959, pág. 413. <<

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[53] Donald V. Kurtz, «The Legitimationof Early Inchoate States», en Henri J. M.Claessen y Peter Skalnik (eds.), TheStudy of the State, 1981. <<

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[54] Ibíd., pág. 26, subrayados míos, cf.asimismo pág. 197. <<

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[55] Benjamin Ginsberg, TheConsequences of Consent, 1982, pág.24, subrayados suyos. <<

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[56] Chadwick no pensaba que él y suscompañeros pioneros de la funciónpública estuvieran construyendo unimperio, promoviendo sus propiaspolíticas favoritas, cumpliendo suspropios (desinteresados) fines otrabajando en favor del (egoísta) interésde una burocracia al servicio de símisma. Sinceramente sin duda, creía queestaban administrando neutralmente laley y de este modo sirviendo al público.No entendió que en gran medida estabanconstruyendo la ley. De hecho,consideraba que atacar a un funcionarioera como pegarle a una mujer —

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¡basándose presumiblemente la analogíaen su común indefensión!— <<

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[57] Sir Ivor Jennings, Party Politics,1962, vol. III, pág. 412. <<

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[58] Las estimaciones son las de G. K.Fry en su The Growth of Government,1979, pág. 2. <<

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[59] Ibíd., pág. 107. <<

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[60] Leszek Kolakowski, el filósofo yeminente estudioso del pensamiento deMarx, mantiene que la sociedad civil nopuede tener estructura sin propiedadprivada de los medios de producción(Encounter, enero 1981). Si es así, elimpulso democrático (advertido porTocqueville) a acabar con la estructura,evitar intermediarios y apelar alprincipio de un hombre un voto, y elimpulso socialista a abolir la propiedadprivada del capital, están másestrechamente relacionados de lo queparece. <<

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[61] Michael Oakeshott, «Política]Education», en Peter Laslett (ed.),Pbilosophy, Politice and Society, 1965,pág. 2. <<

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[62] Por ejemplo, podría estipularse queningún acuerdo debe repararse a no serque la ganancia de utilidad producida alhacerlo sea mayor que la pérdida, si lahubiere, acarreada por el acto dereparación, cuya utilidad incluiría elvalor que se puede atribuir a la mera noperturbación de un acuerdo existenteademás de su utilidad en el sentidohabitual, más restringido. <<

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[63] Frank Hahn, «On Some Difficultiesof the Utilitarian Economics», enAmartya Sen y Bernard Williams (eds.),Utilitarianism and Beyond, 1982, págs.195-198, tiene una especialmente lúcidaexposición de esta cuestión. Cf.asimismo P. J. Hammond,«Utilitarianism, Uncertainty andInformation», en el mismo volumen. <<

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[64] Es justo recordar al lector que sirKarl Popper, en su Miseria delhistoricismo, 2.ª ed., 1960 [trad. cast.,Alianza], aprueba la «ingeniería social»por etapas (al menos como opuesta a lade gran escala) sobre la base de que elenfoque por etapas permite estar«siempre ojo avizor respecto a lasinevitables consecuencias no deseadas»(pág. 67). Estar ojo avizor esciertamente la actitud adecuada. Esefectiva cuando las consecuencias sonfáciles de identificar y rápidas enaparecer; no cuando no lo son. <<

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[65] William J. Baumol, WelfareEconomics and the Theory of the State,2.ª ed, 1965, pág. 29. <<

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[66] A. V. Dicey, Lectures of theRelation between Law and PublicOpinión in England during theNineteenth Century, 1905. <<

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[67] Elie Halévy, The Growth ofPhilosophical Radicalism, pág. 495,citado por lord Robbins, Politics andEconomics, 1963, pág. 15, cursivasmías. <<

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[68] Una exposición rigurosa de los tiposde comparaciones interpersonalesrequeridas por los diversos tipos de«funciones de bienestar social» esproporcionada por K. C. Basu, RevealedPreference of Governments, 1980, cap.6.Me apropio del título de este libroperfectamente desapasionado paraencabezar la presente sección, porque suinintencionado humor negro se adecúamuy bien a lo que considero el núcleoirreductible de la solución utilitarista.La única preferencia que es siempre«revelada» en la maximización del

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bienestar social es la del maximizador,la del poseedor del poder soberanosobre la sociedad. <<

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[69] Un acuerdo no unánime (porejemplo, mayoritario) para realizar enciertas formas las comparacionesinterpersonales de utilidad, conferiría elmismo estatus lógico sobre la calidad dela maximización de utilidad de la acciónpública seleccionada a base de talescomparaciones, como sobre lasseleccionadas directamente, sin elbeneficio de comparación interpersonalalguna, mediante cualquier tipo deacuerdo no unánime (voto, aclamación oelección al azar). <<

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[70] En Liberal Legislation andFreedom of Contract, 1989, Greendespega de un terreno cercano a laescuela de Manchester y aterriza en lasnubes hegelianas. La propiedad seorigina en la conquista de la naturalezapor individuos desiguales, de ahí quesea justamente desigual. Es debida a lasociedad porque sin la garantía de estano podría ser poseída. Todos losderechos derivan del bien común. Encontra del bien común, en contra de lasociedad, no puede haber derechos depropiedad, ni ningún otro derecho. Lavoluntad general reconoce el bien

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común. Por parte del individuo, latenencia de propiedad, por tanto, debedepender de que la voluntad generalapruebe su tenencia, un resultado quees tan jacobino como hegeliano. Greenno explicitó esta conclusión. Sussucesores lo hicieron cada vez más. <<

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[71] «Tiene» excluye claramente «poseedefacto, pero ilícitamente» y «usurpa».<<

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[72] Creo mejor utilizar «dotaciónpersonal» que «ventajas naturales»empleada entre otros por Rawls, porqueno plantea la involuntaria cuestión decómo una persona ha llegado a adquirirsus dotes, «naturalmente» o no —si hanacido con ellas, trabajado por ellas osólo se las ha encontrado al pasar—. Enmi esquema, la dotación personal difieredel capital sólo en que no estransferible; «los que se lo encuentran selo quedan» (finders are keepers)excluye las preguntas acerca de sumerecimiento y «procedencia». <<

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[73] Cf. Brian Barry, The Liberal Theoryofjustice, 1973, pág. 159, para lasugerencia de que hay bastante gente quedisfruta, o disfrutaría, haciendo trabajosprofesionales o ejecutivos como parahacer que la remuneración de estosempleados cayera al nivel de la de losprofesores o trabajadores sociales. <<

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[74] Es tentador adscribir el primitivorespeto liberal por la propiedad a latradición lockeana del pensamientopolítico angloamericano, con su casicompleta identificación de propiedad ylibertad (política). En una culturadiferente, habría que encontrar unaexplicación diferente: ¿por qué el abadde Siéyes, un liberal del tipo de Deweyal que Locke le importaba bien poco,piensa que todo debiera ser igualexcepto la propiedad? <<

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[75] Es una grosera falacia suponer quela regla «la opinión pública o lamayoría de los votantes determinará sialguien es judío» es moral oracionalmente superior a la reglaapócrifa de Hitler. Obsérvese, sinembargo, que la regla «la mayoría de losvotantes determinará si un contrato eslibre y si las participacionesdistributivas son justas» es ampliamenteaceptada por el público en general. <<

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[76] Estoy en deuda con I. M. D. Littlepor la sugerencia de que la «iteracióninterminable» no es el destino inevitablede este proceso social. Tan posiblecomo él desde el punto de vista lógicoes la convergencia hacia una situaciónde parada estabilizada. Ni tampocoexiste una presunción a priori de que laiteración interminable sea el caso másprobable. Sin embargo, la experienciahistórica de las sociedades actualesapoya la hipótesis de la iteracióninterminable y no apoya la de laconvergencia hacia un equilibrio en elque no aparezcan nuevas prescripciones,

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prohibiciones y ayudas estatales. <<

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[77] El lector puede pensar que entre lasanteriores líneas se esconde una confusasombra de algún «trade-off social entrejusticia y libertad» que, al lado de lasdemás negociaciones entre fines pluralescontrapuestos por pares de unasociedad, está en la base de la teoríapolítica «pluralista». Ninguna sombratal es deseada. Comoquiera que noconsigo entender cómo puedeconcebirse a una sociedad «eligiendo»,me opondría a que una transacciónsocial introdujera aquí su confusacabeza. <<

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[78] F. A. Hayek, The constitution ofLiberty, 1960, pág. 444, cursivas mías.[Hay trad. cast., Unión Editorial]. Lacita merece estudio. Primero,descubrimos que lo que puede habersido cierto entonces no es cierto ahoraq u e nosotros controlamos el Estado.Segundo, se nos anima a aceptar losefectos no deseados, a convertirlos endeseados, a desear verdaderamentesegundas, terceras y ulteriores fases deexpansión del Estado y a impulsardecididamente el proceso iterativoengendrado por la característicaautoalimentadora de estos efectos.

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Acostumbrados como estamos a que elEstado contemporáneo sea desbordadopor las demandas de que «extienda susfunciones» y «aumente su actuación»para ayudar a los intereses que lomerezcan, bien puede resultarnosdivertido que Joe Chamberlain viera lanecesidad de estimular los apetitospopulares por los beneficios estatales.<<

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[79] El corolario podría, por ejemplo,adoptar esta formulación: «Mientras másfuertes sean los golpes que puedeasestar para aplastar al enemigo declase, mejor podrá cumplir su funciónhistórica el Estado de la dictadura delproletariado». No hace falta decirlo, laideología liberal está bastante pocodispuesta a aceptar un corolario de estetipo. <<

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[80] Benjamin R. Barber, «Robert Nozickand Philosophical Reductionism», en M.Freeman y D. Robertson (eds.), TheFrontiers of Political Theory, 1980,pág. 41. <<

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[81] Me estoy refiriendo alfrecuentemente citado cri de coeur de S.M. Lipset (Political Man, 1960, pág.403), en el sentido de que la democraciano es un método para la buena vida, esla buena vida. <<

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[82] Señaladamente por el Estado quellamara a filas a los asaltantespotenciales y los condujera a saquearlas ciudades extranjeras ricas a lamanera de Bonaparte en 1796. Elconflicto surge más tarde, en elcomplemento: Bonaparte llegó pronto aexigir, como él lo expresaba, «una rentaanual de 100 000 hombres» («une rentede 100 000 hommes»). <<

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[83] Las soluciones cooperativas seentienden mejor como resultados dejuegos de suma positiva sin perdedores.No obstante, un juego puede tenerperdedores además de ganadores y apesar de todo considerarse de sumapositiva. Al ayudar a algunos a base deperjudicar a otros, se supone que elEstado está produciendo una sumapositiva, cero o negativa. En estrictalógica, tales suposiciones implican quelas utilidades son interpersonalmentecomparables.Puede decirse, por ejemplo, que robar aPedro para pagar a Pablo es un juego de

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suma positiva. Si decimos esto,afirmamos que la utilidad marginal deldinero para Pablo es superior. En vez dedecir esto, es tal vez menos severo decirque favorecer a Pablo era sólo justo orazonable; que lo merecía más; o que eramás pobre. El último argumento puedeser una apelación a cualquiera de lasdos, la justicia o la utilidad, y de estemodo dispone, como apaño, de la fuerzade su indefinición. <<

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[84] El intelectual liberal ¿vive mejor enel estado de naturaleza o bajo el Estadocapitalista? Si no sabe decirlo, y es delos que consideran que deben advertir ala sociedad, ¿cómo podría hacerlo? <<

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[85] Una comunidad simple,indiferenciada, significa en este contextono sólo que todos sus miembros soniguales (ante Dios, ante la ley, entalentos, influencia, riqueza u otrasimportantes dimensiones en las que laigualdad suele normalmente medirse),sino que todos están más o menosigualmente interesados por cualquierade los temas que se plantean para quesean objeto de una decisión democráticaen beneficio de la comunidad. Unacomunidad de iguales en el sentidoamplio acostumbrado puede tenermiembros con diferentes ocupaciones,

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sexos y grupos de edad. Que no estaránigualmente interesados por los temasque afecten a ocupaciones, sexos ygrupos de edad de manera diferenciada;tal es el caso de la mayoría de lostemas. <<

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[86] Es un dato interesante que las leyessocietarias de las empresas alemanas yfrancesas establezcan importantesestipulaciones para las «minoríasbloqueadoras» (Sperrminoritdt, minoñtéde blocage), mientras que las leyes de laempresa inglesa o de la corporaciónamericana no lo hagan. <<

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[87] Cf. Thomas C. Schelling, TheStrategy of Conflict, 2.ª ed., 1980, pág.19. Para Schelling, el voto secretoprotege al votante. Esto esindudablemente cierto. Sin embargo,también es cierto que lo transforma enun alto riesgo. Corromperle, sobornarle,se convierte en una pura apuesta. <<

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[88] La regla de la mayoría, con votosemitidos totalmente con arreglo alinterés, produciría inevitablementecierta redistribución, y por ende ciertadesigualdad en una sociedad de iguales.En una sociedad de desiguales, habríatambién una mayoría para laredistribución. Como ha subrayado Sen,podría organizarse una mayoría para laredistribución aun a expensas de lospobres. «Escoge a la persona que estéen la peores circunstancias y llévate lamitad de su parte, tira la mitad y dividelo que queda entre los demás. Ya hemosrealizado una mejora de la mayoría»

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(Amartya Sen, Choice, Welfare andMeasurement, 1982, pág. 163). Lacompetición, no obstante, asegura que lamayoría tiene alternativas másatractivas, de más cuantiosaredistribución por las que votar, esto esque la redistribución no seránormalmente a expensas del pobre.Dada la elección, la redistribuciónigualitaria será preferida a ladesigualitaria, porque el saldo potenciales siempre mayor en la redistribución derico a pobre que en la de pobre a rico.<<

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[89] Cabezas más juiciosas meconsiderarían tal vez temerario poravanzar una definición de liberalismo,considerando que «se trata de uncompromiso intelectual tan amplio queincluye a la mayoría de las creenciasdirectrices de la moderna opiniónoccidental» (Kenneth R. Minogue, TheLiberal Mind, 1963, pág. VIII, cursivasmías). <<

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[90] Los liberales no se adhieren a estosvalores hoy porque esperen que lamayoría de la gente se adhiera a ellosmañana. Más bien esperan que lamayoría lo haga porque estos objetivosson valiosos. Cualquiera de las dosrazones sería suficiente para montarseen ese tren antes de que inicie sumarcha. No obstante, la segunda razóncomunica a los liberales que el tren esmoralmente digno de ser abordado. <<

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[91] R. H. Tawney, Equality, 1931, pág.241, cursivas suyas. <<

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[92] Compárese el diagnóstico deTocqueville: «On semblait aimer laliberté, il se trouve qu’on ne faisait queháir le maítre» (C. A. H. C. deTocqueville, L’ancien régime et larevolution, Gallimard, 1967, pág. 266).[Hay trad. cast., Alianza].<<

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[93] Tawney, Equality, pág. 242, cursivasmías.<<

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[94] En su clásico Oñgins of totalitariandemocracy (1960), J. L. Talmon,habiendo postulado que ahora hay unademocracia liberal y una democraciatotalitaria pero que hubo momentos enque estas dos eran una, no sabe cómolocalizar el cisma. Lo buscaprincipalmente en la Revoluciónfrancesa y en su contexto sin pretenderhaberlo encontrado. Quizá sea imposibleencontrar el cisma; tal vez no existiónunca.Talmon parece inclinarse implícitamentehacia esta perspectiva al caracterizar ala democracia como un credo político

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fundamentalmente inestable, un monstruopotencial que debe estar firmementeincrustado en el capitalismo para estarfuera de peligro. No se plantea lacuestión de cómo puede lograrse esto.Como el lector que haya llegado hastaaquí habrá comprendido, forma parte demi tesis que nada semejante es posible.La democracia no se presta por sí mismaa ser «incrustada en el capitalismo».Tiende a devorarlo. <<

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[95] Lord Acton, Essays on Freedom andPower, 1956, pág. 36. <<

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[96] Debe haber un «fuera» para elhombre que lo quiera en un campamentomilitar; también algunos presos quierenla exoneración de responsabilidad y sedice que prefieren estar dentro quefuera. Para reconciliar esto, siemprepodemos recurrir a la comprensióndialéctica de la libertad. El hombresometido a disciplina militar consigue lal i b e r ta d real. La sociedad civilgobernada por el Estado es unprcrrequisito de la auténtica libertadcomo opuesta a la libertad virtualofrecida por el estado de naturaleza.Mucha gente utiliza efectivamente tales

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argumentos. <<

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[97] Karl R. Popper, The Open Societyand its Enemies, 1962, vol. II, págs.124-125, cursivas mías. [Hay trad. cast.,Paidós]. <<

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[98] Ibíd., pág. 124. <<

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[99] Para una formulación diferente ymucho más completa de este punto, cf.Robert Nozick, Anarchy, State andUtopia, 1974, págs. 263-264. [Hay trad.cast., Fondo de Cultura Económica]. <<

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[100] Otros argumentos liberales acercade la redistribución no son positivossino normativos; se refieren a valores,no a hechos; sus recomendaciones seapoyan en apelaciones a la justiciasocial más que a la utilidad social. <<

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[101] M. Friedman y L. S. Savage, «TheUtility Analysis of Choices InvolvingRisk», en American EconomicAssociation, Readings in Price Theory,1953, pág. 88. Inicialmente publicado ene l Journal of Polítical Economy, 56,1948. [Hay trad. cast. en G. J. Stigler yK. E. Boulding (eds.), Ensayos sobre lateoría de los precios, Aguilar]. <<

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[102] J. Rawls, Theory of Justice, 1972,pág. 156. [Hay trad. cast., Fondo deCultura Económica]. La segunda ytercera «características» invocadas porRawls para explicar por qué su gentehace lo que hace significan,respectivamente, que un aumento en su«índice de bienes primarios» (que seafirma que es covariante con su rentatout court) no mejoraríasignificativamente al hombre rawlsiano,y un descenso lo empeoraría de maneraintolerable. <<

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[103] «Ni siquiera el propio electorconoce su preferencia hasta que seenfrenta a una elección real, y sucomprensión de su propia preferencia hade ponerse en duda a menos que seencuentre en una verdadera situación deelección» (Charles E. Lindblom,Politics and Markets, 1977, pág. 103).Si esta posición parece un pocodemasiado severa con respecto a la mássencilla relación de preferencia de másbien té que café, no es más queadecuadamente prudente cuando seaplica a la totalidad de los modos devida. <<

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[104] Hablo de «otros» mercados futurospara enfatizar que los mercadosfinancieros son ipso facto mercados defuturo, es decir, de intereses ydividendos futuros. <<

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[105] Así Roben Wolff en UnderstandingRawls, 1977, pág. 173: «Un estómagolleno de cerveza y pizza requiere muypoco dinero, pero un estilo de vidacultivado, de buen gusto, elegante,llevado racionalmente con objeto de“proyectar actividades de manera quepuedan satisfacerse sin interferenciaslos diversos deseos” cuesta un montón».<<

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[106] F. Y. Edgeworth, The Puré TheoryofTaxation, 1897, reimpreso enE d ge w o r th, Papers Relating toPolitical Economy, 1925, pág. 114,cursivas mías. [Hay trad. cast. en R. A.Musgrave y C. S. Shoup (eds.), Ensayossobre economía impositiva, Fondo deCultura Económica]. <<

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[107] Los principios de Rawls sirvenpara ayudar a diseñar «prácticas» o«instituciones» que «determinan [la]división de ventajas» y garantizan «unacuerdo sobre las participacionesdistributivas adecuadas» (A Theory ofJustice, pág. 4). (Las citas de páginasentre paréntesis pertenecen todas a estetrabajo). Rawls considera lasinstituciones en un alto nivel deabstracción y generalidad, pero estáclaro, tanto por el contexto (esp. págs.278-293) como por el análisis de susargumentos que la única institución quetiene «pegada» y que puede garantizar

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algo en absoluto, es el Estado. <<

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[108] No hay base para suponer, en estaetapa, que lo harán todos. La posiciónno se adopta por unanimidad. <<

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[109] Creo que es justo interpretar queRawls quiere decir que el contratosocial es un acuerdo unánime(omnilateral) sobre los principios paraun Estado que asegure, mediante laanulación de los contratos normales(bilaterales) siempre que los principiosasí lo requieran, una justa distribución.E l estado de naturaleza es una red decontratos normales que dan origen a una«distribución natural» sin «instituciónalguna» (no hay Estado) que le obliguea adecuarse a una concepción de lajusticia. Otros aspectos de la justiciaque no sean el aspecto distributivo no

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parecen entrar en la distinción entre«contrato social» y «estado denaturaleza» de manera explícita eimportante. Una sociedad provista de unEstado interesado solamente en lapreservación de la vida y la propiedad,desde el punto de vista rawlsiano, seríatodavía una sociedad en estado denaturaleza. Como él sería el primero enadmitir, el contrato social de Rawlsdesciende de Rousseau y no de Hobbes.<<

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[110] Richard Miller, «Rawls andMarxism», en Norman Daniels (ed.),Reading Rawls, 1974, pág. 215, indicaque la cooperación voluntaria puedemantenerse «durante siglos» por mediode instituciones ideológicas y el aparatocoercitivo del Estado (¡pagados con losimpuestos de los trabajadores!) sincontrato social alguno acerca de losprincipios de la justicia distributiva.Interpretado dentro de un esquemamarxista, los mejor dotados de Rawlsestarían de acuerdo en las condicionesmejores que las del mercado para lostrabajadores cuando tuvieran miedo de

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que los siglos a los que se refiere Millerestuvieran aproximándose a su finalhistóricamente inevitable, y losremedios reformistas estuvieran a laorden del día. Aunque estarían, creo,apresurando su fallecimiento y sufriendode «falsa conciencia» al elegir losmedios para su fin, el argumento se basaal menos verdaderamente en el propiointerés. El argumento de Rawls no lograen absoluto establecer una base en elpropio interés. <<

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[111] Nozick, Anarchy, State and Utopia,págs. 192-195. <<

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[112] Para ser justo con Rawls, élproporciona un análisis (parágrafo 9)sobre el contenido de la filosofía moral,que (de ser correcto) invertiría supostura. Su paralelismo con la teoría dela sintaxis es revelador. La forma dehablar de la gente es la fuente deconocimiento acerca del lenguaje. Losjuicios morales de la gente son la fuentede conocimiento sustantivo acerca de lajusticia. Si es democrática la afinidadpor la igualdad, esto nos dice algoacerca de la justicia —aunque no seimplique algo tan tosco como que losprincipios de la justicia se derivan de

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las encuestas de opinión pública—. <<

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[113] Preferencia «fuerte» por ella; parajustificar la desigualdad, incluso losmenos aventajados deben estar mejor delo que estarían bajo la igualdad, y losdemás grupos, estratos o clases (o loque quiera que sea que representen loshombres representativos) deben estarmejor que los menos aventajados, puessi no no habría desigualdades quejustificar. (Doy por supuesto que lagente siempre «prefiere» estar «mejor»y prefiere solamente eso). Las dosformulaciones «las desigualdades debenser ventajosas para cada uno de loshombres representativos» y «para el

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hombre representativo menosaventajado», respectivamente, sonequivalentes vis-à-vis la igualdad comola alternativa, pero no vis-à-vis el casogeneral de todas las distribucionesposibles.Esto se ve fácilmente comparando elcoste de tres hombres representativos A,B y C bajo tres posibles distribuciones:o, p y q; la renta total a distribuiraumenta con la desigualdad, que es elcaso para el que se inventó el «principiode la diferencia»:

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Todos están mejor en p y en q que en o(igualdad), pero sólo A y R están mejoren la más desigual q que en la menosdesigual p; la desigualdad adicional deq no supone beneficio para el menosaventajado C, y el está meramenteindiferente entre ellos (no sintiéndoseenvidioso ni altruista). Por tanto q seráexcluido por violar al menos uno de losprincipios de la justicia, aunqueprodujera tres bienes primarios más sin

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hacerlo a expensas de alguien.Este resultado perverso del principio dela diferencia ha sido primeramenteestablecido por A. K. Sen, CollectiveChoice and Social Welfare , 1970, pág.138 n. [Hay trad. cast., Alianza]. Rawls,siempre cómodamente, puede excluirlopor el extraño supuesto de «cohesión»,bajo el cual la mejora de la situación deA y B cuando se sitúan en q más que en pentraña una mejora en la situación de Ctambién (y viceversa). En otraspalabras, la «cohesión» afirma que p y qno pueden ser ambos posibles, de modoque no tenemos que preocuparnos sobrecuál sería preferido y cuál es justo.

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Si fallara la cohesión, Rawls tendría querecurrir a un principio de diferencia«lexicográfico» más complejo (pág. 83),bajo el cual las desigualdades sonpermitidas si benefician la situación delmenos aventajado siguiente (en esteejemplo B) una vez que la del menosaventajado (C) no pueda ser másmejorada.Es muy difícil que la cohesión tengasentido en un esquema en el que elprincipio de la diferencia requiere quese empeore a algunos de manera quepueda mejorarse a los menosaventajados (por ejemplo, mediante laredistribución de la renta). Gravar con

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impuestos a A hace tanto que C mejore(obtiene una transferencia de pago)como que empeore (como requiere lacohesión). <<

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[114] Si esto fuera así, debiera adoptarsepor las naciones opuestas a Moscú comouna potente razón de política exteriorpara no incrementar la ayuda, con objetode colgar a todos esos muchos millonesalrededor del cuello de Moscú. <<

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[115] I. M. D. Little, «Distributive Justiceand the New International Order», en P.Oppenheimer (ed.), Issues inInternational Economics, 1981. <<

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[116] Entre tales efectos no deseados, unocompletamente obvio es el crecimientode la «economía sumergida» y eldesempleo voluntario. Estos, a su vez,ponen de relieve una autorreforzadoratendencia a depositar una carga cada vezmás pesada sobre una cada vez másreducida proporción de la sociedadempleada «legal» y retribuidamente, loque permite que la «institución básica»viva a costa de ella, en vez de que ellaviva a costa de la «institución básica».No obstante, otros efectos involuntariosmenos visibles pueden ser másinfluyentes a largo plazo. Estoy

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pensando sobre todo en las malcomprendidas formas en queevolucionan las características de unasociedad cuando el comportamiento deuna generación se adapta poco a poco altipo de «institución básica» implantadopor la generación precedente. Lasecuencia retardada es, en principio,capaz de producir una constante (o ¿porqué no de ritmo variable, o acelerada?)degeneración tanto de la sociedad comode la naturaleza del Estado. Porsupuesto, puede ser imposible acordaren todo caso criterios objetivos paraafirmar que tal degeneración estáproduciéndose, no digamos para

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enjuiciar su ritmo o las indudablementemuy complejas relaciones funcionalesque la controlan. <<

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[117] John Rawls, «Reply to Alexanderand Musgrave», Quarterly Journal ofEconomic, 88, 1974. <<

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[118] Cf. el diagnóstico de BenjaminBarber, «el estatus instrumental de losbienes primarios es comprometido»(Benjamin Barber, «Justifying Justice;Problems of Psicology, Measurementand Politics in Rawls», AmericanPolitical Science Review, 69, junio,1975, pág. 664). Su razón para afirmaresto, no obstante, difiere de la mía. <<

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[119] James Fishkin, «Justice andRationality: Some Objections to theCentral Argument in Rawls’s Theory»,American Political Science Review, 69,1975, págs. 619-620. <<

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[120] Formalmente un creyente enfrentadocon la alternativa de ir al cielo o alinfierno (y quién sabe si no alpurgatorio, ni a qué grado del cielodesde el primero hasta el séptimo)estaría empleando la decisión racionalal optar por ir al cielo. Sin embargo, lassuposiciones adyacentes hacen trivial elproblema de la elección, o más bienfalso. <<

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[121] Obviamente este debe seguir siendoel caso, no importa hasta qué punto elprimer principio de Rawls (iguallibertad, sea cual fuere su posiblesignificado) y la segunda parte de susegundo principio (posiciones abiertas alos talentos) restrinjan el conjunto dedistribuciones factibles obstaculizandola aparición de rentas muy escasas ymuy cuantiosas (págs. 157-158) —unobstáculo que bien podemos admitir confines argumentativos, sin conceder queRawls haya establecido su probabilidad—. <<

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[122] Para completar, podemos añadirque si la maximín predomina sobre laigualdad, debe predominar tambiénsobre las distribuciones de rentaintermedias entre la maximín y laigualdad, es decir, sobre todas lasdistribuciones más igualitarias que ellamisma. <<

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[123] Una falta garrafal frecuentementecometida es confundir la esperanzamaternatica de utilidad con la utilidadde la esperanza matemática. (Lacoincidencia de ambas permitiría laafirmación de que la utilidad marginalde la renta es constante). Una faltagarrafal afín a la anterior consiste encontabilizar doblemente la función deutilidad y la actitud hacia el riesgo,como en la afirmación «él no maximizala utilidad porque tiene aversión alriesgo», como si la aversión al riesgo nofuera precisamente una expresión máscoloquial para caracterizar la forma de

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su función de utilidad. Cf. la versión deRawls del argumento en favor de lamaximización de la utilidad media: «Sise considera a las partes comoindividuos racionales que no tienenaversión al riesgo» (pág. 165, cursivasmías), «preparados para arriesgarse ajugar partiendo de los razonamientosprobabilísticos más abstractos posiblesen todos los casos» (pág. 166, cursivasmías), pero no de otra forma,maximizarán la expectativa matemáticade utilidad calculada con la ayuda de laprobabilidad bayesiana. ¡Pero alcomportarse con alguna sensatez, debenestar haciendo esto en todo caso! Si

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tienen aversión al riesgo, harán unajugada y si no, harán otra cosa. Si sepropone que lo racional es «rechazar elaventurarse a jugar», debe sersusceptible de ser descrito como lajugada en la que la suma de lasutilidades de los posibles resultados,multiplicadas por sus probabilidades(que son todas cero, excepto para unresultado cuya probabilidad es launidad) sea la más alta. Es virtualmenteimposible describir así el rechazo aaceptar la muy escasa probabilidad deperder una muy pequeña cantidad enatención a la altísima probabilidadrestante de ganar una gran cantidad, es

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decir, que el requisito no está vacío.La probabilidad, como debieradeducirse del contexto anterior, es deltipo «subjetivo» del que carece desentido decir que es desconocido. Sólolo «objetivo», la probabilidad de tipofrecuencia tolera ser descrito como«conocido» o «desconocido», ¡y apenasmalamente! Hay otra forma en la quepuede representarse a la gente«rechazando aventurarse a jugar»:podemos suponer que se sientan ylloran. <<

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[124] Esto es semejante al «juego de sumafija» de dividir un pastel entre njugadores, donde el n-ésimo jugadorhace la división y los n-1 jugadoreshacen la elección. El n-ésimo jugadorestá seguro de quedarse con el trozo máspequeño. Intentará hacerlo lo másgrande posible, esto es dividirá el pastelen trozos iguales. Esta es su estrategiadominante. Si los n-1 jugadores estáncon los ojos vendados, n carece deestrategia dominante. <<

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[125] Con gente que no sabe sino quecada lote tiene alguna probabilidaddistinta de cero de ser ganado y quetodos los lotes juntos tienen unaprobabilidad de 1 (es decir, uno, ysolamente uno de los lotes es seguro queserá ganado), que «descuente» cualquierotra inferencia lógica (que es comoespera Rawls que razonen sus partes),es difícil comprender cómo sedeterminará su elección, por no hablarde qué determinará que sea unánime. Lahipótesis plausible parece ser que secomportarán como partículas en lamecánica cuántica y nunca (poco menos

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que la eternidad) alcanzarán el acuerdosobre un contrato social.Si se les permitiera atenerse a unamenos rudimentaria concepción de lasprobabilidades, si por ejemplo pudieranaplicar el principio de razón insuficientey suponer que a falta de cualquierindicación en contrario les resultaría tanprobable conseguir un lote como otro,tendrían una oportunidad mejor dealcanzar un acuerdo sobre unadistribución —que presumiblementesería más desigualitaria que lagobernada por la «estrategia» maximín—. <<

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[126] A diferencia del póquer o losnegocios donde una previa pérdidatiende a empeorar las posibilidadespresentes, otras elecciones determinadasbajo condiciones de riesgo pueden noverse negativamente afectadas. Porejemplo, un escaso estipendio de porvida puede no empeorar lasprobabilidades de casarse con lapersona adecuada o de tener buenoshijos.La pregunta misma de si las familiassuizas son más felices que las rusas esnecia, aunque la persona que hayaacordado echar a suerte su ubicación

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dentro de la sociedad rusa no dispongade una segunda oportunidad para echar asuerte su ubicación dentro de lasociedad suiza. <<

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[127] El descubrimiento del hombreprudente de que arriesgarse es difícil,especialmente si existe el riesgo deperder la apuesta, no es muy distinto dela celebrada profundidad de SamGoldwyn de que predecir es difícil,sobre todo si es acerca del futuro.«Negarse a jugar» es en sí mismo unajugada y «no hacer pronósticos» es undeterminado pronóstico en la medida enque es inevitable que el futuro de hoyllegue a ser el presente de mañana. Noevitas exponerte a él por no adaptarte alo que pudiera o no llegar a ser. Tuadaptación puede no tener éxito. No

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adaptarse es todavía menos probableque tenga éxito. <<

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[128] Cualquiera que haya encargado susinversiones a la responsabilidad de undepartamento bancario estáprobablemente familiarizado con elfenómeno de «gestionar prudentemente,pero no bien». Cualquiera que hayaobservado el funcionamiento de losmercados financieros dominados porinstituciones más que por jefes sabe loque quiere decir que los gestores decartera «no quieren ser héroes» y «no sejuegan el pescuezo», comprando cuandotodo el mundo compra y vendiendocuando todos los demás venden. <<

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[129] Si los padres pensaran que losniños iban a crecer menos capaces,menos previsores y menos adaptables delo que lo hicieron ellos mismos, podríanconsiderar que un Estado del bienestarsería verdaderamente mejor para ellosque un Estado desigualitario. Los padrespodrían entonces querer instalarloinmediatamente, ya fuera porque nopudieran confiar en que sus hijosreconocieran su propio interés o porquela elección del Estado hubiera dehacerse inmediatamente para toda laposteridad. Sin embargo, Rawls noutiliza esa línea paternalista de

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argumentación. <<

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[130] Asimismo denominada «igualdadaristotélica». Si se niega la extensión, laregla se convierte en «igual paga paraigual trabajo así como para el desigualtrabajo», lo que parece contrario a laintención del proponente. Si no quisierala proporcionalidad, habría propuesto«un hombre, una paga» sin tomar enconsideración la cantidad o calidad deltrabajo. <<

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[131] K. Marx, «Critique of the GothaProgramme», 1875, en K. Marx y F.Engels, Selected Works in One Volume ,Moscú, 1968, págs. 320-321, cursivasen el texto original [Hay trad. cast.,Ricardo Aguilera]. <<

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[132] F. Engels, «Letter to A. Bebel», enK. Marx y F. Engels, Selected Works… ,pág. 336, cursivas en el texto. <<

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[133] Isaiah Berlin, «Equality», Conceptsand Categories, 1978, págs. 82-83. <<

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[134] Bernard Williams, «The Idea ofEquality», en P. Laslett y W. G.Runciman (eds.), Philosophy, Politicsand Society, 1962. <<

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[135] Por ejemplo, la división de unpastel dado por Dios entre personas queson absolutamente iguales entre sí, sonigualmente temerosas de Dios, tieneniguales méritos, necesidades idénticas,iguales capacidades de disfrute, etc., pormencionar sólo aquellas dimensiones decomparación que normalmente seconsideran relevantes en cuanto a ladivisión del pastel, aunque obviamentehaya muchas otras. <<

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[136] Cf. Douglas Rae et. al., Equalities,1981. Rae y sus coautores quieren, muysensatamente, que nos preguntemos no«si la igualdad», sino «¿cuál es laigualdad?» (pág. 19). Desarrollan una«gramática» para definir y clasificarigualdades y arrojar alguna luzreveladora, descubriendo porpermutación que existen no menos de720 tipos de igualdad (pág. 189, n. 3).No obstante, adoptan la postura de queuna situación puede diagnosticarse confrecuencia, si no siempre, como másigualitaria que otra, es decir, que almenos es posible una ordenación parcial

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de situaciones sociales en función dehasta qué punto son igualitarias. Miopinión es que la ordenación desituaciones caracterizadas porigualdades alternativas se haceinevitablemente en función de algún otrocriterio, a menudo oculto (por ejemplo,de justicia o de interés) y no puederealizarse en función del criterio deigualdad en sí mismo. <<

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[137] Algunos efectos del mismo tipo selogran, de manera totalmenteinvoluntaria, bajo la regla un hombre unvoto mediante el fenómeno de la noparticipación electoral, con tal que seacorrecto suponer que los que seabstienen están menos concernidos ensus legítimos intereses por el resultadode la elección que los que votan. Elefecto no deseado podría sertransformado en deseado si se dificultala emisión del voto. El derechoaustraliano que castiga la abstención conuna multa debiera, desde luego, tener elefecto contrario.

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«Preocupación» constituye unaexplicación insatisfactoria de por qué lagente vota, pero ignoro alguna otraexplicación rival más satisfactoria; cf.,la regla altamente artificial del«remordimiento mínimo» propuesta porFerejohn y Fiorina. Para elplanteamiento fundamental de que elvoto es irracional, ver Anthony Downs,An Economic Theory of Democracy,1957, pág. 274 [Hay trad. cast.,Aguilar].No obstante, la abstención es sólo unatosca aproximación a la regla de mayorpreocupación más voto. A este respecto,la comprensible desconfianza del

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profesor Lipset en cuanto a laparticipación de las masas no encuentramás que un respaldo parcial. Puesaunque la extrema arbitrariedad delprincipio un hombre un voto seamitigada por la inclinación a abstenersede los que no se sienten muyconcernidos (y aunque su relativaindiferencia sea un sentimiento subjetivoque no coincida con la realidad de susituación —quizá deberían estarpreocupados—), el hecho de que losindiferentes pudieran votar si se lesapeteciera pesaría de todas maneras enel equilibrio político.Supongamos a efectos de la discusión

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que es el lumpenproletariado el quehabitualmente se abstiene. Un programaelectoral proyectado para atraer a lamayoría del electorado menos allumpenproletariado correría siempre elriesgo de ser derrotado por elproyectado para seducir a la mayoríadel electorado incluyendo allumpenproletariado, en el caso de queeste último mostrase, después de todo,la inquietud suficiente como para ir avotar. Por tanto, todos los programasque compiten podrían tener esto más encuenta de lo que se deduciría de lahabitual escasez de votos de los lumpeny ciertamente de su manifiesta

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indiferencia. <<

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[138] Este es el término de Nozick parauna distribución caracterizada pordepender de una única variable (asícomo de un conjunto de distribucionesque se forma a partir de un pequeñonúmero de tales subdistribuciones), cf.Nozick, Anarchy, State and Utopia, pág.156. Si toda la renta derivada delempleo dependiera de la variable«trabajo», bajo la regla de la igualdadproporcional «igual pago por igualtrabajo, más pago por más trabajo», ytodas las demás rentas de otra variable,la distribución de la renta total sería«pautada». Si funcionan

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simultáneamente muchas reglascontradictorias y algunas rentas noobedecen a ninguna regla evidente, ladistribución total es «carente de pauta»;al menos esta es mi lectura del uso quehace Nozick de este muy sugestivo yservicial término. <<

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[139] «El capitalismo moderno se basa enel principio del beneficio para sualimentación cotidiana y sin embargo seniega a permitirle que prevalezca. En lasociedad socialista no existiría ningúnconflicto semejante, niconsiguientemente tales despilfarros…Pues, como es lógico, sería claramenteabsurdo que la comisión planificadoracentral pagara primero las rentas ydespués de haberlo hecho, corriera traslos perceptores para recuperar parte deellas» (Joseph Schumpeter, Capitalism,Socialism and Democracy, 5.ª ed.,1976, págs. 198-199). [Trad. cast.,

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Aguilar]. <<

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[140] F. A. Hayek, The Constitution ofLiberty, 1960, pág. 93. <<

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[141] La justicia conmutativa tiene unprocedimiento convenido, los tribunales,para decidir qué «demandas de justicia»deben ser atendidas. Sin embargo, lasdemandas de justicia social no seadjudican de esta forma. No hay nadiecuyo juicio en materia de justicia socialentrañe una obligación moral para quealgún otro lo ejecute. <<

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[142] Hal R. Varian, «Equity, Envy andEfficiency», Journal of EconomicTheory, 9, septiembre 1974. Para undesarrollo de este enfoque mediante unaampliación del criterio de no envidia,cf. E. A. Pazner y D. Schmeidler,«Egalitarian Equivalent Allocation: aNew Concept of Economic Equity»,Quarterly Journal of Economics, 92,noviembre 1978. <<

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[143] Nozick, Anarchy, State and Utopia ,págs. 239-246. <<

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[144] Ibíd., págs. 245. <<

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[145] Estos fueron los altamentesugerentes términos de Alfred Marshallpara distinguir entre lo que nuestra jergaactual denomina «estática comparativa»y «dinámica». <<

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[146] Cf. la visión rawlsiana del estadode naturaleza como una sociedad que nopuede producir el bien público «justiciadistributiva». <<

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[147] Evocando su trayectoria comohombre de Estado, Guizot (en elprefacio a la reedición de 1855 de suHistoire de la Civilisation en Europe )considera su papel en el gobierno comoun intento de hacer que la lucha entreautoridad y libertad fuera «declarada»,«abierta», «pública», «contenida» y«regulada en un ámbito de legalidad».Retrospectivamente, considera que estopudiera haber sido un espejismo. <<

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[148] Un escandaloso pero con todogenial historiador de la monarquíaabsoluta francesa del siglo XVIIIdescribe el poder real como«todopoderoso en los espacios dejadospor las libertades» de los estamentos ycorporaciones (Pierre Gaxotte, Apogéeet chute de la royautée, 1973, vol. IV,pág. 78). Estos espacios —a menudomeros intersticios— parecen análogosal espacio concedido al Estado por loslímites constitucionales. Los privilegiose inmunidades prerrevolucionarios en lamayoría de la Europa situada al Oestede Rusia, y las garantías

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constitucionales posrevolucionarias,contribuyeron ambos a limitar lasprerrogativas del Estado. Sin embargo,los primeros se apoyaban en, yavanzaron o retrocedieron con, elequilibrio de fuerzas dentro de lasociedad entre el Estado, la nobleza, elclero, los intereses comerciales, etc. Lassegundas fueron «fijadas», y no estánada claro en qué fuerzas se apoyabanen cada momento determinado. <<

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[149] Jon Elster, Ulysses and the Sirens,1979. <<

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[150] En respuesta a las alegaciones de laoposición de que el proyecto de ley erainconstitucional, André Laignel,diputado socialista de Indre, dio laréplica que desde entonces se ha hechocélebre, y podría conservarse para losmanuales de ciencia política del futuro:«Usted está en un error en cuanto a lalegalidad [constitucional] porquepolíticamente está en minoría». Losacontecimientos posterioresdemostraron que tenía razón. <<

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[151] Esto último no ha de sernecesariamente así. En el invierno de1973-74, los mineros británicos delcarbón demostraron tener la suficienteinfluencia como para romper el gobiernode Edward Heath; y sin embargo,respecto a las desigualdades queprobablemente figurarían en una ofertaredistributiva, se contarían claramentecomo pobres. <<

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[152] Prefiero ingenuamente hablar de«dinero» y dejar que otros decidan sison los ingresos o la riqueza o ambascosas las que debieran ser redistribuidasy qué diferencia puede haber. <<

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[153] Si no existieran tales efectos, lacapacidad contributiva sería igual a losingresos, es decir, el concepto mismosería perfectamente superfluo. A la gentese le podría gravar al 100 por ciento desu renta, pues el hacerlo así no afectaríanegativamente ni a su capacidad ni a suvoluntad de seguir ganándola. <<

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[154] Con las mismas reglas y los mismosjugadores, Robert Nozick (en Anarchy,State and Utopia, 1974, págs. 274-275)llega a la conclusión contraria;considera al partido rico como seguroganador. El argumento de Nozick es que«no se formará una coalición de voto deabajo porque al grupo de arriba leresultará menos caro comprar al grupooscilante del centro que permitir que seforme»; «el 49 por ciento de arribasiempre puede ahorrar ofreciéndole al 2por ciento del centro ligeramente más delo que le ofrecería el grupo de abajo».«El grupo de arriba siempre estará

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dispuesto a comprar el apoyo del 2 porciento del centro oscilante para combatirmedidas que pudieran violar susderechos más gravemente».No se me alcanza la razón por la queesto deba ser así. Una recompensaidéntica está potencialmente adisposición de cualquier coalición dearriba o de abajo. Se trata de lo querecibe la coalición de abajo, o aquellocon lo que se queda la coalición dearriba, si logra formarse. (En miejemplo, la recompensa es 10). Antesque convertirse en la minoría, tanto el49 por ciento de arriba como el 49 porciento de abajo ganarían algo

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ofreciéndole algunos de los beneficiosal 2 por ciento del centro para hacer queforme una coalición. El grupo del centrocedería a la oferta más alta. La ofertamáxima potencial es, por supuesto, todala recompensa (10 para los dospartidos). Pero si cualquier mitad seofreciera a dar toda la recompensa porformar una coalición mayoritariaacabaría en la misma situación que si seresignara a convertirse en la minoría. Eljuego no valdría la pena. La oferta másalta que sería razonable que tanto lamitad de arriba como la de abajohicieran al centro, por consiguiente,sería toda la recompensa menos la

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cantidad mínima necesaria para que acualquiera de las dos mitades le valierala pena coaligarse con el centro en vezde aceptar la derrota pasivamente.Esta cantidad puede ser grande opequeña (en mi ejemplo utilicé el 1).Sea cual fuere, si es la misma para lasdos mitades de la sociedad, lascoaliciones de arriba y de abajo sonigualmente probables y el resultado esindeterminado. Para sostener laconclusión contraria, los pobres debenexigir un mayor incentivo que los ricospara coaligarse con el centro. No parecehaber ninguna razón concreta parasuponer que es más probable que este

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sea el caso que lo contrario —al menos,yo no puedo encontrarla—.Notemos, antes de seguir adelante, queen el esquema de Nozick el grupo dearriba y el grupo de abajo tendrían quemolestarse en negociar una coalicióncon el centro. En nuestro esquema, elEstado y su oposición les alivian de estatarea presentando cada uno de ellos unpaquete cerrado, un programa electoralal que simplemente pueden votar a favoro en contra. <<

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[155] Cf. F. A. Hayek sobre la «CuriousStory of Due Process», en TheConstitution of Liberty, 1960, págs.188-190 <<

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[156] Si el 25 por ciento puede bloquearla enmienda, la recompensa es cualquiercantidad que se pueda hacer que el 24,9por 100 entregue al 75,1 por ciento. <<

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[157] Cf. el ensayo de J. G. March, «ThePower of Power», en D. Easton,Varieties of Political Theory, 1966. <<

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[158] Puede atribuirse a Herbert Marcuseel mérito de haber revivido una versiónun tanto elíptica de la vieja creencia enla degradación del carácter delbeneficiario de la redistribución.Consideraba que el individuo se hacíadaño a si mismo al consentir en supropia dependencia del Estado delbienestar (An Essay on Liberation,1969, pág. 4). <<

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[159] La OCDE informó en 1983 quedurante el período 1960-81, el gastopúblico en sanidad, educación,pensiones y subsidios de desempleoascendió de un promedio del por cientoal 24 por ciento del PIB en los sietemayores países miembros. Estaelevación no se debía principalmente aun mayor desempleo, ni a mala suertedemográfica (el efecto de esta estátodavía en su mayor parte en el futuro).La OCDE afirma que «las poblacionesque han llegado a ser cada vez másdependientes del Estado del bienestarseguirán esperando asistencia» y para

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que esta continua asistencia no absorbauna proporción del PIB mayor de laactual, es decir para que se estabilice supeso relativo, tendrían que ser válidasciertas suposiciones bastante ambiciosasacerca del crecimiento futuro de laeconomía y del coste de los derechosexistentes. La OCDE se niega apronunciarse sobre la probabilidad deque la realidad se ajuste a dichossupuestos. <<

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[160] Existe, en todas las circunstancias,una razón general para considerar laelección social como un conceptoficticio, y es que mientras las mayorías,los líderes, las juntas, los gobiernos,etc., pueden realizar elecciones por lasociedad (salvo en plebiscitos unánimessobre sencillas alternativas próximas)las elecciones no pueden ser realizadaspor la sociedad. No se puede atribuirningún significado operativo aafirmaciones como «la sociedad haelegido un determinado reparto de losrecursos». No existe ningún método paradeterminar si «la sociedad» prefirió el

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reparto en cuestión, y ningún mecanismomediante el cual pudiera haber elegidolo que supuestamente prefirió. Siemprees posible aceptar alguna petición deprincipio convencional por la cualciertas elecciones concretas tomadaspara una sociedad se denominarán«elecciones sociales», por ejemplo si sellega a ellas mediante el mecanismo deun Estado mandatado por el votomayoritario. La convención creará unconcepto ficticio, cuya utilización nopuede dejar de influir en el discursoposterior.Pueden existir, además, otras razonespara oponerse al concepto en

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determinadas circunstancias. Si unacierta pauta de redistribución es adictivacomo el consumo de drogas, es uneufemismo decir que la sociedad«elige» mantener o acentuar esa pauta.En el fondo, este es el problema generalde que los deseos de hoy dependen engran parte de su satisfacción de ayer y através de toda la historia previa (cf.asimismo pág. 30). No obstante,debiéramos recordar que la dependenciano es la única relación concebible entrelo que recibimos y lo que queremos.Hay una gama de posibilidades entre losextremos de la adicción y la alergia. Elámbito adecuado de las teorías de la

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elección es la zona central de la gama.Pero incluso en la zona central no es «lasociedad» la que elige. <<

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[161] Elijo el ejemplo del autobús porquehace que el problema del gorrón sea máspalpable y no porque crea que losautobuses sólo se pueden proporcionarcooperativamente. Se puede concebir ununiverso donde todos los autobuses segestionen por operadores privados acambio de un beneficio. Un universodonde las calles se gestionen de lamisma manera quizá no sea concebible.<<

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[162] Esta tesis se expone en MancurOlson, The Logic of Collective Action,1965, pág. 36. Cf. también del mismoautor, The Rise and Decline of Nations,1982 [hay trad. cast., Ariel] para elargumento de que las «organizacionesi n c l u y e n t e s » («encompassingorganizations»), esto es la asociaciónde todos los sindicatos, de todos losfabricantes o de todos los tenderos en unEstado corporativo «poseen tanto de lasociedad que tienen un importanteincentivo para estar activamenteinteresadas en lo productiva que sea»(pág. 48), esto es, en comportarse

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responsablemente. La organizaciónincluyente es a la sociedad como lapersona al grupo pequeño. <<

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[163] Para un análisis de las conclusionesopuestas de diversos autores sobre elefecto del tamaño de grupo en elgorroneo dentro del grupo cf. RussellHarding, Collective Action, 1982, pág.44. <<

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[164] Es quizá tentador, desde estaperspectiva, considerar a los grupos deinterés como Estados en miniatura y a lateoría del Estado como un caso de ciertateoría general de los grupos de interés.Si hiciéramos esto, la línea divisoriatradicional dentro de la teoría políticaentre el estado de naturaleza y lasociedad civil dejaría de existir. Cabenimportantes objeciones a un enfoquesemejante: 1) El estado tiene un únicoatributo —la soberanía—. 2) El enfoqueincurre en el sofisma de petición deprincipio. Trata como axiomático quepara los miembros potenciales del

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«grupo» (esto es, todos los miembros dela sociedad), la «recompensa del grupo»excede a la «carga del grupo», esto es,que hay un saldo positivo en abordar elproblema del gorroneo. Pero ¿cómo semanifiesta el saldo positivo? Se aceptanormalmente que el saldo positivo deformar un sindicato es un salario másalto o un horario más reducido y elsaldo de formar un cártel es un beneficiosuperior. El saldo positivo del contratosocial es la realización de la voluntadgeneral, evidentemente una categoríadiferente de la de saldo positivo; inclusosu signo algebraico depende enteramentede los valores morales de quien

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interpreta la voluntad general —elObservador Benévolo de la «función debienestar social». 3) La teoría de laformación de los grupos de interéspuede tener sitio para el Estado que sóloimpone soluciones cooperativas quebenefician a algunos y no perjudican anadie. No tiene suficiente sitio para elEstado que impone soluciones quebenefician a algunos y perjudican aotros, es decir que es un grupo queredistribuye los beneficios dentro de símismo. Tampoco resulta adecuada paraacomodar al Estado que tiene su propiomaximando, que persigue sus propiosfines en oposición a los de sus

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ciudadanos.La misma numeración de lo que podría ono ser adecuadamente manejadomediante la asimilación del Estado a losgrupos de interés con rasgos coercitivosmuestra hasta qué punto el enfoquecontractualista es una camisa de fuerzapara la teoría del Estado. <<

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[165] Para la diferencia fundamental entrelos «grupos» (incluyendo a lascomunidades políticas) donde la gentepuede «votar con los pies» y otrosdonde no puede, vid. Albert Hirschman,Exit, Voice and Loyalty , 1970. [Trad.cast., Fondo de Cultura Económica]. <<

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[166] K. Marx, «The Eighteenth Brumaireof Louis Bonaparte», en K. Marx y F.Engels, Selected Works in One Volume ,1968, pág. 169. (Trad. cast., Ariel]. <<

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[167] Como afirmó un senador americanorefiriéndose a las deliberaciones delComité de Finanzas del Senado: «Milmillones por aquí, otros por allí, ycuando quieres acordar estás hablandode dinero de verdad». Mi fuente es unrumor pero se non e vero, e ben trovato .<<

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[168] Cf. W. Wallace, «The PressureGroup Phenomenon», en Brian Frost(ed.), The Tactics of Pressure , 1975,págs. 93-94. Wallace señala asimismoque las causas alimentan a los medios decomunicación y estos alimentan a lascausas, de lo que quizá sea posibleinferir algo más que el hecho de quecierto tipo de proceso acumulativopodría seguir funcionando incluso enausencia del Estado. Sin embargo,¿vería la gente tanta televisión en elestado de naturaleza? Es decir el hábitode ver la televisión durante tanto tiempo¿no es, en parte, un producto del menor

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interés por parte de la gente en hacercosas propias del estado de naturaleza,sea porque ya no resulta divertido oporque las hace el Estado en vez deellos? <<

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[169] Samuel Brittan, The Role andLimits of Government: Essays inPolitical Economy, 1983. <<

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[170] Madame Pompadour gastaría todasu renta en porcelana de Sévres y elresto de la gente todos sus ingresos ensal si el impuesto sobre la sal fuerafijado lo suficientemente alto como parano dejarles dinero para otra cosa.Nótese que como la demanda de sal novaría con su precio, gravarla (en lugarde hacerlo sobre productos con unademanda más elástica) ¡no deberíaprovocar demasiada distorsión! Aún así,como quiera que toda la renta nacionalse gasta en sal y porcelana, podemosopinar que se vería reducida por elimpuesto sobre la sal. <<

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[171] Es difícil en cualquier casoconcebir un bien público puro que nopudiera producirse en absoluto en elestado de naturaleza, aunque quepaalegar que los bienes con alto grado de«naturaleza pública» pudieranproducirse en una escala subóptima. Noobstante, la propia noción de escalaóptima es más frágil de lo que parece,aunque sólo fuera porque el gusto porlos bienes públicos bien puede dependerd e cómo se producen, por ejemplo, lapolítica puede engendrar el apreciopor las soluciones políticas y hacer quela gente olvide cómo solucionar sus

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problemas cooperandoespontáneamente. <<

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[172] Explícitamente, creo, desde 1959,con la publicación del manual básico deR. A. Musgrave, The Theory of PublicFinance. [Trad. cast., Aguilar]. <<

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[173] He destacado (pág. 185),refiriéndome a la justicia distributiva deRawls y a las «instituciones básicas»que le acompañan, una formaespecialmente rígida de esta suposición.<<

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[174] Contrasta la posición adoptada porNozick, Anarchy, State and Utopia, pág.27: «Podríamos llamar elípticamente‘redistributivo’ a un acuerdo si lasprincipales… razones en que se apoyason en sí mismas redistributivas… Elque digamos que una institución quetoma el dinero de algunos y se lo da aotros es redistributiva depende de porqué creemos que actúa así». Estaperspectiva no reconocería a lasredistribuiciones inintencionadas,incidentales, perversas, y puede o noconsiderar nuestro «toma y dacadirecto» como redistribución. Su interés

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no estriba en si ciertos acuerdosrealmente redistribuyen recursos, sinoen si se lo proponían.Esta distinción puede ser interesante aciertos efectos. Recuerda la que hacenlos tribunales entre asesinatopremeditado y homicidio sinpremeditación, una distinción que esmás significativa para el acusado quepara la víctima. <<

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[175] El cálculo parece funcionar a lainversa en Estados, notablemente enÁfrica, donde la población rural estáfísicamente demasiado aislada de lapolítica y es mejor sacrificar losintereses agrícolas a los delproletariado urbano, los empleadosestatales, los soldados, etc., medianteuna política de precios agrarios bajos.<<

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[176] P. Mathias, The First IndustrialNation, 1969, págs. 87-88, enumera laspolíticas británicas de ayuda a laindustria textil; las Leyes de Cereales, laprohibición de exportación de ganadolanar y de lana; la subvención a laexportación de cerveza y de malta; laprohibición de importación de estasúltimas; las Leyes de Navegación, etc.,como ejemplos de medidas donde unaindustria era ayudada a costa de otras yviceversa. El profesor Mathias subrayaque esto parecería inconsecuente eirracional si la política económica de laépoca hubiera de contemplarse como un

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sistema lógicamente organizado.Una enloquecida cobertura de subsidios-cruzados, etc., puede, no obstante, teneruna lógica política propia perfectamenteadecuada, con todo lo contradictoria quees como una política «económica». <<

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[177] Aun el más básico y directoacuerdo redistributivo «neto» puedellevar a conclusiones erróneas,causando dificultades por todas partes,como apuntara Tocqueville. La noblezaterrateniente de la Europa continentalatribuyó gran valor a su exención fiscal,y los plebeyos protestaron por ello. Encuanto a la forma, Tocquevillereconocía que en realidad el impuestoprovenía de la renta de la tierra delnoble, fueran él o sus siervos ogranjeros quienes lo pagaran. A pesar detodo tanto los nobles como los plebeyosfueron inducidos y confundidos en sus

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actitudes políticas por la aparentedesigualdad de tratamiento más que pors u verdadera incidencia (L’ancienrégime et la révolution, 1967, págs.165-166). <<

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[178] Randall Bartlett, EconomicFoundation of Political Power, 1973,fundamenta la afirmación de que losgobiernos tratan de engañar a losvotantes produciendo informaciónsesgada respecto al gasto público, losimpuestos, etc. Parece justo añadir quelos índices del coste de la vida y lasestadísticas de desempleo no están bajosospecha ninguno de los dos. Cabríareflexionar más detenidamente sobre lascondiciones con arreglo a las cuales unEstado racional escogería publicarselectivamente estadísticas verídicas,mentiras y no publicar nada, teniendo en

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cuenta el esfuerzo necesario paraguardar secretos (especialmente demanera selectiva), el inconveniente deque la mano derecha no sepa lo que hacela mano izquierda y los riesgos queentraña llegar a creerse las propiasmentiras. La combinación adecuada deverdad, falsedad y silencio parece muydifícil de lograr —aún la UniónSoviética que escoge su «combinado»preferido más libremente que la mayoríade los demás Estados, parece habersepreparado un combinado que es unbrebaje venenoso—.Sin embargo, el fomento del errorsistemático mediante estadísticas

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mendaces es cosa de niños comparadacon algunas de sus otrasmanifestaciones. En el desarrollo ypropagación de una ideologíadominante, definida como la que seafavorable a los fines del Estado, el errorsistemático está siendo por regla generalfomentado sin propósito consciente, estoes, de manera mucho más efectiva yduradera que mediante la simplementira. Por ejemplo, la poderosanoción de que el Estado es uninstrumento en manos de susciudadanos (sea de todos losciudadanos, de la mayoría o de la claseadinerada) no se ha originado

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ciertamente en ningún Ministerio dePropaganda. Los educadores queinculcan doctrinas del Estado como elque produce el bien público y lasimprescindibles normas de buenaciudadanía, están haciendo eso con todasinceridad. <<

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[179] Cuando escribo (1984), el juradono se ha pronunciado todavía sobre laadministración Reagan y el gobierno dela señora Thatcher. Ambos parecen estaral mismo tiempo replegando y noreplegando al Estado. Comparando sufuerte compromiso de una parte con lainsignificancia de su resultado por otra,uno se acuerda de la fuerza irresistibleque tropieza con el objeto inamovible.<<

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[180] La historiografía propende aocuparse de manera más satisfactoria delos Estados que se presentan en formade reyes y emperadores que de losEstados que son instituciones sin rostro.Asimismo demasiado a menudo, estosúltimos se confunden con el país, lanación; la fuerza conductora históricaque proviene del conflicto entre elEstado y la sociedad civil es dejada almargen del campo de visión. Cuando eljuego es el emperador contra el Senado,el rey y sus burgueses contra la nobleza,o el rey contra los privilegiosestablecidos y las «antiguas libertades»,

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los historiadores son menos propensos ahacemos perder de vista qué interesesprovocan que el Estado haga lo quehace. <<

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[181] En lenguaje moderno, el trabajadorha «maximizado» cuando acepta trabajarpor salarios de subsistencia. No se leofrece mejor alternativa. Sin embargo,un sentido diferente, más «estratégico»de la maximización le había hechointentar influir en las alternativasdisponibles. Podría intentar organizar unsindicato y negociar colectivamente, odeclarar la huelga. Podría intentar larectificación en la «justicia distributiva»por medio del proceso políticodemocrático. También podría alinearsetras la «vanguardia de la clasetrabajadora» y unirse a la lucha para

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modificar las «relaciones deproducción». <<

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[182] Si necesita la aplicación de una«cantidad» fija de poder parapermanecer en el poder, con elexcedente (si lo hubiera) disponiblepara ejercitarlo a discreción, cualquiercosa que maximice el poder debetambién maximizar el excedentediscrecional. El exigente puede por tantoquejarse de que el «poder discrecional»sea el maximando; ¿por qué no el puropoder?Sin embargo, la conveniencia de unaseparación interna entre «estar en elpoder» y «utilizar el poder para fineselegidos libremente» me parece que

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importa más que la escasa elegancia dela solución. Si el maximando es el poderdiscrecional, podemos describir elequilibrio competitivo en política comola posición donde el poder discrecionales cero. Esto tiene el mérito didácticode ser comparable con la posición de laempresa perfectamente competitiva cuyobeneficio es cero después de que hayapagado a todos los factores de laproducción. <<

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[183] La teoría política, como hemosvisto, plantea cuestiones de naturalezateleológica y trata al Estado como uninstrumento: ¿Qué puede hacer el Estadopor sus ciudadanos? ¿Qué deben elloshacer? ¿Cuáles son las obligaciones ylímites de la obediencia civil?, etc. Sólosé de dos precedentes serios deatribución de un maximando al mismoEstado. Ambos lo hacen en el contextode la teorización acerca de laproducción de bienes públicos. Uno esAlbert Breton, The Economic Theory ofRepresentative Government, 1974.Postula que el partido mayoritario se

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comportará como sea necesario paramaximizar una función creciente dealgún modo con las posibilidades dereelección, de poder, de gananciapersonal, de imagen histórica y de suvisión del bien común. El otro esRichard Auster y Morris Silver, TheState as Firm, 1979. Aquí elmaximando es la diferencia entreingresos fiscales y el coste de los bienespúblicos producidos por el Estado.Auster y Silver mantienen que adiferencia de la monarquía o laoligarquía, la democracia equivale a«propiedad difusa» entre políticos yburócratas, y por tanto no queda ningún

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perceptor residual de renta que sebeneficie de un ex-cedente de losimpuestos sobre el coste de los bienespúblicos (lo que conduce a susuperproducción). Yo interpretaría queesto significa que en democracia no hayningún «maximizador».Destaquemos asimismo, como ejemplosde un enfoque que proviene, por asídecirlo, más de las motivaciones del«productor» que de las del«consumidor», W. A. Niskanen, Jr.,Bureaucracy and RepresentativeGovernment, 1971, donde los «bureaux»tratan de maximizar su presupuesto, y B.S. Frey y F. Schneider, «A político

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Economic Model of the UnitedKingdom», Economic Journal, 88,junio, 1978, que comprueban que cuandoel gobierno es impopular, acometepolíticas populares y cuando es popular,satisface su propia ideología. <<

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[184] Formalmente, el poder discrecionalse habría vuelto negativo en talesposturas, por lo que el poder (total)sería inadecuado para asegurarle supropio mantenimiento; la tenencia delEstado cambiaría de manos. <<

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[185] Tales propuestas van más allá delos límites del tipo simple decompetición electoral esbozado conanterioridad en este capítulo. Ademásprometerle a la mayoría el dinero de laminoría (equiparación de ingresos)podría, por ejemplo, incluir laequiparación de escuelas(Gleichschaltung de la educación) o laequiparación del poder económico (lanacionalización de los «medios deproducción»), o de cualquier otrapropiedad, privilegio, o inmunidad de laminoría incluyendo su credo (hugonotes,mormones) o raza (judíos). <<

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[186] V. I. Lenin, «The Sute andRevolution», en Selected Works , pág.296. [Trad. cast., Ed. Progreso]. <<

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[187] Ibíd., pág. 279. <<

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[188] Ibíd., págs. 306 y 325. La citapertenece a la «Carta a August Bebel»de Engels, de 1875. <<

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[189] V. I. Lenin, «The Inmediate Tasks ofthe Soviet Government», en SelectedWorks, pág. 410. [Hay tras, cast., Ed.Progreso]. <<

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[190] Ibídem. <<

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[191] Ibíd., pág. 241, cursivas en el textooriginal. <<

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[192] Ibídem. <<

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[193] Hasta la propia criatura de Lenin harecorrido un largo camino hacia laafectación de este tipo de conciencia: enla Constitución soviética de 1977, sedenomina a sí misma «el Estado de todoel pueblo», ¡despreocupándosetranquilamente de lo absurdo, al menospara los marxistas, de un Estado que seael Estado de todos! <<

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[194] Tanto los débiles reyes medievalescomo los poderosos señoresterritoriales ejercían un poder políticocuasisoberano sobre el territorio que«poseían» (aunque esta fuera unacuasipropiedad), coincidiendo laspautas de poder político disperso y depoder económico disperso como nuncalo han hecho desde entonces. Por otraparte, el poder político y el económicocentralizados han coincidido confrecuencia. Todavía tienden a marcharde la mano en países del «segundo» y el«tercer» mundo. <<

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[195] Jean Ellenstein, Lettre ouverte auxFrançais de la République duProgramme Commun, 1977, págs. 140-151. Como el caballero del parque queconfundió al duque de Wellington quepaseaba con un tal señor Smith («¿Elseñor Smith, supongo?» «Si supone eso,señor, podrá usted suponer cualquiercosa»), Ellenstein manifiestamente creíaque la nacionalización conseguiría esascosas antes que sus contrarias. Es estaconfiada ingenuidad la que mejor seacomoda al Estado (y, por supuesto asus líderes) en la difícil transición de lademocracia al socialismo. <<

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[196] Para los lectores de A Theory ofJustice, 1972, de John Rawls y delcapítulo 3 de este libro estas frasestendrán una resonancia familiar. <<

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[197] Schumpeter, Capitalism, Socialism,Democracy, 5.ª ed., 1977, págs. 146-151. <<

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[198] Sólo con que llevaran máságilmente el peso de la influencia deGyörgy Lukács, cuyo hermético ybrumoso estilo tienden a seguir susautores, The Road of the Intellectuals toClass Power, 1979, de los sociólogoshúngaros G. Konrád e I. Szelényi, seríauna muy válida contribución a unaeventual respuesta a esta cuestión. Susideas originales sólo pueden percibirseaproximadamente a través de laenvolvente oscuridad lukacsiana. <<

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[199] James O’Connor, The Fiscal Crisisof the State, 1973, cap. 7 [Hay trad.cast., Península]. <<

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[200] J. S. Mill, On Liberty (ed. A. D.Lindsay), 1910, pág. 165.[Hay trad.cast., Alianza]. Es edificante comprobarque fueron los Levellers quienes, en sufervor democrático, propusieron negarel derecho de sufragio de los sirvienteslos cuales, «dependiendo de la voluntadde otros hombres», podrían no ser deconfianza con el voto. Cf. Macpherson,The Political Theory of PossessiveIndividualism, 1962, págs. 107-136.[Hay trad. cast., Fontanella]. <<

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[201] Libre participación, voto secreto yregla mayoritaria, combinados conpreponderante propiedad estatal delcapital, significa que la ocupación delpoder del Estado y por tanto el rol depatrono universal, es otorgado al partidoque ofrezca salarios más altos y horariosmás reducidos que su rival. Laproductividad, la disciplina en eltrabajo, el consumo, la inversión sedeterminan todos en las elecciones. Lacompetición política garantiza la mayorincompatibilidad posible entre ellos,produciéndose como resultado unacatástrofe total.

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La «vía yugoslava al socialismo» puedeinterpretarse como un intento desoslayar la contradicción entrecapitalismo estatal y democraciaburguesa, no mediante el poco sutilmétodo de suprimir toda competenciapolítica, sino mediante su supresión enel nivel del Estado y su relativarecuperación en el nivel de la empresaestatal individual. Los empleados nopueden elegir al gobierno, pero eligenun consejo de trabajadores y tienen unacierta voz indirecta en la elección delgerente de la empresa, del nivel desalarios y bonos de participación enbeneficios y, por tanto, de manera

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todavía más indirecta, en producción yprecios.En la medida en que esto es así, laempresa tiende a maximizar el valorañadido por trabajador, es decir quegeneralmente intentará utilizar másmáquinas y materiales y menos gente delos que colectivamente estándisponibles. Las tendencias resultantes ala inflación crónica y al paro, secombaten por medios administrativoscomplejos. Políticamente, el sistemaengendra camarillas internas,oligarquías políticas y pactos.Económicamente, se impide que sea unacompleta catástrofe mediante el hecho

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de que la empresa individual tenga quecompetir, al menos en principio, paraganarse la vida con cada una de lasdemás empresas y con las importacionesen un mercado que funcionaespontáneamente; hay «producción demercancías para el intercambio».Se dice que el capital es de propiedadsocial más que estatal. Es imposiblesaber qué significa esto. No significasindicalismo, propiedad cooperativa osocialismo municipal. Me parece que sepretende significar «buena propiedadestatal» en oposición a «mala propiedadestatal» (de forma bastante parecida a lade que planificación «social» significa

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buena y planificación «burocrática»significa mala planificación). Lamayoría de las prerrogativas delpropietario se ejercitan por medio dedepartamentos estatales que se llaman así mismos «bancos» más que, como enlos países socialistas ortodoxos,«ministerios» u «oficinas deplanificación».Si este sistema híbrido es menossofocantemente totalitario que el mundocapitalista de Estado de pura sangresituado al nordeste de él, se debe acasotanto a historia, carácter y accidente,como a diferencias «sistémicas». <<

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[202] Una de las más débiles de lasdiversas razones débiles avanzadas porTrotsky de por qué no existe y «nuncaexistirá» tal cosa como el capitalismoestatal fue que «en su calidad dedepositario universal de la propiedadcapitalista, el Estado sería un objetodemasiado tentador para la revoluciónsocial» (Leon Trotsky, The RevolutionBetrayed: What is the Soviet Union andWhere is it Going?, 5.ª ed., 1972, pág.246). [Hay trad. cast., Ed. Proceso,Buenos Aires]. Sin embargo, tiene unarazón más convincente: en su orden deideas, el capitalismo estatal debe ser

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poseído privadamente; el Estado, comouna gigantesca corporación, debepertenecer a accionistas legitimadospara vender y legar sus acciones. Siellos no pueden vender ni sus hijospueden heredar, el sistema no escapitalismo estatal. (Aunque estandoseguro de lo que no era, Trotsky tuvociertos cambios de opinión acerca de loq u e era. Véase asimismo A. Ruehl-Gerstel, «Trotsky in México»,Encounter, abril, 1982).Es triste ver a un marxista reducido auna tal posición. Para Trotsky deben serla «producción de mercancías», laalienación del trabajo, su dominación

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por el capital y el modo de apropiaciónde plusvalía los que definan las«relaciones de producción», no si lasacciones se venden o se heredan.Debe añadirse que la utilización porLenin de la expresión «capitalismo deEstado» para designar a un sistema deempresa privada bajo estrecho controlestatal no fue merecedora de mayorrespeto socialista. En concreto, esdifícil comprender cómo el Estado, que(pese a cierta «autonomía relativa»)debe por virtud de las relaciones deproducción ser controlado y dominadopor la empresa privada, las controla apesar de todo. <<

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[203] Algunas de estas ideas y otrasafines se formalizan en el poderosoensayo «La logique de la frustrationrelative» de Raymond Boudon en suEffets pervers et ordre social , 2.ª ed.,1979. El profesor Boudon trata deestablecer que la bien observadacorrelación de descontento y frustracióncon las probabilidades de mejora nonecesita depender de algún determinadosupuesto psicológico, sino que puedededucirse de la mera racionalidad, a lolargo de líneas de maximización deutilidad en condiciones de riesgo.En el otro extremo no racional del

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espectro de móviles humanos, el clásicotrabajo de Norman Cohn sobre lamística revolucionaria medievalencuentra la misma correlación entremejores condiciones y perspectivas yacción revolucionaria. Véase su informesobre la guerra campesina alemana de1525: «El bienestar del campesinadoalemán era mayor de lo que nunca habíasido… [los campesinos] lejos de serempujados por la absoluta miseria ydesesperación, pertenecían a una claseascendente y con confianza en sí misma.Eran gente cuya posición estabamejorando tanto social comoeconómicamente» (Norman Cohn,

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Pursuit of the Millenium, 1970, pág.245).Hay ya una considerable cantidad deliteratura en apoyo de la tesis de que larevolución típicamente sigue a larelajación de las presiones, a lasperspectivas favorables, a las reformas.Me parece importante subrayar que bienpuede haber otras buenas razones paraesto además de la suposición de que lareforma es un síntoma de que el Estadoestá «vencido», debilitándose, por lotanto favoreciendo la jugada razonablea los revolucionarios prudentes quecalculan relaciones riesgo-recompensa.<<

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[204] Resulta interesante encontrarrazones expresamente no-marxistas paradefinir al capitalismo de Estado en unalínea leninista como «la simbiosis delEstado y las corporaciones» (en P. J. D.W i l e s , Economic InstitutionsCompared, 1979, pág. 51). ¿Qué es,entonces, el capitalismo privado y cómolo distinguimos del capitalismo estatal?Wiles considera que esta últimaexpresión es «abusivamente aplicada» ala Unión Soviética porque «ciertamentetiene una ideología que la sitúa apartedel verdadero capitalismo estatal». Elverdadero capitalismo estatal, que es

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«más o menos indiferente respecto a lapropiedad», está desprovisto deideología.Esto es cierto sólo en función de unaconvención para definir al verdaderocapitalismo de Estado como aquel quees indiferente acerca de la propiedad.¿A cuáles de los sistemas realmenteexistentes, a qué países abarca taldefinición? Tomemos el testimonio deun destacado capitalista estatal,miembro de uno de los Grands Corps dela cumbre de la Administración Públicafrancesa, promovido más tarde aMinistro de Industria: «Ningunacantidad de dirigisme vale lo que un

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sector público poderoso» (J.-P.Chevènement, Le vieux, la crise, le neuf1977, pág. 180, traducción mía). Sucapitalismo estatal ciertamente no esindiferente acerca de la propiedad. Sihay capitalismos estatales que lo son,no son visibles. ¿Se confunden, quizá,demasiado fácilmente con loscapitalismos privados? <<

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[205] F. Engels, «Socialism: Utopian andScientific», en K. Marx y F. Engels,Selected Works in One Volume , 1968,págs. 421-422. [Hay trad. cast.,Aguilar]. <<

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[206] El término se emplea aquí en unsentido muy general y no peyorativo,para incluir la categoría de directores yadministradores empleados para hacerfuncionar los departamentos. Se refierea un rol dentro de la sociedad y nopretende expresar gusto o disgustoalguno con él. <<

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[207] La reflexión y el trabajo de campohan establecido conjuntamente, a mijuicio, que la tecnoestructura estácompuesta por gente que tomadecisiones que requieren conocimiento.(Evidentemente, quedan pocasdecisiones para que las tomemos elresto de nosotros). La tecnoestructuradespoja a la propiedad de toda realidadde poder. El «aspecto litúrgico» de lavida económica induce a latecnoestructura a afirmar la santidad dela propiedad privada. Sin embargo, esigualmente adepta a mantener en su lugaral accionista público y al privado. (En

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ese caso, ¿por qué prefiere enfrentarse alos accionistas privados, siquiera sea«litúrgicamente»?). En cualquier caso,sería una «suprema tontería» tenermiedo de los propios accionistas. Latecnoestructura está más interesada en elcrecimiento que en el beneficio. Y asísucesivamente. Estas revelacionesprovienen de J. Kenneth Galbraith y N.Salinger, Almost Everyone’s Guide toEconomics, 1979, págs. 58-60. [Haytrad. cast., Crítica]. <<

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[208] Lenin, «The State and Revolution»,pág. 292. <<

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[209] Ibíd., pág. 340. <<

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[210] Ibíd., pág. 345. <<

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[211] Un filósofo político de reposadadistinción, cuyo «origensocioeconómico» era al menosconsecuente con su perspicacia en estascuestiones (pues su padre era el primerministro de su país de origen) hadespachado la cuestión en los siguientestérminos «holísticos»: «¿Por quéhabríamos de suponer que… [lasinstituciones], cuando tienen que elegirentre sus intereses corporativos y losintereses de las clases de las que sereclutan sus líderes en su mayor parte,elegirán generalmente sacrificar susintereses corporativos?» (John

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Plamenatz, Man and Society, 1963, vol.II, pág. 370). <<

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[212] La teoría social de la UniónSoviética del exiliado Trostky es que enella el capital pertenece al Estado de lostrabajadores (o, como acabó porformularlo, «el contrarrevolucionarioEstado de los trabajadores»), paro a laclase trabajadora se le impide ejercitarlas prerrogativas del propietario porparte de la burocracia, que haconseguido el control del Estado. Larazón por la que la burocracia tieneéxito en usurpar el rol de clase dirigentees la escasez. Donde la gente tiene quehacer cola para lo que necesitan, habráun policía regulando la cola; él «“sabe”

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quién ha de conseguir algo y quién ha deesperar» (The Revolution Betrayed,pág. 112).Que la abundancia no es laconsecuencia sino la causa eficiente delsocialismo siempre ha perturbado alpensamiento socialista. Ello haconducido a una teorización muydificultosa acerca del «período detransición», de las clases en un Estadosin clases, del Estado que se difumina alhacerse más fuerte, etcétera.Sin duda los lectores son conscientes deque explicitar una inconsecuenciadoctrinal o una torpeza, comoocasionalmente me he inclinado a hacer,

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es severamente condenado por losmarxistas como «reduccionismo». <<

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[213] Gordon Tullock, en un trabajo degran claridad que se refiere a algunos deestos temas («The New Theory ofCorporation», en Erich Streissler et al.(eds.), Roads to Freedom, Essays inHonour of F. A. von Hayek , 1969), citadescubrimientos en el sentido de que laaparente desviación de los directoresdel comportamiento de maximización debeneficios es mayor en empresasreguladas de servicios públicos y encooperativas de ahorro y prestamo que,por así decirlo, no tienen propietarios odonde las barricadas de lareglamentación protegen a la dirección

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frente a los propietarios. <<

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[214] Cf. Peter F. Drucker, «CurbingUnfriendly Takeovers», The Wall StreetJournal, 5 de enero de 1983. Hayamplia evidencia de la tendencia,advertida con cierta alarma por elprofesor Drucker, a que la direccióncorporativa norteamericana esté siendocrecientemente motivada por el miedo alas opa. De este modo es empujada a uncomportamiento de maximizacióninstantánea del beneficio, viviendo de uninforme trimestral de ingresos alsiguiente y no teniendo tiempo para laperspectiva a largo plazo.Esto tiene poco que ver con la

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pretensión de que «los propietariosquieren beneficios y los gerentescrecimiento», o la «aprobación de susiguales» o algún otro maximando«gerencial» discrecionalmente elegido.De hecho, la pretensión contraria es, siacaso, más acertada. Solamente lospropietarios-gerentes pueden permitirseescoger fines idiosincrásicos. Ningúnalto ejecutivo contratado podría haberordenado, como se supone que hizoHenry Ford, que «los clientes puedendisponer de cualquier color de cochemientras sea negro». <<

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[215] Norbert Elias, The CivilizingProcess, vol. II, State Formation andCivilization, 1982, págs. 104-106. <<

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[216] K. Marx, El capital, 1959, vol. I,pág. 152. [Trad. cast., Siglo XXI]. <<

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[217] Si los inputs de esfuerzo de toda lafabricación de mantequilla y de cañonesdependieran del output de mantequillaúnicamente, habría (al menos) unaasignación ideal de la fuerza de trabajoentre las industrias lácteas y dearmamento (que, por cierto, tendría queiniciarse más atrás con la preparaciónde los jóvenes para ser lecheros yarmeros), que asegurara la máximaproducción de cañones. Colocar ademasiada gente en la industria dearmamento reduciría la producción tantode mantequilla como de cañones.Sin embargo, la producción de

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armamento es sólo uno de los fines queintervienen en el maximando del Estadototalitario; algunos de sus otros finespueden entrar en conflicto con el hechode dar a la gente la cantidad demantequilla que quieren, especialmentesi la ingestión de mantequilla les hacemás rebeldes, o eleva su nivel decolesterol y por ende los costes de laatención sanitaria. Más allá de estasconsideraciones pragmáticas, el Estadopuede opinar que condescender con lagente es malo y que no es cuestión deellos decir de cuánta mantequilladebieran disponer. <<

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[218] Podría argüirse que los directivosde las empresas capitalistas privadasestán también sirviendo a dos señores,el propietario y el consumidor. Sinembargo, aquellos que tienen muchoéxito en servir a este último no ponen enpeligro, por su éxito, la titularidad delprimero. Los directivos no son losrivales de los propietarios. <<

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[219] El caso de Hungría que, pese aocasionales retrocesos, ha recorridobastante camino desde los últimos añosde la década de 1960 hacia lamaximización descentralizada debeneficios, los precios significativos eincluso la tolerancia respecto a laproliferación de la empresa privada, esbastante paradójicamente una posibleconfirmación de esta tesis. Si el país esla prueba viviente de que «el socialismode mercado funciona», lo es por virtuddel trauma del levantamiento de 1956,reprimido por Rusia, que ha creado untácito entendimiento entre el régimen y

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sus ciudadanos. Después de surehabilitación por los tanquessoviéticos, el Estado húngaro tuvo lainteligencia de percatarse de que suseguridad en la tenencia del poderestaba asegurada por la geografía y nonecesitaba estar doblemente aseguradapor el cinturón y los tirantes de unsistema social donde el sustento detodos es precario. La sociedad civil,habiendo aprendido su lección, «pasa»de política. De este modo, aunque cadavez más directivos de empresas yespurios cooperativistas, profesionales,pequeños comerciantes y campesinosestán construyendo formas

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independientes de ganarse la vida, no seda el surgimiento paralelo de demandasen favor de la participación política y elautogobierno.En estas raras y propiciascircunstancias, el Estado húngaro puedepermitirse sin peligro conceder tantalibertad económica como puedaconseguir que pase desapercibida parasus vecinos y especialmente, porsupuesto, para Moscú. La únicalimitación real es la devoción de Rusiahacia unos cuantos principios socialistasy a la creciente irritación de losvisitantes rusos al ver a su coloniaconquistada revolcándose en la

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abundancia de niveles de vidasuperiores.Sería sin duda imprudente que Moscú,que no tiene tanques amistosos de ningúnvecino más grande que invitar a queentren a «normalizar» asuntos en el casode que el papel dirigente del partidofuera desafiado por tecnócratas conseguridad en sí mismos, gordoscampesinos, perpetuos posgraduados ytodos los demás independientes queproliferan sin control cuando losvestigios de este poder económicodescentralizado empiezan a reaparecer,atendiera a todos los expertospartidarios de las «reformas

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económicas». Se juega algo más que lamayor eficiencia de una economíaautorregulada.Por otra parte, resulta menos claro porqué Checoslovaquia, cuya gente recibióen 1968 una acaso incruenta peroindudablemente casi tan efectiva lecciónde geografía política como la querecibieron los húngaros en 1956, seniega a permitir que la mano invisibledespierte a la economía de su estadocomatoso. Debe suponerse que lapropensión nacional a quedarse del ladomás seguro resulta atraída por la dobleseguridad de los ciudadanosdependientes y la ayuda fraternal. <<

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[220] El Estado es el que considera quelos «bienes de mérito» son buenos parael pueblo. Si A es un bien de mérito, suoferta ha de organizarse de modo quenadie pueda aumentar su consumo decualquier bien no de mérito B mediantela reducción de su consumo de A. Nodebe ser posible, por ejemplo, canjearleche escolar por pirulíes, ni porcerveza para el padre del chico. Esto seconsigue cuando la leche escolar estádisponible y todos los chicos puedenbeber tanta como quieran.Cuando el ganado vacuno se alimenta decomederos de relleno automático se

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considera que come justo lo suficiente.De la misma forma, cuando los bienesde mérito están disponibles, lapresunción es que la gente consumiráprecisamente lo que necesite. Conciertos bienes de mérito importantesesto lleva a resultados ambiguos. Laasistencia sanitaria y la educaciónuniversitaria gratuitas son ejemplosnotorios al respecto. A causa de laemulación, la envidia u otras razones, elconsumo de estos bienes tiende a irse delas manos y parece casi imposible deestabilizar, por no hablar de reducirlo.<<

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[221] Robert William Fogel y Stanley L.Engerman, Time on the Cross: Theeconomics of American Negro Slavery,1974, vol. I, pág. 202. [Hay trad. cast.,Siglo XXI] <<