el frío

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www.jesusbenitez.com Página 1 El frío… Por Jesús Benítez La muerte, está tan unida a la vida, que puede dejarnos indiferentes; sólo le conferimos atención o trascendencia, en función de los acontecimientos, proximidad y detalles específicos que la rodean. Por lo general, nada nos sobrecoge, altera u horroriza, si no despierta en nosotros el miedo a sufrirlo en primera persona. Los comportamientos habituales, suelen obedecer a una tendencia que trivializa los sucesos, antes que asumirlos con rigor. Del mismo modo, la repercusión que pueden generarnos ciertos factores externos, tragedias o catástrofes, ya sean de origen humano o natural, dependerán del grado de sensibilidad e implicación que nos exijan. Porque no hay, ni habrá, trauma sin dolor, ni delito sin culpa; para sentir, hay que padecer, siempre, indefectiblemente. Después, actuaremos, mejor o peor, con suerte o desgracia, eso nunca se sabe.

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El frío es un artículo de Jesús Benítez incluido en su web www.jesusbenitez.com.

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Page 1: El frío

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El frío… Por Jesús Benítez La muerte, está tan unida a la vida, que puede dejarnos indiferentes; sólo le conferimos atención o trascendencia, en función de los acontecimientos, proximidad y detalles específicos que la rodean. Por lo general, nada nos sobrecoge, altera u horroriza, si no despierta en nosotros el miedo a sufrirlo en primera persona. Los comportamientos habituales, suelen obedecer a una tendencia que trivializa los sucesos, antes que asumirlos con rigor. Del mismo modo, la repercusión que pueden generarnos ciertos factores externos, tragedias o catástrofes, ya sean de origen humano o natural, dependerán del grado de sensibilidad e implicación que nos exijan. Porque no hay, ni habrá, trauma sin dolor, ni delito sin culpa; para sentir, hay que padecer, siempre, indefectiblemente. Después, actuaremos, mejor o peor, con suerte o desgracia, eso nunca se sabe.

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Las consecuencias de nuestros impulsos, siempre serán colaterales y dejarán huellas, evidencias de daño o alguna influencia positiva. Pero un impulso es y será la única forma de reivindicar la existencia, el método irremplazable para que el alma no sucumba al frío, ese arpón afilado que nos congela el deseo de vivir, poniendo a grados bajo cero el termómetro de la autoestima. El frío es un hervidero de interrogantes, que palpitan buscando soluciones inmediatas, que imploran el fuego salvador de un remedio. No podemos minimizar la relevancia del frío, afirmando de forma alegre y ramplona, que éste es simplemente la ausencia de calor, una definición ridícula e intrascendente que está lejos de la naturaleza real de este factor condicionante que, ni mucho menos, reduce su sentido teórico y práctico al campo de la temperatura, no, no es así.

El frío no se circunscribe a una simple descripción etimológica que vulgariza su significado o singularidad, al no considerarlo como fenómeno independiente, sino como la falta de combustiones que generan energía y que dan lugar al calor. Sin duda, una injusticia semántica, pues la injerencia del frío sobre el ser humano va más allá de lo físico y afecta de lleno a su capacidad de permanecer o no vivo, a su entusiasmo por respirar. Cuando lloramos con rabia y sin consuelo, lo hacemos poniendo en práctica un ancestral ritual que intenta mitigar los efectos del frio, ése que hiela nuestro bienestar y pone en peligro la existencia, el deseo de vivir. El frío tiene muchas y diversas formas de manifestarse. Por activa y por pasiva, siempre está ahí, buscando un desequilibrio o síntoma de debilidad, con la intención de convertirnos en polvo de nieve, de volatilizarnos en agua petrificada y gélida, de abocarnos a un estanque de hielo con grietas, en el que nunca hay flotadores ni salvavidas.

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El frío comienza a hacer estragos, más allá de la epidermis, cuando cedemos terreno a la impotencia, evidenciando fragilidad, tirando la toalla del amor propio. La sangre se torna escarcha por efecto del frio que origina un drama, o por una carta con la peor noticia esperada. El desprecio o el odio, la mentira y la tiranía, el resentimiento o la envidia, todos ellos, sin excepción, son transmisores de frío. La soledad no deseada, es una de las manifestaciones más horribles del frío, al igual que la injusticia o la traición, la maldad o la codicia. Sucumbimos y tiritamos ante el frio que emana de un amor marchito, o por la influencia compasiva de tragedias, muerte o dolor cercanos. El frío es una horca en el cuello, unas manos que te empujan al abismo.

El frio es el triunfo de nuestro yo maldito, ése que no se quiere a sí mismo, ése que busca la autodestrucción…

© Jesús Benítez – Enero de 2011 www.jesusbenitez.com

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Posdata: Gélido Qué quiere decirme este día, si yo no le hablo. Apenas otorgo ánimo, ni abro puertas. El sol repta entre visillos, e insiste en sugerirme luz. Un intruso aire cálido recorre mi piel y no muto. Esta gélida actitud, tiene origen en alma rota, ya soy piedra. © Jesús Benítez

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