el imperio del brasil
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El Imperio del Brasil
Tras el reinado de don Pedro, con Pedro II se instalará un régimen imperial en Brasil.
Hijo de Pedro I, al abdicar éste le sucederá en el trono, siendo tutelado por Andrada y
Silva y el Consejo de Regencia hasta su mayoría de edad. De talante liberal, impondrá
el sistema parlamentario y establecerá el sufragio directo. Una de las reformas
fundamentales, que afectará de lleno al corazón de la economía brasileña, será la
abolición de la esclavitud. En efecto, la ingente cantidad de mano de obra llevada ya
desde siglos antes por los portugueses desde África resulta fundamental para el
funcionamiento de la economía de Brasil, básicamente desarrollada sobre plantaciones
agrarias y explotaciones mineras. Sin embargo, a pesar de la oposición fuertemente
organizada de plantadores y sectores reaccionarios, la presión interna de los
abolicionistas y población liberada, y externa, especialmente por parte de Estados
Unidos, conseguirá que el régimen esclavista sea definitivamente abolido. Una
revolución republicana encabezada en 1889 por Manuel Diodoro da Fonseca significará
el fin del Imperio. Desterrado Pedro II, fallecerá algún tiempo después en París.
El reinado de Dom Pedro
Los liberales brasileños depositaron grandes expectativas en el regente, especialmente
tras la jura de la Constitución. Pero éstas fueron rápidamente defraudadas, ya que ante el
temor de un recorte de sus poderes, el regente disolvió a la Asamblea Constituyente a
los siete meses de haberse reunido por primera vez. Sin embargo, la práctica posterior
del joven monarca llevaría a instaurar un reinado de corte liberal. En marzo de 1824 se
promulgó una nueva Constitución que convirtió al Brasil en una monarquía
parlamentaria, aunque unitaria y centralizada, que perduraría durante casi medio siglo.
La Constitución era bastante liberal, tanto formalmente como por su espíritu y
contenido, pese a los vastos poderes que concedía a la Corona. Se adoptó el modelo
inglés, con una Cámara de Diputados renovada periódicamente, un Senado vitalicio y el
monarca que estaba al frente del ejecutivo, asistido por un Consejo de Estado. El
monarca tenía plenas competencias religiosas, entre sus poderes estaba el de nombrar y
cesar al primer ministro, independientemente de la voluntad del Parlamento, nombrar a
los miembros del Consejo de Estado, designar a los senadores de entre las ternas más
votadas, convocar o disolver la Cámara de Diputados y convocar elecciones
parlamentarias. De modo que si la Cámara rechazaba un gabinete designado por el
emperador, éste podía disolverla y convocar nuevamente a las urnas. El emperador era
el responsable del nombramiento y promoción de los funcionarios civiles y militares, de
reglamentar la legislación aprobada por el parlamento y de la distribución de los
recursos entre los distintos organismos de la administración. Pernambuco, que ya se
había rebelado en 1817, conoció una nueva sublevación en 1824, tras rechazar la nueva
Constitución e inclusive al propio emperador. En esta oportunidad se intentó crear la
Confederación del Ecuador. Con el fin de sofocar la rebelión, que hubiera supuesto la
secesión de una parte importante del país, Don Pedro suspendió las garantías
constitucionales y acudió nuevamente a lord Cochrane. Simultáneamente estalló otro
foco de conflicto en el sur del país, donde también se intentó establecer un estado
independiente. Tras hábiles negociaciones con George Canning, el embajador británico,
don Pedro firmó sendos tratados con Portugal y Gran Bretaña que de hecho significaban
el reconocimiento de la independencia brasileña. Esta medida sería seguida en 1826 por
los Estados Unidos, que adoptaron una actitud similar. La solución institucional que se
había arbitrado pasaba por la coronación de don Juan como emperador del Brasil y su
inmediata abdicación en su hijo. El tratado con Portugal incluía una cláusula secreta por
la cual se indemnizaba a don Juan por la pérdida de la colonia americana a la vez que
Brasil también se hizo cargo de la deuda portuguesa con Gran Bretaña. El tratado, sin
embargo, dejaba abierta la cuestión sucesoria en Portugal, ya que el primer heredero del
trono era el monarca de un país extranjero. La muerte de don Juan, en 1826, aumentó
las ya graves dificultades entre el emperador y sus súbditos. Don Pedro asumió la
corona portuguesa, pero pese a su pronta renuncia no pudo acabar con la idea muy
difundida entre sus súbditos de que prestaba más atención a los asuntos portugueses que
a los brasileños. Si a las dificultades económicas que atravesaba el país se agrega la
degradación de la vida política (hasta 1826 no se convocó al Parlamento), se puede
entender por qué el Brasil se hallaba al borde de un estallido revolucionario. Ante la
falta de los necesarios apoyos políticos, don Pedro abdicó en su hijo Pedro de Alcántara,
de cinco años de edad, el 7 de abril de 1831, tras reconocer que "meu filho tem sobre
mim a ventagem de ser brasileiro". Sin violencia, y sin despertar grandes odios, el
emperador partió a su exilio europeo en compañía de su familia. La partida de don
Pedro permitió finalmente el desplazamiento de la antigua burocracia imperial,
continuadora de la colonial, por los miembros de la oligarquía terrateniente, vinculada al
desarrollo del sector agroexportador.
La regencia de Pedro II
El nuevo monarca, que reinaría con el nombre de Pedro II, había nacido el 12 de
diciembre de 1825 en Río de Janeiro y era hijo de Amelia de Leuchtemberg, la segunda
esposa de Pedro I. Dada su escasa edad, el gobierno se dejó en manos de una especie de
consejo de regencia, integrado por tres personas. Este sistema dificultaba la toma de
decisiones, especialmente en los momentos más difíciles, lo que aumentaba la
inseguridad y la inestabilidad de la política brasileña en un período especialmente difícil
y complicado como éste, donde se cuestionaron tanto la existencia de la monarquía
como la integridad del país. Así ocurrieron una serie de sucesos desestabilizadores,
como las sublevaciones estalladas en algunas provincias, que resultaron muy difíciles de
reprimir a las autoridades establecidas en Río de Janeiro. Las zonas más conflictivas del
país eran las más alejadas del poder central, Pará y Rio Grande do Sul. La proliferación
de este tipo de conflictos y la persistencia de las fuerzas centrífugas condujeron en 1834
a una reforma de la Constitución. Se buscaba reforzar el poder local, lo que equivalía a
una cierta descentralización para las provincias, de modo que la monarquía hereditaria
se convirtió en algo muy similar a una república federal. Para agilizar la labor del
gobierno se decidió que hubiera un único regente, en lugar de los tres de antaño. En
1835 se hizo cargo del puesto Diego Feijó, quien dedicó buena parte de sus esfuerzos a
luchar contra las tendencias centrífugas que se oponían a la consolidación del poder
central. Dos años más tarde el regente fue obligado a renunciar y su cargo fue ocupado
por el conservador Pedro de Araújo Lima. Los problemas vinculados a la construcción
de la Nación eran de tal envergadura, que la magnitud del desafío permitió que el ideal
de estabilidad se impusiera sobre las tendencias separatistas o más federalistas, lo que
aumentó considerablemente el consenso social en torno a la monarquía y especialmente
al joven rey. La existencia de un grupo de buenos políticos, y su capacidad de gestión,
permitieron mantener la monarquía y restablecer la autoridad y el orden, garantizando la
unidad del Estado y la preeminencia del poder civil sobre los militares.
El imperio de Pedro II
El paso del tiempo llevó a plantear el problema de la mayoría de edad del príncipe. Si
bien éste no gobernaría de forma efectiva hasta 1847, en 1840 se lo declaró mayor de
edad y al año siguiente se lo coronó como Pedro II. En 1840 se incorporó a la
Constitución una cláusula adicional que permitía el funcionamiento de las asambleas
legislativas provinciales, que ya funcionaban con anterioridad a 1834. Cuando Pedro II
se hizo cargo de forma efectiva del gobierno, el país todavía no estaba totalmente
pacificado. La rebelión "farroupilha" de Rio Grande do Sul, en la que había participado
de forma activa el revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi, se prolongó hasta 1845,
debido a su carácter netamente separatista y republicano. En 1848 estalló en
Pernambuco una nueva rebelión, de signo liberal. Una vez que fue sofocada Pedro II
proclamó una amnistía general con el ánimo de abogar por la reconciliación nacional. A
partir de aquí, y coincidiendo con su reinado, el Brasil atravesó un período de casi
cuarenta años de paz y prosperidad, algo inconcebible en la mayor parte de los restantes
países latinoamericanos. El inicio de la conciliación, es decir, de la cohabitación de
ministros liberales y conservadores en el gabinete, a partir de 1853, marcó el comienzo
de una nueva etapa política en el Brasil. El marqués de Paraná asumió el gobierno y uno
de sus objetivos era la búsqueda del consenso entre los partidos políticos en torno a su
plan de gobierno. Pero la ausencia de disputas entre los partidos no duró demasiado. En
1863 y 1868 el rey disolvió la Cámara de Diputados por los constantes enfrentamientos
entre conservadores y liberales, que entorpecían la gobernabilidad del país. Esto suponía
la existencia de gabinetes inestables, pero también la participación del rey en la vida
política nacional de un modo más intenso, lo que provocó fuertes debates en la opinión
pública sobre la oportunidad de una conducta semejante. El uso frecuente y reiterado de
la prerrogativa regia de disolver el Congreso y convocar elecciones socavaba el
prestigio de la monarquía y la del propio monarca y aumentaba la vulnerabilidad de su
figura. Este período se caracterizó por la existencia de algunas novedades dentro de la
continuidad. Se potenciaron las relaciones con Europa y los Estados Unidos y se
intensificaron las exportaciones de los productos agrícolas brasileños. Los viajes de
Pedro II a Europa, en 1871, 1876 y 1888, y el de 1876 a los Estados Unidos, fueron de
gran utilidad para el cumplimiento de estos objetivos. Los grupos dirigentes regionales
seguían siendo los mismos, aunque ahora encontramos una clara conciencia de
pertenencia a una clase dominante que no sólo se comportaba como tal sino que era la
única capaz de proponer al resto de la sociedad un proyecto nacional estructurado y
coherente. Se trataba de una clase dominante con escasas fisuras, que afrontó sin
grandes dudas la difícil tarea de construir una Nación y estructurar un Estado en torno
suyo. Sin embargo, este hecho no bastaba por sí mismo para otorgar homogeneidad a la
oligarquía rural, integrada por los nordestinos plantadores de azúcar y algodón, los
paulistas plantadores de café y los ganaderos que se habían asentado en las tierras del
interior, como Rio Grande do Sul y Minas Gerais.
La abolición de la esclavitud
La agricultura de plantación, con sus productos destinados a la exportación, se basaba
en la utilización intensiva del trabajo esclavo. En 1818 vivían en el Brasil, de acuerdo
con las fuentes oficiales, unas 3.805.000 personas, de las cuáles sólo el 27,3 por ciento
(1.040.000) eran blancos. Los indios eran el 6,5 por ciento (250.000). Por el contrario,
los esclavos negros de origen africano eran el 50,7 por ciento (1.930.000) y los mulatos
y mestizos el 15,4 por ciento restante (585.000). De acuerdo con el censo de 1872, seis
de cada diez brasileños eran negros, lo que se explica por el elevado número de esclavos
ingresados al país entre 1811 y 1850, pese al control británico de los mares: 1.141.700.
Entre 1811 y 1820 llegaron 266.800 esclavos; 325.000 entre 1821 y 1830; 212.000 entre
1831 y 1840 y 338.300 entre 1841 y 1850. A partir de entonces el descenso sería
evidente, a tal punto que entre 1851 y 1860 sólo llegaron 3.300 esclavos africanos. La
excesiva dependencia del trabajo esclavo explica el incumplimiento de las cláusulas del
tratado firmado en 1826 con Gran Bretaña, relativas a la finalización de la trata negrera.
Más allá de las presiones de ciertos gobiernos extranjeros, como el de los Estados
Unidos, y de la actitud declarativa de algunos gobernantes locales, el fracaso de las
medidas destinadas a acabar con la esclavitud responde a las mismas causas. La abierta
ingerencia británica fue considerada ultrajante para la soberanía brasileña, pero pese a
ello, los intentos británicos para acabar con la trata aumentaron tras la firma del Tratado
de Aberdeen (1845). Brasil ilegalizó la trata en 1850 y dos años después había
prácticamente desaparecido. Pero acabar con la trata negrera en los mares no significaba
en absoluto acabar con la esclavitud, que se mantuvo gracias a los negros que seguían
trabajando en las plantaciones y al crecimiento natural de los propios esclavos. La
abolición definitiva de la esclavitud finalmente se produjo en 1888. La discusión sobre
esta forma de trabajo se fue tornando cada vez más álgida y muy pronto los argumentos
ideológicos se mezclaron con los económicos. En los años 60, los abolicionistas
comenzaron una importante campaña de agitación pública, que se incrementó después
de que Abraham Lincoln declarara la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos,
en 1863. En ese momento Brasil se había convertido en el único gran país del mundo
que mantenía un sistema esclavista. En 1871, el parlamento brasileño sancionó la ley
Río Branco, que establecía la libertad de vientres (los hijos de las esclavas nacían libres)
y creaba un fondo de emancipación, destinado a facilitar y acelerar la manumisión de
los esclavos negros por parte de sus propietarios. Pese a sus aparentes logros, la ley no
satisfizo a nadie, ya que mientras los plantadores sentían cada vez más amenazadas sus
posesiones, los abolicionistas la consideraban insuficiente. Estos últimos, liderados por
Joaquim Nabuco de Araújo, un joven abogado y publicista, buscaban la abolición total
de la esclavitud. El libro de Araújo, O Abolicionismo (1883), pintaba la esclavitud en
tonos totalmente oscuros, en sintonía con la línea del abolicionismo más radical. En
1884 las regiones de Ceará y Amazonas liberaron a sus esclavos y al año siguiente todos
los esclavos mayores de 60 años fueron manumitidos. En 1888 se declaró la libertad
total para los casi 700.000 negros que aún permanecían esclavizados, sin que el
gobierno fijara ningún tipo de compensación para los propietarios. No es de extrañar
que la oligarquía plantadora decidiera retirar su apoyo al monarca en una coyuntura tan
contraria a sus intereses. La Asamblea abolió la esclavitud por motivos estrictamente
políticos y no por cuestiones económicas, ya que si el sistema se mantenía en
funcionamiento era porque seguía siendo rentable para los plantadores. Téngase en
cuenta que por un lado, los esclavos estaban oponiendo una resistencia cada vez más
violenta a la esclavitud. Y por el otro, que algunas presiones favorables a la abolición
provinieron de los plantadores que tenían sus plantaciones en zonas de reciente
incorporación y que no tenían asegurado un abastecimiento regular de mano de obra
negra, y que preferían mayores facilidades para la inmigración de trabajadores blancos.
También eran importantes las manifestaciones de los sectores medios (incluidos algunos
oficiales del ejército y burócratas) que querían vivir en una sociedad más moderna.
Después de la abolición, muchos negros abandonaron las plantaciones donde trabajaban
y emigraron básicamente a las ciudades y en un número menor a otras regiones agrarias.
La dispersión de la población negra afectó a todo el país y por lo general ocuparon los
estratos más pobres de la sociedad y su nivel de vida fue sensiblemente más bajo que el
de los blancos.
El fin del Imperio
El período iniciado en 1870, y prolongado hasta la Primera Guerra Mundial o hasta la
crisis de 1930, se puede sintetizar con el lema "Orde y progreso" que figura en el centro
de la bandera del Brasil. Esos años se caracterizaron por el rápido crecimiento
económico y por la importancia de las transformaciones estructurales que se realizaron,
tal como indican los principales indicadores macroeconómicos. Fueron las grandes
transferencias de capital monetario y humano provenientes del extranjero las que en
buena medida hicieron posible todos estos cambios. La población pasó de 4 a 10
millones, los ingresos públicos aumentaron catorce veces y el producto nacional se
multiplicó por diez. En 1889 ya se habían construido más de 8.000 kilómetros de vías
férreas y sólo en ese año llegaron a los puertos del país más de 100.000 inmigrantes
europeos. La inmigración fue el principal impulsor del crecimiento demográfico, mucho
mayor que el crecimiento vegetativo. Esta afectó especialmente a los grandes estados
del Sur, como Sáo Paulo o Río Grande, que eran los que estaban expandiendo su
frontera agrícola. La inmigración comenzó a aumentar considerablemente después de la
abolición de la esclavitud, debido a la necesidad de incorporar mano de obra asalariada
a numerosas empresas productivas, especialmente en el sector del café. Una de las
consecuencias de la inmigración fue la modificación registrada en la distribución étnica
de la población brasileña, con un aumento relativo en el número de blancos, a costa del
retroceso de negros e indios. En la década de los 70 llegaron poco menos de 200.000
inmigrantes, que se transformaron en algo más de 500.000 en la década siguiente y en la
de 1890 se pasó del millón, italianos y españoles en su mayor parte. Posteriormente, las
llegadas conocieron altibajos, de acuerdo a la marcha de la coyuntura interna e
internacional, como lo muestran las tasas de crecimiento de la inmigración. Entre 1872
y 1890 la tasa fue del 0,38 por ciento, subió al 0,60 por ciento entre 1891 y 1900 y bajó
al 0,22 entre 1921 y 1930. Después de la crisis de 1929, y ante el aumento del paro en
los principales centros urbanos y en la industria del café, se tomaron una serie de
importantes medidas con el fin de limitar la inmigración. De todas formas, es posible
estimar en 2,2 millones la inmigración neta entre 1872 y 1930. La apertura del país y el
desarrollo del sector exportador fueron decisivos para el crecimiento económico. Tanto
la Europa nórdica y occidental, como los Estados Unidos, inmersos en procesos de
plena industrialización, demandaban cantidades crecientes de alimentos, materias
primas y otros productos tropicales, a lo que hay que sumar el abaratamiento de los
costes de transporte. Entre 1870 y 1930 se produjo el apogeo del sector primario
exportador en Brasil y entre la década 1870 y la de 1920 las exportaciones crecieron a
una tasa anual del 1,6 por ciento. Durante las décadas de 1850 y 1860 se sentaron las
bases para la gran transformación de los años siguientes. El sector financiero se
expandió, gracias a la creación de nuevos bancos. El crecimiento de la demanda interna
y la apertura de algunas fábricas favorecieron el inicio de una temprana
industrialización. En esta época destacó por sus actividades el barón de Mauá, Irineus
da Souza, que en 1851 fundó el banco Mauá y luego se dedicó a construir el primer
ferrocarril brasileño. También invirtió dinero en la instalación del alumbrado a gas en
Río de Janeiro y en la creación de una compañía naviera, cuyas embarcaciones de vapor
surcarían el Amazonas. El sector financiero, al igual que otras actividades vinculadas
con la exportación, se desarrolló rápidamente, especialmente entre los años 1888 y
1895, 1905 a 1913 y 1924 a 1929. Las inversiones británicas y estadounidenses,
mayoritarias entre las extranjeras, pasaron de 53 millones de libras esterlinas en 1880 a
385 millones en 1929. Más de la mitad del capital invertido se destinó a financiar la
actividad del gobierno central y de los estados y ayuntamientos. La mayoría de los
bancos de capital británico se fundaron en la década de 1860, al amparo de una ley
británica que favorecía la creación de bancos en el extranjero. Hasta 1880 el Brasil
había sido el país latinoamericano más favorecido por las inversiones británicas, que
luego encontrarían mejores oportunidades de expansión en el Río de la Plata. Entre
1850 y 1875 Brasil recibió casi 23.500.000 libras esterlinas en empréstitos extranjeros,
siendo el segundo país latinoamericano detrás del Perú en el volumen de la deuda
negociada en el extranjero en estos años. En esas mismas fechas la casa de N.M.
Rotschild e hijo, de Londres, se convirtió de hecho en el banquero oficial del Imperio y
emitió distintos empréstitos para financiar inversiones en el Brasil. Las inversiones más
importantes se dirigieron a la construcción ferroviaria, destacando la Minas & Rio
Railway Company y la Sáo Paulo Railway Company, entre las empresas dedicadas a
esta labor. Otras inversiones se canalizaron a la construcción de infraestructura, urbana
y de transportes, como la construcción de puertos o la instalación de servicios públicos
urbanos (gas, electricidad, agua o tranvías). La mejora en las comunicaciones, tanto
internacionales como internas, fue otro hecho decisivo que favoreció la expansión de las
exportaciones. En este proceso fue clave el tendido de muchos miles de kilómetros de
vías férreas y líneas telegráficas, así como la incorporación de buques de vapor y cascos
de acero a la navegación. En 1853 se comenzó a construir el camino de la unión y la
industria, que unía Río de Janeiro con Minas Gerais. En 1855 se inició la construcción
del ferrocarril de Pedro II y en 1860 la línea Santos-Sáo Paulo, vital para las
exportaciones de café. La participación del Brasil, junto a Argentina y Uruguay, en la
Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) contra el Paraguay, supuso que numerosos
recursos, tanto nacionales como provenientes de empréstitos extranjeros, se destinaran a
la compra de armas y al sostenimiento de los ejércitos, postergando la construcción
ferroviaria. En 1870 Brasil apenas contaba con 740 kilómetros de vías férreas. La
construcción ferroviaria se aceleró a partir de los años 80. En 1889 se habían construido
9.600 kilómetros de vías, 16.000 en 1906 y en 1930 se alcanzaron los 32.000. La mayor
parte de las líneas llegaban a Sáo Paulo y lo comunicaban con Minas Gerais, Río de
Janeiro y Rio Grande do Sul. El trazado de las mismas respondía a la importancia del
sector exportador y al abastecimiento de un mercado urbano en expansión, como lo era
el paulista. Los constructores atendían el negocio, que estaba en el transporte de carga y
pasajeros, de modo tal que el trazado de la red, pese a su amplitud, resultó insuficiente
para garantizar buenas comunicaciones a todo el país, especialmente a aquellas regiones
de baja densidad de población o sin productos que ofrecer. Gracias al ferrocarril se
pusieron en explotación nuevas tierras, aptas para el cultivo del café y el país estuvo en
condiciones de sacar un mayor partido de sus ventajas comparativas. La mejora en las
comunicaciones permitió un aumento importante de las exportaciones de café, que tras
desplazar al azúcar se convirtió en el principal rubro de exportación. El café había sido
introducido en el Brasil en el siglo XVIII y se adaptó perfectamente a las condiciones
climáticas y al suelo del sudeste del país. Recién tras la independencia su explotación
alcanzó una cierta envergadura y en las décadas siguientes se produciría el verdadero
boom. La expansión de los cafetales se debió a los elevados beneficios que se obtenían
de su explotación, sólo comprensibles en virtud de una serie de ventajas comparativas,
como el clima y la abundancia de tierras apropiadas, que se veían potenciadas por el
elevado número de inmigrantes que proporcionaba una abundante oferta de mano de
obra y las inversiones extranjeras, que permitían transferir recursos a la agricultura de
exportación. También hay que tener en cuenta que se trata de una mercancía de fácil
transporte y almacenamiento, que no requería de complicados procesos de
transformación industrial para su exportación. Su explotación tenía lugar en el marco de
la gran propiedad y con costos de producción sumamente bajos, lo que contrastaba con
Colombia o Jamaica, donde primaba el minifundio o la mediana propiedad. Las
exportaciones de café pasaron de 60.000 toneladas anuales en la década de 1830, a
216.000 en los años 70 y en 1901 se exportaron 880.000 toneladas. De acuerdo con su
valor, entre 1870 y 1875 el promedio anual de las exportaciones de café fue de 400
millones de libras esterlinas y de 1.130 millones entre 1895 y 1900. También se
incrementó su participación en el valor total de las exportaciones, que de representar el
46 por ciento en 1901 aumentaron al 53 por ciento en 1908, lo que llevó a numerosos
autores a hablar de un país monoexportador. Muy pronto Brasil estuvo en condiciones
de controlar el mercado mundial de café, de modo que pudo incidir activamente sobre
los precios. En la primera década del siglo XX su producción era el 77 por ciento del
total mundial y sus cafetos eran los dos tercios del total de arbustos cultivados en el
mundo. El avance de otros competidores, americanos y extraamericanos, marcó el
retroceso de la producción brasileña que sólo alcanzó el 60 por ciento de la producción
mundial en 1940. Las exportaciones brasileñas tuvieron un buen ritmo de crecimiento.
En 1870 Brasil exportaba el triple que Chile, Perú o México o el doble que Argentina,
aunque en los años siguientes el sector exterior brasileño no pudo igualar al crecimiento
de las exportaciones argentinas. En algún momento se pensó que la extracción del
caucho era el mejor camino para diversificar las exportaciones brasileñas. Esta idea se
basaba en la importancia de la demanda de ruedas de la recién creada industria
automotriz norteamericana y europea, que hizo subir espectacularmente los precios de
dicha materia prima en los mercados internacionales. La tonelada de caucho que en
1840 costaba 40 libras esterlinas, pasó a valer 182 en 1870 y a 512 en 1911, lo que
repercutió en un aumento, tanto en valor como en volumen, de las exportaciones. El
caucho se transformó en el segundo rubro de las exportaciones, llegando al 25 por
ciento en valor de las mismas. El crecimiento continuado del sector no pudo proseguir
durante mucho tiempo y la caída fue espectacular y catastrófica, debido a la
competencia de nuevas áreas productoras y al desarrollo de la goma sintética, de modo
que en 1930 (en plena crisis mundial) las exportaciones cayeron a 6.000 toneladas (una
cantidad inferior a la de 1870), desde las 38.500 que se habían exportado en 1911. Otros
productos exportables, aunque de una incidencia menor en el volumen de las
exportaciones, eran el cacao (Brasil abastecía el 10 por ciento del mercado mundial), la
carne vacuna, la madera y otros productos forestales. El Nordeste había logrado
mantener su hegemonía mientras duraron las exportaciones de azúcar y algodón, y en el
caso de estas últimas hubo un incremento bastante considerable durante los años que
duró la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Las exportaciones de azúcar tuvieron
una breve expansión en las dos últimas décadas del siglo XIX, pero no pudieron resistir
a la presión de nuevos y viejos competidores ni la introducción de la remolacha
azucarera. A partir de 1898 la situación se agravó porque la producción de Cuba y
Puerto Rico tuvo un acceso privilegiado en el mercado estadounidense. El avance del
café, centrado en los estados de Sáo Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro, terminó de
apuntillar a la economía de los territorios nordestinos.
El sistema democrático imperante en el Brasil, producto de su propio desarrollo
constitucional, pero similar al existente en otras regiones del mundo, como Europa o
buena parte de América Latina, era elitista y restrictivo y se basaba en elecciones
indirectas. El caciquismo y el clientelismo estaban siempre presentes y las acusaciones
de fraude electoral eran bastante habituales. En 1842, 1855 y 1860 se ensayaron algunas
reformas destinadas a acabar con el fraude, pero todas fracasaron. El derecho a voto
estaba limitado al sexo masculino y sólo un pequeño grupo de ciudadanos podía
usufructuarlo. Para ello había que ser mayor de edad (la mayoría de edad se obtenía a
los 25 años, salvo los oficiales del ejército y los casados que la adquirían a los 21), ser
propietario o tener un nivel de ingresos superior a los mil reis anuales y saber leer y
escribir. Los esclavos y los sirvientes (con algunas excepciones, como los contables o
los administradores de las plantaciones) tampoco podían votar. En 1872, sobre una
población de casi 10 millones de habitantes, los votantes eran sólo 200.000 (el 2 por
ciento). Si bien en los años siguientes, el número de votantes tendió a crecer en términos
absolutos, en términos relativos siguió siendo bajo, dado el gran número de
analfabetos.Las limitaciones para ocupar un cargo electivo eran mayores aún que las
que se ponían para votar. En este caso los ingresos no debían ser inferiores a los 20
milreis. El senado era una pieza clave del sistema político y para ser senador había que
ser mayor de 40 años. Los senadores constituían un grupo que monopolizaba
importantes posiciones en el gobierno y los miembros del Consejo de Estado se solían
reclutar entre ellos. Muchos senadores eran elegidos presidentes de provincia y más del
40 por ciento tenían títulos de nobleza. El régimen de gobierno era parlamentario y el
gabinete estaba encabezado por un primer ministro, que a su vez designaba a sus
ministros y colaboradores. El control de ambas cámaras era vital para que el Ejecutivo
se asegurara la gobernabilidad del país. La alternancia entre liberales y conservadores
era corriente, aunque en última instancia el poder dependía del emperador, que como ya
se ha visto tenía funciones ejecutivas y podía nombrar y cesar a los altos cargos del
gobierno. La identidad de intereses entre el emperador y la oligarquía favoreció el
funcionamiento del sistema político. Pedro II pensaba que el parlamento debía controlar
tanto la dirección política del país como su gestión administrativa, mientras que su papel
quedaba reservado a la supervisión general y a constituirse en salvaguarda de la
Constitución, para lo cual velaría por su cumplimiento y respeto. La idea de progreso,
que presidía toda la actuación imperial estaba indisolublemente ligada al desarrollo de la
educación. Ésta era una de las mejores vías para salir del atraso y por ello el emperador
se interesó en mejorar considerablemente el sistema educativo. Cuando se proclamó la
república había más de 6.000 centros de enseñanza primaria y secundaria distribuidos
por todo el país. El más prestigioso de ellos era el Colegio Imperial Pedro II, que estaba
en Río de Janeiro, y las dos escuelas agrarias imperiales, destinadas a mejorar la calidad
de la agricultura y propiciar un mayor crecimiento económico. El crecimiento
económico vinculado al sector primario exportador y a la existencia de una coyuntura
favorable propiciaron el crecimiento de algunas ciudades y la emergencia de nuevos
grupos sociales. La vida en las ciudades se modificó rápidamente con la mejora de la
infraestructura urbana y la instalación de agua, gas y cloacas, la pavimentación de las
calles y la puesta en marcha de nuevos sistemas de transporte, como los tranvías. En
1872, Río de Janeiro ya tenía 275.000 habitantes, de los cuales 84.000 eran extranjeros,
y en 1890 había duplicado su población. Sáo Paulo pasó de tener una tasa de
crecimiento anual del 5 por ciento entre 1872 y 1886 a una del 8 por ciento entre 1886 y
1890. Salvador, que en 1872 tenía 129.000 habitantes, pasó a contar con 174.000 en
1890.En esta época también comenzó a producirse una pérdida del prestigio político de
la monarquía. Algunos líderes del Partido Conservador fundaron la Liga Progresista, de
claro contenido liberal, cuya plataforma fue presentada en 1864. Entre sus principales
reivindicaciones estaban: la descentralización del sistema político, la reforma electoral y
la reforma del sistema judicial, un nuevo Código Civil y algunas modificaciones en el
Código de Comercio, especialmente en lo que se refiere a sociedades anónimas y
quiebras. El Partido Liberal tampoco se libró de tener disidencias internas y en 1868 se
escindió un ala radical, algunos de cuyos miembros más destacados fundaron dos años
después el Partido Republicano. Si bien inicialmente se trató de un partido minoritario y
de escasa implantación social, muy pronto sus objetivos fueron reconocidos por el
grueso de la población y los clubs republicanos proliferaron en las provincias de Sáo
Paulo, Rio de Janeiro, Rio Grande do Sul y Minas Gerais. En el manifiesto fundacional
del partido se señalaba que: "Somos de América y queremos ser republicanos". Sus
miembros pertenecían mayoritariamente a los sectores medios, a tal punto que en el
grupo fundacional sólo había un plantador, frente a catorce abogados, diez periodistas,
nueve médicos, ocho comerciantes, cinco ingenieros, tres funcionarios y dos maestros.
El Partido Republicano concurrió a las elecciones en alianza con el Partido
Conservador, lo que le permitió a Prudente José de Morais e Barros y Manuel Ferraz de
Campos Salles (quienes serían los dos primeros presidentes civiles de la República)
convertirse en los primeros diputados republicanos que accedían al Parlamento. Las
tensiones existentes en el país terminaron de cristalizar con el estallido de la Guerra de
la Triple Alianza. El alto costo del conflicto, tanto material como en vidas humanas, y
su excesiva prolongación temporal provocaron enfrentamientos entre las autoridades
civiles y militares por la conducción de la guerra, aunque en última instancia lo que
estaba en juego era la subordinación de los militares al poder civil. Otro elemento que
tendía a agudizar las tensiones con los militares era la preferencia del emperador por la
Armada, en detrimento del Ejército de Tierra. La oposición al emperador había
comenzado por la oligarquía terrateniente a consecuencia de la política antiesclavista
del gobierno ("el Brasil era el café y el café era negro"), pero posteriormente se fue
extendiendo a otros sectores sociales. Uno de éstos fue la Iglesia, que empezó a tener
dificultades con el Estado, debido a la política liberal que se seguía en determinadas
cuestiones y a la postura seguida por el papa Pío IX de reforzamiento de la institución
eclesiástica. La agresiva política papal fue continuada por una camada de jóvenes curas
brasileños que habían estudiado en seminarios europeos y retornaban al Brasil con un
elevado espíritu misionero, después de haberse formado en el integrismo y el
antiliberalismo. El clima se enrareció en 1873 debido a una polémica en torno a la
masonería. Mientras la Iglesia la condenaba duramente y prohibía a sus fieles ser
masones, muchos de los políticos más importantes lo eran. Tras un duro debate, el
gobierno encarceló en 1874 al obispo de Olinda, posteriormente condenó a otro obispo
y sancionó a un buen número de clérigos tradicionalistas. El conflicto privó a la Corona
del apoyo de buena parte del clero, tal como se demostró en la protesta nordestina de los
"quebra quilos" (los rebeldes protestaban por la introducción del sistema métrico
decimal), que contaba con el apoyo del sector más integrista del clero. Los campesinos
no sólo se negaban a aceptar la existencia de los kilogramos, sino también el
empadronamiento y los nuevos impuestos. Una de sus principales consignas era la de
"abajo los masones", lo que señala su postura anti-gubernamental y su alineación con el
clero más tradicionalista.En el incipiente mundo industrial también aparecieron signos
de conflictos. Los trabajadores urbanos, cada vez más numerosos, demostraban su
protesta por la subida de los bienes de subsistencia. El 1 de enero de 1880 se produjo la
"revolta dos vintens" (la revuelta del centavo), la más seria de toda la época y que
provocó la caída del gabinete. En 1881 se creó en Río de Janeiro la Asociación
Industrial, que en su manifiesto fundacional acusaba al gobierno de obstaculizar sus
empresas y de ignorar sus esfuerzos en favor del crecimiento económico. Pese a las
contradicciones que los enfrentaban, los obreros y los patronos solían coincidir en
algunas ocasiones en sus demandas, bien fueran de signo proteccionista, o bien
librecambista, de acuerdo con la coyuntura. "El Corpo Colectivo Unido Operária"
solicitó al emperador la exención de impuestos para la importación de maquinarias y la
abolición de determinados privilegios y monopolios. El número de organizaciones
obreras aumentó y con ellas aparecieron los primeros grupos anarquistas y socialistas,
que también se mostrarían contrarias a la monarquía.El crecimiento económico y
demográfico del Sur y de la región de Sáo Paulo amenazaba el tradicional predominio
político y económico del Nordeste. La representación política de las provincias se había
fijado en función de la población existente en los años iniciales del Imperio y desde
entonces habían ocurrido numerosos cambios demográficos, como la inmigración, que
no habían sido considerados. De este modo se primaba a algunas provincias que estaban
perdiendo importancia relativa, como Bahía o Minas Gerais, en detrimento de las que
habían aumentado su población (Sáo Paulo) y carecían del número de representantes
adecuados. La burguesía paulista comenzó a discrepar de los métodos tradicionales de
control político de las oligarquías nordestinas, especialmente las de Bahía y
Pernambuco y para ello se alineó con el Partido Liberal y el Republicano, que tanto
parlamentaria como extraparlamentariamente se oponían al Imperio. Los republicanos
levantaron la bandera del federalismo y los liberales afirmaban que el sistema
parlamentario respetaba más la voluntad del monarca que la del pueblo soberano. Para
agravar más la situación, Pedro II carecía de hijos varones (dos murieron muy
pequeños) y la heredera del trono, la princesa Isabel era sumamente impopular, al igual
que su marido, el conde d´Eu, un antiguo general de la Guerra de la Triple Alianza. Otra
fuente de tensiones en el mundo castrense era la intervención del poder central en el
ejército, ya que los ascensos dependían del emperador y del Consejo de Estado, pero los
oficiales querían depender directamente del ministro de Guerra, que solía ser un militar
y era más influenciable. Una vez finalizada la guerra contra el Paraguay, el ejército se
convirtió en un cuerpo más cohesionado y democrático y en una fuerza con deseos de
mayor protagonismo político. La voluntad de Pedro II de mantener a los militares en los
cuarteles, le granjeó su oposición. Benjamin Constant, profesor de la Escuela Militar de
Rio de Janeiro, abogó abiertamente en favor de la república y su postura fue respaldada
por los periódicos que dirigían Quintino Bocayuba y Ruy Barbosa. Las enseñanzas
positivistas de Constant terminarían decantando a los militares hacia la república. A
mediados de la década de los 80 los líderes del Partido Republicano pensaban que la
reforma del sistema era imposible dentro de las reglas de juego vigentes y que sólo una
revolución militar acabaría con la monarquía. De este modo comenzaron las
conspiraciones entre algunos oficiales y en 1887 se creó el Club Militar, un centro de
reunión que nucleaba a la oficialidad descontenta. La idea de que los intereses
corporativos de los militares habían sido maltratados por las autoridades civiles hizo
aumentar su papel opositor. A esto hay que sumar el papel cada vez más activo que tuvo
el ejército en la vida política desde 1870 y las ambiciones políticas de muchos jefes
militares. Comenzó a considerarse normal que una participación activa en la vida
pública (cuanto más elevada mejor) era el mejor cierre de cualquier carrera militar. El
emperador se veía cada vez más acosado y aislado, pese a su política claramente
reformista, y constataba cómo uno a uno se perdían sus tradicionales apoyos políticos y
sociales. El 15 de noviembre de 1889 estalló un golpe militar incruento encabezado por
el mariscal Manuel Deodoro da Fonseca, que terminaría con el Imperio y proclamaría la
república federal, tras la abdicación de Pedro II y su partida al exilio. El gobierno
provisional puso a su disposición una fuerte cantidad de dinero, que rechazó y se instaló
en un modesto hotel de París, donde falleció a fines de 1891.La proclamación de la
república, que no supuso ningún cambio fundamental en la historia brasileña, fue
producto de la acción concertada de tres grupos: una facción de la oficialidad, los
plantadores paulistas y los miembros de las clases medias urbanas, que contaron con el
menguado prestigio de la monarquía. Si bien estos grupos permanecieron unidos en la
oposición, una vez que la república comenzó su andadura las contradicciones entre ellos
estallaron. La caída del imperio se debió más a la fuerza creciente de sus opositores que
al poderío de los defensores de la república.
Fuente bibliográfica: http://www.artehistoria.jcyl.es