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1 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ INSTITUTO DE CIENCIAS SOCIALES Y ADMINISTRACIÓN DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES MAESTRÍA EN ESTUDIOS LITERARIOS El mito sorjuanista: sistemas de lectura e interpretación Tesis que para obtener el grado de Maestra presenta: ALUMNA: Diana Janeth Rubio Medrano Director: Dr. Carlos Urani Montiel Ciudad Juárez, Chihuahua Marzo del 2016

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ

INSTITUTO DE CIENCIAS SOCIALES Y ADMINISTRACIÓN

DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES

MAESTRÍA EN ESTUDIOS LITERARIOS

El mito sorjuanista: sistemas de lectura e

interpretación

Tesis que para obtener el grado de Maestra presenta:

ALUMNA: Diana Janeth Rubio Medrano

Director: Dr. Carlos Urani Montiel

Ciudad Juárez, Chihuahua Marzo del 2016

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RESUMEN

Este trabajo estudia la conformación de la imagen mítica de sor Juana Inés de la Cruz a

partir de los trabajos más relevantes en torno a su enigmática vida. A través de autores

como Amado Nervo, Ludwig Pfandl u Octavio Paz examino el modelado de la biografía

con la que contamos en la actualidad, detectando encauzamientos críticos que se

convertirán en propulsores de la ficción. Esta imagen mítica se analiza desde sus tres vías

de alimentación: la historia de México, la crítica literaria y las obras que dramatizan y

novelan al Fénix de México. El lector encontrará una propuesta crítica que utiliza la

división en sistemas de lectura e interpretación para dar cuenta de la percepción que se

tenía sobre la Minerva indiana en distintas épocas.

Los sistemas de lectura que se analizan refieren los enfoques de la crítica orientados a

cuatro temáticas: el discurso nacionalista, la teoría psicoanalítica, el discurso feminista y la

perspectiva lésbica-queer. Por su parte, los sistemas de interpretación aluden a una forma

imaginativa e intuitiva de aproximarse a la Décima musa por medio de la ficción. Las obras

que recrean, por razones diversas, a la monja poeta en su cotidianidad conforman una

tradición literaria que proviene desde finales del siglo XIX y son por ello examinadas a

detalle. Asimismo se ahonda en los planteamientos teóricos más destacados en torno a

novela y drama históricos para desentrañar su funcionamiento en los textos literarios. Este

recorrido de enfoques demuestra que la insistencia por estudiar la obra de la monja y la

configuración del siglo XVII novohispano no solo tiene que ver con una preocupación por

el pasado, sino que es una manera de hacer frente a la inquietante contemporaneidad.

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DEDICATORIA

A los sorjuanistas incansables que dialogan

conmigo en la distancia y en el tiempo.

A mi madre, por su poética visión de mi

existencia.

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AGRADECIMIENTOS

Al doctor Carlos Urani Montiel, por su

minuciosidad en cada lectura y su disposición

para aportar ideas productivas y textos

propositivos a esta investigación.

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TABLA DE CONTENIDOS

RESUMEN ............................................................................................................ 2

DEDICATORIA ...................................................................................................... 3

AGRADECIMIENTOS ............................................................................................. 4

INTRODUCCIÓN .................................................................................................... 6

1. LA GESTACIÓN Y EL MITO ............................................................................ 11

1.1. La biografía de sor Juana: heroica y antiheroica .................................................................... 11

1.2. El mito sorjuanista .................................................................................................................. 28

2. SISTEMAS DE LECTURA SORJUANISTAS ........................................................ 44

2.1. El discurso nacionalista .......................................................................................................... 44

2.2. La teoría psicoanalítica........................................................................................................... 53

2.3. El discurso feminista .............................................................................................................. 60

2.4. La perspectiva lésbica-queer .................................................................................................. 68

3. SISTEMAS DE INTERPRETACIÓN SORJUANISTAS I: LA NOVELA HISTÓRICA .... 80

3.1. Planteamientos teóricos sobre la novela histórica .................................................................. 80

3.2. Recorrido por la narrativa sorjuanina ..................................................................................... 87

3.3. Acercamiento a un par de novelas: Yo, la peor y Los indecibles pecados de sor Juana ..... 101

4. SISTEMAS DE INTERPRETACIÓN SORJUANISTAS II: EL DRAMA HISTÓRICO .. 113

4.1. Propuestas teóricas en torno al drama histórico ................................................................... 113

4.2. La monja jerónima en la dramaturgia................................................................................... 122

4.3. Análisis de dos dramas históricos: La cruz en el espejo y Una Juana sin cruz ................... 134

CONCLUSIONES ............................................................................................... 146

APÉNDICES ...................................................................................................... 150

1. Tabla de mitemas .................................................................................................................... 150

2. Redes del sorjuanismo ............................................................................................................. 152

3. Secuencia de las narrativas sorjuaninas................................................................................... 153

BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................. 155

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INTRODUCCIÓN

La obra sobrevive a sus lectores; al cabo de cien o

doscientos años es leída por otros lectores que le

imponen otros sistemas de lectura e

interpretación. Los lectores terribles desaparecen

y en su lugar aparecen otras generaciones, cada

una dueña de una interpretación distinta.

Octavio Paz, Las trampas de la fe (23).

La imaginación juega con el héroe; y con quien no

es él […] Casi podría decirse: “lo que no es héroe

es adversario; el héroe se define por él”.

Alejandro Soriano Vallès, La hora más bella de sor Juana (21).

Las aproximaciones a la obra de sor Juana Inés de la Cruz han sido abundantes, profundas,

ricas en propuestas y reflexiones críticas; han sido incluso poéticas, colmadas de imágenes

nacidas de la admiración e inspiración. Existen estudios que se ocupan de asuntos

estilísticos, filológicos, mitológicos, filosóficos, teológicos y contextuales. Sin embargo, el

interés por la intrigante vida de la monja novohispana impera. Y no solo como una valiosa

forma de aproximarse a la historia mexicana del siglo XVII, sino como un modo de hacer

frente a la historia moderna y a las preocupaciones sociales de nuestro tiempo. Además de

la interesante lectura de los textos que arrojan datos biográficos sobre la Décima musa y su

ejercicio interpretativo; los estudiosos ofrecen ahora relecturas de esa información desde

una perspectiva contemporánea, un análisis en función del tiempo presente. Asimismo la

labor metacrítica ha ido tomando terreno en el ámbito sorjuanista y los estudios que

regresan a las obras pioneras para reivindicar o rebatir sus observaciones no dejan de

aparecer.

Cabe aclarar que en algunos aspectos la crítica sorjuanista actual ha sido considerada

arbitraria debido a sus rasgos deconstructivos y a sus destellos posmodernos; mismos que

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se evidencian en la identificación de la monja como adelantada a su tiempo por medio de

un “juego” relativista. Indudablemente hay validez en este argumento; no obstante, es

innegable que la preocupación por remover el periodo histórico virreinal y reencontrarse

artísticamente con la monja poeta vistiéndola con la indumentaria del héroe revela

información útil para la comprensión del papel de la literatura y la imaginación en nuestra

sociedad.

Al ser tan grande el corpus bibliográfico en torno al Fénix de México, el presente

trabajo se ocupa de estudios que se vuelcan sobre lo biográfico y lo utilizan para sumergirse

y descifrar su complejo legado literario. El lector encontrará, además de un recorrido por

las visiones que han tenido sobre la monja los escritores de distintas épocas, una propuesta

crítica que utiliza la división en sistemas de lectura e interpretación con el objetivo de

desentrañar la evolución y consolidación mítica de la figura de sor Juana Inés de la Cruz.

Los sistemas de lectura hacen referencia a la crítica literaria; mientras que los de

interpretación se refieren a la literatura dramática y narrativa que la recrea como personaje.

El fenómeno de las recreaciones ficticias es un factor imprescindible para entender la

mitificación de la jerónima, pues desde finales del siglo XIX hasta nuestros días han

aparecido numerosas novelas y dramas históricos; tantos que es posible afirmar que existe

una tradición literaria sorjuanista. Además de reproducir el contexto novohispano, intentar

explicar los porqués de la vida de la monja, retomar las anécdotas más célebres y

reivindicarla como poeta, estas obras muestran la interesante progresión del quehacer

literario en México, la evolución en la forma de pensar la historia, el cambio en el “código

de lo decible” y los hallazgos en materia histórica que revelan la naturaleza de una mujer

excepcional. Este trabajo parte no solo del interés por analizar las temáticas socorridas por

la crítica o los artificios literarios que los autores utilizan para hacer palpable a la Minerva

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indiana; también busca evidenciar que tanto crítica como literatura parten de inquietudes

sociales, generando una gran red intertextual que puede interpretarse en conjunto.

El primer capítulo del trabajo se titula “La gestación y el mito” y consta de dos

apartados. En el primero, “La biografía de sor Juana”, el lector encontrará un análisis de los

dos textos primarios sobre la vida del Fénix: la Respuesta a sor Filotea (1691) y la

Aprobación del jesuita Diego Calleja a la publicación de Fama y obras póstumas (1700).

Asimismo, se hace referencia a tres de los estudios sorjuanistas más representativos: Juana

de Asbaje (1910) de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima musa de México:

su vida, su poesía, su psique (1946) de Ludwig Pfandl y Las trampas de la fe (1982) de

Octavio Paz; mismos que exponen propuestas y especulaciones que se convirtieron en

enfoques críticos y disparadores creativos. En el segundo apartado, se analiza “El mito

sorjuanista” desde sus tres vías de alimentación: la historia mexicana, la crítica literaria y la

dimensión de las licencias ficticias. Este estudio tripartito de la consolidación mítica

permite proponer once mitemas, cuyo comportamiento demuestro y clasifico en las

recreaciones sorjuanistas.

El segundo capítulo, “Sistemas de lectura sorjuanistas”, consta de cuatro apartados:

“El discurso nacionalista”, “La teoría psicoanalítica”, “El discurso feminista” y “La

perspectiva lésbica-queer”. En el primero, exploro los estudios que realzan el criollismo de

sor Juana y detectan el arraigo a la tierra americana, la contemplación curiosa de una

sociedad heterogénea, el reconocimiento del otro y el realce de la cultura indígena en sus

obras. En la siguiente sección, me ocupo de los estudios psicoanalíticos encauzados hacia

cinco conceptos: la obsesión por la escritura, el deseo de enclaustramiento, la masculinidad,

el masoquismo y el narcicismo. En el tercer apartado, mi interés es dialogar con los textos

que leen a la autora como protofeminista o feminista premoderna en tanto que su

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producción literaria revela rasgos contestatarios o defensivos de la condición de la mujer.

Por último, analizo algunos textos que sostienen que su escritura abiertamente violentaba la

distribución genérica de su época. Tres aspectos abren la puerta a esta postura: la defensa e

interpretación de las ambigüedades genéricas en el yo lírico sorjuanino, la batalla de la

monja contra un mundo heteronormativo y la localización del homoerotismo que permea su

obra.

Los capítulos tercero y cuarto están dedicados al estudio de las obras de ficción.

Ambos tienen una distribución similar que coloca en primer lugar los señalamientos

teóricos relativos a la novela y al drama histórico; el objetivo de este orden es que, a la hora

del análisis en las obras, el lector tenga en cuenta que la labor crítica relacionada con estos

subgéneros ha tenido su propio desarrollo y controversia.

Para acercar al lector a la configuración particular de las novelas que toman a sor

Juana como personaje, el capítulo tercero se ha dividido en tres apartados: “Planteamientos

teóricos sobre la novela histórica”, “Recorrido por la narrativa sorjuanina” y “Acercamiento

a un par de novelas: Yo, la peor y Los indecibles pecados de sor Juana”. En primer lugar,

reviso las definiciones y clasificaciones del subgénero y su evolución hacia el concepto de

la nueva novela histórica. En el recorrido del apartado segundo abordo obras que

aparecieron entre los años 1923 y 2010; lo cual explica los distintos modelos de mujer que

construyen: en ocasiones nos muestran a una sor Juana santa, a una atormentada o a una

aguerrida. Los núcleos de estas narraciones suelen enfocarse en la vida en el campo durante

la infancia, el paso por la ciudad al ser una dama de la virreina y la estancia en el convento

de San Jerónimo. El apartado tercero es la ocasión para observar a detalle las características

de las dos novelas aparecidas más recientemente; Yo, la peor, publicada en 2009, fruto de la

pluma de Mónica Lavín y Los indecibles pecados de sor Juana escrita por Kyra Galván y

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publicada en el 2010. Aunque sus maneras de contar son muy distintas entre sí, subyace en

ellas la utilización de las mismas fuentes y una preocupación esencial: la condición de

mujer en la época novohispana.

En el capítulo final, “Sistemas de interpretación sorjuanistas II”, se presenta una

sección introductoria para la entera comprensión de las “Propuestas teóricas en torno al

drama histórico”, pues el drama implica la utilización de distintos lenguajes (gestuales,

plásticos, rítmicos) y por tanto enfrenta un desafío distinto al de la novela. La concreción o

plasticismo de los personajes, la comunión entre actor y espectador, incluso el fundamental

papel del imaginario colectivo a la hora de dramatizar a un personaje de la historia son

algunas de las cuestiones estudiadas. El apartado siguiente (“La monja jerónima en la

dramaturgia”), lleva al interesado a conocer a las sor Juanas en escena; desde la aparición

de la primera en 1876 de la mano José Rosas Moreno hasta 1998 con Guillermo

Schmidhuber. No todas las obras que han recreado a la Minerva indiana han llegado a ser

editadas o compiladas en un volumen; debe el lector tener claro que el quehacer teatral

sobrepasa esa barrera. Este capítulo finaliza con el análisis de dos dramas particulares: La

cruz en el espejo de Coral Aguirre y Una Juana sin cruz de Edgar F. Carbajal, en los que se

repasan las preocupaciones tratadas; las cuales, concluyentemente, están relacionadas con

la historia, la cultura, la religión y la identidad nacional.

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1. LA GESTACIÓN Y EL MITO

1.1. La biografía de sor Juana: heroica y antiheroica

¿De dónde a mí tanto elogio?

¿De dónde a mí encomio tanto?

¿Tanto pudo la distancia

añadir a mi retrato?

Sor Juana Inés de la Cruz, “Romance 51”, vv. 5-8.

En el presente capítulo haré referencia a los principales textos biográficos sobre sor Juana,

la Respuesta a sor Filotea (1691) y la Aprobación del jesuita Diego Calleja a la publicación

de Fama y obras póstumas (1700); de estos provienen los datos “duros” sobre su vida,

mismos que, si bien, han llegado a nuestros días casi de manera legendaria debido al paso

del tiempo y al cúmulo de obras y estudios especulativos, son ya innegables. Estos datos

han servido para crear el esbozo del Fénix de México y cientos de autores se han apropiado

de ellos para revalorarlos, llevarlos a la ficción, o simplemente para dar fe de que existió

una notable monja en la Nueva España del siglo XVII. Hay muchos otros escritos de interés

biográfico que arrojarán la reproducción parcial o total de lo encontrado en estos. Sin

embargo, existen también otros textos de interpretación que ofrecen concienzudas

explicaciones de la biografía de sor Juana.

Cuando nos acercamos a los textos biográficos raíz, o fuentes primarias (Respuesta y

Aprobación), debemos hacerlo a sabiendas de que pertenecen al discurso de una época

específica. Literariamente sor Juana toma algunos preceptos del barroco, corriente que tiene

como uno de sus máximos representantes a Luis de Góngora (1561-1627). El escritor

español se convirtió en modelo poético para la monja y por esto el lenguaje puede parecer

denso, oscuro y hermético en su lírica. Sobre todo en el siglo XVIII sor Juana fue acusada

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de gongorismo y llegó a crearse un juicio despectivo en torno a su estilo; el argumento

principal sería la exagerada complejización del lenguaje. Dentro del género epistolar, la

enunciación dará la impresión de ser cautelosa y lisonjera. El silencio y la ironía pueden

llegar a decir más que el texto, por ello debemos leer con especial atención.

Entre los estudios que no intentan biografiar a sor Juana sino explicar los porqués de

sus decisiones e inclinaciones intelectuales, artísticas y afectivas –en unas ocasiones por vía

de la obra poética, en otras por medio de la historia, incluso teniendo como herramienta el

psicoanálisis–, se encuentran: Juana de Asbaje de Amado Nervo (1910), Sor Juana Inés de

la Cruz, la décima musa de México; su vida, su poesía, su psique (1946) del alemán

Ludwig Pfandl y Las trampas de la fe (1982) de Octavio Paz.

Son estos los textos que me parece oportuno analizar aquí. El primero porque fue “el

que encendió la chispa del reconocimiento, en México” (Paz 2001: 17) luego de que la

monja jerónima estuviese prácticamente en el anonimato durante dos siglos. El segundo por

la valía de sus aproximaciones psicoanalíticas, aunque polémicas, desmitificadoras y

únicas; ya que su autor decide “poner los pies en la tierra” y propone ver a sor Juana como

el ser humano complejo e imperfecto que era. El tercero es ampliamente conocido, tanto

por la influencia de su autor, como por ser el de mayor extensión dedicado a la monja;

incluye un análisis histórico de la época de sor Juana, un acercamiento sociológico-

contextual y crítico literario. Estos autores han hecho uso de los datos biográficos

sorjuanistas con diversos intereses. Para evidenciar estos diversos usos de los datos en el

modelado de la biografía con la que contamos en la actualidad, examinaré algunas

características de estos textos así como sus atribuciones.

Desde luego, es preciso hacer mención de otros interesantes textos que funcionan

como guías y permiten tomar dirección en el mar de bibliografía sorjuanista. Tales como

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Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia (1980) de Francisco de la Maza, que realiza un

recorrido por todas las antiguas menciones biográficas; da noticias de una enorme cantidad

de elogiadores que tuvo mientras vivía y realiza un interesante recorrido de la trayectoria de

la monja ante la crítica. Asimismo no pueden ignorarse las aportaciones de la

norteamericana Doroty Schons cuya vida, además de tener un paralelismo con la de sor

Juana, fue siempre dedicada al estudio de la Décima musa. Entre sus méritos se encuentran:

la atribución a la fijación de los textos, el descubrimiento de algunos poemas y las

incesantes indagatorias sobre su vida que la llevaron a reflexionar y a proponer “a Sor

Juana como la primera feminista de mundo” (Schmidhuber 2012: 20). Respecto a esta

mujer y a sus aportaciones cabe destacar el estudio titulado Dorothy Schons, la primera

sorjuanista de Guillermo Schmidhuber; el cual ofrece un interesante acercamiento a la vida

de la crítica estadounidense y a los artículos que publicó y que desafortunadamente no llegó

a compilar en un volumen, tales como “The first feminist in the New World” (1925),

“Some bibliographical notes on Sor Juana Inés de la Cruz” (1926) y “Some obscure points

in the life of Sor Juana Inés de la Cruz” (1926).

En la actualidad es imposible hablar de una biografía “oficial” de sor Juana Inés de la

Cruz. Quizá es más conveniente referir semblanzas aceptadas por los estudiosos de cada

periodo. Joseph Hodara señala que “cada época y cada cultura incuban a sus héroes. Para el

judaísmo, el Mesías será una figura armada y militante; para el cristianismo, el Mesías fue

el modesto y dolido cuerpo elevado a la cruz” (337). De igual forma, la Décima musa será

para sus biógrafos contemporáneos (como Diego Calleja) una cristiana ejemplar, una monja

modelo, virtuosa y bienaventurada, cuya inteligencia la hará ascender hacia la divinidad.

Mientras que para los pensadores del siglo XX aparecerá como una víctima del asedio

eclesiástico o, paradójicamente, como la transgresión y rebeldía encarnadas. Ya en nuestro

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siglo el trabajo biográfico no importa tanto como el de mitificación; lo terminantemente

histórico parece haber caducado y lo mítico emerge; es imposible percibir la idea de sor

Juana sin el halo sublime que conlleva la hipérbole temporal.

Al leer la Respuesta a sor Filotea de la Cruz destaca, en primer lugar, una larga y

halagadora introducción, un llamado de atención a su “interlocutora” por medio de lisonjas,

algo común en la tradición epistolar: “responder a vuestra doctísima, discretísima,

santísima y amorosísima carta” (Cruz 1995: 440). Luego, es evidente la captatio

benevolentiae, esa autodenigración de la autora para granjearse la simpatía de su

destinataria: “mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos días mi respuesta”

(440). Aun así no puede evitarse tener la sensación de que hay un dejo de ironía en esa

cordialidad exagerada, esto por las circunstancias de la carta; es la respuesta a una

amonestación. Quizá por eso sor Juana permite que la artificialidad de sus palabras sea

obvia y deslumbra con argumentos brillantes y elaborados; puede pensarse que la monja

quiere dejar claro que maneja no sólo los discursos profanos, sino también, y de manera

minuciosa, el discurso de lo sagrado.

Menciona elocuentemente algunas citas bíblicas para justificarse y disculparse, aun

así declara: “sólo responderé que no sé qué responder” (442). Rodea su discurso

inteligentemente para decir minucias sobre sí misma. Más adelante aprovecha la ocasión

para decir que su escritura únicamente se ha realizado en ratos libres y que no se ha

desatendido ninguna actividad religiosa. Aunque no quiere ruidos con la Inquisición, aclara

que su gusto por el estudio sí que ha sido motivo para que la persigan y condenen; pues no

había razón para esperar y tolerar que una monja estuviese inmiscuida en la teología, en la

ciencia, en la poesía amorosa. Sobre su vida anterior al convento, ofrece los siguientes

datos:

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- Desde siempre tuvo una vehemente y poderosa inclinación a las letras.

- Asistió a la escuela Amiga antes de los tres años y se valió de una mentira para que

la aceptasen.

- Satisfacía su curiosidad con los libros de su abuelo.

- Aprendió latín en veinte lecciones.

- Con frecuencia se cortaba algunos dedos de cabello, de modo que, si no crecía antes

de que aprendiera tal o cual cosa que se había propuesto lo volvía a cortar.

- Evitaba los alimentos que pudieran entontecerla.

- Una vez pidió a su madre que la vistiera como hombre y la enviara a la Universidad.

- Entró como religiosa porque tenía una total negación al matrimonio.

Esta esquemática síntesis muestra los datos más “sustanciosos” que sor Juana arroja de sí,

meras anécdotas contadas con gran simpatía, pero que incitan bastante al uso de la

imaginación; después de todo el objetivo de esta epístola no era la autobiografía sino la

apología. Estos son los primeros trazos del boceto sorjuanista, mismo que más tarde se

convertirá en retrato, pero en uno muy singular, entintado con los pinceles de muchos

artistas, dibujado por muchas plumas. Por lo tanto, dicha imagen se nos presenta

actualmente como un cuadro que puede apreciarse de manera multifocal, pues cada pintor

tiene su técnica.

Sor Juana estaba consciente de que la distancia y el tiempo añadían a su imagen

halagos, atributos, idealizaciones, envidias, hipocresías, sublimaciones y desproporciones.

Quizá por eso en uno de sus más vehementes romances, previene el fenómeno de lo que

llamo “sistemas de lectura e interpretación”. Además advierte que los datos que han llegado

o llegarán a nosotros no presentan su verdadera esencia; sino aquello que hemos querido

imaginar, lo que ha convenido a cada estudioso suponer, ya sea por idealismo,

nacionalismo, soberbia o admiración:

¿De qué estatura me hacéis?

¿Qué coloso habréis labrado,

que desconoce la altura

del original lo bajo?

No soy yo lo que pensáis,

si no es que allá me habéis dado

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otro ser en vuestras plumas

y otro aliento en vuestros labios,

y diversa de mí misma

entre vuestras plumas ando,

no como soy, sino como

quisisteis imaginarlo. (Cruz 2009, “Romance 51”, vv. 5-20)

La historia es una convención, engendra héroes que suelen responder a una necesidad social

de creencia, personajes que alimentan la convicción nacionalista al atravesar por un proceso

de idealización. Los héroes de la historia son “un imperativo de la cultura que precisa

modelos ejemplares, o tal vez se trata de una tendencia imparable de la condición humana”

(Hodara 336).

Hay personajes que encarnan épocas históricas; que resumen acontecimientos,

fenómenos, ideologías; que sintetizan el sentir de sus contemporáneos. Sor Juana vivió en

una época medular de la historia de México: Nueva España, siglo XVII. El Nuevo Mundo

hervía y se gestaba la heterogénea composición de la cultura mexicana a través de la

diversidad racial. Aquella sociedad era una “ensalada”,1 una miscelánea étnica, social y

lingüística que tenía una jerarquía social diversificada y estaba conformada por variados

grupos sociales o castas, tales como los indios, negros, mestizos, criollos o españoles.

Además existían poderes como la Iglesia y la Corona y costumbres como la vida en la corte

o la esclavitud. El Fénix de México era receptiva ante tal realidad y la plasma,

especialmente, en sus villancicos. Un interesante comentario de Rosario Castellanos sobre

la historia de México viene a colación ahora que hablo de sor Juana como encarnación de

una época:

En la historia de México hay tres figuras en las que encarnan, hasta sus últimos

extremos, diversas posibilidades de la femineidad. Cada una de ellas representa

1 Así se llama a un tipo de composición lírica dominada por sor Juana: “en ella intervenían una serie variada

de composiciones como glosas, estribillos, coplas, que se entrecortaban y se sucedían dándole una impresión

de desmembración que contribuye a su gran movilidad” (Sabat de Rivers 1996: 87).

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un símbolo, ejerce una vasta y profunda influencia en sectores muy amplios de

la nación y suscita reacciones apasionadas tanto de adhesión como de rechazo.

Estas figuras son: la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana. (1989: 22)

Efectivamente, estos tres personajes femeninos tienen un valor simbólico en distintos

grados. El primero es un referente embrionario del sincretismo; el segundo personifica la

traición, la sexualidad, incluso la voluntad; sor Juana significa paradójicamente subversión

y virtud, beatificación y demonización, cliché y enigma. Sin embargo, en las tres mujeres

coincide el encuentro de dos mundos.

El caso de sor Juana no es tan diferente al de Antonio López de Santa Anna, Benito

Juárez o Francisco Villa, cuyas virtudes o defectos se han amplificado para fortalecer una

historia de “buenos y malos”. Debe haber alguien a quien deificar y a quien satanizar para

que un pueblo pueda consolidarse: “Los nacionalismos del siglo XIX, las religiones

seculares del nuestro, y las sacudidas de todos los tiempos son inconcebibles sin el héroe y

sin el apetito por el heroísmo” (Hodara 336) y la martirización. La ponderación de lo

humano a lo sagrado, por lo tanto, es un fenómeno histórico natural.

El héroe revalida pues, la creencia en la historia, la fe en la venida de un individuo

diferente o especial que remueva conciencias. Un ejemplo de esto es la llegada al mundo de

sor Juana, vista por su primer biógrafo, el jesuita Diego Calleja, de una manera profética:

“Nació en un aposento que dentro de la misma Alquería llamaban la Celda; casualidad, que

con el primer aliento, la enamoró de la vida monástica y la enseñó a que eso era vivir,

respirar aires de clausura” (Calleja 16).

La utilización de mujeres ejemplares en la época de sor Juana no es una casualidad

pues estas eran la vía para promover y difundir valores en la mente femenina, sobre todo en

las monjas. Había una necesidad de acercarlas a la santidad, dicho de otro modo, de ejercer

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control a través de modelos de conducta.2 La tarea de encontrar estos arquetipos

ejemplarizantes estaba a cargo de las órdenes religiosas –hay que recordar que el padre

Calleja pertenecía a la orden jesuita–, y las facultades de las mujeres santas estaban ya

comprimidas en una fórmula, por ello es notorio que:

existen una serie de características y virtudes que se repiten una y otra vez en

todas las biografías, autobiografías y escritos hagiográficos dedicados a las

religiosas. Algunas de estas características son: una vocación precoz, signos de

santidad desde la infancia, la lucha heroica contra el demonio, experimentación

de fenómenos sobrenaturales como arrobos místicos, curaciones milagrosas,

bilocaciones, don de profecía y, finalmente, una muerte ejemplarizante. (Morte

Acín 938)

A esto se une la pureza de la carne, la obediencia, la docilidad y la dedicación.

El relato de Calleja en verdad revela enaltecimiento y emoción y su información

nunca sale del marco de la virtud; los datos biográficos de sor Juana que aporta son los

siguientes:

- Vivió cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas.

- Era una “rara mujer”.

- Nació en 1651, un viernes 12 de noviembre, a las 11 de la noche.3

- Parecía “no tener parentesco humano con otras almas”.

- Después de ir a la escuela “Amiga” tardó dos años en aprender a leer y a escribir.

2 Cuando se analizan los modelos monjiles de la época de sor Juana es inevitable posar la mirada en un

peculiar texto titulado Paraíso occidental, escrito por Carlos de Sigüenza y Góngora hacia 1684; ahí el autor

ahonda en las biografías de varias mujeres que entregaron su existencia a la clausura religiosa. Las monjas del

Convento de Jesús María facilitaron su archivo a Sigüenza y le solicitaron la creación de un libro que

homenajeara no solo a sus hermanas sino también a su recinto; pues este cumplía cien años desde su

fundación. Lo más interesante de Paraíso occidental, más allá de la genealogía del convento y la edificante

narración biográfica sobre Marina de la Cruz, es que en el “Libro tercero” se permite la irrupción de la

primera persona; así el lector conoce la historia de la madre Ynés de la Cruz, fundadora del primer convento

de las carmelitas descalzas en la Ciudad de México. Tal como señala Margarita Peña, Sigüenza nos muestra

un esquema aproximado del género hagiográfico que presenta los siguientes tópicos: genealogía de la monja,

vicisitudes ocurridas a la madre durante el embarazo, nacimiento e infancia, vocación religiosa temprana,

profesión de fe, vida cotidiana y oficios desempeñados, penitencias, visiones y alucinaciones, enfermedades y

prodigios o milagros (14). Esto resulta de suma importancia cuando se alude a la biografía de sor Juana, pues

no solo se trata del modelo sobre el que trabajó Calleja en su Aprobación; es también un tipo de escrito que

sor Juana dominaba y, seguramente, tomó en cuenta a la hora de redactar la Respuesta. 3 Respecto a la edad y la fecha de nacimiento hay noticias que ofrecen información diferente y

documentalmente comprobable: Guillermo Ramírez España y Alberto G. Salceda encontraron “una fe de

bautismo en Chimalhuacán, a cuya jurisdicción pertenecía Nepantla”, fechada en 1648 y con el nombre de

“Inés, hija de la Iglesia”, cuyos padrinos eran los hermanos de la madre de sor Juana (Paz 2001: 97-98). Por lo

tanto, vivió al menos tres años más de lo que creía Calleja.

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- A los 8 años compuso su primera loa porque el premio para quien hiciera la mejor

era un libro.

- Aproximadamente a esta misma edad sus padres la llevaron a vivir con su Abuelo a

la hacienda de Panoayan.

- Cuando tenía 17 años se realizó un certamen organizado por el virrey con todos los

grandes intelectuales de Nueva España; debían hacerle preguntas sobre toda clase de

temas, ella salió victoriosa.

- Era una mujer generosa y serena.

- Aunque sufrió por ello, se deshizo de sus libros sin estremecer el semblante.

- En 1693 se “combate a sí misma” con una protesta o confesión.

- Muere el 17 de abril de 1695 a las cuatro de la mañana.

Calleja repite algunas anécdotas antes referidas por sor Juana en la Respuesta, como la de

evitar los alimentos que la hicieran “ruda”, su rápido aprendizaje del latín o lo de cortarse el

cabello como incentivo intelectual. Destaca en la Aprobación la defensa que hace el autor

hacia la Carta atenagórica, en la cual sor Juana respondió a un sermón de Antonio de

Vieira. Al parecer, le importa bastante aclarar las intenciones puras de sor Juana, las que

según él, no eran de réplica sino de debate amistoso.

Aunque más precisos que los de la Respuesta, estos datos tienden hacia la

hagiografía; destacan la vocación precoz de una niña con un genio raro, sin igual en el

mundo, la decisión de casarse con Cristo, la renuncia al mundo exterior, lo sobrenatural de

una erudición puesta a prueba en más de una ocasión, la pureza, generosidad y muerte

ejemplar y sufrida, causada por hacer compañía a sus hermanas enfermas.

Eso es todo lo que ofrecen los textos biográficos primarios. Durante el siglo XVIII y

XIX, la fama de sor Juana se diluyó y solo hasta el XX aparecieron nuevos documentos que

causarían inquietud. Hace algunas décadas se dieron a conocer la Carta a su confesor,

descubierta en 1980 y la Carta de Serafina de Cristo, descubierta en 1995. Ambas detonan

una serie de estudios y autentificaciones que agitan el interés y causan desacuerdos. A este

respecto cabe mencionar la edición de Elías Trabulse de la Carta de Serafina de Cristo:

1691, así como el trabajo realizado por Antonio Alatorre y Martha Lilia Tenorio: Serafina y

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Sor Juana: con tres apéndices. Trabulse atribuye la autoría de la Carta de Serafina de

Cristo a sor Juana; esta tendría como destinatario a Manuel Fernández de Santa Cruz

(obispo de Puebla) y serviría para que la monja diera a entender que la atenagórica estaba

dirigida a Núñez de Miranda y no a Vieira. En el segundo libro, los autores se dedican a

refutar esta teoría. Al menos en la primera de estas cartas, la escrita para el confesor, puede

el lector percibir a una sor Juana distinta a la del padre Calleja; pues sin dejar de ser

elocuente en su discurso, es bastante honesta, terminante y combativa al pedirle a su

confesor que si no ha favorecerla mejor la olvide.

El caso de sor Juana ha sido ampliamente retomado y difundido por la

excepcionalidad de su naturaleza heroica y antiheroica simultánea. No es únicamente la

humanización de la virtud, su imagen también se ha visualizado desde la negatividad por

sus supuestas acciones injuriosas en contra de la moral y la ortodoxia; todo esto en un tono

solemne que no admitía réplicas. Sin embargo, gracias a autores como Rosario Castellanos

en El eterno femenino (1973), somos testigos de su defensa: “nos hicieron pasar bajo las

horcas caudinas de una versión estereotipada y oficial. Y ahora vamos a presentarnos como

lo que fuimos. O, por lo menos, como lo que creemos que fuimos” (87). Esta obra permite

su resurgimiento desenfrenado, irónico, sarcástico y satirizante de su propio arquetipo. Por

su parte, Salvador Novo en “Sor Juana recibe”, la encara con sus críticos: “Los leo, los leo

siempre. Unos copian a los otros. Dicen todos lo mismo. ¿Cómo quieres que me interesen,

ni que los recuerde?” (314).

Estos dos ejemplos nos muestran cómo el personaje histórico de sor Juana se torna en

literario y sufre un desplazamiento, una evolución. A partir de las primeras décadas del

siglo XX, la lectura heroica, la idealista, dejó de ser suficiente; perdió su vigencia y en

consecuencia se manifestó una nueva faceta de la monja: la de transgresora. Se produjo un

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destape de lo “prohibido”; aquello que supuestamente debió ocultarse de la rígida moral del

siglo XVII. Esto llevó a la inevitable ruptura con lo solemne.

La visión hagiográfica, cuyo objetivo era la santificación de sor Juana, se llevó a su

punto máximo con el texto de Calleja; sin embargo, hubo un descenso, una caída y su fama

se diluyó, esta ausencia duró al menos dos siglos en los cuales la monja fue latencia.

Durante este tiempo se gestó un mito que desde los primeros años del siglo pasado se alzó

con vehemencia. Así llegamos a la versión antiheroica de la Décima musa, pues el

antihéroe no cumple ideales sino que los encara, los invierte y se burla de ellos; es un

desafiador a la autoridad, un contestatario.

El siglo XX la vio renacer; tan solo transcurridos diez años, aparece un libro llamado

Juana de Asbaje (1910), cuya autoría le debemos al poeta mexicano Amado Nervo. Pueden

intuirse las intenciones de este texto cuando a manera de subtítulo encontramos:

“Contribución al centenario de la Independencia de México”, tan nacionalista como festivo

notamos al autor, quien con galanura expresa la siguiente dedicatoria: “Dedico este libro a

las mujeres todas de mi país y de mi raza” (29). Estamos ante un texto de homenaje que

consta de dos partes; en la primera se encuentra un contenido analítico y encomiástico.

Mientras que en la segunda se ofrecen al lector algunos apéndices tales como las “más

bellas poesías” y las opiniones más destacadas. Cabe recalcar el mérito de este autor pues

inaugura los estudios sorjuanistas y perfila las preocupaciones que más tarde han de

retomarse hasta el cansancio: ¿podemos llamar genial a sor Juana? ¿Acaso amó a alguien?

¿Cuál es la naturaleza de su relación con la condesa de Paredes? ¿Se le impusieron

prohibiciones de estudiar? ¿Hubo persecución?

Él responde con honestidad luego de defender a la monja de los ataques contra su

gongorismo: “Para ser genial en su poesía (porque juzgada por su temperamento y por el

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conjunto de sus obras admirables sí lo es), le faltó quizá [añado yo] una sola cosa a sor

Juana, una pasión confesada y cantada: el amor” (77). Encuentra a la monja como la más

digna poetisa; sin embargo, no deja de lado la crítica y al no contentarse con la mera

exaltación dice con serenidad que su poesía posee un “discreteo retórico”; es

frecuentemente “geométrica y fría” y sólo se “encandilece para la amistad” (77). El poeta lo

atribuye no a la falta de sentimientos sino a la prohibición de demostrarlos en un ambiente

de rigidez canónica. Desde luego cree que es innegable la vehemencia de los versos de sor

Juana, pero los siente algo contenidos. Independientemente de si el lector está o no de

acuerdo con este juicio, la reflexión del autor mexicano es sumamente valiosa.

En cuanto al tema de los afectos, el autor expone una vieja y conocida anécdota

(ahora legendaria): cuando sor Juana era una adolescente y dama de la marquesa de

Mancera, conoció a un hombre que logró internarse en su corazón; según la primera versión

la –en aquel entonces– dama era muy pobre y no podía acceder a un hombre “alto” como

era aquel; la segunda versión señala que el hombre murió. En cualquier caso la pérdida de

dicho amor habría llevado a Juana a buscar alivio en el estudio y el retiro. Esta historia

parece quedar corta ante las dimensiones del personaje histórico-literario, sin embargo,

circuló con bastante aceptación. Justo en los temas más proclives a la divagación y la

especulación, sor Juana despierta impetuoso interés.

Los “tipos” de relación que la monja sostuvo con las virreinas: marquesa de Mancera

y condesa de Paredes, Laura y Lysi respectivamente, no cesan de intrigar a algunos

estudiosos; pero especialmente a creadores literarios, quienes han llevado las

categorizaciones desde la ternura maternal, pasando por la complicidad fraternal, haciendo

hincapié en la honestidad amistosa, hasta culminar en el arrebato erótico. Nervo encuentra

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que tanto la marquesa de Mancera como su esposo eran realmente entusiastas amigos,

intercesores y admiradores de la monja a quienes debemos “mil preciosidades” (95).

Nervo declara que sí cree en que se persiguiera a sor Juana por presentar una inusual

inquietud intelectual; dicha persecución estaría guiada por la necedad de quienes la

rodeaban: “la envidia se ensañó con la indefensa monja que, por toda respuesta y amparo,

tenía sus versos” (124-25). Esta imposibilidad de defenderse será puesta en duda en

estudios posteriores, pues ¿no fue precisamente su capacidad de replicar y defenderse lo

que la hizo objeto de envidias y reprimendas?

Este texto es precursor no sólo de los estudios sorjuanistas (sistemas de lectura), lo es

también de las recreaciones de la monja como personaje de ficción (sistemas de

interpretación), ya que se incluye en él “Una conversación con sor Juana”. Antes de esto

solo había existido una obra que dramatizara la vida de sor Juana y tenía también grandes

intereses nacionalistas, esta es Sor Juana Inés de la Cruz (1876) de José Rosas Moreno. La

conversación de Nervo y sor Juana es paráfrasis de la Respuesta adaptada a un formato

dialógico-escénico. Juana de Asbaje, es una obra que reúne crítica, comentario, antología,

diálogo y aun así no está exenta de imaginación. Además, tal como señala Antonio Alatorre

en su estudio introductorio, produce un efecto de fidelidad el hecho de que Nervo cite con

frecuencia “las palabras textuales de sor Juana, como para no interponerse entre ella y

nosotros” (1994: 9).

El extenso psicoanálisis realizado por Ludwing Pfandl y que lleva por título Sor

Juana Inés de la Cruz, la Décima musa de México: su vida, su poesía, su psique, se publicó

en 1946 en lengua alemana y posteriormente, en 1963, apareció la traducción al español.

Este estudio de la psique de sor Juana está bastante desestimado en nuestros días y los

conceptos en que el autor aterriza sus argumentos parecen estar lejos de la ciencia

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psicológica actual. A este respecto tomo como testimonio las siguientes palabras de

Paciencia Ontañón de Lope Blanch:

La obra da la impresión de ser, nada más, un instrumento para confirmar lo que

él considera personalidad anormal de la escritora. Otra observación me parece

necesaria […] el hispanista germano no tiene muy en cuenta el Psicoanálisis;

emplea algunos términos de él (no bien asimilados siempre), pero mezclados

con cuestiones psiquiátricas, biológicas, clasificatorias, diagnósticas, poco

relacionadas con el Psicoanálisis. (1995: 546)

No niego la razón que tienen estas palabras y lo chocantes que resultan algunos pasajes de

este libro, como aquel donde Pfandl asegura que:

Las poesías de sor Juana no son hermosas, esto puede ser admitido, sin más ni

más, por aquel que se acerque desprevenido a ellas, ni en sí mismas resultan

dignas de leerse, salvo únicamente para un reducido número de lectores muy

bien informados, tal vez dos o tres entre ciento. (313)

El lector que ha consumido trescientas páginas de “psicoanálisis” podría considerar una

contradicción el extenderse en un asunto tan poco digno. Además podría discutirse también

si el escritor vale por su obra o su vida y en cualquiera de los casos ¿por qué quitar el valor

a la obra y verla como mero confesionario? No hay que olvidar que lo que cuenta en la

poesía no es en sí la experiencia sino el modo de transfigurarla artísticamente. Tal como

advierte Paz:

La vida no explica enteramente la obra y la obra tampoco explica a la vida.

Entre una y otra hay una zona vacía, una hendedura. Hay algo que está en la

obra y que no está en la vida del autor; ese algo es lo que se llama creación o

invención artística y literaria. (2001: 19)

Considero importante señalar estas zonas blandas del estudio para entenderlo en su

totalidad y dejar claro por qué sus posturas son polémicas; pues si bien, es rebatible,

produce un cambio de paradigma en los estudios sorjuanistas. Por ello atenderé ahora sus

aportaciones. Llama especialmente la atención, la confianza con que el autor cree

desentrañar los secretos del “alma” de sor Juana y lo hace convincente para el lector,

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incluso con sus contradicciones. Llega al punto de señalar que “resolvió el enigma” y lo

hace sin vacilaciones. Debemos a Pfandl el primer intento de humanización o

desmitificación, ya que cree oportuno aclarar que la conducta de sor Juana puede ser

explicable tomando como punto de partida su poesía y algunos aspectos de carácter

fisiológico que sufren todas las mujeres. El talento, la vida amorosa, la huida del mundo, la

catástrofe final son los puntos a resolver.

En primer lugar, la cantidad de escritos y el gusto por la poesía (profana) los atribuye

el autor a la condición de “pisconeurótica” de sor Juana; misma que la haría altamente

soñadora e introspectiva y le generaría un impulso insoportable de escribir para proyectar

sus deseos y sentimientos reprimidos a través de la máscara del “yo lírico”, la escritura

sería un mecanismo de purificación.

Por otro lado, su “masculinidad” también incidiría en la publicación de las famosas

redondillas a los “hombres necios” y otras manifestaciones literarias contra los integrantes

del sexo masculino. La monja tenía un potente complejo de masculinidad y al no poder de

modo alguno cambiar su sexo, su vía de desahogo sería el combatir a los hombres. Este

limbo psíquico, según Pfandl, la haría intersexual.

Estas características explicarían su decisión de enclaustrarse y conducirían al

narcisismo, a ese sentirse segura solo dentro de sí misma, ese “autoerotismo”. El alemán

considera que cuando sor Juana no está escribiendo para el ensueño, está hablando

interiormente y pone como ejemplo el famoso soneto “Detente, sombra de mi bien esquivo”

como enaltecimiento de sí misma, como reclamo a su otro yo por ser la “imagen del

hechizo que más quiere”. Laura y Lysi serían variantes de sí misma, pretextos literarios

para la búsqueda del propio ser en mujeres parecidas a ella.

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El mérito del hispanista alemán no es sólo el de haber abierto una vía más para la

interpretación; también le debemos el haber observado dos puntos que sí caracterizan a sor

Juana, pero no por las razones que él encuentra. Estos puntos son especialmente

interesantes porque permiten delinear el carácter de la monja; aunque su falla recae en que

su única vía de comprobación es la lectura forzada de la obra. Me refiero a la masculinidad

y la introspección.

Podemos afirmar que había en sor Juana algo de masculina, Paz explica esto de un

modo que me parece más admisible: “el proceso de masculinización se confunde con el de

aprendizaje” (2001: 152). Es decir, que la masculinidad de la Décima musa no es sino un

deseo de realizar una actividad concebida en su época sólo para el género masculino.

Querer ir a la Universidad, negarse al matrimonio o inclinarse de lleno al conocimiento, la

hacen una mujer extraña en su sociedad: “la idea de disfrazarse de hombre, cortarse el pelo

y, en fin, neutralizar su sexualidad bajo el hábito monjil, son sublimaciones o, más bien,

traducciones de su deseo” (152). Yo añadiría que son simples manifestaciones de una gran

convicción intelectual. Sor Juana, según Paz, no es masculina porque quiera convertirse en

un hombre, sus deseos más que estar relacionados con una problemática sexual lo están con

una imposibilidad social, porque son solo un modo de llegar a un fin.

La introspección de sor Juana no es un problema psíquico, todo lo contrario, pues la

literatura se gesta con un encaramiento del escritor con su yo, con los propios demonios.

Luego se produce un enfrentamiento con la otredad del que la obra es fruto. Asimismo la

lectura es un acto introspectivo de reflexión y comprensión, de asimilación de ideas. La

monja criolla entiende el mundo novohispano en su diversidad cultural a través de sí

misma.

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Desde los estudios sobre la masculinidad se desprende la idea de que sor Juana pudo

haber estado involucrada románticamente con la condesa de Paredes (María Luisa

Manrique) y el lesbianismo será el punto de partida de diversas recreaciones literarias. Es

curioso que este hecho, siendo el más incomprobable de todos sea el más atrayente y llegue

a eclipsar los auténticos méritos literarios de sor Juana. No cabe duda de que la

multiplicidad de lecturas y enfoques que pueda producir un autor son bienvenidos; sin

embargo, debe el lector detenerse a pensar en argumentos como el siguiente:

las relaciones homosexuales, principalmente entre mujeres, eran violentamente

condenadas en la época y en la Colonia. ¿Cómo esta escritora, inteligente y

reservada hasta el extremo, cauta con sus circunstancias, cuidadosa de su fama,

iba a ser tan ingenua como para desnudarse ante un público que sabía peligroso

y adverso en ocasiones? (Ontañón de Lope Blanch 1999: 187)

En Las trampas de la fe, Paz analiza la tradición poética a la que responden los escritos de

sor Juana y encuentra la razón de que la poesía laudatoria a Laura y Lysi no fuera

considerada una aberración: la concepción neoplatónica del amor y la consideración del

alma como asexuada, como neutra. Al hablar de la amistad entre la condesa de Paredes y

sor Juana, el autor aboga por la sublimación, argumentando que esta clase de relaciones

amistosas “correspondían perfectamente tanto a las necesidades psíquicas de las dos

mujeres como a su rango social” (265), y aunque no descarta las hipótesis “sáficas”

considera que “si el amor era la otra nobleza, el amor-amistad platónico era más noble y

heroico” (265).

Independientemente de lo que decida creer cada lector, es importante tomar en cuenta

los aspectos referidos con anterioridad porque se convertirán en enfoques críticos y en

disparadores creativos. En 1926 Dorothy Schons decía: “The biography of Sor Juana Inés

de la Cruz is yet to be written” (141). Al publicar su estudio sobre sor Juana en 1982, Paz

señalaba que la situación no había variado. Con todo lo que hay escrito creo que lo

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portentoso de sor Juana radica precisamente en la imposibilidad de definirla por completo,

en la búsqueda que implica acercarse a ella.

1.2. El mito sorjuanista

¿Qué mágicas infusiones

de los indios herbolarios

de mi patria, entre mis letras

el hechizo derramaron?

Sor Juana Inés de la Cruz, “Romance 51”, vv. 53-56.

Sor Juana Inés de la Cruz ha pasado por un proceso de mitificación que cubre más de tres

siglos y analizarlo es una tarea compleja. Sin embargo, localizar los lugares comunes,

unidades constitutivas o núcleos semánticos del mito sorjuanista es posible; estos, en

variadas selecciones y combinaciones han creado las distintas versiones de la monja

jerónima que han llegado a nuestros días. Tanto en los sistemas de lectura (crítica literaria)

como de interpretación (recreaciones ficticias), sor Juana encarna una serie de valores a

veces contradictorios entre sí, heroicos o antiheroicos, pero siempre hiperbólicos, que

sintetizan una serie de preocupaciones relacionadas con la historia de México, la cultura, la

identidad nacional, incluso la religión. Por lo tanto mi intención es cuestionar el mito

sorjuanista no para saber “cómo era sor Juana, sino [para] ver cómo fue vista” (Trabulse

1980: 22) y comprender qué implican estas perspectivas de estudio.

El proceso de mitificación no es exclusivo de la monja, sino que es un fenómeno

propio de la memoria colectiva y de la historia. Mitificar es “rodear de extraordinaria

estima determinadas teorías, personas, sucesos” (DRAE); estima que en el caso de sor Juana

se hace presente a través de manifestaciones artísticas como la pintura, la literatura o el

cine; de diversos epítetos como Décima musa, Fénix de América, Minerva indiana o

Monstruo de las mujeres; de una tradición crítica-literaria que sobrepasa los límites del

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continente americano; y sobre todo de una lectura en constante estado de actualización y

reinterpretación.

Marie-Cécile Bénassy-Berling ahondó hace unos años en este tema en su artículo

titulado “La mitificación de sor Juana Inés de la Cruz en el mundo hispánico” (1995). En

dicho texto presenta testimonios de la fama de la monja en lugares tan remotos como Perú,

España y Portugal, desde finales del siglo XVII hasta principios del XVIII; esto denota que

además del tiempo, “la distancia favoreció el nacimiento de una verdadera mitificación”

(542).

La ponderación de la que hablo queda ejemplificada de manera inigualable por el

famoso “enamorado de sor Juana”: Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla, poeta

colombiano que desde España se dirigía a ella de manera personal y amorosa por medio de

epístolas que regalan al lector una anécdota que posee cualidades en extremo románticas:

Velasco en 1698 escribió su Carta laudatoria, sin saber que su “Divina Nise” ya había

muerto.4 Sor Juana es para el lector del siglo XXI, lo mismo que para su enamorado del

XVII, una especie de “virgen consagrada deseable e inaccesible” (Bénassy 1995: 546),

sumamente lejana, incitante para la curiosidad y la imaginación humanas.

Es entonces la Décima musa un auténtico mito nutrido por tres vías: por un lado la

historia mexicana, por otro la crítica y, finalmente, la dimensión de las licencias ficticias.

Es decir, hay una trayectoria recorrida por el personaje sorjuanista: se ha desplazado a

través de los siglos del discurso fidedigno histórico, al crítico objetivista (sistemas de

lectura), instalándose en el imaginativo literario (sistemas de interpretación) y es

actualmente un socorrido personaje recreado en obras de ficción. Dicha trayectoria tiene su

4 Respecto a este tema puede consultarse la edición de los poemas de Velasco que llevó a cabo José Pascual

Buxó en 1993, publicada bajo el título de El enamorado de Sor Juana.

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culmen en la consolidación del mito, pues este es un proceso de aglomeración; según lo

describe Rosario Castellanos: “es acumulativo [y] alcanza a cubrir sus invenciones de una

densidad tan opaca, las aloja en niveles tan profundos de la conciencia y en estratos tan

remotos del pasado, que impide la contemplación limpia y directa del objeto” (1984: 9).

Por ello el mito también se define como una “persona o cosa a las que se atribuyen

cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen” (DRAE), de

tal modo que el personaje mitificado nunca se aproximará a lo que fue en su origen. Sor

Juana no estará cerca de su existencia real, puesto que la característica primordial de su

mitificación es la hipérbole; “al legendarizarla o eximirla de la normalidad la neutralizan:

se relativiza el hecho, para muchos asombroso, de que tan gran talento haya pertenecido a

una mujer prodigio, ‘salida de madre de lo natural’” (Glantz 19).

Es cierto que la humanización es un interés en la crítica y la ficción sorjuanistas que

intenta mostrar a la mujer de carne y hueso con conflictos, sentimientos, decisiones y

miedos despojándola de todo atributo sobrenatural o fantástico. También está claro que

estos estudios contribuyen a la reivindicación; sin embargo, hay que aceptar que existe un

hálito heroico-divino que rodea al personaje, un aura mítica y para entenderlo en su

totalidad, hay que analizarlo desde tal presupuesto.

Tal como indica la segunda definición que otorga la RAE, un mito es una “historia

ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de

significación universal”. La alegorización es un elemento del que se vale el mito, por ello

no es extraño que la monja aparezca en los libros de historia como uno de los héroes de la

patria, una de esas entidades que “están compuestas de símbolos que sintetizan aquello que

la mayoría de las personas quisieran ser o tener” (Díaz Escoto 34). De tal suerte que la

Minerva indiana puede ser entendida como la representación de distintos valores:

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inteligencia prodigiosa, voluntad inquebrantable, lucha por los ideales, encierro voluntario,

dominio de sí misma, superación de pruebas; y al mismo tiempo osadía, transgresión y

castigo, afectos prohibidos, muerte sacrificada que la hace libre, persecución, asedio y

martirización. Es un modelo antitético arrastrado por la, tantas veces mencionada, analogía

con el lugar donde nació: “el Popocatépetl es un volcán mientras que el Iztaccíhuatl está

cubierto de nieve, los versificadores [y los narradores contemporáneos] tienen el campo

abierto para muchas antítesis y metáforas” (Bénassy 1995: 547).

Puede señalarse como causa primigenia de los mitos a la angustia humana que

suscitan las dicotomías: vida-muerte, luz-oscuridad, bien-mal y temas como la otredad, el

poder, el amor, el odio, la fortuna o la sexualidad, porque son ideas complejas,

abstracciones cargadas de ritualidad. La evolución biográfica de sor Juana ha sido

ambivalente y ha pasado intermitentemente de santa a pecaminosa, de ejemplar a

subversiva, de encarnar el ideal de la mujer virtuosa a aparecer como el tipo de mujer

masculina. Heroica y antiheroica, ha ido de casta a erótica y de ser jactancia nacionalista a

lesbiana feminista. Ha sido un epicentro de seducciones y curiosidades:

en los varones porque fue mujer; en las mujeres, porque es posible convertirla

en una de las primeras feministas y erigirla como modelo; en los críticos

católicos porque, por añadidura, fue una monja; en los poetas o críticos

literarios porque, siendo una extraordinaria poeta, fue además una gran

intelectual y científica; y los intelectuales la injertan –por su actividad filosófica

y su capacidad de transgresión– a sus propias teorías sobre el mundo. (Glantz

24)

Cuando hay un personaje que excede en cualquier modo las expectativas de su época, que

es en alguna forma especial, se le llena de significado mítico porque alimenta una

necesidad de creencia e idealización. Tiene el ser humano una convicción tal por los

modelos ejemplares que institucionaliza a personajes-emblema que comprimen lo que un

individuo ideal debe ser; por ello “sor Juana es hoy un mito en América, más allá de que su

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obra sea leída […] mito no de artista, a la manera de Homero, digamos, sino a la manera

del héroe” (Fraga 93). Esto demuestra la universalidad del personaje; la infinitud de

lecturas que concita al ser testimonio de la complejidad de la conciencia y la existencia

humanas.

Antes mencioné que el mito sorjuanista tiene tres conductos de nutrición: el de la

historia, es decir, eso que puede comprobarse o al menos ser sustentado en algún archivo,

documento o espacio; el de la crítica que ha producido el discurso biográfico basado en la

obra poética; y el de la imaginería artística. Los tres están sobrepuestos y son por ello

observados de manera difusa como si de tres cuadros translúcidos se tratara. Cada cuadro

está su vez compuesto por las manos de muchos pintores; algunos trazos han llegado a

convertirse en temáticas o lugares comunes, a los cuales llamaré mitemas.

Estas tres vías permiten observar el fenómeno sorjuanista desde la generalidad hasta

la particularidad o viceversa, según el interés lector; pues mientras que la historia describe

o narra los hechos más destacables o considerados dignos de memoria; la crítica se centra

en algunas aproximaciones e interpretaciones de tipo biográfico o estilístico. Por otro lado,

la literatura en su amparo ficcional realiza un acercamiento extremo a la personalidad, los

rasgos físicos y psicológicos del personaje.

La primera vía de alimentación del mito, es decir la historia, tiene como fuentes

primarias dos textos: la Respuesta a sor Filotea (1691) y la Aprobación del jesuita Diego

Calleja a la publicación de Fama y obras póstumas (1700). Como ya he dicho en el

apartado anterior, de aquí parten los datos biográficos más o menos confiables; en el

primero porque proviene de la pluma de la escritora novohispana, aunque hay que

considerar que: “un documento autobiográfico […] escrito como contestación a una

incitación previa, la Carta del obispo Fernández de Santa Cruz, y por una poetisa, es una

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invitación, sensata y razonable, a la desconfianza y a mantener una prudente reserva”

(Trabulse 1980: 21). En el segundo caso la supuesta confiabilidad se debe a que su autor

tuvo contacto epistolar directo con la monja; sin embargo, esta segunda fuente surge ya

teñida de una idealización y de un afán obviamente santoral, deificante que “no llena los

requisitos de un documento de primer orden pese a lo temprano de su fecha [y] que ni

siquiera es digno de fe dadas las piadosas inexactitudes que contiene” (Trabulse 1980: 20).

Además de estos dos textos ha podido estudiarse la vida de sor Juana gracias a otros

documentos religiosos y jurídicos como su acta bautismo encontrada por Guillermo

Ramírez España y Alberto G. Salceda en Chimalhuacán, misma que hace constar que nació

en 1648; la Carta su confesor encontrada por Aureliano Tapia Méndez en 1979, en la que

se revela un conflicto que hubo entre la monja y su consejero espiritual; los testamentos de

su madre, hermanas, abuelo y la propia monja; o su Protesta de la fe y renovación de votos

(1694).

Dentro de la vena histórica se incluyen todos las noticias relativas al tiempo en que

vivió sor Juana, documentadas tanto por Francisco de la Maza en su Sor Juana Inés de la

Cruz ante la historia (1980), como por Antonio Alatorre en su Sor Juana a través de los

siglos (2007); ambas recopilaciones son sumamente valiosas, aunque la segunda es más

exhaustiva: “baste con decir que los testimonios de De la Maza suman 180 y los de Alatorre

490” (Tenorio 505).

Estos libros dan cuenta de docenas de elogios, críticas y apariciones intermitentes en

diccionarios o publicaciones periódicas y dedicatorias poéticas. Los dos autores inician el

recorrido con la primera noticia registrada en 1668; cuando sor Juana publicó su primer

soneto a la edad de 19 años en un libro del bachiller Diego de Rivera titulado Poética

descripción de la pompa plausible que admiró esta nobilísima Ciudad de México… Este

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primer soneto le vale a la monja también el primer elogio a cargo del bachiller, quien la

llama “glorioso honor del Museo o Parnaso mexicano” (De la Maza 35). Mientras que De

la Maza termina su recopilación en 1892 con Menéndez Pelayo y su apreciación tajante de

que sor Juana “vivió en una época de pedantería y aberración literaria, y por eso tiene su

aparición algo de sobrenatural y extraordinario” (1948: 67; De la Maza 558). Alatorre va

más allá en su afán documental y culmina su trazado cronológico en 1910, año de la

publicación de Juana de Asbaje del poeta Amado Nervo.

Cabe incluir un par de testimonios a manera de ejemplo, también mencionados por

De la Maza (37 y 52). En primer lugar Carlos de Sigüenza y Góngora, quien en su obra

titulada Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe… (1680), habla de la

realización del arco triunfal a la llegada del marqués de la Laguna y de los poemas que para

este se compusieron. Asimismo se refiere a la monja jerónima de la siguiente manera:

en un solo individuo goza México lo que en los siglos anteriores repartieron las

Gracias a cuantas doctas mujeres son el asombro venerable de las historias […]

le hiciera agravio a la madre Juana si imaginara el compararla aun con todas,

porque ni aun todas me parecen suficientes para idearla. (177)

Este documento permite entender las circunstancias de la llegada de los virreyes y confirma

que la monja tenía una relación cercana con el intelectual jesuita.

En segundo lugar, tenemos el soneto laudatorio escrito por la española Doña Catalina

de Alfaro Fernández de Córdoba, también monja, publicado en 1689 a manera de prólogo

en Inundación castálida. Este testimonio proporciona datos históricos interesantes: sor

Juana no solo era más reconocida en el Viejo Mundo que en Nueva España, sino que

además era leída por otras mujeres. A continuación, reproduzco el segundo cuarteto:

¡Qué sutil, si discurre! ¡Qué elocuente

si razona! Si habla ¡qué ladina¡

y si canta de Amor, cuerda es tan fina

que no se oye rozada en lo indecente. (Cruz 1995: 4)

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35

Estos documentos nos acercan a los orígenes de la vida intelectual de sor Juana, a las

opiniones que despertaron sus obras, a unos nombres y fechas específicas; también remiten

a un espacio y un contexto determinados; incluso hacen posible la generación de una

cronología y un acercamiento a esa gestación nacional que fue el virreinato de la Nueva

España. La labor de recopilación de registros históricos es loable, indudablemente; sin

embargo, aunque esta línea del tiempo con cada hallazgo se haga más voluminosa, no deja

de ser un contorno al que habrán de poner rostro los críticos y creadores literarios y gracias

al cual surgirá una interesante cantidad de novelas y dramas históricos.

La segunda vía de alimentación del mito sorjuanista es la crítica, cuya envergadura no

puede definirse con otro adjetivo más que: inconmensurable; pues además del gran corpus

crítico producido en nuestro país, el interés por la monja se extiende a diversos países entre

los que destacan, Estados Unidos, Alemania, Francia e Italia. Estos estudios críticos

sorjuanistas se dedican a cuestiones estilísticas, filológicas, mitológicas, filosóficas,

teológicas y contextuales, aunque predomina la preocupación biográfica; la cual ha dado

como resultado la existencia de varios sistemas de lectura entre los que destacan: el

nacionalista, el de la teoría psicoanalítica, el feminista, el de la teoría queer y el de los

estudios chicanos. Esto quiere decir que: “cuando comienzan a multiplicarse los ensayos

sobre la vida, personalidad y obra de sor Juana, más de un millar entre 1900 y 1975, estos

delimitan sus visiones y saberes dentro de una tradición disciplinaria estructurada”

(Lewandowska 46).

La monja jerónima es distinguible como patrimonio cultural para muchos mexicanos

y es catalogada como heroína nacional en cualquier libro de historia de México. En la

ficción, el drama Sor Juana Inés de la Cruz de José Rosas Moreno, muestra este modo de

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operar del enfoque nacionalista que tiene solo el ahínco de la ejemplaridad. Por otro lado,

en el ámbito académico el nacionalismo se liga con la condición de criolla de la monja;

pues en su pensamiento se localiza una conciencia del origen del individuo que tiene raíces

europeas y que no les da la espalda. Individuo que ha nacido en la exótica tierra americana

y es capaz de voltear al pasado indígena porque entiende tanto el Viejo como el Nuevo

mundo desde la neutralidad de su criollismo. Al hablar sobre Sor Juana y Carlos de

Sigüenza y Góngora, Francisco López Cámara señala que: “lo ‘criollo’ en ellos no será sólo

la mera actitud nacionalista y patriótica que adoptan, sino el modo como se revela y expresa

el mundo autóctono, la realidad americana, y la significación que cobra a través de su

pensamiento” (358).

Sor Juana es uno de los mitos nacidos de la unión del Viejo y el Nuevo Mundo tal

como la virgen de Guadalupe o la Malinche; en su figura existe la convergencia del mundo

prehispánico y el europeo. El sincretismo en su obra se percibe en el arraigo a la tierra

americana, la exaltación del pasado indígena y su conocimiento de costumbres y

tradiciones hispánicas como la religión o la vida en la Corte.

Las conexiones entre Guadalupe y sor Juana se concentran en el origen sincrético de

ambas, cabe recordar que “en 1648 el bachiller Miguel Sánchez, en una obra que conmovió

profundamente a Nueva España, no vaciló en llamarla ‘la primera mujer criolla’” (Paz 66).

Hay también quien piensa que sor Juana heredó a la corriente de la teología feminista varias

de sus ideas instaurativas y delineó en sus poemas sacros el modo en que debía llevarse a

cabo el culto a la Virgen. Esto al crear su propia versión de María por medio de símbolos

guadalupanos, aunque sin mencionarla de manera directa: “she was aware of the

manipulations taking place during her lifetime around the cult of the Guadalupe, and

preferred to develop her own version of the Mother of God. Much was made out of the

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accretion of Guadalupan symbols” (Kenett 315). El asunto del criollismo también ha

despertado interés en la cultura chicana debido a la identificación, ya que esta también

surge de la unión de dos mundos. Asimismo para algunas autoras chicanas sor Juana es un

símbolo de la lucha contra un mundo patriarcal.

Esto nos lleva a la teoría queer, que hace referencia a los estudios que defienden el

lesbianismo de la monja, detectan ambigüedades genéricas en su yo lírico o insisten en su

batalla contra un mundo heteronormativo. Uno de los argumentos más interesantes de esta

aproximación crítica es justamente el debatir con Las trampas de la fe, libro que al ser

considerado el más autorizado por la talla intelectual de su creador, se convierte en

hegemónico y excluyente:

[Sor Juana] has functioned as an imaginative locus for Chicana disputes with

Paz, whose authoritative place within Mexican national discourse has also

impacted on Chicano cultural debates. And she has served as an iconic counter

to the androcentric and heteronormative arbiters of Chicanismo since the 1960s.

(Allatson 25)

En 1999, Alicia Gaspar de Alba, catedrática de Estudios Chicanos, publicó su novela

histórica El segundo sueño, en la que intenta demostrar que “en verdad, sor Juana nos dejó

pruebas fehacientes de sus deseos, por muy enclaustrados que estuviesen, incluso para su

propio corazón”. Y además la sitúa de “forma inequívoca en el marco teórico y

epistemológico del discurso feminista contemporáneo” (554).

La lectura feminista de sor Juana se proyecta principalmente en tres textos: La

Respuesta a sor Filotea, las famosas redondillas a los “hombres necios” y Los empeños de

una casa. En los primeros dos hay un encaramiento directo, una exigencia de que se respete

la elección de vida (conventual y retirada) y la vocación intelectual; mientras que en el

tercero este mismo llamado se hace a través de un personaje llamado doña Leonor, pues se

ha considerado que en ella existe una proyección de la propia autora.

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Es Dorothy Schons quien abre la puerta a esta aproximación crítica con su breve

artículo titulado “The First Feminist in the New World” publicado en 1925, en el que realza

el carácter precursor de la monja: “A remarkable woman she who could in such an age

challenge man, the ruler of the earth!” (302). A la estadounidense seguirán otras autoras

como Stephanie Merrim con la compilación de textos bajo el título de Feminist

Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz (1991). Ahí aparecen ensayos de sorjuanistas

muy conocidas como el de Georgina Sabat-Rivers titulado “A Feminist Rereading of Sor

Juana’s Dream”; en el cual la autora busca demostrar que la monja jerónima escribía desde

una vehemente conciencia femenina y era consciente de que se encontraba en una sociedad

patriarcal. Según Sabat-Rivers “She even proclaimed her neuter status as a virgin, free from

the domination of any man, and thus established her fundamental liberty” (143). La autora

encuentra El primero sueño colmado de símbolos y referencias mitológicas femeninas, un

ejemplo es la aparición de la luna en los versos 13 a 15:5 “The moon is presented in her

triple mythological role of the goddess of three faces: as Hecate in the sky; as Diana on

earth; and as Proserpina in the underworld. Thus Sor Juana establishes, from the beginning

of the poem, a universe where woman rules as a cosmic force” (146). La autora cree

también que hay una tendencia gramatical hacia lo femenino, misma que tiene un enorme

peso en el efecto que produce el poema.

Estos dos enfoques pueden considerarse anacrónicos y es criticable la deconstrucción

extremada a la que son sometidos los textos y datos de la vida de sor Juana. Es necesario

tener en cuenta que tanto el pensamiento feminista como la teoría queer llegaron a

solidificarse hasta la segunda mitad del siglo XX y puede parecer forzada la insistencia en

5 del orbe de la diosa

que tres veces hermosa

con tres hermosos rostros ser ostenta (Cruz 2009: 487-88).

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analizar a un personaje del siglo XVII desde la perspectiva de nuestro tiempo cuando los

paradigmas de la femineidad y la sexualidad han cambiado. Sin embargo, más allá de que

existan estudios reduccionistas y prejuiciados vale la pena considerar que:

Si bien, no es posible adjudicar a Sor Juana todos los planteamientos y

reivindicaciones del feminismo [y la teoría queer] actual [es], cabe reconocer en

sus actitudes y en su quehacer intelectual las pautas de un proyecto

emancipador, que no solo se adelantó a la Ilustración sino que la trascendió con

creces. (Cendejas 25)

La psiquiatría y la psicología han tenido avances considerables en los últimos años y el

psicoanálisis freudiano como teoría es bastante respetado, aunque en la práctica se ha

preferido explorar otras opciones. Quizá por eso los intentos de ahondar en la enigmática

pisque de la Décima musa (y digo enigmática porque hay pocas bases para aseverar que

puede ser psicoanalizada) han dejado de producirse con el mismo fervor de los primeros

intentos en los años treinta.

Aunque este enfoque de estudios tiene como su máximo representante al alemán

Ludwig Pfandl, cuyo interesante trabajo de 1946 (Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima

musa de México; su vida, su poesía, su psique, ya mencionado en el apartado anterior),

carece de credibilidad en nuestros días. El primero en aventurarse en este terreno fue

Ezequiel A. Chávez en 1931 con su Sor Juana Inés de la Cruz: ensayo de psicología y de

estimación del sentido de su obra para la historia de la cultura y de la formación de

México; desde el subtítulo se advierte que el autor tiene un afán apreciativo. Incluso se

percibe algo de nacionalismo en su insistencia por “definir el alcance de su obra y de su

vida para la formación espiritual de la patria mexicana y el desarrollo de la cultura” (xi).

Heredero del estudio de Pfandl, es el Intento de psicoanálisis de Juana Inés y otros ensayos

sorjuanistas (1972) de Fredo Arias de la Canal, donde se recurre nuevamente a la neurosis,

al masoquismo, a la homosexualidad y al complejo edípico, como matrices analíticas.

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Creo que este enfoque es el que despierta más polémica porque para sus fines ignora

el valor que las obras tienen por sí mismas y examina los poemas como vertederos de

experiencias personales. Sobre esto dice Anita Arroyo en su “Refutación a Pfandl”: “malo

es intentar reducirla a fórmulas psiquiátricas y, peor, inventarle todos los complejos que

existen” (1992: 193). En este cúmulo de interpretaciones la contradicción es la única que

impera pues si la crítica “se muestra parcial ocasiona inconformidad, si prudente, recelo; si

pasiva, escarnio; si moderada, intemperancia, y si abstrusa, crítica mordaz” (Arias de la

Canal 163).

El tercer conducto alimenticio del mito son las licencias ficticias que aparecen en las

recreaciones literarias de los géneros narrativo y dramático, que se basan en la vida del

Fénix de México. Luego de repasar las otras dos vías hay que entender que a partir de los

datos duros basados en documentos históricos y los enfoques de la crítica, han surgido una

serie de temáticas y lugares comunes que los autores tomarán en cuenta de acuerdo a sus

intereses ideológicos para particularizar a sus sor Juanas. Asimismo cada autor rellenará los

huecos entre anécdotas históricas por medio de artificios literarios como el pluriestilismo

(uso de cartas, recados, poemas, diario), las distintas focalizaciones del narrador o el ritmo

narrativo, además de técnicas escénicas como la metateatralidad, el flashback, la voz en off,

la jerarquización o propuestas caracterológicas con base en la hiperbolización o

caricaturización.

Propongo a continuación los siguientes mitemas sorjuanistas; cada uno enfatiza cierta

anécdota biográfica y algunos tienen funcionamiento dicotómico (el mismo mitema

desarrollado en dos formas contrarias):

1. Infancia inusitada: de niña prodigio a victimada

2. La vida en la corte: de preferida de la virreina a objeto de envidia

3. La decisión del enclaustramiento: por decepción amorosa o convicción intelectual

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4. La vida conventual: de competitividad o complicidad

5. El asedio de las autoridades eclesiásticas

6. La subversión a través del ejercicio escritural: rebeldía

7. Transgresión genérica

8. Homosexualidad

9. Sacrificio final donde la muerte la hace libre

10. La beatificación: destino excepcional

11. La monja encara a sus críticos (anacronismo – ruptura contextual)

Para explicar esta propuesta tomaré como ejemplo un par de dramas históricos sorjuanistas.

El primero fue escrito por Guillermo Schmidhuber y se titula La secreta amistad de Juana

y Dorotea (1998). Esta obra es, en palabras de su autor, “un homenaje a dos intelectuales

del sexo femenino que lucharon para que fuera otorgado a la mujer el derecho público de

participar en el mundo intelectual” (10). Como vemos el interés del autor es mostrar las

analogías de dos vidas: la de la monja y la de su primera crítica, Dorothy Schons; ambas

fueron perseguidas por la institución a la que pertenecían: Iglesia y Universidad

respectivamente. La obra cubre los últimos momentos de la vida de la estudiosa

estadounidense, cuando decide quitarse la vida luego de perder a su hermana. El espectador

ve algunos recuerdos de la vida de Schons, así como algunas visiones en las que aparece sor

Juana; la protagonista pasa momentos de profunda desesperación en los que llega a pedirle

a la monja que no la abandone. A través del anacronismo, el autor permite la interacción de

escritora y crítica:

Descubrí poemas tuyos que estaban extraviados en libros empolvados y busqué

inútilmente tus obras perdidas. Y sobre todo, te admiré como mujer pensante.

Un día soñé con imitarte, pero no soy poeta y nunca podría llegar a ser una

mujer como tú... Nunca pude amar a nadie más que a ti... ¿Amaste tú a alguien?

(30)

Al ser el interés de Schmidhuber el engrandecimiento y la defensa de ambas mujeres, al

parangonar dos épocas mediadas por siglos pero que en la represión son equivalentes,

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entonces acentuará tres mitemas implantados en un tono trágico: el encaramiento con la

crítica, el asedio y el sacrificio final donde la muerte hace libres a ambos personajes.

El segundo ejemplo es La Décima musa (1979) de Carlos Elizondo, que muestra

mayormente a una Juana joven hacia la época en que era dama de la virreina, aunque cubre

hasta el día de su muerte. Esta Juana es hábil socialmente y sufre enormemente por retirarse

de la vida en la corte, la cual le ha dado el entusiasmo joven del amor; sin embargo, este no

llega a germinar debido a su condición de bastarda. Elizondo acentúa los mitemas tres y

cuatro: la vida en la corte y la decisión del enclaustramiento (ver Apéndices 1 y 2).

Como se ha visto –más allá de la indudable calidad que sus obras poseen en sí

mismas y de su lugar decisivo en la literatura latinoamericana–, en sor Juana convergen una

serie de características que han permitido la consolidación del mito; asimismo las

oquedades de su biografía conceden a los creadores literarios la posibilidad de dar rienda

suelta a la imaginación. Esto hace el fenómeno sorjuanista vulnerable para la conjetura y la

lectura forzada; no obstante, el proceso acumulativo que implica la mitificación no hubiese

sido posible sin este ingrediente. La historia implanta el sentido de pertenencia y en la poeta

novohispana se encuentra una chispa que detona este sentido. Desde luego no puede

negarse la existencia de estudiosos cuyo amor a la verdad histórica los ha llevado a

invaluables descubrimientos que contribuyen al aportar datos certeros.

Después de este recorrido de perspectivas es posible afirmar que sor Juana es un mito

consolidado, pues sus tres vías de alimentación: la historia mexicana, la crítica (sistemas de

lectura) y la creación sorjuanistas (sistemas de interpretación) constituyen sistemas

analíticos multidimensionales y complejos que producen una aglomeración de información

y que vuelven incalculable su corpus bibliográfico. Además es interesante que estos tres

conductos de alimentación mítica no pueden imaginarse paralelamente; más bien, poseen

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atributos de perpendicularidad, pues se encuentran en diversos puntos y dialogan unos con

otros. La vía de las licencias literarias fue iniciada por la propia sor Juana al ficcionalizarse

a sí misma en la Respuesta y reflexionar sobre el fenómeno de la mitificación en el

romance 51. La voz de la Décima musa sigue escuchándose con vehemencia; el lector tiene

la oportunidad y el derecho de erigirle un rostro y formar parte del, ya imparable, proceso

de mitificación.

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2. SISTEMAS DE LECTURA SORJUANISTAS

2.1. El discurso nacionalista

Una sociedad se define no solo por su actitud ante

el futuro sino frente al pasado: sus recuerdos no

son menos reveladores que sus proyectos.

Octavio Paz, Las trampas de la fe (31).

El nacionalismo mexicano es más que la fijación de un imaginario y unos ideales; es una

búsqueda de héroes, mitos y símbolos que ha atravesado un largo derrotero, desde el sueño

de la emancipación americana hasta el escepticismo político-social de nuestros días. La

búsqueda se gestó durante el siglo XVII, cuando la inquietud criolla causó una toma de

conciencia que iba a expandirse y culminar en la Independencia de México. Para David

Brading esta búsqueda del ser novohispano y mexicano ha tenido dos ciclos: el patriotismo

criollo y el nacionalismo mexicano. El primero surge cuando aún estaba implantada la

monarquía española y el segundo apunta hacia la época revolucionaria (1). El siglo XVII

fue testigo de una apropiación territorial por parte de los criollos, una inmersión a la vida

política de lo que entonces era el virreinato de la Nueva España y, en consecuencia, se

produjo una ruptura ideológica; por lo tanto, también hay que considerar el nacionalismo

mexicano como la visión social en el Nuevo Mundo a partir de la asunción de la amalgama

cultural que vino con la Conquista; es decir, el sincretismo, al que también se le ha llamado

mestizaje, hibridación o transculturación.

Los estudios dedicados a sor Juana, al ser multifocales, se han permitido el

anacronismo en más de una ocasión, ya que las perspectivas de estudio parten del

paradigma interdisciplinario de nuestro tiempo. Cuando se habla de nacionalismo en sor

Juana debe entenderse el contexto en que se desenvolvía la monja, en el cual imperaba el

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sistema político virreinal todavía muy alejado de la república y de los ideales liberales;

aunque la monja en cierto modo fue precursora de ellos, ya que defendió sus garantías

individuales como la educación y la libertad de pensamiento o la equidad de género. Por

tanto, no hay que conceptualizar forzadamente al personaje histórico involucrándolo con la

segunda etapa nacionalista. No es posible encontrar en la obra de sor Juana ni siquiera

esbozos del concepto de “emancipación”; aunque en sus textos se percibe el arraigo a la

tierra americana, la contemplación curiosa de una sociedad heterogénea, el reconocimiento

del otro y el realce de la cultura indígena, como es evidente en los versos iniciales de la

“Loa para el auto sacramental de El divino Narciso”:

Nobles mejicanos,

cuya estirpe antigua,

de las claras luces

del Sol se origina… (2004, vv. 1-4)

En 1981 María R. González encuentra en sor Juana las señales irrefutables de un

nacionalismo embrionario y lo argumenta a través de textos pertenecientes a los géneros

lírico y dramático, como los romances 24 y 36, el soneto 206, las loas del Divino Narciso y

el Cetro de José o Los empeños de una casa. En su opinión: “Su obra y su pensamiento nos

han quedado como llama reveladora de una naciente conciencia nacionalista [y] ha logrado

dejar plasmada toda la esencia de una nueva sensibilidad arrolladora surgida dentro de su

momento histórico” (34).

Para Anita Arroyo, hay en el estilo literario de sor Juana bastante mexicanidad pero

no en el sentido exaltador del que habla González, más bien en la personalidad que refleja;

misma que, según la autora, coincide con “el mexicano” descrito por Octavio Paz en el

Laberinto de la soledad: ese “ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara

la sonrisa” (32). En el caso de la monja jerónima, el hermetismo sería un mecanismo de

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defensa ocasionado por el recato de la época pues: “No pudiendo expresarse en una escena

donde solo la religión podía actuar como protagonista, la intelectual guarda silencio para

siempre; un elocuente silencio que todavía nos habla y nos conmueve” (Arroyo 2002: 600-

01).

Sor Juana sentía una gran atracción por las culturas mexicana y africana, y no es

extraño que incluya nahuatlismos y voces rústicas en sus textos sacros; pues seguía una

tradición antigua española en la que “la estrategia inicial […] es ‘justificar’ la

representación de indígenas ante un público madrileño. El texto reconoce la diferencia

irreductible entre el referente cultural metropolitano y la experiencia indoamericana en las

colonias” (Martínez-San Miguel 1999: 215).

La poetisa es solo una de las semillas en la tarea monumental de rastrear la naturaleza

del ser mexicano, como lo es la virgen de Guadalupe; cuyo culto liderado por los hijos de

españoles nacidos en América dio pie a una suerte de autonomía espiritual, al generar el

sentimiento de la Nueva España como tierra elegida por la madre de Dios, incluso antes de

la llegada de los peninsulares. La imagen de Guadalupe llegaría a ser tan influyente en el

pensamiento popular, que sería el emblema de la Independencia. De una forma similar

funcionaría la imagen de la Malinche, mujer que gracias a su inteligencia “realizó una

transgresión cultural al penetrar en el campo de sentido de los conquistadores y aprender su

idioma” (Valenzuela 132). Fémina que encarna la voluntad para algunos, la traición para

otros; la Malinche es “la traición y [el] entreguismo, representados injustamente”

(Valenzuela 130).

La tríada de mujeres Guadalupe–Malinche–Sor Juana forma parte del imaginario

fundacional de la nación mexicana; en ellas opera la identificación y la ejemplaridad, lo

femenino en la virtud y en el vicio. Son simbólicas en distintos niveles: la primera es la

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madre espiritual, pura y virtuosa; la segunda es la madre carnal del pueblo mestizo, la

mujer sexuada y voluntariosa; la última es la madre intelectual, transgresora y autónoma.

Jaques Lafaye afirma que el siglo de la Ilustración se distingue poco de los últimos

años del XVII, pero que durante este se produce un fenómeno denominado “triunfalismo

criollo”, mismo que se originó porque hubo un aumento en el entrecruzamiento racial y un

gran progreso urbanístico que llevó a la creencia de que “la ‘ciudad imperial’ del imperio

español, a partir de la mitad del siglo XVIII, ya no estaba situada en el Viejo Mundo, sino

en el Nuevo” (254). Por su parte, Marie-Cécile Bénassy señala que este enorgullecimiento

surgió de una necesidad fundamental: “la comunidad criolla desea exaltarse a sí misma y

acepta el reto español en el único campo que se abre a ella: el terreno de la cultura” (1983:

23).

En la empresa por encontrar las chispas que detonaron este triunfalismo, el género

epistolar ha sido una poderosa arma porque su conformación en primera persona implica un

acto de introspección y reflexión. En la carta es posible expresar opiniones con una

subjetividad justificada y sus dos formantes (remitente-destinatario) aseguran que la

función apelativa del lenguaje es la predominante. La Respuesta a sor Filotea (1691) y la

Carta al confesor (también llamada Carta de Monterrey o Autodefensa espiritual, 1681),

son los textos sorjuanistas epistolares que se han leído como auténticos manifiestos a favor

de la libertad intelectual:

la “Carta de Monterrey” representa, hoy por hoy, un eslabón imprescindible en

la cadena discursiva que va marcando en Hispanoamérica la transición del

dogmatismo al libre albedrío, de la fe a la razón, del determinismo a la

voluntad, y abonando el terreno en que echará raíces el pensamiento iluminista.

(Moraña 70)

Sin embargo, las ideas embrionarias sobre el criollismo que se han detectado en las

epístolas de la monja jerónima fueron llevadas a su culmen por el peruano Juan Pablo

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Viscardo y Guzmán en su Carta dirigida a los españoles americanos (1799); la cual tiene

un tono abierto y subversivo que presenta por vez primera la idea de la liberación de los

pueblos americanos del yugo español. Este texto es el resultado de un proceso histórico que

abarca los siglos XVII y XVIII, durante los cuales, en opinión del exjesuita Viscardo: la

España los desterró de todo el mundo antiguo, separándolos de una sociedad a la que

estaban unidos con los lazos más estrechos, añadiendo a esta usurpación, sin ejemplo, de su

libertad personal, la otra igualmente importante de la propiedad de sus bienes (75).

A raíz de este texto que el peruano escribe desde Londres, otros pensadores

latinoamericanos como Fray Servando Teresa de Mier insistirán en la autonomía

americana, pero a través de otros géneros, como el sermón sobre la Virgen de Guadalupe en

1794; polémico por su argumentación de la pre-evangelización de América que pulveriza la

única razón que había para que los “gachupines” permanecieran en territorio (aún)

novohispano.

Más allá de las cartas de sor Juana (como he dicho antes) es en los villancicos y

algunos otros poemas profanos donde se percibe orgullo y exaltación a la riqueza y

exoticidad de América. Un buen ejemplo es el “Romance 37”, dedicado a la duquesa de

Aveiro:

Que yo señora, nací

en la América abundante,

compatrïota del oro,

paisana de los metales,

adonde el común sustento

se da casi de balde,

que en ninguna parte más

se ostenta la tierra madre. (Cruz 2009, vv. 81-8)

La actitud contestataria en algunos textos de la Décima musa, como la Carta a Antonio

Núñez de Miranda, permite que sea relacionada con los personajes en los que “opera la

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crisis de las nuevas ideas, [que] escriben siempre apologías de su vida, y mueren con la

implacable angustia de no haber sido bien comprendidos” (Reyes xi). También ha sido

identificada como revolucionaria debido al discurso enérgico hacia alguien más alto en la

jerarquía eclesiástica, lo cual provoca que aparezca ante el lector contemporáneo como

luchadora contra la opresión: “Mis estudios no han sido en daño ni perjuicio de nadie,

mayormente habiendo sido tan sumamente privados que no me he valido ni aun de la

dirección de un maestro, sino que a secas me lo he habido conmigo y mi trabajo” (Cruz

2001: 580).

Asimismo su observación gustosa de las castas de su tiempo y los experimentos

lingüísticos que realizó en sus villancicos, al mezclar latín, náhuatl y el habla tipificada de

los negros, han dado pie para que se le vea como defensora de las minorías (aunque dicho

término comenzó a utilizarse como lo entendemos hasta la segunda mitad del siglo XX).

Hay quien opina que “por detrás de su orgullo nacional se esconde un reproche a la

voracidad europea y al carácter discriminatorio del trato que da a los pueblos esclavos”

(López Cámara 362).

No es el Fénix de México el único personaje de su época que ensalza insistentemente

a la Nueva España; también su contemporáneo y amigo Carlos de Sigüenza y Góngora lo

hace atraído por el indio legendario, mientras que en Sor Juana se percibe más al indio

vivo. En opinión de Yolanda Martínez-San Miguel, los personajes de los villancicos llegan

a adoptar una voz crítica ante el trato que se les da:

la crítica social que asoma en los versos cantados por los negros esclavos

evidencia una mentalidad crítica que se resiste al sistema social y político

vigente, y es capaz de transformar los referentes metropolitanos para un uso

muy específico de su sector social. (1997: 639)

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Un ejemplo de esta postura o defensa de su cultura y color de piel es el que aparece en el

estribillo del villancico VIII (“Asunción 1676”), cuando los “negrillos” alaban el color

moreno de la virgen de Guadalupe desvinculándola de la cultura blanca-europea que los

esclaviza:

–¡Ah, ah, ah,

que la reina se nos va!

–¡Uh, uh, uh,

que non blanca como tú,

nin Pañó, que no sa buena,

que Eya dici: So molena

con las sole que mirá! (Cruz 2001: 16)

Esta crítica también sugiere que sor Juana entendía el orden intercultural de su época y la

importancia del factor racial en las relaciones sociales: “Los textos de Sor Juana trabajan

precisamente [un] proceso identificatorio y delimitador a partir de la representación de

numerosas voces coloniales que pugnan por acceder a un espacio epistemológico oficial en

la época” (Martínez San Miguel 635).

Es justamente el pensamiento crítico lo que antecede a cualquier revolución de ideas;

por ello sor Juana activa los radares de los nacionalistas decimonónicos.6 Por un lado de

manera idealizada en el caso de José Rosas Moreno, quien la recrea como la protagonista

de una obra que conserva la estructura del teatro español de los Siglos de Oro y que

transcurre en la corte; la enreda en amores y traiciones tan solo para resaltar el mérito de su

elección por la vida religiosa y el conocimiento. Su obra muestra el valor intelectual

aportado por la monja a la tierra mexicana y sugiere a una mujer moralmente ideal que tras

el desengaño decide morir ante el mundo y ser esposa de Cristo:

6 Cabe aclarar que el nacionalismo es un concepto “conflictivo” no solo en el caso mexicano sino para toda

América Latina, pues implica la configuración de símbolos y valores con base en un pasado fragmentado. Las

narrativas históricas, producidas durante el siglo XIX, buscaban dotar de “legitimidad a los Estados surgidos

de la disolución de los imperios ibéricos […] la lucha contra el pasado colonial se trocaría […] en una lucha

no menos ardua por negar […] la eventualidad de sus orígenes y encontrarles basamentos más permanentes”

(Palti 131). En este contexto, es justificable la actitud que toma Altamirano frente a los textos de sor Juana.

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INÉS: Huya el dolor,

(Serenándose.)

huya el llanto, y huya el mundo.

(Se arrodilla y alza la mirada al cielo.)

Mi cruz, Señor, tomaré;

tú eres mi gloria, mi luz;

yo tu ejemplo imitaré,

y desde hoy me llamaré

Sor Juana Inés de la Cruz. (Rosas Moreno 83)

Por otro lado, la obra de la monja despierta el desdén en Ignacio Manuel Altamirano, quien

creía firmemente que la literatura debía llegar a las masas y reflejar el modo de vida del

pueblo, así como los males que lo aquejan (militarismo, educación deficiente); además de

servir como un modo de estudiar la moralidad y llegar a la verdad histórica, siempre con el

objetivo de mejorar la sociedad. El autor decimonónico también consideraba de suma

importancia que los escritores mexicanos se alejaran de la imitación servil de las literaturas

extranjeras, para así conformar una verdadera literatura nacional. Por ello en la Carta a una

poetisa tajantemente aclara:

antes que todo hay que dejar el discreteo y la palabrería inútil no seré yo quien

recomiende […] á nuestra Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra décima musa á

quien es necesario dejar quietecita en el fondo de su sepulcro y entre el

pergamino de sus libros sin estudiarla más que para admirar de paso la rareza de

sus talentos y para lamentar que hubiera nacido en los tiempos del

culteranismo. (281-82)

Tanto Rosas Moreno como Altamirano poseían un pensamiento político liberal, sin

embargo las empresas que emprendieron eran distintas. El primero es conocido por sus

fábulas, por lo tanto no es extraño que su afán nacionalista lo llevara a construir a sor Juana

en la ejemplaridad sacrificada, en las aspiraciones éticas de la sociedad decimonónica. En

otra arista, el interés nacionalista de Altamirano era más bien literario, pues deseaba que la

poesía y la novela fueran accesibles; que la experiencia estética no fuera un lujo para unos

cuantos.

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Por su parte los decimonónicos conservadores convirtieron a la Décima musa en

bandera política a través de biografías insulsas y repetitivas; como José de Jesús Cuevas

quien hizo “de ella una encarnación de los ‘valores eternos’ del catolicismo”; o Victoriano

Agüeros, quien emprendió “una vociferante campaña para ‘rescatar’ la celda de sor Juana”

sin saber cuál de todas las del convento de san Jerónimo le había pertenecido (Alatorre

2007: 11). Estas aproximaciones analíticas son translaciones ideológicas de un fenómeno

descomunal que no puede más que estudiarse unidimensionalmente. El discurso patriótico

del criollismo se convertiría, una vez llegado el siglo XX, en el discurso del nacionalismo

mestizo y habría una teorización interesante al respecto a cargo de hombres como Andrés

Molina Enríquez desde una perspectiva del darwinismo social y José Vasconcelos desde

una perspectiva idealista.

Según Octavio Paz, la historia de México contiene tres entidades: la prehispánica o

del Imperio Mexica, la virreinal y la nación mexicana. “Cada una de estas sociedades está

separada de la otra por una negación”. Mientras que el mundo indígena fue negado por los

españoles; la Nueva España fue negada por la República y “al negarla la prolonga” (33).

Sor Juana es un personaje que encarna el periodo de transición entre el pasado indígena y el

proyecto de nación independiente, su vida y obra poseen valor por ello; son la toma de

conciencia de una mujer que se sabía diversa, compleja; que se detenía a reflexionar sobre

la sociedad a la que pertenecía; que se reconocía como parte de un mundo emergente.

El sistema de lectura nacionalista puede implicar la desvirtuación de los textos

sorjuanistas; sin embargo, lo que lo hace tan valioso es el revisionismo histórico que

implica ese vistazo a los hechos del pasado que ya habían sido asumidos desde una historia

oficial. Es innegable la agudeza con la que algunos estudiosos advierten en sor Juana la

fusión cultural, la apropiación primigenia del espacio, la admiración por un pasado que ya

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no aparece como ajeno sino que emerge con toda su majestuosidad inherente, así como la

confrontación por la libertad intelectual. Atributos que la colocan irrefutablemente en el

lugar precursor que tuvo en la historia de México.

2.2. La teoría psicoanalítica

Como es sabido, el psicoanálisis es el método propuesto por Sigmund Freud hacia los

últimos años del siglo XIX para la investigación, explicación y resolución de los conflictos

de la mente humana. La tarea que emprendió Freud tuvo como consecuencia la creación de

varias vertientes o escuelas de estudio psicológico como la liderada por Carl Gustav Jung,

quien que no estaba totalmente de acuerdo con la importancia que este otorgaba al factor

sexual o libido. La técnica psicoanalítica consiste en la asociación e interpretación de ideas,

actos, sueños o fantasías del paciente y, además de ahondar en los misterios de la psique,

pretende ser una vía terapéutica, un modo de curar o mantener bajo control los conflictos

psíquicos.

Hablar del psicoanálisis de la obra literaria es algo distinto, pues este implica el

estudio de los sueños (o acciones) que se narran en la ficción; es decir, que por medio de

detalles y la interrelación de estos puede llegarse a un significado profundo, como se haría

al analizar a una persona real. Freud descubrió que: “en la obra de arte, como en el sueño,

existe un contenido manifiesto, el que se advierte a primera vista, que equivale a la

intención consciente del autor, y un contenido latente, procedente de su inconsciente, al

cual sólo se puede llegar mediante un análisis” (Ontañón de Lope Blanch 94). Hay que

insistir que este tipo de psicoanálisis literario se realiza únicamente en función del

microuniverso narrado; sin embargo, en el caso de la monja jerónima se ha insistido en

analizar las obras en función de la autora, para realizar diagnósticos de padecimientos que

pudo haber tenido.

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Como es notorio, aun cuando la naturaleza del psicoanálisis implica el examen de una

subjetividad específica por medio de la presencia, de la confesión encarada, de la evocación

espontánea, psicoanalizar a grandes personajes de la historia y la literatura resulta

apasionante para algunos; que lo han hecho a través de cualquier testimonio escrito o

gráfico y han llegado a conclusiones insospechadas. En el caso sorjuanino, este ejercicio

interpretativo se ha encauzado hacia cinco núcleos analíticos: la obsesión por la escritura, el

deseo de enclaustramiento, la masculinidad, el masoquismo y el narcicismo. Abordaré aquí

tres textos que comprimen las intenciones del psicoanálisis sorjuanista: Sor Juana Inés de

la Cruz, la décima musa de México; su vida, su poesía, su psique (1946) de Ludwig Pfandl;

Sor Juana Inés de la Cruz: ensayo de psicología y de estimación del sentido de su obra

para la historia de la cultura y de la formación de México (1931) de Ezequiel A. Chávez; e

Intento de Psicoanálisis de Sor Juana (1972) de Fredo Arias de la Canal.

Es loable ese lance al abismo, esa capacidad de relación e interpretación que exige el

ejercicio “psicoanalítico”; pero justo ese cimiento deductivo genera cautela y, en ocasiones,

da la impresión de estar totalmente en el terreno de la especulación. En esto se han centrado

las críticas a la teoría psicoanalítica-sorjuanista, como la opinión de Anita Arroyo sobre el

libro de Pfandl:

Es un tratamiento tedioso, extenuante, que requiere tiempo y, sobre todo, el

testimonio directo. ¡Imagínese el lector cómo podría aplicarse en el caso de sor

Juana!... Como teoría científica el psicoanálisis ha sido de gran valor, pero ya

no se usa tanto, y en algunos países europeos su práctica ha sido casi eliminada.

(1992: 178)

Si bien este sistema de lectura es un ejercicio magnífico en cuanto a asociación de ideas,

hay que tener presente que: “el psicoanálisis no puede explicar enteramente la creación

artística: y del mismo modo que hay en el arte y en la poesía elementos irreductibles a la

explicación psicológica y biográfica, los hay que son irreductibles a la explicación histórica

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y sociológica” (Paz 2001: 20). Suele ocurrir que el objeto artístico es desatendido; pues en

lugar de decodificar las obras para así elucubrar los rasgos de una estética compleja se

busca encajar forzadamente una serie de conceptos de la ciencia preestablecidos por el

analista en cuestión. Se olvida una y otra vez que el psicoanálisis de la obra artística debería

ser justamente para la obra: “nunca su autor ni sus problemas personales” (Ontañón de

Lope Blanch 1998: 95).

La legitimidad de lo que Pfandl denomina y practica como psicoanálisis en su libro es

bastante discutida en nuestros días y sus propuestas sobre la masculinidad, la psiconeurosis

o el narcicismo, causan polémica y hasta ofensa en quienes se dedican a la crítica literaria

psicoanalítica; pues ocasiona una idea rotundamente equivocada de este quehacer.

Con todo y las críticas, el estudio de Pfandl es sugestivo porque revela información

interesante sobre los lectores de esa época:

Si la patologización de Sor Juana servía para los intereses particulares de

Pfandl, a los críticos que leyeron con entusiasmo las ‘interpretaciones’ […] esa

neurosis menopáusica servía para mantener a Sor Juana en el mundo y evitar

que se construyera un ícono católico a la manera en que la historia oficial ha

construido a sus broncíneos héroes. (Marquet 259-60)

Cabe destacar que este trabajo sobre sor Juana es pionero no solo en el ámbito de los

estudios sorjuanistas, sino en el de las biografías psicoanalíticas; las cuales tienen

intenciones de escudriñar en la mente anómala, por una suerte de seducción, curiosidad y

expectación de desvelar la maquinaria que controla al genio. Pfandl publicó también

importantes estudios sobre Juana la Loca, Felipe II y Carlos II.

Heinrich Merkl ha abogado por el alemán al asegurar que: “si se le puede hacer un

reproche, es que se expresa en su libro como si fuera un médico o un psiquiatra” (912);

cuando realmente no tenía una formación médica, sino filosófica y filológica. Merkl revela

información interesante para la comprensión de ese estudio; opina que la forma tan severa

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en que analiza la monja y el énfasis en los problemas psicológicos provenientes de la

sexualidad reprimida son una proyección; una forma de analizarse a sí mismo dada su

homosexualidad y el ambiente de extrema represión en que vivió: la época del nacismo. “El

libro de Pfandl sobre Sor Juana es, sin duda, un documento de su resistencia intelectual

frente a la ideología nazi” (909). Este autor también considera que la crítica literaria debe

abrirse al estudio multidisciplinar y que “no tiene sentido oponerse a una teoría por

considerarla ofensiva, si esta teoría corresponde más a la verdad que la teoría suplantada

por ella” (913). Creo que sus palabras son certeras pues es absurdo intentar aprisionar en un

purismo clasicista un fenómeno tan desbordante que lleva acrecentándose más de tres

siglos.

Juan Antonio Ortega y Medina estuvo a cargo de la traducción al español del libro de

Pfandl –cuyo título original fue Die zehnte Muse von México. Juana Inés de la Cruz.

IhrLeben. Ihre Dichtung. Ihre Psyche– y Francisco de la Maza fue quien se encargó de

prologar esa primera edición en nuestro idioma (1963). El historiador tiene una opinión

parecida a la de Merkl:

Hay algunos pobres de espíritu que temen hablar de los escondrijos del ser

humano y más aún, con mágico respeto, si se trata de muertos. Se les olvida que

ha estos les encantaría saber, si pudieran, que los vivos se ocupan de ellos, que

los reviven, sea para el elogio, la disección o la censura, que al fin y al cabo es

para su comprensión y conocimiento. (1963: ix)

Otro partidario de la teoría psicoanalítica sorjunista es Fredo Arias de la Canal. Él también

intercede por el estudio de Pfandl con el argumento de que su valor radica en la proyección;

es decir, que al vivir en un ambiente de extrema represión, el alemán padecía complejos

muy similares a los de la monja y por ello se desdobla en su psique. Visto así, estaríamos

ante un fenómeno de lecturas yuxtapuestas o una oscilación entre la biografía (de sor Juana)

y la autobiografía (de Pfandl), pues, según este autor, al alemán:

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le atrajo la personalidad de nuestra Musa, porque un neurótico siente alivio al

saber que otro ha sentido como él, que otro se ha creado anticuerpos psíquicos

para defenderse de su conciencia […] Entonces veremos cómo este teutón se

identifica con el masoquismo psíquico de Juana y con todos sus efectos

derivados. (153)

Con todo y la influencia de ese texto, editado por primera vez en Alemania hacia 1946,

tiene un antecesor: Ezequiel A. Chávez, quien con menos rigor realiza el primer Ensayo de

psicología, el cual fue editado por vez primera en Barcelona hacia 1931.

El autor del Ensayo realizó sus estudios en leyes; sin embargo, dedicó su vida a la

psicología y es considerado uno de los fundadores de dicha ciencia en Latinoamérica.

Asimismo realizó traducciones de Edward B. Titchener (afamado psicólogo británico de

finales del siglo XIX), cuya influencia en su pensamiento se haría evidente en el Ensayo

sorjuanista. Chávez no realiza propiamente un análisis freudiano, sino que busca darle

sentido y estimación a la obra de la monja jerónima a través de un análisis “respetuoso”.

Para ello realiza una ordenación interesante: la poetisa revela su ser íntimo en tres

composiciones. Primero, aquellas en las que “ella puso todo el voluntario abandono de una

revelación de sí misma”; segundo, “entrecortados fragmentos a las veces solo gritos de su

yo, que se le escapan, como las confesiones involuntarias de quienes dan a conocer lo más

recóndito de su ánimo, cuando menos piensan hacerlo así”; y tercero, en las que “a la par

quiere decir lo que dice y disfrazar lo que disfraza”, con un encubrimiento de los nombres

propios bajo seudónimos o al complicar expresiones y proyectándose a sí misma en terceras

personas. Las tres formas de composición apuntan a que la escritura era una válvula de

escape para sor Juana, además de un ejercicio introspectivo y a veces espiritual. Diría yo: la

manifestación más fehaciente de su búsqueda intelectual.

Hay que recordar que Pfandl atribuía la necesidad de la escritura en sor Juana a su

condición de psiconeurótica: “como toda psiconeurótica, sucumbe a la apremiante

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inclinación de confesar, y después a la de discurrir de sí misma y de sus dificultades

íntimas” (92). Chávez prefiere explicarlo con base en el carácter obediente y complaciente

de la monja: “a menudo esta naturaleza prestadiza y superficial de Juana Inés, oscurece

aquí y allá obras suyas que no debiera oscurecer” (15). Sin embargo, también cree que el

ser íntimo de la monja jerónima llegó a manifestarse con vehemencia en los tres tipos de

composición mencionados en el párrafo anterior. Por lo tanto, para Chávez, sor Juana

dividía su conciencia escritural en dos: un modo de no contrariar a nadie y un modo de

volcar su verdadero sentir. Aun así estas dos formas de escritura no estaban distanciadas y

bien podían ser críticas al tiempo que complacían a los que la “circuían”.

Por su parte, Arias de la Canal lleva más allá su interpretación y señala que la

necesidad de la escritura de sor Juana se debía a “Su adaptación inconsciente a la muerte

por hambre”, concepto que toma de Edmund Bergler y que hace referencia al placer que

obtiene el poeta a través de las palabras; mismas que serían una especie de sustituto de la

leche materna. Así el individuo se gobierna a sí mismo y se desliga de las frustraciones

obtenidas a través de la madre: “O sea, el poeta está diciendo: ‘Yo me doy a mí mismo

bellas y armoniosas palabras (leche) sin necesitarte, madre, para nada’” (25). Solo en un

sentido simbólico, esta forma de ver la escritura llega a ser propositiva, incluso poética; sin

embargo, en lo referente a lo biográfico parece forzada.

En cuanto al amor en la vida de la monja, Chávez opina: “que su amor fue en ella

todo puramente cosa del espíritu; que eso es lo que ella, con razón, llamaba amor, y no la

exaltación de los sentidos” (21). Este autor intenta desvelar el estado anímico en que se

encontraba sor Juana en algunos momentos clave de su vida; sentimientos y pensamientos

expresados a través de sus poemas, sin encontrar complejos o defectos mentales, sino más

bien con dirección a justificar una bondad, una profundidad espiritual. Al mismo tiempo,

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muestra la importancia de su biografía para la historia de la cultura y la formación de la

patria mexicana.

Para Pfandl, el amor en la vida de la Décima musa se convirtió en un complejo

narcisista, un autoerotismo: “anclado en lo intelectual, que se anida ante todo en los

cerebros filosóficos, y en los cuales […] el pensamiento dentro de secreta cámara, como

simple conocimiento del conocimiento, se enquista en pura contemplación de sí mismo”

(158). Esto explicaría sus “peculiares” relaciones y dedicatorias con las virreinas, pues

serían desdoblamientos de sí misma.

El narcicismo nos lleva a otra obsesión de los estudiosos sorjuanistas: el deseo de

enclaustramiento; pues este: “puede ser acaso […] la consecuencia y la repercusión de un

existente afán de cavilar; por lo tanto un reforzado y ulterior impulso hacia la introversión,

hacia el rastreo y socavación del inconsciente” (Pfandl 157). Según el alemán, el convento

fue el lugar ideal para socavar los dos polos de la monja: la naturaleza sexual femenina y el

carácter intelectual masculino (187). Visto así, la celda fue la fuga de su naturaleza mujeril.

Como he señalado en un apartado anterior, si es que hay masculinidad en sor Juana, no

tiene que ver con un problemática sexual, sino con una imposibilidad social; el anteponerse

o luchar contra el impedimento de saber y estudiar para la mujer la hacen ver, ante sus

contemporáneos, como un ser de temperamento masculino.

El concepto de narcicismo es invertido por Arias de la Canal, pues para él: “Todo

poeta, todo escritor es en esencia un exhibicionista, puesto que se está exhibiendo a través

de sus escritos o poemas” (59). Aunque neutralice su ser en una celda, sus escritos

manifiestan un ansia de confesión. Este autor también encuentra en sor Juana una suerte de

masoquismo que es común a todos los genios: “o sea, la adaptación infantil al rechazo, el

deseo inconsciente de ser rechazado, en ocasiones, hasta de muerte” (129). Como prueba de

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este padecimiento se vale de la anécdota referida en la Repuesta a sor Filotea, en la que la

monja narra cómo se cortaba el pelo a manera de incentivo intelectual.

Como ejercicios intuitivos, estos tres textos son inmejorables; como testimonios de la

complejidad de la obra sorjuanista, son indiscutibles; como propuestas de acercamiento

multifocal a la literatura y a los autores, son ejemplares; como reivindicación y

desprendimiento del miedo a remover lo canónico, aun al ir en contra de las versiones

oficiales, son imprescindibles. El ámbito de los estudios sorjuanistas se ha convertido en un

“cosmos de la metacrítica” y es durante el ejercicio lector, que la naturaleza del quehacer

literario se manifiesta como una poblada red de correlaciones que buscan elucubrar los

enigmas de la condición humana.

2.3. El discurso feminista

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo,

y siente que no esté claro?

Sor Juana Inés de la Cruz, “Redondillas a los hombres necios”, vv. 21-24.

El feminismo, término controvertido en nuestros días, engloba una serie de ideas, actitudes,

y movimientos políticos y sociales centrados en la lucha por la igualdad genérica. Entre las

décadas de los 60 y 70, el feminismo confluyó con otros movimientos (como el de las

minorías sexuales o los afroamericanos) que buscaban hacer valer sus derechos y ser

incluidos en la dinámica social sin que su autonomía fuera ignorada. El feminismo era “el

que contaba con la historia de resistencia más antigua, a la vez más joven y el más

incómodo para el sistema. De hecho, era el estallido de las ganas de vivir de la mayoría de

la humanidad” (Gargallo 36).

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Históricamente se ha rastreado la primera etapa feminista hasta la Ilustración; sin

embargo, hay noticia de mujeres que, con mucha anterioridad y con entusiasmo, buscaron

su emancipación intelectual y desistieron de ser subordinadas del sexo contrario como la

sociedad imponía. Uno de los casos más emblemáticos de este despertar de la conciencia es

el de sor Juana; pues ella “impugnó de manera directa la feminización que el clero hacía de

la ignorancia”. Por ello, tantos críticos insisten en colocarla de manera inequívoca en el

plano del feminismo. Estas lecturas son válidas y muy agudas, indudablemente; aunque “es

dudoso que pueda considerársele individualista, en el sentido moderno” (Franco 52).

En el presente apartado revisaré algunos de los artículos más influyentes de este

sistema de lectura. No tengo un afán totalizador; pues la divulgación de la imagen feminista

del Fénix de México lleva acrecentándose al menos un siglo. Si bien algunos estudios son

sólidos e inteligentes; otros sencillamente son entresacados de la obra sorjuanina con

ánimos enaltecedores y ambiciosos, aunque reduccionistas y poco exitosos. No responderé

a un orden cronológico en este recorrido; he optado por hilarlo temáticamente.

En otro apartado, señalé la importancia de Dorothy Schons dentro del sorjuanismo.

Uno de sus más grandes aportes fue declarar a la monja jéronima la “primera feminista del

Nuevo Mundo” en un breve artículo publicado en 1925. Aunque este texto principia este

sistema de lectura, dada la convicción de su autora; fue otro autor quien utilizó el término

“feminista” para referirse a la monja por primera vez: Amado Nervo en su Juana de Asbaje

(1910). En ese libro, inaugural de los estudios sorjuanistas, el poeta advierte en la Décima

musa todas las características de un espíritu combativo y luchador por la valía femenina:

“defiende los derechos y la dignidad de la mujer, con tal acierto y calor tal que si en

México hay algún día centros feministas, deben declarar a Sor Juana su presidenta” (134).

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El artículo titulado “Anticipaciones feministas en sor Juana” (1993) de Aralia López

González resume la noción de feminismo que siguen los partidarios de este sistema de

lectura:

Si entendemos la categoría de género, o lo femenino, como una construcción

histórica y cultural y no como una naturaleza o esencia innatas cuya fuente es el

sexo biológico, entenderemos entonces el feminismo y también la

insatisfacción y la rebeldía de ciertas mujeres como una crítica a la cultura y

una práctica política contra la opresión. (342)

Ahora que aparece el concepto de las construcciones históricas y sociales; hay que recordar

que Rosario Castellanos opinaba que la femineidad o la idea de la mujer era un mito creado

por y para el hombre:

ya no ven en la mujer a alguien de carne y hueso, con ciertas características

biológicas, fisiológicas y psicológicas; menos aun perciben en ella las

cualidades de una persona que se les semeja en dignidad aunque se diferencia

en conducta, sino que advierten sólo la encarnación de algún principio,

generalmente maléfico, fundamentalmente antagónico. (1984: 9)

Este principio antagónico nos recuerda aquellas lecturas con ahínco de ejemplaridad que

llevaban la figura de la monja de santa a pecaminosa, de ejemplar a subversiva y de heroica

a antiheroica.

En 1984, Tarsicio Herrera hace una propuesta interesante en su ensayo López Velarde

y sor Juana, feministas opuestos. Luego de hurgar en la obra de los dos poetas y descubrir

qué tipos de mujeres describe cada uno; consigue definir varios tipos de mujeres

correlativas. Es decir, aquellas que aparecen en la obra de ambos: las mozas fáciles, las

mujeres afectuosas, las doncellas sagradas y las damas inaccesibles. Tras su análisis,

concluye que la idea de lo femenino para el poeta es hedonista; mientras que para la monja

es heroica, más viva: “Juana Inés lo ve claro desde niña, y a cada paso levanta su protesta,

ya sea airada o humorística, contra el menosprecio que sufre la mujer” (57). La monja era,

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según él, “una luchadora tenaz contra toda forma de opresión: contra una injusticia, contra

un amor indigno, contra el inicuo sojuzgamiento de la mujer” (60).

Hay tres textos de la Décima musa en los que la perspectiva analítica feminista se

posa; el primero es en el que más se ha insistido: las redondillas a los hombres necios. Ha

ocurrido así porque ahí de manera directa la autora reclama, no solo a los hombres sino a

todos los seres humanos, su necedad, su absurdez y su ridícula dinámica en las relaciones

sociales y amorosas: la mujer como depositaria del honor, el otro como responsable de las

acciones propias, el desear siempre aquello a lo que no se puede acceder:

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga,

o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis. (Cruz 2009, “Redondillas (92)”, vv. 53-60)

El segundo texto que dispara las lecturas feministas es Los empeños de una casa, obra

dramática en la que se han encontrado rasgos autobiográficos revelados a través del

personaje de doña Leonor. Con solo realizar una lectura atenta de los diálogos del personaje

se hace evidente que es una mujer con fuertes convicciones y con intención de defender su

honor a toda costa:

¡Pues, vive el Cielo, enemiga,

que si salir no me dejas,

he de matarme y matarte! (Cruz 1995, vv. 107-9)

George Lemus opina que sor Juana sí se desdobla en el personaje de doña Leonor y:

“defiende a la mujer basándose en que ella tiene el derecho de la libre expresión de su

pensamiento y la libertad de elección de su vocación” (22). El tercer texto que llama la

atención de las críticas feministas es La respuesta a sor Filotea; pues ahí se encuentra su

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defensa del derecho “a pensar, a leer, a escribir, a enseñar”: alegato a favor del

pensamiento, “exaltación de la dignidad femenina” (Ferrara Bardile 18-19).

Asimismo se han interpretado desde esta teoría algunos fragmentos de villancicos y

El primero sueño. María Luisa Femenías opina que hay un ejemplo de “feminismo

explícito” (5) en el “Villancico VI de Santa Catarina” (1691); en el cual se observa

nuevamente la defensa de la búsqueda del conocimiento humano:

De una mujer se convencen

todos los sabios de Egipto,

para prueba de que el sexo

no es esencia en lo entendido (Cruz 2001, vv. 9-12)

Femenías también se detiene a pensar en una cuestión fundamental: hablamos del

feminismo de sor Juana desde una perspectiva contemporánea; pero, ¿cuándo nos

detenemos a pensar en el feminismo desde las particularidades del siglo XVII

novohispano? Los valores de ambas sociedades son diferentes, por no decir opuestos; cómo

no iba una mujer pensante a usar la escritura como arma cuando su mundo implicaba tan

pocas opciones de vida (convento-matrimonio):

Si el feminismo, en su expresión moderna, presupone la participación activa de

las mujeres en la esfera pública, la de Sor Juana es, por un lado, una voz única,

diferente de la del resto de las monjas de su época y, por otro, una voz

individual que parte de intra-muros aunque se haga oír en el palacio virreinal y

allende el océano. (11)

En cuanto al Primero sueño, una de las lecturas feministas más interesantes es la de

Georgina Sabat-Rivers, con su artículo titulado “A Feminist Rereading of Sor Juana’s

Dream”. Este aparece en la compilación de textos realizada por Stephanie Merrim y

publicada bajo el título de Feminist Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz (1991). Ahí,

la autora argumenta que en la monja hubo una profunda toma de conciencia y que ella se

rehusó a responder al arquetipo de la femineidad de su época: “Sor Juana […] openly and

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deliberately refused to be involved in the activities usually assigned to her sex when, as a

nun, she insisted on devoting herself fully to the life of the mind” (143). A Sabat-Rivers le

llama la atención el cúmulo de referencias mitológicas femeninas que aparecen a lo largo

de El sueño y la tendencia gramatical volcada también hacia lo femenino.

Para Lucía Fox Lockert, sor Juana es una protofeminista o feminista premoderna; es

decir, una de esas figuras anteriores a la Ilustración, cuya obra o biografía revelan rasgos

contestatarios o defensivos de la condición de la mujer: “Lo que la convierte en la primera

feminista de América es su creencia en que la mujer merece tanto como el hombre en

cuestión de dignidad y educación” (1985: 7).

El tema de la teología feminista es también punto de partida de estos estudios; atraen

algunas circunstancias tales como: que la monja insistiera en construir su propia versión de

la virgen a través de símbolos guadalupanos o su inmersión en un terreno totalmente

“masculino” como el de la teología. Según Linda Egan, la monja incorporó una serie de

principios a su obra provenientes de las teologías pagana, gnóstica y hermética:7 1) los

dioses son multiformes y de naturaleza jeroglífica (van más allá del género); 2) los dioses,

casi siempre, se organizan en trinidades (como el caso de Luna, Hécate y Diana); 3) el

dualismo o androginia refleja el deseo del equilibrio, paz y tolerancia; 4) el intelecto y la

razón son parte indivisible de la inspiración divina (331-32). La autora insiste en que la

7 En El círculo roto, libro que intenta conciliar el pensamiento científico y el poético, Elías Trabulse aborda el

hermetismo de sor Juana, específicamente su aparición en el Primero sueño. No es extraño que se relacione a

la poeta novohispana con las ideas de Hermes Trismegisto; pues el hermetismo es una tradición filosófica-

religiosa de la que se desprende una idea central: “el cosmos lleno de poderes mágicos cuyos secretos se

[manifiestan] a muy pocas personas […] aquellas dispuestas a mirar más allá de las apariencias fenoménicas”

(Trabulse 1984: 85). Digo que no es extraña esta vinculación porque mucho se ha hablado acerca de la

capacidad que la Décima musa tenía para la observación y la receptividad ante los fenómenos que la

circundaban. Esta impetuosa inquietud científica, según Trabulse, la llegó a expresar en el célebre Sueño.

Hacia el siglo XVII se creía que: “el papel del ‘científico’ era el de sintonizar con el mensaje del universo, o

sea del cosmos, cuajado de maravillas por ese gran mago que era Dios, verdadero arquitecto del mundo” (83);

entendemos entonces que la búsqueda del conocimiento que emprendió sor Juana empata perfectamente con

esta interpretación.

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Décima musa “apenas se refiere a la Trinidad masculina ortodoxa. Más bien elige nombres

andróginos que tanto servirían para un Dios femenino como para una deidad masculina”

(327).

Respecto al artículo de Egan, Julia Lewandowska declara juiciosamente que sería una

sobreinterpretación hablar de una reorganización teológica total por parte de sor Juana;

decir que “cambia el orden patriarcal de la Trinidad ortodoxa y lucha contra la hegemonía

de la autoría masculina de la sociedad que reflejaba los valores del Padre, Hijo y Espíritu

Santo” (60) es arriesgado. Sobre todo cuando la mayoría de la obra de la Décima musa

pertenece al orden sacro; quizá el cúmulo de referencias mitológicas puede explicarse por

la tradición literaria de la época, por una búsqueda de símbolos o por una curiosidad

indómita.

Octavio Paz prefiere tomarse con cuidado el feminismo sorjuanista; así en su ensayo

capital Las trampas de la fe (publicado en 1982) declara: “Ya he indicado mis reservas

sobre el uso de este término: en el siglo XVII no existían ni la palabra ni el concepto. Pero

sí es indudable que la conciencia de su condición de mujer es indisoluble de su vida y de su

obra” (567). Con esta explicación, totalmente lógica, se entiende que Paz quería evitar caer

en un anacronismo.

Por otro lado, se han encontrado en la Minerva indiana los rasgos de una elección por

la androginia como modo de renuncia a la propia corporalidad que le impedía acceder al

mundo del conocimiento, es decir, al mundo varonil. Josefina María Cendejas intenta

explicar ese limbo sexual de la siguiente forma: “A la manera de un transexual que se siente

extranjero en su cuerpo, la poeta se percata de la condena que significa haber nacido genio

en un cuerpo de mujer” (28). El ejemplo me parece sugestivo; aunque dudo que sor Juana

se viera a sí misma como un prodigio o como una condenada. No creo que la monja

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renunciara a su corporalidad; sin embargo, supo cómo neutralizar las responsabilidades

sociales (como el matrimonio) que su sexo implicaba a través del enclaustramiento. Estas

responsabilidades o imposiciones la alejaban de su pasión por el estudio.

Antonio Alatorre en su artículo titulado “Sor Juana y los hombres” (1994), hace una

declaración prudente:

Según yo, para saber qué actitud tenía Sor Juana ante los hombres lo único que

hay que hacer es leer de manera normal sus escritos. Lo que ella dice no es

“Las mujeres valemos más que ustedes” sino “Las mujeres valemos lo mismo

que ustedes, y lo dice sin clave, sin cifra, sin truco algunos, en lenguaje diáfano

y cuidadosamente razonado. (348)

Ramón Xirau tiene una opinión parecida a esta y en Genio y figura de sor Juana Inés de la

Cruz (1967) explica que: “El feminismo de sor Juana es, ante todo, afirmación de la

igualdad de capacidades, tanto emocionales como intelectuales […] entre los hombres y las

mujeres” (32). Así vemos que sor Juana no propone un feminismo teórico, sino una

autodefensa o autoafirmación. Según Xirau, qué otra cosa podía hacer frente a una sociedad

que la acosaba y la entendía a medias.

Coincido con ambos, si hay un mensaje en la obra de sor Juana es justamente el de la

simetría entre sexos; su obra rinde culto a la igualdad no a la diferencia o superioridad.

Sobre todo venera la razón y el conocimiento. A sor Juana hay que leerla tanto lógica como

intuitivamente; no se puede evitar el traslado ideológico, a veces involuntario, que se hace

de su pensamiento; sin embargo, tampoco hay que excederse en la interpretación, por más

que los estudios posmodernos impliquen relativismo.

Sería una irresponsabilidad no solo por parte de las mujeres, sino de todos los

estudiosos de la literatura, el desligarse de las aportaciones de sor Juana; las cuales van

mucho más allá de lo poético. Ella allanó el camino y abrió una puerta cuando decidió ser

dueña de sí misma. Pudo o no haber sido una contestataria, una rebelde o una feminista; eso

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que lo decida cada lector. Pero indudablemente fue promotora del derecho al conocimiento

y al ejercicio de la escritura. Fue una buscadora de la razón y la sabiduría y, sobre todo, fue

autocrítica; pues siempre se exigió la práctica del pensamiento: esa es quizá la más grande

lección que nos ha heredado.

2.4. La perspectiva lésbica-queer

Y si es culpable mi intento,

será mi afecto precito;

porque es amarte un delito

de que nunca me arrepiento.

Sor Juana Inés de la Cruz, “Redondilla 91”, vv. 57-60.

En el apartado anterior, concluía que en la obra de la Décima musa hay una defensa de la

igualdad o simetría genérica. Si se toma en cuenta que los roles de género son una

construcción social e histórica en la que ha predominado lo masculino, entendemos

entonces porqué la monja fue y es vista como una transgresora. En su escritura

abiertamente violentaba la distribución genérica de su época y eso la hacía ver diferente,

anómala, desafiante. La perspectiva lésbica-queer se ocupa principalmente de tres aspectos:

la defensa e interpretación de las ambigüedades genéricas en el yo lírico sorjuanino, la

batalla de la monja contra un mundo heteronormativo y la localización del homoerotismo

que permea su obra.

En el presente apartado me detendré en algunos textos literarios que recogen estas

temáticas desde distintos planos: el erótico, el satírico y el modélico, con la intención de

rastrear los orígenes del imaginario lésbico sorjuanino. Asimismo revisaré algunos de los

textos más propositivos de la lectura queer centrada en la obra de la monja jerónima. En

definitiva, sor Juana poseía una mirada interesante del mundo; era criolla, era bastarda, era

monja, era mujer. Tal descripción seguramente valdría para un buen porcentaje de la

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población novohispana del siglo XVII; sin embargo, hasta ella no había quedado una

manifestación escrita de dicha visión del mundo. Estas circunstancias particulares llaman la

atención de la teoría queer; pues “intenta dar voz a estas identidades que han sido acalladas

por el androcentrismo, la homofobia, el racismo y el clasismo de la ciencia” (Fonseca

Hernández y Quintero Soto 44).

Sor Juana es un icono cultural de transgresión debido a que se ha hecho una relectura

contemporánea de su vida y se han encontrado características que “eran, en su momento,

implícitamente o explícitamente, contrarias a los ideales sociales y culturales y a las

costumbres sexuales” (227). La monja funciona como un icono porque “la comunidad

queer encuentra en determinadas producciones culturales un espacio para el desarrollo de

su identidad” (López Penedo 224).

Como hemos visto en los sistemas de lectura nacionalista, psicoanalítico y feminista,

la apropiación de modelos y héroes o la conformación de imaginarios para una nación o

colectivo es un fenómeno común. También es habitual que esos modelos se desvirtúen o

transformen en algo distinto, incluso opuesto, de lo que fueron en su origen o se alejen

completamente de las características que otros lectores (o públicos) les otorgaron. Por ello

hay que considerar las paradojas que este fenómeno conlleva:

en primer lugar, que una audiencia [específica] podría percibir en un trabajo

dado o en la figura de una forma algo completamente diferente de las

percepciones de una audiencia más amplia o incluso del artista mismo. En

segundo lugar, que lo que destruye o reconvierte el primer ideal se convierte en

un nuevo ideal. (López Penedo 227)

La construcción imaginaria de sor Juana como personaje queer se ha reflejado en la

literatura: en unas ocasiones como modo de satirizar tanto a la crítica literaria como a la

historia oficial, en otras para intentar desvelar sus conflictos, sentimientos, decisiones y

miedos, para recrear su batalla contra un mundo hostil y patriarcal; o para erotizarla, con un

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afán de reproducir su escritura en un microuniverso que no penalice los deseos, sino que los

utilice como motor artístico.

En el 2001 Electa Arenal y Yolanda Martínez-San Miguel abordaron este tema en su

artículo titulado “Conquistas y seducciones en la Nueva España: una lectura queer de La

Malinche y Sor Juana”. Para las autoras, las dos mujeres referidas en el título pueden

interpretarse desde la teoría queer en tanto que desautomatizan el orden genérico y social

de sus respectivas épocas; dan un vuelco a la idea de lo que debía ser la mujer. En el caso

de sor Juana, Arenal y Martínez-San Miguel se detienen a leer tres romances (18, 48 y 49)

y encuentran tres estrategias discursivas en las que recae su interpretación lésbica-queer: En

primer lugar, “la tematización de un deseo o atracción de la voz lírica femenina hacia una

mujer como motivo que moviliza el texto”; en segundo lugar, “la construcción de una voz

lírica que ostenta una identidad ‘rara’, monstruosa y paradójica [que encara] el discurso

patriarcal hegemónico”; y finalmente, “el establecimiento de un vínculo entre el deseo de

saber, la condición colonial y la alteridad sexual como motivos desestabilizadores del

discurso patriarcal de la época” (134-35). El mérito de este artículo es el de mostrar un

acercamiento crítico al virreinato no solo desde la sexualidad, sino desde la, casi siempre

invisible, sexualidad femenina.

Hay que tomar en cuenta que los estudios queer buscan ir más allá de las

construcciones sexuales y sociales que parten de la idea de género, en realidad se centran en

“la distinción entre sexo/género y sexualidad” (Selden, et al. 306); por ello generan tensión

con la heterosexualidad, pero también con lo gay y lo lésbico: “Los estudios queer

‘fastidian’ a las ortodoxias y promueven [ciertas] incertidumbres, moviéndose más allá de

la sexualidad lesbiana y gay para incluir una nueva gama de sexualidades que alteran esta

categorización prefijada” (Selden, et al. 307). Algunas de estas problematizaciones en torno

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a la sexualidad serían la androginia y el travestismo; este último se ha localizado en la obra

de sor Juana en tres niveles. El primero es el simbólico o lírico y está relacionado con la

ambigüedad genérica encontrada en la poética amatoria de sor Juana, la cual sigue los

preceptos del amor cortés. Esta ambigüedad ha sido vista como un “proceso de

androginización […] en el tratamiento del amor entre mujeres […] develado a través de los

silencios y no silencios” (Torres 66). Al referir este fenómeno es Mabel Moraña quien lo

llama “travestismo simbólico”; a través del cual: “Sor Juana utiliza la cuestión del cambio

genérico tanto como estrategia de resistencia a las limitaciones de la cultura novohispana

[…] como para ilustrar acerca de los efectos desnaturalizadores del patriarcalismo

monárquico” (169).

Emilie L. Bergmann apunta, de manera sensata, que las imágenes vertidas en la

poesía de la monja han confundido al lector entre el cuerpo literario y el cuerpo físico

femenino; pues delinean una “anatomía” de las convenciones representativas de la mujer en

la poesía petrarquista de la época. Sor Juana se enfrenta entonces a estas convenciones que

objetivaban a la mujer e implicaban el apoderamiento a través de la mirada masculina. En

este sentido puede leerse bien desde la teoría queer; pues deja de lado el binomio

hombre/mujer y brinda una alternativa al discurso patriarcal predominante. Así que no

sorprende que: “La búsqueda de sor Juana [haya] sido en algunos casos la búsqueda de la

identidad sexual” (179). Por otro lado, señala también Bergmann, habría que pensar en que

los poemas a Lysi reflejan un vínculo entre amor y poder; pues aunque las dos mujeres se

apreciaran inmensamente, María Luisa, marquesa de la Laguna, era parte de una jerarquía

política y sor Juana una protegida de su cargo.

El segundo tipo de travestismo es el dramático (o ficticio) y se localiza en Los

empeños de una casa, específicamente en el personaje llamado Castaño, quien se viste en

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escena como una dama. Esta representación transgrede la imagen: “en la cual era siempre la

mujer la que intentaba apropiarse, dentro de la lógica de la ficción, de las posiciones y

recursos masculinos” (Moraña 171). Anke Birkenmaier opina que a través de Castaño: “Sor

Juana crea un espacio femenino que sirve de escape al esencialismo de ambos sexos”;

además “representa su propio arte de engañar a las autoridades” (2002). La autora también

considera el travestismo del obispo de Puebla; quien al escribir bajo el seudónimo de sor

Filotea contrataca las técnicas literarias de la monja para hablarle como otra mujer, es decir

como otra subordinada.

El tercer tipo es el autobiográfico o discursivo y se presenta en La respuesta a sor

Filotea cuando sor Juana declara que estaba dispuesta a neutralizar el rol genérico

femenino al que socialmente debía responder para acceder a la educación:

empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que,

mudándome el traje, me enviase a Méjico, en casa de unos deudos que tenía,

para estudiar y cursar la Universidad; ella no lo quiso hacer, e hizo muy bien,

pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo.

(240)

En el filme Yo, la peor de todas (1990), dirigido por María Luisa Bemberg e inspirado en

Las trampas de la fe (1982), se recrean los momentos más célebres de la vida de la monja.

En esta película también se ahonda en las exploraciones transgresivas “de las fronteras

genéricas y convenciones sociales” (Moraña 136) de sor Juana. Esto es notorio cuando el

personaje señala: “Como no pude vestirme de hombre, me vestí de monja”; la búsqueda del

conocimiento implicaba también el uso de máscaras.

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Para rastrear el origen del imaginario lésbico literario8 de sor Juana hay que recurrir

primeramente al humor de Salvador Novo, ya que en Sátira (1955), recurre al doble sentido

lingüístico o albur y a su mordacidad en un poema titulado: “En que felicita, y aconseja, al

doctor Ermilo, pluma ingeniosa, con ocasión del nuevo estampamiento de sus elegantes,

sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos”, dedicado a Ermilo Abreu Gómez, afanoso

estudioso de la monja. Dicho poema reproduce algunos patrones estilísticos de la monja;

como llamar Fabio a Ermilo o utilizar la forma métrica de la redondilla. Además el título

extenso se mofa de la convención en las publicaciones del siglo XVII. En este texto Novo

hace hablar a sor Juana en primera persona de una forma sarcástica y burlona; además le da

algunas “recomendaciones” a Abreu para editar sus obras:

¿Cómo, Fabio, se acompasa

que un reprobado en idiomas

les ponga puntos y comas

sin empeños de una casa?

Ya termino, por mi mal.

Veremos a ver si puedes;

la Condesa de Paredes

quiere echar un nixtamal. (55)

En 1973, Rosario Castellanos publica El eterno femenino, obra dotada del espíritu irónico

de su autora y de una crítica dura a la superficialidad del mundo femenino. La autora juega

con el tema de la ambigüedad genérica cuando en un sueño sor Juana cuenta una de las

versiones de su vida: Alguna vez, vestida como un joven, habló con Celia, quien confusa la

detestaba como chica y la adoraba como chico, cuando Inés revela su verdadera identidad:

“Se contemplan un momento las dos, paralizadas por imanes contrarios: el que las atrae —

lo que debe ser sugerido muy delicadamente— y el que las separa (107). La sátira de las

8 Este imaginario también está presente en el cine. La relación entre sor Juana y la virreina que muestra la

película Yo la peor de todas es sumamente cercana, de una naturaleza profunda, íntima. Luego de quitarle el

velo, la virreina dice: “Esta Juana es mía, solamente mía” y la besa en la boca.

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versiones históricas oficiales es un tema central en la obra; también escuchamos a otros

personajes femeninos como Carlota o Josefa Ortiz de Domínguez.

La obra dramática titulada Este amoroso tormento (1997), de Ángela Galindo, recrea

distintos periodos de la vida de la monja y evoca un momento de gran lirismo hacia 1680

en que sor Juana y María Luisa declaman juntas una glosa de Jorge Manrique (“Sin Dios y

sin vos y mí”); a través de la cual se vinculan amorosamente: “Se abrazan entre risas, sus

rostros están muy cerca, ríen sin parar. María Luisa toma entres sus manos el rostro de

Juana Inés, la besa en la boca suavemente. Continúan riendo y besándose felices” (38).

El erotismo entre la Minerva Indiana y la virreina es una temática atrayente para

creadores literarios. Un ejemplo es El beso de la virreina (2008) de José Luis Gómez,

novela que recrea a una sor Juana soñadora, introvertida y atormentada por los castigos que

su padrastro le infligió durante su niñez. Si bien el título de esta obra da una idea

equivocada del contenido (pues el trasunto lésbico anunciado se reduce a unas páginas y no

involucra a la condesa de Paredes), esta temática sí aparece hacia el final de la novela como

clímax narrativo. Marta, ex dama de la corte y gran amiga de sor Juana, la despide en su

lecho de muerte con un ritual amatorio que sanará su cuerpo flagelado y liberará su alma:

Perdón de carne, absolución luminosa.

Asunción orgánica.

La sensación se apodera de su espalda, de sus caderas, de su vientre. Un

remolino de energía llega hasta el pubis. La boca de Marta continúa besándola.

(377-78)

Otro ejemplo es el libro Arrebatos carnales (2009) de Francisco Martín Moreno; en el cual

el autor intenta desvelar las pasiones de algunos personajes de la historia mexicana como

Porfirio Díaz, José Vasconcelos o Francisco Villa. El capítulo dedicado a la Décima musa

se titula “El tintero y la hoguera”; en este María Luisa Manrique, condesa de Paredes, habla

en primera persona con la intención de dejar constancia de sus relaciones con la Décima

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musa a quien llama “Shakespeare mexicana”. En palabras de Moreno es: “inadmisible

estudiar las biografías de los grandes personajes de nuestra historia con un criterio

moralista o religioso que excluya sus inclinaciones sentimentales o ignore los arrebatos

carnales en que pudieron haber caído, víctimas de un obnubilación permanente o pasajera”

(10). Una vez que María Luisa ha avisado a sor Juana que su misión virreinal en Nueva

España ha terminado y debe volver al Viejo Mundo la relación entre ambas mujeres llega a

su cumbre en una impetuosa despedida:

Sor Juana apretó su boca contra la mía. Dejó de gimotear. No lloraba. Sus

manos ahora cubrían mi cara como quien sostiene un cáliz sagrado o detiene

entre las palmas la figura de una virgen recién retirada de un altar […] Se abría

una gigantesca compuerta de afectos retenidos.

Uno de los poemas en que se ha leído una clara muestra de aprecio romántico entre sor

Juana y la virreina es el romance 19. Su título, fijado por algún editor de la época, se ocupa

de aclarar que ahí hay: “Puro amor, que, ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo

que el más profano” (Cruz 2009: 76). En este poema sor Juana dice que las almas ignoran

sexo y distancia, principal argumento para descalificar el amor romántico entre las dos

mujeres:

Ser mujer, ni estar ausente

no es de amarte impedimento;

pues sabes tú, que las almas

distancia ignoran y sexo. (Cruz 2009: vv. 109-112)

No es extraño para nada este rechazo a la interpretación homoerótica pues “el

comportamiento lésbico constituye una posición que atenta contra la estructura social,

violentando los mitos que regulan y hacen efectivo el orden prescrito; los mitos de la

maternidad, de la pasividad erótica femenina y del amor romántico” (Genovese 39). Sin

embargo, llama la atención la precaución lectora de aquel editor de la época al colocar ese

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título y el hecho de que el romance 19 también se refiere a la hermosura en un plano

terrenal:

¿Puedo yo dejar de amarte

si tan divina te advierto? (vv. 169-170)

Estas contrariedades interpretativas llevan a Eliana Rivero a dialogar con este texto sin

“pruritos ortodoxos” y a preguntarse por qué la monja insiste en explicar que su delicada

pasión es independiente a su sexo si es tan solo una favorecida de la virreina: “Parecería

decir la voz lírica: ‘te amo aunque eres mujer como yo, y aunque no me sea dado vivir

contigo a diario’” (200). Se asoma aquí el tema de la ambigüedad genérica; que es en la voz

lírica una estrategia para velar el discurso y a su destinatario, para sutilizar las temáticas o

explorar las tradiciones poéticas de la época. En palabras de Rivero: esta ambigüedad es “el

mérito de su arte y el último gran triunfo de su genio” (2004).

Las aproximaciones de algunas estudiosas chicanas son especialmente importantes en

la perspectiva lésbica-queer. Según Catrióna Rueda Esquibel, sor Juana “can be recuperated

for contemporary Chicanas as a Mexican, an intellectual, a feminist, a poet, a lesbian or an

agent for the subaltern classes” (69). Algunas autoras abiertamente han discutido con textos

como Las trampas de la fe (1982) de Paz; el cual se ha convertido en la gran autoridad y

por tanto en hegemónico. Un ejemplo de esto es lo que señala Alicia Gaspar de Alba en la

“Posdata” a su novela El segundo sueño: “no coincido demasiado con su análisis de la

poesía de sor Juana, en especial la poesía amorosa compuesta para las virreinas, pero la

obra de Paz me retó a sumergirme de un modo más profundo en las estructuras barrocas de

su verso” (554).

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Para Paz el lesbianismo de sor Juana no era concebible;9 por ello argumenta que la

monja seguía una tradición neoplatónica renacentista10 al escribirle poemas laudatorios a la

virreina. Sin embargo, desde la perspectiva de Gaspar de Alba es más que evidente que sor

Juana muestra en su poesía no solo sus deseos homosexuales hacia la condesa de Paredes,

sino un profundo y tormentoso amor. Por lo tanto cierra su novela con el poema erótico

“Letanía en subjuntivo”; en el que reproduce la intensidad poética de la Décima musa y

otorga al lector su visión de cómo hubiera escrito sor Juana de no haber tenido que velar

siempre su discurso:

Si pudiera restregarme

a lo largo de tu pantorrilla,

sentir tu rodilla

romper las aguas de mi vergüenza (vv. 1-4)

si pudiera olvidar

al diablo y al sacerdote

que vigilan mis ojos

con horca y hueste (vv. 12-15)

Esta autora escarba en la historia mexicana no solo para reconstruir a un remoto ancestro de

la cultura chicana, es decir la criolla; sino que identifica los textos de la monja como el

distante manifiesto de una lesbiana feminista: “Through the novel Gaspar de Alba deploys

an innovative mythohistorical intervention to present a queer ancestress to modern-day

Chicana lesbian feminists” (Bebout 185).

No puede evitarse vincular a sor Juana con otras pensadoras como Gloria Anzaldúa;

pues esta última rechaza un modelo de identidad lesbiana femenina uniforme y crea el

concepto de la nueva mestiza que intenta “abarcar las conexiones entre mujeres de

9 Y así lo consigna: “es imposible decir algo que no sea una suposición: carecemos de datos y documentos. Lo

único que se puede afirmar es que su relación, aunque apasionada, fue casta” (2001: 265). 10 “Sin el estricto dualismo platónico sus sentimientos y los de María Luisa se habrían convertido en

aberraciones” (2001: 263).

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diferentes culturas y etnias” (Selden, et al. 303). Anzaldúa nombra a “las tres mediadoras”

o madres de la cultura chicana (30): en primer lugar, la virgen de Guadalupe, la madre

virtuosa y espiritual, que no abandona y que a la vez que ha sido institucionalizada para

oprimir y moralizar; en segundo lugar, la chingada (Malinche), madre carnal, símbolo de

traición y a la vez de voluntad; y en tercer lugar, la Llorona, símbolo de la pérdida. Si

seguimos la reflexión de esta influyente autora chicana, sor Juana sería una cuarta madre; la

madre intelectual, transgresora y autónoma: “Sor Juana a catholic nun who bore no

children, cannot literally be our ancestor, but figuratively we have been inclined to trace our

literary heritage to this first feminist of the Americas as we pick up our pens” (Rueda

Esquibel 66).

Nina M. Scott considera que más allá de si hubo o no relaciones eróticas entre sor

Juana y la virreina, hay que tomar en cuenta que el hecho de que una mujer haya publicado

la obra de otra mujer no tiene precedentes: “Dado el clima alrededor de sor Juana en los

últimos años de su vida, con los desastres naturales, la persecución por el Arzobispo, su

propio quebranto o conversión […] me parece enteramente posible la destrucción o

supresión” de gran parte de su obra (168).

Concuerdo con ella; María Luisa Manrique, condesa de Paredes, consiguió que los

textos iniciáticos de la escritura femenina novohispana atravesaran el Atlántico; que en

España se creara una conciencia de la producción literaria de Indias y que los textos

llegaran a nosotros. Eso habla del amor que la virreina tenía no solo hacia sor Juana sino

hacia la escritura; pues era una mujer inteligente e interesada por las letras. Si había una

relación lésbica o no poco importa; pues una vez que esa interpretación se ha filtrado en el

imaginario es imposible suprimirla. Además sirve al estudioso o al lector moderno como

testimonio del amplio espectro de la sexualidad humana y de la diversidad de formas de

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amar. Creo que lo queer en la monja existe en relación con que haya forjado su identidad al

defender sus cualidades de igual intelectualismo frente a quienes la consideraban

divergente e inferior.

En los sistemas de lectura que se han visto en este recorrido reina la multiplicidad de

opiniones. No importa si se parte de un interés ideológico, histórico o literario; las

dimensiones de sor Juana como personaje permiten la creación de distintas versiones. Las

cuestiones sorjuanistas son ya identificables: la transgresión, la introspección, la

religiosidad, la sexualidad; sor Juana es una construcción mítica y de eso no hay duda.

Estas interpretaciones no son gratuitas; parten de una inquietud social y generan una gran

red intertextual que ha sido explorada desde diversos sistemas de lectura. Resta ahora

acercarse a los sistemas de interpretación para comprender las estrategias literarias de las

que se han valido diversos autores para realizar un revisionismo histórico, unir pasado y

presente o proponer versiones alternativas de la biografía de la Minerva indiana.

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3. SISTEMAS DE INTERPRETACIÓN SORJUANISTAS I: LA NOVELA HISTÓRICA

la memoria es el punto de partida de la fantasía, el

trampolín que dispara la imaginación en su vuelo

impredecible hacia la ficción.

Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras (24).

Luego de ahondar en los sistemas de lectura sorjuanistas y examinar cómo la crítica ha

respondido en distintas épocas a la obra de la monja jerónima; conviene ahora analizar los

sistemas de interpretación. Mismos que, desde las licencias que la ficción concede, emulan

la vida en la época virreinal; explican los porqués de las acciones de sor Juana; y recrean su

desenvolvimiento en la sociedad novohispana. Por ello el presente capítulo se dividirá en

tres apartados. En el primero abordaré las definiciones y comentarios más destacados en

torno al subgénero de la novela histórica y analizaré la evolución de los acercamientos

teóricos hacia el concepto de la nueva novela histórica. En el siguiente realizaré un

recorrido cronológico por la narrativa sorjuanina con la intención de enlazar las obras

literarias con los presupuestos planteados en el primer apartado; asimismo destacaré los

elementos compositivos y estilísticos más importantes de cada texto. En la tercera sección

me acercaré con detenimiento a un par de novelas: Yo, la peor (2009) y Los indecibles

pecados de sor Juana (2010); ya que son estas las de más reciente composición.

3.1. Planteamientos teóricos sobre la novela histórica

Cada vez que un estudioso ofrece su definición de “novela histórica” debe antes aclarar la

dificultad de la empresa; tanto por la compleja relación entre historia y literatura como por

lo que se ha considerado la “ambigüedad” del subgénero. La crítica se ha preguntado ¿qué

tan lejano debe estar el acontecimiento recreado para poder hablar de novela histórica?

¿Cómo puede el literato equilibrar la ficción y el dato duro? También la distinción entre el

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tipo de novela que nos ocupa y el episodio nacional preocupa a los críticos y nubla sus

intentos de definirla enteramente. Aunque sí puede ofrecerse una definición básica más allá

de estos debates: “La novela histórica es un subgénero narrativo (obra de ficción, por tanto)

en cuya construcción se incluyen determinados elementos y/o personajes históricos” (Mata

19). Las variables estructurales y estilísticas son tan amplias que solo se pueden estudiar

desde la particularidad.

Para Georg Lukács, la Revolución Francesa fue un catalizador del sentimiento

nacional que: “llegó a ser una vivencia y posesión del campesinado, de los estratos

inferiores de la pequeña burguesía” (22) y que se extendió por toda Europa. Durante esa

época (finales del siglo XVIII) sucedió también un desvanecimiento entre el pueblo y el

ejército. Estas circunstancias llevaron a que la Historia se convirtiera en una “experiencia

de masas” y permitieron el florecimiento de la novela histórica; misma que, según el

crítico, surgió a principios del siglo XIX, hacia la época de la caída de Napoleón. Walter

Scott sería el autor inaugural con su obra Waverley (1814). La novela histórica clásica

estaría permeada de dos corrientes literarias que confluyeron en ese siglo: romanticismo y

realismo. No es que durante las dos centurias anteriores no existieran novelas que evocaran

el pasado y situaran la acción en lejanas épocas históricas; simplemente que en estas se

evidenciaba siempre sobrepuesta la época del propio autor. Es decir que eran “históricas

sólo por su temática puramente externa, por su apariencia. No sólo la psicología de los

personajes, sino también las costumbres descritas responden por completo a la época del

novelista” (15).

Desde la perspectiva de Lukács, el subgénero que nos ocupa debe poseer equilibrio

entre la concepción del espacio y la de los personajes; ninguna debe hacer invisible a la

otra, sino que deben ser consecuencia, correlativas. Esto supone también la concordancia

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entre la conducta del personaje y el contexto en que se desenvuelve. Como es evidente, esta

noción apela a que la novela en su tejido particular refleje algo más que un momento; que

represente más bien la “totalidad del proceso del desarrollo social” (165).

El filósofo describe la tarea de esta clase de novela de la siguiente manera; debe

representar de tal modo lo significativo del “individuo histórico” que no se

relegue a un segundo o tercer plano el cúmulo de los momentos capilares y

complejos de la evolución social de la época, sino que, por el contrario, los

rasgos sobresalientes del “individuo histórico” surjan orgánicamente de esta

evolución y expliquen a la vez esta misma evolución. (151-52)

Cuando se habla de la novela histórica surgen algunas dudas relacionadas con la definición

y la articulación de esta clase de obras. Hay quien encuentra, por ejemplo, un oxímoron en

la propia denominación del subgénero, un proyecto conflictivo debido al debate sostenido

durante largo tiempo acerca de las barreras entre literatura e historia. Por un lado la historia

sería portadora de la verdad, de datos exactos; mientras que la literatura se encargaría de lo

inventado, de lo imaginario. Esta idea está lejos de la verdad pues ambas disciplinas están

en contacto, aunque de manera compleja. La novela histórica viene a ser una fusión entre

ambas: “un acuerdo […] entre ‘verdad’, que estaría del lado de la historia, y ‘mentira’, que

estaría del lado de la ficción. Y es siempre violado porque es impensable un acuerdo

perfecto entre esos dos órdenes que encarnan, a su turno, dimensiones propias de la lengua”

(Jitrik 11).

Podemos decir que este debate es absurdo porque ya Hayden White, en un interesante

estudio metahistórico, ha definido a las narrativas históricas como: “ficciones verbales

cuyos contenidos son tanto inventados como encontrados y cuyas formas tienen más en

común con sus homólogas en la literatura que con las de las ciencias” (109). Los escritos de

naturaleza histórica tienen entonces atributos de literariedad en tanto que una conciencia

debe estructurarlos para llenarlos de sentido. Tanto estas narrativas como la novela

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histórica toman ciertos sucesos del pasado de los que se tiene una noción en cuanto a

espacio y tiempo y los incorporan a:

un relato mediante la supresión y subordinación de algunos de ellos y el énfasis

en otros, la caracterización, la repetición de motivos, la variación del tono y el

punto de vista, las estrategias descriptivas alternativas y similares; en suma,

mediante todas las técnicas que normalmente esperaríamos encontrar en el

tramado de una novela o una obra. (White 113)

Esto no es más que la maquinaria del narrador y al mismo tiempo la manifestación

involuntaria de la ideología del autor, ya sea literato o historiador; pues desde su propia

época confronta el pasado y lo interpreta. El acto interpretativo implica también conceder al

relato un tono: trágico, cómico, satírico u otro otorgándole una particular visión; esto

explica que haya una gran cantidad de versiones de los mismos acontecimientos

históricos.11

Kurt Spang también se pronuncia en cuanto a la “encrucijada entre historia y

literatura” en un texto en el que intenta aportar algunos comentarios sobre el drama

histórico; ahí señala que lo que compete al “autor literario [novelista o dramaturgo] no

consiste en introducir ‘mentiras’ entre los datos históricos comprobados, sino en

transformar y ‘rellenar’ los acontecimientos históricos de tal forma que destaque la

ejemplaridad y, por así decir, la ‘supraindividualidad’ del hecho singular” (1998: 14).

Una vez entendido el hibridismo del subgénero hay que hablar de la construcción de

esta clase de novelas; pues además de los procesos de reacomodo que menciona White, el

novelista histórico debe realizar una modalización en términos de espacio, tiempo y

personajes por medio de estrategias literarias. Filtra para el lector los datos históricos de los

11 Respecto a la elaboración de narrativas históricas, rescato un interesante comentario de Pilar Calveiro,

quien analiza el ejercicio colectivo de la memoria y su papel en la configuración de la historia: “la memoria

no [se] arma como un rompecabezas, en donde cada pieza entra en un único lugar, para construir siempre la

misma imagen; sino que opera a la manera de un lego, dando la posibilidad de colocar las mismas piezas en

distintas posiciones, para armar con ellas no una misma figura sino representaciones diferentes cada vez”

(378).

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que dispone por medio de elementos internos del texto como la focalización de un narrador,

la descripción o un desplazamiento temporal y elementos externos como los paratextos:

títulos, subtítulos o distribución capitular. Todos estos elementos son fundamentales para

tomar la atención lectora y, de paso, lograr la aprehensión de una época histórica lejana.

Según Celia Fernández Prieto:

el narrador tiene que justificar su saber acerca de unos sucesos que han tenido

lugar en el pasado. De ahí el que las novelas históricas aparezcan a menudo

como narraciones fenoménicas, es decir, narraciones que resultan de un proceso

de producción cuyas circunstancias se comentan con mayor o menor detalle.

(194)

Una de las estrategias de justificación que la autora señala es la del autor-transcriptor, o

dicho en otros términos: el pluriestilismo; el cual es común en este subgénero para dotar de

verosimilitud a la narración a través de la integración de “cartas, crónicas, confesiones,

diarios, declaraciones […] manuscritos” o recados (194).

La clasificación es siempre consecuencia de la teorización. Kurt Spang propone en su

artículo titulado “Apuntes para una definición de la novela histórica” que se puede dividir

en dos tipos a esta clase de obras: ilusionistas y anti-ilusionistas. El primer tipo tiene el afán

de crear una atmósfera muy apegada a la realidad de la época; quiere “crear la ilusión de

autenticidad y veracidad de lo narrado” (1995: 85). El enfoque ilusionista viene “desde

arriba”; el autor domina los hechos y los altos estamentos dominan la historia. Esta clase de

novela tiene un final cerrado y definitivo y está movida por el hombre; así que sus

emociones, su individualidad se enfatizan. A este tipo correspondería la novela de Walter

Scott. La segunda clase, más relacionada con la novela contemporánea, se convierte en un

rompecabezas gracias a desfases temporales o estructuras no lineales. La trama es

“compleja, fragmentaria y discontinua” (1995: 92) y los conflictos inacabados. El enfoque

anti-ilusionista es el de autor/narrador, es decir “desde abajo”; obtenido por un narrador que

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dé la impresión de evocar la cotidianidad. Lo más interesante de este tipo de novela es que

su objetivo es “alienar al lector” (1995: 93); sacudir su conciencia histórica quizá con la

idea de que cuestione su propio estar en el mundo en un tiempo y espacio determinados.

Con base en la clasificación de Spang, Antonio Cascón Dorado propone otra a

sabiendas de que todo acercamiento clasificatorio es discutible (236-37):

Novela histórica marco

- De intriga

- Costumbrista

- De sociedad

- Amorosa

Novela histórica temática

- Biográfica

- Autobiográfica

- Monográfica: episódica - analítica

Indudablemente los seres humanos tienen una necesidad de historias, de registro de hechos

y de ficcionalidad; elementos que, en algún momento, se convertirán en el cimiento mítico

de una sociedad o nación. Para Noé Jitrick hay un par de pulsiones o tendencias a través de

las cuales se mueve un imaginario social y que permiten que se origine y se concrete la

novela histórica: “La primera canaliza un deseo de reconocerse en un proceso cuya

racionalidad no es clara; la segunda persigue una definición de identidad que, a causa de

ciertos acontecimientos políticos, estaba fuertemente cuestionada” (17). La primera tiene

que ver con los momentos en que algunos individuos cuestionan su relación con la

sociedad; la segunda, concierne a la búsqueda de identidad.

Actualmente la discusión del subgénero literario-histórico se ha volcado en la

distinción entre novela histórica y nueva novela histórica. Juan José Barrientos considera

que la oposición entre novela histórica clásica (o tradicional) y la nueva coincide con otra

oposición polémica que es la de modernidad y posmodernidad. Mientras que la primera

“tiene relación con la idea de progreso y el optimismo inspirado por el desarrollo científico

y tecnológico”; la segunda es la consecuencia o la crisis de la propia modernidad. La

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modernidad es explosión; la posmodernidad implosión (18). Para este autor la novela

histórica hispanoamericana se construye por medio de elementos que arrebatan la

sublimidad a los héroes: recrearlos en su intimidad, en sus emociones, sus deseos e

imperfecciones. Hay un interés por aprovechar “esos rumores que la historia oficial había

descartado” (17). Así también la irreverencia, el anacronismo y la caricaturización se

convierten en herramientas para dialogar con la historia.

Desde la perspectiva de Seymour Menton, hay seis rasgos que distinguen a la nueva

novela histórica de la clásica; mismos que han sido cultivados en la literatura

latinoamericana por autores como Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y

Augusto Roa Bastos. Estos son: 1) “La subordinación […] de la reproducción mimética de

cierto periodo histórico a la presentación de algunas ideas filosóficas” (42). En este rasgo

también se destacan algunas ideas como la imposibilidad de conocer la verdad histórica, el

carácter cíclico de la historia y su imprevisibilidad. 2) La distorsión histórica a través de

recursos como la omisión, la exageración y el anacronismo. 3) A diferencia de la fórmula

de Walter Scott, en cuyas obras los protagonistas eran ficticios, los personajes históricos

son objeto de una ficcionalización. 4) Metaficción o intromisión del narrador que habla de

la época o el proceso de creación. 5) La intertextualidad y 6) “Los conceptos bajtinianos de

lo dialógico, lo carnavalesco, la parodia y la heteroglosia” (44).

Hay quien considera rebatible esta enumeración; un ejemplo es Lukasz Grützmacher;

quien opina que el análisis de Menton es superficial y confuso y que es infundada la

división entre novelas “nuevas” y “tradicionales”. Le parece más oportuno hablar de una

corriente que persigue llevar a la ficción la “historia postoficial”:

El fundamento de la historia postoficial es la presuposición de que todo

discurso sobre el pasado es ideologizado, dominado por la retórica y

subordinado a las convenciones. Así que no es nada raro que el discurso

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postoficial se sirva de unos procedimientos retóricos […] para promover su

propia ideología. (164)

Algunos autores han optado por reconstruir la historia; otros han preferido deconstruirla.

Creo que la novela histórica, incluso la literatura en su conjunto, es como señala Noé Jitrik:

siempre la respuesta ante una crisis, ya sea de naturaleza existencial, política, económica,

individual o colectiva; representa un encaramiento a las inquietudes sociales que escudriña

en el pretérito para comprender la angustiante actualidad. Así lo indica este autor: “la

novela histórica intenta, mediante respuestas que busca en el pasado, esclarecer el enigma

del presente” (19).

3.2. Recorrido por la narrativa sorjuanina

La palabra seducción, que tiene resonancias a un

tiempo intelectuales y sensuales, da una idea muy

clara del género de atracción que despierta la

figura de sor Juana Inés de la Cruz.

Octavio Paz, Las trampas de la fe (18).

Tal como versa esta famosa cita de Paz, la palabra seducción es una buena síntesis de lo

que la monja novohispana ha significado en la historia y la literatura. De tal manera la

curiosidad arroba a los estudiosos sorjuanistas que la crítica literaria resulta insuficiente;

por ello las aproximaciones ficticias se han vuelto un recurso útil para el estudio de la vida

y la obra de la Décima musa. Estas obras ofrecen distintas posturas: hay quien asegura

haber “encontrado el verdadero motivo por el cual la joven Asbaje se enclaustró en el

monasterio de San Jerónimo” (Reyes);12 o quien solo intenta “rendir tributo a su memoria

en virtud de la admiración” que despierta (Casillas Gómez 48); también hay quien busca

“enzarzar un debate” con los textos más influyentes (Gaspar de Alba 554); asimismo es

posible encontrar obras cuyo objetivo es mostrar a los personajes históricos de una manera

12 Comentario del autor en la contraportada de Los enigmas de sor Juana.

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distinta a la enciclopédica (Moreno 9). De cualquier forma, estas novelas son un interesante

ejercicio imaginario, un despliegue de la inventiva guiado por múltiples factores; aunque el

motor de todas sea el de escudriñar en la historia.

El interés de este apartado es mostrar cronológicamente algunas obras de esta

narrativa para ligarlas con la teorización en torno a la novela histórica. Otra intención es la

de exponer su particularidad dentro del catálogo de obras sobre la vida de la Minerva

Indiana. Partiré del presupuesto de que todas son históricas con base en la definición más

elemental del subgénero; es decir, son obras de ficción que en su entramado incluyen

elementos y/o personajes históricos y que intentan recrear un contexto específico para

aportar información sobre un personaje o momento determinados.

Las novelas sorjuaninas atrapan al lector desde distintas perspectivas; proponiéndole

a una sor Juana santa, a una mujer atormentada o a una aguerrida. El lapso entre las novelas

aquí apuntadas es de casi noventa años y por ello es posible notar el cambio en el “código

de lo decible”; es decir, la evolución entre lo que puede decirse y lo que no. Esto es

evidente, sobre todo, en temas con una fuerte carga moral, como el origen ilegítimo de sor

Juana o su vida sexual. Paz hablaba de este conjunto de normas en Las trampas: “con

frecuencia el autor comparte el sistema de prohibiciones –tácitas pero imperativas– que

forman el código de lo decible en cada época y en cada sociedad” (22). Él lo dice a

propósito de los silencios en la obra de la Décima musa pero es aplicable a los autores que

aquí se abordan; pues ellos buscan justamente en esos silencios la verdad oculta para

desvelarla en una época que ya no puede subyugarla.

Aunque uno de los objetivos principales de la novela histórica es rellenar huecos, la

empresa de realizar una narración histórica con tan pocos datos duros tiene sus riesgos y así

lo indica Frederick Luciani: “Los sorjuanistas que hacen estas interpretaciones a menudo

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reconocen los peligros de la ‘falacia biográfica’ (siempre que sea un error cometido por

otros), pero logran superar este escrúpulo a través de un proceso de autojustificación

combinada con cierta ingenuidad” (396). No es este el único trance; la invisibilidad también

amenaza estas obras, el volverse grises o el parecer meras reproducciones de otras

anteriores.

El fenómeno de las recreaciones en torno a la vida de sor Juana Inés de la Cruz inició

en el ámbito de la dramaturgia, como se ha mencionado antes, gracias a la pluma del autor

decimonónico José Rosas Moreno. Sin embargo, no pasó demasiado tiempo para que un

literato de principios de siglo XX decidiera llevar a la ficción a la célebre monja jerónima

por medio del género narrativo. Me refiero a Julio Jiménez Rueda, quien presentó por

primera vez una novela que alude a la monja jerónima en 1923. El escritor ya había

manifestado su interés por sor Juana en la obra dramática titulada Camino de perfección

(1917); cuyos principales personajes son la monja y su confesor Antonio Núñez de

Miranda. Más tarde volvió a hablar de ella en un par de ensayos: Sor Juana Inés de la Cruz

en su época (1951) y Santa Teresa y Sor Juana, un paralelo imposible (1943); el cual fue

discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.

Como es evidente, sor Juana fue una presencia recurrente en la vida de Jiménez

Rueda y lo es también en Sor Adoración del Divino Verbo: crónica de una vida imaginaria

en el virreinato de la Nueva España, aunque no de manera directa. La novela está dedicada

a la memoria de la monja y desde ahí el lector intuye que esta vida imaginaria gira en torno

a ella. La obra se divide en tres partes y como en otras piezas sorjuaninas hay tres núcleos

narrativos: la vida en el campo durante la mocedad, el paso por la ciudad al ser una dama

de la virreina y la estancia en el convento de Santa Clara en la adultez (San Jerónimo).

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Desde la primera línea de esta obra destaca un lenguaje sumamente evocativo que

mira hacia la época del virreinato con cierta melancolía; cada ser descrito, cada objeto

resplandece de manera bucólica en la primera parte. Misma en que Clara Isabel, la

protagonista, pasa el tiempo en la “Terraza en la alquería de San Juan de los Reyes”. Todo

cambia cuando la doncella arriba con su padre a la gran Ciudad de México; las

descripciones se tornan en grisáceas y lóbregas. Según Verónica Hernández Landa

Valencia, esta novela “revela la tragedia de los tiempos modernos: una vez que se abandona

el tiempo del idilio y la inocencia, de la vida monótona donde nada cambia y se vive en

paz, no es posible dar marcha atrás” (2014). Así, al tiempo que relata la biografía de una

mujer ejemplar de la Historia de México, narra metafóricamente también la historia del

país; mismo que por miedo al progreso sigue enclaustrándose en el pasado.

La doncella Clara Isabel (representación de Juana) se turba; pues la tentación es parte

de la gran ciudad y no quiere ceder ante ella sino entregarse al amor de Cristo, así ruega a la

Virgen:

Madre del Divino Verbo, no permitas que la tentación haga presa en mí. Si ha

de ser para mi bien, vayamos a la Corte; si para mi mal, consérvame a tus

plantas como ahora, que más quiero ser rústica y buena en la alquería, que

discreta y galana en la Corte. (55)

Pero un enamoramiento sucede con el “marqués barbilindo” y la doncella atormentada debe

huir de sus impulsos pecaminosos. Jiménez Rueda es un seguidor, tal como vemos, de la

Vida de Calleja; además es conocedor de la Sor Juana de Rosas Moreno. Esto explica su

afán moralista al hacer huir al personaje femenino a la protección del claustro antes que

sucumbir ante el deshonor. La referencia directa a la monja la vemos hasta el capítulo

XXXIX (de la segunda parte): cuando la ficticia virreina, de quien la protagonista es dama,

tiene noticia de “una monja insigne, profesa en el convento de Santa Paula, de la orden de

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San Jerónimo, que es maestra en toda disciplina. De moza fue doncella de honor en la Corte

y en un examen venció a doctores, teólogos, escriturarios y poetas” (91). Esta estrategia de

mención del referente histórico da la impresión de que Clara Isabel, escucha su propio

futuro. También nos otorga una aproximación al tiempo narrado13 y sirve de pretexto para

un juego intertextual con el soneto “Este que ves engaño colorido”.

Sor Adoración encarna aquellos atributos de los que hablaba Lukács en cuanto a la

novela histórica clásica y que ejemplificaba con las obras de Walter Scott; las cuales

recreaban una época histórica determinada a través de personajes inventados y

representaban atributos morales de la época en cuestión. Esta despliega características

biográficas de la Décima musa sin tocar al referente real más que para dar una idea de la

ubicación del tiempo narrado. Puede también llamársele ilusionista desde la terminología

de Spang; dado su lenguaje vehemente y vibrante las imágenes consiguen una veracidad

que nunca se ve violentada.

En 1952 aparece Llama de amor viva de Arturo Torres-Rioseco, novela corta cuya

fuente también es Calleja y que busca enaltecer el valor de sor Juana al renunciar a las

frivolidades de la vida en palacio. El personaje principal es una mujer que se eleva

espiritualmente a partir del conocimiento. Llama fue publicada en dos entregas en la

Revista Iberoamericana hacia 1952 y consta de tres partes. La primera abarca desde el

nacimiento de Juana hasta su decisión de enclaustrarse en el convento de las Carmelitas

descalzas; la segunda, desde la entrada al convento hasta la partida de los condes de

Paredes; y la tercera, desde el mandato del conde de Galve hasta la muerte de la monja. El

autor llegó a manifestar su admiración hacia la Décima musa más de una vez y sin valerse

de la ficción:

13 Sor Juana vivió en el convento de san Jerónimo de 1669 hasta su muerte en 1695.

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Sor Juana es la poetisa más grande, no sólo de América, sino de toda la lengua

castellana, superior a Santa Teresa y en mayor grado a la cubana Gertrudis

Gómez de Avellaneda. Y en todo el horizonte literario hispanoamericano le

concedemos el lugar más alto, al lado del nicaragüense Rubén Darío. (1933: 7)

La prosa de este autor es de un estilo llano y al igual que la novela anterior el lector tiene la

impresión de que está ante un relato decimonónico: en Sor Adoración por las descripciones

personificadas y en Llama por las cualidades del narrador. Este habla en tercera persona y

siempre está pendiente de destacar las características hagiográficas de la personalidad de

Juana, sus aptitudes para la vida monjil; las cualidades que la convierten en un auténtico

modelo de virtud. El narrador realiza intromisiones constantes y apela directamente al

lector: “¿Qué acontecimientos habían roto la calma de don Pedro Manuel de Asbaje y

Vargas Machuca? Pronto lo sabremos” (1952a: 394).

Para Torres-Rioseco es imperativo demostrar que la protagonista cumple con todas

las características del misticismo y que aún más valiosa que su inteligencia es su encendida

espiritualidad. Hacia el final de su vida la monja entra en un proceso de castigo corporal, de

sacrificio:

Había muerto en ella la mujer admirable que luchaba por la justicia y el derecho

humano; la feminista combatiente y combatida; la erudita nacida a destiempo;

la autora de sonetos de amor, y aparecía un ser nuevo, por lo menos un nuevo

aspecto de su ardentía. Aparecía ahora la Santa. (1952b: 205)

En esta reconstrucción histórica hay una fuerte insistencia en mostrar la exactitud temporal

de los acontecimientos relatados; lamentablemente hacia la época del autor no se habían

encontrado documentos que arrojaran información sobre el nacimiento de la monja. Al

seguir a Calleja las fechas que utiliza están erradas.

Llama no llega al nivel anti-ilusionista del que habla Spang; no hay intenciones de

alienar al lector, pero sí rompe la construcción contextual constantemente al hacer guiños a

su presente a través de los personajes; como cuando por medio de Laura (la marquesa de

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Mancera) el lector escucha lo siguiente: “quien lea tus sonetos en el futuro seguramente

hablará de tus conquistas y de tus decepciones; de las tragedias de tus admiradores; de tus

sufrimientos amorosos; acaso de tu drama sentimental” (1952a: 413). En este fragmento el

narrador alude al naciente entusiasmo crítico del siglo XX hacia la monja jerónima. Otra

ruptura ocurre en la voz narrativa cuando fractura el hilo de su relato para citar a críticos

contemporáneos de Torres-Rioseco, probablemente sus fuentes, tales como Ezequiel A.

Chávez o Amado Nervo; esto permite explotar el recurso de la intertextualidad. En

resumidas cuentas, el lector está frente al artificio del autor implícito, la: “imagen que el

autor real proyecta de sí mismo dentro del texto” (Garrido Domínguez 116).

En cuanto a las hipótesis planteadas en Llama de amor viva, atrae especialmente el

favorecimiento que el narrador le da a un personaje: el padre de sor Juana. Pues este no la

abandona sino que hay una figura que los separa: el abuelo, quien causa un profundo dolor

a su hija Isabel preocupado por su bien y por las habladurías de la gente; “don Pedro

Ramírez, hombre honrado y de carácter, quiso llevarse a su hija y a sus nietas a otra

hacienda llamada Panoayan, acaso para llevar a cabo algún pensamiento de viejo egoísta”

(1952a: 397). Recordemos que la novela histórica implica la justificación de los hechos; al

llenarlos de sentido hay que tratar de explicar ese abandono y no extraña que llegue a esta

conclusión que en su época era la idónea.

En otro libro titulado Poesía lírica mexicana (1933), Torres-Rioseco se refiere con

admiración a los sonetos de sor Juana: “nos revelan un alma compleja y atormentada que

herida a veces por mundanas espinas las purifica hasta volverlas rosas. Lo que buscamos y

no podemos definir en estos sonetos es el límite entre la pasión pura de la mujer de carne y

la llama mística de amor viva” (8). En esta misma oración nos hace el favor de resumir los

intereses de su novela.

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Hacia 1979 se publica, fruto de la pluma de Patricia Cox, El secreto de sor Juana,

novela procedente también de la biografía escrita por Calleja; texto que, como se ha visto,

ocasionó una serie de obras que describen el ascenso a la santidad de la monja jerónima. La

obra consta de cuarenta capítulos y utiliza el recurso narrativo de la autobiografía. En esta

versión de la vida de la Minerva indiana el lector observa a una monja apesadumbrada por

sus defectos como la impaciencia, la impulsividad y la soberbia, empeñada en alcanzar la

virtud. Una religiosa consciente de que “Todo ser humano es su propio y más encarnizado

enemigo” (68) y que se combate día con día para no envanecerse ni sucumbir ante los

halagos a sus obras y actos. Acerca de este texto han aparecido comentarios antagónicos,

sobre todo por su naturaleza idealizada. Hay quien opina que es la biografía “más humana

de nuestra Décima Musa, por expresar en primera persona sus anhelos y pensamientos más

íntimos” (Méndez Aquino 8). Por otro lado, también existe quien considera que “Todo es

tan ideal que el mismo personaje de Sor Juana desmerece la inteligencia de la Sor Juana

real” (Rodríguez Lozano 712).

En mi opinión, saltan a la vista dos aspectos que no corresponden del todo con la

mujer que habla de manera vehemente en sus cartas y que, incluso en la Vida, aparece con

indicios de una gran inteligencia y de un carácter fuerte, aunque sereno. Un año después de

la publicación de esta novela aparece la Carta al confesor; en la que sor Juana pide

elocuentemente (aunque con espíritu combativo) a Antonio Núñez de Miranda que no sea

más su confesor: “Y así le suplico a V. R. que si no gusta ni es ya servido favorecerme (que

eso es voluntario) no se acuerde de mí, que aunque sentiré tanta pérdida mucho, nunca

podré quejarme” (583). El primer aspecto es ese error histórico (totalmente justificado)

acerca del confesor; pues en la novela Núñez es removido de su cargo por orden del

arzobispo Aguiar y Seixas. La sor Juana de Cox tiene una visión sumamente benévola de

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todos; incluso el obispo de Puebla, quien se hace pasar por sor Filotea, aparece como una

figura “fina” y que da “prudentes consejos”. El segundo aspecto que desconcierta un poco

es la opinión del personaje respecto a su inclinación a las letras; pues en sus obras, más de

una vez, sor Juana habla del conocimiento como una forma de estar más cerca de Dios, por

ejemplo en la Respuesta dice: “¿cómo entenderá el estilo de la Reina de las Ciencias quien

aún no sabe el de las ancilas? ¿Cómo sin Lógica sabría yo los métodos generales y

particulares con que está escrita la Sagrada Escritura?” (447). Sin embargo, en El secreto

esta búsqueda del saber atormenta a sor Juana quien cree que guiada por un deseo egoísta

ofenderá a Dios: “Otra vez el afán del estudio se adueñó de mí, pero creo confesarlo

sinceramente, no fue el enfermizo afán de otras veces” (100). Aun así, la obra ahonda en la

mentalidad de una mujer congruente cuyas acciones proceden del deseo de corresponder a

los valores de su época.

En 1986 aparece El don apacible de sor Juana Inés de la Cruz, biografía novelada

escrita por Nicolás y Esteban Casillas Gómez. Sus autores la describen como una incitación

para reconsiderar el siglo XVII novohispano. Es un intento de acercar al público en general

a la vida de esta mujer sin “pretensiones teóricas ni afanes esteticistas” (48). Además de

una retribución a lo mucho que ofreció la poetisa a la cultura mexicana: “Quisimos rendir

tributo a su memoria […] creemos habernos asomado un poco en el cielo de su hermosa

inteligencia y (por qué no confesarlo) en el cielo de su belleza como mujer” (48). Según los

Casillas Gómez, no puede juzgarse a sor Juana más que a través “de su entusiasmo

permanente y/o de su vida conventual, dedicada a estudiar y a escribir” (24). Según Spang,

hay varios géneros limítrofes en torno a la novela histórica como la biografía y la

autobiografía. En el caso de El don apacible, salta a la vista la narradora en primera

persona: sor Juana. Este artificio dota al relato de verosimilitud, “confidencialidad y

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espontaneidad”, pues quien narra es a la vez “objeto y sujeto del texto” (68). Según la

clasificación de Antonio Cascón Dorado estamos ante una novela de la segunda

clasificación, es decir histórica temática y de tipo autobiográfico.

Hacia 1999 se publica, en lengua inglesa, El segundo sueño de la autora Alicia

Gaspar de Alba. Ya he señalado su importancia dentro del ámbito de los estudios chicanos

y queer. Sin embargo, vale la pena hablar de su valor como nueva novela histórica. Si se

sigue la reflexión de Juan José Barrientos, puede decirse que estamos ante una de esas

obras que arrebatan a los grandes héroes históricos la cualidad de sublimes recreándolos en

su intimidad, deseos e imperfecciones. Dicho en términos de Lukasz Grützmacher, la obra

de Gaspar de Alba busca ahondar en la historia post-oficial. La autora es muy clara en sus

objetivos: desprender a la monja de la versión oficial aceptada, reinterpretarla desde la

libertad del yugo inquisitorial: “Contad mi historia, dice sor Juana, vosotros que podéis

contarla en lengua menos velada, que no tenéis a la Inquisición que vigile vuestros ojos y

vuestra lengua” (555). Sobre todo le interesa desvelar el verdadero sentir de la monja hacia

la virreina. Cabe destacar que en El segundo sueño también encontramos la segunda

pulsión de la que habla Jitrik; la cual indica que la novela histórica es fruto de una

búsqueda de identidad. Esto lo digo en relación a que la autora ha encontrado en sor Juana a

un ancestro de los chicanos y ha leído en ella ideas fundantes del feminismo.

En su conocida antología de crítica literaria, Enric Sullà menciona (en una paráfrasis

bajtiniana) que la novela es un fenómeno pluriestilístico, plurilingual y plurivocal (59). Es

decir que a lo largo de la obra pueden aparecer unidades lingüísticas heterogéneas; las

cuales se ubican en diferentes planos lingüísticos y son sometidas a diferentes normas

estilísticas. La estrategia del pluriestilismo está presente en la obra de Gaspar de Alba a

través de cartas de la monja a diversos personajes: a su madre, a las virreinas, a su hermana.

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Además de un diario de la monja que permanece oculto en una caja, también aparecen

notas que le envían Laura y Lysi y el cuaderno de Belilla; quien a petición de su tía narra

los últimos años de su vida a partir de 1693. La obra está construida a través de tres voces:

un narrador en tercera persona, la voz de la propia monja y la de la sobrina; es decir, que

gracias a este recurso literario nos encontramos frente a un testimonio polifónico y a un

inventario de las formas comunicativas del siglo XVII.

A este respecto cabe romper el orden cronológico de este recorrido para mencionar

una similitud estilística interesante entre la novela de Gaspar de Alba y otra publicada en

2010: Los indecibles pecados de sor Juana de Kyra Galván (en la que más tarde

profundizaré). He hablado en el apartado anterior de que existen tantas versiones de las

situaciones históricas como autores. Sin embargo, también en la obra de Galván es la

sobrina del Fénix de México quien escribe su historia; creo que es prudente cotejar a las dos

Belillas, primero la de Gaspar:

Arrojo las hojas del diario de tía Juana a las llamas, una a una, y las veo rizarse,

resquebrajarse y teñirse de negro […] Las cartas de la condesa y las de la

marquesa también deben arder, pues se lo prometí. Las campanas llaman a

vísperas, pero no iré hasta terminar esta tarea. (552)

Ahora la de Galván.

De la sor Juana de siempre, ya no quedaba nada. Parecía otra mujer. Demacrada

y sin chispa. Acarreaba una tos persistente. Aun así, yo sabía que escribía, que

se daba el pequeño placer de leer a veces en su celda. Y que escribía cartas que

ya no enviaba a nadie, pero las atesoraba en un arcón. Cartas que quemé el día

de su funeral. (226-27)

Como es evidente, ambas autoras utilizan la misma estrategia para justificar la

correspondencia entre sor Juana y la virreina. El personaje se encuentra en las dos novelas

como una víctima de las circunstancias, condenada a cargar con los secretos de su tía; por

lo tanto puede dar un juicio de valor, una postura. No es rara la elección de este personaje

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como mediador; pues es el único familiar que estuvo cerca de la monja en su adultez. Hay

un dejo de rencor en las dos por haber vivido siempre a la sombra de la gran Décima musa

y una admiración forzada. Ese rencor representa las envidias e inconformidades que el trato

especial a la monja ocasionaba, como muchos autores lo han referido.

En 2004, aparece Los enigmas de sor Juana de Roberto Reyes, novela que su autor

denomina como “histórica” y que tiene dos méritos. El primero es que utiliza, en un

interesante acercamiento intertextual, Los enigmas ofrecidos a la casa del placer (1695)

como hilo conductor de su relato y además los enlaza con los diversos periodos de la vida

de la monja que presenta de manera cronológica. Segundo, que conforme avanza la

narración el narrador/autor, que no tiene problema en dejar oír su voz, ofrece listados de los

acontecimientos históricos relevantes en la historia del Viejo y Nuevo mundo y sitúa al

lector con precisión en el panorama político y cultural de la época. Para Reyes, es

imperativo: ir en contra de los “misóginos intelectuales” que la “trivializan” y la “la siguen

socavando, despreciando y, sobre todo, envidiando” (9). Este autor despliega en su novela

secuencias para demostrar con suficiencia que Juana huyó a San Jerónimo presa de un gran

amor por el marqués de Mancera. Más allá de la imposibilidad de probar esa teoría, creo

que el autor logra su cometido en la obra; Juana Inés se marcha porque en su interior la

aflige traicionar a su gran amiga Leonor Carreto.

Hay obras que intencionalmente buscan ser polémicas o incómodas para llegar al

ámbito de la historia post-oficial. Un buen ejemplo es La venganza de sor Juana publicada

en 2007. Esta novela se centra en otra interesante faceta de la vida de la monja jerónima: la

cocina. En la portada aparece como autora Mónica Zagal y también se aprecia su perfil en

la solapa trasera; sin embargo, el autor real utilizó el nombre de su hermana como

seudónimo. La novela alcanzó una segunda edición sin que esto fuera revelado. Héctor

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Zagal lo hizo con el objetivo de demostrar que los hombres, si se lo proponen, pueden

escribir novelas feministas. Él señala que imaginó a una monja “audaz, creativa que se

enfrenta a sus enemigos valiéndose de lo que tiene a la mano: sus versos, sus amistades y,

por supuesto, la comida”. Además, opina que La venganza es un “suculento alegato en

contra de[l] machismo y en contra de la opresión de la conciencia” (Zagal 2009). El texto

consta de 26 capítulos y, a pesar de que el centro de la narración es la monja, reconstruida

por las historias que revelan sus allegados, el protagonista es Diego Calleja. El jesuita está

por escribir su famosa biografía de sor Juana, pero antes debe realizar una exhaustiva

investigación. Por ello acude al marqués de Mancera y a la condesa de Paredes; quienes le

revelan que existe un recetario escrito por la Décima musa. Este documento y las

conversaciones con los antiguos virreyes le ayudan a comprender que sor Juana “movía los

temperamentos de las personas a través de los alimentos” (Zagal 2007: 106). De este modo,

hacía sentir al padre Núñez que se había rendido “al demonio de la gula […] eso le asustaba

mucho” (108).

El título de La venganza es un doble juego que, por un lado, alude al modo en que la

monja inducía a sus comensales a pecar; y, por otro, tiene que ver con la muerte de dos de

los confesores que tuvo: Pedro Arellano y Sosa y Ramón Castellanos. Ambos fallecen en

las mismas circunstancias: desplomándose en el altar en plena misa, luego de besar los pies

de Cristo. Todo esto sucede hacia la época en que la monja se encargaba de la sacristanía.

Lo cual la hacía parecer sospechosa; no obstante, una historia que Mancera cuenta a

Calleja, la de Nuestro Señor del Veneno, revela datos que apuntan a alguien más. Un

piadoso padre tenía el hábito de besar los pies de Cristo antes de la misa. Dicho hábito le

costó caro, pues gracias a su conocimiento de las hierbas los indios crearon un veneno que

con el solo contacto de los labios con la escultura terminó con la vida del sacerdote. Del

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mismo modo, hacia el final de La venganza todo indica que la india de la madre Juana

llamada Ignacia, se encargó de los confesores y luego desapareció. Toda esta intriga se

entiende cuando el autor declara que su novela fusiona sus tres grandes pasiones: las

novelas de detectives, la comida mexicana y el barroco.

Otro buen ejemplo de esta clase de obras provocadoras es Arrebatos carnales,

publicada en 2009, con el objetivo es demostrar que las intrigas del poder se entretejen en

los ámbitos íntimos de los grandes personajes históricos; que los núcleos de la autoridad en

los entornos político, militar y religioso operan a través del deseo. Creo que esta clase de

obras ponen de manifiesto un proceso social por el que estamos atravesando; la

masificación de la información y la sobrexposición de temas que hasta hace unas décadas

pertenecían al ámbito de lo privado, incluso de lo ilícito. Quizá eso explica que “La

renovación de la novela histórica respond[a] al deseo de los lectores de conocer la historia

entre telones y a los personajes históricos en la intimidad” (Barrientos 17).

Se ha visto que estas narrativas han evolucionado conforme a tres criterios: el primero

es la evolución del código de lo decible; el segundo, la aparición de documentos referentes

a la vida de sor Juana, como por ejemplo la Carta a su confesor encontrada en 1980 o el

caso de las recién editadas Cartas de Lysi (2015) a sor Juana que seguramente traerán una

ola de nuevas interpretaciones. El tercer criterio es la propia transformación del subgénero

de la novela histórica. Lo interesante de estas obras es que funcionan como testimonio no

solo de la vida de la Minerva indiana sino de la progresión del quehacer literario en nuestro

país.

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3.3. Acercamiento a un par de novelas: Yo, la peor y Los indecibles pecados de sor

Juana

En este apartado me interesa destacar algunos conceptos que, como se ha señalado antes,

son clave en la construcción del subgénero de la novela histórica: la intertextualidad, la

metaficción, la polifonía y el pluriestilismo. Puntualizaré también las licencias ficticias que

cada autora se permite; pues lo fundamental de este ejercicio analítico es entender la

singularidad de cada novela, el despliegue de la creación literaria, la concepción de dos

microuniversos funcionales a raíz de las mismas fuentes y personajes históricos. En el caso

de Yo, la peor, un narrador omnisciente, que recurre al estilo indirecto libre “tratando de

asumir la conciencia […] el lenguaje presunto del personaje, acercándose a él lo más

posible” (Tacca 81), nos introduce al mundo novohispano y a su entramado político-social

a través de las voces de quienes rodearon a la monja jerónima. Está el lector frente a la

estrategia ilusionista de la que hablaba Spang. Mientras que en Los indecibles pecados de

sor Juana, pasado y presente fluyen paralelamente cuando una estudiante de doctorado se

encuentra con una serie de documentos inquietantes; la estrategia es la del manuscrito

ficticio.

Ambas obras tienen como característica principal la mirada ajena, la recreación del

personaje central por medio de una perspectiva o focalización externa, aunque a momentos

los narradores ceden la voz interiorizando la trama:

Cuando la focalización corresponde a un personaje que participa en la fábula

como actor, nos podremos referir a una focalización interna. Podremos indicar,

entonces, por medio del término focalización externa que un agente anónimo,

situado fuera de la fábula, opera como focalizador. (Bal 111)

En Yo, la peor lo interno se presenta cuando las ficticias cartas de sor Juana aparecen para

conceder la potencia de la primera persona al texto: “Te escribo con la certeza de que no

tenemos tiempo. Es preciso que procedas de prisa para que los lobos se den cuenta de que

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su plan ha fallado” (13). Lo externo se hace evidente cuando un narrador objetivo

interrumpe los pensamientos de los personajes: “A Isabel, la pequeña Mata, no le parecía

bien compartir la habitación con su prima Juana Inés, que no sólo era mayor, sino que

además tenía la costumbre de quedarse leyendo hasta muy tarde sentada en la escribanía”

(83). En Los indecibles, el cambio de perspectiva es equilibrado; el artificio de los

manuscritos da voz a una narradora testigo que evoca su propia vida: Belilla (como llamaba

cariñosamente sor Juana a su sobrina sor Isabel María de San José). “Recuerdo muy bien

cuando mi padre, el capitán don Fernando Martínez de Santolaya, me llevó a vivir con mi

tía a la ilustre ciudad de México” (15). La historia que sucede en el presente narrativo tiene

una focalización externa y es referida por un narrador en tercera persona: “Tras la lectura,

quedó impactada” (170).

Mónica Lavín es la autora de Yo, la peor, obra publicada en el 2009 y que ha gozado

de gran aceptación entre los lectores. Su mérito me parece, es el de no pretender revelar

secretos o transgredir la historia sino humanizar a la monja, desmitificarla (aunque hay que

insistir, que añadir una obra más al catálogo de recreaciones sorjuanistas no es otra cosa

más que contribuir al mito). Lavín es consciente de la imposibilidad de llegar a la sor Juana

real: sin embargo, sabe también que “el novelista [histórico] debe elegir, optar por las

especulaciones que le parezcan más adecuadas para comprender a la figura y su tiempo, y

asirse de los nudos concretos de información comprobable (aunque posteriores hallazgos la

desbarranquen)” (378). Respecto a este comentario cabe ligar un par de conceptos

estructurales de Roland Barthes al funcionamiento de la novela histórica. Mismos que

utiliza al teorizar sobre las funciones o unidades de contenido en los textos literarios:

algunas [de estas unidades] constituyen verdaderos ‘nudos’ del relato […] otras

no hacen más que ‘llenar’ el espacio narrativo que separa las funciones ‘nudo’:

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llamemos a las primeras funciones cardinales (o núcleos) y a las segundas,

teniendo en cuenta su naturaleza complementadora, catálisis. (20)

Podemos hablar entonces de que los nudos de Yo, la peor y Los indecibles son básicamente

los mismos (aunque para Galván la infancia no es una prioridad), pues aluden a los datos

históricos comprobables documentalmente de la vida de monja. Mientras que las catálisis

tienen que ver con la forma en que las novelistas rellenan los espacios entre esos datos y

cómo los justifican.

La estructura del texto de Lavín es la siguiente: una “Invocación” a Santa Paula y tres

partes, cada una inaugurada por una carta escrita en primera persona por sor Juana. La

primera parte se titula “La niña del volcán” y consta de nueve capítulos; la segunda, “Muy

querida de la virreina” de veintitrés; y la tercera, “El sosiego de los libros” de veintinueve.

En la “Invocación”, una voz anónima en tono de rezo se dirige a Santa Paula, la patrona de

las viudas, quien estuvo asociada a San Jerónimo. Esta santa es conocida por haber

renunciado a las riquezas luego de morir su marido y haberse entregado a la vida religiosa.

Su vida y la de sor Juana tienen algunos paralelismos: ambas abandonaron el cuerpo “de

afeites y miramientos” (8); es decir, se apartaron de la superficialidad y banalidad del culto

al cuerpo y se elevaron a un plano espiritual. Al no tener maridos se casaron con Cristo y al

igual que sor Juana, Santa Paula era una mujer docta. Ambas fueron viudas; Santa Paula

por la muerte de Toxocio a sus 33 años y sor Juana “viuda de nacimiento, viuda tres veces

—porque dejó una vida en Panoayan, otra en el palacio y la última en los brazos de Cristo”

(9). Este inicio da pie a la hipótesis de que la novela es “un proyecto genealógico, como

gran parte de las novelas de narradoras mexicanas de los últimos años. En ella convergen

personajes femeninos que rodean a sor Juana y nos prestan su mirada para contemplarla”

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(Madrid Moctezuma 98). En opinión de Paola Madrid Moctezuma, Lavín crea un relato

situado en “la confluencia entre ficción histórica y narrativa femenina” (94).

Las cuatro cartas vertidas en la novela están fechadas hacía los últimos meses de la

vida de la monja: 17 de noviembre de 1694, 17 de diciembre de 1694, 17 de enero de 1695

y 17 de febrero de 1695. En todas ellas encontramos a una sor Juana decaída y abandonada,

cuya única victoria es que sus obras se publicaron en España. Como ya he insistido, el

género epistolar fue cultivado por sor Juana y sus cartas públicas (La Respuesta, La

atenagórica y la dirigida al Confesor) siempre contienen réplicas. Sara Poot Herrera

comenta que estas tienen varios tópicos presentes, “entre otros la envidia, la persecución a

la habilidad de hacer versos […] la paciencia y la tolerancia que acaban por agotarse y,

sobre todo, la defensa militante del derecho al estudio y a la palabra” (152). Estas cartas son

también una prueba de que sor Juana tuvo contacto con personas que se convirtieron en sus

aliadas y que la escritura fue la vía que utilizó para adquirir relaciones no solo de amistad,

sino también en el ámbito político y religioso. Todo ello aparece también en las cartas

dirigidas a “los lobos” que de manera ficticia redacta la madre Juana.

Sin duda, la Minerva indiana es la figura medular de esta obra; sin embargo, creo que

el personaje de Refugio es de suma importancia porque encarna cabalmente la

intertextualidad. Misma que Gérard Genette define como la “relación de copresencia entre

dos o más textos, es decir, eidéticamente y frecuentemente […] la presencia efectiva de un

texto en otro. Su forma más explícita y literal es la práctica tradicional de la cita (con

comillas, con o sin referencia precisa)” (10). Refugio es un producto de la intertextualidad;

un fragmento de la Respuesta basta para crearla. La referencia a ella es minúscula en el

texto sorjuanista, pero suficiente para suponer cómo pudo haber sido la mentora de sor

Juana:

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a la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó,

porque no era creíble; pero, por complacer al donaire, me la dio. Proseguí yo en

ir y ella prosiguió en enseñarme […] Aún vive la que me enseñó (Dios la

guarde), y puede testificarlo. (Cruz 445)

Otro rasgo intertextual interesante es el que aparece a través del personaje de Juana de San

José, quien permite la irrupción de una voz colectiva: la de los indios. Ellos se encontraban

en la parte más baja de la jerarquía social al no tener ningún papel trascendente en el

mundo novohispano. Este personaje es testigo del motín de 1692, cuando debido a la

escasez de cereales una muchedumbre embravecida, perteneciente a los grupos marginados

por los españoles, creó un alboroto, causó saqueos y encendió fuego al palacio de los

virreyes y al cabildo. Este hecho histórico lo consigna Carlos de Sigüenza y Góngora en

Alboroto y motín de los indios de México. La forma en que Lavín lo narra hace evidente

que esa es su fuente. Su aportación es la de incluir a una joven negra, Juana de San José,

quien “sabía que la justicia era cosa de Dios y no de los hombres, menos si no eran negros

los que la impartían” (349). Ella experimenta un cambio interno y cae en cuenta de la

sumisión de que ella misma es víctima y aunque quisiera caminar con los indios no se

atreve y permanece como una espectadora: “Alzaban a la india muerta o herida por encima

de sus cabezas. Aquella imagen y escuchar Muera el virrey le dieron ganas de repetir la

consigna, pero tuvo temor y miró a su alrededor, no fuera a ser que se le apareciera la

señora Josefa” (349).

Un elemento imprescindible en la novela de Lavín es la polifonía. A este respecto,

hay que tener en cuenta que en 1929 Mijaíl Bajtín publicó un estudio sobre la obra de

Dostoievski. En él señala que la característica principal de las novelas del autor ruso es este

mismo recurso; es decir, “la pluralidad de voces y conciencias independientes e

inconfundibles”. En el caso de Yo, la peor, el concepto de polifonía resulta de suma

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importancia en tanto que supone una confluencia de ideas, de visiones del mundo, de

ideologías. La polifonía bajtiniana tiene como idea base que los personajes no son “sólo

objetos de su discurso, sino sujetos de dicho discurso con significado directo” (15). Al

analizar la obra de Dostoievski, Bajtín establece que la conciencia del héroe aparece como

otra; como si el héroe se observara a sí mismo de manera externa a veces creando caos. En

el caso de la novela de Lavín, el héroe (o protagonista) no se observa a sí mismo: sino que

es observado y construido por una multitud de personajes dotados con una conciencia

propia. Al mismo tiempo estos reproducen una sociedad: sus normas, tradiciones e

instituciones. Cada uno de estos personajes representa una clase social y una ideología que

da lugar a una detallada contextualización y a la verosimilitud de la historia. Poco a poco,

mayormente personajes femeninos recrean el rompecabezas sorjuanista: la maestra, la

madre, la virreina, las hermanas y las criadas. Pero hay algún personaje masculino

destacable, Hermilo Cabrera, un mulato: “Mi padre fue negro y mi madre española. Un

asunto delicado —subrayó—. Mi madre me dio al colegio del Niño Jesús pero me visitaba

los domingos. Iba vestida de oscuro y con la cara cubierta para que nadie la reconociera”

(139). La historia de Hermilo revela la condena moral que mestizos y mulatos cargaban,

aunque en la época el mestizaje era una práctica común. Este pasaje devela también el

ámbito de la sexualidad que era distinto en la teoría y en la práctica: “Las relaciones

sexuales que produjeron esos hijos fueron todas ‘ilícitas’, es decir contrarias a las

disposiciones de la iglesia. Obviamente las normas morales personales no eran tan rígidas

como las que estipulaba la iglesia” (Lavrin 492). Hay que recordar que la forma más

cercana a una legitimación de los hijos nacidos fuera del matrimonio era que sus padres se

casaran.

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Refugio representa otra postura moral, aunque es una mujer inteligente es señalada

por haber perdido a su marido en una sociedad en la que la soltería y la viudez no eran bien

vistas. Ya he insistido en que durante el siglo XVII en la Nueva España había unos roles

sexuales bien definidos. Para la mujer había dos posibles destinos: ir al convento o

quedarse en el hogar. Por lo tanto, estar “sin hombre” era un estado lamentable. Al

permanecer trunco su hogar, ella estaba también destinada a ser incompleta porque: “¿qué

son las mujeres que se quedan huecas de varón sino personas a medias, fantasmas de otra

vida? (Lavín 9). Es así como su única esperanza de perpetuarse la deposita en la pequeña

Juana, pues siente suyo el gran mérito de haber instalado en Juana la chispa del

entendimiento. Refugio también permite la aparición de un pasaje revelador acerca de la

condición de las personas de raza negra que fungían como esclavos; la maestra deja que se

filtre por su pensamiento la situación de Martín: “advertía que el negro Martín aprendía

esas letras y esos números mejor que su sobrino; debía ignorarlo cuando espontáneamente

respondiera el resultado de una suma o deletreara una palabra” (60).

Un elemento más de Yo, la peor es el uso del pluriestilismo; el cual implica la

utilización de formas semiliterarias como la carta y el recado. Como es evidente, esto

acerca al lector a la vida de la protagonista y de paso fractura la narración omnisciente. El

narrador permite la carta dentro sus dominios para así acercar al lector a la situación

emotiva de los personajes. Las primeras líneas de la epístola tormentosa de Refugio hacia

sor Juana dicen lo siguiente: “Ten la certeza de que tú no serás una viuda, y menos viuda

dos veces. ¿Qué condena era aquella? Casarse una vez, amancebarse de nuevo con un

hombre fino, delicado, abandonarlo todo por él y quedarse suspendida en el aire vegetal de

una hacienda sin herederos” (197). Otra forma utilizada dentro de Yo, la peor a la que

podemos atribuirle el título de semiliteraria es la nota personal que Bernarda, una dama de

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la corte, envía a sor Juana para recuperar a la negra Virgilia; a quien necesita para que la

ayude con la venganza contra su marido:

Que se muera el canalla, el bruto sinvergüenza, que desvirga a jovencitas en

nuestro lecho mientras yo salgo a las visitas, a misa, allí sobre la pasamanería y

los deshilados de Toledo, sobre los obsequios de boda, allí el cuerpo joven y

jugoso, el que se evaporó de mi cuerpo, pero que mi marido necesita entre sus

manos para recorrer su suavidad y sus contornos. (270)

Los indecibles pecados de sor Juana fue publicada en el 2010 y es la primera novela de

Kyra Galván. Esta obra es interesante no solo por su estructura, lo es también por el

ejercicio histórico que presenta. Llama la atención la inteligencia con que ondulan el

pasado y presente, la forma en que dos dimensiones caminan juntas. En el presente

narrativo Laura Ulloa, estudiante de doctorado, descubre en el Archivo General de Indias

en Sevilla algunos manuscritos que la inquietan; pues fueron redactados por sor Isabel

María (sobrina de sor Juana), quien también vivió en el convento de San Jerónimo y a

quien la monja encomendó la tarea de escribir su verdadera historia para que todos pudieran

conocerla. Entre otras cosas, Ulloa descubre que aún en el siglo XXI, la Iglesia y el

gobierno español intentan ocultar algunos asuntos que involucran a sor Juana en su visita a

España. Además de esto la estudiante desvela una investigación que la inquisición realizó

sobre un cuadro supuestamente indecente en el que aparecían la monja y la Virreina. Más

tarde descubre que ese cuadro sí existe, pero Juana no aparece acompañada de la Virreina

sino de un gato negro y porta únicamente un anillo. Tanto el cuadro como el anillo se

encuentran en manos de los descendientes de sor Juana y son ellos los que hacen llegar los

manuscritos hasta la joven para mostrar la verdad al mundo.

En el pasado narrativo, el lector es testigo de la realización de ese cuadro y de los

pormenores de la visita de la dama Juana a España. La cual realiza mientras es dama de la

corte para encargarse de algunas misiones diplomáticas ordenadas por el marqués de

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Mancera. Debía entregar algunas joyas y monedas de oro a “los emisarios de los

Habsburgo, para que, en caso necesario, reunieran un ejército para apoyar a la reina

Mariana y asegurar la preeminencia del partido austríaco en España y luchar contra su

hijastro, José el Bastardo” (247). Bastante propositivas son las peripecias descritas en el

texto; pues según la versión de Galván, el ingreso de Juana al convento lo ocasiona un

embarazo, fruto de su relación con el marqués de Mancera. El convento cubriría el

embarazo mientras se pensaba qué hacer con la criatura, aunque murió a unos días de su

nacimiento: “la muchachita atribulada de diecinueve años [...] se encontró con la necesidad

de enfrentar el hecho de estar encinta, una mañana soleada en que le llevó la bandeja con el

desayuno a doña Leonor Carreto” (131). Más tarde, la monja jerónima se enamora

perdidamente del pintor que realiza el cuadro en el que aparece desnuda: Cristóbal de

Villalpando y procrea un hijo con él.

En esta novela la intertextualidad no es un elemento principal y las alusiones directas

a la obra sorjuanista se reducen a unos cuantos versos. Aunque se proponen algunos textos

que la monja pudo haber escrito con base en los datos de su biografía, tales como: Un

tratado de los diversos disfraces que el señor amor adquiere en la vida o El caracol, el ya

mítico tratado sobre música que no ha sido encontrado. En cuanto al pluriestilismo se

utiliza el manuscrito especialmente, pues presenta una oportunidad de:

facilitar los cambios de perspectiva y el distanciamiento […] situar una acción

en otra época u otro lugar, justificar peculiaridades de estilo y de contenido,

emitir juicios valorativos […] evocar o recordar al lector los modelos literarios

seguidos, o para llamar su atención sobre ciertos temas. (Hagedorn 46)

En Los indecibles también se utiliza, aunque en corta medida, el recado. Además de una

“Transcripción exacta de un fragmento del diario del marqués de Mancera”, una

“Transcripción fiel de un manuscrito atribuido a la madre jerónima Sor Juana Inés de la

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Cruz, de la Real Ciudad de México, Nueva España, fechada el año del Señor de 1666”, una

carta de sor Juana a su hijo Cristóbal, una confesión de sor Isabel ante el Santo Tribunal y

un poema que Meno (pareja de Laura Ulloa) escribe.

En esta obra sobresale el juego metaficcional; ya que en la última página, Laura Ulloa

empieza a escribir la novela de la que el lector ya fue testigo. Dentro del argumento esto

ocurre porque la estudiante es perseguida por la iglesia católica debido a que su

investigación en torno a la Décima musa la ha hecho poseedora de información importante.

Entre esa información se encuentra un descubrimiento de la dama Juana; quien ve a un

sacerdote influyente en la corte española, Juan Everardo Nithard, teniendo relaciones

sexuales con la reina Mariana de Austria. Asimismo algunos de los manuscritos que ha

consultado la estudiante tenían un estricto acuerdo de confidencialidad. Por ello decide

relatarlos en una novela, ante la cual estamos y que cierra de la misma manera en que

comienza en una técnica circular bien lograda:

La primera escena se desarrollaría en el pueblo de Coatepec, hoy estado de

Veracruz.

Laura comenzó a escribir:

Enero de 1693. Coatepec, Vera Cruz.

El sol colgaba tímido del cénit. El día era luminoso, pero frío. (250)

En cuanto a la recreación contextual, Lavín opta por ilustrar impecablemente la dinámica

de la sociedad novohispana y la realidad de la división por criterios raciales. Llama la

atención esta escena en la recreación ideológica que realiza la autora de Yo, la peor; una

esclava, entra en conflicto al entender las abismales diferencias en el trato que ella recibe y

el dado a la madre Juana basadas en la pigmentación de su piel:

Le asombraba el contraste de su pubis oscuro con su piel blanca olivo y los

pezones púrpura de sus pechos […] No era un cuerpo desbordado como el

suyo, porque las caderas eran menudas, casi varoniles, pero era armónico. Y

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mientras la bañaba como siempre, pasando la esponja por sus pies pequeños,

recordaba los suyos tan toscos y ásperos y los envidiaba. (242)

La autora también se acerca a la concepción de la moralidad, a la religiosidad de la época y

a los excesos del poder de la Iglesia. Los temas de la mujer dejada, la bastardía, el

mestizaje, la subordinación y subestimación de la mujer, se manifiestan en cada uno de los

personajes. La ciudad imponente pero llena de problemas es recreada con precisión.

Por su parte, Kyra Galván tiene una visión más amplia de lo posible y su imaginación

se desborda. El interés es justamente el demostrar cómo la vida cotidiana rebasaba por

mucho los estándares de la moralidad. Es evidente su preocupación por mostrar las

limitaciones que enfrentaban las mujeres novohispanas: “Qué difícil era la vida en ese

entonces para las mujeres, […] En verdad no tenían muchas opciones. Si la vida de Sor

Juana fue trágica en cierto modo, la de su sobrina Isabel la conmovía aún más” (53). La

autora es enfática en el tema de la maternidad, pues tanto Belilla como sor Juana debían

enfrentar el embarazo en su condición de monjas y ocultarlo para que sus hijos pudieran

sobrevivir. Así reflexiona Belilla: “¿Para qué parían hijos las mujeres si luego los

abandonaban? ¿Cuál sería mi suerte si mi tía no me quería o si imponía condiciones que no

podría cumplir?” (23).

Si algo caracteriza Los indecibles es la intencionalidad de suponer cómo debía sor

Juana actuar y enfrentar los conflictos de naturaleza política al escalar en la jerarquía social,

al participar activamente en la diplomacia y en las intrigas palaciegas. Pues como se sabe,

debió valerse de las letras para granjearse la simpatía de los virreyes: “Para mí, sus poemas

a Leonor fueron fruto de la culpa y nada más. Una formalidad. Como muchas de las que

usaba la madre Juana, y que era difícil descifrar si eran sentidas o falsas. Se había vuelto

una maestra en el arte de la diplomacia” (145-46).

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Este par de obras revelan que la vida de sor Juana es un motor para mirar hacia la

totalidad de un siglo que está íntimamente relacionado con la constitución de la actual

sociedad mexicana. Revelan también que detrás del personaje aportador de grandes tesoros

a la literatura universal, detrás del mito sorjuanista existió una mujer de carne y hueso que

debió enfrentar decisiones difíciles en un mundo que le ofrecía pocas opciones. Es

interesante cómo la creación artística y el quehacer histórico se unen para proyectar

distintas caras del periodo novohispano obligando al lector contemporáneo a hacer un acto

de conciencia.

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4. SISTEMAS DE INTERPRETACIÓN SORJUANISTAS II: EL DRAMA HISTÓRICO

Truenen en buen hora contra el arte histórico los

investigadores sin imaginación y sin estilo, que

sólo abusando mucho del vocablo pueden ser

llamados historiadores…

Marcelino Menéndez Pelayo, “El drama histórico” (34-35).

En el capítulo anterior, me encargué de revisar diferentes propuestas teóricas respecto a la

novela histórica. Asimismo realicé un recorrido a través de distintos textos para mostrar la

evolución del personaje sorjuanista en la narrativa. Es imperativo ahora profundizar en el

género dramático; por ello este capítulo final se dividirá también en tres apartados. En el

primero revisaré las propuestas teóricas más preponderantes sobre el drama histórico.

Retornaré a estos planteamientos en el segundo para comprender el funcionamiento de las

piezas históricas que componen el inventario de dramas sorjuanistas. En el tercero, dirigiré

mi atención hacia dos obras: La cruz en el espejo de Coral Aguirre (1988) y Una Juana sin

cruz de Edgar F. Carbajal (1997). Ahí el objetivo será analizar la construcción del mismo

personaje por dos dramaturgos a poco más de una década de distancia, además de ver

detenidamente las particularidades estilísticas de cada composición.

4.1. Propuestas teóricas en torno al drama histórico

La corriente dramática basada en la vida de sor Juana encara básicamente los mismos

conflictos que la novela: recrea la época virreinal novohispana, los porqués de la vida de la

monja y su desenvolvimiento en las diferentes facetas de su vida. Pero no estamos solo ante

estériles reconstrucciones de la época virreinal; sino ante la sustancial tarea del drama

histórico que consiste repensar la historia, desmembrarla, metaforizarla. El quehacer teatral

se enfrenta a un desafío distinto al de la narrativa: la simultaneidad del hecho representado

y del acto de recepción.

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Antes de recorrer las propuestas teóricas vale la pena detenerse en una reflexión de

Claudia Cecilia Alatorre: “El hombre que vive la historia es un ser dramático, porque la

historia se hace todos los días […] la historia también está hecha por las pasiones de los

hombres, su voluntad, sus anhelos y sus fracasos. Este es el archivo de la historia que

pertenece únicamente al arte” (14). Ser social, ser histórico, ser dramático, esta

nomenclatura llama a los seres humanos instintivamente; no solo se trata de la búsqueda de

sentido individual sino de una necesidad de verse en otros y como otros, de entender la

interrelación entre pasado y presente. Así se resume la existencia no solo del drama

histórico sino del arte. Como he señalado antes, el caso de sor Juana ha sido atendido hasta

el cansancio desde la crítica y la historia; pero no ha sido suficiente: el estudioso ahora

elige la ficción.

Más allá de la existente discusión sobre la ilegitimidad de la ficción histórica,

Menéndez Pelayo señala que esta tiene dos ventajas frente a la historia; la primera es que

satisface la sed del espíritu “que no se apaga con el conocimiento exterior y fragmentario

de lo pasado, sino que aspira a lograr de él un cuadro vivo y completo”. La segunda es que

conduce a la contemplación de un mundo ideal “en el cual el prestigio de la tradición

secular atenúa lo feo y lo discordante, realza y da valor expresivo a lo pequeño, ennoblece

lo prosaico” (1942: 37). Se sabe que también ocurre a la inversa y que, en ocasiones, se

encuentra deformado lo que se considera bello e hiperbolizado lo feo y lo ridículo; pues el

teatro contemporáneo busca polarizar las reacciones de la audiencia.

El drama tiene su propia y conflictiva división entre géneros que depende de diversos

factores. Por ejemplo, la tipología de los materiales con los que cuenta un dramaturgo: lo

posible y lo probable. Estos pueden ser tratados desde la particularización o la

generalización; siempre con el objetivo de condensar las preocupaciones humanas tanto en

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su individualidad como en su colectividad. Las propuestas teóricas en cuanto al drama

histórico tienen su epicentro justamente en esa hendidura. Por un lado se encuentra lo

probable; que puede entenderse como aquello que la historia oficial dice o la imagen ideal

que proyecta de ciertos personajes con la intención de generar un fervor patriótico. Por otro,

lo posible que es la oportunidad creadora, la masa proveniente de la memoria colectiva o

las versiones que subvierten lo canónico; mismas que el dramaturgo (y más tarde el

director, los escenógrafos, etc.) convertirá en una construcción visual.

Para comprender el drama en general, hay que tener claro que “requiere de una

ineludible capacidad de síntesis” tanto del autor como del lector/espectador y el “dominio

de lenguajes fónicos, gestuales, plásticos, rítmicos” (Guillaumin 7). Una vez llevado a la

escena un texto dramático se vuelve una portentosa comunión entre actor y espectador. En

este sentido pueden entenderse las obras dramáticas como historia alternativa”; ya que “‘La

historia oficial’ representa una narración de los hechos del pasado desde el punto de vista

del sector culturalmente dominante” (Villegas 1999: 234). Incluso si el creador artístico

está al servicio del “poder”, su obra está bañada de ideología y eso la hace una versión

retrospectiva particular, es una “toma de posición” (Villegas 1999: 236) respecto al pasado

y sus protagonistas.

Si el teatro es una actividad artística mucho más antigua que la novela, es decir la

ficción escrita, entonces no es extraño que el germen de la vertiente histórica de ambos

géneros siga esta condición. Mientras que en la novela histórica encontraba Lukács a

Walter Scott como el autor que solidificó el subgénero; en el caso del drama el mismo autor

se remonta hasta Shakespeare para identificar las primeras manifestaciones de tipo histórico

con obras como El rey Lear (1605). En lengua española se encuentra a Lope de Vega como

uno de los grandes cultivadores con títulos como Fuenteovejuna (1614) o El caballero de

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Olmedo (1920). Ya en el siglo XVIII saltan a la vista los nombres de los germanos Goethe

y Schiller.

Para Lukács un concepto clave en la constitución de este tipo de drama es el

plasticismo de los héroes trágicos y lo ejemplifica a través del paralelismo entre la escultura

y el teatro: “son formas del arte en que el mundo humano se realiza exclusivamente

mediante la plasmación del propio ser humano. Y debe entenderse cómo de esta

‘reducción’ al hombre solo nace una exposición más plena del mundo” (141). El creador

moldea una imagen en la que comprime la totalidad su propia condición histórico-social.

Cuando esto se concreta de manera efectiva, la parcialidad a la que cualquier obra de arte

está limitada no impedirá el acto comunicativo; más bien abrirá una brecha interpretativa.

El filósofo húngaro apela a esta condición sintética del drama llamándola plasmación

artística; la cual se completa al ser decodificada por el lector/espectador y “consiste en que

esta imagen relativa e incompleta ha de causar la impresión de la vida, incluso de una vida

concentrada, más intensiva y viva que la de la misma vida de la realidad objetiva” (106).

Otro tema en el que se han centrado los estudiosos del drama histórico es la

continuidad entre el pretérito y la actualidad: ¿Cómo puede el dramaturgo utilizar el pasado

para exponer, criticar o comparar hechos de índole política, económica o religiosa que

suceden en la contemporaneidad? Los artificios más comunes para hacer esto son el

anacronismo, el flashback o la premonición. A este respecto Herbert Lindenberger dice lo

siguiente: “The continuity between past and present is a central assertion in history plays of

all times and styles. One of the simplest ways a writer can achieve such continuity is to play

on the audience’s knowledge of what has happened in history since the time of the play”

(6). Las obras históricas tienen un final que el espectador conoce; por lo tanto, el transcurso

de la obra es idóneo para proponer su propia versión de la historia, para hacer interactuar a

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personajes de épocas yuxtapuestas o crear a un personaje ficticio que ofrezca un juicio de

valor sobre la situación dramática. Este autor también señala que las posibilidades de

intercambio entre el drama y el público son infinitas; bien puede funcionar como una

elevación de sentimientos patrióticos, como una prevención de desastres futuros, ser una

invitación a no cometer los mismos errores, un homenaje a ciertos personajes o un reclamo

a otros.

Francisco Ruiz Ramón opina que la elección de la materia que ha de tratarse en la

obra nunca es un proceso azaroso; todo lo contrario, es intencionado y articulado para que

existan fuerzas contrarias que tiren de ambos extremos. No solo para crear tensión

dramática sino para provocar una lectura simultánea de dos sistemas históricos, crear una

dialéctica entre ambos tiempos: “Pasado y presente van reflejándose mutuamente, como

dos espejos en movimiento frente a frente, cuyos dinámicos contenidos se descifran

utilizando sus códigos recíprocos” (385). En cuanto al tiempo, en el drama histórico debe

haber conciencia de su valor triple: uno pasado, uno presente y uno más que los utiliza

como pilares, es decir, el de la mediación, el inventado: “un tiempo construido en el que se

imaginan, se inventan o se descubren nuevas relaciones significativas entre pasado y

presente capaces de alterar el sentido tanto del uno como del otro, así como del uno por el

otro” (386). Dos grandes funciones tiene el drama histórico, dice Ruiz Ramón: una catártica

y una didáctica. La primera tiene que ver con responder a las preguntas que la época

representada tiene hacia el porvenir. La segunda es evidente; se intenta comprender y

juzgar desde ese porvenir.

Antonio Buero Vallejo es citado con mucha frecuencia cuando se habla del tema que

nos ocupa; no solo por sus comentarios sobre la constitución del drama histórico, sino por

haberlos llevado a la práctica. Desde su posición de dramaturgo afirma que el autor

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requiere dos elementos: conocimiento e intuición. El conocimiento de lo documental: las

causas, los involucrados, los espacios para dar una visión convincente y verosímil. La

intuición para poder llegar a la “intrahistoria”; eso que los documentos no dicen pero

sugieren. También señala la importancia de la especulación en tanto que la historia es un

fenómeno vivo que debe “denuncia[r] la otra cara de los personajes y las circunstancias”

(830). Dos términos utiliza el español para definir esta clase de teatro: desmitificador y

desalienador. No en el sentido subversivo o transgresor de trastocar o manipular la historia;

sino de encarar de una manera realista a los personajes para explicar lógicamente sus

acciones: “Escribir teatro histórico es reinventar la historia sin destruirla”. Claro está que

acudir a situaciones tan arraigadas en la cultura de un pueblo y explorar acciones con tantos

matices ideológicos es conflictivo: “Toda interpretación histórica es problemática, y en

mayor medida de lo presumible, enigmática”. El teatro es provocación y por ello “aunque

sea histórico, debe ser, ante todo, actual” (828).

Mucho se ha hablado de la antitética denominación del subgénero, de su construcción

paradójica; pues “asistimos a una re-presentación en el sentido etimológico de la palabra, lo

que presupone una ‘resurrección’ de los personajes históricos […] requiere además el

‘conjuro’ de un tiempo definitivamente pasado” (Spang 1998: 26-27). Justo ahí reside su

genialidad; aunque el espectador advierte esta contradicción la asimila por la convención

teatral. Esto ocurre gracias a códigos extraverbales como el decorado, la vestimenta, la

iluminación o la corporalidad de los actores. En el caso de los lectores, las acotaciones se

encargan de otorgar los detalles para la representación mental activada desde la

imaginación. La convención va más allá de lo que se materializa en escena; en ocasiones

basta mencionar un lugar o personaje para evocarlo sin necesidad de que aparezca.

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Kurt Spang propuso, como dije antes, una definición básica para novela histórica:

ilusionista y anti-ilusionista. Al hablar del drama la retoma; esta clasificación se aplica en

función de lo que el autor quiere ocasionar en el público. En el primer caso, el objetivo es

que el receptor “viva el conflicto como si fuera suyo” (1998: 30), situándolo en un

atmósfera casi hipnótica y valiéndose de un orden inalterado, cronológico. En el segundo,

sucede lo contrario y la idea es destruir la posibilidad de identificación por medio de la

discontinuidad temporal, anacronismos (no solo en cuanto a caracterización, también en la

morfosintaxis, léxico o uso de lenguas extranjeras) e incongruencias en la conducta de los

personajes; los cuales están en el mismo nivel, sin hazañas ni actos heroicos. Ocurre que

“Las figuras ya no hacen historia sino que la padecen” (31) y los finales se tornan en

inconclusos.

Otra propuesta de clasificación es la que se basa en el tono de la obra, es decir en el

desglose tradicional de subgéneros dramáticos: tragedia, tragicomedia, comedia, farsa,

fantasía histórica, teatro épico histórico. Incluso puede señalarse otra categoría: la del teatro

antihistórico: “en el que se crean situaciones históricamente inexistentes pero con

materiales históricos, precisamente para llamar la atención sobre circunstancias presentes o

sobre posibles equivocaciones” (Spang 1998: 32). El escritor de obras históricas tiene la

ventaja, dice Spang, de prescindir de los elementos de su preferencia o exagerarlos para

convertir a una figura histórica unidimensional en un personaje dramático complejo:

“puede adentrarse en su intimidad, seleccionar acontecimientos, eliminar lo superfluo,

marcar pesos, redondear la figura en función del conflicto dramático” (40). Existe una

propuesta más de división; esta dicta que hay dos vertientes en la dramatización de la

historia; la historicista, cuyo propósito es poner en escena datos probables de manera

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documental. Y la verosimilista, que se cimienta en personajes de los que consta existencia

para mostrar una situación o episodio imaginarios (Romanos 700-01).

Un concepto recurrente en los intentos de explicar la configuración de esta clase de

drama es el de “imaginario colectivo”. Para Juan Villegas la idea generada a través del

paso del tiempo por la existencia de manifestaciones artísticas en torno a una figura o la

apropiación de ciertos sectores de la sociedad, incluso la adopción politizada de un

personaje es determinante a la hora de una construcción literaria. Un ejemplo es el de la

pintura que “ha cumplido una importante función en la elaboración de la memoria histórica

[…] llega a constituirse en una clave fundamental en los discursos teatrales con referencia

histórica o religiosa” (2009: 49). El autor pone como ejemplo de esta apropiación

relativizada a Hernán Cortés; quien aparece en ocasiones como un héroe, un conquistador,

con un cuerpo y una armadura que evidencian su fortaleza. También en ciertas

aproximaciones iconográficas aparece como el creador de una nueva raza. Sin embargo,

desde la visión de Diego Rivera es presentado como un ser deformado por su propia

ambición y corrupción. Aún más problematizadora es la obra La noche de Hernán Cortés

(1992) de Vicente Leñero, donde un hombre viejo y atormentado por el pasado es lo único

que resta del gran guerrero. En el caso de sor Juana deberíamos pensar en los retratos

principales de los que proviene la construcción visual que ha llegado a nuestros: el de Juan

de Miranda (1713) o el de Miguel Cabrera (1750); ambos sujetos a los modelos estéticos

de su época y en los que se observa a una mujer de boca pequeña, grandes y expresivos

ojos, cejas marcadas y nariz fina. Mientras que el primero opta por mostrar a una monja

que escribe; el segundo la representa en acto de lectura. Las obras pictóricas posteriores

tomarán esos rasgos como boceto. Más allá del arte, los personajes históricos se filtran en

la imaginación popular a través, por ejemplo, de su aparición en los billetes; hecho que está

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politizado porque así se tornan en “iconos nacionales y celebran hechos históricos de

significación para los sectores hegemónicos en el poder” (Villegas 2009: 46).

Si en el caso de la novela se mencionaba el concepto de intertextualidad, según Juan

Villegas en el drama puede hablarse de inter-visualidad; ya que todo vistazo a la historia

implica “la lectura o interpretación de textos anteriores no teatrales en los cuales se asigna

a la ‘reproducción’ de acontecimientos reales un objetivo fundamental” (Villegas 1999:

238). Dramatizar a sor Juana implica el acercamiento a su obra para lograr una

familiarización con la estética novohispana, la revisión de la crítica para descubrir cómo ha

sido leída y de las reconstrucciones literarias para comparar y proponer modelos.

Finalmente, hay que revisar qué sucede con el tratamiento de la historia en el llamado

teatro de la posmodernidad:

ahora aparecen nuevas lecturas de personajes y hechos pasados que en vez de

reafirmar una percepción historicista, como se hacía antes, apuntan más bien a

la desestabilización de los mitos históricos en aras de una realidad basada en

algo más que referencias textuales, elaboradas en su mayoría por mandato de

los forjadores de patrias del momento. (Risk 68)

Es decir, que este teatro no busca ser un enaltecimiento ni una teatralización servil de las

ideas dominantes en los ámbitos político y social; sino un cuestionamiento y una

confrontación con esas nociones subyugantes y paralizadoras.

Antiguamente el teatro se erguía como el modo de acercarse a lo sagrado, una manera

de presenciar lo divino. El teatro contemporáneo, sin desprenderse de su profunda

naturaleza ritual, se ha volcado a desprender al héroe de su solemnidad, desmitificándolo.

El drama también ha tomado la materia histórica, en principio con el afán de crear arraigo y

un fuerte sentimiento nacionalista. Sin embargo, en la producción contemporánea del

drama histórico el pasado se convierte en una metáfora de la realidad actual; una manera de

comunicar al espectador que algo debería ser recuperado o que algo continúa estando mal.

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4.2. La monja jerónima en la dramaturgia

Cada época […] le ha aplicado los reactivos de

que dispone. Todos en ella han puesto sus manos;

para quitarle, más que para añadirle.

Salvador Novo, “¡Pasa Juana al diván!” (1979: 117).

La producción de obras literarias basadas en la biografía de sor Juana Inés de la Cruz puede

remontarse hasta el siglo XIX, como ya he insistido. Aunque parece haber sido ella misma

quien inició una suerte de fabulación en torno a su vida cuando, con intereses meramente

retóricos, reveló (o inventó) algunas anécdotas personales en la Respuesta a sor Filotea

(1691). Tal como afirma Frederick Luciani, “las obras mismas de sor Juana, en que se

proyectan imágenes de un yo en diversos grados de abstracción ficticia, parecen haber

iniciado una larga tradición de comentario en que la vida de la monja […] predomina sobre

otras consideraciones críticas” (395). Así comienza a gestarse la mitificación; proceso

acumulativo que la Décima Musa prevé y describe ampliamente en el “Romance 51”. Su

primer biógrafo, Diego Calleja, añadió detalles a la “autobiografía” de sor Juana y en su

Aprobación a la publicación de Fama y obras póstumas en 1700 inauguró la tendencia

hagiográfica o beatificante; misma que también se reflejaría en novelas como Sor

Adoración del divino verbo de Julio Jiménez Rueda (1923) o El secreto de sor Juana de

Patricia Cox (1971); en estas se muestra a una mujer en acenso a la santidad.

En el presente apartado realizaré un recorrido cronológico por las obras dramáticas

más representativas de la corriente sorjuanista; las cuales se han valido de los artificios que

este género otorga para inundar el imaginario de los espectadores mexicanos y alimentar el

mito. Octavio Rivera Krakowska realizó un interesante trabajo sobre este tema y rastreó 18

obras dramáticas que recrean la vida de la monja novohispana entre los años 1876 y 2000.

Este autor también señala que fue hacia la segunda mitad del siglo XIX (1876), cuando José

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Rosas Moreno escribió el primer drama sorjuanista titulándolo justamente con el nombre de

la monja. Su Sor Juana Inés de la Cruz es el inicio de una tradición literaria que también se

desplazaría hacia el género narrativo y el cine. En esa primera recreación nos encontramos

frente a un drama ilusionista que se produjo con intereses nacionalistas, como ya se ha

mencionado; pues vio la luz en la época del “proyecto de nación”. Es decir, que está

construida bajo los preceptos clásicos del teatro y su “estructuración [se lleva] a cabo según

los principios aristotélicos de principio, medio y fin”. Y por tanto “concluye con la solución

de la problemática evocada” (Spang 35) desde una perspectiva tradicional: con la

restitución de la honra a la protagonista.

Para Rosas Moreno es importante evidenciar la moral de la época, ya que los códigos

éticos mostrados revelan su propia visión del mundo en una plasmación artística del héroe

que está íntimamente relacionada con el honor. El conflicto principal tiene que ver con un

“matrimonio alterado por la infidelidad del marido quien se debate entre el amor y el deber,

matrimonio que salva la esposa amorosa y honesta que desea mantener la vida de la

familia” (Krakowska 89). Este matrimonio es el de los virreyes; la dama Juana es quien

crea el conflicto al descubrir que el hombre que ha estado enamorándola es justamente el

virrey. La solución de la obra es completamente decimonónica: luego de una toma de

conciencia, Juana decide que Cristo será su único esposo y dueño; solamente él puede ser

un marido a la altura, fiel por completo y que puede permitirle gozar de la sabiduría.

Resalta en cuanto a la confección clásica de la obra el tema de la mujer como

depositaria del honor; esta situación es mostrada por medio del símil entre la fémina y la

flor, en clara alusión al soneto sorjuanista 147: “En que da moral censura a una rosa, y en

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ella a sus semejantes”.14 La rosa ha sido siempre pretexto literario para abordar la idea de la

fragilidad y la belleza en la construcción de caracteres femeninos; además de ser una

imagen imprescindible en el tratamiento de la fugacidad de la vida. Basta recordar un par

de versos del emblemático soneto de Garcilaso de la Vega: “En tanto que de rosa y

d’azucena / se muestra la color en vuestro gesto” (59). Por eso no es nada extraño que sor

Juana y Rosas recurran a esa analogía:

INÉS: De liviandad, ¡oh dolor!,

gente liviana me arguye,

pretende mi deshonor...

¡Pobre mujer es la flor

que hasta el gusano destruye! (69)

Una vez que la dama Juana ve la proximidad de ser abandonada exige que el virrey la tome

en matrimonio. De otro modo, su condición de doncella se verá mancillada: “Es cierto; /

mas hoy, ya no tirano / quieras dejarme, no, pide mi mano” (70). También respecto a la

condición de la mujer, Rosas incluye unas interesantes redondillas que dan la impresión de

ser predecesoras de aquellas que la monja jerónima compuso para los “hombres necios”. En

estas el personaje de Diego, luego de ser despreciado por la dama Juana, dice en medio de

su enfado:

Cuando es amable y discreta,

el engaño lleva al cinto,

y es su pecho laberinto

más terrible que el de Creta. (64)

Así la joven elige el claustro ante la posibilidad de ser tildada de deshonesta. Además de

esto, sobresale el interés de Rosas Moreno por demostrar sutilmente que la tierra mexicana

podía producir grandes ingenios y por lo tanto era capaz de gobernarse a sí misma.

14 Aquí reproduzco el primer cuarteto: “Rosa divina que en gentil cultura / eres, con tu fragante sutileza, /

magisterio purpúreo en la belleza, / enseñanza nevada a la hermosura”. (2009, vv.- 1-4).

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En el apartado anterior di cuenta de la apasionada relación textual con la Minerva

Indiana que Julio Jiménez Rueda evidencia a lo largo de su obra. En el caso de su breve

novela Sor Adoración, el autor centra su atención en un desengaño amoroso que sufre una

joven Juana (representada a través de Clara Isabel) en la corte. Mientras que en la obra

dramática que lleva por título Camino de perfección, publicada en el mismo volumen hacia

1923, se encarga de describir el vuelco final de la vida de la monja por medio de tres

cuadros; en los cuales se aprecia un diálogo entre sor Juana y su confesor. Hacia la época

en que Jiménez Rueda escribió, el imaginario colectivo en torno a sor Juana no había

evolucionado y los textos a los que se recurría como fuentes principales eran el de Calleja,

la Respuesta y quizá el de Rosas Moreno. Por lo tanto, lo más lógico es que esta versión de

la monja la muestre en el camino hacia la virtud. Hay que recordar el concepto de “inter-

visualidad” porque el trabajo de este autor es el resultado de la mixtura mental de esos dos

o tres textos predecesores que, intencionalmente o no, abrieron la puerta a la

ficcionalización.

En Camino de perfección, se alude a la llamada “crisis final” de la monja que tanto ha

inquietado a sus estudiosos, el título es una referencia directa a la obra de Santa Teresa de

Jesús que lleva el mismo nombre. El interés por la relación entre ambas monjas también es

advertida en otro texto de Jiménez Rueda: Sor Juana Inés de la Cruz en su época (1951);

cuando casi al concluir el apartado XXXIV, en el que describe cómo la jerónima vende sus

libros e instrumentos matemáticos y renueva su profesión de fe, dice: “En su espíritu se

había fijado indeleblemente el ‘muero porque no muero’ de Santa Teresa de Jesús” (125).

Con anterioridad, hacia 1943, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la

Lengua, el mismo autor recurrió a la dupla de religiosas en Santa Teresa y sor Juana: un

paralelo imposible. Ahí se encarga de explicar, con sólidos argumentos contextuales,

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porqué en sor Juana no es posible ubicar el misticismo de la santa fundadora de las

carmelitas descalzas:

Siglo XVI: lucha, inquietud espiritual, mundo en llamas; idea imperial que se

desvanece; el Escorial, tumba, palacio real, biblioteca. Una mujer que sale del

convento para combatir en el mundo. Siglo XVII: arquitectura barroca,

literatura culterana, conceptismo en la expresión, discreteo en la comedia,

conformidad en los espíritus. (1955: 241)

Sin embargo, y en esto es insistente, legó la novohispana algo tan valioso como el amor de

la española: una gran inteligencia. En Camino el lector/espectador atestigua qué ocurre

luego de la publicación de la Carta atenagórica; la sor Juana de Jiménez Rueda queda

atribulada por las amonestaciones que le arrojan; no solo el obispo Fernández de Santa

Cruz bajo el velo de sor Filotea sino Núñez de Miranda quien es persistente acerca de que

su destino es el ser glorificada: “No has nacido tú, Juana, para disfrutar la felicidad

engañosa y pasajera que satisface a las mujeres y a los hombres vulgares” (88). Tras las

consecuencias de su escrito, le resulta insoportable saber que ha caído en la soberbia y en la

vanidad; por ello experimenta un cambio interior y renuncia a sus libros e instrumentos

científicos para deshacerse de toda distracción de las actividades sacras y de paso hacer un

bien a los pobres. No a causa de un vuelco místico sino de un acto de sentido común, en

palabras del autor: “Orgullo herido, obediencia a los superiores, espíritu de sacrificio”

(1955: 239).

En un tono contestatario a esos primeros dramas sorjuanistas y sobre todo a la crítica

literaria purista o tradicional surgen dos dramas breves fruto de la pluma de Salvador Novo:

“Sor Juana y Pita” en Diálogos y “Sor Juana Recibe” en Las locas, el sexo, los burdeles. La

primera ve la luz en 1970 como parte de un volumen que reúne conversaciones de distintos

personajes célebres como la Malinche con Carlota. Sor Juana y otra poeta, Pita Amor,

discurren sobre la poesía moderna y sus propias obras. La admiración que el autor sentía

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por ambas fue manifestada más tarde en un pequeño ensayo titulado “¡Pasa Juana al

diván!”, que ayuda a entender la conexión que este estableció entre las dos mujeres. De

manera jocosa da al lector la siguiente receta: “Mezcle usted dentro de la coctelera de un

hábito de monja jerónima, estos ingredientes: la inspiración de Pita Amor (pongamos por

poetisa), el prestigio intelectual de Amalia Castillo Ledón, la erudición de María del

Carmen Millar y la cara linda de María Félix” (1979: 115). La intención es que el resultado

arroje al degustador una mezcla de la admiración y la embriaguez con la que los coetáneos

de la Décima musa saboreaban dichas virtudes. Para Novo el afán crítico hacia el Fénix

parecía haber caído en un estancamiento; una afición tóxica que más que aportar luz a la

obra la ensombrecía neciamente y le arrebataba la esencia a su estilo.

En 1972 aparece Las locas, el sexo, los burdeles, libro donde se ubica “Sor Juana

recibe”, pieza muy breve que es un reclamo original a la falta de imaginación. La monja

acompañada por Carlos de Sigüenza y Góngora, el día de su cumpleaños, se niega a recibir

en su “confortable penthouse” a sus obsesivos críticos que creyendo realizar estudios útiles

y doctos repiten una y otra vez lo que dicen sus antecesores:

Sor Juana — Sea por Dios. Pero antes infórmame de ellos. ¿Son mexicanos?

D. Carlos — Casi todos.

Sor Juana — ¿Sabios?

D. Carlos — Casi ninguno. (122)

En el breve ensayo que precede a esta pieza mordaz (“¡Pasa Juana al diván!”), Novo

justifica su descontento al repasar las apariciones intermitentes de la monja en la crítica

decimonónica; ella debió permanecer en antologías que creían “perdonarle la vida” como

una autora más o menos respetable. Cree firmemente también que solo hasta la aparición

del sacerdote Alfonso Méndez Plancarte fue leída la jerónima con verdadera inteligencia y

profundidad.

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En 1973 emerge de la mente de Rosario Castellanos El eterno femenino; cuyo estilo

recuerda el espíritu crítico de Novo. La autora mexicana decidió escribir esta farsa por

recomendación de un par de amigos (la actriz Emma Teresa Armendáriz y su esposo Rafael

López Miarnau, director teatral). La idea era que la obra tratara “los problemas de ser mujer

en un mundo condicionado por varones” (Ortiz 9). La sor Juana de Castellanos es

anacrónica, desternillante y hasta cínica. Su diálogo con otras figuras que encarnan la

femineidad en la historia mexicana (como Josefa Ortiz de Domínguez o La Adelita) es una

recriminación a la absurdez de los roles de género; burla de las versiones oficiales que

encierran en estereotipos la humanidad que alguna vez tuvieron estas mujeres. La escritora

mexicana “hace notar que la mitificación de la mujer en distintos roles es una consecuencia

de la necesidad colectiva de preservar ‘la imagen’ femenina y aplicarla a la manipulación

social” (Fox Lockert 1982: 465). Asimismo, amonesta con fuerza a las mujeres que han

aprendido a sacar provecho de esta imagen y han decidido permanecer en la comodidad de

un mundo superficial.

Según Raúl Ortiz, estos personajes históricos muestran a la vez la idea actual que se

tiene de ellas y son “el símbolo de ancestrales mentiras; se despejan las incógnitas con la

advertencia de que un mundo basado en flaquezas ajenas, en pretendidas sumisiones y

compromisos hipócritas es frágil castillo de arena que es preciso reconstruir a partir de

cimientos de mayor solidez” (14). Así la monja se confiesa hastiada del obsesivo manoseo

a su vida por parte de los contemporáneos: “¡Dios mío! ¿Es que no se puede vivir tranquila

ni siquiera en un museo? ¿Hasta aquí ha de venir a perseguirme el rumor de comunidad

que, como un tábano, me atormentó durante toda la vida? (85). Tanto en el caso de Novo

como en el de Castellanos, estamos ante dramas anti-históricos; cuyos personajes no solo

deconstruyen la historia; sino que renuncian a ella en búsqueda de una verdad más grande,

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una verdad universal que funcione para el presente. Ese es el anti-ilusionismo de Spang;

estas sor Juanas no viven la historia, la padecen y se buscan a sí mismas por medio de la

negación de lo arquetípico.

En los años setenta se revela un interés considerable por poner a la novohispana en

escena. Es entonces cuando aparecen Confesiones de sor Juana (1972) de Margarita Urueta

y La décima musa (1979) de Carlos Elizondo, ambas centradas en la estancia en la corte de

la dama Juana. La primera está dividida en dos actos y fue estrenada el 26 de septiembre de

1969 en el teatro Hidalgo de la Ciudad de México. Lo interesante de la recreación de

Urueta es su técnica escénica basada en el flashback. En la primera escena aparecen la

monja y Núñez de Miranda en el confesionario; la monja evocará su pasado. Asimismo una

voz en off funcionará como la conciencia y enunciará sus versos más representativos; esto

da la sensación de que esa es la otra voz, la sometida que solo el paso del tiempo libera y

que emerge con más fuerza que nunca. El acto primero muestra a la joven doncella en

palacio; ahí padece habladurías por su condición de criolla y envidias por sus talentos.

Romana, otra dama de la virreina, no tolera la competencia de lo que considera una

“pueblerina”, así que no dudará en expresarlo: “¿Te parece que le den esta atención a una

recién venida de la Meca queca? No es de mujeres estar leyendo libros de hombres. No es

española, es criolla. No es de nuestra ascendencia” (116). Esta es la obra dramática que más

enfatiza el origen ilegítimo de sor Juana. En el segundo acto, Urueta imagina cómo era la

vida en el claustro y recrea los duros regaños que Núñez infligía a la madre por su conducta

inadecuada, algo que la atormentó hasta su muerte: “¡Cuidado, hermana, perdéis la

compostura! ¡Poned barreras en vuestro pensamiento, humildad!” (158).

La Décima musa de Elizondo es el testimonio de la gran admiración que el autor

sentía por la poeta. En el primer vistazo da la impresión de ser un retorno simple a Rosas

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Moreno y Jiménez Rueda: otra obra más que recrea amoríos en la corte. Sin embargo,

Elizondo justifica bien su ejercicio imaginativo y lo liga con la obra y la crítica sorjuanistas.

Su objetivo es instalarse en el plano de la especulación, aunque ciñéndose a las fechas

históricas clave. A lo largo de la poesía amorosa de la monja dos nombren aparecen: Silvio

y Fabio. Elizondo cree que no hay razón para dudar de lo que dice la crítica: la joven amó

con fuerza al menos dos veces. Por ello construye a Silvio con atributos físicos y a Fabio

con virtudes morales. Cabe retomar el tema de las manifestaciones artísticas como punto de

partida para la construcción visual, del que hablaba Juan Villegas; pues en el “Comentario

inicial”, Elizondo señala que su imagen mental de la protagonista proviene de los retratos

de Miranda y Cabrera; quiere recrearla con ese plasticismo y cree que puede asegurarse que

sor Juana Inés fue sumamente atractiva:

Aunque desconocemos el color de sus cabellos, puesto que los cubre la toca del

hábito religioso, debemos insistir en el óvalo perfecto de su rostro, en su tez

blanca, en sus cejas hermosamente arqueadas, su boca pequeña y un poco

irónica y en la luminosa expresión en los ojos de aquella mujer privilegiada. (7)

Algunos años después, en 1988, aparecerá La cruz en el espejo de Coral Aguirre, en la que

ahondaré más adelante. Ya en los años noventa el interés por reinventar al personaje

histórico, por desmitificarlo alejándolo de cualquier resquicio de la visión hagiográfica, se

dispara gracias a las convocatorias de homenajes y concursos de teatro. En la segunda

mitad de la década aparecieron: Sor Juana en Almoloya: pastorela virtual (1995) de Jesusa

Rodríguez, Engaño colorido con títeres (1997) de Emilio Carballido, Este amoroso

tormento (1997) de Ángela Galindo, Una Juana sin Cruz (1997) de Edgar F. Carbajal y La

secreta amistad de Juana y Dorotea (1998) de Guillermo Schmidhuber. Estas obras surgen

con la intención de encontrar la “intrahistoria”; concepto (similar al de la historia post-

oficial en la novela histórica) que alude al nuevo ímpetu de analizar la historia

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desprendiéndose de las ataduras de las versiones enciclopédicas buscándola en lo que los

documentos no dicen pero sugieren.

La pieza de Rodríguez es, en cuanto a temática, la obra más propositiva de este

recorrido. En un tono paródico, la autora imagina que en el 2000 sor Juana se encuentra en

una celda del penal de Almoloya. La causa de su presencia en ese sitio es que unos

“autodenominados panistas” han mezclado perversamente y por medio de tecnología virtual

el siglo XVII con el siglo XXI. La autora es implacable y utiliza los versos (modificados

según su interés) de la monja para evidenciar la corrupción durante el gobierno de Carlos

Salinas de Gortari. Mezclando historia antigua y reciente, la autora crea una interesante

continuidad entre pasado y presente y se vale del humor para tratar los escándalos

escabrosos de la política mexicana. El hilo conductor de la farsa es una carta que sor Juana

lee con sorna. Esta carta fue escrita por el expresidente y tiene un referente real; fue

enviada en diciembre de 1995 por Salinas a los medios de comunicación desde su exilio. La

jerónima decide responder a esta epístola en un texto que titulará Respuesta Zopilotea.

Caracteriza a esta pieza la ridiculización y la denuncia de los poderosos y sus artimañas:

qué hábil era este sujeto, una carta escrita desde su exilio virtual movilizaba a

políticos e intelectuales […] qué listo, y con eso logró que no lo culparan de

nada, ni lo trajeron a declarar sobre los asesinatos y el derrumbe del país, ni

devolvió un quinto de todo lo que se robó, vaya ni siquiera lo expulsaron del

PRI. No cabe duda: o este tipo era un genio, o sus contemporáneos unos

pendejos. (395-96)

La propuesta de Carballido es inigualable en el aspecto escénico. La Décima musa en un

escenario central recuerda su pasado que se reproduce en dos tablados laterales (un altar y

un teatrino). Los títeres suponen un recurso invaluable sobre todo para encarnar las

dimensiones del poder. Los personajes “opresores”, las monjas terribles, los jerarcas de la

iglesia, deben aparecer al doble del tamaño humano o con rostros crispados para mostrar su

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descomunal truculencia. El retablo central muestra toda la extremosidad del barroco y en la

loa que el dramaturgo sugiere, con intención de caricaturizar el teatro de la época

sorjuanina, suena un “rock barroco” para evitar la arqueología. En cuanto al argumento, se

reproducen las anécdotas más conocidas desde el socorrido desencanto amoroso, hasta el

momento en que sor Juana y la virreina se conocen sintiéndose inmensamente atraídas;

también aparece la problemática suscitada por la carta atenagórica y la muerte de la monja

tras la peste en el convento. En opinión de Daniel Vázquez Touriño, el hecho de que

Engaño haya sido realizada por encargo del Instituto Mexiquense de Cultura no le resta

mérito porque su contenido profundiza en las presiones sociales y genéricas que debió

atravesar el personaje principal: “El destino de Sor Juana, paradigma de belleza,

inteligencia y determinación, se presenta como un ‘engaño’ amargo, un sueño de libertad y

realización del ser humano que se ve truncado por las presiones sociales” (540).

Tanto Este amoroso tormento como Una Juana sin cruz, fueron ganadoras del

Premio Nacional de Teatro Sor Juana Inés de la Cruz convocado en 1995 por el Instituto

Mexiquense de Cultura. La primera apuesta por recrear a sor Juana en su siglo; mientras

que la segunda opta por imaginarla en la actualidad. Para Galindo son claves dos momentos

de la vida del Fénix: el desprendimiento de su biblioteca y la relación afectuosa con María

Luisa Manrique. El presente dramático se ubica una madrugada de marzo de 1694. Aunque

hay escenas que reconstruyen por ejemplo, la convivencia con Leonor Carreto hacia 1664,

la estancia con las Carmelitas en el 69, el momento de conocer a la Condesa de Paredes en

1680 y la dolorosa despedida del 88. La autora es quisquillosa en cuanto a los

señalamientos de las fechas. Su aporte más interesante es el de crearle a sor Juana una

aliada: Sor Magdalena, quien nunca la juzga y la ayuda a ocultar algunos de sus objetos

más preciados. Esta siempre tienen una palabra de aliento: “Tu poder no está en el favor de

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las virreinas sino en tu prodigiosa inteligencia y tu don para las letras. Los libros que ha

publicado la Condesa de Paredes, en Sevilla, harán que tu obra permanezca” (42).

Finalmente, La secreta amistad de Juana y Dorotea es un drama que consta de siete

escenas en las que vemos la interacción de la Décima musa con la primera académica que

comenzó a estudiarla: Dorothy Schons. Crítica estadounidense que, como ya he

mencionado, realizó importantes estudios y descubrimientos y que, en su momento, se vio

presionada por la institución a la que pertenecía por el hecho de ser mujer. Schons decidió

suicidarse luego de la muerte de su hermana, su segunda gran compañera después de la

poeta novohispana y eso también queda plasmado en la obra. El autor, Guillermo

Schmidhuber, tiene en su haber algunos interesantes descubrimientos como La segunda

Celestina, una comedia perdida que logró localizar en 1989 y editó con un prólogo de

Octavio Paz; además de una “Promesa de la fe” que descubrió en 1992 y publicó en la

revista Hispania; y ya en el presente año (2015) el “Desciframiento de un criptograma de

Sor Juana Inés de la Cruz: Romance 50” publicado en la revista eHumanista. Esta pieza es

su ocasión de rendir homenaje por medio de la ficción a dos intelectuales incansables que

admira porque abrieron la puerta de la intelectualidad para muchas mujeres.

La evolución en el tratamiento de la vida de sor Juana en la literatura, la predilección

por reinventarla, la insistencia por proponerla como una mujer virtuosa, una defensora de

las ideas, o un ser subversivo demuestran la evolución de los estilos y las concepciones

estéticas de cada época; pero también, y de manera más profunda, reflejan las

transformaciones en la manera de pensar la historia. Los personajes impulsores de cambios,

los cruentos opresores, los estoicos mártires y los grandes creadores son ahora blanco para

analizar el pasado, válvulas de escape para lidiar con el presente y proyectores de lo que,

con algo de suerte y sentido común, puede pasar en el futuro.

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Es notorio que el drama sorjuanista, como actividad literaria, ha evolucionado según

los tres criterios que antes mencionaba en el caso de la novela histórica: el “código de lo

decible”, la aparición de documentos y los cambios en la manera de dramatizar la historia.

Sin embargo, y hay que enfatizar, su valor espectacular lo distingue de la narrativa y lo

convierte en una manifestación artística independiente. El espectador asiste a la

concretización, a la viva imagen de la monja poeta; se apropia de años de documentación y

alimentación del imaginario colectivo por medio de la presencia que exige el teatro y de la

unicidad de cada puesta en escena. La propia obra de la Décima musa excede su forma

impresa, archivística y se convierte en energía escénica, en potencia creativa.

El contacto directo con los sistemas sígnicos del drama, con la plasticidad de la

representación deviene en la actividad o interacción del espectador. En él “concurren dos

elementos: por una parte, la reflexión; por otra, el contagio pasional, el trance, es decir, el

contagio que imprime el cuerpo del comediante sobre el cuerpo y el psiquismo del

espectador” (Ubersfeld 40). El teatro siempre ha sido confrontación; sin embargo, en la

actualidad o “posmodernidad”, y de la mano del trasunto histórico, va más allá y se

convierte en desestabilización y problematización.

4.3. Análisis de dos dramas históricos: La cruz en el espejo y Una Juana sin cruz

Vosotros me concebisteis

a vuestro modo, y no extraño

lo grande: que esos conceptos

por fuerza han de ser milagros.

Sor Juana Inés de la Cruz, “Romance 51”, vv. 109-112.

En este apartado me detendré en dos dramas: La Cruz en el espejo y Una Juana sin cruz.

Estos corresponden al subgénero del drama histórico porque, al igual que las obras

mencionadas en el apartado anterior, revelan y sintetizan una serie de preocupaciones

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relacionadas con la historia de México, la cultura, la religión y en consecuencia, la

identidad nacional. Hay que recordar lo que señalaba Kurt Spang: “la producción tanto de

novelas como de dramas históricos, se intensifica siempre cuando una cultura está

atravesando períodos de crisis que a [su] modo de ver no tienen por qué ser forzosamente

colisiones sociales y luchas de clase” (18). La inestabilidad política, el nunca concluido

debate sobre la naturaleza del “ser mexicano”, el desapego al arte, el caos de una sociedad

disfuncional y deshumanizada hacen que los escritores dialoguen con el pasado, que den

voz una y otra vez a ese personaje o mito de la mujer transgresora que desafió a los

hombres de su época con el único afán de conocer.

La cruz en el espejo fue escrita por la dramaturga argentina Coral Aguirre; obtuvo el

Premio Nacional de Dramaturgia Argentina en 1987 y fue estrenada, también en su país de

origen, en marzo de 1999. Esta pieza está constituida por dos actos; en el primero se

observa una escena breve de la infancia de sor Juana (hacia 1659), quien al ser testigo de un

acto de fe inquisitorial cuestiona a su tía sobre las razones por las que un hombre será

quemado; ella le revela que es a causa de su herejía. Esta escena pronto se convertirá en un

acto de fe de la propia sor Juana, acusada de los peores pecados por el pueblo, víctima de

los improperios de las autoridades eclesiásticas; así que la escena resulta ser una pesadilla.

Luego de un oscuro el espectador/lector es testigo de una fuerte discusión entre el arzobispo

de México (Francisco de Aguiar y Seijas), el padre Pedro Arellano, Carlos de Sigüenza y

Góngora y el confesor de sor Juana (Antonio Núñez de Miranda). El acalorado debate gira

en torno a la monja jerónima y su obstinación en escribir, su soberbia y su arrogancia al

querer intervenir en asuntos tan elevados como la teología. Este primer acto también recrea

a grandes rasgos la vida conventual, los momentos de más álgida producción literaria de sor

Juana y sus conversaciones con Belilla, su sobrina.

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El segundo acto transcurre hacia 1692 y en él se muestra el asedio por parte de las

autoridades eclesiásticas a la Décima musa y el despojo del que fue víctima para “probar su

fe”; todos sus bienes (incluida su biblioteca) le son arrebatados y se vislumbra su inminente

derrumbe emocional. Este acto también muestra la correspondencia que hubo entre sor

Juana y la condesa de Paredes, así como las ensoñaciones de la monja sobre el reencuentro

con su gran amiga que hace años partió a España.

Por su parte, en Una Juana sin Cruz, Carbajal hace una trasposición de la vida de sor

Juana al siglo XX. La imagina como una niña conflictiva que atemoriza a su madre por sus

características “anormales”: una curiosidad inmensa, una introspección desmesurada, una

postura algo encorvada al caminar y, sobre todo, una absoluta negación a las actividades

domésticas. Desde pequeña, su madre busca al candidato perfecto para ser marido de Juana

y su desinterés le parece una muestra de desagradecimiento, una grosería. Ya en la

adolescencia, la madre, representada por medio de una voz en off, lleva a la jovencita Juana

a un psiquiatra porque su conducta se ha agravado. Su mayor pasatiempo es teclear en la

máquina de escribir de su padre, vestir ropa de hombre y leer libros increíblemente

voluminosos. En esa consulta aparece la única referencia a la sor Juana “real” en la obra;

cuando en una muestra de condescendencia el doctor afirma que hubo un caso del mismo

padecimiento tres siglos atrás. Cuando una joven dama pasaba horas escribiendo textos con

“hondas descargas emocionales, declaraciones cursis de amor, reproches creados por algún

desengaño, desvaríos ocasionales por algún supuesto pretendiente”. Debido a la gravedad

de su caso: “esta persona tuvo que ser recluida en un convento, por el temor de la gente de

aquella época de que su enfermedad se propagara sin control alguno” (76).

Para esta Juana moderna la suerte no es distinta; pues es recluida en un hospital

mental en el que además de lidiar con las morbosas visitas de doctores y enfermeras se

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dedica a escribir. Ahí permanecerá hasta que sane de su inventado complejo y saldrá al

mundo cuando el doctor y su madre consideren que está lista para casarse. La intención del

autor es clara; demostrar que las elecciones de vida de las mujeres, los temas como el

matrimonio o la maternidad siguen sujetos a la opinión pública y son juzgados por medio

de una visión prácticamente virreinal. No solo el hecho de responder a la norma social es

cuestionado por Carbajal; también el modelo de la felicidad complementaria entre hombre

y mujer. Así la obra lleva al espectador a algunas preguntas sustanciales “¿se acepta hoy en

México a la mujer que decide no casarse, no tener hijos, dedicarse a la vida intelectual? ¿En

qué estratos sociales puede ser esto posible? ¿A qué se expone la mujer que decide hacer

una vida de este tipo?” (Rivera Krakowska 101).

Tal como se reveló en apartados anteriores existen aproximaciones críticas que

ayudan a entender por qué la recurrencia caracterológica de la Décima Musa en la

dramaturgia. Por ejemplo, Hans-Otto Dill la considera el “primer yo latinoamericano”; ya

que en ella “habla por primera vez en las letras latinoamericanas un Yo fuerte y claro” y en

su época fueron “nuevas tanto la fuerza como la femineidad del Yo” (101). En 1925,

Dorothy Schons la denominó como “la primera feminista en el Nuevo Mundo” (302)

porque fue la primera que dejó una exigencia en tono contestatario de que se le respetara

como mujer pensante. Además Guillermo Schmidhuber sostiene que, aunque hay noticia de

notables dramaturgas contemporáneas de la monja como Marcela de San Félix, hija de

Lope de Vega, cabe declarar a la jerónima como la primera dramaturga en lengua moderna;

pues “en la historia del teatro universal no había habido una mujer escritora con una

producción dramática comparable. Ni en el México colonial ni en la España de los siglos de

oro” (2014: 75). Estas posturas críticas resumen al personaje construido por Aguirre, pues

lo define su autonomía intelectual y la desautomatización genérica que ocasionó. La sor

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Juana de La cruz en el espejo es víctima del asedio y la derrota, sin embargo trasciende

gracias a la práctica de la escritura; esto la convierte en la transgresión encarnada, en el

símbolo de la lucha por los ideales.

En palabras de Osvaldo Dragún, La cruz en el espejo es “una metáfora sobre la

represión y, al mismo tiempo, sobre el ejercicio de la libertad a través de la imaginación”.

Efectivamente es notoria la preocupación reivindicativa de Aguirre: mostrar que a pesar del

asedio, la represión y la subestimación genérica, sor Juana fue en algún modo libre al dejar

correr la pluma “porque cuando la imaginación ha sucedido, no puede des-suceder” (7). La

obra sugiere que aunque sor Juana tuvo una muerte sacrificada fue libre en el despliegue

del pensamiento, la imaginería artística y la labor poética, por ello la insistencia en la

revisión de la poesía de la monja a lo largo de la pieza. En primer lugar, por medio de la

intercalación de algunos de sus versos, además de algunos fragmentos de la Respuesta a sor

Filotea enunciados por la propia protagonista y unos cuantos versos de los Villancicos

dedicados a la mártir Santa Catarina de Alejandría, que sor Juana canta juguetonamente con

sus alumnas y su sobrina. En segundo lugar, a través del uso de la técnica metateatral a

manera de colofón, cuando la obra sufre un abrupto cambio de tono trágico a cómico y la

escena se vuelve la representación de “el epílogo satírico tomado del sainete segundo de

Los empeños de una casa”. La autora indica que el objetivo de este “final burlesco [es que]

los personajes desaparezcan, mostrándose así la frágil ilusión del teatro, tal cual se lo

propuso Sor Juana en su comedia” (81). Además de esto el hecho de darle una voz a sor

Juana permite la concretización del personaje, ya que el drama histórico es esencialmente la

materialización de un momento del pasado que el dramaturgo encara y cuestiona.

El personaje construido por Carbajal en Una Juana tiene una firme convicción

intelectual; sin embargo, debe luchar contra los planes que otros tienen para ella. El

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dramaturgo despliega una interesante reflexión acerca de las obligaciones adquiridas

socialmente; ya sea por medio de la institución eclesiástica o a través de otra mental. La

inteligencia de la niña debe ser neutralizada o al menos dirigida al núcleo del hogar. La

obra reclama con fuerza a la idea de que nada atenta más contra el bien de una joven que su

propia conciencia; esta imagen es una deuda que la historia no ha saldado con sor Juana y

que permea muchos hogares en la actualidad. La duda es amenaza contra el orden, es

desafío. Aquí aparece la custodia amenazante de una institución más: la familia; pues la

oposición de la muchacha ataca de frente un orden que, al menos en la apariencia, funciona.

Escénicamente la obra es interesante; el autor propone un uso mínimo de

escenografía: “para efectos del guion se mencionan exclusivamente aquellos muebles o

efectos de luz que son básicos para resaltar su función simbólica” (54), aunque lo deja al

criterio del director. Los personajes de la madre y el psiquiatra son representados solo de

manera auditiva. En el caso de los primeros dos, el recurso de la voz en off funciona como

un modo de sobredimensionar la autoridad y el dominio que ambos tienen sobre la niña;

pero más allá de eso muestra la soledad, la exclusión y el empequeñecimiento al que la

protagonista es sometida por el mundo adulto. El más claro ejemplo de esto es la apertura

de la obra: “VOZ DE MUJER: (Enojada.) ¡Cuántas veces te he dicho que no andes haciendo

exhibiciones! (La niña detiene de golpe su juego. Mira hacia arriba mientras escucha,

inmóvil.) ¡Recatada! ¡Debes verte recatada siempre! ¡Ahoritita mismo te metes a la casa!

¡Ándale, rapidito!” (57). Otro fragmento que representa esta propuesta escénica es este:

“¡Ándale, niña! (Se endereza de golpe, obligada por una mano invisible.)” (59). Entre los

elementos simbólicos mencionados por Carbajal, resalta la rosa que hacia el final se eleva

hasta desvanecerse al tiempo que se escucha la declamación del soneto sorjuanista 147;

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que, como se mencionó, alude metafóricamente a la apariencia y a la fugacidad de la vida y

la hermosura.

El tiempo representado en La Cruz es el siglo XVII novohispano directamente;

momento clave en la historia de México: ebullición social, mundo de mixturas; negros,

indios, españoles, mulatos y mestizos coexistían y formaban parte de un entramado socio-

político complejo. La toma de conciencia sobre esta diversidad social que se asoma en

algunas obras de sor Juana, principalmente en los villancicos, es quizá una de las razones

que la hacen tan atractiva para Aguirre. La Nueva España era pues, una ciudad maravillosa

en muchos sentidos: grande, colorida, con majestuosas construcciones y con mucha gente.

Pero al mismo tiempo era también una urbe con problemas económicos, con inundaciones y

malos olores, animales muertos en las calles, basura proveniente de miles de habitantes;

estaba llena de contradicciones, algo que sigue formando parte de la vida en México. En

ese sentido la obra es una yuxtaposición con el presente, pues: “El teatro histórico ilumina

nuestro presente cuando no se reduce a ser un truco ante las censuras y nos hace entender y

sentir mejor la relación viva existente entre lo que sucedió y lo que nos sucede” (Buero

Vallejo 828).

Coral Aguirre también recrea uno de los eventos históricos más conocidos de la época

a través del contacto epistolar entre sor Juana y la virreina: el motín de 1692. Desde Madrid

la condesa de Paredes lee una carta en que sor Juana la informa sobre este hecho;

preocupada por su amiga, dialoga con su indiferente esposo, el marqués de la Laguna: “Ha

habido una revuelta muy grande... espantosa. Los indios han querido echar a los españoles.

¡Han quemado el Real Palacio, por completo!”. A lo que él responde: “¿Te das cuenta?

Cuán bueno fue regresar. […] Inútil querer hacerlos hombres. Siempre serán salvajes” (60).

Ese evento representa una de las primeras rebeliones importantes en la capital de la Nueva

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España luego de la Conquista y es un desdoblamiento de la caótica realidad de México:

segregación, desigualdades sociales, historias fragmentadas y heridas que siguen abiertas.

En La cruz en el espejo se produce un diálogo entre pasado y presente; de ahí que su

naturaleza de drama histórico resida en la intermediación entre el tiempo real y el tiempo

representado. Dicha intermediación se da a través de licencias creativas; primero de tipo

lingüístico, tal como lo indica una nota al pie en la página 28, con la utilización del “‘vos’ o

el ‘usted’ con cierta elasticidad, según convenga a la relación que se establece entre los

personajes por carácter, situación o jerarquías, haciendo caso omiso del tratamiento

normativo propio de esta época”. Segundo, de tipo interpretativo al faltar deliberadamente a

la verdad histórica; como el momento en que aparece en escena el marqués de la Laguna

cuando el tiempo representado es junio de 1692, aunque había fallecido desde comienzos

de ese mismo año. La causa de este y otros anacronismos no es otra que el aumento de la

tensión dramática.

En tercer lugar hay licencias de construcción caracterológica al hiperbolizar a

algunos personajes, sobre todo los antagonistas como Aguiar y Seijas o Antonio Núñez de

Miranda. Aunque en las crónicas consta la misoginia del primero, la autora lo construye

como un hombre severo en extremo, violento y obsesionado con lo que considera contenido

sexual y lascivo en los versos de la monja; mientras que al segundo lo lleva a la

caricaturización como un hombre espantoso lleno de piojos y pulgas, dado su gran

ascetismo. Estos personajes representan la jerarquía eclesiástica (en cierta medida la

suciedad del poder tan dado a la manipulación) y la institución fácilmente corruptible.

Además son los dirigentes de los actos represivos contra la protagonista, por ello la

jerarquía a la que pertenecen debe hacerse evidente.

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Hay en La cruz dos técnicas escénicas que logran influir potentemente en el ánimo

del lector/espectador: la evocación del pasado que se presenta fundida con el ensueño,

mismo que a su vez es interrumpido por hechos traumáticos; primero cuando sor Juana se

ve a sí misma como una niña pequeña el inicio de la obra y camina acompañada de su tía.

Hasta ahí parece llegar la evocación del pasado e inmediatamente después la escena se

convierte en pesadilla y la sor Juana adulta enfrenta un acto de fe. Segundo, cuando sor

Juana escribe y los versos construyen poco a poco a María Luisa Manrique con quien

conversa brevemente. Esto permite, en ambos casos, conectar a dos personajes que no

pueden interactuar en escena, pues eso implicaría abusar de los anacronismos. La segunda

técnica, es la voz en off y aparece hacia el final de la pieza; luego de la muerte de sor Juana

su voz se sobrepone a la del sacerdote que dice extático: “arrepintiose de su vida pasada y

fue salva y santificada por la gracia del Señor” (80). La voz interviene una y otra vez con

fragmentos de la Respuesta, cada vez con más gracia y volumen; con esto da la impresión

al lector/espectador de que presencia el intento fallido de acallarla y escucha los ecos de su

conciencia que prevalecen.

En Una Juana la materia histórica es implícita. En las amplias acotaciones es clara la

intención de que todo lo que esté en escena sugiera que el lector/espectador está frente al

siglo XX. El mundo mostrado revela la evolución tecnológica y es justo ahí donde la obra

enfatiza una paradoja: todo parece haberse transformado para bien, para la prosperidad; sin

embargo, las ideas, la concepción moral del comportamiento y las normas sociales se han

quedado ancladas en el pasado. Hay algunas claves a través de las cuales Carbajal desvela

el trasunto de la historia: la ruptura entre los padres de la protagonista, la referencia

histórica a la sor Juana real que antes m mencioné, la intertextualidad con la poesía

sorjuanista y con mayor claridad en el asunto del enclaustramiento.

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El hecho de ingresar al convento en el siglo XVII significaba para Juana Inés y para

cualquier novicia casarse con Cristo; el autor retoma esta situación en el manicomio al

hacer interactuar a la muchacha con un joven que cree ser el hijo de Dios. Este personaje es

descrito como un “muchacho con barba y cabellos largos. Viste ropa blanca y tiene los

pies desnudos” (92). Además está instalado en la habitación contigua a la de Juana y se

convierte en su aliado pues cree que debe salvar a los internos del hospital: “Daré mi vida a

cambio de su libertad […] Así convenceré al director de este hospital de que no se puede

mantener prisionero indefinidamente al espíritu” (95).

Para comprender la manera en que el autor de Una Juana pone un velo de

contemporaneidad en la vida de la Décima musa, sin despojarla de sus características

esenciales, hay que tomar en cuenta dos conceptos: la continuidad y el tiempo de la

mediación. Herbert Lindenberger señalaba que una de las maneras más eficaces en que un

dramaturgo puede establecer una continuidad entre pasado y presente es mediante un juego

con el conocimiento que la audiencia tiene de la situación histórica aludida. Con algunos

indicios que Carbajal otorga al lector/espectador este percibe que está frente a una relectura

de sor Juana, una postura crítica. Por otro lado, decía Ruiz Ramón, que el tiempo de la

mediación es el meramente inventado y que provoca la coexistencia la referencialidad

histórica y la inmediatez del presente, además de permitir que el drama cumpla sus

funciones catártica y didáctica:

las fuerzas históricas en conflicto que la acción plasma escénicamente en ese

tiempo de la mediación, significan simultáneamente en los dos tiempos

“históricos”, no sólo en virtud de la operación estructuradora de la mimesis,

sino también por virtud del marco ideológico de instalación del autor y el

espectador. (386)

En su estudio titulado El texto histórico como artefacto literario, Hayden White sugiere la

existencia de narrativas históricas que se producen a partir de la imposibilidad de realizar

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un texto histórico objetivo, pues cada historiador es imparcial desde el momento en que

posee una ideología específica, la devoción a una perspectiva determinada o la preferencia

por ciertos hechos sobre otros. Para explicar gráficamente este fenómeno propone la

secuenciación de letras (a, b, c, d) en donde cada una corresponde a un hecho histórico.

Cuando un historiador, en este caso dramaturgo, privilegie un hecho, entonces esa letra será

mayúscula y mostrará un estatus o énfasis sobre los demás hechos, así se conforman las

distintas versiones de la Historia.

Este método de análisis es pertinente para analizar la trayectoria del drama

sorjuanista, pues de acuerdo a cada época se ha privilegiado una versión de sor Juana que

enfatiza cierta anécdota biográfica. Propongo una secuencia en donde “a” representa toda la

tradición literaria que tiene como objetivo la beatificación; “b”, todas las recreaciones

referentes a la vida en la corte que se detienen en la decisión del enclaustramiento; “c”, la

vida conventual; “d”, el asedio; “e”, la subversión a través del ejercicio escritural; y “f”, la

deconstrucción de la propia historia. Como es notorio, La cruz en el espejo tiene un interés

reivindicativo, por lo tanto la versión de sor Juana que muestra tendría una “E” mayúscula,

ya que sugiere la producción literaria como coyuntura analítica. Mientras que el interés de

Carbajal es más bien el de incitar a realizar una toma de conciencia a partir de la alusión

superpuesta del personaje histórico en la actualidad; por lo tanto su pieza acentuaría la

última secuencia (ver Apéndice 3).

Es innegable la existencia de una tradición dramática sorjuanista, cuya valía recae

justamente en el perspectivismo que explica Hayden White; pues cada dramaturgo añade un

tono específico a la vida de la monja: trágico, cómico, sublime o absurdo, según sus

intereses estéticos o ideológicos. Todo autor que lleve al plano de la ficción la vida de la

Décima musa está condicionado por la historia y la crítica literaria; sin embargo, estas

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obras son básicamente el resultado de la condición lectora de cada uno de ellos, de su

experiencia estética frente a la vida y obra de la monja. Es posible rastrear las recurrencias

y las aportaciones de cada uno, sin embargo pueden ser resumidas con un comentario que

hace Paz en Las trampas de la fe: “no basta con decir que la obra de sor Juana es un

producto de la historia; hay que añadir que la historia también es un producto de esa obra”

(21). Sor Juana es el enigma; su vida está recubierta por sombras al igual que nuestra

historia nacional y es por ello un motor para la búsqueda de identidad.

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CONCLUSIONES

Sor Juana es un mito consolidado. De esta sentencia pueden extraerse algunas reflexiones

que expresan la importancia de profundizar en la conformación de los mitos modernos. Está

claro que la insistencia en estudiar al Fénix desde una perspectiva social y recrear su

naturaleza sincrética revela una preocupación relacionada con la interminable búsqueda de

la identidad mexicana; en este sentido sor Juana simboliza la unión entre el Viejo y el

Nuevo Mundo. Por ello he insistido en que forma parte de la tríada de mujeres que

conforman el cimiento mítico de nuestra cultura; es una parada en el itinerario de mixturas

y rupturas que ha recorrido la nación mexicana.

Los sistemas de lectura e interpretación surgen con diversos objetivos que van desde

la necesidad de explicar y esclarecer la génesis de la obra, hasta la curiosidad exacerbada

por la posible correlación de dicha producción lírica con la experiencia vital. La

personalidad de sor Juana, más relacionada con el imaginario colectivo y las

manifestaciones artísticas que con lo documental, como sabemos, se ha convertido en un

pretexto para explorar la procedencia del genio poético, tal como quedó evidenciado por

medio de la teoría piscoanalítica. En este mismo camino interpretativo se abre otra

posibilidad: la de iluminar los silencios del discurso barroco, especialmente el epistolar

para discernirlo con todos sus matices y desvelar la otra voz; la cual subyace en el texto a

manera de artificio literario.

El “apetito por el heroísmo” trae consigo la intención de promover y difundir valores,

sintetizar aquello que los individuos deberían ser. Esto se manifiesta especialmente en la

confección de la versión hagiográfica del Fénix que condujo a la creación de un modelo

ejemplar de la mujer virtuosa, desprendida de la frivolidad y en ascenso a la santidad;

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modelo logrado a partir de la utilización de fórmulas discursivas provenientes de los

escritos beatificantes dedicados a las religiosas. Del mismo modo, los sistemas de lectura

han delineado un perfil modélico al destacar la inteligencia y la temprana erudición de la

niña de los volcanes, su generosidad o su carácter revolucionario.

El discurso nacionalista ha observado en la poeta novohispana una muestra del

“patriotismo criollo” que permeó el ambiente novohispano durante los siglos XVII y XVIII

y que antecedió a la toma de conciencia que devino en el movimiento independentista

mexicano. Esta observación ha sido suficiente para interpretar en la monja un amplio

sentido de pertenencia y una exaltación palpitante a la riqueza y exoticidad de América.

Principalmente los experimentos lingüísticos encontrados en los villancicos dan cuenta de

que en sor Juana sí opero una percepción positiva de la heterogénea cultura en la que vivió;

asimismo muestran que la escritura fue un motor para indagar en su entorno y origen. Más

allá de esta verdad se encuentra la politización de su visión del mundo.

Por su parte el discurso feminista ve en la monja una conducta adelantada a su época,

una convicción extraordinaria por la educación, una pugna por la dignidad y lo celebra

leyéndola con ojos renovados y encendido entusiasmo. La reivindicación de la monja como

mujer y como pensadora trae consigo la inserción de su figura en el marco del feminismo

moderno. Es tal la influencia de su pensamiento que hay quien incluso lo ve íntimamente

relacionado con la llamada teología feminista. Lo más cautivante de este sistema de lectura

es la demostración de que sor Juana apela en sus textos a la búsqueda de la simetría

genérica, sobre todo en el aspecto intelectual, y que fue una promotora del pensamiento

autocrítico.

La perspectiva lésbica-queer es el resultado de los debates contemporáneos en torno a

los roles de género y las formas alternativas de vivir la sexualidad. Este sistema de lectura

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es una vía para controvertir las construcciones sociales predominantemente masculinas que

han neutralizado la femineidad y castigado severamente cualquier conducta que no

corresponda con la heteronormatividad. Para los partidarios de esta perspectiva, sor Juana

emerge como una oportunidad de descifrar las formas discursivas por medio de las cuales

disimuló el estricto código moral que imperaba en el ámbito religioso y filtró su

pensamiento; el más claro ejemplo de esto son los estudios que desentrañan las

ambigüedades de su yo lírico. Ya en las novelas que la abordan homoeróticamente resalta

la fascinación por testimoniar el amplio espectro de la sexualidad humana y de la

diversidad de formas de amar.

Una vez recorrido este camino de propuestas artísticas, salta a la vista en el inventario

de obras dramáticas la sobreposición o yuxtaposición de dos épocas históricas: el Siglo

XVII y la llamada posmodernidad como estrategia de crítica a ambas sociedades pues, aun

pasados más tres siglos, siguen pareciéndose de una manera preocupante sobre todo en los

aspectos relacionados con la moral y los derechos de la mujer. Igualmente resulta revelador

el plasticismo de las versiones sorjuanistas, cuyo valor recae en la manera en que cada

dramaturgo utiliza el imaginario que los espectadores llevan consigo para hacer su

concreción de la monja más cercana y dar a la obra poética la vivacidad de la palabra

hablada.

En el caso de la narrativa es fundamental el acercamiento extremo al personaje que

los autores realizan. La novela permite el juego con las expectativas del lector, el cual inicia

desde que el nombre de la monja jerónima es leído por primera ocasión; diría Celia

Fernández Prieto que el “nombre propio pulsa resortes de la memoria [y] activa redes

connotativas que integran la competencia cultural de los lectores” (188). Redes que abarcan

también los rasgos físicos, los cuales son reconocibles tanto desde las recreaciones

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pictóricas con fines estéticos hasta las representaciones iconográficas más cercanas al

público, como las impresas en los billetes.

Los sistemas de lectura son una muestra de que no hay manera de comprender y

analizar el presente si antes no se confronta el pasado. Justo de esa confrontación emanan

los sistemas de interpretación en sus dos vertientes y al utilizar las licencias que la ficción

confiere construyen microuniversos que clarifican y dan sentido a las decisiones que la

joven Juana debió tomar dada su “total negación al matrimonio”. Los sistemas de

interpretación se convierten en un interesante artefacto que da acceso a la posibilidad de

desentrañar la verdad histórica a raíz de la vida y obra de la poeta. Son una herramienta

para analizar la conformación de la nación mexicana a partir de mixturas raciales y

culturales.

El lector que se acerque a la tradición literaria sorjuanista debe hacerlo a sabiendas de

que está ante obras que proyectan, además de la experiencia estética de miles de lectores

anteriores, incesantes preocupaciones históricas, transformaciones en la forma de concebir

la literatura en nuestro país, cambios sociales que condicionan lo que puede decirse y lo que

no y reveladores hallazgos en materia histórica. Esta acumulación de ideas y

aproximaciones ha ensanchado la figura de la escritora haciéndola inconmensurable. Es

ahora innegable que la nación mexicana tiene una pulsión más para indagar en su origen: el

mito de Juana Inés de la Cruz.

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APÉNDICES

1. Tabla de mitemas

Los mitemas propuestos en el capítulo primero son los siguientes:

1. Infancia inusitada: de niña prodigio a victimada

2. La vida en la corte: de preferida de la virreina a objeto de envidia

3. La decisión del enclaustramiento: por decepción amorosa o convicción intelectual

4. La vida conventual: de competitividad o complicidad

5. El asedio de las autoridades eclesiásticas

6. La subversión a través del ejercicio escritural: rebeldía

7. Transgresión genérica

8. Homosexualidad

9. Sacrificio final donde la muerte la hace libre

10. La beatificación: destino excepcional

11. La monja encara a sus críticos (anacronismo – ruptura contextual)

En la siguiente tabla muestro cómo es que estos se manifiestan en las recreaciones

sorjuanistas localizadas a lo largo de este trabajo:

# Autor Obra Género Mitemas

acentuados

1 José Rosas Moreno Sor Juana Inés de la Cruz

(1876)

Dramático 2 y 3

2 Julio Jiménez Rueda Sor Adoración del divino verbo

(1923)

Narrativo 2 y 3

3 Julio Jiménez Rueda Camino de perfección

(1923)

Dramático 5 y 10

4 Arturo Torres-Rioseco Llama de amor viva

(1952)

Narrativo 1, 9 y 10

5 Salvador Novo Diálogos

“Sor Juana y Pita”

(1970)

Dramático 6 y 11

6 Salvador Novo Las locas, el sexo, los burdeles

“Sor Juana Recibe”

(1972)

Dramático 11

7 Margarita Urueta Confesiones de sor Juana

(1972)

Dramático 2 y 5

8 Rosario Castellanos El eterno femenino

(1973)

Dramático 7, 8 y 11

9 Patricia Cox El secreto de sor Juana

(1979)

Narrativo 9 y 10

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151

10 Carlos Elizondo

La décima musa

(1979)

Dramático 3 y 4

11 Nicolás y Esteban

Casillas Gómez

El don apacible de sor Juana

Inés de la Cruz

(1986)

Narrativo 1, 2 y 3

12 Coral Aguirre La cruz en el espejo

(1988)

Dramático 5 y 6

13 Jesusa Rodríguez Sor Juana en Almoloya

(1995)

Dramático 6, 7, 8 y 11

14 Emilio Carballido Engaño colorido con títeres

(1997)

Dramático 5, 6 y 8

15 Ángela Galindo Este amoroso tormento

(1997)

Dramático 4, 5 y 8

16 Edgar F. Carbajal Una Juana sin cruz

(1997)

Dramático 5, 6 y 7

17 Guillermo

Schmidhuber de la

Mora

La secreta amistad de Juana y

Dorotea

(1998)

Dramático 5, 9 y 11

18 Alicia Gaspar de Alba El segundo sueño

(1999)

Narrativo 4, 5, 8 y 9

19 Roberto Reyes Los enigmas de sor Juana

(2004)

Narrativo 2

20 Héctor Zagal La venganza de sor Juana

(2007)

Narrativo 4, 5 y 6

21 José Luis Gómez El beso de la virreina

(2008)

Narrativo 1, 2, 3, 5 y 7

22 Francisco Martín

Moreno

Arrebatos carnales

(2009)

Narrativo 8

23 Mónica Lavín Yo, la peor

(2009)

Narrativo 1, 2, 3 y 4

24 Kyra Galván Los indecibles pecados de sor

Juana

(2010)

Narrativo

2, 3, 4 y 6

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2. Redes del sorjuanismo

En el siguiente diagrama se muestra la red intertextual que han generado las recreaciones

sorjuanistas a partir de la configuración de distintas versionas de la jerónima. Los círculos

morados representan los once mitemas propuestos en la parte inicial de este trabajo;

mientras que los círculos amarillos equivalen a las obras rastreadas. Las líneas verdes

subrayan la recurrencia de un mitema en distintos textos y las líneas rojas, de manera

inversa, evidencian la constancia de un texto en distintos mitemas.

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3. Secuencia de las narrativas sorjuaninas

En el apartado 4.3, propuse una secuencia de las narrativas sorjuaninas con base en el

estudio titulado El texto histórico como artefacto literario de Hayden White. Esa secuencia

está compuesta por las siguientes unidades:

a) Toda la tradición literaria que tiene como objetivo la beatificación

b) Todas las recreaciones referentes a la vida en la corte que se detienen en la decisión

del enclaustramiento

c) La vida conventual

d) El asedio

e) La subversión a través del ejercicio escritural

f) La deconstrucción de la propia historia

Como expliqué en aquel apartado, White señala que las distintas versiones de la historia

pueden graficarse a partir de la secuenciación de letras (a, b, c, d), en donde cada una

corresponde a un hecho histórico. Así pues, cuando un autor privilegia un hecho histórico

esa letra (o unidad) será mayúscula y mostrará un estatus o énfasis sobre las demás.

En la siguiente tabla muestro la unidad enfatizada por cada autor en las obras

rastreadas a lo largo del trabajo:

# Autor Obra Unidad que enfatiza el

autor

1 José Rosas Moreno Sor Juana Inés de la Cruz

(1876)

B

2 Julio Jiménez Rueda Sor Adoración del divino verbo

(1923)

B

3 Julio Jiménez Rueda Camino de perfección

(1923)

A

4 Arturo Torres-Rioseco Llama de amor viva

(1952)

A

5 Salvador Novo Diálogos

“Sor Juana y Pita”

(1970)

F

6 Salvador Novo Las locas, el sexo, los burdeles

“Sor Juana Recibe”

(1972)

F

7 Margarita Urueta Confesiones de sor Juana

(1972)

B

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154

8 Rosario Castellanos El eterno femenino

(1973)

F

9 Patricia Cox El secreto de sor Juana

(1979)

A

10 Carlos Elizondo

La décima musa

(1979)

B

11 Nicolás y Esteban

Casillas Gómez

El don apacible de sor Juana

Inés de la Cruz

(1986)

C

12 Coral Aguirre La cruz en el espejo

(1988)

E

13 Jesusa Rodríguez Sor Juana en Almoloya

(1995)

F

14 Emilio Carballido Engaño colorido con títeres

(1997)

D

15 Ángela Galindo Este amoroso tormento

(1997)

E

16 Edgar F. Carbajal Una Juana sin cruz

(1997)

F

17 Guillermo Schmidhuber

de la Mora

La secreta amistad de Juana y

Dorotea

(1998)

F

18 Alicia Gaspar de Alba El segundo sueño

(1999)

F

19 Roberto Reyes Los enigmas de sor Juana

(2004)

B

20 Héctor Zagal La venganza de sor Juana

(2007)

C

21 José Luis Gómez El beso de la virreina

(2008)

F

22 Francisco Martín

Moreno

Arrebatos carnales

(2009)

F

23 Mónica Lavín Yo, la peor

(2009)

C

24 Kyra Galván Los indecibles pecados de sor

Juana

(2010)

F

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