el palacio de bellas artes y el patrimonio cultural

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Litoral e 4 El Palacio de Bellas Artes y el patrimonio cultural Víctor Jiménez* T odos sabemos, en términos generales, por qué se justifica que reflexionemos para dirigir nues- tra atención hacia el Palacio de Bellas Artes en es- tos días, y también por qué debemos hacerlo en el seno de una reflexión sobre el patrimonio cultural. En un pasado reciente no se nos hubiese ocurri- do, por ejemplo, que fuese posible hablar hoy, sin exceso, de la destrucción del Palacio de Bellas Ar- tes para referirnos a lo que se hizo con su espacio más importante (y que es su razón misma de ser). Creíamos que la noción de patrimonio cultural es- taba tan arraigada en nuestra sociedad que el tér- mino “peligro” había desaparecido del horizonte de ciertas obras de valor incalculable. Los riesgos podían provenir de catástrofes naturales, pero no de la mano del hombre, suponíamos, sobre todo si se trataba de los bienes propiedad de la nación, particularmente de aquellos que se encuentran en manos de los responsables, por ley, de cuidar su in- tegridad artística e histórica. Es por ello que lo primero que nos preguntamos, al saber de la magnitud del daño infligido —hace es- candalosamente poco tiempo— a la Sala Principal de Bellas Artes, es cómo sucedió lo inconcebible, lo inadmisible, lo arteramente planeado, ejecutado y, * Arquitecto por la UNAM, ha sido profesor de Historia de la Arqui- tectura y de Proyectos en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, así como Director de Arquitectura del INBA. Restauró las casas de Juan O’Gorman para Diego Rivera y Frida Kahlo de San Ángel Inn y el Museo Experimental “El Eco”, de Mathias Goeritz. Es autor de numerosos arculos, libros y exposiciones sobre arquitectura mexicana, desde el periodo colonial hasta el siglo XX, lo mismo que de diversas invesgaciones sobre la obra literaria y fotográfica de Juan Rulfo. Director de la Fundación Juan Rulfo desde 1998. La presente conferencia fue imparda por el autor en la Es- cuela Nacional de Antropología e Historia el 13 de agosto de 2011. En un pasado reciente no se nos hubiese ocurrido, por ejemplo, que fuese posible hablar hoy, sin exceso, de la destrucción del Palacio de Bellas Artes para referirnos a lo que se hizo con su espacio más impor- tante (y que es su razón misma de ser).

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El Palacio de Bellas Artes y el patrimonio cultural

Víctor Jiménez*

Todos sabemos, en términos generales, por qué se justifica que reflexionemos para dirigir nues-

tra atención hacia el Palacio de Bellas Artes en es-tos días, y también por qué debemos hacerlo en el seno de una reflexión sobre el patrimonio cultural. En un pasado reciente no se nos hubiese ocurri-do, por ejemplo, que fuese posible hablar hoy, sin exceso, de la destrucción del Palacio de Bellas Ar-tes para referirnos a lo que se hizo con su espacio más importante (y que es su razón misma de ser). Creíamos que la noción de patrimonio cultural es-taba tan arraigada en nuestra sociedad que el tér-mino “peligro” había desaparecido del horizonte de ciertas obras de valor incalculable. Los riesgos podían provenir de catástrofes naturales, pero no de la mano del hombre, suponíamos, sobre todo si se trataba de los bienes propiedad de la nación, particularmente de aquellos que se encuentran en manos de los responsables, por ley, de cuidar su in-tegridad artística e histórica.

Es por ello que lo primero que nos preguntamos, al saber de la magnitud del daño infligido —hace es-candalosamente poco tiempo— a la Sala Principal de Bellas Artes, es cómo sucedió lo inconcebible, lo inadmisible, lo arteramente planeado, ejecutado y,

* Arquitecto por la UNAM, ha sido profesor de Historia de la Arqui-tectura y de Proyectos en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, así como Director de Arquitectura del INBA. Restauró las casas de Juan O’Gorman para Diego Rivera y Frida Kahlo de San Ángel Inn y el Museo Experimental “El Eco”, de Mathias Goeritz. Es autor de numerosos artículos, libros y exposiciones sobre arquitectura mexicana, desde el periodo colonial hasta el siglo XX, lo mismo que de diversas investigaciones sobre la obra literaria y fotográfica de Juan Rulfo. Director de la Fundación Juan Rulfo desde 1998.

La presente conferencia fue impartida por el autor en la Es-cuela Nacional de Antropología e Historia el 13 de agosto de 2011.

En un pasado reciente no se nos hubiese ocurrido, por ejemplo, que fuese posible hablar hoy, sin exceso, de la destrucción del Palacio de Bellas Artes para referirnos a lo que se hizo con su espacio más impor-tante (y que es su razón misma de ser).

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para colmo, falaz y tramposamente jus-tificado. Que un edifico del mayor valor artístico, emblemático de lo que entende-mos como “patrimonio cultural” en Méxi-co, protegido por una declaratoria de ley que establece su calidad de monumento artístico y que, en consecuencia, sólo se debe tocar con el mayor cuidado, hubie-se sufrido una agresión tan burda es un crimen, pero también algo que no carece de antecedentes. Algunos se remontan a la época en que no había conciencia de nuestra responsabilidad como sociedad hacia el patrimonio cultural, y podemos ejemplificar con dos casos de los años se-senta, cuando el clero intentó llevar hasta el final, después del incendio de 1967, la acción del fuego al interior de la Catedral de la Ciudad de México. Lo que deseaban los religiosos en ese edificio, del que no son propietarios, era tirar el viejo coro del tem-plo. Podemos hablar también del regente Ernesto Uruchurtu cuando intentó demoler todas las cons-trucciones del costado norte de la calle de Tacuba para ampliarla: hay que recordar que, a diferencia de lo que es moneda corriente hoy, el entonces director

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Lo primero que nos preguntamos, al saber de la magnitud del daño infligido —hace escandalosamente poco tiempo— a la Sala Principal de Bellas Artes, es cómo sucedió lo inconcebible, lo inadmisible, lo arteramente planeado, ejecutado y, para colmo, falaz y tramposamente justificado.

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general del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Eusebio Dávalos Hurtado, se plantó en la calle para impedir el paso de quie-nes pretendían “remozar” de esa forma el Centro de la Ciudad de México.1

En aquella década, empero, había indicios de un cambio de actitud: en 1964, México se con-vertía en país signante de la Carta de Venecia y en fundador, el año siguiente, del ICOMOS (organis-mo que adoptó la Carta como documento de origen), así que el futuro parecía menos ominoso.

Porque las batallas de la Catedral y la calle de Tacuba, con las nuevas armas de la Carta y el peso de una UNESCO no mercantilizada, y por tanto muy diferen-te de la actual, se ga-naron. En 1972 se pro-mulgó la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históri-cos,2 que fue un paso quizá insuficiente pero no desdeñable hacia su respeto y conservación.

En la década de 1980, en fin, se quiso pasar una línea del metro por el Zócalo y el proyecto pudo abortarse por la oposición, entre otros actores, del sindicato del INAH. No obstante, la arquitectura de los siglos XIX y XX no gozaba todavía de un reconocimiento generalizado sobre su valor y continuó, pese a al-gunos esfuerzos, la destrucción de la misma. Hasta hoy: un remanente de ese desprecio se encuentra, sin duda, en la desenfadada actitud con la que se des-truyó el principal recinto del Palacio de Bellas Artes, aunque la agresión debió hacerse sin informar sobre sus verdaderos alcances y ejecutarse a puerta cerra-da, revelándose así que los responsables sabían que actuaban contra la ley y contra lo que podía aceptar la sociedad, a la que pretendían enfrentar con un fait accompli presuntamente irreversible.

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1 Debo esta información al arquitecto Rogelio González Medina.

2 Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 6 de mayo de 1972, con modificaciones publicadas el 13 de enero de 1986.el

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Ahora vemos con claridad que ha existido, en los hechos, un proceso mediante el cual la idea de un patrimonio cultural que debe ser defendido se fue desvaneciendo (sobrevivió en el discurso oficial y daré un ejemplo de ello) en los últimos lustros, para dejar su lugar a una colección de propuestas “exitosas” en el territorio mercantil y mediático vulgar. Lo “cultural” dejó de ser, en un lapso muy breve, perdonando el anglicismo, highbrow, para amanecer lowbrow. Me explico: ya no sería moti-vo de reflexión intelectual, sino de legitimación de un mercado que depende de los gustos del re-baño. Iván Franco, en un libro reciente,3 expone cómo las acciones culturales a cargo del Estado han sido minimizadas con “recortes presupuesta-les, propuestas legislativas de corte privatizador, nombramiento de funcionarios ineptos, facciosos y demás”, y no debe sorprendernos, en modo algu-no, que alguien como Teresa Vicencio haya llegado, gracias y no a pesar de sus limitaciones, a la direc-ción del Instituto Nacional de Bellas Artes, y que lo hiciese con la idea de convertir al ahora ex Palacio de Bellas Artes en algo muy cercano a los espacios que administra una empresa como OCESA, es decir, con la mente puesta en espectáculos más propios del show business. En este punto quiero citar a Man-fredo Tafuri y Francesco Dal Co, grandes historia-dores italianos de la arquitectura, quienes asegura-ban que no se trata de hablar sólo de las formas de los edificios, sino de lo que las mismas ocultan. Lo hecho en el ex Palacio de Bellas Artes lo exige, aun-que Vicencio argumente que sacar a la luz lo que no desea que veamos sea “politizar” la discusión.

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Pero no podemos atenderla: ella eligió la política de favorecer los negocios por encima del respeto al patrimonio cultural, y es en este territorio donde debemos incursionar, precisamente.

A diferencia de los sesenta, las nuevas amenazas al patrimonio cultural no provienen sólo de la ig-norancia, sino de una involución cultural. Estamos frente a lo que Iván Franco llama el “giro neolibe-ral” en la concepción de la cultura de gobiernos e instancias como la UNESCO: a mediados de la déca-da de 1990 aparecieron síntomas de esa regresión frente al patrimonio cultural en México, cuando al-gunos dilettanti aprobaron y ejecutaron los pastiches que liquidaron la autenticidad de conocidos edifi-cios coloniales de Oaxaca, como si no existiesen la Carta de Venecia e ICOMOS. El “caso Oaxaca”, que no es todavía historia pasada, evoca las falsificacio-nes decimonónicas de Viollet-Le-Duc, que tanto adulteraron el patrimonio cultural francés, pero los resultados no parecen importar a muchos, pese a que se denunció reiteradamente que ahí se estaba perpetrando una disneylandia neocolonial. La rela-tiva indiferencia podría deberse a que no estamos aquí frente a una arquitectura de gran reconoci-miento exterior (la colonial no pasa de ser pintores-ca, en el mejor de los casos, y muchos extranjeros la encuentran incluso tétrica), y el marketing de matriz turística que la eligió como experimento exitoso pudo llegar al final y festinarse como modelo hasta nues-tros días, con el turismo de masas a la vista.

La intención de atornillar miles de focos de colores a las pirámides de Teotihuacan,

3 ¿Quiénes lucran con el patrimonio cultural en México?, Mérida: Unas le-tras, 2011.

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establece Iván Franco, ya que no puede ser de otra manera, entre-garon el Palacio a un equipo inte-grado por arquitectos y técnicos del sector más comercial de sus profesiones, ignorantes a lo largo de toda su trayectoria de cual-quier noción sobre lo que implica intervenir en un edificio declara-do patrimonio cultural, técnica y legalmente (aunque sabían, como dije, que actuaban contra la ley). El contratista que se llevó la par-te del león, según los datos que se han revelado, es quien destruyó la maquinaria teatral original (a pe-sar de que ésta funcionaba bien, según un estudio del Instituto de Ingeniería de la UNAM que dio a conocer Carmen García Bermejo, de El Financiero)4 para instalar una nueva, escandalosamente cara y que funciona mal. Esta sustitu-ción innecesaria se llevó más de 420 millones de pesos de los casi 700 del monto total del gasto, se-gún revela Alida Piñón, de El Uni-versal.5 Quien ha hablado por la empresa proveedora de la maqui-naria escénica (sería Teletec, se-gún un reportaje previo de Gar-cía Bermejo)6 es el señor Philli-pe Amand. La sustitución de la acústica original

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consumada en parte hace un par de años y luego revertida, elevó la alarma ante la magnitud de la ig-norancia que revelaba, condición de la dócil entrega del patrimonio cultural a la mercantilización más vulgar. Pero Teotihuacan, a dife-rencia de los edificios coloniales, sí figura en el elenco de la arqui-tectura reconocida en el ámbito académico mundial, y los estu-diosos que se ocupan de ella hi-cieron valer sus razones. Son, des-pués de todo, al menos algunos, más estrictos que los dilettanti que suelen fatigarnos con su pasión colonial, en general señoras (por la vocación de género que explica Pierre Bourdieu) que cambiaron las formas de socialización de sus madres y abuelas por una pasión historiográfica que tampoco des-deña las sacristías. Pero la alarma no es cosa del pasado: el nuevo gobernador del Estado de Mé-xico, elegido por Peña Nieto y la burocracia electoral de esa enti-dad, anunció en su campaña que retomaría la idea de convertir la antigua ciudad arqueológica en la versión mexiquense de Las Vegas.

Los precedentes consumados en Oaxaca y frustrados (hasta ahora) en Teotihuacan se combi-naron en el caso de Bellas Artes, y los promotores del marketing cul-tural articulados con funcionarios inevitablemente ineptos, como

4 El Financiero, 17 de agosto de 2011.5 El Universal, 15 de agosto de 2011.6 El Financiero, 2 de febrero de 2011.

Los precedentes con-sumados en Oaxaca y

frustrados (hasta ahora) en Teotihuacan se combi-naron en el caso de Bellas

Artes, y los promotores del marketing cultural

articulados con funcio-narios inevitablemente

ineptos, como establece Iván Franco, ya que no

puede ser de otra mane-ra, entregaron el Palacio a

un equipo integrado por arquitectos y técnicos del

sector más comercial de sus profesiones.

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por bocinas estuvo a cargo de la misma Tele-tec, propiedad de unos señores Alexander em-parentados con una actriz cuyo género histriónico es el más comercial. Teletec, según la misma Alida Piñón, cobró 37 millones y medio de pesos por llenar la sala de Bellas Artes con bocinas. Un experto en el tema nos confió que Teletec es ampliamente conoci-da como proveedora de efectos de sonido en espec-táculos como ferias, conciertos de rock y cosas así. No puede extrañarnos que el modelo a seguir que mencionó Phillipe Amand al exaltar las bondades de la nueva maquinaria teatral fuese el Cirque du So-leil, que le debe parecer el epítome del refinamiento cultural y, por lo tanto, buen ejemplo de lo que Vi-cencio considera debería ser la vocación “multiusos” de Bellas Artes, que ha aparecido furtivamente en su discurso y en la programación mis-ma del ex Palacio, cada vez más abiertamente mercantil. No es casual que el crítico musi-cal de Reforma, Lázaro Azar, hable ya del Vicencio’s Con-vention Hall para referirse al ex Palacio de Bellas Artes.

García Bermejo publicó también un reportaje7 en que rastrea la trayectoria de Tere-sa Vicencio al frente del Centro Cultural Tijuana,

7 El Financiero, 2 de febrero de 2011.8 El Universal, 16 de agosto de 2011.

cuyo auditorio le sirvió de campo de pruebas para lo que ejecutaría en Bellas Artes. Vicen-

cio cruzó la frontera para observar las bondades del show business californiano, que decidió importar a la ciudad donde se formaba como empresaria cul-tural, en una especie de curso de capacitación que el PAN le otorgó, a cargo de nuestros impuestos, como parte de la cuota a ciertas familias de ese par-tido con las que se deben cerrar viejas heridas (esa beca asciende hoy a un millón y medio de pesos anuales, más prestaciones, como publicó Alida Piñón en El Universal).8

Ahora sabemos que cuando llegó a Bellas Artes la señora traía en la maleta el

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manual de Tijuana: no tenía otro. Sin descartar el poderoso móvil del beneficio económico que obtu-vieron algunos contratistas, los miembros del equi-po de funcionarios y proveedores de equipos que se fueron sobre el ex Palacio actuaron como si fueran a remozar algún auditorio cualquiera (caso de Ti-juana), o de reabrir con nuevas funciones un viejo y destartalado cine comercial del Distrito Federal. La idea de que Bellas Artes fuese un edificio prote-gido por la ley jamás les preocupó, y con ese des-enfado decidieron acabar con lo existente al mar-gen de cualquier consideración hacia su vocación cultural, integridad arquitectónica y funcionalidad originales. Ellos apuestan por los buenos negocios y éstos requieren un aspecto moderno. Lo que hoy vemos los escépticos en el espacio que ocupó la Sala es la butaquería más vulgar, un sonido sensu-rround para antros, iluminación de discoteca y una maquinaria escénica para presentar saltimban-quis, sin olvidar revestimientos de salón de fiestas de la colonia Narvarte, como una chapa de nogal que ha sido rápidamente recalificada por algunos como “melamina ponderosa”, evocando la vieja pu-blicidad de una cadena de mueblerías famosa por

La idea de que Bellas Artes fue-se un edificio protegido por la ley jamás les preocupó, y con

ese desenfado decidieron aca-bar con lo existente al margen de cualquier consideración ha-

cia su vocación cultural, integri-dad arquitectónica y funciona-lidad originales. Ellos apuestan

por los buenos negocios y éstos requieren un aspecto moderno.

Lo que hoy vemos los escépticos en el espacio que ocupó la Sala es la butaquería más vulgar, un

sonido sensurround para antros, iluminación de discoteca y una maquinaria escénica para pre-

sentar saltimbanquis.

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su mercadería corriente. Este revesti-miento ha comenzado a desprenderse, como cabía esperar.

William Blake, el gran poeta y di-bujante inglés de finales del siglo XVIII, dijo en sus Proverbios del Infierno que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Un razonamiento si-milar es el que explica que, pese a te-ner ya en mente el proyecto de destruir la Sala de Bellas Artes, Teresa Vicen-cio leyese a finales de julio de 2009, a unos días de haber asumido el cargo que hoy detenta, un “Programa de For-talecimiento del Resguardo del Patri-monio Artístico”,9 donde destacaba la

“vinculación efectiva con las organizaciones ciudadanas como coadyuvantes de la di-vulgación y protección del patrimonio cultural”. Ahora nos queda claro que “patri-monio cultural” eran pala-bras utilizadas por ella como

mero conjuro retórico. En lugar de eso, es decir, de preocuparse por la “protección del patrimonio cul-tural”, en agosto de 2011 desconoció la autoridad de ICOMOS México, que le ha resultado absoluta-mente incómoda desde que en diciembre de 2010 la presidenta del organismo, Olga Orive, denunció la destrucción de Bellas Artes como un hecho in-aceptable y no negociable. A partir de la visita a México, en mayo, de Gustavo Araoz, presidente de ICOMOS internacional, Vicencio dirigió su estrate-gia a negociar con este funcionario y gente de su círculo, mientras diseñaba la absolución mediática que requería y después encargó a ocho “expertos” (entre personas de confianza de Araoz, un estu-

diante de arquitectura y algunos más especialistas en cualquier cosa) mediante 700 dólares (más gas-tos) por cabeza. Ellos redactaron y rubricaron una especie de Acta de descargo sin valor legal alguno, luego de sesionar a puerta cerrada y de espaldas a los críticos de quien los había contratado. La ense-ñanza de todo esto es que incluso los destructores más decididos del patrimonio cultural sienten la necesidad de rendir homenaje verbal a la “protec-ción” del mismo antes de llamar a la compañía de demoliciones, y si las cosas se complican pueden encargar después el lavado de imagen que su pre-supuesto les permita. Los expertos de 700 dólares, según El Universal, fueron Salvador Aceves, Caro-lina Castellanos, Ignacio Gómez Arriola, William Monge, Louise Noelle, José de Nordenflycht, Fran-cisco Pérez de Salazar y Juan Ruesga.10 La señora Vicencio, lejos ya de los homenajes al discurso del “patrimonio cultural” que hacía en 2009, sostiene en una entrevista reciente “que en el ‘remozamien-to’ no hubo daño alguno al patrimonio arquitectó-nico”, pero quizá son palabras que sólo mencionó su entrevistadora de Proceso, y aparecen apenas una vez, dichas de paso, en un largo alegato en que la funcionaria defiende la nueva versatilidad de la Sala y expresa sobre todo su asombro ante el “fe-nómeno mediático”, como lo llama, que despertó la destrucción de ese recinto. Es decir, denuncia un ruido, no entiende qué lo causa y sale a defender su carrera como empresaria de espectáculos. La indig-nación de la sociedad civil le resulta inexplicable y no comprende que la actitud de los medios ha sido de responsabilidad hacia el patrimonio cultural de nuestro país, algo que debe encontrar anacrónico (en diciembre hablaba de “diferencia de gustos”, como si la estética no existiese en el ámbito de la arquitectura, para no hablar de la autenticidad de un bien cultural, tema ajeno a consideraciones so-

9 Agradezco a Alfonso Suárez del Real haberme permitido conocer este do-cumento.

10 Excélsior, 10 de agosto de 2011, la autoría de esta nota es de Luis Carlos Sánchez.

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bre el gusto). Sólo vislumbra una conspiración. El diario Reforma inició en diciembre de 2010 una serie de artículos y entrevistas a cargo de Óscar Cid de León y otros reporteros, que tuvo gran eco. Lo mismo han hecho Sonia Sierra y Alida Piñón en El Universal, Carmen García Ber-mejo en El Financiero y Luis Carlos Sánchez en Excélsior. Hablar de ellos es hacerlo de sus sec-ciones culturales, claro, y seguramente olvido a algunos periodistas y medios que también per-tenecen a este elenco de conspiradores. Proce-so publicó en diciembre dos textos de Alberto Pérez Amador enviados por él, y en enero una entrevista a Olga Orive, con otras en febrero, aparte de la ya citada de Vicencio. La Jornada se ha mostrado más bien amable en sus críticas, ellos sabrán por qué.

Las declaraciones de Vicencio a Proceso ob-

tuvieron la respuesta de Al-fonso Suárez del Real y Alber-to Pérez-Amador, cuyas cartas fueron publicadas por la revis-ta. No ocurrió lo mismo con la que yo les dirigí, y por lo mis-mo la reproduzco ahora:

Señor director:

A Teresa Vicencio le diseña-ron una política para reducir a tema mediático (lo dice en la entrevista que, ¡al fin!, concedió a Judith Amador) la destruc-

ción de la Sala del ex Palacio de Bellas Ar-tes: 1) Convocó a una reunión a modo (a 700 dólares por cabeza, más gastos), excluyendo a sus críticos e ignorando que ICOMOS dijo a sus miembros presentes en la junta que no podían hablar en su nombre. 2) Elaboró un boletín, alargado con entrevistas, en que proclama que sus invitados —uno de ellos estudiante de arquitectura y los demás ni eso, o especialistas en cualquier cosa ajena al ex Palacio— son grandes técnicos en la ma-teria, y que al bendecir la destrucción de Be-llas Artes cerraron un barullo injustificado.

La estrategia de Vicencio, hoy, es procla-mar que debe acabar el ruido, como hace el gobierno federal ante el profundo, intolera-ble sufrimiento que agobia a nuestro país: no se hable más de ello y seamos “positivos”.

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Lo que el público necesita saber es que la Sala de Bellas Artes, más temprano que tarde, será restaurada a su estado original, recupe-rando su integridad artística y la seguridad que ofrecía al público, sin olvidar el escenario (aunque ya no pueda presentarse ahí el Cirque du Soleil), y que eso costará mucho menos que los 700 millones de pesos que causó su des-trucción. Los críticos no nos desviaremos de esa meta.

Atentamente,Víctor Jiménez

Capítulo aparte merece la integridad del público: de ser una sala segura, la de Bellas Artes se convirtió en una de “ALTO RIES-

GO”, según la califica, con mayúsculas, la Secretaría de Protección Civil del Gobier-no del Distrito Federal en el documento oficial emitido ante la presión de la opi-nión calificada de quienes lanzamos la voz de alarma. Sin embargo, para entender por qué se cometió tal acto de irresponsabili-dad es necesario recordar el contexto de frivolidad e ineptitud que ha regido todas las decisiones tomadas sobre Bellas Artes. El primer presidente de CONACULTA en este sexenio, Sergio Vela, conocido dilettante musi-cal, decidió retirar la maquinaria escénica instalada por Boari (y protegida por la misma ley que declaró Monumento Artístico al Palacio) con el fin de po-der regresar como director escénico de una ópera,

en la forma que lo había hecho ya con El oro del Rhin, costosísima producción multianual que pude ver más por disciplina que por placer, y que le redituó ganancias nada despreciables, como se publicó en la época. El nuevo foro de-bía permitirle presentar espectáculos aún más vistosos. Vela ya había colgado con cuerdas a las cantantes, convertidas así en trapecistas, y en estos días se ha vuelto a presentar en el es-cenario del ex Palacio de Bellas Artes un show de cantantes voladoras. La conversión de Be-llas Artes en circo es estúpida, pero adicional-mente, y por las mismas razones (facilitar el

desplazamiento de los saltimbanquis), alguien de-cidió eliminar la pendiente inferior al 2 por ciento del piso del escenario, sin pensar en las consecuen-cias que esto acarrearía: la visibilidad de la sala quedaba irremediablemente afectada (simplemen-

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te no se vería el suelo del escena-rio desde la luneta). Ampliaron el presupuesto para irse ahora sobre la geometría del piso de la luneta y los niveles superiores, eliminan-do en la primera la pendiente de doble curvatura que permitía un desplazamiento seguro del públi-co y proporcionaba una visibili-dad óptima hacia el foro original. Los contratistas dejaron en ma-nos incompetentes el problema, y la pendiente continua fue reem-plazada por un piso escalonado que no tomó en cuenta el Regla-mento de Construcciones del Dis-trito Federal, al eliminar también los pasillos laterales y sembrar de obstáculos las vías de evacuación en caso de emergencia. Algo pare-cido ocurrió en los niveles supe-riores, con nuevas escaleras más inseguras que las previamente existentes. La vida de los asisten-tes a la Sala está hoy en verdadero peligro, y no lo digo yo, sino la autoridad competente.

Como colofón, el nuevo piso escalonado dismi-nuyó la altura libre entre éste y el techo de la par-te posterior de la luneta, y fue necesario suprimir cientos de plazas, cuyo vacío se intentó disimular colocando una inútil e inmensa caseta en esa zona, clausurando de paso una salida de emergencia. ¿Puede concebirse mayor ineptitud profesional? Los arquitectos a cargo de esto, de apellido Gan-tous, nunca habían trabajado en un edificio de va-lor artístico o histórico, o que les impusiese la res-

ponsabilidad de cuidar la seguridad de un público numeroso. Jamás han pensado en el significado de “pa-trimonio cultural” y desconocen el Reglamento de Construcciones del Distrito Fedral, incluidas sus nor-mas de seguridad. En su curriculum destacan el premio obtenido por la decoración de un salón de belleza, pero el Gobierno del Distrito Fede-ral no hizo lo único que procede en estos casos de acuerdo con la ley: clausurar la Sala hasta que la misma recupere las condiciones de seguri-dad que tuvo cuando aún poseía su geometría original. En un cruce de favores, las dependencias federales y la capitalina consideraron muy aceptable intercambiar la seguridad del público de Bellas Artes por algún apoyo en cualquier otro apuro. Lo explico brevemente: en octubre de 2007 la llamada Autoridad del Cen-tro Histórico de la Ciudad de Méxi-

co, que responde al nombre de Alejandra Moreno Toscano, consideró necesario sacar a los vendedo-res ambulantes de las calles turísticas de la zona, y no vio mal que se demoliese, para instalarlos, una casa del siglo xviii en la calle de Regina 97, declara-da Monumento Histórico. Moreno Toscano tenía todos los elementos para limar las asperezas que se produjeron con el INAH, donde no tardaron mucho en declarar que debían evitarse las confrontacio-nes, pensando quizá en un quid pro quo cuando se ofreciera. Ebrard obtendría en 2010 un trato igual-mente libre de confrontaciones en otra ventanilla

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el nuevo piso esca-lonado disminuyó la altura libre entre éste y el techo de la parte posterior de la luneta, y fue necesa-rio suprimir cientos de plazas, cuyo vacío se intentó disimular colocando una inútil e inmensa caseta en esa zona, clausuran-do de paso una sa-lida de emergencia. ¿Puede concebirse mayor ineptitud pro-

fesional?

Como colofón

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cultural, cuando decidió agregar una quinta pata al Monumento a la Revolución, declarado Monumen-to Artístico y que no admitía tales ocurrencias. Ahora tocó al INBA ce-rrar los ojos. No extraña entonces que el Gobierno del Distrito Fede-ral frenase la posible acción de su propia Secretaría de Protección Ci-vil en el caso de Bellas Artes. Mo-reno Toscano declaró, cuando lo de Regina 97, que la gente (es decir, los ambulantes) era más importan-te que las piedras. Pero no ha dicho lo mismo cuando otra gente (el pú-blico que acude al ex Palacio) pone en riesgo su vida por la inacción del gobierno local. Alguien vinculado a su área de responsabilidad, el señor Inti Muñoz, firmó como testigo de calidad el Acta absolutoria de Vi-cencio elaborada por los “expertos” de 700 dólares. Otros testigos fue-ron ciertos funcionarios de la SEP, el INAH y CONACULTA. El INAH, hay que decirlo, cabildeó desde el principio donde hizo falta (Pa-rís, por ejemplo) y con lo que hizo falta (los buenos oficios de sus encargados del patrimonio cultural, simples operadores políticos en realidad), para co-bijar a Vicencio. No estamos ya sólo ante la vulgar mercantilización de la cultura, sino también frente a la omisión deliberada de responsabilidades en el terreno del riesgo para la vida de los usuarios de Bellas Artes.

Los palcos originalmente tenían dos secciones, frontal y posterior, ésta un poco arriba de la primera.

No ofrecían la mejor visibilidad (en todos los teatros ocurre lo mismo), pero es un elemento arquitectónico que no puede “modernizarse” sin tomar en cuenta que el público está habituado a las características de los mismos. Los proyectistas deci-dieron reducirlos a la mitad, dismi-nuyendo aún más el cupo de la Sala, supuestamente para mejorar igual-mente la acústica, pero no hicieron los estudios necesarios para susten-tar tal afirmación. De hecho, y sólo por razones económicas (es decir, para contar con un contrato más, con las ganancias que esto implica para proveedores e instaladores), convencieron a los administradores temporales de Bellas Artes de que era necesario sembrar cientos de bocinas en la Sala (algunas de ellas dentro de los palcos), solución ab-solutamente insólita y nociva en un recinto para música de concierto,

pero que sin duda existirá en teatros destinados al show business, modelo que Vicencio y sus contratis-tas tuvieron siempre en mente, mintiendo (como comprobó Alberto Pérez Amador) al afirmar que hay salas de música seria generosamente provistas de estos bafles.

Como el presente no es un texto de carácter técnico, para su elaboración aludo a otro de 1995 cuando se realizó un estudio sobre la acústica de la Sala de Bellas Artes, que nos puede servir de re-ferencia. El tiempo de reverberación de la misma excedía en unas décimas lo deseable, por lo que se

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mantener nuestra atención en esas dos palabras, patrimonio cultural, que casi han desaparecido del dis-curso burocrático en que el vicio mercantil rinde homenaje a la virtud cultural. Ante todo, no debemos permitir que mañana nos pidan reconocer las bondades de los recintos multiusos, óptimos para espec-táculos circenses y

música de bar.

Es esencial

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hicieron recomendaciones para alcan-zar el punto óptimo, de 1.5 segundos. Para esto debía colocarse de nuevo la alfombra retirada dos años antes y fijar algunos paneles de madera en la pared curva del fondo de la luneta. El costo hubiese ascendido a 107,000 pe-sos de entonces. Quizá hablaríamos del doble o el triple en 2009, antes de la destrucción de la geometría y los materiales originales de la Sala, cuya conversión en un espacio con acústica

de cine o antro costó casi 38 millones de pesos.Es esencial mantener nuestra atención en esas

dos palabras, patrimonio cultural, que casi han desaparecido del discurso burocrático en que el vicio mercantil rinde homenaje a la virtud cultu-ral. Ante todo, no debemos permitir que mañana nos pidan reconocer las bondades de los recintos multiusos, óptimos para espectáculos circenses y música de bar, que es el punto con el que Vicencio quiere ganar la partida mediática. Es sintomático que ella y quienes la defienden quieran confundir a la opinión pública con el argumento de las ventajas del show business, pero, por si las moscas, encarguen al mismo tiempo un dictamen exculpatorio de 5,600 dólares más gastos, según el cual debe darse carpetazo a la enfadosa insistencia en el ya supera-do tema del patrimonio cultural, que sólo entorpe-ce los negocios.

Por último: un grupo de personas que no acep-tamos la política de hechos consumados que se quiere imponer al caso del ex Palacio de Bellas Artes redactamos una carta que aquí transcribo. Contiene una síntesis de algunos datos que aquí he expuesto y su principal objetivo consiste en per-

El Palacio de Bellas Artes perdió sus

cualidades originales en lo que respecta a

su funcionamiento escénico y de mecánica

teatral, y se deformó la personalidad de

la sala al alterar sus características

formales.

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mitirnos transitar, con el apoyo a la misma, del análisis y la reflexión a la impostergable acción colectiva:

A LA SOCIEDAD MEXICANA Y A LOS DEFENSORES

DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO EN EL MUNDO:

El Palacio de Bellas Artes es uno de los edificios más emblemáticos del Centro Histórico de la Ciu-dad de México. Comenzó a construirse en 1904 de acuerdo al proyecto original del arquitecto italiano Adamo Boari, bajo los cánones estilísticos de la ar-quitectura de principios del siglo XX, y fue conclui-do 30 años después cuando el arquitecto Federico Mariscal modificó el proyecto original, dando por resultado un edificio ecléctico cuyas característi-cas ornamentales se insertan en la corriente del na-cionalismo mexicano.

A partir de su inauguración el inmueble se man-tuvo prácticamente íntegro en sus características formales, siendo una sala con excelentes condicio-nes en su funcionamiento escénico y en sus condi-ciones de visibilidad, de acústica y de seguridad.

El 4 de mayo de 1987 fue declarado Monumen-to Artístico Nacional y en diciembre de ese mismo año se incluyó dentro del perímetro considerado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

A pesar de ser el edificio artístico más signifi-cativo de los protegidos por la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, en 2009, con el argumento de conme-morar el Centenario de la Revolución y con el irri-sorio pretexto de mejorar sus condiciones, la au-toridad encargada de su defensa propuso una res-tauración, que una vez aprobada transformó en re-modelación, en la que, haciendo caso omiso de los

criterios profesionales para la intervención en inmuebles de gran valía y de los acuerdos

internacionales de conservación y restauración de los que México es firmante, destruyó innecesa-riamente el interior de la Sala.

Como resultado, el Palacio de Bellas Artes per-dió sus cualidades originales en lo que respecta a su funcionamiento escénico y de mecánica teatral, y se deformó la personalidad de la sala al alterar sus características formales. La modificación del escenario, al eliminar la pendiente original de me-nos del dos por ciento (dos centímetros por me-tro), horizontalizándolo, obligó a la destrucción de la luneta sin conseguir mejores condiciones de visibilidad y convirtiendo el piso original de ésta, antes en pendiente, en una superficie escalonada con graves inconvenientes para los usuarios.

Estas alteraciones generaron riesgos para la seguridad del público. La Sala contaba con con-diciones muy aceptables de protección civil; sin embargo, al eliminar su geometría original, sin la autorización de Protección Civil y con el descono-cimiento de la ley por parte del INBA, no solamente se dañó el patrimonio de los mexicanos sino que se puso en peligro la vida de los asistentes por tratar-se de un recinto público con un aforo significativo.

La Secretaría de Protección Civil del Distrito Federal emitió un dictamen en enero pasado en donde se confirma que los pisos de todos los nive-les son más peligrosos en una situación de emer-gencia de lo que eran anteriormente. Si se quisieran corregir estos errores habría que volver a las con-diciones previstas por Federico Mariscal en 1934, mismas que se conservaban íntegras hasta 2009.

Aunado a todo lo anterior, la acústica fue destro-zada al imponer el criterio de sala multiusos ajeno a

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su vocación origi-nal. Lejos de estu-diar las condiciones preexistentes, que según un estudio de 1995 estaban muy cerca de ser ópti-mas con la simple colocación de una alfombra a un cos-to insignificante, se decidió prescindir de la acústica natural de la sala para instalar innecesariamente un carísimo sistema electrónico de micrófonos y bocinas que no tienen razón de ser en un recinto histórico concebido para música de concierto y ópera como el Palacio de Bellas Artes.

En tal virtud, los abajo firmantes, unidos por la lucha encaminada a la protección de la vida del pú-blico usuario, de nuestros bienes culturales y de su entorno, exigimos:

1. Revertir el daño patrimonial de carácter artís-tico e histórico infligido al Palacio de Bellas Artes y a la seguridad del público asistente, trabajadores y artistas.

2. Restituir, como consecuencia obligada de lo anterior, las características originales del Palacio de Bellas Artes.

3. Trasparentar los gastos realizados en las accio-nes lesivas al patrimonio artístico nacional en el caso que nos ocupa, en función del derecho de rendición de cuentas de que gozamos los mexicanos y aman-

tes del arte en gene-ral, ya que resulta inaceptable erogar más de 700 millo-nes provenientes del erario público para destruir el pa-trimonio artístico y convertir una sala segura en otra que

no lo es, al ofrecer condiciones de alto riesgo, según los expertos en protección civil.

4. Sancionar conforme a derecho a todo aquel funcionario responsable de la protección civil y del patrimonio nacional por la destrucción que se rea-lizó, así como a los contratistas involucrados en el diseño de la aberración cometida contra uno de los edificios más significativos del patrimonio artísti-co de México.

5. Rechazar que los mencionados funcionarios y contratistas insistan en asumir ante terceros el papel de jueces de sus propias acciones, cuando son parte interesada como ejecutores del gravísi-mo daño sufrido por el Palacio de Bellas Artes.

MEXICANOS UNIDOS POR LA PROTECCIÓN DE LA

VIDA DEL PÚBLICO USUARIO, DE NUESTROS BIENES

CULTURALES Y DE SU ENTORNO.

Puede apoyar esta carta dirigiéndose a: recons-trucció[email protected]