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Pase P 42 Letras | Nº6 2013 Textos: Bernard Porcheret Imágenes: Matías Saleme Intervención realizada en el Espacio de Enseñanza de los A.E. de la sede de Madrid de la ELP, el 8 de Febrero de 2013. E l niño que tose frecuentemente está enfermo. Cuando llega a la adolescencia, se libera del machete del furor sanandi materno. Interno en psiquiatría, los vómitos incoercibles de su primera mujer, entonces embarazada, desencadenan la primera demanda de análisis en 1974. Disolución Inauguro allí mi novela familiar. Mi madre me comunica que mi padre tuvo una hermana pequeña, que murió cuando tenía, aproximadamente, un año. Y él, estuvo mucho tiempo al cuidado de una niñera, viendo poco a sus padres. También me informa de que su primer marido murió de tuberculosis. Veinte años más tarde, obligada a decir que va a cobrar una pensión por ser viuda de guerra, argumenta, obstinadamente, habérmelo contado antes. Mi padre, hombre agradable, es taciturno. La figura patriarcal de mi abuelo materno se impone. La complacencia capturada en el fantasma fundamen- tal, aún desconocido, es señalada por el analista. “¿Qué me muestra usted?”, ¡cortó! 1 Pronto descubro que el gra- bado enmarcado que preside el diván está firmado por Lepère 2 . El fonema père  3 está incluido en el nombre de mi analista. Le digo que, decididamente, es demasiado. Abro mi consulta, dejo mi análisis y me dirijo a la EFP. Me citan, pero la puerta tarda en abrirse; desde ayer, la EFP no recibe más demandas. Disolución. El acta de Lacan, pulveriza la consistencia imaginaria del analista que quiero llegar a ser. Retomo mi análisis. El grabado ha desaparecido. Mi analista, del cual ignoraba que tomó partido a favor del recurso de urgencia contra Lacan, transmite esta interpre- tación. El análisis es más silencioso. Atribuyo al analista una mirada profunda y una boca fruncida; “es un verda- dero fantasma”, dice. Espero a que se funde una nueva escuela: la ECF. Tras algunas infidelidades, el encuentro con la que será mi segunda mujer trastorna mi vida familiar. Es viva, ligera. El reloj de nuestro amor es insaciable, y el poeta escribe. Sigue un divorcio. La vida continúa, cons- tructiva y alerta, negociando las dificultades, apoyada sobre la sólida base de este encuentro. Cárteles, super- visiones, la ECF… El hombre apresurado En 1990, a los diez años, mi hijo padece un cáncer de muy mal pronóstico. Después de una operación mutiladora, el cirujano dice “puede que tres meses… ¡Ironía de los semblantes! Tras la quimioterapia, se recuperó. Un lap- sus repetitivo se entromete en mi cabeza. Cuando quiero decir “después de la enfermedad de mi hijo”, la palabra “muerte sustituye a “enfermedad”. Además, antes de que La pulsión es voraz

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TransferenciaPsicoanálisisLacan

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PaseP

42 Letras | Nº6 2013

Textos: Bernard PorcheretImágenes: Matías SalemeIntervención realizada en el Espacio de Enseñanza de los A.E. de la sede de Madrid de la ELP, el 8 de Febrero de 2013.

 E l niño que tose frecuentemente está enfermo. Cuando llega a la adolescencia, se libera del machete del furor sanandi materno. Interno en psiquiatría, los vómitos incoercibles de su

primera mujer, entonces embarazada, desencadenan la primera demanda de análisis en 1974.

Disolución

Inauguro allí mi novela familiar. Mi madre me comunica que mi padre tuvo una hermana pequeña, que murió cuando tenía, aproximadamente, un año. Y él, estuvo mucho tiempo al cuidado de una niñera, viendo poco a sus padres. También me informa de que su primer marido murió de tuberculosis. Veinte años más tarde, obligada a decir que va a cobrar una pensión por ser viuda de guerra, argumenta, obstinadamente, habérmelo contado antes. Mi padre, hombre agradable, es taciturno. La figura patriarcal de mi abuelo materno se impone.

La complacencia capturada en el fantasma fundamen-tal, aún desconocido, es señalada por el analista. “¿Qué me muestra usted?”, ¡cortó! 1 Pronto descubro que el gra-bado enmarcado que preside el diván está firmado por Lepère 2. El fonema père 3 está incluido en el nombre de mi analista. Le digo que, decididamente, es demasiado. Abro mi consulta, dejo mi análisis y me dirijo a la EFP. Me citan, pero la puerta tarda en abrirse; desde ayer, la EFP

no recibe más demandas. Disolución. El acta de Lacan, pulveriza la consistencia imaginaria del analista que quiero llegar a ser.

Retomo mi análisis. El grabado ha desaparecido. Mi analista, del cual ignoraba que tomó partido a favor del recurso de urgencia contra Lacan, transmite esta interpre-tación. El análisis es más silencioso. Atribuyo al analista una mirada profunda y una boca fruncida; “es un verda-dero fantasma”, dice. Espero a que se funde una nueva escuela: la ECF.

Tras algunas infidelidades, el encuentro con la que será mi segunda mujer trastorna mi vida familiar. Es viva, ligera. El reloj de nuestro amor es insaciable, y el poeta escribe. Sigue un divorcio. La vida continúa, cons-tructiva y alerta, negociando las dificultades, apoyada sobre la sólida base de este encuentro. Cárteles, super-visiones, la ECF…

El hombre apresurado

En 1990, a los diez años, mi hijo padece un cáncer de muy mal pronóstico. Después de una operación mutiladora, el cirujano dice “puede que tres meses…” ¡Ironía de los semblantes! Tras la quimioterapia, se recuperó. Un lap-sus repetitivo se entromete en mi cabeza. Cuando quiero decir “después de la enfermedad de mi hijo”, la palabra

“muerte” sustituye a “enfermedad”. Además, antes de que

La pulsión es voraz

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estuviese enfermo, surgía el flash de su cabeza sin pelo, como la de los niños enfermos de leucemia, de los cuales me ocupaba entonces, siendo externo en pediatría. Un deseo de muerte me invade. Una culpabilidad sorda se instala, reforzada por la responsabilidad que atribuyo a la infidelidad conyugal durante mi primer matrimonio. Finalmente, un nuevo síntoma aparece, tras un aconte-cimiento del cuerpo.

“Usted no tiene prisa”, me dijo mi segundo analista. “Sí, efectivamente, demasiado apresurado”, le respondí. Un sueño de desêtre 4, me indica que mi análisis se reanuda en el lugar exacto en el que lo dejé diez años antes. Del lado del padre, desde hace tres generaciones, el segundo de los hermanos, que se limitan a dos, siem-pre hay un niño que muere o está en riesgo de muerte. La escena, ya localizada, de mi fantasma, se impone. Su valencia pulsional, anal y escópica, fijada en lo imagina-rio fálico, vuelve con fuerza. Progresivamente, se vuelve inconsistente, en respuesta a una interpretación ariete del analista. La cópula imaginaria, sostenida por la reci-procidad del amor, recubría una hiancia. El “¡y usted!”, atronador, actúa como un soplete que desuelda como un relámpago. La mirada que domina la escena continúa vaciándose. Palidece, se disuelve. No queda más que una

frase freudiana: un niño está enfermo. La palabra seca, concluye el análisis.

Demasiado seco, me devuelven. El cartel del pase elogia la construcción del fantasma y sus efectos, pero la travesía tropieza con su último enunciado no fran-queado. No logro hacer comprender el hueso del sín-toma. El propio procedimiento es sintomático, me ace-lero, lo embarullo. Me doy cuenta. Algunos meses más tarde, retomo mi análisis. Estar agobiado, apresurarse, agobiar al otro… formas transitivas e intransitivas, todas las formas puestas en juego en la combinatoria signi-ficante partiendo de este hueso: apresurado. El niño pequeño se apresura para satisfacer a su madre, ofre-ciéndole el regalo anal a la velocidad del relámpago. Más tarde, el adulto se precipita, para ignorar lo imposible. El remolino sintomático se apacigua. Entonces, creo haber descubierto lo que faltaba en mi primer pase. Como revancha, no hay invención sinthomática. Me quedo con una última palabra: “mujer”. No hago nada, es un tapón.

Más tarde, mi padre y mi madrastra se asfixian en reanimación, cada uno en su hospital. Fallecen al mismo tiempo. Evito un infarto, por los pelos, a pesar de mis coronarias sanas. Las nubes significantes continúan pre-cipitándose, y hacen surcos en el cuerpo silenciosamente.

imagen: Matías Saleme

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El síntoma se escribe ahí. Una difusa transferencia nega-tiva acompaña este período –hay un agujero en el Otro-. Esta transferencia negativa muestra su valor positivo. No solamente no altera en absoluto mi vínculo con el psicoanálisis y con la Escuela, sino que lo vuelve más vivo y productivo.

Un tobogán bajo transferencia

Una septicemia con choque séptico se complica con una infección hospitalaria, gracias a la cual una enfermedad, aún subclínica, puede diagnosticarse a tiempo. Operación mutiladora en un pulmón. La marca de la cicatriz indica una erosión más profunda.

Un significante amo impone su materialidad: “tos-fe-rina”. Mi tos ferina, que se hizo famosa, amenaza mi vida a la edad de un año, y deja a mis padres angustiados. Un segundo cáncer afecta a mi hijo. Entonces, surge el equívoco decisivo: “cáncer de lalengua”. Un agujero se ha abierto en mi inconsciente y por mi inconsciente. Pasaje al acto, zambullida en “la concha del apuntador” 5 6. Con-duzco mi análisis a paso de marcha.

Primer sueño: el cuerpo inconsciente del soñador está vivificado por espasmos, bajo el impacto de las balas, como en la película La chaqueta metálica. Un cuerpo se goza.

Un segundo sueño acontece tras un curso que imparto,

en el cual me enredo, descuidando lo radical del carácter fuera de lo simbólico, forcluido, de la feminidad. El tapón del tramo precedente salta.

Sigue el “sueño del pozo sin fondo”. Los órganos feme-ninos de una amiga se disuelven. Demacrada, muy débil, consumida, se deshace en mis brazos. La mujer se esquiva a sí misma.

Después, el “sueño de la interjección”. Pinto al óleo. Me esfuerzo por aclarar una mancha. Un amigo me llama a lo lejos. Después de algunos metros, me doy cuenta de que he dejado el lienzo en medio de todos. Me asalta la idea de que mi hijo pequeño podría embadurnarlo. Vuelvo sobre mis pasos, ¡muy tarde! “¡Qué gilipollas!”, le grito. Despertar. Un deseo de muerte me invade. Mi neurosis es un juego de manos que transforma el significante que mata en deseo de muerte. El gilipollas soy yo, siempre tratando de aclarar y maquillar la mancha. La interjección se transforma: “el Uno se esconde bajo la deyección” 7.

El “sueño de la tachadura”: tengo delante de mí un mapa impreciso de los relieves del norte de España. Mi analista pasa por mi lado, y hace una tachadura, con un marcador amarillo, sobre una especie de montón de escombros. Las letras del nombre de un pueblo, Llogar, con acento sobre la

“o”. El analista me birla mi iPhone. Me quedo sin medios para acceder al saber. Angustiado, me reúno con él más lejos para recuperarlo. Sin mirarme, de manera descuidada, me da un teléfono roto, un juguete de niño. Despertar. Llo-gar, condensa lugar 8, lieu, y llegar, arriver. El acento, señala como un índice: llegas a este lugar. Bajo la deyección hay un

agujero, producido por un trazo. La “o”, es un cero, barrado por el acento. Mi inconsciente responde con un juego de palabras. El equívoco sobre el ser y el esquema del último curso de Jacques-Alain Miller se imponen. ¿Qué sucede con mi consentimiento a esta tachadura, a esta marca inacce-sible e intransmisible?

“El” lapsus: después de una sesión, hablando de un asunto práctico, concerniente a la institución analítica, le digo a mi analista: soy un “alimento” apaciguador, en lugar de “elemento” apaciguador. Evidencia de la pulsión oral: hacerse engullir. El “hacerse” es fundamental. En el tramo anterior, sólo percibía su reversibilidad. El niño no acepta comer, hasta la edad del juicio, nada más que pan seco y agua rosada por un ligero velo de vino. Mi padre era representante de vinos.

Sigue el “sueño del hombre-cae”. Desciendo las escale-ras de un famoso pasaje, en Nantes, un hombre a mi lado. El hombre cae y, en el sueño, el soñador se dice: “sería tiempo de que se despertase, de que se levantase”. El equívoco 9 es fecundo. El padre de mi amigo del colegio era director de pompas fúnebres. Juegos entre las tumbas y, en el depósito, entre los ataúdes. Gano el primer premio de un concurso fotográfico. Había llamado a mi equipo “el equipo de pom-pas fúnebres”, suscitando la curiosidad entre el público, muy numeroso, de los padres allí reunidos. Más tarde, en la adolescencia, buscaba la estética, contemplativa y lite-

raria, de los cementerios. Estudiante de medicina, en las fiestas bulliciosas me disfrazaba de enterrador, tirando de un ataúd sobre ruedas, con una cadena de perro… Después, unos días antes del sueño, me encuentro llamando la aten-ción de mi mujer, con insistencia, sobre los cementerios blancos que se aprecian

al acercarnos a las islas. Finalmente, el recuerdo confuso de una tumba de niño.

Que se levante, de acuerdo, ¡pero no va a pasar todo el tiempo levantándose! “¡Que se levante!” Entonces, surge el comentario oracular de Pierre Martin, tras mi primera exposición en la ECF, hace veinticinco años: “Veo que los alumnos de Lacan, están bien educados, el propio Lacan se levantaba” 10.

Soplar, con tacto, sobre las ficciones del ser

¿Qué sucede con mi atuendo fálico? ¿Cómo fue construido? Una madre del deber, deprimida y angustiada, frecuente-mente implacable, pero más afectuosa que la de Gide. Un padre, enamorado de ella, encantador con las damas, amán-dola, pero silencioso y sumiso ante sus palabras cortantes. El enunciado: “Te has escapado por los pelos”, de un com-pañero de la adolescencia que encontré después de treinta años, me hace decir que, finalmente, me las arreglo siempre para salir bien librado del juego. Juego mortal. El analista subraya, después, produce la “interpretación decisiva”.

Camino hacia la puerta de salida, descuelgo mi abrigo de la percha. Silencio, no se escucha el ruido del picaporte, para ir a buscar al siguiente analizante. Me doy la vuelta, el ana-lista, contingencia de la interpretación, se ha vestido ese día con un traje oscuro, de los que se utilizan para los momentos solemnes. En la penumbra del pasillo, detrás de la puerta de la consulta, está de cara a la pared, paralizado, imitando al enterrador. Pasmado, “asarado”, asombrado, separado…11.

“Mi encuentro con el deseo del psicoanalista estuvo jalonado por tres escansiones”

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En la calle, unos metros más lejos, ligero, río. Surgió un decir: “soplo”. Algunas palabras, como salidas de un agujero, se escriben. Se ha producido un salto en la salida del tobogán. La interpretación ha hecho caer el signifi-cante amo “enterrador”, bajo el cual estaba aplastado. Imitándolo, silencioso y sin mirada, el analista me separa de él. Yo era esa mirada mirándose, esa voz invocándose.

“Masca” 12. Yo era esa boca a la que me ofrecía como ali-mento para domesticarla. La pulsión anuda la sexualidad, en el inconsciente, y la muerte.

“Soplo”, se desanuda, asemántico. “Un saber hacer” con su soplo se ha liberado. Como analista, sólo me queda soplar, con tacto, sobre las ficciones del ser. Me apresuro para presentar mi demanda de pase.

Extrañamente, me digo que no volveré a ver a mi analista hasta que haya recibido el acuse de mi demanda. Pasan dos semanas, espero. Falto a dos sesiones. Acting out. De vuelta, se lo digo a mi analista. Truena, a punto de asfixiarse: “¡Usted no vino!” Esto resuena con: usted no tiene prisa. Retroceso ético, recuerdo del Wo Es war soll Ich werden 13. No quería ceder mi goce oral. Entonces, llega la avalancha de contingencias. Ciertamente, no sin límites, pero mi síntoma cavaba su lecho letal. Esto pone en eviden-cia un nuevo borde. “Soplo” es la “palabra discreta”. Indica lo absoluto de este goce fuera de sentido, tan singular.

“¿Permanecerá usted discreto?”, me pregunta uno de mis pasadores. ¿Lograré hacerme entender? Desde hacía algu-nos años, algunas veces, mi voz casi se apagaba. Durante el procedimiento, a la entrada de su consulta, el analista me recibe con un hola muy sonoro, aún de cara a la pared. Acudo a la última sesión. Hacerse entender, de otra manera que no sea tosiendo, la tos de mi abuelo, de mi padre y la mía. Levantarse, “tomar la palabra”. Un malestar notable, en el avión que me lleva a Israel, al congreso cuyo título es: “Leer el síntoma”. Recuperado, bromeo. “El pequeño gracioso”; atrapo el sentido de este significante que surge de vez en cuando. Mi familia tuvo miedo. Era impúdico,

“mostrándome, cuerpo gozándose, el yo en el exilio”. La pulsión es voraz. Dos palabras se imponen: “prudencia” y

“responsabilidad”. Conviene ser prudente con este juego mortal. Conviene también asumir la responsabilidad.

Un último sueño, al regreso: he olvidado mi sesión. Voy a coger el siguiente tren, pero no encuentro las llaves para salir de mi casa. Los manuscritos del mar Muerto en sus vasijas. La última sala del Memorial en Jerusalén. Es una biblioteca circular, donde se identifican, números de serie y nombres propios: sólo cifras, sólo letras. En el centro, un pozo sin fondo. Y debajo, la vida de la gente, sus ficciones. Despertar. No tenía sesión ese día. Me levanto. Les digo a mis dos pasadores que, cada uno, ha sido designado por su analista como pasador, durante el procedimiento del pase. Sorprendidos, soplados, uno en una tienda, el otro en su coche –cada uno ríe, yo también-. Mi pase ha comenzado como un chiste.

Traducción: María Martorell Linares

EL AUTORBernard Porcheret. A.E. Psicoanalista en Nantes. Miembro de la ECf y la AMP.Email: [email protected]

Notas1 Cortó, en francés es coupe, machete, en francés es

coupe-coupe. (N de t.)2 Lepère, en francés homófono con “le père”: el padre.

(N de t.)3 Padre. (N de t.)4 désêtre, es un neologismo formado con el prefijo verbal

dés, que denota negación o inversión del significado y être, que es el verbo ser. Su sonido es parecido a désert, que significa desierto. (N de t.)

5 Le trou du souffleur: Se refiere al agujero de la concha del apuntador (teatro). Souffleur (literalmente, sopla-dor) (N de t.)

6 Lacan J., “Yale université 24 novembre 1975 ; Entretien avec les étudiants”, Scilicet n°6/7, pág. 35

7 La palabra deyección, tiene varios significados, tanto en francés como en español. El DRAE, aporta las siguien-tes definiciones: 1. Defecación de los excrementos. 2. excremento. 3. Conjunto de materias arrojadas por un volcán o desprendidas de una montaña. (N de t.)

8 Lugar y llegar, están escritas en español en el original (N de t.)

9 En el original L›home-tombe. Tombe, en francés, signi-fica tumba, pero también puede ser la tercera persona del singular del presente de indicativo o de subjuntivo del verbo tomber, que significa caer. (N de t)

10 En esta oración, hay una homofonía entre élèves (alumnos) élevés (educados) y se levait (se levantaba). (N de t)

11 En el original es un juego de palabras que suenan pare-cido, sin llegar a ser homófonas: “Sideré (pasmado), sécaré (sin traducción), époustouflé (asombrado), séparé (separado)…”. (N de t.)

12 En el original: croque, que significa mascar, crujir, chascar. Forma parte del significante amo, enterrador, que en francés es croque-mort, la segunda parte de este significante, mort, significa muerte. Donde ello era, el yo debe advenir (N de t.)

13 Donde ello era, el yo debe advenir (N de t.)