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El perfil encantado O´HENRY http://www.librodot.com

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Un encantador relato breve, retrato de una época dorada, en las luminosas pinceladas de un artista de las letras como lo fue O'Henry.

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El perfil encantado

El perfil encantado

OHENRY

http://www.librodot.comHay pocas mujeres califas. Las mujeres son Scheherazadas de nacimiento, por predileccin, por instinto y por disposicin de las cuerdas vocales. A diario, centenares de miles de hijas de visires les narran los mil y un cuentos a sus respectivos sultanes. Perro el arco alcanzar a algunas de ellas si no se cuidan.

Sin embargo, he odo un cuento sobre una mujer califa. No es precisamente un cuento de Las mil y una noches, porque nos trae a la Cenicienta, que luci su repasador en otra poca y pas. De modo que, si al lector no le importa la confusin de fechas (lo cual, despus de todo, parece darle al asunto un sabor oriental), seguiremos adelante.

En Nueva York hay un hotel viejo, muy viejo. El lector lo habr visto en grabados en las revista... Lo construyeron... veamos... cuando en la calle Catorce slo haba la vieja huella india que llevaba a Boston y a la oficina de Hammerstein. Pronto demolern la vieja posada. Y cuando derriben las resistentes paredes y los ladrillos rueden estrepitosamente por los saetines, multitudes de ciudadanos se reunirn en las esquinas prximas y llorarn la destruccin de un viejo y querido mojn. El orgullo cvico es fuerte en Nueva Bagdad: y el que ms llorar y aullar contra los iconoclastas ser el hombre (originariamente de Terre Haute) cuyos afectuosos recuerdos del antiguo hotel se limitan a que fue expulsado a puntapis de su seccin de almuerzos gratuitos en 1873.

En aquel hotel paraba siempre la seora Maggie Brown. La seora Brown era una mujer huesuda de sesenta aos, de mohoso traje negro y cuya cartera era aparentemente del cuero del animal primitivo a quien Adn haba resuelto llamar cocodrilo. La seora Brown ocupaba siempre una salta y un dormitorio en el ltimo piso del hotel, pagando un alquiler de dos dlares diarios. Y, cuando estaba all, siempre venan a verla a diario muchos hombres, de rostro agrio y aire ansioso, con slo unos pocos segundos disponibles. Porque se deca que Masggie Brown ocupaba el tercer lugar entre las mujeres ms ricas del mundo: y aquellos solcitos caballeros eran simplemente los corredores y hombres de negocios ms ricos de la ciudad, que queran mseros prstamos de media docena de millones o algo as de la sucia duea de la prehistrica cartera.

La taqugrafa y dactilgrafa del Acrpolis Hotel (bueno, ya se me ha escapado su nombre!) era la seorita Ides Bates, una sobreviviente de los clsicos griegos. Su fsico era perfecto. Un hombre de otros tiempos, al rendirle homenaje a una dama, dijo: Haberla amado era una educacin liberal. Pues bien: el solo hecho de haber mirado el negro cabello y la blanca blusa de la seorita Bates equivala a un curso completo de una escuela por correspondencia. La seorita Bates sola hacerme algunos trabajos a mquina y como se negaba a cobrar por adelantado, lleg a considerarme algo as como un amigo y protegido suyo. Su bondad y jovialidad eran inagotables: y ni siquiera un viajante de albayalde o un importador de pieles se habran atrevido nunca a franquear los lmites de buena conducta en su presencia. Todo el personal del Acrpolis Hotel, desde el propietario, que viva en Viena, hasta el jefe de conserjes, postrado en el lecho desde haca diecisis aos, hubiera acudido en su defensa instantneamente.

Cierto da yo pasaba por el pequeo santuario Remingtorium de la seorita Bates y vi en su lugar a un ser de cabello negro -una persona inequvocamente- que martillaba en el teclado con los ndices de ambas manos. Meditando sobre la mutabilidad de los asuntos humanos, segu de largo. Al da siguiente, me tom dos semanas de vacaciones. Al volver cruc el vestbulo de la Acrpolis y vi, envuelta en la cordial aureola de los buenos tiempos de antao, a la seorita Bates, tan griega y bondadosa e impecable como siempre, que acababa de poner la funda sobre su mquina. Era hora de cerrar: pero la seorita Bates me pidi que me sentara durante unos minutos en la silla desde la cual le dictaba y me explic su ausencia y regreso al Acrpolis Hotel con palabras como las siguientes, o al menos muy parecidas:

-Bueno... Cmo marchan sus cuentos?

-Bastante bien -dije-. Vienen y se van.

-Perdn -dijo ella-. En un cuento, lo ms importante es pasarlo debidamente a mquina. Usted me habr echado de menos... no es as?

-Ninguna de las muchachas que he conocido sabe distribuir tan adecuadamente como usted las hebillas de cinturn, los puntos y comas, los huspedes de hotel y las horquillas. Pero tambin usted ha estado ausente. Das pasados vi en su lugar un paquete de mentapepsina.

-Yo iba a hablarle de eso cuando usted me interrumpi -dijo la seorita Bates-. Naturalmente, usted conoce a Maggie Brown, que se hospeda aqu Bueno: pues posee 40.000.000 de dlares. Vive en Jersey, en un departamento de diez dlares. Tiene siempre ms dinero a mano que media docena de candidatos a la vicepresidencia. No s si lo guarda en la media o no, pero s s que es popularsima en el sector de la ciudad donde adoran al becerro de oro Pues bien: hace dos semanas, la seora Brown se detuvo ante la puerta y se burl de m durante diez minutos. Yo estaba sentada de costado, haciendo varias copias carbnicas de un negocio de minas de cobre para un viejo ricachn de Tonopah. Pero siempre veo todo lo que pasa a mi alrededor. Cuando trabajo de firme, veo las cosas por entre mis peinetas laterales, y me basta con dejar suelto un botn de mi blusa en la espalda para ver quien est detrs de m No miro, porque gano de dieciocho a veinte dlares semanales y no tengo por qu mirar.

Esa tarde, a la hora de irse, la seora Brown me llam a su departamento. Yo tena que pasar a mquina unas dos mil palabras de pagars, embargos y contratos, con una propina de diez centavos en vista: pero fui. Pues bien, amigo mo: ciertamente, me sent sorprendida. La vieja Maggie Brown se haba humanizado.

-Hija ma -me dijo-. Es usted el ser humano ms hermoso que yo haya visto en mi vida. Quiero que deje su trabajo y que venga a vivir conmigo. No tengo ms parientes que un marido y un par de hijos, y no mantengo relaciones con ninguno de ellos. Son una carga costossima para una mujer que trabaja tan firme. Quiero que usted sea una hija para m. Dicen que soy mezquina y avara y los peridicos publican mentiras y afirman que yo misma me cocino la comida y me lavo la ropa. Eso es mentira. Mando a lavar la ropa afuera, salvo los pauelos, medias, enaguas y cuellos y toda la ropa liviana como sa. Tengo cuarenta millones en efectivo y ttulos y acciones tan negociables como los de la Standard Oil. Soy una vieja solitaria y necesito compaa. Usted es el ser humano ms hermoso que he visto. Quiere venir a vivir conmigo? Ya ver si s gastar dinero o no.

Pues bien... Qu habra hecho usted en mi lugar? Naturalmente, acept. Y a decir verdad, la vieja Maggie comenz a inspirarme simpata. Eso no se debi solamente a los cuarenta millones y a lo que poda hacer por m. Tambin yo me senta algo as como solitaria. Todos necesitan a alguien a quien poder hablarle del dolor que sienten en el hombro izquierdo y de la rapidez con que se gastan los zapatos de charol cuando se rajan. Y una no puede hablarles de esas cosas a los hombres a quienes conoce en los hoteles: ellos buscan precisamente esas oportunidades.

De modo que dej mi empleo del hotel y me fui con la seora Brown. Ciertamente, pareca que yo la haba conquistado. Me miraba durante media hora cuando me vea sentada, leyendo u hojeando las revistas.

En cierta ocasin le dije: Le recuerdo a algn difunto pariente o amigo de su infancia, seora Brown? He notado que me hace usted un bonito examen ptico de vez en cuando.

Su cara -me contest ella- es idntica a la de una amiga ma muy querida... a la mejor amiga que he tenido en m vida. Pero tambin me gusta usted por usted misma, hija ma.

Y sabe usted qu hizo? Se abland como una ondulacin Marcel con la marejada de Coney Island. Me llev a casa de una modista aristocrtica y le dio carta blanca para que me pusiera en condiciones: no haca cuestin de dinero. Hubo rdenes precipitadas y madame cerr la puerta y puso a trabajar a todo su personal.

Luego nos mudamos. Adnde supone usted? No, penselo bien; eso es, al hotel Bonton. Tomamos un departamento de seis habitaciones; nos costaban cien dlares diarios. Vi la menta. Empec a cobrarle afecto a la vieja seora.

Y luego, cuando empezaron a llegar mis vestidos... oh, yo no podra describrselo!. Usted no me comprendera. Y empec a llamarla ta Maggie. No habr olvidado el cuento de la Cenicienta, naturalmente. Pues bien: lo que dijo Cenicienta cuando el prncipe le ajust aquel A 3 sobre el pie es un relato de mala suerte comparado con las cosas; que le dije yo.

Luego, la ta Maggie anunci que ofrecera en el Bonton, para presentarme en sociedad, un brillante banquete que dejara a todas las antiguas familias holandesas de la Quinta Avenida a la altura de unos furgones de mudanzas.

-Por m no hay inconveniente, ta Maggie -le dije-. Pero. sabe que ste es uno de los hoteles ms aristocrticos de la ciudad? ,Y que, con perdn de usted, cuesta mucho reunir a un grupo de gente distinguida, a menos que una tenga mucha prctica?

-No se inquiete por eso, hija ma -dijo la ta Maggie-. Yo no mando invitaciones: doy rdenes. Tengo aqu a cincuenta invitados que no podran ser reunidos en una recepcin, a menos que la ofrecieran el rey Eduardo o Williams Travers Jerome. Son hombres, desde luego, y todos ellos me deben dinero o se proponen debrmelo. Las esposas de algunos de ellos no vendrn, pero muchas s que lo harn.

Bueno. Lamento que usted no haya presenciado ese banquete. Toda la vajilla era de oro y de cristal tallado. Haba unos cuarenta hombres y mujeres, fuera de la ta Maggie y de m. Usted no habra reconocido a la mujer que ocupa el tercer lugar entre las ms ricas del mundo. Se haba puesto un vestido nuevo de seda negra con tanta pasamanera que sonaba cono el granizo cine o en cierta oportunidad, cuando pas la noche en el cuarto de una muchacha que viva en una buhardilla.

Y mi vestido! No puedo despilfarrar palabras con usted. Era de encaje hecho a mano... y costaba 300 dlares. Vi la cuenta. Los hombres eran todos calvos o con patillas blancas y charlaban en un vivo fuego graneado de preguntas y respuestas sobre el tres por ciento y Bryan y la cosecha de algodn.

A mi izquierda haba algo que hablaba como un banquero, y a mi derecha un joven que deca ser dibujante de un peridico. Era el nico... Bueno, por poco se lo digo.

Cuando termin la cena, la seora Brown y yo subimos al departamento. Tuvimos que abrirnos paso entre la muchedumbre de reporteros que atestaba los salones. sa es una de las cosas que logra el dinero. A propsito... Conoce por casualidad a un dibujante de los peridicos que se llama Lathrop... un hombre alto de hermosos ojos y que halla con desenvoltura? No, no recuerdo en qu peridico trabaja. Bueno, tanto da.

Cuando subimos a nuestras habitaciones, la seora Brown telefone inmediatamente para pedir la cuenta. Se la mandaron y era de 600 dlares. La vi. La ta Maggie se desmay. La acost en un canap y le solt el rosario.

-Hija ma -me dijo, al volver en s-. Qu ha pasado? Es un aumento del alquiler o un impuesto a la renta?

-Slo una cenita -dije-. No hay motivo para preocuparse: apenas una gota de agua en la Bolsa. Atencin y mire lo que hace.

Sabe usted qu hizo entonces la ta Maggie? Se asust! Me sac precipitadamente del hotel Bonton a las nueve de la maana siguiente. Nos fuimos a una casa de pensin del West Side inferior. Alquil un cuarto que tena el agua en el piso de abajo y la luz en el piso de arriba. Cuando nos mudamos all slo se vean en la habitacin vestidos nuevos por valor de unos 1.500 dlares y una cocina de gas de un solo mechero.

La ta Maggie haba sufrido un repentino ataque de tacaera. Creo que cualquiera debe permitirse una francachela una vez en su vida. Un hombre gasta lo suyo en copas y una mujer se entusiasma con los vestidos. Pero cuando hay cuarenta millones de dlares... caramba! Me gustara tener un retrato de... Pero, a propsito de retratos... conoci usted alguna vez a un dibujante de los peridicos llamado Lathrop? Un hombre alto... Ah, s... Yo se lo haba preguntado ya... verdad? Fue amabilsimo conmigo durante la cena. Su voz me fascinaba. Creo que me supona heredera del dinero de ta Maggie.

Y bien... Con tres das de esa economa domstica liviana me bast. La ta Maggie estaba ms afectuosa que nunca. Casi no consenta que me alejara de su lado. Pero djeme que le cuente. Era una tacaa de Tacaeville, distrito del Tacaismo. Fijaba un lmite de setenta centavos diarios. Nos preparbamos la comida en el cuarto. Y ah me tena usted, con vestidos de ltima moda por valor de mil dlares y haciendo cosas sobre una cocina de gas de un solo mechero.

Como dije, al tercer da vol de la jaula. Me resultaba insoportable la idea de preparar un guisado de rioncitos usando un vestido de 150 dlares, con entreds de encajes de Valenciennes. De modo que me acerqu al ropero y me puse el ms barato de los vestidos que me haba comprado la seora Brown es el que llevo puesto ahora, y no est tan mal por 75 dlares... verdad? Haba dejado todos mis vestidos en el departamento de mi hermana, en Brooklyn.

-Seora Brown, ex ta Maggie -le dije-. Voy a mover los pies en forma alternada, el uno despus del otro, de tal modo y con tal rumbo que este departamento se aleje de m con la mayor rapidez posible. No adoro el dinero -dije-, pero no puedo soportar ciertas cosas. Puedo soportar a ese monstruo fabuloso sobe el cual he ledo cosas y que hace volar con el mismo soplo a pjaros calientes y botellas fras. Pero no puedo soportar a un trnsfuga. Dicen que usted tiene cuarenta millones... Pues bien: nunca tendr menos. Y yo estaba empezando a cobrarle afecto.

Entonces, la ex ta Maggie empeg a patalear hasta que le brotaron las lgrimas. Se ofreci a mudarse a una habitacin distinguida, con una cocina de dos quemadores y agua corriente.

-He gastado muchsimo dinero, hija -dijo-. Tenemos que economizar durante algn tiempo. Es usted el ser ms hermoso que yo haya visto en mi vida y no quiero que me abandone.

Bueno. Pues aqu me tiene... Fui derechito al Acrpolis y ped que me devolvieran mi empleo y me lo devolvieron. Cmo dijo que marchaban sus escritos? S que se le han perdido algunos porque no estaba yo para pasarlos a mquina. Suele hacerlos ilustrar? Y, por lo dems... Conoce a un dibujante?... Oh, no me diga nada! Recuerdo que se lo he preguntado ya. No s en qu peridico trabaja... Es curioso, pero no puedo dejar de pensar que l pensaba en el dinero que debi pensar que yo pensaba conseguir de la vieja Maggie Brown. Si yo conociera al menos a algunos de los directores de los diarios, entonces...

De la puerta lleg el rumor de unos leves pasos e Ida Bates vio quin era en su peineta. La vi sonrojarse, a pesar de ser una estatua perfecta... un milagro que slo comparto con Pigmalin.

Merezco perdn? -me dijo, adorable, solicitante-. Es... es el seor Lathrop. Me pregunto si no habr sido en realidad el dinero... me pregunto s, despus de todo, l...

Naturalmente, me invitaron a la boda. Despus de la ceremonia, arrastr a Lathrop a un aparte.

Usted es dibujante y no se ha dado cuenta de la razn por la cual Maggie Brown le cobr tanto afecto a la seorita Bates! ... No es as? Permtame que se lo muestre.

La novia luca un sencillo vestido blanco de tan bellos pliegues como la indumentaria de las antiguas griegas. Tom algunas hojas de una de las guirnaldas ornamentales de la salita e hice con ellas una corona, la puse, sobre el cabello castao de la exseorita Bates y la obligu a volverse para que su marido la viese de perfil.

-Caramba! -dijo l- Verdad que la cabeza de Ida es idntica a la de esa dama del dlar de plata?