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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO (El problema de Puerto Rico.) SEGUNDA PARTE 1. CUADRO ACTUAL DE PUERTO RICO: QUEJAS Y CRÍTICAS DE LOS AUTONOMISTAS. En este año de 1966, mes de diciembre, se nos présenla en Puerto Rico el siguiente cuadro. Existe con los EE. UU. un arreglo o modus vivendi, una asociación o pacto, que llamamos Estado Libre Asociado (E. L. A.), mediante el cual el Congreso «americano» prácticamente abdica su posición como suprema legislatura para Puerto Rico en lo interior, pues nos gobernamos por nuestra propia constitución y no por un «Acta orgánica» (leyes Foraker y Jones) votada allí; tenemos himno y bandera, aunque no solas; se enseña en nuestras escuelas en español; elegimos todos nuestros funcionarios públicos —gobernador, secretarios de despacho, jueces, cámara y senado (cada cuatro años)—•; no pagamos tributos al tesoro federal como los estados incorpo- rados (que luego ingresaban en la Unión) o los estados federados (ya miem- bros de ella). Tenemos uno de los gobiernos más honrados, estables y democráticos del hemisferio, quizá del mundo entero. Y tenemos quizá uno de los mejores conjuntos de servidores públicos (especialmente en las escalas superiores) del mundo, sin que la disciplina, el sentido práctico, la dirección y el entrenamien- to sociológico hayan por ello eliminado el idealismo, el sentimiento regiona- lista, el fervor reformista, que llegó a su ajjogeo entre 1935 y 1950. No pagamos en Puerto Rico la contribución sobre ingresos federal ni arbi- trios federales sobre productos vendidos aquí; los derechos cobrados en Es- 85

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Page 1: (El problema de Puerto Rico.) SEGUNDA PARTE · 2015. 3. 11. · LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO (El problema de Puerto Rico.) SEGUNDA PARTE 1. CUADRO ACTUAL DE PUERTO RICO: QUEJAS

LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

(El problema de Puerto Rico.)

SEGUNDA PARTE

1. CUADRO ACTUAL DE PUERTO RICO: QUEJAS Y CRÍTICAS

DE LOS AUTONOMISTAS.

En este año de 1966, mes de diciembre, se nos présenla en Puerto Ricoel siguiente cuadro. Existe con los EE. UU. un arreglo o modus vivendi, unaasociación o pacto, que llamamos Estado Libre Asociado (E. L. A.), medianteel cual el Congreso «americano» prácticamente abdica su posición comosuprema legislatura para Puerto Rico en lo interior, pues nos gobernamospor nuestra propia constitución y no por un «Acta orgánica» (leyes Forakery Jones) votada allí; tenemos himno y bandera, aunque no solas; se enseñaen nuestras escuelas en español; elegimos todos nuestros funcionarios públicos—gobernador, secretarios de despacho, jueces, cámara y senado (cada cuatroaños)—•; no pagamos tributos al tesoro federal como los estados incorpo-rados (que luego ingresaban en la Unión) o los estados federados (ya miem-bros de ella).

Tenemos uno de los gobiernos más honrados, estables y democráticos delhemisferio, quizá del mundo entero. Y tenemos quizá uno de los mejoresconjuntos de servidores públicos (especialmente en las escalas superiores) delmundo, sin que la disciplina, el sentido práctico, la dirección y el entrenamien-to sociológico hayan por ello eliminado el idealismo, el sentimiento regiona-lista, el fervor reformista, que llegó a su ajjogeo entre 1935 y 1950.

No pagamos en Puerto Rico la contribución sobre ingresos federal ni arbi-trios federales sobre productos vendidos aquí; los derechos cobrados en Es-

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tados Unidos sobre productos nuestros vendidos allá se devuelven a nuestrotesoro, lo mismo los derechos de aduana cobrados sobre productos importadosen Puerto Rico. Tenemos con los EE. UU. una unión aduanera; tenemos accesoal mayor mercado del mundo, protegido para nuestros productos. Somos losmejores clientes de los EE. UU. Ya en 1956, hace diez años, teníamos elmayor ingreso per capita ($445) de toda la América latina, con la excepciónde Venezuela. Esta cifra ha subido a 750 dólares. Por la misma fecha teníamosya un ingreso nacional de 1.000 millones de dólares (contra 189 millonesen 1930).

Dejamos demostrado que sabemos gobernar y administrar esto mejor quelos «americanos», en cuanto tuvimos la necesaria libertad interna. Nadie dis-cute nuestro progreso político y económico. Las industrias ya producen másque el principal producto agrícola—el azúcar—, ya casi la industria agrope-cuaria sola lo hace. La industrialización que se ha hecho y que es la respon-sable del auge económico se basa en que, por las mismas relaciones especialescon los EE.UU., las industrias que aquí se establecen pagan salarios más bajosque en el continente, no pagan derechos al entrar al continente y se les dacomo incentivo exención contributiva por diez años. Ya no somos un paíseminentemente agrícola con una agricultura que no daba para vivir ni siquieradurante los meses de zafra. Donde antes vivíamos en parte de las pequeñaslimosnas de ayudas federales, tales como la que seguía a huracanes, ahorahemos podido pasar un huracán y no aceptar tal limosna. Ya no controlanel país entero—legislatura, municipios y todo—las centrales azucareras. Ya novivimos de la industria degradante de la aguja. El ron, él solo, produce variasveces lo que el presupuesto insular de 1940. El turismo lo mismo. Hay muchamejor alimentación, salud, longevidad, educación, carreteras, puentes, acue-ductos, comunicaciones de todas clases.

Hay mucha mayor dignidad—himno, bandera, trato respetuoso por partedel Gobierno «americano» y de los particulares «americanos».

Tenemos mucha más confianza en nosotros mismos; tenemos hoy esperanzay razonada. Tenemos menos miedo del futuro.

Y tenemos un millón de compatriotas fuera de una patria donde no en-cuentran con qué vivir. Y tenemos 10.000 narcómanos y tenemos una delin-cuencia mayor, sobre todo juvenil. Y hay inquietud y agitación políticas; hayconfusión; hay un «plebiscito» inminente.

Estas últimas cosas son las que vamos a discutir en los próximos párrafos.

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

Y digo desde ahora que considero que la causa del problema (psicológico) dehoy, es un problema intelectual, una falta de conocimiento de causas, un nohaber visto bien el camino que se ha andado (por donde se ha andado), unaconfusión, un temor de lo desconocido. Y digo que el mejor remedio es llegaral conocimiento que nos falta y la catarsis (o ventilación) de sentimientos,temores y ansiedades. Y ese es el fin de este trabajo.

Por lo que se oye hay mucha queja, mucha crítica, mucho temor, muchainquietud. Pero es bueno recordar—sin que con ello nos contentemos comoexplicación—que los contentos, los conformes, no hablan; que la prensa diariaes toda enemiga del Gobierno.

Dentro de la misma mayoría autonomista—mayoría abrumadora en cuantobase del Gobierno que tenemos—hay crítica, pero es de saber—y ya lo diji-mos—que con ella votan estadistas que sólo apoyan con su voto el buenGobierno interno; muchos antiseparatistas, que si hubiesen de escoger entrela estadidad y la independencia se decidirían por la primera; independentistas—probablemente en fuerza considerable por la calidad de los individuos y porestar en las escalas superiores del mismo liderato del partido—que votan por labuena administración en lo interno y por el dique que la autonomía constituyecontra la estadidad.

Pero sea de ello lo que fuera, se quejan y critican a su propio Partido,al Gobierno, al líder Luis Muñoz Marín. Y, en primer lugar, suelen consi-derar que todavía no tenemos suficiente autonomía, suficiente soberanía; hastallegan a decir que somos todavía colonia porque queda aún demasiado podersobre nosotros en manos de los EE. UU. Amenazan con no votar en un plebis-cito o con votar con una de las dos antiguas fórmulas únicas, estadidad o inde-pendencia, oyéndose a veces decir que mejor que con el E. L. A. votaríanindistintamente con cualquiera de las otras dos (independentistas que votaríancon los estadistas, y viceversa). De éstos nos ocuparemos cuando hablemos conmás detalles de los partidos de la oposición.

También suelen muchos autonomistas regionalistas, como ejemplos de lainfluencia perturbadora y degeneradora de los EE. UU., llamar la atenciónsobre el aumento de la criminalidad, la pérdida de nuestras antiguas virtudes,la fuerza avasalladora del materialismo, etc.

No les satisface un progreso material a base de exponer nuestras miseriasa las miradas curiosas de miles de turistas, de venderles nuestras únicas rique-zas—sol, cielo, playas—, como vende una prostituta sus favores, y de fundar

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una economía sobre una industrialización que consideran efímera, sin garantíaninguna para el futuro, fundada sobre la mano de obra barata y sobre privi-legios a hombres de negocios sin corazón. Creen indecoroso solicitar de elloscon tal servilismo que se vengan a establecer en Puerto Rico. Y, sobre todo, vencon muy malos ojos cómo van los «americanos» comprando nuestras tierras,comprando las minas últimamente descubiertas (el subsuelo), haciéndose due-ños de todas las industrias, de toda la prensa (ya casi no queda un periódicoo revista que sea puertorriqueña).

Antes, lejos del continente, con mala fama de país lleno de insectosy enfermedades, «éramos» de los EE. UU., pero no había real y efectiva pose-sión; hoy, con el progreso en la higiene y en las condiciones de vida, se vallenando el país de continentales que se van instalando definitivamente: estaes la posesión real y efectiva del país por ellos, precisamente cuando gozamosde las mayores libertades desde la invasión.

Influencia de los extranjeros.

Y junto con ellos hay una invasión de cubanos muchos de ellos anexionistas,y de dominicanos de mala calidad, con escasa educación política, y de gentesde la peor clase de las islas vecinas que no fueron colonizadas por Españay que son africanas puras, con cultura africana, y como lenguaje, con unaespecie de papiamento. En términos generales, estos extranjeros vienen sólopor lo que les conviene; ninguno le encuentra virtudes a este país—cuantoencuentran aquí de progreso se lo atribuyen a la influencia «americana»—y nose asimilan a nosotros, sino que se dicen ((americanos» o «ingleses». Algunosde ellos constituyen un problema importante de salud pública. Al lado deestos últimos, desde el punto de raza y cultura, resulta la inmigración cubana,a pesar de sus defectos evidentes, la mejor aportación de todas.

Es de notar que, en términos generales, el extranjero tiende a neutralizarel factor raza-cultura españolas. Así ha sido en todo el mundo hispánico des-de el principio de la colonización. En Puerto Rico, los núcleos de extranjeros—franceses (corsos), italianos, por ejemplo—han solido ser en su mayoríaanexionistas. Ello se debe a que vienen de naciones que fueron rivales deEspaña en el pasado. Manifiestan su antiespañolismo contribuyendo a que sepierda esto para el mundo hispánico. Y cuando no, se identifican con nosotros

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

en nuestros anhelos de libertad, pero rechazando nuestro origen. A algunossólo los guía en la materia la defensa de sus intereses personales, que creenmejor defendidos con la anexión a los EE. UU., máxime si ya han adoptadoesa ciudadanía en lugar de la propia. Los extranjeros de las islas vecinas deraza negra, también: suelen decirse ingleses, «americanos», etc. Y hasta loscubanos y dominicanos, lo mismo. Hoy, al entrar miles de «americanos» (detodas las razas europeas), peor, aunque se dé de cuando en cuando el casode ser ellos mismos o sus hijos partidarios de la independencia. De modo queconstituyen unos y otros un factor de peso contrario al factor raza y culturaespañolas.

Junto con todas estas cosas, ven los autonomistas cómo se pierde el idiomay se corrompen las costumbres, y para el futuro ven un Puerto Rico possidocompletamente por los «americanos», donde los nativos, como en Hawaiiy Nuevo Méjico, tengan que emigrar o queden apenas como sirvientes de losverdaderos poseedores de la isla. Ha dicho Luis Muñoz Marín que el problemade Puerto Rico hay que resolverlo bajo cualquier status, pero ellos creen que,de este modo, no se está resolviendo ningún problema, pues que el de raza-cultura es para ellos tan fundamental como cualquier otro.

Quieren ellos que la situación mejore para los puertorriqueños, pero sinperder su tierra; que se haga una economía estable a base de la agricultura,una economía que no esté sujeta al capricho, no ya sólo del Congreso, sinohasta de los Sindicatos obreros, que pueden ellos solos decidir los salariosque deban pagarse aquí o, mediante la huelga, paralizar nuestra vida.

Se dan cuenta de que lo que tenemos apenas es un mero conglomerado defábricas, sin permanencia ni estabilidad algunas, que pueden irse mañana,y que nunca serán lo suficientemente numerosas y estables para constituir unaindustrialización equivalente a la de Bélgica o Inglaterra, como tendría queser para verdaderamente resolver nuestro problema.

En el caso del elector del Partido Popular Democrático, sea él esencial-mente autonomista o esencialmente separatista, el resultado es que no estáconforme, quiere una mejor solución, y a veces llega al extremo de desear unade las dos antiguas y únicas formas: independencia o estadidad. Y, sobretodo, le teme a la permanencia de esta clase de asociación actual con los Esta-dos Unidos, porque esto cerraría las puertas a una futura independenciay perpetuaría, agravaría y haría permanente los males ya dichos, los cuales,en último término, nos llevarían a la desaparición como pueblo aparte, disper-sándose el pueblo puertorriqueño dentro de la gran masa «americana» y que-

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dando nuestra tierra poseída por ellos: nos disolveríamos entre ellos, lo que,hasta cierto punto, dicen, sería peor que la estadidad.

Piensan que sólo llevamos de buena asociación con ellos unos quince años,tiempo demasiado escaso como para que fundemos sobre tan corta experiencialas bases de nuestro futuro. Para ser independientes no necesitamos, natural-mente, conocerlos bien, pero, para cualquier asociación permanente—estadofederado o no—necesitamos conocerlos bien nosotros, que seríamos, por lopequeños y pobres, los perdedores, los absorbidos y maltratados.

Y más que conocerlos diríamos mejor, quizá, adaptarnos a ellos, pues enmuchos aspectos en que ya los conocemos, nos es muy difícil tal adaptación.Piensan que en su sola guerra civil—la de Secesión, y por un motivo inferior,como el de darle o no la libertad al negro—hubo más muertes que en todaslas guerras del continente. De esa guerra surgieron los campos de concentra-ción. Piensan que la violencia—el homicidio, etc.—ha causado en los EE. UU.más muertes desde el 1900 que todas las guerras en que han participado. Tienenuna de las más altas delincuencias del mundo. El negro sigue sin libertad.Hay violencia. Los presagios son de aún mayor violencia. Su historia en ellaestá fundada y es reciente: de la Guerra de Secesión sólo hace cien años, y dela violencia contra los indios, menos. Si somos de distintas razas y costumbres,más distintas aún—contrarias en todo, en realidad—son nuestras historias, Y¿sobre tal base, engañados por unos años de relativa tolerancia mutua, vamosa fundar una asociación permanente, irreversible?

A pesar de todo esto, sigue en pie el hecho de que por ahora la mayoríaestá con la autonomía, porque ésta responde por ahora mejor que ninguna otraforma política a las necesidades del presente, y para muchos estadistas es unaforma de estadidad, mientras que para muchos «independentistas» detiene laestadidad o fusión en lo que Dios nos ayuda. Y en el «plebiscito» que seacerca, nadie duda que el E. L. A., identificado con el Partido Popular Demo-crático, ganaría por una gran mayoría. De ahí que no deseen ir a las urnasese día ni los estadistas ni los separatistas (éstos es ya seguro que no irán).

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

2. CRÍTICA Y PROPAGANDA ANEXIONISTAS.

Los estadistas que están dentro del Partido Popular votarán con el E. L. A.,si en realidad, más que estadistas, son antiseparatistas, o con la estadidad, sison esencialmente anexionistas. De los estadistas que aparecieron como talesen las elecciones, debemos recordar que hay entre ellos muchos «independen-tistas» derrotistas que es probable que en ests plebiscito no voten, muchooposicionista por motivos, no de status, sino de disgustos por mil razones per-sonales, del cual no se sabe con quién votaría.

Los verdaderos, los irreductibles estadistas, de ir a las urnas (hay entresus líderes opiniones contrarias en cuanto a ir o no ir; yo creo que irán),votarán por el estado federado. Estos, como ya dije, no han cambiado ni deideas, ni de programa, ni de procedimientos, siempre creyendo que van aganar en las próximas elecciones y siempre derrotados en ellas, siempre frus-trados y despechados, siempre fanáticos antimuñozmarinistas. La cosa qus enlos últimos años les ha dado cierta confianza y que, por ignorancia, les acre-ditan sus adversarios, es la estadidad concedida a Hawaii y Alaska.

Pero no ven unos y otros que nuestro caso—ya se dijo que especial y úni-co—no se parece en nada ni al de esos dos ni al de ninguno de los otrosestados de la Unión cuando aún no lo eran. Desde que se formó la Uniónamericana, han venido añadiéndose a las primitivas trece colonias nuevosestados: Hawaii y Alaska son hoy los números 49 y 50. Este hecho de tantosestados ir pidiendo la estadidad y serles concedida es lo que, por no conocerbien el asunto, no sólo anima todavía a los estadistas, sino que animó a prin-cipio de siglo a la mayoría de los puertorriqueños, que no veían otra soluciónde dignidad a nuestro problema político, mayoría que ha aprendido, y que alsaber que no nos van a conceder la estadidad y que hay otras posibilidades,le han votado consistentemente en contra durante sesenta y seis años. A estocontribuyó el hecho de que nunca se mostró la metrópoli dispuesta ni siquieraa pensar en la estadidad para Puerto Rico. Antes al contrario, a pesar delclamor de los anexionistas, rechazó siempre el estado incorporado que a elloconduciría y que, sin ser estado federado (pero para llegar a serlo), lo mismoque cualquier estado federado pagaban todas las contribuciones impuestas porel Congreso de la nación (rentas internas federales, derechos de aduanas, con-tribuciones sobre ingresos).

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En 1912 declaró Elihu Root, senador y antes secretario de Estado delos EE.UU.: «Ese paso les autoriza a ustedes a solicitar más tarde que elCongreso les autorizase a votar una Constitución para ser un Estado más dela Unión, y esto es imposible. No esperen ustedes nunca s;r un Estado de laUnión. Puerto Rico no puede sustraerse a la lógica de las cosas y debe ser enel día de mañana una República con un protectorado norteamericano. No tene-mos en común más que una gran dosis de buena voluntad por ambas partes,pero esto no es suficiente para llenar la ancha y profunda brecha que existeentre ambos países, sin contar con la ya existente por la misma naturaleza.

Ustedes tienen una civilización más antigua, pero distinta que nosotros;el concepto de ciudadanía y otros principios fundamentales de la vida, lomiran ustedes—romanos al fin—de modo distinto que nosotros los sajones,y hasta ciertos principios morales son considerados de distinta manera porambos. No tenemos en común más que una gran dosis de buena voluntad porambas partes, pero eso no es suficiente; eso no puede llenar la ancha y pro-funda brecha que existe entre ambas razas, sin contar la ya existente por lamisma naturaleza. Este país nuestro va siendo cada vez más grande y los pro-blemas internos se multiplican constantemente y apenas podemos dar atencióna estas cosas nuestras. Pues si esto es así, ¿con qué derecho pretendemosgobernar a un pueblo a mil y pico de millas? Sin preguntar a usted tengo lacerteza de que estamos gobernando a ustedes mal, porque tenemos que con-fiar ese gobierno a una distancia tan larga a hombres que no sabrán segura-mente entenderlos a ustedes; y la misma lógica nos está diciendo que por malque ustedes lo hagan, siempre lo harán mejor que esos hombres que lesenviamos.

No esperen ustedes nunca ser un Estado de la Unión...»

Esto se lo decía no sólo a Luis Muñoz Rivera, sino al señor Roberto H.Todd, representante del Partido Republicano de aquí en la dirección del Par-tido Republicano de los EE. UU. No se podía rechazar con mayor claridadlas pretensiones de los anexionistas de aquí, y el argumento era fundamental-mente el de nuestra cultura, de la cual escribe Friedrich, todavía en 1959(ob cit., pág. 9): «Por qué cultura es una palabra de batalla en la isla. Orgu-llo de su cultura local es un aspecto decisivo del concepto de asociación connosotros de los puertorriqueños: es el mismo corazón de la Comunidad (refi-riéndose a la asociación con los EE. UU,, bajo el nombre de E. L. A.). Elpueblo de Puerto Rico apasionadamente desea preservar su ser y personalidad

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LA POLÍTICA EXTEKIOR DE PUERTO RICO

individual.» Y cultura puertorriqueña, añado yo, es eso: personalidad, indi-vidualidad, nacionalidad, raza y lengua españolas.

Por la misma época en que hablaba Root, decía el Presidente Taft:«Opino que la solicitud de ciudadanía es justa y que la tienen ganada, por

la lealtad mantenida, los habitantes de la isla. Pero deberá recordarse que lasolicitud debe estar, y en la mente de la mayoría de los puertorriqueños está,absolutamente separada de cualquier tendencia hacia el Estado. Creo qué nien los Estados Unidos ni en Puerto Rico existe opinión pública, demostraday sustancial, que aspire a la estadidad como última forma de relaciones entrenosotros. Considero que el fin hacia el cual deben dirigirse los esfuerzos es alde la más amplia concesión de una autonomía política y económica con laciudadanía americana como lazo entre ambos pueblos. En otras palabras: unaforma de relaciones análogas a las que existen actualmente entre la GranBretaña y sus colonias autonómicas, como Canadá y Australia. Esta conduciríaal más amplio y permanente desarrollo de Puerto Rico, a la vez que le con-cedería los beneficios económicos y políticos de estar bajo la bandera ame-ricana...»

En 1921, decía en nuestro Senado el Presidente del Partido Unionista queacababa de ganar las últimas elecciones:

«Tanto la finalidad Independencia como la finalidad Estado son solucionesdel porvenir. Pero hay una cosa segura para nosotros, muy segura, y es queel Estado no vendrá nunca. Y hay otra cosa segura, más segura que nada,y es que no se puede asegurar que la Independencia no vendrá.» Decía estocuando declaraba el Presidente del Partido Republicano: «Nosotros los repu-blicanos, pedimos un gobernador para americanizar a Puerto Rico.»

En 1912 tenía lugar entre nuestro Comisionado residente en Washington,Luis Muñoz Rivera, y Towner, del Comité de Asuntos Insulares de la Cámarade Representantes de los EE. UU.:

Mr. Towner.—Usted sabe, desde luego, que la independencia sólo puede serobtenida en una de estas dos formas: o por una revolución por parte de lospuertorriqueños...

Muñoz Rivera.—Ese no es nuestro camino.Mr. Towner.—Hablaba yo simplemente de esto como una de las posibili-

dades.Muñoz Rivera.— ¡ Oh, sí, seguramente!Mr. Towner.—Pueden hacerlo por la revolución o por la acción protectora

de los Estados Unidos. Ahora bien; si nosotros concedemos la ciudadanía hoy,

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ella no impediría ninguna revolución que ustedes intentasen promover másadelante. Su condición sería exactamente la misma; ustedes podrían rebelarsede igual modo que si no les hubiésemos concedido la ciudadanía. Y ello tam-bién es cierto, relativamente, a Ja cuestión de si pudiera o no afectar a laacción protectora de los Estados Unidos. Si los Estados Unidos desean dara ustedes su independencia, pueden hacerlo, sean ustedes o no ciudadanos deEstados Unidos. Aquello nada tiene que ver con esto. Ahora, si la ciudadaníabeneficia a su pueblo, ¿no sería mejor para usted tenerla, si ella no ha deestar en conflicto con aquel ideal, el de la independencia?

Muñoz Rivera.—Sí, Mr. Towner. Yo aprecio la cuestión en la misma formaque usted. Opino que, concediendo el Congreso de los Estados Unidos la ciuda-danía americana a los puertorriqueños, no se desprenderá el propio Congresodel derecho de conceder más tarde a Puerto Rico su independencia completa.

El Chairman (Mr. Jones).—Ningún partido político ni ningún periódicode importancia han favorecido la estadidad, según mis informes. Si PuertoRico fuera admitido como Estado habrían dos senadores y, por lo menos, me-dia docena de representantes puertorriqueños, y existe el temor de que podríantener un influjo decisivo en el Congreso de los Estados Unidos y prácticamentehacer leyes para el Gobierno de los Estados Unidos. Por esta razón creo queno hay opinión en favor de la estadidad en los Estados Unidos.»

Aquí vemos, como en la cita de Taft, que la ciudadanía tan apasionada-mente pedida por nuestros anexionistas, creyéndola camino de la estadidad,ni impedía la independencia ni querían los EE. UU. que condujera a la fusióncon ellos.

La distancia, el hecho de ser isla no es ya óbice, pues con los adelantosen las comunicaciones, ya es Estado Hawaii, como son parte de Francia lasvecinas islas de la Martinica y Guadalupe.

Casos de Hawaii y Alaska. Requisitos para la estadidad.

Pero es condición esencial para pedir la estadidad (hay que pedirla, hayque esperar, es merced que se recibe) estar el país asimilado, sentirse y condu-cirse como «americano» y, por tanto, no existir en él separatismo alguno. EnHawaii y Alaska no había separatismo. Hawaii y Alaska eran completamente

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

«americanos»: contenían, sí, minorías de otras razas, pero relegadas a unacondición servil, sin cultura propia, sin lenguaje escrito, sin una literaturay una música, sin ninguna unión como pueblo o nación, sin ningún peso enlas decisiones del país; ejemplo: unos 20.000 lapones (esquimales) en estadoprimitivo en Alaska contra 250.000 «americanos». Podía haber y había gruposque preferían seguir como estados incorporados en v^z de como estados fede-rados, pero no había separatistas; una vez aceptada la estadidad por una granmayoría, no había discusión, no había problema; era un grupo de buenos«americanos» que por mayoría decidía su status político, pues su status cultu-ral, racial, etc., estaba ya resuelto.

No así en Puerto Rico. Aquí hay separatismo. Con los solos separatistasviolentos—los nacionalistas—, autores de levantamientos entre 1932 y 1940,en 1950 y en 1952, en que atacaron, además, al propio Presidente de lanación y tirotearon el mismo Congreso, y continuando aún los actos terroristas,aunque esporádicos, y anunciándose desde ahora explícitamente otros, con esossolos no puede haber estadidad. Y sin ellos, con solos los independentistaspacíficos, lo mismo, pues se trata de una buena parte de la clase superiorculta, la que contiene en su seno numerosos hombres de letras y artistas. Todoesto sin contar con los que sin ser nacionalistas ni «independentistas» militan-tes, son muy regionalistas. Todo esto sin contar también con que el separa-tismo se podría ver de improviso aumentado agudamente por cualquier inci-dente que surgiera entre Puerto Rico y los EE. UU., para el cual incidente,no existiendo en Puerto Rico una «americanización» suficiente, podrían bastarlas palabras indiscretas de cualquier legislador u otro oficial del Gobierno,o cualquier acto ofensivo de unos marinos o unos soldados «americanos», porejemplo.

Añádase a todo esto que, si bien no es un requisito indispensable serterritorio rico, extenso y poco poblado, lo han sido, con relación a PuertoRico—pequeño, pobre, densamente poblado—, todos los que hasta ahora hansido aceptados dentro de la Unión. Recordemos que una sola isla de Hawaiitiene cuatro veces el tamaño de la nuestra, que el país es mucho más rico y lapoblación muchísimo menor. Luego la combinación puertorriqueña de pocaextensión, poca riqueza, mucha población, raza y cultura españolas viejísimas(existían cien años antes de establecerse el primer poblado inglés en el NuevoMundo), reacias a sucumbir, es completamente contraria a la estadidad, la quetraería graves problemas tanto para una parte como para la otra, máximecuando existe un separatismo militante y agresivo. Dejarían de ser los «ame-

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ricanos» los hábiles y prácticos políticos que han sido si admitieran en suseno un país con las condiciones del nuestro.

Por todo esto han dejado de pensar en la estadidad muchos puertorrique-ños, al ver que se les rechaza; algunos incluso pasándose al campo separatista,sobre todo cuando son antimuñocistas. Otros han pasado a defender el E. L. A.,porque conserva la relación con los EE. UU. y porque tiene muchas de lascosas de un Estado, incluyendo el nombre Estado Libre Asociado.

Dijimos que la propaganda (no puede llamarse ni dialéctica ni filosofía)anexionista no ha cambiado mayormente—consiste en una perpetua alabanzade lo «americano»—, pero que se ha visto algo mejor parada con los casosde Hawaii y Alaska. Siempre sostuvieron que la verdadera libertad—y aúndecían, la verdadera soberanía, y hasta, la verdadera independencia: todosofisma—está en el Estado Federado. Ahora dicen que ei E. L. A. es simple-mente una colonia, y hacen alarde de querer más soberanía, pero sólo conel Estado. Alegan que Luis Muñoz Marín, que los populares, son colonialistas,quieren ser colonia. En realidad hablan el despecho, el odio a Luis MuñozMarín, que es, este último, como ya veremos, casi tan fuerte sentimiento comoel amor a la estadidad. En realidad, este es el común denominador de todoslos que votaron en 1964 con la estadidad, pues todos son antimuñocistas, mien-tras que sólo una parte es realmente anexionista (fusionista).

El sentimiento de inferioridad del anexionista.

Y ya que estamos hablando aquí del antimuñocismo como uno de lossentimientos del estadista, digamos de paso algo sobre los sentimientos queinforma el anexionismo. Este se funda en un sentimiento de inferioridad, enun creer, no ya sólo pequeño y pobre el territorio, sino de poco valer el puer-torriqueño, al cual creen incapaz como pueblo, tan lleno de defectos, cuantolo está de virtudes el pueblo «americano». Abundan, entre los anexionistas, losque tienen complejos—complejos raciales, complejos sociales, etc.—, y creenque estarían mejor protegidos bajo la estadidad, o se vengan así de sus com-patriotas; pero no es a esto a lo que me refería, sino al creernos inferiorescomo pueblo, cosa que se nota (en otra obra lo estudio) en los escritos del doctorBarbosa (por cierto, el éxito de Luis Muñoz Rivera se debió a que le recono-

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

ció valer y virtudes a su pueblo, a que creía que se podía hacer un pueblo).El anexionista suele tener la República como probable causa de anarquíay violencia; es en sí antirrepublicano (aunque se llame a sí mismo republi-cano, siguiendo el nombre de su partido, el Republicano); odia la Repúblicade por sí, con la excepción, naturalmente, de la «americana», que es, para éluna República de distinta naturaleza. Y nos pone siempre de ejemplos malosa las iberoamericanas—todas incapaces de gobernarse, llenas de dictaduras yrevoluciones, llenas de militares y de curas—; asegura que si Puerto Ricollega a ser libre, será una dictadura y tendremos revoluciones. Y eso suele élpensarlo así muchas veces, porque así lo dicen los «americanos»: es propa-ganda del régimen. Según el anexionista, que generalmente tiene pocos cono-cimientos de historia, los EE. UU. son nación de una calidad especial, y suConstitución, una cosa única, especial, perfecta, que no se puede mejorar nitenerla tan buena ninguna otra nación.

A ntihispanismo.

El sentimiento de la propia inferioridad que acompaña o que es causadel anexionismo, va junto con, o se debe a, un sentimiento de inferioridadde su raza española: el anexionista es antiespañol, antihispanista, y si creesuperior lo nórdico, cree inferior lo latino y, especialmente, lo español. Conti-nuamente hace alusiones a los males de los países de nuestra habla, a su atraso(que no tiene, según él, otra causa que los defectos heredados de España,como son el militarismo, el caciquismo, el papismo, el individualismo), a sufalta de estabilidad política, a sus revoluciones, etc. Y más a menudo las hacea la misma España: tan mal habla de ella y de sus hijos de América comobien de los EE. UU. Sólo el sistema federativo es bueno. Inglaterra es la grancolonizadora; España sólo fue una cruel conquistadora. Continuamente nosrecuerda la Inquisición, la expulsión de los judíos de España, las supuestasmatanzas de indios, el oro de América. Celebra a Drake y celebra la derrota dela «Armada Invencible». Para él todos los grandes inventos son de los «america-nos», ellos son invencibles, y ni tienen defectos, ni nunca vendrán a menos.Quiere hablar inglés y cambiarse el nombre; dice que nuestro idioma oficial esel inglés y no el español, y es enemigo de nuestro Instituto de Cultura Puerto-rriqueña.

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ARANA-SOTO

Es de notar que en esto del antiespañolismo anexionista tenemos el malejemplo de los mismos españoles de la Península. En primer lugar, trajeron,y siguen trayendo a esta pequeña España, sus particularismos y separatismosy las discordias, causa y resultado de la Guerra Civil. Muchos anexionistasson descendientes de catalanes o vascos antiespañoles, al mismo tiempo quemuchos separatistas lo son de españoles fieles, castellanos o andaluces. A vecesdos familias son de distintas ideologías porque uno de los hermanos se casócon una catalana y el otro con una gallega.

En segundo lugar, llegados los invasores, muchos españoles, antes incon-dicionales españoles, se pasaron al grupo anexionista (incondicionales «ame-ricanos»), y sus descendientes los han seguido.

En tercer lugar, muchos españoles, a nuestra vista abandonan su patria parahacerse ciudadanos «americanos», y son en la materia más papistas que elPapa: más «americanos» que nadie (por temor de que se dude de su lealtad:es un medio de defensa).

En cuarto lugar, los españoles aquí residentes, casi todos ciudadanos «ame-ricanos», casi todos comerciantes, suelen votar con los anexionistas, algunasveces por los mismos motivos que los del tercer grupo, pero más a menudo porcuestiones de intereses materiales—ley de herencia, contribuciones sobre ingre-sos, arbitrios, etc.

En quinto lugar, porque el sentimiento de inferioridad que tienen ciertospuertorriqueños por españoles, lo tienen tanto o más éstos; de ellos es quenos viene. Es un mal general de todo el mundo hispánico, debido, también enmi concepto, a ignorancia y confusión, y fácilmente curable, como el nuestro,con más información (esto es, mejor información) y con mejor interpretaciónde los hechos: mal de origen intelectual que se cura por el intelecto.

Resulta muchas veces menos antiespañol o más hispanista un puertorriqueñoque un español: el puertorriqueño en su defensa de raza y cultura tiene encontra a veces hasta los mismos españoles.

El puertorriqueño, por instinto, ama y defiende su idioma, prefiere nuestramúsica que es de origen español, y la misma música española; las familiasenseñan a sus hijos bailes españoles, pero, sin embargo, en términos generales,pues en esto incluye muchos autonomistas y hasta muchos separatistas, repitesin cesar los errores y defectos, verdaderos o no, de España; el único verda-dero hispanismo consciente de Puerto Rico es el de un grupo de individuos(más a menudo puertorriqueños que españoles, pues el hispanismo del español

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO KICC

no pasa a veces de conservar unas canciones y unos platos típicos de su pro-vincia, mientras que el nuestro se basa en Cervantes, Don Quijote, Velázquez,los Reyes Católicos, la epopeya del descubrimiento).

Pero no son todos así los anexionistas; eso que hemos dicho se aplicamejor a la clase superior, supuestamente más culta, pero, en realidad, igual-mente analfabeta, aunque sepa leer y escribir y hasta tenga títulos académi-cos; el elector estadista suele amar las cosas nuestras tanto como cualquierotro y no pocas veces prefiere las de aquí, y conserva sus costumbres, sus can-ciones y su idioma. En realidad, en muchos, tal estadismo es una simple etique-ta, una costumbre h-eredada o producto de personales rencores.

En el extranjero, el puertorriqueño—soldado, miembro de un equipo de-portivo, emigrante—suele exigir la bandera puertorriqueña y que se hableespañol, y hasta llora cuando oye nuestra música: vuelto a Puerto Rico es elmismo «republicano» de siempre. En EE. UU. es siempre partidario del PartidoDemócrata como lo es la inmensa mayoría de los puertorriqueños; acá vuelvea ser «republicano» (seguidor del Partido «Republicano» de allá).

Por todo lo cual resulta que el grupo estadista no tiene ni puede tenerla fuerza moral, la fuerza afectiva del grupo antianexionista—no sería normalque la tuviera—, no tiene ni- la cohesión ni la constancia, ni se puede saberqué parte de su electorado es real y esencialmente estadista: lo único que sesabe es que contiene un grupo de fanáticos de lo «americano», que es el quele da la vida, duración y cohesión, grupo llamado «pitiyanqui», más un porciento de personas que de buena fe creen que nos conviene más la federacióno fusión que la asociación o la separación. Aseguran ellos también que con laestadidad no se pierden ni la cultura ni el lenguaje, y su argumento—bastantesimple, en verdad—es que nadie nos prohibiría seguir hablando español, como-no nos lo prohiben en Nueva York y como no se lo prohiben a los nativos de:Nuevo Méjico o de Hawaii.

La verdadera fuerza del grupo está, aparte de los fanáticos, en:

1) Cierto número de empleados federales, que creen su deber ser anexio-nistas o creen perder empleo y seguros en caso de separación o de mayordosis de autonomía.

2) Los militares, y principalmente de sargento para arriba, por no perdersueldos o el título, que a veces es el único que los saca de la masa anónima.

3) Los que reciben el Seguro Social, creyendo que lo perderían.

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4) Cierto número de puertorriqueños que viven en el continente y quese sienten—no que lo estén—suficientemente asimilados.

3. LOS PARTIDOS SEPARATISTAS.

Pasemos ahora al elemento independentista (el separatista), al cual he idoaludiendo sólo de paso para dejarlo adrede para último. Ya dijimos que hayun grupo nacionalista (partidario de la acción directa, de la revolución), unoconstituido en partido político, otro retirado en sus hogares, otro ahora llama-do Movimiento Pro Independencia, un buen número votando por el PartidoPopular Democrático y un grupo derrotista votando por los estadistas—encada uno de estos casos es difícil determinar el número de seguidores.

El Partido Nacionalista, en este momento prácticamente desorganizado,quizá no tenga hoy más de un par de miles de miembros. Como ya dije, nosquita el arma fácil, económica, de la palabra en favor de la acción directa(violencia, terrorismo), con lo cual no ha traido la independencia, pero hasembrado temor en los puertorriqueños generalmente pacíficos y amigos deluchar sólo por medios de la palabra, y al mismo tiempo ha constituidoy constituye una barrera poderosa contra la fusión (estadidad). Por otra parte,con su actitud violenta, con sus aires fascistas, da pábulo a la propagandaantiseparatista, según la cual, si esto fuera libre, tendríamos dictaduras y re-voluciones a cada rato, como en el resto de Iberoamérica.

El Partido Nacionalista fue a elecciones en 193'6 y sólo obtuvo 5.000votos. Clama, desde entonces, que las elecciones son coloniales y que es inútilir a las urnas, con lo cual no sólo está en contra de los Partidos Estadistay Popular Democrático, sino también en contra del Partido IndependentistaPuertorriqueño (P. I. P.).

A pesar de tal prédica (no ir a las urnas), en 1946 se formó el PartidoIndependentista Puertorriqueño (P. I. P.), disidencia del Popular. Yo no voya entrar en las causas de esta disidencia, pero diré que no fueron estrictamente•—como debiera haber sido—de carácter ideológico. Sólo se llevaron a unaparte—creo que la mucho menor—del liderato independentista del PartidoPopular.

Creo que esto constituyó uno de los errores políticos de los puertorrique-ños y un error del grupo independentista: creo que hubiera sido aún más eficaz

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUESTO RICO

la gestión regionalista si ese fuerte núcleo de independentistas se hubiese que-dado dentro del Partido Popular para imprimirle con más fuerza aún elcarácter regionalista que tiene.

Sea de ello lo que fuere, se separó la disidencia formando partido aparte,obtuvo 60.000 votos en 1948, 126.000 en 1952, según bajaba en proporciónel Partido Estadista, y luego bajó en 1956, hasta quedar eliminado como par-tido en 1964 (sólo unos 25.000 votos), mientras llegaba otra vez a su apogeoel Partido Estadista Republicano (P. E. R.), con 287.000 votos.

Está claro que muchos de los votos ciue había obtenido en su mejor añoeran de estadistas antimuñocistas, que creían así poder derrotar al líderpopular, y que al ver que era imposible volvieron a sus tiendas. El Partidose dividió: conozco a muchísimos de sus seguidores que vienen votando conlos estadistas, también para derrotar a Luis Muñoz Marín. Otros, quedaronen sus casas. Y otros, están inscribiéndose otra vez para volver a ir a eleccio-nes, a pesar de que en los últimos años es grito de la mayor parte de losindependentistas, siguiendo con ello a los nacionalistas, que no se debe ira elecciones coloniales.

Es de notar que una vez el Partido Independentista (P. I.P.) llegó a sos-tener (aunque no públicamente) que la mejor manera de traer la independen-cia era una victoria anexionista; ya no lo piensan así, pero un grupo de ellosvota todavía con los anexionistas.

El grupo que no quiere ir a elecciones—por lo menos el más importantede tales grupos—lo constituye el Movimiento Pro Independencia (M. P. I.), elcual se dedica a última hora a gestionar independentistas cerca de las NacionesUnidas, pero que, eminentemente, es antiautonomista y antimuñocista.

Puede verse entonces que hoy por hoy es tal el antiautonomismo (antiesta-dolibrismo) y el antimuñocismo de estos grupos, que a veces piensa uno queson sólo eso y, por tanto, pseudoindependentistas, más que verdaderos separa-tistas. En eso actúan lo mismo que los estadistas, y es que, en gran parte, lomismo que sucedió en el siglo pasado con los seguidores de Betances, losseparatistas muchas veces no hacen otra cosa que hacerle el caldo gordo alos anexionistas; queriéndolo o no, sabiéndolo o no, su actividad separatistano ha beneficiado al separatismo, sino al anexionismo.

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Y ya que estamos en esto del antimuñocismo, dejémoslo analizado de una4. EL ANTIMUÑOCISMO.

vez. Ya vimos que hubo un antimuñozriverismo que empezó ya antes de lainvasión «americana», en cuanto se hizo Luis Muñoz Rivera cargo de ladirección de la campaña autonomista en 1890, y que cristalizó primero en elPartido Autonomista Puro u Ortodoxo de 1897-8 y luego en el Partido Repu-blicano (ya invadido el país) desde el 1899 hasta hoy. Sobre el particular,refiero al lectOT a mi libro, Cuba y Puerto Rico no son... (1963). Trato elasunto aún con más detalle en mi libro sobre Luis Muñoz Rivera, todavía sinpublicar.

De 1940 para acá se ha constituido un nuevo antimuñocismo (esta vezcontra el hijo de Luis Muñoz Rivera): el antimuñozmarinismo. Casi se puededecir que hoy la más corriente política contra el Partido Popular Democráticoy el Estado Libre Asociado no es el Partido Estadista Republicano, sino elantimuñocismo. Tal anomalía se debe, como ya dijimos, a la anomalía de sernuestros partidos constitucionales, esto es, a estar dedicados a constituir alpaís políticamente, cosa que, dada la situación especial ya discutida, no habien-do unanimidad en lo exterior, no se aviene bien con la gestión política interna,esto es, administración y gobierno interior.

En las elecciones de 1960 y 1964 se puede decir que los votos de los trespartidos contrarios fueron principalmente expresión de la oposición al lídersupremo, Luis Muñoz Marín, y no al programa, las ideas y las prácticasde su partido, el Popular Democrático. Ya sabemos que la gran mayoría delpaís votó por Muñoz y, junto con él, con el programa de su partido; perola minoría que votó por los tres partidos de la oposición, en gran parte no lohizo por seguir sus propios programas ni por combatir al programa del partidovictorioso, sino, principalmente, por puro antimuñocismo.

El país votó por Muñoz Marín, pero votó también, y en parte considerable,porque siguiera el progreso material de la isla, porque continuara la asociacióncon los Estados Unidos, porque se conssrvara la personalidad puertorriqueña;en otras palabras, se votó en buena parte a favor de la estabilidad, a favorde que no hubiera cambio de Gobierno, de que siguieran las cosas como ibano estaban. A estas cosas no personales, a estas cosas impersonales, a estas co-sas de interés general, se debió, no hay duda, no sólo un incremento de miles

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de votos en un partido viejo, sino el mantenerse en su puesto un gran núme-ro de electores.

Al otro lado, en cambio, se votó principalmente en contra del líder. Elcomún denominador que principalmente unió a los votos contrarios fue laoposición al hombre: a Luis Muñoz Marín.

El partido más fuerte de la oposición, el Estadista Republicano, el fran-camente anexionista, prácticamente nació de la oposición a Luis Muñoz Rivera.De este antimuñozriverismo es, en parte, continuación el antimuñozmarinismode hoy: la oposición al padre se ha continuado en la oposición al hijo. ElPartido Estadista Republicano prácticamente ha vivido a través de los añosde su oposición a las ideas y sentimientos que dejó bien arraigados en nosotrosLuis Muñoz Rivera y que continúa hoy su hijo, don Luis Muñoz Marín.

Con este partido votaron muchos del Partido Independentista, que más,mucho más, que verdaderamente independentistas, eran antimuñocistas. Deéstos, muchos no hicieron otra cosa que volver a su partido: eran republicanosque habían ido antes al independentismo creyendo que había allí más oportu-nidad de derrotar al líder. Ahora, en 1960 y 1964, veían esa oportunidad másposible en el suyo. Este grupo era doblemente antimuñocista, pues era deextracción antimuñozriverista y ahora militaba en el antimuñozmarinismo.

Los 24.000 independentistas que se quedaron en su sitio, esto es, que novotaron con uno de los otros dos partidos de oposición, son los que realmentevotaron por su ideal, pero aun éstos, como luego veremos, aunque son deverdad independentistas, son también doblemente antimuñocistas—esto es,antimuñozriveristas y antimuñozmarinistas, y, naturalmente, antiautonomistasy antiestadolibristas.

Volviendo al Partido Estadista Republicano, que nació del antimuñozrive-rismo aun antes del cambio de soberanía, esta colectividad aumentó conside-rablemente sus votos. En él se concentró la oposición, y gran parte de ellano fue otra cosa que puro derrotismo, en el sentido de deseo único de derrotara Luis Muñoz Marín.

Al núcleo central y antiguo del anexionismo, cultivado al calor de unfervoroso antimuñozriverismo desde antes del cambio de soberanía, se añadióen el 1960 y 1964 un grupo del Partido Independentista, que estaba en élno por independentismo, sino por antimuñozmarinismo, otro grupo del mismopartido, dominado por el antimuñozmarinismo, que creía llegar más ligeroa sus fines derrotando primero al Partido Popular aunque ganase ahora el

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anexionismo, y, por fin, otro grupo de silenciosos antimuñocistas, que salíaahora por primera vez de un largo retiro, creyendo que había una verdaderaoportunidad de derrotar a Luis Muñoz Marín. Esto aparte, naturalmente, delnúmero de populares disgustados por motivos personales.

Lo que quiero decir en los párrafos anteriores, si logro hacerme entender,es, en primer lugar, que, en términos generales, el país votó por gran mayoría(mayoría sobre todos los demás partidos juntos) por el Partido Popular De-mocrático, que fundó y dirige siempre Luis Muñoz Marín, pero que de estagran mayoría, una parte considerable votó primero por el partido y suprograma, ideas y prácticas, y sólo en segundo lugar, por el líder. El paísestá aprendiendo a votar, y ya vota, en una parte cada vez más considerable,por ideas antes que por personas (esto no quiere decir que las personas nodeben contar para nada, que se debe votar exclusivamente por ideas: laspersonas concretas son tan importantes como las ideas,...). El muñocismo esfuerte, pero es fuerte también la tendencia a votar por programas, por ideas,por intereses generales.

Y en segundo lugar, si logro, repito, explicarme bien, lo que quiero decires que la oposición, la de los tres partidos, fue esencialmente antimuñocista,que el antimuñocismo fue su ingrediente principal, su leit moáv, su fuerzaprincipal, su común denominador.

Estamos, pues, ante un curioso fenómeno puertorriqueño, ante una aparen-te paradoja: en un país en donde un hombre obtiene una gran mayoría delos votos, ningún otro hombre ni ninguna idea tiene tantos adversarios comoél; el hombre cuyo partido obtiene en 1960 más de 460.000 votos y en 1964cerca del medio millón, es el blanco del odio, casi, de un gran número, quizámayoría, de los 300.600 electores de la oposición. En la primera cifra haypuros muñocistas, que votan por él y no por programas de partidos, perohay también otros que votan por el partido antes que por él, que votan por élen tanto él defiende las ideas e intereses de ellos, pero si no, no. La segundacifra es por lo menos, en gran parte, la expresión de un fervoroso antimu-ñocismo.

En otras palabras, las dos grandes corrientes actuales de nuestra políticason: una, colectiva, impersonal, objetiva, que defiende los intereses generalesdel país y que encuentra expresión en el movimiento (más que partido) populardemocrático; y otra, personal, personalista, que lucha contra un hombre, unlinaje, y que llamo antimuñocismo.

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No hay nada aquí de sobrenatural ni de realmente extraordinario; laexplicación no es difícil. La primera corriente es normal, completamente nor-mal. El país, por grandes mayorías, viene votando desde el cambio de sobe-ranía por un conjunto de cosas, de intereses generales, que, en política, en lascircunstancias actuales, incluyendo, entre otras, la poca disposición del puebloa mayores sacrificios, no ha encontrado hasta ahora mejor fórmula que la quehan defendido los Partidos Federal, Unionista, Liberal y Popular.

Como por más vueltas que se le ha dado al asunto no se ha encontrado,en conjunto, otra fórmula que ofrezca las mismas garantías, no se ha podido,pues, formar un partido político con posibilidades de vencer a los que men-cioné arriba.

Y hoy la oposición, que tiene naturalmente que haber, no encuentra, pues,una fórmula económica, social y política alrededor de la cual agruparse. No lequeda entonces otro camino que el de agruparse o alrededor de una granpersonalidad o en contra de otra gran personalidad. No puede hacer lo pri-mero porque no tiene entre sus seguidores la personalidad apropiada. Talesfiguras no se dan todos los días. Sólo puede entonces hacer lo segundo: agru-parse en contra de la fuerte personalidad adversaria.

Y así hoy, en Puerto Rico, no se oponen como grandes fuerzas políticas, nidos fórmulas políticas ni dos grandes personalidades. En Pueito Rico, hoy,las dos grandes fuerzas políticas son, por un lado, una fórmula política bajola dirección de un gran líder político, y por el otro, la reacción contra estelíder. No tenemos, pues, un programa (o partido, o fórmula) contra otroprograma, o una personalidad contra un programa, sino, a un lado, un pro-grama y un líder, y al otro, una reacción contra ese líder. Esto asegura, natu-ralmente, la victoria de la fórmula o partido, o programa, porque es unafuerza positiva, máxime cuando la apoya una gran personalidad política, y laderrota de la otra fuerza, porque es negativa, máxime cuando no la apoyala fuerza de una poderosa personalidad.

Así, pues, tenemos también en Puerto Rico que un hombre—Luis MuñozMarín—domina los dos polos de nuestra política; es el eje y el centro de losdos sentimientos contrarios, de las dos corrientes contrarias, de las dos fuer-zas políticas contrarias, esto es, domina la escena como jefe y animador, ensu propio partido, y domina también la escena, como principal foco de aten-ción (de tensión), en el partido contrario: su partido; como es natural, haceo aprueba lo que él dice, y el otro, sólo sabe oponerse a lo que él dice, hacer

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lo contrario de lo que éi dice. No puede así la oposición, con procedimientosnegativos, aspirar a la derrota del programa contrario.

Donde no hay más que una fórmula política posible, la persona que ladefiende, la personalidad que la encarne, por fuerza ha de ser el único centrode atención (y de tensión). Sólo puede variar esto si surge otra gran perso-nalidad.

Hubo una vez—y pongo el caso por ejemplo de lo que vengo diciendo—en que esta situación se alteró, aunque por poco tiempo. Fue en tiempos dela Coalición de los Partidos Socialista y Republicano (1932-40).

La fuerza o corriente política que prácticamente siempre ha dominadodesde el cambio de soberanía, no tuvo por un tiempo ni tan buena fórmulao programa ni un líder de tanto relieve; al Partido Liberal le faltaba laacción social (socialista), al mismo tiempo que al líder, Barceló, le faltabarelieve y eficiencia: única vez en que aquella fuerza política estuvo faltade eficacia por parte del programa y de eficiencia por falta del líder. La mayo-ría de los electores quedó agrupada alrededor de dos personalidades—Santia-go Iglesias y Martínez Nadal—y de dos intereses—el socialismo y la esta-didad-—•, dos personalidades de mediano relieve y dos intereses de medianafuerza. Resultado: quedó el país disperso, sin unidad lo que la Coalición logróen mayoría (pequeña) de votos, lo compensaba la mayor cohesión, consistencia,coherencia, unidad intelectual y sentimental del Partido Liberal.

Vino Luis Muñoz Marín, continuador de Luis Muñoz Rivera en donespolíticos, en personalidad y en sangre, añadió al programa lo que le faltaba—acción social y sentimiento regionalista—y volvió todo a su sitio y a suoriginal sencillez: un partido hecho poderoso por la bondad de sus propósitosy por la personalidad de su líder y un grupo de oposición unido principalmentepor su hostilidad a ese líder.

Sea de ello lo que fuere, es a mi juicio el caso que la mayor fuerza o ten-dencia en los partidos opuestos al Popular, es el antimuñocismo, antimuñocismoéste de larga historia. Empezó con el antimuñozriverismo del grupo de hombresque desde antes del cambio de soberanía eran ya, en gran parte, anexionistasy seguían a los enemigos de Luis Muñoz Rivera. Se continuó con el antimuñoz-riverismo de los que en este siglo acusaron al barranquiteño de no haberlevantado al país en armas contra el invasor «americano». Y continúa en elantimuñozmarinismo de hoy, que es la moderna forma del antimuñocismo de

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hoy. La oposición de 1960 y de 1964 fue, principalmente, una oposición a LuisMuñoz Marín, oposición que continúa y sucede al antiguo antimuñozriverismo.

Dos de los partidos antimuñozmarinistas quedaron eliminados como talespartidos. El otro, que vive mayormente del antimuñocismo, logró recoger elmayor número de votos antimuñozmarinistas. En eso está su fuerza y en esoestá su debilidad.

En una democracia no se puede hacer otra política útil simplemente ata-cando a alguien; tal obra es negativa, y el país quiere algo positivo, algoconstructivo. Por eso quedaron eliminados dos partidos y por eso va demasiadocuesta arriba el que queda, pues votos flotantes, unidos sólo por la negativacualidad de oponerse a un hombre y a un apellido, son votos fáciles de per-derse, de dispersarse.

La conversación—la diaria propaganda, el diario argumento—de la opo-sición—estadista o independentista—es del tipo siguiente: que si dijo Muñoz,lo que debió decir Muñoz, si Muñoz no puede...., si Muñoz se cree..., y así porel estilo. Con tal sistema no se puede crear, construir ni corregir nada.

El «independentista» de que estamos hablando alega que Luis Muñoz Ri-vera pudo—y no quiso—declarar la República en 1898, cuando entraron losamericanos. Con el pueblo que había en la época, con un país dividido, conuna parte—quizá la mayor—, creyendo en las promesas de los invasores, decla-rarse independiente, máxime frente a un ejército invasor, al cual no podíadetener el ejército español—pobre, pequeño, pero ejército al fin—, era unalocura. Una cosa pudo hacer Luis Muñoz Rivera, y la hizo—los demás no lahicieron—: se alistó en un batallón de voluntarios para pelear contra elinvasor, acción que luego le fue censurada por sus adversarios y aun porseguidores.

Por falta de conocimientos, suelen también estos «independentistas» esta-blecer una comparación entre José de Diego y Luis Muñoz Rivera, favorableal primero como hombre puro, irreductible, que nunca transigió. Ignoran queDe Diego era abogado de las centrales azucareras, que como todo el mundo,al principio de la ocupación, tuvo que defender la estadidad, y que más tardehubo de pedir que fuera incluida en el programa del Partido para poderexigir que lo fuera también la independencia.

Y ahora acusan de la misma traición a Luis Muñoz Marín, porque éstedeclaró, en el momento de constituir el Partido Popular Democrático, que laindependencia (o cualquier status político) no estaba en issue, maniobra ésta

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hábil que permitía colaborar en la obra a la gente de todas las ideologíaspolíticas, pues, como ya vimos, lo que ha estorbado siempre a los partidosha sido el hecho de ser constitucionales, de tener que bregar a un mismo tiem-po con cuestiones de administración al mismo tiempo que con fines de consti-tuir al país. Pero esos mismos que tal criticaron se quedaron dentro del Par-tido, a pesar de las declaraciones del líder, y luego vinieron a sacárselas en caracuando se separaron—error que ya dije—en 1946.

No recordaron—no quisieron recordar—que luego del asesinato del CoronelRiggs por los nacionalistas, seguido éste por el asesinato a sangre fría de dosjóvenes nacionalistas en un cuartel de policía, Muñoz Marín se negó a hacerdeclaraciones condenando el asesinato del Coronel si no hacía igual cosa laotra parte, condenando el de los jóvenes, actitud que lo convirtió en un pariapolítico. (Cari. J. Friedrich describe a Luis Muñoz Marín como «quintaesen-cialmente puertorriqueño y español».)

No se dan cuenta de lo extremadamente difícil que es conducir a un pueblo,todavía no muy bien constituido, en un país en donde (como en el caso, porejemplo, del presidente de una sociedad cualquiera) no es fácil conducir nisiquiera a una docena de hombres, por la poca disciplina, el poco razonar, elpoco conocimiento (o experiencia). No ven lo extremadamente difícil que esbregar con un pueblo extraño y poderoso, para quien la mera existencia de unpequeño país como el nuestro es cosa casi desconocida, con inmensas preocu-paciones e intereses, con extraños (para nosotros) idioma y psicología (com-plejos, prevenciones, gustos, particularismos, provincialismos aún). No ven—y noquieren ver—lo difícil que es'tener que pedir (¿exigir?) con humildad (parano enojar), pero con dignidad (para no perder el respeto propio), el tener queceder en unas cosas, a veces importantes, para siquiera obtener alguna cosilla.Los grandes políticos, como Luis Muñoz Marín, como Luis Muñoz Rivera,tienen que saber tragarse las pildoras más amargas, para ganar ventajas parasu pueblo que sus propios seguidores (compatriotas) no se tragarían. Un buenpolítico, entre muchas otras cosas, es un buen negociador, cosa muy importanteen nuestro mundo y por cierto no corriente, un diplomático, y eso suele faltar-le por completo precisamente al que lo critica, máxime si es el tipo de revolu-cionario lírico y, por lo mismo, ineficiente. Es cosa curiosa que el puerto-rriqueño, que a diario celebra a un simple distribuidor de puñetazos, quizáanalfabeto y completamente inútil en nuestra brega de pueblo, no le reconozcamérito alguno a un hombre de cualidades superiores, desempeñándose en un

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUESTO RICO

campo sumamente difícil, entre adversarios con un enorme poder y consuperior inteligencia, y todavía peor, o sumamente interesados y egoístas oaltamente indiferentes a situaciones en que ni ellos ni su país tienen nada enpeligro. Un buen político puertorriqueño tiene que bregar con mucha inmun-dicia, dentro y fuera, aquí y allá, y eso no se hace por gusto. Grandes líderespolíticos ha tenido nuestra isla, gracias se le deben a Dios.

Criticaron después que Muñoz Marín se decidiera por ahora por la autono-mía y trajera el E. L. A. No quieren recordar que él representa a un puebloque eso es lo que quiere, por efecto de los factores ya mencionados, funda-mentales de nuestra política. Muñoz Marín, político hábil y político buenoy honrado, ha tenido que tragarse la amarga pildora de la industrialización ydel turismo en las condiciones en que se están empleando, no porque les gusten,sino por no quedarle mejor manera de servir a su país. No ven que los anexio-nistas acusan a Luis Muñoz Marín de «independentista», no ven que el líder esde ascendencia «independentista», que la nutrida familia a que pertenece tienelos mismos sentimientos, lo mismo que todos sus viejos colaboradores y amigos.

Hoy el «independentista» de que hablo sigue contradiciendo y tildando demalo cuanto diga Muñoz Marín: esa es toda su política—atacarlo y contra-decirlo—, política completamente negativa, que lo pone, con ello sólo, en con-tra del país. Si fuera hábil, una vez cometido el error de salirse del PartidoPopular, habrían sabido usar para sus fines la figura de Luis Muñoz Marín,sin ponérsele de frente ante los ojos de su pueblo, y aprobando al menos laparte en que el hombre, sin dejar lugar a dudas, está defendiendo nuestroidioma y nuestra cultura.

Porque este grupo independentista no aprende y no cambia, por tanto, demétodos y procedimientos. No conoce bien a Hostos y a Betances en lo querealmente valen y se distinguen, y los alaba en lo que fueron un fracaso: enpolítica. El régimen los aclama por antiespañoles, y los «independentistas», porseparatistas. Ninguno de los dos se quedó aquí para luchar por esta tierra.El segundo quiso ser ciudadano «americano», lo fue dominicano y sirvióa Cuba y, queriéndolo o no, sabiéndolo o no, contribuyó a la anexión, favo-reciendo el anexionismo, debilitando a España. El primero propuso el «LibreEstado Asociado», el protectorado americano por veinticinco años. A ningunode los dos conoció, ni podía seguir, ni sigue el pueblo: a ninguno de los dosentiende. Hostos, uno de los grandes hombres de América, era un visionario,un doctrinario que no conocía bien el problema de su pueblo.

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Porque estos «independentistas», ellos mismos visionarios, rinden cultoa los visionarios que tanto daño nos han hecho y odian a los hombres devisión—cosa distinta—, a quien debemos lo que somos: Baldorioty, MuñozRivera, Muñoz Marín, personas que estaban enteradas, personas que sabían,que conocían su pueblo, que hicieron este pueblo—de ellos son precisamentehijos los «independentistas—, que sabían lo que querían, que sabían cómoconseguirlo, y que no se equivocaron.

Los visionarios.

Esta actitud lírica y romántica, antipolítica, que empieza con Francisco deMiranda, nos ha hecho más daño que la perpetua repetición sin sentido de losanexionistas.

Dije Francisco de Miranda porque es con el que empieza en la historiade la América ibérica la influencia nefasta sobre nuestros destinos del tipo dehombre que llamo visionario, y que hoy, casi dos siglos después, se encarnaen Puerto Rico en dos grupos: uno anexionista (el republicano «pitiyanqui»)y otro separatista (el separatista estridente, fanático, casi podríamos decirmaniático). El tema merece de por sí un libro; yo apenas lo tocaré aquíy sólo en la parte que viene a colación.

Mientras las naciones enemigas de España—y principalmente los EE. UU.desde su misma fundación—producían buenos hombres de estado, capacesdefensores de los intereses de sus países, inteligentes, prácticos, disciplinados,fríos y calculadores, con clara visión, nosotros producíamos un tipo romántico,poético, lírico, candido, impresionable, indisciplinado, impráctico, platónico,impulsivo, sin visión política ninguna, pero enamorado de una palabra, de unaapariencia efímera, de un ensueño, de una abstracción, de una visión—eravisionario—•, impulsado por vagos sentimientos o infantiles simpatías, viviendofuera de la realidad (y, sobre todo, de las realidades políticas), incapaz deadaptarse a las circunstancias del momento, de razonar con lógica. Esto levenía de su propia raza española, y casi siempre no hacía él otra cosa queseguir las corrientes de la metrópoli, en donde no pocas veces sucedía lomismo.

Junto con este hombre de tipo lírico existía también el tipo académico,doctrinario, teórico, sistemático, el apóstol, el ideólogo, el teorizante, que no

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adapta teorías, sistemas y doctrinas a la realidad, sino que pretende someterla realidad a ellas, lo mismo que el tipo romántico la somete a sus deseose ilusiones.

Muchas veces se enamoraron estos hombres de teorías, doctrinas y sistemasque por entonces se debatían en Europa; otras, de las simpáticas ideas deRousseau o del pintoresquismo de los literatos franceses y, sin más análisis,querían aplicarlos a la realidad política y social de nuestra América. Por enci-ma de tales influencias venía la de la propaganda de distintas naciones y, prin-cipalmente, de los EE. UU. Así, y siguiendo en ello muchas veces a la metró-poli y, según la época, por ejemplo, se enamoraron del federalismo, de laforma republicana de gobierno, de la Constitución «americana», del indige-nismo, etc. Esto sin contar la influencia de las revoluciones «americana» yfrancesa y la de grandes figuras de la época, como Napoleón. Esto, cuandoera sincero, pues muchas veces fue sólo el pretexto para excusar propios erro-res u ocultar propias deficiencias o seguir personales caprichos.

Sea de ello lo que fuere, tuvimos así, después de Francisco de Miranda,a Bolívar y los llamados libertadores de nuestra América, cuya obra, en lapráctica y en el aspecto político, consistió esencialmente en «desgranar lamazorca» para que se comieran los granos, como así lo han ido haciendopoco a poco, los cuervos del imperialismo. Estos hombres murieron práctica-mente todos desengañados, y los que les siguieron, para emplear una frasede Luis Muñoz Rivera, apenas han sabido «llorar sobre los escombros de sunueva Jerusalén, desolada y exánime», eximiéndose ellos mismos, unos y otros,de toda culpa y atribuyéndosela completa a la Madre Patria o a los EE. UU.

Siguió después, década del 1840-1850, en los mismos errores Santo Do-mingo, cuya trágica situación todos conocemos; y medio siglo más tarde,Cuba, desangrada en una guerra que sólo aprovechó a los EE. UU., siemprependiente de sus intereses, durante la cual, de paso vinimos a ser víctimasPuerto Rico y Filipinas, al fin de la cual quedó la gran Antilla prácticamentecolonia yanqui, y después de la cual ha habido allí más violencia, más revo-luciones que en los cuatro siglos anteriores de su existencia, terminando todocon el régimen comunista, bajo intervención rusa, de Fidel Castro.

En el caso de Cuba, mientras el líder autonomista fracasaba en su políticay contribuía, sin saberlo, a la debacle y de paso nos condenaba a nosotros, elvisionario Martí, uno de los grandes hombres de América, por desgracia teníaéxito en sus líricos sueños. Dijo Rubén Darío que la llamada independencia

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de Cuba no pagaba, no justificaba la muerte de Martí; tenía razón: enrealidad, más valían unos versos del gran poeta y más bien produjerona nuestra América que toda su obra política.

Siguiendo a los visionarios cubanos, y contribuyendo a su obra equivocada,tuvimos los puertorriqueños otros tales, como Betances y Hostos, este últimotambién uno de los grandes hombres del hemisferio; el primero, separatistasolitario, y el segundo, proponente del «protectorado americano»; el primero,visionario del tipo lírico, y el segundo, visionario del tipo académico y doctri-nario, y ambos, fundamentalmente, españoles. Al mismo tiempo otro grupo dehombres, seguidores de Labra, mayormente académicos, sistemáticos, doctri-narios, pero sin la valía de Hostos, dividían el país en dos bandos irreconcilia-bles y fundaban en 1899 el Partido Republicano, incondicional del nuevorégimen.

Descendientes de Betances y, por equivocación en gran parte, de Hostos,son los independentístas inmediatistas de hoy; descendientes de Labra, losanexionistas fanáticos, y ambos grupos, descendientes a través de los tiemposdel visionario Francisco de Miranda.

El resultado de la obra de este linaje de visionarios ha sido el debilita-miento, el despedazamiento, el achicamiento, la desunión de nuestra América,la perpetua intervención imperialista de las naciones europeas por un tiempoy de la «americana» por siempre, con la pérdida de territorios inmensos quellegaban por el Norte hasta Alaska y por el Este casi hasta las primitivas trececolonias norteamericanas; los invasores de Méjico, Cuba, Haití, Santo Domin-go, Puerto Rico, Filipinas, la ocupación de Honduras por Walker, las expedi-ciones filibusteras a todas partes de América, las amenazas a Chile; la inter-vención en Bolivia, la separación de Panamá de Colombia, que partió a éstaen dos partes, y así por el estilo.

Y, por lo que toca al tema de este trabajo, puede causar la pérdida irre-mediable de Puerto Rico, mientras nuestros visionarios anexionistas vivenen perpetuo éxtasis ante lo «americano» y nuestros visionarios independentistasse consuelan vituperando a España y a/o los EE. UU., simpatía infantil en uncaso odio ilógico, irracional en el otro y, en ambos, actitud negativa y contra-producente. Los segundos, que debieran ser la primera línea de defensa delfactor raza y cultura y que son muchas veces hombres de cultura, profesoresy escritores, resultan con frecuencia en conjunto casi tan nocivos como losprimeros.

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Y así es tal el antagonismo de estos hombres contra Luis Muñoz Marín, queatacan a la autonomía con más intensidad que a la estadidad federada. Demodo que lo que, en el campo del factor raza y cultura, por un lado contri-buyen, por otro lo destruyen. Su actitud es una negativa de derrotismo: unade no hacer nada, excepto criticar lo que otros hagan.

Entra en esto otro factor psicológico: estos hombres lo fían todo a laaparición en nuestra escena de un gran líder, gran conductor de multitudes.Si la cosa va a su gusto, es que hay un buen líder; si no, es que el líder nosirve. No piensan nunca que el gran líder es siempre producto de su pueblo, quees gran líder y que conduce, porque sigue, porque representa, porque sintetizaen su persona anhelos y aspiraciones. Creen que el gran líder—el que ejerceel poder—, por ello mismo lo puede todo, puede hacer de su pueblo lo que levenga en gana, darle la dirección que le dé la gana: así dicen que MuñozRivera pudo declarar la República en 1898, pero no le dio la gana (se entregó);que Muñoz Marín la puede declarar hoy—así, sin más, sin preocuparle con-secuencias, sin consultar a su pueblo—, y que ese pueblo (dividido como está,por cierto) no le va a pedir cuentas luego.

Por otra parte, no quieren la obra concertada, la obra colectiva, el comúnconsentimiento; quieren la obra personal de un líder, de modo que cuandono lo hay, hay que resignarse a no hacer nada, y si lo hay, él debe poderlotodo Y cuando lo hay, como hoy, lo hacen responsable de todo, y lo hacenel blanco de todas las críticas y el autor de todos los males. Para ellos serelector popular, es ser muñocista, y viceversa. No comprenden que mucha gentevota por un gran líder, sin que personalmente sea de su gusto, tal como unenfermo se deja operar de un médico que no le está simpático, o se sirve deun albañil eficiente aunque no le agrade personalmente. (Véase mi artículo«Sobre lo que puede un líder político», en Alma Latina).

Hay entre ellos distintos grupos. Los hay que defienden raza y cultura,con conocimiento de causa, sabiendo que son raza y cultura españolas y sin-tiéndose orgullosos de nuestros orígenes. Pero los hay antiespañoles que creenuna forma de colonialismo hasta el hablar español. Quieren que Puerto Ricosea algo, pero tan aparte del resto del mundo hispánico como si con él notuviéramos relación alguna. Estos suelen ser indigenistas (indianistas) que sólocantan lo indio en nosotros y en el resto de la América española. Estos resul-tan tan nocivos para el regionalismo, como el anexionista que niega patria,

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idioma, soberanía, alegando que sólo importan el progreso, la civilización y elfuturo.

En otras palabras, su propaganda, su filosofía (?) se hace de un «betan-cismo», un «hostosianismo», un indigenismo, elementos todos que son inin-teligibles para la masa puertorriqueña, y de un antimuñocismo virulento. Contales elementos han hecho una especie de religión esotérica y han reducidolas esperanzas de «independencia». Con sus increpaciones y denuestos asustanal pueblo, que ve en ellos los futuros dictadores de este país, si llegara a serlibre El pueblo no sabe, naturalmente, que estos hombres no gobernaríana Puerto Rico bajo ningún status, pues son del tipo lírico romántico que nosirve para gobernar, que no son constructores, sino que tienden siemprea dividirse. Bajo cualquier status, lo probable es que nos gobernasen los mis-mos hombres, los que saben hacerlo, los que construyen, los que el puebloya conoce, los que gozan de su confianza.

Cree este grupo que Muñoz Marín puede hacer lo que quiere, y que sidecreta la independencia por encima de los votos del pueblo, éste la aceptaríasin chistar. Porque ellos lo fían todo a la extraordinaria personalidad de algúnlíder: no a la voluntad mayoritaria de un pueblo, no a los métodos democrá-ticos. Quieren o que la independencia nos caiga del cielo o que de algún modonos sea impuesta.

No han tratado nunca de persuadir al pueblo, de demostrarle que con laRepública no habría aquí ni revolución ni dictadura, antes bien, con susactitudes le hacen temer precisamente eso.

Suelen decir que el nuestro es un pueblo «analfabeto en política», que nosabe votar, porque no ha votado con ellos, porque no ha votado a ciegas. Y<ocreo que dentro de sus circunstancias, que ya dije únicas y las más difícilesdel hemisferio, este pueblo, aunque por instinto, ha votado siempre bien y havotado mejor que nadie: lo ha hecho siempre bien, siempre ganando y con-servando, nunca abandonando ventajas. Y si el mismo grupo separatista hubie-se aprendido nuestra historia—su sentido— hubiese evitado divisiones, hubiesetenido una filosofía apropiada, hubiese hecho un verdadero esfuerzo en vezde contentarse con recoger el voto suelto y fácil, y no hubiese cometido tantoserrores (el error de la violencia, el error de la crítica demasiado acerba, elerror de ponerse contra el pueblo dedicándose a combatir al hombre que esepueblo ha manifestado claramente que sigue, el error de dividirse, el errorde dar la impresión de ser fascistas, militaristas, violentó, comunista, etc.), ese

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grupo, digo, tanjo dentro del Partido de la Autonomía como fuera, habría he-cho una gran obra.

Pero no ha sido así y hoy muchos de ellos están llamando a los anexio-nistas para hacer común campaña contra la autonomía. Ya puede, pues, verel lector, por qué hay en cada pueblo, a veces contiguas, una calle con elnombre de Betances, el separatista de tiempos de España, y otra con el deBarbosa, el incondicional «americano» de este siglo, pero ambos antiespañoles.

Cometen también el error de denigrar lo propio, con la excepción de losya dichos Betances y Hostos y alguno que otro nacido aquí que peleó contraEspaña, y de alabar a Martí, no por las causas en que es una de las grandesfiguras de América, sino por haber levantado a Cuba contra la Madre Patria-El que peleó contra España en Cuba, ése es un héroe (Pachín Marín, Valero,Ríus Rivera). Para algunos vale más «la negrada heroica» (que dicen ellos)cubana que Baldorioty o Muñoz Rivera. Sólo admiran al que peleó, aunquecon ello más nos hiciera mal que bien.

Parte de esta psicología la traen del mismo español (de quien descienden)a quien quieren criticar; lo que les importa no es salvar la patria, sino morirpor ella.

Y confunden el separatismo de tiempos de Betances con el de hoy. No venque aquél era un romántico movimiento sin seguidores, imitado del ante-rior de la América española e inspirado en el movimiento liberal de la mismaEspaña, mientras que éste es un separatismo real, causado por la intervenciónde un país, de una raza extranjera, con distinta lengua y costumbres. El de hoyes el separatismo que tiene realidad, que tiene importancia y validez. El queve como la misma cosa el separatismo del siglo pasado y el de hoy, más queverdadero independentista es, en realidad, un antiespañol.

Por todo lo cual comprenderá el lector por qué la militancia separatistaha perdido tanto terreno y por qué los más (quizá) y mejores independentistasestán en el Partido Popular Democrático y apoyan por ahora la autonomía(Estado Libre Asociado), como dique y muralla entre la fusión (estadidad)-

Pero dividido o no, equivocado o no en procedimientos o en filosofía,,sigue jugando el sentimiento separatista un papel importante en nuestrosdestinos y, aun con el error antihispanista de una parte, viene a ser un im-portante vocero del sentimiento, raza y cultura. Vale, pues, la pena seguiranalizándolo.

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5. FUNDAMENTOS DEL INDEPENDENTÍSIMO.

Las palabras independentista e independentismo, que yo sepa, son neolo-gismos puertorriqueños. No están en el Diccionario, y un español tiende a decirindependencista e independencismo, derivando estas palabras del substantivoindependencia. Nosotros derivamos aquéllas del adjetivo independiente. Estoes de por sí un tema interesante, pero no es el nuestro en este momento. Lo queahora ocupa nuestra atención es por qué hay independentismo o independen-cismo en Puerto Rico.

No hay que decir que la primera razón o causa, la fundamental, la queda base o fundamento a las otras, es la diferencia de Taza, lengua, origen,costumbres, manera de ser nuestra con relación a las de los «americanos»(como aquí llamamos a los estadounidenses). Al ser distintos, el estar de ellosseparados por las razones ya dichas, muchos puertorriqueños desean, creennecesario, justo, lógico, que lo estemos también políticamente.

Este es un sentimiento natural y espontáneo que se agudiza cada vez que,por causa de las diferencias que nos separan, chocan nativos y norteamericanos.

Este sentimiento prende con más frecuencia y con más fuerza en el hom-bre culto, versado en Historia, porque es hombre de su época, y la época esuna de regionalismo, de independencia, de nacionalismo. Todos los países quie-ren ser libres, y se han hecho libres en este siglo: la maltratada Irlanda, mul-titud de países africanos; otros cuantos países de Asia, como la Indochina, laIndia, la isla de Chipre, y hasta vecinas islas de las Antillas.

Es un ideal occidental de los tiempos modernos, en los últimos siglos. Poreso dicen los independentistas, siguiendo en eso a otros países e inspirándoseen los grandes tratadistas, que, por el solo hecho de serlo, tiene cada paísderecho a ser libre, esto es, a ser soberano. No pocas veces se inspiran estoshombres cultos precisa y principalmente en la independencia de los mismosEstados Unidos, que fue obra de una minoría resuelta e inteligente, y en lade los países hijos de España.

Además, estos ideales tienen un fondo lírico y romántico que nos viene, enla época reciente, de la historia y de la literatura europeas. En ellos se mezclanconfusamente nociones de derecho natural, de los derechos individuales o natu-rales, y así por el estilo.

Contribuye a que así sienta principalmente el hombre culto el hecho de

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que éste es el que mejor conoce, ama y cultiva su idioma y, por tanto, el quemás quiere conservarlo.

Pero hay otras causas de independentismo en Puerto Rico. Una es el sen-timiento de injusticia que debe ser reparada, de crimen que debe ser casti-gado. Muchos puertorriqueños creen que el hecho de haber los «americanos»invadido este país en 1898, es un crimen, que debe ser castigado, que debeser expiado o que, por lo menos, exige, por parte de los culpables, reparaciónde alguna clase. La reparación consistiría principalmente en deshacer lo hecho:en salir de la isla quien por fuerza entró, pero quizá bastaría con que reco-nocieran su crimen, con que hicieran acto de contricción, con que pidieranperdón o repararan el mal con indemnizaciones económicas o de otra clase.

Y todavía más que simplemente la invasión, el hecho de tratarse de laconquista de un país pequeño, indefenso, inerme. El crimen resulta entoncesmás aborrecible. Y una parte de los puertorriqueños no pueden conformarsecon que se olvide y se perdone sin que el culpable haya, por lo menos hechoacto de contribución, si no de reparación, de la injuria.

Este último sentimiento se agrava en el hombre culto por la historia delimperialismo norteamericano en el resto de la América española y porque veen esos actos la continuación de la política de expoliación y de desprestigioque por tantos siglos siguiera Inglaterra contra los españoles de España y deAmérica.

Y el hecho de haber invadido los Estados Unidos esta isla en 1898 fueagravado por la conducta de los norteamericanos en el país, primero duranteel gobierno militar, luego bajo la nefasta ley Foraker, que, como dijo MuñozRivera, no debió nunca salir del Capitolio «americano», y aun hasta el 1940,después de la Ley Jones, y, especialmente, en los tiempos terribles de ciertosmalísimos gobernadores «americanos».

Dice Friedrich que los estadounidenses «trataron a esta orgullosa pobla-ción española casi como lo habían acostumbrado hacer con el indio de supaís...» «Aclamados como libertadores... pronto probaron que no tenían elmenor concepto de tal libertad» (pág. 27).

Dijo Muñoz Rivera en 1902: «Nosotros aceptamos la soberanía de losEstados Unidos. Es un hecho que consumó la fuerza y que la fuerza sostiene.No cabe discutir ni combatir lo absoluto. Pero, a la sombra de esa soberanía,queremos una patria libre y digna, en que los puertorriqueños dominen y pre-ponderen, como preponderan y dominan aquí, en cada Estado, los hijos del

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Estado mismo. Es injusto que, de una manera sistemática e invariable, vayana medrar en Puerto Rico los extraños, mientras los nativos sólo sirven parapagar el tributo y morir en el trabajo...»

Y algo más tarde (18 de julio): «Es verdad. El pesimismo llega hastalas raíces de nuestro ser colectivo. Los hijos de la vieja colonia española espe-jaron mucho y esperaron con fe ciega. Creyeron que el cambio de soberaníasignificaba no sólo una prolongación de la paz perpetua que gozó PuertoRico, sino la conquista casi inmediata de un régimen libre y de una riquezacolosal. Se equivocaban. Al régimen autonómico que gozábamos sucede unacentralización despótica: a la abundancia de recursos sucede una penuriadeprimente. El Gobernador lo es todo: el pueblo es nada. Se suprimen, a pe-sar de sus protestas, veinte Municipios; se asesina en las calles, se asaltan lostalleres, se atropella a los ciudadanos, se constituyen Tribunales arbitrarios, secrea una perenne intranquilidad por medio de una demagogia que las auto-ridades amparan, se ganan elecciones a fuerza de tiros y sablazos, se establece,con la complicidad del Gobierno, la tiranía de las turbas; se provoca la emi-gración de las personas dignas, y se convierte un paraíso, que fue nuestratierra, en un infierno, que es nuestra tierra.

¿Cómo no había de nacer y crecer y arraigar el pesimismo tras una seriede desengaños evidentes? Nació, creció y arraigó. Y nadie confía en la rectitudde los políticos americanos, porque ellos se encargan de tratarnos como loque somos al cabo: como la presa inerme de una "razzia" y el humilde botínde una conquista.

Nosotros, pesimistas también por el influjo de nuestras previsiones, con-firmadas en los hechos, no nos situamos en el último límite de la desesperación.»

Y el 25 del mismo mes: «Desde que el ejército del General Miles acampóen la llanura de Guánica, de Arroyo y de Ponce para conquistar sin sangre-—de acuerdo con el gabinete de Madrid—la colonia de Puerto Rico, nosotrosfijamos un criterio invariable acerca de la actitud que era necesario adoptar•a fin de que se salvase la patria puertorriqueña.

¿Resistir a los invasores? No; porque era sencillamente absurdo. ¿Some-terse a los invasores? No; porque era sencillamente indigno. Se necesitabamantener y acrecer la autonomía que nos dejó la vieja metrópoli, adaptandosus fórmulas al funcionamiento de las instituciones americanas. Construir y nodestruir.

Los Estados Unidos establecieron, con su predominio militar una situa-

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

ción privilegiada en cuanto a sus intereses mercantiles; Puerto Rico facili-tando esa aspiración justa y lógica y defendiendo palmo a palmo el derechode sus hijos a gobernar y administrar la tierra en que nacieron.»

Y el 5 de septiembre: «Se nos consideró como a una tribu de indios iro-queses. Y se nos trató con arreglo a las ideas que nosotros mismos engendrá-bamos acerca de nuestras aptitudes políticas.

De ahí la Ley Foraker, que nos anula por completo y nos hace gravitarsobre el país la losa del Consejo Ejecutivo y del veto gubernativo...»

Y en 1905: «Los soldados no blasonan de "statesmen".» La culata de unfusil oprime, pero no gobierna. Los generales vinieron, dictaron órdenes ab-surdas, dirigieron elecciones inverosímiles, dislocaron la vieja y sólida legis-lación de tipo romano, produjeron en el país el estupor que se siente ante elel caos y cedieron su sitio a los otros: a los hombres civiles, a los hombrespolíticos, de quienes se esperaba una prudencia y una ciencia maravillosas.»

Y, efectivamente, fue malo —no podía ser de ningún modo bueno—el Go-bierno omnímodo de un General, pero no fue mejor el Gobierno civil bajo laLey Foraker.

Con la Ley Foraker llegó el Gobernador Alien, acompañado de una escoltade barcos de guerra cargados de «carpetbaggers» que venían a quedarse coneste país. Y en uno o dos años compraron las mejores tierras de caña y sehicieron dueños del tabaco.

Y vino lo que Luis Muñoz llamó «El yugo del idioma», el peor de losyugos.

Y nos gobernaba ahora, como bajo el Gobierno militar, un solo hombre,un norteamericano, con la ayuda de los seis norteamericanos del ConsejoEjecutivo, todos de nombramiento presidencial. Y los fondos de nuestro Go-bierno quedaban en bancos continentales. Los pronunciamientos de políticos,senadores, representantes y hasta presidentes fueron de desprecio hacia nos-otros. ..

Y así por el estilo,..

Cundió la desconfianza y hasta el odio.

El país, que en su inmensa mayoría, influido por la propaganda y poseídopor la ilusión, con actitud infantil, había confiado en los invasores y creíaen sus buenos propósitos, empezó a darse cuenta de la realidad.

Luis Muñoz Rivera no había compartido nunca tales espejismos. Comodijo en 1904: «En 1901, ni un hijo del país—exceptuándonos nosotros—

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miraba con desconfianza a los Estados Unidos. Hoy, no ya los disueltos fede-rales, sino que también los republicanos, que no reciben beneficios directosy tangibles, se sienten heridos en sus sentimientos patrióticos, comprenden quese les engaña y se les desprecia y no son, ni mucho menos, tan idólatras comoantes de las cosas que les llegan del Norte.»

Y dijo en 1908: «Un pueblo digno no se resigna, se yergue y vibra.Cuando el látigo se levanta, los pueblos protestan en el acto, como protestoyo en este instante en nombre del pueblo de Puerto Rico.

Vimos desembarcar en nuestras costas del Sur a los ejércitos americanos;les vimos avanzar por nuestros caminos del centro; escuchamos las promesasdel General Miles; sabíamos la historia de los Estados Unidos, y la isla, casiunánime—y digo casi unánime porque yo nunca compartí esos espejismos—,creyó que se nos darían las libertades que se disfrutan en Norteamérica y quese haría un sitio a nuestra patria en el conjunto de los pueblos de la tierra.Se estableció el Gobierno militar. Lo comprendimos y lo aceptamos: esatransición era una imposición de las circunstancias, y nuestro deber consistíaen facilitar su obra. La facilitamos. Y llegó más tarde el régimen civil, en queponíamos una alta y noble confianza. Los gobernadores arribaban a nuestrascostas, permanecían y se alejaban; pero bajo el poder de todos ellos subsistióuna grave injusticia: los puertorriqueños, los naturales de la isla, estabansiempre sometidos a los americanos, a los forasteros en la isla.»

El mismo Muñoz Rivera había ya delineado la política del país desde elprimer momento. Había dicho en 1903: «Puerto Rico fue en 1898 el botín deuna guerra y el producto de una conquista. Es pobre, es débil. No pudiendoluchar, se sometió a su destino; pero, dentro de la nacionalidad nueva, sudeber consiste en mantener su personalidad propia, su honor como pueblolibre. De ahí nuestra actitud franca y altiva.»

Esta fue la política que encarnó en el Partido Unión de Puerto Rico, fun-dada al año siguiente de 1904, en la famosa reunión del Hotel Olimpo.

El líder unionista explicaba la desconfianza y el rencor hacia los EstadosUnidos: «El odio a los Estados Unidos nacerá de los desaciertos, las torpezasy los crímenes que cometan en nombre de los Estados Unidos unos gobiernosque sólo busquen su propia preponderancia, y que para mantenerla y perpe-tuarla informan a Washington que los puertorriqueños no sirven para admi-nistrar sus intereses ni para cumplir sus más simples deberes cívicos, desuerte que resultan inferiores a los zulús y a los abisinios.»

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

Y así fue.

Fueron muchos los desaciertos, ayudados muchas veces por ciertos sectorespolíticos insulares.

Uno de estos desaciertos, entre tantos de los que señalaron el primermedio siglo de ocupación norteamericana, consistió en creer siempre que senos había hecho un honor con invadirnos, en hacer alarde de superioridadmanifiesta, en creer que debíamos estar agradecidos y hasta decir que éramosunos ingratos, en hacer alarde de las ayudas federales, todo ello sin recordarnunca el hecho primero de una invasión militar y de una explotación econó-mica que nadie aquí había solicitado.

Con esto llegamos a un tipo general de desacierto que no fue obra exclu-siva de los invasores. Nos referimos a la falsa, a la mala, a la errónea dialéc-tica de los anexionistas de aquí. Predicar la absorción por el extranjero deun país español a base de simples y equivocadas cuanto rotundas afirmacionescategóricas, es y tiene que ser un reto a las mentes cultivadas del país. Estaera la dialéctica del pitiyanquismo: ser americano era todo y no se necesitabamás; era la ciudadanía de por sí una aspiración suprema, un bien inmarcesi-ble; era la nación norteamericana la mejor, la más libre; más aún, la únicabuena, la única libre en el mundo. Otras veces el argumento era todavía mássencillo cuanto más irracional: había que entregarse por la simple razón deque los Estados Unidos eran fuertes y tenían barcos y ejércitos.

Se llegó a decir que un Estado federado era de por sí más libre, más sobe-rano que cualquier República; se llegó a predicar que toda República es depor sí mala y lleva a la anarquía y a la revolución. Alguien—creo que un Juezde la Corte suprema—llegó a creer que no habría absorción, sino formación deuna nueva raza con las virtudes de los sajones unidas a las virtudes hispánicas.¡Que muchas estupideces se dijeron!

¡Se llegó a declarar a los Estados Unidos, aun en aquella época, con res-pecto a nosotros, el defensor de los negros!

Se hizo escarnio de la bandera puertorriqueña.

Tal argumentación, tal retorcimiento, no podían menos que provocar unaintensa reacción intelectual en el país, reacción, naturalmente, hacia el regiona-lismo, el separatismo, máxime cuando, con sólo rechazar tales argumentos,era ya uno tachado de subversivo, de antiamericano, de perturbador...

Por todos estos caminos se llegaba, naturalmente, a un antiamericanismoque no podía ser menos intenso que el torpe proamericanismo, a que llamó

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pitiyanquismo el poeta Luis Lloréns Torres. Vino el nacionalismo y, con lamiseria económica y la torpeza política de gobernadores como el militarWinship, brotó la violencia separatista.

Pero el país, en su cordura, y no en su cobardía, como se nos ha dicho,recordó siempre la pequenez y la pobreza de la isla, elemento fuera denuestro poder, y pensó en lo inútil y lo cruento de la oposición armada, y deahí su decisión autonomista, hasta ahora inalterable, que, en las palabrasde Muñoz Rivera, citadas más arriba, si no puede conservarlo y conseguirlotodo debe, por lo menos, salvaguardar lo más importante, mantener laspuertas abiertas para «mantener su personalidad propia, su honor como pueblolibre». No puede ir Puerto Rico contra la fuerza, no puede aumentar su tama-fio, pero puede conservar y cultivar sus virtudes: puede hablar, psnsar, sentirv conducirse con dignidad.

Coamericanismo.

No es esta fórmula nueva: la vieron sus dirigentes, incluyendo los másregionalistas; siempre lo vio así la mayoría del pueblo, pero en el cursode la larga lucha no siempre se le expresó del modo más apropiado. En ladécada del 30 se habló ya de coamericanismo, creo que por primera vez por elmédico político doctor Andrés Salazar; coamericanismo quería decir asocia-ción sin humillación, cooperación, amistad, quería decir americanismo de bue-na clase en la práctica, quería decir Gobierno propio, home-mle; autonomía,self-government, esto es, la mayor libertad posible, la mayor conservaciónposible de la personalidad consistente con las relaciones con los Estados Uni-dos., impuesta por la fuerza de las circunstancias y por la pequenez y pobrezade nuestro territorio...

Pero a pesar de ese coamericanismo, de ese incremento del proamerica-nismo de mejor ley, queda en pie siempre esa sorda hostilidad contra losamericanos de un grupo de puertorriqueños poderosos por el número y porla calidad, por la fuerza de las convicciones y por su constancia y firmeza, alpar que porque sabe esperar.

Este es el núcleo fundamental de la política puertorriqueña, el núcleo básicode los partidos autonomistas desde 1898, el grupo que llevó a la victoriaal Partido Popular y a Luis Muñoz Marín en 1940, tras tres años de heroico

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esfuerzo. Si de un día para otro dejasen de existir todos los partidos políticos,al poco tiempo estaría ese grupo organizado y con las mismas ideas de siempre,pues tiene los mejores hombres en todos los terrenos, oradores, hombres deletras, organizadores, gente de ideas, gente esforzadas y constante, dispuestaal esfuerzo y al sacrificio por sus ideales. Este grupo regionalista es esencial-mente antiestadista (antianexionista) y antirrepublicano (antipitiyanqui). Fuerade éste, el único grupo que surgiría con relativa facilidad, pero en númeromuchísimo menor y con menos calidad, sería otra vez el grupo estadista portradición.

El grupo regionalista acepta alguna forma de dependencia con relacióna los EE. UU.. pero sólo como un mal menor, como un mal inevitable, puesla imposición de la fuerza de la invasión «americana», como se la sigue lla-mando, no ha sido nunca condonada totalmente.

Pero hay todavía otros factores que fomentan el sentimiento separatista.Hay la influencia de las naciones hermanas de Hispanoamérica, las cuales,a través de sus estudiantes y de sus hombres de letras, expresan su deseo dever a Puerto Rico nación soberana. Hay la influencia que ejerce Rusia seña-lando, por los motivos que sea, los errores de la administración «americana»y asegurando que esto es una colonia, y hay el fenómeno cubano producidopor Fidel Castro, que ha podido poner fin en su país a la intervención «ame-ricana», fenómeno que, por un lado, asusta a algunos y les induce hacia unaasociación cada día más estrecha con los EE. UU., mientras que en otrosintensifica el fervor separatista convencidos ahora de que puede tener éxito.Los que, de estos últimos, van tan lejos que asocian la lucha separatista conel comunismo ruso, cometen grave error político, pues el comunismo ruso sólodespierta en Puerto Rico hostilidad y temor.

Insisten los independentistas que están fuera del Partido Popular quePuerto Rico es una colonia y que el E. L. A. es un fraude (ni Estado, ni libre,ni asociado, sino mera colonia). Dicen que, en realidad, sobre esto no se havotado libremente, que, por tanto, el E. L. A. no ha sido sancionado por lospuertorriqueños; pero cuando se les anuncia un plebiscito o referéndum paraaclarar la situación, declaran que sería también una farsa y que no concu-rrirían a las urnas. Alegan que el E. L. A., por más que se le perfeccione, nopuede ser una solución, no puede ser un fin, y hasta llaman algunos a losestadistas para que los ayuden a derrotar a Luis Muñoz Marín, actitud éstaque se parece a la del que se suicida por tener miedo a la muertej pues se

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arriesgan a dar el poder precisamente a los enemigos a muerte de la indepen-dencia, actitud esta irracional, lírica, romántica, actitud del hombre que vevisiones, pero que no tiene visión, actitud que es, pues, antipolítica.

Con el mejor trato por parte de los EE. UU., con lo que se ha ganado endignidad y en bienestar material, hay hoy en Puerto Rico menos antiamerica-nismo estridente, más coamericanismo, (como lo llamara al proponerlo el doctorSalazar), y, en proporción, más proamericanismo. Esto interpretan los indepen-dentistas como pérdida para su ideal, como prueba de que el país se hundecada día más en la asimilación. No comprenden que la cosa no es tan sencilla,que junto con el proamericanismo ha ido aumentando también el puertorri-queño, el sentimiento de pueblo, por efecto de que va el pueblo comprendiendoa los EE. UU. en sus virtudes y en sus defectos, sin odiarlos, pero sin creerlosningunos ángeles, va adoptando una actitud más razonada, sin que por ellohaya de debilitarse el sentimiento patrio. En realidad, éste se va fortificandoen las nuevas generaciones que ya tienen bandera e himno.

En mi opinión, hay hoy más proamericanismo que antes, pero proameri-canismo de mejor ley, fundado, no en actitudes abyectas de incondicionalentrega, sino en mejores relaciones, en mejor trato, en condiciones de mayordignidad, y junto con él, un puertorriqueñismo más general, más intenso y, porlo mismo, más firme.

Pero no por ello, como ya dije, es menos intransigente la actitud de losgrupos independentistas militantes, para los cuales somos hoy tan colonia comoantes. Lo interesante del caso es que lo mismo dicen hoy los estadistas: quesomos colonia. Para ellos es colonia o condición igualmente despreciable, in-cluyendo la independencia, cualquiera que no sea la estadidad federal, lafusión definitiva.

6. SOBRE SI PUERTO RICO ES O HA SIDO COLONIA.

En realidad, esto de ser colonia es cosa muy relativa. Cuando se hablade colonia en su peor sentido se quiere decir, seguramente, el tipo de plantationcolony europeo (no español), tal como lo vimos en las islas no españolas delCaribe. Con España nunca fuimos colonia de ess tipo: se puede decir que, enrealidad, no lo éramos de ninguna clase, aunque se hable de aquel período comocolonial. Puerto Rico era, de verdad, parte de España (y no posesión adqui-

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rida de ella): España nos descubrió, nos colonizó con sus hijos, de quienesdescendemos. Eramos una parte de España sujeta a condiciones especiales,por nuestra condición geográfica que nos exponía a toda clase de peligros,uno de ellos, precisamente, la anexión a los EE. UU. (de ello me ocupo en miHistoria de nuestras calamidades, todavía inédita), que obligaba a los gober-nadores a una vigilancia extrema. Tan difícil era la situación para ellos y taleslos peligros para nosotros que bastante bien lo hicieron todos, hasta los másineficientes, y si no evitaron nuestra caída fue nuestra misma culpa al noevitar peligrosas relaciones con los revolucionarios cubanos de Nueva York,con los elementos revolucionarios en la misma Cuba, al ofuscarnos en nuestralucha con los conservadores, al no saber usar los instrumentos que ponía ennuestras manos el Gobierno metropolítico, al creer la lucha contra ellos unalucha contra España, al no saber desembarazarnos de Labra a tiempo. Elloseran militares, encargados primero que nada de defender estas costas, de man-tener la soberanía de España. No eran políticos y muy poco los ayudábamosunos naturales que confundíamos la política con la lírica. Criticamos hoy enaquellos hombres actos que, multiplicados cien veces, han cometido goberna-dores «americanos» desempeñándose en muchas mejores condiciones. Todas lasprisiones políticas de aquel siglo no llegan ni a una pequeña parte de las queen éste hemos tenido. Y en cuatro siglos de existencia no tuvimos nunca unaejecución política. Algún día se escribirá la defensa (fiscalización la ha habidodemás) de los gobernadores y capitanes generales. Y no de ellos sólo, pues, enrealidad, no conocemos los puertorriqueños nuestro propio siglo XIX (aunquelo tenemos por el de oro), del cual hablamos a bass de clisés y slogans mal in-tencionados, que todavía empleamos para atacar a la Madre Patria, haciéndoleel juego al mismo régimen y a los mismos anexionistas.

Pero volviendo a la cuestión de la colonia, es preciso aclarar que en estosmomentos la población en general no se considera colonia en tanto no sientela humillación que tal condición implica, y que es seguro que ha habido unproceso de descolonización desde el 1917. En última instancia, porque estascosas sólo tienen valor dentro de un contexto y no en abstracto y sin conexióncon algún pueblo de carne y hueso, de haber colonia, la que hay es de ungrado menor. Lo que sí hay—cosa evidente que nadie discute—es que ni tene-mos aún soberanía ni tenemos todas las libertades, fuera de ella, que deseamos.

Pero volviendo a la cuestión de la colonia, recordemos que el sentidopeyorativo de ese vocablo, lo mismo que el del vocablo coloniaje, se le dio

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en el siglo Xix, cuando, por razones que no vienen aquí al caso, y como consecuencia del apasionamiento de la lucha secesionaria y de la propagandaliberal, se habló por primera vez de «período colonial» y de coloniaje. Aunasí esta última palabra no tiene sentido peyorativo en la definición que de ellada la Academia, «nombre que algunas repúblicas dan al período histórico enque forman parte de la nación española» o, según otro Diccionario, «Sistemade Gobierno que estableció España en sus colonias de América».

Pero junto con el liberalismo del siglo pasado, que empezó a darle unacalidad peyorativa a la palabra coloniaje, apareció el colonialismo propio de laépoca y de la primera mitad de este siglo. Europa ocupó a África y a parlede Asia y se dio a explotarlas sin misericordia. Llevó a cada una la adminis-tración necesaria, incluyendo las fuerzas armadas, para imponerse y paraevitar el ataque de otras potencias, y para asegurar la paz y obligar a losnativos al trabajo. En ningún momento los nacionales europeos se mezclaroncon la población indígena; nunca pensaron tampoco en quedarse a vivir enlas colonias. Era todo cosa de sacarle el jugo a los nativos.

Era lo mismo que habían hecho esas mismas naciones en América, perono a base de los nativos, a los cuales exterminaron, sino a base de los negros.El resultado lo tenemos a la vista; en esas colonias no quedó un solo indio,y casi ni un solo blanco; quedaron exprimidas y completamente africanizadas:Jamaica, Trinidad, Santa Cruz, Haití, Guadalupe, Martinica, etc.

Tal cosa no la hizo nunca España; eso no se vio nunca en las tierras deEspaña, que fueron siempre extensiones de España, reinos o provincias o seño-ríos españoles. El resultado está a la vista: donde había indios, ahí están losindios mezclados con los españoles; donde hubo negros, ahí están los negrosen minoría y mezclados también con los españoles: Cuba, Puerto Rico, SantoDomingo.

Luego el coloniaje y el colonialismo de tipo plantation colony que prac-ticaron las naciones europeas menos la española en el siglo pasado en Áfricay antes y durante el siglo pasado en América, y que es seguramente el quese usa hoy en término peyorativo, eso no existió nunca en la América española.

No existió tampoco así en las trece colonias inglesas del Norte, pero aúnen ellas se practicó un discrimen y una explotación que no se vio nunca enlas tierras españolas de América: al indio se le segregó desde el principio, se ledespojó y se le empujó hasta encerrarlo en reservations. Como lo vemos aún

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hoy, al negro se le segregó, como lo está, con lo cual vemos que los norte-americanos en eso han hecho lo mismo que Inglaterra.

Pero lo importante es que en Puerto Rico no existió clase de colonia entiempos de España. Era colonia, y así se la llamaba a veces, en el sentido deque era un grupo de españoles establecidos en ultramar. Y conste que eso estodavía lo que somos, con lo cual quiero decir que los puertorriqueños de hoyson los hijos de los españoles colonizadores y no de los indios, son los con-quistadores, y que no hay entonces razón para el indigenismo antiespañol quepredican los mismos que están empeñados en que fuimos y somos colonia.

Cuando Ricardo Levene, en el libro de ese título, dice que Las Indias noeran colonias (Buenos Aires, 1951; 165 p.), tiene toda la razón, si entendemosbien lo que se quiere decir. Y Puerto Rico lo fue menos. Porque Puerto Ricoes todavía el país más español de América y fue siempre el preferido de lametrópoli desde los primeros tiempos.

Ahora bien, unos españoles, nosotros mismos, poblamos este territorio yfundamos aquí una nueva provincia de España, sujeta a la corona española.No fuimos conquistados por España, sino que nosotros mismos, españoles,conquistamos la isla. No fuimos los conquistados por España, sino los con-quistadores.

Otra cosa sucedió cuando vinieron los americanos: éstos conquistaron laisla, el territorio y también a su gente. En este caso fuimos los conquistados.Fuimos colonia; fuimos colonia de la peor clase, cuando anduvimos bajo laférula de gobernadores militares, sin voz ni voto en nuestros asuntos. Épocatrágica aquella.

En 1900 vino la Ley Foraker, o sea una ley especial, librándonos del Go-bierno militar y dándonos un Gobierno civil. La cosa mejoraba algo, peroseguíamos siendo colonia de malísima especie, pues no teníamos prácticamenteninguna ingerencia en nuestros propios asuntos. La Cámara de Delegados queelegíamos cada dos años era, en realidad, sólo una voz, pues sus acuerdosestaban sujetos a la aprobación de un Consejo Ejecutivo de nombramientopresidencial, seis de cuyos miembros eran por ley «americanos». Eramos, enrealidad, una colonia de la peor clase, y le cupo otra vez a Luis Muñoz Riverala gloria de librarnos de ella, poniendo en su lugar un régimen de Gobiernopropio.

Que tanto con este Gobierno militar como bajo la Ley Foraker fuéramos unacolonia de verdad, que se tratara de imponernos el yugo del idioma inglés

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y otras cosas malísimas, no quiere decir que no progresáramos, que no tuvié-ramos bastante libertad personal, que no continuáramos aprendiendo a go-bernarnos.

Porque viene aquí a cuento que no todo es siempre malo en una colonia.Casi todos los países del mundo han sido colonias alguna vez en su historia.Como colonias, es que han aprendido a manejar sus propios asuntos; comocolonias es que han podido tomar el primer impulso en la vía del progresoy el bienestar.

En una reunión de representantes de países africanos, le decía el de Liberiaal de otro que estaba mucho más adelantado: «Pero ustedes han tenido lasuerte de haber sido colonia.» Liberia, libre, no había tenido la ayuda demaestros de la Metrópoli; ni la ayuda económica, ni las obras de saneamiento,ingeniería, educación, organización, que por necesidad hace en una colonia elpoder metropolítico.

Es claro que nuestra civilización es viejísima, y no se puede comparara ella la época de un país africano de estado salvaje. Pero lo importante esque no es tan grave el haber sido colonia, y que debemos los puertorriqueñosdesechar ese complejo de inferioridad. Fuimos colonia de mala clase desdeel 1893 hasta el 1917, pero nos libró de ello Luis Muñoz Rivera, y desdeentonces venimos adelantando en todos los órdenes, incluyendo el ordenpolítico.

Ahora bien, con España no habíamos sido nunca colonia en el sentidomalo pero teníamos graves problemas debido a que no sabíamos desenvolvernosy la mala influencia, de 1890 al 1398, de Labra. Al resolver Luis Muñoz Riveraestos problemas, pasamos a una condición política todavía mejor con laautonomía. Ninguna región autonómica se llama colonia. No es colonia niCanadá, ni Australia, ni Nueva Zelanda...

Con los Estados Unidos, al empezar a regir la Ley Foraker, entrábamosprácticamente en la autonomía y dejábamos de ser colonia, en el sentidomalo. Pero no era amplia la medida de Gobierno propio y había graves pro-blemas y malos entendidos. Nos sentíamos los puertorriqueños mal, maltra-tados y humillados encima de pobres.

Ha venido el Estado Libre Asociado: nos gobernamos en lo interior casicompletamente. Somos autónomos. No somos colonia, si acaso lo éramos des-de 1917. Y lo que es más importante, la mayoría de los puertorriqueños, no sesienten colonia, ni parece que los americanos nos quieran como colonia (en el

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sentido malo), no hay intención suya de humillarnos, ni nos sentimos nosotroshumillados. Luego no hay colonia.

Es verdad que no somos completamente libres, independientes—y no lo so-mos porque no lo hemos exigido por mayoría—, pero menos libres son losEstados de la Unión y no son colonia. Aquí rige la ley federal, pero rigede igual modo en los Estados federados de la Unión, y no son colonia. Elhecho de que existe una autoridad federal no significa que haya colonia.El hecho de que no seamos independientes no quiere decir que seamos unacolonia, en el sentido peyorativo.

Porque lo que se insinúa cuando se dice que Puerto Rico siempre ha sidouna colonia es que lo hemos sido no en el sentido del Diccionario, sino enel sentido de lo que en inglés se llama un plantation colony, como han tenidolos europeos en Asia y como tuvieron los europeos—menos los españoles—enAmérica, el tipo inferiorísimo de colonia que se explota como una haciendapara beneficio exclusivo de un país, de una compañía, de un grupo de hom-bres, en que los nativos son los que trabajan, en que el terreno es explotadohasta lo último para beneficio del de fuera, en que los beneficios no son delque trabaja ni del nativo.

Así, pues, podemos estar tranquilos. No hemos sido nunca colonia en esesentido de la colonia de tipo inferior, tipo plantation colony. Prácticamente,en tiempos de España, no fuimos nunca colonia. Sólo nos acercamos, pero sóloen cuanto a que no teníamos en nuestro Gobierno la injerencia a que teníamosderecho, en los años de 1898 a 1917. Y esto duró poco y no estuvo despro-visto de beneficios.

Hoy somos una región autónoma, hoy nos gobernamos a nosotros mismosen lo local. Hoy nuestra bandera flota al lado de la «americana» y se le rindenlos mismos honores que a ella. Que la querramos sola y no en compañía de la«americana» no quiere decir que seamos colonia. Colonia es una palabra; nonos asusten las palabras. No nos dejemos engañar por las palabras. Vamosa desechar un complejo de inferioridad que nos agobia. Si no podemos seráguilas, ni leones, nada nos impide ser aunque sea pitirres.

Nosotros todavía somos dependientes, como lo fuimos siempre, pero nonos vamos a morir por eso. Si fueran a considerarse colonias y a sentirsehumillados todos los países dependientes, pocos países quedarían realmentelibres. Nosotros tenemos una vieja civilización, poseemos una gran lengua,tenemos aptitud e inteligencia. Vamos a seguir mejorando nuestra situación,incluyendo la política; tratemos de mantener nuestra personalidad y de ser

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cada día más dueños de lo nuestro. Miremos siempre hacia adelante, buscandoel progreso, pero sin olvidar nuestro pasado, que es el que nos da madera,la fibra, la fuerza para ser algo por nuestra propia cuenta.

Como ya hemos apuntado antes, una derivación de este sentimiento deque somos colonia, sentimiento que tienen hasta algunos autonomistas estado-libristas, electores del Partido Popular, y que es uno de los caballos de batallade los partidos de la oposición, tanto del anexionista como del separatista,es que tienden unos y otros—y con ello no hay duda que se ayudan gruposde ideas supuestamente irreconciliables—a considerar como iguales condicio-nes, por no ser coloniales, la estadidad (fusión) y la independencia. Con estono hay duda posible que quienes se benefician son los anexionistas, que quie-nes pierden terreno y razón son los separatistas, pues tienden a dar razón alque—interesadamente—declara que antes que colonia mejor es ser Estadofederado. El independentista que tal dice se expone a verse un día Estado, conlas puertas cerradas definitivamente para la soberanía—como aquel que sesuicida por miedo a la muerte, por evitar la posibilidad de morirse—, estásacándole las castañas del fuego a sus verdaderos adversarios.

Tan grave error sólo puede producirlo una verdadera ofuscación. Para elque realmente quiere conservar la personalidad puertorriqueña y, más tardeo más temprano conseguir la completa soberanía (independencia), aun lacolonia, y aun mucho peor que ésta (si se puede decir que lo sea), siquieradeja las puertas abiertas; con la colonia hay siquiera esperanza, a menos queno se decrete que tal condición es de por sí incurable, mientras que la estadidades la muerte definitiva de tales esperanzas. No hay, no puede haber compa-ración. La estadidad es la fusión definitiva con los EE. UU., la disolucióndentro de ellos, la dependencia para siempre.

Y la autonomía dentro del E. L. A., aun tachándola de parcialmente colo-nial, no hay duda que deja las puertas abiertas, puesto que no las cierra, paramayores libertades, incluso la libertad final, definitiva, suprema.

La actitud de estadistas e independentistas, y aun de algunos estadoli-bristas, que consideran que aún hay colonia, y que el E. L. A. no es unasolución, se debe en parte a la fuerza de la costumbre, según la cual los dosstatus únicos y aceptables, por ser contrarios y definitivos, son la estadidad(fusión) y la independencia (separación). Y al así pensar (sentir, mejor dicho),en realidad se unen contra el E. L. A., como ya dijimos, y quienes se bene-fician de la confusión son los anexionistas y los que se perjudican los indepen-dentistas y autonomistas.

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LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

Hay aquí un grave error de dialéctica: confunden estos últimos el deseocon la realidad. Tal parece que más que una buena solución que esté deacuerdo con sus íntimos sentimientos regionalistas, lo que quieren es sim-plemente una solución—cualquiera—inmediata.

Dicen continuamente—esto no puede seguir así, hay que hacer algo—. Si se-les pregunta qué se debe hacer, qué proponen, no saben (en su fuero interno,piensan en seguida en Luis Muñoz Marín para resolver el problema o sueñancon un nuevo gran líder que lo resuelva a su gusto).

Si se les dice que lo que hay que hacer por ahora es sencillamente lo que1

se está haciendo: mantener la autonomía y mejorarla, saber esperar, perono pasivamente, sino con esperanza siempre, con confianza propia, no estánconformes. Tal parece que lo importante es hacer cualquier cosa, aunque seacontraproducente. Me recuerdan esas enfermedades que no matan y a vecesni siquiera acortan la vida, pero para las cuales no tiene remedio segurotodavía la Medicina; el paciente no acepta la opinión del experto que es elmédico, no se resigna a esperar que aparezca (como puede muy bien aparecer)un nuevo remedio curativo eficaz, no acepta adaptarse a su enfermedad sindejar de vivir en la misma actividad útil que de costumbre, y prefiere ensayarel primer método que le proponga un curandero.

Creo que en esto tienen razón los líderes estadolibristas, que dicen que nohay por oué sujetarse, al menos por ahora, a estrictamente las dos mismassoluciones que siempre se han propuesto. Creo como ellos que hay que enea'rarse a nuestros problemas con más serenidad, más espíritu crítico, con métodos más objetivos, sin que por eso perdamos ideales y sentimientos. Creoque hay que saber esperar y que hay que disponerse a trabajar, a trabajartodos, y no estar siempre pendientes de que nos caiga del cielo un líder extraor-dinario que todo lo resuelva.

7. PUERTO RICO ANTE LOS OJOS DE HISPANOAMÉRICA.

Aun sin salir de Puerto Rico, sabe uno que este país presenta a los ojos deHispanoamérica imágenes contradictorias. Los que de allá nos visitan, unasveces esperan encontrar aquí un país completamente asimilado por los EE. UU.que sólo habla inglés y que no recuerda ya sus antiguas costumbres españolas,y otras, una nación en perpetua agitación nacionalista, antinorteamericana

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hasta el tuétano de los huesos. Y siempre quedan defraudados, pues no en-cuentran aquí ni una cosa ni la otra.

Tal equivocación se debe, naturalmente, a que sólo conocen la realidadpuertorriqueña a través de información interesada, o por impresiones y deduc-ciones erróneas fundadas en antiguas opiniones. Lo mismo sucede con elnorteamericano: llega aquí con la certeza de que el pueblo puertorriqueño,casi por unanimidad, aspira a ser un Estado de la unión norteamericana, y en-cuentra que ese pueblo vota consistentemente contra la estadidad.

En uno y otro caso, el del hispano y el del norteamericano, el cuadroque presenta Puerto Rico—cuadro de regionalismo y de proamericanismo, deconservación del idioma y de aprendizaje del inglés—es causa de perplejidad,cosa que no debe extrañarnos si pensamos que el mismo puertorriqueño—y porlas mismas causas—le da trabajo explicárselo a sí mismo.

Aquí, la costumbre de pensar con slogans, clisés y frases hechas, mayor-mente tomadas del siglo pasado, la poca tendencia a profundizar y la muchaa pensar superficialmente, la tentación de lo fácil, son causa de que el pueblosepa muy poco de sus propios asuntos. Esto no quiere decir que no hayasabido resolver sus problemas o que no acierte a encontrar su camino—que nosepa votar, como se dice, por ejemplo—, sino que no sabe explicar lo que porinstinto tan acertadamente hace. Actuamos por instinto, por un hasta ahoracertero instinto, pero no tenemos conocimiento intelectual de nuestros pro-blemas. En cuanto entramos a discutirlo, caemos en seguida en la discusiónpartidista o en la repetición de frases hechas.

Sea de ello lo que fuere, es el caso que los puertorriqueños, como grupo,ni son profundamente americanos ni profundamente antiamericanos; son pro-fundamente puertorriqueños, pero sin estridencias; conservan su idioma, peroaprenden el inglés. En realidad, responden los puertorriqueños a dos impera-tivos: el de mantenerse puertorriqueños y el de conservar el acceso al mercadonorteamericano para no perder el bienestar material que ello nos asegura, doscosas que constituyen, como ya se dijo, los fundamentos básicos de la políticapuertorriqueña.

Conservan su idioma y lo cultivan: se enseña en español en las escuelasy se produce una abundante literatura española—cuento, novela, teatro, poe-sía—, pero aprenden inglés porque les conviene; por eso se enseña inglés,mucho inglés, en las escuelas.

Conservan sus costumbres hasta cuando llevan muchos años viviendo enlos EE, UU. Allí, en Nueva York, están las autoridades poniendo signos en

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español a las calles. Conservan su cocina típica: hay canciones puertorriqueñas(en español, naturalmente) en que se mencionan prácticamente todos nuestrosplatos típicos. Las hay también en que se detallan por su nombre todosnuestros pueblos. Las hay—más aún—donde se alude a la unión, a la frater-nidad que existe entre todos nosotros, a la ausencia de prejuicio racial. Comose verá por mi Diccionario de temas regionalistas en la poesía puertorriqueña(1961), nuestra poesía es altamente regionalista y aún patriótica. No hay cosanuestra que en ella no se haya celebrado.

Pero al mismo tiempo, el país, en su mayoría, es proamericano. En otraépoca había en Puerto Rico mucho antiamericanismo, producido por el estadode colonia de mala clase en cfue se nos tenía, por los desplantes de malosgobernadores americanos aquí y de indiscretos políticos americanos en elcontinente, por la miseria y el hambre, y al otro lado, existía también unsector tan proamericano que resultaba absurdo y despreciable—el poeta Llo-réns Torres le puso el nombre de pitiyanqui—.

Hoy hay menos pitiyanquismo, al mismo tiempo que menos antiamerica-nismo; hoy hay más, mucho más proamericanismo de buena ley, esto es, jus-tificado por el buen trato y las mejores condiciones económicas, y sin servi-lismos indignos. Y aquí viene la paradoja: hoy, que hay más proamericanismo,hoy hay más que nunca puertorriqueñismo, un puertoiriqueñismo menos estri-dente y más callado, pero, por ello mismo, más firme, más estable y más-generalizado; en realidad, quizá prácticamente unánime.

Cuando en otra época—del 32 al 40, principalmente—maltrataba a uno la;policía por desplegar una bandera puertorriqueña, hoy esa bandera flota orgu-llosa al lado de la de los EE. UU.; cuando en otra época—antes del 40—aimuchos de nosotros nos repugnaba saludar el himno de los EE. UU., hoy,,porque se toca también el nuestro, lo hacemos sin disgusto.

Con más gusto lo haría la mayoría si las circunstancias nos permitieran-saludar al nuestro sólo y si flotara en nuestra fortaleza la bandera nuestra«Ella sola» (palabras de un poeta), pero no existiendo esas circunstancias, nosadaptamos a la realidad.

De tal modo es verdad lo que vengo diciendo que en los últimos años la-política de un país profundamente regionalista, de un país que con condi-ciones económicas propias favorables creo que sería en su inmensa mayoría se-paratista, ha consistido principalmente el evitar una soberanía que se nos ha que-rido imponer como un castigo, con el mal deseo de que con ella suframos las con-secuencias de nuestra pequenez y pobreza; otra paradoja que no pueden

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comprender nuestros hermanos, para quienes, de acuerdo con su antiguolirismo, pero lirismo acompañado de grandes extensiones territoriales y desuelos y subsuelos ricos, uno debe querer ser libre de por sí, aunque sea paramorirse, aunque sea para no tener dignidad.

Dijo Luis Muñoz Rivera, hombre que todo lo vio, a quien no escapabanada, que Puerto Rico sería «americano» de una sola manera: por el agrade-cimiento y nunca por la fuerza.

Y ese es el proamericanismo que hoy tenemos en Puerto Rico: el justi-ficado por el buen trato, por la palabra cortés, por la concesión de libertades,el respeto a nuestro idioma, costumbres y bandera, proamericanismo que, den-tro de tal contexto, no significa menos puertorriqueñismo, sino más.

8. CUADRO FINAL: PRONÓSTICOS Y REFLEXIONES.

Ya discutido, aunque de manera tan esquemática y sucinta, el problemade Puerto Rico, sus orígenes y su desarrollo, ya estudiados el progreso y lasituación del país y la? vicisitudes de lo que he llamado su política exterior,de la cual tanto depende su política de lo anterior, y aprobada ya una ley deplebiscito fijando la fecha de esta consulta al pueblo para mediados del añoa punto de empezar, terminemos con unas reflexiones y unos pronósticos.

Repasemos primero, de acuerdo con lo expuesto en las páginas anteriores,las distintas ideologías políticas de los puertorriqueños, las cuales, por aermucho más numerosas que los partidos organizados, tienen todas partidariosen cada uno de ellos, situación que es la causa de la confusión y que, portanto, dificulta grandemente el análisis:

1) Los independentistas puros.2) Los anti-independentistas puros.3) Los estadistas puros (por «mística» o por cálculo).4) Los estadistas por anti-independentistas.5) Los antiestadistas puros.6) Los autonomistas puros.7) Los autonomistas por anti-independentistas.o) Los autonomistas por antiestadistas.En cuanto al «plebiscito», se trata, en realidad, de un referéndum, de una

consulta al pueblo sin ninguna clase de compromiso por parte del Congreso«americano» (como aquí llamamos a los estadounidenses). El Congreso «ame-

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ricano», en tales casos, no se compromete nunca de antemano (en ese casose podría hablar de plebiscito), cosa que no tiene mayor importancia ni parala independencia (que se puede pedir y se puede conceder o verse obligadoa dar en cualquier momento), ni para la autonomía actual (E. L. A.) que yaexiste, que ya está concedida o, mejor dicho, pactada. Tal compromiso tendríaimportancia en cuanto a dar o conceder una cosa que no está, una cosa queno se puede dar, conceder, o conferir, ni a la ligera ni por las malas, y que unavez concedida, no es reversible y cancelable: la estadidad federada.

El Congreso no se compromete, luego la consulta pierde ya gran parte dela única importancia que podría tener, que sería el determinar, con miras afacilitarle el camino, si hay en Puerto Rico una mayoría favorable a laestadidad federada (fusión definitiva, irrevocable, con los EE. UU.). El líderdel Partido Independentista Puertorriqueño (P. I. P.), doctor Concepción deGracia, ya ha calificado el tal «plebiscito», de «concurso de simpatía a lacañona».

Ya entre 1932 y 1940, estando en el poder la Coalición de los PartidosRepublicano y Socialista, ambos con la estadidad en su programa, pedía eltal plebiscito al Partido Liberal, desde la oposición, y se negaban ellos (segu-ros de que perdían), alegando el licenciado Bolívar Pagan, Presidente delPartido Socialista, que no se trataba de un verdadero plebiscito, en que deantemano se hubiese comprometido al Congreso a conceder lo que decidierannuestros electores y que, por tanto, no valía la pena molestarse.

Ya han declarado los distintos grupos independentistas que no acudirána las urnas: alegan que es una farsa colonial, que ya se sabe el resultado deantemano, que es una treta o engaño de Luis Muñoz Marín, y así por el estilo.El M. P. I. (Movimiento Pro Independencia) añade que el problema políticode Puerto Rico no ha de decidirse aquí, sino en las Naciones Unidas.

Ya he tratado de explicar los sentimientos que mueven a estos grupos,pero añadiré algo. En primer lugar, creo un error no concurrir (a menosque no sea que estén seguros de salir muy mal y prefieran que no se sepacuan pocos seguidores tienen), pues creo que conviene que se sepa que, pocoso muchos (y creo que son más que bastantes para detener la estadidad), hayseparatistas en Puerto Rico, máxime cuando un voto suyo tiene mucha másfuerza antiestadista que uno por la autonomía, siendo este referéndum mayor-mente eso, una consulta en cuanto al número de estadistas y antiestadistas. Alno concurrir a las urnas habrá quien crea y alegue que son demasiado pocos

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los separatistas, y no creo que la duda y la confusión consiguientes ayudenen nada su gestión.

En segundo lugar, no creo que convenga a esa gestión ni que sea lógicoen una democracia el supeditar el sentir de un pueblo expresado en los comi-cios a la voluntad de un organismo internacional. Entiéndase bien que nocritico el hacer gestiones cerca de las Naciones Unidas, sino el poner en susmanos una decisión que primero que a nadie toca al mismo pueblo puerto-rriqueño. Hay que recordar que por encima de lo que ellas decidan podríapronunciarse este pueblo, y que en tal caso, tendrían ellas obligatoriamenteque ceder ante esa voluntad, con lo cual otra vez quedaría malparada lagestión independentista. Creo yo que hay que demostrar primero—cosa fácil,precisamente, mediante este referéndum—que hay aquí voluntad separatista,máxime cuando no es tanto el separatismo que se necesita para detener laestadidad. Esa es la gran diferencia entre esta última solución y la indepen-dencia: que ésta no requiere tantos seguidores y hasta nos puede ser conferidaen contra de nuestro gusto, mientras que la segunda requiere o unanimidad(esto es, la previa completa asimilación o «americanización») o, al menos, queno haya separatismo, y ni se la podemos imponer nosotros al Congreso ni elCongreso a nosotros, cosa esta última que de suceder podría acarrearles ungrave problema a los EE. UU.

Si concurrieran los grupos independentistas a las urnas, nadie sabe cuántoselectores del Partido Popular, y hasta del mismo Partido Estadista, se uniríana ellos. Al no concurrir, no sólo votarán por el E. L. A. los electores indepen-dentistas del Partido Popular, sino muchos separatistas dispersos, miembrosde todos los grupos, por no debilitar la autonomía como dique poderoso contrala estadidad, y si bien ésta quedará de todos modos mal parada, no se tendráuna idea clara de qué parte del sentimiento antiestadista llega hasta el separa-tismo, y la duda sólo perjudicará a este último y no a estadistas y a auto-nomistas.

Alegan los separatistas que el referéndum no será una votación verdadera-mente libre mientras ejerzan aquí los EE.UU. la soberanía; para que fueralibre habría que suspender esa autoridad. Pero tales cosas no son posibles:si los EE. UU. declaran libre a Puerto Rico por el tiempo que duren las elec-ciones, eso no cambia nada, en tanto queden aquí sus intereses, sus empleados,sus soldados y marinos. Y de retirar bandera, soldados y marinos—que es loque se podía retirar antes de la independencia—, eso poca cosa cambiaría, sise quedaban dinero, empleados, etc. De modo que el referéndum, de tener

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lugar, ha de ser en las condiciones presentes, y dentro de ellas, no existiendoel íraude, no veo por qué cada uno no pueda expresar libremente su prefe-rencia ni qué daño pueda hacerle a la gestión independentista el que aparezcanmuchos votos separatistas.

En el Partido Estadista no hay seguridad aún en cuanto a si acude o noa las urnas como colectividad—hay distintos bandos y distintas opiniones—,y ello mismo demuestra debilidad y temor a quedar malparado. Como ellosmismos lo dicen y como le parece a todo el mundo, si va a las urnas,siempre perderá con el E. L. A. por grandes mayorías, no tanto y no sóloporque el Partido Popular, sólido bajo el lideralo de Luis Muñoz Marín,sea una máquina poderosa, sino porque, como se ha visto ya en páginas ante-riores, todo concurre a su favor y, principalmente, la voluntad ya declaradadel país en favor de la autonomía y, específicamente, en contra de la fusión.Si no va, el resultado será peor y no podrá alegar que sean suyos los electoresque no concurran: por la misma naturaleza de las cosas, eso sólo lo podráalegar el partido de la mayoría, pues elector que no se exprese en contradel E. L. A. podrá muy bien suponerse que si no la acepta decididamente, porlo menos la tolera: quien calla otorga. Esto es así porque la oposición escontra el E. L. A., específicamente contra el E. L. A., ya que los líderes deambos partidos de la oposición se llaman mutuamente para combatirla y em-plean los mismos argumentos: que es un engaño, que no se ha votado nuncaespecíficamente por él, que no es un status, que la votación debe ser exclusiva-mente entre estadidad e independencia. Si la oposición, pues, es contrael E. L. A. y lleva pocos votos, es lógico suponer que los que no votaronaprueban el estado actual. Yo creo que en eso hay mucha «política» (o seaque no se están diciendo las verdaderas razones) y que si se les ofreciera lavotación, como dicen que la quieren, sólo entre estadidad e independencia,también la rechazaría el grupo separatista, porqus podría muy bien sacarmuchos menos votos de los que se supone, y el otro porque, aun con mayoría,no aparecería con suficiente fuerza para que se hablara en serio de estadidad.

Es claro que tal votación—entre estadidad e independencia exclusivamen-te—no es hoy posible, pues sería privar a los electores de la solución, defini-tiva o no, provisional o no, que hasta este momento parece tener la mayorfuerza de todas, y que mejor cuadra, por ahora, al menos, a los intereses delos mismos «americanos», solución que es la más fácil, porque es la que está,la probada, la que mejor resultado les ha dado y menos en evidencia les ponea los ojos del mundo. Sería también un ir abiertamente contra el partido que

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tiene una abrumadora mayoría en el electorado, contra la voluntad—hasta hoyla única bastante claramente expresada—de los puertorriqueños. La oposicióndice que se opone a ella, y es natural: es el único verdadero adversario quetienen.

Pero aún admitiendo que, contrario a la ley acabada de aprobar, tuvieralugar el referéndum con la exclusión de la fórmula E. L. A., no podrían estarseguros los estadistas de ganarlo. En tal situación, o se abstendrían los popu-lares de concurrir o votarían contra la estadidad. En el primer caso, la escasavotación no tendría gran valor, no probaría nada, y los votos no emitidos sesupondrían contra la estadidad, y ésta aparecería con muy poca fuerza. En elsegundo, sería la cosa peor, pues perderían hasta contra el separatismo, apare-cerían muchos más votos separatistas, y ya dijimos que uno de ello tienemucho más valor antiesiadisia que dos autonomistas.

Con lo dicho quedan ya hechos mis propósitos en cuanto al resultado del«plebiscito». Por si fuera poco, leo en El Mundo (periódico estadista) los titu-lares: «Creen Plebiscito Dividirá el P. E. R.» (Partido Estadista Republicano),«Temen Boicot P. E. R. Afecte Lucha por Estadidad», debajo de los cuales,desue Washington, P. U. I. explica que «No hay razón por la cual la estadidadtenga que ser considerada en el Congreso. En Puerto Rico no parece haber undeseo abrumador a favor de la estadidad», «el proyecto de estadidad murióen el Congreso sin siquiera someterlo», añadiendo que la Comisión del Status(nombrado por el Presidente y con mayoría continental) «arrojó poca o nin-guna luz sobre la situación», «rehusó adoptar posiciones en lo tocante a laIndependencia, el E. A. L., o la Estadidad». Era natural: no podía la tal Comi-sión ignorar los problemas que hay, la diferencia de opinión que hay ni loshechos fundamentales de nuestra política que en estos párrafos he dicho; tam-poco podía ni favorecer, ni proponer una de las tres fórmulas, ni eliminar laautonómica (E. L. A.), como lo quieren las minorías, todas juntas, menos quela mayoría sólo podía—que fue lo que hizo—pintar un cuadro de la situación.

Y como ya dijimos, este referéndum es fundamentalmente uno entre laestadidad y la antiestadidad o antiestadismo (neologismo puertoriqueño), ya base de lo ya expresado por los electores y de los hechos fundamentalesde la situación, la evidencia actual favorece claramente la segunda, no podíaocultarlo la Comisión, y así casi demostraba en la práctica que no hace faltatal «plebiscito», que, en realidad, se sabe de antemano el resultado; que, enrealidad, la no estadidad se impone desde todos los puntos de vista. Sin em-bargo, tampoco podía la Comisión declararse abiertamente contra la estadidad,

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pues aparte de ser la solución propuesta por el partido más fuerte de la oposi-ción, es la que halaga (aunque no les convenga) los oídos de los electorescontinentales.

A última hora, el distinguido líder estadista, licenciado Santos P. Amadeo,ha impugnado ante las Cortes (de justicia) la ley del plebiscito. Sin entraren sus alegaciones, materia para esas Cortes de justicia, ni pronosticar la suerteque en ellas corra la impugnación, consistente con lo dicho en las páginasanteriores, aseguro que, al no traer ningún cambio en los factores fundamen-tales de nuestra política, la impugnación, victoriosa o no, nada cambiará encuanto al statu presente: si no tuviera lugar por ahora el referéndum, con ma-yor razón se quedaba el E. L. A.

La estadidad en sí, «hasta donde puede alcanzar la vida y visión de estageneración», la veo, pues, muy lejana, si acaso posible, por la razones yadichas y porque, con más educación y más gobierno propio; mas se afirmaen nosotros la propia personalidad, la costumbre de gobernarnos a nosotrosmismos, la confianza en el porvenir, la seguridad en la propia determinación.No me parece que milite en favor de la fusión con los EE. UU. la crecientepujanza de la literatura (española) puertorriqueña: han aparecido reciente-mente grandes antologías de la poesía y el cuento puertorriqueños y hay ya unteatro puertorriqueño. Por otra parte, ya como nación, y así lo proclamamosa diario (palabra que antes apenas empleaban los grupos nacionalistas, es hoyde uso general). Con más proamericanismo de buena ley, mejor dicho, con uncoamericanismo práctico, está coindidiendo un mayor (más extenso, másgeneral) puertorriqueñismo.

Muy lejos, repito, veo la estadidad. Aparte de lo dicho en el capítulo 2 deesta segunda parte y de lo que más adelante se dirá citando a Kal Wagen-heim, hay que recordar que existen aún nacionalistas amenazando con laviolencia armada, que están aún en la cárcel muchos de ellos, frescos aún susataques a tiros al Congreso y al mismo Presidente de los EE. UU., que elM. P. I. prosigue su campaña cerca de las Naciones Unidas, que las logiasmasónicas independentistas siguen la suya cerca de las logias masónicas ibero-americanas, que siguen ejerciendo su influencia las repúblicas iberoamericanasy Rusia y que la sola inercia favorece el status quo, lo que está, lo que esconocido, aquello por lo que se ha luchado durante setenta años.

Estamos empezando la mayoría de los puertorriqueños a pensar con firmezacomo tales: en otras palabras, aunque sea cada día mayor el número de losque sabemos tragarnos la amarga pildora del turismo, de la industrialización,

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de la dependencia, es cada día también mayor la determinación de perseverar,de mantenerse, de «descolonizarse».

Sabemos lo mucho que se ha ganado: tenemos, pues, más experienciay, por tanto, más confianza. Va decayendo el sentimiento de inferioridad segúnvamos conociendo las inferioridades ajenas y viviendo nuestros propios éxitosen el arte (tenemos ya grandes artistas en el extranjero), en el deporte ípordemás brillamos ya, con tan poco territorio, en el campo internacional), enla política (hombres nuestros brillan y se hacen oír en el hemisferio), etc.

A propósito de estos pronósticos en cuanto a ia estadidad, deseo llamarla atención hacia el artículo de Kal Wagenheim, titulado «A "Practica!" Solu-tion to Puerto Rico's Political Status Dilemma», publicado en el San JuanReview, en septiembre de este año de 1966, porque confirma mis argumentosy predicciones y porque mis compatriotas suelen dar mucho crédito a lo (¡uediga alguien de afuera y, especialmente, si es «americano», aunque lo que digasea sencilla conclusión, o sencillo hecho al cual pueda cualquiera llegar por unsimple razonamiento.

Dice: «Mientras haya un movimiento independentisla en Puerto Rico, lasposibilidades de la estadidad parecen oscuras (cuando unos cuantos naciona-listas puertorriqueños armados tirotearon el Congreso de los EE. UU. va-rios años atrás, e hirieron varios legisladores, probablemente atrasaron lacausa de la estadidad por varias décadas. No es inconcebible que se repita talataque si ardientes independentistas creyeran que la estadidad es una amenazainminente. Aun protestas pacíficas proclamando "yanqui, vete", serían sufi-cientes para decidir a muchos legisladores estadounidenses a no favorecer laadmisión de Puerto Rico a la Unión)».

«En cuanto a la Comunidad «"Commowealth"), ahora favorecida por cer-ca del 60 por 100 de los electores, se puede interpretar de varias maneras.Puede significar que el 60 por 100 de los puertorriqueños quieren: 1) unarelación permanente con los EE. UU., o 2) que no quieren una relación de-masiado estrecha, porque si la quisieran han psdido siempre votar por la esta-didad. Por tanto, es difícil de decir, con certeza, si la comunidad es una acep-tación o un cortés rechazo de una a la larga asimilación cultural y económicaa los EE. UU. En realidad, parece tener algo de ambos...» Yo qus soy puer-torriqueño y que conozco mi país, y sobre todo a sus clases intelectuales, séque para ellos, que están en gran mayoría en el partido de la mayoría, elE. L. A. es lo segundo, «un cortés rechazo de una a la larga asimilación cul-tural y económica a los EE. UU.», y sé que el pueblo, aunque no les com-

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prenda bien, sigue a esas clases intelectuales, dentro de las cuales está el lide-rato del país.

El autor pasa a reconocer la política intervencionista de los EE. UU. entodas partes del mundo, alude a su gigantesca lucha contra el comunismo, ysobre todo con China y Rusia, y al peligro de verse envuelta la nación engigantescos conflictos armados, posibilidades todas éstas aterradoras paraPuerto Rico, que habría de seguir a los «americanos». Concluye el autor porpreguntarse (y así hemos debido preguntárnoslo nosotros mismos desde el prin-cipio) si en realidad son los EE. UU. nuestra mejor selección para socio, si nosería mejor que nos buscáramos otro.

Por desgracia, no llegan al público en general, por estar en inglés y enuna revista que sale una sola vez por semana, opiniones como ésta, con lascuales pudieran los puertorriqueños aprender a mirar objetivamente el proble-ma, con lo cual sólo ya estarían pensando como puertorriqueños, y no comopartidarios de un solo partido o como visionarios o como «americanos».

De todos modos, yo no soy (y no quiero ser) pesimista. Creo que vamosaprendiendo, y aprendiendo a esperar con calma, pero no pasivamente, sinodespiertos, activamente.

No me parece, entonces, que se sostenga todavía la aserción de que «hayque salvar a Puerto Rico bajo cualquier status», pues Puerto Rico no es sóloun número de puertorriqueños dispersos por el mundo o diluidos en el océanohumano universal; Puerto Rico es un grupo unido de puertorriqueños en supropia tierra; no se pueden salvar por separado sin dejar de ser Puerto Rico;salvar a Puerto Rico es salvar juntas las dos cosas.

Aceptar cualquier status no es salvarse, sino resignarse, porque no hayaya otro camino posible, es someterse al infortunio y no evitarlo. Lo que sequiere decir en realidad, lo que se está ya haciendo, es salvar a Puerto Ricodesde ahora con este status (el E. L. A.) para poder pretender a la última libe-ración, es preservar el milagro de Puerto Rico que se ha ido haciendo durantecuatro siglos y medio de existencia y de lucha contra todos los imposibles.

Al esperar, pero sabiendo lo que hacemos, sabiendo lo que esperamos, de-bemos recordar que hay que contar con la suerte, con las incógnitas, las cualesno tienen por fuerza que ser adversas. Como dice Ross (obra cit.), con ellas sepudo hacer la industrialización que se ha hecho, mejorar lo que se ha mejo-rado, adquirir experiencia y confianza. Esperemos, pues, despiertos, desde unabuena posición (la mejor que se pueda), la oportunidad, la ocasión que es

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necesario esperar que llegue, con la cual debemos contar, aunque no lleguenunca.

Nadie puede estar seguro de la suerte que han de correr los EE. UU.:podrán ser cada día más fuertes y poderosos, podrán (en muchas, muchísimasgeneraciones) desembarazarse de sus luchas raciales, de sus prejuicios, de suprovincialismo (Wagenheim), podrán constituir una segundad para nosotros yhasta una garantía para todo el mundo—lo dudo—, pero podrá ser... Podrállevarlos su política exterior a un desenlace catastrófico, o la violencia dentrode sus fronteras a graves situaciones y hasta a la guerra civil—espero queno, pero no es una imposibilidad; la bonanza y el éxito de un siglo no tienenque ser por fuerza garantía de la misma suerte o habilidad en el futuro—.

No sabemos. Pero sabemos que nos conviene no estar obligados a seguirlosen lo último, pues no podemos estar seguros de lo primero. Hay. pues, quedejar las puertas abiertas. Esa ha de ser la esencial de nuestra política exterior,máxime cuando se perfile en el horizonte un mundo hispanoamericano (unade las incógnitas con que hay que contar) que, siendo ya rico y extenso ydonde podíamos caber y desenvolvernos perfectamente bien los puertorrique-ños, puede constituir mañana un mundo poderoso por el peso que pueda teneren nuestro planeta.

Hay que pensarlo mucho antea de dar el paso definitivo de fundirse parasiempre con un mundo con el cual apenas estamos empezando a entendernos(sólo desde el 1950) y que se enfrenta a problemas tan graves que pueden sig-nificar hasta su destrucción, y de abandonar para siempre un mundo del cualsomos por naturaleza parte y el cual no sólo no tiene los problemas gravesque tiene el otro, sino que posee las condiciones esenciales básicas para serquizá en el futuro no sólo el más poderoso, sino hasta el mejor de los mundos.Tal es el dilema de estos hijos de Cervantes y del Quijote que viven agarradosa esta isla de 9.600 kilómetros cuadrados desde el año de 1506, más de unsiglo antes de que se fundara en el Norte la primera colonia inglesa.

Como decía Luis Muñoz Rivera, hemos hoy de «luchar hasta donde alcan-cen nuestras fuerzas» para luego «luchar hasta donde alcance nuestra vista».Pero, como decía también Muñoz Rivera, «si nuestros románticos no despier-tan, Puerto Rico no se salva». «Vivimos fuera de la realidad. Lo sacrificamostodo a un sentimiento vago, a una simpatía infantil..,» Nos empeñamos «encrear situaciones imposibles,.., en generar ensueños y dar forma a livianosespejismos». «Ahí vamos en perpetuo sueño cuando debíamos marchar enperpetua acción, sufriendo que el adversario que no lo sueña nos haga sin

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cesar la ley,...» «Desdichado país en que aún cuelan ciertos absurdos, si sevisten con el traje del deseo o se pintan con el matiz de la ilusión».

En otras palabras, y trasladando esto a los tiempos que corren, no es conla manía estadista (fusionista) de un grupo, ni con las simpatías comunistasde otro, por suerte más reducido, ni con el lirismo indigenista de algunos, nicon el antiespañolismo o el infantil antiamericanismo de otros, ni con el anti-muñocismo de todos, ni con complejos de ninguna clase, que vamos a ganar elbienestar de Puerto Rico, incluso la soberanía, sino con un conocimiento cabalde nuestro pasado, de nuestros problemas, con voluntad y con paciencia.

Y esto que digo de Puerto Rico se le puede aplicar a todo el mundo his-pánico, incluyendo a la propia nación española.

DR. S. ARANA-SOTO,

De la Academia Puertorriqueña de la Historia,De la Academia de Artes y Ciencias,

Del Instituto Puertorriqueño de Cultura Hispánica.

GLOSARIO

Americano. Así llamamos en Puerto Rico a los estadounidenses.Anexionista. Partidario de la anexión a los EE. UU.Antimuñocista. Opositor o enemigo de Luis Muñoz Rivera (antimuñozriverista)

y / o de Luis Muñoz Marín (antimuñozmarinista).Antimuñozmarinista. V. Antimuñocista.Antimuñozriverista. V. Antimuñocista.Autonomista. Defensor de la autonomía.Estadidad. Condición de estado federado dentro de la Unión americana

(EE. UU.).EsCadista. Defensor de la estadidad federada para Puerto Rico y / o miembro

del Partido Estadista Republicano (P. E. R.).E. L. A. Estado Libre Asociado de Puerto Rico.Estado Libre Asociado (E. L. A.). Nombre que tiene la actual relación política

(o modus vivendi) de P. R. con los EE. UU.; forma de autonomía bastanteamplia.

Estadolibrista. Partidario del Estado Libre Asociado.Fusionista. V. Estadista. Partido de la fusión con los EE. UU. mediante la

estadidad federada.

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Page 60: (El problema de Puerto Rico.) SEGUNDA PARTE · 2015. 3. 11. · LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO (El problema de Puerto Rico.) SEGUNDA PARTE 1. CUADRO ACTUAL DE PUERTO RICO: QUEJAS

LA POLÍTICA EXTERIOR DE PUERTO RICO

Independentisía. Separatista. Defensor de la independencia de P. R.M. P. I. V. Movimiento Pro Independencia.Movimiento Pro Independencia (M. P. I.). Grupo de independentistas, disiden-

tes del Partido Independentista Puertorriqueño (P. I. P.), los cuales noconcurren a elecciones.

Muñocista. Partidario de Luis Muñoz Rivera o de Luis Muñoz Marín, quevotaba o que vota fundamentalmente por esa persona y no tanto por idealeso partidos. V. Antimuñocismo.

Nacionalista. Miembro del Partido Nacionalista, el cual propone la consecuciónde la independencia de P. R. mediante la «acción directa» (revolución,violencia).

P. E. R. Partido Estadista Republicano.P. I. P. Partido Independentista Puertorriqueño.P. P. D. Partido Popular Democrático.Partido Estadista Republicano. Propulsor de la fusión con los EE. TJU. me-

diante el estado federado dentro de la Unión. Sucesor del Partido Repu-blicano.

Partido Independentista Puertorriqueño (P. 1. P.).Partido Nacionalista Puertorriqueño. Propulsor de la independencia de P. R.

mediante la revolución («acción directa»).Partido Popular Democrático (P. P. D.). El partido en el poder desde 1940,

propulsor de la autonomía bajo la fórmula de Estado Libre Asociado(E. L. A.).

Partido Republicano. Defensor de la fusión con los EE. UU. desde 1903. Afi-liado al partido del mismo nombre de los EE. UU. Su núcleo central eraproamericano sin condiciones, anexionista, fusionista. Ahora se llama Par-tido Estadista Republicano.

Pitiyanqui. Así llamó el poeta Lloréns Torres al republicano (véase) incondi-cional de los EE. UU., que sólo veía en ellos y en la fusión con ellos vir-tudes y bienandanzas; en realidad, maniático de lo «americano».

Republicano. Miembro del antiguo Partido Republicano o del actual PartidoEstadista Republicano (P. E. R.). Es algo más que estadista (véase): espitiyanqui (véase).

Separatista. V. Independentista. Desea la independencia de P. R., su separaciónde los EE. UU.

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