el protectorado espanol en marruecos

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Dirección de Manuel Aragón Reyes Edición y coordinación de Manuel Gahete Jurado Colabora Fatiha Benlabbah

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El Protectorado Espanol En Marruecos

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  • Direccin de Manuel Aragn Reyes

    Edicin y coordinacin de Manuel Gahete Jurado

    Colabora Fatiha Benlabbah

  • Este libro se encadena, ampliando su dimensin informativa, con la pgina web www.lahistoriatrascendida.es

  • El Protectorado espaol

    en Marruecos: la historia trascendida

    Volumen I

    Direccin de Manuel Aragn ReyesEdicin y coordinacin de Manuel Gahete Jurado

    Colabora Fatiha Benlabbah

    Ignacio Snchez Galn / Saad Dine El Otmani / Manuel Garca-Margallo Marfil Manuel Aragn Reyes / Jos Manuel Prez-Prendes Muoz-Arraco

    Antonio Manuel Carrasco Gonzlez / Jess Albert Saluea / Youssef Akmir Mimoun Aziza / Sergio Barce Gallardo / Mohammed Dahiri / Bernab Lpez Garca Rafael Domnguez Rodrguez / Vctor Morales Lezcano / Irene Gonzlez Gonzlez

    Francisco Javier Martnez Antonio / Germn Snchez Arroyo

  • Direccin editorialManuel Aragn Reyes

    Edicin y coordinacinManuel Gahete Jurado

    ColaboracinFatiha Benlabbah

    Coordinacin editorialMontse Barb Capdevila

    DiseoEna Cardenal de la Nuez

    Fotocomposicin y fotomecnicaCromotex

    ImpresinTf. Artes Grficas

    EncuadernacinRamos

    EditaIberdrola. Plaza Euskadi, 5 48009 Bilbao

    de la edicin: Iberdrola de los textos: sus autores

    Todos los derechos reservados. Sin la autorizacin expresa del titular de los derechos, queda prohibida cualquier utilizacin del contenido de esta publicacin, que incluye la reproduccin, modificacin, registro, copia, explotacin, distribucin, comunicacin, transmisin, envo, reutilizacin, edicin,

    tratamiento u otra utilizacin total o parcial en cualquier modo, medio o formato de esta publicacin.

    ISBN: 978-84-695-8254-1Depsito legal: BI-888-2013

    Impreso en Espaa /

    Agradecimientos a las siguientes personas e instituciones / !Jess Albert Saluea, Mariano Bertuchi Alcaide, Mara Jos Carballo Antelo,

    Paloma Castellanos Mira, Mohammed Dahiri, Ana de la Fuente Gonzlez, Boughaled El Attar, Luis Esteban Laguardia, Augusto Ferrer-Dalmau Nieto, Bernab Lpez Garca,

    familia Martnez-Simancas, Pilar Mohedano Torralbo, Luisa Mora Villarejo, Juan Pando Despierto, Almudena Quintana Arranz, Antonio Rubio Nistal y familia Villalba.

    Archivo General de Ceuta, Archivo General Militar-IHCM, Biblioteca Central Militar-IHCM, Biblioteca de la Escuela de Guerra del Ejrcito, Biblioteca Islmica Flix M Pareja (AECID), Biblioteca Vicente Aleixandre (Instituto Cervantes de Tetun), Cuartel General del Ejrcito,

    Museo del Ejrcito, Museo de Mlaga, Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperacin y Ministerio de la Presidencia.

  • ndice

    pg. 11

    Presentacin

    Ignacio Snchez Galn

    pg. 13

    Reflexiones preliminares

    Marruecos y Espaa: visiones en un siglo de confluenciasSaad Dine El Otmani

    pg. 13

    Por una alianza ambiciosa, duradera y estableJos Manuel Garca-Margallo y Marfil

    pg. 17

    pg. 21

    Introduccin

    Manuel Aragn Reyes

    pg. 33

    La vertiente jurdica

    La penltima duda jurdica espaola Jos Manuel Prez-Prendes Muoz-Arraco

    pg. 35

    El ordenamiento jurdico hispano-marroqu Antonio Manuel Carrasco Gonzlez

    pg. 57

  • pg. 81

    La vertiente socioeconmica y demogrfica

    La economa del Protectorado espaol en Marruecos y su coste para Espaa

    Jess Albert Salueapg. 83

    Marruecos previo a 1912: la injerencia europea entre la exploracin etnolgica y la intervencin colonial

    Youssef Akmirpg. 109

    La sociedad marroqu bajo el Protectorado espaol (1912-1956) Mimoun Aziza

    pg. 127

    La vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache Sergio Barce Gallardo

    pg. 149

    La emigracin espaola a Marruecos: 1836-1956 Mohammed Dahiri

    pg. 175

    Aportacin a la historia demogrfica del Magreb del siglo XX: los espaoles en Marruecos

    Bernab Lpez Garcapg. 197

    El territorio de Marruecos a comienzos del siglo XX Rafael Domnguez Rodrguez

    pg. 261

  • pg. 283

    La vertiente cientfica y educativa

    Expansin espaola, ciencias humanas y experimentales en el norte de Marruecos (1880-1956)

    Vctor Morales Lezcanopg. 285

    Educacin, cultura y ejrcito: aliados de la poltica colonial en el norte de Marruecos

    Irene Gonzlez Gonzlezpg. 341

    En la enfermedad y en la salud: medicina y sanidad espaolas en Marruecos (1906-1956)

    Francisco Javier Martnez Antoniopg. 363

    Socializacin y enseanzas. Recuerdos personales. La religin, huella del Protectorado?

    Germn Snchez Arroyopg. 393

  • 8

  • 10

    Imagen pgina anterior:

    Leadoras todava sin acuerdo

    Al fondo, la puerta de Bab-el-Nuader.

    Vintage de Juan Miguel Pando Barrero, Tetun, mayo de 1949. Legado Pando-Protectorado.

  • IgnacIo Snchez galn 11

    Presentacin

    Ignacio Snchez Galn Presidente de Iberdrola

    Es para m un motivo de satisfaccin presentar esta obra, editada por Iberdrola, que aborda la etapa del Protectorado espaol en Marruecos sus antecedentes, su contexto, su historia y sus consecuencias tras cumplir-se el centenario de la firma del Tratado Hispano-Francs que condujo a su instauracin en 1912.

    La publicacin que el lector tiene en sus manos integra un conjunto de reflexiones sobre este trascendental perodo histrico y lo analiza desde las ms variadas perspectivas: jurdica, poltica, socio-econmica, historiogr-fica, militar y cultural.

    As, trata, entre otros temas, las campaas en Marruecos y la partici-pacin de los marroques en la Guerra Civil espaola, la vida cotidiana del Protectorado, la emigracin espaola, las relaciones exteriores entre ambos pases, as como las huellas arquitectnicas del legado espaol o la influen-cia de Marruecos en las Letras Espaolas.

    Con ello se facilita una exhaustiva visin de lo que supuso este protec-torado sobre territorio marroqu y los acontecimientos que tuvieron lugar hasta su definitiva independencia en 1956, tras la entrega de la Administra-cin al Gobierno de Marruecos.

  • IgnacIo Snchez galn 12

    preSentacIn

    La publicacin se completa con el estudio de la obra que un ilustrado militar, Antonio Garca Prez, dedic a este pas norteafricano, con la que el lector podr adentrarse en los importantes acontecimientos de aquella poca.

    Y todo ello, de la mano de grandes expertos del derecho y de la historia, prestigiosos investigadores, profesores, diplomticos y militares. Me gus-tara agradecer especialmente la colaboracin de los ministros de Asuntos Exteriores y Cooperacin de Espaa y de Marruecos, Jos Manuel Garca-Margallo y Saad Dine El Otmani, respectivamente.

    En definitiva, se trata de una obra nica y excepcional, que llevar al lector a recordar y profundizar en este interesantsimo perodo de la histo-ria hispano-marroqu. Por ello, invito a disfrutar de su lectura y felicito a todos los que, de una manera u otra, han colaborado en esta obra y han he-cho posible su edicin.

  • Saad dIne el otmanI 13

    Reflexiones preliminares

    Marruecos y Espaa:visiones en un siglo de confluencias

    Saad Dine El Otmani Ministro de Asuntos Exteriores y de la Cooperacin de Marruecos

    Sin lugar a dudas, la iniciativa de elaborar una obra para la Conme-moracin del Centenario del Tratado del Protectorado espaol en algunas zonas del Reino de Marruecos es un gesto acadmico de gran valor, digno de alabanza.

    La envergadura cientfica de esta obra se engrandece con la participa-cin de investigadores de los dos pases vecinos, Marruecos y Espaa, para plantear diferentes temas, tanto polticos, econmicos, militares, jurdicos y culturales como sociales, referentes al perodo del Protectorado. De hecho, la eleccin de un magistrado para supervisar este proyecto es, tal vez, una insi-nuacin a la necesidad de abordar los temas histricos con la lgica de la jus-ticia y el rigor cientfico, dado que el avance hacia un futuro comn nos exi-ge arrojar luz sobre los hechos histricos, con sus dolores y esperanzas, con sus luces y sombras, a fin de poder reconciliarnos con el pasado y convertir la realidad de un simple patrimonio que adorna los museos en un capital de civilizacin que nos permite comprender mejor nuestro presente e invertirlo en la edificacin de nuestro futuro conjuntamente, sin exclusin ni negacin.

    Es harto sabido que la influencia y la influenciacin son el secreto de la vida humana, dado que la civilizacin es acumulativa y no permite la

  • Saad dIne el otmanI 14

    reflexIoneS prelImInareS

    ruptura entre tiempos y lugares. Esta tesis se confirma an ms cuando se trata de una zona que constituy un puente entre los continentes y un por-tal abierto a todas las civilizaciones que se dieron en el norte y el sur de la cuenca mediterrnea. De aqu la importancia de que el historiador se des-haga de toda subjetividad, prejuicio o impedimento, con la finalidad de tra-tar la materia histrica con imparcialidad, objetividad y positividad.

    Es cierto que la obra trata de la Conmemoracin del Centenario del Protectorado espaol en Marruecos, sin embargo, es de justicia recordar que los primeros signos del Protectorado, tanto espaol como francs, co-menzaron con la derrota de Marruecos en dos batallas principales, que vienen a ser la de Isli (1844) al este de Marruecos contra Francia y la de Tetun acaecida en el norte de Marruecos en el ao 1860 contra Espaa. Despus de ello, se sucedieron acontecimientos tales como la Conferencia de Madrid que fue organizada por parte de los pases europeos que compe-tan por Marruecos, en el ao 1880; luego la declaracin de Espaa en 1881 del Protectorado sobre las costas del sur de Marruecos, desde Bojador hasta Cabo Blanco; despus, la ocupacin de Dajla en el ao 1884 y el Tratado de 1904 entre Francia y Espaa para la delimitacin de las zonas de influen-cia a lo largo de las costas del sur del Reino; llegando a la Conferencia de Algeciras en el ao 1906 que priv a Marruecos de algunos constituyentes de su soberana, sobre todo a nivel de sus puertos, hasta la imposicin del Protectorado en el ao 1912, dejando la ciudad de Tnger como zona inter-nacional dotada de un estatuto legal exclusivo.

    Hay que arrojar luz sobre este perodo histrico para revelar todos los aspectos que an ignoramos. En esta seccin, a los historiadores les aguar-da una tarea colosal que consiste en la autentificacin de los manuscri-tos y el desempolvo de los documentos de archivo, tanto en formato pa-pel como audiovisual, y ello no debera regirse por ninguna otra regla que la de la epistemologa crtica en el planteamiento de todas las cuestiones, incluyendo la implicacin de los marroques en la Guerra Civil Espao-la ( 1936- 1939), los excesos de la Guerra del Rif, los sucesos de la Batalla de Annual (1921) y otras cuestiones que podran ser objeto de discrepancia en-tre los polticos y que, sin embargo, los historiadores tendran que someter a la investigacin y el anlisis.

    No obstante, la historia compartida entre los dos pases no se limita a la poca del Protectorado, sino que se extiende en la Historia llevndonos hasta la presencia arabo-musulmana en Espaa, que se prolongaba duran-te ocho siglos y que rebosaba de contribuciones en el mbito cultural, lite-rario, filosfico, cientfico y arquitectnico. La Alhambra de Granada no

  • Saad dIne el otmanI 15

    reflexIoneS prelImInareS

    es sino uno de los testimonios sobre aquella civilizacin tolerante carac-terizada por la convivencia de las tres religiones en una harmona inusual en aquel perodo histrico. Adems, los apellidos de las familias moriscas migradas forzosamente a Marruecos siguen siendo una evidencia de los fuertes lazos sociales entre ambos pases. Si quisiramos rastrear estos ape-llidos, hallaremos decenas de ellos; evocaremos aqu las familias Torres, Molina, Mulato, Kelito, Vengero, Aragn, Toledano, Vargas, Brisha, Belin-da, Al Mandri, Eshbaily, Qurtubi, Garnat, Andaluc y muchos otros. La mayora de estas familias fueron expulsadas forzosamente a raz de la deci-sin del rey Felipe III en el ao 1609.

    Del mismo modo, el aspecto cultural se impone fuertemente en lo co-mn entre nosotros, ya sea a travs de la poesa, la literatura y la msica an-daluza o por medio del lenguaje, antao y hogao. Los diccionarios de la lengua espaola abundan en trminos de origen rabe que llegan a unas cuatro mil cuatrocientas palabras. Asimismo, alrededor de seis millones de ciudadanos marroques hablan el espaol hoy en da. De igual forma, hay una importante comunidad marroqu en Espaa y otra espaola en Ma-rruecos. Todo esto constituye el conjunto de elementos de fuerza que debe-mos invertir en una estrategia de asociacin de civilizaciones que transmite la esperanza en un mundo posible donde reinen los valores de convivencia, paz y tolerancia con el otro, a pesar de toda discrepancia con sus opiniones, creencias o cultura.

    La franqueza histrica es el camino de la reconciliacin con la memo-ria. En efecto, nuestra lectura objetiva, cientfica y positiva del pasado nos permitir establecer sobre este rico y compartido patrimonio una base s-lida para la construccin de unas relaciones consolidadas de cooperacin tanto en el presente como en el futuro.

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  • JoS manuel garca-margallo y marfIl 17

    Reflexiones preliminares

    Por una alianza ambiciosa, duradera y estable

    Jos Manuel Garca-Margallo y Marfil Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperacin de Espaa

    La historia compartida a ambos lados del Estrecho de Gibraltar el Yebel Tareq, la geografa, la economa, los desafos transnacionales o los movimientos humanos abocan a Marruecos y a Espaa a un entendimien-to creciente, que debe sustentarse en un mayor y ms intenso conocimiento del otro, asumiendo nuestras diferencias como algo enriquecedor y supe-rando recelos anacrnicos que han ensombrecido las relaciones bilaterales durante demasiado tiempo, en lo que el estudioso Bernab Lpez llama la Historia contra toda lgica entre nuestros dos pases.

    No cabe duda de que las diferencias han sido tradicionalmente profundas. El viajero, espa, cientfico y aventurero barcelons Domingo Bada, ms cono-cido como Ali Bey, describe en un prrafo inicial de sus memorias la impresin que le sobrevino al cruzar en 1803 de Tarifa a Tnger en barco:

    La sensacin que experimenta el hombre que por primera vez hace esta cor-ta travesa no puede compararse sino al efecto de un sueo. Al pasar en tan breve espacio de tiempo a un mundo absolutamente nuevo y sin la ms remota semejan-za con el que acaba de dejar, se halla realmente como transportado a otro planeta.

    Quien haya hecho esa travesa no puede dejar de compartir esta sensa-cin mgica, aunque la convergencia de la realidad econmica, social y cul-

  • JoS manuel garca-margallo y marfIl 18

    reflexIoneS prelImInareS

    tural, tan antigua como evidente, entre Marruecos, Espaa y Europa est contribuyendo a acercarnos y unirnos, respetando por supuesto las particu-laridades de nuestras respectivas culturas.

    Basta un ejemplo elocuente para ilustrar ese vnculo: la existencia mile-naria del adouat al Andalus o barrio andalus en Fez, as llamado tras haber sido poblado por gentes que procedan de Andaluca. Esa misma herman-dad cultural se evidencia en tres torres famosas que se inspiran en idnticos patrones arquitectnicos: la Qutuba de Marrakech, la Giralda de Sevilla y la Tour Hassan de Rabat.

    Es cierto que el descubrimiento de Amrica coloca a las tierras recin descubiertas en el primer plano de actualidad de entonces, pero ello no sig-nifica que Espaa se olvide de Marruecos, como lo demuestra el Tratado de Marrakech, firmado por Carlos III y Mohamed III en 1767.

    En 1912, en un contexto heredado del colonialismo europeo en frica, una Espaa, sumida todava en la estela de la llamada crisis del 98, asumi la tarea de administrar una parte de Marruecos bajo forma de protectorado. Este Protectorado, de cuyo inicio se acaban de cumplir cien aos, se exten-di en el tiempo hasta la independencia de Marruecos en 1956.

    Esta prolongada y reciente hermandad en tensin, como es denomi-nada por el profesor Mateo Dieste, se ha transformado hoy en una relacin de acercamiento, armonizacin e incluso complicidad, en cuya urdimbre desempea un papel fundamental el especialsimo y fraternal vnculo exis-tente entre ambas Coronas.

    La solidaridad de Espaa con el progreso y la modernizacin de Ma-rruecos se ha encarnado, durante los ltimos aos, en una Ayuda Oficial al Desarrollo, en unos crditos concesionales y en programas de conversin de deuda por inversiones pblicas y privadas, que ascienden a varios cientos de millones de euros.

    La presencia en nuestro territorio de ms de ochocientos mil ciudadanos marroques, plenamente integrados en la sociedad espaola, y la existencia en Marruecos de unos cinco millones de hispanohablantes son sin duda un acti-vo de primer orden, un elemento humano que, por encima de divergencias de opinin, constituye un acicate para profundizar an ms en nuestras relaciones.

    Tambin la creciente implantacin de empresas espaolas en Marrue-cos se configura como un factor que impulsa la necesidad compartida de consolidar una alianza ambiciosa, duradera y estable.

    Espaa y Marruecos se saben as mismo, por decirlo con palabras de Ortega y Gasset, un canto rodado del Mediterrneo, pulido durante trein-ta siglos por el riente mar.

  • JoS manuel garca-margallo y marfIl 19

    reflexIoneS prelImInareS

    No podemos olvidar adems la importancia de las relaciones de Ma-rruecos con la Unin Europea, que siempre han gozado del apoyo de Es-paa. La profundizacin de estas relaciones es sin duda un objetivo estra-tgico de primera importancia para ambos y al que Espaa dedica una atencin muy relevante.

    El libro que presenta Iberdrola, bajo la sabia direccin de Manuel Ara-gn Reyes, es un valioso aporte al descubrimiento y conocimiento de las luces y las sombras de un periodo complejo y rico en el que el destino de Espaa y Marruecos se entrecruza bajo la forma jurdica y poltica del Pro-tectorado, una frmula hija de una poca histrica muy determinada.

    El acierto de esta obra es doble. Uno, por el tiempo de su aparicin, al cumplirse una cifra tan sealada como el centenario y, en segundo lugar, por el enfoque multidisciplinar que recorre los diferentes estudios que la componen y que permite ver este periodo desde pticas complementarias. El elemento militar, el jurdico-administrativo, el econmico o el cultural, entre otros, son aproximaciones a un fenmeno complejo, que permitirn al lector acercarse de manera general a esa poca y a sus realizaciones.

    Adems, la presencia entre los autores de los diferentes ensayos que componen la obra de estudiosos espaoles y marroques enriquece an ms si cabe el valor de este libro que el lector tiene entre sus manos.

    Estoy convencido de que iniciativas como esta de Iberdrola contribuyen eficazmente a que dos vecinos tan prximos como somos Espaa y Ma-rruecos, con tantos elementos en comn, conozcamos mejor nuestro pa-sado compartido y continuemos edificando un proyecto de acercamiento profundo que beneficie a nuestros respectivos pueblos. Que podamos en definitiva acercarnos a lo que el embajador Alfonso de la Serna llam el lejano Magreb de ah enfrente.

    Ese ha sido y es mi empeo al frente del Ministerio de Asuntos Exte-riores y Cooperacin, el que me ha llevado a Marruecos desde primera hora en varias ocasiones y el que me une, lo s, con mi colega y buen amigo Saad Dine El Otmani.

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  • Captulo I

    t t u l o

    Introduccin

    Manuel Aragn Reyes

  • manuel aragn reyeS 23

    1. Objetivo y estructura del libro

    La idea de realizar este libro surgi el pasado ao con motivo de cum-plirse el centenario de la instauracin formal del Protectorado de Espaa en Marruecos por el Convenio franco-espaol de 27 de noviembre de 1912. Es cierto que aos atrs ya se haban suscrito dos Convenios Internacio-nales hispano-franceses (de 3 de octubre de 1904 y de 1 de septiembre de 1905, este ltimo complementario del anterior) que tenan por objeto reco-nocer la influencia de Espaa en diversas zonas del territorio de Marrue-cos. Sin embargo, tales convenios, por su propia naturaleza y su limitada eficacia, no pueden ser tomados como actos productores del nacimiento del Protectorado.

    El Protectorado solo nace, en trminos jurdicos, como antes ya se ha dicho, mediante el Convenio de 27 de noviembre de 1912, que fue el resul-tado de la Conferencia Internacional de Algeciras celebrada en los primeros meses de 1906 y que reuni, bajo la presidencia del duque de Almodvar, a los representantes de los pases ms directamente implicados en los desti-nos de frica (Francia, Inglaterra, Alemania, Espaa, Blgica, Italia, Ma-rruecos, Austria-Hungra, Portugal, Rusia y los Estados Unidos de Amri-ca). All se acord el Acta de Algeciras de 7 de abril de 1906, que estableca, como principios, los de la soberana de Marruecos, la unidad del Imperio jerifiano y la libertad de comercio en la zona, pero determinando la inje-rencia extranjera, en forma de protectorado, sobre ese territorio, quedando como pases protectores de Marruecos, por sus intereses geogrficos, estra-tgicos e histricos, Francia y Espaa, con el deber, ante el mundo, de conseguir el desarrollo poltico, econmico, social y cultural del pas prote-gido para, una vez alcanzado, devolverle su independencia. La delimitacin precisamente de las respectivas zonas de tutela y por ello la instauracin del Protectorado espaol, de su organizacin interna y de los cometidos que se le atribuan fue precisamente lo que se concret en el citado Convenio fran-co-espaol de 27 de noviembre de 1912.

    Ese dato, el centenario de la instauracin formal, por s solo ya haca plausible la conmemoracin, pero lo que, en realidad, prestaba validez a una obra ambiciosa como la presente es el hecho de que resultaba muy oportuno aprovechar el dato para realizar un estudio cuyo objeto, el Pro-tectorado, bien lo mereca, por la indudable importancia que tuvo, y tiene, para Espaa y Marruecos y para las relaciones entre los dos pases; por la carencia, hasta ahora, de una reflexin global y multidisciplinar sobre el mismo, pese al amplio nmero de publicaciones sectoriales (sobre materias

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    IntroduccIn

    concretas o con concretos enfoques) a que ha dado lugar, muchos de ellos, desde luego, excelentes; y, en fin, porque el siglo ya transcurrido desde la instauracin del Protectorado y el ms de medio siglo desde su finalizacin (la independencia se adquiri mediante la Declaracin conjunta Hispano-Marroqu de 7 de abril de 1956, aunque la presencia pblica espaola en el territorio de lo que fue el Protectorado se extendi hasta el 31 de agosto de 1961, fecha en que, acabado un proceso de transicin ordenada, las tropas espaolas abandonaron aquel territorio, como con buen tino seala Julin Martnez-Simancas en su excelente eplogo al libro) prestaban la suficiente lejana histrica para acometer una reflexin que evitase los subjetivismos y, por ello, la parcialidad.

    Con tal propsito, se decidi que la obra a realizar debera tener, como principales caractersticas, tres: a) ser un estudio histrico global (lo que no quiere decir, claro est, completamente exhaustivo, pretensin temera-ria por su imposible consecucin) y, por ello, abordada de manera colectiva e interdisciplinar; b) ser ms una reflexin que una investigacin cientfica y, por ello, ms encaminada a la divulgacin (al pblico en general, dira-mos hoy) que a la erudicin, sin merma del alto valor de los estudios, co-rrespondiente con la reconocida solvencia de sus autores; c) ser una obra en la que estn juntos autores marroques y espaoles. Esas eran, pues, las l-neas maestras del libro proyectado, que se han seguido fielmente en el pro-ceso de elaboracin.

    De ese modo, los estudios que se contienen en el libro examinan el Protectorado a travs de diferentes perspectivas, que se corresponden con los diversos captulos en que la obra ha quedado estructurada, que tratan, consecutivamente, de las vertientes jurdica, histrico-poltica, militar, so-cioeconmica y demogrfica, cultural e historiogrfica, cientfica y educati-va, y literaria; con un captulo ltimo, de muy especial significacin, dedica-do al examen de la obra sobre Marruecos elaborada en el primer tercio del siglo XX por un militar ilustrado: Antonio Garca Prez. El libro se comple-ta con una presentacin de Ignacio Snchez Galn, unas reflexiones preli-minares del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperacin de Marruecos y del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperacin de Espaa, una in-troduccin a mi cargo y un eplogo de Julin Martnez-Simancas. Y junto a la obra escrita, o mejor dicho editada en papel, esto es, junto al libro, se ha elaborado una pgina web (www.lahistoriatrascendida.es) que contiene, ade-ms de diversos datos biogrficos de los autores del libro, una amplia y va-riada bibliografa y documentacin, incluyendo textos, mapas, fotografas y dems fuentes de conocimiento relativas al Protectorado. Dicha informacin

  • manuel aragn reyeS 25

    IntroduccIn

    se presenta, as, no solo como un complemento extraordinariamente valioso de la obra, sino, ms an, como parte muy esencial de la misma.

    El fruto de la amplia participacin de autores, que han alcanzado el nmero de cincuenta y siete, correspondiente con la tambin amplia diver-sidad de enfoques temticos, ha sido, finalmente, un libro de ms de mil pginas, distribuidas en tres volmenes. A ello se suma, como antes ya se advirti, una extensa y rica documentacin grfica, literaria e iconogrfica incluida en la pgina web.

    Una tarea tan compleja, una obra de estas caractersticas, solo ha sido posible gracias a las valiosas ayudas que ha recibido y de las que procede dejar constancia. En primer lugar la generosa colaboracin institucional de Iberdrola y personal de su presidente, Ignacio Snchez Galn, que no es, por cierto, la primera vez que patrocinan estudios e investigaciones en ma-terias jurdicas y sociales. En segundo lugar el aliento constante de Julin Martnez-Simancas, autntico impulsor y cuidador de este libro (mucho ms que quien figura como director). En tercer lugar la inteligente y esfor-zada labor de Manuel Gahete, como coordinador y editor de la obra, cuyo trabajo ha sido impagable. En cuarto lugar la eficaz y decisiva actuacin de Fatiha Benlabbah para hacer posible la amplia presencia intelectual marro-qu en este libro. En quinto lugar (quinto en orden pero prevalente en m-rito) el sabio trabajo de los autores de los estudios, conminados, adems, a realizarlos en tiempo breve, todos ellos reconocidos especialistas en sus ma-terias, que son los que, con su colaboracin, prestan al libro una autntica importancia. Finalmente el tiempo dedicado y la capacidad desplegada por Montse Barb para la ordenacin y seguimiento del proceso de preparacin y composicin de la obra y por Ena Cardenal de la Nuez para la elabora-cin del diseo del libro y la pgina web.

    2. Los modos y formas de entender el pasado.

    Una mirada plural sobre el Protectorado

    La breve descripcin que antes se hizo acerca del objetivo y contenido de la presente obra no es suficiente, creo, para comprender lo que con ella se ha pretendido lograr. Antes he apuntado que se ha querido realizar una historia global. Y ahora me corresponde explicar lo que entiendo por ello, dejando claro, ante todo, que no empleo el trmino en el sentido de histo-ria universal, por supuesto, ya que el objeto que aqu se trata es un tiempo y espacio concretos, sino en el de comprensivo de las diversas facetas que ese objeto presenta.

  • manuel aragn reyeS 26

    IntroduccIn

    La historia, como se sabe, es una disciplina que contiene, a su vez, dis-tintas especialidades, aunque el historiador de fuste es siempre aquel que es capaz de englobar en su investigacin las distintas vertientes sobre las que el saber histrico se proyecta. Esa mirada ampliamente abarcadora y comprensiva es la que cabra denominar, en una primera acepcin, historia global, cuyo progreso intelectual se cimenta, necesariamente, en investiga-ciones histricas especializadas, pero cuyo acierto requiere de una atinada finura para la percepcin total del pasado, o de un determinado pasado.

    Pero ese pasado no puede ser enteramente percibido, creo, sin la cola-boracin tambin que puedan prestar determinados intelectuales que no son historiadores profesionales, sino que se dedican a otras artes u otros saberes, sin perjuicio de que al pensar sobre el pasado en sus respectivas materias estn realizando tambin, a su modo, una reflexin histrica. Es-critores, juristas, economistas, militares, mdicos, diplomticos, periodis-tas, socilogos, crticos de arte, de cine, de literatura, por citar solo algunos ejemplos (muy pertinentes, por lo dems, en lo que al Protectorado se refie-re), aportan as sus miradas a unos acontecimientos, a un tiempo y espa-cio histrico, determinados que resultan muy fructferas para entender lo que pas y por qu paso. Esta amalgama de tan variados enfoques, esta indagacin protagonizada intelectualmente por los historiadores, pero no solo por ello, es lo que puede dar un resultando de historia global, tomado ya este trmino en una segunda acepcin, que es, ciertamente, la que ha orientado la realizacin del presente libro, en el que se intenta reflexionar sobre la compleja realidad del Protectorado, es decir, sobre la totalidad del mismo en sus mltiples facetas (jurdica, militar, poltica, sociolgica, etc.).

    Historia global significa por ello, al mismo tiempo, historia total, algo muy difcil de hacer individualmente, pero no tanto si se acomete como una labor colectiva e interdisciplinar. Debe advertirse, sin embargo, que este li-bro no ha pretendido realizar, en un sentido exacto o al menos acadmi-co, esa historia total del Protectorado (que ello queda para investigaciones histricas de mucho ms calado y de ms larga elaboracin), ni tampoco presentarse (lo que es parecido pero no igual) como una obra exhaustiva, sino que aspira a ser algo ms modesto (pero no carente de ambicin): una aproximacin a dicha visin global o comprensiva del Protectorado. Y la forma divulgadora que, sin merma de su rigor, los estudios presentan, ms de ensayos que de trabajos de estricta investigacin cientfica, facilita, sin duda, tal aproximacin.

    John H. Elliot, en su reciente y esplndido libro Haciendo historia, nos alerta (pg. 13) sobre el sentido ltimo de la tarea del historiador. Y as dir:

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    IntroduccIn

    Creo que la teora es menos importante para escribir buena historia que la capacidad de introducirse con imaginacin en la vida de la sociedad remota en el tiempo o el espacio y elaborar una explicacin convincente de por qu sus habitan-tes pensaron y se comportaron como lo hicieron.

    Pues bien, sin negar que hacer (escribir) esa buena historia es cometido, en primer lugar, de los profesionales que a ello se dedican, y depende de la ca-pacidad que tengan para elaborar sobre el pasado una explicacin convin-cente, las palabras de Elliot pueden servir tambin para entender a esa bue-na historia no solo como actividad intelectual a realizar, sino como resultado que obtiene el destinatario de aquella actividad, el lector, de modo que el ma-terial que se le ofrezca le permita introducirse con imaginacin en el pe-riodo histrico estudiado y forjarse una explicacin convincente del mismo.

    En ese sentido se acenta la conveniencia del pluralismo como mtodo en los estudios histricos, con la finalidad de ofrecer al lector una amalga-ma de perspectivas que le permitan lograr esa comprensin global y equi-librada, es decir, lo ms objetiva posible sobre los hechos a que los estudios se refieren. En nuestro libro tal pluralismo es evidente. En primer lugar, en cuanto a la nacionalidad de los autores, pues las reflexiones sobre el Protec-torado espaol en Marruecos se realizan por estudiosos de las dos naciones concernidas: Marruecos y Espaa; en segundo lugar en cuanto a los histo-riadores especialistas, contndose con historiadores del derecho, de la mili-cia, de la economa, de la poltica, de la cultura, de la literatura, de las artes, etc.; en tercer lugar en cuanto a la colaboracin entre historiadores y otros profesionales expertos en las materias con incidencia en el Protectorado.

    De ese modo, el libro pone en manos del lector una serie de estudios que le permiten obtener una comprensin razonable sobre el Protectorado, al ofrecerle no solo una pluralidad de enfoques, nacionales y sectoria-les, sino tambin una pluralidad de valoraciones sobre la accin espaola en aquel territorio. Esto ltimo me parece que debe destacarse porque presta al libro un especial inters o, ms an, lo dota de una especial virtud: el lec-tor podr constatar que en l se encuentran valoraciones bien distintas sobre esa accin espaola, sobre sus facetas positivas y negativas. Pero tales valora-ciones, como no poda ser de otra manera dada la calidad intelectual de sus autores, nunca proceden del prejuicio o el arbitrio, sino de una slida fun-damentacin. Solo como consecuencia de ese pluralismo valorativo, de esa diversidad, legtima, de enjuiciamientos, puede ofrecrsele al lector la opor-tunidad de forjarse con objetividad su propio criterio, es decir, su compren-sin razonable del relato. Pues justamente eso es lo que este libro pretenda y ojal que se haya conseguido.

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    IntroduccIn

    3. La accin de Espaa en Marruecos:

    el Protectorado entre el pasado y el presente

    Como es bien sabido, la presencia espaola en frica, y especialmente en el territorio de lo que despus ser el Protectorado, se remonta a muchos aos antes de que el Protectorado se instaurara. Este libro no ha querido extenderse al examen de la totalidad de aquella presencia (aunque en al-gunos de los trabajos que lo integran se aluda a ella para enmarcar el tema tratado) sino que se ha limitado, para evitar la dispersin de su objetivo, al estudio del Protectorado, espacio y tiempo en que la presencia espaola adquiri unas especiales connotaciones. La ms genuina e interesante me parece que es la jurdica, al reconocerse la coexistencia, en el mismo terri-torio (esa era la esencia del Protectorado), de dos autoridades (marroqu y espaola), de dos organizaciones poltico-administrativas, de una plurali-dad de ordenamientos jurdicos, tanto en materias pblicas como privadas, relacionados por puntos de conexin, basados en la nacionalidad e incluso en la religin, que determinaban la proyeccin sobre la poblacin de orde-namientos privativos en funcin de esas diferencias y que establecan, por ello, una pluralidad no solo de Derechos aplicables, sino tambin de admi-nistraciones de justicia: la justicia cornica para los marroques, la espaola para los espaoles y la sefard para la poblacin israelita.

    Por lo dems, y esa es otra connotacin importante que debe destacar-se, la accin espaola no solo se proyect en el mbito militar, sino tam-bin en el educativo, sanitario, cultural, urbanstico (incluida la creacin de nuevas ciudades y la expansin de las existentes), industrial, mercantil y, en general, en el plano social de las costumbres, de la vida cotidiana. El pro-fuso trfico de personas, mercaderas y noticias entre el Protectorado y la Pennsula cre, adems, unas relaciones de proximidad que dejaron honda impronta tanto en la vida poltica y social espaola como en la marroqu. Hubo, sin duda, una influencia recproca que marc de manera importante un pasado e incluso un futuro.

    Es cierto que la presencia espaola tuvo, como en general ocurre en to-das las situaciones histricas, luces y sombras. Es cierto, tambin, que los acontecimientos blicos (las batallas ganadas y perdidas) adquirieron un especial protagonismo en el relato histrico y, por supuesto, en la opinin pblica de ambos pases; y que ello dej una amplia huella en la milicia es-paola, muy relevante para el transcurso de los acontecimientos internos de nuestra nacin, como la dictadura de Primo de Rivera, la cada de la Mo-narqua, la guerra civil e incluso el rgimen franquista. Pero ni las sombras

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    IntroduccIn

    deben ocultar las luces ni los acontecimientos blicos empaar en exceso las connotaciones sociales, econmicas y culturales del Protectorado, mxi-me cuando la etapa blica solo ocup menos del primer tercio de la vida de este, trascurriendo los ms de dos tercios restantes de la misma en situacin de paz. Esta ltima etapa del Protectorado, tan larga como interesante, re-sulta muchas veces minusvalorada en la imagen histrica que sobre aquel se ha venido proyectando. Pero incluso respecto de aquella primera etapa blica, bien distintas fueron las vivencias de los jefes y oficiales y las de la tropa a su mando. Adems, tampoco todos los militares espaoles afectados por esa etapa fueron africanistas ni estos estuvieron cortados por el mis-mo patrn: junto a militares inexpertos e incapaces los hubo tcnicamente preparados, junto a los de tosca cultura los hubo tambin ilustrados, junto a los que se preocuparon solo por las acciones de guerra los hubo que tam-bin se preocuparon por la organizacin administrativa del territorio y por el desarrollo social de sus habitantes y, en fin, junto a los que actuaron sin honra los hubo tambin que actuaron con admirable heroicidad. Y lo mis-mo cabe decir de los contendientes (marroques y especialmente rifeos) en el otro bando.

    Ni la accin espaola en el Protectorado, creo, puede ser calificada como un colonialismo rapaz y exacerbado (como a veces se ha hecho) ni tampoco como un colonialismo bondadoso (como a veces tambin se ha dicho). Principalmente porque aquella no fue, en sentido estricto, una situacin colonial, pero sobre todo porque la labor de Espaa en aquel te-rritorio no cabe entenderla en trminos absolutos, esto es, como totalmen-te execrable o como completamente benfica. Y es muy difcil negar que s contribuy a una cierta modernizacin administrativa y social de la zona. Que no siempre fuera una accin protectora es algo que entra dentro de lo normal si se abandona el buenismo a la hora de juzgar el pasado. Como, en casi todo, hacer historia de modo equilibrado obliga a huir de las visiones extremas y de las explicaciones simples. Los problemas histricos del Protectorado fueron complejos y su entendimiento, por ello, tambin debe serlo. Como se ha dicho, en frase muy feliz y autorizada, para todo problema complejo hay siempre una solucin simple y equivocada. In medio virtus no es solo un consejo malsano para fomentar la tibieza, sino, sobre todo, una saludable llamada de atencin frente a los radicalismos. Y, desde luego, una razn para sostener la validez del pluralismo interpreta-tivo al objeto de desechar las explicaciones y valoraciones unidirecciona-les. Creo que todo ello debe ser tenido muy en cuenta a la hora de intentar comprender lo que fue, cmo fue y por qu fue el Protectorado.

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    IntroduccIn

    Como debe ser tenido en cuenta que no puede mirarse el pasado con los ojos del presente, juzgarse desde los valores del presente, sino inten-tar comprenderlo desde los puntos de vista de su tiempo, lo que no impide la valoracin, pero s evita la tergiversacin, esto es, el error en la valoracin. Ello, claro est, es tarea difcil, cuyo total cumplimiento quizs sea imposi-ble, pero a la que siempre debe aspirarse, para conseguirla aunque solo sea de modo aproximado. Nuevamente John H. Elliot, en el libro al que antes me refer, nos proporciona enseanzas clarificadoras. Y as dir:

    Intentar aprehender el pasado es tarea escurridiza y todo historiador serio tiene una aguda conciencia de la distancia que separa la aspiracin y el resultado conseguido. El intento de salvar esa distancia es tan estimulante como frustran-te. El estmulo procede del desafo que impone intentar liberarse de las posturas y supuestos previos contemporneos, a la vez que se reconocen las restricciones que imponen. La sensacin, al sumergirse en una poca anterior, de tener al al-cance de la mano a sus habitantes y estar adquiriendo como mnimo una com-prensin parcial de su conducta e intenciones produce una emocin intensa y convierte a la investigacin histrica en una experiencia inmensamente gratifica-dora (Elliot: 2012: 14).

    Precisamente porque esa (no intentar mirar el pasado con los ojos del presente) es una de las mayores dificultades que presenta la indaga-cin histrica, el recurso al pluralismo de enfoques y valoraciones puede ayudar tambin a sortear, en la mayor medida posible, esa dificultad. Por ello, las recomendaciones de Elliot no solo cabe referirlas a los estudiosos del pasado, sino tambin a los destinatarios de esos plurales estudios, en nuestro caso a los lectores de este libro, a los que ofrecemos una diversi-dad de visiones que puedan permitirles aprehender ese pasado, lo que supone, aqu, formarse un criterio equilibrado sobre lo que el Protecto-rado signific.

    Pero cosa distinta a la de la proyeccin del presente en el pasado es la de la proyeccin del pasado en el presente. La reflexin histrica (no tergi-versada, claro est) siempre facilita, al indagar sobre el pasado, enseanzas tiles para el presente. El Excmo. Sr. ministro de Asuntos Exteriores y de la Cooperacin de Marruecos, en su reflexin preliminar a este libro, titu-lada Marruecos y Espaa: visiones en un siglo de confluencias, lo expresa con gran claridad:

    La franqueza histrica es el camino de la reconciliacin con la memoria. En efecto, nuestra lectura objetiva, cientfica y positiva del pasado nos permitir es-tablecer sobre el rico y compartido patrimonio una base slida para la construc-cin de unas relaciones consolidadas de cooperacin tanto en el presente como en el futuro.

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    IntroduccIn

    Y en el mismo sentido se pronuncia el Excmo. Sr. ministro de Asun-tos Exteriores y de Cooperacin de Espaa en la reflexin preliminar que, como su colega marroqu, tambin ha puesto a este libro:

    Estoy convencido de que iniciativas como esta de Iberdrola contribuyen efi-cazmente a que dos vecinos tan prximos como somos Espaa y Marruecos, con tantos elementos en comn, conozcamos mejor nuestro pasado compartido y con-tinuemos edificando un proyecto de acercamiento profundo que beneficie a nues-tros respectivos pueblos.

    Efectivamente, junto a los objetivos ya sealados, nuestro libro ha pre-tendido cumplir tambin este otro: que la reflexin desapasionada, crtica y plural que en l se realiza sobre el Protectorado sea til no solo para que los marroques y los espaoles lo conozcan mejor, sino tambin para fomen-tar las relaciones presentes y futuras entre nuestros dos pases, tan estrecha-mente enlazados por la historia, la geografa y la cultura.

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  • La vertiente jurdica

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    La penltima duda jurdica espaola

    Jos Manuel Prez-Prendes Muoz-Arraco

    1. La duda jurdica en cuanto categora

    La presencia espaola en los procesos coloniales ha tenido siempre un rasgo que la identifica, sea cual sea el tiempo, el lugar y las circunstan-cias en que se dio. Ese rasgo es la duda jurdica. Dudar, desde su mis-ma raz etimolgica, no significa realmente vacilar. Ms bien es manifes-tar una certeza. Hay avatares histricos en los que ningn camino es ms claro que otro. Sana es por tanto la duda, en cuanto somete a juicio y no a emocin la solidez de la decisin tomada en Derecho. Si se aplica a lo que se presenta como lucro o ventaja obtenido con ella, previene sobre la eticidad del primero y la realidad final de la segunda. Si se proyecta so-bre lo que aparece como xito o fracaso de la accin emprendida y/o eje-cutada, ensea la transitoriedad y la posibilidad de la inversin de ambos efectos. Los ordenamientos jurdicos esencialmente carentes de la duda, concebida como un ingrediente de su configuracin, han degenerado en las peores y ms malvadas normativas de Derecho que la Historia cono-ce, como bien se desprende de los lcidos anlisis de Gustav Radbruch, Eberhard Schmidt, Hans Welzel (1971) y Michael Stolleis (1994) entre otros, acerca del Derecho promulgado por el III Reich alemn, quiz uno

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    la vertIente JurdIca

    de los mejores ejemplos acerca de cuntos daos acarrea una ley carente de duda interna alguna sobre su propia licitud.

    Donde se encuentra histricamente por primera vez la presencia de ese tipo de duda es en la colonizacin espaola de Amrica. Colonizacin es-cribo, s, pues colonizacin hubo, pese a que revistiera un tipo especial, como he sealado en otra sede (Prez-Prendes: 1989, 15 y ss.). No cabe ne-garlo argumentando retricas vacas. Y para ello fue preciso primero in-vadir y luego extraer recursos y aculturar y por fin inculturar. Ah, en la hondura y complejidad de esos procesos, tan fciles de bautizar, pero tan difciles de analizar con racionalidad, se aloj la duda indiana, que tanto ha preocupado a los investigadores y mucho ms debiera haber enseado a los polticos. Cmo sostener esos procesos ante la razn tica? La catego-ra duda indiana (entendiendo categora, ya como una de las diez no-ciones aristotlicas abstractas, ya como forma kantiana de conocimiento) fue introducida por Luciano Perea Vicente (1983, 291 y ss.; y 1986, 19 y ss.) en sustitucin de anteriores formulaciones como lucha por la justicia, usada por Lewis Hanke (1949) o tica colonial, aplicada por Joseph Hff-ner (1957) y las sustituye con ventaja, pues la primera resulta demasiado ex-terior y descriptiva y la segunda es contradictoria en s misma.

    Cosa, al tiempo diferente y al tiempo parecida, sucedi con la duda marroqu. Con la implantacin del Protectorado ni se incorporaba Espaa a una accin internacional que cupiera considerar como ntidamente tica, ni se iban a obtener demasiados saldos econmicos y/o polticos favorables, ni se pretenda modificar las races de la cultura invadida. Qu argumen-tos soportaran entonces la demanda a los espaoles de los sacrificios co-rrespondientes? Despus de concluir, en 1956 para la zona norte, ese episo-dio, los ltimos captulos de nuestra historia colonial, en Guinea, Fernando Poo y Shara, volvieron a engendrar la misma vacilacin y an siguen ha-cindolo. En efecto, la pregunta esencial, pero no la nica, que se suscita para cualquier lector de anlisis tan lcidos como el de Jaime Pinis Rubio (2002) era y sigue siendo se descolonizaba o se abandonaba inmisericorde-mente a muchas gentes a un destino previsiblemente perverso?

    A partir de esos casos concretos, nos podemos elevar a un nuevo prin-cipio general del Derecho: el valor de la idea permanente de la duda ju-rdica. Esa regla va mucho ms all de los lmites de un ordenamiento nacional concreto, alcanzando la jerarqua de las regulae iuris romanas y cannicas, que siempre prevalecern en el legado del Derecho universal, sea cual fuere el destino de los ordenamientos jurdicos donde se las cre. Ms concretamente, ese principio resulta ser, ante todo, advertencia y re-

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    la vertIente JurdIca

    fuerzo para la vida del Derecho internacional pblico. En el territorio con-ceptual y ms an en el efectivo de esta rama jurdica existe siempre una dbil coactividad. Ese taln de Aquiles no se elimina, desde luego, con la conciencia de una necesaria dubitabilidad ante los fundamentos y efectos de las decisiones de los Estados.

    Pero no es menos cierto que poseerla y practicarla acta en apoyo de la buena fe real en las decisiones jurdicas que se tomen en el mbito de las relaciones internacionales, espacio donde es muy necesario contar con ella. De hecho, continuadamente se ha intentado mantener su presencia, como se advierte en el captulo I de la Carta de las Naciones Unidas o en la im-portante teorizacin de Mireille Delmas-Marty (2004-2011) sobre la cons-truccin de una comunidad global de naciones. Aadir a las categoras con-figuradoras del Derecho que ha diseado esta autora el valor preventivo de la duda en calidad de rasgo importante es un tpico jurdico, en el sentido que da a la tpica Theodor Viehweg (1997). Ese principio es de origen es-paol, sin que exista chauvinismo ninguno en afirmarlo.

    2. Una iniciativa firme y discreta

    Un cmulo de indicios coincidentes permite sospechar que el plan-teamiento de la duda marroqu surgi como fruto de una iniciativa voluntariamente creada y asumida en el seno de la Residencia de Estu-diantes de Madrid. Al desarrollarse desde 1912 la presencia protectoral es-paola en Marruecos, diriga esa casa (Sanz de La Calzada: 2011) y sus actividades (Garca de Valdeavellano: 1972) el ilustre pedagogo malague-o Alberto Jimnez Fraud (1883-1964), ntido miembro de la ms eleva-da elite intelectual de la Institucin Libre de Enseanza (ILE) cuya actua-cin como tal ha sido estudiada desde diversos puntos de vista por varios autores, agrupados al efecto en un volumen especial donde Alberto Mar-tnez Adell se ha ocupado de la labor editorial (1983). Dadas las faculta-des de Jimnez Fraud en ese cargo y su forma de ejercerlo, tuvo que ser l mismo, y no al contrario, quien sugiriese a Manuel Gonzlez Honto-ria y Fernndez Ladreda (Trubia, 1878-Madrid, 1954, en adelante lo cita-r simplemente como Hontoria) su intervencin sobre el tema dentro del marco de las actividades de la Residencia.

    Si Francisco Vitoria es la figura que mejor simboliza la duda indiana, debe situarse a Hontoria, en un plano anlogo, respecto de la duda ma-rroqu. Desde luego este autor no llegar a tener el eco universal que tuvo el dominico y no es cosa de extraarse por ello. Ambos sometieron a consi-

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    la vertIente JurdIca

    deracin fenmenos muy distintos en su significacin para la Humanidad, como fueron las presencias que tuvo Espaa en Amrica y en una parte de frica. Pero respetados los oportunos factores diferenciadores que es nece-sario tener en cuenta, lo cierto es que ambos desempearon el mismo pa-pel, en parte crtico y en parte constructivo, ante la realidad que estudiaron.

    Fue Hontoria hombre de muy evidente estirpe asturiana, mayor por la va materna que por la paterna. Su padre, Jos Gonzlez Hontoria, era un andaluz asturianizado por su matrimonio con Mara de la Concepcin Fernndez Ladreda y Miranda y su vinculacin profesional a Trubia (Gar-ca de Paredes y Rodrguez de Austria: 1992). Su familia estuvo marcada por un signo poltico conservador moderado y tolerante. Se la percibe como de neto contexto liberal, cuando se la compara con las de otros parientes coetneos suyos. Pinsese en el caso de Jos Mara Fernndez Ladreda y Melndez Valds, qumico notable y artillero de prestigio, vinculado siem-pre a posturas mucho ms radicales de un derechismo extremado. Por el contrario, el soporte de Hontoria para su intervencin en la vida poltica fue su adhesin al ideario liberal de Sagasta, sin que adoptase jams acti-tudes oportunistas de cambio y permaneciendo fiel a ese marco mental, de voluntad y manifestacin durante toda su vida.

    Por esas mismas razones familiares sostuvo una importante relacin con el mundo militar, terrestre y martimo, pero no se defini por ella. Profesionalmente se distingui como diplomtico y pblicamente como poltico. En la primera faceta de esas dos actividades fue secretario de las embajadas espaolas en Pars y Roma, tuvo presencia en la conferencia in-ternacional que se reuni en Algeciras (1906) y en la negociacin del poste-rior tratado hispano-francs de 1912. Sera tambin titular de otros cargos en el Ministerio, llamado entonces de Estado, como subsecretario (1911-1913) y jefe del gabinete del ministro, llegando tambin a ser l mismo mi-nistro de ese ramo durante varios meses en los aos 1921 y 1922 en gobier-nos presididos por Antonio Maura.

    Paralelamente, en la vida poltica alcanz la condicin de diputado por Alicante (Alcoy) en 1913, 1918 y 1919, para desde 1921 adquirir un puesto de senador vitalicio. No hay duda alguna de su actitud pro-monrquica y adems claramente constitucionalista. Fue gentilhombre de cmara de la Casa Real con ejercicio, desde 1909; y, para atender a esa funcin durante los veranos, tom casa, prcticamente medianera con el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Desempe el papel de consejero privado del rey Alfonso XIII y, durante la dictadura del general Franco, continu sindo-lo de su tercer hijo, Juan de Borbn y Battenberg, conde de Barcelona, sin

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    la vertIente JurdIca

    que pudiera desconocer que nunca alcanzara el trono. Por lo que se refiere a su actividad profesional privada actu como abogado de prestigio, traba-jando para la Compaa Espaola de Minas del Rif, S. A., as como para la Casa ducal de Alba y el Banco Hipotecario Espaol (Lacomba-Ruiz: 1990).

    Aunque escribi un detallado Tratado de Derecho Internacional en tres volmenes, publicado en 1928 y reeditado en 1950, y algunas otras impor-tantes monografas sobre historia poltica y diplomtica (especialmente dos tomos de la Historia Universal de Oncken, 1922, adems de algn prlogo y textos ms breves), su obra, editada por la Residencia de Estudiantes, El protectorado francs en Marruecos y sus enseanzas para la accin espaola (en adelante PFM) es quiz la que mejor ha perdurado de entre todas ellas, de-finiendo su propio pensamiento y, desde luego, sus experiencias. Pero no ha sido, que yo sepa, objeto de una valoracin detallada a los efectos que deseo contemplar. As, por ejemplo, Garca de Valdeavellano (1972, 29) menciona este libro de Gonzlez Hontoria, pero no hace mencin estimativa ningu-na sobre l, cosa curiosa dado que el inters que lo movi fue presentar las formas pedaggicas aplicadas por Jimnez Fraud en la Residencia. Quiz el precipitado y memorstico panegrico que inspir ese estudio suyo lo pri-v de la posibilidad de ofrecer un anlisis ms profundo, yendo ms all de una mera acumulacin de datos y adjetivos.

    3. Marco y ambiente intelectual

    Como acabo de sealar, el libro donde Hontoria expuso sus ideas acer-ca del Protectorado marroqu se concluy en 1914, segn l mismo nos in-forma (cfr. nota 1, 330) y apareci en 1915, dentro del programa editorial de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Haba participado en 1914 en las conferencias para los residentes y al ao siguiente se edit su libro en la serie titulada Publicaciones de la Residencia de Estudiantes que hasta ese momento no contaba con muchos volmenes, pero s mostraba un cri-terio de seleccin muy cuidadoso buscando autores de gran calidad y reco-nocida audiencia. Los nombres de Antonio Garca de Solalinde, Eugenio dOrs, Ortega y Gasset, Azorn y Andr Pirro (conocido musiclogo y orga-nista francs, discpulo de Csar Franck y especialista en Johann Sebastian Bach), entonces en el apogeo de sus respectivas famas, componen la breve lista de los autores editados (no me refiero a los materiales de uso interno o no publicados an) donde aparece nuestro autor.

    La inclusin de Hontoria en esa compaa es muestra de la distincin y estima en que se le tena por parte de la autoridad rectora de la casa y del

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    la vertIente JurdIca

    crculo al que esta perteneca. Se le vio, pues, capaz de expresarse sobre el asunto en forma clida y personal, como dice el prospecto que presen-ta las actividades de la Residencia, precisamente en el mismo apartado de Ensayos donde qued incluida la obra de Hontoria. Eso nos lleva a pre-guntarnos el motivo de ese aprecio y no es cosa difcil responder, pues las razones se hacen muy perceptibles, tanto desde la perspectiva de la perso-nalidad del autor como de las formas de actuacin de Jimnez Fraud, en cuanto director de la Residencia.

    Atendiendo en primer lugar a esos factores personales, resalta ensegui-da que por tradicin familiar no quedaba Hontoria muy lejos de los insti-tucionistas, como apunta el hecho de que el elogio necrolgico de su padre en el Congreso de los Diputados se pronunciara por Gumersindo de Az-crate. Por otro lado, en s mismo era una personalidad cuya opinin sobre cuestiones de poltica exterior espaola gozaba entonces de especial aprecio en la vida intelectual en general. As lo prueba que, en 1916, justo al ao si-guiente a la aparicin de su libro, disertase sobre ello en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislacin (puede accederse fcilmente a su texto en el enlace http://biblioteca.universia.net). Contaba tambin mucho, pero ya en particular para la Residencia, el propio talante de Hontoria. Era, en efecto, como ya ha quedado dicho aqu, monrquico y cortesano, adems de activo poltico liberal bajo el liderazgo de Sagasta, pero no era un antiinstitucio-nista al modo descarnado, ya superado entonces, de un Menndez-Pelayo. Por el contrario su caso fue paralelo al de Eduardo de Hinojosa y Naveros, el historiador del Derecho, gran amigo personal y mantenedor de prolonga-dos contactos intelectuales con Francisco Giner de los Ros, sin que por eso dejara de participar en una clara lnea de la vida poltica a la que ni vean con aprecio y menos an militaban en ella los miembros rectores de la ILE.

    Por todo eso escapaba ntida y fcilmente a la tacha de heredero del ambiente poltico de la Restauracin, a la que se refiere Tras de Bes (1934, 328) cuando, precisamente escribiendo sobre el Protectorado de Marruecos, alude a la pusillanimit des hommes dtat de la Restaura-tion (1876-1898). As lo entendieron los dirigentes de la segunda gene-racin de la ILE. Para ellos, mejor que polemizando, se contrarrestaba el impacto social antiinstitucionista generado y difundido por los viejos y trmulos restauracionistas (enemigos declarados de su obra docente o simples asustadizos ante el mero hecho de un cambio crtico, aunque pa-cfico) si se mantenan contactos de colaboracin y respeto con escogidos sucesores de su misma lnea socio-poltica, si eran personas accesibles al dilogo, discrepantes slidos incluso, pero siempre dentro del respeto al

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    la vertIente JurdIca

    diferente, que estuviesen dotadas de un alto nivel intelectual y no adop-tasen la beligerancia como regla irracional.

    En consecuencia, Hontoria encajaba muy bien en la seleccin de maes-tros que poda disear Jimnez Fraud para ejecutar su conocida intencin de mantener continuadamente, en la formacin de los residentes, el grado ms amplio posible de atencin hacia las tradiciones culturales respetable-mente estudiadas (son los casos de Antonio Garca de Solalinde y de Andr Pirro); no menos respecto de las vanguardias, tanto las estticas (Azorn, Eugenio dOrs) como las ensaysticas (Ortega y Gasset); y por fin atendien-do a las innovaciones sociales, polticas y jurdicas ms trascendentes en cada momento para toda la nacin, en este caso aquella de la que Hontoria poda dar cumplida cuenta. Ciertamente, el entonces director de la Resi-dencia buscaba esos objetivos, pero debe tenerse muy en cuenta que nunca elega a cualquiera, por experto que fuese, para hacerlos realidad. Por ese criterio selectivo, cuando Jimnez Fraud, obligado por los hechos llamati-vos de actualidad, hubo de seleccionar entre los protagonistas acreditados en el panorama poltico para hablar e informar a los residentes del tema marroqu, no solo cont para l esa novedad e importancia temtica, sino tanto o ms si cabe el talante del autor elegido para comentarlo.

    Pasando ahora al otro gran factor influyente en el tema, el modo de tra-bajar que siempre usaron los institucionistas en general y Jimnez Fraud en particular, se descubre la existencia de una motivacin adicional, ms pro-funda que el respeto y afinidad en lo personal. Se trata de lo sumamente natural y coherente que era, dados los principios krausistas en los que esta-ban formadas las mentes de aquel dirigente y las de su entorno, que alber-gasen una preocupacin monogrfica concreta, motivada por la irrupcin de la idea de protectorado, para la que no contaban con demasiados ele-mentos en sus arsenales pedaggicos.

    En efecto, es muy cierto que en la Enzyclopdie der Rechtswissenschaft in systematischer Bearbeitung de Heinrich Ahrens (1873-1875), elemento central usado en la formacin de los juristas por parte de la ILE, segn la traduccin y anotaciones de Francisco Giner de los Ros, Gumersindo de Azcrate, Augusto Gonzlez de Linares, Joaqun Costa e Ilirio Guimer (1878-1880), se destina una especial atencin al Derecho internacional p-blico (vol. III, 340 y ss., de esa traduccin). Se le concibe como un elemen-to necesariamente impregnado por una fuerte eticidad, que tiene la misin de fortalecer su debilidad coactiva. Apenas puede el lector avanzar, cuando repasa la exposicin que se hace de sus contenidos, sin encontrar una refe-rencia u otra a ese rasgo de impregnacin tica. De ese modo, por ejemplo

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    se seala como fundamento de esta rama jurdica el conjunto de las rela-ciones ticas de los pueblos (id., 349) y como su efecto externo, la obten-cin de un equilibrio orgnico-dinmico, basado en el organismo tico de los pueblos (id., 351).

    Pero resultaba a su vez que el concepto de protectorado no apareca explcitamente sealado en sus pginas notable es que tampoco aparez-ca usado ms de una vez en el muy posterior tratado internacional de 30 de marzo de 1912, que instituy el sistema de proteccin en Marruecos (cfr., PFM: 24-25). Aunque se pueda sostener que desde antiguo ha existido cierta presencia de la idea en la historia general de los conceptos jurdicos si bien no seran asumibles cientficamente hoy todos los vestigios que han credo encontrar de ella los autores que la han estudiado, especialmen-te decimonnicos, verdad es que ese trmino no contena el concepto de iniciativa colonial encubierta, que solo llegara a presentarse tras la Confe-rencia de Berln de 1884-1885.

    As pues, lisa y llanamente, no exista con ese sentido cuando (1855) apareci la Enzyclopdie en su versin original alemana. En realidad era natural que as fuese. Aunque existiera el trmino protectorado, su con-cepto de pseudo-colonia no figuraba an en las agendas de los gobiernos. No se haba presentado todava como realidad internacional. Tampoco es-taba la idea en el horizonte intelectual de sus traductores y anotadores al publicar su trabajo veintitrs aos ms tarde. Los proyectos de un acuerdo hispano-francs sobre la cuestin marroqu se esbozarn en 1902 y, solo en 1904, el establecido entre Francia e Inglaterra reconocer la presencia espa-ola en ella. Todo eso era pues posterior a la difusin en Espaa de la obra ahrensiana, que no contemplaba los Estados semisoberanos.

    Pese a todo eso, no es menos cierto que los institucionistas no estaban dispuestos a renunciar, ni tenan motivo alguno para hacerlo, a la visin del Derecho internacional pblico contenida en su libro de horas jurdico. All se seala cmo el principio supremo de esa rama del Derecho gene-ra las condiciones para el desarrollo de las culturas de los pueblos (Enci-clopedia: 350). Adems se establece, dentro de la funcin que atribuye a lo que llama Derecho internacional especial, la necesidad de un tratamiento del derecho a la religin de los pueblos (id., 359) que, si bien apunta una cier-ta primaca en favor de la religin cristiana, considerndola elemento civili-zador de culturas diferentes, no por eso deja de reconocer la posibilidad de una convivencia entre religiones distintas. La necesidad de conservar tales ideas explica la tenacidad en manejar ese legado didctico, en cuanto era vlido entonces. Hoy lo sigue siendo y sabemos por eso que sus defensores

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    acertaron. Se engaara quien atribuyera a la teora krausista general del Derecho el papel de una mera ancdota cultural caducada. Antes al con-trario, desde que expuse su visin global (Prez-Prendes: 1994, 348 y ss.) se han multiplicado los estudios acerca de ella, tanto en general (cfr., Enrique Menndez Urea y Pedro lvarez Lzaro, eds.: 1999) como en particular, y concretamente en el campo de Derecho internacional se ha examinado y reconocido la influencia en nuestros das de su proyecto de una federacin de Estados europeos (Querol Fernndez: 2000, 449 y ss.).

    En todo caso lo que no puede desconocerse es que la sensibilidad de Jimnez Fraud no poda dejar de percibir que para el cumplimiento de su ideario tena necesidad de actuar simultneamente sobre dos objetivos muy concretos: actualizar los contenidos de la Enzyclopdie de Ahrens moderni-zando la herencia intelectual krausista en la especfica rama jurdica con-templada y formar en esa modernidad a los residentes, con la conciencia de que la instauracin del Protectorado espaol en Marruecos abra un hori-zonte polivalente donde podran trabajar buena parte de los titulados que salieran de la Residencia. No de otro modo lo obligaba a actuar el precepto iurisnaturalista establecido por Sanz del Ro (1857, 44 y 46):

    La ciencia de las leyes [lase, la Enzyclopdie de Ahrens, traducida por Giner] es la luz, la de los hechos [lase, el protectorado marroqu, en este caso] el movimien-to, aquella es la raz, esta el fruto (...) sobre la ley escrita est el Derecho natural; aquella muda con los tiempos, el Derecho natural queda siempre para defender a los dbiles, los oprimidos, los justos, y condenar eternamente a los fuertes, opreso-res e injustos.

    En mi particular opinin, ese condicionante intelectual y moral, apuntaba claramente a ejecutar una excelente dimensin didctica, im-posible de no ser percibida y aplicada por un espritu tan inteligente y fino como tuvo Jimnez Fraud. Lo que se le ofreca con el tema del pro-tectorado al director de la Residencia era, ante todo, la posibilidad de aplicar a una rabiosa actualidad prctica la idea central de eticidad que el krausismo exiga a toda forma de Derecho nacional recurdese la nocin del fluido tico como alma del Derecho poltico e internacio-nal, defendida por otro notable institucionista (Gonzlez-Posada: II, 48 y ss.). Adanse a eso otros elementos importantes, pero complemen-tarios y favorecedores, que sin duda se albergaron tambin en su nimo, como la vertiente de actualidad poltica e intelectual y el inters para las futuras profesionalidades de los residentes. Percibiremos entonces que se dio un notable conjunto de impulsos explicativos de las razones por las cuales la Residencia de Estudiantes hubo de ser un espacio sensible a re-

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    flexionar acerca del protectorado marroqu que se dispona a ejercer Es-paa. Tomada por su director la decisin de hacerlo, la personalidad de Hontoria y su protagonismo en la gestacin poltica del asunto hicieron muy lgico que se le eligiera para hablar de l.

    4. La forma del anlisis

    Organiza Hontoria sistemticamente el estudio del tema planteado en tres partes, relativas sucesivamente a los antecedentes, especialmente inter-nacionales del Protectorado francs; el ejercicio de su penetracin norteafri-cana bajo la dimensin poltica de actuacin protectora; y, por fin, las pers-pectivas a tener en cuenta para el ejercicio futuro del Protectorado espaol a partir de la experiencia acumulada por los comportamientos internacio-nales, muy especialmente por la relacin franco-espaola y tambin por la observacin de las iniciativas de Francia en la zona marroqu en la que se haba asentado aquel pas. Escribe siempre con un estilo muy fro, con la precisin tcnica de excelente jurista. Su texto, muy conceptualizado y ri-gurossimo con el uso y manifestacin de las fuentes en que se apoya, re-quiere un importante ejercicio de atencin por el lector. Nunca busca poner el tema tocado al alcance de mentes vulgares, lo que implicara vulgarizar-lo, no divulgarlo, que son dimensiones distintas. Intenta que las mentes de sus lectores se eleven sobre un nivel coloquial e impreciso y puedan enten-der lo que quiere decirles sin menoscabo de su esencia.

    5. La intencin central

    Perseguir ahora en estas pginas el objetivo de extraer y mostrar las ideas vertebradoras del juicio determinante que Hontoria posey sobre el Protectorado marroqu. Es importante intentarlo, ya que esas ideas ape-nas son explicitadas en su discurso. Su estilo dialctico prefiere que el lec-tor las deduzca de la pulcra escritura para juristas que ha elegido redactar. Sin duda, para la exposicin directa que realiz en la Residencia, tuvo que disponer de un guion o resumen en el que se perfilara lo esencial que de-seaba transmitir de su libro al auditorio, pues su volumen (trescientas vein-tids pginas) lo haca necesario, pero no conozco nada acerca de la con-servacin de tal sntesis. As las cosas, lo que interesa es extraerla del texto desarrollado que conservamos. En cambio, ni es posible ni interesa resumir aqu los aspectos de contenido concreto de cada una de las tres secciones arriba mencionadas. No es posible, dado que el tecnicismo constante y la abundante relacin de datos con los que Hontoria dej construido su tex-

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    to no permiten resumirlo realmente y un intento de hacerlo solo llevara a cercenar el contenido. No interesa por eso mismo abordar una labor que se satisface mejor con la lectura directa de la obra estudiada.

    Como caba esperar, dados los condicionantes intelectuales arriba ex-puestos, el elemento esencial latente en todo el pensamiento de Hontoria recogido en este libro no es otro que la bsqueda de la eticidad en las ac-tuaciones poltico-jurdicas de las potencias que crearon y aplicaron el sis-tema de protectorado en Marruecos. Seala nuestro autor que esa situa-cin supone para el pas que la recibe sufrir una capitis diminutio tanto en su vida interior como en sus relaciones internacionales (PFM: 25) y lo coloca en una condicin de Estado semisoberano y queda reducido a la condicin de pas sometido (PFM: 31, pero no son las nicas ocasiones en que emplea esas imgenes). A partir de ah la coherencia lleva a Hon-toria a estudiar la eticidad de unas actuaciones que de suyo solo se pueden justificar por el beneficio que, con su implantacin, habran de recibir el sujeto poltico afectado y la comunidad de naciones organizadas jurdi-camente conforme a los principios del Derecho internacional pblico. La ausencia, o al menos la problemtica presencia de esa eticidad, es estima-da por Hontoria como una laguna existente en todos los planos en que se movieron las potencias impulsoras, tanto respecto del sultanato como en las relaciones entre ellas mismas.

    6. Aplicacin de su tesis al sultanato

    Concretamente Hontoria acusa sin paliativos a las tres naciones impul-soras principales, Alemania, Francia e Inglaterra, de haber hecho gala de insinceridad cuando por una parte afirmaban como principio fundamental que guiara siempre su proceder: respetar la soberana e independencia de su majestad el sultn (segn deca formalmente el acuerdo de Algeciras), mientras lo que realmente hacan era menoscabarla ms y ms (PFM: 13). Ese despojo, seala Hontoria, no era ciertamente efecto de que se pro-curara, como se proclamaba, que el orden, la paz y la prosperidad reina-sen en Marruecos, sino que se motivaba por los deseos de obtener ventajas beneficiosas para los Estados intervinientes, en especial Alemania y Fran-cia. Concretamente escribe (Id.: 14):

    Francia aspiraba a que quedase sentado el principio de diversas reformas, re-servndose el utilizarlo despus para su influencia; otros, y sobre todo Alemania, pretendan rodear a toda reforma de garantas e intervenciones tales que no pudie-ra ninguna potencia apoderarse del nimo del sultn [y] sacar para s exclusiva-mente el fruto poltico o econmico.

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    Se fundamentarn en esa apreciacin de aeticidad (si se me permite tan singular palabra) las manifiestas reservas que Hontoria mostrar a lo largo de su anlisis sobre cuanto hicieron las potencias intervinientes desde que empezaron sus pasos primeros hacia la instauracin del Protectorado. Queda as establecido desde un principio un criterio general de desconfian-za acerca de las declaraciones solemnes de los tratados, convenios y textos anlogos sobre el asunto. Esa suspicacia fundamental se desarrollar en dos planos: las relaciones de las potencias impulsoras entre s y las mantenidas con ellas por Espaa, muy significadamente con Francia.

    7. Juicio sobre las relaciones entre las potencias impulsoras

    Distingue Hontoria, en este punto, dos aspectos diferentes: las relacio-nes entre las potencias ajenas a Espaa, especialmente la tensin franco-alemana; y las que se dieron entre Espaa y Francia. En ningn caso se aprecia en su exposicin otra cosa que no sea la huella notable de un poli-drico recelo.

    7.1. la disputa franco-alemana

    La bsqueda de lucros, diferentes pero muy concretos, como acaba-mos de leer, desencaden una pugna especialmente visible entre Francia y Alemania, dando lugar al nacimiento de una viciada atmsfera de des-confianzas mutuas entre ambas naciones. Hontoria valora crticamente las actuaciones de Alemania, Francia e Inglaterra, pero muy especialmente se muestra distante de las alemanas y de las francesas. No oculta el fracaso del interesado impulso alemn, pendiente solo de obtener rentabilidades en el proceso, algo que ya hemos visto considera Hontoria impropio esen-cialmente de toda iniciativa de protectorado. Pero no menos retrata minu-ciosamente y califica de perturbador el agobiante impulso galo, lanzado por su parte a la obtencin de un protagonismo excluyente. Eso no supo-ne que niegue los aciertos concretos estimables de las iniciativas francesas, pero siempre se percibe, en el relato que hace de ellas, que est convencido de la existencia de una prctica continuada de asfixia poltico-militar que sobrevuela y en cierto modo ahoga las posibilidades legtimas de interven-cin que pudieran asistir a otras naciones.

    Muy ilustrativa de su postura es la visin que ofrece de la penosa rela-cin franco-alemana. Indica cmo, pese a que la negociacin entre los in-teresados avanz merced a transacciones sobre cada detalle (PFM: 14), fue indiscutiblemente Francia y no Alemania quien logr los mayores xi-

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    tos. Con encubierta irona comenta Hontoria que los metdicos esfuer-zos de esta potencia se volvan contra ella (id.), precisamente en el nico punto que ms le interesaba, el econmico. En efecto, los alemanes con-fiaban para obtenerlo en dos medios: la internacionalizacin del sultanato, que crean poder lograr mediante la intervencin del cuerpo diplomtico acreditado en Tnger, y el control del Banco de Estado que iba a configu-rarse. Pero por lo que respecta a lo primero, quedaba su control en manos francesas, pues en ese grupo de diplomticos los galos dispondran siem-pre, en ltima instancia, segn la experiencia acuada por Hontoria, de los votos de Inglaterra, Rusia y Portugal, como seguros; y los de Espaa, Italia, Blgica y los Estados Unidos, como muy probables. Respecto del Banco, la sede social se establecera en Pars y en el capital que se formaba para l, exista, sobre las cuotas reservadas a las potencias, un claro predo-minio cuantitativo de las empresas francesas que haban acudido al prs-tamo marroqu de 1904.

    La realidad de esos datos era tan evidente que cuesta trabajo pensar que la diplomacia germana resultase tan obtusa como para no advertirla. Parece mejor pensar simplemente que acept a la fuerza una realidad que no poda evitar, aunque hiciese, cosa lgica, cuanto pudiera por perturbar-la. Eso, al menos, es lo que se desprende del relato histrico que Hontoria ofrece de las tensiones posteriores franco-alemanas. En ellas la terquedad recproca se puso de relieve. Hontoria califica a Francia de acometer ar-dorosamente el sojuzgamiento marroqu, por medio de todas las iniciati-vas posibles, por otra parte acogidas de bastante buena gana por las autori-dades del pas destinatario (id., 15-18). Y por otro lado describe con detalle la reaccin alemana, patente ya, no solo por va diplomtica, sino tambin con el amago de la amenaza militar. As, en 1911, enviaron los germanos el caonero Panther al puerto de Agadir. El resultado final sera el entie-rro del principio inspirador del acuerdo de Algeciras acerca de respetar la soberana e independencia de su majestad el sultn, abriendo definitiva-mente las puertas a la hegemona protectora francesa. A cambio de unas concesiones territoriales en el mbito africano ecuatorial, que en realidad carecan de futuro y solo fueron hechas para ganar tiempo desarmando sus bravatas, Alemania accedi al pleno desmantelamiento de la autori-dad marroqu, la nica pieza efectiva que poda haber usado para rebajar el triunfo galo (id., 19-20).

    A lo largo de todo ese conjunto de acontecimientos, el Gobierno ale-mn actu de forma huidiza respecto de Espaa, interesndose realmen-te solo en lograr un acuerdo con Francia que estimaba habra de serle

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    mucho ms provechoso. Para ello se refugi primero en la existencia del acuerdo franco-espaol de 1904, secreto, pero conocido indirectamente. Su argumento era que, al estar ya concertadas las dos naciones en ese pacto, en nada perjudicaba a Espaa que Alemania pactara a su vez con Francia. Desde esa postura de principio, cualquier reconocimiento expre-so de los derechos espaoles a intervenir en la fijacin del sistema de pro-tectorado para Marruecos se obviaba todo lo posible para no incomodar a los franceses, entendindose actitud suficiente la de no negar tales de-rechos. Con exactitud, Hontoria presenta como un xito que se lograse una declaracin del embajador germano reconociendo los derechos his-tricos espaoles y su presencia real en la zona, pese a que no deje de re-sear que la modestia del mensaje se debi al resentimiento alemn por no acceder Espaa al precio puesto por Alemania para realizar una de-claracin ms solemne, contractual, contrapartida que no era otra sino el derecho de amarrar en Canarias un cable para Marruecos (id., 248-251; y nota 1, 249).

    Como corresponde a la prudencia de un verdadero ministro de Esta-do, Hontoria escribe cindose mucho a los hechos y elude del todo las valoraciones extremadas y menos an tienen cabida en su estilo ironas ni impertinencias, al contrario de lo que suele hacer cualquier poltico vul-gar cuando ocupa ese puesto. Se le percibe como agente de una poltica exterior estudiada, slida, coherente y estabilizada que no sustituye por impulsos personales ni por modas oportunistas. Eso hace muy palpable la ms que subliminal presencia de un intratexto, delator (por lo deta-llado) de su secreto regocijo ante el desvalimiento alemn primero y su fracaso final despus. Cabe recordar que en su infancia, en 1885, cuando solo tena siete aos, se haban vivido las actitudes alemanas, poco amis-tosas respecto de Espaa, con el desdichado asunto de las islas Caroli-nas, preludio clarsimo de lo que sucedera en 1898. Aunque arbitrado por Len XIII y abortado in extremis por Bismarck, no dej el incidente de marcar una amarga consideracin hacia Alemania por la opinin es-paola y sobre todo entre los militares y marinos de guerra, dentro de los cuales se encontraban el padre y hermanos de Hontoria, que sin duda le habran comentado tal episodio con intensidad, reiteracin y dolor. Sera quiz en algn momento posterior a los acontecimientos cuando oyera y entendiera esas valoraciones, pero eso ni lo sabemos ni nos importa de-masiado; lo que s interesa es que haba ya contribuido indeleblemente a la formacin de sus configuraciones mentales cuando tuvo que opinar so-bre la cuestin marroqu.

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    7.2. el difcil entendimiento hispano-francs

    Advierte Hontoria que, una vez llegado el acuerdo franco-alemn de 1909, las ms de las veces (...) el Gabinete de Pars obraba por s solo, opo-nindose a la participacin del de Madrid en el esfuerzo y en los resultados (id.: 219). Y enfatiza esa postura aadiendo (id., 240):

    Y a cada reforma nueva, si no mediaban circunstancias polticas especiales, surga el mismo incidente: Francia celando a Espaa sus propsitos, no fuera que pretendiera una parte en la empresa. Pretendindola, en efecto, no bien se enteraba, y quejndose de la ignorancia en que se la haba querido mantener. Los proyectos espaoles tropezaban, en los ms de los casos, con la oposicin francesa. (...) Ni que decir tiene que todo agente espaol que lograba algn crdito en la Corte jerifiana pasaba por autor de intrigas contra la influencia francesa.

    Tal regla general haba tenido excepciones que nuestro autor enume-ra, pero no deja de advertir que siempre fueron anteriores a la fecha cita-da. Los argumentos esgrimidos para esa actitud obstruccionista general eran dos y venan de lo concertado en el convenio secreto entre ambas na-ciones de 3 de octubre de 1904, donde Espaa se obligaba, hasta 1919, a pactar previamente con Francia toda accin en su zona de influencia (id., 239) y adems ambos pases declaraban estar firmemente adheridos a la integridad del Imperio marroqu, bajo la soberana del sultn (id., 12 y 239). Aunque evidentemente esta ltima declaracin tena como objeto que otras potencias, especialmente Inglaterra, reconocieran a Espaa y Francia como poseedoras del derecho de velar por la tranquilidad de Ma-rruecos y de prestar su asistencia este pas para las reformas (...) que nece-sitaba (id., 12), lo cierto fue, segn se desprende de la serie de casos con-cretos que cita Hontoria, que Francia lo transform continuamente en un mecanismo que le permitiese colocar toda iniciativa espaola como algo que solo poda ejecutarse bajo el control y aprobacin francesa.

    Tenemos as un primer eje de coordenadas: la desconfianza ante lo ac-tuado, referencia impuesta por la historia inmediata del asunto. Como dir a continuacin, Hontoria sostendr la posibilidad de que el segundo y nuevo vector, que deba introducirse ahora por parte de Espaa, con su actuacin en el espacio que se le reservara, constituyera una innovacin de ese estado de cosas. Para lograrlo era imprescindible la bsqueda por parte hispana de la diferenciacin respecto de la praxis francesa. Esa tarea requera la necesi-dad de examinar crticamente la actuacin gala para recoger si acaso algu-nas inspiraciones, pero ms intensamente an para advertir siempre que no exista paralelismo en general y no era adecuado seguir ciegamente la huella de Francia para la perspectiva e intereses que deban guiar a los polticos es-

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    paoles. Veinte aos ms tarde corroborar literalmente esa premisa bsica el, antes aqu citado, catedrtico cataln Josep Mara Tras de Bes (1934, 329).

    Hontoria seala la existencia de cuatro particularidades esenciales: la diferente extensin de una y otra zona del Protectorado; la contigidad, en el caso de la zona espaola, con territorios vinculados a Espaa (posesio-nes) de muy diferente rgimen jurdico; la disimilitud entre las tradiciones administrativas de Espaa y Francia; y la carencia espaola de una buro-cracia colonial especializada (PFM, 329).

    8. El programa de Gonzlez Hontoria

    As pues, desconfianza e innovacin eran las coordenadas rectoras, planteadas por el ilustre diplomtico asturiano. Fijado ya aqu el esqueleto mental que provocaba la primera, podemos acceder a las principales parti-cularidades de la segunda que habran de ejecutarse bajo los criterios bsi-cos (Hontoria los llama virtudes) de tacto, disciplina y economa (...) im-puestas con mano de hierro y deberan afectar no solo al espacio de norte marroqu sino tambin a una inmediata accin (de algn modo se pon-ga mano en ello) sobre el sur y el espacio entre los paralelos 26, 27 y 40. Todo ello es claro en PFM (327 y ss.) desgranndose en una serie de impor-tantes pasos descriptivos, pero cuyo sentido general puede vertebrarse con-ceptualmente del siguiente modo.

    a) El requerimiento de una mentalizacin bsica en Espaa acerca de una idea: el problema de Marruecos no se reduce solo a la evitacin de los ataques contra las tropas que ocupan el pas, sino que debe asu-mirse que a medida que la ocupacin avanza, la organizacin debe avanzar tambin, lo que implica la siguiente serie de consecuencias.

    b) El carcter de transitoriedad de las actuaciones militares, tal como se venan desarrollando, por ser solo justificables a fin de lograr una organizacin posterior del territorio protegido en todos los aspectos de su vida pblica.

    c) La creacin paralela de una herramienta militar ad hoc, es decir, adaptada al medio, con progresiva participacin indgena y regida por una seversima economa. Seala Hontoria que la accin mili-tar espaola tiene por cimiento un ejrcito de europeos y esa cuali-dad deba ser progresivamente corregida.

    d) La construccin de una maquinaria burocrtica civil, dotada de competencia en los conocimientos y de ejemplaridad en el ejercicio de las funciones.

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    e) La coordinacin responsable entre los partidarios de la prioridad del mando militar y los defensores del predominio del poder civil, para lograr un periodo transitorio de unidad de direccin mediante la colaboracin generosa entre ambos.

    f) La fusin progresiva de los esquemas administrativos aplicados en las plazas de soberana y los que se fuesen introduciendo en la zona correspondiente al sistema de protectorado.

    g) La utilizacin racional y potenciacin de los centros urbanos menos afectados por las acciones blicas, lo que llevara a situar un centro de gravedad a partir de la ciudad de Larache, para explotar las posi-bilidades de organizacin, comunicacin y vida econmica de todo el territorio.

    Est claro el escepticismo que guiaba a Hontoria sobre la experiencia acu-mulada y no solo en lo que concerna a lo ocurrido en el plano internacional, donde su decepcin ya la hemos visto como eminente. Afectaba tambin a la accin espaola y si tena alguna esperanza en ella era por considerar que, ante lo mucho que exista por desarrollar, una voz de advertencia poda llegar a tener algn grano de fecundidad. No de otro modo se explica que cuando describe una u otra actuacin gubernativa o militar concreta, cuando consi-dera esta o aquella ley y cuando propone tal o cual medida monogrfica, se nos aparezca, fluyendo subterrneamente bajo la particularidad examinada, el temor, tanto a la corrupcin econmica, frente a la que pide dura vigilan-cia, como el miedo a la ineficacia y los particularismos egostas de los agentes de gobierno. Particularmente firme es su voz pidiendo, como acabo de resu-mir, la transformacin de las anquilosadas e inadecuadas entidades militares actuantes y no menos dura se hace su palabra cuando arremete contra

    una serie de empleados sin suficiente conocimiento del pas, sin objeto que bastan-temente justifique su nmero y sus sueldos, sin facultades deslindadas, disputando con los militares y entre s sobre el alcance de su cometido (id., 327-328).

    Si recordamos su concepto de protectorado, explicitado al comienzo de estas lneas, no es extrao su temor a un posible panorama en el cual se contemplasen

    las obras pblicas tardando en construirse, las escuelas y los hospitales como antes de haber crditos para sustentarlos, el comercio local disminuyendo, las ciudades sin mejorar con la rapidez debida, la administracin marroqu disuelta y la nueva, creada con nuestra intervencin y por nuestro consejo, sin funcionar.

    Clara es tambin su denuncia de la penosa imagen desprendida de nues-tra lentitud en la obra militar (id., 328) y se inclina en ese punto a buscar al-

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    guna semejanza (dentro de las disimilitudes que enumera y reconoce) con el ejrcito africano de Francia, apuntando incluso a la creacin de una especie de legin extranjera (id., 300) instrumento que, sin embargo, no llegara has-ta 1920. Sobre todo reclama una estructura econmica adaptada a las necesi-dades reales en personal, acuartelamientos y medios de subsistencia y comba-te. A eso aade la necesidad de especializacin africana, en la oficialidad sobre todo, el estmulo del voluntariado, el clculo adecuado de los contingentes y una configuracin estudiada ad hoc de los contingentes para Marruecos.

    Por fin conviene destacar un prrafo ms encendido de lo que suele ser habitual en el fro estilo comunicativo de Hontoria; en l reclama un esp-ritu de disciplina y responsabilidad que corrija lo que

    suele haber para los que se equivocan en Marruecos, una benevolencia especial, nacida de que la empresa es particularmente difcil, de que cualquiera se pien-sa se hubiera equivocado en el mismo caso. Lo cual es contrario a todo princi-pio sano de disciplina: cuando un factor contrario a la seguridad del ejrcito o al buen resultado de una operacin, ha de producir necesariamente sus efectos, se le contrarresta con implacable severidad, porqu