el psicoanalista-john katzenbach

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E E L L P P S S I I C C O O A A N N A A L L Í Í S S T T A A JOHN KATZENBACH

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  • 1. EELL PPSSIICCOOAANNAALLSSTTAA JOHN KATZENBACH

2. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 2 EELL PPSSIICCOOAANNAALLSSTTAA JOHN KATZENBACH Traduccin de Laura Paredes 3. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 3 Para mis compaeros de pesca: Ann, Meter, Phil y Leslie. 4. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 4 PRIMERA PARTE UNA CARTA AMENZADORA 5. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 5 1 El ao en que esperaba morir se pas la mayor parte de su quincuagsimo tercer cumpleaos como la mayora de los dems das, oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguan vivas en la mente de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos queran matar. El seor Bishop, en particular, junto con la seorita Levy y el realmente desafortunado Roger Zimmerman, que comparta su piso del Upper West Side y al parecer su vida cotidiana y sus vvidos sueos con una mujer de mal genio, manipuladora e hipocondraca que pareca empeada en arruinar hasta el menor intento de independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a echar pestes contra las mujeres que los haban trado al mundo. Escuch en silencio terribles impulsos de odio asesino, para agregar slo de vez en cuando algn breve comentario benvolo, evitando interrumpir la clera que flua a borbotones del divn. Ojal alguno de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la furia que senta y comprendiera lo que en realidad era furia hacia s mismo. Saba por experiencia y formacin que, con el tiempo, tras aos de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente distante de la consulta del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegaran a esa conclusin por s solos. Aun as, el motivo de su cumpleaos, que le recordaba de un modo muy directo su mortalidad, lo hizo preguntarse si le quedara' tiempo suficiente para ver a alguno de ellos llegar a ese momento de aceptacin que constituye el eureka del analista. Su propio padre haba muerto poco despus de haber cumplido cincuenta y tres aos, con el corazn debilitado por el estrs y aos de fumar sin parar, algo que le rondaba sutil y malvolamente bajo la conciencia. As, mientras el antiptico Roger Zimmerman gimoteaba en los ltimos minutos de la ltima sesin del da, l estaba algo distrado y no le prestaba toda la atencin que debera. De pronto oy el tenue triple zumbido del timbre de la sala de espera. Era la seal establecida de que haba llegado un posible paciente. Antes de su primera sesin, se informaba a cada cliente nuevo de que, al entrar, deba hacer dos llamadas cortas, una tras otra, seguidas de una tercera, ms larga. Eso era para diferenciarlo de cualquier vendedor, lector de contador, vecino o repartidor que pudiera llegar a su puerta. Sin cambiar de postura, ech un vistazo a su agenda, junto al reloj que tena en la mesita situada tras la cabeza del paciente, fuera de la vista de ste. A las seis de la tarde no haba ninguna anotacin. El reloj marcaba las seis menos doce minutos, y Roger Zimmerman pareci ponerse tenso en el divn. Crea que todos los das yo era el ltimo. No contest. Nunca ha venido nadie despus de m, por lo menos que yo recuerde aadi Zimmerman. Jams. Ha cambiado las horas sin decrmelo? 6. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 6 Sigui sin responder. No me gusta la idea de que venga alguien despus de m espet Zimmerman. Quiero ser el ltimo. Por qu cree que lo prefiere as? le pregunt por fin. A su manera, el ltimo es igual que el primero contest Zimmerman con una dureza que implicaba que cualquier idiota se dara cuenta de eso, Asinti. Zimmerman acababa de hacer una observacin fascinante y acertada. Pero, como era propio del pobre hombre, la haba hecho en el ltimo momento de la sesin. No al principio, cuando podran haber mantenido un dilogo fructfero los cincuenta minutos restantes. Intente recordar eso maana sugiri. Podramos empezar por ah. Me temo que hoy se nos ha acabado el tiempo. Maana? Zimmerman vacil antes de levantarse. Corrjame si me equivoco, pero maana es el ltimo da antes de que usted empiece esas malditas vacaciones de agosto que toma cada ao. De qu me servir eso? Una vez ms permaneci callado y dej que la pregunta flotara por encima de la cabeza del paciente. Zimmerman resopl con fuerza. Lo ms probable es que quienquiera que est ah fuera sea ms interesante que yo, verdad? solt con amargura. Luego, se incorpor en el divn y mir al analista. No me gusta cuando algo es distinto. No me gusta nada dijo con dureza. Le lanz una mirada rpida y penetrante mientras se levantaba. Sacudi los hombros y dej que una expresin de contrariedad le cruzara el semblante. Se supone que siempre ser igualprosigui. Vengo, me tumbo, empiezo a hablar. El ltimo paciente todos los das. Es como se supone que ser. A nadie le gusta cambiar. Suspir, pero esta vez ms con una nota de clera que de resignacino Muy bien. Hasta maana, pues. La ltima sesin antes de que se marche a Pars, a Cape Cod, a Marte, o adondequiera que vaya y me deje solo. Zimmerman se volvi con brusquedad y cruz furibundo la pequea consulta para salir por una puerta sin mirar atrs. Permaneci un instante en el silln escuchando el tenue sonido de los pasos del hombre enfadado que se alejaban por el pasillo exterior. Despus se levant, resintindose un poco de la edad, que le haba anquilosado las articulaciones y tensado los msculos durante la larga y sedentaria tarde tras el divn, y se dirigi a la entrada, una segunda puerta que daba a su modesta sala de espera. En ciertos aspectos, esa habitacin con su diseo improbable y curioso, donde haba montado su consulta haca dcadas, era singular, y haba sido la nica razn por la que haba alquilado el piso al ao siguiente de haber terminado el perodo de residencia y el motivo de haber seguido en l ms de un cuarto de siglo. La consulta tena tres puertas: una que daba al recibidor, reconvertido en una pequea sala de espera; una segunda que daba directamente al pasillo del edificio, y una tercera que llevaba a la cocina, el saln y el dormitorio del resto del piso. Su consulta era una especie de isla personal con 7. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 7 portales a esos otros mundos. Sola considerarla un espacio secundario, un puente entre realidades distintas. Eso le gustaba, porque crea que la separacin de la consulta del exterior contribua a que su trabajo le resultara ms sencillo. No tena ni idea de a cul de sus pacientes se le habra ocurrido volver. As, de pronto, no recordaba un solo caso en que alguno lo hubiera hecho en todos sus aos de ejercicio. Tampoco era capaz de imaginar qu paciente sufrira una crisis tal que lo llevara a introducir un cambio tan inesperado en la relacin entre analista y analizado. l se basaba en la rutina; en ella y en la longevidad, con las que el peso de las palabras pronunciadas en la inviolabilidad artificial pero absoluta de la consulta se abriera finalmente paso hacia la va de la comprensin. En eso Zimmerman tena razn. Cambiar iba en contra de todo. As que cruz la habitacin con bro, con el impulso que genera la expectativa, un poco inquieto ante la idea de que algo urgente se hubiese colado en una vida que con frecuencia tema que se hubiese vuelto demasiado imperturbable y totalmente previsible. Abri la puerta y observ la sala de espera. Estaba vaca. Eso lo desconcert un instante, y pens que a lo mejor haba imaginado el sonido del timbre, pero Zimmerman tambin lo haba odo, y l, adems, haba reconocido el ruido inconfundible de alguien en la sala de espera. Hola? dijo, aunque era evidente que no haba nadie que pudiera odo. Arrug la frente sorprendido y se ajust las gafas de montura metlica sobre la nariz. Curioso afirm en voz alta. Y entonces vio el sobre que alguien haba dejado en el asiento de la nica silla que haba para los pacientes que esperaban. Solt el aire despacio, sacudi la cabeza y pens que eso era algo demasiado melodramtico, incluso para sus actuales pacientes. Se acerc y recogi el sobre. Tena su nombre mecanografiado. Qu extrao musit. Dud antes de abrir la carta, que levant a la altura de la frente como hara alguien que quisiera demostrar sus poderes mentales en un nmero de variedades, intentando adivinar cul de sus pacientes la habra dejado. Pero era un acto inusual. A todos les gustaba expresar quejas sobre sus supuestas deficiencias e incompetencia de forma directa y con frecuencia, lo que, aunque molesto a veces, formaba parte del proceso. Abri el sobre y extrajo dos hojas mecanografiadas. Ley slo la primera lnea: Feliz 53. cumpleaos, doctor. Bienvenido al primer da de su muerte. Inspir hondo. El aire cargado del piso pareca mareado, y apoy la mano contra la pared para no perder el equilibrio. El doctor Frederick Starks, un hombre dedicado profesionalmente a la introspeccin, viva solo, perseguido por los recuerdos de otras personas. 8. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 8 Se dirigi a su pequeo escritorio de arce, una antigedad que su esposa le haba regalado haca quince aos. Ella haba muerto haca tres aos, y cuando se sent tras la mesa le pareci que todava poda or su voz. Extendi las dos hojas de la carta delante de l, en el cartapacio. Pens que haba pasado una dcada desde la ltima vez que se haba asustado, y en aquella ocasin se haba tratado del diagnstico que el onclogo hizo a su mujer. Ahora, el renovado sabor seco y cido en su boca era tan desagradable como la aceleracin de su corazn, que senta desbocado en el pecho. Dedic unos segundos a intentar sosegar sus rpidos latidos y esper con paciencia hasta notar que recuperaba su ritmo habitual. Era muy consciente de su soledad en ese momento, y detest la vulnerabilidad que esa soledad le provocaba. Ricky Starks no sola dejar que nadie supiera cunto prefera el sonido afable y amistoso de la abreviacin informal al ms sonoro Frederick era un hombre rutinario y ordenado. Su minuciosidad y formalidad rozaban sin duda la obsesin; crea que imponer tanta disciplina a su vida cotidiana era la nica forma segura de intentar interpretar el desconcierto y el caos que sus pacientes le acercaban a diario. No era espectacular fsicamente: no llegaba al metro ochenta, con un cuerpo delgado y asctico al que contribua una caminata diaria a la hora del almuerzo y una negativa frrea a darse el gusto de tomar los dulces y los helados que en secreto le encantaban. Llevaba gafas, algo habitual en un hombre de su edad, aunque se enorgulleca de que su graduacin siguiera siendo mnima. Tambin se senta orgulloso de que el cabello, aunque menos abundante, todava le cubriese la cabeza como trigo en una pradera. Ya no fumaba, y tomaba slo un ocasional vaso de vino alguna que otra noche para conciliar mejor el sueo. Era un hombre acostumbrado a su soledad, y no lo desanimaba comer solo en un restaurante ni ir a un espectculo de Broadway o al cine sin compaa. Consideraba que tanto su cuerpo como su mente estaban en excelentes condiciones. La mayor parte de los das se senta mucho ms joven de lo que era. Pero no se le escapaba que el ao que acababa de empezar era el mismo que su padre no haba logrado superar, y a pesar de la falta de lgica de esta observacin pensaba que l tampoco sobrevivira a los cincuenta y tres, como si tal cosa fuera injusta o, de algn modo, inadecuada. Sin embargo, en contradiccin consigo mismo, mientras contemplaba de nuevo las primeras palabras de la carta, pens que todava no estaba preparado para morir. Entonces sigui leyendo, despacio, detenindose en cada frase, dejando que el terror y la inquietud arraigaran en l. Pertenezco a algn momento de su pasado. Usted arruin mi vida. Quiz no sepa cmo, por qu o cundo, pero lo hizo. Llen todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruin mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya. 9. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 9 Ricky Starks inspir hondo otra vez. Viva en un mundo donde las amenazas y las promesas falsas eran corrientes, pero aquellas palabras sonaban muy distintas de las divagaciones atroces que estaba acostumbrado a or a diario. Al principio pens que debera matarlo para ajustarle las cuentas, sencillamente. Pero me di cuenta de que eso era demasiado sencillo. Es un objetivo patticamente fcil, doctor. De da, no cierra las puertas con llave. Da siempre el mismo paseo por la misma ruta de lunes a viernes. Los fines de semana sigue siendo de lo ms predecible, hasta la salida del domingo por la maana para comprar el Times y tomar un bollo y un caf con dos terrones de azcar y sin leche en el moderno bar situado dos calles ms abajo de su casa. Demasiado fcil. Acecharlo y matarlo no habra supuesto ningn desafo. Y, dada la facilidad de ese asesinato, no estaba seguro de que me proporcionara la satisfaccin necesaria. He decidido que prefiero que se suicide. Ricky Starks se movi incmodo en el asiento. Poda notar el calor que desprendan las palabras, como el fuego de una estufa de lea que le acariciara la frente y las mejillas. Tena los labios secos y se los humedeci en vano con la lengua. Suicdese, doctor. Trese desde un puente. Vulese la tapa de los sesos con una pistola. Arrjese bajo un autobs. Lncese a las vas del metro. Abra el gas de la estufa. Encuentre una buena viga y ahrquese. Puede elegir el mtodo que quiera. Pero es su mejor oportunidad. Su suicidio ser mucho ms adecuado, dadas las circunstancias de nuestra relacin. Y, sin duda, una manera ms satisfactoria de que pague lo que me debe. Ver, vamos a jugar a lo siguiente: tiene exactamente quince das, a partir de maana a las seis de la maana, para descubrir quin soy. Si lo consigue, tendr que poner uno de esos pequeos anuncios a una columna que salen en la parte inferior de la portada del New York Times y publicar en l mi nombre. Eso es todo: publique mi nombre. Si no lo hace... Bueno, ahora viene lo divertido. Observar que en la segunda hoja de esta carta aparecen los nombres de cincuenta y dos parientes suyos. Su edad comprende desde un beb de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primo, el inversor de Wall Street y extraordinario capitalista, que es tan soso y aburrido como usted. Si no logra poner el anuncio segn lo descrito, tiene una opcin: suicidarse de inmediato o me encargar de destruir a una de estas personas inocentes. 10. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 10 Destruir. Una palabra muy interesante. Podra significar la bancarrota financiera. Podra significar la ruina social. Podra significar la violacin psicolgica. Tambin podra significar el asesinato. Es algo que deber preguntarse. Podra ser alguien joven o alguien viejo. Hombre o mujer. Rico o pobre. Lo nico que le prometo es que ser la clase de hecho que ellos sus seres queridos no superarn nunca, por muchos aos que hagan psicoanlisis. Y usted vivir hasta el ltimo segundo del ltimo minuto que le quede en este mundo sabiendo que fue el nico responsable. Salvo, por supuesto, que adopte la postura ms honorable y se suicide para salvar as de su destino al objetivo que he elegido. Tiene que decidir entre mi nombre o su necrolgica. En el mismo peridico, por supuesto. Como prueba de mi alcance y del extremo de mi planificacin, me he puesto en contacto hoy con uno de los nombres de la lista con un mensaje muy modesto. Le insto a pasar el resto de esta tarde averiguando quin ha sido el destinatario y cmo. As por la maana podr empezar, sin demora, la tarea que le espera. Lo cierto es que no espero que sea capaz de adivinar mi identidad, por supuesto. As pues, para demostrarle mi deportividad, he decidido que a lo largo de los prximos quince das voy a proporcionarle una pista O dos de vez en cuando. Slo para que las cosas sean ms interesantes, aunque alguien intuitivo e inteligente como usted debera suponer que esta carta est llena de pistas. Aun as, ah va un anticipo, y gratis. La vida era alegre en el pasado: un retoo y sus padres a su lado. El padre solt amarras, se larg, y entonces todo eso se acab. La poesa no es mi fuerte. El odio s. Puede hacer tres preguntas que se contesten con s o no. Use el mismo mtodo, los anuncios de la portada del New York Times. Contestar a mi propia manera en veinticuatro horas. Buena suerte. Tal vez desee tambin dedicar tiempo a los preparativos de su funeral. La incineracin es probablemente mejor que un entierro tradicional. S cunto le desagradan las iglesias. No creo que sea buena idea llamar a la polica. Lo ms seguro es que se burlen de usted, y sospecho que su altanera no lo encajar demasiado bien. Adems, podra enfurecerme ms; no se imagina usted lo inestable que soy en 11. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 11 realidad. Podra reaccionar de modo imprevisible, de muchas formas malvadas. Pero puede estar seguro de algo: mi clera no conoce lmites. La carta estaba firmada en maysculas: RUMPLESTILTSKIN. Ricky Starks se reclin en la silla, como si la furia que emanaba de aquellas palabras le hubiera propinado un puetazo en la cara. Se puso de pie, se acerc a la ventana y la abri, de modo que los sonidos de la ciudad irrumpieron en la calma de la pequea habitacin transportados por una inesperada brisa de finales de julio que auguraba una tormenta nocturna. Inspir buscando alivio para el calor que le embargaba. Oy el aullido agudo de una sirena de polica y la cacofona regular de los clxones, que es como el ruido uniforme de Manhattan. Respir hondo dos o tres veces antes de cerrar la ventana y dejar fuera todos los sonidos de la vida urbana normal. Volvi a la carta. Tengo un problema, pens. Pero todava no estaba seguro de lo grave que era. Era consciente de que habla recibido una amenaza terrible, pero los parmetros de la misma seguan sin estar claros. Una parte de l le deca que no prestara atencin a la carta, que se negara a participar en algo que no se pareca en nada a un juego. Resopl una vez y dej que este pensamiento aflorara. Toda su formacin y experiencia sugera que lo ms razonable era no hacer nada. Despus de todo, el analista suele encontrarse con que guardar silencio y no contestar al comportamiento provocador y escandaloso de un paciente es la forma ms inteligente de llegar a la verdad psicolgica de esos actos. Se levant y rode dos veces la mesa, como un perro que husmea un olor inusual. A la segunda, se detuvo y observ de nuevo la carta. Sacudi la cabeza. Comprendi que eso no resultara. Sinti una fugaz admiracin por la sutileza del autor. Con un desapego cercano al aburrimiento, Ricky pens que seguramente haba recibido una amenaza de muerte. Despus de todo, haba vivido mucho y bastante bien, as que una amenaza de esa ndole no significaba gran cosa. Pero no se enfrentaba slo a eso. La amenaza era ms indirecta. Estaba previsto que otra persona sufriera si l no haca nada. Alguien inocente, y seguramente joven, porque los jvenes son mucho ms vulnerables. Ricky trag saliva. Se culpara a s mismo y el resto de sus das se convertiran en una verdadera agona. En eso el autor tena toda la razn. O si no, el suicidio. Not un amargor repentino en la boca. El suicidio era la anttesis de todo aquello con lo que siempre se haba identificado. Sospechaba que la persona que firmaba como Rumplestiltskin lo saba. De golpe se sinti como si estuviera en el banquillo de los acusados. Empez de nuevo a pasearse mientras evaluaba la carta. La voz interior insista en restarle importancia, hacer caso omiso de todo el mensaje y considerarlo una exageracin y una fantasa sin ninguna base real, pero era incapaz de hacerlo. 12. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 12 Que algo te incomode no significa que debas ignorarlo, se reprendi. Pero no tena la menor idea de cmo reaccionar. Dej de caminar y regres a su asiento. Locura pens. Pero una locura con un inconfundible toque de inteligencia, porque provocar que me sume a ella. Debera llamar a la polica dijo para s. Pero se detuvo. Qu dira? Marcara el 911 Y explicara a algn sargento gris y sin imaginacin que haba recibido una carta amenazadora? Y escuchara cmo el hombre le replicaba y qu?? Hasta donde saba, no se haba infringido ninguna ley. A no ser que sugerir a alguien que se suicidara fuera alguna clase de delito. Extorsin, tal vez? Se pregunt qu clase de homicidio podra ser. Le pas por la cabeza llamar a un abogado, pero se dio cuenta de que la situacin que planteaba Rumplestiltskin no era legal. Se haba acercado a l en un terreno que dominaba. Sugera que se trataba de un juego de intuicin y psicologa; era cuestin de emociones y de miedos. Sacudi la cabeza y se dijo que poda lidiar en ese mbito. As pues, qu tenemos aqu? se pregunt en la habitacin vaca. Alguien conoce mis costumbres penso Sabe cmo entran mis pacientes a la consulta. Sabe cundo almuerzo y qu hago los fines de semana. Ha sido lo bastante inteligente como para preparar una lista de familiares; eso requiere bastante ingenio. Y sabe cundo es mi cumpleaos. Inspir fondo de nuevo. Me ha estudiado. No lo saba, pero alguien estaba observndome. Evalundome. Alguien ha dedicado tiempo y esfuerzo a crear este juego y no me ha dejado demasiado margen para contraatacar. Tena la lengua y los labios secos. De repente sinti mucha sed, pero no quera abandonar la inviolabilidad de su consulta para ir por un vaso de agua a la cocina. Qu he hecho para que alguien me odie tanto? se pregunt, y fue como un puetazo en el estmago. Saba que, como muchos profesionales, tena la arrogancia de pensar que su rinconcito del mundo se haba beneficiado del conocimiento y la aceptacin de su existencia. La idea de haber provocado en alguien un odio monstruoso le produca un profundo desasosiego. Quin eres? pregunt mirando la carta. Empez a repasar precipitadamente la retahla de pacientes, remontndose dcadas atrs, pero se detuvo. Saba que tendra que hacer eso, pero de manera sistemtica, disciplinada y tenaz, y an no estaba preparado para dar ese paso. No se consideraba demasiado cualificado para hacer las veces de polica. Pero sacudi la cabeza al percatarse de que, en cierto modo, eso no era cierto. Durante aos haba sido una especie de detective. La diferencia radicaba en la naturaleza de los delitos investigados y las tcnicas utilizadas. Reconfortado por este pensamiento, Ricky Starks volvi a sentarse tras su escritorio, busc en el cajn superior derecho y sac una vieja libreta de direcciones sujeta con una goma elstica. 13. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 13 Para empezar se dijo, puedes averiguar con qu familiar se ha puesto en contacto. Debe de ser un antiguo paciente, alguien que interrumpi el psicoanlisis y se sumi en una depresin. Alguien que ha albergado una fijacin casi psictica durante varios aos. Sospech que, con un poco de suerte y quizs uno o dos empujoncitos en la direccin adecuada a partir del familiar con quien se hubiera puesto en contacto, podra identificar al ex paciente contrariado. Trat de convencerse, empticamente, de que Rumplestiltskin en realidad le estaba pidiendo ayuda. Luego, casi con la misma rapidez, descart este pensamiento inconsistente. Con la libreta de direcciones en la mano, pens en el personaje del cuento de hadas cuyo nombre utilizaba el autor de la carta. Cruel, pens. Un enano mgico con el corazn tenebroso que no es superado en inteligencia, sino que pierde su contienda por pura mala suerte. Esta observacin no lo hizo sentir mejor. La carta pareca brillar en la mesa, delante de l. Asinti lentamente. Te dice mucho pens. Mezcla las palabras de la carta con lo que su autor ya ha hecho y probablemente estars a medio camino de averiguar quin es. As que abri la libreta de direcciones para buscar el nmero del primer familiar de los cincuenta y dos de la lista. Hizo una mueca y empez a marcar los nmeros del telfono. En la ltima dcada haba tenido poco contacto con sus familiares y sospechaba que ninguno de ellos tendra demasiadas ganas de tener noticias suyas. En especial, dado el cariz de la llamada. 14. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 14 2 Ricky Starks se mostr muy poco apto para sonsacar informacin a familiares que se sorprendan al or su voz. Estaba acostumbrado a interiorizar todo lo que oa a los pacientes en la consulta y a conservar el control de todas las observaciones e interpretaciones. Pero al marcar un nmero tras otro, se encontr en territorio desconocido e incmodo, incapaz de concebir un guin verbal que pudiera seguir, algn saludo estereotipado seguido de una breve explicacin del motivo de su llamada. En lugar de eso, slo oa vacilacin e indecisin en su voz cuando se atascaba con saludos trillados e intentaba obtener una respuesta a la pregunta ms idiota: Te ha ocurrido algo extrao? Por consiguiente, aquel atardecer estuvo lleno de conversaciones telefnicas de lo ms irritantes. Sus parientes se llevaban una sorpresa desagradable al orlo, sentan curiosidad y pesadumbre por el hecho de que llamara despus de tanto tiempo, estaban ocupados en alguna actividad que l interrumpa o, sencillamente, se mostraban maleducados. Cada contacto posea cierta brusquedad, y ms de una vez se lo quitaron de encima con rudeza. Hubo varios lacnicos: De qu diablos va todo esto? a los que menta asegurando que un antiguo paciente haba logrado obtener de algn modo una lista con los nombres de sus familiares y le preocupaba que pudiera importunarlos. No mencionaba que alguien pudiera estar enfrentndose a una amenaza, lo que quizs era la mayor mentira de todas. Ya casi eran las diez de la noche, la hora en que se acostaba, y todava le quedaban ms de dos docenas de nombres en la lista. Hasta entonces no haba conseguido detectar nada lo bastante fuera de lo corriente como para que mereciera investigar ms. Pero, a la vez, dudaba de su habilidad para preguntar. La extraa vaguedad de la carta de Rumplestiltskin le haca temer que la conexin se le hubiera pasado por alto. Y tambin era posible que, en cualquiera de las breves conversaciones que haba mantenido esa tarde, la persona con que el autor de la carta se haba puesto en contacto no hubiera contado la verdad a Ricky. Por lo dems, haba habido unas cuantas llamadas frustrantes sin contestar, y en tres ocasiones tuvo que dejar un mensaje forzado y crptico en un contestador automtico. Se negaba a creer que la carta recibida ese da fuese una mera broma pesada, aunque eso habra estado bien. La espalda se le haba entumecido. No haba comido y estaba hambriento. Tena dolor de cabeza. Se mes el cabello y se frot los ojos antes de marcar el nmero siguiente, sintiendo una especie de agotamiento que le martilleaba las sienes. Consider que el dolor de cabeza era una pequea penitencia por la conclusin a la que estaba llegando: estaba aislado y distanciado de la mayora de su familia. El pago del olvido, pens mientras se dispona a llamar el vigsimo primer nombre de la lista que le proporcion Rumplestiltskin. Seguramente no era razonable esperar que los parientes de uno aceptaran un contacto repentino tras tantos aos de silencio, sobre todo los parientes lejanos, 15. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 15 con quienes tena poco en comn. Ms de uno se haba quedado callado al or su nombre, como si tratara de recordar quin era exactamente. Esas pausas le hacan sentir un poco como un viejo ermitao que bajara de la cima de una montaa, o un oso duran te los primeros minutos despus de una larga hibernacin. El vigsimo primer nombre slo le resultaba remotamente familiar. Se esforz en intentar asignar una cara y una categora a las palabras que tena delante. Una imagen se form despacio en su cabeza. Su hermana mayor, que haba fallecido diez aos antes, tena dos hijos, y ste era el mayor de los dos. Eso converta a Ricky en un to bastante desangelado. No haba tenido contacto con ningn sobrino desde el entierro de su hermana. Se devan los sesos tratando de recordar no slo el aspecto, sino algo del nombre. Tena esposa? Hijos? Profesin? Quin era? Sacudi la cabeza. No recordaba nada. La persona con quien tena que hablar apenas si posea ms entidad que un nombre extrado de un listn telefnico. Estaba enfadado consigo mismo. No est bien se dijo. Deberas recordar algo. Pens en su hermana, quince aos mayor que l, una diferencia de edad que los converta en miembros de la misma familia situados en rbitas distintas. Ella era la mayor; l era fruto de un accidente, destinado a ser siempre el beb de la familia. Ella haba sido poetisa, titulada por una universidad para mujeres de buena familia en los aos cincuenta. Haba trabajado primero en el mundo editorial y se haba casado bien despus con un abogado de Boston especializado en derecho mercantil. Sus dos hijos vivan en Nueva Inglaterra. Ricky observ el nombre en la hoja que tena delante. Ley una direccin de Deerfield, Massachussets, con el prefijo 413. De repente record algo: su sobrino era profesor en un instituto privado de esa ciudad. Se pregunt qu enseara. La respuesta lleg en unos segundos: historia; historia de Estados Unidos. Entorn los ojos y visualiz un hombre bajo y enjuto con chaqueta de tweed, gafas con montura de concha y un cabello rubio rojizo que le clareaba con rapidez. Un hombre con una esposa como mnimo cinco centmetros ms alta que l. Suspir y, provisto por lo menos con algo de informacin, marc el nmero y esper mientras el timbre sonaba media docena de veces antes de que contestara una voz que tena el tono inconfundible de la juventud. Grave pero impaciente. Diga? Hola dijo Ricky. Quisiera hablar con Timothy Graham. Soy su to Frederick. El doctor Frederick Starks. Soy Tim hijo. Hola, Tim -dijo Ricky tras vacilar un momento. Me parece que no nos conocemos... Pues s, nos conocemos. Nos vimos en el entierro de la abuela. Estabas sentado justo detrs de mis padres en el segundo banco de la iglesia y dijiste a pap que era una bendicin que la abuela no hubiera durado ms. Recuerdo lo que dijiste porque entonces no lo entend. Debas de tener... Siete aos. 16. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 16 Y ahora tendrs... Casi diecisiete. Pues para ser nuestro nico encuentro lo recuerdas muy bien. El joven consider esta afirmacin antes de contestar. El entierro de la abuela me impresion mucho. No entr en detalles, sino que cambi de tema. Queras hablar con pap? S, si es posible. Para qu? Ricky pens que se trataba de una pregunta poco corriente para alguien joven. No tanto porque Timothy hijo quisiera saber para qu, ya que la curiosidad es consustancial a la juventud, sino porque su tono son con un ligero matiz protector. Ricky pens que la mayora de adolescentes se habra limitado a llamar a su padre a gritos para que contestara y habra vuelto a sus quehaceres, ya fuera ver la tele, hacer deberes o jugar a videojuegos, porque la llamada repentina de un familiar mayor y lejano no era algo que incluyeran en su lista de prioridades. Bueno, se trata de algo un poco extrao dijo. Hemos tenido un da extrao contest el adolescente. Yeso? quiso saber Ricky. Pero el muchacho no contest a la pregunta. No estoy seguro de que pap quiera hablar con alguien ahora, a no ser que sepa de qu se trata indic.... Entiendo dijo Ricky con cautela-, pero lo que tengo que decirle podra interesarle. El joven, respondi: Pap est ocupado en este momento. La polica todava no se ha ido... La polica? Ricky inspir con rapidez. Ha pasado algo? El muchacho obvi la pregunta para hacer una a su vez: Para qu has llamado? Es que no hemos sabido nada de ti en... Muchos aos. Diez por lo menos. Desde el entierro de tu abuela. Eso, exacto. Por qu ahora de repente? Ricky pens que el chico tena razn en recelar. Empez el discurso que tena preparado... Un antiguo paciente mo... Recuerdas que soy mdico, verdad, Tim? El caso es que podra intentar ponerse en contacto con algn familiar mo. Y, aunque no hemos estado en contacto en todos estos aos, quera avisaros. Por eso he llamado. Qu clase de paciente? Eres psiquiatra, no? Psicoanalista... Y ese paciente es peligroso? O est loco? O las dos cosas? Creo que debera hablar de esto con tu padre. Ahora est con la polica, ya te lo dije. Creo que estn a punto de irse. Por qu est con la polica? 17. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 17 Tiene que ver con mi hermana. Con tu hermana? Ricky intent recordar el nombre de la chica y visualizarla, pero slo recordaba una niita rubia, varios aos menor que su hermano. Los vea a los dos sentados a un lado en la recepcin despus del funeral de su hermana, incmodos con su ropa oscura y rgida, callados pero impacientes, ansiosos de que aquella sombra reunin se disipara y la vida volviera a la normalidad. Alguien la sigui empez a contar el chico, pero se detuvo. Mejor voy a buscar a mi padre aadi con energa. Ricky oy el ruido del auricular al dejarlo sobre la mesa, y voces apagadas de fondo. Enseguida recogieron el auricular y Ricky oy una voz que sonaba como la del adolescente, slo que con mayor cansancio. Al mismo tiempo, contena una urgencia agobiada, como si su dueo estuviera presionado o lo hubieran pillado en un momento de indecisin. A Ricky le gustaba considerarse un experto en voces, en la inflexin y el tono, en la eleccin de palabras y el ritmo, todas seales reveladoras de lo que se ocultaba en ellas. El padre del adolescente habl sin prembulos. To Frederick? Es una sorpresa orte, y estoy en medio de una pequea crisis familiar, as que espero que sea algo verdaderamente importante. Qu puedo hacer por ti? Hola, Tim. Perdona que llame as, de improviso... Tim me ha dicho que tienes problemas con un paciente.... En cierto sentido. Hoy he recibido una carta amenazadora de alguien que podra ser un antiguo paciente. Est dirigida a m, pero tambin indica que su autor podra ponerse en contacto con uno de mis parientes. He estado llamando a la familia para alertaros y para averiguar si ha ocurrido algo. Se produjo un silencio fro y sepulcral que dur casi un minuto. Qu clase de paciente? -solt de golpe Tim padre, hacindose eco de la pregunta de su hijo Se trata de alguien peligroso? No s quin es exactamente. La carta no est firmada. Estoy suponiendo que es un ex paciente pero no lo s con certeza. De hecho, podra no serlo. Lo cierto es que todava no s nada seguro. Eso suena vago. Extremadamente vago. Es verdad. Lo siento. Crees que la amenaza es real? Ricky advirti el tono duro y spero que envolvi la voz de su sobrino. No lo s. Es evidente que me preocup lo suficiente como para hacer algunas llamadas Has llamado a la polica? No. Que me enven una carta no parece algo ilegal, verdad? Es justamente lo que acaban de decirme esos cabrones. A qu te refieres? La polica. Llam a la polica y han venido a decirme que no pueden hacer nada. 18. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 18 Por qu los llamaste? Timothy Graham no contest enseguida. Pareci inspirar hondo pero, en lugar de tranquilizarse, fue como si liberara un arrebato de rabia contenida. Ha sido asqueroso. Un chalado de mierda. Un hijo de puta repugnante. Si alguna vez le pongo las manos encima, lo mato. Lo mato con mis propias manos. Es un chalado de mierda tu ex paciente, to Frederick? El repentino arranque de clera sorprendi a Ricky. Pareca absolutamente impropio de un profesor de historia de un instituto privado, exclusivo y conservador. Ricky esper, al principio un poco inseguro de cmo contestar. No lo s dijo. Cuntame qu ha pasado que te ha disgustado tanto. Tim vacil otra vez mientras inspiraba hondo, y el sonido record el siseo de una serpiente al otro lado de la lnea. El da de su cumpleaos, si te lo puedes creer. El da que cumple catorce aos ni ms ni menos. Es asqueroso... Ricky se puso tenso en su asiento. Algo le estall de repente en la cabeza, como una revelacin. Debera haber visto la conexin de inmediato. De todos sus parientes, uno cumpla aos, por pura coincidencia, el mismo da que l. La nia cuya cara le costaba tanto recordar y a la que slo haba visto una vez, en un entierro. sta debera haber sido tu primera llamada, se recrimin. Pero no permiti que nada de eso le asomara a la voz. Qu pas? -pregunt sin rodeos. Alguien le dej una felicitacin en la taquilla del colegio. Ya sabes, una de esas bonitas tarjetas sensibleras y nada originales, de tamao gigante, que venden en cualquier centro comercial. Todava no entiendo cmo ese cabrn pudo entrar y abrir la taquilla sin que nadie lo viera. Qu coo pas con la vigilancia? Increble. El caso es que, cuando Mindy lleg al colegio, se encontr la tarjeta, crey que era de alguno de sus amigos y la abri. Y sabes qu? Estaba llena de pornografa asquerosa. Pomo a todo color que no deja nada librado a la imaginacin. Fotos de mujeres atadas con cuerdas, cadenas y cueros, y penetradas de todas las formas imaginables con todos los objetos posibles. Pomo duro, triple equis. Y ese bastardo escribi en la tarjeta: Esto es lo que te voy a hacer en cuanto te pille sola. Ricky se movi incmodo en el asiento. Rumplestiltskin, pens, y pregunt: y la polica? Qu te ha dicho? Timothy Graham solt un resoplido de desdn que Ricky imagin que habra usado con los alumnos vagos durante aos y que debi de paralizarlos de miedo pero que, en este contexto, ms bien reflejaba impotencia y frustracin. La polica local es idiota dijo con energa. Idiota de remate. Me han dicho tan tranquilos que, a no ser que haya pruebas de peso y crebles de que alguien est acosando a Mindy, no pueden hacer nada. Quieren alguna clase de acto manifiesto. Dicho de otro modo, tienen que atacarla 19. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 19 primero. Idiotas. Creen que la tarjeta y su contenido son una broma probablemente de alumnos de los ltimos cursos. Tal vez de alguien al que puse mala nota el trimestre pasado. Por supuesto no deja de ser una posibilidad, pero... El profesor de historia se detuvo. Por qu no me hablas de tu antiguo paciente? Es un obseso sexual? No asegur Ricky tras vacilar. En absoluto. No parece cosa suya. Es inofensivo, de verdad. Slo irritante. Se pregunt si su sobrino percibira la mentira en su voz. Lo dudaba. Estaba furioso, nervioso e indignado, y no era probable que fuera capaz de discernir con claridad durante cierto tiempo. Lo matar -asegur Timothy Graham con frialdad tras un instante de silencio. Mindy se ha pasado el da llorando. Cree que alguien quiere violarla. Slo tiene catorce aos y jams ha hecho dao a nadie. Adems, es de lo ms impresionable Y nunca haba visto esa clase de porqueras. Parece que fue ayer que todava jugaba con el osito de peluche y la mueca Barbie. Dudo que pueda dormir esta noche, o en unos das. Slo espero que el susto no la haya cambiado. Ricky no dijo nada, y su sobrino prosigui tras tomar aliento. Es eso posible, to Frederick? T eres el bendito experto. Puede de cambiarle a alguien la vida tan de repente? Tampoco contest esta vez, pero la pregunta reson en su interior. Es horrible, sabes? Horrible solt Timothy Graham. Intentas proteger a tus hijos de lo asqueroso y malvado que es el mundo, pero bajas la guardia un segundo y zas!, ocurre. Puede que no sea el peor caso de inocencia perdida que hayas escuchado, to Frederick, pero t no tienes que or cmo la nia de tus ojos llora desconsolada el da que cumple catorce aos porque alguien, en alguna parte, quiere hacerle dao. Y tras esas palabras, Timothy Graham colg. Ricky Starks se inclin hacia la mesa. Solt el aire despacio entre los incisivos produciendo un largo silbido. Estaba disgustado e intrigado a la vez por lo que Rumplestiltskin haba hecho. Recapitul rpidamente. El mensaje que haba enviado a la adolescente no tena nada de espontneo; era calculado y efectivo. Era obvio que, adems, haba dedicado cierto tiempo a estudiada. Mostraba tambin algunas habilidades a las que sera prudente prestar atencin. Rumplestiltskin haba logrado superar la vigilancia del colegio y tenido la pericia de un ladrn para abrir una cerradura sin destrozarla. Haba salido del colegio sin ser descubierto y viajado despus desde Massachussets hasta Nueva York para dejar su segundo mensaje en la sala de espera de Ricky. No haba problemas de tiempo; en coche el viaje no era largo, quiz cuatro horas. Pero denotaba planificacin. Pero eso no era lo que molestaba a Ricky. Cambi de postura en el asiento. Las palabras de su sobrino parecan resonar en la consulta, rebotando en las paredes y llenando el espacio con una especie de calor: inocencia perdida. Ricky pens en ello. A veces, en el transcurso de una sesin, un paciente deca algo que resultaba impactante, porque eran momentos de conocimiento, fases de comprensin, 20. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 20 percepciones que indicaban un progreso. Eran los momentos que todo psicoanalista buscaba. Solan ir acompaados de una sensacin de aventura y satisfaccin, porque sealaban logros a lo largo del tratamiento. Esta vez no. Ricky sinti una incontrolable desesperacin acompaada de miedo. Rumplestiltskin haba atacado a la hija de su sobrino en un momento de vulnerabilidad infantil. Haba elegido un momento que debera guardarse en el gran bal de los recuerdos como uno de alegra, de despertar: su decimocuarto cumpleaos. Y lo haba vuelto feo y aterrador. Era la amenaza ms fuerte que Ricky poda imaginar, la ms provocadora que poda concebir. Se llev una mano a la frente como si tuviera fiebre. Le sorprendi no encontrarse sudor en ella. Pensamos en las amenazas como en algo que compromete nuestra seguridad se dijo. Un hombre con una pistola o un cuchillo vctima de una obsesin sexual. O un conductor borracho que acelera sin precaucin por la carretera. O alguna enfermedad insidiosa, como la que mat a mi esposa, que empieza a carcomernos las entraas. Se levant de la silla y empez a pasearse nerviosamente arriba, abajo. Tememos que nos maten. Pero es mucho peor que nos destruyan. Ech un vistazo a la carta de Rumplestiltskin. Destruir. Haba usado esa palabra, junto con arruinar. Su oponente era alguien que saba que, a menudo, lo que nos amenaza de verdad y cuesta ms de combatir es algo que procede de nuestro interior. El impacto y el dolor de una pesadilla pueden ser mucho mayores que el de un puetazo. Asimismo, a veces lo que duele no es tanto ese puetazo como la emocin tras l. Se detuvo de golpe y se volvi hacia la pequea estantera que haba contra una de las paredes laterales de la consulta, repleta de obras, en su mayora libros de medicina y revistas profesionales. Esos libros contenan literalmente centenares de miles de palabras que diseccionaban clnica y framente las emociones humanas. De pronto comprendi que era probable que todos esos conocimientos no le sirvieran de nada. Lo que quera era sacar un libro de un estante, hojear el ndice y encontrar una entrada en la R para Rumplestiltskin que incluyera una descripcin sucinta y sencilla del hombre que le haba enviado aquella carta. Sinti miedo porque saba que no exista tal entrada, y se encontr volviendo la espalda a los libros que hasta ese momento haban definido su profesin, y lo que record a cambio fue una secuencia de una novela que no relea desde su poca de universitario. Ratas pens. Ponan a Winston Smith en una habitacin con ratas porque saban que era la nica cosa del mundo que le daba miedo de verdad. No la muerte ni la tortura, sino las ratas. Mir alrededor; su piso y su consulta eran dos lugares que en su opinin lo definan bien y donde se haba sentido cmodo y feliz durante muchos aos. Se pregunt, en ese instante, si todo eso iba a cambiar y si de repente iba a convertirse en su Habitacin 101 de ficcin. El lugar donde guardaban lo peor del mundo. 21. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 21 3 Ya era medianoche y se senta estpido y completamente solo. Su consulta estaba llena de carpetas, montones de cuadernos de taquigrafa, montaas de papeles y un anticuado minicasete que llevaba una dcada obsoleto bajo una pequea pila de cintas. Todo ello contena la desordenada documentacin que haba acumulado sobre sus pacientes a lo largo de los aos. Haba notas sobre sueos y entradas anotadas que enumeraban asociaciones crticas hechas por los pacientes o que se le haban ocurrido a l durante el tratamiento: palabras, frases, recuerdos reveladores. Si hubiera alguna escultura concebida para expresar la creencia de que el anlisis era tanto arte como medicina, no podra ser mejor que el desorden que lo rodeaba. Haba formularios nada metdicos donde constaban estaturas, pesos, razas, religiones y lugares de origen. Tena documentos sin orden alfabtico que definan tensiones arteriales, temperaturas, pulsaciones y cantidades de orina. Ni siquiera contaba con tablas organizadas y accesibles donde figurasen listas de nombres, direcciones, parientes ms cercanos y diagnsticos de los pacientes. Ricky Starks no era internista, cardilogo o patlogo, especialistas que visitan a cada paciente buscando una respuesta claramente definida a una dolencia y que conservan notas detalladas sobre el tratamiento y la evolucin. La especialidad que haba elegido desafiaba la ciencia que ocupaba a las dems ramas de la medicina. Eso era lo que converta al analista en una especie de intruso dentro de la medicina y lo que atraa a la mayora de quienes se dedicaban a esta profesin. Pero en ese momento, Ricky estaba en medio de un revoltijo creciente y se senta como un hombre que sale de un refugio subterrneo despus de haber pasado un tornado. Se le ocurri que haba ignorado el caos que era en realidad su vida hasta que algo grande y perjudicial haba irrumpido en ella desestabilizando los cuidadosos equilibrios que l le haba impuesto. Seguramente sera intil intentar revisar dcadas de pacientes y centenares de terapias diarias. Porque ya sospechaba que Rumplestiltskin no estaba ah. Por lo menos, no de una manera fcil de identificar. Estaba convencido de que, si la persona que haba escrito la carta hubiera honrado alguna vez su divn durante cierto tiempo para recibir tratamiento, lo habra reconocido. El tono. El estilo de la escritura. Todos los estados evidentes de clera, rabia y furia. Para l, estos elementos habran sido tan distintivos e inconfundibles como las huellas dactilares para un detective. Pistas reveladoras a las que habra estado atento. Saba que esta suposicin contena bastante arrogancia. Y pens que no debera subestimar a Rumplestiltskin hasta que supiera mucho ms sobre l. Pero estaba seguro de que ningn paciente al que hubiera psicoanalizado con normalidad volvera aos ms tarde resentido y enfurecido, tan cambiado como para ocultarle su identidad. Poda regresar, todava con las cicatrices internas que lo haban impulsado a acudir a l en principio. O regresar frustrado y 22. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 22 enfurecido porque el anlisis no es como un antibitico para el alma; no erradica la desesperacin infecciosa que incapacita a algunas personas. O regresar enfadado, con la sensacin de haber desperdiciado aos hablando sin que nada hubiera cambiado demasiado para l. Eran posibilidades, aunque en las casi tres dcadas de Ricky como analista, haba habido pocos fracasos as. Por lo menos, que l supiera. Pero no era tan engredo como para creer que cualquier tratamiento, por largo que fuera, consegua invariablemente un xito total. Siempre habra terapias con peores resultados que otras. Tena que haber pacientes a los que no hubiera ayudado. O a los que hubiera ayudado menos. O que hubieran retrocedido de las percepciones que proporciona el anlisis hacia algn estado anterior. Incapacitados de nuevo. Desesperados de nuevo. Pero Rumplestiltskin presentaba un retrato muy distinto. El tono de la carta y el mensaje transmitido a la hija de catorce aos de su sobrino mostraban a una persona calculadora, agresiva y, contra toda lgica, segura de s misma. Un psicpata, pens Ricky asignando un trmino clnico a alguien todava confuso en su mente. Eso no significaba que tal vez una o dos veces a lo largo de las dcadas de su carrera profesional no hubiera tratado a individuos con tendencias psicopticas. Pero nadie haba mostrado nunca el grado de odio y obsesin de Rumplestiltskin. Aun as, el autor de la carta era alguien relacionado con un paciente al que haba tratado sin xito. El secreto estaba en determinar quines eran esos ex pacientes y en seguirles el rastro hasta Rumplestiltskin. Porque, ahora que lo haba meditado varias horas, no le quedaba duda de que ah estaba la relacin. La persona que quera que se suicidara era el hijo, el cnyuge o el amante de alguien. As pues, la primera tarea consista en determinar qu paciente haba dejado el tratamiento en malas circunstancias. A partir de ah podra empezar a retroceder. Se abri paso por entre el revoltijo que haba organizado hacia la mesa y tom la carta de Rumplestiltskin. Pertenezco a algn momento de su pasado. Ricky observ fijamente las palabras y luego ech un vistazo a los montones de notas esparcidos por la consulta. De acuerdo se dijo. La primera tarea es organizar mi historial profesional. Encontrar la partes que puedan eliminarse. Solt un profundo suspiro. Haba cometido algn error como interno en el hospital haca ms de veinticinco aos que volviera ahora para perseguido? Podra recordar siquiera a esos primeros pacientes? Cuando efectuaba su formacin psicoanaltica, haba participado en un estudio de esquizofrnicos paranoides ingresados en la sala psiquitrica del hospital Bellevue. El objeto del estudio era determinar los factores previsibles de los crmenes violentos, pero no haba sido un xito clnico. Sin embargo, haba conocido y participado en el tratamiento de hombres que cometieron delitos graves. Era lo ms cerca que haba estado nunca de la psiquiatra forense, y no le haba gustado demasiado. En cuanto su trabajo en el estudio hubo terminado, se retir de nuevo al mundo ms seguro y fsicamente menos exigente de Freud y sus seguidores. 23. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 23 Ricky sinti una sed repentina, como si tuviera la garganta reseca. Se percat de que no saba casi nada sobre el crimen y los criminales. No tena ninguna experiencia especial en violencia. Lo cierto era que le interesaba poco ese campo. No crea conocer siquiera a ningn psiquiatra forense. Ninguno figuraba en el reducidsimo crculo de amigos y conocidos profesionales con que se mantena de vez en cuando en contacto. Mir los libros que ocupaban los estantes. Ah estaba KrafftEbing, con su influyente obra sobre psicopatologa sexual. Pero eso era todo, y dudaba mucho que Rumplestiltskin fuera un psicpata sexual, a pesar del mensaje pornogrfico enviado a la hija de su sobrino. Quin eres? dijo en voz alta, y sacudi la cabeza. No se corrigi. En primer lugar, qu eres? Y se respondi que, si consegua contestar a eso, descubrira quin era. Puedo hacerlo pens, tratando de fortalecer su confianza Maana me sentar y me esforzar en preparar una lista de antiguos pacientes. Los dividir en categoras que representen todas las fases de mi vida profesional. Despus empezar a investigar. Encontrar el fracaso que me conectar con Rumplestiltskin. Agotado y en absoluto seguro de haber logrado nada, Ricky sali de la consulta y se dirigi a su habitacin. Era un dormitorio sencillo y austero, con una mesilla de noche, una cmoda, un modesto armario y una cama individual. Antes, haba habido una cama de matrimonio con una cabecera elaborada y cuadros de colores muy vistosos en las paredes pero, tras la muerte de su esposa, se haba desprendido de la cama y elegido algo ms simple y estrecho. Los adornos y obras de arte alegres con que su mujer haba decorado la habitacin tambin haban desaparecido en su mayora. Haba dado su ropa a la beneficencia y enviado sus joyas y objetos personales a las tres hijas de su cuada. En la cmoda conservaba una fotografa de los dos tomada quince aos atrs delante de su casa de verano de Wellfleet una maana clara y azul de verano. Pero desde su muerte haba borrado de modo sistemtico la mayora de signos externos de su anterior presencia. Una muerte lenta y dolorosa seguida de tres aos de borradura. Se quit la ropa, entretenindose en doblar con cuidado los pantalones y en colgar la chaqueta azul. La camisa fue a parar a la cesta de la ropa sucia. Dej la corbata en la superficie de la cmoda. Luego, se dej caer en el borde de la cama en ropa interior, pensando que le gustara tener ms energa. En el cajn de la mesilla tena un frasco de somnferos que rara vez tomaba. Haban superado con creces su fecha de caducidad, pero supuso que todava le haran efecto esa noche. Se trag uno y un pedacito de otro con la esperanza de que lo sumieran pronto en un sueo profundo e insensibilizante. Se sent un instante, pas la mano por las speras sbanas de algodn y pens que era una extraa paradoja que un analista se enfrentase a la noche deseando desesperadamente que los sueos no perturbaran su descanso. Los sueos eran acertijos inconscientes e importantes que reflejaban el alma. Lo saba, y solan ser vas que le gustaba recorrer. Pero esa noche se senta abrumado y se acost mareado, con el pulso an acelerado, y ansioso de que la medicacin lo 24. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 24 sumiera en la oscuridad. Del todo agotado por el Impacto de aquella carta amenazadora, en ese momento se sinti mucho ms viejo que los cincuenta y tres aos que haba cumplido. Su primera paciente de ese ltimo da antes de sus proyectadas vacaciones de agosto neg puntualmente a las siete de la maana e indic su presencia con las tres llamadas caractersticas del timbre de su consulta. Le pareci que la sesin haba ido bien. Nada apasionante, nada dramtico. Cierto progreso constante. La joven del divn era una asistente social psiquitrica de tercer ao que quera obtener su titulacin en psicoanlisis sin pasar por la facultad de medicina. No era el camino mejor ni el ms fcil para convertirse en analista, y estaba muy mal visto por algunos de sus colegas porque no inclua la titulacin mdica tradicional, pero constitua un mtodo que l siempre haba admirado. Requera una verdadera pasin por la profesin, una devocin inquebrantable al divn y lo que poda lograr. A menudo Ricky reconoca que haca aos que no haba tenido que recurrir al doctor que preceda su nombre. La terapia de la joven se centraba en unos padres agresivos que haban rodeado su infancia de un ambiente cargado de logros pero falto de cario. Por consiguiente, en sus sesiones con Ricky sola estar impaciente, ansiosa por lograr percepciones que encajaran con sus lecturas y trabajo del curso en el. Instituto de Psicoanlisis de la ciudad. Ricky no dejaba de frenarla y de procurar que entendiese que conocer los hechos no implica necesariamente comprenderlos. Cuando tosi un poco, cambi de postura en el asiento y dijo: Bueno, me temo que ya se ha acabado el tiempo por hoy. La joven, que haba estado hablando sobre un nuevo novio de dudosas posibilidades, suspir. Bueno, veremos si sigue conmigo de aqu a un mes... Lo que hizo sonrer a Ricky. La paciente se incorpor del divn y, antes de marcharse con bro, se despidi: Que le vayan bien las vacaciones, doctor. Nos veremos en septiembre. Todo el da pareci transcurrir con la normalidad de siempre. Recibi un paciente tras otro, sin demasiada aventura emocional. En su mayora eran veteranos de la poca de vacaciones y ms de una vez sospech que, de modo inconsciente, consideraban mejor no revelar sentimientos cuyo examen iba a demorarse un mes. Por supuesto, lo que se omita era tan interesante como lo que se poda haber dicho, y con cada paciente estuvo alerta a esos agujeros en la narracin. Tena una confianza ilimitada en su habilidad de recordar con precisin palabras y frases pronunciadas que podran estar provechosamente latentes durante el mes de parntesis. En los minutos entre una sesin y otra se dedic a recordar sus aos anteriores para empezar a preparar una lista de pacientes anotando nombres en un cuaderno. A medida que avanzaba el da, la lista fue creciendo. Pens que su memoria segua siendo buena, lo que lo anim. La nica decisin que tuvo que tomar fue a la hora del almuerzo, cuando normalmente habra salido a dar su paseo diario, como Rumplestiltskin haba descrito. Ese da vacil. Por una parte quera romper 25. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 25 la rutina que la carta detallaba con tanta exactitud, como una especie de desafo. Pero sera un desafo mucho mayor seguir la rutina para que Rumplestiltskin viera que su amenaza no lo haba amedrentado. As pues, sali a medioda y recorri la misma ruta de siempre, pasando por las mismas plazas y aspirando el aire opresivo de la ciudad con la misma regularidad con que lo haca cada da. N o estaba seguro de si quera que Rumplestiltskin lo siguiera o no, pero ms de una vez tuvo que contener el impulso de darse la vuelta de repente para ver si alguien lo segua. Cuando regres al piso, suspir aliviado. Los pacientes de la tarde siguieron la misma pauta que los de la maana. Algunos estaban algo resentidos por las prximas vacaciones; era de esperar. Otros expresaron cierto miedo y bastante ansiedad. La rutina de las sesiones diarias de cincuenta minutos era poderosa, y a unos cuantos los desasosegaba saber que careceran de ese sostn aunque fuera por tan poco tiempo. Aun as, tanto ellos como l saban que el tiempo pasara y, como todo en psicoanlisis, el tiempo pasado lejos del divn podra conllevar nuevas percepciones sobre el proceso. Todo, cada momento, cualquier cosa durante la vida cotidiana poda asociarse a la percepcin. Yeso haca que el proceso fuera fascinante tanto para el paciente como para el analista. Cuando faltaba un minuto para las cinco, mir por la ventana. El da estival segua dominando el mundo fuera de la consulta: sol brillante, temperaturas que superaban los 33C. El calor de la ciudad posea una insistencia que exiga reconocimiento. Escuch el zumbido del aire acondicionado y, de repente, record cmo era todo en sus inicios, cuando una ventana abierta y un viejo ventilador oscilante y ruidoso eran el nico alivio que poda permitirse para el ambiente sofocante y neblinoso de la ciudad en el mes de julio. A veces le pareca como si no hubiera aire en ninguna parte. Apart los ojos de la ventana al or los tres toques del timbre. Se puso de pie y se dirigi a abrir la puerta para que el seor Zimmerman entrara con toda su impaciencia. A Zimmerman no le gustaba esperar en la sala. Llegaba unos segundos antes del inicio de la sesin y esperaba ser recibido al instante. En una ocasin, Ricky haba observado cmo se paseaba en la acera frente a su edificio, una tarde fra de invierno, sin dejar de consultar frenticamente el reloj cada pocos segundos, deseando con todas sus fuerzas que pasara el tiempo para no tener que esperar dentro. En ms de una ocasin, Ricky haba tenido la tentacin de dejar que esperara con impaciencia unos minutos para ver si as poda estimular su comprensin sobre por qu le resultaba tan importante ser tan preciso. Pero no lo haba hecho. En lugar de eso, abra la puerta a las cinco en punto todos los das laborables para que ese hombre enojado entrara como una exhalacin en la consulta, se echara en el divn y se pusiera de inmediato a contar con sarcasmo y con furia todas las injusticias que esa jornada le haba deparado. Ricky inspir hondo y puso su mejor cara de pquer. Tanto si Ricky senta que tena en la mano un full como una mano perdedora, Zimmerman reciba todos los das la misma expresin imperturbable; Abri la puerta y empez su saludo habitual: 26. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 26 Buenas tardes... Pero en la sala de espera no estaba Roger Zimmerman. En su lugar, Ricky se encontr frente a una joven escultural y atractiva. Llevaba una gabardina negra, con cinturn, que le llegaba hasta los zapatos, muy fuera de lugar en ese caluroso da veraniego, y unas gafas oscuras, que se quit dejando al descubierto unos penetrantes y vibrantes ojos verdes. Tendra treinta y pocos aos. Una mujer cuya belleza estaba en su punto lgido y cuyo conocimiento del mundo se haba agudizado ms all de la juventud. Perdone... se excus Ricky, vacilante, pero... Descuide -dijo la joven con displicencia a la vez que sacuda su melena rubia hasta los hombros y haca un ligero gesto con la mano-. Hoy Zimmerman no vendr. Estoy aqu en su lugar. Pero l... Ya no lo necesitar ms -prosigui la joven-o Decidi terminar su tratamiento exactamente a las dos treinta y siete de esta tarde. Aunque parezca mentira, tom esa decisin en la parada de metro de la calle Noventa y dos despus de una breve conversacin con el seor R. Fue el seor R quien lo convenci de que ya no necesitaba ni deseaba sus servicios. Y, para nuestra sorpresa, a Zimmerman no le cost nada llegar a esa conclusin. Y, dicho eso, pas junto al sorprendido mdico y entr en la consulta. 27. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 27 4 As que es aqu donde se desvela el misterio dijo la joven alegremente. Ricky la observaba mientras ella echaba un vistazo alrededor de la pequea habitacin. Su mirada pas por el divn, su silla, su mesa. Avanz y examin los libros que haba en los estantes, inclinando la cabeza a medida que lea los ttulos densos y aburridos. Pas un dedo por el lomo de un volumen y, al comprobar el polvo que se le acumulaba en la yema, mene la cabeza. Poco usado... murmur. Levant los ojos hacia l y coment en tono de reproche: Cmo? Ni un solo libro de poesa, ninguna novela? Se acerc a la pared de color crema donde colgaban los diplomas y algunos cuadros de pequeas dimensiones, junto con un retrato enmarcado en roble del Gran Hombre en persona. Freud sostena en la foto su omnipresente puro y luca una mirada triste con sus ojos hundidos. Una barba blanca le cubra la mandbula precancerosa que iba a resultarle tan dolorosa en sus ltimos aos. La joven dio unos golpecitos al cristal del retrato con uno de sus largos dedos, en los que luca uas pintadas de rojo. Es interesante ver cmo cada profesin parece tener algn icono colgado de la pared. Me refiero a que si fueras sacerdote, tendras a Jess en un crucifijo. Un rabino tendra una estrella de David, o una menor. Cualquier poltico de tres al cuarto tiene un retrato de Lincoln o de Washington. Debera haber una ley que lo prohibiese. A los mdicos les gusta tener a mano esos modelos de plstico desmontables de un corazn, una rodilla o algn otro rgano. Hasta donde s, un programador informtico de Sillicon Valley tiene un retrato de Bill Gates en su despacho, donde lo venera cada da. Un psicoanalista como t, Ricky, necesita la imagen de san Sigmund. Eso indica a quien entra aqu quin estableci en realidad las directrices. Y supongo que te confiere una legitimidad que, de otro modo, podra cuestionarse. Ricky Starks agarr en silencio una silla y la situ frente a su escritorio. Luego lo rode e indic a la joven que tomara asiento. Cmo? dijo sta con bro. No voy a ocupar el famoso divn? Sera prematuro contest Ricky con frialdad. Le indic que se sentara por segunda vez. La joven recorri de nuevo la habitacin con sus vibrantes ojos verdes como si procurara memorizar todo lo que contena y, finalmente, se dej caer en la silla. Lo hizo con languidez, a la vez que meta la mano en un bolsillo de la gabardina negra y sacaba un paquete de cigarrillos. Se coloc uno entre los labios y encendi un mechero transparente de gas, pero detuvo la llama a unos centmetros del pitillo. Oh dijo la joven con expresin sonriente. Qu mal educada soy. Te apetece fumar, Ricky? El psicoanalista neg con la cabeza. Claro que no prosigui ella sin dejar de sonrer Cundo fue que lo dejaste? Hace quince aos? Veinte? De hecho, Ricky, creo que fue en 1977, si el seor R no me ha informado mal. Haba que ser valiente para dejar de fumar, Ricky. En esa poca mucha gente encenda el 28. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 28 cigarrillo sin pensar en lo que haca, porque, aunque las tabacaleras lo negaban, la gente saba que era malo para la salud. Te mataba, era cierto. As que la gente prefera no pensar en ello. La tctica del avestruz aplicada a la salud: mete la cabeza en un agujero e ignora lo evidente. Adems, pasaban tantas otras cosas por aquel entonces. Guerras, disturbios, escndalos. Segn me dicen, fueron unos aos maravillosos de vivir. Pero Ricky, el joven doctor en ciernes, logr dejar de fumar cuando era un hbito popularsimo y estaba lejos de ser considerado socialmente inaceptable como ahora. Eso me dice algo. La joven encendi el cigarrillo, dio una larga calada y dej escapar parsimoniosamente el humo. Un cenicero? pidi. Ricky abri un cajn del escritorio y sac el que guardaba all. Lo puso en el borde del escritorio. La joven apag el cigarrillo de inmediato. Listos dijo. Slo un ligero olor acre a humo para recordarnos esa poca. Por qu es importante recordar esa poca? pregunt Ricky tras un momento. La joven entorn los ojos, ech la cabeza atrs y solt una larga carcajada. Fue un sonido discordante, fuera de lugar, como una risotada en una iglesia o un clavicmbalo en un aeropuerto. Cuando su risa se desvaneci, dirigi una mirada penetrante a Ricky. Es importante recordarlo todo. Todo lo de esta visita, Ricky. No es eso cierto para todos los pacientes? No sabes qu dirn o cundo dirn lo que te abrir su mundo, verdad? De modo que tienes que estar alerta todo el rato. Porque nunca sabes con exactitud cundo podra abrirse la puerta que te revele los secretos ocultos. As que debes estar siempre preparado y receptivo. Atento. Siempre pendiente de la palabra o la historia que se escapa y te descubre muchas cosas, no? No es sta una buena evaluacin del proceso? Ricky asinti. Muy bien solt la joven con brusquedad. Por qu deberas pensar que esta visita es distinta de las dems? Aunque resulta evidente que lo es. De nuevo, l permaneci callado unos segundos, contemplando a la joven con la intencin de desconcertada. Pero pareca extraamente fra y serena, y el silencio, que saba que a menudo es el sonido ms inquietante de todos, no pareca afectarla. Por fin, habl en voz baja. Estoy en desventaja. Parece saber mucho sobre m y, como mnimo, un poco de lo que pasa aqu, en esta consulta, y yo ni siquiera conozco su nombre. Me gustara saber a qu se refiere cuando dice que el seor Zimmerman ha terminado su tratamiento, porque el seor Zimmerman no me ha dicho nada. Y me gustara saber cul es su conexin con el individuo al que usted llama seor R y que supongo es la misma persona que me mand la carta amenazadora firmada a nombre de Rumplestiltskin. Quiero que conteste a estas preguntas de inmediato. Si no, llamar a la polica. La joven volvi a sonrer. Nada nerviosa. Vamos a lo prctico? Respuestas la urgi l. 29. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 29 No es eso lo que buscamos todos, Ricky? Todos los que cruzan la puerta de esta consulta? Respuestas? l alarg la mano hacia el telfono. No imaginas que, a su manera, eso es tambin lo que quiere el seor R? Respuestas a preguntas que lo han atormentado durante aos. Vamos, Ricky. No ests de acuerdo en que hasta la venganza ms terrible empieza con una simple pregunta? Ricky pens que sa era una idea fascinante. Pero el inters de la observacin se vio superado por la creciente irritacin que le despertaba la actitud de la joven. Slo mostraba arrogancia y seguridad. Puso la mano en el auricular. No saba qu otra cosa hacer. Conteste mis preguntas enseguida, por favor dijo. De lo contrario llamar a la polica y dejar que ella se encargue de todo. No tienes espritu deportivo, Ricky? No te interesa participar en el juego? No veo qu clase de juego implica enviar pornografa asquerosa y amenazadora a una chica impresionable. Ni tampoco qu tiene de juego pedirme que me suicide. Pero, Ricky sonri la mujer, no sera se el mayor juego de todos? Superar a la muerte? Eso detuvo la mano de Ricky, an sobre el telfono. La joven le seal la mano. Puedes ganar, Ricky. Pero no si descuelgas ese telfono y llamas a la polica. Entonces alguien, en algn sitio, perder. La promesa est hecha y te aseguro que se cumplir. El seor R es un hombre de palabra, y cuando ese alguien pierda, t tambin perders. Estamos slo en el primer da, Ricky. Rendirte ahora sera como aceptar la derrota antes del saque inicial. Antes de haber tenido tiempo de pasar siquiera del medio campo. Ricky apart la mano. Su nombre? pregunt. Por hoy y con objeto del juego, llmame Virgil. Todo poeta necesita un gua. Virgil es nombre de hombre. La mujer se encogi de hombros. Tengo una amiga que responde al nombre de Rikki. Tiene eso alguna importancia? No. Y su relacin con Rumplestiltskin? Es mi jefe. Es muy rico y puede contratar todo tipo de ayuda. Cualquier clase de ayuda que quiera. Para lograr cualquier medio y fin que prevea para cualquier plan que tenga en mente. Ahora est concentrado en ti. As pues, imagino que si es su jefe, usted tiene su nombre, una direccin, una identidad que podra darme y terminar con esta locura de una vez por todas. Lo siento pero no, Ricky dijo Virgil sacudiendo la cabeza. El seor R no es tan ingenuo como para revelar su identidad a meros facttums como yo. Y, aunque pudiera ayudarte, no lo hara. No sera deportivo. Imagina que cuando el poeta y su gua vieron el cartel que pona Abandonad, los que aqu entris, toda esperanza, Virgil se hubiera encogido de hombros y contestado: Joder! Nadie querra entrar ah... Eso habra arruinado el libro. No puedes escribir una epopeya cuyo 30. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 30 hroe se d la vuelta ante las puertas del infierno, no crees, Ricky? No. Tienes que cruzar esa entrada. Entonces por qu ha venido? Ya te lo dije. Crey que podas dudar sobre su sinceridad, aunque esa jovencita con el pap aburrido y previsible de Deerfield cuyas emociones adolescentes se alteraron con tanta facilidad debera de haberte bastado como mensaje. Pero las dudas siembran vacilacin y slo te quedan dos semanas para jugar, lo que es poco tiempo. De ah que te haya enviado un gua de fiar para que arranques. Yo. Muy bien dijo Ricky. Usted insiste con lo de un juego. Pero no es ningn juego para el seor Zimmerman. Lleva poco menos de un ao de psicoanlisis, y su tratamiento est en una fase importante. Usted y su jefe, el misterioso seor R, pueden joderme la vida si quieren. Eso es una cosa. Pero otra muy distinta es que involucren a mis pacientes. Eso supone cruzar un lmite. Virgil levant una mano. Procura no sonar tan pomposo, Ricky ronrone. l la mir con dureza. Pero ella hizo caso omiso y, con un ligero gesto de la mano, aadi: Zimmerman fue elegido para formar parte del juego. Ricky debi de parecer asombrado, porque Virgil prosigui. No demasiado contento al principio, segn me han dicho, pero con un extrao entusiasmo despus. Yo no particip en esa conversacin, de modo que no puedo darte detalles. Mi funcin era otra. Sin embargo, te dir quin intervino. Una mujer de mediana edad y algo desfavorecida llamada Lu Anne, un nombre bonito y, sin duda, inusual y poco adecuado dada su precaria situacin en este mundo. El caso, Ricky, es que cuando me vaya de aqu, te convendra hablar con Lu Anne. Quin sabe lo que podras averiguar. Y estoy segura de que buscars al seor Zimmerman para que te d una explicacin, pero tambin estoy segura de que no te ser fcil encontrarlo. Como dije, el seor R es muy rico y est acostumbrado a salirse con la suya. Ricky iba a pedirle que se explicara, pero Virgil se levant Te importa si me quito la gabardina? pregunt con voz ronca. Como quiera dijo Ricky con un gesto amplio de la mano; un movimiento que significaba aceptacin. Virgil sonri de nuevo y se desabroch despacio los botones delanteros y el cinturn. Despus, con un movimiento brusco, dej caer la prenda al suelo. No llevaba nada debajo. Se puso una mano en la cadera y lade el cuerpo provocativamente en su direccin. Se volvi y le dio la espalda un momento, para girar de nuevo y mirarlo de frente. Ricky asimil la totalidad de su figura con una sola mirada. Sus ojos actuaron como una cmara fotogrfica para captar los senos, el sexo y las largas piernas, y regresar, por fin, a los ojos de Virgil, que brillaban expectantes. 31. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 31 Lo ves, Ricky? musit ella. No eres tan viejo. Notas cmo te hierve la sangre? Una ligera animacin en la entrepierna, no? Tengo una buena figura, verdad? Solt una risita. No hace falta que contestes. Conozco bien la reaccin. La he visto antes, en muchos hombres. Sigui mirndolo, como segura de que poda adivinar la direccin que seguira la mirada de l. Siempre existe ese momento maravilloso, Ricky coment Virgil con una ancha sonrisa, en que un hombre ve por primera vez el cuerpo de una mujer. Sobre todo el cuerpo de una mujer que no conoce. Una visin que es toda aventura. Su mirada cae en cascada, como el agua por un precipicio. Entonces, como pasa ahora contigo, que preferiras contemplar mi entrepierna, el contacto visual provoca algo de culpa. Es como si el hombre quisiera decir que todava me ve como una persona mirndome a la cara pero, en realidad, est pensando como una bestia, por muy educado y sofisticado que finja ser. No es acaso lo que est pasando ahora? l no contest. Haca aos que no estaba en presencia de una mujer desnuda, yeso pareca generar una convulsin en su interior. Le retumbaban los odos con cada palabra de Virgil, y era consciente de que se senta acalorado, como si la elevada temperatura exterior hubiese irrumpido en la consulta. Virgil sigui sonrindole. Se dio la vuelta una segunda vez para exhibirse de nuevo. Pos, primero en una posicin y luego en otra, como la modelo de un artista que trata de encontrar la postura correcta. Cada movimiento de su cuerpo pareca aumentar la temperatura de la habitacin unos grados ms. Finalmente, se agach despacio para recoger la gabardina negra del suelo. La sostuvo un segundo, como si le costara volver a ponrsela. Pero enseguida, con un movimiento rpido, meti los brazos por las mangas y empez a abrochrsela. Cuando su figura desnuda desapareci, Ricky se sinti arrancado de algn tipo de trance hipntico o, por lo menos, como crea que deba sentirse un paciente al despertar de una anestesia. Empez a hablar, pero Virgil levant una mano. Lo siento, Ricky le interrumpi. La sesin ha terminado por hoy. Te he dado mucha informacin y ahora te toca actuar. No es algo que se te d bien, verdad? Lo que t haces es escuchar. Y despus nada. Bueno, esos tiempos se han acabado, Ricky. Ahora tendrs que salir al mundo y hacer algo. De otro modo... Ser mejor que no pensemos en eso. Cuando el gua te seala, tienes que seguir el camino. Que no te pillen de brazos cruzados. Manos a la obra y todo eso. Ya sabes, al que madruga Dios le ayuda. Es un consejo buensimo. Sguelo. Se dirigi con rapidez a la puerta. Espera dijo Ricky impulsivamente. Volvers? Quin sabe contest Virgil con una sonrisita. Puede que de vez en cuando. Veremos cmo te va. Abri la puerta y se march. Escuch un momento el taconeo de sus zapatos en el pasillo. Luego, se levant de un brinco y corri hacia la puerta. La abri, pero Virgil ya no estaba en el pasillo. Se qued ah un instante y volvi a entrar en la consulta. Se acerc a la ventana y mir fuera, justo a tiempo de ver cmo la joven sala por el portal del edificio. Una limusina negra se acerc a la entrada y Virgil subi en ella. 32. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 32 El coche se alej calle abajo, de forma demasiado repentina para que Ricky pudiese haber visto la matrcula o cualquier otra caracterstica de haber sido lo bastante organizado e inteligente como para pensar en ello. A veces, frente a las playas de Cape Cod, en Wellfleet, cerca de su casa de veraneo, se forman unas fuertes corrientes de retorno superficial que pueden ser peligrosas y, en ocasiones, mortales. Se crean debido a la fuerza del ocano al golpear la costa, que acaba por excavar una especie de surco bajo las olas en la restinga que protege la playa. Cuando el espacio se abre, el agua entrante encuentra de repente un nuevo lugar para regresar al mar y circula por este canal subacutico. Entonces, en la superficie se produce la corriente de retorno. Cuando alguien queda atrapado en esta corriente, hay un par de cosas que debe hacer y que convierten la experiencia en algo perturbador, quizs aterrador y sin duda agotador, pero ms que nada molesto. Si no las hace, lo ms probable es que muera. Como la corriente de retorno superficial es estrecha, no hay que luchar nunca contra ella. Hay que limitarse a nadar paralelo a la costa, y en unos segundos el tirn violento de la corriente se suaviza y lo deja a uno a poca distancia de la playa. De hecho, las corrientes de retorno superficial suelen ser tambin cortas, de modo que uno se puede dejar llevar por ellas y cuando el tirn disminuye situarse en el lugar adecuado y nadar de vuelta a la playa. Ricky saba que se trataba de unas instrucciones sencillsimas que, comentadas en un cctel en tierra firme, o incluso en la arena caliente a la orilla del mar, hacen que salir de una corriente de retorno superficial no parezca ms difcil que sacudirse una pulga de mar de la piel. La realidad, por supuesto, es mucho ms complicada. Ser arrastrado inexorablemente hacia el ocano, lejos de la seguridad de la playa, provoca pnico al instante. Estar atrapado por una fuerza muy superior es aterrador. El miedo y el mar son una combinacin letal. El terror y el agotamiento ganan al baista. Ricky recordaba haber ledo en el Cape Cod Times por lo menos un caso cada verano de alguien ahogado, a escasos metros de la costa y la seguridad. Intent controlar sus emociones, porque se senta atrapado en una corriente de retorno superficial. Inspir hondo y luch contra la sensacin de que lo arrastraban hacia un lugar oscuro y peligroso. En cuanto la limusina que llevaba a Virgil hubo desaparecido de su vista, encontr el telfono de Zimmerman en la primera pgina de su agenda, donde lo haba anotado y despus olvidado, ya que nunca se haba visto obligado a llamado. Marc el nmero pero no obtuvo respuesta. Ni Zimmerman. Ni su madre sobreprotectora. Ni un contestador ni servicio automtico. Slo un tono de llamada reiterado y frustrante. En ese momento de confusin decidi que deba hablar directamente con Zimmerman. Aunque Rumplestiltskin lo hubiera sobornado de algn modo para que abandonara el tratamiento, quiz lograse arrojar algo de luz sobre la identidad de su torturador. Zimmerman era un hombre 33. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 33 amargado pero incapaz de callarse nada. Ricky colg con brusquedad el auricular y agarr la chaqueta. En unos segundos estaba fuera. Las calles de la ciudad seguan llenas de luz diurna, aunque ya era el atardecer. El resto del trfico de la hora punta atascaba an la calzada, aunque la multitud de peatones que saturaba las aceras se haba reducido un poco. Nueva York, como toda gran ciudad, aunque presumiera de veinticuatro horas de vida al da, segua los mismos ritmos que cualquier otro sitio: energa por la maana, determinacin a medioda, apetito por la noche. No prest atencin a los restaurantes abarrotados, aunque ms de una vez percibi un olor apetitoso al pasar por delante de alguno. Pero en ese momento el apetito de Ricky Starks era de otro tipo. Hizo algo que no haca casi nunca. En lugar de tomar un taxi, se dispuso a cruzar Central Park a pie. Pens que el tiempo y el ejercicio le ayudaran a dominar sus emociones, a controlar lo que le estaba pasando. Pero, a pesar de su formacin y de sus cacareados poderes de concentracin, le costaba recordar lo que Virgil le haba dicho, aunque no tena dificultad en evocar hasta el ltimo matiz de su cuerpo, desde su sonrisa juguetona hasta la curva de sus senos o la forma de su sexo. El calor del da se haba prolongado el anochecer. Al cabo de pocos metros, not que el sudor se le acumulaba en el cuello y las axilas. Se afloj la corbata, se quit la chaqueta y se la ech al hombro, lo que le daba un aspecto desenvuelto que contradeca lo que senta. El parque todava estaba lleno de gente que haca ejercicio y ms de una vez se hizo a un lado para dejar pasar a un grupo de corredores. Vio gente disciplinada que paseaba al perro en las zonas habilitadas para ello y pas junto a varios partidos de bisbol en campos dispuestos de tal modo que los permetros se tocaban. A menudo, un jugador exterior derecho estaba ms o menos junto al exterior izquierdo de otro partido. Pareca existir una extraa etiqueta urbana para este espacio compartido, de modo que cada jugador concentraba la atencin en su propio partido sin inmiscuirse en el otro. De vez en cuando, una pelota bateada invada el terreno del otro campo, y los jugadores encajaban diligentemente esa interrupcin antes de seguir con el suyo. Ricky pens que la vida rara vez era tan sencilla y tan armoniosa. Normalmente, nos estorbamos los unos a los otros, pens. Tard otro cuarto de hora de paseo a buen ritmo en llegar a la manzana de la casa de Zimmerman. Para entonces estaba sudado de verdad, y deseaba llevar unas zapatillas de deporte viejas en lugar de aquellos mocasines de piel que parecan irle pequeos y amenazaban con provocarle llagas. Tena empapada la camiseta y manchada la camisa azul, el cabello apelmazado y pegado a la frente. Se detuvo frente al escaparate de una tienda para comprobar su aspecto y, en lugar del mdico disciplinado y sereno que saludaba a sus pacientes con el rostro inexpresivo a la puerta de su consulta, vio a un hombre desaliado y ansioso, perdido en un mar de indecisin. Pareca agobiado y acaso un poco asustado. Dedic unos instantes a recobrar la compostura. Nunca antes, en sus casi tres dcadas de profesin, haba roto la relacin rgida y formal entre paciente y analista. Jams haba imaginado que ira a casa de un paciente a ver cmo estaba. Por muy desesperado que pudiese sentirse el paciente, era ste quien se desplazaba con su depresin 34. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 34 hacia la consulta. l quien se acercaba a Ricky. Si estaba angustiado y abrumado, lo llamaba y peda hora. Eso formaba parte del proceso de mejora. Por difcil que les resultara a algunas personas, por mucho que sus emociones las incapacitaran, el mero acto fsico de ir a su consulta era un paso fundamental. Verse fuera de la consulta era algo totalmente excepcional. A veces, las barreras artificiales y las distancias que creaba la relacin entre paciente y mdico parecan crueles, pero gracias a ellas se llegaba a la percepcin. Vacil en la esquina, a media manzana del piso de Zimmerman, un poco sorprendido de estar ah. Que su vacilacin se diferenciara poco de las veces en que Zimmerman caminaba arriba y abajo frente a su edificio le pas inadvertido. Dio dos o tres pasos y se detuvo. Sacudi la cabeza y, en voz baja, mascull: No puedo hacerlo. Una pareja joven que pasaba cerca debi de or sus palabras, porque el chico dijo: Claro que puedes, to. No es tan difcil. La chica se ech a rer y simul darle un golpecito como si lo reprendiera por ser tan ingenioso y maleducado a la vez. Siguieron adelante, hacia lo que les esperara esa noche, mientras que Ricky segua parado, balancendose como un bote amarrado, incapaz de desplazarse, pero aun as zarandeado por el viento y las corrientes. Record las palabras de Virgil: Zimmerman haba decidido dejar el tratamiento a las dos y treinta y siete de esa tarde en una parada de metro cercana. No tena sentido. Mir hacia atrs y vio una cabina telefnica en la esquina. Se acerc, introdujo una moneda y marc el nmero de Zimmerman. De nuevo el telfono son una docena de veces sin que nadie contestara. Esta vez, sin embargo, Ricky se sinti aliviado. La ausencia de respuesta en casa de Zimmerman pareca eximirlo de la necesidad de llamar a su puerta, aunque le sorprenda que la madre no contestara. Segn su hijo, se pasaba casi todo el da postrada en cama, incapacitada y enferma, salvo para sus inagotables exigencias y comentarios denigrantes que soltaba sin cesar. Colg y retrocedi. Ech un largo vistazo al edificio donde viva Zimmerman y sacudi la cabeza. Tienes que controlar esta situacin, se dijo. La carta amenazadora, el acoso a la hija de su sobrino y la aparicin de aquella despampanante mujer en su consulta haban alterado su equilibrio. Necesitaba reimplantar el orden en los acontecimientos y trazarse un camino a seguir para salir del juego en que estaba atrapado. Lo que no deba hacer era malograr casi un ao de anlisis con Roger Zimmerman por estar asustado y actuando con precipitacin. Decirse estas cosas lo tranquiliz. Se dio media vuelta, decidido a regresar a su casa y hacer las maletas para irse de vacaciones. Sin embargo, vio la entrada de la parada de metro de la calle Noventa y dos. Como muchas otras, consista en unas simples escaleras que se hundan en la tierra, con un discreto rtulo de 35. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 35 letras amarillas arriba. Avanz en esa direccin, se detuvo un momento en lo alto de las escaleras y baj, impulsado de repente por una sensacin de error y de miedo, como si algo estuviera saliendo despacio de la niebla y volvindose ntido. Sus pasos resonaron en los peldaos. La luz artificial zumbaba y se reflejaba en las baldosas de la pared. Un tren distante gru en un tnel. Lo asalt un olor rancio, como al abrir un armario que lleva aos cerrado, seguido de una sensacin de moderado calor, como si las temperaturas del da hubiesen calentado la parada y sta recin empezara a enfriarse. En ese momento haba poca gente en la estacin, y en la taquilla vio a una mujer negra. Esper un momento hasta que no la atosigara nadie pidindole cambio y se acerc. Se inclin hacia la rejilla plateada para hablar a travs del cristal. Perdone dijo. Quiere cambio? Direcciones? En aquella pared de all tiene los planos. No es eso. Me gustara saber algo. S que suena extrao pero... Qu es lo que quiere? Bueno, me gustara saber si hoy ocurri algo aqu. Esta tarde... Para eso tendr que hablar con la polica afirm la mujer con energa. Ocurri antes de mi turno. Pero qu...? Yo no estaba. No vi nada. Pero qu pas? Un hombre se lanz a las vas. O se cay, no lo s. La polica vino y se fue antes de que empezara mi turno. Lo limpiaron todo y se llevaron a un par de testigos. Eso es todo lo que s. Qu polica? La comisara de la Noventa y seis con Broadway. Hable con ellos. Yo no tengo detalles. Ricky retrocedi con un nudo en el estmago. La cabeza le daba vueltas y senta nuseas. Necesitaba aire y ah dentro no lo haba. Un tren inund la estacin Con un chirrido insoportable, corno si reducir la velocidad para parar fuera una tortura. El sonido lo taladr y lo sacudi como si le dieran puetazos. Se encuentra bien? grit la mujer de la taquilla por encima del estrpito. Parece enfermo. l asinti y Susurr una respuesta que la mujer no pudo or. Y como un borracho que intenta conducir un coche por una carretera sinuosa, zigzague hacia la salida. 36. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 36 5 A Ricky le resultaba desconocido todo lo referente al mundo en que se sumi esa noche. Las imgenes, los sonidos y los olores de la comisara de la Noventa y seis con Broadway constituan una ventana a la ciudad a la que l nunca se haba asomado y de cuya existencia slo era vagamente consciente. Nada ms entrar se notaba un ligero hedor a orina y vmito que pugnaba con otro ms potente a desinfectante; como si alguien hubiese devuelto copiosamente y la posterior limpieza se hubiera hecho sin cuidado y con prisas. La acritud le hizo vacilar, lo suficiente para verse asaltado por una algaraba inslita, mezcla de lo rutinario y lo surrealista. Un hombre gritaba palabras ininteligibles desde alguna rea de detencin fuera de la vista, palabras que parecan reverberar incongruentemente en el vestbulo, donde una mujer hecha un basilisco sostena a un nio lloroso frente al ancho mostrador de madera del sargento de guardia a la vez que le soltaba imprecaciones en un espaol graneado. A su lado pasaban policas con la camisa azul empapada de sudor, y sus pistoleras de cuero hacan un extrao contrapunto al crujido de sus relucientes zapatos negros. Un telfono son en alguna parte, pero nadie contest. Haba idas y venidas, risas y lgrimas, todo ello salpicado de juramentos de agentes bruscos o de los visitantes espordicos, algunos de ellos esposados, que eran conducidos bajo los fluorescentes implacables de la recepcin. Ricky cruz la puerta, confundido por todo lo que vea y oa, nada seguro de lo que deba hacer. Un polica le roz al pasar veloz a su lado mientras deca Cuidado, que paso, lo que le hizo apartarse de golpe, como si hubieran tirado de l con una cuerda. La mujer del mostrador levant un puo y lo blandi ante el sargento de guardia con un torrente final de palabras que fluyeron como una slida muralla de improperios y, tras dar al nio una sacudida para que se volviera, se gir con el entrecejo fruncido y, al salir, empuj a Ricky como si fuera tan insignificante como una cucaracha. Ricky se recompuso y se acerc al sargento. Alguien haba grabado a escondidas JODT en la madera del mostrador, una opinin que, al parecer, nadie se haba molestado en borrar. Disculpe empez Ricky, pero fue interrumpido. Nadie pide disculpas realmente. Lo dicen, pero nunca es de verdad. Pero, qu caray, yo escucho a todo el mundo. As que, por qu pide disculpas? No me ha entendido bien. Lo que quera decir es... Nadie dice lo que quiere decir. Eso es algo importante que te ensea la vida. Todo ira mejor si ms gente lo aprendiera. El sargento deba de tener cuarenta y pocos aos y exhiba una sonrisa indiferente que pareca indicar que, llegado a este punto de su vida, ya haba visto todo lo que vala la pena ver. Era un hombre fornido, de cuello ancho, de culturista, y un cabello negro y lacio que llevaba peinado hacia atrs. El mostrador estaba lleno de formularios e informes de incidentes, dispuestos, al parecer, sin 37. EELL PPSSIICCOOAANNAALLIISSTTAA John Katzenbach 37 orden ni concierto. De vez en cuando, agarraba un par y los grapaba con un puetazo que propinaba a la anticuada grapadora antes de lanzarlos a una bandeja metlica de rejilla. Si me lo permite, volver a empezar dijo finalmente Ricky con brusquedad. El sargento sonri de nuevo sacudiendo la cabeza. Nadie puede volver a empezar, por lo menos que yo sepa. Todos