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El reflejo del gigante en el agua:
Una historia ambiental del río Bogotá, 1950-2003
Autor: Martín Vélez Pardo
Asesora: Claudia Leal
Programa: Historia
Universidad de los Andes
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Agradecimientos
Mi mayor agradecimiento es para Claudia Leal, un referente intelectual y una asesora excelente.
No solo le debo muchos de los aciertos que puedan haberse materializado aquí, sino también
varias lecciones que van más allá de la escritura de esta monografía. Además agradezco de manera
especial a los profesores Luis Alejandro Camacho y Manuel Salvador Rodríguez, del
departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de la Universidad de los Andes, y a la profesora
Muriel Laurent, del departamento de Historia, por sus valiosas contribuciones y su tiempo.
Finalmente, agradezco con cariño a mis padres, a quienes estará siempre dedicado todo lo
medianamente valioso que salga de mí.
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Contenidos
Prólogo
P. 5
Capítulo 1
El salto y el declive: de los “lugares deliciosos” al río moribundo, 1800-2010
P. 11
Capítulo 2
El agua envenenada y el gigante de vista corta: la contaminación como problema sanitario, 1950-1970
P. 20
Capítulo 3
Las nuevas prioridades y el letargo del gigante: la contaminación como problema ambiental, 1970-1985.
P. 34
Capítulo 4
Las manos al agua y la incipiente materialización de los proyectos: 1985-2003
P. 54
Epílogo
P. 68
Referencias
P. 70
4
El ingreso al lugar de embarque en las inmediaciones de la intersección del río Bogotá con la calle 80 es
acompañado por la policía ambiental, que facilita el acceso a una hacienda que no ve con buenos ojos la llegada
de los navegantes, quizá temerosos porque se difundan las imágenes de los pastos regados con aguas
putrefactas del río, alimentando un hato lechero de los que surten las industrias lácteas sabaneras que procesan
la leche ofrecida por en tiendas y supermercados de la ciudad.
[...] Justo frente a la pista del aeropuerto de El Dorado, un tapón de buchón de agua, una planta acuática que
prolifera en el río Bogotá, nutriéndose de los contaminantes de las aguas, impide el paso de las
embarcaciones.[...] La pestilencia del río que a estas alturas ha recibido las descargas de los tributarios río Frío
y río Juan Amarillo [o Salitre], va en aumento.
[A la altura de Fontibón] duele ver los niños de comunidades marginales […] jugar en las orillas del río mal
oliente en compañía de cerdos que se alimentan de basuras arrojadas en la ronda y al mismo cauce.
Aguas abajo, a la altura de Patio Bonito, otra comunidad marginada, y después de recibir la descarga de
residuales domésticos y de algunas industrias que hacen sus vertimientos al río Fucha, la escena se repite, niños
y animales se hacinan en cambuches de latas y maderas, envenenándose lentamente con los vapores tóxicos
que emite el río, agravado allí por los vertimientos de un gran colector de aguas negras de la Empresa de
Acueducto y Alcantarillado.
[En la desembocadura del río Tunjuelo en el río Bogotá] el agua se torna cada vez más densa y una gran
mancha tornasolada permite presumir un gran contenido de aceites en el agua, quizá procedentes de estaciones
de servicios o de otras industrias procesadoras de grasas que hacen sus vertimientos sin tratar al río. Navegando
literalmente por un río de excrementos y condones, los vapores que emanan del río son por demás
insoportables y deben estar cargados de sustancias altamente peligrosas para la salud humana.
La exuberancia de los pastos y hortalizas que crecen en estas riberas se debe […] al alto contenido de nutrientes
en las aguas, [pero] el riesgo para la salud está en los tóxicos que igualmente están presentes en [ellas]. [E]l
Salto de Tequendama, a escasos kilómetros del desembarque de esta segunda jornada de navegación, otrora
considerado como una maravilla […], ha sido reducido a un pequeño y maloliente chorro, por la acción de
bombeo de las aguas del río Bogotá al embalse del Muña para producir el suficiente caudal que demanda la
generación de los 1200 megavatios de las centrales hidroeléctricas emplazadas en la cuenca baja del río [...]. La
acción de bombeo de las aguas putrefactas acabó con la belleza natural del embalse del Muña, que hasta hace
30 años servía de club náutico y lugar de torneos de pesca y regatas. Los 30.000 habitantes del vecino municipio
de Sibaté se ven amenazados continuamente por nubes de zancudos e invasiones de ratas que llegan desde el
embalse convertido en una enorme lagua de oxidación de 800 hectáreas.1
1 Estos fragmentos provienen de la bitácora del recorrido realizado por miembros de la fundación Al Verde Vivo por la cuenca media del río Bogotá en 1999. Al Verde Vivo. Segunda Navegación. Bogotá: Al Verde Vivo, 1999. pp. 24-33.
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Prólogo
A comienzos del siglo XIX escribía Francisco José de Caldas:
Las márgenes del [río] Bogotá, desde que entra en la garganta del Tequendama, están
hermoseadas con arbustos y también con árboles corpulentos. Las vistosas beffarias resinosas
y urcus, las melastomas, la cuphea, esmaltan estos lugares deliciosos, que ponen a la sombra
el roble, las aralias y otros muchos árboles.2
Dos siglos y una historia compleja salvan el abismo que separa los “lugares deliciosos” de Caldas
del río que hoy llega convertido en cadáver a las compuertas de la represa del Muña en Alicachín,
antes del salto del Tequendama. Se trata de la historia de un gigante que creció junto al agua,
llegando por ductos de desagüe a quebradas y riachuelos, tendiendo durante décadas sus redes
de desechos sobre los ríos menores de la Sabana, brazos del mítico Funza de los muiscas, que
hoy llamamos río Bogotá, hasta convertir la gran arteria en una enorme corriente de vertimientos.
Como producto de este acercamiento, al gigante se le hizo inevitable ver en el agua del río el
reflejo de su crecimiento desordenado, de su negligencia y de sus visiones contradictorias sobre
la naturaleza, pero también de su desarrollo, de sus transformaciones y de sus necesidades físicas.
Así puede esbozarse el acercamiento entre un río milenario y el entorno urbano y rural,
el gigante de esta historia, que circunscribe su cuenca hidrográfica, y que en los últimos cien años
ha sumado cerca de nueve millones de personas, una quinta parte de la población colombiana.
Es la historia del río Bogotá, y también la de quienes hemos vivido en su cuenca, comprendida
entre su nacimiento en el páramo de Guacheneque, en el municipio de Villapinzón, y su
desembocadura en el río Magdalena a la altura de Girardot, 380 kilómetros después. Estas
páginas exploran la manera como se ha escrito, se ha pensado y se ha legislado sobre el río entre
1950 y los primeros años del siglo XXI, y hacen énfasis en el problema de su contaminación,
concentrándose especialmente en las cuencas alta y media; es decir, entre su nacimiento y el Salto
del Tequendama, donde el río deja la Sabana de Bogotá.
2 Eduardo Posada (compilador), Obras de Caldas, Biblioteca de Historia Nacional. Vol. IX, Imprenta Nacional. Bogotá, 1912. pág. 508, citado en EAAB (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá), El agua en la historia de Bogotá, Bogotá: Villegas Editores, 2003. Tomo III, p. 119.
6
La relación entre el río Bogotá y los habitantes de su cuenca hidrográfica en el último
siglo ha sido estrecha y ambivalente. Por un lado, hemos sacado provecho de él para obtener
agua potable, servicios de alcantarillado, recreación, irrigación de cultivos y electricidad. Por otro,
se ha contaminado hasta convertir varios de sus tramos en agua desprovista de oxígeno, con
altas concentraciones de bacterias y residuos tóxicos, e incapaz de sostener la que antes fue su
fauna nativa. La forma como ha sido percibido este problema aporta un panorama interesante
de los cambios en las ideas sobre el medio ambiente, así como una perspectiva particular del
desarrollo de Bogotá y la Sabana en la segunda mitad del siglo XX.
La preocupación por el estado del río comienza desde la década de 1950, aunque es
bastante tímida hasta los años setenta. En ese período se habla de la contaminación como una
amenaza a la salud pública y a la economía agrícola que toma sus aguas para riego y para el
consumo de animales productivos. Luego, la conciencia del problema se expande y se complejiza
cuando, en los años setenta, se consolida una nueva concepción del medio ambiente, cristalizada
en los planteamientos de la Cumbre de la Tierra de Estocolmo de 1972. Esta visión tendrá
repercusiones en la legislación colombiana, y en el caso del río Bogotá en particular, ya que, si
bien el discurso del río como problema sanitario no desaparece, a partir de entonces comienza a
hablarse también de los efectos ecológicos de su contaminación. La nueva forma de tratar el
caso se enmarca en una discusión más general sobre la relación de los seres humanos con la
naturaleza; sobre la responsabilidad de estos por mantener un equilibrio ecológico, que va más
allá de la solución de un problema de aguas negras. A esta interpretación me referiré como la
concepción ambiental del problema.
A pesar del crecimiento de estas preocupaciones, no es sino hasta los años noventa que
comienzan a materializarse los primeros esfuerzos para descontaminar el río Bogotá. Es
entonces cuando, a la par con la creación del Ministerio del Medio Ambiente, se construyen
plantas de tratamiento de aguas residuales en distintos municipios de la cuenca del río, y
comienza a construirse la planta del Salitre, en Bogotá. Sin embargo, el efecto de estas plantas
de tratamiento sobre el estado del río ha sido mínimo, y su descontaminación sigue siendo hoy,
en 2015, un problema sin perspectivas cercanas de solución, lo que muestra que la aceptación e
incluso el predominio de una concepción ambiental de la contaminación del río no han
garantizado acciones inmediatas ni efectivas -a mediano o largo plazo- para su saneamiento.
7
Incluso los primeros abanderados del movimiento ambiental global, Estados Unidos y
Europa, han enfrentado situaciones similares a la del río Bogotá. Por ejemplo en Alemania,
pionero en estudios de ecología riparia a nivel mundial, apenas en la década de 1980 se
comenzaron a implementar estrategias efectivas para la descontaminación del Rin, uno de los
ríos más importantes y para entonces más contaminados de Europa. Asimismo, el caso de ríos
como el Columbia o el Colorado, en el oeste de los Estados Unidos, ilustra la forma como ríos
que por muchos años fueron exaltados como proveedores de agua y electricidad se convirtieron
en foco de preocupaciones debido a su nivel de contaminación, especialmente a partir de los
años setenta. Pero la similitud entre estos casos y el del río Bogotá no se agota en la tardanza
para la descontaminación: tanto científicos y organizaciones ambientales como periodistas
fueron los encargados de mantener una discusión viva sobre el problema de la contaminación,
comenzando en los años cincuenta y los setenta, según el caso.3
No obstante, muchos de los encuentros entre ríos y ciudades de los países más
desarrollados son hoy historias de éxito. No solamente muchos ríos se encuentran hoy
recuperados, sino que hacen parte fundamental de la vida de las comunidades urbanas y rurales
que los rodean, sin que medien el asco o el miedo a la enfermedad. Esto todavía está lejos de ser
cierto para el río Bogotá, y por eso, aunque uno de mis objetivos es mostrar que la relación entre
el río y los habitantes de su cuenca no se reduce solo al asco, este trabajo se centra en el problema
de su contaminación y, sobre todo, en la forma como el gigante lo ha concebido y tratado en un
período de medio siglo.
Hoy se reconoce que tanto los ríos como las comunidades asentadas en sus márgenes
son dinámicos, cambiantes, y no se reduce el problema de la contaminación a juicios y condenas
morales, ni su recuento histórico se limita a una denuncia. Esta visión compleja de la relación
entre los seres humanos y los ríos es característica de la historia ambiental contemporánea, en la
que se inscribe este trabajo.
Nacida hace cuatro décadas en Estados Unidos, la historia ambiental ha ganado un gran
impulso en los últimos veinte años, extendiéndose gradualmente al resto del mundo. El
historiador estadounidense John McNeill la define como la historia de la relación entre
3 Sobre el caso del Rin, ver: Thomas Lekan, “Saving the Rhine. Water, Ecology, and Heimat in post-World War II Germany, en Christof Mauch y Thomas Zeller (eds.). Rivers in History. University of Pittsburgh, 2008. pp. 110-136. Sobre los casos del Columbia y el Colorado, ver la introducción del mismo libro, de Christof Mauch y Thomas Zeller.
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sociedades humanas y el resto de la naturaleza del que ellas han dependido. Es decir, hacer
historia ambiental es escribir historia “como si la naturaleza existiera”, reconociendo que el
mundo natural no es solamente el telón de fondo de los acontecimientos humanos, sino que
evoluciona por sí misma así como por las acciones humanas.4 Una de las particularidades de la
historia ambiental, según el compatriota de McNeill y también historiador Paul Sutter, es su
carácter eminentemente híbrido: al reconocerse al medio natural como parte integral de la vida
social, esta conecta preocupaciones sobre la historia del medio ambiente con preguntas de
historia social, de historia económica, de historia cultural, de geografía y conformación del
territorio, de historia urbana, de historia del derecho, e incluso de historia intelectual. Esto se
debe, según Sutter, a que el medio natural es parte integral de las acciones de los seres humanos.5
En Colombia, la historia ambiental ha ido constituyendo gradualmente su nicho en los
últimos quince años. Entre las primeras contribuciones al tema en el país se destacan la colección
de ensayos El campo de la historia ambiental. Perspectivas para su desarrollo en Colombia, de Alberto
Flórez Malagón, y la primera compilación de ensayos titulada Naturaleza en disputa. Ensayos de
historia ambiental de Colombia, 1850-1995, editada y presentada por Germán Palacio, en el año
2001.6 Cuatro años después, en 2005, se publicó el primer libro sobre historia ambiental de
Bogotá: Historia ambiental de Bogotá, siglo XX, de Jair Preciado, Robert Leal y Cecilia Almanza, de
la Universidad Distrital. En este se exponen de manera muy general los principales problemas
ambientales que ha afrontado la ciudad en el último siglo, incluyendo las inundaciones y la
contaminación del río Bogotá. El libro trata la contaminación sobre todo vinculada al proceso
de crecimiento urbano de la capital, pero dedica poco al tema de los proyectos de
descontaminación.7
Desde esas primeras obras, la historia ambiental colombiana ha ido creciendo y se ha
aproximado con varios trabajos a la historia de los ríos de la Sabana, y al río Bogotá en particular.
El recurso bibliográfico más importante que se ha escrito hasta ahora sobre la historia de este
4 John Robert McNeill. “The State of the Field of Environmental History”, Annual Review of Environment and Resources. Vol. 35 (2010). 345- 374. 5 Paul Sutter. “The World with Us: The State of American Environmental History”, The Journal of American History. Vol. 100 (2013). Pp. 95-96. 6 Alberto Guillermo Flórez Malagón. Ambiente y desarrollo –Ensayos III-. El campo de la historia ambiental. Perspectivas para su desarrollo en Colombia. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Instituto de Estudios Ambientales para el Desarrollo, 2000. Germán Palacio (ed.). Naturaleza en disputa, ensayos de historia ambiental de Colombia, 1850-1995. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2001. 7 Jair Preciado Beltrán, Robert Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda. Historia ambiental de Bogotá, siglo XX: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2005
9
último es un artículo de Camilo Guío y Germán Palacio, publicado en Historia Ambiental de Bogotá
y la Sabana, con el título de “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des)encuentro entre el río y la
ciudad”, del año 2008.8 En él, Guío y Palacio relatan de manera general el acercamiento entre el
río y la ciudad de Bogotá entre principios del siglo XIX y comienzos del silgo XXI. Los autores
introducen de forma breve algunos de los principales proyectos de descontaminación del río,
una labor que retomé y traté de ampliar en este trabajo.
Por su parte, Stefania Gallini Laura Felacio, Angélica Agredo y Stephanie Garcés
realizaron una exhibición virtual publicada por el portal Environment and Society en 2014, con el
título de “The City’s Currents: A History of Water in 20th-Century Bogotá”, en la que dedican
sendos apartes a la contaminación hídrica, al uso y aprovisionamiento de agua, y a la higiene,
entre otros. La exhibición cuenta con muy buenos recursos visuales y un buen soporte de
fuentes, pero centra su atención sobre todo en la primera mitad del siglo XX, tratando de manera
un poco más general los últimos cincuenta años, en los que se concentran estas páginas.9
También sobre la relación entre los habitantes de la ciudad y sus aguas cabe destacar los
trabajos de Julián Alejandro Osorio y de Fabio Vladimir Sánchez, quienes muestran, en trabajos
diferentes, la forma como el río Tunjuelo es clave para entender dinámicas sociales y ambientales
del sur de Bogotá. Además, como muestra el libro de Osorio, para entender las causas de la
contaminación en la cuenca media, así como el efecto de las medidas de descontaminación del
río Bogotá, se hace necesario tener en cuenta la situación de sus principales afluentes, en especial
los ríos urbanos como el Fucha, el Salitre y el Tunjuelo.10
Por otro lado, el tema de los ríos de la Sabana también pone en conjunción las
preocupaciones de la historia urbana con las de la historia ambiental. Así, un libro insignia de la
historia urbana de Bogotá, Historia de Bogotá. Siglo XX, de Fabio Zambrano, también hace alusión
a los usos que se le han dado al río Bogotá, y discute sus problemas de contaminación y el
deterioro ambiental de los ecosistemas de la Sabana. Por su parte, la tesis de Rocío del Pilar
8Camilo Guío y Germán Palacio Castañeda, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des)encuentro entre el río y la ciudad”, en Germán Palacio Castañeda (ed.), Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 9 Stefania Gallini, Laura Felacio, Angélica Agredo, Stephanie Garcés. The City’s Currents: A History of Water in 20th-Century Bogotá”, en Environment and Society. Disponible en: http://www.environmentandsociety.org/exhibitions/water-bogota/waste-and-water-pollution 10 Fabio Vladimir Sánchez Calderón, “Segregación socio-espacial y cambio ambiental en Bogotá. Siglo XX: el caso del río Tunjuelo”. Bogotá: Actas del XII Coloquio Internacional de Geocrítica, 2012. Consultado en http://www.ub.edu/geocrit/coloquio2012/actas/07-F-Sanchez.pdf. Julián Alejandro Osorio Osorio. El río Tunjuelo en la historia de Bogotá, 1900-1990. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C., 2007.
10
Garzón sobre la historia de los diálogos alrededor de la construcción del alcantarillado de Bogotá
entre finales del siglo XIX y principios del XX, o el artículo de Laura Cristina Felacio sobre la
Empresa Municipal del Acueducto entre 1911 y 1924, ponen en conjunción preocupaciones por
la historia urbana con problemas de carácter ambiental.11
Finalmente, los tres tomos de El agua en la historia de Bogotá, publicado por Villegas
Editores y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá en 2003, son un referente clave,
pues reúnen de gran cantidad de información y de documentos sobre el tema del agua en Bogotá,
en general, varios de ellos sobre la contaminación del río Bogotá, en particular, sin mayor
tratamiento analítico.12 Todas las aproximaciones mencionadas, de una forma u otra, han abierto
el terreno a un trabajo como este, y por eso les estoy en deuda.
11 Fabio Zambrano Pantoja. Historia de Bogotá. Siglo XX. Bogotá: Villegas Editores, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2007. Rocío del Pilar Garzón Vargas. Aguas y salubridad: diálogos ingenieriles y médicos en la consolidación del alcantarillado en Bogotá. Finales del siglo XIX y principios del XX. Bogotá: Universidad de los Andes, 2007 (Tesis de Maestría en Historia). Laura Cristina Felacio Jiménez. “La Empresa Municipal del Acueducto de Bogotá: Creación, logros y limitaciones, 1911–1924” (Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 38, no. 1 (2011): pp. 109–40. 12 EAAB, Villegas Editores. El agua en la historia de Bogotá, 1538-2003. Bogotá: Villegas Editores, 2003.
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Capítulo 1
El salto y el declive: de los “lugares deliciosos” al río moribundo, 1800-2010
Desde décadas antes de que la contaminación se volviera una preocupación, el río Bogotá
comenzó a aprovecharse para tres propósitos: la recreación, la generación de energía eléctrica, y
la provisión de agua potable. Para tratar estos puntos conviene entender un poco la geografía
del río. La cuenca del río Bogotá se divide en tres: una cuenca alta, definida entre Guacheneque
y el puente del Común, en Chía; una cuenca media, entre Chía y la represa del Muña, justo antes
del Salto del Tequendama, y una cuenca baja, en el resto del trayecto del río, entre el Tequendama
y el río Magdalena a la altura de Girardot. En total, desciende de cerca de 3.300 a menos de 300
metros sobre el nivel del mar, y sus tres cuencas cubren un área de 589.143 hectáreas;
aproximadamente un tercio del área del departamento de Cundinamarca.13
Mapa: Cuenca del río Bogotá en 2013. Elaborado por Juan Sebastián Moreno.
13Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, CAR. Plan de ordenación y manejo de la cuenca hidrográfica del río Bogotá. Bogotá: CAR, 2006, consultado en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/adminverblobawa?tabla=T_NORMA_ARCHIVO&p_NORMFIL_ID=305&f_NORMFIL_FILE=X&inputfileext=NORMFIL_FILENAME el 3 de mayo de 2015.
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El río de los peces y los paseos
Aunque esta historia se centra en la relación entre el río y el gigante en la segunda mitad
del siglo XX, vale la pena remontarse un poco más en el tiempo, para presentar una de las facetas
del río Bogotá: fuente de admiración y lugar de recreación. Uno de los lugares más emblemáticos
del río, tanto por su belleza como por su cercanía a la capital, fue el Salto del Tequendama. Los
cerca de 150 metros de caída, que marcan el paso de la cuenca media a la cuenca baja del Bogotá,
maravillaron a gran cantidad de viajeros nacionales y extranjeros durante varios siglos, y hasta
entrado el siglo XX seguía siendo un destino popular para los paseos de los habitantes de la
Sabana. A mediados del siglo XIX decía el periodista y escritor Juan Francisco Ortiz sobre el
salto: “Como la catarata dista apenas cuatro leguas de la capital, es el paseo favorito de los
bogotanos. Ella también ha sido visitada por muchos extranjeros”. Entre los ilustres visitantes
del lugar, Ortiz menciona al barón Alexander von Humboldt, en 1801; a Simón Bolívar, en 1826;
a Pedro Bonaparte, primo de Napoleón III, en 1832; al barón de Lita, en 1842, y a varios más.14
En 1928 la popularidad de la catarata no parecía haber disminuido: en ese año abrió sus
puertas el Hotel del Salto, situado de frente a la garganta del Tequendama. Se trataba de un hotel
de lujo, que sirvió para ambientar fiestas de la élite bogotana hasta mediados de los años
cincuenta, cuando dejó de funcionar como hotel, en parte debido a los olores cada vez más
fuertes que traía el Bogotá.15 A finales de los años treinta eran también importantes los paseos
de olla de familias de la Sabana al salto y a municipios de la cuenca baja del río como
Santandercito, Apulo, Tena, Tocaima o Girardot, donde era frecuente la variedad de platos
típicos como la sopa de cangrejo, o el pescado capitán frito. El río Bogotá producía cangrejos
suficientes para satisfacer el gusto gastronómico de todos los pueblos turísticos de la sabana y
sus alrededores”.16
14 Juan Francisco Ortiz. “El Tequendama”, década de 1860. Consultado en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/cosii/cosii22a.htm el 6 de febrero de 2015. 15 Carol Malaver, “Con ecología renace el hotel del Salto del Tequendama”, El Tiempo, Bogotá, 23 de agosto de 2012. Consultado en: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12154063 el 28 de marzo de 2015. 16 Sobre los paseos de olla: “Ni el más contaminado, ni estará listo en el 89”. El Tiempo, Bogotá. 6 de agosto de 1988. Citado en EAAB (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá), El agua en la historia de Bogotá, Bogotá: Villegas Editores, 2003. Tomo III. p. 117. Sobre el Hotel del Salto: http://www.unisabanaradio.tv/noticias_detalle.php?id=1319&idh=5 consultado el 28 de marzo de 2015.
13
Paseo al Salto del Tequendama. Foto de Henry Barbosa, 1895. Archivo Henry Barbosa. Tomada de: http://losdesveladosliterarios.blogspot.com/2013_03_01_archive.html
Salto de Tequendama. Foto de Gumercindo Cuéllar, probablemente de 1929. Biblioteca Luis Ángel Arango. Tomada de: http://www.banrepcultural.org/agua/galeria-gumercindo-cuellar.html
14
Paseante en Salto del Tequendama. Autor desconocido, 1943. Tomada de: http://losdesveladosliterarios.blogspot.com/2013_03_01_archive.html
En la década de 1950, la cara del río era todavía muy distinta a la que se ve hoy cerca de
la capital. Francisco Leal Buitrago, profesor retirado de la Universidad de los Andes, recuerda
cómo entre 1956 y 1957, durante su entrenamiento en la Escuela Militar –ubicada en la calle 80
con carrera 50-, fue por lo menos en tres ocasiones distintas a bañarse en el río Bogotá. Desde
el viernes, con los demás miembros de su compañía, atravesaban varias fincas a la altura de la
calle 80, hasta las márgenes del río. El sábado y el domingo tenían que bañarse en él, a las 6 a.m.,
antes de comenzar los ejercicios. No había ni rastro del olor pestilente de hoy. “El agua era
bastante cristalina, y helada”, recuerda Leal. “Si el día era soleado, cuando uno nadaba hacia el
fondo del río podía ver cantidad de peces. También veía usted cangrejos en la orilla del río”.
Leal recuerda además cómo el pez capitán, nativo del Bogotá y otros cuerpos de agua de
la Sabana, era el más popular, el de mejor sabor, y se conseguía muy fácilmente. 17 Además,
cuenta que un par de ocasiones les tocó cocinar con agua hervida del río: “no era ningún
problema”, dice. Según Leal, los problemas de contaminación del río se empezaron a ventilar
17 Entrevista a Francisco Leal Buitrago, Bogotá, 19 de abril de 2015.
15
con más fuerza a finales de la década de los setenta, cuando, entre otras cosas, se inauguró la
autopista a Medellín, que cruzaba el río Bogotá sobre la calle ochenta. Su percepción es que antes
de ese momento se hablaba poco sobre la contaminación del río en la ciudad.
Claudio Cano, miembro del cabildo indígena de Cota, nació, como Leal, en los años
treinta. En una entrevista realizada por la Universidad Nacional y el IDEAM en 2007, Cano
recordaba: “hace 50 años yo tomaba agua del río Bogotá pero ahora es una alcantarilla. En esa
época pescábamos allí el capitán, que desapareció hace mucho tiempo”. También relata sobre la
cantidad de especies que se veían entonces:
El río tenía épocas de crecidas y tiempo de bajas; había unos sitios como remansos donde
a uno le daba el agua a la rodilla. Cerca al río había juncos y allí era el asilo de las tinguas.
Había gran cantidad de patos, pájaros y garzas pero hasta ellos se fueron buscando un mejor
hábitat.18
Además, menciona que la tierra era muy fértil y se usaba para la siembra de maíz, papa, arracacha,
habas, y hierbas utilizadas para remedios como la mejorana, la manzanilla y la caléndula. La
relación con el río era bastante estrecha, según la descripción de Cano.
Así, el río de los años cincuenta, en el que nadaron Cano y Leal, era todavía un espacio
de recreación y de pesca, así como un elemento cotidiano de la vida de algunos habitantes de la
cuenca media, la que hoy se encuentra más contaminada.
El río como recurso: agua y energía para el gigante
Acercarse a los usos que se han dado al agua del río Bogotá muestra una faceta de la
relación del río con los habitantes de su cuenca que va más allá del problema de la contaminación
y las inundaciones; una relación de dependencia mutua. A estos procesos subyace una
concepción del río como recurso, algo que convivirá de forma simultánea con la concepción del
río como problema sanitario y, subsecuentemente, como problema ambiental, pero que parece
quedar opacado de manera sistemática en la mayoría de las referencias que hoy se hacen sobre
el Bogotá.
18 Entrevista a Claudio Cano, realizada por el Instituto de Estudios Ambientales –IDEA- de la Universidad Nacional de Colombia. 2007. Disponible en http://www.virtual.unal.edu.co/cursos/IDEA/2007225/lecciones/capitulo2/21-elementosatener4.htm, consultada el 21 de abril de 2015.
16
El siglo XX fue el de las grandes transformaciones en la Sabana de Bogotá. Después de
más de tres siglos de una relativa estabilidad demográfica, seguida de un crecimiento tímido en
la segunda mitad del siglo XIX, Bogotá y la Sabana cambiaron de forma radical. No solo la
capital pasó de contar con una población de alrededor de cien mil habitantes en 1900 a sumar
cerca de siete millones de personas cien años después; también la población y los cascos urbanos
de los municipios sabaneros crecieron de forma significativa. Esta tendencia vino acompañada,
además, de un proceso de tecnificación gradual de las actividades agropecuarias, así como de la
industrialización de la región.
Pero con la población también crecen las necesidades: abastecer de energía, agua,
alimentos, y vías de drenaje para las aguas residuales a un entorno urbano y semi-urbano de
cientos de miles y luego millones de personas –a comienzos de la década de 1960 la ciudad ya
contaba con más de un millón de habitantes-, con un crecimiento acelerado, no es una tarea
obvia. Fue en ese contexto en que el río Bogotá se convirtió en crucial para el gigante, al prestar
su corriente para la generación de potencia eléctrica, para el desagüe de la Sabana, tanto como
para proveer a sus habitantes de agua para la irrigación de cultivos, y para el consumo humano
y animal.
Desde mediados de siglo, Bogotá tuvo luz y energía eléctrica para la demanda de sus
habitantes gracias a la corriente del río Bogotá. En 1955, la capacidad total instalada de
generación eléctrica para Bogotá y su red de distribución era de 80,4 megavatios-año. De esos,
más del 70 por ciento, provenían del sistema de generación del río –concretamente, de la estación
generadora de El Salto I. Una década más tarde, de los 244 megavatios de capacidad instalada,
el 77 por ciento, eran generados por el sistema de presas y generadores del río –al que se habían
sumado las centrales de Laguneta en 1957 y El Salto II en 1963. Ya en 1975, de 633,7 megavatios
de capacidad total instalada, más del 87 por ciento venía del río, al que se habían conectado las
estaciones de El Colegio en 1967, con 300 megavatios de generación, y de Canoas en 1971, con
50 megavatios.19
19 Los datos de capacidad total instalada, por su parte, fueron tomados de Fabio Zambrano Pantoja y Julián Vargas Lesmes. Historia de Bogotá. Bogotá: Villegas Editores, 2007. p. 206. Los datos de generación del río Bogotá provienen de Instituto de Patrimonio Cultural. La energía en Bogotá. 111 años de historia. Bogotá: 2007. p. 107 Consultado en http://www.patrimoniocultural.gov.co/servicios/nuestras-publicaciones/2-publicaciones/117-la-energia-en-bogota-111-anos-de-historia.html el 25 de marzo de 2015.
17
Se ve no solamente que el río Bogotá cobra gran importancia para la generación de
energía de la capital en la segunda mitad del siglo XX, sino que esta importancia crece de forma
progresiva entre las décadas de 1950 y 1970, pasando de constituir el 70 a cerca del 90 por ciento
del origen de la generación hidroeléctrica de Bogotá, en menos de veinte años. Con la entrada
en operación de la represa del Guavio en los años ochenta, el porcentaje de energía proveniente
del río Bogotá disminuyó. Sin embargo, hasta hoy se mantiene como parte fundamental del
abastecimiento de energía de la capital, y de más de 50 municipios, sumando, luego del período
referido, dos nuevas grandes centrales de generación: La Guaca y Paraíso.20
A pesar de ser la fuente de agua más importante de la Sabana, el río Bogotá no fue
utilizado para abastecer de agua potable a los habitantes de Bogotá hasta mediados del siglo XX.
Fueron los ríos del centro de la ciudad, el San Francisco y el San Agustín, y luego el Tunjuelo,
los que fueron usados para el servicio de acueducto durante la colonia y buena parte del período
republicano, si bien es cierto que los tres hacen parte de la cuenca del río Bogotá, llevando sus
aguas hacia él. Fue precisamente sobre el Tunjuelo que se completó, a finales de la década de
1930, la planta de potabilización de Vitelma. Luego, esta se complementó con la Planta de San
Diego, construida entre 1942 y 1943, en la que se filtraban y se purificaban las aguas de los ríos
San Francisco y San Agustín. Con ella, el suministro de agua potable de Bogotá llegó a los
100.000 metros cúbicos diarios, ya que esta proporcionaba 20.000 y Vitelma 80.000. 21
Pero el acierto de las plantas de Vitelma y San Diego se hizo rápidamente insuficiente -
para una ciudad que crecía a un ritmo sin precedentes. El ingeniero Francisco Wiesner, quien se
convertiría luego en el primer director de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá,
EAAB, escribía en 1949 sobre la necesidad de aumentar las tarifas al servicio de aguas, y así
contar con la financiación suficiente para ensanchar el acueducto, especialmente para satisfacer
la demanda de los barrios del norte y del sector industrial del occidente de la ciudad.22
Entre los años cuarenta y cincuenta se registraron varios episodios de desabastecimiento
de agua potable en la capital colombiana. Esto llevó a que, a comienzos de la década de 1950, se
encargaran los primeros estudios para explorar el río Bogotá como fuente hídrica. Fue entonces
cuando se encargó al experto norteamericano John Savage un estudio para aprovechar el río en
20 Sobre el Guavio: Instituto de Patrimonio Cultural. La energía en Bogotá... pp. 119-120. Sobre Paraíso y La Guaca: http://institutodeestudiosurbanos.info/endatos/0100/0110/0112-hidro/01121182.htm consultado el 25 de marzo de 2015. 21 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. pp. 46 y 80-82. 22 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. p. 107.
18
su cuenca alta, y posteriormente a las compañías Buck, Seifert & Jost, en 1951, y The Pitometer
en 1952.23
Con base en los resultados de estos estudios, se emitió el Decreto 2675 del 15 de octubre
de 1953, encabezado como “Por el cual se provee a la construcción del Acueducto del Río
Bogotá y se dictarán otras disposiciones”. Así se oficializaban las obras de la ampliación del
acueducto que buscaban captar las aguas del río Bogotá en cercanías a la desembocadura del
Neusa, su tributario, para llevar agua a la ciudad y a otras partes de la Sabana. En particular, el
artículo 5 del mismo decreto le cedía al municipio de Bogotá un caudal de 6 metros cúbicos por
segundo del agua del río Bogotá en ese punto.24
En 1958 se inauguró el Acueducto de Tibitoc, llamado entonces “Acueducto del río
Bogotá”. Con 259.000 metros cúbicos diarios de agua (o 3 metros cúbicos por segundo), esta
nueva fuente casi triplicó el abastecimiento que antes recaía en las plantas de Vitelma y San
Diego, y suplía una demanda que había desbordado la capacidad de abastecimiento previa. En
julio del año siguiente, las obras del Acueducto consistían en la regularización del río Bogotá
mediante la represa del Neusa -construida por el Banco de la República con aporte de 4 millones
de pesos del acueducto, con una capacidad de embalse de 100 millones de metros cúbicos-, en
la captación de aguas del río Bogotá, haciendo uso de una presa construida abajo en su
confluencia con el río Neusa, y en la Presedimentación –proceso para remover sólidos del agua-
en un lago artificial de 500.000 metros cúbicos de capacidad. 25
A finales del mismo año entró en operación la planta de potabilización de Tibitoc. Así,
en 1959 se podía proveer más de 320.000 metros cúbicos por día (por Vitelma, San Diego y
Tibitoc), suficiente para abastecer a 1’400.000 habitantes. Entonces, la planta de Tibitoc era la
mayor del país, con capacidad inicial de 210.000 metros cúbicos diarios. Además, para la
conducción del agua de Tibitoc a Bogotá se construyó una enorme tubería de 60 pulgadas de
diámetro, con una longitud de 38 kilómetros entre Tibitoc y Usaquén. 26 Ya eran proyectos de
una escala sin precedentes los que mediaban entre el río y el gigante.
23 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. pp. 129 y 132-133. 24 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. pp. 135-136. 25 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. p.169. 26 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. pp. 170-171.
19
Pero en menos de una década, este nuevo acueducto también se quedaría corto para
suplir la demanda de la ciudad de Bogotá y municipios aledaños, por lo que se realizó el proyecto
de Tibitoc II para su ensanche.27 Sin embargo, para entonces ya se veía la necesidad de buscar
una fuente de agua complementaria al río Bogotá, y en el páramo de Chingaza se encontró el
candidato perfecto. Los primeros estudios para el nuevo acueducto de Chingaza comenzaron en
1966, pero las obras no estuvieron terminadas hasta 1985, cuando esta nueva etapa del acueducto
fue culminada. Desde entonces, cerca del 70 por ciento de Bogotá consume agua proveniente
de Chingaza, mientras que el 30 por ciento restante lo hace del río Bogotá. Es curioso pensar
que es allí mismo a donde vuelve esta agua, en condiciones muy distintas a las de su extracción.28
Tibitoc nos remite a la situación que concierne a los próximos capítulos, pues la
contaminación de la cuenca alta del río es un problema considerable en la potabilización del agua
del río Bogotá. Por ejemplo, durante 110 días del año 2012 tuvo que cerrarse por períodos de
más de diez horas la bocatoma de la dársena de pre-sedimentación que toma el agua directamente
del río para llevarla a Tibitoc, porque presentaba condiciones que no la hacían apta para
potabilización; es decir, porque llegaba contaminada al lugar.29 Cuando se cierra Tibitoc, se
recurre a la planta Wiesner, en el embalse de San Rafael –al que llega el agua de Chingaza-, pero
incluso Wiesner ha tenido recientemente problemas con la calidad del agua que recibe. Ante este
panorama riesgoso, la opción más sensata, según expertos, es garantizar que la calidad del agua
del río Bogotá a la altura de Tibitoc sea la adecuada para potabilización.30
Tanto la generación hidroeléctrica como la extracción de agua para potabilización siguen
siendo dos de los puntos centrales de la relación entre los habitantes de la Sabana y el río incluso
hoy, pero el tema de la contaminación ha tomado precedencia, incluso sobre el de las
inundaciones, y es el pilar fundamental de este trabajo.
27 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. p.190. 28 EAAB, El agua en la historia... Tomo II. p. 225. 29 D. Bravo, “Foro Visión Prospectiva del Saneamiento y Recurso Hídrico en la Cuenca del Río Bogotá y la Integralidad del Territorio”, en Foro Recurso Hídrico, Asociación Colombiana de Ingeniería Sanitaria y Ambiental, y Universidad de los Andes. Bogotá, 2012. Nicolás Rodríguez Jeangros Modelación de la calidad del agua del río Bogotá en la cuenca alta incorporando incertidumbre. Tramo Villapinzón-Tibitoc (Tesis de Maestría, Universidad de los Andes, mayo de 2013). p. 5. 30 Luis Alejandro Camacho, Introducción a la Modelación de la Calidad del Agua Superficial, 2013, Curso de Maestría: Modelación de la Calidad del Agua Superficial, Universidad de los Andes. Citado en Nicolás Rodríguez Jeangros Modelación de la calidad del agua del río Bogotá... p. 5.
20
Capítulo 2
El agua envenenada y el gigante de vista corta: la contaminación como problema sanitario,
1950-1970
Los niveles de contaminación del río Bogotá han crecido de manera significativa –aunque
interrumpida- desde la década de 1950. Sin embargo, algo también ha cambiado desde entonces:
la forma de concebir el problema de la contaminación, y por ende el papel mismo del río. Este
capítulo aborda una de las primeras: la forma como el gigante comenzó a ver su reflejo en las
aguas del Bogotá, al advertir algunas amenazas que suponía su contaminación al desarrollo
económico y a la salud de sus habitantes. Así, explora la percepción del problema de la
contaminación en varios medios escritos, entre la década de 1950 y comienzos de la de 1970.
Crece el gigante
La contaminación del río Bogotá no es un proceso reciente. Trazar su evolución desde
los comienzos es difícil, pues, desde tiempos coloniales, tres de sus tributarios, los ríos San
Francisco, Arzobispo y San Agustín, servían como cloaca a la ciudad de Santa Fe. Además, desde
la construcción del alcantarillado moderno en la capital a comienzos del siglo XX, se les sumaron
a estos los ríos Salitre y Tunjuelo, dos de los mayores tributarios del Bogotá, con una carga de
materia orgánica de crecientes proporciones.31 Sumados a los vertimientos domésticos urbanos,
además, se encontraban aquellos provenientes de una industria de rápido crecimiento, y de
procesos agroindustriales de la Sabana. Aunque se encuentran quejas sobre la suciedad de los
ríos urbanos capitalinos desde el siglo XIX, es apenas entrado el siglo XX en que el problema se
extiende propiamente al Bogotá.
Para entender esta situación es necesario seguir un proceso doble: el acelerado
crecimiento de la ciudad y el subsecuente crecimiento de su infraestructura de alcantarillado.
Sería forzado hablar de un “gigante” para referirse a los cerca de cien mil habitantes de la Bogotá
de 1910 y tal vez incluso para los 237 mil de 1930. Sin embargo, ya antes de 1950 se está hablando
del hogar de más de medio millón, y en 1964 de más de millón y medio –y creciendo- de personas
que iban al baño, preparaban alimentos y lavaban su ropa, por no sumar los desechos líquidos
31 Jair Preciado Beltrán, Robert Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda. Historia ambiental de Bogotá, siglo XX: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2005. pp. 46-47.
21
que producía la rápida industrialización de la ciudad.32 Además, el crecimiento de nuevos barrios
se concentraba sobre todo en sectores y localidades del occidente –en la vecindad del Bogotá-
como Fontibón, Suba, Engativá, Kennedy y Puente Aranda.33 Por su parte, el acelerado
crecimiento urbano hizo necesaria una gran ampliación del sistema de recolección de aguas
residuales –también llamadas servidas, o negras-, lo que conllevó vertimientos sin precedentes a
los que históricamente aliviaron el problema de quitar de vista lo indeseable: los ríos.
Los efectos del crecimiento de la ciudad en el estado del río Bogotá fueron graduales.
Desde 1905 nos acercamos un poco al río degradado que nos aleja de la descripción de Caldas.
Entonces, el médico Josué Gómez describía cómo una gran carga de “inmundicias” era recogida
por los ríos San Francisco y San Agustín, del centro bogotano, llevándola luego al río Bogotá.
Sobre esta “masa nada despreciable”, decía Gómez: “en su curso tortuoso atraviesa prados,
envenena suelos, acaba con la raza pecuaria, y a la larga confunde muy abajo sus aguas con las
del río Funza”, que luego las lanzaría al salto del Tequendama, “donde son sacudidas por su
propio peso, mezcladas con el oxígeno del aire, y vueltas a su constitución primitiva, a fuerza de
choques contra las rocas de aquella insigne catarata”. Gómez mencionaba también al río Bogotá
en el panorama de la contaminación de los ríos urbanos, aunque, por el tamaño de la ciudad,
probablemente el caudal contaminante se disolviera hasta hacerse imperceptible en el torrente
del río, y gracias a la acción limpiadora del Salto.34
Sin embargo, en la década de 1940 el sacerdote y botánico Enrique Pérez Arbeláez había
advertido sobre el deterioro general de parte de la cuenca media del río, especialmente cerca a la
llegada al Tequendama. Sin embargo, su preocupación se centraba en la deforestación de la zona,
y en el reemplazo de especies nativas como el roble por especies foráneas como el pino. Entre
otras cosas, Pérez Arbeláez proponía la creación de un parque lineal, para contrarrestar la
creciente indiferencia de los habitantes de la Sabana frente a su principal cuerpo de agua, pero la
propuesta no tuvo eco.35
32 Jair Preciado Beltrán, Robert Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda. Historia ambiental... p. 138. 33 Jair Preciado Beltrán. Historia ambiental... p. 137. 34 Josué Gómez. Las epidemias de Bogotá. Citado en Camilo Guío y Germán Palacio Castañeda, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des)encuentro entre el río y la ciudad”, en Germán Palacio Castañeda (ed.), Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, p. 224. 35 Enrique Pérez Arbeláez, Paisajes - tierra y trabajos. Bogotá: Minerva, 1949, P. 187, citado en Camilo Guío y Germán Palacio Castañeda, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des)encuentro entre el río y la ciudad”, en Germán Palacio Castañeda (ed.), Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, p. 224.
22
Es con los años cincuenta que aparecen las primeras referencias a la contaminación del
río como un problema: al comenzar la década se realizó el primer estudio comparativo de la
calidad del agua del Bogotá entre el puente del Común (en Chía) y Alicachín, cerca al
Tequendama. El contraste entre los dos puntos permitía evidenciar la carga de contaminantes
que la ciudad de Bogotá vertía al río antes de llegar al salto, a través de los niveles de oxígeno
disuelto. Los resultados del informe de Forero mostraban una caída importante en los niveles
de oxígeno del agua entre Chía y Alicachín, atestiguando ya un efecto perceptible de la
disposición de aguas de la ciudad sobre el río.36
Vale la pena aclarar el punto anterior. El contacto de los cuerpos de agua con la atmósfera
hace que entre ambos circule permanentemente cierta cantidad de oxígeno: el agua absorbe una
pequeña parte del oxígeno atmosférico –que se disuelve en ella-, y simultáneamente libera una
cantidad del mismo de nuevo a la atmósfera. Si las condiciones de presión atmosférica,
temperatura y composición química de los cuerpos de agua no cambian, el oxígeno disuelto
alcanza un nivel estable. Este oxígeno es fundamental para la vida de la mayor parte de las
especies acuáticas, y un nivel alto del elemento disuelto es un buen indicio de calidad en el agua.
Cuando en el agua hay gran carga de materia orgánica, crecen las poblaciones de bacterias que
se alimentan de ella, consumiendo para degradarla, precisamente, oxígeno. Por lo mismo, la caída
en los niveles de oxígeno disuelto del río que mostraba el estudio de Forero, puede verse como
prueba de un deterioro incipiente de la cuenca media del Bogotá.
El cambio del río habla tanto de la magnitud como del orden del crecimiento del gigante.
Ya en 1950 las dimensiones de la ciudad habían hecho obsoletos los sistemas de recolección de
aguas residuales domésticas e industriales articulados a los ríos del centro. A la situación se le
sumaban dos agravantes: por un lado, dos terceras partes del área urbana de la capital no
contaban con servicio de alcantarillado al comienzo de la década; por otro, la infraestructura
existente se encontraba en pésimo estado: cerca del 40 por ciento del alcantarillado del centro
de la ciudad se encontraba en condiciones que lo hacían prácticamente inservible.37
Debido a la urgencia por disponer de las aguas residuales, el gobierno local introdujo a
un nuevo actor para tratar el problema: a partir de 1956, el manejo del acueducto y alcantarillado
36 Camilo Guío y Germán Palacio Castañeda, “Bogotá: el tortuoso y catastrófico (des)encuentro entre el río y la ciudad”, en Germán Palacio Castañeda (ed.), Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, p. 225. 37 EAAB, El agua en la historia... Tomo II, p. 120.
23
de la capital quedó en manos de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, EAAB,
constituida el año anterior a partir del acuerdo 105 de 1955 del Concejo de Bogotá, que destinaba
un empréstito del Banco Central Hipotecario para financiar nuevos ensanches del acueducto y
del alcantarillado existentes en la ciudad. De los $72’900.000 acordados, $20’000.000 serían
destinados al manejo de las aguas negras de la ciudad.38
Para entonces se refería a las obras de ensanche, modernización y ampliación de
cobertura del manejo de aguas residuales como el Nuevo Alcantarillado de Bogotá. A finales de
1958 ya se habían realizado obras importantes del ensanche de la red, como la construcción del
canal del río Salitre, de colectores e interceptores de aguas servidas entre la carrera 19 con avenida
39 hasta la calle 50 con carrera 27, del interceptor oriental hasta la calle 54 por la avenida Ciudad
de Quito, de colectores en las calles 54 y 76, de parte del alcantarillado de los barrios San
Fernando y Simón Bolívar, del alcantarillado del barrio La Providencia, de parte del alcantarillado
de los barrios Fátima y Carmen, y de parte del desagüe del barrio Boyacá. Todos estos colectores
e interceptores representaban nuevas fuentes de vertimiento a los tributarios urbanos del río
Bogotá.39
Antes de que el proyecto del Nuevo Alcantarillado para la ciudad se materializara, ya
existían voces que alertaban sobre las consecuencias del vertimiento de las aguas negras de la
ciudad sobre el río. Una de ellas fue la del ingeniero Jorge Forero Vélez, quien en un artículo de
la revista Anales de ingeniería titulado “El proyecto de alcantarillado para Bogotá” y publicado en
1952, escribía advirtiendo sobre los peligros de aguas negras corriendo por “zanjones
inmundos”, como se refería a los ríos Salitre y San Francisco, a la quebrada La Albina, entre
otros. Según Forero, estos “zanjones” de aguas servidas eran una vergüenza para cualquier
ciudad que “presumiese de civilizada”, refiriéndose tanto a su repugnancia como a sus
implicaciones para la salud de la población:
Con esas aguas pestilentes y saturadas de toda clase de virus y bacterias patógenas, se van a
regar las hortalizas de muchísimos cultivos situados al occidente de la ciudad y [...] con esos
mismos líquidos cloacales se abastecen numerosos hatos lecheros para todas sus
necesidades.40
38 EAAB, El agua en la historia... Tomo II, p. 159. 39 EAAB, El agua en la historia... Tomo II, pp. 168-169. 40 Jorge Forero Vélez. “El proyecto de alcantarillado para Bogotá”. Anales de Ingeniería. Vol. VII, núm. 634. Segundo semestre de 1952, pp. 15-20. Citado en EAAB, El agua en la historia... Tomo II, p. 121.
24
El contraste con los “lugares deliciosos” que describía Caldas un siglo y medio atrás es evidente.
Por otro lado, Forero Vélez ya había presentado datos sobre la carga de contaminación que en
1952 se estaba vertiendo al río Bogotá a través de los ríos Fucha, en el sur, y Salitre, en el norte.
Según estos, el río Salitre drenaba las aguas de más de 250.000 habitantes de la ciudad. Por su
parte, el Fucha con un caudal final similar al del Salitre, recogía las de más de 388.000 personas.
Además, Forero reportaba datos significativos sobre el problema: en más de doscientos análisis
de las aguas del río Bogotá a su paso por la ciudad, se encontró una concentración nula de
oxígeno disuelto, es decir, de 0 ppm (partes por millón), mientras que el ideal en la Sabana es de
alrededor de 6 ppm.41
Los datos presentados por Forero son uno de los primeros testimonios de un problema
ya palpable, y retratan en su punto medio un par de décadas cruciales: entre 1940 y 1960 el
volumen de los vertimientos de aguas residuales de Bogotá casi se cuadruplicó (ver tabla 1). Pero
los números netos dicen más que la magnitud del aumento: calculando el caudal promedio de
aguas negras recogidas por el alcantarillado, se ve que la ciudad pasó de verter poco más de
medio metro cúbico –es decir, quinientos litros- por segundo a los afluentes del río Bogotá en
1940, a liberar más de dos metros cúbicos por segundo en los mismos. Si se tiene en cuenta que
el caudal promedio del río Bogotá al llegar a Chía, al norte de la capital, es de 10 metros cúbicos
por segundo, puede intuirse mejor cómo iba creciendo la huella del crecimiento del gigante en
el río.
Año 1940 1945 1950 1955 1958 1960
Vertimientos totales en millones de metros
cúbicos 18 20 27 37 45 64
Vertimiento promedio en metros cúbicos por
segundo 0,57 0,63 0,86 1,17 1,43 2,03
Tabla 1. Vertimientos de aguas colectadas por el alcantarillado de Bogotá en diferentes años. Datos tomados de: Jair Preciado Beltrán, Robert Orlando Leal Pulido y Cecilia Almanza Castañeda. Historia ambiental... p. 151.
La CAR
Otro de los actores importantes de esta historia aparece –o mejor, se conforma- en 1961: con la
ley 3 de ese año se crea la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá y de los
41 Jorge Forero Vélez. “El proyecto...”, citado en EAAB, El agua en la historia... Tomo II, pp. 121-122.
25
Valles de Ubaté y Chiquinquirá, o CAR. Según el artículo 2, la finalidad principal de la
corporación sería la de
(...) promover y encauzar el desarrollo económico de la región comprendida bajo su
jurisdicción, atendiendo a la conservación, defensa, coordinación y administración de todos
sus recursos naturales, a fin de asegurar su mejor utilización técnica y un efectivo adelanto
urbanístico, agropecuario, minero, sanitario e industrial con miras al beneficio común, para
que, en tal forma, alcance para el pueblo en ella establecido los máximos niveles de vida.
Además, se decretaba una jurisdicción que comprendía “toda la hoya hidrográfica del río Bogotá
desde su nacimiento hasta el Salto de Tequendama”, y toda la hoya hidrográfica de los ríos Ubaté
y Suárez, entre Cundinamarca y Boyacá.42 Así se constituye la primera entidad encargada
expresamente de tratar los problemas asociados al río Bogotá.
El Bogotá en prensa: un problema económico y de salud pública
Por esta misma época pueden verse los primeros artículos de prensa referidos a la
contaminación del río, que dan una idea de la percepción del problema, más que del estado
fisicoquímico mismo del Bogotá. La presencia de los problemas del río en El Tiempo, el periódico
de mayor circulación en el país, fue bastante débil entre los años cincuenta y comienzos de los
setenta, a juzgar por el número de artículos encontrados en la colección digitalizada del mismo
diario: de la década de 1950 hay 2.521 periódicos digitalizados, y no aparece ningún artículo entre
ellos bajo la búsqueda de los términos “Río Bogotá contaminación”, “Río Bogotá aguas negras”,
“Río Funza”, “Río Bogotá Sabana”, “Bogotá aguas negras”. Con los mismos términos de
búsqueda, en los años sesenta apenas aparecen dos artículos, entre 2.904, que hablan de la
contaminación del río. En los setenta, si bien solo hay 2.534 periódicos digitalizados, entre ellos
se cuentan siete en los que se habla de la contaminación del río, según los mismos criterios de
búsqueda. Lo anterior muestra la escasa presencia del río Bogotá en el diario más importante de
Colombia, incluso durante los años sesenta, cuando ya la contaminación del río se había hecho
perceptible en varios lugares –según lo atestiguado por Forero Vélez una década atrás-, y cuando
42 Colombia, 1961. Ley 3 de 1961, de enero 19, por la cual se crea la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá y de los Valles de Ubaté y Chiquinquirá. Diario Oficial No. 30.437. 31 de enero de 1961. Consultado en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=1163, 8 de febrero de 2015.
26
más de un millón de bogotanos vertían sus aguas negras, de la mano del Nuevo Alcantarillado,
a los tributarios del Bogotá.43
Sin embargo, los dos artículos alusivos encontrados en los sesenta dan un indicio sobre
lo que se decía del estado del río para entonces. Aunque se publicaron con cuatro años de
separación, en 1963 y 1967, en ambos se habla de la contaminación del Bogotá de forma similar:
un río Bogotá contaminado es tanto un problema para la salud pública de los habitantes de la
Sabana, como una amenaza para su economía agrícola.
El primero de los artículos, de 1963, se titula “La Sabana Insalubre”.44 En él se cita –sin
referencias- un estudio de la CAR de 1962, sobre la insalubridad de “las gentes campesinas” de
la Sabana, “como consecuencia de las aguas negras que riegan muchos de los cultivos que sobre
su suelo se levantan, los pastos que se nutren de sus ganados y los peces de sus ríos y arroyos”.
Además, se refiere a un estudio publicado también en 1962 en la revista Bosques y Maderas bajo el
título de “Los recursos naturales y las aguas negras”, en el que se dice que el río Bogotá “se ha
convertido en un canal que lleva por año 645 millones de metros cúbicos de gérmenes no solo
para las gentes sino para los ganados, los peces y muchísimos vegetales indispensables”. Es decir,
compromete la salud de las personas, así como la vida de varias especies productivas de la
Sabana.
La cita anterior menciona los efectos de la contaminación en animales y plantas, pero
únicamente habla de especies con importancia económica; es decir, de organismos requeridos
para satisfacer necesidades de la población, y para mantener activa la economía. En particular
sobre las vacas, especie central en la economía de la Sabana, se dice también en Bosques y Maderas:
“las vacas que dan leche a Bogotá beben, en lugar de agua, un cultivo denso de carbunco, carbón,
rabia, tuberculosis, diarreas, fiebre aftosa y otras muchas enfermedades”. Es decir, el río Bogotá
estaba amenazando la fuente de leche de la ciudad.
43 El Tiempo es el único periódico colombiano con una base de datos digitalizada de acceso público que se remonta al período que estudio. A pesar de que no todos los ejemplares están digitalizados, se cuenta con una proporción considerable, que permite esta comparación estadística del número de artículos sobre el río en diferentes décadas. Habría sido óptima una búsqueda sistemática de artículos en otros medios importantes, pero, al no contar con bases digitalizadas, se trata de una labor que excede las ambiciones de esta investigación. 44 “La Sabana insalubre”, El Tiempo, Bogotá, 26 de agosto, 1963, p. 4. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19630826&id=IR0hAAAAIBAJ&sjid=6GMEAAAAIBAJ&pg=2214,4445858 el 15 de diciembre de 2014.
27
Manuel María Paz, Puente del Común sobre el río Funza o Bogotá, Provincia de Bogotá, 1853. Imagen de http://www.wdl.org/es/item/9106/
El grabado “Puente del Común sobre el río Funza o Bogotá, Provincia de Bogotá”,
elaborado en 1853 para la Comisión Corográfica por el cartógrafo y pintor Manuel María Paz,
constituye un testimonio temprano –para esta historia- de la importancia de las vacas y los
caballos en la Sabana. En la ilustración puede verse a un campesino frente a sus animales, junto
al río Bogotá a la altura del puente del común. 45 Al ubicarse tanto al centro de la economía
campesina como en el de la dieta de los bogotanos, el ganado cobraba gran importancia en el
contacto entre la Sabana y la ciudad de Bogotá; es decir, era un mediador de la relación entre el
gigante y el río, y lograba atraer algo de atención hacia el problema de la contaminación del río
para un momento en que la ciudad todavía no llegaba geográficamente a su orilla, y en que la
contaminación no había llegado a los extremos que vendrían después. La segunda mitad del siglo
XIX vio un auge en la importación de nuevas especies bovinas a la Sabana, entre ellas Jersey,
Normando, Herford y Durham. Ya para 1910 la Sabana era una de las principales zonas
ganaderas del país, y entre 1915 y 1924 se convirtió en una región especializada en la producción
45 Sobre Manuel María Paz y el grabado, ver: http://www.wdl.org/es/item/9106/
28
lechera. Así, para el momento del artículo, se entiende la importancia que tenía la ganadería en
la cuenca del Bogotá.46
Cuatro años después, en 1967, “la Sabana para Bogotá” llamaba la atención sobre puntos
parecidos: refiriéndose al estudio de un plan de desarrollo de la Sabana emprendido por la CAR
y el Distrito, dice –cursivas mías-: “La Sabana es la única solución a los problemas de todo orden
que contempla una capital cuyos recursos en dinero son insuficientes, y cuyos recursos naturales
–sabaneros- no han sido aprovechados como fuera deseable”. Uno de los principales obstáculos
para este aprovechamiento, sugiere el artículo, era la contaminación del río Bogotá. 47
Ambos artículos discutían estrategias para mitigar los efectos de la contaminación, con
lo que aportan más datos sobre su perspectiva del problema. “La Sabana insalubre” (de 1963) se
refiere a la posible constitución de una empresa purificadora de aguas negras, cuyos planos ya
reposaban para entonces “en la Biblioteca de Planificación de Palacio” y “cuyos rendimientos
económicos serían del mayor volumen”. A esto añade que “de igual volumen sería el beneficio
humano y social para esta población que reside en la Sabana, cuyo ambiente antes saludable está
degradado, ahora, por los agentes malignos de numerosas infecciones, desconocidas hasta hace
poco tiempo”. El énfasis es claro: la purificación de las aguas negras implicaría un beneficio para
la salud de la población. Es decir, la contaminación era, además de sus efectos económicos, un
problema de salud pública; un problema sanitario.
Además de caracterizar el problema, el artículo del año 1963 también menciona cómo
las aguas negras llegaban al río “sin recibir tratamiento de ninguna clase”, sugiriendo la
construcción de alguna facilidad de tratamiento de las aguas residuales. El llamado a este tipo de
iniciativas de descontaminación será una constante en los años siguientes. Asimismo, los reportes
sobre el problema del río Bogotá no dejarán de lado los dos pilares de argumentación que señala
“la Sabana insalubre”, pero incorporarán otros puntos importantes en las décadas subsiguientes,
como se verá más adelante.
Por su parte, “La sabana para Bogotá” (del 67) anunciaba el plan de la CAR para la
“construcción de un gran canal de aguas negras, derivación del [río] Bogotá, para limpiar el río
46 Adelaida Sourdís Nájera. “Ganadería: la industria que construyó al país”. En http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/febrero2012/ganaderia, consultado el 8 de abril de 2015. 47 “La Sabana para Bogotá”, El Tiempo, Bogotá, 24 de noviembre, 1967. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19671124&id=tp0cAAAAIBAJ&sjid=KmgEAAAAIBAJ&pg=3539,3911026 el 15 de diciembre de 2014.
29
envenenado hoy por los vertederos de las fábricas desde Zipaquirá hasta el sur, y por las alcantarillas
de la capital y todos los pueblos sabaneros.” (Cursivas mías) Esta, además del estudio citado por
el artículo de 1962, constituye evidencia de que la contaminación del río Bogotá fue, desde los
inicios de la Corporación, un tema de discusión para esta. Adicionalmente habla la necesidad de
un planteamiento racional del crecimiento urbano, lo cual se repetirá varias veces en las décadas
siguientes, con distintos matices, en distintas fuentes que tratan del río Bogotá.
El Funza domado
Se ha dicho que la contaminación del Bogotá era un tema marginal en la prensa de la
época debido a la escasa presencia estadística del tema en El Tiempo, pero hay otra circunstancia
que lo ilustra todavía mejor: se podía escribir del Bogotá sin hablar de contaminación. Esto fue
lo precisamente lo que hizo el abogado y profesor universitario Andrés Samper –padre del
presidente Ernesto Samper (1994-1998)- en su columna del 26 de febrero de 1968 del mismo
diario titulada “Bagatelas”.48 En esta, no se lee nada similar a denuncia o a preocupación por el
estado del río, a pesar de escribirse apenas unos años después de las líneas que se referían a él
como portador de 645 millones de metros cúbicos anuales de gérmenes. En palabras de Samper:
[El río Bogotá] nos brinda pesca y recreaciones en embalses que ya navegan motobotes y
veleros. Se ha puesto a servir a la capital de la República, a las muchas poblaciones que le
son circunvecinas y al ideal de la interconexión eléctrica nacional al mover, infatigable, las
numerosas turbinas que ahora producen kilovatios por miles en las 8 plantas que se han
escalonado para atrapar sus aguas en forma sucesiva, sin dejarlo descansar.
Dice, además, sobre el río:
(...)Si era bobo, se nos puso constructivamente bravo. Albergaba insospechadas cantidades
de energía. Zumba, en estos días, en los motores de la industria, que se cuentan por millares.
Está presente en infinidad de consultorios médicos y dentales (...) Alumbra hospitales y
clínicas, casas, escuelas, colegios y universidades
En estas ideas se ve un río útil, una fuerza enorme y domada, que ha cedido a las presiones del
trabajo humano –es decir, a las obras de ingeniería- para entregarse al servicio de la ciudad de
Bogotá y de las poblaciones de la Sabana. Pero la contaminación de la que se hablaba en el mismo
48 Andrés Samper, “Bagatelas”, El Tiempo, Bogotá, 26 de febrero,1968, consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19680226&id=vtseAAAAIBAJ&sjid=MWgEAAAAIBAJ&pg=3817,3833747 el 15 de diciembre de 2014
30
periódico ya cinco años antes no se lee en ninguna parte del artículo. Es más, se confiere la
imagen de un río con el que se ha salvado toda forma de conflicto: dice Samper (cursivas mías):
“(...) El río “Funza” o “Bogotá” es, en definitiva, un caudal del cual puede ahora sí afirmarse que
se empieza a comportar”. Cabe notar la expresión “en definitiva”, que sugiere un camino
inequívoco a la solución permanente de los problemas relacionados con el río.
Se ve, pues, que para la misma época, se mostraban simultáneamente al menos dos caras
del río: el río problema, y el río recurso. Podría pensarse que el artículo de Samper se ubica en la
antípoda de los artículos de la misma década que alertan sobre la contaminación del río y sus
efectos en la Sabana. Sin embargo, ambas pueden verse como manifestaciones del proceso que
Germán Palacio llama “naturaleza modernizada”: una concepción según la cual los recursos
naturales se valoran en la medida en que contribuyen a ideales de progreso o desarrollo
económico.49
En este sentido, tanto el artículo de Samper como los dos artículos sobre la
contaminación conciben al río Bogotá ya como parte de un contexto urbano, o al menos cada
vez más urbanizado. El marco desde el que se escriben permite dos frentes de consideración del
problema: tanto el de preocupación por los efectos del río contaminado sobre la economía y la
salud, como el que exalta las obras de ingeniería para “amansarlo”. Ambos hacen parte de un
mismo proyecto; de una misma preocupación: adecuar al río Bogotá, integrarlo efectivamente a
un contexto urbano, en el caso de la ciudad y los municipios, y agrícola, en el caso de los cultivos.
Lejos con las aguas negras
Entre los recursos que mejor permiten entender cómo se pensaba históricamente un
problema están las propuestas de solución que se daban para el mismo. En el caso del río Bogotá,
uno de los primeros estudios técnicos en proponer solución al problema de su contaminación
fue el Estudio Hidráulico del Río Bogotá encargado por la CAR, y publicado en 1970.50 El interés
principal del estudio era una evaluación de los niveles del río en distintas circunstancias, para
evitar inundaciones, pero también cubría, de manera secundaria, lo que debía hacerse con las
aguas negras que llegaban al mismo.
49 Germán Palacio (ed.). Naturaleza en disputa: ensayos de historia ambiental de Colombia, 1850-1995, Bogotá: Unibiblos, 2001. Introducción. 50 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico del río Bogotá. Trayecto Juan Amarillo- Alicachín. Bogotá: Empresa de Acueducto y Alcantarillado, 1970.
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Sin ser el foco del estudio, la parte en que habla de las aguas negras es crucial para esta
historia. Según afirma, “para poder dar pleno desarrollo a la ciudad hacia el Occidente y cubrir
también las zonas adyacentes a los tramos finales de los afluentes, es imperioso deshacerse de
las aguas negras”, por medio de una de dos soluciones: A) Tratar las aguas negras y verter el
afluente depurado a los ríos, o B) Recoger las aguas negras en ductos cerrados y llevarlas hasta
fuera de la zona urbana, antes de verterlas en el río Bogotá sin ningún tratamiento.51
A pesar de que el informe es explícito en recomendar la primera opción sobre la segunda,
el solo hecho de que tenga cabida la propuesta de desviar las aguas contaminadas para seguir
vertiéndolas al río sin ninguna clase de tratamiento lejos de la ciudad, tiene un significado
particular: no es imperativo descontaminar el río; es aceptable, al menos plausible en ese
momento, la idea de alejar el problema sin resolverlo.
Después de proponer estas soluciones, el informe ajusta, como por no dejar: “El
tratamiento de aguas negras ofrece la ventaja de eliminar la contaminación, los sedimentos y los
malos olores”, y en seguida: “La conducción de las aguas servidas fuera de la zona urbana, en la
realidad no es solución ya que solamente desplaza el problema”. Es decir, el problema solo existe
en cuanto haya cercanía de la ciudad al río contaminado, que es la preocupación Entonces, ¿cuál
es el problema? No es problemático que haya un río contaminado por los desechos y los
efluentes de una ciudad, sino que el río se encuentre lo suficientemente cerca como para que la
gente tenga contacto con lo que vierte a él. En esa medida se trata de un obstáculo para el futuro
crecimiento urbano; por eso es un problema, según se deduce de las afirmaciones del estudio.
Aunque la perspectiva del problema del río Bogotá como económico y de salud pública no
desaparecerá en las décadas siguientes, se va a introducir un nuevo matiz de gran relevancia en
los años setenta, y un punto de inflexión que hace que llevar las aguas residuales lejos de la ciudad
para volverlas a verter en el río no sea una idea aceptable, como se verá en el siguiente capítulo.
Además, otros aspectos del estudio hidráulico aportan información interesante sobre la
relación entre el río y el gigante. El objetivo central del Estudio Hidráulico era evaluar las estrategias
de canalización del río, con el fin de reducir la magnitud y la frecuencia de inundaciones en el
trayecto entre la desembocadura del Juan Amarillo (o Salitre) en el Bogotá, y Alicachín. En la
introducción puede verse la motivación del estudio:
51 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... p. 102.
32
No se considera admisible que la futura ciudad de Bogotá tenga dentro de su perímetro un
río de cauce natural y caprichoso, remansado hasta sus bordes y sin la seguridad de que se
mantenga su alineamiento. En todas las ciudades grandes del mundo se han canalizado los
ríos a lo largo de los trayectos en que atraviesan zonas urbanas52.
Así, se declara un referente: una ciudad que sepa domar sus ríos “caprichosos”, muy al
estilo de la exaltación que hacía Samper dos años antes. La cercanía de ambas posturas se ve
también cuando el estudio dice: “Los requerimientos de flujo medio y máximo de agua que
demanda la generación hidroeléctrica, aguas abajo de Alicachín, han sido tomadas en cuidadosa
consideración.”53 Es decir, se hace imprescindible no alterar el servicio que ya se extrae del río.
Adicionalmente, dice sobre los vertimientos de aguas negras:
Las aguas negras de Bogotá no reciben ninguna clase de tratamiento y son descargadas en
los ríos, lo que es causa de una situación alarmante. El ambiente de los ríos está contaminado
y la rasante hidráulica se presenta tan elevada que el drenaje natural es imposible en grandes
extensiones de terreno. Debido a estos dos factores las urbanizaciones han sido frenadas en
su desarrollo54.
Y luego añade: “La fauna acuática se ha extinguido y la flora se limita a malezas de orilla y plantas
flotantes que al multiplicarse van alterando en forma grave las características hidráulicas de las
corrientes”55. Sobre esta cita cabe resaltar dos puntos: por un lado, se reconoce como problema
el efecto de la contaminación sobre las especies del río. Por otro, debido a la naturaleza del
estudio, solo le da relevancia al problema de los efectos de las aguas residuales en la medida en
que conciernen las características hidráulicas del río - aumentan el riesgo de inundaciones-, o en
tanto que desfavorecen el crecimiento urbano. El hecho de que el efecto del río contaminado en
la urbanización constituye la preocupación principal puede deducirse de las repetidas referencias
a ese punto. Entre otras, dice:
Las aguas negras conducidas por canales abiertos y por los ríos Salitre, Juan Amarillo y
Fucha presentan muchos inconvenientes desde todo punto de vista. La concentración de
desperdicios y la contaminación de las aguas son tan graves que las orillas de los afluentes
52 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... pp. 1-2. La historia es implacable con este tipo de opiniones categóricas: lo que los ingenieros llamaban inadmisible en 1970 –que un río urbano siguiera su cauce natural- es hoy, más de cuatro décadas después, considerado ideal. 53 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... p. 2. 54 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... p. 3. 55 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... p. 3.
33
como también las del río Bogotá son invivibles, manteniéndose hasta ahora libre de
habitaciones, con escasas excepciones56.
Estos énfasis en la salud, la economía y el desarrollo urbano, sin desaparecer, van a compartir el
escenario con nuevas preocupaciones, en la década siguiente: en los años setenta se consolidó
un cambio importante en la concepción del medio ambiente a nivel mundial, y Colombia no
quedó exenta de este proceso, incluida la forma en que se hablaba sobre el río Bogotá. En este
capítulo traté la forma en que se concebía el problema de la contaminación en las escasas
referencias de los años cincuenta y sesenta sobre la situación del río: la contaminación del río era
un problema en la medida en que comprometía la economía, la salud pública o el crecimiento
urbano de la región. Es decir, solo era un problema porque afectaba directamente las actividades
del gigante.
56 Apron y Duque Ltda. Estudio hidráulico... p. 102.
34
Capítulo 3
Las nuevas prioridades y el letargo del gigante: la contaminación como problema ambiental,
1970-1985.
Mujeres habitantes de la ribera del Bogotá, lavando ropa en sus aguas. Año 1977. Para entonces los niveles de contaminación del río ya eran tema de discusión recurrente. Imagen de http://diarioadn.co/especiales/r%C3%ADo-bogot%C3%A1-1.52806
Con el comienzo de la década de 1970, la contaminación del Bogotá pasó de identificarse
como un problema sanitario y una amenaza puntual a la higiene y a la economía, a verse como
un problema ambiental; es decir, como un caso de conflicto en una relación más general entre
los seres humanos y el medio natural, atravesada por la noción de “equilibrio” entre el desarrollo
y la conservación de la naturaleza. El cambio de mentalidad es palpable, como se verá a
continuación, pero sus repercusiones sobre las acciones del Estado con respecto al río tomarían
dos décadas más para despegar de manera perceptible, si bien tímida.
Este cambio implicó la consideración de un nuevo aspecto al tratar el problema de la
contaminación: la preocupación por sus efectos ecológicos. Además, la imagen de un río
35
moribundo se encuadró dentro de un escenario global de efectos principalmente negativos
producidos por el ser humano sobre el medio ambiente, convirtiéndose en un símbolo de la
alteración del equilibrio mencionado. En este sentido, el río Bogotá adquirió una connotación
diferente a la de simple foco de infección o amenaza a la agricultura. No obstante, la
preocupación centrada únicamente en los efectos del agua contaminada en la salud humana
convivió paralelamente con el discurso ambiental durante varios años más, incluso en sectores
encargados nominalmente del tratamiento integral de los problemas ambientales.
Antecedentes nacionales
A partir de la década de 1970, en muchos artículos de prensa, en la legislación y en
algunos estudios técnicos, comienza a verse una preocupación sistemática por la contaminación
del río Bogotá y, unida a esto, por su descontaminación. Además, se trata de una perspectiva que
no se queda solamente en el discurso sanitario, y que toma fuerza luego de varios pasos que
habían comenzado a redefinir la concepción de la naturaleza en el país: en la década anterior se
crea el primer Parque Nacional Natural, en 1960, y luego, con el Decreto 2420 de 1968 se
constituye el Inderena, el Instituto de Desarrollo de los Recursos Naturales Renovables,
encargado de “la reglamentación, administración, conservación y fomento de los recursos
naturales de Colombia, en los aspectos de pesca marítima y fluvial, aguas superficiales y
subterráneas, suelos, bosques, fauna y flora silvestre; parques nacionales, hoyas hidrográficas,
reserva naturales, sabanas comunales y praderas nacionales”. 57
Entre las funciones del Inderena se encontraban varios puntos que hacen pensar en
preocupaciones alejadas en cierta medida del enfoque sanitario. Por ejemplo, entre sus funciones
estaba, según el numeral d. del artículo 23, la de “Realizar directamente el aprovechamiento de
recursos naturales renovables, con miras a la demostración de sistemas técnicos, y reservar y
administrar las áreas que presenten condiciones especiales de fauna, flora, paisaje o ubicación,
con fines científicos, educativos, recreativos o estéticos.”58 Es decir, aunque sí se habla del
“aprovechamiento” de los recursos, también se incluyen fines que hacen pensar en una
perspectiva más amplia que la preocupación por la higiene o la economía.
57 Una cronología interesante se encuentra en: Universidad Nacional de Colombia. Instituto de Estudios Ambientales. “Antecedentes de Gestión Ambiental en Colombia”, consultado en http://www.virtual.unal.edu.co/cursos/IDEA/2009120/lecciones/cap1/4_Antecedentes2.html el 5 de abril de 2015. 58 Colombia, 1968. Decreto 2420 de 1968 de septiembre 24, por el cual se reestructura el Sector Agropecuario. Diario Oficial. Consultado en ftp://ftp.camara.gov.co/camara/basedoc/decreto/1968/decreto_2420_1968.html.
36
Asimismo, sobre los recursos hídricos en particular, el numeral e. del mismo artículo,
define como otra de las funciones de la entidad la de (cursivas mías) “adelantar labores de
ordenación de cuencas hidrográficas, encaminadas a su desarrollo integral, con el fin de obtener
los beneficios de la conservación y aprovechamiento de sus recursos naturales renovables.” Se nota
una diferencia con el enfoque sanitario, pero, entendiendo estas palabras en conjunto con las del
numeral d., es clara la preponderancia que tiene la idea del aprovechamiento de los recursos
sobre la de conservación. Por lo mismo, tampoco hay que olvidar que se trataba de un instituto
adscrito al Ministerio de Agricultura, y que todavía no había un marco institucional o jurídico
específico en el que cupieran preocupaciones por el medio ambiente que en general no estuvieran
subordinadas a intereses económicos o del desarrollo. Fue precisamente en los años setenta que
surgió este marco, con el respaldo de un catalizador de impacto global: la Cumbre de la Tierra
de 1972.
Tejiendo el medio ambiente
A pesar de que en los años setenta los argumentos económicos y de salud pública siguen
vigentes para denunciar la contaminación del río Bogotá, la percepción del problema adquiere
un nuevo matiz. Entre el 5 y el 16 de junio de 1972 tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, la
“Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano”, también conocida como Cumbre
de la Tierra de Estocolmo, a la que enviaron representantes 113 países, Colombia entre ellos.59
Aunque las implicaciones de la Conferencia en materia de política ambiental y de opinión pública
no se hicieron esperar, esto no significó que la nueva perspectiva cobrara dominancia de
inmediato. Para el caso del río Bogotá, como se verá adelante, la nueva perspectiva del problema
conviviría varios años más –incluso en alguna medida hasta hoy- con la idea del problema
sanitario, e incluso con resistencias a darle importancia al estado del río. Sin embargo, la Cumbre
constituye un gran testimonio de que entonces las preocupaciones sobre el planeta y sus recursos
iban teniendo un peso progresivamente mayor a nivel internacional.
Para ver la forma en que se dio este cambio de paradigma, conviene remitirse a la fuente
que mejor lo cristalizó: los planteamientos mismos de la Cumbre. En el Principio Segundo del
informe de la Cumbre, se lee: “[l]os recursos naturales de la Tierra, incluidos el aire, el agua, la
59 Lista oficial de países representantes en http://www.unep.org/Documents.multilingual/Default.asp?DocumentID=97&ArticleID=1519&l=en, consultada el 1 de febrero de 2015.
37
tierra, la flora y la fauna y especialmente muestras representativas de los ecosistemas naturales,
deben preservarse en beneficio de las generaciones presentes y futuras mediante una cuidadosa
planificación u ordenación, según convenga”.60 Así aparecen consideraciones sobre los
ecosistemas naturales y una perspectiva de largo plazo sobre los efectos de las acciones humanas
en el medio. Además se ve un contraste sutil pero crucial con los argumentos resaltados en los
artículos de El Tiempo de la década anterior: el Principio segundo no habla de flora y fauna útil;
es decir, no se trata de una preocupación concebida en términos fundamentalmente económicos.
Este mismo punto se enfatiza todavía más claramente en el Principio Cuarto, en el que
se lee:
El hombre tiene la responsabilidad especial de preservar y administrar juiciosamente el
patrimonio de la flora y fauna silvestres y su hábitat, que se encuentran actualmente en grave
peligro por una combinación de factores adversos. En consecuencia, al planificar el
desarrollo económico debe atribuirse importancia a la conservación de la naturaleza,
incluidas la flora y fauna silvestres.
No se trata entonces de una conservación que sirva al desarrollo, y ni siquiera de una que sea
independiente de él, sino de un desarrollo que tenga en cuenta los propósitos mismos de la
conservación. El último de los aspectos fundamentales del cambio que me gustaría resaltar puede
leerse en el Principio Sexto. En este se afirma (cursivas mías):
Debe ponerse fin a la descarga de sustancias tóxicas o de otras materias y a la liberación de
calor, en cantidades o concentraciones tales que el medio no pueda neutralizarlas, para que
no se causen daños graves o irreparables a los ecosistemas. Debe apoyarse la justa lucha de los pueblos
de todos los países contra la contaminación.
Estos tres principios cristalizaban una forma de pensar que coincide parcialmente
con los argumentos sobre la necesidad de descontaminar el río que se encuentran en los
años sesenta –limpiar el Bogotá para prevenir que su estado afecte a la población de la
Sabana-, con un componente adicional que es crucial: la relación entre los humanos y el
medio no debía guiarse únicamente por una lógica de consumidores y recursos.
60 ONU. Informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio humano. Estocolmo, 1972. Consultado en http://www.dipublico.org/conferencias/mediohumano/A-CONF.48-14-REV.1.pdf el 8 de febrero de 2015.
38
Cambio gradual en la opinión pública
Es apenas en un artículo del 4 de febrero de 1972, el mismo año de la Cumbre, que
vuelve a encontrarse una referencia de El Tiempo en la que se trata la contaminación del río
Bogotá.61 Se trata de una referencia tímida a la contaminación del río como un problema. En la
pequeña columna en mitad de página, puede leerse, bajo el título de “El río Bogotá”, lo siguiente:
La administración distrital ha suscrito un importante contrato en virtud del cual podrán
adelantarse los estudios necesarios para rectificar, ampliar y canalizar el cauce del río Bogotá,
así como para tratar las aguas negras que en él se depositan y controlar, por consiguiente,
su contaminación.
En cinco párrafos más, el artículo se dedica a exponer los efectos positivos que tendría la
rectificación del cauce sobre el control de las inundaciones, y la posibilidad de aumentar la
generación eléctrica al regular el caudal del río. Es decir, la contaminación no se vuelve a
mencionar.
Pero ya el 4 de abril del año siguiente, el artículo “La contaminación importada” contrasta
con el tono tímido y poco comprometido del artículo de 1972. Este artículo de 1973 fue escrito
por el entonces joven periodista Enrique Santos Calderón –hermano del presidente Juan Manuel
Santos (2010-actualidad). 62 Santos habla de una “conciencia ecológica que se ha despertado en
el mundo”, y de la existencia de “detalladas investigaciones sobre la cantidad de residuos que se
puede echar en los ríos”. En estas líneas, cita el ejemplo del rechazo por parte de instituciones
como el Inderena, la Asociación Interamericana de Ingenieros Sanitarios, la Asociación
Colombiana de Acuerdos y Alcantarillados, Planeación Nacional, Incomex, y el Servicio
Colombiano de Meteorología e Hidrología a la construcción de una planta de detergentes
derivados del petróleo –y no biodegradables- en Barrancabermeja, debido a las implicaciones
que tendría para el río Magdalena.
Aún más interesante, afirma: “Todo lo anterior no pasa de ser alarmismo exagerado para
algunas personas que alegan que a los ríos colombianos aún les falta mucho para llegar a los
grados de contaminación que se registran en los países desarrollados”. Santos se refiere a la
61 “El río Bogotá”, El Tiempo, Bogotá, 4 de febrero de 1972. http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19720203&id=i- IeAAAAIBAJ&sjid=umYEAAAAIBAJ&pg=2816,498660, consultado el 8 de octubre de 2014 62 Enrique Santos Calderón, “La contaminación importada”. El Tiempo. Bogotá, 4 de marzo de 1973. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19730304&id=s7wqAAAAIBAJ&sjid=xWYEAAAAIBAJ&pg=3760,679701 consultado el 8 de octubre de 2015.
39
posición de quienes no veían un problema grave en la contaminación del Bogotá. Esto nos
remite, por ejemplo, al artículo de 1967 de Andrés Samper, en el que no se lee absolutamente
nada sobre el tema. Otro testimonio de la existencia de este sector puede intuirse en el mismo
hecho de que el tema del río no hubiera sido tratado con tanta frecuencia hasta entonces. En
cualquier caso, se confirma que la preocupación por el estado del Bogotá no era un tema
generalizado.
Santos continúa con una descripción interesante: “La necesidad de combatir la
depredación de la naturaleza es hoy una consigna universal y hablar de ecología se ha vuelto una
moda. Pero en estos países, si se toma en serio, la campaña ecológica tiene que contemplar varios
factores...”, con lo que procede a hacer una crítica del sistema económico y de la desigualdad
entre países. Con estas palabras, Santos sugieren que, si bien todavía había voces –o silencios-
de resistencia, el tema de la “depredación de la naturaleza” ya había tomado fuerza.
Así, a pesar de las resistencias y las inercias, el cambio ya había comenzado a hundir sus
raíces en la opinión. Además, fue justamente en 1973, con la Resolución 3504 de agosto, que se
creó la Sociedad Colombiana de Ecología, suscrita a la Universidad Nacional. 63 Para este mismo
momento, se conformó en el departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de los Andes
el primer grupo de estudio científico de la contaminación del río Bogotá, que asesoraría el primer
informe técnico en abordar de lleno el tema -y que trato más adelante.64 Si se tiene en cuenta que
apenas para esta época se estaba comenzando a aceptar a la ecología como subdisciplina legítima
de la biología en universidades alemanas, se ve que Colombia no estaba propiamente rezagada
en el marco de un movimiento ambiental global, al que también la legislación nacional respondió
de manera pronta.65
Las leyes también se acogen a la Cumbre
Los efectos de este cambio global cristalizado en la Cumbre de la Tierra, y que Enrique
Santos nos confirma en la forma como se refiere al despertar de una “conciencia ecológica”, no
se demoraron en afectar las leyes nacionales. El primer paso en términos de legislación
63Referencia de Colciencias a la creación de la Sociedad Colombiana de Ecología: http://cendoc.colciencias.gov.co/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=6465, consultado el 3 de abril de 2015. 64 Germán García Durán. “Surgimiento y evolución de la Ingeniería Ambiental en Colombia”. Revista de Ingeniería n. 26. Bogotá: julio/diciembre, 2007. Consultado en http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-49932007000200014&lng=pt&nrm=iso&tlng=es#1 el 14 de abril de 2015. 65 Sobre el caso alemán, ver el artículo ya citado de Thomas Lekan, “Saving the Rhine...” p. 120.
40
colombiana sobre el ambiente que sigue a la fundación de la CAR y del Inderena es la
promulgación del Decreto 2811 de 1974: el “Código Nacional de Recursos Naturales Renovables
y de Protección al Medio Ambiente”.66 La promulgación del Decreto quedaba habilitada por la
ley 23 del año anterior. La significancia del Decreto es enorme, ya que no solamente otorgaba
un reconocimiento explícito a la importancia de los recursos naturales del territorio nacional,
sino que además regulaba las responsabilidades sobre la explotación y preservación de los
mismos.
Según el título preliminar del decreto,
El ambiente es patrimonio común. El Estado y los particulares deben participar en su
preservación y manejo, que son de utilidad pública e interés social. La preservación y manejo
de los recursos naturales renovables también son de utilidad pública e interés social.
Esto implicaba un reconocimiento de la responsabilidad colectiva –y de la estatal, en particular-
sobre la preservación de los recursos naturales. Adicionalmente, el Código habla de “recursos
naturales renovables”, lo que, entre otras, incluía las fuentes de agua dulce. Según se afirma en
los artículos 2 y 3 del mismo título preliminar, este buscaba
(...) lograr la preservación y restauración del ambiente y la conservación, mejoramiento y
utilización racional de los recursos naturales renovables, según criterios de equidad que
aseguran el desarrollo armónico del hombre y de dichos recursos, la disponibilidad
permanente de éstos, y la máxima participación social para beneficio de la salud y el
bienestar de los presentes y futuros habitantes del territorio Nacional.
Se habla, pues, de “preservación” del medio ambiente, lo que apunta a lógicas que pueden
rastrearse en movimientos internacionales a los que subyace la idea de no perturbar un orden
natural ajeno a las actividades humanas; resalta además la necesidad de que el uso de los recursos
sea “racional” y según criterios de equidad, y menciona la armonía entre el hombre y la
naturaleza, lo cual lo vincula directamente a los principios de la Cumbre de la Tierra y al discurso
ambientalista que se estaba tejiendo a escala global en el momento.67
Otro de los propósitos, según el Código, era “Prevenir y controlar los efectos nocivos de
la explotación de los recursos naturales no renovables sobre los demás recursos”, lo que trae a
66 Colombia, 1974. Decreto 2811 de 1974 de diciembre 18, por el cual se dicta el Código Nacional de Recursos Naturales Renovables y de Protección al Medio Ambiente. Diario Oficial. Consultado en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=1551 el 10 de marzo de 2015. 67 Germán Palacio (ed.). Naturaleza en disputa... Introducción.
41
colación la lógica de la sostenibilidad: hay recursos naturales que se agotan, y cuya explotación
tiene a su vez impacto sobre el medio. Adicionalmente, el decreto buscaba “regular la conducta
humana, individual o colectiva y la actividad de la Administración Pública, respecto del ambiente
y de los recursos naturales renovables y las relaciones que surgen del aprovechamiento y
conservación de tales recursos y del ambiente”. De nuevo se ven las palabras “aprovechamiento
y conservación”, lo que sugiere continuidad institucional con la fundación del Inderena, pero ya
no se ve la misma subordinación de la conservación al aprovechamiento.
El segundo paso en el cambio en la legislación puede verse en la ley 9 de 1979. Aunque
la descripción de la ley reza “Por la cual se dictan medidas sanitarias”, se ve que bajo el término
“medidas sanitarias” se entiende algo que va más allá de la salud pública. El propósito de esta
normativa era el de establecer medidas “para la protección del Medio Ambiente”, definiendo las
“condiciones sanitarias del Ambiente” que le interesaba proteger como aquellas referidas a los
siguientes aspectos: el consumo humano, el control sanitario doméstico, recreativo, industrial,
agropecuario y de transporte y, además, la preservación de la flora y la fauna.68 No solamente el
último punto muestra que bajo la ley se encuentra una concepción del medio ambiente cercana
a los parámetros dictados por la Cumbre de la Tierra de Estocolmo. También el hecho de que
se incluya la recreación en la definición de una relación sana entre humanos y el medio ambiente
marca una diferencia con respecto a la concepción anterior: el ambiente se compenetra con
aspectos de la vida humana que van más allá de la extracción económica, o de la salud entendida
como ausencia de enfermedad.
En el artículo 8, la ley toma la misma definición de contaminación –el fenómeno contra
el que trataba de establecer controles- que se lee ya en la ley 23 de 1973. Ambos entendían por
contaminación:
[L]a alteración del ambiente con sustancias o formas de energía puestas en él, por actividad
humana o de la naturaleza, en cantidades, concentraciones o niveles capaces de interferir el
bienestar y la salud de las personas, atentar contra la flora y la fauna, degradar la calidad del
ambiente o de los recursos de la nación o de los particulares.
68 Colombia, 1979. Ley 9 de 1979, de enero 24, por la cual se dictan algunas medidas sanitarias. Diario Oficial. Consultada en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=1177 el 10 de marzo de 2015.
42
Con lo que queda más que claro que se trata de legislación afín a las ideas de la Cumbre y del
movimiento ambiental de la década.
Los planteamientos del decreto y de la ley dan un panorama de las ideas subyacentes
sobre el medio natural, y pueden conectarse con un movimiento de escala global. Sin embargo,
los planteamientos en sí mismos dicen poco sobre la efectividad de los cambios o las regulaciones
que introdujeron. Tanto la implementación de los cobros por vertimientos industriales a los
cuerpos de agua, que establecía el Código de 1974, como la caracterización e implementación de
la ley de 1979, tomarían varias décadas –hasta la primera década del siglo XXI- en terminar de
regularse, pero el cambio de mentalidad ya es de fundamental interés para esta historia.
Lenta transición entre el problema sanitario y el problema ambiental
La legislación presenta un cuadro interesante de un cambio general, pero dice menos
sobre cómo este cambio afectó el caso particular del gigante y el río. Sobre estos, son otras las
fuentes que nos aportan información más concreta. Uno de estos tipos de fuentes son los
documentos técnicos; es decir, aquellos estudios y proyectos escritos por los mismos ingenieros
y expertos que pocos años atrás destacaban fundamentalmente el carácter sanitario del problema
de la contaminación. En un documento similar al estudio hidráulico de 1970, pero redactado en
1974, puede verse cómo el cambio también fue registrándose, aunque más lentamente, y sin
hacerse algo generalizado, en este gremio en particular. El informe, titulado “Mejoras al río
Bogotá. Control de inundaciones, recursos hídricos, y disposición de aguas negras”, y elaborado
en conjunto por las compañías Camp Dresser & McKee, Compañía de Estudios e Interventorías,
y Planhidro, también consiste en un estudio hidráulico del río –sobre todo con miras a solucionar
el problema de las inundaciones-, con un aparte sobre el manejo de las aguas negras.69
Uno de los puntos que diferencian este informe de aquel publicado en 1970 es que
proponía una estrategia mucho más concreta para el tratamiento de las aguas residuales vertidas
al río; en particular, para Bogotá y los municipios de la cuenca media y alta. Así, hablaba de
construir interceptores en varios puntos específicos del mismo –como la confluencia del Torca,
del Salitre, del Fucha y del Tunjuelo con el Bogotá, Alicachín, Chía, Cota, Novillero, Catama,
entre otros-, para tomar las aguas negras y llevarlas a una gran planta de tratamiento en Tocaima,
69 Camp Dresser & McKee; Compañía de Estudios e Interventorías; Planhidro. Mejoras al río Bogotá. Control de inundaciones, recursos hídricos, y disposición de aguas negras. Bogotá, 1974.
43
en lugar de descargarlas a los tributarios.70 El esquema era muy similar a uno de los propuestos
por el estudio de 1970, pero ya no hay mención alguna de la opción de llevar las aguas lejos de
Bogotá y verterlas sin tratamiento al río. Una idea así, por lo demás, habría chocado
explícitamente contra el nuevo marco legislativo descrito por el Código de Recursos Naturales.
Además, el informe habla de la necesidad de construir independientemente plantas de
tratamiento de aguas residuales en los municipios de la Sabana. Por ejemplo, dice:
Dada la ubicación de los desarrollos urbanos de Zipaquirá, Sopó, Tabio, Tenjo y Facatativá
se han considerado como zonas independientes para los cuales se deben proveer soluciones
locales de disposición y tratamiento de aguas negras. Posiblemente no estarán integrados
por consiguiente con la red troncal de recolección y evacuación de aguas negras del área
metropolitana de Bogotá.71
Y añade: “Para esta evaluación de alternativas y análisis económico y financiero se ha previsto
un sistema local de tratamiento y disposición de aguas negras para la zona de Zipaquirá y Cajicá”.
Esta es la primera vez que registro que se hablara de construir plantas individuales en los
municipios de la Sabana. Esto prefigura las discusiones y finalmente la construcción de Plantas
de Tratamiento de Aguas Residuales –PTAR- que se llevó a cabo en los años noventa.
El estudio también muestra cómo el gigante empieza a ver y a interpretar su reflejo en el
agua del Bogotá, al vincular el deterioro del río con el crecimiento acelerado y desordenado de
la ciudad. Este crecimiento implicó a su vez una ampliación acelerada del “perímetro sanitario”
–es decir, del área de la capital de la que se encargaba la EAAB. Según dice, el Plan Maestro de
Acueducto y Alcantarillado de 1962 proyectaba una población de 3 millones de habitantes para
1990, lo que, en palabras del estudio, ya casi se había alcanzado en 1974. Además, menciona un
aspecto clave del acercamiento entre la ciudad y el río, al referirse a la enrome proliferación de
barrios no planeados, y “por fuera del control de las autoridades competentes”. 72 Sobre esta
misma situación de vivienda informal, añade:
Este fenómeno se hace más patente en los grupos socio-económicos de menores ingresos,
pues debido a sus escasos recursos se ven obligados a adquirir los terrenos de más bajo
70Camp Dresser... p. 5_2. 71 Camp Dresser... p. 5_2. 72 Camp Dresser... p. 5_9.
44
costo, los cuales generalmente no disponen de obras de infraestructura y están ubicados en
su mayoría por fuera del perímetro sanitario.
A lo que cabría ajustar: y muchos de ellos en las márgenes del río Bogotá, como se vio a
comienzos del capítulo anterior. Esto sugiere que también existían dificultades técnicas para la
elaboración de cualquier plan efectivo para tratar los problemas de la contaminación, pues ya la
sola tarea de satisfacer las necesidades básicas de los nuevos asentamientos era difícil.
El esfuerzo por superar estas dificultades tomaría todavía dos décadas. Sin embargo, el
cambio de mentalidad ya andaba en marcha y tomaba fuerza. Claro testimonio de esto se ve en
el artículo “El río-alcantarilla”, publicado el 1 de marzo de 1980 en El Tiempo, y escrito por el
diplomático e ingeniero civil Carlos Sanz de Santamaría. 73 El autor, quien dice que el río Bogotá
es uno de los más contaminados del mundo, se venía refiriendo en artículos publicados en fechas
anteriores a los problemas de inundaciones que afrontaba la Sabana por esos días. En un párrafo
aparte, el artículo dice: “Separación de aguas negras de aguas lluvias: el río Bogotá debidamente
purificado facilitará la resiembra de la fauna que siempre existió, en esas aguas puras”. Esta
preocupación por recuperar las condiciones del río en su estado “puro” ya muestra un contraste,
pues, ¿qué beneficios económicos o de salud pública tendría recuperar estas especies no
indispensables?
Otro punto del que habla Sanz de Santamaría es el del papel de los detritos de las fábricas
como principal fuente de la contaminación del río, y conecta esto con los efectos de las
inundaciones en la salud pública, pero también cita, como uno de los beneficios que traería la
descontaminación del río, “el mejoramiento ecológico de la región”. Esto, unido a la
preocupación por recuperar la “fauna que siempre existió”, es testimonio de la transición ya
mencionada entre las décadas de 1960 y de 1970. Sin embargo, también se da a entender que las
obras para descontaminar el río no habían avanzado nada: Sanz de Santamaría todavía se refiere
a las buenas propuestas por el estudio de Camp Dresser de 1974. Sin embargo, no se trata más
que de la idea de construir un interceptor -un “túnel profundo”- entre Juan Amarillo y Alicachín
-es decir, el recorrido del río junto a la ciudad de Bogotá-, que llevara las aguas negras de la
ciudad hasta “sitios de purificación”.
73 Carlos Sanz de Santamaría. “El río-alcantarilla”. El Tiempo. Bogotá, 1 de marzo de 1980. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19800301&id=AKAqAAAAIBAJ&sjid=VGAEAAAAIBAJ&pg=3982,4665291 el 2 de febrero de 2015.
45
Un segundo artículo similar al de Sanz de Santamaría, e ilustrativo del contraste con los
de la década de 1960, fue publicado en El Tiempo el 4 de junio de 1980 con el título de “Deterioro
del medio ambiente en Colombia”.74 Este menciona la contaminación de cuerpos de agua en
conjunción con fenómenos como la desertificación, la extinción de especies, la urbanización, y
la pérdida del contacto de jóvenes con la naturaleza. Además, menciona un par de renglones
sobre el río Bogotá: “Los desechos químicos han envenenado ríos y mares hasta el punto en que
la pesca ya no sea una de nuestras riquezas y los ríos como el Bogotá hayan muerto”. El estado
del río no es ya simplemente un fenómeno puntual de contaminación que afecta la salud y la
economía de los habitantes de la Sabana, sino que se trata de una instancia importante de la
relación –mal llevada, en este caso- entre el ser humano y el medio ambiente. En este sentido se
ve la transformación de un problema meramente sanitario en un problema ambiental.
Resistencias, ambivalencia y silencios en las entidades
Se ha tratado el caso de instancias de legislación, de artículos periodísticos y de un
informe técnico en los que dejan verse ya rasgos de transformación; en los que puede percibirse
un eco claro del movimiento ambiental que se consolidó con la Cumbre de la Tierra. Sin
embargo, podría pensarse que a comienzos de los años setenta la concepción del problema del
río Bogotá cambió radicalmente en todos los ámbitos de discusión, y esto no fue así. Como se
ha dicho, el movimiento ambiental de los setenta no se convirtió inmediatamente en la forma
dominante de abordar el problema de la contaminación.
En un breve discurso redactado y leído por Héctor Parra Gómez, director ejecutivo de
la CAR, ante el XIX Congreso Nacional de Acueductos y Alcantarillados, realizado en Bogotá
en octubre de 1976, se ve ya un río que había captado la atención del gigante.75 Sin embargo, se
basa en ideas que parecen impermeables a las nuevas perspectivas sobre el medio ambiente. El
documento, que buscaba “exponer ante un congreso técnico, por primera vez en Colombia, la
idea de establecer tasas a los vertimientos contaminantes”, dice sobre el río en palabras de uno
de sus principales responsables legales:
74 “El deterioro del medio ambiente en Colombia”. El Tiempo. Bogotá, 4 de junio de 1980. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19800604&id=sXAjAAAAIBAJ&sjid=W18EAAAAIBAJ&pg=1023,3796979 el 20 de marzo de 2015. 75 Héctor Parra Gómez. Establecimiento de tarifas por vertimientos contaminantes en el río Bogotá. XIX Congreso Nacional de Acueductos y Alcantarillados. Bogotá, octubre de 1976.
46
Ya es un lugar común decir que el río Bogotá se ha convertido en una alcantarilla abierta,
con aguas fuertemente contaminadas por las materias orgánicas, los detergentes, los
pesticidas, los hidrocarburos y las sustancias tóxicas que vierten algunas industrias. Muchas
especies de los innumerables microorganismos que contienen dichas aguas pueden causar
graves enfermedades.76
Estas palabras dan un primer anuncio de la preocupación principal de Parra al tratar el problema.
Según el funcionario, para entonces municipios como Mosquera, Anapoima y Tocaima, se
abastecían de las aguas contaminadas del Bogotá, lo que, sumado al crecimiento demográfico e
industrial de la capital, prometía una catástrofe en términos de salud pública.
Además, las proyecciones de vertimientos que hacía Parra también eran alarmantes: “Se
estima la cantidad de aguas negras que actualmente recibe el río Bogotá en 8 metros cúbicos por
segundo, con una DBO5 [Demanda bioquímica de oxígeno; un indicador de la cantidad de
materia orgánica en el agua] de 240.000 kilogramos por día”. Y la razón para la alarma era grande,
según Parra, pues “[l]os estudios realizados indican que, a menos que se haga un tratamiento
adecuado, las descargas de las aguas altamente contaminadas del río Bogotá en el Magdalena
comenzarán a afectar la vida acuática de este último a partir del año 1990”.77 Según sus
proyecciones, los vertimientos de Bogotá ascenderían de 8 metros cúbicos por segundo, en el
año 1976, a más de 45 metros cúbicos por segundo en el 2000; es decir, a más del doble del
caudal promedio del río en su cuenca media en tiempo seco.
A pesar de referirse a la vida acuática del Magdalena –lo que no hay que leer como una
preocupación ecológica-, el problema para Parra es fundamentalmente uno de salud pública. En
sus propias palabras –cursivas mías-:
Es evidente que la salud de los habitantes de la cuenca hidrográfica del río Bogotá desde el
nacimiento de este hasta su desembocadura en el Magdalena se encuentra amenazada por
el estado sanitario de aquél, y que en un futuro cercano nuestra arteria fluvial más importante
[el río Magdalena] se verá afectada si no se toman las medidas del caso.78
Como condición básica para la solución del problema, Parra Gómez escribía sobre la
importancia de crear una “conciencia pública” sobre la responsabilidad de industrias y
76 Héctor Parra Gómez. Establecimiento... p. 2. 77 Héctor Parra Gómez. Establecimiento... p. 3. 78 Héctor Parra Gómez. Establecimiento... pp. 3-4.
47
comunidades por los vertimientos contaminantes. Además, defendía la idea de tratar las aguas
“usadas” antes de verterlas a los ríos. Según Parra, tanto los estudios de la contaminación como
los proyectos de tratamiento de aguas deberían ser financiados, por lo menos en parte, por los
responsables de los vertimientos, especialmente por las industrias79. Se trataba de una
responsabilidad social; del compromiso de las empresas con el bienestar de las personas, pero
no de conciencia sobre los efectos más generales sobre el medio ambiente.
Entre sus argumentos para proponer las tarifas, Parra aducía que a algunas industrias les
resultaría más económico tratar sus aguas servidas que pagar una contribución por
contaminación; es decir, el impuesto sería un incentivo para que los que estuvieran en capacidad
de hacerlo, trataran sus aguas. Adicionalmente, y de forma simultánea con el proyecto de tarifas
por contaminación, anuncia que la CAR se encargaría de realizar estudios para la construcción
de plantas de tratamiento municipales para poblaciones de la Sabana como Zipaquirá, Cajicá,
Chía, Cota, entre otras, así como para la de una planta piloto para las aguas negras de Bogotá.80
Se trata de la misma idea vista en el Estudio hidráulico de 1974 y que, como se ha dicho, no se
materializaría sino en los noventa. Al final de su discurso, Parra habla de una “nueva era para la
ingeniería sanitaria en Colombia”, y refiere el caso exitoso de Holanda, Alemania e Inglaterra en
su implementación de los cobros.
A pesar del surgimiento de una concepción ambientalizada del río –para usar el término
de Germán Palacio-, las palabras de Parra Gómez muestran la continuada vigencia del discurso
sanitario; es decir, a los argumentos sobre salud pública y amenaza económica no se les suma la
visión más general de los problemas ambientales cristalizada en la cumbre de Estocolmo de
1972, o en el mismo Código de los Recursos Naturales de 1974. Además, en palabras
pronunciadas dos años después del Código que, como se ha visto, establecía la base jurídica para
las tasas retributivas por vertimientos, Parra todavía habla de la necesidad de implementarlas.
Esto sugiere una disparidad entre las pretensiones de la ley y la eficiencia de su implementación.
Algo más se ve en estas líneas en años siguientes: mientras que el discurso de naturaleza
ambientalizada toma fuerza en la prensa y en la legislación, los informes técnicos y las opiniones
de los encargados de instituciones como la CAR y la EAAB todavía conservan el estandarte del
discurso sanitario. Esto quiere decir que el problema del río Bogotá no comenzó a abordarse
79 Héctor Parra Gómez. Establecimiento... pp. 4-5. 80 Héctor Parra Gómez. Establecimiento... pp. 5-7.
48
sistemáticamente desde la perspectiva que estructuró la Cumbre de la Tierra. En los años
siguientes a las palabras de Parra se verá esta misma discrepancia discursiva e ideológica en más
de una ocasión.
La aparente desvinculación por parte del director ejecutivo de la CAR de un fenómeno
global como lo fue el movimiento ambiental de los setenta es, cuando menos, intrigante. Pero
no se trata del caso más claro en que un director de esta corporación, una de las encargadas de
los recursos naturales de la Sabana, se aleja de estos principios. Una segunda muestra de
resistencia al cambio de los años setenta puede verse en las palabras del abogado Diego Pardo
Koppel, director de la CAR (1982-1985) y alcalde de la capital por dos meses entre 1984 y 1985.
El libro Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca –CAR-, 45 años de compromiso con la región,
publicación de esta misma corporación, refiriéndose a una entrevista hecha al funcionario veinte
años después, señala:
Pardo Koppel pensaba que no tenía ninguna justificación descontaminar la parte alta de la
cuenca en Zipaquirá y Villapinzón por el simple hecho de que algunos ecólogos dijeran que
era necesario volver a ver el pez capitán en el río Bogotá, cuando la ciudad, aguas abajo,
volvía y contaminaba el río de una forma impresionante.81
Vale la pena llamar la atención sobre un aspecto de la ecología del pez capitán: se trata
de una especie de agua fría, que tolera condiciones de oxígeno mínimas de 2 ppm. Este es un
valor que hace más de medio siglo no se registra en la cuenca media, en la que los niveles son
casi permanentemente de 0 ppm, pero que en la cuenca alta son bastante comunes, como se verá
en el próximo capítulo. Por lo mismo, es curiosa la afirmación de Pardo Koppel, ya que el
esfuerzo necesario para recuperar los tramos de la cuenca alta de los que había desaparecido el
pez capitán no parecería haber implicado los enormes costos que sugieren sus palabras.82
Estas resistencias al movimiento ambiental en la historia del gigante y el río quedan
perfectamente caracterizadas en un artículo del 3 de junio de 1982 -año en que Pardo Koppel
asumió la dirección de la CAR. Bajo el título de “Inaplazable la creación del Ministerio de Medio
Ambiente” se hace un recuento de los principales problemas que estaba teniendo el país en
81 Jorge Bernal Castañeda, (ed.), Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca –CAR-. 45 años de compromiso con la región. Bogotá: Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, 2006. p. 40. 82 Adriana Rodríguez Forero (ed.). ¿Quién es el capitán? Bogotá: Universidad del Rosario y Fundación Al Verde Vivo, 2007. pp. 44-45.
49
materia de manejo del medio ambiente.83 El artículo cita las palabras de Germán García,
presidente de la Sociedad Colombiana de Ecología –fundada en 1973, como se vio- refiriéndose
al Inderena y a la CAR: “Los funcionarios encargados de la conservación del medio ambiente
no saben si están en la explotación o en el control de los recursos naturales”. Esto sugiere que
el comienzo de la década de los ochenta fue un período de conflicto entre varias concepciones
de los problemas del medio ambiente. A raíz de la dificultad para definir responsabilidades,
García habla de estas entidades como una “colcha de retazos”. De ahí la necesidad de crear una
entidad propia que regulara estas responsabilidades a nivel nacional: el Ministerio del Medio
Ambiente.
Uno de los problemas clave era, según el artículo, el manejo que se le había dado al río
Bogotá. Citando también a García, “desde hace 80 años se ha insistido en el problema de la
contaminación del río Bogotá”. Ajusta además:
Pero hasta hoy no se ha planteado una solución práctica. Hay muchas entidades entre las
que se distribuye este problema, pero ninguna actúa. El Inderena dice que le corresponde a
la CAR; la CAR afirma que la Energía [EEEB] y el Acueducto [EAAB] son los mayores
causantes del problema, y los tres afirman que el Inderena es el encargado de ofrecer
soluciones porque la región más afectada está después del Salto de Tequendama.
Aunque es una clara exageración de García cuando dice que el problema de la
contaminación del Bogotá se venía tratando en forma desde ochenta años atrás –es decir, desde
la primera década del siglo XX-, cabe especular que se refiere a palabras como las de Josué
Gómez a comienzos del siglo, que ya cité en el primer capítulo. Por otro lado, García deja claro
que han sido las entidades las responsables directas de las largas que se le han dado a la solución:
“Las entidades encargadas entran en conflicto, y a la hora de actuar solo se encuentran dedos
que señalan al vecino. Por eso es necesario que un Ministerio del Medio Ambiente controle estos
aspectos y defina quién se debe encargar del problema”. Las críticas de García parecen sugerir
que existe una relación entre la incompetencia de las entidades mencionadas, y la ambigüedad de
los funcionarios frente a los problemas del medio ambiente.
83 “Inaplazable la creación del Ministerio de Medio Ambiente”, El Tiempo. Bogotá, 3 de junio de 1982. En: http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19820603&id=I2obAAAAIBAJ&sjid=RlAEAAAAIBAJ&pg=1099,1003638, consultado el 4 de marzo de 2015.
50
En líneas similares escribía Álvaro Torres Barreto, veterinario y profesor de biología en
varias universidades, en un artículo del 24 de mayo de 1983 con el título “Y del río Bogotá,
¿qué?”, increpando a la CAR y a los gobiernos distrital y nacional por su silencio acerca del
avance de los proyectos prometidos para la descontaminación del río. 84 Barreto repite la idea de
que el río Bogotá es el “más infecto del mundo”, como lo había dicho Sanz de Santamaría tres
años atrás –lo cual es altamente cuestionable si se compara con el caso de ríos como el Emscher,
en la cuenca del Ruhr –una de las zonas más industrializadas de Alemania y del mundo-, del
Ganges, y de muchos otros ríos en contacto con zonas urbanas e industriales con millones de
pobladores. Sin embargo, permite ver una posición crítica de intelectuales y científicos frente al
manejo ambiguo que las instituciones encargadas estaban dando al caso del Bogotá.85
La concepción ambiental y los estudios técnicos
El comienzo de los años ochenta es, pues, el momento clave del debate entre la
perspectiva ambiental y la concepción sanitaria del problema del río Bogotá. Aunque la
legislación nacional y la prensa estaban claramente inclinadas hacia la primera, los informes
técnicos y las opiniones de varios funcionarios prominentes siguen tratando la problemática
como si fuera un problema sanitario y económico. En el centro de esta misma dicotomía se
encuentra el Informe sobre plan de control de contaminación de aguas de Bogotá, encargado por la
Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud al profesor
Eduardo Riomey Yassuda, de 1981.
Por un lado, sobre la motivación para descontaminar el río, Riomey escribía de forma
aquiescente que la EAAB buscaba adoptar las “soluciones técnicas adecuadas, capaces de
asegurar no solamente la salubridad y seguridad para los habitantes actuales y futuros, como
también el desarrollo armónico y económico de las obras y servicios de infraestructura
indispensables para la región”. Es decir, en la motivación del trabajo no se ve ni una palabra de
ecología, de conservación, o de medio ambiente en el sentido amplio que se ha visto.86
84 Álvaro Torres Barreto, “Y del río Bogotá, ¿qué?”. El Tiempo. Bogotá, 24 de mayo de 1983. Consultado en http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19830524&id=QfEcAAAAIBAJ&sjid=9mcEAAAAIBAJ&pg=6203,2470261 el 20 de marzo de 2015. 85 Para estos casos internacionales, ver John Robert McNeill. Something New Under the Sun: An Environmental History of the Twentieth-Century World. New York, London: W. W. Norton & Company, 2000. Capítulo 5: The Hydrosphere: The History of Water Use and Water Pollution. 86 Eduardo Riomey Yassuda, Informe sobre plan de control de contaminación de aguas de Bogotá. Bogotá: 1981. pp. 1-2.
51
Sin embargo, más adelante nos dice: “la opinión pública está cada vez más sensible a esa
degradación ambiental, con repercusiones políticas que tienden a comprometer la imagen del
gobierno como la del congreso nacional, donde el asunto está siendo debatido en la cámara de
representantes”. Es decir, Riomey reconoce la magnitud del cambio, si bien se refiere a él con
distancia, y resalta su importancia solamente en términos de lo que puede implicar el “asunto”
para la imagen del gobierno. Luego de esto, procede simplemente a a justificar la necesidad de
intervenir el río Bogotá en los mismos términos de los años sesenta; es decir, mientras que la
prensa, eco de la opinión pública, presenta el problema de la contaminación del río desde una
perspectiva ambiental,
No obstante, la intención que Riomey adjudica a la EAAB para descontaminar se
presenta de una forma muy diferente unos años más tarde, con la nueva edición del “Plan
Maestro de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá” de 1985, el documento rector de las
estrategias sobre el manejo de las aguas de la capital para la EAAB.87 En el documento se hace
patente el lado de la balanza hacia el que se inclina su justificación: no se subordinaba el tema de
la contaminación del río al del control hidráulico, como todavía pasaba en el estudio de Camp
Dresser de 1974, ni se ponía la conservación al servicio del desarrollo urbano o económico. En
el párrafo introductorio del documento puede leerse (cursivas mías):
Un proyecto de mejoras en el manejo y disposición de las aguas negras de una ciudad refleja
la necesidad de proteger la salud de la población contra enfermedades ocasionadas por
condiciones higiénicas objetables. Además, la población siempre busca mejorar las
condiciones de vida para lo cual desea contar con un ambiente agradable. El medio ambiente
necesita protección y para ello es necesario lograr el equilibrio entre la utilización de los recursos y la
conservación de la naturaleza.88
Ahora el argumento de la salud pública no venía solo: se acompañaba justamente de una
noción de “equilibrio” que depende de la conservación de la naturaleza. Se entiende la salud no
solamente como ausencia de enfermedad, sino como derivada del contacto con un “ambiente
agradable”. Esta vinculación entre salud pública y conservación del medio ambiente no se hace
evidente en las fuentes de los años cincuenta y sesenta que se han explorado.
87 EAAB. Plan Maestro de Alcantarillado de Bogotá. Bogotá: EAAB, 1985. 88 EAAB. Plan Maestro... p. I-1.
52
El Plan Maestro no proponía ninguna solución técnica sustancialmente distinta a las que
lo precedían –construcción de interceptores que llevaran las aguas residuales hasta plantas de
tratamiento en puntos estratégicos de Bogotá, antes de ser vertidas al río-, pero fijaba objetivos
para los valores de oxígeno disuelto –entre otros parámetros-, que debían obtenerse luego de la
implementación de las estrategias que proponía. Así, para el trayecto entre el puente del Común
y la desembocadura del río Salitre, debía obtenerse una concentración de 4 ppm. Entre el tramo
del Bogotá entre el Salitre y el Tunjuelo, debía ser de por lo menos 3 ppm. Y finalmente, para el
tramo entre el Tunjuelo y Alicachín, el más contaminado de todos, debería esperarse una
concentración de 2 ppm de oxígeno disuelto –solo por comparar: se trataba del valor necesario
para cumplir el “capricho de los ecólogos” del que hablaba Pardo Koppel; es decir, del mínimo
de oxígeno para que el pez capitán pueda subsistir.
Pero no todo es armonía y equilibrio con el ambiente. Entre las dificultades a tener en
cuenta, el Plan señala la siguiente:
Un impacto significativo que podría conllevar consecuencias a largo plazo, es la reducción
del caudal disponible en el río Bogotá para usos del consumo tales como irrigación y
generación de energía, lo cual sería una consecuencia del interceptor del río Bogotá y las
obras de canalización.
Además, se ve con nitidez, aunque el Plan no lo hace explícito, el conflicto de
competencias en el manejo de las aguas. Según el documento, las obras de conducción de aguas
negras y lluvias competían a la EAAB desde la construcción hasta su operación y mantenimiento,
por ser parte del sistema de alcantarillado de Bogotá. Ahora, la construcción de la planta de
tratamiento, como parte integrante del alcantarillado, también podría ser competencia de la
EAAB, pero su operación en el municipio de Soacha requeriría de la intervención de la CAR,
pues en principio la EAAB no podría operar fuera de su jurisdicción sin contar con el visto
bueno de la Corporación, según quedó regulado desde el acuerdo 33 de 1979.89
Y la complicación no terminaba ahí:
Para la ejecución de las obras en los aspectos de contratación administrativa, adquisición de
predios y expropiaciones, se aplica el Código Fiscal del Distrito para la EAAB y, en el caso
en que ésta actuara en virtud de delegación conferida por o en asocio con la CAR, se aplica
89 EAAB, Plan Maestro... pp. II-39 y II-40.
53
el Decreto Extraordinario 222 de 1983. No así sucede en el aspecto de indemnizaciones, en
que la EAAB requiere facultades del Concejo Distrital mientras que la CAR requeriría una
ley que autorizara expresamente dichas operaciones, cuyo reconocimiento debe ser
judicial.90
Se, pues, ve de primera mano el caos de instituciones al que ya me referí antes, y al que muchos
responsabilizaban del retraso de las obras efectivas para la descontaminación del río.
Finalmente, entre 1970 y 1993, la cobertura del alcantarillado de Bogotá aumentó del 60
al 85 por ciento sin que se construyera ninguna planta de tratamiento para las aguas residuales.91
Si se suma esto al crecimiento de la población de la capital, puede suponerse que la cantidad de
vertimientos al río Bogotá aumentó hasta niveles sin precedentes, incluso desde un momento en
que ya se identificaba un nivel considerable de contaminación.
Lo anterior muestra que el cambio de mentalidad de los años setenta no generó acciones
oportunas para mitigar durante más de dos décadas la contaminación progresiva del río, con
todas las implicaciones sanitarias y ecosistémicas asociadas. Tendría que avanzar la década de los
noventa para que el gigante venciera su letargo; para que algunos de los primeros proyectos de
descontaminación tomaran forma y, aun así, sus efectos sobre el estado general del río fueran
insignificantes, como se verá en el próximo capítulo.
90 EAAB, Plan Maestro... p. II-40. 91 EAAB, El agua en la historia... Tomo III. p. 92.
54
Capítulo 4
Las manos al agua y la incipiente materialización de los proyectos: 1985-2003
Después de más de tres décadas de comentarios, denuncias, leyes, proyectos y estudios,
es en la década de 1990 que vemos las primeras medidas encaminadas a solucionar los problemas
del río. Fue entonces cuando se construyeron plantas de tratamiento de aguas residuales en casi
todos los municipios de la Sabana, incluyendo la planta del Salitre en Bogotá. Asimismo, se
fueron concretando estrategias de solución definitiva del problema a largo plazo. Sin embargo,
incluso las acciones más costosas y ambiciosas de la década se quedaron cortas para aliviar el
problema de la contaminación del río.
Así, el recuento de las principales iniciativas de descontaminación del Bogotá entre la
década del noventa y los primeros años del nuevo milenio es también el de un fracaso. Aunque
desde ese período el gigante comienza a tratar el problema del río como un problema propio, es
poco lo que logra en sus esfuerzos de cambiar su reflejo; de dar de nuevo vida al cadáver. Sin
embargo, los esfuerzos por descontaminar el río deben entenderse en el contexto del
fortalecimiento del discurso ambiental con la Cumbre de la Tierra de Río, de 1992, y las
discusiones previas asociadas. Según Germán Palacio, el modelo de naturaleza ambientalizada se
volvió dominante a partir de entonces.92 Esto puede verse con la atención nada despreciable de
la nueva Constitución política a los temas ambientales, así como con la configuración del
Ministerio de Ambiente y, más concretamente, con el comienzo de un número importante serie
de acciones –si bien poco efectivas- para descontaminar el río.
Constitución de 1991 y creación del Ministerio de Medio Ambiente
El Código de Recursos Naturales de 1974 redefinió, al menos en papel, la legislación
ambiental en Colombia durante casi veinte años. Sin embargo, no se trata del último paso en
materia legal en el que se enmarca esta historia del río y el gigante: la nueva Constitución Política,
firmada en 1991, dedicaba todo el capítulo 3 a los “derechos colectivos y del ambiente”. Así,
afirma en el artículo 79: “Todas las personas tienen derecho a gozar de un ambiente sano”, y
92Germán Palacio (ed.). Naturaleza en disputa: ensayos de historia ambiental de Colombia, 1850-1995, Bogotá: Unibiblos, 2001. Introducción.
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además “Es deber del Estado proteger la diversidad e integridad del ambiente, conservar las
áreas de especial importancia ecológica y fomentar la educación para el logro de estos fines”. El
artículo 80, por su parte, establece la responsabilidad del Estado sobre el manejo de los recursos
naturales, “para garantizar su desarrollo sostenible, su conservación, restauración o sustitución”.
Por estos y varios puntos más, la Constitución de 1991 ha sido llamada la “Constitución Verde”
o la “Constitución Ecológica”. La consignación de estos principios en la carta magna del país es
la muestra más clara de reconocimiento de su legitimidad y de su relevancia en el contexto
nacional.93
Dos años después, sobre ese nuevo marco jurídico se promulga la ley 99, que dio vida al
Ministerio del Medio Ambiente, y disolvió el Inderena. En el artículo segundo de la ley se lee
que el nuevo Ministerio debía ser:
[El] organismo rector de la gestión del medio ambiente y de los recursos naturales
renovables, encargado de impulsar una relación de respeto y armonía del hombre con la
naturaleza y de definir, en los términos de la presente Ley, las políticas y regulaciones a las
que se sujetarán la recuperación, conservación, protección, ordenamiento, manejo, uso y
aprovechamiento de los recursos naturales renovables y el medio ambiente de la Nación, a
fin de asegurar el desarrollo sostenible.94
El Ministerio debía encargarse, además, de garantizar “el derecho de todas las personas
a gozar de un medio ambiente sano”, y de proteger el patrimonio natural de la Nación.
Adicionalmente, la ley redefinía las funciones de las Corporaciones Autónomas Regionales del
país, incluida la CAR. La nueva formulación de sus responsabilidades incluía, según el artículo
31, la de “Ejercer la función de máxima autoridad ambiental en el área de su jurisdicción, de
acuerdo con las normas de carácter superior conforme a los criterios y directrices trazadas por
el Ministerio de Medio Ambiente”, así como:
Fijar en el área de su jurisdicción, los límites permisibles de emisión, descarga, transporte o
depósito de sustancias, productos, compuestos o cualquier otra materia que puedan afectar
el medio ambiente o los recursos naturales renovables y prohibir, restringir o regular la
93 Colombia, 1991. Constitución Política, cap. 3. Consultada en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=4125 el 23 de marzo de 2015. 94 Colombia, 1993. Ley 99 de 1993, de diciembre 22, por la cual se crea el Ministerio del Medio Ambiente, se reordena el Sector Público encargado de la gestión y conservación del medio ambiente y los recursos naturales renovables, se organiza el Sistema Nacional Ambiental, SINA, y se dictan otras disposiciones. Diario Oficial 41146. Consultada en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=297 el 23 de marzo de 2015.
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fabricación, distribución, uso, disposición o vertimiento de sustancias causantes de
degradación ambiental.
Se trata de la articulación de las ideas sobre el medio ambiente que trajeron los años setenta, pero
esta vez el punto de articulación no es solamente un código o una ley, sino un agente: un
organismo encargado de hacer efectivo el Código de Recursos Naturales de 1974, y de velar
porque los principios constitucionales referidos al medio ambiente no se quedaran solamente en
papel. Sin embargo, a pesar de que el Código hizo de Colombia un pionero en América Latina
en la definición de una política nacional para el medio ambiente, su aplicación fue mínima en las
primeras dos décadas. Según Gloria Helena Sanclemente, esto se debió a la falta de voluntad de
las autoridades ambientales y administrativas llamadas a ponerlo en práctica; es decir, la CAR en
el caso del río Bogotá.95
Otra de las consecuencias de la ley que constituyó al Ministerio de Ambiente concierne
directamente a la historia del río: según el artículo 66 de la misma, en cualquier circunscripción
urbana con una población mayor a un millón de habitantes, la administración local asumiría,
dentro del perímetro urbano, funciones equivalentes a las de cualquier Corporación Autónoma
Regional. En el Distrito de Bogotá, estas funciones recayeron sobre el Departamento
Administrativo del Medio Ambiente, DAMA, conformado tres años atrás, por el acuerdo 9 de
1990 del Concejo de Bogotá.96
Primeras medidas contra la contaminación
La década de 1990 no marca, estrictamente hablando, el comienzo de acciones
encaminadas a mejorar el estado del río Bogotá. La implementación de medidas para
descontaminar el río había comenzado, aunque muy tímidamente, en las dos décadas anteriores.
Así, uno de los pocos ejemplos tempranos de intervención de la CAR sobre la contaminación
del río se dio en 1975. En ese año, la Corporación exigió a la Planta de Soda de Zipaquirá, que
liberaba al Bogotá desde 1947 mercurio y sales responsables del deterioro de los suelos y el daño
de cultivos irrigados con sus aguas, la elaboración de un informe para evitar o controlar la
contaminación causada por estos desechos industriales. Según exigencia de la CAR, la empresa
95 Gloria Helena Sanclemente Zea. “La eficacia de la normativa sobre el uso, conservación y preservación de las aguas”, en Liliana Arrieta. Evaluación y perspectivas del Código Nacional de los Recursos Naturales de Colombia en sus 30 años de vigencia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2004. pp. 236 y 249. 96Secretaría Distrital de Ambiente de Bogotá, “Algo de historia”. Consultado en http://www.ambientebogota.gov.co/web/sda/algo-de-historia el 15 de abril de 2015.
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debía optimizar la producción de la planta reduciendo la cantidad de vertimientos. Pero a pesar
de la presión continuada de la Corporación, tomó hasta 1983 para que la Álcalis invirtiera más
de 400 millones de pesos en modificaciones que disminuyeran el volumen de desechos.97
Sin embargo, un artículo de periódico de 1987 todavía advertía de las descargas de la
Planta de Soda, que comprometían los distritos de riego de la Sabana, como una “descarga
mortal”, llevada desde la Planta por el río Bogotá, lo que atestigua el fracaso de las medidas
impuestas por la CAR.98 En cualquier caso, la historia de Álcalis de Colombia termina en 1993,
cuando la compañía fue cerrada por problemas financieros; no por sus descargas sobre el río
Bogotá.99 Cabe notar que las descargas de Álcalis comprometían especialmente la producción
agrícola de la Sabana, por lo que la agenda de controlar sus vertimientos no correspondía en
primera instancia a una preocupación ecológica, controversial como se ha visto, sino a una
económica, sobre cuya importancia había consenso desde hacía varias décadas. Es decir, ni
siquiera esta consideración fue suficiente para imponer controles más estrictos, o implementar
medidas más efectivas.
Por otro lado, el marco jurídico que trajeron los años noventa también ofreció algunas
posibilidades de presionar por acciones concretas para limpiar el río. En 1996, el senador liberal
Armando Villegas interpuso una acción de tutela contra el entonces Alcalde Mayor, Antanas
Mockus, reclamando que se protegiera la salud de las comunidades vecinas al río Bogotá ante su
alto grado de contaminación. Villegas aducía el derecho a la salud, pero también a un ambiente
saludable consagrado en la Constitución de 1991, como el fundamento de su acción de tutela –
mecanismo también introducido por la nueva Constitución.100 El ejemplo ilustra cómo los
mecanismos legales consolidados en la década permitían presionar al gobierno local desde un
nuevo frente con respecto a la descontaminación del río, aunque también saltan a la vista las
limitaciones del recurso: la tutela no exigía nada que no se hubiera discutido antes, y poco pudo
97 “La CAR y el río Bogotá”. El Tiempo. Bogotá, 21 de enero de 1985. Consultado en https://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19850121&id=hnscAAAAIBAJ&sjid=T2IEAAAAIBAJ&pg=5178,1765387&hl=en el 5 de abril de 2015. 98 “Álcalis y el río Bogotá: otro cáncer para la Sabana”. El Tiempo. Bogotá, 2 de abril de 1987. Consultado en https://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19870402&id=iWFhAAAAIBAJ&sjid=MF0EAAAAIBAJ&pg=5283,4630221&hl=en el 17 de abril de 2015. 99 “Cerrada Álcalis de Colombia”. El Tiempo. Bogotá, 20 de febrero de 1993. Consultado en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-49226 el 17 de abril de 2015. 100 “Ponen tutela por contaminar el río Bogotá”. El Tiempo. Bogotá, 8 de noviembre de 1996. Consultado en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-582011 el 28 de marzo de 2015.
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acelerar un proceso tan lento e intrincado como la descontaminación del río, que apenas
entonces comenzaba a tratar de ser llevada del papel a algunas acciones concretas.
Otro caso importante al que se le prestó atención en los años noventa fue el de las
curtiembres –o curtidurías- de la cuenca alta. Para ese momento, en los 6 kilómetros que
separaban a los municipios de Villapinzón, primera cabecera en el recorrido del Bogotá, y
Chocontá, se encontraban más de 180 empresas de curtido y procesamiento de cueros, tratando
50.000 pieles por mes, que además usaban 720 millones de litros de agua por año. Se trataba
sobre todo de empresas familiares, que recurrían a métodos artesanales de curtido, en los que se
liberan varias sustancias contaminantes al río, entre las que se cuentan materiales grasos, sólidos
insolubles tóxicos –como el cromo, un metal pesado altamente tóxico para humanos y otros
organismos vivos-, cal, taninos y sulfuros.
A pesar de ser la principal fuente de contaminación de la cuenca alta, del funcionamiento
de las curtiembres dependía la economía de gran cantidad de hogares. Según el estudio realizado
en 1993:
La familia dedicada al tratamiento de las pieles tiene ya por tradición de muchos años ese
modo de vida, fuente de producción y medio económico. Allí padres, hijos y nietos
conservan lo que desde niños vieron hacer. Son verdaderos clanes de familias que por años
se han dedicado a trabajar en las tenerías. Los miembros y trabajadores son familiares entre
sí en forma ancestral […] y ante esto cualquier cambio que se les proponga significa para
ellos una situación peligrosa que va a deshacer lo que por años ha sido fuente de ingreso y
vida deseable.101
En atención a este grave problema, y sin ignorar las implicaciones sociales que tendría cerrar las
curtiembres, la CAR, asociada con el BID, implementó ese mismo año un programa de
capacitación de curtidores con el que, a través de talleres didácticos en técnicas modernas de
curtido de pieles, buscaba reducir la cantidad de elementos tóxicos desechados al río.
Según un artículo de El Tiempo de julio de 1993, los cursos de capacitación ofrecidos por
la CAR y el BID tenían la característica de “[haber] convertido a los dueños y empleados
ocasionales de las tenerías de [Villapinzón y Chocontá] en los primeros, en Cundinamarca, en
101 Ana Cecilia Téllez Mora y Luis Fernando Arroyave. Asesoría social y tecnológica de las curtiembres en el distrito sanitario de Villapinzón y Chocontá. Diagnóstico-Alternativas-Recomendaciones. Informe preliminar. Bogotá: CAR, 1993. p. 4.
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aprender cómo dejar de contaminar el río Bogotá con cromo y otros tóxicos que acaban con el
oxígeno y pudren las aguas.” El programa buscaba ofrecer capacitación a 700 personas que
trabajaban en las curtiembres de la cuenca alta. Según reporta el mismo artículo, antes de la
capacitación cada curtiembre usaba, en promedio, 1.200 litros de agua y “gran cantidad” de
químicos para el procesamiento de cada piel. Después del curso se requería de 400 litros de agua
por piel, y de una cantidad proporcionalmente menor de químicos.102
A pesar de este éxito reportado por el artículo de El Tiempo, muchas de las curtiembres
familiares ubicadas en la cuenca alta fueron trasladadas al barrio de San Benito, en el sur de
Bogotá, para evitar los costos de las medidas que pretendía la CAR, generando una nueva fuente
de contaminación del río Bogotá, esta vez a través del río Tunjuelo, fuera de la jurisdicción de la
Corporación.103 Además, los efectos positivos en la cuenca alta no fueron suficientes, o no se
sostuvieron: en 2014 podía leerse en El Espectador el artículo “Sin solución para las curtiembres”,
que decía que el 95 por ciento de la producción de cuero de la cuenca alta, a manos de 862
empleados de curtiembres, incumplía con los parámetros ambientales fijados por la CAR. Édgar
Gil, representante de las curtiembres ante la Gobernación de Cundinamarca, decía: “La mayoría
de empresas que están en la ronda del río son pequeñas y es difícil que puedan cumplir con los
requisitos ambientales. Una planta de tratamiento para una empresa pequeña puede costar $300
millones [de pesos]”.
El estado de la contaminación de la cuenca alta puede rastrearse históricamente: el libro
Estudios fisicoquímicos de la calidad del agua del río Bogotá del año 1958 a 1997, de la fundación Al Verde
Vivo, compila varios estudios del estado de esta parte de la cuenca, contrastando distintos
parámetros físicos y químicos de la calidad del agua a lo largo de casi cuarenta años.104 En la
siguiente tabla se ven los niveles de oxígeno disuelto – en partes por millón, ppm- del mismo
tramo al que se refería Diego Pardo Koppel, director ejecutivo de la CAR, con su comentario
irónico sobre las intenciones de los ecologistas por recuperar el pez capitán en la década anterior:
102 “CAR-BID capacitaron a 22 curtidores de Villapinzón”. El Tiempo. Bogotá, 31 de julio de 1993. Consultado en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-183614 el 15 de abril de 2015. 103 EAAB, Historia del Agua… Tomo III, p. 125. 104 AL VERDE VIVO. Estudios fisicoquímicos de la calidad del agua del río Bogotá del año 1958 a 1997. Bogotá, Al verde vivo. pp. 32-33.
60
Año
Oxígeno
antes de
Villapinzón
(en ppm)
Después de
Villapinzón
Antes de
Chocontá
Después
de
Chocontá
Después
del río
Sisga
Antes
de
Tibitoc
1958 8,36 8,24 9,77 7,78 - -
1971 - 6,68 6,7 6,52 - -
1983 7,8 4,1 - 6 6,9 -
1993 6,7 1,5 6,3 - 6,1 -
1997 7,4 2,7 4 3,6 5,6 3,1
Tabla de Al Verde Vivo. Estudios fisicoquímicos de la calidad del agua del río Bogotá del año 1958 a 1997, pp. 32-33.
El primer tramo en que el río se contamina es el de las curtiembres: entre Villapinzón y
Chocontá. Ya en el estudio de 1983 se ve una reducción del oxígeno disuelto casi a la mitad en
su paso por Villapinzón. Los niveles de oxígeno en 1993 en este mismo tramo son ya
significativamente bajos: ni siquiera un pez resistente como el capitán puede soportar
concentraciones de 1,5 ppm. El índice reportado mejora entre 1993 y 1997, aunque no puede
constatarse que se deba directamente a los programas de capacitación emprendidos por la CAR:
para concluirlo harían falta más datos, que excluyeran factores circunstanciales como descargas
puntuales registradas en un año y no en otro, condiciones de lluvia, y diferencias entre puntos
específicos de medición.
Fábrica vecina al río Bogotá. Foto de 1997. Tomada de: http://diarioadn.co/especiales/r%C3%ADo-bogot%C3%A1-1.52806
61
El recuento del estado de la cuenca alta y de las iniciativas de la CAR analizadas, permiten
ver una constante: la contaminación por vertimientos industriales del río siguió aumentando, aun
en estos años de restricciones por parte de la CAR. En 1997 se contaban 1.537 industrias
asentadas a lo largo de todo el río Bogotá, entre ellas 692 en la ciudad de Bogotá, 333 en otros
lugares de la cuenca media, 372 en la cuenca alta, y 98 en la cuenca baja.105 Casi todas ellas vertían
sus desechos al río sin ninguna clase de tratamiento, lo que hacía de la labor de descontaminación
una tarea hercúlea. Si además se tiene en cuenta la debilidad de la CAR para imponer sanciones
efectivas y controlar los vertimientos, no extraña, pues, el deterioro progresivo del estado del
agua en la cuenca alta, sin mayor incidencia de estas pequeñas acciones. Sin embargo, en los
noventa se va gestando, de forma paralela, un proyecto a gran escala para descontaminar el río.
Comité Interinstitucional y plan para descontaminar el río:
En 1990 se conformó el Comité Interinstitucional del río Bogotá, a raíz de los informes
sobre la contaminación del río que habían sido encargados a diferentes compañías en la década
de 1980. El Comité estaba conformado por la Alcaldía Mayor, la CAR, el Departamento
Nacional de Planeación DNP, la Gobernación de Cundinamarca y la EAAB.106
En un principio, las perspectivas de los miembros del Comité sobre el problema no
parecían coincidir. Por ejemplo, en 1990 el director del Departamento Nacional de Planeación
–DNP-, Armando Montenegro, afirmaba que la descontaminación del río Bogotá no era
prioridad para la nación, pues, a su llegada al Magdalena, el río ya presentaba condiciones físico-
químicas y bacteriológicas aceptables –algo debido a la sola capacidad de auto-regeneración del
río, sobre todo a su paso por el Tequendama. Según Montenegro, la recuperación del río Bogotá
recaía en las manos de la EAAB al ser su principal contaminante, así como la responsable directa
del territorio más afectado por la contaminación del río –la cuenca media, particularmente a la
altura de la ciudad de Bogotá.107 La posición del DNP contrastaba con la postura de la CAR y la
EAAB, tanto en términos de la asignación de competencias, como del plan de acción para
descontaminar el río. Esta evasión de responsabilidades por parte del DNP no era cosa nueva
105 Al VERDE VIVO. Estudios fisicoquímicos... p.27. 106 Contraloría de Bogotá, pronunciamiento sobre la estrategia de descontaminación del río Bogotá, sin fecha, consultado en http://www.contraloriabogota.gov.co/intranet/contenido/informes/Pronunciamientos/Direcci%C3%B3n%20de%20Recursos%20Naturales%20y%20Medio%20Ambiente/-%20Estrategia%20de%20Descontaminacion%20del%20R%C3%ADo%20Bogot%C3%A1.pdf el 8 de abril de 2015. p. 4. 107 Ramiro Castellanos. “Surge polémica entre gobiernos distrital y nacional. Recuperar el río Bogotá no es prioritario: Planeación”. El Tiempo. Bogotá, 17 de noviembre de 1990. Consultado en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-5680 el 5 de febrero de 2015.
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entre las instituciones encargadas del río. Esa misma actitud generalizada explica por qué habían
transcurrido los años ochenta sin que se materializara ninguna acción concreta para
descontaminarlo.
Sin embargo, en 1991, tanto el DNP como las demás instituciones del comité, con
adición del DAMA, suscribían un acuerdo para descontaminar el río de manera conjunta, y para
conformar el “Comité Interinstitucional del río Bogotá”. La ceremonia de firma del acuerdo, que
implicaba inversiones por cerca de 200.000 millones de pesos, contó con la participación del
presidente César Gaviria (1990-1994), quien dijo (cursivas mías): “Haber logrado finalmente la
firma del acuerdo de saneamiento del río Bogotá resulta verdaderamente una epopeya en
beneficio de la salud ambiental y humana de millones de colombianos”, añadiendo que “para los
bogotanos la conciencia ambiental es un asunto de supervivencia”. 108 Este acuerdo para
descontaminar el río iba un paso más adelante de las estrategias propuestas por documentos
técnicos, y dos pasos más adelante de las preocupaciones por el estado del río que, durante dos
décadas, se habían quedado solamente en prensa. Sin embargo, la materialización de esta nueva
voluntad de trabajo requería de un gran esfuerzo económico y de coordinación sostenida entre
las instituciones involucradas.
El acuerdo comenzó a tomar una forma más concreta en un estudio financiado por el
Fondo Financiero de Proyectos de Desarrollo FONADE y realizado por la firma EPAM LTDA
a comienzos de 1993. En este nuevo estudio se evaluaron las diferentes estrategias propuestas
en años anteriores para la descontaminación de la cuenca media del río Bogotá y, a raíz de sus
recomendaciones, el Comité Interinstitucional del Río Bogotá decidió que la solución más
razonable en términos económicos y de efectividad técnica sería la construcción de tres plantas
de tratamiento ubicadas en las desembocaduras de los ríos Salitre, Fucha y Tunjuelo, a donde las
aguas negras de la ciudad serían llevadas por un sistema de colectores e interceptores –canales
que estarían separados, en teoría, del sistema de recolección de aguas lluvias.109
Este estudio se diferencia de todos los anteriores en términos de relevancia, pues no se
extingue solo en sugerencias: es a partir de sus recomendaciones que se establece el plan de
descontaminación del río Bogotá que, por primera vez, se comienza a implementar. Sin embargo,
108 “El río Bogotá deja de ser alcantarilla”. El Tiempo, Bogotá, 24 de agosto de 1991. Consultado en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-142437 el 5 de abril de 2015. 109Sobre el estudio: EPAM, Estudio para la estrategia de saneamiento del río Bogotá. Informe principal. Bogotá, 1993. Sobre la decisión: DAMA, Tratamiento de las aguas residuales de la ciudad de Bogotá. Bogotá, 2005. p. 1.
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es interesante ver que los problemas que identifica el estudio corresponden al mismo discurso
que se consolidó en las dos décadas anteriores: en él salen a relucir consecuencias sanitarias –
alto contenido de microorganismos y metales tóxicos en leche y hortalizas regadas con agua del
río-, ecológicas –desaparición de los peces y deterioro de los hábitats de la fauna del lecho del
río-, y económicas –altas inversiones para traer agua de fuentes limpias a municipios de la cuenca;
deterioro de infraestructura de bombeo y conducción del agua por efectos de su contaminación.
Es decir, se basaba en ideas aceptadas desde varios años atrás.
De forma novedosa, el estudio hace un intento por cuantificar los impactos económicos
de la contaminación, evaluándolos en 6,27 millones de dólares anuales. Sin embargo, esta cifra
incluía solamente impactos agropecuarios, sobre servicios públicos, sobre la salud, sobre la pesca
y sobre la infraestructura. Los autores reconocían que no se encontraban cuantificados otros
impactos, como los “biológicos”, los de recreación y los de bienestar general de las personas.110
El contraste entre esta cifra y los costos de descontaminación dio, como se verá más adelante,
para que se cuestionara si sanear el río Bogotá era realmente una prioridad.
Construcción de primeras plantas de tratamiento en Bogotá y en municipios de la cuenca:
El Comité Interinstitucional también planteó estrategias para sanear el río en otros
lugares de su curso además de la capital. La primera etapa del “Plan maestro de saneamiento
ambiental de la cuenca del río Bogotá”, a cargo de la CAR, y suscrito por el mismo Comité,
contemplaba, entre otras cosas, la construcción de 23 plantas de tratamiento de aguas residuales
–PTAR- en 21 municipios de la cuenca del río –que incluía todos los municipios de la cuenca
alta exceptuando Villapinzón-, así como 8 sistemas de tratamiento a desechos de mataderos y 7
rellenos sanitarios. Para la financiación de esta parte del plan, se solicitó un crédito al Banco
Interamericano de Desarrollo, BID, por 50 millones de dólares. El crédito se vencía en 1998,
cuando todavía no se habían terminado todas las plantas, por lo que se pidió una prórroga. Las
obras de las plantas se prolongaron hasta el 2003, no sin problemas adicionales: en varios
municipios no se contaba ni siquiera con sistemas de alcantarillado adecuados para conducir las
aguas residuales a ellas; por otro lado, algunas de las plantas no tenían una capacidad de
110 EPAM, Estudio para la estrategia de saneamiento... pp. 2-3.
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tratamiento adecuada a las necesidades de la población local. Además, algunos de los alcaldes se
mostraban reacios a asumir los costos de operación de las mismas. 111
El proyecto enunciaba explícitamente varios propósitos, que nos remiten a la relación
histórica entre el río y el gigante: la mejora en las condiciones de salud pública de los habitantes
de la cuenca del río; el aumento de la producción agrícola en los distritos de riego que tomaban
agua del Bogotá; la conservación de los humedales de la Sabana; una mayor disponibilidad de
agua varios municipios, y la protección de suelos, el control de la erosión y la reducción de
sedimentación en el río Bogotá.112
Paralelamente, las discusiones sobre la estrategia de descontaminación de la cuenca
media también comenzaron a ver su concreción: después de un año, se puso en marcha el
proyecto recomendado por EPAM LDTA de construir las tres plantas en las desembocaduras
de los tributarios urbanos del Bogotá. El 22 de agosto de 1994, se adjudicó al consorcio
Degrémont-Lyonnaise des Eaux el contrato para la construcción de la primera de ellas: la planta
del Salitre.113 Su construcción se daría en dos fases. Se esperaba que en la primera fase se estuviera
en capacidad de remover por sedimentación el 40 por ciento de las sustancias orgánicas y el 60
por ciento de los sólidos en suspensión. En la segunda fase, gracias a un tratamiento biológico,
su eficiencia llegaría al 95 por ciento. Como se trataba de un contrato por concesión, el consorcio
asumió todos los gastos que se requerían para diseñar, construir, instalar, operar y mantener la
planta. Durante los siguientes 27 años a partir del fin de la construcción, se le debería pagar a la
compañía contratista por cada metro cúbico de agua tratada, después de lo cual la planta pasaría
a ser propiedad de la ciudad de Bogotá. Sin embargo, el contrato se canceló en 2004, por los
altos costos de operación que demandaba el consorcio, y que el Distrito no estaba dispuesto a
asumir. A partir de entonces, la PTAR pasó a manos de la EAAB, que no había participado de
su diseño ni de su construcción por encontrarse en una frágil situación financiera en los
noventa.114
Volviendo al plan aprobado en 1994, el cronograma propuesto era el siguiente: la planta
del Salitre estaría en capacidad de prestar tratamiento primario en 1997 y secundario en 2000; la
111 CEPAL, Cronología del programa de descontaminación del río Bogotá. Consultado en http://www.cepal.org/ilpes/noticias/paginas/6/40506/0_Rio_Bogota_Historial.pdf el 20 de abril de 2015. 112 CEPAL, Cronología del programa… 113 EAAB. El agua en la historia… Tomo III. p. 134. 114 EAAB. El agua en la historia... Tomo III. p. 134.
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del Fucha en 2004 y 2007 respectivamente, y la del Tunjuelo en 2011 y 2014. Las tres
funcionarían por tecnología de lodos activados, removiendo por lo menos el 90 por ciento de la
materia orgánica El plan incluía además la construcción de una gran red de colectores e
interceptores que llevaran las aguas negras a las respectivas plantas.
Una evaluación crítica de la estrategia la aportaba el ingeniero Eugenio Giraldo, antiguo
profesor de la Universidad de los Andes. En un artículo de febrero de 1996 publicado en la
Revista de Ingeniería de la misma universidad, Giraldo escribía: “El contrato de Saneamiento del
Río Bogotá es una vergüenza para la ingeniería colombiana. Un sinsentido económico, un
espejismo financiero y un engaño para los colombianos que desean un medio ambiente mejor
para ellos y las generaciones por venir”.115
La principal crítica de Giraldo a la construcción de la PTAR del Salitre -la primera que
se erigiría según el proyecto- se refería a su diseño. La planta, que debía entrar en completa
operación en el año 2000, había sido diseñada para tratar cuatro metros cúbicos de agua por
segundo, equivalentes al caudal que el río Salitre tenía en 1991. Según estimados de la misma
época, en 2001 el caudal de este tributario del Bogotá ya sería cerca de un 40 por ciento mayor
al de tal diseño, alcanzando los 5,7 metros cúbicos por segundo, con lo que la planta se quedaba
corta por un amplio margen desde su entrada en operación. El problema se extendía, además, a
las otras dos plantas: la PTAR del Fucha se había diseñado para tratar 6,4 metros cúbicos cada
segundo, cuando en 2001 debían de llegarle 7,6. Para el Tunjuelo, los caudales de diseño y real –
para el mismo año- serían, respectivamente, de 3,1 y 6,1 metros cúbicos por segundo.
Giraldo cuestionaba el hecho de que la descontaminación del río fuera una verdadera
prioridad de la ciudad. Citando los 6,27 millones de dólares anuales estimados por el estudio de
EPAM, Giraldo sugiere que el problema no es prioritario: “en realidad el daño causado por la
contaminación del río Bogotá no es significativo. Lo que sí es significativo es el olor, la
repugnable(sic) apariencia y la vergüenza moral que sentimos con nuestra cultura al ver en lo que
hemos convertido el río de los Chibchas.” Otros problemas ambientales, especialmente la
contaminación atmosférica, significaban una necesidad más imperiosa. Sin embargo, Giraldo
terminaba reconociendo que hacían falta otros estudios más serios que dieran cuenta de los
115 Eugenio Giraldo. “Una revisión crítica de los aspectos técnicos del proyecto de saneamiento del río Bogotá de 1994”. Revista de Ingeniería, No. 7, febrero de 1996. pp. 43-54.
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efectos de la contaminación.116 Tal vez, cabría añadir, estudios que tuvieran en cuenta la opinión
de los miles de ciudadanos que vivían y viven junto al río.
A pesar de todo, la planta del Salitre fue terminada en 2000 y entró en funcionamiento
con el déficit predicho por Giraldo, con un nuevo factor agravante: solamente se desarrollaron
las instalaciones para prestar tratamiento primario –remoción de arena, espuma, y materia
orgánica sedimentable; el tratamiento más básico- al agua. Para ampliar el caudal tratado a 7 u 8
metros cúbicos por segundo y prestarles, además, tratamiento secundario, se requeriría de una
inversión extra de aproximadamente 350 millones de dólares.117 Sin estas mejoras, el efecto de la
PTAR Salitre sobre el estado del río Bogotá quince años después ha sido prácticamente
imperceptible, e incluso un tratamiento secundario podría quedarse corto.118
En 2003, el proyecto original de la construcción de tres plantas se reevaluó: además de
la planta del Salitre, terminada tres años atrás, ya no se construirían las del Fucha y del Tunjuelo,
sino que se construiría una sola de gran capacidad en el sitio de Canoas, cerca de Alicachín. Los
costos de la construcción de esta nueva planta, con los interceptores y colectores necesarios,
ascenderían a cerca de 1.200 millones de dólares. En 2003 se decía que la primera etapa de la
planta de Canoas debería estar lista “a más tardar” en 2009.119 Hoy, en abril de 2015, todavía no
ha empezado su construcción. Esto deja claro que incluso las acciones emprendidas por un
proyecto con amplio respaldo institucional y fuentes solventes de financiación tampoco
pudieron ofrecer una salida sin mayores complicaciones al problema del río.
116 Eugenio Giraldo. “Una revisión...”. p. 48. 117 Oficina Económica y Comercial de la Embajada de España en Bogotá. Situación actual del sector de la infraestructura en Colombia. Bogotá, 2012. p. 28. Consultado en http://www.asocreto.org.co/boletin/infraestructura4_2013/document.pdf el 25 de abril de 2015. 118 Luis Alejandro Camacho. “Las siete vidas del río Bogotá”. Revista Contacto, julio de 2013. Universidad de los Andes. Artículo en línea, consultado en https://revistacontacto.uniandes.edu.co/index.php?option=com_content&view=article&id=125&Itemid=118&lang=es el 27 de abril de 2015. 119 EAAB. Historia del agua… Tomo III pp. 136-137.
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Vertimiento en la cuenca media del río Bogotá en la actualidad. Autor desconocido. Tomada de: http://soachailustrada.com/wp-content/uploads/2014/04/rio-bota-1024x638.png
El Salto en la actualidad (en tiempo lluvioso), sobrevolado por gallinazos. Foto de Milton Díaz. Tomada de: http://www.eltiempo.com/Multimedia/galeria_fotos/colombia2/el-renacer-del-salto-del-tequendama_10892446-
5
68
Epílogo120
Este recorrido histórico muestra la forma como se ha concebido y tratado la
contaminación del río Bogotá en la última mitad del siglo XX. El acercamiento del gigante al
Bogotá no ha sido solamente físico. Esto se ve en la creciente dependencia de él como fuente
de electricidad y agua, así como en la preocupación creciente por su contaminación y en el
reconocimiento gradual del cuerpo de agua como parte del espacio urbano y semiurbano que
recorre. Desde los años setenta, el problema de la contaminación del río ha comenzado a
concebirse en términos éticos que van más allá del enfoque pragmático que se asumía antes –y
que muchos siguieron asumiendo después, incluso hoy-: ya no solamente era un problema en la
medida en que afectara la salud y la economía, sino que además aludía a un compromiso moral
de la sociedad con el entorno.
Pero la conjunción de consideraciones sanitarias, económicas y ecológicas no ha bastado
para garantizar acciones rápidas y efectivas para descontaminar el río, e incluso hasta hace poco
tiempo se discutía si se trataba de una prioridad de la Nación y del Distrito. Al pretender que el
problema de la contaminación del río Bogotá no es prioritario, se está poniendo en último plano
de importancia la calidad de vida de quienes habitan cerca de él y de sus tributarios; de miles de
personas que se ven forzadas a contemplar y soportar cada día el pestilente reflejo del gigante:
el olor y la descomposición que millones de habitantes de la Sabana enviamos sin mayor
consideración lejos de nuestras casas. El estado del río habla, pues, de la fragmentación del
gigante; de una incapacidad para sanear el río que no solamente remite al conflicto de
competencias entre instituciones, o a los problemas de asignación de presupuesto, sino a una
indiferencia que se refugia en la distancia geográfica; en el hecho de que los olores y el riesgo de
enfermedades no nos afectan a todos por igual.
No obstante, a pesar del ritmo lento e ineficiente que ha marcado los esfuerzos por
sanear el río, sí ha habido cambios. En los últimos años se ha venido construyendo una gran red
de interceptores para conducir las aguas negras de Bogotá a la planta de tratamiento de Salitre y
120 Agradezco especialmente a los profesores Luis Alejandro Camacho Botero y Manuel Salvador Rodríguez Susa, del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de la Universidad de los Andes. Al profesor Camacho debo la explicación sobre los efectos de la pérdida de cobertura vegetal sobre la calidad de agua del río Bogotá en tiempo lluvioso. El profesor Rodríguez llamó mi atención sobre lo que el río significa para diferentes personas; sobre cómo su contaminación afecta la calidad de vida de una parte enorme, pero muchas veces olvidada, de la ciudad de Bogotá.
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a la futura planta de Canoas. Esto parece llevar al gigante un paso más cerca de descontaminar
el Bogotá, aunque se estima que esto suceda en un plazo de por lo menos treinta años.
Pero incluso si las plantas del Salitre y de Canoas sirven a los propósitos de un diseño
adecuado, el problema de contaminación de la cuenca media no estará del todo resuelto: la ciudad
de Bogotá ha perdido un alto porcentaje de su cobertura vegetal, especialmente en las últimas
cuatro décadas. Así, cuando llueve, ya no se infiltra la misma cantidad de agua al suelo a través
de hierba, arbustos y árboles, sino que cada vez más agua lluvia corre sobre el pavimento de
calles y andenes, arrastrando a los desagües basura, partículas depositadas por las emisiones de
los vehículos, y residuos químicos tóxicos del caucho de sus llantas.
Toda esta agua va hasta el río Bogotá, que es, por definición, el que drena toda su cuenca.
Esto implica que en tiempo lluvioso incluso el trayecto entre la planta del Salitre y la futura de
Canoas presentaría altos niveles de contaminación, de toda la basura y el material particulado de
la ciudad. Es decir, Bogotá, el cuerpo grueso del gigante, se seguiría “lavando” sobre el río, sin
procesos de infiltración al subsuelo y purificación intermedios. Por lo mismo, el que el reflejo
del gigante en el agua se haga nítido dependerá de acciones impulsadas por el compromiso social,
la voluntad política y la conciencia ecológica, siempre que estén guiadas por un mejor
entendimiento de la compleja interacción entre el río y el entorno modificado que lo circunscribe.
De lo que se ha visto, cabe la pregunta: ¿Por qué vale la pena, entonces, mirar hacia el
complejo caso del río Bogotá, en un contexto donde aún apremian otros problemas como la
pobreza, la violencia o una desigualdad abismal? La imagen que nos muestra el río no solo habla
de la forma como pensamos el medio ambiente, sino que además refleja elementos estructurales
del funcionamiento de nuestra sociedad. Hablar sobre el río Bogotá hoy da pie para hablar del
desarrollo de la infraestructura moderna y la provisión de servicios públicos, de cambios de
mentalidad y de las resistencias a las que se enfrentan, de inversiones millonarias cuya
materialización ha sido un fracaso, de leyes y proyectos de vanguardia que se quedan por años
en papel, del crecimiento demográfico y la conformación del espacio urbano de la capital
colombiana, de la escasa movilización de la ciudadanía, de las industrias y procesos económicos
de la Sabana, del choque entre instituciones públicas, de problemas de presupuesto, y del agua
que articula una serie de ecosistemas transformados por la acción humana, temas sobre los que
queda mucho por indagar.
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