el semidesnudo señor de la ventana

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Texto publicado en http://www.narrativasdigitales.com con permiso del autor. El semidesnudo señor de la ventana [Carlos Alvahuante 1 ] Se quitó la corbata. Con la otra mano abrió la puerta del edificio. En las escaleras rumbo al primer piso se desabotonó la camisa. En el segundo piso dejó el cinturón como cáscara de serpiente entre los escalones. Para cuando llegó a su departamento, ubicado en el cuarto piso, ya no traía zapatos ni calcetines. Tampoco pantalones. Semidesnudo, entró en el departamento y cerró la puerta tras de sí. En la recámara, abrió el clóset y comenzó a descolgar los trajes. Los fue apilando sobre su antebrazo izquierdo con todo y ganchos, tal como los iba sacando. Luego se dirigió hacia la ventana de la sala, aquella que daba hacia la calle. La abrió con algunos esfuerzos y miró hacia abajo. El primer traje que voló fue de color azul. Le siguió uno gris: el saco se desprendió del gancho en una de las piruetas, por lo que planeó con mayor libertad hasta caer sobre el puesto de 1 Carlos Alvahuante (1978) Hermosillo, Sonora, aunque ha vivido gran parte de su vida en la Ciudad de México. Estudió el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM y es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM.

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Cuento corto del escritor mexicano Carlos Alvahuante.

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Page 1: El semidesnudo señor de la ventana

Texto publicado en http://www.narrativasdigitales.com con permiso del autor.

El semidesnudo señor de la

ventana

[Carlos Alvahuante1]

Se quitó la corbata. Con la otra mano abrió la puerta del

edificio. En las escaleras rumbo al primer piso se desabotonó

la camisa. En el segundo piso dejó el cinturón como cáscara

de serpiente entre los escalones. Para cuando llegó a su

departamento, ubicado en el cuarto piso, ya no traía zapatos

ni calcetines. Tampoco pantalones. Semidesnudo, entró en el

departamento y cerró la puerta tras de sí.

En la recámara, abrió el clóset y comenzó a descolgar

los trajes. Los fue apilando sobre su antebrazo izquierdo con

todo y ganchos, tal como los iba sacando. Luego se dirigió

hacia la ventana de la sala, aquella que daba hacia la calle.

La abrió con algunos esfuerzos y miró hacia abajo. El primer

traje que voló fue de color azul. Le siguió uno gris: el saco

se desprendió del gancho en una de las piruetas, por lo que

planeó con mayor libertad hasta caer sobre el puesto de

1 Carlos Alvahuante (1978) Hermosillo, Sonora, aunque ha vivido gran parte de su vida en la Ciudad de México. Estudió el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM y es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM.

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periódicos de la esquina. Los trajes, de todos colores, se

sucedieron en un desfile aéreo. Algunos peatones se

detuvieron y echaron un vistazo hacia arriba, hacia la

ventana desde donde un hombre, semidesnudo, les sonreía.

Lo siguiente que lanzó fue un sillón de color verde. La

gente que estaba en la banqueta alcanzó a correr justo a

tiempo. Unos cuantos automóviles frenaron. Los conductores

asomaron la cabeza y levantaron las miradas: el hombre los

saludó desde la ventana del cuarto piso con un movimiento

alegre de la mano derecha. A continuación voló un horno de

microondas, que cayó sobre el toldo de un vehículo compacto.

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Volaron también algunas enciclopedias: uno de los volúmenes

rebotó sobre la cabeza de un perro.

A estas alturas, la actividad peatonal se había detenido

del todo. Las personas formaron un grupo compacto a una

distancia prudente del edificio. No dejaban de señalar hacia

arriba. Hubo quienes manifestaron su sorpresa con chiflidos y

con gritos que apelaban a la semidesnuda madre del

semidesnudo señor de la ventana.

La caída del refrigerador causó un verdadero escándalo

entre los automovilistas. Aunque no fue nada comparado con el

caos vial que generó el sofá verde de tres piezas. Fue

necesaria la intervención de la policía.

Las sillas de madera del comedor se despedazaron al

estrellarse contra el pavimento. El semidesnudo señor de la

ventana realmente batalló con la lavadora. Cuando por fin

consiguió darle el último empujón, ésta rompió la ventana y

parte de la cornisa del vecino del segundo piso. Volaron

trastes, volaron discos compactos, volaron cuadros y tazas.

Voló el colchón y el equipo de sonido, así como la

computadora y el portafolios.

El semidesnudo señor de la ventana, exhausto, se sentó

en el piso de su ahora semidesnudo departamento sin prestarle

atención a los aporreos y los gritos que se escuchaban del

otro lado de la puerta de entrada. Echó una mirada a su

alrededor y descubrió una flauta dulce bajo el lugar donde

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había estado el sofá verde todos estos años. Se estiró para

tomarla. Le quitó el polvo y sopló a través de ella. Con

ayuda de los dedos extrajo algunas notas. “Mar-ti-ni-llo-Mar-

ti-ni-llo.” Sonrió al darse cuenta de que aún recordaba esa

pieza. “¿Dón-de-es-tás-dón-de-es-tás?” Siempre había querido

ser músico, y ahora parecía un buen momento para empezar.