el sueño

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“EL SUEÑOCuento Esta mañana como tantas otras, desde hace un tiempo tan largo que no recuerdo bien, me desperté agobiado por una extraña sensación. Mi vida se había vuelto tan rutinaria que todos mis actos parecían haber sido planificados cronométricamente. Una hora para esto, tantos minutos para aquello, tantos segundos para lo otro. Todo se realizaba con un escaso margen de tardanza. Esto me generaba un stress que me agotaba cada día más. Agotamiento que me agobiaba más profundamente con cada nueva jornada. Siempre rondaba en mi cabeza la idea de tomarme un descanso, pero todo parecía conjurarse para cubrir todos los espacios libres que, en mi agenda, aparecían. Y así mis ansiadas vacaciones se iban postergando una y otra, y otra vez. Tanto así que terminaron por convertirse en uno de esos sueños anhelados pero que jamás se cumplen. Ese ritmo de vida dominaba mi existencia hacía ya unos años. El mismo, me había costado un noviazgo, que no funcionó nada más que por falta de tiempo. La amaba… la amo aún y estoy seguro que ella a mí. Pero cuantas más obligaciones laborales asumía, menos disponibilidad horaria tenía para estar con ella. Resulta paradójico, quería trabajar para tener seguridad económica y así poderle brindar una “buena vida”, sin apuros y con comodidades. Quería lo mejor para ella. Para los dos. Pero perdí la perspectiva y mis anhelos me cegaron y absorbieron. En verdad aún la amo, y algún día me haré el tiempo necesario para demostrárselo, espero que ella me de otra oportunidad. Con mis amigos la relación, no resultó mejor que con mi novia; vivimos tantas cosas en nuestra adolescencia que parecía que nunca íbamos a separarnos, pero el tiempo y la vida se encargo de demostrar lo contrario. Solíamos reunirnos un día a la semana, luego fue una vez al mes y por ultimo cuando “podíamos” y en mi caso era el que menos “podía”. Una vez charlando con Fabián, uno de ellos, me comentó que volvieron a reunirse regularmente y que parecía como si nunca se hubiese separado. Me pidió que hiciera lo posible para ir; “_ Así estamos todos...” me dijo. Desde esa oportunidad no me he cruzado con ninguno de ellos, pero estoy seguro que cuando “pueda”, volveré a reunirme con ellos y todo será como antes o mejor.

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Cuento de José Luis Sanchez, que invita a reflexionar sobre los ritmos de vida que uno se impone al entrar en la vorágine de la realidad de las ciudades, en contraste con la apacible vida de los pueblos del interior de nuestro país (Argentina).

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“EL SUEÑO” Cuento

Esta mañana como tantas otras, desde hace un tiempo tan largo que no recuerdo bien, me desperté agobiado por una extraña sensación. Mi vida se había vuelto tan rutinaria que todos mis actos parecían haber sido planificados cronométricamente. Una hora para esto, tantos minutos para aquello, tantos segundos para lo otro. Todo se realizaba con un escaso margen de tardanza. Esto me generaba un stress que me agotaba cada día más. Agotamiento que me agobiaba más profundamente con cada nueva jornada. Siempre rondaba en mi cabeza la idea de tomarme un descanso, pero todo parecía conjurarse para cubrir todos los espacios libres que, en mi agenda, aparecían. Y así mis ansiadas vacaciones se iban postergando una y otra, y otra vez. Tanto así que terminaron por convertirse en uno de esos sueños anhelados pero que jamás se cumplen.

Ese ritmo de vida dominaba mi existencia hacía ya unos años. El mismo, me había costado un noviazgo, que no funcionó nada más que por falta de tiempo. La amaba… la amo aún y estoy seguro que ella a mí. Pero cuantas más obligaciones laborales asumía, menos disponibilidad horaria tenía para estar con ella. Resulta paradójico, quería trabajar para tener seguridad económica y así poderle brindar una “buena vida”, sin apuros y con comodidades. Quería lo mejor para ella. Para los dos. Pero perdí la perspectiva y mis anhelos me cegaron y absorbieron. En verdad aún la amo, y algún día me haré el tiempo necesario para demostrárselo, espero que ella me de otra oportunidad.

Con mis amigos la relación, no resultó mejor que con mi novia; vivimos tantas cosas en nuestra adolescencia que parecía que nunca íbamos a separarnos, pero el tiempo y la vida se encargo de demostrar lo contrario. Solíamos reunirnos un día a la semana, luego fue una vez al mes y por ultimo cuando “podíamos” y en mi caso era el que menos “podía”. Una vez charlando con Fabián, uno de ellos, me comentó que volvieron a reunirse regularmente y que parecía como si nunca se hubiese separado. Me pidió que hiciera lo posible para ir; “_ Así estamos todos...” me dijo.

Desde esa oportunidad no me he cruzado con ninguno de ellos, pero estoy seguro que cuando “pueda”, volveré a reunirme con ellos y todo será como antes o mejor.

Mi casa no es grande, pero como vivo solo, resulta espaciosa, talvez en algún momento me reuniré con ellos aquí.

Mis padres reciben mis visitas muy de vez en cuando y por lo general duran unos pocos minutos. “_Visitas de médico!” suele repetir mi madre las veces que voy por su casa, mi padre poco me habla, creo que solo finge un poco de atención en mí, mientras mira de reojo la pantalla del televisor. Responde algún comentario con breves monosílabos o movimientos de cabeza. Según me cuenta mi madre, le molesta que no les dedique más tiempo y que quiera “cubrir todo” con el dinero que destino todos los meses para ayudarles.

A mis hermanos los veo muy poco casi nada, solo cuando cumplen años, ellos o alguno de mis sobrinos. Siempre en cortas visitas. De sus vidas

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sé lo que me cuenta mi madre en informes “express” que me brinda entre mate y mate cuando la visito.

Mi vida es así. Todo va de prisa. Me levanto muy temprano, me acuesto muy tarde y cada uno de mis días es casi idéntico al otro.

Pero... hoy he decidido tomarme un descanso. He dormido mal y ahora estoy algo cansado y perturbado a causa de un sueño que tuve. Un sueño tan inquietante que no me permitió completar mi descanso habitual y me dejó pensando mucho en como estoy llevando mi vida.

En el sueño todo ocurría tal cual como todas las mañanas; me levanté, desayuné de prisa, tomé mis papeles, mi portafolio y caminé a la parada de colectivos. Por lo general viajo en “auto-rural”; esta vez no conozco al chofer, al parecer no es de mi ciudad. El coche está completo. Es un auto nuevo.

No ha amanecido aún, por lo cual la ruta conserva el típico paisaje nocturno. Hace frío. El clima provoca que los vidrios laterales del vehículo, estén completamente empañados. Todos estamos en silencio. Miro la hora en mi reloj, mentalmente calculo el tiempo estimado en llegar. Voy temprano. Los demás parecen dormir. El chofer baja por un instante la vista para encender la radio e intenta sintonizar algo. Le voy a reclamar por su imprudencia. Pero una fracción de segundo y todo se vuelve caos. Todo da vueltas. Cristales estallando por doquier. El aterrador sonido de hierros retorciéndose y ...

En una gran contracción corporal, despierto en el piso de mi cuarto. Estoy junto a la cama. Todo es tan confuso y real, que por instantes aún me parece estar dentro del vehículo.

Vuelvo en mí pesadamente. Miro el reloj despertador y descubro que no ha pasado más de una hora desde que me dormí. Ahora doy vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño nuevamente. Miles de ideas dan vueltas en mi cabeza. Lo vivido, lo que no viví, lo que tengo, lo que perdí. Todo esta mezclado y confuso.

Sin embargo algo esta claro, el sueño ha puesto luz en un hecho ahora muy evidente: debo cambiar y la decisión es solo mía.

El cambio no es fácil, pero tampoco imposible. Lo importante es estar decidido. A veces uno se “encadena” con sus propias ataduras y luego olvida que las puso ahí. Y termina siendo prisionero de uno mismo. Hasta olvidar la libertad y transformarla solo en un sueño. Sueño que se cree inalcanzable y que con el tiempo se convierte solo en un anhelo.

La estridente campanilla del despertador, me quita de las profundidades del pensamiento. Atino a detenerla con mi mano. Tardo en darme cuenta del largo rato que llevo meditando en mis ideas. Mucho hacía ya, que no me tomaba un momento para reflexionar acerca de algo tan vital para mi vida. Estoy tan acostumbrado a efectuar todo a las corridas. No hay tiempo para nada y hay de todo para hacer: trámites, entrevistas, papeleo, reuniones, etc...

Pero la decisión está tomada: debo cambiar y hoy es un buen día para comenzar.

Me levanto de la cama, me doy un baño y me preparo para salir de la casa. En un acto reflejo, busco mi teléfono celular, primero en mis bolsillos, luego, con la vista, en mi habitación. No lo encuentro. Decido no perder más tiempo y me dirijo a la puerta. Salgo a la calle, sin proponerme ningún destino. Afuera ya está amaneciendo.

Es un paisaje casi olvidado el que se brinda a mis ojos. Acostumbrado a salir de madrugada, volver muy tarde, y por lo general sin reparar en ningún detalle del recorrido. Lo que se presenta ahora ante mí, es maravilloso. Todo

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luce distinto a la luz del sol de la mañana. Me encamino sin prisa a ningún lado; durante el recorrido recuerdo todo lo que había vivido en aquellas calles.

Sin saber cómo, ni en que momento, me encuentro enfrente de la casa de Silvia, mi ex novia. Quizás inconscientemente repetí el recorrido que realice tantas veces hace tiempo atrás. Seguro ella, ya está despierta. Siempre me llamaba al levantarse a la mañana para desearme un buen día. Ella es maestra, enseña por la tarde en la escuela del barrio. Tiene una gran vocación por lo niños. Constantemente me decía: “_Que lindo cuando tengamos los nuestros”.

Estoy a punto de tocar el timbre, cuando me detengo al ver que se acerca por la calle un “acompañamiento”. Por respeto me quedo con la cabeza gacha junto a un pequeño árbol en la vereda, para dejar pasar la “carroza fúnebre”.

Cuando la pompa pasa a mi lado, levanto la vista para poder leer el nombre del difunto, colocado a un costado del coche.

Me sorprendo al descubrir que las letras doradas forman un nombre que conozco: Juan Gutiérrez... ¡Mi amigo Juan!. Reconozco de inmediato a su familia entre los dolientes. ¡¿Pero como nadie me ha dicho nada?! Es que acaso... ¡Un momento! Ayer a la tarde me llamó Fabián y como era día de “reunión semanal”, decidí no atenderlo, pues seguro quería recordarme la invitación de siempre y ... Talvez, era para avisarme.

En medio de la procesión de gente, los veo. Mis amigos. Están todos ellos.

Me siento avergonzado. Intento que me vean, y ninguno parece notarme. Quizás están molestos conmigo. Pero en estos momentos debemos estar juntos… Bueno, no solo en estos, es verdad. Los entiendo, si es eso lo que piensan.

Me sumo a la gente que camina. Marcho casi al final.Juan era muy querido por todos. Soñaba con tener una moto. Una de

esas que tienen los enduristas. Recuerdo ahora, como le entusiasmaba la idea. _Vas a ver que voy a tener una de esas maquinas! Me solía decir.

Según los comentarios de los caminan delante mío, parece que tuvo un accidente en una moto nueva. Me duele mucho no haber podido compartir su alegría, de seguro muy grande, por haberla conseguido. Y en cambio solo tener que presenciar este triste momento de su despedida final.

Estamos en la puerta del cementerio, me demoro un poco. Talvez pensando en Juan y en los muchachos. Luego de un momento entro también al camposanto.

Todos hacen silencio en el momento en que el féretro se pierde en la fosa recién cavada. Me mantengo inmóvil mientras los familiares y amigos comienzan a retirarse. La cantidad de personas, en el lugar, disminuye.

Entre los pocos que quedan puedo distinguir a mis amigos. Están reunidos en círculo a unos metros de la tumba que el panteonero termina de cubrir. En sus rostros se refleja gran tristeza. Algunos contienen las lágrimas. Otros no pueden hacerlo. Sin dudar un segundo comienzo a correr hacía ellos para estrecharme en un fuerte abraso... Quedo desconcertado. Al acercarme todos se retiran. Cada uno en una dirección diferente. Ninguno de ellos siquiera me mira.

Más grande es mi sorpresa ahora. Me encuentro frente a la tumba, que ellos han estado rodeando hasta hace un instante. Es la mía.

J. L. S.Mayo 2009