el tesoro del rÍo tajo

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Editorial LEDORIA J M R EL TESORO DEL RÍO TAJO Javier Fernández García

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Tras la increíble aventura que Merche, Luis y Carlos corrieron en Los piratas de la escuela de música, tienen que vivir esta vez unas peripecias aún más arriesgadas y alucinantes. Intentarán averiguar qué les está ocurriendo a los piratas de Nueva Calavera. Desde la playa de Salinas al Alcázar de Toledo, a través del Paso de Frank, nuestros amigos encontrarán, en sus maravillosos rincones, el marco ideal para sus andanzas.

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Editorial LEDORIAJ M R

EL TESORODEL RÍO TAJO

Javier Fernández García

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1.- El encuentro

El domingo amaneció frío y gris en Salinas. Aunque seveía muy poca gente caminando por el paseo de la playa,el mar estaba repleto de surferos que aprovechaban losúltimos coletazos de la marea alta para coger las mejoresolas. Después de los sobresaltos del día anterior, niños ymayores todavía no tenían claro si había sido un sueño orealidad todo lo que había ocurrido con los loros ladronesy el impresionante galeón pirata, el Loro Tuerto. Los pa-dres de Carlos, Luis y Merche decidieron que lo mejor eraque disfrutaran de su merecido cuarto premio del concursode disfraces del carnaval, en compañía, por si acaso, delagente Sander. Éste se había ofrecido voluntario e iba asacrificar su día de descanso para acompañar a los niñosen la ruta marítima por los islotes cercanos en el barcodel capitán On. Sander era un hombre feliz, las fotos he-chas el día anterior y enviadas al laboratorio de la policíademostrarían a todo el mundo que un galeón pirata se ha-bía aproximado a la playa y que, por lo tanto, él era unbuen policía.

Hacía un rato que Merche y el agente Sander habían lle-gado al punto de encuentro, el nuevo parque de los Patos,pero todavía no había rastro del capitán On, ni de Carlosy Luis, algo normal en los niños debido a su habitual faltade puntualidad.

—Me parece que el capitán On no va a poder recogernosaquí… —comentó Merche mientras se restregaba los ojos

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intentando espabilarlos del adormecimiento de la mañana—.¿Cómo va a atracar el barco en la playa?... Hay muchooleaje, ¿no?

—No te preocupes —le respondió Sander—. El capitánOn es un viejo lobo de mar, si ha dicho que esperemosaquí, es porque no tendrá ningún problema para hacerlo.Ese marinero es capaz de llevar su barco a la puerta delsupermercado. —Sander sonrió.

—No, si no me preocupo, pero después de lo que pasóayer… —Merche se encogió de hombros en señal de duda,y Sander guiñó un ojo a la chiquilla para darle seguridad yque se tranquilizara. Pensaba que los niños no tenían nadaque temer; además, iban a estar escoltados por él, un ex-celente policía.

—Anda, vamos a echar un vistazo. Me imagino que Onestará a punto de llegar. —El policía y Merche iniciaron unlento caminar arrimados a la barandilla del paseo paraavistar mejor toda la orilla de la playa. Llevaban recorridosunos pocos metros cuando unos gritos alertaron a Sander.En la playa, dos personas parecían discutir acaloradamente.

—Ahí está pasando algo. Parecen pescadores… voy abajar a la playa. No te muevas de aquí —le ordenó con uncierto grado de excitación. La profesionalidad de Sanderle impedía otra cosa que no fuese la de cumplir con su de-ber. El policía dejó a Merche con la palabra en la boca, yella, por si acaso, se quedó inmóvil como una estatua enel mismo punto que le había indicado el agente; sólo elmovimiento de sus ojos seguía la fulgurante carrera delpolicía hacia el lugar del incidente.

—Pst, pst —alguien desde algún lugar cercano llamabaa la niña. Desconcertada, sin mover los pies, Merche em-

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pezó a girar la cabeza de un lado a otro.—Pst, bella bambina… Merche… —Esa voz y esas palabras

le recordaron a alguien. Por fin, detrás de un arbusto pudover una silueta que le resultó conocida. Algo asustada,lentamente, se acercó:

—¿Es usted, capitán?—Sí. Espera un segundo… ¿Dónde está Sander? —le pre-

guntó mientras salía de detrás del arbusto con un pájaroblanco posado en el hombro y se quitaba de la cabezaunos ramajes que llevaba a modo de camuflaje.

—Abajo, en la playa… —contestó la niña mientras le sa-lía una risa tonta al ver la ridícula pinta del capitán On—,solucionando un incidente entre pescadores.

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Estaba tumbada boca arriba cuando abrió los ojos. Loprimero que contempló fue el espectacular azul del cielo.Pensó que era verano y que estaba en la playa tomando elsol plácidamente. Cuando se fue desatontando, empezó anotar que algo en la boca le sabía mal; quiso acercar lamano, pero el brazo parecía estar adormecido y no obe-decía como debiera las órdenes que sus impulsos nerviososle enviaban. Por fin, se dio cuenta de que algo no ibabien. Se incorporó, sus ropas estaban mojadas; se quitólas briznas de hierba de la boca… «¿Dónde estoy? —se pre-guntó— el mar, una isla… Soy una náufraga».

En la orilla podía ver algún que otro resto de un nau-fragio. Por más que miró y remiró, no había ni rastro delInvencible, pero lo peor de todo era que sus amigos noaparecían por ningún lado. «Es imposible que hayan muer-to. ¿Cómo se va a morir Luis si este no es su mundo?»pensó. Intentaba convencerse de que nada malo les habríaocurrido a sus amigos. Decidió explorar aquellas tierrasinhóspitas, pero como la espesura de la vegetación le im-pedía caminar con comodidad, decidió que era mejor que-darse donde se encontraba. Estaba rodeada por altísimoscañaverales que no le permitían ver más allá de unos po-cos metros, y el único lugar despejado era donde ella seencontraba. «Imposible sobrevivir en un lugar así sin ali-mentos, sin agua, sin animales que cazar…». ¿Cazar? ¿Es-taba volviéndose loca? Aunque tuviera en sus manos el

7.- Liuva, el visigodo toledano

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mosquete del capitán Larry, sería incapaz de cazar; yademás qué, ¿los patos que pasaran por allí?... A lo mejorllegaba algún bidón lleno de víveres a la orilla, como enlas películas. Se asomó, pero nada, sólo agua. ¿Cómo sellamaría ese mar? ¿Y si había naufragado en Puerto Ca-ñones? Entonces los piratas la apresarían y a saber lo queharían con ella. Estaba poniéndose muy nerviosa, casi his-térica. Optó por sentarse y pensar. Muy cerca se encontra-ba el tronco de un árbol caído. Áquel sería un buen lugar.

Después de un rato, cuando estaba más tranquila, em-pezó a observar con más detenimiento el entorno. Sus oí-dos se despejaron: escuchó el ruido de un coche, luego deotro; muy cerca observó un puente con una carretera pla-gada de automóviles, gente hablando que paseaba por laotra orilla del pequeño mar. Entonces se dio cuenta deque estaba en una civilización que vestía con ropajes muyparecidos a los suyos. Se giró un poco más y observó comopudo, por un hueco entre la vegetación, una ciudad precio-sa. Pensó en pedir ayuda, pero como no sabía si aquellasgentes eran de fiar, decidió lanzarse al agua para alcanzarla orilla de otra isla que, a fin de cuentas, estaba a unosdiez metros. No tenía nada de miedo, ya que sus padresla habían llevado a clases de natación desde pequeña ysabía nadar perfectamente. Tomó carrerilla con el fin decoger toda la velocidad posible y ganar el mayor númerode metros…

—¡Para! ¡¿Qué haces?! ¿Estás loca? —Cuando estaba apunto de tocar el agua, en el último momento, una manoagarró del brazo a Merche y la arrojó a tierra firme—. Só-lo un gran nadador podría alcanzar la otra orilla.

—¡No me toques! ¿Quién eres? —Desde el suelo, miró al

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muchacho de arriba abajo. Su ropa no parecía de este mun-do, vestía una corta túnica blanca ajustada con un gruesocinturón, y en las piernas una especie de pantalonestambién blancos. Era de estatura más bien pequeña y decomplexión fuerte. Su cara transmitía una enorme tristeza.

—Liuva. No temas. No voy a hacerte daño —contestó elmuchacho—. La corriente es fuerte, puedes ahogarte.

—¿Liuva? Qué nombre más raro. Yo soy Merche. —La ni-ña imaginó que hablaba con una especie de Viernes y queentonces ella sería una especie de Robinson Crusoe, peroen chica, claro.

—Tienes razón, sí que es raro. Es un nombre visigodo yya no se lleva. Ahora los niños se llaman de otra forma,pero bueno, mis padres me pusieron éste. —Hizo un pe-queño chasqueteo con la boca.

—¿Eres visigodo? He oído hablar algo de los visigodos,pero la palabra me suena a otra época, a la prehistoria oalgo así, ¿no?

—¡Qué va! Toledo fue capital del reino visigodo haceunos mil cuatrocientos años, no hace tanto, ¡no me digasque no lo sabías!

—Nunca he estado aquí, pero he oído hablar mucho deToledo a mis padres. Entonces, ¡¿estoy en Toledo?! ¡Sí!...¡Bien! —Merche hacía gestos parecidos a los que hacenlos jugadores de fútbol o baloncesto cuando meten gol ocanasta. Liuva no tenía ni idea de qué iba la cosa—. Y yoque pensaba que estaba en una isla, en Puerto Cañones…

—¿Puerto Cañones? No, qué va. Eso está muy cerca deNueva Calavera y esto no es una isla, es un islote en me-dio del río Tajo, y la ciudad que ves es Toledo, la CiudadImperial.

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—¡Yupi! Lo he conseguido, he llegado, éste era nuestroobjetivo… Pero… ¿conoces Nueva Calavera?... ¿Y los otros?…—Cuando recordó que sus amigos no estaban con ella, sedesanimó.

—¿Qué otros?Merche contó a Liuva todo lo que le había ocurrido,

desde que ella y sus amigos se habían encontrado con losloros y Robin el muñeco pirata, hasta el momento de sunaufragio en el islote.

—A ver, que yo me entere: resulta que tú y tus amigosfuisteis engañados por unos loros…

—No exactamente… En mi pueblo, mis amigos Luis yCarlos y yo nos hicimos amigos de los loros Barbagrís y elconde de Miraflores. Necesitaban ayuda para llevarse aisla Mejillón a Robin un muñeco pirata que estaba estro-peado y que mide tres metros de alto. En la cabeza tieneuna cabina de mandos desde donde los loros controlansus movimientos, y lo necesitan para realizar las tareaspropias de los hombres, ya que los loros no saben hacerlas,como es evidente. La cosa es que se fueron en su galeón,el Loro Tuerto, y pensábamos que nos habían engañado ylo que es peor, robado… Pero parece ser que no… o por lomenos eso dice el Cacatúa ése… Y ahora mis amigos y yovamos en su busca.

—¡Puf! Vaya lío, no me estoy enterando de nada… Todoesto lo has soñado… y ahora vais en su busca y en la deese impresionante galeón llamado Loro Tuerto. —Mercheasintió con la cabeza—. Lo que realmente no entiendo esque si os engañaron…

—Ya. Si nos engañaron, qué diablos hacemos aquí, bus-cándolos. Eso mismo dijo mi amigo Luis, es el más respon-

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sable. Parece ser que no hubo tal engaño y que ahora ne-cesitan nuestra ayuda.

—¡Ajá!, Luis, el Responsable, ése sí que es un nombrede guerrero. Vamos, que no le habéis hecho caso y poreso estáis metidos en este lío en vez de estar leyendo unlibro o dando un paseo, ¿no?

—Pues… sí… —dijo la niña con cierto tono de resignación.—Entiendo. ¿Y se puede saber cuál es vuestro cometido?—Averiguar qué ocurre en Nueva Calavera. Por qué los

piratas están tan revueltos y, de paso, pedir explicacionesa los loros por lo que nos hicieron. ¡Ah! Y rescatar a laprincesa Arenafina, creo que esa es nuestra misión.

—¿Creo?—Bueno… Estoy segura.—¿Es noble tu misión?—¿Noble? Creo que sí.—¿Creo?—Sí.—En ese caso, no te preocupes, Liuva, el visigodo, te

ayudará, aunque no sé si podremos resolver todos estosproblemas. Muy cerquita de aquí, al otro lado de la isla,tenemos todas las respuestas.

—¿No era broma lo del visigodo?—¿Tú qué crees? ¿No ves mi vestimenta y mi voz, con

este acento germánico que no se me acaba de quitar?—¿Y qué hace un joven visigodo como tú en un río como

este mil cuatrocientos años después? —dijo la niña concierta ironía.

—Guardar los tesoros de Toledo —contestó Liuva contono serio—. Cuando el último rey visigodo, don Rodrigo,partió rumbo al sur para luchar contra los musulmanes,

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encargó a mi familia la custodia de los tesoros de la ciu-dad. Desde entonces custodiamos todas las riquezas quegeneró el reino visigodo.

—¡Es increíble! ¿Cuántos guerreros sois?—Sólo yo —dijo con tristeza—. Soy el último visigodo de

una estirpe, toda mi familia ha ido desapareciendo, asíque cuando yo no esté los tesoros visigodos tendrá quecuidarlos Tajito.

—¿El río?—No. El monstruo.—¿En el río?—Sí. Aquí. Pero no temas, cuenta la leyenda que Tajito

surgirá desde las entrañas de uno de los islotes del ríocuando los visigodos desaparezcan de él. Mi bisabuelo mecontó que hace muchos años los tesoros del río se quedaronsin vigilancia y Tajito apareció para protegerlos de losejércitos invasores. Me dijo que era un animal enormecon apariencia mitad cocodrilo, mitad dinosaurio.

—Jolines, alucino. —Merche no sabía qué decir—. ¿A quécole vas?

—No voy al cole.—Imposible. Es obligatorio.—Te equivocas. Para un visigodo, no.—¿Y dónde vives?—En una casita en el corazón de este islote, que, aunque

te parezca pequeño, es como un laberinto, así que no tesepares de mí. Sígueme. —Liuva apartó con el brazo unmanojo de cañaverales y se adentró por un estrecho cami-no, islote adentro. Mientras avanzaba, seguía hablandocon la niña—. ¿Sabes una cosa, Merche? Si el reino conti-nuara en Toledo, posiblemente yo sería el rey y me llamaría

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Liuva III, lo que pasa es que llevo toda la vida viviendoaquí… solo… ¿Qué te parece?

—Jo, Liuva III. Era lo que me faltaba, o sea, que eres unpríncipe. —Merche no daba crédito a las palabras de Liu-va—. Y… ¿hay muchos tesoros?

—Bastantes. Algunos mejores que otros, tienes queguardarme el secreto. Por ejemplo, en la otra punta deeste islote, bajo una gran piedra, está enterrado el tesorodel río Tajo. Su valor es incalculable. Como es el más im-portante estoy siempre cerca de él, aunque como te hedicho, este trabajo es un poco aburrido, ¿quién va a pensarque en este islote se esconde un gran tesoro? Pues nadie,así que, nunca pasa nada. ¿Has oído hablar de la Mesa delRey Salomón?

—Pues no.—¿De veras? Es impresionante. Todo el mundo la busca,

pero nadie la encuentra. ¿Cómo van a encontrarla? Pormucho que la busquen por Toledo con esos sofisticadosaparatos, nunca van a descubrirla. —Liuva se paró y susu-rró al oído de Merche el verdadero lugar donde se escondíala Mesa—. Está enterrada bajo el Colegio Santa Teresa,que está al lado del circo romano, y allí nadie mira. Exacta-mente en el patio de infantil. A veces, cuando los niñoshacen sus castillos de arena con las palas y los cubos, ha-cen profundos agujeros y descubren su entrada. Por eso,por las noches tengo que taparla, para que nadie se entere.Los niños piensan que son los duendes los que tapan elenorme agujero. Esto es lo más entretenido que me pasapor aquí.

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ÍNDICE

1 EL encuentro 92 Nueva Calavera 133 Stick de Hockey Crístiken 214 Los tres barcos 305 Larry, el Cojo, y el Invencible 376 El paso de Frank 437 Liuva, el visigodo toledano 488 Las cuevas del Tajo 569 Roboplástikors 5910 Lucidelán 6411 El Museo del Ejército 7012 El Intrépido 8113 La princesa Arenafina 8414 Fiesta en el campamento 8515 Vuelta a casa 90

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Dulcedo quedam mentis advenit