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Cabeza en bronce procedente de Costig (Mallorca).
EL TORERO Y LAS PLAZAS DE TOROS
El torern pide que en las plazas se cuide ante todo el ruedo, puesto que es en él donde tiene lugar el espectáculo y allí ha de llevar a cabo u arriesgada labor. Es de la mayor
importancia que el piso esté en buena condicione , y esto,
tan principal, no suele ocurrir en toda la plazas de toros.
Con independencia de que el piso cum¡)la con las elemen
tale condicione de estar bien horizontal, sin hoyos, etc., el
terreno debe er de una consi tencia emidura, porque si está
blando el toro e agarra a él-no hay que olvidar que el toro
no e tá herrado--y e defiende, con gran peligro para el
lidiador. El toro, en su acometida, debe deslizarse, y si en
u viaje encuentra un piso donde agarrar~e y detener e, esto
implica que el lance ea de lucido , y para el torero, una e
gura cornada.
Si el terreno e tá muy duro, e el lidiador quien puede
escurrir e y resbalar.
Hay que tener cuidado también con la bocas de riego en
la plaza; actualmente, en la plaza de ciudades importan-
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Por Domingo Ortega, Matador de toros
tes aquéllas e han sustituído, con eficacia y comodidad, por
los tanques, que en poco tiempo proceden al riego del anillo.
Las boca de riego, que suelen estar en el centro del re
dondel, dan lugar a querencias del toro por la razón que
decimos má - arriba de 1a falta de herraduras en su manos
y patas, que hace que note en seguida los lugares frescos y
se quede en ellos. Por esto, en algunas plazas portuguesas
-pequeñas--se han colocado las bocas de riego en el calle
jón. Pero, como ya se ha dicho antes, esto ya no constituye
un problema, y al proyectar una plaza a í debe tenerse en
cuenta.
Los burladero , que antes no se colocaban más que en
ca o excepcionale , ahora existen en todas las plazas, y ello
revela muy buen entido.
El torero, donde tiene que demostrar su arte es en el
anillo. Si en un caso dado tiene que buscar una defen a, que
no afecta para nada al mérito de su faena, es, además de
tonto inhumano, que se estime el burladero como un desdoro.
Convendría resolver mejor el patio de caballos, separando las personas de los animales . Pero no hay porqué impedir el acceso de los aficionados a este 'recinto, porque a los toreros no nos m,o.lesta en absoluto este primer, animoso, contacto con la afición. (El patio de caballos en la antigua plaza de Madrid, cuadro de M. Castellanos.)
En los tiempos pasados, con plazas sin callejón y lidiándose toros largos, de edad, con conocimiento para buscar la huída, era de alguna frecuencüz que las reses saltasen al tendido. Y de ahí la necesidad de las maromas en la barrera, que se ins· talaron en el siglo XVIII. (El torero herido, cuadro de Francisco Lozano.)
Respecto al tamaño de las plazas con relación al torero
en su labor, estimo que el aforo ideal de la plaza de toros
es de 12 a 14.000 espectadores. E tos espectadores a plaza
llena dan el nece.;arío y suficiente calor y pasión al espec
táculo, y pueden todos ellos participar íntegramente en él.
La Plaza del Toreo, de Méjico, y aún las de Madrid y Bar
celona, dejan fuera de ambiente a un gran sector de espec
tadores, a quienes es materialmente imposible «entrar» en
el espectáculo, y que, por tanto, gritan o aplauden in opor
tunidad ni medida-porque carecen de elementos de juicio-,
con evidente perjuicio para la fiesta de toros, tal como .ahora
la entendemos.
Pero como por el aumento con tante de habitantes en
las poblaciones, por una parte, y por la creciente ubída de
precios de todos los factores que intervienen en la corridas
de toros, por otra, e inevitable ir a la plaza de gran aforo,
]a fiesta que no de aparece evolucionará, lo mi mo que ]o
ha hecho en otros as-pecto- , para atender a dar olución a
estos problemas.
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11.especto a lo demás elemento del ruedo que en el
a pecto arquitectónico, y con referencia al toreo, e pre entan en Ja plaza actuale , no teng9 ninguna oh ervación que hacer. Unicamente diré de la maroma colocada en harre
u, cuya hi toria de cribe Jo-é M. ª Co ío en u admira~le
obra Los Toros, que entiendo u u o innece ario en la ac
tualidad.
E ta maromas ve introduje
ron en el iglo XVIII, cuando en las plaza no exi tía el ca
llejón, para evitar el hecho de
que un toro alta e al tendido.
Se probaron, in re ultado,
di tintos artificio , ha ta que al piquero y precepti ta tauró
maco Jo é Daza se le ocurrí,)
el di po itivo de la maromas, su tituída hoy por cable me
tálico , que forman pa1·te, con u ustentación, de la obra
permanente de Jas plazas.
Esto era nece ario para los
toros antiguo y largos, de
manos desarrolladas, de edad y, por tanto, con más conoci
miento para hu car la huída,
que frecuentemente altahan al
tendido. Con los toros de hoy día, de otras caracterí ticas,
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Domingo Ortega, cuadro al óleo por Ignacio Zuloaga.
la maroma ya no és néce~aria. Se con ervan, m embargo,
por tradición y co tumhre, con
la típica estampa del e pec
tador de barrera apoyándose en ella .
En la dependencia de las
plazas, en la de construcción moderna, -su servicios están
debidamente atendido , y nada hay que objetar. Existe un recinto de mucho abor tradi
cional, el patio de caballos, que convendría re olver mejor, eparando la personas de los
animale , pue e muy molesta
e;;ta convivencia con las cuadras y ervicio inmediatos. Por otra parte, no es nece a
rio establecer eparacione& entre el torero y el público en
el sentido de que su primera aparición sea en el redondel; esto es : no hay por qué im
pedir el acce o de los aficio
nados que así lo de een a la
llegada de los toreros al recin
to de la plaza. Los toros so!I
una fie ta popular de unas es
peciales caracterí tica , y a los
torero -hablo desde e5te as
pecto, que es el que se me ha
solicitado-no nos molesta en
absoluto este primer, animo.
so, contacto con la afición.